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ARTE DE LA PORTADA:
Wayne McLoughlin.
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Karian y Milly Mendoza:
Cuarta Saga Principal “El Presagio de las Estrellas”:
1. El Cuarto Aprendiz.
2. Ecos Desvanecidos.
3. Susurros Nocturnos.
4. Presagio Lunar.
5. El Guerrero Olvidado.
6. La Última Esperanza.
La Historia de Carrasca.
La Tormenta de Zarzoso.
Ariana Curbelo y el Clan Nocturno:
• El Viaje de Estrella de Nube. • El Camino de Cuervo.
• La Venganza de Arce Sombrío. • Vientos de Cambio.
• La Decisión de Estrella de Pino. • El Presagio de Estrella
• La Maldición de Pluma de Vaharina.
Ganso. • La Despedida de Cuervo.
• La Profecía de Estrella Azul. • El Silencio de Ala de Tórtola.
• La Deuda de Cola Roja. • La Sombra de Corazón de
• Exiliados del Clan de la Sombra. Tigre.
• El Juicio de Patas Negras. • La Esperanza de Esquiruela.
• Una Sombra en el Clan del Río. Las Raíces de Árbol.
• El Secreto de Ala de Mariposa.
CLAN DE LA SOMBRA
Líder
ESTRELLA DE CEDRO (Cedarstar): gato
gris
muy oscuro con el estómago blanco.
Lugarteniente
COLMILLO DE PIEDRA (Stonetooth):
atigrado gris de largos colmillos.
Curandera
BIGOTES DE SALVIA (Sagewhisker):
gata blanca de largos bigotes.
Guerreros
(gatos y gatas sin crías)
COLA DE CUERVO (Crowtail): gata negra atigrada.
PATAS DE HELECHO (Brackenfoot): gatorojizo claro
con piernas oscuras. Padre de Pequeña Amarilla.
Aprendices
(de más de seis lunas, se entrenan para
convertirse en guerreros)
Veteranos
(antiguos guerreros y reinas, ya retirados)
Lugarteniente
CAÍDA DEL SOL (Sunfall): gato naranja
brillante de ojos amarillos.
Curanderos
PLUMA DE GANSO (Goosefeather): gato
gris moteado con ojos azul claro.
Aprendiz: ZARPA PLUMOSA (Featherpaw: gato
plateado claro de brillantes ojos ámbar).
Guerreros
FAUCES DE VÍBORA (Adderfang): gatomarrón
moteado atigrado con ojos amarillos.
Reinas
BRISA VELOZ (Swiftbreeze): gata
atigrada con
blanco y ojos amarillos.
Lugarteniente
JUNCO PLUMOSO (Reedfeather): gato marrón claro.
Curandero
CORAZÓN DE HALCÓN (Hawkheart): gato moteado
color café oscuro y ojos amarillos.
Guerreros
RAYA DEL AMANECER (Dawnstripe): gata atigrada
dorada clara con rayas color crema.
Aprendiz: ZARPA ALTA (Tallpaw: gran
gato negro y blanco con ojos ámbar).
Lugarteniente
CORAZÓN DE CARACOLA (Shellheart):
macho gris moteado.
Curanderas
PELAJE DE LECHE (Milkfur): atigrada gris y blanca.
Aprendiza: ZARPA DE ZARZAL (Bramblepaw: gata de
pelaje blanco salpicado de manchas negras y ojos
azules).
Guerreros
GARRA RIZADA (Rippleclaw): gato negro y plateado.
Reinas
TALLO DE LIRIO (Lilystem): gata gris.
Veterano
GARRA DE TRUCHA (Troutclaw): gato atigrado gris.
GATOS DESVINCULADOS DE LOS
CLANES
• • •
—¿Nos vamos a unir a una patrulla hoy? —Zarpa
Amarilla le preguntó a Salto de Cierva.
Habían pasado dos lunas desde el asalto al
vertedero, y el aire era suave y apacible, lleno de
aromas de la estación de la hoja nueva. En las puntas
de las ramas de los pinos se veían espigas de un verde
fresco, las frondas se desenrollaban en medio de
matas de helechos muertos y el canto de los pájaros
prometía presas en las lunas por venir.
Zarpa Amarilla lanzó un suspiro de felicidad. «¡El
bosque es tan hermoso!»
—Hoy no —respondió Salto de Cierva.
En la última luna no había estado llamando a
Zarpa Amarilla tan temprano en la mañana; ahora, los
rayos del sol de la mañana ya entraban en el
campamento, ahuyentando al frío del amanecer.
«Parece estar disminuyendo la velocidad», pensó
Zarpa Amarilla, dándose cuenta con una punzada de
que su mentora estaba envejeciendo.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó.
—Hay una tarea más antes de que puedas
comenzar tus evaluaciones finales de guerrera —le
dijo Salto de Cierva—. Tienes que viajar a la Piedra
Lunar.
—¡Sí! —Zarpa Amarilla estaba tan emocionada
que rebotó con las cuatro patas y dio un enorme salto
en el aire.
Zarpa de Serbal y Zarpa de Nuez ya habían hecho
sus viajes de aprendices a la Piedra Lunar, y Zarpa
Amarilla había comenzado a temer que su turno
nunca llegara. Aterrizó torpemente después de su
salto, sintiendo un rubor de vergüenza. «Salto de
Cierva pensará que me estoy comportando como un
cachorra.»
—¿Cuándo nos vamos? —maulló.
—De inmediato —anunció su mentora—. Ven
conmigo. Necesitamos visitar a Bigotes de Salvia para
que nos dé hierbas de viaje.
—¿Qué son? —Zarpa Amarilla preguntó mientras
caminaban hacia la guarida de la curandera.
—Acedera, margarita, manzanilla y pimpinela. —
Salto de Cierva enumeró cada hierba con un
movimiento de su cola—. Te darán fuerza y evitarán
que tengas hambre en el camino. No habrá tiempo
para cazar.
Cuando se deslizaron entre las rocas y entraron en
la guarida de Bigotes de Salvia, la curandera estaba
mezclando hierbas con delicados movimientos de una
pata delantera.
—Aquí tienen —maulló, dividiendo la mezcla en
dos pequeños montones—. Zarpa Amarilla, el sabor
es amargo, pero no durará mucho.
Copiando a Salto de Cierva, Zarpa Amarilla lamió
las hierbas, masticó y tragó. El sabor era tan amargo
como Bigotes de Salvia le había advertido que sería, y
no pudo evitar hacer una mueca.
—Escucha atentamente lo que el Clan Estelar te
dice en tus sueños
—le pidió Bigotes de Salvia—. Este podría ser el
momento en que descubras tu destino.
—Ya conozco mi destino —Zarpa Amarilla maulló
—. ¡Seré una gran guerrera del Clan de la Sombra!
Bigotes de Salvia no hizo ningún comentario, solo
miró a Zarpa Amarilla por un momento más antes de
que ella asintiera.
—Que tengan un buen viaje, las dos. Que el Clan
Estelar ilumine sus caminos.
.
Fauces Amarillas avanzó silenciosamente por la
gruesa capa de acículas de pino mientras seguía a Flor
de Acebo, Salamandra Manchada y Brinco de Sapo. La
patrulla fronteriza había abandonado el borde del
Sendero Atronador y se dirigía hacia el Poblado de los
Dos Patas; Fauces Amarillas pudo distinguir las
paredes a varias colas de distancia entre los árboles.
Sus almohadillas hormigueaban con el desagradable
recuerdo de la noche en que ella y Manto Mellado
habían visitado el Poblado en busca del padre del
guerrero atigrado. «¡No quiero volver a acercarme al
lugar nunca más!»
La patrulla esperó mientras Flor de Acebo
renovaba una marca olorosa, luego siguió adelante
con Salamandra Manchada a la cabeza. Unos pocos
latidos después, la guerrera se detuvo, levantó la
cabeza y abrió las mandíbulas.
—¿Qué es ese olor? —murmuró.
Alejándose de la frontera, saltó hacia un grupo
extenso de zarzas al pie de un pino. Fauces Amarillas
la siguió más lentamente con el resto de la patrulla.
Antes de dar más de un par de pasos, también captó
el nuevo aroma: ardilla, pero con un sabor dulce y
podrido que hizo que el pelo de su cuello se erizara.
—¡Aquí! —Salamandra Manchada llamó.
Fauces Amarillas se retorció junto a Salamandra
Manchada mientras la gata negra y rojiza se asomaba
por la espesura. Una ardilla a medio comer yacía bajo
las espinas, con su pelaje gris apelmazado y pegajoso
de sangre. Las moscas se arrastraban sobre su carne
desgarrada y zumbaban hacia arriba en un enjambre
cuando Salamandra Manchada estiró el cuello y olió
la carroña.
—¡Eso es asqueroso! —Brinco de Sapo exclamó.
Salamandra Manchada se echó hacia atrás,
pasándose la lengua por los labios como si estuviera
tratando de deshacerse de un mal sabor.
—¡Algún gato ha estado robando presas! —
anunció, con la voz temblando de ira.
Fauces Amarillas inhaló con cuidado; bajo el hedor
a carroña podrida, detectó otros aromas que
permanecían en el pelaje frío y desgarrado. «Piedra
negra bajo sus zarpas, charcos grasientos con el olor
amargo de los monstruos y un indicio subyacente de
la basura que comen los mininos domésticos…»
—¡El gato que mató a esta ardilla vino del Poblado
de los Dos Patas!—siseó.
Brinco de Sapo soltó un bufido de incredulidad.
—¡Las mascotas no cazan!
—Yo creo que Fauces Amarillas tiene razón —
respondió Flor de Acebo—. Hay olor al Poblado de los
Dos Patas aquí… y además, ¿qué guerrero deja a su
presa a medio comer así?
—No podemos dejar que se salgan con la suya —
Brinco de Sapo gruñó.
—No lo haremos. —Flor de Acebo reunió a su
patrulla con un movimiento rápido de la cola y los
condujo a través de los árboles hasta que cruzaron su
propia frontera y se detuvieron bajo las inminentes
paredes del Poblado de los Dos Patas—. Divídanse —
ordenó—. Vean si puede encontrar el lugar por el que
el minino casero entró al bosque.
Fauces Amarillas se dirigió hacia una cerca alta
hecha de tiras de madera entrelazadas. Las guaridas
de Dos Patas yacían al otro lado. Se arrastró a lo largo
de la parte inferior de la barrera, abrió las
mandíbulas, luego se detuvo cuando recogió el aroma
mezclado de dos o tres mascotas. Coincidían
exactamente con los aromas de la ardilla a medio
comer.
—¡Lo encontré! —exclamó.
Flor de Acebo se acercó dando saltos con los otros
guerreros detrás de ella y olfateó el lugar indicado
por Fauces Amarillas.
—No hay muchas dudas sobre eso —murmuró,
con una mirada de disgusto—. Brinco de Sapo, sube
la cerca y mira lo que hay al otro lado.
El gato atigrado saltó hacia arriba, clavando sus
garras en la madera hasta llegar a la cima.
Durante un par de latidos miró hacia el otro lado y
luego se volvió encogiéndose de hombros.
—Nada —informó—. Solo pasto de Dos Patas y
plantas. No hay señales de gatos.
—Eso es porque solo salen por la noche —Fauces
Amarillas maulló.
Sus compañeros de Clan la miraron con sorpresa.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Salamandra
Manchada.
—Oh… eh… uno de los veteranos me dijo —
murmuró la gata de pelaje gris. Para su alivio, ningún
gato la interrogó más.
—¿Entonces, qué hacemos ahora? —Brinco de
Sapo preguntó, saltando sobre la hierba junto a los
demás.
Flor de Acebo pensó por un momento.
—Brinco de Sapo, será mejor que tú y Salamandra
Manchada entierren a esa ardilla —ordenó—. Y luego
terminen la patrulla. Fauces Amarillas, vuelve al
campamento conmigo. Estrella de Cedro querrá saber
sobre esto.
• • •
• • •
Fauces Amarillas y Salto de Cierva fueron las
últimas gatas que lucharon por regresar al
campamento. El cielo palidecía y las estrellas se
desvanecían. Cuando Fauces Amarillas y su antigua
mentora salieron del túnel, el resto del Clan se reunió
alrededor de las patrullas que regresaron en un grupo
emocionado.
—Y luego le corté la oreja de esta forma —estaba
maullando Bigotes de Nuez—. ¡Deberían haberlo oído
chillar!
Pasando por el borde del grupo, Fauces Amarillas
cojeó hasta la guarida de Bigotes de Salvia,
agradecida por el hombro de Salto de Cierva
sosteniéndola. Se deslizó entre las rocas que
formaban la entrada a la guarida y se hundió en el
musgo del interior.
Bigotes de Salvia levantó la mirada de contar
semillas de adormidera.
—¿Fauces Amarillas? ¿Resultaste herida en la
batalla?
—No estoy segura —maulló Salto de Cierva—. No
la vi recibir ningún golpe particularmente fuerte, y no
puedo encontrar ninguna herida en ella, pero está
exhausta y apenas puede caminar. Algo no está bien.
—Hmm… —Bigotes de Salvia miró de Salto de
Cierva a Fauces Amarillas y viceversa—. Está bien,
Salto de Cierva, puedes dejarla conmigo. Le haré una
revisión completa.
Fauces Amarillas miró nerviosamente cuando
Bigotes de Salvia se acercó a ella. La curandera no le
hizo ninguna pregunta, solo la olió por todas partes,
separando su pelaje aquí y allá con suaves zarpas.
Finalmente se sentó al lado de ella y envolvió su cola
cuidadosamente alrededor de sus patas delanteras.
—Apenas tienes un rasguño, pero ya lo sabes, ¿no
es así?
Fauces Amarillas la miró, desconcertada.
—¡Debo estar herida! Me duele todo.
Bigotes de Salvia se detuvo un momento antes de
responder.
—¿Qué parte te duele más?
—Esta pata. —Fauces Amarillas estiró una pata
delantera—. Apenas puedo apoyarle peso.
—¿Algún otro gato se lastimó la pata?
Fauces Amarillas trató de recordar el caos de la
batalla.
—Bueno, Colorada… Quiero decir, a uno de los
mininos caseros se le atascó la pata debajo de una
raíz. Pero eso no tuvo nada que ver conmigo.
Bigotes de Salvia no hizo ningún comentario.
—¿Y cuál es el siguiente peor dolor?
—Mi oreja. —Fauces Amarillas la movió, haciendo
una mueca—. Se siente como si un gato me la
hubieran arrancado.
—No, todavía está allí, bastante intacta —le
aseguró la curandera—. ¿Viste algún gato con una
oreja dañada?
Fauces Amarillas asintió, recordando la pelea de
Baya de Serbal con Guijarro y la sangre que le corría
la cara.
—¿Y con una lesión en el flanco? —Bigotes de
Salvia insistió.
—¿Cómo puedo saberlo? —respondió Fauces
Amarillas, irritada porque las preguntas de Bigotes de
Salvia comenzaban a hacerla sentir incómoda—.
Estaba en la batalla, ¿sabes? No estaba mirando
desde lo alto de un árbol. —Cuando Bigotes de Salvia
no respondió, agregó con incertidumbre—: Tal vez
Estrella de Cedro… se cayó contra el tocón de un
árbol.
—Tendré que verlo por eso —maulló Bigotes de
Salvia.
—Pero, ¿qué hay de mí? —Fauces Amarillas
protestó—. ¿No vas a tratar mis heridas?
Bigotes de Salvia la miró con sus tranquilos ojos
azules.
—Ya te lo dije, Fauces Amarillas, apenas tienes un
rasguño. Luchaste bien y escapaste sin heridas. Lo
que sientes son las heridas de los otros gatos.
—¿Qué quieres decir? —la guerrera maulló
temblorosamente—. ¿Cómo puede suceder eso?
—No lo sé —admitió Bigotes de Salvia—. Sin
embargo, esta no es la primera vez, ¿verdad?
Fauces Amarillas recordó las veces que había
sentido dolor. «Cuando luché contra ese enorme gato
del Clan del Viento, sentí que estaba gravemente
herida, pero no lo estaba. Y también está el dolor que
sentí cuando Flama Plateada estaba muriendo… y el
momento en que me dolía el estómago cuando
Pequeño Nuez comió carroña. Gran Clan Estelar, ¿ha
estado sucediendo esto desde que era una cachorra?»
—Supongo que no —maulló Fauces Amarillas en
voz baja—. Pero… ¿no todos los gatos sienten lo
mismo? ¡No es difícil ver una herida e imaginar cómo
se siente!
—Esta no es tu imaginación —Bigotes de Salvia le
dijo—. El Clan Estelar debe haberte dado estas
sensaciones por una razón, y tenemos que averiguar
cuál es.
—¡No! —Fauces Amarillas se obligó a ponerse de
pie, ignorando los músculos adoloridos que chillaban
en protesta—. ¡No quiero ser diferente! ¡Solo quiero
ser una guerrera!
10
Fauces Amarillas salió furiosa de la guarida de
curandería en un torbellino de furia y terror, pasando
junto a Baya de Serbal, quien la estaba esperando.
—¿Qué pasa? —Baya de Serbal llamó, trotando
tras ella—. ¿Estás bien?
Fauces Amarillas avanzó sin responder. Aún le
dolía la pata, pero hizo todo lo posible por ignorarla.
No quería hablar con ningún gato, ni siquiera con su
hermana. Se dirigía a la guarida de los guerreros, pero
antes de cubrir siquiera la mitad de la distancia, Flor
Radiante saltó hacia ella.
—¡Pequeñita! —su madre jadeó—. ¿Estás
gravemente herida? Escuché que luchaste muy
valientemente.
—Bigotes de Salvia lo arregló todo —murmuró
Fauces Amarillas, sin interrumpir su paso.
Flor Radiante siguió su paso.
—Necesitas descansar —se preocupó—. Colmillo
de Piedra no esperará que salgas de patrulla hasta
que estés completamente curada.
—Estoy bien, ¿de acuerdo? —Fauces Amarillas
espetó, fingiendo no ver la mirada de asombro en los
ojos de su madre.
—¡Oye, Fauces Amarillas! —Ojo Rayado la
interceptó mientras se apresuraba—. Escuché que
estabas herida. ¿Cómo estás?
—Bien.
De repente, el claro parecía estar lleno de gatos,
todos se abalanzaban sobre ella y le hacían preguntas
estúpidas sobre sus heridas. «¿No ven que estoy
bien?»
—Déjenme en paz, ¿quieren? —le gruñó a Zarpa
de Raposa y Zarpa de Lobo mientras se acercaban
corriendo, ansiosos por escuchar sobre la batalla. Se
apartó de la guarida de los guerreros y cruzó
corriendo el claro hacia la entrada.
—¡Bola de pelos engreída! —Zarpa de Raposa le
gritó.
Fauces Amarillas se zambulló por el hueco y se
dirigió hacia las sombras bajo los árboles. Su mente
todavía estaba dando vueltas, pero estaba agradecida
por la calma y la tranquilidad del bosque. Un
momento después escuchó el sonido de pasos y
percibió un olor familiar: Baya de Serbal la había
seguido.
—¿Qué quieres? —Fauces Amarillas gruñó.
—Estoy preocupada por ti —respondió su
hermana, parpadeando ante Fauces Amarillas con
preocupación—. No te ves muy herida, pero puedo
ver que algo anda mal.
Por un momento Fauces Amarillas sintió la
necesidad de contarle a Baya de Serbal las locuras
que le había dicho Bigotes de Salvia, todas las
tonterías de poder sentir las heridas de otros gatos.
Pero tan pronto como abrió las mandíbulas para
hablar, otro dolor agudo atravesó su pata. Con una
sensación de hundimiento en el estómago, miró a
Baya de Serbal y vio que una de sus garras estaba
doblada hacia atrás.
—¿Qué le pasa a tu pata? —preguntó, forzando
las palabras—. ¿Te lastimaron en la batalla?
Baya de Serbal asintió.
—Me duele un poco —admitió.
Fauces Amarillas sabía que nunca podría decirle a
su hermana la verdad sobre lo que estaba sintiendo.
La punzada de dolor le había mostrado que Bigotes
de Salvia tenía razón. «Si le digo a Baya de Serbal,
pensará que soy rara. Lo cambiaría todo.»
—Ve a ver a Bigotes de Salvia —le dijo a su
hermana—. No te preocupes por mí. Estaré bien por
mi cuenta por un tiempo.
Baya de Serbal vaciló por un latido, luego tocó con
su nariz brevemente la oreja de Fauces Amarillas y
corrió hacia el campamento.
Fauces Amarillas la miró hasta que ya no la pudo
ver. «Puedo hacer frente a estas sensaciones —se dijo
a sí misma—. No me impedirán ser una gran
guerrera.» Con la cabeza en alto, comenzó a caminar
entre los árboles. «Esto no cambia nada.»
..
Al día siguiente Fauces Amarillas se despertó para
ver un cielo claro y brillante, sin un soplo de viento
que agitara los árboles. «Un día perfecto para el
ataque», pensó mientras asomaba la cabeza fuera de
la guarida.
El Clan estaba reunido en el claro, zumbando con
energía como un enjambre de abejas mientras
Estrella de Cedro, Colmillo de Piedra y Manto Mellado
organizaban las patrullas.
—Manto Mellado, liderarás al último grupo —
anunció Colmillo de Piedra—. Serás responsable de
matar a las ratas una vez que hayan sido atrapadas.
—Lucharé a tu lado, golpe a golpe —Corazón de
Raposa le maulló a Manto Mellado; Fauces Amarillas
pensó con amargura que parecía pegada a su lado
con telarañas.
Sintió una punzada de celos al recordar lo
orgullosa que se había sentido cuando ella y Ojo
Rayado habían matado una rata en su visita al
vertedero. «¿Volveré a sentir ese tipo de orgullo?»
Bigotes de Salvia salió de la guarida con un
montón de hierbas.
—Vamos —maulló, con la voz apagada por las
hojas—. Tenemos que estar listas para ir con ellos.
—¿Nosotras también iremos? —preguntó Fauces
Amarillas, sorprendida.
Bigotes de Salvia asintió.
—Atenderemos las heridas ni bien se produzcan,
pero nos mantendremos al margen de la pelea. Eso
depende de los guerreros, ¿de acuerdo? —Su mirada
era severa, y Fauces Amarillas sabía que le estaba
recordando indirectamente que ahora era una
curandera.
Fauces Amarillas volvió a la guarida y se cargó de
hierbas y telarañas. Las hebras pegajosas la hicieron
estornudar cuando trató de recogerlas. «Las ratas me
oirán llegar mucho antes de que nos acerquemos al
vertedero», pensó, frustrada. Entonces se dio cuenta
de que podía pegar las telarañas a su grueso manto,
lo bastante lejos de su hocico como para que no la
hicieran estornudar, y salió de nuevo para reunirse
con Bigotes de Salvia, satisfecha de su nueva idea. La
última patrulla ya estaba saliendo del campamento.
Fauces Amarillas y Bigotes de Salvia iban en la
retaguardia, siguiendo a los guerreros a través de los
ralos árboles de la estación sin hojas y por medio del
pantano. El aire estaba templado, y el hielo
persistente de la estación sin hojas empezaba a
descongelarse; Fauces Amarillas siseó molesta
cuando metió la pata en el agua helada que había
debajo. Después de eso, ella y Bigotes de Salvia
saltaron de mata en mata de pasto para mantener las
patas secas.
Por fin se acercaron al vertedero. Fauces Amarillas
pudo oler su hedor antes de ver los oscuros
montones que se alzaban frente a ella. Como antes,
los monstruos amarillos estaban quietos; el único
sonido provenía de grandes pájaros blancos que
aleteaban y chillaban por encima de los montones de
desperdicios.
Mientras las patrullas se acercaban al cercado de
los Dos Patas, Bigotes de Salvia echó un vistazo entre
los arbustos del borde del pantano.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Fauces
Amarillas.
—Buscando un lugar bajo un arbusto —respondió
la curandera—, en donde podamos guardar las
hierbas y mantenernos fuera de la vista durante la
pelea.
—¿Así que nos esconderemos? —Fauces Amarillas
maulló consternada.
«¡Parece que somos unas cobardes!»
—No. —Los ojos de Bigotes de Salvia eran
comprensivos mientras miraba a Fauces Amarillas—.
Nos mantendremos a salvo para cuando nuestros
compañeros de Clan nos necesiten.
Fauces Amarillas seguía pensando que era una
forma extraña de comportarse, pero no protestó y se
escurrió bajo un arbusto de acebo para dejar las
hierbas y las telarañas que habían traído. Sintió un
hormigueo en las patas al ver cómo Manto Mellado y
su patrulla se acercaban a la cerca de Dos Patas.
Manto Mellado encontró un agujero en la malla
plateada, y él y Tormenta de Plumas lo agrandaron
con los dientes y las garras para dejar entrar a los
gatos y salir a las ratas. Mientras tanto, Corazón de
Raposa y Paso de Lobo empezaron a arrastrar ramas
para construir la trampa.
—¡Miren lo que encontramos! —llamó
Salamandra Manchada desde el borde del pantano.
Ella, Cola de Rana y Raya de Lagartija estaban
rodando un pequeño tronco de árbol delante de ellos
—. Conseguimos sacarlo de la tierra —jadeó cuando
llegaron a la cerca—. Sus raíces están podridas, así
que no fue difícil. Pensé que sería un buen punto de
observación para pararnos y saltar sobre las ratas.
Manto Mellado asintió.
—Tienes razón; lo será.
A medida que las paredes de la trampa iban
tomando forma, el atigrado las comprobaba
cuidadosamente, saltando encima para asegurarse de
que soportarían el peso de un gato. En un momento
la pared colapsó debajo de él; Fauces Amarillas jadeó
cuando se desvaneció en un torbellino de
extremidades y ramas voladoras. Pero un momento
después salió arrastrándose, sacudiéndose los
escombros del manto.
—Constrúyanlo de nuevo —ordenó—, y esta vez
pongan una rama más fuerte en la parte inferior.
Manto Mellado retrocedió mientras el resto de su
patrulla trabajaba en las reparaciones. Fauces
Amarillas salió de debajo del acebo y se acercó a él.
—Buena suerte —le murmuró.
Manto Mellado la miró.
—Desearía que estuvieras luchando a mi lado —
maulló.
Fauces Amarillas giró la cabeza.
—Estaré aquí —susurró.
Esperaba que Manto Mellado se alejara de ella
con disgusto; en su lugar sintió que su nariz le tocaba
la oreja.
—Te veré después de la batalla —prometió.
Se oyó un chillido en el interior del vertedero,
indicando a Manto Mellado que las otras patrullas
estaban en sus puestos. Manto Mellado comprobó
que su propia patrulla estaba lista, y aulló en
respuesta.
—¡Fauces Amarillas! ¡Por aquí!
Fauces Amarillas se giró para ver a Bigotes de
Salvia haciéndole señas desde debajo del arbusto. De
mala gana, saltó hacia atrás para unirse a ella, pero se
quedó fuera de las ramas para observar el ataque. Se
dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
Tras los aullidos se hizo el silencio, roto tras unos
latidos por débiles sonidos de arañazos y siseos. «¡Los
gatos están echando a las ratas de sus madrigueras
en los desechos!» Entonces Fauces Amarillas oyó
chirridos cada vez más fuertes y el sonido de
zarpazos. Inclinó el cuello hacia delante, mirando a
través de la malla plateada. De repente, Fauces
Amarillas vio una rata saliendo a toda velocidad del
montón de desperdicios. Se desvió del agujero que
había hecho la patrulla de Manto Mellado, pero
Bigotes de Nuez le impidió el paso. A la primera rata
le siguieron más, y más y más, más ratas de las que
Fauces Amarillas había visto nunca. Al mismo tiempo,
empezaron a aparecer gatos que saltaban desde los
desperdicios para dirigir a las ratas hacia el agujero de
la malla. La patrulla de Manto Mellado esperaba en lo
alto de las barreras, agazapada y lista para
abalanzarse. Las ratas se arremolinaban en la base de
la cerca, empezando a entrar en pánico cuando se
dieron cuenta de que estaban atrapadas. Fauces
Amarillas vio a Patas de Helecho saltar al centro de la
masa agitada y empujar a una hacia el agujero.
—¡Por ahí, estúpido manto de pulgas! —gruñó.
Las otras ratas huyeron tras ella, pensando que
habían encontrado una vía de escape. Pero sus
chillidos se hicieron más fuertes cuando se dieron
cuenta de que los gatos también esperaban a ese
lado de la cerca. La patrulla de Manto Mellado saltó
una por una, agarrando una rata y asestándole el
golpe mortal, y volviendo a salir con la presa fresca en
sus mandíbulas.
—¡Está funcionando! —Corazón de Raposa aulló.
—¡Cuidado con sus dientes! —jadeó Paso de Lobo
mientras sacaba una rata casi tan grande como él.
«¡Todo está pasando muy rápido!», pensó Fauces
Amarillas, con la mirada fija en Manto Mellado.
Contenía la respiración cada vez que él desaparecía
en la trampa, y soltó un jadeo de alivio cuando
reapareció con una rata muerta.
Entonces, un aullido al otro lado de la cerca la
distrajo. Fauces Amarillas soltó un gemido de miedo
cuando vio que los gatos del otro lado de la cerca
estaban rodeados. Más y más ratas habían salido del
montón, demasiadas para caber en la trampa. Sin
escapatoria, se habían vuelto contra los guerreros,
arañando y mordiendo, y los gatos estaban en una
gigantesca inferioridad numérica, atrapados contra la
cerca mientras oleadas de ratas se estrellaban contra
ellos.
Manto Mellado fue el primero de su patrulla en
darse cuenta de lo que estaba pasando.
—¡Dejen de matar! —aulló—. ¡Tenemos que
ayudar a los demás!
Pero el agujero en la cerca estaba bloqueado por
ratas aterrorizadas; Manto Mellado y sus gatos
tuvieron que trepar por la malla plateada en un
intento desesperado por ayudar a sus compañeros de
Clan.
El estómago de Fauces Amarillas se apretó cuando
Colmillo de Piedra cayó con un par de enormes ratas
aferrándose a él. Más gatos se apresuraron a
ayudarle, pero el enjambre de ratas les bloqueó el
paso. Estrella de Cedro desapareció bajo una oleada
de cuerpos marrones y colas sin pelo.
—¡No puedo soportar esto! —exclamó Fauces
Amarillas—. ¡No podemos quedarnos aquí sin hacer
nada!
Bigotes de Salvia salió de debajo del arbusto y
apoyó una pata en su hombro.
—Tenemos que protegernos —maulló.
Fauces Amarillas la miró fijamente.
—¡No tiene sentido si tenemos que ver morir a
todos nuestros compañeros de Clan!
Sacudiéndose la pata de Bigotes de Salvia, Fauces
Amarillas corrió hacia la cerca y se lanzó sobre ella.
Justo debajo de ella, una enorme rata atacaba a Salto
de Cierva; Fauces Amarillas saltó directamente sobre
ella y la mató de un solo golpe en el cuello. A su
alrededor, los gatos del Clan de la Sombra luchaban
por sus vidas. Fauces Amarillas vio a Corazón de
Raposa luchando contra dos ratas a la vez,
matándolas a ambas en un torbellino de dientes y
garras. Bigotes de Nuez y Baya de Serbal arrastraron a
una rata que había clavado los dientes en el hombro
de Flor Radiante; luego los tres gatos se volvieron
para ayudar a Colmillo de Piedra a ponerse de pie y
defenderse de las ratas que lo atacaban. Fauces
Amarillas sintió el roer de dientes afilados en sus
músculos y se concentró en bloquearlo. Divisó a
Manto Mellado zambullirse en el enjambre de ratas
que se cernía sobre Estrella de Cedro. Por un instante
se desvaneció, y luego volvió a subir, arrastrando al
líder con él, con los dientes clavados en el pescuezo
del líder del Clan.
—¡Despejen el agujero! —aulló.
Fauces Amarillas, Ojo Rayado y Garra de Barro se
abrieron paso entre las ratas que luchaban hasta el
agujero de la cerca. Fauces Amarillas sintió una
satisfacción salvaje cuando clavó las garras en una
rata tras otra y las arrojó fuera del camino. Su
entrenamiento de guerrera volvió a su cabeza y no se
centró en nada más que en cortar y arañar, sintiendo
cómo cuerpos calientes se partían bajo sus garras.
Luchando juntos, los tres gatos consiguieron
despejar el agujero para que Manto Mellado pudiera
arrastrar a Estrella de Cedro a través de él. Flor
Radiante le siguió con un débilmente tambaleante
Colmillo de Piedra. Hombro con hombro con sus
compañeros de Clan, Fauces Amarillas luchó contra
las ratas, manteniéndolas alejadas del agujero para
que el resto de su Clan pudiera pasar.
Cuando el último gato estuvo fuera, Corazón de
Raposa y Garra de Barro empujaron las ramas de la
barrera contra el agujero para bloquear a las ratas en
el interior, aunque algunas de ellas ya estaban
empezando a colarse a través de la malla hacia el
territorio del Clan de la Sombra.
—¡Vuelvan al campamento! —Manto Mellado
gritó.
Los gatos huyeron, los guerreros más fuertes
ayudando a los que estaban malheridos. Fauces
Amarillas vio a Bigotes de Salvia huyendo con ellos,
abandonando las hierbas que habían traído, y corrió
para alcanzarlos.
21
Fauces Amarillas hizo una pausa para respirar,
tomándose un momento para controlar el dolor que
sentía por sus compañeros de Clan. A su alrededor, el
campamento era un caos; había guerreros heridos
por todas partes en el claro. Su boca se inundó con el
sabor de las hierbas amargas. Sabía que tenía que
usar las reservas que les quedaban con la mayor
moderación posible, porque les quedaba muy poco.
«Ojalá no hubiéramos tenido que dejar tanto bajo ese
arbusto de acebo.»
Dos guerreros en particular preocupaban a Fauces
Amarillas: Colmillo de Piedra, quien había sido
mordido gravemente en la pata trasera, y Flor de
Acebo, quien tenía una mordedura en el cuello.
Quería consultar a Bigotes de Salvia, pero la
curandera había desaparecido con Estrella de Cedro
en su guarida, y aún no había reaparecido.
Finalmente, Bigotes de Salvia salió de entre las raíces
del roble, con aspecto sombrío, y se acercó a Fauces
Amarillas.
—Estrella de Cedro perdió una vida —informó en
voz baja—. Fue duro, pero ya se está recuperando.
Los ojos de Fauces Amarillas se abrieron de golpe.
Ella nunca se había enterado de que el líder del Clan
perdiese alguna vida antes.
—¿Cuántas vidas le quedan? —preguntó.
—Una —le contestó Bigotes de Salvia, con los ojos
oscurecidos por la preocupación—. Pero guárdatelo
para ti. Solo los curanderos saben cuántas vidas tiene
el líder del Clan.
Fauces Amarillas asintió.
—¿Y los otros gatos? —Bigotes de Salvia preguntó
—. Déjame ver lo que has hecho.
Fauces Amarillas la condujo por el claro,
mostrándole las cataplasmas que había aplicado, las
heridas cubiertas de telaraña, y le dijo a qué gatos les
había dado semillas de adormidera para el dolor.
—Muy bien —comentó Bigotes de Salvia—.
Cuando tengas más práctica no necesitarás usar tanta
telaraña, y podrás ser un poco más generosa con las
semillas de adormidera para los guerreros mayores.
—No nos queda mucho —Fauces Amarillas le
recordó.
—Cierto. —Bigotes de Salvia dejó escapar un
suspiro—. Esta es una de las peores derrotas que
recuerdo. El peligro ahora es la infección; las
mordeduras de rata pueden ser muy venenosas.
Tendremos que vigilar de cerca a Flor de Acebo y a
Colmillo de Piedra.
—Voy a salir más tarde y buscar un poco más de
raíz de bardana —prometió Fauces Amarillas—. O si
no encuentro nada, buscaré ajo silvestre.
Se acercó al pequeño arroyo al borde del
campamento, donde había amontonado un montón
de musgo. Agarró un montón con las mandíbulas, lo
mojó en el agua y se lo llevó a Manto Mellado. El gato
atigrado yacía cerca del montón de carne fresca,
acurrucado sobre sí mismo. Se había llevado unos
cuantos arañazos profundos en la nariz, que le iban a
dejar cicatrices. El vientre de Fauces Amarillas se
apretó con lástima, y fue una lucha para ella bloquear
su dolor.
—Toma, te traje musgo húmedo —maulló.
—No lo quiero —Manto Mellado murmuró, sin
mirarla—. Otros gatos lo necesitan más.
—Los demás ya tomaron un poco —le aseguró
Fauces Amarillas, dejando el musgo junto a su nariz
—. Ahora soy una curandera. Tienes que escucharme,
y vas a tomar un poco.
Manto Mellado dejó escapar un gemido, pero
extendió la lengua y dio un par de lamidas al musgo.
—Todo esto es mi culpa —gimió—. ¡Casi mato a
mi Clan!
—No. —Fauces Amarillas se agachó a su lado—. El
plan era brillante. Podría haber funcionado. Solo que
había demasiadas ratas.
—¡Debería haber pensado en eso! —Manto
Mellado soltó.
Mientras Fauces Amarillas intentaba averiguar
cómo podía tranquilizarlo, Cola de Cuervo se acercó
cojeando y se detuvo junto a Manto Mellado.
—Estrella de Cedro quiere verte —anunció la gata
negra.
Manto Mellado la miró con desesperación.
—Probablemente me ordene que abandone el
Clan —murmuró, poniéndose de pie y dirigiéndose
hacia la guarida del líder del Clan.
Fauces Amarillas luchó contra el pánico. «¡Estrella
de Cedro no puede echar a Manto Mellado!»
Desesperada por saber qué iba a pasar, siguió a
Manto Mellado y, para su alivio, él la dejó ir con él.
Dentro de la oscura guarida bajo las raíces del roble,
Estrella de Cedro parecía débil, con los ojos un poco
vidriosos mientras luchaba por sentarse.
Manto Mellado agachó la cabeza al entrar, con la
cola caída.
—Lo siento —maulló—. Fallé. Castígame como
quieras.
Estrella de Cedro guardó silencio por un momento.
—Perdimos la batalla —dijo con voz rasposa—.
Pero no fallaste. Me salvaste de las ratas, e hiciste
todo lo posible para ayudar al resto de tus
compañeros de Clan.
—Pero… —Manto Mellado trató de interrumpir.
Estrella de Cedro lo silenció levantando una pata.
—Mantén la cabeza en alto, Manto Mellado. Hay
una posibilidad de derrota en cada batalla. Diste todo
de ti, y no pido nada más.
—¡Yo pido más que tú, entonces! —Manto
Mellado destelló.
—Deberías ser más amable contigo mismo —el
líder del Clan respondió—. Todos podemos aprender
lecciones de hoy. Este método de captura se puede
utilizar con otras presas, de una manera u otra. Por
ahora, el Clan debe concentrarse en curarse y
recuperar nuestras fuerzas. —Inclinó la cabeza hacia
el guerrero—. Me siento honrado de llamarte
compañero de Clan. Y esto demuestra que estás más
que preparado para un aprendiz. Pequeño Nube será
tuyo, tan pronto como esté listo.
Manto Mellado lo miró fijamente.
—¡Gra-gracias, Estrella de Cedro! —balbuceó.
El líder del Clan dejó escapar un ronroneo.
—Ahora ve a descansar.
Fauces Amarillas estaba encantada mientras
seguía a Manto Mellado lejos de la guarida de Estrella
de Cedro. Pero el guerrero atigrado todavía
arrastraba la cola detrás de él y sus hombros estaban
encorvados. Los elogios de Estrella de Cedro no le
habían reconfortado en absoluto.
Al alcanzarlo, Fauces Amarillas susurró:
—Deberías estar orgulloso, como dijo Estrella de
Cedro.
Manto Mellado la fulminó con la mirada.
—¡Nunca estaré orgulloso de la derrota! —siseó.
—Bueno, estúpida bola de pelo, yo estoy orgullosa
de ti —le espetó Fauces Amarillas, dejándole marchar.
• • •
La luna llena derramaba su fría luz sobre los gatos
amontonados en la hondonada de los Cuatro Árboles.
Fauces Amarillas sintió la mirada de cada uno de ellos
fija en ella cuando Bigotes de Salvia anunció que
ahora era una curandera de pleno derecho.
—¡Fauces Amarillas! ¡Fauces Amarillas!
Los aullidos de bienvenida sonaron a su alrededor,
principalmente de los otros curanderos. El corazón de
Fauces Amarillas se hinchó con una mezcla de orgullo
y compañerismo al pensar que era una de ellos,
privilegiada por cuidar de su Clan e interpretar las
señales del Clan Estelar para ellos. «¡Este es
realmente mi destino!»
Entonces se encontró con la mirada de Manto
Mellado. No se había unido a los coreos, sino que la
miraba con el ceño fruncido. Apenas le había dirigido
la palabra en la media luna que había pasado desde
que había hecho los juramentos como curandera.
«¿Por qué no puede entenderlo y alegrarse por mí? —
se preguntó Fauces Amarillas, lanzándole una mirada
más aguda que el pedernal—. Si él va a ser el próximo
líder del Clan de la Sombra, yo seré su curandera, y
tendremos que liderar el Clan codo a codo. ¿Por qué
no puede estar satisfecho con eso?» Sin embargo, no
pudo reprimir una punzada de pesar por lo que había
perdido. En su lugar, Corazón de Raposa se aferraba al
costado de Manto Mellado como un abrojo; ella
estaba allí ahora, inclinándose cerca de él,
susurrándole al oído.
«Cambiará cuando sea líder —decidió Fauces
Amarillas—. Tendrá que aceptar que así son las
cosas.»
Cuando Estrella de Brezo comenzó a hablar, Fauces
Amarillas sintió una extraña sensación de
retorcimiento en su vientre. Se movió entre las hojas
caídas, intentando ponerse cómoda.
Bigotes de Salvia le dio un codazo.
—Quédate quieta —siseó—. No puedo
concentrarme en lo que dice Estrella de Brezo.
—Perdón —murmuró Fauces Amarillas.
—¿Te duele algo? —Bigotes de Salvia preguntó—.
¿Comiste carroña por error?
—Debe ser eso —coincidió Fauces Amarillas.
Pero ella sabía lo que era esa sensación. Ya había
tratado a suficientes reinas preñadas como para
reconocer el temblor de bebés nonatos, incluso antes
de que el vientre de su madre hubiera empezado a
hincharse. Fauces Amarillas trató de bloquear la
sensación, preguntándose cuál de las reinas a su
alrededor podría estar esperando crías. Pero el
retorcimiento continuó, incluso aunque Fauces
Amarillas contuvo la respiración con el esfuerzo de
concentrarse en su propio estómago. Lo que
significaba que esas sensaciones no pertenecían a
otra gata. Estaban realmente dentro de su propio
vientre, pataleando, retorciéndose y creciendo… Una
fría sensación de pavor recorrió el pelaje de Fauces
Amarillas. «¡Ahora soy una curandera! Gran Clan
Estelar, ¡no hay forma de que pueda tener hijos!»
24
Fauces Amarillas salió de su lecho unos días después
de la Asamblea. Cada músculo de su cuerpo
protestaba; se sentía tan agotada como si hubiera
corrido tres veces alrededor de la frontera.
—¿Por qué estás siempre tan cansada estos días?
—le preguntó Bigotes de Salvia mientras Fauces
Amarillas se obligaba a pasar las patas por encima de
las orejas en un esbozado acicalamiento—. También
estás engordando. Quizá si no comieras tanto, podrías
hacer más.
—Tal vez —murmuró Fauces Amarillas.
«Si no fuera una curandera, sabrías cuál es el
problema. Pero ni te imaginas que estoy esperando
cachorros. ¿Qué es lo que voy a hacer?»
Salió de la guarida, se paró en el borde del claro y
observó a sus compañeros de Clan haciendo sus
tareas. Los aprendices estaban sacando un montón
de musgo y helechos de la guarida de los veteranos.
Mientras Fauces Amarillas miraba, Zarpa de Pedernal
enrolló una bola de musgo y la lanzó a la cabeza de
Zarpa Nocturna.
Zarpa Nocturna la golpeó.
—Deja de ser un cerebro de ratón, Zarpa de
Pedernal —maulló—. Así nunca acabaremos.
Zarpa de Pedernal soltó un aullido y se lanzó
contra Zarpa Nocturna.
—¡Soy un guerrero del Clan del Viento! —chilló.
Los dos aprendices lucharon juntos en medio de
los lechos deshechos; Zarpa Negra, Zarpa Cortada y
Zarpa de Fronde se unieron con maullidos alegres,
esparciendo musgo por todas partes. Fauces
Amarillas se preguntó si tenía que intervenir, pero se
dio cuenta de que Zarpa Nocturna, quien era el más
pequeño de los aprendices, estaba dando tanto como
recibía, y la pelea era básicamente de buen carácter.
Un momento después, Flor de Acebo, la madre de
Zarpa Negra, Zarpa de Pedernal y Zarpa de Fronde,
cruzó el claro, agarró a Zarpa de Pedernal por el
pescuezo y lo sacó de la pelea. Los otros aprendices
se sentaron con musgo por todo el pelaje e idénticas
expresiones de decepción.
—¡¿Qué creen que están haciendo?! —preguntó
Flor de Acebo—. Limpien este desastre ahora mismo
y sáquenlo todo del campamento. Si no acaban con
los lechos de los veteranos, no habrá entrenamiento
de batalla más tarde. Yo misma hablaré con sus
mentores.
La amenaza fue suficiente para enviar a los
aprendices corriendo a recoger el musgo disperso y
comenzar a arrastrarlo hacia el túnel. Flor de Acebo
observó hasta que estuvo segura de que todos
estaban trabajando, luego se volvió hacia el montón
de carne fresca. Raya de Lagartija estaba allí,
acabando con un mirlo; sus orejas se agitaron cuando
los aprendices pasaron junto a ella.
—Debes estar contenta de que tus cachorros ya
no estén en tus patas y puedas volver a tus deberes
de guerrera —le comentó a Flor de Acebo.
Flor de Acebo suspiró, mirando tras los
aprendices, que se dirigían al túnel con su carga de
musgo.
—¡Pero los extraño tanto! Parece que ya no me
necesitan para nada.
Raya de Lagartija hizo una mueca como si
accidentalmente hubiera tomado un bocado de
carroña.
—¿No te sentías atrapada mientras estabas en la
maternidad? ¿Perdiendo patrullas y la oportunidad
de cazar para tu Clan?
Fauces Amarillas vio la expresión de desconcierto
de Flor de Acebo.
—¿Por qué me sentiría atrapada? Tener cachorros
para criarlos como guerreros es el deber de toda
reina.
—¿No crees que es injusto? —Raya de Lagartija
protestó—. Los gatos machos pueden cazar y luchar
toda su vida, y aun así tener crías para el Clan.
Flor de Acebo extendió la cola para darle a Raya
de Lagartija un toque amistoso en el hombro.
—¡Creo que eso es duro para los gatos! Espera a
tener crías, Raya de Lagartija, entonces pensarás
diferente.
—En realidad, no. —Raya de Lagartija olfateó.
Flor de Acebo soltó un chillido de emoción.
—¡Oh, Raya de Lagartija, estás esperando
cachorros! ¡Es fabuloso! ¿Son de Garra de Barro?
Raya de Lagartija asintió; Fauces Amarillas no creía
haber visto nunca a una futura madre tan poco
entusiasmada.
—Probablemente solo estés nerviosa —la
tranquilizó Flor de Acebo—. Tener cachorros
cambiará tu vida.
—Pero no quiero que mi vida cambie —Raya de
Lagartija maulló mientras daba azotes con la cola—.
Me gusta mi vida tal y como es ahora. Todo lo que
siempre quise fue ser una guerrera, protegiendo a mi
Clan.
—Bueno, serás una guerrera de nuevo, una vez
que tus cachorros se conviertan en aprendices —
señaló Flor de Acebo.
Su tono razonable pareció molestar aun más a
Raya de Lagartija.
—¿Seis lunas en la maternidad? ¡Me volveré loca!
—exclamó.
—Estarás bien, y tus cachorros también —
prometió Flor de Acebo, que parecía incapaz de creer
que Raya de Lagartija hablaba en serio—. ¡Ahora
tenemos dos curanderas, no lo olvides!
Con un encogimiento de hombros, Raya de
Lagartija se levantó y cruzó el campamento hacia la
guarida de los guerreros. Mirándola fijamente, Fauces
Amarillas se dio cuenta de que su vientre parecía
hinchado, un poco más que el suyo. «Dos camadas,
ninguna de las dos querida.» El pensamiento la hizo
estremecerse. «Oh, cachorros, sí que los quiero —les
dijo a las pequeñas vidas que crecían en su vientre—.
Pero las cosas van a ser complicadas.»
Fauces Amarillas deseaba poder hablar con Raya
de Lagartija, confiarle sus preocupaciones y compartir
la experiencia de tener cachorros por primera vez.
Pero el secreto de Fauces Amarillas era uno que tenía
que soportar sola. Además, ella y Raya de Lagartija
nunca habían sido amigas. «Y desde luego no puedo
decírselo a Manto Mellado. Ha dejado claro que mi
decisión de convertirme en curandera significa que no
puedo tener nada que ver con él.»
En ese momento vio al gato atigrado, que se
dirigía desde la guarida de los guerreros hacia la de
Estrella de Cedro. No estaba segura de si él la había
visto; ciertamente no lo demostró.
—Fauces Amarillas, ¿por qué estás ahí parada
como si estuvieras medio dormida?
Fauces Amarillas se sobresaltó cuando Bigotes de
Salvia salió de la guarida detrás de ella.
—Tenemos que revisar la tos de Ave Pequeña —
continuó la curandera— y llevarle a Colmillo de
Piedra un ungüento de milenrama para sus
almohadillas agrietadas. Y prometiste llevar a Manto
de Nube al bosque de nuevo. Es demasiado pronto
para que salga a menos que haya alguien
experimentado que lo vigile.
—Lo siento, Bigotes de Salvia —Fauces Amarillas
maulló—. Iré a ver a los veteranos, y luego encontraré
a Manto de Nube.
Se puso en marcha hacia la guarida de los
veteranos, sintiéndose completamente cansada,
arrastraba las patas como si estuvieran hechas de
piedra.
Bigotes de Salvia la siguió.
—No olvides el ungüento de milenrama —le pidió.
Sus ojos se entrecerraron y estudió a Fauces Amarillas
más de cerca—. ¿Estás bien? —preguntó—. Has
estado muy cansada últimamente. Los curanderos
también se enferman, ¿sabes?
El pánico se apoderó de Fauces Amarillas ante la
idea de que Bigotes de Salvia descubriera la verdad.
«¿Qué es lo que haría? ¿Despojarme de mi condición
de curandera? ¿Exiliarme del Clan? ¡Este es mi hogar
y mi vida!»
—No, estoy bien —contestó Fauces Amarillas,
tratando de acelerar el paso mientras se dirigía a la
guarida de los veteranos.
«Incluso si están malhumorados y difíciles por lo
cerca que está la estación sin hojas, es mi deber
cuidar de ellos, y lo haré, mientras me lo permitan.»
• • •
—Esta noche es la reunión —comentó Nariz
Inquieta—. Deberíamos ir a la Piedra Lunar.
Había pasado media luna desde que Fauces
Amarillas había soñado con Estrella de Cedro. Desde
entonces no había tenido contacto con el Clan Estelar,
ni siquiera en sueños de violencia y sangre. Sabía que
no podía ir a reunirse con los otros curanderos,
presionar su nariz contra la Piedra Lunar y fingir que
nada había cambiado.
—Ve sin mí —maulló—. No tengo nada que decirle
a ellos ni a nuestros ancestros.
La voz de Nariz Inquieta era urgente.
—No puedes perder la esperanza.
—¡Mientras Estrella Rota lidere este Clan, no hay
esperanza! —Fauces Amarillas gruñó.
—Entonces no renuncies a tus compañeros de
Clan —suplicó Nariz Inquieta—. Ellos te necesitan. Yo
te necesito. Por favor, Fauces Amarillas, tienes que
seguir.
—¿Seguir qué, enterrando cachorros que aún
deberían estar en el vientre de sus madres? —Fauces
Amarillas dejó que su furia se derramara en un
gruñido en voz baja—. ¿Seguir curando heridas de
batallas que no deberían haberse librado? ¿Seguir
enviando a los veteranos al rincón más lejano del
territorio porque su sabiduría se valora menos que la
mugre?
Nariz Inquieta sacudió la cabeza.
—Juré servir al Clan de la Sombra —maulló en voz
baja—, y eso durará más que cualquier líder.
Fauces Amarillas tocó el hombro de Nariz Inquieta
con la cola.
—Tu lealtad es admirable —murmuró—. Elegí bien
cuando te hice mi aprendiz.
Siguiendo a su amigo hacia el claro, Fauces
Amarillas lo vio partir hacia la reunión. Su odio hacia
el Clan Estelar era un nudo frío y duro dentro de ella.
A su alrededor, la vida del Clan continuaba; Patas
Negras dirigía una patrulla fuera del campamento,
mientras los aprendices sacaban lechos de la guarida
de los guerreros. Sin embargo, no había veteranos
tomando el sol en la entrada de su guarida, ni
cazadores que volvían cargados de carne fresca. «El
Clan de la Sombra es victorioso y temido por todos los
Clanes, tal y como Estrella Rota prometió. Pero la
oscuridad yace en su corazón.»
Chillidos emocionados desde el otro lado del claro
sacaron a Fauces Amarillas de su humor oscuro. Su
corazón se animó al ver a los cachorros de Flor
Radiante jugando fuera de la maternidad. Entonces se
dio cuenta de que Pequeña Caléndula se abalanzaba
sobre una bola de musgo, destrozándola con sus
pequeñas garras, mientras Pequeño Menta arrastraba
una pluma por el suelo, jugueteando con ella como si
fuera un enemigo derrotado. «¿Tan jóvenes y ya están
jugando a pelear?»
Fauces Amarillas saltó por el claro.
—Conozco un juego mejor —anunció la gata gris
—. A ver si pueden atrapar mi cola. —Movió la punta
de su cola delante de Pequeño Menta, incitándolo a
que la atrapara.
Ambos cachorros dejaron de hacer lo que estaban
haciendo. Miraron la cola de Fauces Amarillas, luego
se miraron entre ellos, pero ninguno se movió. «Si un
gato me hubiera ofrecido eso a mí o a mis hermanos
—pensó Fauces Amarillas—, su cola ya estaría
destrozada.»
—Bueno —maulló—. ¿Y qué hay de esto? —
Sostuvo su cola a ras del suelo—. Veamos qué tan
alto pueden saltar.
—¿Eso es parte del entrenamiento guerrero? —
chilló Pequeño Menta.
—Bueno, no exactamente —Fauces Amarillas
admitió.
—En ese caso —maulló Pequeña Caléndula con
una educada inclinación de cabeza—, seguiremos
practicando nuestros movimientos de batalla, gracias.
Estrella Rota dijo que es importante que seamos tan
fuertes como podamos antes de que nos dé nuestros
mentores.
Fauces Amarillas recordó sus primeros días en la
maternidad, jugando con Bigotes de Nuez y Baya de
Serbal. «Atacar las colas de los veteranos era lo más
cercano a pelear que teníamos. Sí, fingíamos que eran
invasores del Clan del Viento, pero sabíamos que las
batallas reales estaban a lunas de distancia. Estos
cachorros podrían estar luchando hasta la muerte
para el final de la estación de la hoja verde.»
Observó, con el corazón encogido, cómo Pequeña
Caléndula volvía a su musgo y Pequeño Menta a su
pluma.
Unos momentos después, Flor Radiante salió de la
maternidad y se colocó junto a Fauces Amarillas.
—Ya son muy fuertes —maulló, aunque Fauces
Amarillas pudo ver un destello de miedo en sus ojos.
—Ciertamente son muy vivaces —la curandera
comentó—. ¡Deben mantenerte ocupada!
Su madre asintió.
—Me uniré a los veteranos en cuanto dejen la
maternidad —reveló—. Se siente tan extraño no
tenerlos cerca —añadió—, aunque nunca lo diría
delante de Estrella Rota.
—Deberían estar aquí —maulló Fauces Amarillas.
Flor Radiante echó un rápido vistazo a su
alrededor.
—¡Que nuestro líder no te oiga decir eso!
Fauces Amarillas agitó las orejas.
—Bueno, los veteranos parecen bastante felices
en su nuevo hogar. —Era difícil forzar las palabras
cuando pensó en esa pequeña hondonada en los
pantanos—. Nocturno caza para ellos.
—Y yo le ayudaré cuando vaya a reunirme con
ellos —Flor Radiante declaró—. Estoy deseando que
llegue la tranquilidad. ¡Estoy sintiendo mi edad con
estos cachorros alrededor!
Un pulso de sorpresa recorrió a Fauces Amarillas.
—¡Flor Radiante, no eres vieja!
—Sí, lo soy —ronroneó suavemente su madre—. Y
tú también, Fauces Amarillas. Ninguno de nosotros
sobrevive para siempre.
Fauces Amarillas miró a sus compañeros de Clan,
desde los rastros de gris en el hocico de su madre a
los cachorros luchando con el musgo y la pluma a su
lado. De repente, todo parecía tan frágil como el ala
de una polilla, tan fugaz como una gota de rocío.
«Nada sobrevive para siempre, ni siquiera el Clan de
la Sombra, con Estrella Rota como líder.»
39
—¡Fauces Amarillas, despierta!
Algo estaba pinchando a Fauces Amarillas en el
costado. Abrió los ojos y vio a Flor Radiante junto a su
lecho. Tenía el pelaje erizado y los ojos muy abiertos
por la ansiedad.
—¿Qué pasa? —Fauces Amarillas se puso de pie
de un salto—. ¿Son los cachorros?
Flor Radiante asintió.
—No están en la maternidad. Estaban conmigo
cuando me fui a dormir, ¡pero ahora no están!
—Los encontraremos —Fauces Amarillas maulló
de forma tranquilizadora.
Buscó a Nariz Inquieta para pedirle ayuda en la
búsqueda, pero estaba profundamente dormido tras
el largo viaje desde la Piedra Lunar, y decidió no
molestarlo a menos que fuera necesario. Ahogando
un hilillo de miedo, Fauces Amarillas la guió hacia el
claro. La noche era oscura, la luna se asomaba
irregularmente en un cielo plagado de nubes.
—Probemos primero en la guarida de los
aprendices —sugirió.
Pero cuando ella y Flor Radiante se asomaron a la
guarida solo vieron a los cuatro gatos restantes en
formación, acurrucados y resoplando suavemente
mientras dormían.
—¿La guarida de los guerreros? —Flor Radiante
trató de adivinar.
Cuando asomó la cabeza entre las ramas, Fauces
Amarillas no vio más que oscuros bultos de pelaje
dormido. Metiéndose completamente dentro,
despertó a Cara Cortada, quien estaba más cerca, con
un fuerte tirón de la cola.
—¡Ay! ¡Quítate! —Cara Cortada levantó la cabeza
soñoliento—. Oh, eres tú, Fauces Amarillas. ¿Qué
quieres?
—¿Has visto a los cachorros de Flor Radiante? —le
preguntó—. Han desaparecido.
Cara Cortada negó con la cabeza.
—No están aquí. Pero quizá se hayan escapado
con la patrulla nocturna. Hablaron de que querían
unirse a ella esta noche, pero les dije que tenían que
esperar hasta ser aprendices.
«¡Como si fueran a escuchar!», pensó Fauces
Amarillas.
—Gracias, Cara Cortada —maulló.
El gato marrón volvió a acurrucarse cuando Fauces
Amarillas salió de la guarida y se reunió con Flor
Radiante, que se paseaba por el claro. Su expresión se
aclaró cuando Fauces Amarillas le contó lo que había
dicho Cara Cortada.
—¡Ahí deben de estar! —Flor Radiante exclamó—.
Deberían estar bien si están con sus compañeros de
Clan.
Mientras hablaba, la patrulla nocturna se abrió
paso de vuelta al campamento: Patas Negras lideraba
a Bermeja y a Paso de Lobo. Pequeño Menta y
Pequeña Caléndula no estaban con ellos. Fauces
Amarillas y Flor Radiante se acercaron.
—¿Han visto a mis cachorros? —preguntó Flor
Radiante mientras se detenía delante de Patas
Negras.
Patas Negras negó con la cabeza.
—No. ¿Deberíamos haberlos visto?
Flor Radiante soltó un gemido de terror, y Fauces
Amarillas apoyó la punta de la cola en su hombro.
—Desaparecieron. Cara Cortada pensó que
podrían haber ido con ustedes —le explicó a Patas
Negras.
—Saldremos enseguida a buscarlos —Bermeja
maulló, con la voz llena de preocupación.
Paso de Lobo asintió.
—¿Crees que intentaron seguirnos, pero no
pudieron seguir el ritmo?
—Es posible —admitió Fauces Amarillas.
—Fuimos a través de los árboles y hasta la
frontera con el bosque desconocido —le dijo Bermeja
—, luego a lo largo del Poblado y de vuelta aquí.
—¡Gran Clan Estelar! —exclamó Flor Radiante,
aplanando las orejas en señal de angustia—. ¡Podrían
haber sido robados por Dos Patas!
—Probablemente solo se perdieron —Fauces
Amarillas la calmó—. Solo tienen media luna; no
pueden haber ido muy lejos. Seguiré la ruta de la
patrulla y los buscaré. Y mientras tanto —añadió,
sabiendo lo importante que era mantener ocupada a
Flor Radiante—, deberías registrar a fondo el resto
del campamento. Bermeja, ¿podrías ayudar? —Miró
significativamente a la guerrera, tratando de indicar
que Flor Radiante necesitaba compañía.
—Por supuesto —maulló Bermeja—. Avísame si
quieres que busque en el bosque más tarde.
Fauces Amarillas se apresuró a salir del
campamento y siguió el rastro de la patrulla
nocturna. La capa de nubes se había espesado y la
luna apenas era visible. Fue difícil atravesar los
árboles y la maleza, y Fauces Amarillas se concentró
para no perder el rastro. Entonces oyó el ladrido de
un zorro en algún lugar más adelante y aceleró el
paso. «Espero que no haya encontrado los
cachorros…» Otro olor áspero se mezcló con los
rastros de la patrulla nocturna. El corazón de Fauces
Amarillas empezó a latir con fuerza mientras echaba a
correr, sus fosas nasales se agitaron ante el olor a
sangre. La patrulla nocturna no había informado de
escaramuzas en ninguna de las fronteras, pero en
algún lugar había un gato malherido. El pelaje de
Fauces Amarillas se erizó y todos sus instintos se
agitaron alarmados. «¡Algo está muy mal!»
Atravesó una hilera de árboles y se detuvo en un
pequeño claro. Jadeando con dificultad, miró a su
alrededor y vio un delgado rayo de luz estelar que se
abría paso entre las ramas. Se posaba sobre dos
pequeños montones de pelo, inmóviles como rocas
en el aire frío. Uno carey, otro gris, ambos
destrozados por las mandíbulas de alguna criatura
cruel que ni siquiera se molestó en quedarse a comer
su presa. «¡Oh, no! Clan Estelar, ni siquiera ustedes
podrían ser tan crueles.»
Fauces Amarillas saltó a través del claro hacia
donde yacían los pequeños cuerpos, su sangre
salpicaba los helechos. Se inclinó sobre ellos,
buscando desesperadamente señales de vida, y se
abrió a su dolor con la esperanza de que eso probara
que aún estaban vivos. Pero estaba demasiado
angustiada para estar segura de poder sentir el
destello que le indicaría que aún había esperanza.
Desesperadamente invocando sus habilidades de
curandera, Fauces Amarillas miró a su alrededor en
busca de cualquier cosa cercana con la que pudiera
tratarlos o curar sus heridas. Pero el claro estaba
vacío: ni rastro de telarañas ni de hojas de caléndula.
Aferrándose a los últimos rastros de esperanza,
Fauces Amarillas se enroscó alrededor de los
cachorros, lamiéndoles el pelaje aún caliente.
«¡Vamos, pequeños! ¡Vivan!»
Unos pasos estrepitosos la perturbaron, seguidos
de un gemido espantoso. Fauces Amarillas levantó la
mirada y vio a Flor Radiante al otro lado del claro,
mirando horrorizada. Estrella Rota estaba justo detrás
de ella.
—¿Qué pasó? —preguntó Estrella Rota.
—Los encontré así —Fauces Amarillas contestó,
con la voz temblorosa—. ¡Debe haber sido un zorro!
Estrella Rota olfateó el aire.
—No huelo ningún zorro.
—¡Estaba aquí! —insistió Fauces Amarillas—. Lo oí
justo antes de encontrarlos.
Flor Radiante se acercó y miró a las dos pequeñas
formas.
—¡Mis bebés, mis bebés!
Fauces Amarillas miró fijamente a Estrella Rota.
—¡Tienes que buscar al zorro! ¡Podría estar cerca!
—Fauces Amarillas, solo puedo captar tu olor —
maulló el líder en voz baja—. Vuelve al campamento
conmigo.
—¿Qué hay del zorro?
—Aquí no hay ningún zorro —Estrella Rota gruñó
—. Ven.
Aturdida, Fauces Amarillas se levantó. Su pelaje
estaba pegajoso de sangre y su boca estaba llena del
sabor de la muerte.
—Llevaré a uno de los cachorros —maulló.
—No —ordenó Estrella Rota—. Enviaré guerreros
para que los traigan. Flor Radiante, espera aquí.
Flor Radiante tomó el lugar de Fauces Amarillas y
dobló su cuerpo alrededor de sus cachorros. No miró
a Fauces Amarillas ni a Estrella Rota mientras salían
del claro. Estrella Rota caminó junto a Fauces
Amarillas mientras volvían al campamento. La luna se
estaba poniendo cuando llegaron al claro. El cielo
estaba gris y había un olor a lluvia en el aire. Todos los
gatos habían salido de sus guaridas y buscaban
afanosamente a los cachorros. Guijarro fue el primero
en fijarse en Fauces Amarillas y se detuvo, mirándola
fijamente. Poco a poco, los demás gatos se dieron
cuenta de que había vuelto y dejaron de hacer lo que
estaban haciendo, hasta que Fauces Amarillas sintió
como si la mirada de todos los gatos del Clan
estuviera fija en ella. Podía leer el asombro en sus
ojos, y un destello de inquietud se unió a la pena que
sentía por Pequeño Menta y Pequeña Caléndula.
—Bermeja. Cola de Rana. —La voz de Estrella Rota
cortó el silencio e hizo una seña con la cola—. Sigan
nuestro rastro de olor, y traigan a Flor Radiante y a los
cachorros de vuelta al campamento.
Esperó hasta que los dos guerreros se hubieron
ido, luego cruzó al pie de la Roca del Clan, haciendo
un gesto con la cabeza para que Fauces Amarillas lo
siguiera.
—Acérquense —ordenó al Clan, como si estuviera
demasiado afligido para saltar sobre la roca y
convocarlos formalmente.
Mientras el Clan se reunía, silencioso y aprensivo,
Nariz Inquieta saltó hacia Fauces Amarillas desde la
guarida de los curanderos.
—¿Estás herida? —jadeó—. Toda esa sangre…
—No es mi sangre —se atragantó Fauces
Amarillas, como si al decírselo la terrible verdad fuera
más real—. Es… de los cachorros
Un murmullo atónito se levantó del Clan, y Patas
de Helecho dio un paso adelante, con los ojos
enormes de miedo.
—Dime qué pasó.
—Los encontré en un claro… —empezó Fauces
Amarillas.
Estrella Rota la interrumpió con un azote de su
cola.
—Fauces Amarillas fue a buscar a los cachorros
después de que Flor Radiante le dijera que habían
desaparecido —anunció—. Cuando la encontré,
estaba con los cachorros, pero los dos estaban
muertos. Fauces Amarillas dijo que habían sido
atacados por un zorro.
—¡Un zorro! —exclamó Salamandra Manchada,
con los ojos muy abiertos por el miedo—. ¿En nuestro
territorio? ¡Podría matarnos a todos!
—Tenemos que enviar una patrulla para rastrearlo
—maulló Patas Negras.
Más gritos de miedo llegaron del Clan, pero
Estrella Rota los silenció con un movimiento de la
cola.
—No encontré ningún rastro de zorro cerca de los
cachorros.
—¿Entonces cómo murieron? —preguntó Rabón.
—Sí, ¿cómo? —Patas de Venado repitió—.
¡Tenemos que saberlo!
Estrella Rota se alejó un paso de Fauces Amarillas.
—Solo una gata sabe la verdad —maulló en voz
baja.
Patas de Helecho miró horrorizado a Fauces
Amarillas.
—¿Tú los mataste? —susurró.
—¡Claro que no! —chilló Fauces Amarillas. En sus
peores pesadillas nunca había imaginado que su
propio padre pudiera acusarla de algo tan terrible—.
¡Estaban muertos cuando los encontré!
—No tenemos motivos para creer que Fauces
Amarillas los mató —añadió Estrella Rota—. ¿Por qué
lo haría?
—Ha estado bajo mucha tensión recientemente,
con todas las batallas —señaló Paso de Lobo.
—¡Dijo que no quería tratar mi arañazo porque era
un desperdicio de hierbas! —Zarpa del Alba agregó
con un indignado movimiento de su cola.
—Sí, no ha sido ella misma últimamente —maulló
Espinas Enredadas—. Le pregunté por un dolor en mi
estómago, y prácticamente me arrancó la oreja.
—Pero luego te dio una baya de enebro para
quitarte el dolor —Nariz Inquieta le recordó, pero
ningún gato parecía estar escuchando.
—Actúa como si todo el Clan fuera una molestia —
resopló Rescoldo.
Salamandra Manchada dio un paso adelante con
un siseo furioso.
—¿De verdad estás sugiriendo que Fauces
Amarillas mataría a nuestros propios cachorros para
no tener que tratar sus heridas más tarde?
Hubo un silencio ensordecedor mientras Fauces
Amarillas esperaba a que sus compañeros de Clan se
dieran cuenta de que Salamandra Manchada estaba
hablando con sentido. Lo rompió un aullido de Flor
Radiante, que acababa de entrar en el campamento.
Bermeja y Cola de Rana la siguieron, cada uno llevaba
un lamentable trozo de piel destrozado.
Flor Radiante se abalanzó sobre Fauces Amarillas
con un gruñido.
—¡¿Tú mataste a mis cachorros?!
Fauces Amarillas se quedó paralizada de horror.
Antes de que pudiera reaccionar, Nariz Inquieta saltó
delante de ella.
—¡No seas ridícula, Flor Radiante! —aulló.
Estrella Rota levantó la cola para pedir silencio.
—Nunca sabremos lo que pasó esta noche —
maulló, con la voz entrecortada por el dolor—. Todo
lo que sabemos es que dos jóvenes cachorros, dos
guerreros prometedores, han muerto, y que Fauces
Amarillas estaba con ellos. Fauces Amarillas, como
nuestro curandera, debiste haber hecho algo.
—Lo intenté, pero… —Fauces Amarillas empezó a
protestar.
Estrella Rota la ignoró.
—Bermeja —continuó—, ¿hay alguna prueba de
que ella tratara sus heridas?
A regañadientes Bermeja sacudió la cabeza.
—No, Estrella Rota.
—¡Estaban muertos cuando los encontré! —
exclamó Fauces Amarillas. Su cabeza daba vueltas. No
podía creer que esto le estuviera pasando a ella, que
algún gato se tomara en serio esas locas acusaciones.
—Cola de Rana, ¿sus cuerpos estaban fríos? —
continuó Estrella Rota.
Cola de Rana agachó la cabeza.
—Pues… no.
Aullidos de sorpresa y odio surgieron del Clan.
Baya de Serbal y Bigotes de Nuez se abrieron paso
entre la multitud para ponerse al lado de Fauces
Amarillas, junto con Nariz Inquieta y Salamandra
Manchada, pero sus protestas no fueron escuchadas.
Fauces Amarillas sabía que había demasiadas
sospechas, demasiado dolor por esas últimas muertes
como para esperar una respuesta racional de sus
compañeros de Clan.
Estrella Rota se volvió hacia ella.
—Fauces Amarillas, no puedes quedarte aquí. Por
tu propia seguridad, debes irte.
—¿Quieres decir, u-unirme a los veteranos? —
Fauces Amarillas balbuceó. «Podría estar en paz allí, y
aún así ayudar a mis compañeros de Clan si vienen a
mí.»
—No. —Estrella Rota curvó el labio, mostrando un
atisbo de afilados dientes amarillos—. No puedo
protegerte en este territorio después de lo que pasó.
Tus compañeros de Clan están demasiado enojados
por estas muertes. Tienes que entender que no
quiero hacer esto, pero no tengo elección. Debo
exiliarte del Clan de la Sombra.
Ante sus palabras todo se volvió claro para Fauces
Amarillas, claro como agua de manantial
borboteando de una roca. Ella había amenazado con
hablar con el Clan Estelar sobre lo que Estrella Rota
estaba haciendo, para que lo despojaran de su
liderazgo y de sus nueve vidas. Y esta era su forma de
asegurarse de que eso nunca ocurriera. Ella se había
convertido en un problema y él lo estaba resolviendo.
Fauces Amarillas respiró hondo. Estrella Rota había
hecho callar a este Clan durante demasiado tiempo.
La furia se apoderó de su miedo. Si se callaba más
traicionaría a todos sus compañeros de Clan,
incluyendo la memoria de los cachorros muertos.
—¡Esto es exactamente lo que querías! —siseó—.
¡No podías saber que esos cachorros morirían, pero
esta es tu oportunidad perfecta para deshacerte de
mí! ¡Soy la curandera del Clan de la Sombra! ¡Este es
mi hogar!
Patas Negras dio un paso adelante, con la voz
pesada y arrepentida.
—Ya no, Fauces Amarillas. Ven, te escoltaré hasta
la frontera. —Extendió la cola para apoyarla en su
hombro, pero Fauces Amarillas la apartó.
—¡No me toques! —espetó—. Encontraré mi
propio camino.
Todavía aturdida, tropezó hacia la entrada; sus
compañeros de Clan se separaron para dejarla ir.
—¡Lo siento mucho! —jadeó Nariz Inquieta,
saltando a su lado—. ¡Demostraré que fue un zorro!
¡Volverás pronto! ¡Ven a la próxima reunión de media
luna!
Fauces Amarillas se detuvo en la entrada y le miró.
—Nariz Inquieta —maulló—, has sido un amigo
querido y leal, pero no puedo quedarme aquí. No
mientras Estrella Rota gobierne. Este no es el Clan de
la Sombra al que juré servir. —Mirando a los gatos
agrupados alrededor de la Roca del Clan, añadió—:
Tienen suerte de tenerte. Que el Clan Estelar ilumine
tu camino, siempre.
—Pero, Fauces Amarillas… —se lamentó Nariz
Inquieta.
Fauces Amarillas ya no podía escucharlo. Dándose
la vuelta, se zambulló entre las zarzas y salió
tambaleándose del campamento.
40
Medio loca de dolor y furia, Fauces Amarillas atravesó
el territorio, aullando su rabia a las estrellas.
Encontrándose en el borde de los pantanos, giró sus
patas, alejándose de la guarida de los veteranos. «No
puedo desatar este desastre sobre ellos. Pronto se
enterarán.»
Por fin, la entrada del túnel que llevaba a los
Cuatro Árboles apareció ante Fauces Amarillas.
Obligando a sus patas a llevarla hacia adelante, se
adentró en la oscuridad resonante. El agua goteaba a
su alrededor, con un sonido anormalmente alto, y sus
patas resbalaban en el viscoso suelo del túnel.
Después de lo que parecieron temporadas, Fauces
Amarillas divisó un hueco pálido frente a ella y salió
del túnel para ver que la luz del amanecer se filtraba
en el cielo. Con los miembros pesados por el
cansancio, se tambaleó a través de los últimos tramos
de territorio del Clan de la Sombra, y medio se
arrastró, medio cayó en el hueco donde llegó a
descansar en el refugio de las ramas puntiagudas de
un arbusto de acebo. Fauces Amarillas yacía en la
maleza mientras la luz de la mañana se fortalecía en
un día frío y gris. Pronto empezó a caer una fina
lluvia, pero Fauces Amarillas no tenía energía para
encontrar un refugio mejor. Intentó dormir, pero las
pesadas ramas de los cuatro grandes robles se
cernían sobre ella, crujiendo de un modo
amenazador que más bien parecía un trueno. Fauces
Amarillas se quedó donde estaba, demasiado
aturdida para pensar en moverse o comer, las duras
palabras de sus compañeros de Clan resonaban una y
otra vez en su mente. «Clan Estelar, ¿pueden verme?
¿Saben lo que Estrella Rota ha hecho ahora?» No
hubo respuesta, ni señal de que sus ancestros la
hubieran oído. Si Fauces Amarillas se había sentido
sola antes, eso no era nada comparado con su
soledad ahora.
Finalmente, las hojas muertas de acebo que tenía
debajo comenzaron a punzarle el manto desaliñado, y
se levantó. La noche había vuelto a caer, y la luz de las
estrellas apenas permitía distinguir los cuatro robles
gigantes. No es como que a Fauces Amarillas le
importara. Si el Clan Estelar había renunciado a ella,
los Cuatro Árboles no significaban nada, excepto un
lugar donde demasiados gatos venían a cacarear
sobre victorias vacías cada luna llena. Empezó a
caminar, no porque tuviera que ir a algún sitio, sino
porque estaba cansada de quedarse quieta. Le gruñía
el estómago, pero no tenía hambre. Quizá algún día
volvería a comer, o quizá no. No se molestó en
preocuparse.
Pensó en Pequeña Caléndula y Pequeño Menta,
fríos y quietos en las sombras. Esperaba que ahora
estuvieran en el Clan Estelar, jugando con sus hijas, al
cuidado de Flama Plateada. Estaban mejor allí que en
el Clan de la Sombra, donde Estrella Rota parecía
deleitarse enviando gatos a la muerte antes de que
tuvieran edad suficiente para cazar sus propias
presas. Pero eso no impedía que Fauces Amarillas
tuviera un terrible sentimiento de culpa por no haber
podido ayudarlos. «Oh Pequeña Caléndula, Pequeño
Menta, siento mucho que hayan tenido que morir
solos y asustados. Los habría salvado si hubiera
podido, lo prometo.»
Fauces Amarillas tropezó por el lado de la
hondonada y a través de una línea de helechos que se
enredaron en su manto. Fue vagamente consciente
de unas marcas de olor, las del Clan del Trueno,
pensó, pero no se atrevió a preocuparse. Era una
curandera; podía ir a donde quisiera. O si no era una
curandera, la echarían como a una proscrita, y estaría
hambrienta y perdida en otro lugar. No le importaba.
Sus piernas comenzaron a temblar de cansancio, a
pesar de que apenas se había alejado de los Cuatro
Árboles. Se abrió paso hasta un grupo de helechos y
se echó bajo las verdes frondas. El horror de haber
sido exiliada, su dolor por los cachorros y su
agotamiento minaron sus fuerzas hasta el punto en
que ya no podía bloquear sus sentidos. Su cuerpo se
convulsionó cuando sintió el dolor de las heridas de
sus compañeros de Clan a lo lejos, la agonía de una
zorra dando a luz en algún lugar cercano, el destello
de miedo y angustia cuando un ratón cayó presa de
las zarpas de un guerrero del Clan del Trueno. El
sufrimiento de cada criatura del bosque inundó sus
miembros y asaltó su corazón.
Por fin, exhausta, se durmió.
Fauces Amarillas nunca estuvo segura de cuántos
amaneceres vio desde debajo de los helechos,
despertando y desmayándose constantemente. Sabía
que debía cazar, asearse y buscar refugio lo más lejos
posible de aquellos Clanes malditos por el Clan
Estelar, pero durante mucho tiempo no pudo
convencerse de hacer nada.
Finalmente se dio cuenta de la luz del sol
filtrándose a través de los helechos, calentando su
manto, recordándole los tiempos en que había sido
feliz en su hogar entre los pinos. Una ira que ardía
lentamente comenzó a reemplazar su dolor. «Mi Clan
me desterró, ¡y no he hecho nada malo! ¡No me
rendiré!»
Un hilo de fuerza volvió a sus miembros. Podía
oler agua y oír el gorgoteo de un arroyo cercano.
«Necesito beber, cazar y salir del territorio del Clan del
Trueno.»
Pero cuando se obligó a ponerse de pie, oyó un
débil gruñido en dirección al arroyo. Al asomarse
entre los helechos, vio a un gato joven con un pelaje
del color del fuego que se dirigía directamente hacia
ella con la postura del cazador, como si estuviera
acechando a una presa. Fauces Amarillas se dio
cuenta de que el viento debía de haber llevado su
olor directamente hacia él. «¡Excremento de zorro!
Tenía que aparecer un gato del Clan del Trueno justo
ahora. Seguro que me detendrá si intento escapar.»
Fauces Amarillas desenvainó las garras, hundiéndolas
en el suave suelo del bosque. «Tendré que luchar
para escapar.» Fauces Amarillas se apartó de los
helechos y se arrastró al refugio de un grupo de
arbustos. Ahora la brisa la favorecía a ella y percibía el
olor del Clan del Trueno. El joven gato miró a su
alrededor con expresión perpleja. Volvió a olfatear el
aire, como si no pudiera averiguar qué había pasado
con el olor. «¡Las presas no se quedan quietas,
cerebro de ratón!»
Soltando un gruñido, Fauces Amarillas salió de
entre los arbustos y chocó contra el gato naranja,
tirándolo de lado. Lanzó un chillido de sorpresa.
Fauces Amarillas sintió un placer salvaje cuando sus
patas se aferraron a sus hombros y sus mandíbulas se
cerraron sobre su nuca.
—¡Murr-ouu! —gruñó el joven gato. Durante un
instante luchó por liberarse, pero de repente relajó
los músculos con un aullido de alarma y se quedó
inerte.
Fauces Amarillas, quien seguía inmovilizándolo
con las patas, abrió las fauces y soltó un aullido de
triunfo.
—Ah, un insignificante aprendiz —siseó—. Una
presa fácil para Fauces Amarillas.
Mordió una vez más el cuello del gato del Clan del
Trueno, pero en el mismo momento él se levantó,
explotando con toda la fuerza de un poderoso cuerpo
joven. Fauces Amarillas soltó un gruñido de sorpresa
cuando salió despedida, cayendo de espaldas contra
un arbusto de aulaga.
El gato se estabilizó sobre sus patas y sacudió el
manto.
—No soy una presa tan fácil, ¿eh? —maulló.
Fauces Amarillas se liberó de las ramas espinosas,
siseando maldiciones a las espinas.
—No está mal, joven aprendiz —le espetó—. Pero
¡tendrás que hacerlo mucho mejor!
El joven gato hinchó el pecho.
—Estás en un territorio de caza del Clan del
Trueno. ¡Márchate!
—¿Quién me obligará a hacerlo? —Fauces
Amarillas curvó el labio—. Voy a cazar. Y luego me
marcharé. O quizá me quede un rato…
—Ya basta de cháchara —le espetó el joven gato.
Fauces Amarillas sintió un cambio en él. Se dio
cuenta de que estaba ansioso por luchar, por
defender su territorio y proteger a su Clan. «Para ser
un aprendiz, tiene valor —pensó con un primer
destello de respeto—. Tendré que usar un poco de
astucia aquí…»
Inclinando la cabeza y rompiendo el contacto
visual con el joven gato, empezó a retroceder.
—No hay por qué precipitarse —ronroneó en un
tono sedoso.
El aprendiz no se dejó engañar. Soltó un gruñido
furioso y saltó hacia delante. Fauces Amarillas saltó a
su encuentro, clavándole las garras en los hombros, y
rodaron juntos en un torbellino de garras y dientes. Al
soltarse, Fauces Amarillas se levantó sobre sus patas
traseras y se abalanzó sobre la cabeza del joven gato.
Para su frustración, él se apartó justo a tiempo y sus
dientes se cerraron en el aire vacío a un ratón de
distancia de su oreja. Antes de que Fauces Amarillas
pudiera arremeter de nuevo, el aprendiz la golpeó
con una pata, asestándole un fuerte golpe en la oreja.
Aturdida, se puso a cuatro patas y sacudió la cabeza
para despejarse. Mientras intentaba recuperarse, su
oponente se lanzó hacia ella y le apretó la pata
trasera con fuerza. Fauces Amarillas chilló, dándose la
vuelta para morder la cola del joven gato. La
satisfacción la inundó cuando sus dientes conectaron.
El aprendiz arrancó la cola de su agarre y la azotó con
rabia. Sus ojos verdes brillaban de furia. Fauces
Amarillas se agachó para un nuevo ataque, pero
podía sentir que sus fuerzas menguaban. Su
respiración era entrecortada y el hambre la carcomía
como una rata viva en su estómago. Por un instante,
el gato color fuego dudó. Fauces Amarillas se
abalanzó sobre él para intentar agarrarlo por los
hombros, pero su pierna herida se lo impedía.
—¡Suéltame! —le espetó el aprendiz, arqueando
la espalda en un esfuerzo por arrojarla.
Pero Fauces Amarillas se las arregló para clavar las
garras y se aferró con fuerza, utilizando su mayor
peso para obligar al joven gato a caer al suelo. Él se
retorció tratando de esquivar sus patas traseras, y
una vez más rodaron juntos, mordiéndose y
golpeándose.
Fauces Amarillas sabía que había perdido su
oportunidad de ganar. Sus patas traseras apenas la
sostenían y aflojó su agarre sobre el joven gato.
—¿Ya has tenido bastante? —gruñó.
—¡Jamás! —Fauces Amarillas escupió. Pero su
pata herida cedió y cayó al suelo. Mirando al
aprendiz, siseó—: Si no estuviese tan hambrienta y
cansada, te habría reducido a polvo de ratón. —Su
boca se torció de dolor—. Acaba conmigo. No te lo
impediré.
«Y entonces todo habrá terminado. No más dolor,
no más lucha…»
El joven gato vaciló, había algo en sus ojos que
Fauces Amarillas no pudo leer.
—¿A qué estás esperando? —Fauces Amarillas se
burló de él—. ¡Vacilas como un minino casero!
La rabia se encendió en sus ojos verdes.
—¡Soy un aprendiz de guerrero del Clan del
Trueno! —gruñó.
Fauces Amarillas entrecerró los ojos. Había visto al
gato estremecerse ante sus palabras, y sabía que
había tocado un nervio.
—¡Ja! —resopló—. No me digas que el Clan del
Trueno está tan desesperado que ahora tiene que
reclutar mascotas.
—¡El Clan del Trueno no está desesperado! —siseó
el gato.
—¡Pues entonces demuéstralo! —Fauces
Amarillas lo desafió—. Compórtate como un guerrero
y acaba conmigo. Me harás un favor.
El aprendiz la miró fijamente. Vio cómo sus
músculos se relajaban mientras una chispa de
curiosidad despertaba en sus ojos.
—Pareces tener mucha prisa por morir —maulló.
—¿Ah, sí? Bueno, eso es asunto mío, forraje de
ratón —le espetó Fauces Amarillas—. ¿Qué problema
tienes, minino? ¿Intentas matarme hablando?
Pero el hambre y el cansancio estaban minando
sus fuerzas con cada latido. Sabía que no podía hacer
nada más; estaba a merced de ese gato. «¿Realmente
hemos llegado a esto, Clan Estelar? ¿Es este el final
que merezco?»
—Espera aquí —ordenó por fin el joven gato.
—¿Estás de broma, minino? No voy a ir a ninguna
parte —gruñó Fauces Amarillas, cojeando hacia un
mullido brezo. Se echó y empezó a lamerse la herida
de la pata.
El gato color fuego se dio la vuelta, luego la miró
por encima del hombro con un siseo de exasperación
antes de dirigirse hacia los árboles. Fauces Amarillas
lo vio irse. Seguía entumecida por la conmoción, y ya
no le importaba lo que le pudiera pasar. «¿El Clan del
Trueno me tendrá prisionera o me enviará de vuelta al
Clan de la Sombra?», se preguntó. Sabía que no tenía
fuerzas para salir del territorio del Clan del Trueno
antes de que la encontrara el gato naranja o alguna
otra patrulla. ¿Eso significaba que se estaba rindiendo
sin luchar?
Y sin embargo, había algo en ese pequeño y audaz
aprendiz, alguna chispa que le recordaba a sí misma
cuando era joven.
—No es como que vaya a dejar que lo sepa,
arrogante cerebro de ratón —murmuró.
Esperaría a que volviera. «Ahora no tengo Clan, ni
destino, ni lugar donde estar, ni deberes que atender.
Que el futuro traiga lo que quiera.»
Fauces Amarillas suspiró, pero una tranquila
determinación empezó a crecer en su interior. De
algún modo, se sentía menos sombría, menos
desesperanzada. Aquel no era su hogar, pero los
árboles de ramas gruesas y los helechos susurrantes
le prometían más paz de la que había conocido en
mucho tiempo. No conocía bien a ningún gato del
Clan del Trueno, no conocía bien a nadie —además
de Nariz Inquieta quizá—, pero Estrella Rota los había
criticado por ser demasiado compasivos y blandos
con sus enemigos. Así que tal vez la verían con
amabilidad, una refugiada del problemático Clan al
otro lado de la frontera. Además, lo que le hicieran no
podía ser peor que lo que había hecho su propio hijo.
«¡Mi hijo!» Fauces Amarillas exhaló un largo y
tembloroso suspiro. No podía abandonar el bosque.
Aunque tuviera que buscar refugio en un Clan hostil,
aún le quedaba trabajo por hacer, preguntas que solo
ella podía responder. Venganza que debía buscar en
nombre de Pequeña Caléndula, Pequeño Menta,
Manto de Nube y los veteranos desterrados, todos los
gatos a los que Estrella Rota había destruido con su
ambición. Sola, hambrienta, aplastada por la traición,
Fauces Amarillas hizo el juramento más solemne de
su vida. «Sé que mi camino volverá a cruzarse con el
de Estrella Rota. Y un día haré algo para detener esta
marea de fuego y sangre que ha desatado en el
bosque.»
CÓMIC EXCLUSIVO
Sigue leyendo para ver lo que sucede a continuación
en una aventura de cómic exclusiva…
Creado por
ERIN HUNTER
Escrito por
DAN JOLLEY
Arte por
JAMES L. BARRY
LIBRO ORIGINAL:
“Warriors: Yellowfang’s Secret”
por Erin Hunter.
ARTE DE LA PORTADA:
Wayne McLoughlin.
https://www.facebook.com/groups/1384429135129351/