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Traducción no oficial por Karian, Belu Morison, Milly Mendoza y Ariana Curbelo.

Edición de portada por Isis Arr.


—¿Esto es el Clan Estelar? —llamó Fauces Amarillas
—. ¿Hay alguien ahí?
Un momento después, un pequeño gato de manto
oscuro salió de las sombras. Le echó una larga mirada
a Fauces Amarillas, y solemnemente sacudió la
cabeza.
—Se acerca un gato —maulló—, un gato que
nunca debería haber nacido, cuya vida traerá fuego y
sangre al bosque, y sin embargo, ¡el Clan Estelar es
impotente para detenerlo!
Fauces Amarillas lo miró horrorizada.
—¿No hay nada que podamos hacer?
El gato oscuro agachó la cabeza.
—Solo una cosa puede detener la marea de odio
que este gato maldito de nacimiento traerá: el valor
de una madre para conocer su destino.
Fauces Amarillas jadeó.
—¿Qué quieres decir? ¿Es una profecía?
—Es una advertencia —susurró el gato oscuro.
Dedicatoria
Gracias especiales a Cherith Baldry.
LIBRO ORIGINAL:
“Warriors: Yellowfang’s Secret”
por Erin Hunter.

ARTE DE LA PORTADA:
Wayne McLoughlin.

ARTE DEL CÓMIC:


James L. Barry.

TRADUCCIÓN NO OFICIAL POR:


Karian, Belu Morison, Milly Mendoza y Ariana
Curbelo.

EDICIÓN DE PORTADA POR:


Isis Arr.

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Karian y Milly Mendoza:
Cuarta Saga Principal “El Presagio de las Estrellas”:
1. El Cuarto Aprendiz.
2. Ecos Desvanecidos.
3. Susurros Nocturnos.
4. Presagio Lunar.
5. El Guerrero Olvidado.
6. La Última Esperanza.

La Historia de Carrasca.
La Tormenta de Zarzoso.
Ariana Curbelo y el Clan Nocturno:
• El Viaje de Estrella de Nube. • El Camino de Cuervo.
• La Venganza de Arce Sombrío. • Vientos de Cambio.
• La Decisión de Estrella de Pino. • El Presagio de Estrella
• La Maldición de Pluma de Vaharina.
Ganso. • La Despedida de Cuervo.
• La Profecía de Estrella Azul. • El Silencio de Ala de Tórtola.
• La Deuda de Cola Roja. • La Sombra de Corazón de
• Exiliados del Clan de la Sombra. Tigre.
• El Juicio de Patas Negras. • La Esperanza de Esquiruela.
• Una Sombra en el Clan del Río. Las Raíces de Árbol.
• El Secreto de Ala de Mariposa.

Quinta Saga Principal “Una Visión de Sombras”:


1. La Búsqueda del Aprendiz*
2. Trueno y Sombra.*
3. Cielo Destrozado.*
4. La Noche más Oscura.
5. Río de Fuego.
6. La Tormenta Furiosa.

Sexta Saga Principal “El Código Roto”:


1. Estrellas Perdidas.
2. El Deshielo Silencioso.
3. Velo de Sombras.
4. Oscuridad Interna.
5. El Lugar Sin Estrellas.
6. Una Luz en la Niebla.

*Traducciones del Clan Nocturno y Karian.


Índice
Dedicatoria……………. 3
Filiaciones…………….. 9
Prólogo………………... 22
Capítulo 1…………….. 31
Capítulo 2…………….. 39
Capítulo 3…………….. 52
Capítulo 4…………….. 66
Capítulo 5…………….. 98
Capítulo 6…………….. 115
Capítulo 7…………….. 137
Capítulo 8…………….. 165
Capítulo 9…………….. 192
Capítulo 10…………… 215
Capítulo 11…………… 234
Capítulo 12…………… 245
Capítulo 13…………… 257
Capítulo 14…………… 274
Capítulo 15…………… 292
Capítulo 16…………… 306
Capítulo 17…………… 322
Capítulo 18…………… 339
Capítulo 19…………… 358
Capítulo 20…………… 380
Capítulo 21…………… 399
Capítulo 22…………… 414
Capítulo 23…………… 434
Capítulo 24…………… 451
Capítulo 25…………… 468
Capítulo 26…………… 478
Capítulo 27…………… 491
Capítulo 28…………… 505
Capítulo 29…………… 517
Capítulo 30…………… 540
Capítulo 31…………… 560
Capítulo 32…………… 573
Capítulo 33…………… 589
Capítulo 34…………… 606
Capítulo 35…………… 626
Capítulo 36…………… 639
Capítulo 37…………… 656
Capítulo 38…………… 679
Capítulo 39…………… 699
Capítulo 40…………… 713
Cómic…………………. 725
Filiaciones

CLAN DE LA SOMBRA
Líder
ESTRELLA DE CEDRO (Cedarstar): gato
gris
muy oscuro con el estómago blanco.

Lugarteniente
COLMILLO DE PIEDRA (Stonetooth):
atigrado gris de largos colmillos.

Curandera
BIGOTES DE SALVIA (Sagewhisker):
gata blanca de largos bigotes.

Guerreros
(gatos y gatas sin crías)
COLA DE CUERVO (Crowtail): gata negra atigrada.
PATAS DE HELECHO (Brackenfoot): gatorojizo claro
con piernas oscuras. Padre de Pequeña Amarilla.

OJO RAYADO (Archeye): gato gris atigrado con


rayas negras y una gruesa raya sobre el ojo.
Aprendiz: ZARPA DE RANA.

FLOR DE ACEBO (Hollyflower):


gata blanca y gris oscuro.
Aprendiza: ZARPA DE SALAMANDRA.

GARRA DE BARRO (Mudclaw): gato gris con patas


marrones.

BRINCO DE SAPO (Toadskip): gatomarrón oscuro


atigrado con manchas y piernas blancas.
Aprendiza: ZARPA DE CENIZA.

ORTIGA MANCHADA (Nettlespot):


gata blanca con motas rojizas.

RATÓN ALADO (Mousewing): gato negro de largo y


grueso pelaje.

SALTO DE CIERVA (Deerleap): gata gris atigrada con


piernas blancas.
HOJA ÁMBAR (Amberleaf): gata naranja oscuro
con piernas y orejas marrones.

VUELO DE PINZÓN (Finchflight): gato negro y


blanco.

ALA DE VENTISCA (Blizzardwing): gato blanco


moteado.

RAYA DE LAGARTIJA (Lizardstripe): gatamarrón


claro atigrado de ojos amarillos.

Aprendices
(de más de seis lunas, se entrenan para
convertirse en guerreros)

ZARPA DE RANA (Frogpaw): gato gris oscuro.

ZARPA DE SALAMANDRA (Newtpaw): negra y rojiza.

ZARPA DE CENIZA (Ashpaw): gata


gris claro con ojos azules.
Reinas
(gatas embarazadas o al cuidado de crías
pequeñas)

TORMENTA DE PLUMAS (Featherstorm): gata marrón


atigrada. Madre de Pequeño Mellado (Raggedkit:
marrón oscuro atigrado) y Pequeño Abrasador
(Scorchkit: rojizo atigrado).

FLOR RADIANTE (Brightflower): atigrada naranja.


Pareja de Patas de Helecho; madre de Pequeña
Amarilla (Yellowkit: gatita gris oscuro), Pequeño
Nuez (Nutkit: gatito marrón), y Pequeña Serbal
(Rowankit: color marrón y crema).

CHARCA NUBLADA (Poolcloud): gata blanca y gris.

Veteranos
(antiguos guerreros y reinas, ya retirados)

AVE PEQUEÑA (Littlebird): pequeña gata anaranjada.

FAUCES DE LAGARTO (Lizardfang): gato atigrado


marrón claro con un diente ganchudo.
FLAMA PLATEADA (Silverflame): gatanaranja
y gris. Madre de Flor Radiante.
CLAN DEL TRUENO
Líder
ESTRELLA DE PINO (Pinestar): gato
marrón rojizo de ojos verdes.

Lugarteniente
CAÍDA DEL SOL (Sunfall): gato naranja
brillante de ojos amarillos.

Curanderos
PLUMA DE GANSO (Goosefeather): gato
gris moteado con ojos azul claro.
Aprendiz: ZARPA PLUMOSA (Featherpaw: gato
plateado claro de brillantes ojos ámbar).

Guerreros
FAUCES DE VÍBORA (Adderfang): gatomarrón
moteado atigrado con ojos amarillos.

LEONINO (Tawnyspots): gato gris


claro atigrado de ojos ámbar.
MANTO DE GORRIÓN (Sparrowpelt): gran gato
marrón oscuro atigrado de ojos amarillos.

OREJITAS (Smallear): gato gris


de orejas muy pequeñas.
Aprendiza: ZARPA BLANCA (Whitepaw: gata gris
claro, ciega de un ojo).

ALA DE PETIRROJO (Robinwing): pequeñagata


marrón con una mancha rojiza en el pecho
y ojos ámbar.

MANTO BORROSO (Fuzzypelt): macho negro


de pelaje puntiagudo y ojos amarillos.

VUELO DE VIENTO (Windflight): gato


gris atigrado de ojos verde claro.
Aprendiza: ZARPA MOTEADA (Dapplepaw: gata
carey con un característico manto moteado).

Reinas
BRISA VELOZ (Swiftbreeze): gata
atigrada con
blanco y ojos amarillos.

FLOR DE LUNA (Moonflower): gata gris plateado.


Veteranos
BIGOTES DE HIERBA (Weedwhisker): gato
naranja claro con ojos amarillos.

PATAS SUSURRANTES (Mumblefoot): gato marrón,


levemente torpe, con ojos ámbar.

CANTO DE ALONDRA (Larksong):


gata carey de claros ojos verdes.
CLAN DEL VIENTO
Líder
ESTRELLA DE BREZO (Heatherstar):
gata gris rosáceo con ojos azules.

Lugarteniente
JUNCO PLUMOSO (Reedfeather): gato marrón claro.

Curandero
CORAZÓN DE HALCÓN (Hawkheart): gato moteado
color café oscuro y ojos amarillos.

Guerreros
RAYA DEL AMANECER (Dawnstripe): gata atigrada
dorada clara con rayas color crema.
Aprendiz: ZARPA ALTA (Tallpaw: gran
gato negro y blanco con ojos ámbar).

GARRA ROJA (Redclaw): gato rojizo.


Aprendiz: ZARPA DE MUSARAÑA (Shrewpaw: gato
marrón oscuro de ojos amarillos).
Veterano
BAYA BLANCA (Whiteberry): pequeño gato
completamente blanco.
CLAN DEL RÍO
Líder
ESTRELLA DE GRANIZO (Hailstar):
gato gris de largo pelaje.

Lugarteniente
CORAZÓN DE CARACOLA (Shellheart):
macho gris moteado.

Curanderas
PELAJE DE LECHE (Milkfur): atigrada gris y blanca.
Aprendiza: ZARPA DE ZARZAL (Bramblepaw: gata de
pelaje blanco salpicado de manchas negras y ojos
azules).

Guerreros
GARRA RIZADA (Rippleclaw): gato negro y plateado.

PELAJE DE LEÑA (Timberfur): gato marrón.

PELAJE DE BÚHO (Owlfur): gato marrón y blanco.


NUTRIA MANCHADA (Ottersplash): gata blanca y
naranja claro.

Reinas
TALLO DE LIRIO (Lilystem): gata gris.

COLA DE GAMA (Fallowtail): gata marrón


claro de ojos azules y suave pelaje.

Veterano
GARRA DE TRUCHA (Troutclaw): gato atigrado gris.
GATOS DESVINCULADOS DE LOS
CLANES

MERMELADA (Marmalade): gato rojizo grande.

PIXIE: gata blanca y esponjosa.


COLORADA (Red): gata de color rojizo oscuro.

GUIJARRO (Boulder): gato gris.

URRACA (Jay): gata anciana color blanco y negro.

HAL: gato atigrado marrón oscuro.


Prólogo
La luz de las estrellas brillaba en una gran caverna a
través de un agujero irregular en el techo. El tenue
brillo plateado fue suficiente para mostrar una roca
alta que sobresalía del piso en el centro de la cueva,
flanqueada por paredes de roca elevadas, y en un
lado, el agujero oscuro y enorme de la entrada de un
túnel. Las sombras en la boca del túnel se espesaron
y seis gatos emergieron a la caverna. Su líder, un gato
gris moteado con pelaje desordenado y apelmazado,
se acercó a la roca y se volvió hacia los demás.
—Bigotes de Salvia, Corazón de Halcón, Pelaje de
Leche —comenzó, asintiendo con la cabeza a cada
gato mientras los nombraba—, nosotros, los
curanderos de los cuatro Clanes, estamos aquí para
llevar a cabo una de nuestras ceremonias más
importantes: la creación de un nuevo aprendiz de
curandero.
Dos gatos más se demoraban junto a la entrada
del túnel, con las pupilas enormes en la penumbra.
Uno de ellos movió las patas como si se hubieran
congelado en la fría piedra.
—Por el bien del Clan Estelar, Pluma de Ganso,
adelante —murmuró Corazón de Halcón con un
movimiento impaciente de su cola.
Pluma de Ganso lo fulminó con la mirada y luego
se volvió hacia los dos gatos jóvenes junto al túnel.
—Zarpa Plumosa, ¿estás listo? —preguntó.
El más grande de los dos, un gato de pelaje
plateado, asintió con nerviosismo.
—Supongo que sí —maulló.
—Entonces ven aquí y ponte delante de la Piedra
Lunar —dirigió Pluma de Ganso—. Pronto será el
momento de compartir lenguas con el Clan Estelar.
Zarpa Plumosa vaciló.
—Pero yo… no sé qué decir cuando conozca a
nuestros antepasados.
—Lo sabrás —le dijo la otra gata joven. Su pelaje
blanco brilló cuando le tocó el hombro con el hocico
—. Será increíble, ya verás. ¡Tal como fue cuando me
convertí en aprendiza de Pelaje de Leche!
—Gracias, Zarpa de Zarzal —murmuró Zarpa
Plumosa.
Se acercó a Pluma de Ganso, mientras Bigotes de
Salvia, Pelaje de Leche y Corazón de Halcón se
sentaron a un par de colas de distancia. Zarpa de
Zarzal ocupó su lugar al lado de su mentora.
De repente, la luna apareció por el agujero en el
techo, arrojando una deslumbrante luz blanca hacia
la cueva. Zarpa Plumosa se detuvo y parpadeó de
asombro cuando la Piedra Lunar despertó con vida
brillante, resplandeciente de plata.
Pluma de Ganso dio un paso adelante para pararse
frente a él.
—Zarpa Plumosa —maulló—, ¿es tu deseo
compartir el conocimiento más profundo del Clan
Estelar como curandero del Clan del Trueno?
Zarpa Plumosa asintió.
—Sí —respondió, su voz salió como un graznido
sin aliento. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo
—. Lo deseo.
—Entonces, sígueme.
Pluma de Ganso se giró, haciéndole señas con la
cola y dio los pocos pasos que lo separaban de la
Piedra Lunar. Sus ojos azul pálido brillaban como
lunas gemelas mientras hablaba.
—Guerreros del Clan Estelar, les presento a esta
aprendiz. Ha escogido la senda del curanderismo.
Concédanle su sabiduría y perspicacia para que pueda
comprender sus caminos y sanar a su Clan de acuerdo
con su voluntad. —Moviendo su cola hacia Zarpa
Plumosa, susurró—: Échate aquí y pega la nariz
contra la piedra.
Rápidamente Zarpa Plumosa obedeció,
acomodándose cerca de la piedra y extendiéndose
para tocar su superficie resplandeciente con la nariz.
Los otros curanderos se acercaron a él, tomando
posiciones similares alrededor de la piedra. En el
silencio y la luz brillante, el nuevo aprendiz de
curandero cerró los ojos.

Los ojos de Zarpa Plumosa se abrieron


parpadeando y se incorporó de un salto. Estaba de
pie, hundido hasta el pecho en un pasto exuberante,
en un claro de un bosque iluminado por el sol. Por
encima de su cabeza, los árboles se agitaban con la
cálida brisa. El aire estaba cargado de olor a presas y
helechos húmedos.
—¡Hola, Zarpa Plumosa!
El joven gato se dio la vuelta. Acercándose a él a
través del pasto había una gata atigrada y blanca con
ojos azules; ella le dio un movimiento amistoso con la
cola mientras se acercaba.
Zarpa Plumosa la miró fijamente.
—¡P-Pelaje de Malva! —jadeó—. ¡Te he extrañado
mucho!
—Puede que ahora sea una guerrera del Clan
Estelar, pero siempre estoy contigo, querido —
ronroneó Pelaje de Malva—. Es bueno verte aquí,
Zarpa Plumosa. Espero que sea la primera vez de
muchas.
—Yo también lo espero —Zarpa Plumosa
respondió.
Pelaje de Malva siguió caminando, atravesando el
pasto hasta que se unió a un gato rojizo en el borde
de los árboles; juntos, los dos gatos del Clan Estelar
desaparecieron entre la maleza. Cerca del lugar
donde habían desaparecido, otro guerrero del Clan
Estelar estaba agachado junto a un pequeño
estanque, lamiendo el agua. Unos latidos más tarde,
una ardilla atravesó el claro y trepó por el tronco de
un roble, con dos más de los antepasados estrellados
de Zarpa Plumosa pisándole la cola.
Zarpa Plumosa escuchó que llamaban de nuevo su
nombre.
—¡Oye, Zarpa Plumosa! ¡Aquí!
El aprendiz de curandero miró el claro a su
alrededor. Su mirada se posó en un gato negro, casi
oculto en las sombras bajo un acebo. Era pequeño y
delgado, con su hocico gris por la edad.
El gato de pelaje oscuro hizo una seña con la cola.
—¡Aquí! —repitió, con la voz baja y urgente—. ¿Se
te atascaron las patas en la tierra?
Zarpa Plumosa se abrió paso a empujones a través
del pasto hasta que se paró frente al gato.
—¿Quién eres tú? ¿Qué quieres?
—Mi nombre es Manto de Topo —respondió el
gato—. Tengo un mensaje para ti.
Los ojos de Zarpa Plumosa se abrieron de par en
par.
—¿Un mensaje del Clan Estelar, mi primera vez
aquí? —respiró—. Vaya, eso es genial.
Manto de Topo dejó escapar un gruñido irritado.
—Puede que no lo creas cuando hayas escuchado
lo que es.
—Continúa.
Manto de Topo lo miró fijamente con una gélida
mirada verde.
—Una fuerza oscura está en camino —dijo con voz
ronca—, con el poder de perforar profundamente el
corazón del Clan del Trueno. Y será traído por una
curandera del Clan de la Sombra.
—¡¿Qué?! —La voz de Zarpa Plumosa se convirtió
en un chillido agudo—. Eso no puede ser cierto. Los
curanderos no tienen enemigos y no causan
problemas a otros Clanes.
Manto de Topo ignoró su protesta.
—Hace mucho tiempo, yo era el curandero del
Clan de la Sombra
—prosiguió—. Mis compañeros de Clan y yo le
hicimos un gran daño a otro Clan, un Clan que
pertenecía al bosque tanto como cualquiera de
nosotros, pero que fue expulsado por nuestro
egoísmo y duro corazón. Entonces supe que lo que
habíamos hecho estaba mal y he esperado, con el
corazón lleno de pavor, a que los Clanes fueran
castigados.
—¿Castigados? ¿Cómo? —preguntó Zarpa
Plumosa con voz ronca.
—¡El tiempo ha llegado! —Los ojos verdes de
Manto de Topo estaban muy abiertos y parecía estar
mirando a lo lejos—. Un veneno brotará del corazón
del Clan de la Sombra y se extenderá a todos los
demás Clanes. —Su voz se convirtió en un suave y
misterioso lamento—. ¡Una tormenta de sangre y
fuego barrerá el bosque!
Zarpa Plumosa miró al viejo gato con horror. Antes
de que pudiera hablar, un poderoso gato blanco y
negro se abrió paso a través de un grupo de helechos
y se acercó al acebo.
—Manto de Topo, ¿qué estás haciendo? —
demandó—. ¿Por qué le estás contando todo esto a
un aprendiz del Clan del Trueno? ¡No sabes si este es
el momento!
Manto de Topo resopló.
—¡Una vez fuiste mi aprendiz, Vientre Hueco, y no
lo olvides! Sé que tengo razón.
Vientre Hueco miró a Zarpa Plumosa, luego de
nuevo a Manto de Topo.
—Las cosas son diferentes ahora —maulló.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué va a pasar? —
preguntó Zarpa Plumosa, con la voz temblorosa.
Vientre Hueco lo ignoró.
—No hay razón para castigar al Clan de la Sombra
—continuó—. Lo que pasó fue hace demasiado
tiempo. El código del curandero mantendrá a los
Clanes a salvo.
—Eres un tonto, Vientre Hueco —gruñó Manto de
Topo—. El código del curandero no puede hacer nada
para salvar a los Clanes.
—¡No lo sabes con seguridad! —Cuando Manto de
Topo no respondió, Vientre Hueco se volvió hacia
Zarpa Plumosa—. Por favor, no digas nada sobre esto
—maulló—. No hay necesidad de esparcir alarmas, no
cuando el futuro se pierde en la niebla incluso para el
Clan Estelar. Prométeme que no se lo dirás a ninguno
de tus compañeros de Clan. ¡Promételo por la vida de
tus antepasados!
Zarpa Plumosa parpadeó.
—Lo prometo —susurró.
Vientre Hueco asintió.
—Gracias, Zarpa Plumosa. Cuídate. —Empujando
a Manto de Topo para que se levantara, se llevó al
viejo curandero a los árboles.
Zarpa Plumosa los siguió con la mirada. Después
de unos pocos latidos, salió de debajo del acebo y se
tambaleó hacia el claro iluminado por el sol.
—¡Incluso si Manto de Topo estaba diciendo la
verdad, no tiene sentido! —maulló en voz alta—.
¿Cómo puede el Clan del Trueno ser amenazado por
una curandera del Clan de la Sombra?
1
—¡Guerreros del Clan de la Sombra, ¡ataquen!
Pequeña Amarilla salió disparada de la maternidad
y atravesó el campamento del Clan de la Sombra. Sus
hermanos, Pequeño Nuez y Pequeña Serbal, corrieron
tras ella.
Pequeño Nuez se abalanzó sobre una piña que
estaba al pie de uno de los pinos que sobresalían del
claro.
—¡Es un guerrero del Clan del Viento! —chilló,
golpeándolo con sus diminutas patas marrones—.
¡Fuera de nuestro territorio!
—¡Caza-conejos! —Pequeña Serbal sacó las
garras, gruñendo—. ¡Ladrones de presas!
Pequeña Amarilla saltó a un zarcillo descarriado de
las zarzas que rodeaban el campamento; sus patas se
enredaron en él y perdió el equilibrio, rodando en
una bola con patas y cola. Se puso de pie y se agachó
frente a la zarza, mostrando los dientes en un
gruñido.
—¿Quieres hacerme tropezar? —chilló,
rastrillando con sus garras a través de las hojas—.
¡Toma eso!
Pequeño Nuez comenzó a explorar el claro,
mirando a su alrededor con los ojos ámbar
entrecerrados.
—¿Pueden ver más guerreros del Clan del Viento
en nuestro territorio? —preguntó.
Pequeña Amarilla vio a un grupo de veteranos
compartiendo lenguas en un rayo de luz solar.
—¡Sí! ¡Por ahí! —ella gritó.
Pequeño Nuez y Pequeña Serbal la siguieron
mientras corría por la dura tierra marrón y se detenía
frente a los veteranos.
—¡Guerreros del Clan del Viento! —Pequeña
Amarilla comenzó, tratando de sonar tan digna como
su líder de Clan, Estrella de Cedro—. ¿Están de
acuerdo en que el Clan de la Sombra es el mejor de
todos los Clanes? ¿O necesitan sentir nuestras garras
en su pelaje para persuadirlos?
Ave Pequeña, con su rojizo pelaje brillando en la
cálida luz, se sentó, dando a los otros veterano una
mirada divertida.
—No, son demasiado feroces para nosotros —
maulló—. No queremos pelear.
—¿Prometen dejar que nuestros guerreros crucen
su territorio cuando quieran? —Pequeña Serbal
gruñó.
—Lo prometemos. —Flama Plateada, la madre de
Flor Radiante, la mamá de Pequeña Amarilla, se tiró
al suelo y parpadeó con miedo hacia los cachorros.
Fauces de Lagarto se apartó de los tres cachorros,
moviendo sus delgadas extremidades marrones.
—El Clan de la Sombra es mucho más fuerte que
nosotros.
—¡Sí! —Pequeña Amarilla rebotó en el aire—. ¡El
Clan de la Sombra es el mejor! —En su emoción, saltó
encima de Pequeño Nuez, rodando una y otra vez con
él en un nudo de pelaje gris y marrón.
«¡Voy a ser la mejor guerrera del mejor Clan del
bosque!», pensó con regocijo.
Se separó de Pequeño Nuez y se puso de pie.
—Ahora eres un guerrero del Clan del Viento —
instó—. ¡Conozco algunos movimientos de batalla
increíbles!
—¿Movimientos de batalla? —interrumpió una
voz desdeñosa—. ¿Tú? ¡Eres solo una cachorra!
Pequeña Amarilla se dio la vuelta para ver a
Pequeño Mellado y su hermano, Pequeño Abrasador,
de pie a un par de colas de distancia.
—¿Y tú qué eres? —ella exigió, enfrentando al
gran gato atigrado oscuro—. Pequeño Abrasador y tú
todavía eran cachorros la última vez que miré.
—Pero pronto seremos aprendices —replicó
Pequeño Mellado—. Pasarán lunas y lunas antes de
que tú empieces a entrenar.
—Si. —Pequeño Abrasador se lamió una pata
rojiza y se la pasó por la oreja—. Seremos guerreros
para entonces.
—¡En sus sueños!
Pequeña Serbal saltó para pararse junto a
Pequeña Amarilla, mientras que Pequeño Nuez la
flanqueaba del otro lado.
—Hay conejos que serían mejores guerreros que
ustedes dos.
Pequeño Abrasador se agachó, sus músculos se
tensaron para saltar sobre ellos, pero Pequeño
Mellado lo bloqueó con la cola.
—No valen la pena —maulló altivamente—.
Vamos, enanos, mírennos y les mostraremos algunos
movimientos de batalla reales.
—¡Ustedes no son nuestros mentores! —gritó
Pequeño Nuez—. Todo lo que saben hacer es
estropear nuestro juego.
—¡Su juego! —Pequeño Mellado puso los ojos en
blanco—. Como si no fuesen a entrar chillando en la
maternidad si el Clan del Viento realmente atacara
nuestro campamento.
—¡No lo haríamos! —Pequeña Serbal exclamó.
Pequeño Mellado y Pequeño Abrasador la
ignoraron y les dieron la espalda a los cachorros más
jóvenes.
—Tú me atacarás primero —ordenó Pequeño
Abrasador.
Pequeño Mellado pasó corriendo junto a su
hermano y le dio un golpe en la oreja. Pequeño
Abrasador se giró y se abalanzó sobre la cola de
Pequeño Mellado. El cachorro marrón rodó sobre su
espalda, con las cuatro patas listas para defenderse.
Molesta como estaba, Pequeña Amarilla no pudo
evitar admirar a los gatos mayores. Sus patas
ansiaban practicar sus movimientos de batalla, pero
sabía que ella y sus hermanos solo serían la burla si lo
intentaban.
—¡Vamos! —Pequeño Nuez le dio un empujón—.
Vamos a ver si hay ratones en las zarzas.
—No atraparán ninguno, incluso si los hay —
maulló Pequeño Mellado, levantándose y sacudiendo
los escombros de su pelaje.
—No estaba hablando contigo. —El pelaje de
Pequeño Nuez se erizó y mostró unos dientes
diminutos y afilados como espinas—. ¡Minino casero!
Por un momento, los cinco gatitos se congelaron.
Pequeña Amarilla podía sentir su corazón latiendo
con fuerza. Al igual que sus hermanos, había oído a
los veteranos chismorrear, preguntándose quién
había sido el padre de Pequeño Mellado y Pequeño
Abrasador, preguntándose unos a otros si era cierto
que la pareja de Tormenta de Plumas había sido un
minino casero. La joven gata había ido a vagar a
menudo por el Poblado de los Dos Patas y nunca
había sido obviamente cercana a ninguno de los gatos
del Clan. Pero Pequeña Amarilla sabía que era algo
que nunca, nunca debías decir en voz alta.
Pequeño Mellado se acercó un poco más a
Pequeño Nuez, con las patas rígidas por la furia.
—¿Cómo me llamaste? —gruñó, con su voz
peligrosamente tranquila.
Los ojos de Pequeño Nuez estaban muy abiertos y
asustados, pero no retrocedió.
—¡Minino casero! —repitió él.
Un gruñido bajo salió de la garganta de Pequeño
Mellado. La mirada de Pequeño Abrasador se
oscureció y flexionó sus garras. Ninguno de los dos se
parecía en nada a una mascota suave y esponjosa.
Pequeña Amarilla se preparó para defender a su
hermano.
—¡Pequeño Nuez!
Pequeña Amarilla se volvió al oír la voz de su
madre. Flor Radiante estaba de pie junto al arbusto
espinoso que protegía el hueco de la maternidad. Su
cola atigrada naranja se movía con molestia.
—Pequeño Nuez, si no puedes jugar con sensatez,
será mejor que vuelvas aquí. Ustedes también,
Pequeña Amarilla y Pequeña Serbal. No les permitiré
pelear.
—No es justo —Pequeño Nuez murmuró mientras
los tres hermanos comenzaban a caminar hacia la
maternidad. Raspó sus patas a través de las acículas
de pino en el suelo—. Ellos empezaron.
—Son solo mininos caseros estúpidos —susurró
Pequeña Serbal.
Pequeña Amarilla no pudo resistirse a mirar por
encima de su hombro cuando llegó al arbusto
espinoso. Pequeño Mellado y Pequeño Abrasador
estaban en medio del claro, mirándolos con furia. La
fuerza de la ira de Pequeño Mellado la asustó y le
fascinó al mismo tiempo. Detrás de ella podía sentir
algo más: un espacio negro que resonaba con
temerosos interrogantes. Pensó en su propio padre,
Patas de Helecho, que contaba historias de patrullas,
cacerías y Asambleas en los Cuatro Árboles, que
dejaba que sus cachorros saltaran sobre él y fingía
que era un zorro para que ellos pudieran atacarlo.
Pequeña Amarilla lo amaba y quería ser como él.
«¿Cómo se sentirá no saber quién es tu padre?
¿Especialmente si todos los gatos piensan que es una
mascota?»
Entonces Pequeña Amarilla se dio cuenta de que
la mirada de Pequeño Mellado se había cruzado con
la de ella. Con un chillido de alarma, se agachó debajo
de las ramas y cayó a la maternidad tras sus
hermanos.
2
—Estoy aburrido —se quejó Pequeño Nuez—. Vamos
a jugar en la guarida de los guerreros.
Pequeña Amarilla lo miró parpadeando.
—¿Tienes cerebro de ratón? Los guerreros nos
arrancarán la piel.
Habían pasado tres amaneceres desde la pelea
con Pequeño Mellado y Pequeño Abrasador. Pequeña
Amarilla todavía se sentía incómoda a su alrededor y
trataba de evitarlos en el campamento.
—¡Eres una ratona asustadiza! —Pequeño Nuez se
burló de ella. Vamos, mira debajo del arbusto. ¡Te
reto!
«No puedo dar marcha atrás ahora», pensó
Pequeña Amarilla, preparándose mientras miraba a
través del claro hacia la espesa zarza donde dormían
los guerreros. Como todas las guaridas del Clan de la
Sombra, la suya era un hueco poco profundo en el
suelo, protegido por espinas entrelazadas y
encerrado por un círculo de zarzas. Las guaridas
rodeaban un claro debajo de pinos, con la entrada al
campamento en un extremo y una gran roca cubierta
de líquenes, conocida como la Roca del Clan, en el
otro.
Pequeña Serbal dio un empujón a Pequeña
Amarilla.
—¡No lo hagas! Flor Radiante nos está mirando.
Mira allá. —Inclinó las orejas hacia donde Flor
Radiante y Patas de Helecho compartían un campañol
junto a la pila de carne fresca.
Entre bocados, Flor Radiante estaba volviendo la
cabeza para revisar sus cachorros.
Una ola de afecto por su madre se apoderó de
Pequeña Amarilla. «Me alegro de parecerme a ella»,
pensó. Una vez había visto su propio reflejo en un
charco y casi pensó que estaba mirando una pequeña
copia de Flor Radiante. Aunque su pelaje era gris, no
atigrado naranjada como el de su madre, tenía la
misma cara ancha y plana, nariz chata y ojos
ambarinos muy abiertos. «Quiero ser justo como ella,
y justo como mi padre —pensó Pequeña Amarilla—.
Una guerrera y una reina. Tendré muchos cachorros y
los criaré para que sean grandes guerreros para
nuestro Clan.»
—¡Conozco un juego! —ella anunció—. Ustedes
serán mis cachorros y yo les enseñaré cómo atrapar
ranas.
—¡Bueno! —Pequeña Serbal se sentó frente a
Pequeña Amarilla y envolvió su cola cuidadosamente
alrededor de sus patas.
Pequeño Nuez puso los ojos en blanco, pero no
dijo nada mientras se sentaba junto a Pequeña
Serbal.
Pequeña Amarilla dejó escapar un siseo.
—Nunca vi cachorros tan desarreglados —regañó
—. Pequeño Nuez, ¿has estado dando vueltas por las
zarzas? Y Pequeña Serbal, solo mira el pelaje de tu
pecho. ¡Dale una buena lamida ahora mismo!
Pequeña Serbal dejó escapar una pequeña mueca
de diversión mientras comenzaba a lamer el pelaje de
su pecho. Pequeño Nuez se retorció mientras
Pequeña Amarilla usaba sus garras para quitar
espinas imaginarias de su pelaje.
—Este es un juego tonto —murmuró él—. Y tu
manto tampoco está tan bien.
Pequeña Amarilla le dio un ligero zarpazo
alrededor de la oreja.
—¡No te atrevas a hablarle así a tu madre!
Ella retrocedió, revisando cuidadosamente el
pelaje de sus hermanos, luego asintió.
—Mucho mejor. Ahora, cachorros, escuchen.
Vamos a aprender a atrapar una rana. ¡Pequeño
Nuez, presta atención! —Movió la cola sobre la oreja
de su hermano mientras él observaba el vuelo
entrecortado de una mariposa blanca—. Lo más
importante para recordar acerca de las ranas es que
saltan.
—¿Puedo ser la rana? ¿Puedo? —Pequeña Serbal
preguntó, brincando arriba y abajo de la emoción—.
¡Puedo saltar muy alto!
Pequeña Amarilla dejó escapar un suspiro de
exasperación.
—¡No! Tienes que escuchar.
Flor Radiante estaba cruzando el claro hacia ellos,
con los ojos cálidos y divertidos.
—Parece un buen juego —maulló—. Pequeña
Amarilla, serás una gran reina algún día.
—¡Y una guerrera! —Pequeña Amarilla insistió.
—Por supuesto —ronroneó Flor Radiante—. Si es
eso lo que quieres.
—¡Lo es! Seré la mejor… —Pequeña Amarilla se
interrumpió cuando vio a Estrella de Cedro
emergiendo de su guarida debajo del roble.
El líder del Clan atravesó el claro y saltó a la Roca
del Clan.
—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para
cazar sus propias presas acudan aquí, bajo la Roca del
Clan, para una reunión! —gritó.
Pequeña Amarilla se volvió hacia su madre.
—¿Qué está pasando?
—Espera y verás —respondió Flor Radiante—.
Vengan a sentarse conmigo y con su padre.
Pasando su cola alrededor de los tres cachorros,
Flor Radiante los condujo a través del claro hasta
donde Patas de Helecho estaba sentado junto al
montón de carne fresca. Mientras tanto, se estaban
reuniendo más gatos del Clan.
Bigotes de Salvia, la curandera, salió de su guarida
a la sombra de la Roca del Clan y se sentó frente a su
líder. Charca Nublada, con el vientre lleno de
cachorros, se arrastró fuera de la maternidad y
caminó lentamente hacia la entrada de la guarida de
los guerreros, donde su pareja, Brinco de Sapo,
acababa de aparecer. La aprendiza de Brinco de Sapo,
Zarpa de Ceniza, saltó para unirse a ellos. Los otros
dos aprendices, Zarpa de Rana y Zarpa de
Salamandra, interrumpieron su pelea de juego,
sacudieron sus pelajes y se sentaron a escuchar. Cola
de Cuervo, Ojo Rayado y Flor de Acebo se abrieron
paso fuera de la guarida de los guerreros.
Finalmente Pequeño Mellado y Pequeño
Abrasador aparecieron de la maternidad, seguidos
por su madre, Tormenta de Plumas. Su pelaje relucía
y caminaban orgullosos por el campamento para
pararse al frente de la multitud de gatos.
Pequeña Amarilla de repente se dio cuenta de lo
que estaba pasando.
—¡Se van a convertir en aprendices!
—¡Shh! —Flor Radiante respondió—. Pequeño
Nuez, deja de rascarte la oreja.
—Ojalá fuera nuestro turno —le susurró Pequeño
Nuez a Pequeña Amarilla—. Tenemos que esperar por
siempre.
Pequeña Amarilla asintió.
—Cuatro lunas enteras.
«Pequeño Mellado y Pequeño Abrasador parecen
tan mayores —ella pensó—. No puedo creer que yo
vaya a ser aprendiza algún día.»
Estrella de Cedro miró a los dos cachorros
mayores.
—Gatos del Clan de la Sombra —comenzó—. Hoy
estamos reunidos para…
Pequeña Amarilla se retorció, tratando de ponerse
cómoda. Su pata trasera hormigueaba como si
hubiera pisado una espina. Se dio la vuelta,
levantando su zarpa en un intento de verla.
Estrella de Cedro se interrumpió, mirándola.
—¡Pequeña Amarilla! —Flor Radiante siseó—.
¡Deja de retorcerte!
—¡Tengo una espina en la pata! —gimió Pequeña
Amarilla.
—Entonces quédate quieta. Déjame mirar. —Flor
Radiante miró la pata de Pequeña Amarilla y luego la
olió brevemente—. No hay nada allí—espetó—. Deja
de hacer líos y escucha a Estrella de Cedro.
Pequeña Amarilla se dio cuenta de que todos sus
compañeros de Clan la estaban mirando. Deseó
poder hundirse en el suelo de tierra del campamento
y desaparecer.
—Lo siento —murmuró, agachando la cabeza. Su
pata todavía le dolía, pero apretó los dientes y trató
de ignorarlo.
—Gatos del Clan de la Sombra —comenzó Estrella
de Cedro de nuevo—, estamos aquí para una de las
ceremonias más importantes en la vida de cualquier
Clan: la formación de nuevos aprendices. Pequeño
Mellado y Pequeño Abrasador han alcanzado su sexta
luna de edad, y es hora de que comiencen su
entrenamiento.
Un murmullo de agradecimiento vino de los gatos
de los alrededores, aunque Pequeña Amarilla
escuchó un comentario silencioso de Brinco de Sapo,
que estaba sentado cerca.
—¡Entrenando a medio-mascotas! —murmuró en
el oído de Ojo Rayado—. Próximamente,
convertiremos erizos en aprendices.
Pequeña Amarilla comenzó a erizarse, pero
Pequeño Mellado y Pequeño Abrasador no habían
escuchado las desagradables palabras de su
compañero de Clan. Los dos cachorros estaban de pie
con la cabeza y la cola erguidas y los bigotes
temblando; Pequeña Amarilla pensó que parecía que
iban a estallar de orgullo.
—Pequeño Mellado, un paso adelante. —Estrella
de Cedro hizo una seña al gato atigrado oscuro con la
cola—. Patas de Helecho —continuó el líder—, estás
listo para otro aprendiz y serás el mentor de Zarpa
Mellada. Confío en que le transmitirás tus habilidades
guerreras y tu lealtad a tu Clan.
«¡Mi padre será el mentor de Zarpa Mellada!» Un
cosquilleo de celos recorrió a Pequeña Amarilla.
«Ahora Patas de Helecho pasará más tiempo con
Zarpa Mellada que con nosotros.»
Patas de Helecho bajó la cabeza.
—Puedes confiar en mí, Estrella de Cedro —
maulló.
Zarpa Mellada trotó hacia él, y Patas de Helecho
dio un paso adelante para entrechocar narices con su
nuevo aprendiz.
Mientras se retiraban al círculo de gatos
observadores, Estrella de Cedro llamó a Pequeño
Abrasador hacia adelante.
—Cola de Cuervo, Zarpa Abrasadora será tu
primer aprendiz —el líder del Clan maulló—. Te has
probado a ti misma como una guerrera y sé que le
transmitirás todo lo que has aprendido.
Con los ojos brillantes, la pequeña gata negra se
acercó a la Roca del Clan y miró a su líder.
—Haré mi mejor esfuerzo, Estrella de Cedro —
respondió.
Zarpa Abrasadora saltó hacia ella y los dos gatos se
tocaron las narices.
—¡Zarpa Mellada! ¡Zarpa Abrasadora!
Todos los gatos del Clan gritaron los nuevos
nombres y avanzaron para felicitar a los dos nuevos
aprendices. Pero Pequeña Amarilla y sus hermanos se
quedaron atrás.
—No son tan buenos —murmuró Pequeño Nuez
—. Espera a que nosotros seamos aprendices. ¡Les
mostraremos!
Ahora que la reunión había terminado, Pequeña
Amarilla se dejó caer sobre un lado y llevó su pata
trasera hacia adelante para poder mirar bien su pata.
El dolor todavía latía a través de ella. Pero por mucho
que hurgara entre sus almohadillas, no pudo
encontrar la espina. Se sentó y vio que Patas de
Helecho y Cola de Cuervo estaban guiando a sus
nuevos aprendices a través del hueco entre las zarzas
que rodeaban el campamento.
«Van a ver el territorio —pensó Pequeña Amarilla
con envidia—. Desearía poder ir con ellos.» Pero
ahora mismo apenas podía poner su pata trasera en
el suelo. «Quizá debería ir a ver a Bigotes de Salvia.»
Pero mientras Pequeña Amarilla se dirigía hacia la
guarida de la curandera, saltando torpemente sobre
tres patas, vio una patrulla que emergía del túnel
hacia el campamento. Garra de Barro estaba a la
cabeza con Ratón Alado; ambos llevaban ratones.
Ortiga Manchada los siguió, arrastrando una ardilla
casi tan grande como ella. Salto de Cierva, una de las
guerreras más veteranas, había atrapado un mirlo.
Por último llegó la joven guerrera marrón claro Raya
de Lagartija, cojeando como si su pata trasera
también le doliese.
—Será mejor que veas a Bigotes de Salvia por esa
espina —murmuró Garra de Barro con la boca llena
de presa—. Tu pata podría infectarse si no la tratan.
—Estoy en eso. —Raya de Lagartija sonaba irritada
—. Esta es la última vez que voy a perseguir ratones
debajo de un arbusto espinoso.
—Pasó cojeando junto a Pequeña Amarilla y
desapareció entre las rocas hacia la guarida de la
curandera.
Pequeña Amarilla esperó pacientemente hasta
que Raya de Lagartija emergió de nuevo, esta vez
caminando casi con normalidad.
—Gracias, Bigotes de Salvia —exclamó la guerrera
por encima de su hombro.
Bigotes de Salvia asomó la cabeza fuera de su
guarida.
—Dale una buena lamida —le ordenó—. Y ven a
verme de nuevo mañana para asegurarme de que no
se haya infectado.
Pequeña Amarilla se tambaleó hacia adelante, lista
para decirle a Bigotes de Salvia sobre la espina en su
propia pata, pero cuando apoyó su pata trasera en el
suelo, se dio cuenta de que el dolor había
desaparecido. La espina debía haberse caído. Miró a
su alrededor, tratando de verla en la hierba, pero no
había nada que pareciera lo suficientemente afilado.
«Oh bueno, siempre y cuando ya no duela.» Presionó
su pata con más fuerza en el suelo, asegurándose de
que estuviera realmente mejor.
—¡Oye, Pequeña Amarilla! —La voz de Pequeña
Serbal la interrumpió.
Pequeña Amarilla levantó la mirada para ver a sus
dos hermanos parados junto a un tronco de árbol
roto, no muy lejos de la guarida de los veteranos.
Nuevas ramas habían comenzado a brotar de los
restos del tronco, formando una cueva sombreada.
—¡Ven aquí! —chilló Pequeño Nuez—.
Encontramos a un zorro con sus crías. ¡Tenemos que
echarlos de nuestro campamento!
Por un instante, Pequeña Amarilla le creyó y el
pelo de su cuello se erizó. Entonces se dio cuenta de
que aquello era solo otro juego. «¡Oh, sí, los
veteranos serán zorros realmente aterradores!»
Flama Plateada estaba mirando fuera de la guarida
de los veteranos cuando Pequeña Amarilla saltó para
unirse a sus hermanos.
Su pelaje se erizó y mostró los dientes.
—¡Esta es nuestra guarida! —Flama Plateada siseó
—. ¡Aléjense o les quitaré el pelaje y se los daré de
comer a mis cachorros!
—¡Adelante, atácalos! —Ave Pequeña miró por
encima del hombro de Flama Plateada. Con su pelaje
rojizo se parecía mucho a un cachorro de zorro—.
¡Me apetece un buen cachorro gordo!
—¡No! —Pequeña Amarilla gritó—. ¡Este es el
campamento del Clan de la Sombra! ¡No se permiten
zorros!
Se arrojó sobre Flama Plateada, tratando de
agarrar el pelaje de la vieja gata. Flama Plateada la
golpeó con suaves zarpazos, con las garras
envainadas. Pequeña Serbal y Pequeño Nuez pasaron
corriendo junto a ellos y entraron en la guarida.
—¡Afuera! ¡Afuera! —chilló Pequeño Nuez.
Pequeña Amarilla y Flama Plateada rodaron al aire
libre; Pequeña Amarilla terminó arriba, aferrándose al
pelaje del vientre de Flama Plateada.
—¿Te rindes? —exigió—. ¿No comerás más gatos?
—No más, lo prometo —respondió Flama
Plateada. Luego dejó escapar un suspiro racheado—.
Vamos, mis viejos huesos no aguantarán mucho más
de esto.
Cuando Pequeña Amarilla saltó de ella, Flama
Plateada se sentó y sacudió su manto gris y naranja,
jadeando un poco mientras recuperaba el aliento.
Parpadeó cariñosamente a Pequeña Amarilla y un
ronroneo subió a su garganta.
—Buena pelea, pequeña —maulló—. Puedo ver
que vas a ser una de las mejores guerreras del Clan
de la Sombra.
«Tienes razón en eso —pensó Pequeña Amarilla,
con el pecho hinchado de orgullo—. ¡Tengan cuidado,
zorros!»
3
A Pequeña Amarilla le costó conciliar el sueño esa
noche. A menudo se había quejado de que la
maternidad parecía estar demasiado llena de gatos,
pero ahora que Zarpa Mellada y Zarpa Abrasadora se
habían ido a la guarida de los aprendices, se sentía
extrañamente vacía. Tormenta de Plumas había
regresado a la guarida de los guerreros, por lo que los
únicos gatos en la maternidad además de Pequeña
Amarilla y sus hermanos eran Flor Radiante y Charca
Nublada, cuyas crías estaban a punto de nacer.
«Nunca podré dormir si Charca Nublada sigue
roncando», pensó Pequeña Amarilla enojada,
retorciéndose entre el musgo y las acículas de pino
que se alineaban en el suelo de la maternidad.
—Quédate quieta —maulló Flor Radiante
adormilada—. ¿Cómo se supone que un gato podría
descansar?
Con un bufido de molestia, Pequeña Amarilla se
acurrucó y envolvió su cola sobre su nariz. Al mirar
por encima, pudo distinguir a Pequeña Serbal pegada
al costado de su madre y a Pequeño Nuez tendido
sobre el musgo, con las patas y cola moviéndose
como si estuviera soñando con correr por el bosque.
«Desearía que el Clan Estelar me enviara un buen
sueño a mí», pensó Pequeña Amarilla.
Finalmente se durmió, solo para despertar de
nuevo sobresaltada. Una tenue luz del amanecer se
filtraba a través de las zarzas. Charca Nublada seguía
roncando suavemente; Flor Radiante y Pequeña
Serbal estaban acurrucadas juntos. Pequeño Nuez se
retorcía en el lecho, dejando escapar suaves gemidos
de dolor. Pequeña Amarilla se dio cuenta de lo que la
había despertado; su vientre se sentía pesado, y cada
par de latidos, el dolor lo atravesaba. «Supongo que a
Pequeño Nuez también le duele el estómago.»
Empujó a su hermano suavemente con una pata.
—¿Tienes calambres en el vientre? —susurró ella.
Los ojos de Pequeño Nuez se abrieron
parpadeando y miró adormilado a su hermana.
—¿Cómo lo sabes?
—También me duele el estómago —Pequeña
Amarilla replicó, haciendo una mueca cuando otro
profundo calambre la atravesó.
Presionó su vientre con fuerza contra el musgo
como si pudiera aplastar el dolor.
—Tenemos que decírselo a Flor Radiante —gruñó
—. Ella buscará a Bigotes de Salvia.
—¡No! —Los ojos de Pequeño Nuez se abrieron
con alarma—. Pequeña Amarilla, no lo hagas, por
favor.
—¿Por qué no? —preguntó Pequeña Amarilla. Ella
entrecerró los ojos hacia su hermano—. ¿Qué has
estado haciendo?
Antes de que Pequeño Nuez pudiera responder,
Flor Radiante levantó la cabeza, moviendo los bigotes
con molestia.
—¿Se pueden calmar, cachorros? —empezó—.
Este no es momento de jugar. Deberían… —se
interrumpió y su mirada se volvió más intensa,
girando de Pequeño Nuez a Pequeña Amarilla y
viceversa—. ¿Qué pasa?
—Nos duele el estómago —respondió Pequeña
Amarilla, sus palabras terminaron con un gemido
cuando otra ola de dolor la invadió—. Por favor, trae a
Bigotes de Salvia.
Antes de que terminara de hablar, Flor Radiante se
puso de pie, con cuidado de no molestar a una
dormida Pequeña Serbal, y caminó por el musgo para
oler cuidadosamente a cada uno de sus cachorros.
—¿Han estado comiendo algo que no deberían?
—preguntó—. Díganme rápido, ahora. Bigotes de
Salvia necesitará saberlo.
—No, yo… —Otro jadeo de dolor interrumpió a
Pequeño Nuez—. Está bien —continuó cuando pudo
hablar de nuevo—. Ayer encontré un gorrión muerto
entre las zarzas. Solo lo probé para ver cómo sabía…
—¡Pequeño Nuez! —Flor Radiante dejó escapar un
suspiro de exasperación—. Sabes lo que te he dicho
sobre comer carroña. Tú también, Pequeña Amarilla.
¿Cómo pudieron ser tan estúpidos?
—¡Pero yo no lo hice! —Pequeña Amarilla
protestó.
Su madre la miró con severidad.
—Comer carroña es malo, y mentir al respecto es
aun peor —maulló.
Una indignación ardiente se apoderó de Pequeña
Amarilla, casi eliminando el dolor de su vientre.
—¡No estoy mintiendo —insistió—. ¡Ni siquiera vi
al estúpido gorrión! Díselo, Pequeño Nuez.
—No vi a Pequeña Amarilla allí, pero… —Las
palabras de Pequeño Nuez terminaron en un gemido.
—¿Y por qué crees que te duele el estómago si no
te lo comiste?
—Flor Radiante movió la punta de la cola con enojo
—. Estoy muy decepcionada de ustedes dos,
especialmente de ti, Pequeña Amarilla. Ahora salgan
afuera para no molestar a Pequeña Serbal y Charca
Nublada. Iré a buscar a Bigotes de Salvia.
Pequeña Amarilla no discutió más mientras salía
del musgo y las acículas de pino. Todavía hirviendo de
indignación, trepó por el costado de la hondonada y
se deslizó bajo las ramas del arbusto espinoso. El cielo
sobre los pinos estaba pálido con la llegada del
amanecer. Justo dentro de la entrada del
campamento, Ratón Alado estaba de guardia, su
pelaje negro apenas era visible entre las zarzas.
Bostezó y se estiró, sin darse cuenta de que Flor
Radiante cruzaba el claro hacia la guarida de la
curandera.
Haciendo una mueca por el dolor en su estómago,
Pequeña Amarilla se dejó caer al lado de su hermano
y esperó a que su madre resurgiera de la guarida con
Bigotes de Salvia.
—Será mejor que le digas a Flor Radiante la
verdad sobre comer ese gorrión —murmuró Pequeño
Nuez—. Solo lo estás empeorando.
—Por última vez, no me comí ningún gorrión
dudoso —espetó Pequeña Amarilla—. ¡Tengo más
sentido común!
Pequeño Nuez la miró con incredulidad, pero no
dijo nada más. Un momento después, Bigotes de
Salvia salió de su guarida y trotó hasta la maternidad,
seguida de cerca por Flor Radiante.
—¡Cachorros! —exclamó la curandera, dejando
caer un montón de hojas mientras se detenía frente a
Pequeña Amarilla y Pequeño Nuez—. Si no es una
cosa es otra. ¿No tienen sentido común?
—¿Qué nos vas a dar? —Pequeña Amarilla gimió,
oliendo las hojas mientras otro espasmo le oprimía el
estómago—. ¿Nos vas a enfermar para sacarnos las
cosas malas?
Bigotes de Salvia la miró fijamente.
—Eso es exactamente lo que voy a hacer —maulló
la curandera—. Y esta es la hierba que necesitamos:
milenrama. —Inclinando la cabeza, le dio a Pequeño
Nuez y luego a Pequeña Amarilla una larga olfateada
—. Flor Radiante me dice que han estado comiendo
carroña —continuó.
Pequeño Nuez dejó escapar un gemido de dolor.
—Fue solo un bocado… o dos, tal vez.
Bigotes de Salvia suspiró.
—O tres, o cuatro. Ahora sabes por qué
enseñamos a los cachorros a no hacer eso.
—¿Estarán bien? —Flor Radiante se inquietó,
dándole a las orejas de Pequeño Nuez una
reconfortante lamida.
—Estarán bien —le aseguró Bigotes de Salvia—.
Bueno, cachorros, quiero que coman esta milenrama.
Les enfermará y luego su estómago se sentirá mucho
mejor.
Pequeño Nuez miró a las hierbas con recelo.
—¿Son desagradables?
La curandera asintió.
—Son bastante desagradables —admitió—. ¿Pero
preferirías tener un sabor desagradable en la boca o
un dolor en el estómago?
—Me las comeré… supongo —respondió Pequeño
Nuez.
—Aquí no, por favor —Flor Radiante maulló—. No
queremos un desastre justo afuera de la maternidad.
A pesar de las débiles protestas de Pequeño Nuez,
ella lo tomó por el pescuezo y lo llevó hacia el borde
del campamento. Bigotes de Salvia caminaba a su
lado, llevando la milenrama, mientras Pequeña
Amarilla la seguía, tambaleándose un poco mientras
el dolor recorría sus entrañas. A estas alturas, la luz
del amanecer se había fortalecido; varios guerreros
habían salido de su guarida, y Colmillo de Piedra, el
lugarteniente del Clan, estaba organizando las
patrullas del alba. Pequeña Amarilla sintió una
punzada de envidia cuando vio a Zarpa Mellada y
Zarpa Abrasadora con sus mentores. Aceleró el paso,
tropezando un poco, esperando que los aprendices
no la vieran y le preguntaran qué estaba pasando.
Al refugio de las espinas en el borde del claro,
Bigotes de Salvia colocó algunas hojas de milenrama
frente a Pequeño Nuez, y el resto del montón frente a
Pequeña Amarilla. Mientras Pequeño Nuez todavía
dudaba, Pequeña Amarilla lamió las hojas, haciendo
una mueca cuando los jugos amargos le llenaron la
boca.
—¡Puaj! —jadeó, con arcadas mientras trataba de
tragar.
Después de unos pocos latidos, se las arregló para
tragar la vil cosa. Casi de inmediato sintió que su
estómago se agitaba enormemente y vomitó varios
bocados de baba. Se pasó la lengua por los labios,
tratando de deshacerse del sabor.
—Eso es bueno —murmuró Bigotes de Salvia con
aprobación, mientras Pequeño Nuez también sacaba
el contenido de su estómago—. Flor Radiante,
llévalos a la maternidad. Deberían dormir ahora.
Cuando se despiertan, pueden tomar un poco de
leche, pero hoy no pueden comer. Los comprobaré
más tarde.
—Gracias, Bigotes de Salvia. —Flor Radiante
inclinó la cabeza hacia la curandera—. Y que eso les
sirva de lección —añadió a sus cachorros—. No más
carroña.
—¡Pero yo no comí carroña! —La indignación de
Pequeña Amarilla volvió a surgir ahora que su vientre
ya no le dolía. «¡No es justo! ¿Por qué ningún gato me
cree?»
Flor Radiante dejó escapar un siseo.
—¡No más! —maulló—. No te castigaré por mentir
esta vez, porque has sufrido lo suficiente, pero no
dejes que vuelva a suceder.
Sin esperar a que Pequeña Amarilla respondiera,
agarró a Pequeño Nuez por el pescuezo y se dirigió a
la maternidad. Pequeña Amarilla los siguió, con la
cabeza y la cola gachas. Le dolía el estómago por los
vómitos y aún podía saborear la amarga milenrama,
pero lo que realmente la entristecía era pensar que
su madre creía que era una mentirosa.

Pequeña Amarilla se abrió paso hacia el


campamento, bostezando y arqueando la espalda en
un largo estirón. Estaba aburrida. Detrás de ella, en la
maternidad, Pequeño Nuez todavía dormía, medio
enterrado en el musgo, como si estuviera exhausto
por su noche perturbada y su estómago revuelto.
«Pero yo me siento bien —pensó Pequeña Amarilla—.
Excepto por los gruñidos de mi estómago.» Flor
Radiante acababa de recordarle que Bigotes de Salvia
le había dicho que ella y Pequeño Nuez no podrían
comer nada hasta mañana. «¡Nunca duraré tanto! —
Pequeña Amarilla gimió por dentro—. Estaré tan débil
como un ratón.»
Parpadeando, miró el campamento a su alrededor.
Flor de Acebo y Cola de Cuervo estaban
compartiendo lenguas afuera de la guarida de los
guerreros, mientras los veteranos charlaban bajo un
cálido sol junto al tocón del árbol.
Pequeña Amarilla captó un fragmento de su
conversación.
—…mandó a ese guerrero del Clan del Viento
chillando todo el camino de regreso a su
campamento —maulló Fauces de Lagarto—. No
aguantábamos ninguna tontería del Clan del Viento
en mi época, déjenme decirles.
—No, y tampoco del Clan del Trueno —Flama
Plateada ronroneó.
El corazón de Pequeña Amarilla se llenó de amor
por la vieja gata. «Tal vez si voy allí, ella me contará
una historia.» Entonces ella sacudió la cabeza. «No, lo
más probable es que tenga que escuchar a Fauces de
Lagarto hablar sobre todos los guerreros del Clan del
Viento que echó.»
En medio del claro, Pequeña Serbal estaba
jugando sola, lanzando una bola de musgo al aire y
atrapándola con sus diminutas garras extendidas.
Pequeña Amarilla no tenía ganas de unirse. «Desearía
poder salir y explorar el territorio como Zarpa
Mellada y Zarpa Abrasadora.»
Moviendo la cola y tratando de no parecer que iba
a algún lugar especial, Pequeña Amarilla atravesó el
campamento hacia el montón de carne fresca. El sol
brillaba y las franjas de cielo visibles a través de los
árboles eran de un azul claro. Pero había un frío en el
aire y las hojas del enorme roble donde Estrella de
Cedro hacía su guarida comenzaban a ponerse
amarillas. La hoja verde estaba llegando a su fin.
Pequeña Amarilla se sintió más hambrienta que
nunca cuando se acercó al montón de carne fresca y
los tentadores aromas de campañol y ardilla
inundaron sus mandíbulas. Definitivamente tenía que
comer algo si iba a escabullirse del campamento.
«Un ratoncito no haría daño…»
—¡Oye, Pequeña Amarilla!
Pequeña Amarilla saltó con culpabilidad. Al
volverse para ver quién la llamaba, vio a Bigotes de
Salvia tomando el sol en la entrada de su guarida.
«¡Oh, no!»
—Nada hasta mañana —le advirtió la curandera—.
Me sorprende que aún puedas pensar en comer.
—¡Estoy hambrienta!
Bigotes de Salvia sofocó un ronroneo de diversión.
—¿Prefieres tener dolor de estómago, pequeña?
Pequeña Amarilla arrastró sus patas delanteras
por la tierra del suelo del campamento.
—Supongo que no.
—¿Por qué no vienes y me ayudas con algunas
cosas? —sugirió la curandera—. Todos los aprendices
están fuera, y necesito que alguien me dé una pata
para clasificar mis hierbas. Puede que te distraiga de
tu estómago vacío.
—Bueno. —Pequeña Amarilla se animó. Le
gustaban los fuertes aromas de las hierbas en la
guarida de curandería, y necesitaba algo para dejar
de pensar en la comida.
Siguió a Bigotes de Salvia de regreso a la guarida.
Más allá de la entrada estrecha que se extendía entre
dos rocas, se abría un pequeño claro, bordeado por
gruesos grupos de helechos. Al otro lado, un charco
de agua clara reflejaba los pinos de arriba.
—Las hierbas están aquí. —Bigotes de Salvia se
colocó a un lado del claro—. Cavo agujeros en el
suelo para mantenerlas frescas y las cubro con hojas
de helecho.
Agarró una de las hojas y la dejó a un lado.
Pequeña Amarilla miró el agujero de debajo; algunas
hojas secas yacían en el fondo.
—Eso es caléndula —maulló Bigotes de Salvia—.
Es bueno para las heridas infectadas, pero como
puedes ver, esos trozos no son muy buenos. Sácalos y
apílalos junto a la entrada. Más tarde sacaré todos los
escombros del campamento.
Mientras Pequeña Amarilla obedecía, Bigotes de
Salvia destapó el siguiente agujero; contenía solo dos
o tres bayas marchitas.
—¿Debería agregarlas a la pila? —preguntó
Pequeña Amarilla, metiendo la pata en el agujero,
lista para sacar las bayas.
Bigotes de Salvia negó con la cabeza, moviendo su
cola para bloquear la pata de Pequeña Amarilla.
—No, esas son bayas de enebro. Sé que ya no
están en su mejor momento, pero son tan útiles para
el dolor de estómago y la dificultad para respirar que
no me atrevería a tirarlas hasta que las nuevas estén
listas. No tardarán mucho, gracias al Clan Estelar.
Pequeña Amarilla asintió, olfateando las bayas con
interés.
—Flama Plateada jadea a veces —comentó—. ¿Le
das bayas de enebro?
—Lo hago. —Bigotes de Salvia bajó la cabeza—.
Estás aprendiendo rápido, Pequeña Amarilla.
Pequeña Amarilla se sintió orgullosa de sí misma.
«¡Esto es muy útil! ¡Sabré sobre hierbas y todo
cuando sea una guerrera!»
—¿Qué hay en el siguiente hoyo? —preguntó.
—Estas son hojas de margarita —respondió
Bigotes de Salvia, destapando un montón de hojas
frescas—. Buenas para las articulaciones adoloridas
de Fauces de Lagarto. Las recogí apenas ayer, así que
no tenemos que tirarlas.
Pequeña Amarilla la siguió a lo largo de la fila de
agujeros, mientras Bigotes de Salvia le contaba sobre
cada hierba diferente y para qué se usaban,
clasificando las marchitas para que Pequeña Amarilla
pudiera apilarlas en la entrada.
—¡Listo, terminado! —Bigotes de Salvia maulló
por fin, sacudiéndose el polvo de las patas—. Bien
hecho, Pequeña Amarilla. Has sido de gran ayuda.
—Fue divertido —Pequeña Amarilla respondió,
dándose cuenta con un sobresalto de que era verdad.
«¡No tenía idea de cuánto tienes que aprender para
ser un curandero!»
—¿Y tu estómago se siente bien ahora?
Pequeña Amarilla asintió.
—Aún vacío, sin embargo —maulló.
Bigotes de Salvia tocó la oreja de Pequeña
Amarilla con su nariz.
—Entonces recordarás mantenerte alejada de la
carroña en el futuro.
Pequeña Amarilla exhaló un profundo suspiro.
—Sí, está bien —murmuró.
No tenía sentido discutir. Sabía que ningún gato le
iba a creer. «Pero, si no fue carroña —se preguntó
mientras regresaba a la maternidad—, ¿qué hizo que
me doliera el estómago como a Pequeño Nuez?»
4
La pata de Pequeña Amarilla aterrizó de lleno en la
parte superior del tembloroso ratón y quedó flácido.
Se le hizo agua la mandíbula cuando inclinó la cabeza
para dar el primer bocado suculento, cuando algo se
estrelló contra su espalda. Sus ojos se abrieron de
golpe, su sueño se desvaneció y se encontró en la
maternidad. Los cachorros de Charca Nublada,
Pequeña Raposa y Pequeño Lobo, luchaban juntos en
el musgo, rodando hasta quedar medio encima de
Pequeña Amarilla.
—¡Aléjense! —murmuró, dando un empujón al
cachorro más cercano. «¡Casi pude saborear ese
ratón!»
Bostezando, Pequeña Amarilla se sentó. Flor
Radiante y Charca Nublada todavía dormían, pero a
su lado, en el lecho cubierto de musgo, Pequeño
Nuez y Pequeña Serbal comenzaban a moverse. «Hay
algo extraño en la maternidad esta mañana», pensó
Pequeña Amarilla. La luz era diferente y había un
aroma limpio y frío en el aire que ella nunca había
olido antes. Curiosa, Pequeña Amarilla trepó por el
musgo y asomó la cabeza a través de las ramas. Sus
mandíbulas se abrieron y dejó escapar un grito
ahogado de asombro. El campamento estaba cubierto
por una gruesa capa blanca, y más de la materia
blanca pesaba sobre las ramas de los pinos que
rodeaban el claro.
—¡Wow! —Pequeña Amarilla chilló—. ¿Qué pasó?
Pequeño Nuez y Pequeña Serbal aparecieron a su
lado, con los ojos muy abiertos mientras miraban
hacia afuera.
—¿El Clan del Viento nos hizo esto? —Pequeño
Nuez gruñó—. ¡Les destrozaré el pelaje!
—No. —Flor Radiante se abrió paso fuera de la
maternidad, sus patas se hundieron en el material
blanco y se volvió para mirar hacia atrás a sus
cachorros. Sus ojos estaban cálidos por la diversión—.
Esto es nieve. A veces la tenemos en la estación sin
hojas.
—¿De dónde vino? —preguntó Pequeña Serbal.
—Cae del cielo —Flor Radiante explicó—. Como
lluvia, pero la nieve parece plumas que caen.
Extendiendo una pata, Pequeña Amarilla tocó la
cosa blanca.
—¡Está helada!
Pequeño Nuez dejó escapar un aullido de emoción
y se lanzó a la nieve, su peso apenas hizo un hueco en
la superficie.
—¡Espérame! —Pequeña Amarilla cargó tras él,
con Pequeña Serbal un poco más atrás. Podía
escuchar más chillidos desde la maternidad, lo que le
dijo que Pequeña Raposa y Pequeño Lobo la seguían
—. ¡Esto es divertido!
Pero mientras Pequeña Amarilla corría por el
campamento detrás de su hermano, sintió como si
algo la estuviera reteniendo. Pequeña Serbal la
alcanzó con un chillido emocionado. Tratando de
obligar a sus patas a correr más rápido, Pequeña
Amarilla se dio cuenta de que la nieve estaba
obstruyendo su espeso pelaje, arrastrándola y
ralentizándola.
«¡No es justo!», pensó indignada.
Un momento después, sus patas se deslizaron
debajo de ella cuando Pequeña Raposa se estrelló
contra ella.
—¡Te tengo! —chilló la cría más joven—. ¡Eres tan
lenta como un erizo, Pequeña Amarilla!
Luchando por salir de debajo de su compañera de
guarida, Pequeña Amarilla miró el suave pelaje rojizo
de la cría. No era de extrañar que le fuera más fácil
correr rápido en la nieve. Tomando aire mientras
trataba de sacudirse los coágulos de nieve de su
pelaje, sintió que su boca ardía en el aire fresco y
seco.
—Tengo sed —anunció—. Voy a tomar un trago.
—Solo quieres una excusa para dejar de correr —
se burló Pequeña Raposa.
Pequeña Amarilla abrió las mandíbulas para
responder, luego decidió que discutir con Pequeña
Raposa no valía la pena. «Tiene cuatro lunas y cree
que lo sabe todo.» Mirando el campamento a su
alrededor, vio la luz del amanecer brillando en un
charco de nieve derretida justo afuera de la guarida
de los guerreros. Flama Plateada estaba agachada
junto a él, lamiendo constantemente. Pequeña
Amarilla fue a reunirse con ella, pero Flama Plateada
no levantó la mirada. La vieja gata debía haber estado
súper sedienta. Siempre parecía estar bebiendo estos
días.
Un dolor agudo apuñaló el vientre de Pequeña
Amarilla cuando comenzó a beber el agua helada, y
su pelaje se erizó como si se estuviera gestando una
tormenta. Pequeña Amarilla inclinó la cabeza hacia
un lado. Habían ocurrido tormentas en los días
pesados de la estación de la hoja verde, cuando las
nubes grises cubrían el cielo y el aire se sentía
caliente y húmedo, pero hoy el cielo estaba claro y
pálido, y el sol naciente proyectaba sombras azules
sobre el campamento cubierto de nieve. Una brisa
fría y seca agitó la superficie blanca. «Hoy no habrá
tormentas», se dijo.
—Hola, Pequeña Amarilla. —Flama Plateada
finalmente paró de beber—. ¿Disfrutando de tu
primera nevada?
Pequeña Amarilla se volvió para responder y se
estremeció ante la mirada de cansancio y dolor en los
ojos de la vieja gata.
—Está bien, supongo —respondió—. Flama
Plateada, ¿estás bien?
Flama Plateada se encogió de hombros.
—Son solo todas las lunas que he vivido —maulló
—. No te preocupes, Pequeña Amarilla.
—Este tiempo frío no hace bien a los huesos viejos
—coincidió Ave Pequeña mientras salía de la guarida
de los veteranos y se dirigía a la pila de carne fresca.
Mirando hacia atrás, agregó—: ¿Vienes, Flama
Plateada?
La gata negó con la cabeza.
—No tengo hambre. Los jóvenes necesitan comer
más que yo.
Pequeña Amarilla frunció el ceño. «¿A qué se
refiere Flama Plateada? ¡Todos los gatos necesitan
comer!»
—Vamos —instó, dándole a Flama Plateada un
suave empujón—. Vayamos juntas y busquemos algo
sabroso.
—Bueno. —Con un gran suspiro, Flama Plateada
se puso de pie.
Pequeña Amarilla pensó que los pasos de la
veterana parecían un poco temblorosos mientras
caminaba hacia el montón de carne fresca. Ave
Pequeña ya estaba arrancando la nieve de él,
revelando el montón de presas congeladas.
—Aquí, prueba esta rana. —Pequeña Amarilla la
sacó de la pila y la colocó frente a Flama Plateada.
La veterana miró a la rana parpadeando durante
un par de latidos como si nunca antes hubiera visto
una, luego bajó la cabeza y le dio un pequeño
mordisco. Pequeña Amarilla eligió un ratón para ella,
pero mantuvo un ojo en Flama Plateada mientras
comía. La vieja gata apenas estaba mordisqueando su
presa. A la luz del sol, fuerte e inclinada, Pequeña
Amarilla podía ver los huesos de Flama Plateada
mostrándose debajo de su pelaje, como si la veterana
no hubiera estado comiendo adecuadamente durante
días.
Después de dos o tres mordiscos más de la rana,
Flama Plateada la empujó hacia Pequeña Amarilla con
una pata.
—He tenido suficiente. Termínala tú.
Se volvió y se alejó tambaleándose,
desapareciendo en la guarida de los veteranos.
Pequeña Amarilla la miró ansiosamente.
Ella no quería terminar la rana; el ratón que había
comido le pesaba mucho en el estómago y se
preguntó si podría haber algo malo en él. Su pelaje
todavía le picaba también.
Hubo un susurro en las zarzas congeladas y
Bigotes de Salvia apareció en el campamento. Llevaba
algunas ramitas congeladas en sus mandíbulas, y
cuando Pequeña Amarilla se acercó a ella, reconoció
las bayas de enebro marchitas que se aferraban a
ellas.
—¡Bigotes de Salvia! —llamó, alcanzando a la
curandera justo afuera de su guarida.
Bigotes de Salvia depositó con cuidado las ramitas.
—¿Qué pasa, Pequeña Amarilla?
—Es Flama Plateada —explicó la cachorra,
luchando por evitar que su voz temblara—. Creo que
está enferma. No quiere comer nada.
Bigotes de Salvia parpadeó.
—Flama Plateada es vieja —maulló—. Y la
estación sin hojas es difícil para los miembros más
nuevos y los más viejos del Clan.
—Pero ella… —La voz de Pequeña Amarilla se
apagó. «No hay hierbas que impidan que un gato
envejezca», pensó miserablemente.
—Cuidaré de ella —prometió Bigotes de Salvia.
Pequeña Amarilla asintió, sabiendo que tenía que
aceptar lo que decía la curandera. «Ojalá pudiera
hacer algo para ayudar.» Entonces recordó lo
sedienta que siempre parecía Flama Plateada. «Debe
darle mucho frío salir a beber a la charca. Si
encuentro algo de musgo, podría llevarle un trago a
su guarida.»
Sintiéndose mejor ahora que tenía un plan,
Pequeña Amarilla se lanzó a través de la nieve hasta
donde un árbol caído yacía entre los espinos que
rodeaban el campamento. Mientras se abría paso por
debajo de las ramas puntiagudas, desprendió
montones de nieve que cayeron sobre su cabeza y
hombros. Pequeña Amarilla soltó un gruñido al
sacudirse los copos helados de su manto.
El árbol cubierto de musgo estaba justo delante de
ella. Pero cuando extendió la pata para quitarle algo
de musgo, Pequeña Amarilla escuchó voces al otro
lado de las zarzas. Curiosa, trepó por el tronco del
árbol y se arrastró entre las espinas, sus patas
hormiguearon de emoción cuando se dio cuenta de
que estaba casi fuera del campamento. Pequeña
Amarilla miró con cautela a través de las ramas y vio
un tramo plano de terreno rodeado por los troncos
oscuros de los pinos. La superficie de la nieve estaba
revuelta y Patas de Helecho estaba de pie con Zarpa
Mellada en medio del claro.
—Has aprendido ese movimiento muy bien —
maulló Patas de Helecho—. Ahora necesitas trabajar
para conseguir más potencia en tu deslizamiento.
Vamos a intentarlo de nuevo.
Pequeña Amarilla observó, fascinada, como Patas
de Helecho se agachaba en la nieve y Zarpa Mellada
cargaba contra él, lanzándose para pasar su pata
sobre la oreja de su mentor y saltando hacia atrás
antes de que Patas de Helecho pudiera tomar
represalias.
—Mejor —lo elogió Patas de Helecho—. Inténtalo
otra vez. ¡Más fuerte!
Esta vez Patas de Helecho se puso de pie y esperó
con los músculos tensos el ataque de Zarpa Mellada.
Cuando Zarpa Mellada golpeó, Patas de Helecho
se agachó para que el golpe solo le revolviera el
pelaje. Zarpa Mellada saltó sobre él de nuevo y, de
repente, los dos gatos quedaron atrapados,
golpeándose el uno al otro con las cuatro patas
mientras luchaban por inmovilizar al otro contra el
suelo.
Pequeña Amarilla respiró una mezcla de emoción
y horror, aterrorizada de que sus compañeros de Clan
se lastimaran entre sí, hasta que notó que estaban
peleando con las garras envainadas.
«No puedo creer lo bueno que es Zarpa Mellada —
pensó con una punzada de envidia—. ¡Todavía es solo
un aprendiz!»
Un momento después, Zarpa Mellada dejó
escapar un aullido de triunfo. Estaba de pie sobre
Patas de Helecho, sus patas delanteras sujetaban los
hombros de su mentor, mientras que una pata trasera
estaba firmemente sujeta a su cola. Patas de Helecho
jadeaba, tenía los ojos entrecerrados y los músculos
flácidos. Los ojos de Pequeña Amarilla se abrieron
con consternación y sacó sus garras, lista para salir
corriendo y defender a su padre.
—¡Gané! —maulló Zarpa Mellada. Sus ojos
ardieron mientras miraba a su mentor—. ¡Soy el
mejor luchador del Clan!
Antes de que las últimas palabras salieran de sus
mandíbulas, Patas de Helecho se elevó, arrojó a Zarpa
Mellada y lo hizo rodar en la nieve.
—¿Qué estabas diciendo? —preguntó suavemente
mientras Zarpa Mellada se levantaba con la nieve
acumulada por todo su pelaje.
Pequeña Amarilla soltó un grito de alegría al ver
que su padre no había perdido la batalla después de
todo. «Zarpa Mellada piensa que es tan genial…»
Zarpa Mellada miró a su mentor.
—¡Hiciste trampa! ¡Fingiste ser vencido!
—¿Y crees que un enemigo no lo hará cuando
estés en una batalla real? Lo estás haciendo bien,
Zarpa Mellada, y serás un gran luchador algún día,
pero todavía tienes mucho que aprender.
Zarpa Mellada se sacudió, esparciendo nieve por
todos lados.
—Tienes razón —admitió—. Lo siento. ¿Puedes
enseñarme ese movimiento?
—En otra ocasión —prometió Patas de Helecho—.
Hemos hecho suficiente por hoy. Regresemos al
campamento, puedes tomar algo del montón de
carne fresca.
—¡Gracias! —Los ojos de Zarpa Mellada brillaron
—. ¡Estoy hambriento!
Patas de Helecho se volvió hacia la entrada del
campamento y Zarpa Mellada estuvo a punto de
seguirlo. De repente, se quedó paralizado y Pequeña
Amarilla retrocedió cuando se dio cuenta de que el
aprendiz la estaba mirando fijamente.
—¿Qué crees que estás haciendo? —exigió Zarpa
Mellada—. ¡Oye, Patas de Helecho, Pequeña Amarilla
nos está espiando!
Patas de Helecho miró hacia atrás y vio a su hija
entre las espinas.
—No seas un cerebro de ratón —le dijo a Zarpa
Mellada—. Pequeña Amarilla puede mirar si quiere.
Quizá aprenda algo.
Zarpa Mellada soltó un bufido de disgusto, pero
no dijo nada más. Con el pelaje caliente de
vergüenza, Pequeña Amarilla se arrastró hacia atrás
hasta que alcanzó el árbol caído de nuevo.
Arrancando algo de musgo espeso, corrió a través del
campamento para empaparlo en el charco antes de
llevarlo a la guarida de los veteranos.
—Aquí, Flama Plateada —murmuró alrededor de
su boca mientras asomaba la cabeza debajo de las
ramas—. Te traje un trago.
Los tres veteranos estaban acurrucados juntos al
refugio del tocón. Ave Pequeña entrecerró los ojos
hacia Pequeña Amarilla.
—Mantén ese musgo húmedo lejos de nuestros
lechos —espetó.
—Sí —coincidió Fauces de Lagarto—. Deberías
saber que es mejor no traerlo aquí.
Pequeña Amarilla reprimió un siseo enojado,
recordando que debería ser cortés con los mayores,
incluso cuando estaban siendo un dolor en la cola.
—Déjenla en paz —maulló Flama Plateada—. Esa
fue una idea muy amable, Pequeña Amarilla. —
Haciendo un gesto con la cola, agregó—: Pon el
musgo allí, lejos de los lechos.
Cuando Pequeña Amarilla hubo obedecido, Flama
Plateada estiró el cuello y lamió las goteantes hojas
mojadas.
—Gran Clan Estelar, eso es bueno —murmuró—.
Gracias.
Lanzando una mirada de suficiencia a los otros dos
veteranos, Pequeña Amarilla estuvo a punto de
responder cuando escuchó la voz de Estrella de Cedro
desde afuera en el campamento.
—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para
cazar sus propias presas acudan aquí, bajo la Roca del
Clan, para una reunión!
—Por el amor del Clan Estelar, ¿ahora qué? —se
quejó Fauces de Lagarto.
Inclinando brevemente la cabeza hacia los
veteranos, Pequeña Amarilla salió de la guarida, casi
chocando con su madre mientras se giraba para ver
qué estaba pasando.
—¡Ahí estás! —exclamó Flor Radiante—. Te he
estado buscando por todas partes.
—¿Por qué? ¿Qué está pasando? —Pequeña
Amarilla maulló.
Justo detrás de su madre, vio a Pequeña Serbal y
Pequeño Nuez, luciendo inusualmente bien
arreglados. Pequeño Nuez se balanceaba arriba y
abajo, mientras que los ojos de Pequeña Serbal
estaban muy abiertos y brillantes.
—Se van a convertir en aprendices —explicó Flor
Radiante.
Pequeña Amarilla la miró fijamente.
—¿Ahora?
—¡Sí, ahora, y mírate! —Flor Radiante lanzó una
pata y enganchó una ramita puntiaguda que estaba
atascada en el pelo de Pequeña Amarilla—. Cualquier
gato pensaría que te has pasado todo el día entre
espinas.
Pequeña Amarilla se quedó quieta mientras Flor
Radiante la arreglaba rápidamente, quitando pedazos
de espinas y musgo de su pelaje y alisándolo con
fuertes movimientos de su lengua.
Mientras tanto, los gatos del Clan de la Sombra se
estaban reuniendo alrededor de la Roca del Clan. Los
tres veteranos asomaron la cabeza por debajo de las
ramas que daban sombra a su guarida. Salto de
Cierva y Hoja Ámbar aparecieron desde la guarida de
los guerreros, seguidos de cerca por Brinco de Sapo y
Tormenta de Plumas. Patas de Helecho y Zarpa
Mellada, que estaban comiendo junto a la pila de
carne fresca, acabaron con su presa rápidamente y se
volvieron para escuchar; Cola de Cuervo y Zarpa
Abrasadora se acercaron para unirse a ellos.
El vientre de Pequeña Amarilla comenzó a
agitarse. «¡Todos los gatos me estarán mirando! ¿Qué
pasa si me sale algo mal? ¿Quién será mi mentor?»
—Esta va a ser una dura estación sin hojas —
comenzó Estrella de Cedro—. Con nieve en el suelo,
necesitamos todos los cazadores que podamos y
patrullas fronterizas para defender nuestro territorio
cuando los otros Clanes tengan hambre. Así que este
es un buen momento para fortalecer al Clan de la
Sombra creando nuevos aprendices. Pequeña Serbal,
ven al frente.
Pequeña Serbal tragó saliva con nerviosismo,
luego avanzó lentamente hasta que estuvo debajo de
la Roca del Clan.
La mirada de Estrella de Cedro recorrió a su Clan.
—Vuelo de Pinzón —maulló—, has servido bien a
tu Clan y mereces tener otro aprendiz. Sé que
transmitirás tus habilidades a Zarpa de Serbal.
Zarpa de Serbal dio un pequeño salto de alegría
ante el sonido de su nuevo nombre, luego trotó hacia
Vuelo de Pinzón y le tocó la nariz. El gato blanco y
negro dejó escapar un ronroneo de aprobación.
Estrella de Cedro hizo una seña a Pequeño Nuez
con la cola.
—Pequeño Nuez, adelante —maulló.
Pequeño Nuez caminaba con orgullo por el claro.
—Hoja Ámbar —continuó Estrella de Cedro,
inclinando la cabeza hacia la gata naranja oscura—,
eres una guerrera hábil, y sé que le darás a Zarpa de
Nuez el entrenamiento que necesita.
«¡Zarpa de Nuez tiene a Hoja Ámbar!» Pequeña
Amarilla apenas se contuvo de exclamar en voz alta.
«¡Ella es muy estricta!» Todos los gatos jóvenes le
tenían un poco de miedo a Hoja Ámbar, quien tenía la
lengua mordaz cuando estaba molesta; Pequeña
Amarilla recordó haber sido regañada por ella cuando
accidentalmente golpeó a la guerrera en la cabeza
con una bola de musgo. Zarpa de Nuez parecía
nervioso mientras caminaba hacía Hoja Ámbar para
entrechocar narices, pero se relajó cuando la gata
murmuró:
—Te convertiré en el mejor guerrero que puedas
ser.
El corazón de Pequeña Amarilla comenzó a latir
con más fuerza. Cuando Estrella de Cedro la llamó,
cruzó el claro con toda la dignidad que pudo reunir.
«Clan Estelar, por favor no me dejes tropezar con una
ramita.»
—Salto de Cierva, eres una gata sabia y
experimentada —maulló Estrella de Cedro—. Sé que
transmitirás tus cualidades a Zarpa Amarilla.
Zarpa Amarilla se dio la vuelta para enfrentarse a
Salto de Cierva. La gata atigrada gris había avanzado
hasta el claro, esperándola. Mientras se acercaba a su
mentora, Zarpa Amarilla vio el brillo amistoso en los
ojos de Salto de Cierva y decidió que estaba muy
satisfecha con la elección que Estrella de Cedro había
hecho por ella.
—¡Haré lo mejor que pueda, lo prometo! —maulló
fervientemente mientras se tocaban las narices.
Cualquier respuesta se ahogó en los coreos del
Clan mientras saludaban a los nuevos aprendices por
sus nombres.
—¡Zarpa de Nuez! ¡Zarpa Amarilla! ¡Zarpa de
Serbal!
Zarpa Amarilla vio a Flor Radiante y Patas de
Helecho uno al lado del otro, con idénticas
expresiones de orgullo en sus rostros y en sus ojos
brillantes. Se sintió lo suficientemente feliz como para
estallar.
—Está bien —maulló Salto de Cierva a Zarpa
Amarilla cuando el ruido se hubo calmado y los gatos
comenzaban a alejarse—. ¿Por qué no salimos a
recorrer el territorio antes de que oscurezca?
—¡Genial! —Cada pelo del manto de Zarpa
Amarilla se erizó de emoción—. ¡Vamos!
Pero mientras seguía a Salto de Cierva a través del
campamento hacia las zarzas donde Zarpa de Nuez y
Zarpa de Serbal ya estaban desapareciendo con sus
mentores, se tambaleó cuando un dolor agudo
atravesó su estómago. No pudo reprimir un grito.
Salto de Cierva se dio la vuelta.
—¿Qué pasa?
Zarpa Amarilla apenas podía mantenerse sobre
sus patas. El dolor inundó su cuerpo, oscureciendo su
visión. Nunca había sentido nada tan malo.
—Dolor… duele… —logró jadear.
—Será mejor que veas a Bigotes de Salvia —
maulló Salto de Cierva.
—Pero… quiero ver el… el territorio —Zarpa
Amarilla protestó.
—El territorio no desaparecerá. —La voz de Salto
de Cierva estaba determinada. Apoyó la cola sobre
los hombros de su aprendiza—. Vamos juntas.
Mientras tropezaba por el campamento, Zarpa
Amarilla luchó contra su decepción. «Quiero empezar
a entrenar ahora. No tengo tiempo para
enfermarme.»
Pero cuando llegó a la guarida de la curandera, no
había ni rastro de ella.
—¿Están buscando a Bigotes de Salvia? —Brinco
de Sapo se dirigía a la pila de carne fresca—. La vi
entrar en la guarida de los veteranos.
—Gracias, Brinco de Sapo. —Salto de Cierva dirigió
el camino hacia el tocón del árbol.
Cuando se acercaron a la guarida, Zarpa Amarilla
escuchó gemidos prolongados, como si un gato
estuviera en agonía. El dolor de Zarpa Amarilla había
disminuido un poco, pero su pelaje se sentía extraño
y comenzó a picar, más y más fuerte con cada paso
que daba. Tenía miedo de lo que podría encontrar en
la guarida de los veteranos y apenas podía obligarse a
entrar.
Cuando se agachó por debajo de las ramas
exteriores de la guarida, vio a Flama Plateada estirada
en su lecho, con su cuerpo retorcido y sus ojos
vidriosos por el dolor. Bigotes de Salvia estaba
agachada sobre ella, mientras Fauces de Lagarto y
Ave Pequeña se acurrucaban juntos al otro lado, sus
rostros estaban llenos de miedo y lástima. El suelo
estaba sembrado de diferentes hierbas, sus olores
fuertes se mezclaban con otro olor dulzón que hizo
que Zarpa Amarilla se ahogara.
«¡Flama Plateada está realmente enferma!»
—¿Si, qué pasa? —Bigotes de Salvia espetó, sin
apartar la mirada de la vieja gata.
—Tuve un dolor… pero no es nada —tartamudeó
Zarpa Amarilla.
—Bueno. —Bigotes de Salvia hizo una pausa para
masticar un bocado de hojas—. Ven a verme mañana
si no se aclara.
—Lo haré. Gracias.
Incapaz de soportar ver a Flama Plateada por más
tiempo, Zarpa Amarilla salió de la guarida.
—¿Te sientes bien ahora? —preguntó Salto de
Cierva, con una matiz de impaciencia en su voz—.
Porque si es así, podemos partir.
Zarpa Amarilla asintió, tratando de ignorar el dolor
persistente en su estómago; cuando aspiró el aroma
de las hierbas, se había desvanecido hasta convertirse
en un dolor tolerable.
—Estoy bien —insistió.
Salto de Cierva abrió el camino a través de las
zarzas. La emoción se apoderó de Zarpa Amarilla
mientras la seguía, casi eliminando su ansiedad por
Flama Plateada. Latidos después, se paró fuera del
campamento por primera vez. Los pinos se extendían
a lo lejos por todos lados.
—¡Wow! —ella respiró—. ¡El bosque continúa
para siempre!
—No del todo —respondió Salto de Cierva, con un
destello de diversión en sus ojos—. Vamos. Iremos
por este camino.
El suelo entre los árboles era llano y casi no tenía
maleza. Zarpa Amarilla vio huellas entrecruzadas: las
marcas de garras puntiagudas de pájaros, huellas de
garras gatunas de una patrulla anterior y huellas más
grandes, con puntas de garras, que nunca antes había
visto. Hizo una pausa para olfatearlas y percibió un
rastro de un olor fétido que se sintió levemente
amenazador.
Salto de Cierva se había detenido y miraba hacia
atrás.
—Vamos, Zarpa Amarilla.
—¿Qué es esto? —maulló Zarpa Amarilla.
Salto de Cierva echó un rápido vistazo a las
huellas.
—Zorro —afirmó.
Zarpa Amarilla se estremeció y miró a su
alrededor, medio esperando ver una delgada forma
rojiza deslizándose entre los árboles. Nunca había
visto un zorro, pero había oído muchas historias sobre
ellos.
—Está bien —le dijo Salto de Cierva—. Ese olor
está rancio. Pero tenemos que estar atentas siempre
que estemos fuera del campamento.
Zarpa Amarilla flexionó sus garras, preguntándose
cómo sería luchar contra un zorro. Un movimiento
entre los árboles llamó su atención, pero no apareció
ningún zorro. En cambio, era una patrulla de caza del
Clan de la Sombra. Estrella de Cedro estaba liderando
el camino de regreso al campamento, con Ojo Rayado
y Tormenta de Plumas, todos ellos llevaban presas.
Salto de Cierva les saludó y el líder del Clan agitó la
cola en reconocimiento.
Poco tiempo después, los pinos se volvieron más
delgados, reemplazados por arbustos cubiertos de
nieve y juncos cuyas copas plumosas se agitaban con
la brisa. El terreno llano se volvió irregular, con
huecos ocultos llenos de nieve. Zarpa Amarilla dejó
escapar un chillido mientras se deslizaba por un
agujero y se hundía profundamente en el polvo
blanco. «¡Salto de Cierva va a pensar que soy una
estúpida cría!»
Pero Salto de Cierva solo esperó hasta que Zarpa
Amarilla salió y no hizo ningún comentario.
—Cuando el tiempo es más cálido, el suelo aquí es
pantanoso y húmedo —maulló—. Es un buen lugar
para cazar ranas.
Zarpa Amarilla asintió. «Flama Plateada solía
disfrutar de las ranas», pensó, recordando que la
veterana no había comido bien desde hacía mucho.
Se dio cuenta de que Salto de Cierva le había hecho
una pregunta y se había detenido a esperar una
respuesta.
—Lo siento —murmuró Zarpa Amarilla—. ¿Qué
dijiste?
Salto de Cierva suspiró.
—Te pregunté cuál pensabas que sería la mejor
manera de atrapar una rana.
—Oh… um… —Zarpa Amarilla pensó rápido—.
¿Esconderse entre los juncos y saltar sobre ella? —
sugirió.
Su mentora movió los bigotes.
—Eso podría funcionar. Pero recuerda que las
ranas también pueden nadar. Es mejor encontrar una
en tierra. Dos gatos pueden cazar mejor que uno: uno
que corte el camino de la rana hacia el estanque de
donde salió y otro que la atrape. Practicaremos con
los otros aprendices cuando llegue la estación de la
hoja verde.
—¡Genial! —Zarpa Amarilla respondió, aunque sus
pensamientos de Flama Plateada gimiendo de agonía
amortiguaron su entusiasmo.
Llegaron al borde del pantano y atravesaron otra
franja de pinos. Los árboles crecían más escasos ahí, y
formas rojizas y de bordes duros se alzaban más allá
del último de ellos, tan altas como los troncos más
altos.
—Estamos llegando a la frontera del territorio del
Clan de la Sombra—maulló Salto de Cierva—.
¿Puedes oler nuestras marcas olorosas?
Zarpa Amarilla olfateó y asintió. Se sentía
orgullosa de que el aroma del Clan de la Sombra fuera
tan fuerte. «¡Eso advierte a los otros Clanes que no se
metan con nosotros!»
—En esa dirección —Salto de Cierva prosiguió,
inclinando las orejas hacia las siniestras formas— está
el Poblado de los Dos Patas. No vamos allí. Es lugar
para perros y mininos domésticos, no para guerreros.
Esas son las guaridas donde viven los Dos Patas.
Zarpa Amarilla miró las paredes anormalmente
rectas con agujeros cuadrados a los lados, algunos en
lo alto y otros más cerca del suelo. Barreras bajas de
madera rodeaban cada guarida, como las espinas que
rodeaban el campamento del Clan de la Sombra.
Mientras Zarpa Amarilla miraba, apareció un minino
doméstico, balanceándose cuidadosamente en la
parte superior de la pared de madera antes de saltar
al otro lado.
—Ese gato llevaba algo alrededor del cuello —
observó.
Salto de Cierva asintió.
—Un collar. La mayoría de las mascotas los tienen.
Significa que pertenecen a los Dos Patas y nunca
podrán ser libres. Solo agradece que nunca tendrás
que usar uno.
Zarpa Amarilla miró por un poco más de tiempo,
pero la mascota no reapareció. Se preguntó cómo
sería vivir en el Poblado de los Dos Patas. Parecía frío,
duro y vacío, y se alegró cuando Salto de Cierva siguió
su camino, a través de otra zona de bosque donde los
pinos se mezclaban con otros árboles. Las ramas
desnudas crujieron sobre la cabeza de Zarpa Amarilla.
Pronto se dio cuenta de un hedor acre en el aire y un
rugido sordo que creció y se extinguió de nuevo.
—¿Eso es un trueno? —maulló.
—Verás lo que es en unos pocos latidos —le dijo
Salto de Cierva.
Cuando Zarpa Amarilla llegó al borde de los
árboles, se detuvo a trompicones. Frente a ella había
un estrecho tramo de suelo que se alejaba en ambas
direcciones hasta donde podía ver. La nieve que yacía
sobre él se había batido en líneas rectas, dejando
sucias crestas marrones. Debajo, Zarpa Amarilla pudo
distinguir una superficie dura y negra. El hedor acre
se elevó en oleadas, sofocando todos los demás
aromas del bosque.
—¿Qué es eso? —jadeó Zarpa Amarilla. Estiró una
pata para tocar la superficie.
Inmediatamente, Salto de Cierva movió la cola
frente a Zarpa Amarilla.
—Mantente atrás —advirtió.
En el mismo momento, el extraño rugido comenzó
de nuevo. Zarpa Amarilla se tensó cuando una
pequeña criatura apareció en el otro extremo del
camino; se hizo más grande a medida que el rugido se
hacía más fuerte. Pronto pudo distinguirlo con más
claridad: era de un escarlata brillantemente
antinatural y tenía patas negras redondas que
parecían devorar el suelo. Latidos más tarde pasó,
salpicando a Zarpa Amarilla con nieve sucia y medio
derretida. Por un momento, su aullido y vil hedor
llenó el aire; luego desapareció, menguando en la
distancia mientras el sonido se apagaba.
—¡No nos vio! —Zarpa Amarilla maulló de alivio.
—La mayoría no lo hacen —respondió Salto de
Cierva—. Se mantienen en el Sendero Atronador y no
nos molestan siempre que nos mantengamos
alejados de él. Pero han muerto gatos al intentar
cruzar, así que ni lo pienses.
—¿Ese es el Sendero Atronador? —preguntó Zarpa
Amarilla—. ¡Entonces eso debe haber sido un
monstruo! Patas de Helecho nos habló de ellos
cuando estábamos en la maternidad. Dijo que los
monstruos tienen Dos Patas en el estómago, pero
pensé que era solo un cuento para cachorros.
—No, es verdad —maulló Salto de Cierva.
—¿Esas cosas comen Dos Patas?
—No exactamente. —Salto de Cierva parecía
desconcertada—. Los Dos Patas vuelven a salir de
ellos, y parecen estar bien. No sé de qué se trata,
pero bueno, los Dos Patas son extraños.
El hedor del monstruo se estaba desvaneciendo, y
mientras saboreaba el aire, Zarpa Amarilla pudo
captar otro olor que no reconoció. Era olor de gatos,
pero más áspero que el cálido y reconfortante aroma
del Clan de la Sombra al que estaba acostumbrada.
—¿Qué es ese olor asqueroso?
—Ese es el Clan del Trueno —explicó Salto de
Cierva, agitando su cola hacia los árboles al otro lado
del Sendero Atronador—. Su territorio está allá.
—¿En verdad?
Las marcas olorosas parecían tan cercanas; Zarpa
Amarilla imaginó una patrulla de gatos hostiles del
Clan del Trueno trotando a través del Sendero
Atronador, invadiendo su territorio. El pelaje de su
cuello comenzó a erizarse y clavó sus garras en el
suelo. «¡Es mejor que no lo intenten!»
Pero no había ningún movimiento entre los
árboles en el lado opuesto del Sendero Atronador,
nada que sugiriera que una patrulla enemiga estaba
acechando allí. Sintiéndose un poco decepcionada,
Zarpa Amarilla se dio la vuelta.
—¿A dónde vamos ahora?
—Sígueme. —Salto de Cierva lideró el camino a lo
largo del Sendero Atronador y se detuvo en un punto
donde el suelo se hundió en una profunda hendidura
que se convirtió en un túnel que conducía a la
oscuridad. Los lados estaban revestidos con piedras
cuadradas.
—¿Los Dos Patas hicieron eso? —maulló Zarpa
Amarilla.
—Lo hicieron. —Salto de Cierva parecía
complacida y un poco sorprendida de que Zarpa
Amarilla hubiera acertado—. No me preguntes por
qué. Conduce por debajo del Sendero Atronador y
sube por el otro lado.
—¿Al territorio del Clan del Trueno? ¡Podrían
atravesarlo y atacarnos!
—No, sigue siendo nuestro territorio del otro lado,
hasta la hondonada de los Cuatro Árboles. Es el
camino que seguimos para las Asambleas.
Las patas de Zarpa Amarilla hormiguearon.
«¡Ahora que soy una aprendiza, podré ir a las
Asambleas!» Cuando tenía tres lunas, había rogado y
rogado para ir a una. Flama Plateada le había
prometido contarle todo lo sucedido y, al día
siguiente, había cumplido su promesa. «Lo hizo sonar
tan emocionante… Espero que esté mejor para la
próxima luna llena, así podemos ir juntas.»
Fue sacada bruscamente de sus recuerdos cuando
Salto de Cierva le dio un golpe en el hombro con la
punta de la cola.
—¡Despierta! —reprendió su mentora—. Aún nos
queda un largo camino por recorrer.
Siguieron andando, pegadas al Sendero Atronador
con las guaridas de Dos Patas desapareciendo entre
los árboles detrás de ella.
—Allí —continuó Salto de Cierva— hay otro túnel.
Ese conduce directamente al territorio del Clan del
Viento. ¿Qué crees que significa?
—¡Problemas! —exclamó Zarpa Amarilla.
—Correcto. Entonces, ¿qué debemos hacer al
respecto?
—¿Patrullar con mucho cuidado? —Zarpa Amarilla
sugirió—. Y… eh… ¿poner marcas olorosas realmente
fuertes alrededor de nuestro final?
Salto de Cierva asintió.
—Exactamente. Bien pensado, Zarpa Amarilla.
Unos cuantos zorros de distancia más allá, Zarpa
Amarilla vio a Zarpa de Serbal trotando hacia ellas
con su mentor, Vuelo de Pinzón.
Zarpa de Serbal agitó su cola.
—¿No es genial? —ella exclamó—. ¡Nuestro
territorio es asombroso!
Zarpa Amarilla maulló de acuerdo, pero no hubo
tiempo para detenerse y charlar. Salto de Cierva
estaba avanzando, y Zarpa Amarilla tuvo que
apresurarse para alcanzarla. A esas alturas el sol
empezaba a ponerse, manchando la nieve de rojo
sangre. Las sombras comenzaron a acumularse bajo
los árboles, y los monstruos que pasaban por el
Sendero Atronador tenían ojos amarillos
deslumbrantes que atravesaban la oscuridad.
Finalmente, Salto de Cierva se apartó del Sendero
Atronador y se dirigió de regreso a los árboles.
Sombras más oscuras se alzaban por delante, y Zarpa
Amarilla trató de ocultar su nerviosismo cuando Salto
de Cierva se hundió en ellas.
Finalmente, su mentora se detuvo.
—¿Qué puedes oler?— ella preguntó.
Zarpa Amarilla separó sus mandíbulas y saboreó el
aire.
—Olor muy fuerte del Clan de la Sombra —
informó—. ¿Estamos cerca de la frontera otra vez?
—Lo estamos. Pero ¿hay algo más?
Zarpa Amarilla tomó otro aliento, tratando de
distinguir otros aromas debajo del abrumador aroma
del Clan de la Sombra.
—¡Oh! —exclamó—. ¡Algo realmente
desagradable! ¿Es otro Clan?
—No, ese es el vertedero. —Salto de Cierva movió
la cola hacia las sombras.
Mirando más de cerca, Zarpa Amarilla distinguió
enormes montones de cosas malolientes. Formas
extrañas que brillaban en la penumbra asomaban de
una montaña de barro y escombros. Una cerca
brillante, como una telaraña gruesa y regular, los
rodeaba.
—¿Qué es todo eso? —maulló—. ¿Cómo llegó allí?
—Los Dos Patas lo traen en monstruos amarillos
—respondió Salto de Cierva con una mirada de
disgusto—. Es carroña de Dos Patas. Y antes de que
preguntes, no sé por qué la tiran allí.
—¡Puaj! —Zarpa Amarilla se pasó la lengua por las
mandíbulas—. Casi puedo saborearla desde aquí.
—Mantente alejada de allí —le advirtió Salto de
Cierva—. Más ratas de las que puedas imaginar viven
en esos montones, e incluso los guerreros
experimentados se lo piensan dos veces antes de
meterse con ellas.
—No hay forma de que quiera ir allí —Zarpa
Amarilla le aseguró—.
Estuvo feliz de dejar atrás el vertedero y regresar
al bosque. Había caído la noche y los primeros
guerreros del Clan Estelar estaban apareciendo en el
cielo. La nieve brillaba inquietantemente bajo los
árboles.
—¿Qué hay por ahí? —Zarpa Amarilla curvó la
cola hacia donde los pinos se extendían una y otra vez
hasta que se fundían en las sombras.
—Más bosque —respondió Salto de Cierva—.
Ningún gato va por ahí. Tenemos suficiente territorio
sin él.
Zarpa Amarilla sintió una punzada de alivio por no
tener que ir más lejos. Sus patas estaban congeladas
y comenzaba a sentir dolor. «Nunca había caminado
tan lejos», pensó.
—Ya casi estamos de regreso en el campamento
—anunció Salto de Cierva—. Puedes elegir un trozo
de carne fresca y luego buscarte un lecho en la
guarida de los aprendices.
Zarpa Amarilla parpadeó; no había considerado
que ya no dormiría en la maternidad, y se preguntó si
Zarpa Mellada y Zarpa Abrasadora le darían la
bienvenida a ella y a sus hermanos. Pero empujó ese
pensamiento al fondo de su mente. Había algo más
importante que tenía que hacer primero.
«Necesito saber cómo está Flama Plateada.»
Siguió a Salto de Cierva a través del túnel de
espinas hacia el claro.
—¿Disfrutaste viendo el territorio? —le preguntó
Salto de Cierva.
—Sí, fue genial, gracias —respondió Zarpa
Amarilla, con las patas ansiosas por llevarla hacia la
guarida de los veteranos.
—Terminé contigo, entonces. —Salto de Cierva
movió las orejas—. Te veré mañana al amanecer.
Comenzaremos tu entrenamiento con práctica de
caza.
Zarpa Amarilla sabía que debería sentirse
emocionada por eso, pero su ansiedad por Flama
Plateada se hacía más fuerte con cada latido. Inclinó
la cabeza hacia su mentora y atravesó el claro hacia la
guarida de los veteranos. Justo cuando la alcanzó,
Flor Radiante emergió.
—¿Cómo está Flama Plateada? —exigió Zarpa
Amarilla.
—Cada vez más débil —Flor Radiante respondió.
Su rostro era solemne—. Sé valiente, pequeña.
Tenemos que aceptar que es hora de que camine con
el Clan Estelar.
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—¡No! —jadeó Zarpa Amarilla—. ¡No puede
dejarnos!
—Lo siento, pero tiene que hacerlo. —Flor
Radiante inclinó la cabeza para tocar la oreja de Zarpa
Amarilla con la nariz.
Zarpa Amarilla pudo ver la desesperada ansiedad
en los ojos de Flor Radiante. «Sé cómo me sentiría si
Flor Radiante se estuviera muriendo. Ella debe sentir
lo mismo ahora que es su madre quien se unirá al
Clan Estelar.»
—¡Quiero verla! —se atragantó.
Flor Radiante asintió.
—Puedes, pero debes estar muy callada. —Dio un
paso atrás y permitió que Zarpa Amarilla se deslizara
por debajo de las ramas hacia la guarida de los
veteranos.
Flama Plateada estaba acostada de lado, con las
patas abiertas como si estuviera corriendo. Tenía los
ojos entrecerrados y el pecho se agitaba con
respiraciones entrecortadas. Bigotes de Salvia estaba
agachada sobre ella mientras Ave Pequeña y Fauces
de Lagarto miraban desde la esquina, sus ojos
brillaban en la oscuridad.
Zarpa Amarilla sintió como si su manto estuviera
en llamas mientras se acercaba a la vieja y enferma
gata. Ella se tambaleó hacia atrás, parpadeando.
—¡Tiene tanta sed! —le susurró a Bigotes de
Salvia—. ¿Por qué no le das algo de beber? ¿Por qué
no estás tratando su dolor?
Bigotes de Salvia levantó la mirada, con los ojos
llenos de dolor.
—No hay nada más que pueda hacer —murmuró.
—¡Debe haberlo! —Zarpa Amarilla gimió.
—Zarpa Amarilla —Ave Pequeña se puso de pie y
le dio un suave empujón a la aprendiza—. Ven
conmigo.
—¡No! —Zarpa Amarilla sintió como si todo su
mundo estuviera lleno de dolor y sufrimiento por
Flama Plateada—. Quiero quedarme con ella.
—No puedes ayudarla ahora —maulló Ave
Pequeña suavemente—. Ven.
Zarpa Amarilla se dejó llevar hacia la entrada.
Antes de esconderse bajo las ramas, miró hacia atrás.
—Adiós, Flama Plateada —susurró.
No había señales de que Flama Plateada la hubiera
escuchado. Ella respiró tan hondo que le crujió la
garganta. Cuando Zarpa Amarilla salió de la guarida,
aguzó el oído para volverla a oír respirar. No escuchó
nada.
—Está muerta, ¿no es así? —susurró Zarpa
Amarilla.
Ave Pequeña asintió.
—Ahora caza con el Clan Estelar.
Zarpa Amarilla clavó sus garras en el suelo.
—Ella no debería estar muerta. ¿Por qué Bigotes
de Salvia no la salvó?
—No fue…
—¡Debería haberla salvado! —Zarpa Amarilla
interrumpió las palabras de Ave Pequeña con un
aullido de rabia—. ¿De qué sirve una curandera si no
puede hacer eso?
—Ven a caminar conmigo —maulló Ave Pequeña
suavemente.
—Sí, ve con Ave Pequeña. —Flor Radiante, que
había esperado afuera de la guarida, tocó con la nariz
la oreja de Zarpa Amarilla.
Con los ojos nublados por la tristeza, Zarpa
Amarilla siguió a la pequeña atigrada rojiza fuera del
campamento. Se dio cuenta de que Ave Pequeña se
dirigía a los pantanos que Salto de Cierva le había
mostrado antes. Se sentía como si el recorrido por el
territorio hubiera sucedido en otra vida.
—Los curanderos solo pueden hacer lo mejor que
pueden con el conocimiento que tienen —le dijo Ave
Pequeña—. El Clan Estelar quería que Flama Plateada
caminara con ellos. Mira —añadió, deteniéndose
junto a un arbusto con algunas hojas de color verde
claro aferrándose a sus delgadas ramas—, ahí está el
arbusto de enebro que Bigotes de Salvia usó para
aliviar el dolor de Flama Plateada. Y en la estación de
la hoja nueva también hay fárfara para la dificultad
para respirar…
—Pero nada de eso sirvió en absoluto —gruñó
Zarpa Amarilla—. Bigotes de Salvia debería haber
encontrado algo mejor. —Dio un azote su cola—. ¿De
qué sirve ser un curandero si no puedes curar a tus
compañeros de Clan?
—La muerte es parte de la vida —maulló Ave
Pequeña, apoyando su cola en el hombro de Zarpa
Amarilla—. Todo buen guerrero va al Clan Estelar, y
ese es un lugar glorioso para terminar. —Levantó una
pata y señaló una estrella que brillaba sobre sus
cabezas—. Mira, Flama Plateada nos está cuidando
ahora.
—Pero la quiero de vuelta en el Clan —susurró
Zarpa Amarilla. La estrella estaba demasiado lejos
para significar algo, y ¿cómo podría un gato saber que
era Flama Plateada?
—Todos los gatos tienen que irse algún día —
murmuró la veterana—. Hasta entonces, todo lo que
podemos hacer es esforzarnos al máximo para ser los
mejores para nuestro Clan.

A medida que la estación sin hojas se arrastraba,


la fuerte helada hizo que la hierba fuera lo
suficientemente afilada como para perforar las
almohadillas de un gato como si fueran espinas, y las
presas permanecían profundamente dentro de sus
agujeros. Zarpa Amarilla sintió como si su vientre se
agitara, estaba tan vacío, pero Salto de Cierva la
mantuvo en un régimen de entrenamiento agotador.
—Tengo que levantarme antes que cualquiera de
ustedes —refunfuñó Zarpa Amarilla a Zarpa de Nuez
mientras se lamía una pata y trataba de quitarse el
sueño de los ojos—. ¡Algunas mañanas incluso
salimos antes que la patrulla del alba! Y nunca es
suficiente si atrapo una presa. Oh, no, no podemos
volver al campamento hasta que haya atrapado dos o
tres.
—Lo estás haciendo muy bien —murmuró Zarpa
de Nuez. Todavía estaba acurrucado en el musgo de
la guarida de los aprendices y sonaba medio dormido
—. Salto de Cierva es una mentora fantástica.
Zarpa Amarilla resopló, aunque estaba contenta
de haber logrado impresionar a su hermano. «Me
estoy esforzando mucho —pensó—. ¿Seguramente
voy a ser una buena guerrera con todo este
entrenamiento?»
—¡Zarpa Amarilla!
—Uh, oh. —Zarpa Amarilla se estremeció ante el
sonido de la voz de su mentora—. ¡Voy! —gritó
mientras salía de la guarida.
Salto de Cierva estaba de pie a un zorro de
distancia, sacando con impaciencia sus garras. La
primera tenue luz del amanecer se colaba en el cielo;
Zarpa Amarilla apenas podía ver los contornos de los
árboles. Colmillo de Piedra salía de la guarida de los
guerreros. Arqueó la espalda en un largo estirón y sus
mandíbulas se abrieron en un bostezo.
Zarpa Amarilla parpadeó y trató de parecer alerta.
—¿A dónde vamos hoy?
—Pensé que podríamos intentar cerca del gran
fresno —respondió Salto de Cierva—. Ningún gato ha
cazado allí desde hace uno o dos días.
La somnolencia de Zarpa Amarilla se desvaneció
mientras se dirigía al bosque tras su mentora. El aire
estaba fresco y frío; sus patas golpeaban el duro suelo
e hizo un esfuerzo consciente por caminar con
suavidad. La luz del amanecer se intensificaba cuando
el fresno apareció a la vista. Salto de Cierva hizo un
gesto con la cola para que Zarpa Amarilla se cubriera
detrás de algunas zarzas.
—Quédate perfectamente quieta —le ordenó la
guerrera—. Mira, escucha y huele. ¿Qué puedes
percibir?
Zarpa Amarilla se irguió, sus bigotes temblaron por
la concentración, y trató de enfocar todos sus
sentidos a la vez. Al principio no oyó nada más que la
brisa en las ramas desnudas del fresno y el suave
sonido de su propia respiración. Luego, un olor
familiar flotó en sus mandíbulas y aguzó las orejas.
«¡Mirlo!»
Asomó la cabeza por detrás de las zarzas y vio al
pájaro picoteando entre las raíces del fresno.
Recordando comprobar la dirección de la brisa, se
abrió camino por el exterior de la espesura y se
agachó hasta ponerse en cuclillas para acercarse al
pájaro desde la otra dirección. Sigilosamente, paso a
paso, Zarpa Amarilla avanzó, con la mirada fija en su
presa.
Era consciente de que Salto de Cierva la miraba, lo
que la hacía aún más decidida. «¡Tengo que hacer una
buena atrapada!»
Pero antes de que Zarpa Amarilla se acercara a la
distancia, accidentalmente pisó una hoja muerta.
Crujió bajo su pata, y el mirlo, alertado por el
pequeño sonido, revoloteó hasta una rama baja.
—¡Cagarrutas de ratón! —siseó Zarpa Amarilla.
Regresó a Salto de Cierva, que todavía estaba a
cubierto detrás de las zarzas.
—Está bien —maulló su mentora—. ¿Qué hiciste
mal?
—Pisé una hoja.
«¡Duh!»
—¿Y por qué pisaste una hoja?
—No era consciente de todo lo que me rodeaba —
admitió Zarpa Amarilla—. Estaba tan concentrada en
el mirlo que no pensé en dónde estaba poniendo mis
patas.
Salto de Cierva le dio un asentimiento de
aprobación.
—Bien. Lo recordarás la próxima vez, ¿no? —
Mirando desde la espesura, añadió—: Y ahora tienes
otra oportunidad.
Zarpa Amarilla asomó la cabeza y vio que el pájaro
estaba de regreso entre las raíces de los árboles,
picoteando como si hubiera olvidado la amenaza.
«¡Te atraparé esta vez!»
Comprobando de nuevo la dirección del viento, se
arrastró hacia adelante; esta vez miró el suelo frente
a ella, evaluando todo lo que se interponía entre ella
y su presa. Evitó una ramita caída y usó un grupo de
hierba congelada para una protección adicional. Por
fin estuvo lo suficientemente cerca para saltar;
tensando los músculos, se lanzó hacia adelante con
un enorme salto y hundió sus garras en el pájaro
antes de que se diera cuenta de que estaba allí. Una
vez que el cuerpo inerte estuvo seguro en sus
mandíbulas, trotó de regreso a su mentora.
—Bien hecho —ronroneó Salto de Cierva—. Ese
fue un acecho perfecto.
Zarpa Amarilla se sintió cálida por todas partes;
Los elogios de Salto de Cierva debían ganarse.
—Es un poco delgado —confesó después de dejar
caer el pájaro al suelo.
—No importa. Cualquier presa es bienvenida en
un tiempo como este.
El suelo era demasiado duro para cavar un hoyo y
enterrar a la carne fresca mientras seguía cazando,
por lo que Zarpa Amarilla raspó hojas sobre él antes
de comenzar a buscar más presas en el área,
moviéndose en círculos cada vez más amplios
alrededor del fresno. Pero parecía como si nada más
se moviera en todo el bosque helado. Garras de
escarcha se clavaban profundamente en el manto de
Zarpa Amarilla, y estaba casi lista para preguntar si
podían regresar al campamento cuando vio un
movimiento parpadeante entre dos piedras.
Rápidamente metió una pata y se sorprendió al
descubrir que había enganchado un lagarto en sus
garras. Se retorció por un latido y luego se quedó
quieto.
—Qué buena suerte —Salto de Cierva comentó—.
Usualmente no ves lagartos en un tiempo tan frío
como este.
Zarpa Amarilla se hinchó de orgullo mientras
llevaba sus dos presas al campamento. Zarpa de Nuez
y Zarpa de Serbal estaban junto al montón de carne
fresca con sus mentores.
—¡Hemos estado en una patrulla de caza! —Zarpa
de Nuez maulló, charlando hacia Zarpa Amarilla—.
¡Atrapé un ratón!
—Y Zarpa de Serbal atrapó un estornino —agregó
Vuelo de Pinzón—. Ambos lo han hecho muy bien.
—Bueno, no tiene sentido quedarse mirando
como crece nuestro pelaje —maulló Salto de Cierva
—. ¿Qué tal si les damos a los aprendices una sesión
de entrenamiento conjunta? A todos les vendría bien
practicar sus movimientos de batalla.
—Ella nunca se detiene, ¿verdad? —Zarpa de
Serbal murmuró en el oído de Zarpa Amarilla
mientras los otros dos mentores murmuraban
acuerdo y se dirigían al túnel de espinas.
—Al menos la lucha nos mantendrá calientes —
señaló la aprendiza de pelo gris.
Ella y sus hermanos siguieron a sus mentores
hasta la hondonada de entrenamiento poco
profunda, no muy lejos del campamento. Zarpa
Mellada y Zarpa Abrasadora ya estaban allí con Patas
de Helecho y Cola de Cuervo.
Los dos aprendices mayores daban vueltas
cautelosamente uno alrededor del otro. Zarpa
Mellada lanzó un zarpazo, pero Zarpa Abrasadora
saltó hacia atrás y el golpe nunca impactó. Con un
aullido, Zarpa Mellada se impulsó con sus patas
traseras y se lanzó al aire. Zarpa Amarilla hizo una
mueca, esperando que aterrizara en Zarpa
Abrasadora y lo derribara al suelo. Pero mientras
Zarpa Mellada todavía estaba en el aire, su hermano
se giró sobre su espalda en el suelo. Extendió las
cuatro patas, con las garras extendidas. Zarpa
Mellada aterrizó en el vientre de Zarpa Abrasadora, e
inmediatamente el gato rojizo lo sujetó con sus cuatro
patas por los hombros y ancas. Luego se dio la vuelta
para intercambiar lugares y clavó a Zarpa Mellada al
suelo.
—Suficiente —maulló Cola de Cuervo, y los dos
aprendices se separaron—. Ahora inténtalo de nuevo,
y Zarpa Abrasadora, tú saltas esta vez.
—¡Es un movimiento brillante! —Zarpa de Serbal
exclamó.
—Es bueno recordarlo si un gato salta sobre ti en
la batalla —explicó Patas de Helecho mientras los
aprendices mayores volvían a dar vueltas entre sí—. A
menudo, el gato que está debajo tiene lo peor de la
pelea, pero de esta manera puedes recuperar el
control.
—¿Podemos intentarlo? —Zarpa Amarilla
preguntó cuándo hubo visto el movimiento
demostrado por segunda vez.
—Por supuesto —maulló Salto de Cierva—. Para
eso estamos aquí. Zarpa Amarilla, puedes trabajar
con Zarpa de Nuez. Zarpa Abrasadora, practicas con
Zarpa de Serbal.
Zarpa de Serbal parecía un poco desconcertada
ante la idea de trabajar con un aprendiz que ya
conocía el movimiento, y Zarpa Abrasadora
obviamente no estaba muy feliz de estar emparejado
con una gata más joven. Pero sabían que era mejor
no discutir.
—Mantengan las garras envainadas —instruyó
Patas de Helecho—. No queremos ningún pelaje
hecho pedazos.
Cada par de gatos comenzó a dar vueltas. Zarpa
Amarilla estaba saltando sobre Zarpa de Nuez, quien
tenía las patas extendidas listas para ella, cuando
escuchó un aullido de sorpresa de Zarpa de Serbal. Al
mismo tiempo, un dolor agudo le atravesó el hombro.
Dejó escapar un chillido y se desplomó en el suelo a
las patas de Zarpa de Nuez.
—Por el amor del Clan Estelar, ¿qué está pasando?
—Vuelo de Pinzón exclamó, saltando hacia su
aprendiza—. Zarpa de Serbal, ¿estás bien?
Cuando Zarpa Amarilla se dio la vuelta, jadeando
de dolor, vio a su hermana tirada en el suelo al otro
lado del área de entrenamiento. La sangre manaba
lentamente de unos pinchazos en el hombro de Zarpa
de Serbal.
—¡Zarpa Abrasadora, dijimos garras envainadas!
—Cola de Cuervo le espetó.
—Lo siento —murmuró Zarpa Abrasadora—. Lo
olvidé.
—No entiendo cómo dos aprendices pueden
resultar heridos al mismo tiempo —maulló Hoja
Ámbar, acercándose a Zarpa de Nuez—. ¿Qué hiciste?
—¡Nada! —Los ojos de Zarpa de Nuez estaban
muy abiertos por la consternación—. ¡No miento,
nunca toqué a Zarpa Amarilla!
—Como sea. Igual duele —espetó Zarpa Amarilla,
incorporándose torpemente a sus patas.
—Yo estoy bien. —Zarpa de Serbal se sentó,
girando la cabeza para pasar la lengua por las
manchas de sangre en su hombro—. Quiero
intentarlo de nuevo.
—Está bien —maulló Vuelo de Pinzón—. Pero
tengamos todos más cuidado esta vez.
El dolor en el hombro de Zarpa Amarilla se estaba
desvaneciendo, pero temía ser lastimada por segunda
vez. Cuando volvieron a practicar el movimiento, supo
que no estaba haciendo su mejor esfuerzo.
—Agarra a tu oponente con más fuerza —aconsejó
Salto de Cierva—. No pienses en lo que están
haciendo sus patas. Solo concéntrate en aferrarte a él
e inmovilizarlo.
—Creo que es suficiente por hoy —Vuelo de
Pinzón decidió, cuando los aprendices habían
practicado el movimiento una vez más—. Zarpa de
Serbal, será mejor que veas a Bigotes de Salvia por
esos rasguños.
Zarpa de Serbal asintió, aunque Zarpa Amarilla
notó que las marcas de garras ya no sangraban, y su
hermana apenas cojeaba mientras se dirigían de
regreso al campamento. Mientras Zarpa de Serbal se
dirigía a la guarida de la curandera, el resto de los
aprendices y sus mentores se reunieron alrededor del
montón de carne fresca.
—Zarpa Amarilla, ¿crees que deberías ver a
Bigotes de Salvia también? —le preguntó Salto de
Cierva.
—No, estoy bien —murmuró Zarpa Amarilla a
través de un bocado de la ardilla que estaba
compartiendo con Zarpa de Nuez.
Salto de Cierva parecía dudar.
—Será mejor que te tomes el resto del día libre —
maulló, olfateando el hombro de Zarpa Amarilla—.
No veo ninguna lesión, pero nunca se sabe. Descansa
un poco y ve a Bigotes de Salvia si el dolor no
desaparece. —Se dio la vuelta para elegir alguna
presa para ella.
Zarpa Amarilla no quería descansar. «Ahora me
siento bien —pensó ella—. Quizá simplemente
aterricé mal.»
Cuando hubo terminado su parte de la ardilla,
decidió que se iría sola a practicar el nuevo
movimiento. Todavía no estaba acostumbrada a
poder salir del campamento por su cuenta y sintió un
estremecimiento de confianza mientras caminaba a
través de las espinas. Cuando encontró un lugar
apartado en una hondonada cubierta por arbustos de
acebo, intentó el movimiento de nuevo: primero el
salto y luego se dio la vuelta para extender sus patas,
lista para agarrar a su oponente. «No funciona tan
bien si lo hago yo sola», pensó, decepcionada.
—¿Quieres ayuda?
La voz sobresaltó a Zarpa Amarilla; levantó la
mirada para ver a Zarpa Mellada de pie en la parte
superior de la hondonada.
—No, estoy bien —maulló, moviendo sus patas
delanteras en la tierra.
Ignorando su negativa, Zarpa Mellada se acercó a
ella.
—Realmente necesitas un compañero para hacer
ese movimiento
—maulló él.
Zarpa Amarilla le dio una sacudida a su pelaje.
«Sería una cerebro de ratón si no dejara que me
ayudara.»
—Está bien —estuvo de acuerdo.
«¡Salto de Cierva se sorprenderá cuando vea que
puedo hacer el movimiento perfectamente!»
Zarpa Mellada le dio un rápido asentimiento.
—Saltaré y tú me agarrarás —le dijo—. De esa
manera, puedes practicar la parte difícil.
Al principio, Zarpa Amarilla temía que el aprendiz
más pesado la aplastara en el suelo del bosque.
—No puedo poner mis patas en su lugar lo
suficientemente rápido
—se quejó, sentándose y sacudiendo trozos de hojas
muertas de su pelaje.
—Tienes que vigilar más de cerca —respondió
Zarpa Mellada—. Debes saber cuándo se acerca el
salto y estar lista. Inténtalo otra vez.
Esta vez, Zarpa Amarilla notó la tensión de los
músculos de Zarpa Mellada antes de que saltara. Ella
rodó sobre su espalda y abrió las patas.
—¡Te tengo! —gritó mientras envolvía sus patas
alrededor de él y lo volteó.
Zarpa Mellada se apresuró a ponerse de pie y
asintió con la cabeza.
—Mejor.
«¿Mejor? —Zarpa Amarilla pensó indignada—.
¡Fue brillante!»
—Podrás hacerlo la próxima vez que estés en una
sesión de entrenamiento —Zarpa Mellada continuó
—. Ahora tengo que irme. Quiero cazar antes de que
oscurezca.
—¡Gracias! —exclamó Zarpa Amarilla mientras el
gato salía de la hondonada—. ¡Realmente ayudaste!
Zarpa Mellada no respondió. Zarpa Amarilla se
quedó parpadeando tras él, sorprendida por sus
sentimientos de gratitud. «Quizá él no sea tan malo
después de todo.»
6
La luz del sol de la mañana brillaba en la hierba
cubierta de rocío y sobre las telarañas que cubrían los
arbustos y los matorrales de helechos. Zarpa Amarilla
hizo una pausa para saborear el aire. El olor a tierra
húmeda inundó sus mandíbulas, con un rastro de
frescos brotes verdes. «La estación de la hoja verde
estará aquí pronto.»
Zarpa Amarilla y sus hermanos estaban siguiendo
a Salto de Cierva, saliendo del campamento para una
sesión de entrenamiento. Al saltar sobre una rama
rota, vio una mancha verde. Volvió, empujó la rama a
un lado y descubrió unos delicados brotes
asomándose a través de la cubierta de hojas
podridas. Con mucha suavidad, Zarpa Amarilla raspó
los escombros, dando a los brotes la oportunidad de
alcanzar el sol. Agachándose para olerlos bien, pensó:
«Estoy segura de que he olido esto en la guarida de
Bigotes de Salvia antes. Debe ser una hierba.»
Cuando se enderezó, escuchó aullidos de emoción,
y los dos aprendices más nuevos, Zarpa de Raposa y
Zarpa de Lobo, se lanzaron sobre la rama. Zarpa
Amarilla saltó hacia atrás para evitar ser derribada.
Cuatro pares de patas voladoras pisotearon con
fuerza los pequeños brotes, aplastándolos contra la
tierra.
—¡Cerebros de ratón! —los llamó Zarpa Amarilla,
su pelaje erizado de furia—. ¡Miren hacia donde van!
Flor Radiante, la mentora de Zarpa de Lobo, y Ala
de Ventisca, que era el mentor de Zarpa de Raposa,
siguieron a sus aprendices más lentamente. Flor
Radiante le dio a Zarpa Amarilla una mirada
inquisitiva al pasar, pero Zarpa Amarilla se encogió de
hombros y se quedó atrás.
El resto de los aprendices y sus mentores se
habían reunido en un claro no lejos de los pantanos.
Zarpa de Lobo y Zarpa de Raposa estaban corriendo
alrededor del borde, echando a un lado a Zarpa de
Nuez y Zarpa de Serbal si se interponían en el camino.
Zarpa de Serbal se acercó a Zarpa Amarilla.
—Son incluso más molestos que Zarpa Mellada y
Zarpa Abrasadora.
Aún enojada por los brotes dañados, Zarpa
Amarilla asintió.
—Están actuando como cachorros.
Salto de Cierva reunió a los gatos.
—Hoy vamos a hacer un ejercicio de caza —
anunció.
—Aww, ¿tenemos que hacerlo? —La interrumpió
Zarpa de Lobo—. ¡Eso es tan aburrido! ¡Quiero
pelear!
Salto de Cierva le dirigió una fría mirada.
—Si quieres, Zarpa de Lobo, puedes volver al
campamento y buscar garrapatas en los veteranos.
—Eh… no. —La cola de Zarpa de Lobo cayó—.
Supongo que cazar está bien.
—Muchas gracias —continuó Salto de Cierva, con
un toque de sarcasmo en su tono—. Esta mañana van
a trabajar por parejas. Zarpa de Nuez y Zarpa de
Serbal, pueden trabajar juntos. Zarpa Amarilla, ve con
Zarpa de Raposa. —La punta de su cola se movió—.
Zarpa de Lobo, ya que no hay otro aprendiz con quien
emparejarte, tendrás que trabajar conmigo.
Zarpa Amarilla dudó entre disfrutar la expresión
de horror de Zarpa de Lobo y su consternación por
tener que trabajar con Zarpa de Raposa. Miró a la
aprendiza más joven y vio que la gata rojiza le estaba
dando una mirada dudosa en respuesta. «Está bien,
esto no te gusta más que a mí
—pensó Zarpa Amarilla—. Pero tenemos que
aguantarlo por el bien del Clan.»
Salto de Cierva ordenó a Zarpa Amarilla y Zarpa de
Raposa que se dirigieran a través de las ciénagas
pantanosas hacia el Sendero Atronador.
—Vuelvan aquí cuando cada una haya atrapado
una presa —les ordenó—. Y recuerden, están
trabajando juntas.
Zarpa Amarilla avanzó con cuidado por el terreno
pantanoso, practicando las instrucciones de su
mentora de mirar, escuchar y oler. Mientras tanto,
Zarpa de Raposa saltaba de un grupo de césped a
otro, y a menudo aterrizaba en las charcas poco
profundas y salpicaba agua fangosa sobre su pelaje
rojizo brillante. Zarpa Amarilla puso los ojos en
blanco. «Supongo que es una forma de ocultar tu olor
a las presas.» Podía escuchar el rugido distante del
Sendero Atronador cuando Zarpa de Raposa dio un
pequeño salto emocionado.
—¡Puedo oler una paloma! ¡Por este camino! —
Salió corriendo.
—No atrapará ninguna paloma ni nada si corre de
esa manera
—murmuró Zarpa Amarilla. Había captado el aroma
de la paloma en el mismo momento, pero también
había olido algo más—. Gatos, y no gatos del Clan de
la Sombra —maulló suavemente mientras seguía a
Zarpa de Raposa—. Esto podría significar problemas.
Alcanzó a Zarpa de Raposa cuando logró ver el
Sendero Atronador. La joven gata rojiza estaba parada
en medio de un charco de plumas, mirándolas con
expresión de consternación.
—Algún otro gato llegó antes que nosotras —le
dijo a Zarpa Amarilla.
—Me di cuenta.
El olor a gatos extraños era más fuerte que nunca.
—Y no fue una patrulla del Clan de la Sombra.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Zarpa de Raposa.
Zarpa Amarilla ignoró la pregunta. «Si no puede
oler eso…» Lanzó una mirada alrededor del charco de
plumas, con la nariz pegada al suelo, hasta que vio
huellas de gato que se alejaban en dirección al
Sendero Atronador.
—Mira esto —maulló, haciendo señas a la
aprendiza con la cola—. ¿Ves lo pequeñas y ligeras
que son esas huellas? —Señaló cuando Zarpa de
Raposa llegó a su lado—. Apostaría una luna de
patrullas del alba a que fueron hechas por gatos del
Clan del Viento.
—¡Clan del Viento! —exclamó Zarpa de Raposa—.
¡Robando nuestras presas! No pueden hacer eso.
¡Vamos a por ellos!
Estaba lista para atacar, pero Zarpa Amarilla se
paró frente a ella.
—¡Espera! —espetó—. ¿Tienes cerebro de ratón?
—¿Tienes miedo? —replicó Zarpa de Raposa.
—¡Nunca! —La voz de Zarpa Amarilla era baja y
furiosa—. Solo tengo algo de sentido común, eso es
todo. ¿Qué crees que van a hacer dos aprendizas,
solas en territorio del Clan del Viento? Lo que
tenemos que hacer es ir a buscar a nuestros
mentores.
Corrió de regreso a través del pantano. Zarpa de
Raposa corrió a su lado, luciendo rebelde. Cuando
llegaron al área de entrenamiento, solo Flor Radiante
y Ala de Ventisca estaban allí.
—¡Clan del Viento! —jadeó Zarpa Amarilla.
—¡Robando nuestras presas! —Zarpa de Raposa
añadió, rebotando sobre sus patas—. ¿Vamos a
atacar?
—¡Esperen! —Flor Radiante levantó la cola—.
Tranquilícense y cuéntennos qué pasó.
Zarpa Amarilla comenzó a explicar lo que habían
visto, tratando de ignorar los intentos de Zarpa de
Raposa de interrumpir. Mientras ella hablaba, Salto
de Cierva y Zarpa de Lobo regresaron, seguidos de
cerca por Zarpa de Nuez y Zarpa de Serbal.
—No podemos dejar pasar esto —maulló Flor
Radiante cuando Zarpa Amarilla terminó—.
Necesitamos echar un vistazo. Zarpa Amarilla, lidera
el camino.
Zarpa Amarilla se enorgullecía de encabezar la
patrulla mientras los llevaba a través de los pantanos
hasta donde yacían las plumas de la paloma. Flor
Radiante bajó la cabeza para oler las huellas de gato.
—Fresco —murmuró—. Y definitivamente del Clan
del Viento. Dos de ellos, supongo. Bien olido, Zarpa
Amarilla.
—Tienes el mejor sentido del olfato —maulló Salto
de Cierva a Flor Radiante—. ¿Por qué no sigues estos
rastros y ves a dónde conducen? Lleva a Ala de
Ventisca contigo en caso de que los gatos del Clan del
Viento sigan merodeando. Te esperaremos aquí.
Flor Radiante asintió y se dirigió hacia el Sendero
Atronador, con Ala de Ventisca justo detrás. Zarpa
Amarilla esperó con impaciencia hasta que vio a
ambos guerreros regresar corriendo.
—Las huellas conducen a ese nuevo túnel que los
Dos Patas hicieron bajo el Sendero Atronador —
informó Ala de Ventisca—. Y sabemos a dónde lleva
eso: ¡Al territorio del Clan del Viento!
—¿Qué vamos a hacer? —Zarpa de Serbal
demandó.
Flor Radiante y Ala de Ventisca miraron a Salto de
Cierva, ya que era una guerrera veterana. Ella pensó
por un momento.
—Ala de Ventisca, deberías volver al campamento
y buscar refuerzos —respondió finalmente—. Zarpa
de Raposa y Zarpa de Lobo, vayan con él y quédense
en el campamento.
—¿Qué? —exclamó Zarpa de Lobo, desanimado—.
¡Queremos pelear!
—Sí, conocemos algunos movimientos increíbles
—Zarpa de Raposa agregó.
—Por supuesto que no —maulló Salto de Cierva—.
Ambos son demasiado jóvenes para la batalla. —
Volviéndose hacia Zarpa Amarilla y sus hermanos,
agregó—: ¿Se sienten listos para su primer ataque a
un enemigo?
El vientre de Zarpa Amarilla se estremeció.
—¡Sí! —logró decir.
Los ojos de sus hermanos estaban muy abiertos
por la conmoción; se miraron el uno al otro y luego
asintieron.
—No es justo —murmuró Zarpa de Lobo—.
Podemos luchar tan bien como ellos.
Salto de Cierva ignoró su comentario.
—Te esperaremos cerca de la entrada del túnel —
le dijo a Ala de Ventisca.
El gato blanco reunió a los aprendices más jóvenes
y regresó al campamento. Cuando se habían ido,
Salto de Cierva lideró el camino a lo largo de la línea
de rastros hasta que vieron el estrecho túnel que
conducía al Clan del Viento. Zarpa Amarilla podía
notar que el aroma del Clan rival era aún más fuerte
allí.
—Nos detendremos aquí —Salto de Cierva
anunció, deteniéndose junto a un grupo de hierba
larga y pantanosa—. Quédense quietos para que no
los vean. Y si algún gato del Clan del Viento sale del
túnel, ni siquiera muevan un bigote hasta que yo dé la
orden.
Zarpa Amarilla obedeció, agachándose en la
hierba entre Zarpa de Serbal y Zarpa de Nuez. Sus
garras se extendieron y sus músculos se tensaron
para saltar sobre cualquier intruso, pero no había
aparecido ningún gato cuando Zarpa Amarilla
percibió un olor más fuerte del Clan de la Sombra y
escuchó una patrulla que se acercaba atravesando la
hierba. Salto de Cierva se levantó para recibirlos e
indicó a los aprendices que hicieran lo mismo.
Colmillo de Piedra, el lugarteniente del Clan, iba a la
cabeza, seguido de cerca por Patas de Helecho y Cola
de Cuervo. Zarpa Amarilla estuvo sorprendida y un
poco decepcionada al ver que Zarpa Mellada y Zarpa
Abrasadora estaban con sus mentores. Quería que
ella y sus hermanos fueran los únicos aprendices en
enfrentarse al Clan del Viento esta vez.
—¿Dónde está Ala de Ventisca? —preguntó Salto
de Cierva.
—Se quedó para ayudar a proteger el
campamento —Colmillo de Piedra maulló—. Por si
acaso el Clan del Viento piensa que puede llevar la
batalla hacia nosotros.
Salto de Cierva inhaló.
—Me gustaría verlos intentarlo.
La emoción burbujeó dentro de Zarpa Amarilla
mientras la patrulla se preparaba para irse.
—Haremos que el Clan del Viento se arrepienta de
haber tocado nuestras presas.
—Cálmate —le maulló Zarpa Mellada—. Esto es lo
que hacen los guerreros.
—Sí —Zarpa Abrasadora agregó—. Es solo parte
de vivir en un Clan
—También es su primera vez en una batalla —
resopló Zarpa de
Nuez—, así que no finjan que no están emocionados.
Zarpa Amarilla pudo ver que su hermano tenía
razón. Zarpa Abrasadora estaba moviendo sus garras
en la hierba, y los ojos ámbar de Zarpa Mellada
brillaban.
Colmillo de Piedra reunió a la patrulla con un
movimiento de su cola.
—Yo lideraré —anunció—. Patas de Helecho, tú
cuida la retaguardia y mantente atento a los
problemas que haya detrás. —El gato rojizo claro
asintió. Colmillo de Piedra se volvió hacia los
aprendices y prosiguió—. Escuchen todo lo que digo.
No atacaremos de inmediato. Primero le daremos al
Clan del Viento la oportunidad de explicarse.
—Como si fueran capaces de explicar el olor del
Clan del Viento y las plumas de paloma dentro de
nuestras fronteras —Salto de Cierva gruñó.
La patrulla partió en fila. Zarpa Amarilla estaba
cerca de la parte trasera, justo por delante de Zarpa
Mellada y su padre. El túnel bajo el Sendero
Atronador era más estrecho de lo que se había
imaginado, mucho más pequeño que el que Salto de
Cierva le había mostrado en su primer recorrido por
el territorio, y oscuro. Zarpa Amarilla saltó, su corazón
comenzó a latir con fuerza ante un rugido que pareció
llenar el lugar por completo.
—Está bien —maulló Patas de Helecho detrás de
ella—. Son solo monstruos que pasan por el Sendero
Atronador.
Obligándose a relajarse, Zarpa Amarilla siguió el
olor de Cola de Cuervo, quien caminaba frente a ella.
«Me pregunto qué pasaría si nos encontráramos con
gatos del Clan del Viento que vienen desde el otro
lado.» Trató de averiguar cómo podía usar sus
movimientos de batalla en un espacio tan reducido.
Pronto pudo oler el aire fresco que venía de algún
lugar más adelante. Unos pocos latidos después, Cola
de Cuervo trepó hacia arriba, arrojando trozos de
tierra y escombros sobre Zarpa Amarilla.
Parpadeando, la aprendiza la siguió y salió al aire
libre. Mientras Zarpa Mellada y Patas de Helecho
aparecían tras ella, respiró hondo y miró a su
alrededor. «¡Estoy en territorio del Clan del Viento
ahora!»
Zarpa Amarilla sintió como si cada pelo de su
manto estuviera erizado con la emoción de estar tras
las fronteras enemigas. Detrás de ella, los monstruos
rugían de un lado a otro en el Sendero Atronador. Al
frente, una amplia franja de hierba se extendía hasta
el horizonte sin interrupciones. El viento soplaba
desde la cima de la colina hacia los gatos del Clan de
la Sombra, alborotando su pelaje y trayendo consigo
aromas de gatos y conejos.
Colmillo de Piedra agitó la cola.
—Por aquí. Permanezcan juntos.
—Me sorprende que los gatos del Clan del Viento
puedan atrapar cualquier cosa en estos espacios
abiertos —maulló Zarpa Amarilla a Zarpa de Nuez
mientras seguían al lugarteniente del Clan hacia la
cima del páramo.
—Lo sé —coincidió Zarpa de Nuez—. Apenas
puedo oírme hablar, con el viento en el pelo de mis
orejas.
—¡Miren! —Zarpa de Serbal movió su cola sobre
el hombro de Zarpa Amarilla.
Mirando hacia arriba, Zarpa Amarilla vio la silueta
de un delgado guerrero del Clan del Viento contra el
cielo. El gato se quedó inmóvil por un latido, luego
giró la cola y desapareció por el otro lado de la colina.
—Ha ido a advertir a sus compañeros de Clan —
murmuró Zarpa de Nuez.
—¡Todavía no puedo creer lo delgados que son! —
Zarpa Amarilla maulló—. Y su olor es extraño, como a
conejos y hierba arrastrada por el viento.
Recordó la primera vez que había visto gatos del
Clan del Viento, en su primera Asamblea hacía casi
una luna, pero el recuerdo era borroso. «Había tantos
gatos… tanto ruido…» Había esperado con ansias su
primera Asamblea desde que tenía memoria, pero
había sido abrumadora, ocupada y llena de charlas y
aromas contradictorios. Zarpa Amarilla se había
sentido demasiado tímida para ir a hablar con
cualquier gato de los Clanes rivales, en lugar se quedó
entre los aprendices del Clan de la Sombra. Después
se sintió estúpida y avergonzada por ser tan tímida,
pero Salto de Cierva le dijo que muchos aprendices se
sentían así y, a veces, incluso guerreros veteranos. La
próxima Asamblea sería más fácil, se prometió. Ahora
Zarpa Amarilla se sentía fuerte y confiada mientras
cruzaba el páramo. «Soy parte de una patrulla del
Clan de la Sombra. ¡Voy a luchar por mi Clan!»
Cuando los gatos del Clan de la Sombra llegaron a
la cima de la colina, vieron una patrulla de gatos del
Clan del Viento que se dirigía a través del páramo
hacia ellos. Colmillo de Piedra se detuvo, indicando
con la cola al resto que hicieran lo mismo.
—Los dejaremos venir a nosotros —maulló.
A la cabeza de la patrulla del Clan del Viento había
un gato atigrado marrón claro. Zarpa Amarilla recordó
a Salto de Cierva señalándolo en la Asamblea; él era
Junco Plumoso, el lugarteniente del Clan del Viento.
Colmillo de Piedra dio un paso adelante para
enfrentarse a Junco Plumoso mientras los gatos del
Clan del Viento se acercaban.
—¿Qué están haciendo en nuestro territorio? —
Junco Plumoso demandó.
—¿No lo sabes? —Colmillo de Piedra lo desafió—.
Encontramos plumas de paloma en nuestro lado del
Sendero Atronador, con el olor del Clan del Viento y
marcas de patas. ¡Han estado robando nuestras
presas!
—No hemos hecho nada por el estilo —replicó
Junco Plumoso—. Perseguimos a esa paloma desde
nuestro propio territorio, y eso la convierte en presa
del Clan del Viento.
—Eso no es cierto, y lo sabes —Colmillo de Piedra
gruñó, sacando las garras.
Junco Plumoso tensó los músculos, el pelo de su
cuello se erizó. Zarpa Amarilla pudo oler su miedo. La
patrulla del Clan del Viento era más pequeña y los
gatos parecían demasiado débiles y delgados para
luchar bien. Por un momento Zarpa Amarilla sintió
una punzada de simpatía. «Estos gatos se ven como si
no hubieran comido bien en lunas. Quizá se merecían
esa paloma.» Luego se dio una sacudida. «¡Eso es de
cerebro de ratón! Soy una guerrera del Clan de la
Sombra, o lo seré pronto, ¡y estos son mis enemigos!»
—Tienen que irse —siseó Junco Plumoso—. No
son bienvenidos en nuestro territorio.
—No iremos a ninguna parte hasta que les hayan
enseñado una lección —Colmillo de Piedra respondió.
Zarpa Amarilla vio parpadear la mirada de Junco
Plumoso.
—Está bien —maulló con cansancio—. Han dejado
claro su punto. Nos quedaremos en nuestro lado de
la frontera a partir de ahora.
Colmillo de Piedra no respondió con palabras. En
cambio, saltó sobre el lugarteniente del Clan del
Viento, llevándolo al suelo. Un latido después, la
lucha estalló alrededor de Zarpa Amarilla. Por un
momento se quedó paralizada; el mundo entero
parecía estar lleno de gatos que chillaban y arañaban,
y no sabía qué pata usar primero. Entonces se
recompuso y se abalanzó sobre un gato del Clan del
Viento que estaba encima de Zarpa de Nuez,
golpeándolo con fuertes patas. El gato del Clan del
Viento la atacó con un golpe salvaje que solo le rozó
los bigotes y luego se alejó.
—¡Gracias! —Zarpa de Nuez jadeó.
Zarpa Amarilla se dio la vuelta cuando sintió un
rasguño ardiente en un costado, pero no pudo ver al
gato que había dado el golpe. En cambio, un enorme
gato atigrado oscuro se abalanzó sobre ella, con sus
ojos ámbar ardiendo. Zarpa Amarilla tragó saliva. Ella
había pensado en esos gatos como pequeños y
delgados, pero eran adultos y este era mucho más
grande que ella. Frenéticamente, trató de recordar
sus movimientos de batalla. Se lanzó hacia el macho
del Clan del Viento, con la intención de asestar un
golpe y saltar fuera de su alcance, pero el gato estaba
listo para ella. Se apartó de sus garras y la golpeó con
tanta fuerza sobre la oreja con una pata delantera
que ella se tambaleó y por un instante el cielo se
oscureció. Ella arremetió de nuevo, recordando el
movimiento que Zarpa Mellada le había ayudado a
practicar, pero cuando trató de girar en el aire, el gato
la golpeó y aterrizó mal. «Es demasiado fuerte»,
pensó Zarpa Amarilla con desesperación mientras
luchaba por incorporarse de nuevo.
—¡Fuera del camino! —Una voz sonó en el oído de
Zarpa Amarilla y una zarpa la llevó hacia un lado.
Con un grito ahogado de sorpresa, vio a Zarpa
Mellada pasar junto a ella y lanzarse sobre el enorme
gato. Las garras de Zarpa Mellada se clavaron en los
hombros del guerrero del Clan del Viento y la sangre
comenzó a brotar. Con un aullido de dolor, el gato
arrojó a Zarpa Mellada y huyó. El aprendiz atigrado se
levantó de un salto, ignorando a Zarpa Amarilla y
luego se lanzó a una pelea entre Zarpa Abrasadora y
Junco Plumoso.
Zarpa Amarilla se quedó dónde estaba, jadeando.
«¡Zarpa Mellada pensó que tenía que rescatarme!»,
pensó indignada, pero no pudo evitar admirar su
valor y su habilidad para luchar. Cuando se puso de
pie otra vez, hizo una mueca de dolor; se sentía como
si le hubieran arrancado cada trozo de pelo. Pero
cuando revisó su pelaje y flexionó cada pata por
turno, no pudo encontrar ninguna herida excepto por
el rasguño a lo largo de su costado.
Mirando a su alrededor para encontrar otro
oponente, Zarpa Amarilla se dio cuenta de que la
pelea había terminado. La mayoría de los gatos del
Clan del Viento se precipitaban por el páramo. Junco
Plumoso fue el último en escapar y correr tras sus
compañeros de Clan, con Zarpa de Serbal justo
detrás.
—¡No! —ordenó Colmillo de Piedra—. ¡Zarpa de
Serbal, vuelve!
—Cuando la hermana de Zarpa Amarilla regresó,
gruñendo enojada, el lugarteniente del Clan continuó
—: No hay necesidad de perseguir a un enemigo
derrotado.
Zarpa Amarilla pensó que podía discernir simpatía
en la voz y ojos del lugarteniente mientras observaba
la desaparición de la patrulla del Clan del Viento. Pero
no admitió tanto en voz alta. En cambio, levantó la
cola.
—De regreso a nuestro territorio —ordenó—. No
hay nada más que hacer aquí.
Mientras bajaban la colina hacia el túnel, los
aprendices se agruparon.
—¿Me viste rasgar la nariz de esa gata negra? —
Zarpa de Nuez resopló—. ¡Corría como un conejo!
—Yo hice el último movimiento que Vuelo de
Pinzón me enseñó
—intervino Zarpa de Serbal—. ¡El gato del Clan del
Viento se veía tan sorprendido!
Zarpa Amarilla no pudo unirse a su charla. Con
cada latido, estaba cada vez más molesta porque
Zarpa Mellada la había arrojado a un lado en la
batalla. «Ninguno de los otros aprendices tuvo que ser
rescatado. ¿Cree que no puedo pelear?»

El resto del Clan de la Sombra recibió a la patrulla


que regresaba con aullidos de bienvenida.
—Gracias a todos —maulló Estrella de Cedro,
encontrándose con ellos en el centro del
campamento—. Le han mostrado a nuestros
enemigos que en el Clan de la Sombra tenemos
dientes y garras para defender lo que es nuestro. Esta
noche celebraremos una fiesta en su honor.
Salieron más patrullas de caza y, cuando se puso el
sol, todo el Clan se reunió en el claro para comer.
Zarpa Amarilla se sintió orgullosa y un poco
avergonzada cuando a ella y al resto de la patrulla se
les permitió elegir las mejores piezas de carne fresca
antes que a cualquier otro guerrero.
—¡No puedo creer que pudimos ir a una misión
real! —le susurró a Zarpa de Nuez mientras se
sentaba con un estornino regordete.
—Ojalá hubiera estado allí —Brinco de Sapo
maulló, clavando sus garras en el suelo del
campamento—. Pero estaba en una patrulla de caza.
Tengo la peor suerte.
—Habrá otras oportunidades —le dijo Flor de
Acebo con un movimiento de sus bigotes—. El Clan
del Viento no va a desaparecer.
—Y el Clan de la Sombra estará listo para ellos —
Ojo Rayado agregó.
Un escalofrío de placer recorrió a Zarpa Amarilla
mientras escuchaba a los guerreros mayores. «¡Me
alegro de pertenecer a un Clan tan fuerte!»
Cuando el Clan estuvo bien alimentado y yacía
somnoliento compartiendo lenguas, Colmillo de
Piedra se puso de pie y contó la historia de la batalla
contra el Clan del Viento para que todos los gatos
pudieran escuchar.
—El Clan del Viento no volverá a molestarnos en
mucho tiempo
—finalizó—, y parte de eso es gracias a los cinco
aprendices que estuvieron con nosotros. Nuestro
Clan debería estar orgulloso de ellos.
—Esas son palabras sabias —le respondió Estrella
de Cedro, levantándose para pararse junto a su
lugarteniente—. Y por lo que me dices, ya hay un
nuevo guerrero entre nosotros. Zarpa Mellada, ven
aquí.
El gato atigrado oscuro saltó de su lugar junto a
Zarpa Abrasadora. Por un momento vaciló, mirando a
su alrededor salvajemente; luego se adelantó para
pararse frente a su líder. Murmullos de sorpresa
surgieron del resto del Clan.
El Clan volvió a guardar silencio cuando Estrella de
Cedro levantó la cola y comenzó a dirigirse a ellos.
—Yo, Estrella de Cedro, líder del Clan de la
Sombra, solicito a mis antepasados guerreros que
observen a este aprendiz —maulló—. Ha entrenado
duro para comprender el sistema de su noble código,
y ha demostrado en batalla que es digno de
convertirse en un guerrero. Zarpa Mellada,
¿prometes respetar el código guerrero y proteger y
defender a este Clan, incluso a costa de tu vida?
La voz de Zarpa Mellada sonó clara y confiada.
—Lo prometo.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar, te
doy tu nombre guerrero —continuó Estrella de Cedro
—. Zarpa Mellada, a partir de este momento, serás
conocido como Manto Mellado. El Clan Estelar honra
tu valentía y tu habilidad en la batalla. —Inclinó la
cabeza para apoyar el hocico en la cabeza de Manto
Mellado, y el nuevo guerrero le lamió el omóplato en
respuesta.
—¡Manto Mellado! ¡Manto Mellado! ¡Manto
Mellado! —gritó el Clan, con sus ojos brillando en la
creciente oscuridad.
Zarpa Amarilla se unió medio a regañadientes.
«Todavía me siento herida por haber sido arrojada
fuera del camino como si fuera una cría
problemática.» Ella notó que Zarpa Abrasadora lucía
furioso porque no se había convertido en un guerrero
junto con su hermano, y sintió una punzada de
simpatía. «Debe ser duro, quedarse atrás de tu
hermano.»
Mientras los aullidos se apagaban, Zarpa Amarilla
se sorprendió al ver a Manto Mellado cruzando el
claro hacia ella. Se detuvo frente a ella e inclinó la
cabeza.
—Zarpa Amarilla, lamento haberte hecho a un
lado en la batalla
—maulló—. No es que crea que no puedas pelear,
pero ese gato del Clan del Viento era demasiado
fuerte para ti.
Zarpa Amarilla abrió sus mandíbulas para una
réplica punzante, luego se detuvo. Al recordar al
enorme gato del Clan del Viento, tuvo que admitir
que tenía razón. «Estaría lamiendo mis heridas en la
guarida de Bigotes de Salvia ahora mismo, si no fuera
por Manto Mellado.»
—Está bien —murmuró.
Manto Mellado dejó escapar un breve ronroneo.
—Estoy deseando unirme a ti en patrullas cuando
seas una guerrera —le dijo, luego volvió a inclinar la
cabeza y se alejó para unirse a los otros guerreros.
Zarpa de Serbal se inclinó más cerca de Zarpa
Amarilla, con un destello de diversión en sus ojos.
—Le gustas a Manto Mellado —bromeó.
—No digas tonterías —replicó Zarpa Amarilla—. Es
solo un compañero de Clan, eso es todo.
Pero mientras observaba a Manto Mellado unirse
a Patas de Helecho y Tormenta de Plumas afuera de la
guarida de los guerreros, Zarpa Amarilla sintió un
cálido resplandor que se extendía a través de ella
desde las orejas hasta la punta de la cola. «Manto
Mellado vino a buscarme. ¡Quizá ya no crea que soy
una cría problemática!»
7
Una luna llena flotaba en el cielo, arrojando luz
plateada sobre los cuatro grandes robles de los
Cuatro Árboles. Con sus compañeros de Clan a su
alrededor, Zarpa Amarilla siguió a Estrella de Cedro
mientras se enrollaba alrededor de grupos de
helechos hacia el fondo de la hondonada. Los gatos
del Clan de la Sombra fueron los últimos en llegar y
las zonas ya estaban llenas de gatos de los otros tres
Clanes.
Era solo la segunda Asamblea de Zarpa Amarilla, y
todavía estaba intimidada por la cantidad de ojos que
brillaban desde las sombras y los aromas
desconocidos. Los aullidos de los guerreros reunidos
resonaron alrededor de la hondonada, con los cuatro
árboles alzándose sobre todos ellos.
—Estarás bien —murmuró Flor Radiante,
deslizándose a su lado cuando llegaron a la base de la
pendiente.
—Por supuesto que lo estarás —Patas de Helecho
coincidió—. Solía ponerme nervioso cuando venía a
mis primeras Asambleas. Mira, siéntate aquí. —Movió
la cola hacia un lugar protegido por frondas de
helechos—. Tendrás una buena vista, pero no te
verán fácilmente y los helechos evitarán que otros
gatos se amontonen demasiado junto a ti.
Zarpa Amarilla tocó el hombro de su padre con la
nariz, agradecida por su comprensión, luego se sentó
en el lugar que él había señalado. Vio como Ojo
Rayado, Tormenta de Plumas y Brinco de Sapo
pasaban junto a ella, y el resto de su Clan encontraba
espacios para ellos mismos.
—¿Quiénes son esos gatos? —le preguntó a Patas
de Helecho, apuntando sus orejas hacia dos guerreros
elegantes y bien alimentados—. No recuerdo
haberlos visto la última vez. Se ven… diferentes de
alguna forma.
—Esos son Zarpa de Roble y Pelaje de Leña del
Clan del Río
—su padre respondió—. No los vemos mucho porque
no tenemos una frontera con ellos.
—La razón por la que se ven gordos y brillantes es
porque comen pescado del río —agregó Flor Radiante
—. Pero son guerreros como el resto de nosotros.
Zarpa Amarilla arrugó la nariz. Una vez había
atrapado un pececillo, en uno de los arroyos que
atravesaban el territorio del Clan de la Sombra, y no
le gustó mucho. «Me alegra no ser una gata del Clan
del Río.»
No pudo hacer más preguntas porque Estrella de
Cedro saltó a la Gran Roca para unirse a los otros tres
líderes. El nerviosismo de Zarpa Amarilla disminuyó y
sintió una punzada de curiosidad. «¿Qué noticias nos
dirán los demás líderes esta noche?»
Luego reprimió un suspiro cuando Zarpa de
Raposa apareció a la vista, abriéndose paso a través
de la maleza hasta el lado de Manto Mellado.
—¡Manto Mellado! —jadeó—. Hay algunos
aprendices del Clan del Río aquí, y les he estado
contando cómo luchaste contra los guerreros del Clan
del Viento. Ven a conocerlos.
Manto Mellado negó con la cabeza.
—¡Vamos! —Zarpa de Raposa le dio un empujón
con impaciencia—. Quieren ver tus movimientos de
lucha.
Zarpa Amarilla vio un destello de ira en los ojos de
Manto Mellado.
—No —maulló—. La Asamblea es un tiempo de
paz. No se permiten peleas, y no deberías andar
creando problemas hablando de batallas entre los
Clanes.
Zarpa de Raposa lo fulminó con la mirada.
—¡Crees que lo sabes todo solo porque ahora eres
un guerrero!
—Dándose la vuelta, se marchó furiosa.
Manto Mellado se encogió de hombros y comenzó
a buscar un lugar para sentarse. Aún sintiéndose un
poco asombrada por su nuevo estado de guerrero,
Zarpa Amarilla se puso de pie y se acercó a él.
—Zarpa de Raposa es una estúpida bola de pelo —
murmuró—. Tenías razón en no…
Se interrumpió cuando el olor del Clan del Viento
la invadió y se dio cuenta de que varios jóvenes
guerreros la habían rodeado a ella y a Manto
Mellado, paseándose a su alrededor para que no
pudieran vigilarlos a todos a la vez. Zarpa Amarilla
reconoció al menos a uno de ellos que había estado
en la batalla en el territorio del Clan del Viento. Fue el
primero en hablar.
—No eres tan valiente ahora, ¿verdad? —se burló
—. No sin tu mentor y tus compañeros de Clan.
Zarpa Amarilla sintió que Manto Mellado se
tensaba bajo su pelaje.
—Este no es el momento de hablar de peleas —
respondió.
Uno de los otros gatos del Clan del Viento soltó un
bufido de disgusto.
—¡Esa es una buena excusa!
—¡Váyanse, mantos pulgosos! —Zarpa Amarilla
espetó—. No se atreverían a decirle eso a Manto
Mellado si tuviese permitido pelear.
—Oh, así que ahora eres Manto Mellado —
intervino un tercer gato del Clan del Viento—. El Clan
de la Sombra debe estar muy corto de guerreros.
—Sí, necesita una aprendiza que lo defienda —el
tercer gato maulló despectivamente—. Justo lo que
esperarías de un minino doméstico.
Zarpa Amarilla vio a Manto Mellado congelarse.
«¡Eso es lo peor que un gato podría decirle!»
Las garras de Manto Mellado se deslizaron. Se dio
la vuelta para enfrentar al gato que se estaba
burlando de él.
—¿Cómo me acabas de llamar? —gruñó, su voz
baja y peligrosa—. ¡Dilo de nuevo y te arrancaré las
orejas!
«¡No! —pensó Zarpa Amarilla, luchando contra el
pánico—. Manto Mellado se meterá en todo tipo de
problemas si pelea en una Asamblea.» Rápidamente
saltó entre los dos gatos.
—¿De dónde has oído eso? —desafió al guerrero
del Clan del Viento.
—Todos los gatos lo saben —replicó—. Aun así,
admito que Manto Mellado pelea bien… para ser una
suave mascota.
Manto Mellado estaba echando a un lado a Zarpa
Amarilla cuando una nueva voz irrumpió.
—¿Qué es todo esto?
Zarpa Amarilla levantó la mirada para ver a Junco
Plumoso, el lugarteniente del Clan del Viento,
caminando hacia ellos a través de los helechos. Tenía
los ojos entrecerrados y el pelaje de su cuello se
erizaba.
—Uh… solo estábamos… —comenzó uno de los
jóvenes gatos del Clan del Viento.
—Vuelvan con sus propios compañeros de Clan —
maulló Junco Plumoso con severidad—. La Asamblea
está a punto de comenzar.
Por un instante, Zarpa Amarilla pensó que el gato
que había comenzado todos los problemas estaba a
punto de protestar.
Entonces claramente se lo pensó mejor y se
escabulló junto a su lugarteniente hasta el lugar más
alejado de la hondonada donde se reunía la mayor
parte del Clan del Viento. Sus amigos lo siguieron, con
las cabezas gachas y las colas caídas. La mirada de
Junco Plumoso recorrió a Zarpa Amarilla y Manto
Mellado, y les dio un pequeño asentimiento antes de
seguir a sus compañeros de Clan.
Las garras de Manto Mellado todavía se clavaban
en la tierra blanda de la hondonada. Se le erizó el
pelaje y le brillaron los ojos al ver partir a los gatos
del Clan del Viento.
—¡Cálmate! —susurró Zarpa Amarilla—. Estrella
de Cedro puede verte desde allí.
La ira murió de los ojos de Manto Mellado, para
ser reemplazada por algo oscuro y ensombrecido.
—Odio cuando chismean sobre mí.
La simpatía surgió dentro de Zarpa Amarilla.
«Debe ser terrible no saber quién es tu padre», pensó,
recordando cuánto le debía a Patas de Helecho.
—¿Le has preguntado a Tormenta de Plumas sobre
tu padre? —ella maulló vacilante.
—Una y otra vez. —Manto Mellado suspiró—.
Pero no me lo dirá. Dice que no importa, siempre y
cuando solo sea leal al Clan de la Sombra.
Pero Zarpa Amarilla podía notar que a él le
importaba.
—¿Qué hay de Zarpa Abrasadora? ¿Sabe algo?
Manto Mellado se encogió de hombros.
—A Zarpa Abrasadora no le importa. Pero a mí…
—Dejó que su voz se apagara.
Zarpa Amarilla estaba estirando la cola para tocar
su hombro cuando un aullido resonó a través del
claro.
—¡Gatos de todos los Clanes!
Al mirar a la Gran Roca, Zarpa Amarilla vio a
Estrella de Pino, líder del Clan del Trueno, de pie
frente a los otros líderes, listo para comenzar la
Asamblea. Manto Mellado se sentó a su lado y no
hubo más tiempo para hablar.
«De todos modos —pensó Zarpa Amarilla—, no
olvidaré esto. Tengo que ayudar a Manto Mellado de
alguna manera. Esto no ha terminado.»

Acurrucada en su lecho más tarde esa noche,


Zarpa Amarilla encontró difícil acomodarse. Aunque
estaba cansada de la Asamblea, no podía quitarse de
la cabeza a Manto Mellado. «Siempre supe quiénes
eran mi madre y mi padre —pensó—. Incluso si Patas
de Helecho hubiera muerto, lo recordaría. Y me
encanta parecerme a Flor Radiante —añadió para sí
misma, lamiendo su gruesa cola—. Significa que me
siento segura en mi Clan. Manto Mellado también
debería poder sentir eso.» Dejó escapar un profundo
suspiro al recordar cuán valientemente Manto
Mellado había atacado al gato del Clan del Viento.
«¡Es un guerrero tan brillante! No hay forma de que
sea mitad mascota… ¿verdad?»
De repente, Zarpa Amarilla se sentó, molestando a
Zarpa de Serbal, quien murmuró algo, malhumorada,
y se tapó las orejas con la cola.
—Manto Mellado merece saber la verdad —Zarpa
Amarilla susurró en voz alta—. Pase lo que pase, nada
es más importante que eso, ¿verdad? ¡Tengo que
averiguar quién es su padre!
• • •

Se despertó cuando la luz del amanecer comenzó


a filtrarse en la guarida de los aprendices. Con
cuidado de no molestar a sus compañeros de guarida,
se deslizó al aire libre. Todo estaba tranquilo en el
campamento. Flor de Acebo, quien estaba de guardia
junto a la brecha entre las zarzas, bostezaba, pero
ningún otro gato se movía. «Tengo que hacer esto
antes de que Salto de Cierva venga a buscarme.»
Zarpa Amarilla atravesó el campamento hacia la
guarida de los veteranos y asomó la cabeza dentro.
Todavía sentía una punzada de dolor al ver solo dos
gatos acurrucados en el espeso musgo. «Flama
Plateada debería estar aquí también.»
Trepando dentro, Zarpa Amarilla le dio a Fauces de
Lagarto un suave empujón.
—¡Despierta! —maulló—. Necesito preguntarte
algo.
Fauces de Lagarto movió una oreja.
—Claro, pregunta —murmuró, y se volvió a hundir
en el sueño.
Reprimiendo un siseo de frustración, Zarpa
Amarilla se volvió hacia Ave Pequeña, golpeándola
con un poco menos de suavidad en las costillas.
—¡Ave Pequeña, por favor despierta! Es
importante.
Ave Pequeña parpadeó hacia ella.
—¿Qué pasa? —Estiró las mandíbulas en un
enorme bostezo—. Zarpa Amarilla… ¿qué quieres?
—Tengo que hablar contigo —maulló la aprendiza.
Despertado de nuevo por el ruido y el
movimiento, Fauces de Lagarto salió de su lecho,
escarbando en el musgo.
—¿Es un ataque?
—No, está bien, Fauces de Lagarto —tranquilizó
Zarpa Amarilla—. Solo necesito que respondan
algunas preguntas.
—¿Preguntas? —escupió el viejo gato—. ¡Es la
mitad de la noche!
Ave Pequeña suspiró.
—Bueno, estamos despiertos ahora. Pregunta,
Zarpa Amarilla.
Zarpa Amarilla respiró hondo.
—¿Qué pueden decirme sobre el padre de Manto
Mellado?
Fauces de Lagarto dejó escapar un siseo de
incredulidad.
—¿Nos despertaste para que pudiéramos
chismorrear sobre Tormenta de Plumas? Eso no va a
suceder. —Dándole la espalda a Zarpa Amarilla, se
acurrucó de nuevo entre el musgo, cerró los ojos y se
tapó la nariz con la cola.
Zarpa Amarilla se volvió hacia Ave Pequeña.
—¡Por favor! —suplicó—. Esto es realmente
importante para Manto Mellado. ¡Tiene que saber la
verdad sobre su padre!
La pequeña gata rojiza vaciló durante un par de
latidos.
—Bueno… —comenzó—. Estoy como Fauces de
Lagarto, no quiero chismear…
—Pero Manto Mellado…
—Déjame terminar —continuó Ave Pequeña—.
Eres como todos los gatos jóvenes, Zarpa Amarilla. Sin
nada de paciencia. Lo que iba a decir era que no sé
mucho. Pero en las lunas antes de que nacieran
Manto Mellado y Zarpa Abrasadora, Tormenta de
Plumas pasaba mucho tiempo cerca de la frontera
con el Poblado de los Dos Patas, no lejos del gran
sicómoro con la rama muerta.
—¡Sé dónde está eso! —maulló Zarpa Amarilla—.
¿Crees que si voy allí, podría encontrar al padre de
Manto Mellado? —La emoción hormigueó en sus
patas.
—No hagas nada tonto —le advirtió la gata
veterana mientras se acomodaba en su lecho.
—¡No lo haré, lo prometo!
Zarpa Amarilla salió de la guarida de los veteranos.
A esas alturas, la luz del amanecer estaba brillando y
Colmillo de Piedra estaba organizando las patrullas
del día en medio del claro. Zarpa Amarilla vio a Salto
de Cierva emergiendo de la guarida de los guerreros y
saltó para encontrarse con ella.
«Hoy no hay tiempo para hacer nada sobre el
padre de Manto Mellado —pensó—. Pero esta
noche… ¡Voy a ayudarlo a descubrir la verdad!»

Zarpa Amarilla esperó con impaciencia a que sus


compañeros de guarida se fueran a dormir. Zarpa de
Nuez y Zarpa Abrasadora se habían escondido en sus
lechos inmediatamente y el suave sonido de sus
ronquidos llenó la guarida. Zarpa de Serbal pasó
algún tiempo acicalando su cola, luego se acurrucó
cuidadosamente con ella envuelta sobre su nariz.
Pero Zarpa de Lobo y Zarpa de Raposa siguieron
parloteando como un par de estorninos hasta que
Zarpa Amarilla sintió que podría haberles triturado
alegremente las orejas.
—Tranquilícense, ustedes dos —maulló por fin—.
¿No puede un gato dormir por aquí?
—Tú no eres nuestra mentora. No puedes decirnos
qué hacer —le murmuró Zarpa de Raposa.
Los dos gatos jóvenes continuaron contándose
sobre sus capturas en la práctica de caza, pero para
alivio de Zarpa Amarilla pronto bostezaron más de lo
que hablaban, y momentos después ambos estaban
tranquilos y respirando con regularidad. Zarpa
Amarilla esperó un poco más para asegurarse de que
estaban realmente dormidos y luego salió
sigilosamente. El cielo estaba despejado y la luna
llenaba el campamento con una luz pálida y
misteriosa. Ortiga Manchada, de guardia junto a la
entrada, parecía una gata hecha de hielo. «No
queremos que nos pregunte qué estamos haciendo
fuera del campamento durante la noche —pensó
Zarpa Amarilla—. Tendremos que usar el túnel del
arenero para salir.»
Con cautela, deslizándose de sombra en sombra,
cruzó el claro hasta la guarida de los guerreros. Podía
distinguir el pelaje atigrado de Manto Mellado a
través de los huecos entre las ramas, pero estaba
demasiado lejos para que ella pudiera alcanzarlo y
pincharlo con una pata.
—¡Manto Mellado! —susurró—. ¡Despierta!
Le preocupaba que el guerrero estuviera
demasiado profundamente dormido para escucharla,
pero para su alivio, Manto Mellado se movió y
levantó la cabeza, mirando a su alrededor como si
pensara que la voz provenía del interior de la guarida.
—¡Aquí, afuera! —siseó la aprendiza—. Soy yo,
Zarpa Amarilla.
Manto Mellado la miró a través de las ramas.
—¿Qué quieres?
—Ven aquí. Tengo que decirte algo.
El gato atigrado vaciló, luego asintió.
—Bueno. Espera.
Zarpa Amarilla flexionó sus garras hasta que vio a
Manto Mellado emergiendo de la guarida. Se acercó
a ella, bostezando y con los ojos llorosos.
—¿Qué pasa? —exigió.
—No puedo decirte aquí —Zarpa Amarilla
respondió—. Tenemos que salir del campamento.
Manto Mellado parpadeó sorprendido, luego
pareció decidir que no valía la pena discutir.
—No podemos dejar que Ortiga Manchada nos
vea —continuó Zarpa Amarilla—. Sígueme. Usaremos
el túnel del arenero.
Se acercó al estrecho espacio que había detrás de
la guarida de los guerreros y exhaló un suspiro de
alivio una vez que estuvieron bien lejos del
campamento. El aire estaba quieto y Zarpa Amarilla
olisqueó profundamente los aromas frescos de las
plantas en crecimiento. No muy lejos podía oír el
suave gorgoteo de un arroyo, y más cerca aún el
forcejeo de pequeñas presas en la maleza, pero no
era momento de cazar.
—¿Qué está pasando? —El guerrero gruñó,
caminando a su lado—. ¿Por qué me has traído aquí?
Zarpa Amarilla se volvió hacia él triunfalmente.
—Vamos a encontrar a tu padre.
Manto Mellado se detuvo. Por un momento, sus
ojos brillaron de ira.
—¡Esa es una idea terrible!
—¿Por qué? —Zarpa Amarilla lo desafió—.
Quieres saber quién es, y Tormenta de Plumas no te
lo dirá, así que todo lo que puedes hacer es
averiguarlo por ti mismo.
Manto Mellado negó con la cabeza.
—Tendríamos que buscar todo el Poblado de los
Dos Patas —objetó—. Tendríamos que ver a todos los
proscritos y solitarios… y mininos caseros —admitió a
regañadientes—. Y todavía no estaríamos seguros de
encontrarlo.
—Sé que no podemos estar seguros —Zarpa
Amarilla maulló—. Pero vale la pena intentarlo, ¿no?
¿O has olvidado cuánto necesitas saber la verdad?
Manto Mellado suspiró.
—Está bien, hagámoslo. Puedo ver lo que estás
pensando, Zarpa Amarilla —agregó—. Irás al Poblado
de los Dos Patas tú sola si no voy contigo, y solo el
Clan Estelar sabe en qué tipo de problemas te
meterás.
Zarpa Amarilla saltó con satisfacción. Se puso en
camino de nuevo hacia el sicomoro, acelerando el
paso hasta que se precipitó a través del bosque con la
hierba rozando el pelaje de su vientre y la maleza
bañada por la luna dando vueltas mientras pasaba.
Manto Mellado corrió junto a su hombro. Por fin
Zarpa Amarilla se detuvo, jadeando, bajo las ramas
desnudas del sicomoro. Los muros del Poblado de los
Dos Patas se alzaron frente a ella. Mientras miraba
por encima del borde, una nube cruzó la luna,
dejando el bosque a su alrededor tan oscuro que
apenas podía ver sus propias patas. Las frías luces
amarillas del Poblado parecían más duras en
contraste, deslumbrando desde árboles delgados
hechos de alguna cosa extraña de los Dos Patas.
—¿Ahora qué? —preguntó Manto Mellado.
—Vamos al Poblado de los Dos Patas y
empezamos a hacer preguntas, supongo —maulló
Zarpa Amarilla, con una punzada de incertidumbre—.
Digamos que una de nuestras guerreras, Hoja Ámbar
tal vez, ha desaparecido. Podríamos preguntarles a
los gatos del Poblado de los Dos Patas si la han visto.
—Me parece una tontería —Manto Mellado
contradijo—. ¿Por qué uno de nuestros compañeros
de Clan desaparecería en el Poblado de los Dos
Patas?
Zarpa Amarilla dio un suspiro exasperado.
—¡Deja de ser tan lógico! Los gatos del Poblado de
los Dos Patas no lo sabrán, ¿verdad? Y tenemos que
empezar por algún lado.
Manto Mellado asintió lentamente; Zarpa Amarilla
pensó que tal vez estaba empezando a emocionarse.
—Vamos.
Uno junto al otro, dejaron atrás los pinos y
treparon por una cerca de Dos Patas. Balanceándose
en la parte superior, Zarpa Amarilla bajó la mirada
hacia un pequeño cuadrado de hierba con plantas de
olor fuerte creciendo alrededor de los bordes. Una
luz amarilla brillaba más allá de la guarida de un Dos
Patas. Todo estaba en silencio.
Pero tan pronto como Zarpa Amarilla y Manto
Mellado cayeron sobre la hierba, una ráfaga de
ladridos rompió el silencio. Se abrió una puerta en la
guarida y un pequeño perro blanco salió disparado,
todavía ladrando. Un Dos Patas apareció detrás de él,
aullando al perro mientras corría hacia los dos gatos.
Como si compartieran el mismo pensamiento, Manto
Mellado y Zarpa Amarilla se separaron, lanzándose en
direcciones opuestas. El perro patinó hasta
detenerse, sin saber qué gato perseguir primero. Para
cuando se lanzó tras Manto Mellado, el gato atigrado
ya había alcanzado la cerca que separaba esta guarida
de la siguiente. Se quedó quieto con sus garras
clavándose en la parte superior de la cerca, mientras
el perro trataba de saltar hacia él, gimiendo de
frustración.
Al ver que su compañero de Clan estaba a salvo,
Zarpa Amarilla dio un salto en un amplio círculo
alrededor del exterior de la parcela de hierba y trepó
a la cerca un par de zorros de distancia más adelante.
Manto Mellado la vio y asintió con la cabeza.
—Piérdete, manto pulgoso —le siseó al perro,
luego se dejó caer en el siguiente cuadrado de hierba.
Zarpa Amarilla se unió a él, oyendo más aullidos
del Dos Patas mientras saltaba, y los dos gatos se
detuvieron, jadeando.
—¿Qué están haciendo aquí, extraños?
El gruñido salió de la oscuridad. Zarpa Amarilla y
Manto Mellado se dieron la vuelta, buscando al gato
que había hablado. Un momento después, un
enorme macho rojizo avanzó hacia la luz de la
guarida. Llevaba un collar, pero sus músculos se
ondulaban mientras caminaba, y una oreja
desgarrada mostraba que había experimentado al
menos una pelea. Había un brillo hostil en sus ojos.
Zarpa Amarilla tragó saliva. «¿Ese es un minino
doméstico?»
Dos gatos más aparecieron desde la oscuridad,
flanqueando al gato rojizo. Uno de ellos era lo que
Zarpa Amarilla siempre se había imaginado cuando
pensaba en mascotas: una gata blanca esponjosa que
llevaba un collar con una campana. La otra era más
pequeña y delgada, con un pelaje rojizo mal peinado.
La suavidad de sus rasgos mostraba que apenas había
dejado de ser un cachorro.
—Vienen del bosque, ¿no? —la gata peluda
maulló. Su tono fue agudo—. No son bienvenidos
aquí.
Zarpa Amarilla olvidó todos sus planes de hacer
preguntas inteligentes.
—Estamos buscando a un gato que podría haber
conocido a una gata del bosque llamada Tormenta de
Plumas —espetó.
La gata delgada y rojiza dejó escapar un siseo.
—¡No tienes derecho a preguntarnos nada!
—Espera un momento, Colorada. —El gran gato
rojizo entrecerró los ojos—. Tal vez deberíamos dejar
que hagan sus preguntas. —Su mirada brillante pasó
de Zarpa Amarilla a Manto Mellado y viceversa—. Esa
es la mejor manera de deshacerse de ellos. De lo
contrario, volverán.
Colorada parecía furiosa.
—Sinceramente, Mermelada, ¡pronto te harás
amigo de los perros! ¿Por qué simplemente no los
echamos con un rasguño o dos para que nos
recuerden?
—Puede que no seamos los únicos gatos en ser
rasguñados —gruñó Manto Mellado, deslizando fuera
sus garras.
—¡Eso es suficiente! —La gata blanca levantó la
cola—. Si los dejamos hacer una pregunta, ¿se irán?
En lugar de responder, Manto Mellado se volvió
hacia Zarpa Amarilla.
—¿Vale la pena preguntar? —maulló.
—¿No quieres saber la verdad? —preguntó Zarpa
Amarilla. «No puede darse por vencido ahora; ¡Hemos
llegado tan lejos!»
—¿Van a quedarse ahí discutiendo? —Colorada les
preguntó mordazmente—. ¿O vendrán con nosotros?
—Ya vamos —decidió Zarpa Amarilla.
El enorme gato rojizo saltó a la cerca en el lado
más alejado del espacio cerrado. Uniéndose a él,
Zarpa Amarilla vio que más allá había un callejón
estrecho, con un alto muro de piedra roja al otro
lado. Había un fuerte olor a carroña. Cuando se
detuvo en lo alto de la cerca, la gata blanca le dio un
empujón.
—Dense prisa.
Zarpa Amarilla perdió el equilibrio y cayó sin gracia
en el callejón, apenas logrando girarse en el aire para
aterrizar con sus patas primero.
—Bien hecho, Pixie. —La voz de Colorada era fría
mientras miraba hacia abajo desde la cerca—.
Muéstrales quién está al mando.
Mermelada los condujo por el callejón. La cerca de
madera dio paso a otro muro de piedra roja; el
corazón de Zarpa Amarilla se aceleró; se sentía como
si avanzara por el fondo de una grieta. Finalmente, el
callejón condujo a un espacio abierto rodeado de
ruinosas guaridas de Dos Patas. Al hedor a carroña se
unieron otros aromas: monstruos y un olor que a
Zarpa Amarilla le recordó a un tocón ennegrecido en
el bosque que Salto de Cierva le dijo que había sido
alcanzado por un rayo lunas atrás.
Zarpa Amarilla parpadeó cuando vio movimiento y
el brillo de ojos en las sombras. «¡Hay otros gatos
aquí!»
—¡Solo piensa! —susurró, volviéndose hacia
Manto Mellado—. ¡Puede que estés a punto de
conocer a tu padre!
Manto Mellado no respondió, pero sus ojos
estaban preocupados y Zarpa Amarilla podía sentir su
pelaje erizándose contra él de ella.
Los tres mininos domésticos se amontonaron
alrededor de Zarpa Amarilla y Manto Mellado,
urgiéndolos a entrar en medio del espacio abierto. Al
mismo tiempo, más gatos comenzaron a escabullirse
de las sombras. Algunos llevaban collares, pero otros
parecían más proscritos, con cuerpos flacos y pelajes
picados por pulgas.
Zarpa Amarilla estaba incómodamente consciente
de que los superaban en número si se trataba de
pelear.
—Estos son gatos del bosque —anunció
Mermelada—. Quieren hacer algunas preguntas.
—Hola. —Zarpa Amarilla se sintió caliente e
incómoda por ser el foco de tantos ojos fijos—. Soy
Zarpa Amarilla, y este es Manto Mellado. Venimos del
Clan de la Sombra —terminó con orgullo.
—Nunca he oído hablar de eso —una gata negra
resopló.
—¿De verdad son del bosque? —Un gato gris se
acercó a Zarpa Amarilla y a su compañero de Clan,
olfateándolos—. Sí, huelen a árboles.
—Aléjate de ellos, Guijarro —gruñó Pixie, dándole
un empujón al gato gris.
—Pero siempre me he preguntado cómo sería vivir
más allá de la cerca —Guijarro protestó.
—Siéntense y quédense en silencio.
El gato gris fue interrumpido por una gata blanca y
negra, tan vieja que su hocico estaba canoso y todos
sus dientes habían desaparecido. Zarpa Amarilla trató
de no quedarse mirando. «¡Parece incluso mayor que
nuestros veteranos!»
—Nadie quiere escucharte maullar sin parar sobre
el bosque —siseó la vieja gata a Guijarro.
Guijarro se sentó, luciendo molesto. Zarpa
Amarilla supuso que la vieja gata era una especie de
líder, aunque esa colección de gatos no se parecía en
nada a un Clan. «Tal vez la admiren porque es muy
mayor.»
Vio a una gata negra poniendo los ojos en blanco y
la escuchó susurrarle a Guijarro:
—No dejes que Urraca te preocupe. Ella es solo
una vieja peluda mandona.
—¿Preguntas, dijeron? —la vieja gata, Urraca, dijo
con voz ronca—. Está bien, pueden hacer una. Vamos
a oírla.
Manto Mellado dio un empujón a Zarpa Amarilla.
—Te dije que esta era una idea tonta. Vamos.
—¡No! —Zarpa Amarilla le dio al guerrero una
mirada furiosa—. Una pregunta es todo lo que
necesitamos. Estamos buscando a un gato que
conocía a un gata del bosque llamada Tormenta de
Plumas —continuó—. Nosotros…
—Habla alto, ¿o no puedes? —Urraca movió la
cola con irritación—. No sé qué les pasa a ustedes los
gatos jóvenes. Todos murmuran en su pelaje.
—Lo siento. —Zarpa Amarilla levantó la voz—. ¿Un
gato que conocía a Tormenta de Plumas?
Una pequeña gata atigrada y blanca se estremeció
cuando Zarpa Amarilla pronunció el nombre, pero no
dijo nada. Urraca negó con la cabeza y todos los
demás gatos hicieron lo mismo.
Manto Mellado parecía desanimado.
—Supongo que eso es todo, entonces —maulló.
Mermelada dio un paso adelante.
—Ya tienen su respuesta. Pueden irse ahora.
Pixie y Colorada se acercaron para unirse a ellos de
nuevo.
—No necesitamos una escolta —espetó Manto
Mellado.
—No estamos ofreciendo una. —Mermelada
deslizó sus garras—. Dije ahora.
Los otros gatos del Poblado de los Dos Patas se
estaban reuniendo detrás de Mermelada. Zarpa
Amarilla podía ver la hostilidad en sus ojos y la ira en
su erizado pelaje.
—Es hora de que nos vayamos —murmuró.
El pelaje de Manto Mellado también se erizó, y
echó los labios hacia atrás en un gruñido.
—Ningún minino doméstico me dice qué hacer.
—¡Cerebro de ratón! No tiene sentido derramar su
sangre. —Zarpa Amarilla le dio un fuerte empujón en
el hombro—. ¿Qué vas a demostrar luchando contra
mascotas? ¡Corre!
Para su alivio, Manto Mellado se dio la vuelta y
corrió por el callejón, por donde habían venido. Zarpa
Amarilla lo siguió; mirando hacia atrás vio a
Mermelada y más de los gatos del Poblado de los Dos
Patas justo detrás.
—¡Más rápido! —jadeó ella.
Pero cuando llegaron a ver la primera cerca de Dos
Patas, Mermelada y los demás retrocedieron.
—¡Manténganse alejados en el futuro! —
Mermelada les gritó.
Justo cuando Zarpa Amarilla apretó los músculos
para saltar a la cerca, una voz desde las sombras
gritó:
—¡Esperen!
Zarpa Amarilla se volvió para ver a la pequeña gata
que se estremeció ante la mención del nombre de
Tormenta de Plumas. Ella estaba haciendo señas con
una pata, con sus ojos verdes muy abiertos y
nerviosos.
—¿Qué quieres? —Manto Mellado gruñó.
—Hay un gato con el que necesitan hablar —
respondió la gata—. Síganme.
Manto Mellado intercambió una mirada con Zarpa
Amarilla.
—Podría ser una trampa —murmuró—. ¿Por qué
debería ayudarnos?
—Para que se mantengan lejos —la gata respondió
—. No queremos tener nada que ver con gatos
salvajes como ustedes.
—Tenemos que arriesgarnos —insistió Zarpa
Amarilla—. ¡Tenemos que saber la verdad!
Manto Mellado vaciló un momento más, luego se
encogió de hombros.
—Bien. Pero sigo pensando que ambos tenemos
abejas en el cerebro.
La gata lideró el camino, dobló una esquina y bajó
por otro callejón.
—Había una gata del bosque merodeando por
aquí hace un tiempo —maulló—. Su nombre podría
haber sido Tormenta de Plumas. Sin embargo, no la
he visto en mucho tiempo.
Frustrada por estar tan cerca de la información
que necesitaba, Zarpa Amarilla deslizó fuera sus
garras. No pretendía ser amenazante, pero la gata le
lanzó una mirada de alarma.
—Esa gata no tuvo nada que ver conmigo —
maulló a la defensiva. Asintió con la cabeza hacia las
sombras entre dos guaridas de Dos Patas—. Hal la
conocía mejor que cualquiera de nosotros.
Pregúntenle.
Zarpa Amarilla se volvió para ver un par de ojos
ambarinos brillando en la oscuridad. Hizo una seña
con la cola a Manto Mellado, quien se acercó a ella.
Mientras tanto, la pequeña gata salió disparada, saltó
una pared y desapareció.
Hal parpadeó cuando Zarpa Amarilla y Manto
Mellado se acercaron. Estaba tan oscuro que era
imposible saber de qué color era.
—Escuché lo que dijo —comenzó el gato, antes de
que le preguntaran nada—. Nunca conocí a una gata
llamada Tormenta de Plumas. No tengo nada que ver
con los gatos del bosque.
Zarpa Amarilla pudo ver que Hal era un minino
doméstico; su cuello brillaba mientras se movía en las
sombras.
—Está bien, lamentamos haberlo molestado —le
respondió Manto Mellado, dándose la vuelta.
Zarpa Amarilla lo estaba siguiendo cuando el
instinto le dijo que mirara hacia atrás. Hal había
emergido de las sombras y se alejaba sigilosamente a
lo largo de la línea de guaridas de Dos Patas. Zarpa
Amarilla se congeló. El minino doméstico era un gato
atigrado de color marrón oscuro, y excepto por el
hecho de que sus hombros eran más anchos y sus
músculos más llenos, era la imagen exacta de Manto
Mellado.
—¡Espera! —aulló Zarpa Amarilla, corriendo tras
él—. ¡Debes haber conocido a Tormenta de Plumas!
¡Mira, este es tu hijo!
Hal se volvió, sus ojos ambarinos se volvieron
fríos. Por un instante miró a Manto Mellado de arriba
a abajo.
—No sé de qué estás hablando —gruñó—. No
tengo ningún hijo.
—Pero solo míralo… —comenzó Zarpa Amarilla,
agitando su cola hacia Manto Mellado.
Hal simplemente se dio la vuelta y comenzó a
alejarse.
—Tenemos que irnos —Manto Mellado
interrumpió. Su voz era fría como el hielo—. Esta fue
una idea descerebrada. Nunca debimos haber venido
aquí.
8
—¡Zarpa Amarilla! ¡Zarpa Amarilla!
La voz de Salto de Cierva se infiltró en un sueño en
el que Zarpa Amarilla buscaba en el bosque, aunque
no recordaba lo que estaba buscando. Le fue un gran
esfuerzo abrir los ojos. Cuando trató de incorporarse,
todos los músculos de su cuerpo chillaron de fatiga y
le dolían las patas. «¿Qué pasa conmigo?» Entonces
los acontecimientos de la noche anterior volvieron a
su mente. Manto Mellado y ella habían visitado el
Poblado de los Dos Patas, y el amanecer no estaba
muy lejos para cuando habían regresado a sus lechos.
«¡Y fue un desastre!»
—¡Zarpa Amarilla! —Salto de Cierva llamó de
nuevo, sonando más impaciente esta vez.
Zarpa Amarilla se levantó de su lecho. Los otros
aprendices se movían a su alrededor, luciendo
enérgicos y con los ojos brillantes.
—¿A dónde fuiste anoche? —Zarpa de Serbal
siseó—. Me desperté y no estabas en tu lecho.
—No importa —murmuró Zarpa Amarilla mientras
luchaba por salir de la guarida.
Afuera, Colmillo de Piedra estaba rodeado por un
grupo de gatos más grande de lo habitual. A pesar de
que estaba tan cansada, Zarpa Amarilla sintió un
cosquilleo de emoción.
—¿Qué está pasando? —le preguntó a Salto de
Cierva.
—Vamos a atacar a las ratas en el vertedero —le
respondió su mentora—. Las presas escasean, así que
Estrella de Cedro decidió enviar dos patrullas para
cazar allí. Con un poco de suerte, capturaremos lo
suficiente para alimentar a todo el Clan.
Una mezcla de miedo y anticipación se apoderó de
Zarpa Amarilla. También estaba orgullosa de haber
sido elegida para participar en aquella incursión
especial. Podía sentir una tensión esperanzadora en
el campamento, como si todos los gatos estuvieran
ansiosos por estar bien alimentados cuando
terminara la invasión. Cuando ella y Salto de Cierva se
acercaron a la multitud de gatos, Colmillo de Piedra
estaba organizando las patrullas.
—Yo lideraré a una y Estrella de Cedro la otra —
maulló—. Flor de Acebo, Ojo Rayado, Charca
Nublada, Corazón de Cenizas, vengan conmigo. Y
Salto de Cierva y Hoja Ámbar, con sus aprendices.
Manto Mellado, tú también.
Mientras Colmillo de Piedra nombraba a los gatos,
estos salieron de la multitud y se agruparon a un
lado. Manto Mellado pasó rozando a Zarpa Amarilla
cuando se unió a la patrulla, sin siquiera reconocer
que ella estaba allí.
—¿Tuvieron una pelea? —Zarpa de Serbal le
susurró a su hermana—. Gran Clan Estelar, ¿estuviste
con él anoche?
—¿Podemos tener un poco de silencio allá atrás?
—Vuelo de Pinzón siseó, antes de que Zarpa Amarilla
pudiera responder—. Zarpa Amarilla, únete a tu
patrulla si vas a venir a esta incursión.
La aprendiza gris lanzó una mirada furiosa a su
hermana antes de irse para pararse con su mentora y
los demás. Mientras tanto, Colmillo de Piedra nombró
a los gatos para la patrulla de Estrella de Cedro,
incluyendo a Zarpa de Serbal, Zarpa Abrasadora y sus
mentores. Flor Radiante y Patas de Helecho también
se unieron a esa patrulla.
—¿Qué hay de nosotros? —exigió Zarpa de
Raposa, apareciendo con su hermano a un ratón de
distancia por detrás.
—Son demasiado jóvenes —Colmillo de Piedra
respondió—. Las ratas son lo suficientemente grandes
para comerlos a ustedes.
—Así que nos quedaremos atrás de nuevo —
gruñó Zarpa de Lobo, de pie junto a su hermana y
mirando con furia mientras las patrullas se iban.
Mientras seguía a Colmillo de Piedra a través del
bosque, Zarpa Amarilla se quedó atrás hasta que
pudo caminar al lado de Manto Mellado, que andaba
cerca de la parte trasera de la patrulla.
—¿Estás bien? —maulló—. Lo siento si hice algo
mal anoche.
Manto Mellado le dirigió una breve y fría mirada.
—No quiero hablar de eso —dijo—. En lo que a mí
respecta, no tengo padre. —Sin darle a Zarpa Amarilla
la oportunidad de responder, se adelantó hasta que
estuvo caminando justo detrás de Colmillo de Piedra.
Zarpa Amarilla lo miró con tristeza, su piel picaba
con sentimientos de culpa. «¡Solo estaba tratando de
ayudar!» Sacudiendo su pelaje, siguió caminando,
tratando de olvidar el encuentro con los gatos del
Poblado. «Soy una aprendiza del Clan de la Sombra,
¡y ahora mismo mi trabajo es atrapar presas!»
La brisa llevó los aromas de comida de ratas y
cuervos a las patrullas mucho antes de que el
vertedero apareciera a la vista. Zarpa Amarilla no
había estado tan cerca desde su primer día como
aprendiza, cuando Saltó de Cierva le mostró el
territorio. Los montones de deshechos de Dos Patas
parecían aún más repugnantes a la luz del día. Había
un montón de abultadas pieles negras apiladas,
algunas de ellas con grandes agujeros que dejaban
que la suciedad del interior se derramara sobre el
suelo. Mezcladas con ellas había cosas desconocidas
hechas de madera, pieles suaves de extraños colores
de Dos Patas y más objetos de bordes afilados hechos
de la brillante tela de la cerca, todos unidos por
carroña podrida. Más allá de la cerca, los montículos
se extendían en la distancia, más y más, hasta donde
alcanzaba la vista de Zarpa Amarilla.
Colmillo de Piedra llegó a la cerca y se giró para
caminar junto a ella. Unos cuantos zorros más
adelante se detuvo, y Zarpa Amarilla vio que el suelo
había sido raspado para que hubiera espacio para que
un gato se moviera por debajo.
—Yo iré primero —maulló Estrella de Cedro—.
Una vez dentro, nos separaremos. Colmillo de Piedra,
lleva a tu patrulla por ahí —movió la cola—, y
nosotros iremos por aquí. ¡Veamos quién puede
atrapar más!
Zarpa Amarilla vio como Estrella de Cedro empujó
su musculoso cuerpo debajo de la cerca y se puso de
pie en el lado opuesto. Flor Radiante lo siguió con
Zarpa de Serbal de cerca. Entonces Colmillo de Piedra
comenzó a guiar a su patrulla. Cuando llegó su turno,
Zarpa Amarilla se zambulló debajo de la cerca lo más
rápido que pudo, sintiendo que le raspaba la espalda,
luego se arrastró con las garras extendidas en caso de
que una rata saltara hacia ella desde los montículos.
Cuando todos los gatos estuvieron en su lugar,
Colmillo de Piedra reunió a su patrulla a su alrededor;
a unas cuantas colas de distancia, Estrella de Cedro
estaba haciendo lo mismo. Zarpa Amarilla estaba
junto a su mentora, sus patas se hundían en los
escombros empapados del suelo.
—Escuchen con atención —maulló el
lugarteniente—. Especialmente ustedes, aprendices,
y Corazón de Cenizas, este es tu primer ataque contra
ratas, ¿no es así?
La gata gris asintió con la cabeza, sus ojos azules
brillaban con anticipación.
—Nunca se enfrenten a una rata solos —advirtió
el lugarteniente—. Trabajen en parejas y no pierdan
de vista a su pareja ni por un latido. Las ratas son
atroces y astutas, y una mordedura de rata puede ser
muy desagradable, así que hagan su mejor esfuerzo
para no ser mordidos y traten de asegurarse de que
sus parejas tampoco sean mordidas.
«¡Como si tuviera que decirnos eso!», pensó Zarpa
Amarilla.
Su corazón comenzó a latir más rápido,
preguntándose si la emparejarían con Manto
Mellado, pero Colmillo de Piedra puso al gato
atigrado con Zarpa de Nuez y emparejó a Zarpa
Amarilla con Ojo Rayado.
—Flor de Acebo y yo vigilaremos —finalizó
Colmillo de Piedra—. Si algún gato está en problemas,
estaremos allí para ayudar.
—¡Vamos a enseñarles! —Zarpa de Nuez susurró a
Manto Mellado—. ¡Atrapemos la rata más grande del
vertedero!
«¡No si puedo evitarlo!» pensó Zarpa Amarilla.
Ojo Rayado y ella caminaron cautelosamente junto
al más cercano de los montones. Al principio todo
estaba tranquilo y silencioso. Un destello de
movimiento llamó la atención de Zarpa Amarilla, pero
solo eran Manto Mellado y Zarpa de Nuez
deslizándose entre dos de los otros montículos.
Ojo Rayado tocó el hombro de Zarpa Amarilla con
la cola e inclinó las orejas hacia un lugar más
profundo dentro del vertedero, donde un enorme
monstruo amarillo de Dos Patas estaba agachado.
—Creo que está dormido —murmuró.
Zarpa Amarilla asintió. Los monstruos en el
Sendero Atronador hacían tal alboroto que habría
mucho tiempo para apartarse de su camino si decidía
despertar. Sus bigotes se movieron con impaciencia
mientras caminaba. «¡Vamos, ratas! ¡Muéstrense!»
Vislumbró una cabeza de forma triangular que
sobresalía de una de las abultadas pieles negras, pero
cuando se volvió para mirarla, desapareció.
—Creo que vi una —le dijo a Ojo Rayado en voz
baja.
Antes de que terminara de hablar, la cabeza
apareció de nuevo, más abajo del montículo, o tal vez
era una rata diferente. El vientre de Zarpa Amarilla se
apretó mientras miraba su nariz larga y sus bigotes
temblorosos, y la hostilidad en sus ojos brillantes
como los de un pájaro. También comenzó a distinguir
sonidos: crujidos y chirridos que provenían de las
profundidades del montículo. «¡Todo este lugar está
lleno de ratas!» Zarpa Amarilla saltó hacia la rata,
pero esta volvió a meter la cabeza en la pila y sus
garras se hundieron en algo húmedo y blando dentro
de la piel negra. «¡Oh, qué asco!»
Luego se dio la vuelta al oír un chillido más fuerte
detrás de ella. Una rata asomaba la nariz por un
hueco en el montículo; Zarpa Amarilla se congeló
mientras se aventuraba más a la intemperie. Sus
bigotes se movieron mientras olfateaba el aire, y sus
ojos diminutos brillaban con malicia.
—¡Atrápala! —Zarpa Amarilla le gritó a Ojo
Rayado.
Aterrizó sobre la rata con un gran salto, pero
aceleró ligeramente su ataque, de modo que sus
garras se sujetaron cerca de su cola. La rata dejó
escapar un chillido agudo y se giró, con dientes
afilados amenazando el cuello de Zarpa Amarilla. La
aprendiza se echó hacia atrás, pero se negó a aflojar
su agarre. Antes de que la rata pudiera morderla, Ojo
Rayado se arrojó sobre sus hombros, con las
mandíbulas abiertas para hundir los dientes en su
cuello. La rata se levantó sobre sus patas traseras;
Zarpa Amarilla perdió su agarre cuando se tambaleó y
cayó a un lado. Ojo Rayado saltó hacia atrás, y por un
latido la rata estuvo libre, zambulléndose en busca
del refugio de la basura.
—¡No! —chilló Zarpa Amarilla.
Saltando en su persecución, sus patas resbalaron
sobre escombros viscosos y estuvo a punto de caer,
pero corrió tras la rata y volvió a hundir sus garras en
ella. Esta vez consiguió un mejor agarre en la parte
posterior de su cuello, y aunque el animal luchó, no
pudo deshacerse de ella. Ojo Rayado se unió a ella,
jadeando, y se lanzó sobre las patas traseras de la
rata. Cuando la rata torció la cabeza, tratando en
vano de morder a Zarpa Amarilla, ella le cortó la
garganta con las garras. La sangre brotó y la rata
quedó flácida.
Temblorosa, Zarpa Amarilla se puso de pie.
—Gracias, Clan Estelar, por esta presa —maulló—.
Y gracias porque ninguno de los dos fue mordido.
—Lo hiciste bien —jadeó Ojo Rayado—. Estaba
seguro de que la habíamos perdido.
Zarpa Amarilla miró a la rata muerta. Hasta ahora
no se había dado cuenta de lo enorme que era; tal
vez habían matado a la rata más grande del
vertedero, tal como esperaba Zarpa de Nuez.
—Ambos lo hicimos —maulló.
Unos pasos sonaron detrás de ella, y Zarpa
Amarilla se dio la vuelta, esperando ver otra rata.
Dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio que eran
Charca Nublada y Corazón de Cenizas, cada una con
una rata.
«¡Pero no son tan grandes como la nuestra!»,
pensó con orgullo.
El resto de la patrulla se estaba reuniendo. Zarpa
Amarilla recogió su rata y fue a unirse a ellos, con Ojo
Rayado a su lado.
—¡Gran Clan Estelar, mira eso! —Zarpa de Nuez
exclamó, con su voz un poco envidiosa—. No pensé
que pudiera haber una rata tan grande como esa.
Manto Mellado y él también habían atrapado una
rata, pero Zarpa Amarilla notó que era mucho más
pequeña que la de ella.
—Es una captura increíble —coincidió Salto de
Cierva; su mirada era cálida mientras descansaba
sobre su aprendiza—. ¿Están los dos bien?
—Ni un rasguño en ninguno de los dos —Ojo
Rayado maulló—. Y es la rata de Zarpa Amarilla, en
serio. No hice mucho.
Todos los gatos se agruparon alrededor de Zarpa
Amarilla, felicitándola.
—Me lo hubiera pensado dos veces antes de
enfrentarme a una rata de ese tamaño —ronroneó
Colmillo de Piedra—. Estás mostrando verdaderas
habilidades guerreras, Zarpa Amarilla.
Zarpa Amarilla se sintió caliente de orgullo y
vergüenza. «¡El lugarteniente del Clan cree que lo hice
bien!»
—Ojo Rayado ayudó —insistió.
Luego se dio cuenta de que Manto Mellado se
estaba quedando atrás. Sintió como si una nube
hubiera pasado sobre el sol. Él era el único gato que
no le había dicho nada; ni siquiera la estaba mirando.
—¿Qué pasa? —Colmillo de Piedra miró de Zarpa
Amarilla a Manto Mellado y viceversa—. Manto
Mellado, es poco generoso no elogiar a Zarpa
Amarilla. No es así como hacemos las cosas en el Clan
de la Sombra.
Manto Mellado se miró las patas.
—Sí, gran captura, Zarpa Amarilla —murmuró.
Los ojos de Colmillo de Piedra se entrecerraron,
pero no dijo nada más a Manto Mellado.
—Es hora de que regresemos al campamento —
anunció—. Hemos capturado tantas presas como
podemos llevar. Veamos si podemos llegar antes que
la patrulla de Estrella de Cedro.
Tomando a su rata por la nuca, Zarpa Amarilla
avanzó llena de orgullo, pero antes de dar muchos
pasos, comenzó a preguntarse si podría regresar al
campamento. La rata pesaba más que cualquier presa
que hubiera llevado antes. Pronto se tambaleó de
fatiga, le dolía el cuello, pero la sensación de logro la
recorrió como una colonia de abejas y la mantuvo en
marcha.
Cuando entró al campamento, estuvo al tanto de
los comentarios de los gatos que se habían quedado
atrás, y se acercaron para mirar mientras ella y el
resto de la patrulla dejaban caer a sus presas en el
montón de carne fresca. Por primera vez se dio
cuenta de que la patrulla de Estrella de Cedro los
había seguido; el líder del Clan examinó su rata y
luego se volvió hacia ella, sus ojos brillaban con
aprobación.
—Zarpa Amarilla —maulló—, te estás convirtiendo
en una excelente guerrera del Clan de la Sombra.
—¡G-gracias! —tartamudeó Zarpa Amarilla.
El líder del Clan inclinó la cabeza hacia ella y se
dirigió a su guarida. Zarpa Amarilla lo siguió con la
mirada. «¡No puedo creer que el líder del Clan me
haya dicho eso!»
Luego se dio cuenta de que Bigotes de Salvia
estaba parada a un par de zorros de distancia. Ella se
veía pensativa. Zarpa Amarilla se preguntó qué
pasaba por su mente, pero después de un momento
la curandera se alejó sin hablar. «¡Gracias, Clan
Estelar!», pensó Zarpa Amarilla. Había estado
evitando a la curandera desde que Flama Plateada
había muerto; todavía sentía que Bigotes de Salvia
podría haber hecho más para ayudar a la veterana
enferma. Y la profundidad de la mirada de Bigotes de
Salvia la hacía sentir incómoda.
—¡Zarpa Amarilla! —La voz de su madre distrajo a
Zarpa Amarilla de pensar en la curandera—. Colmillo
de Piedra dice que hiciste una gran captura.
Zarpa Amarilla agachó la cabeza.
—Esa es mi rata —maulló, señalándola con la cola.
Patas de Helecho dejó caer su propia presa sobre
la pila. Zarpa Amarilla notó que la rata de su padre
era casi tan grande como la de ella, pero no del todo.
—Sigue así, y serás la mejor cazadora del Clan de
la Sombra —la elogió con ojos cálidos.
Flor Radiante le dio una lamida alrededor de las
orejas.
—Nos has hecho sentir tan orgullosos.
Zarpa Amarilla miró desde uno de sus padres al
otro, y sintió como si su corazón fuese a estallar de
felicidad.

• • •
—¿Nos vamos a unir a una patrulla hoy? —Zarpa
Amarilla le preguntó a Salto de Cierva.
Habían pasado dos lunas desde el asalto al
vertedero, y el aire era suave y apacible, lleno de
aromas de la estación de la hoja nueva. En las puntas
de las ramas de los pinos se veían espigas de un verde
fresco, las frondas se desenrollaban en medio de
matas de helechos muertos y el canto de los pájaros
prometía presas en las lunas por venir.
Zarpa Amarilla lanzó un suspiro de felicidad. «¡El
bosque es tan hermoso!»
—Hoy no —respondió Salto de Cierva.
En la última luna no había estado llamando a
Zarpa Amarilla tan temprano en la mañana; ahora, los
rayos del sol de la mañana ya entraban en el
campamento, ahuyentando al frío del amanecer.
«Parece estar disminuyendo la velocidad», pensó
Zarpa Amarilla, dándose cuenta con una punzada de
que su mentora estaba envejeciendo.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó.
—Hay una tarea más antes de que puedas
comenzar tus evaluaciones finales de guerrera —le
dijo Salto de Cierva—. Tienes que viajar a la Piedra
Lunar.
—¡Sí! —Zarpa Amarilla estaba tan emocionada
que rebotó con las cuatro patas y dio un enorme salto
en el aire.
Zarpa de Serbal y Zarpa de Nuez ya habían hecho
sus viajes de aprendices a la Piedra Lunar, y Zarpa
Amarilla había comenzado a temer que su turno
nunca llegara. Aterrizó torpemente después de su
salto, sintiendo un rubor de vergüenza. «Salto de
Cierva pensará que me estoy comportando como un
cachorra.»
—¿Cuándo nos vamos? —maulló.
—De inmediato —anunció su mentora—. Ven
conmigo. Necesitamos visitar a Bigotes de Salvia para
que nos dé hierbas de viaje.
—¿Qué son? —Zarpa Amarilla preguntó mientras
caminaban hacia la guarida de la curandera.
—Acedera, margarita, manzanilla y pimpinela. —
Salto de Cierva enumeró cada hierba con un
movimiento de su cola—. Te darán fuerza y evitarán
que tengas hambre en el camino. No habrá tiempo
para cazar.
Cuando se deslizaron entre las rocas y entraron en
la guarida de Bigotes de Salvia, la curandera estaba
mezclando hierbas con delicados movimientos de una
pata delantera.
—Aquí tienen —maulló, dividiendo la mezcla en
dos pequeños montones—. Zarpa Amarilla, el sabor
es amargo, pero no durará mucho.
Copiando a Salto de Cierva, Zarpa Amarilla lamió
las hierbas, masticó y tragó. El sabor era tan amargo
como Bigotes de Salvia le había advertido que sería, y
no pudo evitar hacer una mueca.
—Escucha atentamente lo que el Clan Estelar te
dice en tus sueños
—le pidió Bigotes de Salvia—. Este podría ser el
momento en que descubras tu destino.
—Ya conozco mi destino —Zarpa Amarilla maulló
—. ¡Seré una gran guerrera del Clan de la Sombra!
Bigotes de Salvia no hizo ningún comentario, solo
miró a Zarpa Amarilla por un momento más antes de
que ella asintiera.
—Que tengan un buen viaje, las dos. Que el Clan
Estelar ilumine sus caminos.

Salto de Cierva caminó por el bosque hasta el


Sendero Atronador, luego se giró para seguirlo hacia
el borde del territorio. Zarpa Amarilla arrugó la nariz
cuando el acre hedor de los monstruos inundó los
frescos olores del bosque. El olor de los gatos del Clan
del Viento flotaba a través del Sendero Atronador
desde su territorio en el lado opuesto. «Me pregunto
qué estarán haciendo esos ladrones de presas ahora.
Al menos no se han atrevido a molestarnos de
nuevo.»
Zarpa Amarilla trotó junto a Salto de Cierva
mientras cruzaban la frontera del Clan de la Sombra.
Pronto llegaron a un Sendero Atronador más
pequeño que se separaba del principal.
—¿Tenemos que cruzar este? —le preguntó a su
mentora, tratando de ocultar su nerviosismo. No
parecía haber un túnel debajo como el que solían
usar para llegar a las Asambleas.
Salto de Cierva asintió.
—Parece aterrador cuando es tu primera vez, pero
estarás bien mientras recuerdes…
—¡Mirar, escuchar y oler! —interrumpió Zarpa
Amarilla, curvando su cola hacia arriba.
—Correcto. —Salto de Cierva dejó escapar un
pequeño suspiro de diversión—. Puedes buscar
monstruos como buscas presas.
Un zumbido distante comenzó mientras hablaba,
creciendo rápidamente hasta convertirse en un
rugido, y un monstruo rojo brillante pasó a su lado y
se unió al Sendero Atronador principal. Zarpa
Amarilla sintió náuseas por el hedor que desprendió
en oleadas.
—Ahora —maulló Salto de Cierva cuando se hubo
ido—, estas son las reglas para cruzar un Sendero
Atronador. Mira en ambos sentidos. ¿Puedes ver un
monstruo? Escucha. ¿Puedes oír uno? Huele. ¿El olor
es más fuerte de lo habitual? Si la respuesta a todas
esas preguntas es no, entonces es seguro cruzar.
—Ya veo —murmuró Zarpa Amarilla, todavía
sintiéndose nerviosa.
—Correcto. Así que dinos cuándo ir.
Zarpa Amarilla la miró fijamente. «¿Yo? ¿Y si hago
que nos maten a las dos?» Pero Salto de Cierva solo
inclinó sus oídos hacia el Sendero Atronador,
claramente esperando.
De pie cerca del borde de la dura superficie negra,
Zarpa Amarilla metió sus garras en el borde de la
hierba. Miró cuidadosamente en ambas direcciones,
notando que la franja negra estaba vacía. Los únicos
sonidos que podía oír eran la brisa en las ramas y el
canto de los pájaros. El sabor en el aire del monstruo
rojo se había desvanecido.
—Está bien… creo —maulló.
—¡Entonces ve!
Zarpa Amarilla saltó hacia adelante con Salto de
Cierva a su lado, haciendo una mueca cuando sus
patas aterrizaron en la dura superficie del Sendero
Atronador. Latidos después, habían llegado a la
seguridad de un grupo de arbustos al otro lado. Otro
monstruo gruñó al pasar mientras ella estaba allí
temblando y tratando de recuperar el aliento.
—Lo hicimos. —Salto de Cierva asintió con la
cabeza—. Una cosa más para recordar: una vez que
decidas que es seguro, corre lo más rápido que
puedas y no mires atrás.
Zarpa Amarilla se sintió aliviada cuando dejaron el
Sendero Atronador atrás. Más allá, la tierra comenzó
a convertirse en páramos que le recordaron al
territorio del Clan del Viento, cubiertos con la misma
hierba corta y dura. Pero los aromas del Clan del
Viento se desvanecían detrás de ellos. Con un
cosquilleo de emoción en sus patas, Zarpa Amarilla se
dio cuenta de que se dirigía a un territorio
desconocido, donde no vivían gatos de Clan. Se sentía
expuesta en los espacios abiertos, sin el
reconfortante refugio de las ramas de los pinos.
Los conejos corrieron tentadoramente a través de
su camino, y todos los instintos de Zarpa Amarilla le
gritaron que los persiguiera. Pero sabía que Salto de
Cierva se molestaría si interrumpía su viaje para cazar,
y las hierbas de viaje estaban funcionando, por lo que
no tenía hambre. «Este es su día de suerte, conejos»,
pensó.
A un lado, más allá del gran Sendero Atronador,
vio un grupo de guaridas de Dos Patas.
—¿Tenemos que ir allí? —maulló, recordando lo
que había sucedido cuando había ido al Poblado de
los Dos Patas con Manto Mellado.
Salto de Cierva negó con la cabeza.
—Nos dirigimos hacia esas colinas —le respondió,
señalando con la cola—. Las Rocas Altas, donde la
Piedra Lunar nos espera.
Al mirar hacia adelante, Zarpa Amarilla vio que el
suelo se inclinaba hacia una hilera de riscos
recortados contra el cielo. Parecían dientes filosos
saliendo del suelo. A medida que las gatas subían más
alto, el pasto cedió el paso a un suelo desnudo
sembrado de piedras, y la pendiente se hizo más
empinada. «Nunca antes me habían dolido las patas
así —se quejó Zarpa Amarilla en silencio mientras se
impulsaba hacia arriba—. ¿Qué pasa conmigo?»
Como si su mentora hubiera captado sus
pensamientos, Salto de Cierva se detuvo.
—Descansemos un poco.
Se dejó caer sobre una piedra plana y Zarpa
Amarilla se sentó a su lado, disfrutando de la
sensación de la roca calentada por el sol en sus
almohadillas y manto. Delante de ellas el sol se
estaba ocultando, bañando los riscos con un
resplandor anaranjado.
—Estoy muy orgullosa de ti, Zarpa Amarilla —
maulló Salto de Cierva después de un rato.
Zarpa Amarilla aguzó las orejas con sorpresa; Salto
de Cierva casi nunca repartía elogios.
—Las lunas están pasando —su mentora continuó
—, y pronto será mi momento de unirme a los
veteranos. Serás mi última aprendiza y sé que te
convertirás en una gran guerrera.
Zarpa Amarilla apoyó el hocico en el hombro de la
gata.
—Has sido un mentora fantástica —murmuró—.
No te defraudaré, lo prometo.

Había caído la oscuridad y el Manto Plateado


brillaba en el cielo antes de que Salto de Cierva se
pusiera de pie.
—Ven —maulló—. Es la hora.
La luna todavía estaba baja en el cielo y las rocas
proyectaban largas sombras mientras Zarpa Amarilla
seguía a Salto de Cierva por la última pendiente
empinada hacia los riscos. A medida que se
acercaban, vio un agujero oscuro debajo de un áspero
arco en la roca.
—¿Es ahí a donde vamos?
Salto de Cierva asintió.
—Esa es la Boca Materna. Conduce a la Piedra
Lunar.
Una carrera por la pendiente final, con piedras
moviéndose bajo sus patas, llevó a Zarpa Amarilla al
umbral de la Boca Materna. Un túnel se adentraba
profundamente en las rocas; estaba tan oscuro que
Zarpa Amarilla no podía distinguir nada más allá del
primer zorro de distancia. Sintió que su corazón
comenzaba a latir más rápido.
—Sígueme —instruyó Salto de Cierva—. No verás
nada, pero podrás percibir mi olor. No hay nada que
temer. He caminado por este camino muchas veces.
—Dio un paso adelante hacia el túnel y desapareció
de la vista de Zarpa Amarilla.
Respirando hondo, Zarpa Amarilla se lanzó tras
ella. La luz de la entrada del túnel se apagó detrás de
ella mientras caminaba muy cerca de su mentora, y
se guiaba por sus bigotes que rozaban las paredes de
roca y por el delgado zarcillo del aroma de Salto de
Cierva. La roca debajo de sus patas era suave y fría, y
el aire húmedo empapó su manto y penetró
profundamente en ella hasta que pensó que nunca
volvería a estar caliente.
El túnel se inclinaba hacia abajo y Zarpa Amarilla
trató de no pensar en el enorme peso de la roca
sobre su cabeza. Era demasiado fácil imaginarla
derrumbándose sobre ella, aplastándola hasta
hacerla nada.
Luego su nariz se crispó cuando sintió un aroma
más fresco y el leve movimiento del aire contra sus
bigotes. Saboreando el aire, percibió un leve olor a
pasto y conejos. Se dio cuenta de que había salido a
un espacio más grande.
—Esta es la cueva de la Piedra Lunar —maulló
Salto de Cierva.
—¿Qué hacemos ahora?
—Esperamos.
Zarpa Amarilla se estremeció en la vasta
oscuridad. Por encima de su cabeza pudo distinguir
un solo guerrero resplandeciente del Clan Estelar; se
dio cuenta de que debía haber un agujero en el techo
de la cueva. Pero la luz era demasiado débil para
llegar tan lejos hacia las profundidades de la tierra.
Luego, entre un latido y el siguiente, una luz
blanca y fría inundó todo, revelando paredes de roca
que se elevaban hacia arriba a lo largo de muchos
zorros de distancia. Zarpa Amarilla no pudo contener
un chillido de sorpresa. En el medio de la cueva había
una roca enorme, de muchas colas de altura. La luna
brillaba a través del espacio en el techo, haciendo que
la roca brillara como si todo el Clan Estelar estuviera
reunido en su interior.
—¿Esa es la Piedra Lunar? —susurró.
Salto de Cierva no era más que una forma
pequeña y oscura que se recortaba contra la luz. Ella
asintió.
—Acuéstate y toca la piedra con el hocico —
maulló.
Zarpa Amarilla se acomodó y estiró el cuello para
tocar con la nariz la superficie rugosa de la Piedra
Lunar, cerrando los ojos contra la luz deslumbrante.
Instantáneamente, unas garras de frío se
apoderaron de ella. Tenía los párpados cerrados, pero
aun así vio la brillante luz de las estrellas girando a su
alrededor mientras la arrastraba. Estaba rodeada de
gatos, aunque no podía ver ninguno de sus rostros.
De repente, una voz resonó en sus oídos:
—A partir de este momento, serás conocida como
Fauces Amarillas.
«¡Mi nombre de guerrera!» Pero el deleite de
Zarpa Amarilla no duró más que un latido. El dolor se
apoderó de su vientre, oleada tras oleada de agonía,
y se dio cuenta de que estaba pariendo cachorros.
Por un breve momento cesó el viaje vertiginoso;
Zarpa Amarilla se acurrucó alrededor de una multitud
de cuerpos diminutos y sintió la alegría de dejarlos
amamantar de su vientre.
Luego fue arrebatada de nuevo. Las estrellas
pasaron a su lado y se sintió abrumada por un
sentimiento de pérdida e ira. Más furia de la que
jamás había conocido hizo que su visión se tornara
borrosa; trató de gritar su desolación, pero no pudo
emitir ningún sonido.
Con un golpe se encontró en un claro verde, con la
luz del sol filtrándose a través de las hojas. «¡Casa!»,
pensó agradecida, pero no reconocía ningún olor. El
paisaje parpadeaba a su alrededor, mostrándole un
arroyo que goteaba a través de un espeso musgo, un
tramo de rocas planas con grietas entre ellas y un
fuerte olor a presas por todas partes, un estrecho
barranco, las raíces nudosas de un roble, el brillo de
la luz del sol en una amplia franja de agua. El torrente
de imágenes hizo que Zarpa Amarilla se sintiera mal;
trató de liberarse, pero se sentía como un cachorro
ahogándose, impotente para escapar del sueño que
la tenía en sus garras.
De repente, con una sacudida que hizo que Zarpa
Amarilla sintiera que había sido arrojada desde lo alto
del gran fresno, las imágenes se detuvieron,
dejándola en la oscuridad. Al abrir los ojos, Zarpa
Amarilla vio que todavía estaba en la cueva de la
Piedra Lunar, tendida en el suelo bajo la brillante luz
blanca.
Salto de Cierva estaba a su lado, con las garras en
el hombro de Zarpa Amarilla; se dio cuenta de que su
mentora debió haberla arrastrado lejos de la piedra.
—¡Despierta, Zarpa Amarilla! —la estaba
llamando.
—E-estoy despierta. —Zarpa Amarilla se incorporó
tambaleante, aturdida y exhausta. Trató de recordar
su sueño, pero todo era un borrón de dolor, angustia
y confusión. Los detalles se le escapaban como el
agua a través de sus patas.
—Ven. Tenemos que irnos —ordenó Salto de
Cierva.
Zarpa Amarilla parpadeó ante su mentora. «¿Hice
algo mal?»
—Fue… tan extraño —comenzó—. Me sentí…
—No hace falta hablar de eso —Salto de Cierva
interrumpió—. Sígueme, rápido.
Se metió rápidamente en la boca del túnel y Zarpa
Amarilla tropezó tras ella, emergiendo
agradecidamente al aire frío de la noche. Se sentía
tan agotada que no pensó que sus patas la llevarían
de regreso al campamento.
—Bajaremos un poco la colina —maulló Salto de
Cierva, sonando más como ella misma—. Luego
descansaremos y cazaremos antes de irnos a casa. —
Mientras conducía a través de la pendiente
pedregosa, agregó—: Nunca debes decirle a ningún
gato lo que viste en tus sueños.
«¡No quiero hacerlo!» Algo golpeó a Zarpa
Amarilla.
—¿Tú… viste lo que soñé?
Salto de Cierva no la miró.
—Solo los curanderos comparten lo que les dice el
Clan Estelar. Sea lo que sea que hayas visto de tu
futuro, usa ese conocimiento sabiamente, Zarpa
Amarilla.
La decepción se aferró a Zarpa Amarilla como
niebla en su pelaje, y sintió los primeros indicios de
miedo. «Al menos sé que voy a ser una guerrera,
¿verdad? Y después de eso…» Ella forzó su memoria,
pero las imágenes de su sueño cayeron juntas en un
resplandor de luz de estrellas. Todo lo que sabía era
que algo andaba mal; no se sentía emocionada y feliz
de la forma en que pensaba que se sentiría después
de visitar la Piedra Lunar.
Zarpa Amarilla miró las estrellas, pero parecían
frías y remotas. «Oh, Clan Estelar, ¿qué me va a
pasar?»
9
—Zarpa Amarilla, a partir de este momento, serás
conocida como Fauces Amarillas. El Clan Estelar honra
tu coraje y tu inteligencia, y te damos la bienvenida
como guerrera de pleno derecho del Clan de la
Sombra.
Tratando de mantener el equilibrio, a pesar de que
estaba llena de emoción, Fauces Amarillas inclinó la
cabeza y sintió que Estrella de Cedro apoyaba el
hocico en ella. Lamió el hombro de su líder y
retrocedió un paso.
—¡Fauces Amarillas! ¡Bigotes de Nuez! ¡Baya de
Serbal! —El Clan de la Sombra gritó los nombres de
los guerreros recién creados.
Junto a Fauces Amarillas, su hermano y su
hermana parecían tan emocionados como ella se
sentía, sus ojos brillaban y sus colas se alzaban hacia
arriba en el aire.
—¡Guerreros al fin! —Bigotes de Nuez chirrió—.
¡A veces pensé que nunca lo lograríamos!
—Vamos a ser los mejores guerreros que el Clan
de la Sombra haya visto —agregó Baya de Serbal.
Una brisa cálida cargada de presas atravesó el
campamento y el sol caliente de la estación de la hoja
verde brilló, calentando el manto de Fauces Amarillas.
No se veía ni una nube en el cielo azul. «¿Qué más
podría desear? —Fauces Amarillas se preguntó a sí
misma—. Este es un día perfecto.»
Al frente de los gatos, Flor Radiante y Patas de
Helecho estaban juntos, con las colas entrelazadas
mientras irradiaban orgullo a los nuevos guerreros.
Salto de Cierva le dio a Fauces Amarillas un
asentimiento de cálida aprobación.
Cerca, Zarpa de Raposa y Zarpa de Lobo habían
visto la ceremonia con envidia manifiesta.
—Pronto nosotros seremos guerreros —anunció
Zarpa de Raposa mientras los coreos se apagaban.
Fauces Amarillas la ignoró.
—Guerrera o no, seguirá siendo un dolor en la cola
—le murmuró a Baya de Serbal, quien asintió con
fervor en señal de asentimiento.
Ráfaga Abrasadora, que había recibido su nombre
de guerrero una luna antes, se abrió paso entre la
multitud y les dio a los tres nuevos guerreros un
asentimiento condescendiente.
—Felicitaciones —maulló—. Si necesitan algún
consejo sobre cómo se comportan los guerreros,
simplemente pregunten.
—Eso haremos —Fauces Amarillas le respondió—.
Estoy segura de que los guerreros mayores nos darán
muchos consejos.
Ráfaga Abrasadora movió la cola y caminó hacia
donde estaba parado su hermano, Manto Mellado.
Fauces Amarillas sintió una punzada familiar de
decepción porque Manto Mellado ni siquiera la
estaba mirando. «Está avergonzado porque yo estuve
ahí cuando su padre lo rechazó. ¡Desearía poder
decirle que todo lo que siento es ira hacia ese
estúpido minino doméstico! ¡Hal debería estar
orgulloso de tener un guerrero como su hijo!» Pero
Fauces Amarillas no pudo pensar en una manera de
iniciar esa conversación con Manto Mellado. Todo lo
que ella quería decirle tendría que permanecer en
silencio.
—¿Fauces Amarillas?
El sonido de la voz de Bigotes de Salvia sonó
detrás de ella, Fauces Amarillas se dio la vuelta.
—Felicitaciones —maulló la curandera—. Escuché
que tu evaluación de caza fue especialmente buena.
Fauces Amarillas bajó la cabeza. Bigotes de Salvia
todavía no era su gata favorita, pero sabía que tenía
que superar la muerte de Flama Plateada y reconocer
el estatus de Bigotes de Salvia dentro del Clan.
—Gracias —murmuró—. Supongo que tuve
suerte.
—¿Soñaste con servir a tu Clan como guerrera
cuando fuiste a la Piedra Lunar con Salto de Cierva?
—la gata curandera la sondeó inesperadamente.
Por un instante, Fauces Amarillas no supo qué
decir. No había forma de que le dijera a Bigotes de
Salvia lo que había sucedido.
—Yo… eh… realmente no recuerdo cuál fue el
sueño —balbuceó.
—¿En serio? —La mirada de Bigotes de Salvia era
gentil pero insistente—. Es un momento significativo,
tu primer sueño de la Piedra Lunar.
«¿Por qué no puede dejarlo ahí?»
—Si no lo recuerdo, no puede ser tan importante.
Dándole la espalda a Bigotes de Salvia, Fauces
Amarillas se unió a sus hermanos junto al montón de
carne fresca, donde el Clan se estaba preparando
para celebrar a los guerreros recién hechos con un
festín.
Pero Fauces Amarillas no pudo resistirse a mirar
hacia atrás por encima del hombro. Bigotes de Salvia
todavía la miraba con esa mirada persistente, y
Fauces Amarillas habría dado toda su parte de carne
fresca para saber lo que estaba pensando.

.
Fauces Amarillas avanzó silenciosamente por la
gruesa capa de acículas de pino mientras seguía a Flor
de Acebo, Salamandra Manchada y Brinco de Sapo. La
patrulla fronteriza había abandonado el borde del
Sendero Atronador y se dirigía hacia el Poblado de los
Dos Patas; Fauces Amarillas pudo distinguir las
paredes a varias colas de distancia entre los árboles.
Sus almohadillas hormigueaban con el desagradable
recuerdo de la noche en que ella y Manto Mellado
habían visitado el Poblado en busca del padre del
guerrero atigrado. «¡No quiero volver a acercarme al
lugar nunca más!»
La patrulla esperó mientras Flor de Acebo
renovaba una marca olorosa, luego siguió adelante
con Salamandra Manchada a la cabeza. Unos pocos
latidos después, la guerrera se detuvo, levantó la
cabeza y abrió las mandíbulas.
—¿Qué es ese olor? —murmuró.
Alejándose de la frontera, saltó hacia un grupo
extenso de zarzas al pie de un pino. Fauces Amarillas
la siguió más lentamente con el resto de la patrulla.
Antes de dar más de un par de pasos, también captó
el nuevo aroma: ardilla, pero con un sabor dulce y
podrido que hizo que el pelo de su cuello se erizara.
—¡Aquí! —Salamandra Manchada llamó.
Fauces Amarillas se retorció junto a Salamandra
Manchada mientras la gata negra y rojiza se asomaba
por la espesura. Una ardilla a medio comer yacía bajo
las espinas, con su pelaje gris apelmazado y pegajoso
de sangre. Las moscas se arrastraban sobre su carne
desgarrada y zumbaban hacia arriba en un enjambre
cuando Salamandra Manchada estiró el cuello y olió
la carroña.
—¡Eso es asqueroso! —Brinco de Sapo exclamó.
Salamandra Manchada se echó hacia atrás,
pasándose la lengua por los labios como si estuviera
tratando de deshacerse de un mal sabor.
—¡Algún gato ha estado robando presas! —
anunció, con la voz temblando de ira.
Fauces Amarillas inhaló con cuidado; bajo el hedor
a carroña podrida, detectó otros aromas que
permanecían en el pelaje frío y desgarrado. «Piedra
negra bajo sus zarpas, charcos grasientos con el olor
amargo de los monstruos y un indicio subyacente de
la basura que comen los mininos domésticos…»
—¡El gato que mató a esta ardilla vino del Poblado
de los Dos Patas!—siseó.
Brinco de Sapo soltó un bufido de incredulidad.
—¡Las mascotas no cazan!
—Yo creo que Fauces Amarillas tiene razón —
respondió Flor de Acebo—. Hay olor al Poblado de los
Dos Patas aquí… y además, ¿qué guerrero deja a su
presa a medio comer así?
—No podemos dejar que se salgan con la suya —
Brinco de Sapo gruñó.
—No lo haremos. —Flor de Acebo reunió a su
patrulla con un movimiento rápido de la cola y los
condujo a través de los árboles hasta que cruzaron su
propia frontera y se detuvieron bajo las inminentes
paredes del Poblado de los Dos Patas—. Divídanse —
ordenó—. Vean si puede encontrar el lugar por el que
el minino casero entró al bosque.
Fauces Amarillas se dirigió hacia una cerca alta
hecha de tiras de madera entrelazadas. Las guaridas
de Dos Patas yacían al otro lado. Se arrastró a lo largo
de la parte inferior de la barrera, abrió las
mandíbulas, luego se detuvo cuando recogió el aroma
mezclado de dos o tres mascotas. Coincidían
exactamente con los aromas de la ardilla a medio
comer.
—¡Lo encontré! —exclamó.
Flor de Acebo se acercó dando saltos con los otros
guerreros detrás de ella y olfateó el lugar indicado
por Fauces Amarillas.
—No hay muchas dudas sobre eso —murmuró,
con una mirada de disgusto—. Brinco de Sapo, sube
la cerca y mira lo que hay al otro lado.
El gato atigrado saltó hacia arriba, clavando sus
garras en la madera hasta llegar a la cima.
Durante un par de latidos miró hacia el otro lado y
luego se volvió encogiéndose de hombros.
—Nada —informó—. Solo pasto de Dos Patas y
plantas. No hay señales de gatos.
—Eso es porque solo salen por la noche —Fauces
Amarillas maulló.
Sus compañeros de Clan la miraron con sorpresa.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Salamandra
Manchada.
—Oh… eh… uno de los veteranos me dijo —
murmuró la gata de pelaje gris. Para su alivio, ningún
gato la interrogó más.
—¿Entonces, qué hacemos ahora? —Brinco de
Sapo preguntó, saltando sobre la hierba junto a los
demás.
Flor de Acebo pensó por un momento.
—Brinco de Sapo, será mejor que tú y Salamandra
Manchada entierren a esa ardilla —ordenó—. Y luego
terminen la patrulla. Fauces Amarillas, vuelve al
campamento conmigo. Estrella de Cedro querrá saber
sobre esto.

• • •

La luz de la luna brillaba en el campamento


cuando los guerreros del Clan de la Sombra se
reunieron en el claro. Estrella de Cedro había estado
tan indignado como había esperado Fauces Amarillas
cuando Flor de Acebo informó que los mininos
domésticos habían estado matando presas en
territorio del Clan de la Sombra.
—Dirigiré dos patrullas esta noche —había
decidido—. Les mostraremos a esas mascotas a no
meterse con el Clan de la Sombra.
Las patas de Fauces Amarillas hormiguearon
mientras seguía a su líder de Clan a través de las
zarzas. Se sentía orgullosa de que Estrella de Cedro la
hubiera elegido para una de las patrullas, pero al
mismo tiempo su estómago se revolvía de
nerviosismo. «¿Y si uno de los mininos caseros me
reconoce?»
Esperando su turno para pasar por la entrada,
trató de llamar la atención de Manto Mellado. Sabía
que él debía sentirse igual de nervioso. «¿Y si fue Hal
quien mató a la ardilla?» Pero Manto Mellado no la
miró, deliberadamente le dio la espalda y le habló a
Bigotes de Nuez.
Fauces Amarillas saltó cuando sintió un pinchazo
en su costado.
—Vamos, mueve tus patas —siseó Ráfaga
Abrasadora—. ¿Estás esperando a que amanezca?
Fauces Amarillas se dio cuenta de que estaba
bloqueando la brecha.
—Lo siento —murmuró, hundiéndose en las
espinas y tratando de apartar a Manto Mellado de su
mente.
Una brisa fría susurró a través de las acículas de
pino mientras los guerreros se lanzaban a los árboles.
Unas sombras negras se movían sobre el suelo por el
movimiento de las ramas, y copos plateados de luz de
luna moteaban el pelaje de los gatos. Con Fauces
Amarillas, en la patrulla de Estrella de Cedro, estaban
Baya de Serbal, Salto de Cierva y Manto Mellado.
Justo detrás de ellos, Colmillo de Piedra encabezaba
la segunda patrulla: Ráfaga Abrasadora, Bigotes de
Nuez, Salamandra Manchada y Cola de Cuervo.
Cuando las duras luces del Poblado de los Dos
Patas aparecieron a través de los árboles, Estrella de
Cedro se detuvo. Todos los guerreros se reunieron a
su alrededor y habló en voz baja.
—Las dos patrullas se dividirán y esperarán a las
mascotas por lados opuestos —maulló—. Todos
ustedes se pondrán a cubierto, y no se moverán hasta
que yo dé la señal. Tal vez podamos terminar esto sin
luchar.
—¿Qué señal? —preguntó Colmillo de Piedra.
—Doblaré mi cola así —Estrella de Cedro
respondió, demostrando. Clavó sus garras en el suelo
—. Son guerreros del Clan de la Sombra y confío en
ustedes. Una vez que comience la pelea, asegúrense
de que esos mininos domésticos no sepan qué los
golpeó.
Colmillo de Piedra asintió brevemente y se llevó a
su patrulla. Estrella de Cedro llevó a sus gatos en la
dirección opuesta, hacia la cerca donde Fauces
Amarillas había olido a los intrusos. No había mucha
maleza debajo de los pinos, pero encontraron refugio
detrás de las zarzas donde Salamandra Manchada
había descubierto a la ardilla.
Fauces Amarillas se agachó entre las espinas con
Salto de Cierva a un lado y Manto Mellado al otro,
con sus pelajes rozándose. Fauces Amarillas estaba
muy consciente de él, avergonzada de estar tan cerca
cuando se negaba a ser su amigo.
—¿Las mascotas no olerán a tantos de nosotros?
—susurró—. Si saben que estamos aquí, no saldrán.
Salto de Cierva resopló con desdén.
—La mayoría de mascotas no podrían oler a un
zorro ni aunque estuviera justo en frente de ellos.
Fauces Amarillas soltó un pequeño ronroneo de
diversión.
—Supongo que nunca tuvieron un mentor que les
dijera que miraran, escucharan y olfatearan.
—¡Silencio! —La voz baja de Estrella de Cedro vino
de algún lugar cercano.
Metiendo sus patas debajo de ella, Fauces
Amarillas se calmó. Mientras miraba a lo largo de la
cerca de Dos Patas, vio pequeños movimientos entre
la hierba que le indicaron dónde se escondía la
patrulla de Colmillo de Piedra.
No había señales de ningún tipo de minino
doméstico, y los únicos olores que Fauces Amarillas
podía captar cuando probaba el aire eran débiles y
rancios.
La noche se prolongó y no pasó nada. Fauces
Amarillas se enfrió y encogió; deseaba levantarse y
estirar las patas, pero sabía lo enojado que estaría
Estrella de Cedro si moviese un solo bigote. El frío se
apoderaba de su manto cuando escuchó a su líder
sisear:
—¡Miren! ¡Allí arriba!
Entrecerrando los ojos entre las zarzas, Fauces
Amarillas vio a dos gatos deslizándose sobre la cerca
desde el Poblado de los Dos Patas. Por un momento,
contrastaron contra el cielo. Un latido después,
saltaron al suelo y ella pudo verlos con mayor
claridad. La esbelta gata de desordenado pelaje rojizo
le resultaba horriblemente familiar. «¡Colorada!» El
vientre de Fauces Amarillas se sacudió de
consternación. Lo último que quería era que sus
compañeros de Clan se enteraran de la noche en que
ella y Manto Mellado habían visitado el Poblado de
los Dos Patas. «¿Colorada dirá algo?», se preguntó
ella.
Mientras los dos mininos domésticos vacilaban
junto a la cerca, Estrella de Cedro saltó fuera del
refugio de las zarzas y caminó hacia ellos.
—¿Qué están haciendo aquí? —exigió—. El
bosque es nuestro lugar. Vuelvan con sus Dos Patas.
Colorada se enfrentó al líder del Clan de la Sombra
sin rastro alguno de miedo. Fauces Amarillas tuvo que
admirar su coraje mientras la minina miraba a Estrella
de Cedro, que era mucho más grande que ella, sus
músculos ondeaban bajo su pelaje.
—¡No pueden evitar que vengamos aquí! —
declaró Colorada—. No vivimos según sus reglas.
—Podemos evitarlo si queremos —Estrella de
Cedro replicó.
El segundo gato, un atigrado mayor que Fauces
Amarillas no reconoció, avanzó un paso para
colocarse junto al hombro de Colorada.
—Me gustaría verlos intentarlo —siseó—.
¡Ustedes los gatos salvajes piensan que son tan
geniales! Pongan una garra sobre nosotros y borraré
esa mirada de suficiencia de tu rostro.
Estrella de Cedro no respondió con palabras. En
cambio, levantó la cola y la retorció en señal de
batalla.
Al instante, el resto de los guerreros surgieron de
las sombras con aullidos furiosos. Rodearon a los
mininos domésticos en una barrera de gatos furiosos
con los dientes al descubierto y las garras preparadas.
Manto Mellado y Bigotes de Nuez estaban hombro a
hombro, con sus labios retraídos en gruñidos de
desafío. Baya de Serbal estaba flexionando sus garras
como si no pudiera esperar para hundirlas en un
minino. Fauces Amarillas vio una mirada de asombro
cruzar los rostros de Colorada y el gato atigrado. Pero
ninguno de los dos se giró para huir. El gato atigrado
soltó un chillido y tres gatos más saltaron la cerca y
aterrizaron en el suelo junto a las mascotas. Fauces
Amarillas hizo una mueca al reconocer al flaco gato
gris. «¡Guijarro está aquí ahora! Esto empeora cada
vez más…»
Estrella de Cedro se lanzó hacia Colorada, y el
resto de los guerreros saltaron a la batalla detrás de
su líder. Fauces Amarillas se quedó atrás, reacia a
enredarse con un gato que pudiera reconocerla.
Observó en el borde de la batalla mientras Colorada
empujaba a Estrella de Cedro fuera de balance,
haciéndolo tropezar contra el tocón de un árbol. El
líder de Clan se recompuso y saltó sobre Colorada de
nuevo; la gata rojiza se alejó de un salto, solo para
tropezar con una maraña de raíces de árboles y caer
de un lado. Estrella de Cedro le dio un golpe sobre sus
ancas antes de darse la vuelta y lanzarse de nuevo al
centro de la pelea.
Fauces Amarillas miró a Colorada, quien estaba
luchando por arrancar su pata delantera de las raíces.
«¿Quizá podría hablar con ella?» Dio un paso
vacilante hacia Colorada, sintiendo una punzada de
dolor atravesar su pata, luego se detuvo cuando Salto
de Cierva le dio un empujón.
—¡Ataca! —gruñó la vieja gata—. ¡Esto es para lo
que te entrené!
La vergüenza inundó a Fauces Amarillas. Atrapó a
un gato rojizo que nunca había visto antes y le dio un
golpe en el hombro, haciéndolo perder el equilibrio.
El gato luchó por incorporarse, pero antes de que
Fauces Amarillas pudiera seguir su primer golpe,
Colorada, ahora libre de las raíces, se deslizó entre
ellos, girando para enfrentar a Fauces Amarillas con
furia en sus ojos. La gata apuntó un golpe a Fauces
Amarillas, con las garras desenvainadas para arañar
su oreja. De repente se detuvo, sus ojos se abrieron
de par en par.
—¡Eres tú! —jadeó.
Salamandra Manchada, luchando contra el gran
gato atigrado, escuchó la exclamación de Colorada y
miró por encima del hombro a Fauces Amarillas.
—¿Qué quiere decir? —exigió.
Fauces Amarillas no pudo pensar en ninguna
respuesta. Aprovechando la breve distracción de
Salamandra Manchada, el gato atigrado con el que
había estado luchando la derribó y aterrizó encima de
ella, poniendo fin a más preguntas.
Un latido después, Manto Mellado cargó contra la
maraña de gatos.
—¡No digas una palabra! —gruñó al oído de
Colorada.
Colorada pareció sorprendida.
—¿Acerca de?
—Sabes muy bien de qué…
Manto Mellado fue interrumpido cuando Ráfaga
Abrasadora se lanzó hacia Colorada, apuntándole un
golpe en el hombro. Colorada se dio la vuelta y corrió
hacia la cerca.
—¡No hay necesidad de matarles! —La voz de
Colmillo de Piedra sonó por encima de los aullidos de
los gatos que peleaban—. ¡Estas son mascotas!
¡Pronto las enviaremos llorando de regreso a sus Dos
Patas!
—Mascotas bastante duras —murmuró Fauces
Amarillas para sí misma.
Se volvió para ver a Baya de Serbal luchando
contra Guijarro. Los ojos de su hermana brillaron con
la euforia de la pelea mientras saltaba de un lado a
otro para confundir a su oponente, sus golpes
aterrizaban con precisión. Lenta pero
inexorablemente, estaba conduciendo al flaco gato
gris hacia la cerca. La sangre le corría por la cara
desde una oreja desgarrada.
Fauces Amarillas interceptó a un gato blanco y
negro, que corría para ayudar a Guijarro,
levantándose sobre sus patas traseras y golpeando
sus orejas con sus patas delanteras. El gato blanco y
negro cayó al suelo. Pero aunque Fauces Amarillas
disfrutó de la fuerza de sus músculos y la certeza de
sus patas, no pudo evitar hacer una mueca de dolor
con cada golpe que daba. Le picaba por todas partes
como si le hubieran arrancado la piel. «Tengo que
endurecerme —pensó—. ¡Estoy luchando por mi
Clan!»
Estaba obligando al gato a retroceder contra la
cerca cuando de repente sintió una presión en la
garganta, como si algo le aplastara la tráquea. Su
ataque vaciló mientras luchaba por respirar. El gato se
lanzó de nuevo hacia ella; a través de una visión
borrosa, Fauces Amarillas vio que Bigotes de Nuez se
había lanzado entre ellos, dándole un momento de
respiro.
Con la respiración entrecortada en la garganta,
Fauces Amarillas se volvió para ver al gran gato
atigrado que sujetaba a Salto de Cierva con una pata
plantada en su cuello. Fauces Amarillas se acercó a
ellos tambaleándose, deslizando sus garras por el
costado del gato atigrado. Él se dio la vuelta y se
alejó.
—Gracias, Fauces Amarillas —Salto de Cierva
jadeó, luchando por ponerse de pie—. Pero estaba
bien, en serio. Solo iba a arrojarlo a las zarzas.
«Y los erizos vuelan», pensó Fauces Amarillas,
aunque ella nunca habría dicho las palabras en voz
alta. La presión en su garganta se había desvanecido y
podía respirar libremente de nuevo, su pecho se
agitaba mientras aspiraba aire hacia sus pulmones.
«¿Qué me está pasando?»
Un aullido triunfal de Estrella de Cedro la distrajo.
—¡Así es! ¡Lárguense y no vuelvan!
Fauces Amarillas vio a los mininos domésticos
trepando frenéticamente por la cerca y
desapareciendo por el otro lado. Ninguno de ellos
parecía gravemente herido, y al mirar a sus
compañeros de Clan, Fauces Amarillas se dio cuenta
de que tampoco estaban gravemente heridos.
—¡Gracias, Clan Estelar! —respiró.
Se sentía tan temblorosa que sus patas apenas la
podían sostener, y una de sus patas le dolía tanto que
apenas podía ponerla en el suelo, aunque no
recordaba cuándo se había lastimado. Vio a Manto
Mellado a una cola de distancia, y esta vez se las
arregló para encontrar su mirada.
—Colorada casi nos delata —maulló—. ¡Estuvo tan
cerca!
—Demasiado cerca —gruñó Manto Mellado. Sin
decir más, dio media vuelta y echó a andar en
dirección al campamento.
Fauces Amarillas trató de seguirlo, pero su cabeza
le dio vueltas por el dolor y se tambaleó.
—¿Qué ocurre? —Salto de Cierva preguntó,
estirando su cuello para darle a Fauces Amarillas un
olfateo preocupado.
—Yo… estoy bien —tartamudeó Fauces Amarillas,
tratando de ocultar su debilidad. El agotamiento la
envolvió como una pesada nube negra.
—¿Te pasa algo? —Estrella de Cedro se acercó a
Fauces Amarillas, con preocupación en sus ojos—.
Fauces Amarillas, ¿estás herida?
—No sé…
Salto de Cierva olfateó a Fauces Amarillas por
todas partes y retrocedió con el ceño fruncido.
—Solo un rasguño o dos… debe haber algo mal
que no podemos ver. Vamos, Fauces Amarillas,
apóyate en mi hombro. Te llevaremos de regreso al
campamento y dejaremos que Bigotes de Salvia te
eche un vistazo.

• • •
Fauces Amarillas y Salto de Cierva fueron las
últimas gatas que lucharon por regresar al
campamento. El cielo palidecía y las estrellas se
desvanecían. Cuando Fauces Amarillas y su antigua
mentora salieron del túnel, el resto del Clan se reunió
alrededor de las patrullas que regresaron en un grupo
emocionado.
—Y luego le corté la oreja de esta forma —estaba
maullando Bigotes de Nuez—. ¡Deberían haberlo oído
chillar!
Pasando por el borde del grupo, Fauces Amarillas
cojeó hasta la guarida de Bigotes de Salvia,
agradecida por el hombro de Salto de Cierva
sosteniéndola. Se deslizó entre las rocas que
formaban la entrada a la guarida y se hundió en el
musgo del interior.
Bigotes de Salvia levantó la mirada de contar
semillas de adormidera.
—¿Fauces Amarillas? ¿Resultaste herida en la
batalla?
—No estoy segura —maulló Salto de Cierva—. No
la vi recibir ningún golpe particularmente fuerte, y no
puedo encontrar ninguna herida en ella, pero está
exhausta y apenas puede caminar. Algo no está bien.
—Hmm… —Bigotes de Salvia miró de Salto de
Cierva a Fauces Amarillas y viceversa—. Está bien,
Salto de Cierva, puedes dejarla conmigo. Le haré una
revisión completa.
Fauces Amarillas miró nerviosamente cuando
Bigotes de Salvia se acercó a ella. La curandera no le
hizo ninguna pregunta, solo la olió por todas partes,
separando su pelaje aquí y allá con suaves zarpas.
Finalmente se sentó al lado de ella y envolvió su cola
cuidadosamente alrededor de sus patas delanteras.
—Apenas tienes un rasguño, pero ya lo sabes, ¿no
es así?
Fauces Amarillas la miró, desconcertada.
—¡Debo estar herida! Me duele todo.
Bigotes de Salvia se detuvo un momento antes de
responder.
—¿Qué parte te duele más?
—Esta pata. —Fauces Amarillas estiró una pata
delantera—. Apenas puedo apoyarle peso.
—¿Algún otro gato se lastimó la pata?
Fauces Amarillas trató de recordar el caos de la
batalla.
—Bueno, Colorada… Quiero decir, a uno de los
mininos caseros se le atascó la pata debajo de una
raíz. Pero eso no tuvo nada que ver conmigo.
Bigotes de Salvia no hizo ningún comentario.
—¿Y cuál es el siguiente peor dolor?
—Mi oreja. —Fauces Amarillas la movió, haciendo
una mueca—. Se siente como si un gato me la
hubieran arrancado.
—No, todavía está allí, bastante intacta —le
aseguró la curandera—. ¿Viste algún gato con una
oreja dañada?
Fauces Amarillas asintió, recordando la pelea de
Baya de Serbal con Guijarro y la sangre que le corría
la cara.
—¿Y con una lesión en el flanco? —Bigotes de
Salvia insistió.
—¿Cómo puedo saberlo? —respondió Fauces
Amarillas, irritada porque las preguntas de Bigotes de
Salvia comenzaban a hacerla sentir incómoda—.
Estaba en la batalla, ¿sabes? No estaba mirando
desde lo alto de un árbol. —Cuando Bigotes de Salvia
no respondió, agregó con incertidumbre—: Tal vez
Estrella de Cedro… se cayó contra el tocón de un
árbol.
—Tendré que verlo por eso —maulló Bigotes de
Salvia.
—Pero, ¿qué hay de mí? —Fauces Amarillas
protestó—. ¿No vas a tratar mis heridas?
Bigotes de Salvia la miró con sus tranquilos ojos
azules.
—Ya te lo dije, Fauces Amarillas, apenas tienes un
rasguño. Luchaste bien y escapaste sin heridas. Lo
que sientes son las heridas de los otros gatos.
—¿Qué quieres decir? —la guerrera maulló
temblorosamente—. ¿Cómo puede suceder eso?
—No lo sé —admitió Bigotes de Salvia—. Sin
embargo, esta no es la primera vez, ¿verdad?
Fauces Amarillas recordó las veces que había
sentido dolor. «Cuando luché contra ese enorme gato
del Clan del Viento, sentí que estaba gravemente
herida, pero no lo estaba. Y también está el dolor que
sentí cuando Flama Plateada estaba muriendo… y el
momento en que me dolía el estómago cuando
Pequeño Nuez comió carroña. Gran Clan Estelar, ¿ha
estado sucediendo esto desde que era una cachorra?»
—Supongo que no —maulló Fauces Amarillas en
voz baja—. Pero… ¿no todos los gatos sienten lo
mismo? ¡No es difícil ver una herida e imaginar cómo
se siente!
—Esta no es tu imaginación —Bigotes de Salvia le
dijo—. El Clan Estelar debe haberte dado estas
sensaciones por una razón, y tenemos que averiguar
cuál es.
—¡No! —Fauces Amarillas se obligó a ponerse de
pie, ignorando los músculos adoloridos que chillaban
en protesta—. ¡No quiero ser diferente! ¡Solo quiero
ser una guerrera!
10
Fauces Amarillas salió furiosa de la guarida de
curandería en un torbellino de furia y terror, pasando
junto a Baya de Serbal, quien la estaba esperando.
—¿Qué pasa? —Baya de Serbal llamó, trotando
tras ella—. ¿Estás bien?
Fauces Amarillas avanzó sin responder. Aún le
dolía la pata, pero hizo todo lo posible por ignorarla.
No quería hablar con ningún gato, ni siquiera con su
hermana. Se dirigía a la guarida de los guerreros, pero
antes de cubrir siquiera la mitad de la distancia, Flor
Radiante saltó hacia ella.
—¡Pequeñita! —su madre jadeó—. ¿Estás
gravemente herida? Escuché que luchaste muy
valientemente.
—Bigotes de Salvia lo arregló todo —murmuró
Fauces Amarillas, sin interrumpir su paso.
Flor Radiante siguió su paso.
—Necesitas descansar —se preocupó—. Colmillo
de Piedra no esperará que salgas de patrulla hasta
que estés completamente curada.
—Estoy bien, ¿de acuerdo? —Fauces Amarillas
espetó, fingiendo no ver la mirada de asombro en los
ojos de su madre.
—¡Oye, Fauces Amarillas! —Ojo Rayado la
interceptó mientras se apresuraba—. Escuché que
estabas herida. ¿Cómo estás?
—Bien.
De repente, el claro parecía estar lleno de gatos,
todos se abalanzaban sobre ella y le hacían preguntas
estúpidas sobre sus heridas. «¿No ven que estoy
bien?»
—Déjenme en paz, ¿quieren? —le gruñó a Zarpa
de Raposa y Zarpa de Lobo mientras se acercaban
corriendo, ansiosos por escuchar sobre la batalla. Se
apartó de la guarida de los guerreros y cruzó
corriendo el claro hacia la entrada.
—¡Bola de pelos engreída! —Zarpa de Raposa le
gritó.
Fauces Amarillas se zambulló por el hueco y se
dirigió hacia las sombras bajo los árboles. Su mente
todavía estaba dando vueltas, pero estaba agradecida
por la calma y la tranquilidad del bosque. Un
momento después escuchó el sonido de pasos y
percibió un olor familiar: Baya de Serbal la había
seguido.
—¿Qué quieres? —Fauces Amarillas gruñó.
—Estoy preocupada por ti —respondió su
hermana, parpadeando ante Fauces Amarillas con
preocupación—. No te ves muy herida, pero puedo
ver que algo anda mal.
Por un momento Fauces Amarillas sintió la
necesidad de contarle a Baya de Serbal las locuras
que le había dicho Bigotes de Salvia, todas las
tonterías de poder sentir las heridas de otros gatos.
Pero tan pronto como abrió las mandíbulas para
hablar, otro dolor agudo atravesó su pata. Con una
sensación de hundimiento en el estómago, miró a
Baya de Serbal y vio que una de sus garras estaba
doblada hacia atrás.
—¿Qué le pasa a tu pata? —preguntó, forzando
las palabras—. ¿Te lastimaron en la batalla?
Baya de Serbal asintió.
—Me duele un poco —admitió.
Fauces Amarillas sabía que nunca podría decirle a
su hermana la verdad sobre lo que estaba sintiendo.
La punzada de dolor le había mostrado que Bigotes
de Salvia tenía razón. «Si le digo a Baya de Serbal,
pensará que soy rara. Lo cambiaría todo.»
—Ve a ver a Bigotes de Salvia —le dijo a su
hermana—. No te preocupes por mí. Estaré bien por
mi cuenta por un tiempo.
Baya de Serbal vaciló por un latido, luego tocó con
su nariz brevemente la oreja de Fauces Amarillas y
corrió hacia el campamento.
Fauces Amarillas la miró hasta que ya no la pudo
ver. «Puedo hacer frente a estas sensaciones —se dijo
a sí misma—. No me impedirán ser una gran
guerrera.» Con la cabeza en alto, comenzó a caminar
entre los árboles. «Esto no cambia nada.»

Fauces Amarillas acechaba a lo largo del borde de


las ciénegas, disfrutando del calor de la luz del sol en
su pelaje y el sabor del campañol regordete que
llevaba en sus mandíbulas. Habían pasado tres
amaneceres desde la batalla y el dolor en su cuerpo
se había desvanecido.
—Hemos cazado bien hoy —murmuró a Bigotes
de Nuez con la presa en su boca.
Bigotes de Nuez, quien estaba arrastrando una
ardilla, se detuvo un momento y dejó que su presa
cayera al suelo.
—Lo haríamos incluso mejor si no estuviéramos
atrapados aquí en las ciénegas —comentó—. No
puedo creer que un tejón se atreviese a entrar en
nuestro territorio.
Tormenta de Plumas, que lideraba la patrulla de
caza, captó lo que dijo Bigotes de Nuez y puso los ojos
en blanco.
—Sabes muy bien que siempre hemos tenido
problemas con los tejones —maulló—. De todos
modos, no será un problema durante mucho tiempo,
ahora que Estrella de Cedro ha ordenado patrullas
adicionales para estar atentos.
Ala de Ventisca, que se acercó con Zarpa de
Raposa justo detrás de él, asintió.
—Pronto nos desharemos de él. Y luego podremos
volver a cazar por todo el territorio.
—No tengo miedo de los tejones —declaró Zarpa
de Raposa, dejando caer el estornino que llevaba—.
¡Le daría un buen golpe en la nariz si se atreviera a
perseguirme!
La cabeza de Ala de Ventisca giró y miró a su
aprendiza con una mirada gélida.
—Si no tienes miedo de los tejones, entonces eres
una cerebro de ratón —le dijo a Zarpa de Raposa—.
Son los animales más feroces del bosque, mucho
peores que los zorros. Si uno te persigue, huye lo más
lejos y rápido que puedas. Ahora recoge tu carne
fresca y sigamos adelante.
Zarpa de Raposa obedeció, frunciendo el ceño.
Fauces Amarillas intercambió una mirada con Bigotes
de Nuez antes de seguir a la parte trasera de la
patrulla. «Zarpa de Raposa se piensa que es tan
genial. ¡Se necesitará más que una pequeña
aprendiza arrogante para lidiar con este tejón!»
Cuando la patrulla regresó al campamento, Fauces
Amarillas estaba organizando las nuevas presas en el
montón de carne fresca cuando escuchó una
conmoción repentina en la entrada del campamento:
voces de gatos elevadas por la conmoción y la ira, y el
trote de patas en el suelo duro. «¿Es el tejón?», se
preguntó Fauces Amarillas, su corazón latía con
fuerza. Se dio la vuelta para ver a Brinco de Sapo y
Ortiga Manchada escoltando a dos gatos extraños al
campamento. Un momento después se dio cuenta de
que no eran extraños en absoluto, no para ella.
«¡Colorada y Guijarro! ¿Qué hacen aquí?»
Estrella de Cedro emergió de su guarida debajo
del roble y se paseó por el campamento.
—¿Que quieren estos dos?
—Los encontramos en nuestro territorio —Ortiga
Manchada le explicó—. No nos dirán por qué estaban
allí.
—¿Estaban espiando? —exigió Estrella de Cedro,
fijando una mirada sospechosa en los dos recién
llegados.
—¡Arránquenles la piel! —Cola de Rana gritó entre
la multitud.
—Sí —asintió Garra de Barro—. No tienen nada
que hacer aquí.
Murmullos hostiles se elevaron desde los rincones
del campamento. Echando un vistazo alrededor,
Fauces Amarillas vio a Manto Mellado agachado
como si estuviera listo para abalanzarse sobre los
gatos del Poblado de los Dos Patas. Un gruñido salió
de su garganta.
—¿Bien? —preguntó Estrella de Cedro—. ¿Por qué
han venido aquí?
Colorada avanzó un paso con la cabeza en alto.
Fauces Amarillas no pudo evitar admirar su coraje.
Parecía apenas lo suficientemente mayor para ser
aprendiza, pero sostuvo la mirada de Estrella de
Cedro con calma.
—Mi nombre es Colorada, y este es Guijarro —
anunció—. Queremos unirnos a su Clan.
El murmullo desafiante se transformó en
murmullos de incredulidad.
—¡Sí, claro! —Bigotes de Nuez habló al oído de
Fauces Amarillas—. ¡Como si fuésemos a tragarnos
eso!
Guijarro dio un paso adelante para pararse al lado
de su amiga.
—Realmente lo queremos —insistió—. Queremos
cazar y luchar como ustedes.
—¿Por qué? —Colmillo de Piedra los desafió,
saliendo de la multitud para unirse a Estrella de Cedro
—. Pertenecen al Poblado de los Dos Patas. Deberían
volver.
—¡Y quedarse ahí! —gritó Hoja Ámbar.
—No me creo una sola palabra de esto —intervino
Ala de Ventisca—. ¡Debe ser un truco!
Estrella de Cedro miró a los intrusos.
—Díganme por qué desean unirse al Clan de la
Sombra —maulló.
—¡Es genial aquí en el bosque! —Guijarro estalló
con entusiasmo—. Atrapan a sus propias presas y…
Colorada le dio un fuerte empujón.
—¡Cállate, cerebro de pulgas! Eso no es lo más
importante.
—Dirigiéndose a Estrella de Cedro con una
respetuosa inclinación de cabeza, continuó—: Nos
impresionaron cuando pelearon con nosotros. Nos
mostraron fuerza y habilidad, pero también nos
mostraron misericordia.
—Es cierto —agregó Guijarro—. Podrían habernos
matado, pero eligieron no hacerlo. Si eso es lo que
significa vivir según su código guerrero, eso y el hecho
de que se alimenten y encuentren su propio refugio,
entonces queremos ser parte de ello.
El silencio saludó las serias palabras de los gatos
jóvenes, seguido de un parloteo de comentarios.
—¡Están mintiendo!
—Tal vez no. Quizá…
Estrella de Cedro levantó la cola pidiendo silencio.
—Será una lucha larga y dura ganar la aceptación
aquí en el Clan —le advirtió a los recién llegados—.
Las mascotas nunca han sido bienvenidas en el
bosque.
—¡No somos mascotas! —replicó Colorada, el pelo
de su cuello se esponjó con indignación—. Nuestras
madres atrapaban sus propias presas en las calles del
Poblado de los Dos Patas. ¡Nunca viviríamos con
amos!
—¡No pueden probarlo! —se burló Ráfaga
Abrasadora.
Pero Estrella de Cedro parecía pensativo.
—Muy bien —comenzó lentamente—. Un Clan
sería estúpido si rechazara la perspectiva de nuevos
guerreros, especialmente cuando los tiempos son
difíciles. Más patas para atrapar presas siempre será
una adición valiosa. Pueden quedarse aquí por una
luna. Si demuestran su lealtad durante ese tiempo,
consideraré hacerles parte del Clan de la Sombra.
—No te arrepentirás —Colorada maulló.
—Espero que no —respondió Estrella de Cedro.
Moviendo la cola para llamar a Patas de Helecho,
continuó—: Muéstrales la guarida de los aprendices y
enséñales cómo hacer sus lechos.
Mientras Patas de Helecho se llevaba a los
proscritos, Fauces Amarillas vio a Zarpa de Raposa
mirando con una expresión de disgusto.
—¡Qué asco! —exclamó a Zarpa de Lobo—. No
quiero que se acuesten con nosotros. Apuesto a que
están llenos de pulgas.
—No te preocupes —su hermano le respondió—.
Nos aseguraremos de que obtengan los peores
trabajos, como revisar a los veteranos en busca de
garrapatas.
Estrella de Cedro se volvió para volver a su propia
guarida, pero Colmillo de Piedra se interpuso en su
camino.
—¿Estás loco? —siseó—. Estos gatos son nuestros
enemigos. ¡Deben ser espías!
—No hay pruebas de eso —respondió Estrella de
Cedro con calma.
Colmillo de Piedra resopló.
—¿Recuerdas cuando pensamos que Tormenta de
Plumas podría haber estado visitando el Poblado de
los Dos Patas por la noche? —Bajó la voz, pero Fauces
Amarillas aún podía captar sus palabras—. ¿Quieres
más problemas como ese? No podemos tener a
nuestros gatos enredados con…
—Y no podemos permitirnos rechazar a fuertes
gatos jóvenes que podrían estar diciendo la verdad —
Estrella de Cedro lo interrumpió con un brusco
movimiento de la cola—. ¿Quieres que vayan a otro
Clan y aprendan a luchar contra nosotros? No, les
daremos la oportunidad de…
Cuando los guerreros se alejaron, Fauces Amarillas
no pudo oír más. Miró a su alrededor en busca de
Manto Mellado, pero había desaparecido. En cambio,
Bigotes de Nuez se giró hacia ella, con el pelaje
erizado.
—¡Gatos del Poblado hechos aprendices! —
exclamó—. ¡Estrella de Cedro debe tener cerebro de
ratón!
Para su sorpresa, Fauces Amarillas se sintió a la
defensiva en nombre de Colorada y Guijarro.
—Deberíamos darles una oportunidad —maulló
—. Son gatos, igual que nosotros. Y no son mininos
domésticos, lo que hace la diferencia, ¿verdad?
—Todavía son… —comenzó Bigotes de Nuez, pero
se interrumpió cuando Ojo Rayado lo llamó por su
nombre desde el otro lado del claro.
—Lideraré una patrulla de caza. ¿Quieres venir? —
le preguntó el guerrero mayor.
—¡Por supuesto! —Bigotes de Nuez echó a correr.
Fauces Amarillas miró a Manto Mellado, que
estaba esperando para unirse a la patrulla de Ojo
Rayado. «Ojalá supiera lo que está pensando» En ese
momento Manto Mellado notó que ella lo estaba
mirando. Por un latido, su mirada se cruzó con la de
ella; luego se giró con el ceño fruncido.
«¡Molesta bola de pelos! —Fauces Amarillas pensó
con un destello de frustración—. ¿Cuándo dejará de
tratarme como a una enemiga? ¡Debería saber que
nunca revelaría su secreto!»

Fauces Amarillas había estado en el arenero y


regresó al campamento cuando caía el ocaso. Al salir
del túnel, vio a Colorada y Guijarro compartiendo un
campañol a unas cuantas colas de distancia. Ella
vaciló, sin saber si acercarse a ellos o no. Antes de
que pudiera decidir, Colorada levantó la mirada, luego
miró a Guijarro y lideró el camino hacia Fauces
Amarillas.
—Eres la gata que vino a ver a Hal, ¿no es así? —
Guijarro maulló—. ¿Con ese gato de allí?
Señaló con la cola hacia Manto Mellado, que
estaba sentado con su hermano cerca del montón de
carne fresca.
Fauces Amarillas se sintió caliente por todas
partes.
—Sí —admitió.
—Supongo que no se suponía que debían estar
con gatos del Poblado de los Dos Patas. —La voz de
Colorada era sorprendentemente comprensiva—.
Ustedes tienen muchas reglas sobre a dónde se
supone que deben ir.
—Sí. —Fauces Amarillas estaba agradecida por la
comprensión de la joven gata—. Así que si no les
importa…
—No se preocupen, su secreto está a salvo con
nosotros —maulló alegremente Colorada—. ¡Quién
sabe, es posible que nosotros queramos tener
algunas aventuras nocturnas por nuestra cuenta, una
vez que hayamos aprendido nuestro camino!
Por un instante, Fauces Amarillas sintió un destello
de sospecha, pero lo aplastó. Supuso que la mayoría
de los gatos de Clan habían sentido lo mismo cuando
eran jóvenes. «Menos mal que no nos oyeron hablar
con Hal —pensó Fauces Amarillas—. Son demasiado
jóvenes para haber nacido cuando Tormenta de
Plumas estaba visitando el Poblado de los Dos Patas,
lo que significa que no tienen idea de que Hal podría
ser el padre de Manto Mellado»
Fauces Amarillas trotó hasta el montón de carne
fresca y eligió un ratón para ella. Notó que Manto
Mellado estaba lanzando miradas preocupadas hacia
Colorada y Guijarro, con sus garras flexionadas
nerviosamente. «Debería decirle que no dirán nada
sobre la vez que fuimos al Poblado de los Dos Patas.»
Luego dejó escapar un bufido irritable. «¡Que sufra! Si
no quiere hablar conmigo, no veo por qué debería
hacerle la vida más fácil.»

A la mañana siguiente, Fauces Amarillas se


despertó con el sonido de la voz de Estrella de Cedro
resonando en todo el campamento.
—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para
cazar sus propias presas acudan aquí, bajo la Roca del
Clan, para una reunión de Clan!
Fauces Amarillas asomó la cabeza fuera de la
guarida de los guerreros. Había llovido durante la
noche, pero ahora la luz del sol brillaba sobre los
charcos poco profundos en el suelo del claro y las
gotitas atrapadas entre las ramas de las guaridas. La
patrulla del alba, dirigida por Vuelo de Pinzón,
acababa de regresar.
Estrella de Cedro estaba en lo alto de la roca,
mirando al Clan reunirse debajo de él. Bigotes de
Salvia estaba sentada en la entrada de su guarida, con
Flor Radiante, Fauces de Lagarto y Ave Pequeña a su
lado. Zarpa de Raposa y Zarpa de Lobo se
apresuraron a salir de la guarida de los aprendices y
se abrieron paso entre la multitud reunida para
encontrar lugares al frente. Colorada y Guijarro los
siguieron más lentamente. Intercambiaron una
mirada ansiosa y se sentaron cerca de las zarzas que
rodeaban el claro.
Bigotes de Nuez y Corazón de Cenizas rozaron a
Fauces Amarillas al salir de la guarida.
—¡Vamos! —la instó Bigotes de Nuez—. ¿No
quieres saber qué está pasando?
Fauces Amarillas los siguió. Al ver a Baya de Serbal
sentada cerca de la base de la roca, saltó para unirse
a ella.
—¿De qué se trata todo esto? —preguntó.
Baya de Serbal se lamió una pata y se la pasó por
la oreja.
—Ni idea —maulló.
A estas alturas, la mayor parte del Clan estaba
sentado alrededor de la roca. Vuelo de Pinzón y el
resto de la patrulla del amanecer, incluido Manto
Mellado, advirtió Fauces Amarillas, fueron los últimos
en llegar. Cuando se calmaron, Estrella de Cedro
habló.
—Ayer, dos proscritos del Poblado de los Dos Patas
vinieron aquí y pidieron unirse a nuestro Clan. Hoy
comenzarán su formación como aprendices.
Colorada, Guijarro, vengan aquí.
Un murmullo de sorpresa y hostilidad mezclado se
elevó de los gatos reunidos cuando Colorada y
Guijarro se pararon de un salto. Por un momento
dudaron; Colorada trató de arreglar rápidamente sus
hombros.
—¿Qué pasó con esperar una luna para que
demuestren su lealtad?
—murmuró Baya de Serbal.
Fauces Amarillas se encogió de hombros.
—Supongo que tienen que empezar a entrenar de
inmediato —maulló ella—. ¿Y cómo pueden hacer
eso sin un mentor?
—Vengan —repitió Estrella de Cedro, haciéndoles
señas con la cola.
Guijarro y Colorada se abrieron paso entre los
gatos, que retrocedieron para dejarles un espacio
vacío al pie de la Roca del Clan. Se detuvieron cerca
de Fauces Amarillas; aunque mantenían la cabeza y la
cola en alto, podía ver que ambos estaban nerviosos.
—¿Que pasa ahora? —Colorada siseó por el
costado de sus mandíbulas.
—Estarán bien —la tranquilizó Fauces Amarillas
suavemente—. Solo escuchen a Estrella de Cedro.
—Colorada —comenzó Estrella de Cedro—, has
dejado tu hogar en el Poblado de los Dos Patas y has
manifestado tu deseo de convertirte en miembro del
Clan de la Sombra. A partir de este momento, serás
conocida como Zarpa Bermeja. —Su mirada viajó
alrededor de los gatos hasta que se posó en Tormenta
de Plumas—. Tormenta de Plumas —continuó—, eres
una hábil gata de Clan con un excelente conocimiento
del código guerrero. Sé que le transmitirás este
conocimiento a tu aprendiza.
Fauces Amarillas contuvo una exclamación de
sorpresa. «¡Estrella de Cedro sabe que Tormenta de
Plumas solía salir con los gatos del Poblado de los Dos
Patas! Zarpa Bermeja y Guijarro quizá sean
demasiado jóvenes para recordar haberla visto allí,
pero ¿y si se enteran de ella por los mininos
domésticos?»
Tormenta de Plumas, quien parecía menos que
complacida, se dirigió al frente y se quedó esperando.
—Ella es tu mentora —Fauces Amarillas susurró a
Zarpa Bermeja—. Ve y toca narices con ella.
Con una mirada de agradecimiento, Zarpa Bermeja
obedeció y se paró al lado de Tormenta de Plumas
mientras Estrella de Cedro continuaba.
—Guijarro, tú también has pedido un lugar en el
Clan de la Sombra. A partir de este momento serás
conocido como…
—Espera —maulló Guijarro.
Fauces Amarillas jadeó. Ningún gato interrumpía
al líder del Clan, especialmente cuando hablaba
desde la Roca del Clan.
—¡Será carroña! —murmuró Baya de Serbal.
Estrella de Cedro dio un azote con la cola.
—¿Qué pasa?
—Me gusta mi nombre —Guijarro anunció,
obviamente sin saber que había hecho algo inusual—.
¿Puedo conservarlo?
El líder del Clan hizo una pausa durante un par de
latidos. Finalmente, para sorpresa de Fauces
Amarillas, asintió.
—Muy bien. A partir de este momento, serás
conocido como Guijarro. Ratón Alado, serás el
mentor de este nuevo aprendiz. Confío en que le
enseñarás las habilidades que necesita y el
comportamiento que se espera de un gato de Clan.
El gato negro de grueso pelaje le lanzó a su
aprendiz una pesada mirada de desaprobación.
—Puedes estar seguro de eso —le dijo a Estrella
de Cedro.
Guijarro se acercó a Ratón Alado y le tocó la nariz.
—¡Nunca escuche tal cosa! —Fauces de Lagarto
refunfuñó—. ¿Aprendices eligiendo sus propios
nombres? ¿A qué se dirige el Clan?
Ave Pequeña respondió demasiado bajo para que
Fauces Amarillas escuchara, aunque parecía más
comprensiva. Pero la guerrera gris supuso que la
mayoría del Clan estaría de acuerdo con Fauces de
Lagarto.
—Estrella de Cedro, ¿te has vuelto loco? —exigió
Colmillo de Piedra cuando el líder saltó de la Roca del
Clan—. Ya es bastante malo dar la bienvenida a
proscritos al Clan, pero dejarlo conservar su nombre…
El líder del Clan suspiró.
—Tienes que reconocer cuándo vale la pena
pelear una batalla —le maulló con un toque de
cansancio.
Colmillo de Piedra resopló.
Cuando el Clan comenzó a salir del claro, Fauces
Amarillas vio a Manto Mellado dirigiéndose en su
dirección. Avanzó un paso, esperando que él
finalmente le hablara. Pero el gato atigrado pasó
junto a ella como si ni siquiera supiera que estaba allí.
—Como tú quieras —murmuró, mirándolo.
Dejó escapar un pequeño suspiro aplastado.
«¿Ganar su confianza es una batalla que vale la pena
pelear? ¿Vale Manto Mellado toda esta
preocupación?»
11
—¡Mira detrás de ti, Fauces Amarillas! —El aullido de
Patas de Helecho sonó claramente en toda la zona de
entrenamiento—. ¡Estás luchando contra dos
enemigos, recuérdalo!
Fauces Amarillas giró, esquivando el golpe que
Guijarro le estaba apuntando, y en el mismo
movimiento se estrelló contra su costado, tratando de
derribarlo. Pero Guijarro escapó fuera de su alcance,
y luego Fauces Amarillas tuvo que volverse a dar la
vuelta y saltar cuando Zarpa Bermeja cargó contra
ella. «Gira y araña… salta… gira de nuevo… ¡te tengo,
Zarpa Bermeja…! Agáchate… salta hacia atrás…
Genial. Por el Clan Estelar, ¡estos proscritos son
buenos!»
Habían pasado varios amaneceres desde que
Zarpa Bermeja y Guijarro habían llegado al Clan de la
Sombra. Patas de Helecho había llevado a todos los
aprendices a una sesión de entrenamiento; Fauces
Amarillas y Baya de Serbal habían ido a la práctica.
—Estrella de Cedro tiene razón cuando dice que
todo guerrero necesita mantener afiladas sus
habilidades de batalla —había comentado Baya de
Serbal mientras seguían a su padre al claro—. Y les
mostraremos a estos proscritos lo que significa ser un
guerrero del Clan de la Sombra.
Pero tan pronto como Fauces Amarillas comenzó
el ejercicio de entrenamiento, enfrentándose a Zarpa
Bermeja y Guijarro a la vez para perfeccionar sus
habilidades de batalla cuando la superaban en
número, se dio cuenta de que practicar con ellos era
más difícil de lo que esperaba. Aunque los dos
proscritos tenían solo una escasa idea de los
movimientos de batalla del Clan, ambos eran fuertes
y musculosos, y se lanzaron con determinación a la
lucha.
Fauces Amarillas sintió como si cada músculo de
su cuerpo estuviera recibiendo una paliza. «Tengo
que hacer esto bien», pensó, consciente de que su
hermana y los dos aprendices más jóvenes estaban
mirando desde el borde del claro.
Fauces Amarillas estaba intentando el movimiento
que había funcionado tan bien en la batalla junto a la
cerca de Dos Patas, alzándose sobre sus patas
traseras y golpeando a Zarpa Bermeja alrededor de la
cabeza con sus patas delanteras. Pero la aprendiza
saltó hacia atrás, y antes de que Fauces Amarillas
pudiera seguirla, Guijarro se estrelló contra sus patas
traseras y la tiró al suelo. Él saltó sobre ella con su
rostro a un ratón de distancia del de ella, sus ojos
brillaban.
—¿Gané? —preguntó con aire de suficiencia.
—Lo hiciste —respondió Patas de Helecho—. Muy
bien, Guijarro, y tú, Zarpa Bermeja. Le diré a sus
mentores que pelearon bien.
Fauces Amarillas se puso de pie, sintiéndose
magullada e indignado. No ayudó cuando escuchó a
Zarpa de Raposa exclamar en voz alta:
—¡Torpe bola de pelo! Ni siquiera pudo mantener
el equilibrio.
—Ese movimiento necesita trabajo —Patas de
Helecho coincidió con más tacto, mientras su hija
fulminaba con la mirada al aprendiz—. Inténtalo de
nuevo, Fauces Amarillas, y esta vez no olvides lo que
podría estar acechándote detrás.
—Está bien —gruñó ella.
Frente a Zarpa Bermeja de nuevo, se irguió,
asegurándose de clavar sus patas traseras
firmemente en el suelo blando. Dio un par de golpes
en las orejas de Zarpa Bermeja, con las garras
envainadas, luego se giró y se dejó caer limpiamente
sobre Guijarro mientras él se lanzaba hacia ella.
—Me parece que gané —maulló mientras él se
retorcía impotente debajo de ella.
—Mucho mejor —ronroneó Patas de Helecho—.
Ahora puedes descansar, Fauces Amarillas, y veremos
cómo se las arreglan Zarpa de Lobo y Zarpa de
Raposa.
Jadeando, Fauces Amarillas se retiró al borde del
claro y se dejó caer sobre el musgo junto a Baya de
Serbal.
—Sabes —Baya de Serbal murmuró—, Zarpa
Bermeja y Guijarro son mucho mejores en esto de lo
que esperaba. ¡Quizá no llevaban vidas tan suaves
después de todo!
«¡Vidas suaves!» Fauces Amarillas abrió las
mandíbulas para decirle a su hermana lo grandes y
aterradores que eran algunos de los gatos en el
Poblado de los Dos Patas, luego se dio cuenta de que
no podía decir nada sin delatarse.
—Serán buenos luchadores cuando estén
entrenados —coincidió.
Disfrutando del respiro, vio cómo Patas de
Helecho llevaba a Zarpa de Raposa y Zarpa de Lobo a
través de los mismos movimientos de batalla, y luego
les dejaba practicar con Guijarro y Zarpa Bermeja. No
pudo evitar un ronroneo de satisfacción cuando Zarpa
Bermeja aterrizó encima de Zarpa de Raposa y la dejó
sin aliento.
—¿Quién no puede equilibrarse ahora? —le
susurró a Baya de Serbal.
Mientras Zarpa de Raposa se sacudía el musgo del
pelo, Patas de Helecho llamó a Baya de Serbal al
centro del claro. Luego hizo una pausa y miró hacia el
sol.
—Ya pasó el mediodía —maulló—. Deben estar
hambrientos. Regresemos al campamento por un
trozo de carne fresca; luego regresaremos y
terminaremos la sesión.
Se dirigió a través de los árboles hacia el
campamento. Las zarzas estaban a la vista cuando
Fauces Amarillas vio a Manto Mellado
escabulléndose. Lanzó una mirada a los gatos que
regresaban y luego se desvió en la dirección opuesta.
Al ver su apresurada retirada, Fauces Amarillas
sintió una punzada de simpatía. «Tal vez debería
decirle que los proscritos no dirán nada sobre nuestra
visita al Poblado de los Dos Patas.»
—Patas de Helecho, necesito hablar con Manto
Mellado —le dijo a su padre, inclinando las orejas
hacia el lugar donde el gato atigrado había
desaparecido entre los helechos.
Patas de Helecho vaciló, como si fuera a insistir en
que ella fuera al campamento a comer y luego
volviera a la sesión de entrenamiento.
«He hecho mi contribución —pensó Fauces
Amarillas indignada—. Y ahora soy guerrera. Puedo
tomar mi propia decisión de cuando entrenar.»
—Es importante —insistió.
Patas de Helecho asintió.
—Está bien, Fauces Amarillas. Nos vemos luego.
Con un asentimiento a sus compañeros de Clan,
Fauces Amarillas saltó hacia los pinares tras Manto
Mellado. Todo estaba en silencio. Fauces Amarillas
podía oír su propia respiración por encima de sus
suaves pasos sobre las acículas de pino. La luz del sol
se filtraba a través de los árboles, proyectando barras
de luz y sombra en el suelo. El afecto por su territorio
se apoderó de Fauces Amarillas. «¡Este es el mejor
lugar del bosque! ¡En todo el mundo!»
Un terrible gruñido procedente de algún lugar más
adelante hizo que Fauces Amarillas volviera a la
realidad. Por un latido, el horror congeló sus patas.
«¡Eso suena como el tejón!»
Fauces Amarillas corrió a través de los árboles y se
encontró dirigiéndose a un tramo de territorio donde
los troncos crecían más espesos, con zarzas debajo
para desgarrar su pelaje y maleza enmarañada para
bloquear su camino. Rodeando un matorral de
avellanos, se detuvo con un grito de sorpresa. Estaba
de pie en una pequeña loma, mirando hacia un
círculo de espinas donde Manto Mellado estaba
agachado. El único hueco, la única vía de escape,
estaba bloqueada por un enorme tejón de pelaje
andrajoso. Estaba de espaldas a Fauces Amarillas,
pero podía oír su feroz gruñido y su hedor la inundó,
haciendo que se le humedecieran los ojos.
Manto Mellado arremetía con valentía contra la
cabeza y los hombros del tejón, pero el grueso pelaje
de la criatura suavizaba sus golpes. Estaba apoyado
contra una maraña de zarzas, incapaz de usar su
mayor agilidad para esquivar el ataque del tejón. Una
tormenta de dolor asaltó a Fauces Amarillas cuando
la bestia golpeó a Manto Mellado una y otra vez con
garras pesadas y desafiladas. Sus dientes amarillos se
cerraron peligrosamente cerca de su cuello.
Tratando de ignorar el escozor en toda su piel,
Fauces Amarillas apretó sus músculos para saltar y
unirse a la pelea. Entonces notó dos pequeños
hocicos que asomaban en medio de las zarzas detrás
de Manto Mellado. «¡Oh, no! ¡Manto Mellado está
entre la madre y su guarida!»
Fauces Amarillas saltó a la lucha, pero en el mismo
latido se apoderó de ella un dolor más terrible, como
si las garras del tejón estuvieran rastrillando su
cuerpo. Aterrizó mal, cayó de lado y luego se obligó a
ponerse de pie. «No estás herida —se dijo a sí misma
—. Este es el dolor que siente Manto Mellado. Si no lo
ayudas, quedará más herido aun.»
Apretando los dientes, Fauces Amarillas se arrojó
sobre la espalda del tejón. La feroz criatura levantó la
cabeza, mordiendo y gruñendo, pero sus mandíbulas
no pudieron alcanzarla. Fauces Amarillas se aferró,
forzando sus garras en el suave pelaje detrás de las
orejas de la tejona. Podía oír los chillidos de los
cachorros y sintió una punzada momentánea de
lástima. «Esta madre tejona solo intenta proteger a
sus cachorros.» Luego se obligó a calmar la
compasión. «¡Está lastimando a mi compañero de
Clan!»
—¡La alejaré! —jadeó a Manto Mellado—.
¡Entonces corre!
Fauces Amarillas saltó del lomo de la tejona,
estremeciéndose cuando el animal giró la cabeza y
fijó sus diminutos ojos brillantes en ella. De alguna
manera, tenía que alejar a la tejona de Manto
Mellado. Cojeó hacia atrás, sin apenas necesidad de
fingir estar herida debido a las sensaciones que
recorrían su cuerpo. «¡Vamos, tejona! Sígueme y deja
escapar a Manto Mellado.» Cuando otra ola de
agonía se apoderó de ella, Fauces Amarillas tuvo que
luchar para mantenerse de pie. «No estoy herida. No
estoy sangrando. Este es el dolor de Manto Mellado.
¡Tengo que luchar contra eso!»
Con un rugido de furia, la tejona avanzó
pesadamente hacia ella, con una enorme pata
extendida para golpearla. Fauces Amarillas esperó
hasta el último momento, luego se levantó de un
salto y arañó el hocico de la criatura. La tejona se
tambaleó de lado, dejando un estrecho espacio entre
su flanco y las espinas.
—¡Corre, Manto Mellado! —Fauces Amarillas
chilló.
Manto Mellado se deslizó por el hueco antes de
que la tejona pudiera atraparlo de nuevo. Una vez
alejado de las espinas, se volvió y se agachó junto a
Fauces Amarillas, listo para ayudarla a luchar. Fauces
Amarillas pudo ver que el manto de su compañero de
Clan estaba arañado y lleno de sangre, y que brotaba
más sangre de las heridas en el hombro y el costado.
—¡Aléjate! —siseó ella.
—¡No puedes luchar sola! —Manto Mellado
jadeó.
—¡Solo vete, cerebro de pulga!
Fauces Amarillas se lanzó de nuevo y saltó para
arañar a la tejona en un lado del hocico. Al mirar
hacia atrás, vio que Manto Mellado se alejaba
cojeando, dejando salpicaduras de sangre en la
hierba. Gruñendo otro desafío a la tejona, retrocedió
lentamente, luego se dio la vuelta y huyó tras su
compañero de Clan.
—¿Tienes cerebro de ratón? —preguntó Manto
Mellado cuando lo alcanzó—. No tenías que correr un
riesgo como ese. Deberías haber ido a buscar más
guerreros.
—No había tiempo —Fauces Amarillas le
respondió—. ¡Te habrías desangrado hasta morir
antes de que yo regresara al campamento! —Cada
palabra fue un esfuerzo. El dolor de Manto Mellado la
inundaba con tanta fuerza que apenas tenía fuerzas
para poner una pata delante de la otra.
—¿Estás bien? —La ira del guerrero atigrado dio
paso a la preocupación—. ¿Estás herida?
—Estoy bien… —jadeó Fauces Amarillas—. Tú eres
el que necesita ayuda. Aquí, apóyate en mi hombro.
«¡Y, Clan Estelar, que la tejona no nos persiga!»
Parecieron pasar lunas enteras antes de que se
viera la entrada al campamento. Fauces Amarillas
empujó a Manto Mellado a las zarzas y se tambaleó
tras él. El campamento estaba en silencio; Fauces
Amarillas supuso que la mayoría de los gatos estaban
patrullando o entrenando.
Tormenta de Plumas estaba sentada cerca de la
guarida de los guerreros con Flor Radiante. Ella
levantó la mirada cuando su hijo y Fauces Amarillas
entraron al campamento. Al instante, se levantó de
un saltó y corrió a través del claro hacia el lado de
Manto Mellado.
—¡Manto Mellado! —chilló ella—. ¿Qué pasó?
Tan pronto como llegó al claro, Manto Mellado se
derrumbó de costado, con el pecho agitado.
—¡Tejona! —jadeó.
Flor Radiante corrió hacia la guarida de la
curandera, llamando a Bigotes de Salvia, quien corrió
para examinar a Manto Mellado. La curandera lo
olfateó rápidamente y luego miró a Fauces Amarillas.
—Creo que tenemos que hablar. Espérame en mi
guarida mientras trato a Manto Mellado.
Las palabras se amontonaron en la mente de
Fauces Amarillas, en protesta o negación de que
tenían algo que decirse, pero ella las dejó todas sin
decir. Asintiendo, cruzó el claro y se deslizó entre las
rocas hasta la guarida de Bigotes de Salvia.
12
Fauces Amarillas se hundió en el suelo de tierra
desnuda de la guarida de la curandera,
acurrucándose en una bola apretada contra el dolor
en su manto. Era vagamente consciente de que
Bigotes de Salvia regresaba, recogía algo de su
almacén de hierbas y se iba de nuevo. Gradualmente,
la agonía en los músculos de Fauces Amarillas
comenzó a disminuir y se permitió relajarse. «¡Quiero
volver a mi guarida y dormir una luna!»
Luchaba por mantenerse despierta cuando Bigotes
de Salvia reapareció y se sentó, tratando de parecer
alerta.
—Manto Mellado está descansando —maulló la
curandera—. Le di un poco de semilla de adormidera.
Fauces Amarillas asintió.
—Bien.
Por un momento Bigotes de Salvia no dijo nada,
simplemente se acercó a su almacén de hierbas y
comenzó a ordenarlo. Luego miró por encima del
hombro a Fauces Amarillas.
—¿Qué vas a hacer ahora? —instó.
Fauces Amarillas no entendió la pregunta.
—¿Te refieres a justo ahora? Dormir.
Bigotes de Salvia sacudió levemente la cabeza.
—En el futuro.
—Ser una guerrera, por supuesto.
—¿Qué hay de este dolor que sientes por los
demás? —le preguntó la curandera.
—¿Hay algún tipo de hierba que puedas darme
para que se me quite?—Fauces Amarillas maulló
esperanzada.
Bigotes de Salvia negó con la cabeza.
—No hay nada malo contigo, Fauces Amarillas.
Nada que necesite curarse. —Terminó de palpar las
hojas de helecho que cubrían el almacén de hierbas
antes de llegar a sentarse junto a Fauces Amarillas.
Mirándola a los ojos, continuó—: Tienes una gran
habilidad, una que puede usarse para ayudar a tus
compañeros de Clan.
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—No veo cómo.
—Puedes saber muy rápido cuándo están heridos
—respondió Bigotes de Salvia. —O dónde está su
dolor cuando están enfermos—.
—¡Tú también puedes, porque los gatos te lo
dicen! —Fauces Amarillas señaló. Luchando por
mantener la calma, agregó—: No quiero sentirme así.
Se interpone en mi camino de ser una guerrera.
Bigotes de Salvia no dijo nada durante tanto
tiempo que Fauces Amarillas se preocupó.
Finalmente ella habló.
—Tal vez ser una guerrera no es tu mejor utilidad
en el Clan de la Sombra —maulló en voz baja—. Tal
vez deberías ser una curandera.
Fauces Amarillas se levantó de un salto.
—¡No seas ridícula! ¡Soy un guerrera! —Cuando
Bigotes de Salvia se encontró con su mirada con ojos
amplios y serios, continuó—: No puedo evitar sentir
lo que siento cuando otros gatos están heridos. No
quiero, y si pudiera deshacerme de ello, lo haría. ¡Se
supone que debes ayudarme!
Bigotes de Salvia suspiró.
—Fauces Amarillas, eso es lo único que quiero
hacer.
De repente, Fauces Amarillas ya no quería hablar
más con Bigotes de Salvia. «¡Ella no lo entiende!»
Dando la vuelta, irrumpió en el claro.
Afuera, Flor Radiante acababa de salir de la
guarida de los guerreros. Al ver a Fauces Amarillas,
saltó hacia ella.
—Manto Mellado… —comenzó Flor Radiante, y se
interrumpió—. ¿Estás bien? —preguntó, ansiosa.
—Estoy bien —espetó Fauces Amarillas.
Flor Radiante parpadeó.
—Manto Mellado está preguntando por ti —
maulló.
Fauces Amarillas no estaba segura de querer
hablar con ningún gato en aquel momento, pero
después de un momento de vacilación, giró sus patas
en dirección a la guarida de los guerreros. Manto
Mellado estaba acurrucado en su lecho. Estaba
cubierto con plumas extra; con un ronroneo de
diversión, Fauces Amarillas pensó que el guerrero
atigrado parecía un cuervo bebé con un adorno negro
alrededor de la cabeza. Mientras se abría camino
entre los otros lechos a su lado, Manto Mellado
levantó la cabeza.
—Fauces Amarillas… —murmuró—. Quería darte
las gracias. Me salvaste la vida.
Fauces Amarillas se puso caliente de vergüenza.
—No fue nada —murmuró—. Cualquier gato
habría hecho lo mismo.
El secreto que había entre ella y Manto Mellado la
hizo sentir incómoda, como si tuviera hormigas
arrastrándose por su pelaje. Retrocedió un paso, pero
antes de que pudiera irse, Manto Mellado extendió
una pata para detenerla.
—Prométeme que nunca volverás a hacer algo tan
tonto —gruñó—. Podrían haberte matado—
—Bueno, casi te matan a ti —le respondió Fauces
Amarillas—. ¡Así que estaría en buena compañía!
Manto Mellado no respondió, solo dejó escapar
otro gruñido de dolor.
—Acuéstate —maulló Fauces Amarillas,
ayudándolo a acomodarse en su lecho—. Te traeré
algo para comer más tarde. —Mirando hacia atrás
antes de salir de la guarida, vio que los ojos de Manto
Mellado estaban cerrados. Una chispa de calidez se
despertó en su interior. «Quizá podamos volver a ser
amigos.»
Fuera de la guarida, Fauces Amarillas arqueó la
espalda en un largo estirón. Su cansancio estaba
menguando y deseaba gastar su energía en una
carrera por el bosque. Mientras se relajaba de su
estiramiento, se dio cuenta de que alguien la miraba,
y se volvió para ver a Zarpa de Raposa mirándola con
una mirada ardiente. «¿Cuál es su problema?» Pero
Fauces Amarillas no se molestó en enfrentarse a la
aprendiza.
Se quitó a Zarpa de Raposa de la cabeza mientras
caminaba por el campamento hasta donde Colmillo
de Piedra y algunos de los otros guerreros estaban
reunidos alrededor del montón de carne fresca. El
lugarteniente del Clan estaba sentado con las patas
debajo de él, dormitando a la luz del sol; Parpadeó y
se despertó cuando Fauces Amarillas se detuvo frente
a él. Mientras luchaba por ponerse de pie, ella pensó
que de repente parecía viejo, pero un latido después
estaba tan ágil y eficiente como siempre.
—Fauces Amarillas, quiero que conduzcas una
patrulla de regreso al lugar donde viste a la tejona.
Tenemos que sacar a esa criatura del bosque de una
vez por todas.
—Por supuesto —respondió Fauces Amarillas, con
una emoción de orgullo porque le habían pedido que
asumiera un trabajo tan importante.
—Bien. —Colmillo de Piedra miró a los otros
guerreros cerca del montón de carne fresca—. Ojo
Rayado, Ratón Alado, pueden ir —maulló.
—¡Genial! —Ojo Rayado se tragó lo último del
campañol que estaba compartiendo con Ratón Alado
y se pasó la lengua por las mandíbulas—. ¿Ahora?
Colmillo de Piedra asintió.
—Inmediatamente. Ráfaga Abrasadora y
Salamandra Manchada, pueden unirse a ellos.
—¡Y nosotros! —jadeó Zarpa de Lobo, saltando
con Zarpa de Raposa en su hombro.
El lugarteniente del Clan negó con la cabeza.
—Esta patrulla es solo para guerreros.
La cola de Zarpa de Lobo cayó con decepción,
mientras su hermana miraba fijamente a Fauces
Amarillas. «No me mires así —pensó Fauces
Amarillas, deseando darle a la molesta aprendiza un
golpe en la oreja—. No es mi culpa. Y si hubieras visto
lo que puede hacer esa tejona, tal vez no estarías tan
ansiosa por ir.»
—Espera un momento —maulló Ojo Rayado. Tal
vez deberíamos dejar que los aprendices vengan con
nosotros. Necesitan la experiencia.
«Oh, Ojo Rayado, ¿por qué no puedes mantener la
boca cerrada?» A Fauces Amarillas le hubiera gustado
decir las palabras en voz alta, pero tuvo que quedarse
callada y no mostrar su molestia mientras el
lugarteniente lo consideraba.
Finalmente, Colmillo de Piedra asintió.
—Muy bien. —Cuando Zarpa de Lobo y Zarpa de
Raposa comenzaron a erizarse de emoción, los miró
con severidad—. Pero hagan exactamente lo que les
digan Fauces Amarillas y los guerreros mayores —
continuó—. Quédense bien atrás hasta que averigüen
cómo proceder.
Los dos aprendices asintieron con impaciencia;
Fauces Amarillas sospechaba que las palabras del
lugarteniente les habían entrado por un oído y salido
por el otro. Agitando la cola para reunir a su patrulla,
lideró el camino a través de las zarzas hacia el
bosque. Tan pronto como se dirigieron a través de los
árboles, Ráfaga Abrasadora aceleró para caminar
junto a ella.
—Voy a despellejar a esa tejona —gruñó—. Le
extenderé las tripas desde aquí hasta el Poblado de
los Dos Patas. Ninguna criatura lastima a mi hermano
y se sale con la suya.
Fauces Amarillas imaginó a los dos pequeños
cachorros de tejón que se habían asomado entre las
zarzas mientras su madre atacaba a los gatos del Clan.
«¿Es justo echar a la tejona y a sus bebés de su
hogar? ¿No podríamos mantenernos alejados de esa
parte del bosque hasta que haya criado a sus
cachorros?»
Fauces Amarillas sabía que no estaba pensando
como una guerrera, pero también estaba segura de
que si hubiera sido al revés, haría cualquier cosa para
proteger a sus crías, incluido atacar a cualquier
animal que se acercara demasiado a su guarida.
«Quizá podría decir que no recuerdo el camino de
regreso.»
Antes de que pudiera decidir, escuchó un aullido
triunfante de Ratón Alado, quien estaba oliendo entre
la maleza a un lado del camino.
—¡Aquí! ¡El olor de Manto Mellado y sangre en los
helechos!
Ahora Fauces Amarillas no tenía más remedio que
llevar a la patrulla directamente al claro. No sabía si
se sentía aliviada o decepcionada. Cuando las espinas
que rodeaban el claro aparecieron a la vista, Fauces
Amarillas levantó la cola para indicarle a su patrulla
que se detuviera.
—Está por allí —maulló—. Zarpa de Lobo, Zarpa
de Raposa, no se atrevan a mover una pata hasta que
yo les diga.
Recordando cómo Salto de Cierva le había
enseñado a «mirar, escuchar y oler», trató de
detectar qué podría estar haciendo la tejona y qué
podían esperar encontrar cuando salieran al claro.
Pero aunque había un fuerte hedor de la criatura, no
había nada que ver y ningún sonido provenía de
detrás de las zarzas.
—Fauces Amarillas —murmuró Ojo Rayado—,
deberíamos tener un plan antes de entrar allí.
Fauces Amarillas asintió.
—¿Que sugieres?
Haciendo señas a la patrulla para que se
acercaran, Ojo Rayado prosiguió en voz baja.
—Cuando atravesemos la brecha, deberíamos
separarnos. Salamandra Manchada, Ráfaga
Abrasadora y Zarpa de Raposa por este camino. —
Dibujó arañazos en el suelo con sus garras—. Ratón
Alado, tú, Zarpa de Lobo y yo por este otro.
Intentaremos rodearla.
—Bien —coincidió Fauces Amarillas—. Te seguiré y
te ayudaré donde sea necesario. Ráfaga Abrasadora.
—Miró al gato atigrado rojizo con una mirada severa
—. No vas a tomar riesgos innecesarios. ¿Entendido?
Ráfaga Abrasadora hizo una pausa, luego asintió
de mala gana.
—Entendido.
—Está bien —Ojo Rayado continuó—. Luego,
cuando hayamos derribado a la tejona, seguiremos
con sus cachorros. No deberían darnos muchos
problemas.
Fauces Amarillas se encontró haciendo una mueca
de dolor ante la idea de hundir sus garras en los
diminutos e indefensos cachorros. «¡Soy una
guerrera! —se dijo a sí misma—. ¡Tengo que hacer
esto!»
—Bien —maulló—. Vamos.
Ratón Alado fue el primero de los gatos en
irrumpir en el claro. Pero en lugar de girar hacia un
lado como había planeado Ojo Rayado, se detuvo,
dejando escapar un aullido de sorpresa.
—¡La tejona se ha ido!
Fauces Amarillas corrió detrás de él y miró el claro
a su alrededor. Las espinas estaban pisoteadas y los
zarcillos desgarrados y esparcidos. La tierra fresca
mostraba dónde la tejona había arrastrado
frenéticamente a sus cachorros fuera de la guarida.
«Gracias al Clan Estelar —pensó Fauces Amarillas
—. ¡No tengo que matarlos después de todo!»
Pero entonces Zarpa de Lobo gritó.
—¡Aquí está su rastro! Todavía podemos
atraparlos. —Sin esperar a que ningún gato
respondiera, se alejó corriendo, siguiendo el rastro de
la tejona.
—¡Espera! —gritó Fauces Amarillas—. ¡No puedes
atacar a un tejón tú solo!
«¡Y yo dirijo esta patrulla!», añadió en silencio.
Zarpa de Lobo aflojó el paso lo suficiente para que
el resto de los gatos lo alcanzaran. Fauces Amarillas
tomó la delantera mientras seguían el camino de los
tejones a través de la maleza pisoteada que parecía
empapada por el hedor de las criaturas. Al principio,
el sendero conducía hacia el Poblado de los Dos
Patas, luego se desvió hacia la frontera con el bosque
desconocido donde no iba ningún gato. Pronto
Fauces Amarillas comenzó a percibir el olor de las
marcas del Clan de la Sombra y se detuvo cuando
llegaron al borde de su territorio.
—Deberíamos seguir hasta que los encontremos y
matemos —instó Ráfaga Abrasadora—. Podrían
volver.
—Eso es de cerebro de ratón —Fauces Amarillas
replicó—. Deberíamos estar agradecidos de que se
hayan ido sin que más gatos salgan lastimados.
—Tienes razón, Fauces Amarillas —maulló Ojo
Rayado—. Y es gracias a ti que la tejona se llevó a sus
cachorros. Le mostraste lo feroces que pueden ser los
guerreros del Clan de la Sombra.
—Sí, no pudo irse más rápido —Salamandra
Manchada coincidió.
Fauces Amarillas agachó la cabeza, avergonzada
por sus elogios. ¿Cómo podía decirles que no sentía
nada más que alivio por no tener que lastimar a la
madre tejona y a sus cachorros?
13
Fauces Amarillas se congeló cuando una hoja cayó
justo frente a su nariz, pero el lagarto que estaba
acechando a través de la hierba del pantano no le
prestó atención. «Las hojas están cayendo todo el
tiempo ahora», pensó Fauces Amarillas. Las presas
escaseaban a medida que el follaje se hacía más
escaso y su estómago gruñía de hambre. El aire
estaba helado con la promesa de la estación sin
hojas.
Metiendo sus patas hacia abajo con todo el
cuidado que pudo reunir, Fauces Amarillas se arrastró
hasta el lagarto donde se había detenido en un grupo
de hierba más espesa. Pero mientras meneaba las
caderas preparándose para saltar, otro gato pasó
junto a ella en un movimiento borroso. Las patas de
Manto Mellado estaban extendidas, pero aterrizó a
un ratón de distancia. El lagarto desapareció,
parpadeando en la hierba.
Fauces Amarillas se sentó.
—¡Oye! —gritó—. Esa era mi presa.
—Estabas demasiado lejos para un buen salto —
replicó Manto Mellado, volviéndose para mirarla con
sus grandes ojos ambarinos.
—¡Huh! Y tú no lo estabas, parece. —Fauces
Amarillas flexionó fuera sus garras y sintió que el
pelaje de su hombro comenzaba a erizarse—.
Entonces, ¿cómo es que ninguno de los dos tiene una
presa para el Clan?
Manto Mellado tomó aliento para seguir
discutiendo, luego lo dejó escapar en un suspiro. Su
cola se inclinó.
—Tienes razón —admitió, agachando la cabeza—.
Lo siento. Fui un cerebro de ratón.
Fauces Amarillas dejó escapar un sonido que era
mitad ronroneo, mitad gruñido.
—Está bien, estúpida bola de pelo —maulló,
dándole una lamida en la mejilla.
Manto Mellado dio un paso atrás, pero solo un
poco; la ira en sus ojos se había convertido en calidez.
—Ya que ambos buscamos lo mismo, ¿por qué no
cazamos juntos? —sugirió.
Fauces Amarillas parpadeó, sosteniendo su
mirada. Se sentía tan bien volver a ser amiga de
Manto Mellado, patrullando y cazando juntos desde
que se había recuperado de las heridas que le había
causado la tejona.
—¿Por qué no? —coincidió.
Pasando por el túnel de espinas, Fauces Amarillas
quedó satisfecha con el resultado de la caza. Llevaba
una ardilla; era delgada, pero era la mejor presa que
había visto en todo el día. «Y casi la pierdo. Un latido
más y se habría escapado por ese árbol.»
Manto Mellado había atrapado otro lagarto para
compensar el que había perdido. Juntos, los dos gatos
atravesaron el claro y dejaron caer sus presas en el
montón de carne fresca.
—Eso salió bien —declaró Manto Mellado—.
Deberíamos cazar juntos más a menudo. Hacemos un
fuerte equipo.
Fauces Amarillas asintió.
—Suena bien para mí.
—¿Recuerdas el otro día, cuando condujiste a ese
conejo directamente hacia mis garras? Eso fue…
El guerrero se interrumpió cuando Zarpa de
Raposa cruzó a toda velocidad el claro y patinó hasta
detenerse frente al montón de carne fresca.
—¡Vaya, una ardilla! —exclamó, sus ojos se
abrieron de par en par—. Felicidades, Manto
Mellado.
—Es la ardilla de Fauces Amarillas —respondió el
gato atigrado—. También fue una gran captura.
La expresión entusiasta de Zarpa de Raposa se
desvaneció abruptamente; Fauces Amarillas supuso
que la ardilla de repente no era tan impresionante.
Con un gesto desdeñoso de su labio, la aprendiza le
dio la espalda. Fauces Amarillas puso los ojos en
blanco. «Zarpa de Raposa siempre está enojada por
algo.»
—¡Fauces Amarillas!
Al oír la voz de Ave Pequeña, Fauces Amarillas se
giró y vio a la veterana parada en la entrada de su
guarida, a unas cuantas colas de distancia.
—¿Sí? ¿Qué sucede?
—Oh, Fauces Amarillas… —comenzó la veterana
—. Hay una garrapata en la base de mi cola y no
puedo alcanzarla. Me pregunto si podrías…
—¿No hay aprendices que se ocupen de tus
garrapatas? —Fauces Amarillas interrumpió, mirando
fijamente a Zarpa de Raposa.
—Pero te lo estoy pidiendo a ti, Fauces Amarillas
—insistió la veterana.
El manto de Fauces Amarillas ardió ante la mirada
de suficiencia en el rostro de Zarpa de Raposa. Fue
consciente de la mirada de la aprendiza siguiéndola
mientras caminaba pesadamente hacia la guarida de
los veteranos. En el interior, la guarida estaba cálida y
confortable. Fauces de Lagarto no estaba allí, por lo
que había mucho espacio para que Ave Pequeña se
estirara y mostrara a Fauces Amarillas dónde estaba
la garrapata.
La guerrera gris todavía estaba enojada porque
Ave Pequeña le había ordenado que se le acercara
frente a Zarpa de Raposa. No quería ir a Bigotes de
Salvia por bilis de ratón, así que se ocupó de la
garrapata sujetándola con los dientes y tirando. Salió
y ella la aplastó contra el helecho de debajo.
—Eso está mejor —Ave Pequeña suspiró,
estirando el cuello para darle una lamida a su pelaje.
Después de un latido, agregó casualmente—: Veo que
Manto Mellado y tú se llevan mucho mejor desde que
fue atacado por la tejona.
—Sí… supongo —murmuró.
—Los he visto a ustedes dos pelearse antes —la
veterana continuó, sonando preocupada.
Fauces Amarillas solo dio un gruñido evasivo, sin
encontrar la mirada de Ave Pequeña.
—Sabes, Fauces Amarillas —maulló la gata rojiza
—, estoy segura de que tienes un largo futuro por
delante. No hay necesidad de apresurarse a
emparejarse con alguien.
La vergüenza pinchó las patas de Fauces Amarillas.
—¡No tengo prisa por hacer nada! —protestó ella.
Ave Pequeña asintió.
—Eso es bueno.
—Debería irme —murmuró Fauces Amarillas,
ansiosa por salir de la guarida de los veteranos—. A
patrullar… cazar…
—Solo recuerda lo que te dije —la llamó Ave
Pequeña mientras se apresuraba a salir a la
intemperie.
Más gatos se habían reunido alrededor del
montón de carne fresca. Zarpa Bermeja y Guijarro, en
una patrulla con sus mentores, aparecieron cargados
de presas y las dejaron caer sobre el montón. Charca
Nublada y Flor Radiante estaban compartiendo una
paloma, mientras Bigotes de Nuez estaba
demostrando un movimiento de batalla a Zarpa de
Lobo y Baya de Serbal. Zarpa de Raposa todavía
estaba allí, notó Fauces Amarillas, inclinándose cerca
de Manto Mellado mientras él devoraba un
estornino. Fauces Amarillas se acercó a ellos a tiempo
para escuchar lo que decía la aprendiza.
—¿Por qué no vamos a cazar juntos, Manto
Mellado?
—¡No puedes salir en tus propias patrullas! —
Fauces Amarillas le informó fríamente, antes de que
Manto Mellado pudiera decir algo—. ¡Eres una
aprendiza!
—No por mucho más —maulló Zarpa de Raposa
con un movimiento atrevido de su cola—. ¡Aprobé mi
evaluación final esta mañana!
—Genial —Fauces Amarillas maulló, incapaz de
reunir mucho entusiasmo.
«¡Será el doble de detestable una vez que se
convierta en guerrera!»
—Zarpa de Lobo fue un buen aprendiz. —Flor
Radiante inclinó la cabeza hacia Charca Nublada—.
Disfruté entrenándolo. Y Ala de Ventisca me dijo lo
rápido que Zarpa de Raposa entiende las cosas.
—No podría estar más orgullosa —ronroneó
Charca Nublada, volviendo la cabeza para darle un
par de lamidas rápidas a su hombro—. Sé que Zarpa
de Raposa y Zarpa de Lobo impresionarán a todo el
Clan de la Sombra cuando se conviertan en guerreros.
—Estoy segura de que lo harán —Flor de Acebo
agregó, acercándose a tiempo para escuchar las
últimas palabras.
Fauces Amarillas saltó cuando los bigotes de
Bigotes de Nuez le hicieron cosquillas en la oreja y le
murmuró:
—Zarpa de Raposa seguramente estará liderando
patrullas antes de que siquiera vaya a su primera
Asamblea como guerrera.
Fauces Amarillas asintió sombríamente. «No
quiero patrullar con ella —pensó—. Pero supongo
que tendré que aguantarlo. ¡Sin embargo, será mejor
que no intente darme órdenes!»
—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para
cazar sus propias presas acudan aquí, bajo la Roca del
Clan, para una reunión!
Zarpa de Raposa dio un salto, emocionada.
—¡Es nuestra ceremonia de guerreros!
Los gatos salieron de sus guaridas y se reunieron
alrededor de la Roca del Clan en un círculo irregular.
Fauces Amarillas vio a Zarpa Bermeja y Guijarro cerca
del frente, con los ojos brillantes de anticipación, y se
dio cuenta de que esta era la primera ceremonia de
guerreros que habían visto. Tormenta de Plumas y
Ratón Alado, sus mentores, se sentaron con ellos y
después de un momento se les unieron Ojo Rayado,
Ala de Ventisca y Salto de Cierva. Patas de Helecho
saltó hacia Flor Radiante, y los dos gatos se sentaron
con Bigotes de Nuez y Baya de Serbal.
Fauces de Lagarto había reaparecido y se agachó
fuera de la guarida de los veteranos con Ave
Pequeña. Fauces Amarillas podía sentir la mirada de
la vieja gata sobre ella mientras caminaba hacia
Manto Mellado y se sentaba a su lado. Para su alivio,
Zarpa de Raposa se había puesto al frente con Zarpa
de Lobo. Manto Mellado reconoció a Fauces
Amarillas con un movimiento de sus orejas.
—Uno de los momentos más importantes en la
vida de un Clan es la formación de nuevos guerreros
—anunció Estrella de Cedro—. Hoy, dos aprendices
tomarán sus juramentos de guerreros. —Su mirada
buscó a Flor Radiante y preguntó—: ¿Zarpa de Lobo
está listo para convertirse en guerrero?
Flor Radiante bajó la cabeza.
—Lo está, Estrella de Cedro.
—¿Y Zarpa de Raposa? —El líder del Clan se volvió
hacia Ala de Ventisca—. ¿Es ella digna de este honor?
—Digna y más —respondió Ala de Ventisca—. Será
una guerrera sobresaliente.
Estrella de Cedro asintió.
—Si es así, es debido a tu excelente
entrenamiento —le dijo al gato blanco moteado.
Zarpa de Raposa había inflado su pecho cuando
escuchó los elogios de su mentor.
—Será mejor que tenga cuidado —Fauces
Amarillas susurró a Manto Mellado—. Explotará si
llega a estar más satisfecha consigo misma.
Saltando desde la Roca del Clan, Estrella de Cedro
continuó:
—Yo, Estrella de Cedro, solicito a mis antepasados
guerreros que observen a estos aprendices. Han
entrenado duro para comprender el sistema de su
noble código, y se los encomiendo a su vez como
guerreros. —Hizo señas a los aprendices con un
movimiento de su cola—. Zarpa de Raposa, Zarpa de
Lobo, ¿prometen respetar el código guerrero y
proteger y defender a este Clan, incluso a costa de su
propia vida?
—Lo prometo —juró Zarpa de Lobo, flexionando
sus garras.
—¡Lo prometo! —La voz de Zarpa de Raposa sonó
con confianza.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar —
Estrella de Cedro anunció—, les doy sus nombres
guerreros. Zarpa de Lobo, a partir de este momento
serás conocido como Paso de Lobo. El Clan Estelar
honra tu valentía y tu lealtad, y te damos la
bienvenida como guerrero de pleno derecho del Clan
de la Sombra. —Dio un paso adelante para apoyar el
hocico en la parte superior de la cabeza de Paso de
Lobo, y el nuevo guerrero lamió su hombro antes de
regresar a las filas de su Clan.
Luego Estrella de Cedro se volvió hacia Zarpa de
Raposa, repitiendo las mismas palabras y dándole el
nombre de Corazón de Raposa.
—El Clan Estelar honra tu energía y compromiso, y
te damos la bienvenida como guerrera de pleno
derecho del Clan de la Sombra.
Cuando Corazón de Raposa dio un paso atrás
después de lamer el hombro de su líder, el Clan
estalló en aullidos de bienvenida y felicitación.
—¡Corazón de Raposa! ¡Paso de Lobo! ¡Corazón de
Raposa! ¡Paso de Lobo!
Fauces Amarillas notó que Guijarro y Zarpa
Bermeja se estaban uniendo con entusiasmo, sus ojos
brillaban mientras gritaban los nombres de los
nuevos guerreros. «No están en absoluto amargados
por no haber sido hechos guerreros también, a pesar
de que Guijarro debe tener algunas lunas más.»
—Sabes, nunca pensé que diría esto. —La voz era
la de Hoja Ámbar; Fauces Amarillas miró por encima
de su hombro para ver a la gata mayor hablando con
Vuelo de Pinzón—. Pero esos gatos del Poblado de los
Dos Patas realmente se han asentado en el Clan. Tal
vez, después de todo, se conviertan en guerreros.
Vuelo de Pinzón asintió.
—Trabajan duro y Ratón Alado dice que están
haciendo todo lo posible para comprender el código
guerrero.
Fauces Amarillas se alegró de escuchar a Hoja
Ámbar, una de las gatas más estrictas del Clan,
alabando a Guijarro y Zarpa Bermeja. Pero la
decepción brotó dentro de ella cuando volvió a mirar
a Manto Mellado y vio que él les había dado la
espalda a los dos recién llegados una vez más y se
estaba alejando.
—Manto Mellado, estás siendo un cerebro de
ratón —siseó, saltando tras él—. Tienes que confiar
en que esos dos no dirán nada sobre la vez que
visitamos el Poblado de los Dos Patas. —Cuando
Manto Mellado simplemente parecía obstinado,
agregó—: ¡Probablemente no piensen en sus antiguas
vidas en absoluto! Cualquier gato puede ver que
están dedicados al Clan de la Sombra ahora.
Manto Mellado dio un solo azote de su cola.
—Solo han estado en el campamento durante tres
lunas. No los conocemos, así que ¿cómo podemos
confiar en ellos? —gruñó—. ¡Todavía podrían ser
espías!
Fauces Amarillas suspiró. «¿Por qué Manto
Mellado no puede ver lo que está justo frente a sus
propias narices?»
—Hablamos más tarde —maulló ella
abruptamente, y saltó para unirse a Baya de Serbal y
Bigotes de Nuez junto al montón de carne fresca.

—¡Ya te lo dije, tienes que despertarte y venir a


patrullar!
Fauces Amarillas se despertó de un sueño
profundo para escuchar los tonos estridentes de
Corazón de Raposa llenando la guarida de los
guerreros. Estaba tomando aliento para una réplica
punzante cuando se dio cuenta de que la guerrera
más nueva del Clan de la Sombra no le estaba
hablando a ella.
Brinco de Sapo estaba saliendo de su lecho a un
par de colas de distancia.
—Está bien, está bien —se quejó—. No hay
necesidad de despertar a todo el Clan.
—Será mejor que te des prisa —continuó Corazón
de Raposa. Asomaba la cabeza por las ramas
exteriores de la guarida—. Estrella de Cedro y
Colmillo de Piedra te están esperando. Vamos a
comprobar que la tejona realmente se ha ido.
—Ya voy. Solo quítate de mi pelaje, ¿está bien? —
se quejó Brinco de Sapo mientras sacudía bien su
pelaje y salía de la guarida.
Corazón de Raposa echó la cabeza hacia atrás;
Fauces Amarillas escuchó cómo su voz de regaño se
alejaba cuando los dos gatos se alejaban al trote.
Fauces Amarillas estiró sus mandíbulas en un
bostezo masivo, luego se acurrucó de nuevo con la
esperanza de volver a dormir. Todavía se sentía
cansada del día anterior, cuando había participado en
tres patrullas de caza, incluida una después del
anochecer para buscar presas nocturnas. «Cazar es
mucho más difícil en la estación sin hojas —pensó
somnolienta—. Y se supone que debo unirme a otra
patrulla después del mediodía.»
Pero el sueño no llegaba. Un dolor agudo estaba
apuñalando el vientre de Fauces Amarillas, y por un
momento se preguntó si accidentalmente había
comido carroña. Luego se dio cuenta de que el dolor
era diferente de alguna manera. «¡Oh, no otra vez!
Este es el dolor de otro gato. ¡Que se vaya!»
Por un momento, Fauces Amarillas trató de
ignorar el dolor que sentía en su vientre, pero se
hacía más fuerte con cada latido. Finalmente, tuvo
que admitir que tenía que ir a ver a Bigotes de Salvia.
Ahogando un gemido, salió con dificultad de la
guarida, los dolores punzantes eran tan fuertes que
casi se doblaba. Aunque trató de evitar los cuerpos
dormidos de los otros guerreros, rozó a Bigotes de
Nuez, quien levantó la cabeza y parpadeó adormilado
hacia ella.
—¿Estás bien, Fauces Amarillas?
—Estoy bien —espetó ella—. Es solo un calambre.
Se estremeció cuando salió al aire libre. Una brisa
helada barría el campamento, y Fauces Amarillas
anhelaba su acogedor lecho y el aire dentro de la
guarida, cálido con el aliento de sus compañeros de
Clan.
El claro estaba desierto; todos los gatos estaban
acurrucados en sus guaridas o patrullando.
Otra punzada de dolor hizo que Fauces Amarillas
saltara por el claro. Bigotes de Salvia se despertó y
miró sorprendida cuando Fauces Amarillas se deslizó
entre las piedras hacia su guarida.
—¿Pasa algo, Fauces Amarillas? —preguntó con
un bostezo.
A estas alturas, el dolor era tan intenso que a
Fauces Amarillas le resultaba difícil responder.
—¿Hay alguien con dolor de estómago en el Clan?
—siseó con los dientes apretados.
Bigotes de Salvia movió sus bigotes, fijando en
Fauces Amarillas una mirada inquisitiva.
—¿Qué sientes exactamente?
—¡Agonía! ¡Duele!
—Necesito una descripción un poco más detallada
—le respondió Bigotes de Salvia con calma.
—Es… es como si me hubiera tragado una rata viva
—Fauces Amarillas jadeó—. Y me está royendo y
arañándome desde el interior de mi vientre.
Bigotes de Salvia asintió.
—Eso es hambre —maulló—. Supongo que estás
captando el dolor de Ortiga Manchada.
«Eso tiene sentido», pensó Fauces Amarillas.
Ortiga Manchada acababa de dar a luz a dos
cachorros, pero una de ellos había muerto y el
cachorro restante era débil.
—Ortiga Manchada siempre ha sido delgada —
murmuró.
—Estoy preocupada por ella y por Pequeño Nube
—asintió Bigotes de Salvia—. Esta es una mala
temporada para los recién llegados.
—¿Por qué Ortiga Manchada no pide más comida?
—Fauces Amarillas se preguntó en voz alta.
—Es demasiado orgullosa —le dijo Bigotes de
Salvia—. Es un poco mayor para ser madre y está
decidida a demostrar que puede cuidar de su hijo.
«El orgullo no le llenará el estómago», pensó
Fauces Amarillas.
—¿Qué puedo hacer para ayudarla? —preguntó
—. No seré de utilidad para el Clan con este dolor en
mi estómago. Apenas puedo poner una pata delante
de la otra.
Bigotes de Salvia le dio otra mirada de cerca, luego
caminó por su guarida para destapar uno de sus
almacenes de hierbas. Regresó hasta donde estaba
Fauces Amarillas con la boca llena de hojas secas.
Fauces Amarillas reconoció las hierbas de viaje que
había comido cuando viajó a la Piedra Lunar.
—Estas atenuarán el hambre de Ortiga Manchada
—maulló, poniendo el bulto en las patas de Fauces
Amarillas—. Mientras tanto, le pediré a uno de los
guerreros que traiga un trozo de carne fresca solo
para ella.
Fauces Amarillas miró las hierbas. Evidentemente,
Bigotes de Salvia esperaba que las llevara a la
maternidad para Ortiga Manchada. «¡Como si fuera
su aprendiza!» Pero no tenía sentido discutir, así que
recogió las hojas y salió tambaleándose de la guarida.
Dentro de la maternidad, Ortiga Manchada estaba
encorvada sobre su cachorro, usando su cola para
acercarlo a su vientre.
—Pequeño Nube, debes alimentarte —se
preocupó.
El diminuto trozo de pelaje blanco se alejó de ella,
alzando su voz en un lastimero maullido.
—¡Falta leche!
Mientras Fauces Amarillas se acercaba, un nuevo
espasmo de dolor se apoderó de su vientre, casi
haciéndola jadear y soltar las hierbas. Tropezando
hacia adelante, las dejó frente a Ortiga Manchada.
—Cómete estas —jadeó—. Bigotes de Salvia te
traerá algo de carne fresca para comer más tarde.
Ortiga Manchada la miró con ojos apagados y
agotados.
—Gracias, Fauces Amarillas —murmuró.
Pero Fauces Amarillas no esperó su
agradecimiento. Ella ya se había dado la vuelta y
estaba saliendo corriendo de la guarida, tratando de
sacudirse los sentimientos de dolor y pánico de su
pelaje. Eso no era solo un inconveniente ahora, era
aterrador y exasperante. «¿Cómo puedo ser una
guerrera si tengo que soportar el dolor de todo el
Clan?»
14
Fauces Amarillas asomó la cabeza fuera de la guarida
de los guerreros para ver el claro cubierto con una
espesa capa de nieve. Las ramas de los árboles
circundantes estaban pesadas por ella, y algunos
copos blancos aún caían a la deriva.
—Es demasiado pronto en la temporada como
para haga tanto frío —murmuró para sí misma.
Temblando, caminó a través de la polvorosa nieve
hacia el montón de carne fresca, donde Colmillo de
Piedra estaba organizando las patrullas del día. Los
guerreros mayores reunidos a su alrededor
intercambiaban miradas preocupadas y maullaban
entre sí en voz baja.
Antes de que Fauces Amarillas pudiera unirse a
ellos, fue interceptada por Bigotes de Salvia, que se
dirigía hacia la maternidad con algunas hojas de
tanaceto en sus mandíbulas.
—Estas son para Pequeño Nube —informó a
Fauces Amarillas, murmurando alrededor de la boca
llena de hierbas—. Está tosiendo un poco.
«¿Por qué me lo cuentas?»
—Está bien —maulló Fauces Amarillas—. Estoy
segura de que lo curarás, Bigotes de Salvia.
La curandera la miró parpadeando, haciendo que
Fauces Amarillas se sintiera aun más incómoda. Pero
todo lo que dijo Bigotes de Salvia fue:
—Sí, el tanaceto pronto debería aclarar su tos. Y
Ortiga Manchada está mejorando desde que le
llevaste las hierbas el otro día.
Fauces Amarillas agachó la cabeza.
—Bien —maulló—. Eh… tengo que irme, Bigotes
de Salvia. Patrullas. —Se alejó rápidamente,
consciente de que la mirada de la curandera la seguía.
—Ahí estás, Fauces Amarillas —la saludó Colmillo
de Piedra mientras se unía al grupo de guerreros—.
Cola de Cuervo liderará una patrulla fronteriza.
Puedes unirte a ella con Flor de Acebo y Salamandra
Manchada.
—Claro —Fauces Amarillas respondió,
animándose con la perspectiva de salir del
campamento.
—Vamos. —Cola de Cuervo agitó la cola y abrió el
camino a través del túnel de espinas.
Al emerger al bosque, Fauces Amarillas apenas
podía creer lo diferente que se veía bajo la capa de
nieve. Todos los montículos y huecos del suelo se
habían alisado y la superficie de la nieve estaba
surcada por huellas. Las sombras tenían un tinte
azulado, y cada leve sonido, el crujido de una rama o
el batir de alas en un árbol, parecía magnificado en el
aire sereno.
—¡Hay tantas cosas blancas! —Fauces Amarillas
murmuró a Flor de Acebo.
Su compañera de Clan asintió.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última
nevada. Casi me había olvidado de cómo era.
«En ese entonces era una nueva aprendiza —
pensó Fauces Amarillas—. ¡Han pasado tantas cosas
desde entonces!»
De vez en cuando caía nieve de alguno de los
árboles; Fauces Amarillas reprimió un ronroneo de
risa cuando Salamandra Manchada tuvo que saltar a
un lado para evitar empaparse. De forma juguetona,
Fauces Amarillas arrojó un puñado de nieve a Flor de
Acebo; la gata mayor saltó y se dio la vuelta, con las
mandíbulas abiertas por la sorpresa.
—¡Te voy a atrapar, Fauces Amarillas!
Flor de Acebo recogió más nieve y se la arrojó a
Fauces Amarillas. Aterrizó justo en su cara; sacudió la
cabeza para deshacerse de ella, rociando nieve en
todas direcciones.
—¡Cuidado! ¡Nieve en camino! —gritó, buscando
más de la materia blanca para arrojar a Flor de Acebo.
Cola de Cuervo, que se había adelantado unos
pasos, se detuvo y miró por encima de su hombro.
—En serio, ¿son cachorras? —exigió ella—.
Maduren. Esto es una patrulla fronteriza, ¿o lo habían
olvidado?
—Lo siento, Cola de Cuervo —maulló Flor de
Acebo, agachando la cabeza y luciendo avergonzada.
—Lo siento —Fauces Amarillas repitió, aunque
arrojó otro puñado de nieve a la cola que se retiraba
de Flor de Acebo antes de seguirla.
Para cuando llegaron al Sendero Atronador, Fauces
Amarillas se estaba cansando de caminar a través de
la nieve y que se le enredara en el pelaje del vientre.
Envidiaba el pelaje más elegante y las patas más
largas de sus compañeras de Clan, que mantenían sus
estómagos libres de nieve.
Cola de Cuervo se detuvo junto a los dos estrechos
túneles que se hundían debajo del Sendero
Atronador.
—Necesitamos asegurarnos de que ningún gato
los esté usando para traspasar al territorio del Clan de
la Sombra —maulló—. Con presas tan escasas, no se
sabe qué podrían estar haciendo los otros Clanes.
—¡Que lo intenten! —Fauces Amarillas gruñó,
deslizando fuera sus garras.
Pero cuando examinaron los túneles y el territorio
a su alrededor, no había rastro de olor enemigo.
—Qué pena. —El labio de Salamandra Manchada
se curvó en el comienzo de un gruñido—. ¡Una buena
pelea con una patrulla del Clan del Trueno me
calentaría!
La patrulla continuó por el Sendero Atronador,
luego se desvió para bordear el límite del Poblado de
los Dos Patas.
A medida que se acercaban a las paredes y las
cercas, Fauces Amarillas se puso más alerta, atenta a
los mininos domésticos que pudieran reconocerla.
Flor de Acebo corrió suavemente por la nieve y
saltó a la cerca de Dos Patas más cercana.
—¡Mira esto! —llamó a Fauces Amarillas.
Fauces Amarillas miró hacia atrás, donde Cola de
Cuervo y Salamandra Manchada estaban investigando
algo en la parte inferior de un árbol. Luego saltó y se
unió a Flor de Acebo en la cerca.
—¿Qué crees que es? —Flor de Acebo preguntó,
señalando con la cola una forma jorobada de nieve en
el jardín de Dos Patas.
Fauces Amarillas se encogió de hombros, más
preocupada por buscar mascotas en el jardín.
—¿Quién sabe?
—Se parece un poco a un Dos Patas —Flor de
Acebo prosiguió, sonando desconcertada.
Fauces Amarillas le dio a la forma un escrutinio
más detenido.
—No tiene patas —señaló.
—Tiene cabeza y cuerpo —respondió Flor de
Acebo—. Y un manto de Dos Patas en la cabeza.
—Es un Sin Patas, entonces —Fauces Amarillas
maulló con impaciencia.
«De verdad, ¿a quién le importan las cosas raras
de los Dos Patas?»
—Me pregunto cómo es ser un minino doméstico
—prosiguió Flor de Acebo después de una pausa—.
¿Crees que pueden hablar con los Dos Patas? ¿Crees
que suben y dicen: «¡Oye, es hora de la carne fresca!
Me encantaría tener un campañol hoy, y asegúrate de
que esté regordete»?
—Lo dudo —respondió secamente Fauces
Amarillas—. ¿Has visto algún Dos Patas persiguiendo
campañoles en el bosque?
—Supongo que no. Sin embargo, los mininos
domésticos no tienen que atrapar a sus propias
presas. Pienso que es muy triste. —Flor de Acebo
dejó escapar un suspiro—. No saber nunca lo que es
acechar a una ardilla…
Al recordar los mininos que ella y Manto Mellado
habían conocido esa noche, Fauces Amarillas estaba
bastante segura de que algunos de ellos serían
capaces de atrapar sus propias presas. Pero no estaba
dispuesta a decirle eso a Flor de Acebo.
—¿Qué harán todo el día? —prosiguió la gata gris
y blanca—. No cazan, no entrenan para pelear, les
debe resultar muy difícil tener una pareja si están
encerrados en una guarida de Dos Patas todo el día.
Difícilmente parecen gatos de verdad.
—Zarpa Bermeja y Guijarro son gatos de verdad —
señaló Fauces Amarillas.
—Sí, pero ahora son de Clan —Flor de Acebo
afirmó con un movimiento de sus orejas—. Me
sorprendería si siquiera recordaran haber vivido aquí.
De todos modos —terminó con satisfacción en su
tono—, los mininos no importan. Mientras
permanezcan fuera de nuestro territorio.
Al darse cuenta de que Cola de Cuervo y
Salamandra Manchada se acercaban a la cerca,
Fauces Amarillas saltó para recibirlas, complacida de
poner fin a la incómoda conversación con Flor de
Acebo. Al aterrizar, vio un agujero en la base de la
cerca, donde una de las tiras de madera se había
podrido. Había mucho espacio para que un gato se
deslizara. Instintivamente, olfateó y se congeló al
percibir el olor a mascota.
«Fresco… —pensó—. Uno o dos gatos han pasado
por aquí, y no hace mucho.» Había un desorden de
huellas alrededor del agujero, pero las huellas
estaban demasiado confusas para decirle a Fauces
Amarillas algo útil. No estaba segura de si debía
decírselo a los demás. «Solo causará problemas…
pero, somos una patrulla fronteriza. Este es el tipo de
cosas que estamos buscando.»
Antes de que pudiera tomar una decisión, notó
que Salamandra Manchada también había captado el
olor, levantando la cabeza con un brillo sospechoso
en sus ojos.
—¡Mascotas! —siseó ella.
Con el pelo del cuello erizado, comenzó a buscar a
lo largo de la base de la cerca, tratando de encontrar
el rastro de olor. Cola de Cuervo la ayudó, mientras
Fauces Amarillas se quedó quieta, flexionando sus
garras, y Flor de Acebo observaba atentamente desde
lo alto de la cerca.
—No es bueno —gruñó Cola de Cuervo finalmente
—. Esta nieve maldita por el Clan Estelar está
borrando el olor.
—Pero algunos mininos definitivamente han
estado de este lado de la cerca —maulló Salamandra
Manchada, con el pelaje de su cuello todavía erizado
y su cola dando azotes—. Traspasando a nuestro
territorio de nuevo. ¡Esto tiene que terminar! —Se
agachó, apretó los músculos y saltó a la parte
superior de la cerca junto a Flor de Acebo, donde
dejó escapar un aullido desafiante—. ¡Manténganse
fuera de nuestro territorio, mascotas!
Las patas de Fauces Amarillas hormiguearon de
frustración. «¿Por qué Salamandra Manchada tiene
que ir a buscar pelea? ¿Por qué no podemos
simplemente dejarnos en paz?» No estaba segura de
por qué estaba tan desesperada por no encontrarse
con los gatos del Poblado de los Dos Patas, pero sintió
un miedo frío en su interior, tan agonizante como el
hambre de Ortiga Manchada. «¡No debemos pelear!»
Salamandra Manchada se lanzó desde la cerca y
desapareció por el otro lado en el jardín Dos Patas.
Fauces Amarillas escuchó un siseo de dolor de ella, y
en el mismo latido sintió una fuerte puñalada en su
hombro.
—Salamandra Manchada, ¿qué pasó? —llamó.
—¡Nada! —respondió la gata negra y rojiza—.
¡Estoy bien!
Fauces Amarillas sabía que eso no era cierto. «¡Mi
hombro se siente como si estuviera en llamas!»
—Tenemos que hacer que regrese —maulló a Flor
de Acebo—. No tiene sentido buscar problemas.
Flor de Acebo parecía dudar.
—Necesitamos enseñarle a esos mininos una
lección sobre la invasión a nuestro territorio —
insistió.
De mala gana, Fauces Amarillas se arrastró hacia la
cerca y miró a Salamandra Manchada. La gata
sostenía una pata delantera con rigidez, pero no dijo
nada; solo las olas de dolor que inundaban a Fauces
Amarillas le dijeron que su compañera de Clan estaba
gravemente herida.
Cola de Cuervo saltó a su lado y se dejó caer para
unirse a Salamandra Manchada en la nieve. Sus orejas
se movieron y su cola dio un azote mientras miraba a
su alrededor.
—¡Salgan si se atreven! —ella llamó—. ¡Les
enseñaremos a no traspasar hacia nuestro territorio!
Un suave gruñido rompió el silencio que siguió al
desafío de Cola de Cuervo. Balanceándose
torpemente en la parte superior de la cerca, Fauces
Amarillas se volvió y vio un enorme gato anaranjado
que aparecía por el costado de la guarida de Dos
Patas. «¡Ese es Mermelada!», se dio cuenta, su
vientre se tambaleaba. Todos sus instintos le decían
que saltara de la cerca antes de que él la reconociera,
pero sabía que no podía abandonar a sus compañeras
de Clan, especialmente cuando una de ellas estaba
herida.
Mermelada miró a Fauces Amarillas con unos ojos
amarillos siniestros.
—¿Qué estás haciendo aquí otra vez? —exigió.
—¿Qué quiere decir con «otra vez»? —La voz de
Cola de Cuervo era aguda—. ¿Conoces a un minino
doméstico?
Fauces Amarillas no supo cómo responder.
—Eh… algo así —admitió—. No es importante. Ya
nos vamos —le aseguró al gato rojizo.
—No, no lo haremos —siseó Salamandra
Manchada a través de su dolor, fijando en Mermelada
una mirada feroz—. Estamos aquí para decirles que se
mantengan fuera de nuestro territorio.
Mermelada resopló.
—No entiendo a los gatos salvajes y sus supuestos
territorios —se burló—. Somos mucho más libres de
este lado de la cerca, porque podemos ir a donde
queramos.
«¿Los mininos domésticos son libres?» Fauces
Amarillas nunca había pensado en eso antes. Para su
consternación, Flor de Acebo se dejó caer de la cerca
para unirse a Salamandra Manchada y Cola de
Cuervo.
«Ahora ella se está uniendo —pensó Fauces
Amarillas impotente—. ¡Solo quiero salir de aquí!»
—¿Qué es lo que saben las mascotas sobre la
libertad? —Flor de Acebo siseó—. Ni siquiera atrapan
su propia comida. ¡Intenta preguntarles a Zarpa
Bermeja y Guijarro dónde quieren vivir y ve si ellos
creen que los mininos son libres!
—¿Zarpa Bermeja? ¿Quién es esa? —preguntó
Mermelada.
—La conocías como Colorada —Flor de Acebo
respondió.
Mermelada se puso rígido, con su mirada fija en
Flor de Acebo.
—¿Saben dónde están Colorada y Guijarro?
—Ahora son parte del Clan de la Sombra. —La voz
de Cola de Cuervo estaba llena de triunfo—. No los
volverás a ver.
Fauces Amarillas preparó sus músculos para saltar
y ayudar a sus compañeras de Clan si Mermelada
atacaba. Pero el gato rojizo simplemente entrecerró
los ojos.
—Ya veo —maulló uniformemente—. Bueno, las
dejaré volver a su territorio ahora.
—¡No nos vas a dejar hacer nada! —Flor de Acebo
replicó, deslizando sus garras.
—¡Paren esto! —Fauces Amarillas llamó
desesperadamente desde la parte superior de la
cerca—. Es solo una vieja mascota gorda. No vale la
pena pelear con él. Déjenlo en paz y salgan de ahí.
Intentó con todas sus fuerzas no estremecerse
cuando Mermelada volvió la mirada hacia ella. Casi
podía oír sus pensamientos: «Vieja mascota gorda,
¿eh? ¡Baja aquí y dímelo a la cara!».
—Hemos demostrado nuestra fuerza —insistió
Fauces Amarillas—. Ahora tenemos que llevar a
Salamandra Manchada de regreso al campamento.
—¡Estoy bien! —Salamandra Manchada protestó.
—No, no lo estás —Fauces Amarillas siseó a través
de la sensación punzante en su hombro—. Flor de
Acebo, Cola de Cuervo, ayúdenla a cruzar la cerca.
—No necesito ninguna ayuda. —Salamandra
Manchada dio un solo azote de su cola y saltó la
cerca. Sus patas arañaron la parte superior y cayó por
el otro lado, colapsando en el suelo con un chillido.
—¡Estúpida, estúpida bola de pelos! —gritó
Fauces Amarillas.
Podía entender que Salamandra Manchada no
quería mostrar debilidad frente a Mermelada, pero la
agonía ardiente en su hombro le dijo que la gata
había empeorado su herida. Salamandra Manchada
luchó por incorporarse, pero no pudo poner peso en
su pata en absoluto, y se deslizó de costado en la
nieve.
—¡Cagarrutas de ratón! —jadeó.
Cola de Cuervo y Flor de Acebo intercambiaron
miradas de asombro; claramente, no sabían que
Salamandra Manchada estaba tan gravemente
herida.
—Vamos. —Fauces Amarillas pasó su hombro por
debajo de Salamandra Manchada y, con su ayuda, la
gata herida logró ponerse de pie—. Vamos a llevarte a
casa.
Flor de Acebo la apoyó en el otro lado, y
comenzaron a luchar de regreso al campamento, con
Cola de Cuervo vigilando detrás en caso de que algún
minino intentara seguirlas.
Para cuando llegaron a la entrada, Salamandra
Manchada apenas estaba consciente, se tambaleaba
sobre tres patas y apoyaba su peso en Fauces
Amarillas y Flor de Acebo.
—Vamos a llevarla a Bigotes de Salvia —jadeó
Fauces Amarillas; estaba casi tan agotada como
Salamandra Manchada por el dolor que compartían.
Mientras se acercaban a la guarida de la
curandera, Flor de Acebo y Cola de Cuervo fueron a
informar a Colmillo de Piedra.
Salamandra Manchada se derrumbó sobre el
musgo, con la pata herida estirada.
—¿Qué pasó? —preguntó Bigotes de Salvia,
inclinándose para examinarla.
—Se torció el hombro saltando por encima de una
cerca de Dos Patas —respondió Fauces Amarillas. La
ira aún latía a través de ella junto con el dolor—. Y
luego la cerebro de ratón tuvo que empeorar las
cosas saltándola de nuevo.
—No podía dejar que me sacaras —murmuró
Salamandra Manchada con los dientes apretados—.
No con ese minino mirando.
—No había necesidad de ir allí en primer lugar —
la gata gris señaló.
—Es una torcedura grave —comentó Bigotes de
Salvia, olfateando la pata lesionada—. Fauces
Amarillas, tráeme algunas hojas de saúco. Y dales una
buena masticada —agregó, mientras Fauces Amarillas
se dirigía al agujero donde se guardaban las hierbas.
El olor limpio de las hojas de saúco que llenaban
su boca hizo que Fauces Amarillas se sintiera más
tranquila, y el dolor comenzó a disminuir cuando
Bigotes de Salvia pegó la cataplasma en la pata de
Salamandra Manchada.
—Semillas de adormidera, Fauces Amarillas —
murmuró Bigotes de Salvia mientras aplicaba las
hojas masticadas—. Salamandra Manchada, será
mejor que duermas aquí por ahora. Puedes volver a
tu guarida cuando hayas descansado.
—Gracias, Bigotes de Salvia —Salamandra
Manchada murmuró.
Una vez que su compañera de Clan estaba
lamiendo las semillas de adormidera, Fauces
Amarillas salió de la guarida. Afuera, Manto Mellado
caminaba de un lado a otro. Se dio la vuelta para
mirarla mientras ella emergía.
—Escuché que viste un minino doméstico hoy —
maulló—. ¿Te reconoció?
Fauces Amarillas parpadeó.
—Sí. Era Mermelada —admitió—. Pero no dijo
nada sobre… ya sabes, Hal. No hay nada de qué
preocuparse.
Manto Mellado obviamente no estaba de acuerdo;
el pelaje de su cuello se erizaba y deslizaba sus garras
hacia adentro y hacia afuera.
—¡No soy un minino doméstico! ¡Aquí es donde
pertenezco! —siseó mientras se giraba.
—¡Hey, espera! —Fauces Amarillas saltó tras él—.
Está bien. Cálmate. No pasó nada.
Manto Mellado movió la cola como si estuviera
borrando sus palabras.
—Déjame en paz, ¿quieres? —gruñó, acelerando
el paso hasta que cruzó corriendo el campamento
para desaparecer entre las espinas.
Fauces Amarillas lanzó un profundo suspiro
mientras lo miraba.
—¿Tuviste una pelea con tu pareja? —Baya de
Serbal saltó hacia ella, con una mirada traviesa en sus
ojos.
Fauces Amarillas reprimió un gruñido.
—¡No es mi pareja! —soltó—. Solo somos amigos.
Baya de Serbal puso los ojos en blanco.
—No hace falta fingirlo —maulló—. Todo el Clan
sabe que algo está pasando entre tú y Manto
Mellado. Creo que es un poco malhumorado, pero
supongo que es guapo…
Fauces Amarillas no tenía tiempo para las
tonterías de su hermana. Sin responder, le dio la
espalda a Baya de Serbal y se alejó.

El crepúsculo se estaba acumulando en el claro


cuando Fauces Amarillas regresó a la cabeza de una
patrulla de caza. Dejó caer su ardilla en el montón de
carne fresca y miró a su alrededor. El campamento
estaba en silencio; la mayoría de sus compañeros de
Clan, supuso, ya se estaban preparando para dormir.
Ojo Rayado, Baya de Serbal y Ratón Alado, los
otros miembros de su patrulla, depositaron sus
presas y se dirigieron a la guarida de los guerreros.
Sintiendo sed, Fauces Amarillas caminó hacia el
arroyo en el borde del campamento, sus patas crujían
sobre la nieve. La corriente era apenas un hilo en el
hielo, y el agua estaba tan fría que cuando lamió,
sintió como si le ardiera la lengua.
Cuando levantó la cabeza y sacudió las gotas de
sus bigotes, escuchó el sonido de un gato
moviéndose torpemente sobre las ramitas. Sus orejas
se erizaron. «¿Qué es eso? ¿Aprendices
escabulléndose? ¿O un veterano que tiene problemas
para caminar?»
Fauces Amarillas miró alrededor del borde del
campamento, mirando a través de los árboles
mientras trataba de averiguar de dónde venía el
sonido. Pero antes de que pudiera localizarlo, un
aullido rompió el aire silencioso de la noche.
Varios gatos salieron disparados de las sombras;
las espinas y las zarzas que rodeaban el campamento
crujieron cuando irrumpieron.
Ráfaga Abrasadora y Hoja Ámbar, de guardia junto
a la entrada del túnel, se pusieron de pie de un salto.
—¡Intrusos! —chilló Ráfaga Abrasadora.
Por un instante, Fauces Amarillas se quedó
paralizada. Luego reconoció al musculoso gato rojizo
que guiaba a los gatos intrusos. «¡Es Mermelada!
¡Gran Clan Estelar, estos son los gatos del Poblado!»
15
Los gritos golpearon los oídos de Fauces Amarillas
cuando los guerreros cargaron desde su guarida,
lanzándose sobre los atacantes.
Mermelada se detuvo en el centro del claro, con
sus ojos ámbar mirando a su alrededor.
—¡Guijarro! ¡Colorada! —aulló—. ¡¿Dónde están?!
—Su aullido se interrumpió cuando Vuelo de Pinzón y
Garra de Barro saltaron sobre él y desapareció en una
furiosa ráfaga de dientes y garras.
Fauces Amarillas corrió por el claro para reunirse
con sus compañeros de Clan, pero antes de llegar
sintió unas garras clavándose en sus hombros cuando
un gato aterrizó sobre su espalda. Se tambaleó bajo el
peso y casi cayó. Al girar la cabeza, reconoció a la
esponjosa minina casera blanca, Pixie. Por un
momento, Fauces Amarillas se quedó tan sorprendida
que no pudo recordar ningún movimiento de batalla.
Entonces se levantó sobre sus patas traseras y se dejó
caer hacia atrás. Pixie la soltó y se escabulló para
evitar ser aplastada por ella. Fauces Amarillas se
levantó de un salto y esquivó cuando la minina casera
se abalanzó sobre ella de nuevo. Golpeándola con las
garras envainadas, derribó a la gatita blanca y la
inmovilizó con las dos patas delanteras en el pecho.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó mientras
Pixie se retorcía bajo sus zarpas, escupiendo con
furia. «Es más fuerte de lo que esperaba», pensó
Fauces Amarillas, luchando por sujetarla.
—¡Nos robaron a nuestros gatos! —siseó Pixie, sus
ojos verdes ardían.
—¿A qué te refieres? —Fauces Amarillas preguntó,
desconcertada.
Pero no hubo respuesta. De un tirón desesperado,
Pixie se la quitó de encima y desapareció entre la
multitud de gatos que luchaban. Cada vez eran más
los que entraban en el claro, atacando con dientes y
garras a los guerreros del Clan de la Sombra. Mientras
Fauces Amarillas contemplaba la masa agitada y
chillona, se dio cuenta de que, aunque sus
compañeros de Clan estaban entrenados para la
batalla, los mininos caseros tenían la ventaja de la
sorpresa. «¿Perderemos esta pelea?», se preguntó,
horrorizada.
Vio a Bigotes de Nuez que se liberaba de un nudo
de gatos que lo arañaban y miraba a su alrededor con
una mirada de asombro.
—¡Estos son mininos caseros! —exclamó.
Un gato atigrado gris le dirigió un golpe.
—¡No todos vivimos con amos de casa! —gruñó al
oído de Bigotes de Nuez—. No son los únicos que
pueden cazar presas.
Antes de que terminara de hablar, Fauces
Amarillas estaba corriendo por el claro para ponerse
hombro con hombro con su hermano. El atigrado gris
echó un vistazo a los gatos que tenía enfrente, con las
garras extendidas, y giró la cola, desapareciendo
entre las sombras.
—¡Fuera de nuestro campamento! —aulló Bigotes
de Nuez, corriendo en su persecución.
Fauces Amarillas lo siguió, pero dos proscritos más
se abalanzaron sobre ella y Bigotes de Nuez, tirándola
al suelo. Se quedó sin aliento. Medio aturdida, oyó el
golpeteo de las patas de otro gato y se giró para
enfrentarse a un nuevo enemigo. La puso de pie con
las garras clavadas en su pelaje.
—Gracias —jadeó.
Los ojos de Manto Mellado estaban perturbados,
y había una expresión horrorizada en su rostro.
—¿Qué hacen estos gatos aquí? —siseó.
—¡Creo que están buscando a Zarpa Bermeja y a
Guijarro! —respondió Fauces Amarillas.
«¡Si Flor de Acebo y Salamandra Manchada no
hubieran intentado fanfarronear con Mermelada,
esto no estaría pasando!»
Manto Mellado abrió las fauces para replicar, pero
un fuerte chillido lo interrumpió.
—¡Ayuda! ¡Por aquí! ¡La maternidad!
Girándose, Fauces Amarillas vio a Baya de Serbal y
Ratón Alado en la entrada de la maternidad, tratando
de luchar contra todo un grupo de gatos del Poblado
de los Dos Patas.
—¡Están atacando a las reinas! —Manto Mellado
gruñó mientras saltaba hacia ellos—. ¡Estos gatos no
tienen honor!
Fauces Amarillas corrió tras él, y los dos guerreros
cayeron sobre los intrusos por detrás. Durante varios
latidos, Fauces Amarillas atacó a ciegas, con tres o
cuatro gatos rodeándola; luego, ella y sus
compañeros de Clan obligaron a los mininos caseros a
volver al aire abierto, lejos de la entrada de la
maternidad. Fauces Amarillas vio a Manto Mellado
persiguiendo a uno de ellos hasta los arbustos.
Un fuerte golpe en el hombro la hizo tambalearse;
al recuperarse, se encontró frente a Mermelada. El
gato rojizo le asestó otro golpe; Fauces Amarillas se
agachó y le arañó el pelaje del pecho con las garras.
Con un gruñido de furia, Mermelada se lanzó sobre
ella y los dos gatos forcejearon, rodando por el suelo.
—¡No tienen derecho a retener aquí a Colorada y
a Guijarro! —siseó Mermelada al oído de Fauces
Amarillas.
—¡Pero vinieron por voluntad propia! —protestó
ella—. ¡Ellos eligieron quedarse!
Mermelada no le estaba prestando atención.
Fauces Amarillas sabía que tenía que hacer algo para
detener la batalla. Se soltó del gato rojizo, sabiendo
que había dejado mechones de su manto gris en sus
garras, y miró frenéticamente a su alrededor.
—¡Estrella de Cedro! —aulló, intentando hacerse
oír por encima de la tormenta de la batalla.
Vio al líder del Clan mientras golpeaba a un
proscrito en las orejas; el gato se dio la vuelta y huyó
hacia la oscuridad en el borde del campamento.
Fauces Amarillas se apresuró a cruzar el claro para
interceptar a Estrella de Cedro antes de que se
reincorporara a la batalla.
—¡Estrella de Cedro! —jadeó—. ¡Sé lo que está
pasando!
Las garras del líder del Clan brillaron a la luz de las
estrellas.
—¿A qué te refieres? —espetó él.
Fauces Amarillas supuso que no había oído el
aullido de Mermelada cuando había irrumpido en el
claro.
—Cuando estábamos patrullando ayer, le dijimos a
un minino casero que Zarpa Bermeja y Guijarro están
viviendo en el Clan de la Sombra. Los mininos caseros
creen que los tenemos prisioneros. ¡Han venido a
recuperarlos!
—¡Eso es una locura! —rugió Estrella de Cedro.
Fauces Amarillas asintió.
—Ya lo sé. Pero los mininos caseros no.
Mientras hablaba, Mermelada se levantó
tambaleándose, sangrando por varios arañazos pero
aún sobre sus patas.
—Sabemos que Colorada y Guijarro están aquí —
gruñó—. ¡Entréguenlos!
El líder del Clan dio un azote con la cola.
—No están aquí. Están patrullando. Y no son
prisioneros.
Mermelada se enfrentó al líder del Clan, con el
pelaje del cuello erizado.
—Eso dices tú.
Fauces Amarillas tuvo que admirar el coraje del
gran gato.
—No creerán nada a menos que Zarpa Bermeja y
Guijarro se los digan —le maulló a Estrella de Cedro.
El líder del Clan soltó un gruñido de ira y
frustración.
—Ve a buscarlos, entonces, y tráelos de vuelta
aquí. Sé que podemos ganar esta pelea, pero es
mejor para el Clan si la acabamos rápido.
Fauces Amarillas agachó la cabeza y salió
corriendo, bordeando grupos de gatos. La patrulla no
estaba a la vista cuando ella salió del túnel, pero sabía
en qué dirección volverían y se lanzó a su encuentro.
Ahora que tenía un momento para pensar, sintió un
dolor punzante por todo el cuerpo y se dio cuenta de
que sentía las heridas de todos los gatos de la batalla.
Su cabeza se nubló de agonía y parpadeó para
despejarse. «¡Debemos acabar con esto rápido!»
De repente, nuevos olores inundaron a Fauces
Amarillas. Al rodear un árbol caído, se detuvo al ver a
Manto Mellado, Tormenta de Plumas y Hal frente a
frente. Los tres gatos jadeaban y tenían los ojos
desorbitados, con una terrible tensión entre ellos.
—Dime que este gato no es mi padre —le gruñó
Manto Mellado a Tormenta de Plumas.
Su madre agitó la cola.
—Renunció al derecho de ser llamado así hace
mucho tiempo. Fue su decisión.
Los ojos de Manto Mellado se abrieron de par en
par mientras miraba fijamente a Hal.
—¿Lo sabías desde el principio? Pero cuando te
encontré, ¡no dijiste nada!
Hal se encogió de hombros.
—Tú no quieres tener nada que ver con el Poblado
de los Dos Patas. Yo no quiero tener nada que ver con
los Clanes.
—No tienes ni idea de lo que fue crecer sin un
padre. —Las palabras de Manto Mellado sonaron
como si lo estuvieran ahogando—. ¡Y ahora me
entero de que mi padre era un minino casero! ¡Todo
de lo que se burlaban mis compañeros de Clan es
verdad!
Fauces Amarillas sintió que su corazón se
desgarraba de compasión por Manto Mellado, más
doloroso que cualquier herida. Dio un paso hacia él.
—¡Eso no importa! —le dijo—. Todos los gatos
saben que eres un guerrero del Clan de la Sombra.
Manto Mellado se acercó a ella, con los dientes al
aire.
—No te metas —gruñó.
Mientras Fauces Amarillas lo miraba, incapaz de
irse pero sin saber qué más podía decir, los sonidos
de la lucha se colaban entre los árboles, los chillidos y
el crujir de patas entre la maleza se acercaban cada
vez más.
—Nunca debiste venir aquí —le espetó Tormenta
de Plumas a Hal, y se alejó corriendo hacia el ruido de
la batalla.
Manto Mellado se volvió hacia su padre, con las
piernas rígidas de furia, el pelaje del cuello erizado y
la cola tupida al doble de su tamaño.
—Vete ahora —ordenó—. Y no vuelvas nunca.
Hal se lamió el pelaje del pecho lenta y
deliberadamente.
—No puedes decirme lo que tengo que hacer, hijo
—dijo despacio.
—¡Yo no soy tu hijo! —gruñó Manto Mellado,
dando un paso amenazador hacia adelante—. ¡Soy un
guerrero del Clan de la Sombra!
—Un guerrero con sangre de minino casero en las
venas —se burló Hal—. ¿Acaso tus tan llamados
compañeros de Clan lo van a olvidar?
Con un rugido de furia, Manto Mellado se
abalanzó sobre él; sus garras cortaron la garganta de
Hal. Fauces Amarillas sintió que la agonía le recorría
el cuello y todo el cuerpo, y por un instante el bosque
nevado se volvió negro a sus ojos. Cuando se
recuperó, jadeando y parpadeando, vio el cuerpo de
Hal inerte en el suelo, con un gran chorro de sangre
escarlata manando de su garganta y manchando la
nieve.
—¡Lo mataste! —jadeó, mirando horrorizada.
—Debería haberse ido cuando tuvo la oportunidad
—gruñó Manto Mellado.
—¡Pero era tu padre! —Fauces Amarillas protestó.
Manto Mellado se volvió hacia ella. Fauces
Amarillas podía ver su propio horror reflejado en sus
ojos, pero su voz fue fría.
—No era más que un minino casero inútil.
Antes de que Fauces Amarillas pudiera decir más,
un nuevo olor a gato la envolvió. Zarpa Bermeja y
Guijarro emergieron entre los árboles junto con Cola
de Rana y Salto de Cierva.
—¿Qué está pasando? —preguntó Guijarro.
—Mermelada y los demás mininos caseros están
atacando nuestro campamento —explicó Fauces
Amarillas—. Creen que los tenemos prisioneros.
Mientras hablaba, Zarpa Bermeja vio el cuerpo de
Hal y saltó hacia él, mirándolo con consternación.
—¿Qué pasó? —jadeó, con la voz temblorosa.
—Trató de atacar a Fauces Amarillas —contestó
Manto Mellado—. No tuve más opción.
Zarpa Bermeja y Guijarro intercambiaron una
mirada horrorizada. Fauces Amarillas abrió las
mandíbulas para contradecir la mentira de Manto
Mellado, luego captó su mirada ámbar y supo que no
había nada que pudiera decir que no empeorara
todo.
—Pero el código guerrero dice… —Guijarro
comenzó.
—Este gato no era parte del código guerrero —
interrumpió Manto Mellado—. Ahora vuelvan al
campamento y díganle al resto de estos gatos
desgraciados que no necesitan que los rescaten. —
Echó a correr hacia el campamento.
Guijarro dudó un momento y luego lo siguió. Cola
de Rana y Salto de Cierva saltaron tras ellos. Zarpa
Bermeja seguía de pie junto al cuerpo de Hal,
mirándolo con pena en los ojos.
Fauces Amarillas se acercó a ella y le dio un suave
empujón.
—Tenemos que irnos.
—Era mi padre —susurró Zarpa Bermeja.
«Oh, Clan Estelar.» Fauces Amarillas esperaba que
la joven gata nunca se enterara de que Hal también
era el padre de Manto Mellado. «Al menos hay otros
atigrados oscuros de hombros anchos en el Clan que
Zarpa Bermeja podría suponer que son el padre de
Manto Mellado.»
Fauces Amarillas le dio otro empujón a Zarpa
Bermeja y caminó a su lado hasta que llegaron al
campamento. Mirando a su alrededor, vio que,
aunque todavía había una o dos escaramuzas, la
mayoría de los mininos caseros se habían rendido.
Los gatos del Clan estaban de pie junto a ellos, con los
flancos agitados y goteando sangre de sus arañazos.
Estrella de Cedro estaba de pie en el centro del
claro.
—Aquí están Zarpa Bermeja y Guijarro. —Sus ojos
brillaban mientras señalaba a los dos jóvenes gatos
con la cola—. Que den un paso adelante.
Zarpa Bermeja y Guijarro se acercaron a su líder
de Clan, con una mezcla de vergüenza y horror en las
caras mientras miraban a los gatos destrozados por la
batalla.
Estrella de Cedro inclinó las orejas hacia
Mermelada.
—Díganle a este gato por qué están aquí —
ordenó.
—Queríamos ver cómo era la vida en el bosque —
empezó Guijarro, levantando la cabeza con confianza
—. Y creemos que es buena.
—Elegimos quedarnos —Zarpa Bermeja añadió,
agachando la cabeza hacia Mermelada—. No nos
tienen prisioneros.
Mermelada se quedó con la boca abierta.
Pixie saltó a su lado, con los ojos muy abiertos de
asombro.
—¿Cómo pueden preferir vivir con estas criaturas
salvajes y crueles? —ella preguntó—. ¡Vinimos a
rescatarlos!
—¿Crueles? —La voz de Estrella de Cedro fue
tensa—. Nosotros no fuimos los que atacaron. Si
hubieran venido pacíficamente y preguntado, no
habría habido necesidad de derramar sangre.
—Fue idea de Hal —admitió Mermelada—. Él se
negó a renunciar a ti, Colorada. Por cierto, ¿dónde
está? —añadió, mirando a su alrededor.
—Está muerto —Zarpa Bermeja se atragantó.
Mermelada y Pixie intercambiaron una mirada
horrorizada. Fauces Amarillas también oyó un grito
ahogado de Tormenta de Plumas. Al mirarla, no vio
nada que sugiriera pena o conmoción en su
expresión, pero Fauces Amarillas adivinó que la gata
no era tan indiferente como le gustaba fingir.
—Tenía que morir —gruñó Manto Mellado—.
Estaba atacando a Fauces Amarillas.
—Pueden llevarse su cuerpo —le dijo Estrella de
Cedro a Mermelada—. Abandonen nuestro territorio
y manténganse lejos de él. Los hemos tratado con
delicadeza esta vez, créeme.
Mermelada dejó escapar un siseo de enojo, pero
se dio la vuelta para marcharse.
Pixie se acercó a Zarpa Bermeja y Guijarro.
—Si alguna vez cambian de opinión, siempre serán
bienvenidos a volver.
—Gracias —contestó Guijarro, bajando la cabeza
—. Pero ahora somos guerreros.
Pixie sacudió la cabeza con tristeza.
—Hal pagó por esto con su vida —maulló—. Y
todo fue en vano.
—Fue muy valiente —Zarpa Bermeja murmuró,
con los ojos todavía llenos de dolor—. No lo
olvidaremos, lo prometo.
Fauces Amarillas miró a su alrededor en busca de
Manto Mellado, que se había retirado a acechar al
borde del claro. «Apuesto a que hay un gato que hará
todo lo posible por olvidarlo», pensó.
16
Fauces Amarillas se arrastró por el pantano, con las
almohadillas doloridas de pisar el barro duro como
una roca y las matas de hierba cubiertas de hielo.
Aunque la nieve se había derretido, el aire seguía
siendo muy frío y la respiración de Fauces Amarillas
se transformaba en una nube. Los juncos se
asomaban al borde de los charcos helados, y el
traqueteo de sus plumosas copas era lo único que
rompía el silencio. No había ruidos ni olores de
presas.
Había pasado una luna desde el ataque de los
mininos caseros y, aunque las heridas de los gatos del
Clan se habían curado, no habían recuperado la
fuerza. Parecía como si la estación sin hojas fuera a
durar para siempre. Todos los gatos estaban
hambrientos todo el tiempo. Fauces Amarillas podía
sentir que los huesos le sobresalían a través del
pelaje, y no podía dormir por la noche porque sentía
las punzadas de hambre en los estómagos de sus
compañeros de Clan. «Cazamos todo el tiempo, día y
noche. Y todavía no podemos encontrar suficiente
para comer. ¿Qué nos va a pasar?»
Hizo una pausa, observando a Manto Mellado, que
caminaba suavemente unas colas de distancia por
delante de ella. Después de un momento se detuvo,
con las orejas aguzadas para escuchar. Fauces
Amarillas se deslizó hacia él, siguiendo su mirada
hasta una mata de pasto a medio camino entre los
dos. Al acercarse, oyó un leve rasguño entre los tallos
quebradizos y percibió el olor de una musaraña.
Manto Mellado hizo una señal a Fauces Amarillas con
la cola y saltó hacia el pasto, arrastrándolo con las
patas delanteras. La musaraña se asustó y salió
corriendo hacia Fauces Amarillas. Se puso
rápidamente en la postura del cazador, pero al
abalanzarse una de sus patas traseras resbaló en un
trozo de hielo y tropezó, aterrizando torpemente a
una cola de distancia de la presa. Manto Mellado
saltó hacia delante, pero llegó demasiado tarde. La
musaraña salió corriendo, refugiándose en una
maraña de espinas.
—¡Excremento de zorro! —gruñó el gato atigrado
—. Fauces Amarillas, si eso es lo mejor que puedes
hacer, será mejor que vuelvas al campamento.
—No seas ridículo —le replicó Fauces Amarillas—.
¿Nunca perdiste una presa? Sabes que tenemos que
seguir cazando.
Manto Mellado resopló, pero no dijo nada más.
Mientras él y Fauces Amarillas volvían hacia los
árboles, Zarpa Bermeja y su mentora, Tormenta de
Plumas, salieron de la sombra de las ramas, en
dirección al campamento. Fauces Amarillas saltó a su
encuentro; al acercarse vio que Zarpa Bermeja
llevaba un cuervo, con las orejas asomando tras un
revoltijo de plumas negras.
—¡Consiguieron cazar algo! —Fauces Amarillas
maulló—. ¡Qué bien! No hay ni un ratón
revolviéndose en los pantanos.
—Zarpa Bermeja lo encontró —respondió
Tormenta de Plumas, con una mirada de aprobación a
su aprendiza.
Los ojos de Zarpa Bermeja brillaban de orgullo,
aunque Fauces Amarillas notó que Manto Mellado
estaba erizado con el ceño fruncido.
—El Clan estará encantado —maulló Fauces
Amarillas, alejándose—. Nos vemos luego.
Cuando Tormenta de Plumas y su aprendiza
estuvieron fuera del alcance de sus oídos, se volvió
hacia Manto Mellado.
—No hay nada malo en que Tormenta de Plumas
elogie a Zarpa Bermeja. Se lo merecía.
Manto Mellado olfateó.
—Ese cuervo era una cosa vieja y sarnosa —
murmuró.
La impaciencia brotó dentro de Fauces Amarillas y
dejó que se desbordara.
—Ya he tenido suficiente de la forma en que
siempre tratas a Zarpa Bermeja como a un montón de
cagarrutas de ratón —siseó—. Ella no tiene la culpa
de que Hal también fuera su padre. Tienes que
encontrar una manera de lidiar con ello. No es solo tu
compañera de Clan, ¡es tu hermana!
Manto Mellado se detuvo y la miró fijamente.
Demasiado tarde, Fauces Amarillas recordó que la
noche de la batalla se había dirigido al campamento
con Guijarro antes de que Zarpa Bermeja le revelara
que era hija de Hal. «¿Y? No le hará daño enfrentarse
a la verdad.»
—¡No vuelvas a decir eso jamás! —gruñó Manto
Mellado, dando un azote con la cola—. Yo no tengo
padre. Zarpa Bermeja no es nada para mí. —Le dio la
espalda, y luego miró por encima del hombro para
añadir—: Tienes suerte de que estuviera allí para
defenderte cuando empezó a atacar. No tenías
ninguna posibilidad.
Fauces Amarillas sintió que se le erizaba el pelo
del cuello de asombro. «¡No fue así como ocurrió!»
Pero sabía que no tenía sentido tratar de hacer entrar
en razón a Manto Mellado. Estaba demasiado
desesperado por distanciarse del Poblado de los Dos
Patas y de los gatos que vivían allí. El gato empezó a
alejarse, pero se detuvo y dirigió las orejas hacia un
grupo de juncos cercanos. Fauces Amarillas se abrió
paso entre los tallos y vio un mirlo picoteando el
suelo de espaldas a ella. Paso a paso, se acercó
sigilosamente, mientras Manto Mellado avanzaba por
el otro lado. «¡Clan Estelar! No dejes que se me
escape este.» Fauces Amarillas rezó mientras se
agachaba. Saltando hacia delante, sintió cómo sus
garras se clavaban en el pájaro mientras este
revoloteaba y se quedaba inerte entre sus patas.
—¡Gran captura! —Manto Mellado exclamó,
acercándose. Le brillaban los ojos; su mal humor
había desaparecido. Se inclinó para olfatear la presa,
y entonces añadió—: Me pregunto cuándo
tendremos a nuestros primeros aprendices. Ya
debemos estar listos para ser mentores.
—Claro que lo estamos —Fauces Amarillas
respondió—. Pero podría tardar un poco. Solo está
Pequeño Nube en la maternidad.
Manto Mellado asintió.
—Quiero que seamos mentores juntos. —Fijó su
cálida mirada ámbar en Fauces Amarillas—. ¿No sería
genial si yo fuera líder y tú mi lugarteniente? —Hizo
una pausa y Fauces Amarillas captó un destello de
incertidumbre en sus ojos—. Si es que quieres estar
conmigo —añadió.
Fauces Amarillas parpadeó ante su rostro apuesto
y sus ojos preocupados. Deseaba que siempre se
mostrara así de abierto con ella, que controlara su
mal genio y sus ocasionales silencios obstinados.
Pero, ¿cómo debió de ser crecer sin saber quién era
su padre? ¿Y luego descubrir que su padre era un
minino casero que no quería saber nada de él? Si
Manto Mellado se enojaba a veces, o se resistía a
hablar, ¿no era comprensible?
—Claro que quiero estar contigo —susurró.
Manto Mellado le dio una rápida lamida en la
oreja.
—Me alegra. Ahora llevemos tu presa de vuelta al
campamento —maulló.
Varios gatos se amontonaron a su alrededor
mientras Fauces Amarillas dejaba caer su mirlo sobre
el pequeño y lamentable montón de carne fresca.
—Buen trabajo, Fauces Amarillas —murmuró Salto
de Cierva, haciendo que Fauces Amarillas se sintiera
orgullosa de los elogios de su antigua mentora.
Algunos gatos más la felicitaron también, aunque
se dio cuenta de que otros se apartaban con olfateos
decepcionados.
—Solo un escuálido mirlo —oyó a Corazón de
Raposa quejarse—. ¿De qué le sirve eso a alguien?
Fauces Amarillas la ignoró. Desde que había
entrado en el campamento la invadía una extraña
sensación: un hormigueo bajo el manto, como si
tuviera frío y calor al mismo tiempo. «¿Qué me pasa
ahora?»
Dejando a los gatos junto al montón de carne
fresca, Fauces Amarillas trató de averiguar de dónde
procedía esa sensación. Sus patas la llevaron a la
guarida de los veteranos; metiendo la cabeza dentro,
vio a Ave Pequeña revolviéndose inquieta en su
lecho. Tenía los ojos vidriosos y murmuraba algo en
voz baja. «¡Oh, no! ¡Estoy sintiendo la fiebre de Ave
Pequeña!»
Fauces Amarillas corrió a través del campamento a
buscar a Bigotes de Salvia.
—¡Ven rápido! —jadeó mientras se deslizaba
entre las dos rocas que formaban la entrada a la
guarida de la curandera—. Ave Pequeña tiene fiebre.
Bigotes de Salvia levantó la mirada de donde
estaba contando hojas de romaza.
—Bien, trae las hierbas que necesita —dijo.
—¿Qué? —La sorpresa golpeó a Fauces Amarillas
como la pata de un tejón—. Bigotes de Salvia, ¿tienes
abejas en el cerebro? No soy una curandera. ¡Le
podría dar a Ave Pequeña algo equivocado! ¡Podría
incluso matarla!
Bigotes de Salvia dudó un instante más, luego se
encogió de hombros y se dirigió a los agujeros donde
guardaba las hierbas. Fauces Amarillas pudo ver lo
bajo que tenía que llegar para sacar unas cuantas
hojas de borraja marchitas. «El almacén debe de estar
casi vacío.» Fauces Amarillas sintió que su pelaje se
erizaba de miedo. «Quedan tan pocas hierbas, y hace
demasiado frío para que crezcan plantas frescas.
¿Qué haremos, con nuestros gatos muriéndose de
hambre y enfermando?»
Bigotes de Salvia se dio la vuelta con la boca llena
de hierbas. Asintió a Fauces Amarillas y salió de la
guarida. Cuando la curandera cruzó el claro, pasó
junto a Manto Mellado, que estaba en medio del
campamento mirando a su alrededor. Fauces
Amarillas trotó hacia él.
—¡Ahí estás! —exclamó—. Te he estado buscando
por todas partes. Pensé que podríamos hacer un
poco de entrenamiento de batalla con Corazón de
Raposa y Paso de Lobo. —Apuntó con la cola hacia los
dos jóvenes guerreros que esperaban ansiosos detrás
de él.
Entre su hambre y las sensaciones de la fiebre de
Ave Pequeña, Fauces Amarillas sabía que no sería
capaz de concentrarse en la práctica de habilidades
de batalla.
—No, gracias —respondió—. Voy a salir a cazar de
nuevo.
—Oh, vamos —Manto Mellado insistió—. Hemos
cazado toda la mañana.
El enojo estalló dentro de Fauces Amarillas.
—Los movimientos de batalla no van a llenar
nuestros estómagos —gruñó—. ¡El Clan necesita
encontrar comida, no prepararse para batallas que tal
vez ni siquiera ocurran! Todos los otros Clanes están
demasiado ocupados tratando de llenar sus
estómagos para tener tiempo de atacarnos.
Manto Mellado dio un paso atrás, con confusión
en los ojos.
—Creía que querías ser la mejor guerrera posible
—protestó—. Deja que los aprendices cacen. No
podemos ignorar el entrenamiento de batalla solo
porque no pueden encontrar suficiente para que
comamos.
Fauces Amarillas abrió la boca para discutir.
«¿Desde cuándo ha sido el trabajo de los aprendices
alimentar a todo el Clan? Especialmente ahora,
cuando hay tan pocas presas que encontrar.»
—Déjala, Manto Mellado. —Corazón de Raposa se
acercó al hombro de Manto Mellado—. Le pediré a
Raya de Lagartija que venga con nosotros.
Manto Mellado asintió; luego con una mirada fría
a Fauces Amarillas le dio la espalda y se dirigió a
través del campamento hacia el túnel. La gata gris lo
siguió con la mirada durante un par de latidos. «Bien,
entiendo por qué se comporta así, ¡pero eso no
significa que tenga que gustarme!» Encogiéndose de
hombros con enojo, fue a buscar a Colmillo de Piedra.
«Le pediré que me envíe en otra patrulla de caza.»
Fauces Amarillas encontró al lugarteniente del
Clan hablando con Estrella de Cedro en la guarida del
líder entre las raíces del gran roble. Mientras se
acercaba, se dio cuenta de que ambos gatos parecían
mucho más viejos de lo que en realidad eran. Estaban
tan delgados como zorros, sus hocicos grises por la
edad, sus cuerpos acurrucados juntos sobre el musgo
húmedo. «No parecen los líderes de un Clan fuerte y
poderoso. Necesitan que llegue la estación de la hoja
nueva. con más presas para llenar sus estómagos.»
Al detenerse en la entrada de la guarida, Fauces
Amarillas inclinó la cabeza. Estrella de Cedro se
despertó al verla.
—¿Qué pasa, Fauces Amarillas?
—Quería hablar con Colmillo de Piedra —admitió
Fauces Amarillas—. ¿Hay alguna patrulla de caza a la
que pueda unirme?
Fue Estrella de Cedro quien le respondió, con voz
de aprobación.
—Estás trabajando duro, Fauces Amarillas.
Asegúrate de comer algo antes de volver a salir.
Colmillo de Piedra asintió.
—Salto de Cierva va a liderar una patrulla con
Brinco de Sapo y Corazón de Cenizas —maulló,
dirigiendo sus orejas hacia el montón de carne fresca,
donde los gatos que había nombrado estaban
comiendo apresuradamente—. Puedes ir con ellos.
—¡Gracias!
Fauces Amarillas salió corriendo, informó a Salto
de Cierva, y tomó una musaraña bastante enclenque
del montón de carne fresca.
Estaba engullendo el último bocado cuando Salto
de Cierva guió a la patrulla a través del túnel. El
bosque aún parecía vacío de presas. Brinco de Sapo
cazó un ratón que salió de unas raíces casi delante de
sus narices, pero eso fue todo lo que vieron hasta que
los muros del Poblado de los Dos Patas aparecieron
entre los árboles.
—Espero que no nos acerquemos demasiado —
murmuró Corazón de Cenizas; ella y Fauces Amarillas
se habían quedado ligeramente más atrás de los
demás—. No quiero encontrarme con ningún minino
casero. ¡Están locos como para atacar así!
—No nos molestarán si nos mantenemos fuera de
su camino —Fauces Amarillas respondió—.
Especialmente ahora que se dan cuenta de que no
robamos a Zarpa Bermeja y Guijarro.
Corazón de Cenizas parecía poco convencida.
—¿Quién sabe lo que harán los mininos caseros?
No es como si tuvieran un código guerrero. —Miró a
su alrededor, flexionando las garras como si esperara
que un minino casero hambriento de batalla saliera
de la maleza—. ¿Qué sentiste cuando tuviste que
enfrentarte a ese gran minino casero? —continuó—.
¿Estabas realmente asustada? ¿Manto Mellado te
salvó la vida?
Fauces Amarillas no sabía qué responder. Ella no
quería reforzar la mentira de Manto Mellado, pero no
podía delatarlo a otros gatos.
—Supongo… —murmuró—. Todo sucedió tan
rápido.
—Los mininos caseros lucharon mejor de lo que
esperaba —Corazón de Cenizas continuó; Fauces
Amarillas se sintió aliviada de que no indagara más
sobre la muerte de Hal—. Pero no es como que hayan
tenido entrenamiento guerrero. ¿Cuál de nuestros
movimientos de batalla crees que funcionó mejor
contra ellos?
En ese momento Fauces Amarillas se dio cuenta
de que Salto de Cierva había dado media vuelta y se
dirigía hacia ellas.
—Se supone que estamos cazando, por si no se
habían dado cuenta —espetó la gata mayor—. Y aquí
están, parloteando como un par de estorninos.
—Lo siento, Salto de Cierva —maulló Fauces
Amarillas.
—Eso espero. Fauces Amarillas, mira a ver qué
puedes encontrar en ese zarzal. Corazón de Cenizas,
prueba en ese helecho de ahí. De verdad, no debería
tener que separarlas como a un par de aprendizas
antes de que hagan algún trabajo.
Con el manto caliente por la vergüenza, Fauces
Amarillas se dirigió a las zarzas. Separando las
mandíbulas para probar el aire, captó el leve rastro de
algo verde y creciente. Siguiendo el rastro de olor,
llegó a un trozo de corteza en el borde de la espesura.
Dándole la vuelta con una pata, descubrió unos tallos
de fárfara, los brillantes pétalos amarillos apenas
comenzaban a aparecer en los brotes verdes. La
corteza y las zarzas debían de haberlas protegido de
lo peor del frío. «Fárfara, eso es bueno para la tos»,
pensó Fauces Amarillas con satisfacción. Con cuidado,
arrancó los tallos con los dientes y los apartó de las
zarzas. Levantó la mirada y vio que Brinco de Sapo y
Salto de Cierva la observaban con expresión
desconcertada.
—Se supone que tienes que cazar cosas que
podamos comer —señaló Brinco de Sapo.
—¡Pero Bigotes de Salvia necesita esto! —Fauces
Amarillas protestó con la boca llena de tallos.
Salto de Cierva asintió.
—Supongo que tienes razón. Déjalos en el suelo
mientras buscas presas.
—Lo siento, no puedo —se disculpó Fauces
Amarillas—. Si los pongo en el suelo se marchitarán y
se congelarán. Tengo que llevárselos a Bigotes de
Salvia ahora mismo.
Los guerreros intercambiaron una mirada.
—¡Por el Clan Estelar! —murmuró Brinco de Sapo.
—Será mejor que vayas, entonces —Salto de
Cierva maulló después de un momento de pausa—.
Pero date tanta prisa como puedas, y vuelve
enseguida.
Fauces Amarillas asintió y salió corriendo en
dirección al campamento. La esperanza se disparó en
su interior. «Las hierbas están empezando a crecer de
nuevo. ¡La hoja nueva no puede estar lejos!»
Mientras se acercaba al campamento, vio a Manto
Mellado y a Corazón de Raposa de pie con las
mandíbulas entreabiertas como si estuvieran
tratando de captar un olor. «¿Están cazando después
de todo?», se preguntó Fauces Amarillas, molesta
después de que Manto Mellado hubiera hecho tanto
alboroto sobre el entrenamiento de batalla.
—Puedo oler a Raya de Lagartija —maulló Manto
Mellado cuando Fauces Amarillas se acercó—. Creo
que se esconde en ese matorral de avellanos.
—Eres un gran rastreador, Manto Mellado —
Corazón de Raposa comentó—. Veamos si podemos
acercarnos sigilosamente sin que nos oiga.
Lado a lado los dos guerreros se arrastraron a
través del pasto, solo para detenerse cuando Fauces
Amarillas se acercó.
—¿Hierbas? —preguntó Manto Mellado, mirando
fijamente el bocado de Fauces Amarillas—. ¿No se
suponía que estabas cazando?
Fauces Amarillas apoyó con cuidado el montón en
una de sus patas.
—Bigotes de Salvia necesita esto —maulló.
Manto Mellado puso los ojos en blanco.
—¡Entonces Bigotes de Salvia debería pedirles a
los aprendices que los reúnan por ella, no a los
guerreros!
—No es como que sea difícil —añadió Corazón de
Raposa.
—El deber de un guerrero es cuidar del Clan —
Fauces Amarillas espetó—. Eso significa recolectar
hierbas, así como cazar para comer y luchar.
—No, no es así. —La punta de la cola de Manto
Mellado se crispó—. No eres una curandera, así que
los compañeros de Clan enfermos no son tu
responsabilidad. Cualquier gato pensaría que no
quieres ser una guerrera.
—Por supuesto que quiero ser una guerrera —
replicó Fauces Amarillas.
—Entonces avísame cuando quieras empezar de
nuevo el entrenamiento de batalla —Manto Mellado
maulló, y pasó junto a ella, rozándola—. ¡Hey, Raya de
Lagartija, sal! ¡Sabemos que estás ahí!
Fauces Amarillas se dirigió al campamento,
haciendo una mueca por el dolor y el hambre que la
golpearon en cuanto salió del túnel. «Ojalá pudiera
decirle a Manto Mellado cómo me siento cuando mis
compañeros de Clan sufren. Pero sé que nunca lo
entendería.» Suspiró. «¡Yo no pedí esto! ¡Yo solo
quiero ser una guerrera!»
17
Fauces Amarillas se despertó de un tirón y se dio
cuenta de que no podía respirar. «¡Clan Estelar,
ayúdame!» Forcejeó con las patas, intentando
apartar el musgo que creía que la estaba asfixiando.
Pero sus patas se cerraron en el aire vacío. No había
musgo encima de ella. Abrió los ojos y miró a su
alrededor. Todos los demás guerreros dormían, sus
flancos subían y bajaban suavemente mientras
respiraban. Cada bocanada de aire le suponía un gran
esfuerzo. Fauces Amarillas se puso de pie y salió
tambaleándose de la guarida, esquivando a Bigotes
de Nuez, quien estaba acurrucado en su lecho. El frío
se apoderó de ella cuando salió al claro, como si
garras de hielo se hundieran profundamente en su
manto. Las estrellas brillaban en un cielo claro y
negro. Nada se movía en el campamento, pero Fauces
Amarillas podía oír el murmullo de voces procedentes
de la guarida de los veteranos.
Fauces Amarillas, que aún luchaba por respirar,
cruzó cojeando el claro. A medida que se acercaba a
la guarida, podía oír las mismas respiraciones ásperas,
y la voz de Fauces de Lagarto maullando:
—No puedes seguir así, Ave Pequeña. Necesitas a
Bigotes de Salvia.
Fauces Amarillas echó un vistazo a la guarida y vio
a Ave Pequeña echada en el musgo, con el pecho
agitado mientras luchaba por respirar. Fauces de
Lagarto miraba impotente mientras acariciaba el
hombro de Ave Pequeña con una pata.
—Iré a buscar a Bigotes de Salvia —maulló Fauces
Amarillas.
Cuando la gata gris llegó a la guarida de la
curandera, Bigotes de Salvia estaba acurrucada en su
lecho, tan profundamente dormida que le costó
varios latidos despertarla. Fauces Amarillas supuso
que estaba agotada de cuidar a todos los gatos que
habían enfermado de frío y hambre. Cuando se
despertó, parpadeó confundida, mirándola.
—¿Qué?
Impaciente, Fauces Amarillas cruzó la guarida
hasta los agujeros donde se guardaban las hierbas y
apartó los helechos que los cubrían. La fárfara que
había recogido dos amaneceres atrás ya había sido
utilizada, pero encontró unas pocas bayas de enebro
marchitas en el fondo de un agujero. Enganchando
una sola baya con la garra, Fauces Amarillas se la llevó
a Bigotes de Salvia y se la puso bajo la nariz.
—Ave Pequeña no puede respirar —le dijo a la
curandera—. Esto la ayudará, ¿verdad?
Bigotes de Salvia asintió cansada.
—Llámame si hay algún problema —murmuró.
Fauces Amarillas parpadeó, sorprendida por la
confianza de la curandera en ella. «¡Hey, no soy tu
aprendiza!», pensó, luego se encogió de hombros y
se marchó con la baya.
Fauces de Lagarto levantó la mirada alarmado
cuando Fauces Amarillas entró en la guarida de los
veteranos.
—¿Por qué no vino Bigotes de Salvia? —maulló—.
¿Está bien?
—Ella está bien —le dijo Fauces Amarillas—. Solo
estoy ayudando. Vamos, Ave Pequeña, Bigotes de
Salvia te envió esta baya de enebro. Te ayudará a
respirar.
Ave Pequeña le quitó la baya de la garra a Fauces
Amarillas, masticó débilmente y consiguió tragársela.
Luego volvió a echarse y cerró los ojos. Para alivio de
Fauces Amarillas, la tensión de su pecho empezó a
relajarse.
—Mira, Fauces de Lagarto —sugirió Fauces
Amarillas—, si levantamos un poco el musgo de este
lado, Ave Pequeña podrá estar más erguida mientras
descansa. Le ayudará a respirar mejor.
Fauces de Lagarto levantó a Ave Pequeña mientras
Fauces Amarillas construía un montículo de musgo
bajo los hombros de la anciana.
La gata enferma dejó escapar un suspiro; su
respiración ya empezaba a mejorar.
—Gracias —murmuró ella.
Fauces de Lagarto se acurrucó junto a Ave
Pequeña para mantenerla caliente, y Fauces Amarillas
regresó a la guarida de Bigotes de Salvia. Su propia
respiración se había calmado junto con la de Ave
Pequeña.
La curandera seguía despierta, y se incorporó a
medias cuando Fauces Amarillas se deslizó entre los
peñascos.
—¿Cómo está?
—Mejor —le contestó Fauces Amarillas—. No creo
que necesites verla esta noche.
Bigotes de Salvia asintió.
—Gracias, Fauces Amarillas. La veré al amanecer.
Abriéndose paso de regreso a la guarida de los
guerreros, Fauces Amarillas se dio cuenta de que
Manto Mellado estaba despierto, sus ojos ámbar
brillaban en la oscuridad.
—¿Dónde estabas? —susurró.
—Ayudando a Ave Pequeña —Fauces Amarillas
respondió, abriéndose paso entre los gatos dormidos
para llegar a su lecho—. No podía respirar, así que le
llevé una baya de enebro.
Los ojos de Manto Mellado se entrecerraron.
—Eso es responsabilidad de Bigotes de Salvia, no
tuya.
Aliviada de que no le hubiera preguntado cómo
sabía que Ave Pequeña necesitaba ayuda, Fauces
Amarillas maulló:
—Es que no quiero que mis compañeros de Clan
sufran, ¿bien?
Manto Mellado soltó un bufido medio molesto,
medio divertido.
—¡Dije que seríamos líder y lugarteniente, no líder
y curandera!
Hizo una seña con la cola, y Fauces Amarillas se
acurrucó a su lado, con sus mantos apretados contra
el frío. «Esto es lindo —pensó Fauces Amarillas
somnolienta mientras se hundía en el sueño—. Ojalá
pudiéramos estar siempre así.»

La luna llena flotaba en lo alto del campamento


del Clan de la Sombra. Fauces Amarillas no había sido
elegida para ir a la Asamblea, pero no podía dormir
hasta saber qué había pasado allí. Se sentó en la
guarida de los guerreros, con las patas metidas
debajo de ella, hasta que oyó el sonido de patas
corriendo por el suelo de tierra compactada del
campamento. Manto Mellado fue el primer gato en
aparecer, abriéndose paso con sus anchos hombros a
través de las ramas exteriores de la guarida.
—¿Alguna novedad? —Fauces Amarillas preguntó,
levantándose de un salto.
La expresión de Manto Mellado era sombría.
—Todos los Clanes parecían mejor alimentados
que nosotros —informó, con los labios contraídos en
el comienzo de un gruñido—. Y Estrella de Brezo del
Clan del Viento contó esta ridícula historia de que
detectó el olor del Clan de la Sombra en su territorio.
—¡Eso es completamente injusto! —Fauces
Amarillas maulló indignada—. Ningún gato ha estado
allí.
—Lo sé, pero el Clan del Viento no lo creerá. —
Manto Mellado dio a sus bigotes una sacudida de
disgusto—. Y eso no es todo. Bigotes Plumosos, el
curandero del Clan del Trueno, les estaba haciendo
preguntas muy raras a Corazón de Raposa y a Zarpa
Bermeja.
—¿Qué clase de preguntas?
—Oh, si todo va bien en el Clan de la Sombra… ese
tipo de preguntas.
Fauces Amarillas estaba desconcertada.
—Pero Bigotes Plumosos debe haber visto a
Bigotes de Salvia en la media luna… ¿por qué necesita
hacer preguntas en una Asamblea? A menos que le
preocupara que todos nuestros guerreros se vieran
tan delgados.
Manto Mellado resopló.
—¡Los curanderos deberían mantener sus narices
en donde pertenecen!
—Seguro que no hay de qué preocuparse —lo
tranquilizó Fauces Amarillas, apoyando la punta de la
cola en su hombro.
Ahora más gatos se abrían paso hacia la guarida.
Corazón de Raposa pasó con rapidez, sus patas
esparcieron musgo, Raya de Lagartija entró justo
detrás de ella. La gata naranja se detuvo cuando vio a
Fauces Amarillas.
—¿Te quedaste atrás para ir a cazar hierbas? —
molestó.
—Sí, debe ser muy difícil encontrar hojas —Raya
de Lagartija añadió.
Las dos gatas intercambiaron una mirada y
soltaron un ronroneo burlón. Fauces Amarillas puso
los ojos en blanco, pero no se molestó en replicar.
—Sabes, tienen razón —maulló Manto Mellado
cuando Corazón de Raposa y Raya de Lagartija se
fueron a sus lechos—. Pasas demasiado tiempo
ayudando a Bigotes de Salvia cuando deberías estar
haciendo tareas de guerrera.
Fauces Amarillas se erizó.
—No eres el líder del Clan; no me digas lo que
tengo que hacer —murmuró, dándole la espalda a
Manto Mellado.
Sintió el cálido aliento de Manto Mellado en la
nuca.
—No te estoy diciendo qué hacer —murmuró—.
Es solo una sugerencia, ¿bien? Eres una guerrera, no
una curandera. Yo lo sé, tú lo sabes, solo tienes que
asegurarte de que el resto del Clan también lo tenga
claro.

Fauces Amarillas dio un paso adelante, inclinando


la cabeza hacia el líder del Clan.
—Me gustaría unirme a una patrulla de caza, por
favor, Estrella de Cedro.
Era la mañana siguiente a la Asamblea. Estrella de
Cedro y Colmillo de Piedra estaban organizando las
primeras patrullas. El aire seguía helado, pero el sol
brillaba en un cielo azul pálido, y en algún lugar en lo
alto, un pájaro trinaba. El corazón de Fauces Amarillas
se aceleró ante la perspectiva de una presa.
—Bien, Fauces Amarillas —maulló Estrella de
Cedro—. Puedes ir con Ojo Rayado, Paso de Lobo y
Hoja Ámbar.
Mientras Fauces Amarillas se acercaba para unirse
a ellos, captó una mirada de aprobación de Manto
Mellado. Él iba a liderar otra patrulla con Ala de
Ventisca, Patas de Helecho y Salamandra Manchada.
Aunque estaba decepcionada por no poder cazar con
él, Fauces Amarillas se sentía satisfecha. «¡Al menos
ahora no podrá decir que no cumplo con mis deberes
de guerrera!»
Ojo Rayado tomó la delantera mientras la patrulla
se dirigía fuera del campamento y a través del
pantano cubierto de hielo.
—Creo que hoy probaremos los bordes del
Sendero Atronador —anunció—. Ningún gato ha
cazado allí desde hace unos días.
Fauces Amarillas y los demás lo siguieron hasta
que se acercaron al lugar donde el túnel conducía por
debajo del Sendero Atronador. El páramo del Clan del
Viento se extendía al otro lado, contrastando
nítidamente contra el cielo.

Ojo Rayado se detuvo y miró las colinas con los


ojos entrecerrados.
—No puedo creer lo que dijo Estrella de Brezo
anoche en la Asamblea. ¡Nos acusó de traspasar!
Hoja Ámbar agitó la cola.
—Déjala hablar. Los gatos del Clan del Viento son
puros maullidos y nada de garras.
Fauces Amarillas no estaba tan segura. Olfateó las
matas de pasto cercanas en busca de hierbas frescas
y presas. De repente se congeló. Había percibido un
olor diferente, no uno que hubiera esperado.
—¡Esperen! —llamó a la patrulla, que empezaba a
alejarse de nuevo—. Puede que tengamos intrusos.
Intrusos del Clan del Viento.
Ojo Rayado se giró.
—¿Dónde?
Fauces Amarillas hizo una seña con un movimiento
de sus orejas, y sus compañeros de Clan se acercaron
a olfatear la mata donde había detectado el olor del
Clan del Viento.
—Son ellos, sin duda —confirmó Hoja Ámbar con
un enérgico movimiento de cabeza—. Y es fresco.
—Vean si pueden seguir el rastro —Ojo Rayado
maulló en voz baja—. Y guarden silencio. Puede que
aún estén por aquí.
Los tres gatos comenzaron a buscar de un lado a
otro, con las mandíbulas abiertas para probar el aire.
Paso de Lobo fue el primero en captar más rastros de
los invasores. Hizo una señal con la cola, y Ojo Rayado
tomó la delantera de nuevo, siguiendo el rastro de
olor. «¿Cómo se atreven esos sarnosos gatos del Clan
del Viento a cruzar nuestra frontera? —pensó Fauces
Amarillas—. Nos acusan a nosotros de traspasar, ¡y
luego ponen sus sucias patas en nuestro territorio!»
El sendero llevaba hacia los túneles subterráneos.
Pero antes de llegar al borde del Sendero Atronador,
la patrulla rodeó un enjuto matorral de abedules y se
encontró con cuatro gatos, que examinaban con
confianza el territorio del Clan de la Sombra. Fauces
Amarillas los reconoció de Asambleas anteriores:
Raya del Amanecer y el joven guerrero Cola Alta, y
dos gatos más llamados Garra Roja y Garra de
Musaraña.
—En nombre del Clan Estelar, ¿qué están haciendo
aquí? —exigió Ojo Rayado.
Los cuatro gatos del Clan del Viento saltaron al oír
su voz y se giraron para enfrentarse a la patrulla del
Clan de la Sombra. Fauces Amarillas vio un destello
de culpa en sus caras, que desapareció casi al instante
para ser reemplazado por desafío.
Raya del Amanecer se adelantó.
—Hemos encontrado olor del Clan de la Sombra
en territorio del Clan del Viento —afirmó.
—¡Eso no es cierto! —La voz de Ojo Rayado estaba
furiosa, y el pelaje de su cuello comenzó a erizarse.
Fauces Amarillas se adelantó para ponerse al
hombro de Ojo Rayado. Por el rabillo del ojo, pudo
ver sus costillas sobresaliendo a través de su pelaje
gris. «¿Los gatos del Clan del Viento no pueden ver
que todos estamos tan débiles que apenas podemos
llegar al borde de nuestro propio territorio?»
—Incluso si hubiéramos invadido su territorio —
maulló Hoja Ámbar—, que no lo hicimos, eso no les
da derecho a estar aquí. —Dio un paso amenazador
hacia los intrusos—. Lárguense ya.
—Oh, ¿no podemos quedarnos y echar un vistazo?
—Garra de Musaraña preguntó, su voz estaba llena
de decepción fingida—. Estas criaturas delgadas no
van a ser capaces de detenernos.
Sin decir una palabra, Fauces Amarillas y sus
compañeros de Clan se pusieron en línea de batalla.
Un rayo de ira atravesó a Fauces Amarillas. «¡El Clan
de la Sombra es fuerte! ¿Cómo se atreven los gatos
del Clan del Viento a hablarnos así?»
—Miren —Ojo Rayado comenzó—, saben que
están equivocados. Lárguense ahora y evitaremos una
pelea.
Los gatos del Clan del Viento no se movieron.
Fauces Amarillas sintió un hormigueo de tensión por
todo el cuerpo, desde las orejas hasta la punta de la
cola, y flexionó las garras.
—¿Y si no lo hacemos? —Garra Roja se burló—.
¿Nos van a comer?
Ojo Rayado dejó escapar un chillido y saltó
directamente al gato del Clan del Viento. El resto de
los gatos no tardaron más de un latido en seguirlos.
Pero cuando los dos gatos chocaron, Fauces Amarillas
sintió una sacudida de dolor en lo profundo de sus
huesos; se tambaleó, casi perdiendo el equilibrio.
Cola Alta se cernía sobre ella y Fauces Amarillas
luchaba por colocarse en la posición adecuada para
defenderse. A su lado, vio a Hoja Ámbar con sangre
brotando de un profundo arañazo en el costado.
Entonces Raya del Amanecer saltó de nuevo hacia ella
con sangre en las garras y Fauces Amarillas chilló de
dolor. Se desplomó en el suelo, con la mente llena de
visiones de mantos destrozados y sangre gorgoteando
en su garganta, ahogándola. Sentía las garras de Cola
Alta atravesándole el manto hasta la carne, pero solo
podía golpearle débilmente con las patas, como si
fuera una gatita asustada.
—Atrás, Cola Alta. —La voz de Raya del Amanecer
llegó a Fauces Amarillas a través de la niebla de dolor
—. Ya hemos hecho lo suficiente. Esto le enseñará a
estos gatos sarnosos a no invadir el territorio del Clan
del Viento.
Fauces Amarillas estaba demasiado maltratada
para hablar. Más allá del dolor, todo lo que podía
pensar era en que los gatos del Clan del Viento iban a
salirse con la suya invadiendo al Clan de la Sombra.
Entonces un estruendo de patas golpeó sus oídos,
cada vez más fuerte. Fue consciente de unos gatos
que saltaban a su lado, y percibió el olor de Manto
Mellado. «¡La otra patrulla está aquí!», se dio cuenta,
y empezó a temblar de alivio. Parpadeando para
alejar la oscuridad que intentaba absorberla, Fauces
Amarillas levantó la cabeza para ver a Manto Mellado
frente a los gatos del Clan del Viento.
—¡Largo! —gruñó—. Si creen que pueden venir
aquí y atacar a nuestros gatos, pueden pensarlo de
nuevo. Mis garras les demostrarán que están
equivocados.
—Es fácil decirlo —gruñó Raya del Amanecer.
Pero Fauces Amarillas vio que los gatos del Clan
del Viento también habían sufrido heridas; a Raya del
Amanecer le faltaba un mechón de pelo en el
hombro, mientras que Garra de Musaraña y Garra
Roja sangraban. Obviamente, no estaban en
condiciones para otra pelea.
—No se atrevan a poner una pata en nuestro
territorio otra vez. —Garra Roja estiró el cuello para
estar nariz a nariz con Manto Mellado—. U obtendrán
más de lo mismo.
Manto Mellado soltó un bufido despectivo.
—Me aterrorizas.
La única respuesta de Garra Roja fue una mirada
fulminante. Entonces los gatos del Clan del Viento
estaban retrocediendo, dirigiéndose al Sendero
Atronador y al túnel que los llevaría de vuelta a su
propio territorio.
Fauces Amarillas volvió a apoyar la cabeza en el
suelo. Podía sentir la sangre que salía de sus heridas,
así como la agonía de las heridas de los demás gatos.
Fue consciente de que Manto Mellado se inclinaba
sobre ella, y sintió su lengua rozando cálidamente sus
orejas.
—Vamos a llevarte de vuelta al campamento —
maulló.
—¡No! —Fauces Amarillas murmuró—. Ayuda a
Hoja Ámbar primero. Está muy herida.
Sintió la nariz de Manto Mellado tocar su oreja, y
su voz era inusualmente suave.
—Estúpida bola de pelos, deja de preocuparte por
todos los demás de una vez.
Con Manto Mellado a un lado y Patas de Helecho
al otro, Fauces Amarillas consiguió ponerse de pie y
volver tambaleándose al campamento. Cuando ella y
los otros gatos salieron al claro, sus compañeros de
Clan se abalanzaron sobre ellos, dejando escapar
aullidos de conmoción y angustia al ver lo malherida
que estaba la patrulla.
Flor Radiante corrió hacia Fauces Amarillas.
—¿Qué pasó? —preguntó, con los ojos muy
abiertos por la angustia—. Oh, Fauces Amarillas… Ven
directamente a Bigotes de Salvia a que te mire esas
heridas.
Caminó junto a Fauces Amarillas mientras Manto
Mellado y Patas de Helecho la llevaban a la guarida
de la curandera. Ojo Rayado se alejó cojeando con
Paso de Lobo para informar a Estrella de Cedro.
Algún gato había avisado a Bigotes de Salvia, quien
ya estaba recogiendo telarañas para detener la
hemorragia. Se agachó junto a Fauces Amarillas,
diciéndole a Flor Radiante que fuera con Hoja Ámbar
a la guarida de los guerreros.
—Ayuda a Hoja Ámbar a limpiar esos arañazos
— —le ordenó—. Iré a verla en cuanto me haya
ocupado de Fauces Amarillas.
Los otros gatos se fueron, y Bigotes de Salvia se
agachó junto a Fauces Amarillas.
—Esta vez es peor, ¿verdad? —preguntó.
Fauces Amarillas la miró y asintió.
Bigotes de Salvia entrecerró los ojos como si
estuviera pensando.
—Esta vez no solo sientes el dolor de otros gatos
—maulló mientras ponía telarañas sobre las heridas
de Fauces Amarillas. Pasó ligeramente la pata por los
arañazos del hombro de la guerrera—. Podrías
haberte defendido de este tipo de heridas, pero estás
malherida porque no te atreviste a luchar. Sabes
demasiado sobre el dolor como para infligirlo a otros
gatos. Y eso hace imposible que seas una guerrera. —
Hizo una pausa, y Fauces Amarillas se sorprendió por
la simpatía en sus ojos—. Es hora de enfrentar tu
destino —anunció Bigotes de Salvia—. Tienes que ser
una curandera.
18
La siguiente media luna transcurrió lenta como un
caracol. Fauces Amarillas permaneció en la guarida de
Bigotes de Salvia, recuperándose gradualmente de la
batalla con el Clan del Viento. A veces pensaba que
sus heridas nunca sanarían. Ansiaba estar en el
bosque, cazando para su Clan, pero se sentía
temblorosa cada vez que se ponía de pie. Y no podía
olvidar lo que Bigotes de Salvia le había dicho cuando
volvió de la pelea. «Tienes que ser una curandera…»
Una mañana estaba estirando la espalda,
deseando recuperar fuerzas, cuando Bigotes de Salvia
entró en la guarida con cara de preocupación.
—¿Qué pasa? —preguntó Fauces Amarillas.
Bigotes de Salvia agitó las orejas.
—Es Ortiga Manchada. Se está quedando sin leche
otra vez. Charca Nublada está cazando para ella, pero
hay muy pocas presas con este tiempo, y cuando
Charca Nublada atrapa algo, Ortiga Manchada no
parece quererlo.
—Eso no es bueno —comentó Fauces Amarillas—.
Se debilitará si no come.
Bigotes de Salvia asintió.
—Encuéntrame algo para abrirle el apetito,
¿quieres?
Fauces Amarillas se dirigió a los almacenes.
—La acedera debería ser buena para eso —
murmuró, medio para sí misma, recordando cómo
Bigotes de Salvia la había usado una vez para Fauces
de Lagarto cuando el veterano se negaba a comer.
Fue a destapar el agujero donde se guardaba la
hierba, metió la pata y sacó unas cuantas hojas
arrugadas, que tendió a Bigotes de Salvia.
—Gracias —maulló la curandera. Después de oler
las heridas de Fauces Amarillas, añadió—: Ya casi
están curadas. Estarás lo suficientemente bien como
para asistir a la ceremonia de guerrero de Zarpa
Bermeja y Guijarro.
—¿Los van a hacer guerreros? —Fauces Amarillas
exclamó—. ¿Pasaron su evaluación final?
Bigotes de Salvia asintió.
—Ayer.
—¡Han pasado tantas cosas desde que estoy
atrapada aquí! —Fauces Amarillas suspiró.
Bigotes de Salvia tomó las hierbas y le lanzó una
mirada aguda.
—Es solo la guarida de curandería, no el otro lado
de la luna —le señaló secamente—. Hay peores
lugares para estar, y a menudo es el mejor lugar para
saber lo que está pasando en cada rincón del
campamento.
Antes de que Fauces Amarillas pudiera responder,
Manto Mellado se metió entre las rocas. La gata gris
soltó un ronroneo complacido al verlo. La había
visitado todos los días desde la batalla, siempre
preguntando a Bigotes de Salvia cuándo podría volver
a sus deberes de guerrera.
—Hoy puede probar las piernas fuera del
campamento —anunció la curandera, adelantándose
a la inevitable pregunta antes de salir de la guarida
con las hojas de acedera para Ortiga Manchada.
Los ojos de Manto Mellado brillaron.
—¡Genial! Fauces Amarillas, ¿por qué no
caminamos hasta el gran roble?
La voz de Estrella de Cedro afuera los interrumpió.
—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para
cazar sus propias presas acudan aquí bajo la Roca del
Clan para una reunión!
—Debe ser hora de la ceremonia de Zarpa
Bermeja y Guijarro —maulló Fauces Amarillas.
Manto Mellado entrecerró los ojos, pero no dijo
nada. El resto del Clan ya estaba reunido en el claro.
Guijarro y Zarpa Bermeja estaban al frente, cerca de
la base de la Roca del Clan. Tenían las cabezas
levantadas, aunque ambos parecían nerviosos. Sus
mentores, Tormenta de Plumas y Ratón Alado,
estaban sentados uno al lado del otro.
Estrella de Cedro hizo una señal con la cola,
pidiendo silencio.
—Estos dos gatos —comenzó— vinieron a
nosotros desde el Poblado de los Dos Patas. Al
principio muchos de nosotros temíamos que no
encajaran en la vida del Clan. Me complace decir que
estábamos equivocados. Tormenta de Plumas, ¿ha
aprendido Zarpa Bermeja los caminos del Clan y ha
demostrado ser digna de convertirse en guerrera?
Tormenta de Plumas bajó la cabeza.
—Así es.
—Y Ratón Alado, ¿puedes decir lo mismo de
Guijarro?
—Es un verdadero gato del Clan de la Sombra —
Ratón Alado respondió.
Ambos aprendices parecieron hincharse de
orgullo. Estrella de Cedro bajó de la Roca del Clan
para pararse frente a ellos.
—Yo, Estrella de Cedro, líder del Clan de la
Sombra, solicito a mis antepasados guerreros que
observen a estos dos aprendices —comenzó el líder
del Clan—. Han entrenado duro para entender el
sistema de su noble código, y se los encomiendo a su
vez como guerreros. Zarpa Bermeja, Guijarro,
¿prometen respetar el código guerrero, y proteger y
defender a su Clan, incluso a costa de su vida?
—Lo prometo —Guijarro maulló; su voz se
transmitió con fuerza al resto del Clan.
—Lo prometo —juró Zarpa Bermeja en voz más
baja.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar —
continuó Estrella de Cedro—, les doy sus nombres de
guerreros. Zarpa Bermeja, a partir de este momento
serás conocida como Bermeja. El Clan Estelar honra
tu lealtad y valentía, y te damos la bienvenida como
guerrera de pleno derecho del Clan de la Sombra.
El gato mayor puso su hocico en la parte superior
de la cabeza de Bermeja, y ella se inclinó para lamerle
el hombro. Entonces Estrella de Cedro se volvió hacia
Guijarro.
—Sé que no deseas cambiar tu nombre —le
maulló—. El Clan Estelar verá que eres un guerrero
por lo que haces, más que por cómo te llamas.
Honran tu valentía y determinación, y te damos la
bienvenida como guerrero de pleno derecho del Clan
de la Sombra.
Fuertes aullidos de felicitación brotaron del Clan.
Los dos recién llegados, mirados con tanta
desconfianza al principio, claramente se habían
ganado su popularidad entre sus compañeros de
Clan.
—¡Bermeja! ¡Guijarro! ¡Bermeja! ¡Guijarro!
Pero Manto Mellado no se unió a los coreos. Se
quedó mirando con las mandíbulas firmemente
cerradas y una mirada de desaprobación. Fauces
Amarillas trató de aullar el doble de fuerte para
compensar su silencio, sabiendo que no tenía sentido
desafiarlo al respecto.
—¿Qué hay de ese paseo? —maulló Manto
Mellado cuando terminó la ceremonia y los gatos se
separaron para seguir con sus tareas—. Tal vez
podamos atrapar alguna presa por el camino.
—Bien —Fauces Amarillas contestó, poniéndose a
su lado—. Aunque no estoy segura de llegar hasta el
gran roble.
Sus heridas todavía le dolían, y sus piernas
estaban débiles por la falta de ejercicio, pero era
bueno respirar aire fresco y frío, y ver algo más que
las paredes de la guarida de curandería.
—Debemos volver a entrenarte para la batalla —
decidió Manto Mellado mientras caminaban por el
bosque—. Así la próxima vez que el Clan del Viento
ataque, estarás mejor preparada. He estado
pensando en algunos nuevos movimientos de lucha…
Fauces Amarillas escuchó con una sensación de
hundimiento en el vientre mientras él describía sus
ideas para mejorar sus habilidades.
—¿Y? ¿Qué te parece? —Manto Mellado preguntó
cuando hubo terminado.
—No-no estoy completamente curada todavía. —
Fauces Amarillas buscó excusas desesperadamente—.
Tal vez en otro cuarto de luna…
Manto Mellado se detuvo, con los bigotes
crispados.
—¡Los guerreros tienen que ser fuertes en todo
momento! —le recordó—. Solo te sientes débil
porque llevas demasiado tiempo sentada en un lecho.
Fauces Amarillas inclinó la cabeza.
—Sí, probablemente tengas razón.
Cuando ella y Manto Mellado regresaron al
campamento, Fauces Amarillas estaba agotada. Se
dirigió a la guarida de la curandera y se encontró con
Bigotes de Salvia al salir.
—Es la noche de la media luna —maulló Bigotes
de Salvia—. Iré a la Piedra Lunar a reunirme con los
otros curanderos.
—Espero que todo vaya bien —Fauces Amarillas le
dijo.
Pensó en como el curandero del Clan del Trueno
había estado haciendo preguntas sobre el Clan de la
Sombra en la última Asamblea, y se preguntó si
Bigotes Plumosos también interrogaría a Bigotes de
Salvia.
—Estoy segura de que estará bien —respondió
Bigotes de Salvia—. Fauces Amarillas, quiero que te
quedes en mi guarida una noche más. Mañana
podrás volver a la guarida de los guerreros.
—De acuerdo —aceptó Fauces Amarillas.
Manto Mellado tocó su nariz en su hombro.
—Vamos a comer primero —sugirió.
Después de compartir un campañol con él, Fauces
Amarillas se retiró a su lecho en la guarida de Bigotes
de Salvia. Tenía la cabeza desordenada por el
cansancio y, en cuanto se acurrucó en el musgo, se
quedó profundamente dormida.
Se despertó en la oscuridad con el sonido de un
maullido sobresaltado y un fuerte golpe en las
costillas cuando alguien tropezó con ella.
—Lo siento, Fauces Amarillas. Olvidé que estabas
ahí.
Era Charca Nublada; Fauces Amarillas distinguió su
manto claro a la luz de la media luna y olió el miedo
en su pelaje.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Es Pequeño Nube —Charca Nublada respondió
con ansiedad—. No para de vomitar; debe haber
comido algo malo cuando Ortiga Manchada no estaba
mirando. Vine a buscar unas hierbas que le ayudarán.
«La hierba equivocada podría matar a la pobre
criatura», Fauces Amarillas pensó, levantándose de su
lecho.
—Veré si puedo encontrarte algo —maulló.
«Milenrama no —decidió mientras caminaba
hacia los almacenes de hierbas—. Eso lo enfermará
más. Lo que necesitamos es sauce.»
Cuando metió una pata en el agujero donde se
guardaban las hojas de sauce, descubrió que solo
quedaba un pequeño fragmento.
—No hay mucho aquí —le dijo a Charca Nublada
—. Pero probablemente sea suficiente para un gatito
tan pequeño como Pequeño Nube.
Charca Nublada asintió, nerviosa.
—Lo que creas que es mejor, Fauces Amarillas.
Fauces Amarillas salió de la guarida con el trozo de
hoja en sus fauces. Un agrio olor a vómito la golpeó
en la garganta cuando entró en la maternidad. En la
penumbra distinguió a Ortiga Manchada agachada
sobre Pequeño Nube, quien estaba estirado en el
musgo, con el pelaje oscuro y lleno de sudor. Cuando
Fauces Amarillas se acercó, el vientre de la cría se
hinchó y empezó a tener arcadas, pero nada salió de
sus mandíbulas abiertas.
—No queda nada dentro de él —Charca Nublada
murmuró—. ¡Pobre cosita!
Ortiga Manchada levantó la mirada cuando las dos
gatas entraron.
—¡Por favor, tienen que traer a Bigotes de Salvia!
—suplicó—. Perdí a su hermana, no puedo soportar
perder a este también.
—Bigotes de Salvia se fue a la Piedra Lunar. Traje
algo para curarlo —maulló Fauces Amarillas, dejando
la hoja de sauce delante de Pequeño Nube.
—¿Qué estás haciendo? —Ortiga Manchada estiró
una pata y bloqueó a Fauces Amarillas—. No eres una
curandera. ¡Déjalo quieto! ¡Podrías empeorarlo!
—Está bien, Ortiga Manchada —maulló
suavemente Charca Nublada, apoyando la punta de la
cola en el hombro de la angustiada reina—. Fauces
Amarillas sabe qué hierba usar, y Bigotes de Salvia no
está aquí, así que no tenemos elección.
Ortiga Manchada dudó un momento y luego
retrocedió, dejando que Fauces Amarillas se acercara
a su hijo. Vio con ojos muy abiertos y preocupados
cómo Fauces Amarillas masticaba la hoja de sauce y
empujaba con cuidado la pulpa a la boca de Pequeño
Nube.
Pequeño Nube emitió un lastimero maullido.
—¡Puaj!
—No pasa nada —le consoló Fauces Amarillas,
masajeándole la garganta con una pata hasta
asegurarse de que se había tragado la hoja—. Sabe
asqueroso, pero pronto te sentirás mejor. Charca
Nublada, ¿me traes un poco de musgo empapado en
agua?
La gata gris y blanca asintió con la cabeza y
desapareció de la guarida. Volvió más rápido de lo
que Fauces Amarillas podría haber esperado,
trayendo un montón de musgo empapado en las
fauces. Se lo acercó a Pequeño Nube, quien aspiró el
agua con avidez. Fauces Amarillas pensó que ya
parecía un poco más animado. Arrancó parte del
musgo húmedo y lo utilizó para limpiarle la cara y las
orejas. Sin saber qué más hacer, se inclinó hacia el
gatito, presionando una de sus orejas contra su
vientre; podía oír un sonido agitado, casi como agua
cayendo en un estanque.
—Así es —le dijo—. Sigue bebiendo todo lo que
puedas.
Ortiga Manchada había observado cada
movimiento de Fauces Amarillas, como un halcón a
punto de abalanzarse sobre su presa. La gata gris
podía sentir su tensión y sabía que atacaría si algo
salía mal. Pero Pequeño Nube se estaba relajando
ahora, parpadeando a su madre.
—Quiero leche —maulló.
Ortiga Manchada se echó de lado y empezó a
acercarlo a ella con la cola.
Fauces Amarillas pensó rápido.
—No, no hagas eso —maulló—. Mantenlo con
agua por esta noche, para que su estómago descanse.
Pequeño Nube dejó escapar un maullido de
protesta, y Ortiga Manchada fulminó con la mirada a
Fauces Amarillas, luego asintió a regañadientes.
—Pero solo hasta el amanecer, hasta que Bigotes
de Salvia regrese —añadió.
Fauces Amarillas apartó el pedazo de lecho
empapado de vómito, y Charca Nublada trajo más
desde el otro lado de la maternidad antes de salir de
nuevo a buscar otro montón de musgo húmedo. Una
vez que Ortiga Manchada y Pequeño Nube estuvieron
cómodamente instalados, Fauces Amarillas se
marchó.
—Gracias —maulló Charca Nublada, siguiéndola
fuera de la maternidad—. Has sido muy valiente al
intervenir y ayudar. Estoy segura de que Pequeño
Nube estará bien hasta que Bigotes de Salvia vuelva.
—Eso espero —Fauces Amarillas murmuró,
volviendo a trompicones a la guarida de la curandera
y desplomándose en su lecho.
Apenas pareció pasar un latido antes de que la
despertara de nuevo alguien que le pinchaba las
costillas. Abrió los ojos y vio a Charca Nublada
inclinada sobre ella.
—¿Es Pequeño Nube? —preguntó, levantándose
de un salto—. ¿Está peor?
—No, está bien —la tranquilizó Charca Nublada—.
Durmió toda la noche, y ahora se retuerce como un
zorro en pleno ataque, pidiendo leche. Ortiga
Manchada no le dio —añadió—. Le está dando agua,
como dijiste.
Fauces Amarillas hizo una mueca. «No escuchen
mis consejos. ¡No soy una curandera!»
Siguió a Charca Nublada por el campamento hasta
la maternidad. El cielo del amanecer estaba lechoso y
pálido sobre el campamento, y soplaba una brisa
fresca que erizaba el espeso pelaje gris de Fauces
Amarillas. Ortiga Manchada seguía echada en su
lecho, mientras Pequeño Nube saltaba a su lado en el
musgo.
—¡Tengo hambre! —se quejó—. ¿Por qué no
puedo tomar leche? ¡Estuve enfermo ayer, no hoy!
—Está mucho mejor —Ortiga Manchada maulló,
con una inclinación de cabeza hacia Fauces Amarillas.
Sus ojos brillaban mientras miraba a su activo hijo.
De repente, la luz de la entrada de la maternidad
se cortó; Fauces Amarillas se giró y vio a Bigotes de
Salvia mirando hacia dentro.
—¿Qué es eso que escuché sobre Pequeño Nube?
—maulló—. A mí me parece que está bien.
—Ya está mejor —contestó Ortiga Manchada—.
Pero estaba muy enfermo anoche. Tenía miedo por
él.
—Le di sauce, y le dije a Ortiga Manchada que lo
mantuviera con agua durante la noche —explicó
Fauces Amarillas un poco nerviosa.
—¡Y tengo hambre! —Pequeño Nube repitió.
Bigotes de Salvia dejó escapar un suave ronroneo
de simpatía.
—Deja que se alimente un rato —le indicó a Ortiga
Manchada—. Pero Fauces Amarillas estuvo bien en
solo permitirle tomar agua hasta que su estómago se
hubiera asentado.
Después de que Bigotes de Salvia examinara a
Pequeño Nube y lo dejara mamando pacíficamente,
llevó a Fauces Amarillas de vuelta a su guarida.
—Lo hiciste bien —le dijo—. Sin ti, Pequeño Nube
no habría aguantado hasta que yo volviera.
Fauces Amarillas se encogió de hombros.
—Bueno, debo de haber aprendido algo sobre
hierbas, viviendo aquí tanto tiempo.
Bigotes de Salvia se enfrentó a ella con una mirada
de suave determinación.
—¿No crees que deberías dejar de evitar la
verdadera cuestión? —presionó—. Fauces Amarillas,
tu destino es ser una curandera. ¿Estás lista para
aceptarlo?
Fauces Amarillas sintió como si el suelo bajo sus
patas cediera.
—¡Soy una guerrera! —protestó ella—. Soy
demasiado vieja para volver a ser una aprendiza.
—Tonterías —maulló enérgicamente Bigotes de
Salvia—. Serás una mejor curandera por haber tenido
más experiencia. Sabes exactamente lo que es
participar en una pelea, y qué heridas duelen más.
También tienes buena memoria para las hierbas, lo
demostraste cuando le llevaste la hoja de sauce a
Pequeño Nube. Y tienes el valor de actuar según tus
instintos.
Con cada palabra que decía la curandera, Fauces
Amarillas se volvía más y más reacia. «No voy a hacer
esto. ¡No puede obligarme!»
—¡Solo crees que debo entrenar contigo porque
puedo decirte cuando los gatos sienten dolor! —
soltó.
Bigotes de Salvia miró seriamente a Fauces
Amarillas.
—Tienes una habilidad con la que nunca me había
cruzado —maulló—. No conozco a ningún otro gato,
ni siquiera a los curanderos, que pueda sentir el dolor
de los demás como tú. Se te dio por una razón, y solo
puedo pensar que significa que tú también deberías
convertirte en curandera.
Fauces Amarillas se sobresaltó por la nota sombría
en la voz de Bigotes de Salvia; la hizo sentir
incómoda.
—Yo no pedí esto —susurró.
—Ninguno de nosotros pide su destino —Bigotes
de Salvia señaló—. Solo el Clan Estelar sabe la razón
detrás de los caminos que debemos recorrer.
—N-necesito tiempo para pensarlo.
—¡No! —La voz de Bigotes de Salvia fue
inesperadamente contundente—. ¡Ya has tenido
suficiente tiempo! Ten el valor de hacerlo. Te ayudaré
en cada paso del camino, pero no puedes seguir
escondiéndote de ello. Debemos empezar ahora,
porque no estaré aquí para siempre.
Fauces Amarillas sintió un repentino escalofrío en
el corazón. «Bigotes de Salvia se está haciendo vieja,
y nunca ha tenido un aprendiz. ¿Qué haría el Clan de
la Sombra sin un curandero?»
Desde que era una gatita, Fauces Amarillas había
querido ser la mejor guerrera posible, para servir a su
Clan. Ahora tenía que enfrentarse al hecho de que
podría servir mejor a su Clan dirigiendo sus patas
hacia otro camino.
—Bueno. —La única palabra requirió un enorme
esfuerzo, y su voz tembló mientras continuaba—. Si
Estrella de Cedro está de acuerdo, me convertiré en
tu aprendiza.
—Gracias —maulló la curandera—. Hablaré con
Estrella de Cedro ahora. —La vieja gata miró
sagazmente a Fauces Amarillas—. Deberías ir a
decírselo a Manto Mellado, ¿no crees? Las cosas van
a ser muy diferentes ahora.
Fauces Amarillas sintió un hueco en el vientre, y
un dolor peor que las punzadas de hambre. No había
pensado en el efecto que eso tendría en su futuro con
Manto Mellado. Inclinando la cabeza hacia Bigotes de
Salvia, Fauces Amarillas salió de la guarida. Su pelaje
ardía de incomodidad mientras buscaba a su pareja.
Él no estaba en el campamento, pero cuando ella se
dirigió al lugar de entrenamiento oyó su voz alzada en
un aullido salvaje, y la voz de Cola de Cuervo
respondiendo en protesta:
—¡Hey, cuidado! ¡No estás luchando contra gatos
del Clan del Viento ahora!
Fauces Amarillas llegó al claro para ver a Manto
Mellado y Cola de Cuervo frente a frente, con los
pechos agitados y las colas dando azotes.
—Siento interrumpir —dijo—. Cola de Cuervo,
tengo que hablar con Manto Mellado.
La gata atigrada negra se relajó.
—Bien —resopló—. Estábamos a punto de
terminar aquí de todos modos. Esa última voltereta y
giro funcionó muy bien, Manto Mellado. —Con una
inclinación de cabeza se dirigió hacia el campamento.
El gato atigrado se acercó a Fauces Amarillas;
podía ver que la emoción de la práctica aún lo
invadía.
—¿Vas a volver a tus deberes de guerrera? —
preguntó.
—No. —Fauces Amarillas lo miró, dándose cuenta
de nuevo de lo mucho que significaba para ella.
Las palabras se le atascaron en la garganta como
un pedazo de cuervo viejo. «Tengo que acabar con
todo… y nunca he estado menos segura de una
decisión en mi vida.»
—Voy a convertirme en la aprendiza de Bigotes de
Salvia —susurró—. Lo siento mucho.
Manto Mellado la miró fijamente.
—No es gracioso —maulló.
—No estoy bromeando.
El siguiente latido de silencio conmocionado
pareció extenderse por una luna. Entonces Manto
Mellado echó la cabeza hacia atrás y lanzó un aullido
furioso hacia los árboles sin hojas.
—¿Es porque eres una cobarde? —gruñó—. ¿La
pelea con el Clan del Viento te asustó demasiado?
—¡Nunca! —Fauces Amarillas le respondió—.
Simplemente no puedo infligir dolor a otros gatos, ya
no. Bigotes de Salvia dice que este es mi destino.
—Me perderás a mí y también a tu vida como
guerrera —le recordó Manto Mellado—. ¡Pensé que
te importaba! Pensé que querías pasar tu vida
conmigo. Incluso pensé que algún día tendríamos
cachorros.
—Yo pensaba lo mismo —Fauces Amarillas maulló,
sintiendo que se le partía el corazón—. ¡Me importas
mucho! Pero no tengo elección.
—Siempre tienes elección —gruñó Manto
Mellado, dándole la espalda—. Y pensé que me
habías elegido a mí.
19
—¿Estás segura de esto, Fauces Amarillas?
Fauces Amarillas se movió en las hojas que
cubrían el suelo de la guarida de Estrella de Cedro. El
líder del Clan la había citado allí en cuanto volvió de
hablar con Manto Mellado.
—Quiero estar segura de que has pensado bien en
esta decisión —continuó Estrella de Cedro—.
Necesito saber que no te asustaste por la escaramuza
contra el Clan del Viento, o que no estás perturbada
por el hambre. Esto sucede cada vez que la estación
sin hojas es más larga y fría de lo habitual, y ni
siquiera los curanderos tienen el poder de alimentar
al Clan. —Su tono fue inesperadamente amable—.
Bigotes de Salvia cree que este es tu destino —añadió
—. ¿Tú también lo crees?
Fauces Amarillas asintió.
—He pensado mucho en esto, Estrella de Cedro, y
realmente creo que es el camino que estoy destinada
a recorrer. —Esperaba no tener que hablar de la
forma en que compartía el dolor con todos los gatos
del Clan.
Para su alivio, Estrella de Cedro no dijo nada al
respecto.
—Me alegro de que Bigotes de Salvia haya
encontrado una aprendiza —el gato maulló—. Y
nunca debes sentir tu tiempo y entrenamiento como
guerrera desperdiciado. Estarás en mejor posición
para entender lo rápido que los guerreros quieren
curarse. —Su cálida mirada se posó en ella—. Buena
suerte para ti, Fauces Amarillas. Sé que Bigotes de
Salvia será una excelente mentora.
Inclinando la cabeza hacia el líder del Clan, Fauces
Amarillas se levantó y salió de la guarida. Estrella de
Cedro la siguió, saltó sobre la Roca del Clan y convocó
al Clan con un aullido. Fauces Amarillas se quedó de
pie en la base de la roca, sintiendo como si la mirada
de todos los gatos estuviera fija en ella mientras
salían de sus guaridas con murmullos de sorpresa por
la inesperado reunión. Bigotes de Salvia fue a
sentarse justo delante; Fauces Amarillas pensó que
parecía contenta pero agotada, como una gata que
acabara de luchar ferozmente y ganar una batalla.
—Tengo buenas noticias para el Clan —anunció
Estrella de Cedro cuando todos los gatos estuvieron
reunidos—. Fauces Amarillas se volverá la aprendiza
de Bigotes de Salvia, y la próxima curandera del Clan
de la Sombra.
Un silencio absoluto recibió a su anuncio. La
vergüenza de Fauces Amarillas creció; deseaba
escabullirse de toda la atención. Había visto a Manto
Mellado al fondo de la multitud, y podía sentir el
calor de su mirada fulminante incluso desde allí.
«Ojalá pudiera decirle que mis sentimientos por él no
han desaparecido. Pero ahora debo seguir el código
de los curanderos, y eso significa que nunca podré
tener pareja. Todo el Clan debe significar tanto para
mí como lo harían mis propios cachorros.»
Su mirada recorrió a sus compañeros de Clan,
viejos y jóvenes, todos la miraban fijamente. El suelo
parecía hundirse bajo ella. Entonces Flor Radiante se
levantó de un salto y saltó hacia ella, seguida de cerca
por Patas de Helecho.
—¡Esto es maravilloso! —exclamó Flor Radiante,
apretando el hocico contra el hombro de Fauces
Amarillas—. La próxima curandera, ¡qué honor!
—Felicidades —Patas de Helecho añadió, bajando
la cabeza—. Sé que lo harás muy bien.
Bigotes de Nuez y Baya de Serbal se abrieron paso
entre los gatos para llegar al lado de Fauces Amarillas.
Bigotes de Nuez la miró con una mezcla de asombro y
miedo en los ojos.
—¡Wow, vas a hablar con el Clan Estelar! —exhaló.
Baya de Serbal parecía dolida mientras rozaba
mantos con su hermana.
—¡Eras mi mejor amiga! —maulló.
—Seguiré aquí —le recordó Fauces Amarillas—.
Podemos seguir siendo amigas.
Baya de Serbal negó con la cabeza.
—No será lo mismo.
Fauces Amarillas sintió una ola de soledad cuando
se dio cuenta de que su relación con Manto Mellado
no era todo lo que había perdido. Pero la pata de
Bigotes de Salvia le dio un golpecito en el hombro, sin
darle tiempo a pensar en lo que había cambiado.
—Vamos —maulló la curandera—. Tenemos
trabajo que hacer.
La condujo de vuelta a su guarida. Fauces
Amarillas se sentó frente a ella, sintiéndose pequeña
y aprensiva. «¡Hay tantas cosas que no sé!»
—Tu primera tarea —empezó Bigotes de Salvia—,
va a ser controlar tus sentimientos cuando otros
gatos están enfermos y sufren.
Fauces Amarillas parpadeó sorprendida. «¡Creí
que tenía que hacer esto ya que tengo estos
sentimientos!»
—No puedo ser de mucha ayuda —Bigotes de
Salvia continuó—, porque no sé lo que experimentas
realmente, pero ¿hay alguna forma de que puedas
bloquear el dolor que viene de fuera?
Fauces Amarillas se lo pensó mucho.
—Es difícil saber cuando no está sucediendo —
explicó—. Pero creo que podría ser capaz de
bloquearlo si me concentro en mí misma: que estoy
sana, que no tengo dolor y que puedo tratar los
síntomas de este gato.
Bigotes de Salvia asintió.
—Eso suena bien. No podemos probarlo hasta que
haya un gato con dolor en el Clan, pero deberías
practicar concentrándote en ti misma. A ver si puedes
limitar tus sentimientos a tu propio cuerpo.
—Lo intentaré.
«Pero eso es como pedirme que me concentre en
respirar. No pienso en ello, ¡simplemente sucede!»
—Bien —maulló la curandera—. Ahora, quiero que
limpies el almacén de hierbas y deseches cualquier
hoja muerta. Puedes identificar lo que tenemos y
cuándo se usaría, y pensar qué necesitamos
encontrar en el bosque.
«Ese es un trabajo enorme», pensó Fauces
Amarillas alarmada.
—Pero antes de eso —Bigotes de Salvia continuó
—, mi lecho necesita más musgo, y necesitas ordenar
el tuyo ahora que vas a dormir aquí
permanentemente.
Fauces Amarillas miró fijamente a su mentor.
—¡Esas son tareas de aprendiz! —objetó.
—Y tú eres una aprendiza —Bigotes de Salvia
replicó—. Voy a ver cómo están Ortiga Manchada y
Pequeño Nube, así que puedes ponerte patas a la
obra con los lechos. —Sin esperar respuesta, salió de
la guarida.
Fauces Amarillas arañó los viejos lechos en un
aturdimiento amotinado, arrastrándolos hacia el claro
en el sol agudo y helado que no daba calor. Mientras
recogía el musgo y los helechos, oyó toser a un gato
detrás de ella, y miró por encima de su hombro para
ver a Corazón de Raposa.
—¡Esos lechos están muy polvorientos! —exclamó
la guerrera naranja con otra tos exagerada—. ¿No
puedes hacer eso en otro lugar donde no moleste a
los guerreros?
Fauces Amarillas intentó ignorarla, pero Corazón
de Raposa no había terminado de burlarse de ella.
—¡Es un trabajo tan aburrido! —continuó con
falsa simpatía—. ¡No querría volver a ser una
aprendiza, de ninguna forma! ¿También tendrás que
revisar a los veteranos en busca de garrapatas? —
Cuando Fauces Amarillas no respondió, la gata añadió
—: Después de todo, ahora no hay aprendices de
guerrero en el Clan. Wow, ¡vas a estar muy ocupada!
—Le dio la cola a Fauces Amarillas y echó a correr.
Ardiendo de indignación, Fauces Amarillas arrastró
los viejos lechos hasta el bosque, donde los metió
debajo de una mata de zarzas. Mientras tropezaba
entre la maleza, recogiendo musgo fresco y helechos
secos, se sentía cada vez más resentida. «¡Bigotes de
Salvia solo quería a alguien que le hiciera el trabajo
sucio! ¡Nunca creí que mi destino incluiría este tipo de
cosas! ¡Espero que el Clan Estelar hable con Bigotes
de Salvia y la haga tratarme con más respeto!»
Resoplando bajo su carga de material de lecho
nuevo, Fauces Amarillas regresó al campamento. Su
corazón se hundió cuando vio a Raya de Lagartija de
pie cerca del montón de carne fresca.
—¡Hey, Fauces Amarillas! —la guerrera atigrada la
llamó—. ¿Podrías limpiar mi lecho también? Me
gustaría tener más plumas, por favor. Y creo que a los
veteranos les gustaría que les llevaras algo de carne
fresca.
Fauces Amarillas estaba demasiado cansada y
enojada para contestar. Intentó pasar con la cabeza
en alto a pesar de llevar un montón tan grande.
Entonces vio a Colmillo de Piedra fuera de la guarida
de los guerreros.
—Raya de Lagartija, ¿qué haces? —le preguntó
con voz molesta—. Se supone que estás de patrulla
de caza. Cola de Rana te está esperando.
Con un siseo de fastidio, Raya de Lagartija se
marchó.
Colmillo de Piedra se acercó a Fauces Amarillas.
—Lo estás haciendo muy bien —maulló—. No te
preocupes, estos guerreros cerebros de ratón se
acostumbrarán a esto en un par de días, cuando otra
cosa les llame la atención. —Dejó escapar un
ronroneo áspero—. Creo que serás una buena
curandera, Fauces Amarillas. Y recuerda esto: cuando
acabe tu aprendizaje, gatos como Corazón de Raposa
y Raya de Lagartija acudirán a ti en busca de ayuda.
Fauces Amarillas se sintió reconfortada por el tono
amable del lugarteniente y el brillo de sus ojos.
—Gracias, Colmillo de Piedra —le murmuró,
luchando con la carga hacia la guarida de la
curandera.
Cuando hubo armado dos acogedores lechos
nuevos, Fauces Amarillas se sentó a respirar. Empezó
a asimilar la enorme decisión que había tomado. Esta
sería su vida de ahora en adelante. Estaría separada
de sus compañeros de Clan, aislada por sus
conocimientos y su conexión con el Clan Estelar, y aun
así sería la gata a la que acudirían primero si
estuvieran enfermos o heridos. Empezó a echar un
vistazo a la guarida, observándola realmente por
primera vez y preguntándose si habría algo que
quisiera cambiar. Su mirada recorrió los almacenes de
hierbas. «Me pregunto si podríamos hacer un hueco
en algún lugar para almacenar musgo para remojar.
Sería mucho más rápido que salir del campamento. Y
podríamos mantener secas las telarañas si las
colgáramos de las espinas de allí.»
—Oh, Clan Estelar —susurró—, si puedes oírme,
creo que estoy bien con esto. Puedo ser una
curandera, si eso es lo que quieren.
Por un momento, sintió que gatos con mantos
perfumados de hierbas la rozaban, recibiéndola en la
larga línea de curanderos que habían cuidado de su
Clan temporada tras temporada.
Unas pisadas sonaron detrás de ella cuando
Bigotes de Salvia volvió a la guarida
—¿Qué estás haciendo? —la regañó—. ¿Por qué
no sacaste las hierbas todavía?
—Estaba a punto de hacerlo —se defendió Fauces
Amarillas.
—Bueno, tienes que trabajar más rápido.
Tragándose una réplica mordaz, Fauces Amarillas
se acercó a los almacenes de hierbas. Con Bigotes de
Salvia mirando, empezó a sacar hierbas y a
clasificarlas en montones.
—No, eso es borraja —la corrigió Bigotes de Salvia
—. Va con las otras hierbas para la fiebre, como el
diente de león.
—De acuerdo. —Fauces Amarillas movió las hojas
de una pila a otra.
—Y sé un poco más suave con ellas —advirtió la
gata blanca—. La mayoría de estas están tan secas
que se desharán si las tratas con brusquedad.
Las patas de Fauces Amarillas hormigueaban con
una mezcla de molestia y vergüenza. Siguió
clasificando hierbas, muy consciente de la mirada
atenta de Bigotes de Salvia.
—¿Cómo usarías esas hojas de margarita para un
dolor de espalda? —preguntó Bigotes de Salvia al
cabo de un rato.
—Em… dáselas al gato para que se las coma, y…
—¡No! —Bigotes de Salvia interrumpió—.
Mastícalas y haz con ellas una cataplasma, luego
sujétala con telarañas.
La irritación de Fauces Amarillas se desbordó.
—¡Deja de meterme prisa! —espetó—.
Aprenderé, pero tienes que darme una oportunidad.
Bigotes de Salvia soltó un bufido, pero Fauces
Amarillas estaba convencida de que parecía un poco
culpable.
—Creía que sabías más que eso —murmuró la
gata.
—¿Cómo podría? —Fauces Amarillas maulló—.
Soy una guerrera. Puedo sentir cuando los gatos
están sufriendo, pero no sé cómo hacer que mejoren.
Solo sabía lo de la hoja de sauce porque te vi darle
una a Fauces de Lagarto una vez cuando estaba
vomitando.
Bigotes de Salvia asintió.
—Bien, empecemos de nuevo. Y nos centraremos
en las hierbas que alivian el dolor, antes de pensar en
hierbas que curan infecciones, dan fuerza o detienen
la tos.
La cabeza de Fauces Amarillas dio vueltas. «¡Hay
tanto que aprender! ¡El entrenamiento de guerrero
era mucho más fácil que esto!»

La media luna flotaba en el cielo como una pluma


de plata mientras Fauces Amarillas seguía a Bigotes
de Salvia por las colinas hacia las Rocas Altas. Su
vientre se revolvía de nervios al recordar la última vez
que había visitado la Piedra Lunar, con Salto de
Cierva. «Tuve sueños tan horribles allí… ¡Oh, Clan
Estelar, por favor, no me hagas pasar por eso otra
vez!»
Se sintió nerviosa de otra manera cuando ella y su
mentora se acercaron a la Boca Materna y vio a los
otros curanderos esperando fuera. Sus almohadillas
se erizaron de aprensión; ¿qué le dirían?
Mientras Bigotes de Salvia y ella subían la última
cuesta, una elegante gata blanca con manchas negras
en el manto salió a su encuentro. Su mirada azul se
posó en Fauces Amarillas con amistoso interés.
—Saludos, Bigotes de Salvia —maulló—. ¡No me
digas que finalmente has encontrado una aprendiza!
Bigotes de Salvia lanzó una mirada orgullosa a
Fauces Amarillas.
—Gracias al Clan Estelar. Esta es Fauces Amarillas.
La gata blanca dio la bienvenida a Fauces
Amarillas.
—Soy Zarzal de Bayas, la curandera del Clan del
Río —le dijo—. Ven a conocer a los demás.
Fauces Amarillas caminó junto a Zarzal de Bayas
hacia el agujero en la ladera, mientras que Bigotes de
Salvia las seguía un paso por detrás. Su mirada
recorrió a los otros tres curanderos. Dos de ellos
estaban muy juntos: un viejo gato gris moteado cuya
mirada azul claro la miraba sin interés, y un gato más
joven de manto plateado con una cola peluda. «Lo vi
una vez en una Asamblea, hablando con Bigotes de
Salvia», recordó Fauces Amarillas.
—Esta es Fauces Amarillas —anunció Zarzal de
Bayas mientras se acercaban a los demás.
—Mi nueva aprendiza —Bigotes de Salvia añadió
—. Fauces Amarillas, estos son Pluma de Ganso y
Bigotes Plumosos del Clan del Trueno, y Corazón de
Halcón del Clan del Viento.
Fauces Amarillas bajó la cabeza cortésmente.
—Saludos —maulló.
—Bienvenida —contestó Bigotes Plumosos—.
Siempre es bueno recibir a un nuevo curandero.
—Gr-gracias —Fauces Amarillas balbuceó—. Hay
mucho que aprender, pero me alegra estar aquí.
—Fauces Amarillas. —Corazón de Halcón, un gato
marrón oscuro moteado, dio un paso adelante—. Ya
tienes tu nombre completo, así que debes haber sido
una guerrera antes de decidir seguir el camino de un
curandero.
Fauces Amarillas asintió. «¿Eso está mal?», se
preguntó.
—Yo primero fui un guerrero, como tú —continuó
Corazón de Halcón para sorpresa de Fauces Amarillas
—. Encontré mi entrenamiento guerrero muy útil, y
espero que tú también lo hagas.
—Estamos desperdiciando la luz de la luna —
Pluma de Ganso interrumpió con irritación—. ¿Vamos
a quedarnos aquí chismorreando toda la noche?
«Yo también estoy encantada de conocerte»,
pensó Fauces Amarillas mientras seguía a Bigotes de
Salvia hacia el túnel.
La cueva de la Piedra Lunar ya estaba empapada
de una brillante luz plateada cuando llegaron los
curanderos. Bigotes de Salvia se acercó a la base de la
piedra y le hizo señas con la cola a Fauces Amarillas
para que la acompañara. Los otros curanderos se
sentaron a unas cuantas colas de distancia.
—Fauces Amarillas —empezó Bigotes de Salvia—,
¿es tu deseo compartir el conocimiento más
profundo del Clan Estelar como una curandera del
Clan de la Sombra?
Fauces Amarillas tragó saliva.
—Lo es.
La mirada de Bigotes de Salvia se posó
cálidamente en Fauces Amarillas mientras
continuaba.
—Guerreros del Clan Estelar, les presento a esta
gata. Ella ha demostrado un gran coraje al apartarse
del camino de un guerrero. Mi orgullo por ella no
podría ser mayor. Concédanle su sabiduría y
perspicacia para que pueda entender sus caminos y
sanar a su Clan de acuerdo con su voluntad. —
Haciendo señas a Fauces Amarillas para que se
acercara de nuevo, añadió—: Ahora échate y aprieta
la nariz contra la piedra.
El miedo inundó de nuevo a Fauces Amarillas
mientras obedecía. Cerró los ojos y sintió que la
envolvía un frío glacial. Fue como si flotara en la
oscuridad; la piedra, la cueva y sus compañeros
curanderos desaparecieron.
Entonces sintió que sus patas pisaban tierra firme.
Abrió los ojos, parpadeó y miró a su alrededor. Estaba
en un exuberante claro, con un arroyo que lo
atravesaba y flores de todos los colores esparcidas
por el pasto. Los árboles llenos de hojas rodeaban el
espacio abierto y sus ramas se agitaban con una brisa
cálida que traía aromas de crecimiento y presas
abundantes. Todo estaba bañado por la luz del sol.
Fauces Amarillas se levantó y se estiró. Esperaba
encontrar gatos del Clan Estelar esperándola, pero
estaba sola. «¿Qué se supone que debo hacer
ahora?»
Un movimiento captó su mirada y se dio cuenta de
que alguien se acercaba a través de los árboles.
Cuando salió al descubierto, Fauces Amarillas vio que
era una gata naranja y gris, de pelaje espeso y
brillante, con ojos brillantes y una capa de escarcha
de luz de estrellas alrededor de las patas. Fauces
Amarillas se sorprendió al reconocerla.
—¡Flama Plateada!
Tropezando un poco, corrió hacia delante para
entrechocar narices con la gata que había visto por
última vez cuando era una veterana escuálida y
atormentada por el dolor.
—Saludos, Fauces Amarillas —ronroneó Flama
Plateada—. Me alegra haber sido elegida para darte
la bienvenida al Clan Estelar. Es un honor verte aquí,
¡y además como curandera!
—Es genial verte a ti también —Fauces Amarillas
contestó, confundida—. Pero esperaba ver a otro
curandero. ¿No estoy aquí para aprender cosas?
Flama Plateada inclinó la cabeza.
—Bigotes de Salvia te enseñará todo lo que
necesites saber sobre hierbas —le maulló—. Pero
yo…
—¡Entonces vas a enviarme presagios! —Fauces
Amarillas interrumpió, con un hormigueo de emoción
en las almohadillas.
—No siempre funciona así. —Había una nota de
pesar en la voz de Flama Plateada—. Más que nada,
un curandero necesita tener valor en sus propios
instintos.
Ahora Fauces Amarillas estaba aun más
confundida.
—Pero me visitarás, ¿verdad? —preguntó ansiosa
—. ¿Y si no sé las respuestas?
Flama Plateada tocó ligeramente la oreja de
Fauces Amarillas con la nariz.
—Siempre estaré contigo —prometió—, pero
primero debes confiar en ti misma.
Fauces Amarillas parpadeó.
—No lo entiendo.
—Yo velaré por ti —le aseguró la gata del Clan
Estelar—. Tomes las decisiones que tomes, no estás
sola. Tengo fe en ti, en tus decisiones y en tu destino.
Mientras hablaba, comenzó a desvanecerse, los
contornos de su cuerpo se perdieron en un brillo de
estrellas.
—¡No te vayas! —gritó Fauces Amarillas.
Pero Flama Plateada se había desvanecido, y un
latido después Fauces Amarillas abrió los ojos y se
encontró de nuevo en la cueva de la Piedra Lunar, con
los otros curanderos soñando a su lado. Se levantó y
se alejó de la Piedra Lunar, sacudiéndose el pelaje.
Había escapado de los terribles sueños de su última
visita, pero su encuentro con Flama Plateada había
estado muy lejos de lo que esperaba. «¿De verdad se
supone que tome mis decisiones sola, sin la guía del
Clan Estelar?» Sin embargo, Flama Plateada había
dicho que tenía fe en Fauces Amarillas. Si dudaba de
sí misma, estaría defraudando a Flama Plateada.
«Haré que te sientas orgullosa de mí —juró Fauces
Amarillas a su querida ex compañera de Clan—. Ya lo
verás.»

Fauces Amarillas sacó un montón de telarañas y


empezó a colgarlas en las espinas para que se
secaran. Había sido una aprendiza de curandera por
cinco amaneceres, y se sintió complacida de que
Bigotes de Salvia hubiera aprobado su sugerencia de
qué hacer con las telarañas. Un dolor repentino se
clavó en su pata. Al principio pensó que se había
clavado una de las espinas del arbusto, pero cuando
se miró las almohadillas no tenían ninguna marca. «Es
de otro gato, entonces.»
Fauces Amarillas se volvió para ver a Vuelo de
Pinzón cojeando entre las rocas, con una pata
delantera en el aire. Estuvo a punto de exclamar: «Te
clavaste una espina, ¿verdad?», antes de recordar
que no se suponía que supiera de las heridas hasta
que el gato herido se lo dijera.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.
Vuelo de Pinzón miró a su alrededor.
—Buscaba a Bigotes de Salvia —le dijo, y luego
añadió dubitativo—: Pero ahora eres aprendiza de
curandera, así que supongo que servirás.
«Gracias por tu confianza», pensó Fauces
Amarillas.
Se estremeció cuando Vuelo de Pinzón se acercó
cojeando y le tendió la pata para que la
inspeccionara. Entonces recordó que había hablado
con Bigotes de Salvia sobre bloquear sus
sentimientos, y fue consciente de sus propias patas.
«Están todas bien. No tengo espinas. Puedo sentir
tierra suave bajo mis almohadillas, nada más.» El
dolor de Vuelo de Pinzón se desvaneció; Fauces
Amarillas seguía siendo consciente de él, pero solo
como un débil rastro en el fondo de su mente.
«¡Funcionó! Ahora puedo examinar la pata de Vuelo
de Pinzón sin que mi propio dolor se interponga.»
En cuanto examinó la almohadilla del gato blanco
y negro, Fauces Amarillas vio la punta de la espina
asomando.
—Se ve mal —maulló—. Debe doler mucho.
—Es una molestia —respondió Vuelo de Pinzón,
encogiéndose de hombros—. Se suponía que tenía
que salir a patrullar. Patas de Helecho va a dirigir una
incursión al vertedero, para cazar ratas.
Fauces Amarillas se estremeció, recordando
cuando había participado en la última incursión de
ratas.
—Es una pena que no puedas ir —coincidió—.
Patas de Helecho necesitará a todos los gatos.
Ella había visto a Bigotes de Salvia quitando
espinas antes, así que sabía qué hacer. Lamió la pata
de Vuelo de Pinzón a fondo alrededor de la espina,
luego trató de atraparla con los dientes. Pero estaba
profundamente clavada, y Fauces Amarillas cerró
accidentalmente los dientes en la parte blanda de la
almohadilla de Vuelo de Pinzón. El gato saltó hacia
atrás con un aullido, y Fauces Amarillas sintió su dolor
inundar su propia pata de nuevo.
—Lo siento —jadeó.
Para su alivio, Bigotes de Salvia apareció en la
entrada de la guarida.
—¿Qué es todo esto? —preguntó la curandera.
Fauces Amarillas le explicó rápidamente.
—Ahora me encargo yo —maulló Bigotes de Salvia
asintiendo con la cabeza—. Pero hiciste exactamente
lo correcto, Fauces Amarillas.
—¡No cuando me mordió! —gruñó Vuelo de
Pinzón.
Una vez que Bigotes de Salvia hubo extraído la
espina y enviado a Vuelo de Pinzón a alcanzar a su
patrulla, se volvió hacia Fauces Amarillas.
—La cosa es no apresurarse —aconsejó—. Sigue
lamiendo. Si presionas con la lengua la parte exterior
de la almohadilla que rodea la espina, a menudo
saldrá un poco y entonces podrás agarrarla con más
facilidad.
—Gracias —maulló Fauces Amarillas—. Lo
recordaré.
Bigotes de Salvia dudó, y luego preguntó:
—¿Cómo te fue con el bloqueo del dolor?
—Funcionó muy bien —contestó Fauces Amarillas
—. Lo tenía bajo control hasta que mordí a Vuelo de
Pinzón, y entonces no pude concentrarme en
mantener fuera también ese dolor.
Bigotes de Salvia apoyó cómodamente la punta de
la cola en el hombro de Fauces Amarillas.
—Llevará tiempo —murmuró—. Solo sigue
intentándolo.

El sol estaba saliendo por encima de los árboles


cuando Fauces Amarillas se dirigió a la maternidad
para ver cómo estaba Pequeño Nube. Obviamente
estaba en perfecto estado de salud, retorciéndose en
la maternidad y saltando sobre lo que pretendía que
eran ratones.
—Voy a ser el mejor cazador del Clan de la Sombra
—anunció.
—Seguro que sí —Ortiga Manchada ronroneó,
mirando a su hijo—. Está completamente mejor —
añadió a Fauces Amarillas, quien era consciente de la
nueva nota de respeto en su tono—. Esa hoja de
sauce lo curó, tal como dijiste. Y ha crecido tanto en
este último cuarto de luna.
—Me alegra —comenzó Fauces Amarillas—.
Debería…
Se interrumpió al oír aullidos en la entrada del
campamento. Al mismo tiempo, una oleada de dolor
la inundó: heridas punzantes y el dolor sordo de
arañazos.
—¿Qué pasa? —Ortiga Manchada gritó,
incorporándose alarmada y acercando a Pequeño
Nube con la cola.
En un abrir y cerrar de ojos, Fauces Amarillas se
obligó a concentrarse en la ausencia de heridas en su
propio cuerpo, hasta que el dolor remitió. «No estoy
herida. El dolor no es mío.» Una vez que lo tuvo bajo
control, se apresuró a salir de la maternidad. Bigotes
de Salvia acababa de salir de su guarida. Juntas, ella y
Fauces Amarillas cruzaron el campamento para
reunirse con los gatos que regresaban. Fauces
Amarillas oía la sangre correr por sus oídos. «¡Mis
compañeros de Clan están heridos! Pero yo soy su
curandera: ¡Puedo ayudarlos!»
20
Patas de Helecho y Salto de Cierva salieron a toda
velocidad del túnel con Brinco de Sapo, Ráfaga
Abrasadora, Baya de Serbal y Vuelo de Pinzón
pisándoles los talones. Fauces Amarillas pudo ver que
todos tenían arañazos y marcas de mordiscos.
—¿Qué pasó? —preguntó Bigotes de Salvia.
—Las ratas, eso pasó —Ráfaga Abrasadora gruñó.
Baya de Serbal se estremeció.
—¡Muchas ratas!
El resto del Clan estaba saliendo de sus guaridas,
amontonándose y haciendo la misma pregunta.
Finalmente, la patrulla que regresaba se asentó en
medio del claro, con sus compañeros de Clan
reuniéndose a su alrededor. Estrella de Cedro salió de
su guarida, seguido de Colmillo de Piedra, y se unió a
ellos. Fauces Amarillas encontró un lugar para
sentarse junto a Baya de Serbal y aguzó el oído para
escuchar.
—No. —Bigotes de Salvia le dio un toque—.
Tenemos que ir revisando las heridas al mismo
tiempo. Evaluar a cada gato, luego tratar a los heridos
más graves primero. Traeré las hierbas que
necesitamos.
Sintiéndose avergonzada por no haberse dado
cuenta de eso, Fauces Amarillas se puso de pie de un
salto y siguió a su mentora. Mientras tanto, Patas de
Helecho explicaba lo que había sucedido.
—Como saben, fuimos a cazar a las afueras del
vertedero. Al principio todo iba bien. Baya de Serbal
cazó una rata enorme. —Hizo un gesto de aprobación
a la joven guerrera—. Pero entonces hordas de ratas
empezaron a salir de esos apestosos montones y nos
atacaron. ¡Nunca habían visto tantas ratas!
—¡Pero las ratas son presas! —exclamó
Salamandra Manchada—. Las presas no se defienden.
—Estas ratas sí —Patas de Helecho contestó.
Sacudió la cabeza; Fauces Amarillas podía sentir su
vergüenza y pena, y vio que el resto de su patrulla lo
compartía—. Tuvimos que huir —añadió—. Eran
demasiadas como para que pudiéramos luchar.
—Hicieron lo correcto —maulló Estrella de Cedro,
levantándose para hablar—. ¿De qué le habría
servido a su Clan que los hubieran matado o herido
de gravedad? La buena noticia es que hay muchas
ratas. Solo tenemos que encontrar la mejor manera
de vencerlas.
Ningún guerrero habló, pero Fauces Amarillas
pudo ver que todo el Clan estaba pensando mucho,
murmurando entre ellos mientras pensaban qué
podrían hacer.
Ortiga Manchada se inclinó más cerca de Brinco
de Sapo.
—No puedes arriesgar tu vida cuando tienes que
pensar en tu hijo, Pequeño Nube —le dijo.
Charca Nublada, quien estaba sentada cerca, giró
la cabeza para mirar a Ortiga Manchada.
—Brinco de Sapo también es el padre de mis hijos
—espetó—. Pero no se me ocurriría decirle a un
guerrero que no luche.
Colmillo de Piedra las distrajo al ponerse de pie.
—Tal y como yo lo veo —empezó—, el problema
es cómo atrapar algunas ratas sin llamar la atención
del resto.
Hoja Ámbar levantó la cola.
—¿Enviar a uno o dos guerreros a la vez? —
sugirió.
—¿O cazar de noche, en la oscuridad? —dijo
Ratón Alado.
—Tal vez deberíamos esperar a que el viento sople
en la dirección correcta —añadió Flor de Acebo—.
¿Así ocultaría nuestro olor mientras nos acercamos
sigilosamente?
Bigotes de Salvia apareció junto a Fauces Amarillas
con las fauces llenas de hierbas.
—Entonces, ¿por dónde empezamos? —preguntó
después de dejar el montón polvoriento.
—Ráfaga Abrasadora tiene una mordida profunda
—le informó Fauces Amarillas—. Esa es la peor
herida; podría infectarse. Baya de Serbal tiene
algunos rasguños leves, y Patas de Helecho tiene
algunas marcas de garras que parecen irritadas.
—No hace falta que hagas un alboroto por mí —
maulló Patas de Helecho, captando lo que decía su
hija—. He recibido heridas mucho peores en mis
tiempos.
—Haré alborotos por ti todo lo que quiera —
Fauces Amarillas respondió agriamente—. Tendrás un
poco de hoja de romaza para calmar el dolor, y te
gustará.
Patas de Helecho bajó la cabeza; Fauces Amarillas
vio un brillo de diversión en sus ojos.
—Muy bien, curandera —ronroneó.
Mientras Fauces Amarillas iba de un lado a otro
curando las heridas y controlando cuidadosamente su
dolor, se había fijado en Manto Mellado, sentado al
borde de la multitud, sus ojos ámbar ardían. Entonces
se adelantó.
—¿No somos guerreros? —preguntó, mirando a
sus compañeros de Clan—. ¡Somos orgullosos, no
tememos a ningún enemigo, estamos entrenados
para luchar en cualquier batalla! No nos
esconderemos como perros alrededor de estas ratas,
ocultándonos en la oscuridad o huyendo como zorros
cuando enseñan los dientes. ¡Son ratas! ¡Presas!
¡Carne fresca! ¡No nos van a asustar!
Un murmullo de emoción surgió de los gatos a su
alrededor. Manto Mellado se agachó y empezó a
marcar líneas en la tierra helada del suelo del
campamento.
—¡Miren! Aquí está el vertedero. Esta es la ruta
que deberíamos tomar desde el campamento,
saliendo de aquí. Tres patrullas deben atacar desde
aquí, aquí y aquí. Conduciremos a las ratas hacia una
cuarta patrulla, y las contendremos en el área más
estrecha posible. Tenemos que encontrar un lugar
donde siempre estemos más altos que las ratas, para
mantener la ventaja. —Su voz se hacía más fuerte y
segura con cada palabra—. Debemos construir
barreras a ambos lados del lugar por donde saldrán
las ratas, para mantenerlas bloqueadas. Les
tenderemos una trampa —concluyó triunfante.
Siguió un momento de silencio, todos los gatos
volvieron la mirada hacia el líder del Clan.
Estrella de Cedro asintió.
—Puede que funcione —declaró.
Varios gatos se acercaron a Manto Mellado para
felicitarlo, mientras que otros empezaron a hablar en
voz baja. Fauces Amarillas sabía que no todos los
gatos se sentirían orgullosos del valiente plan de
Manto Mellado; era muy respetado en su Clan, pero
no hacía amigos con facilidad. «Pero yo estoy
orgullosa de él», pensó, captando su mirada y
asintiendo para demostrarle que estaba de acuerdo
en que era una gran idea.
Estrella de Cedro, Colmillo de Piedra, y los otros
guerreros veteranos se amontonaron alrededor de
Manto Mellado, examinando las marcas de arañazos
que había hecho en la tierra. Fauces Amarillas, al
seguir ayudando a Bigotes de Salvia a curar las
heridas, se encontró a sí misma al fondo de la
multitud.
—Quiero estar en la última patrulla —maulló Paso
de Lobo—. Sería bueno construyendo los muros para
atrapar a las ratas.
Hoja Ámbar sacó las garras.
—Yo perseguiré a las ratas fuera de su madriguera
y hacia la emboscada.
Fauces Amarillas abrió las fauces para hacer una
sugerencia cuando fue distraída por un pinchazo de
Bigotes de Salvia.
—Ya no eres una guerrera —le recordó la
curandera—. ¿Puedes volver a la guarida y traerme
un poco de raíz de bardana? Es la mejor cura para la
mordedura de rata de Ráfaga Abrasadora. O ajo
silvestre si no puedes encontrar la raíz de bardana.
Fauces Amarillas se marchó con una punzada en el
corazón por lo que se estaba perdiendo. Cuando
volvió, masticó la raíz de bardana mientras Bigotes de
Salvia ponía caléndula en los arañazos de Baya de
Serbal. Cuando fue a curar la mordedura de Ráfaga
Abrasadora, el gato estaba tan emocionado por estar
discutiendo el plan de su hermano que no se
quedaba quieto; Fauces Amarillas no conseguía que
las telarañas pegaran la cataplasma en su sitio.
—¿Quieres dejar de retorcerte como un gatito con
hormigas en el manto? —le maulló enojada.
Ráfaga Abrasadora se encogió de hombros con
impaciencia.
—Estoy bien, Fauces Amarillas. Esto es más
importante.
—¡Bien! —la aprendiza de curandera soltó—.
¡Sangra por todo el lugar si quieres! Tienes el sentido
común de un huevo si crees que puedes trotar por el
bosque con un agujero en el costado.
Con un suspiro exagerado, Ráfaga Abrasadora se
echó de lado para que Fauces Amarillas pudiera llegar
a su mordedura de rata. El repentino movimiento hizo
que un pulso de dolor se disparara a través de él,
rompiendo el cuidadoso control de Fauces Amarillas.
Más dolor la inundó: el de Baya de Serbal y Patas de
Helecho; el de Brinco de Sapo, que se había
desgarrado una garra al huir de las ratas; el de Vuelo
de Pinzón, cuya pata seguía doliéndole.
Fauces Amarillas hizo una pausa y respiró para
despejarse. «Estoy sana y salva. Este no es mi dolor.»
—¿No puedes darte prisa? —le preguntó Ráfaga
Abrasadora.
Fauces Amarillas lo fulminó con la mirada mientras
le ponía la cataplasma sobre la mordedura y la
aseguraba con telarañas. Luego se volvió para mirar la
garra de Brinco de Sapo. Bigotes de Salvia ya estaba
terminando con los otros gatos.
—Ya está —le maulló a Fauces Amarillas, quien
estaba enrollando telarañas alrededor de la pata de
Brinco de Sapo—. Ya terminamos.
Fauces Amarillas se hundió. Se sentía más agotada
de lo que se sentía al realizar toda una patrulla
fronteriza.
—Todos ustedes deben comer ahora y descansar.
—Estrella de Cedro alzó la voz para ser oído por todo
el Clan—. Después del mediodía habrá
entrenamiento para preparar el ataque a las ratas
mañana. Manto Mellado estará a cargo
La emoción brotó dentro de Fauces Amarillas,
desterrando parte de su cansancio. «¡Es un gran
honor para Manto Mellado!»
Se obligó a ponerse de pie y se acercó al gato
atigrado, quien estaba discutiendo con Colmillo de
Piedra y Patas de Helecho.
—Manto Mellado, esa es una gran idea —maulló.
El guerrero marrón se volvió para asentir.
—Gracias, Fauces Amarillas. —Habló a la ligera,
pero Fauces Amarillas quería creer que apreció lo que
ella decía.
Bigotes de Salvia estaba volviendo a la guarida, y
Fauces Amarillas se dio cuenta de que debía seguirla
y llevar las pocas hierbas que les quedaban. Dentro
de la guarida suspiró mientras miraba el desorden de
hierbas volcadas y revueltas, todas las diferentes
hojas mezcladas y esparcidas por el pasto.
—Será mucho peor después de una batalla,
créeme —le dijo la curandera—. Vamos,
ordenémoslo. —Mientras empezaban a ordenar las
hojas esparcidas, la gata blanca añadió—: Manto
Mellado tiene buenas ideas. Ese gato llegará lejos. Tal
vez incluso sea el próximo lugarteniente.
Fauces Amarillas ocultó un ronroneo de emoción.
«Manto Mellado podría estar cerca de lograr su
ambición.» Entonces una ráfaga de pesar la sacudió
como un viento frío. «Excepto que no voy a ser su
lugarteniente. Seré su curandera…»

..
Al día siguiente Fauces Amarillas se despertó para
ver un cielo claro y brillante, sin un soplo de viento
que agitara los árboles. «Un día perfecto para el
ataque», pensó mientras asomaba la cabeza fuera de
la guarida.
El Clan estaba reunido en el claro, zumbando con
energía como un enjambre de abejas mientras
Estrella de Cedro, Colmillo de Piedra y Manto Mellado
organizaban las patrullas.
—Manto Mellado, liderarás al último grupo —
anunció Colmillo de Piedra—. Serás responsable de
matar a las ratas una vez que hayan sido atrapadas.
—Lucharé a tu lado, golpe a golpe —Corazón de
Raposa le maulló a Manto Mellado; Fauces Amarillas
pensó con amargura que parecía pegada a su lado
con telarañas.
Sintió una punzada de celos al recordar lo
orgullosa que se había sentido cuando ella y Ojo
Rayado habían matado una rata en su visita al
vertedero. «¿Volveré a sentir ese tipo de orgullo?»
Bigotes de Salvia salió de la guarida con un
montón de hierbas.
—Vamos —maulló, con la voz apagada por las
hojas—. Tenemos que estar listas para ir con ellos.
—¿Nosotras también iremos? —preguntó Fauces
Amarillas, sorprendida.
Bigotes de Salvia asintió.
—Atenderemos las heridas ni bien se produzcan,
pero nos mantendremos al margen de la pelea. Eso
depende de los guerreros, ¿de acuerdo? —Su mirada
era severa, y Fauces Amarillas sabía que le estaba
recordando indirectamente que ahora era una
curandera.
Fauces Amarillas volvió a la guarida y se cargó de
hierbas y telarañas. Las hebras pegajosas la hicieron
estornudar cuando trató de recogerlas. «Las ratas me
oirán llegar mucho antes de que nos acerquemos al
vertedero», pensó, frustrada. Entonces se dio cuenta
de que podía pegar las telarañas a su grueso manto,
lo bastante lejos de su hocico como para que no la
hicieran estornudar, y salió de nuevo para reunirse
con Bigotes de Salvia, satisfecha de su nueva idea. La
última patrulla ya estaba saliendo del campamento.
Fauces Amarillas y Bigotes de Salvia iban en la
retaguardia, siguiendo a los guerreros a través de los
ralos árboles de la estación sin hojas y por medio del
pantano. El aire estaba templado, y el hielo
persistente de la estación sin hojas empezaba a
descongelarse; Fauces Amarillas siseó molesta
cuando metió la pata en el agua helada que había
debajo. Después de eso, ella y Bigotes de Salvia
saltaron de mata en mata de pasto para mantener las
patas secas.
Por fin se acercaron al vertedero. Fauces Amarillas
pudo oler su hedor antes de ver los oscuros
montones que se alzaban frente a ella. Como antes,
los monstruos amarillos estaban quietos; el único
sonido provenía de grandes pájaros blancos que
aleteaban y chillaban por encima de los montones de
desperdicios.
Mientras las patrullas se acercaban al cercado de
los Dos Patas, Bigotes de Salvia echó un vistazo entre
los arbustos del borde del pantano.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Fauces
Amarillas.
—Buscando un lugar bajo un arbusto —respondió
la curandera—, en donde podamos guardar las
hierbas y mantenernos fuera de la vista durante la
pelea.
—¿Así que nos esconderemos? —Fauces Amarillas
maulló consternada.
«¡Parece que somos unas cobardes!»
—No. —Los ojos de Bigotes de Salvia eran
comprensivos mientras miraba a Fauces Amarillas—.
Nos mantendremos a salvo para cuando nuestros
compañeros de Clan nos necesiten.
Fauces Amarillas seguía pensando que era una
forma extraña de comportarse, pero no protestó y se
escurrió bajo un arbusto de acebo para dejar las
hierbas y las telarañas que habían traído. Sintió un
hormigueo en las patas al ver cómo Manto Mellado y
su patrulla se acercaban a la cerca de Dos Patas.
Manto Mellado encontró un agujero en la malla
plateada, y él y Tormenta de Plumas lo agrandaron
con los dientes y las garras para dejar entrar a los
gatos y salir a las ratas. Mientras tanto, Corazón de
Raposa y Paso de Lobo empezaron a arrastrar ramas
para construir la trampa.
—¡Miren lo que encontramos! —llamó
Salamandra Manchada desde el borde del pantano.
Ella, Cola de Rana y Raya de Lagartija estaban
rodando un pequeño tronco de árbol delante de ellos
—. Conseguimos sacarlo de la tierra —jadeó cuando
llegaron a la cerca—. Sus raíces están podridas, así
que no fue difícil. Pensé que sería un buen punto de
observación para pararnos y saltar sobre las ratas.
Manto Mellado asintió.
—Tienes razón; lo será.
A medida que las paredes de la trampa iban
tomando forma, el atigrado las comprobaba
cuidadosamente, saltando encima para asegurarse de
que soportarían el peso de un gato. En un momento
la pared colapsó debajo de él; Fauces Amarillas jadeó
cuando se desvaneció en un torbellino de
extremidades y ramas voladoras. Pero un momento
después salió arrastrándose, sacudiéndose los
escombros del manto.
—Constrúyanlo de nuevo —ordenó—, y esta vez
pongan una rama más fuerte en la parte inferior.
Manto Mellado retrocedió mientras el resto de su
patrulla trabajaba en las reparaciones. Fauces
Amarillas salió de debajo del acebo y se acercó a él.
—Buena suerte —le murmuró.
Manto Mellado la miró.
—Desearía que estuvieras luchando a mi lado —
maulló.
Fauces Amarillas giró la cabeza.
—Estaré aquí —susurró.
Esperaba que Manto Mellado se alejara de ella
con disgusto; en su lugar sintió que su nariz le tocaba
la oreja.
—Te veré después de la batalla —prometió.
Se oyó un chillido en el interior del vertedero,
indicando a Manto Mellado que las otras patrullas
estaban en sus puestos. Manto Mellado comprobó
que su propia patrulla estaba lista, y aulló en
respuesta.
—¡Fauces Amarillas! ¡Por aquí!
Fauces Amarillas se giró para ver a Bigotes de
Salvia haciéndole señas desde debajo del arbusto. De
mala gana, saltó hacia atrás para unirse a ella, pero se
quedó fuera de las ramas para observar el ataque. Se
dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
Tras los aullidos se hizo el silencio, roto tras unos
latidos por débiles sonidos de arañazos y siseos. «¡Los
gatos están echando a las ratas de sus madrigueras
en los desechos!» Entonces Fauces Amarillas oyó
chirridos cada vez más fuertes y el sonido de
zarpazos. Inclinó el cuello hacia delante, mirando a
través de la malla plateada. De repente, Fauces
Amarillas vio una rata saliendo a toda velocidad del
montón de desperdicios. Se desvió del agujero que
había hecho la patrulla de Manto Mellado, pero
Bigotes de Nuez le impidió el paso. A la primera rata
le siguieron más, y más y más, más ratas de las que
Fauces Amarillas había visto nunca. Al mismo tiempo,
empezaron a aparecer gatos que saltaban desde los
desperdicios para dirigir a las ratas hacia el agujero de
la malla. La patrulla de Manto Mellado esperaba en lo
alto de las barreras, agazapada y lista para
abalanzarse. Las ratas se arremolinaban en la base de
la cerca, empezando a entrar en pánico cuando se
dieron cuenta de que estaban atrapadas. Fauces
Amarillas vio a Patas de Helecho saltar al centro de la
masa agitada y empujar a una hacia el agujero.
—¡Por ahí, estúpido manto de pulgas! —gruñó.
Las otras ratas huyeron tras ella, pensando que
habían encontrado una vía de escape. Pero sus
chillidos se hicieron más fuertes cuando se dieron
cuenta de que los gatos también esperaban a ese
lado de la cerca. La patrulla de Manto Mellado saltó
una por una, agarrando una rata y asestándole el
golpe mortal, y volviendo a salir con la presa fresca en
sus mandíbulas.
—¡Está funcionando! —Corazón de Raposa aulló.
—¡Cuidado con sus dientes! —jadeó Paso de Lobo
mientras sacaba una rata casi tan grande como él.
«¡Todo está pasando muy rápido!», pensó Fauces
Amarillas, con la mirada fija en Manto Mellado.
Contenía la respiración cada vez que él desaparecía
en la trampa, y soltó un jadeo de alivio cuando
reapareció con una rata muerta.
Entonces, un aullido al otro lado de la cerca la
distrajo. Fauces Amarillas soltó un gemido de miedo
cuando vio que los gatos del otro lado de la cerca
estaban rodeados. Más y más ratas habían salido del
montón, demasiadas para caber en la trampa. Sin
escapatoria, se habían vuelto contra los guerreros,
arañando y mordiendo, y los gatos estaban en una
gigantesca inferioridad numérica, atrapados contra la
cerca mientras oleadas de ratas se estrellaban contra
ellos.
Manto Mellado fue el primero de su patrulla en
darse cuenta de lo que estaba pasando.
—¡Dejen de matar! —aulló—. ¡Tenemos que
ayudar a los demás!
Pero el agujero en la cerca estaba bloqueado por
ratas aterrorizadas; Manto Mellado y sus gatos
tuvieron que trepar por la malla plateada en un
intento desesperado por ayudar a sus compañeros de
Clan.
El estómago de Fauces Amarillas se apretó cuando
Colmillo de Piedra cayó con un par de enormes ratas
aferrándose a él. Más gatos se apresuraron a
ayudarle, pero el enjambre de ratas les bloqueó el
paso. Estrella de Cedro desapareció bajo una oleada
de cuerpos marrones y colas sin pelo.
—¡No puedo soportar esto! —exclamó Fauces
Amarillas—. ¡No podemos quedarnos aquí sin hacer
nada!
Bigotes de Salvia salió de debajo del arbusto y
apoyó una pata en su hombro.
—Tenemos que protegernos —maulló.
Fauces Amarillas la miró fijamente.
—¡No tiene sentido si tenemos que ver morir a
todos nuestros compañeros de Clan!
Sacudiéndose la pata de Bigotes de Salvia, Fauces
Amarillas corrió hacia la cerca y se lanzó sobre ella.
Justo debajo de ella, una enorme rata atacaba a Salto
de Cierva; Fauces Amarillas saltó directamente sobre
ella y la mató de un solo golpe en el cuello. A su
alrededor, los gatos del Clan de la Sombra luchaban
por sus vidas. Fauces Amarillas vio a Corazón de
Raposa luchando contra dos ratas a la vez,
matándolas a ambas en un torbellino de dientes y
garras. Bigotes de Nuez y Baya de Serbal arrastraron a
una rata que había clavado los dientes en el hombro
de Flor Radiante; luego los tres gatos se volvieron
para ayudar a Colmillo de Piedra a ponerse de pie y
defenderse de las ratas que lo atacaban. Fauces
Amarillas sintió el roer de dientes afilados en sus
músculos y se concentró en bloquearlo. Divisó a
Manto Mellado zambullirse en el enjambre de ratas
que se cernía sobre Estrella de Cedro. Por un instante
se desvaneció, y luego volvió a subir, arrastrando al
líder con él, con los dientes clavados en el pescuezo
del líder del Clan.
—¡Despejen el agujero! —aulló.
Fauces Amarillas, Ojo Rayado y Garra de Barro se
abrieron paso entre las ratas que luchaban hasta el
agujero de la cerca. Fauces Amarillas sintió una
satisfacción salvaje cuando clavó las garras en una
rata tras otra y las arrojó fuera del camino. Su
entrenamiento de guerrera volvió a su cabeza y no se
centró en nada más que en cortar y arañar, sintiendo
cómo cuerpos calientes se partían bajo sus garras.
Luchando juntos, los tres gatos consiguieron
despejar el agujero para que Manto Mellado pudiera
arrastrar a Estrella de Cedro a través de él. Flor
Radiante le siguió con un débilmente tambaleante
Colmillo de Piedra. Hombro con hombro con sus
compañeros de Clan, Fauces Amarillas luchó contra
las ratas, manteniéndolas alejadas del agujero para
que el resto de su Clan pudiera pasar.
Cuando el último gato estuvo fuera, Corazón de
Raposa y Garra de Barro empujaron las ramas de la
barrera contra el agujero para bloquear a las ratas en
el interior, aunque algunas de ellas ya estaban
empezando a colarse a través de la malla hacia el
territorio del Clan de la Sombra.
—¡Vuelvan al campamento! —Manto Mellado
gritó.
Los gatos huyeron, los guerreros más fuertes
ayudando a los que estaban malheridos. Fauces
Amarillas vio a Bigotes de Salvia huyendo con ellos,
abandonando las hierbas que habían traído, y corrió
para alcanzarlos.
21
Fauces Amarillas hizo una pausa para respirar,
tomándose un momento para controlar el dolor que
sentía por sus compañeros de Clan. A su alrededor, el
campamento era un caos; había guerreros heridos
por todas partes en el claro. Su boca se inundó con el
sabor de las hierbas amargas. Sabía que tenía que
usar las reservas que les quedaban con la mayor
moderación posible, porque les quedaba muy poco.
«Ojalá no hubiéramos tenido que dejar tanto bajo ese
arbusto de acebo.»
Dos guerreros en particular preocupaban a Fauces
Amarillas: Colmillo de Piedra, quien había sido
mordido gravemente en la pata trasera, y Flor de
Acebo, quien tenía una mordedura en el cuello.
Quería consultar a Bigotes de Salvia, pero la
curandera había desaparecido con Estrella de Cedro
en su guarida, y aún no había reaparecido.
Finalmente, Bigotes de Salvia salió de entre las raíces
del roble, con aspecto sombrío, y se acercó a Fauces
Amarillas.
—Estrella de Cedro perdió una vida —informó en
voz baja—. Fue duro, pero ya se está recuperando.
Los ojos de Fauces Amarillas se abrieron de golpe.
Ella nunca se había enterado de que el líder del Clan
perdiese alguna vida antes.
—¿Cuántas vidas le quedan? —preguntó.
—Una —le contestó Bigotes de Salvia, con los ojos
oscurecidos por la preocupación—. Pero guárdatelo
para ti. Solo los curanderos saben cuántas vidas tiene
el líder del Clan.
Fauces Amarillas asintió.
—¿Y los otros gatos? —Bigotes de Salvia preguntó
—. Déjame ver lo que has hecho.
Fauces Amarillas la condujo por el claro,
mostrándole las cataplasmas que había aplicado, las
heridas cubiertas de telaraña, y le dijo a qué gatos les
había dado semillas de adormidera para el dolor.
—Muy bien —comentó Bigotes de Salvia—.
Cuando tengas más práctica no necesitarás usar tanta
telaraña, y podrás ser un poco más generosa con las
semillas de adormidera para los guerreros mayores.
—No nos queda mucho —Fauces Amarillas le
recordó.
—Cierto. —Bigotes de Salvia dejó escapar un
suspiro—. Esta es una de las peores derrotas que
recuerdo. El peligro ahora es la infección; las
mordeduras de rata pueden ser muy venenosas.
Tendremos que vigilar de cerca a Flor de Acebo y a
Colmillo de Piedra.
—Voy a salir más tarde y buscar un poco más de
raíz de bardana —prometió Fauces Amarillas—. O si
no encuentro nada, buscaré ajo silvestre.
Se acercó al pequeño arroyo al borde del
campamento, donde había amontonado un montón
de musgo. Agarró un montón con las mandíbulas, lo
mojó en el agua y se lo llevó a Manto Mellado. El gato
atigrado yacía cerca del montón de carne fresca,
acurrucado sobre sí mismo. Se había llevado unos
cuantos arañazos profundos en la nariz, que le iban a
dejar cicatrices. El vientre de Fauces Amarillas se
apretó con lástima, y fue una lucha para ella bloquear
su dolor.
—Toma, te traje musgo húmedo —maulló.
—No lo quiero —Manto Mellado murmuró, sin
mirarla—. Otros gatos lo necesitan más.
—Los demás ya tomaron un poco —le aseguró
Fauces Amarillas, dejando el musgo junto a su nariz
—. Ahora soy una curandera. Tienes que escucharme,
y vas a tomar un poco.
Manto Mellado dejó escapar un gemido, pero
extendió la lengua y dio un par de lamidas al musgo.
—Todo esto es mi culpa —gimió—. ¡Casi mato a
mi Clan!
—No. —Fauces Amarillas se agachó a su lado—. El
plan era brillante. Podría haber funcionado. Solo que
había demasiadas ratas.
—¡Debería haber pensado en eso! —Manto
Mellado soltó.
Mientras Fauces Amarillas intentaba averiguar
cómo podía tranquilizarlo, Cola de Cuervo se acercó
cojeando y se detuvo junto a Manto Mellado.
—Estrella de Cedro quiere verte —anunció la gata
negra.
Manto Mellado la miró con desesperación.
—Probablemente me ordene que abandone el
Clan —murmuró, poniéndose de pie y dirigiéndose
hacia la guarida del líder del Clan.
Fauces Amarillas luchó contra el pánico. «¡Estrella
de Cedro no puede echar a Manto Mellado!»
Desesperada por saber qué iba a pasar, siguió a
Manto Mellado y, para su alivio, él la dejó ir con él.
Dentro de la oscura guarida bajo las raíces del roble,
Estrella de Cedro parecía débil, con los ojos un poco
vidriosos mientras luchaba por sentarse.
Manto Mellado agachó la cabeza al entrar, con la
cola caída.
—Lo siento —maulló—. Fallé. Castígame como
quieras.
Estrella de Cedro guardó silencio por un momento.
—Perdimos la batalla —dijo con voz rasposa—.
Pero no fallaste. Me salvaste de las ratas, e hiciste
todo lo posible para ayudar al resto de tus
compañeros de Clan.
—Pero… —Manto Mellado trató de interrumpir.
Estrella de Cedro lo silenció levantando una pata.
—Mantén la cabeza en alto, Manto Mellado. Hay
una posibilidad de derrota en cada batalla. Diste todo
de ti, y no pido nada más.
—¡Yo pido más que tú, entonces! —Manto
Mellado destelló.
—Deberías ser más amable contigo mismo —el
líder del Clan respondió—. Todos podemos aprender
lecciones de hoy. Este método de captura se puede
utilizar con otras presas, de una manera u otra. Por
ahora, el Clan debe concentrarse en curarse y
recuperar nuestras fuerzas. —Inclinó la cabeza hacia
el guerrero—. Me siento honrado de llamarte
compañero de Clan. Y esto demuestra que estás más
que preparado para un aprendiz. Pequeño Nube será
tuyo, tan pronto como esté listo.
Manto Mellado lo miró fijamente.
—¡Gra-gracias, Estrella de Cedro! —balbuceó.
El líder del Clan dejó escapar un ronroneo.
—Ahora ve a descansar.
Fauces Amarillas estaba encantada mientras
seguía a Manto Mellado lejos de la guarida de Estrella
de Cedro. Pero el guerrero atigrado todavía
arrastraba la cola detrás de él y sus hombros estaban
encorvados. Los elogios de Estrella de Cedro no le
habían reconfortado en absoluto.
Al alcanzarlo, Fauces Amarillas susurró:
—Deberías estar orgulloso, como dijo Estrella de
Cedro.
Manto Mellado la fulminó con la mirada.
—¡Nunca estaré orgulloso de la derrota! —siseó.
—Bueno, estúpida bola de pelo, yo estoy orgullosa
de ti —le espetó Fauces Amarillas, dejándole marchar.

Pasaron los días, pero el deshielo nunca llegó. La


nieve yacía espesa en el suelo, metiendo a las presas
en sus madrigueras, y el cielo gris amenazaba con
más. En la noche de luna llena, Fauces Amarillas se
asomó a su guarida, esperando ver el cielo cubierto
de nubes. Para su sorpresa, el círculo plateado
brillaba a través de un hueco en la densa cubierta
gris.
—Esta noche habrá una Asamblea en los Cuatro
Árboles —maulló Bigotes de Salvia, acercándose a
ella a la entrada de la guarida—. ¿Estás lista?
Fauces Amarillas respiró hondo.
—Sí.
Esta sería su primera Asamblea como aprendiza de
curandera. Aunque había pasado más de una luna
desde que había tomado su decisión, la Asamblea
anterior no se había llevado a cabo, ya que las nubes
habían oscurecido la luna. Siguió a Bigotes de Salvia al
claro donde los gatos que habían sido elegidos para
asistir a la Asamblea se reunían alrededor de Estrella
de Cedro. El líder del Clan se había recuperado bien
de la batalla contra las ratas, pero Colmillo de Piedra
parecía frágil, y Fauces Amarillas se dio cuenta de que
cojeaba mucho al andar.
Mientras esperaba para partir, Fauces Amarillas se
dio cuenta de que estaba haciendo un rápido
chequeo de todos sus compañeros de Clan, buscando
signos de heridas o enfermedades. Desde que se
había convertido en curandera, había mejorado
mucho en el bloqueo del dolor; ahora podía hacerlo
instintivamente, aunque a veces podía ser útil dejarse
sentir, para que fuera más fácil tratar a un gato
enfermo o herido. Ahora mantenía el dolor casi
completamente a raya, buscando en su lugar signos
de ojos brillantes y pelaje sano, y comprobando cómo
cicatrizaban las heridas.
Estrella de Cedro lideró el camino fuera del
campamento y a través del bosque hacia el túnel bajo
el Sendero Atronador. A Fauces Amarillas le habría
gustado caminar con Manto Mellado, pero Corazón
de Raposa se mantenía cerca de él.
—Fue una gran sesión de entrenamiento la de hoy
—le maulló—. ¿Crees que podríamos juntarnos
alguna vez y practicar ese nuevo movimiento?
Decidida a no escuchar, Fauces Amarillas se puso
al lado de Baya de Serbal.
—Escuché que hoy cazaste una ardilla —empezó
—. Ave Pequeña y Fauces de Lagarto la compartieron,
y dijeron que estaba muy sabrosa.
—Eso es bueno —maulló Baya de Serbal—. Me…
—¡Hey, Baya de Serbal!
La hermana de Fauces Amarillas se interrumpió
cuando Paso de Lobo la llamó.
—Lo siento, tengo que… —Baya de Serbal salió
corriendo antes de terminar lo que estaba diciendo.
Fauces Amarillas la vio marcharse, intentando no
sentirse herida. Después de unos latidos, Bigotes de
Salvia se unió a ella.
—Puede ser solitario —murmuró la vieja
curandera, como si pudiera leer los pensamientos de
Fauces Amarillas—. Pero tus compañeros de Clan
siempre te necesitarán, más de lo que tú o ellos
creen.
El Clan del Viento ya había llegado a los Cuatro
Árboles cuando los gatos del Clan de la Sombra
llegaron a la hondonada, y el Clan del Trueno llegó
casi al mismo tiempo. Fauces Amarillas miró a su
alrededor con interés mientras se abría paso entre los
helechos que cubrían la ladera. Había gatos por todas
partes, saltando a su paso, reuniéndose en grupos de
todos los Clanes y charlando animadamente.
—¡Perseguimos a un zorro por todo el páramo! —
se jactaba un gato del Clan del Viento ante un par de
aprendices del Clan del Trueno.
—Sí —añadió su compañero de Clan—. No volverá
pronto.
Estrella de Cedro saltó a la cima de la Gran Roca.
—¡Que se reúnan los Clanes! —aulló.
Estrella de Pino y Estrella de Brezo subieron a su
lado, pero algún gato protestó que no podían
empezar la Asamblea sin el Clan del Río. Mientras
discutían, Fauces Amarillas vio a una gata de manto
gris azulado que estaba sola bajo un helecho
arqueado. Su olor provenía del Clan del Trueno. «No
he hablado con ella antes», pensó Fauces Amarillas,
dirigiendo sus zarpas hacia allí. Pero antes de que
llegara a la gata de pelo azul, los gatos del Clan del Río
empezaron a llegar al claro. Un robusto gato atigrado
se acercó a la gata del Clan del Trueno y se paró junto
a ella, casi derribándola. Fauces Amarillas se quedó
mirando su mandíbula torcida por un momento,
preguntándose cómo se había hecho esa herida. No
quería interrumpirlos, así que se dio la vuelta y fue a
reunirse con Bigotes de Salvia y los demás curanderos
al pie de la Gran Roca.
Cuando se acercó, Bigotes Plumosos se levantó y
salió a su encuentro.
—Saludos, Fauces Amarillas —maulló.
Fauces Amarillas notó que, aunque sus palabras
eran cálidas, su mirada era cautelosa.
—¿Cómo van las cosas? Veo que algunos de tus
compañeros de Clan tienen cicatrices de batalla. ¿Ha
habido problemas recientemente?
Fauces Amarillas sintió que el pelaje de su cuello y
hombros comenzaba a erizarse.
—Nada que no podamos manejar —respondió
secamente.
—Que no se te caiga el pelo —le dijo Bigotes
Plumosos—. Somos curanderos. Podemos contarnos
cualquier cosa.
—Y si hay algo que necesites saber —Bigotes de
Salvia añadió, apareciendo al lado de Bigotes
Plumosos—, ten por seguro que te lo diremos.
No hubo oportunidad de que Bigotes Plumosos
dijera nada más, porque en ese momento Estrella de
Pino del Clan del Trueno se adelantó hasta el borde
de la Gran Roca y anunció que la Asamblea
comenzaría.
Fauces Amarillas escuchó como los líderes de los
otros Clanes daban sus noticias. No había mucho de
interés; suponía que todos los Clanes habían
atravesado problemas durante la fría estación sin
hojas, pero ninguno de los líderes estaba dispuesto a
admitirlo.
Finalmente Estrella de Cedro se dirigió al frente de
la Gran Roca y miró a los Clanes reunidos.
—Con tristeza debo anunciar que nuestro
lugarteniente, Colmillo de Piedra, se trasladará a la
guarida de los veteranos —anunció.
Los gatos del Clan de la Sombra lanzaron un jadeo
de asombro. Mirando a su alrededor, Fauces
Amarillas se dio cuenta de que ninguno de ellos,
excepto el propio Colmillo de Piedra, sabía nada de
esto.
—¡Colmillo de Piedra! Colmillo de Piedra! —
exclamó su Clan.
El lugarteniente, de pie en la base de la Gran Roca,
bajó la cabeza solemnemente.
—¡Pero ya casi es medianoche! —Fauces Amarillas
oyó que Baya de Serbal susurraba a Corazón de
Raposa—. ¡Estrella de Cedro tendrá que anunciar al
nuevo lugarteniente ahora!
Fauces Amarillas podía sentir que la tensión en el
claro iba en aumento. Los gatos de los otros Clanes se
miraban unos a otros, especulando sobre quién sería
el nuevo lugarteniente del Clan de la Sombra. Los
lugartenientes eran normalmente nombrados en el
Clan, no así en público.
—Manto Mellado ocupará su lugar —dijo Estrella
de Cedro.
—¡Manto Mellado! Manto Mellado! —Sus
compañeros de Clan aullaron su nombre al cielo.
Fauces Amarillas intentó aullar más fuerte que
cualquiera de ellos, sorprendida y encantado.
Manto Mellado se levantó de un salto, su
expresión fue ilegible mientras caminaba hacia la
Gran Roca para tomar su lugar. Fauces Amarillas,
quien seguía aullando su nombre, con el corazón
henchido de orgullo, intentó captar la mirada de
Manto Mellado, pero él no la miró.
Estrella de Cedro esperó a que se calmara el ruido
y continuó.
—Tenemos otra noticia que darles. Bigotes de
Salvia, esto debes contarlo tú.
Bigotes de Salvia se puso de pie; Fauces Amarillas
sintió una punzada de nerviosismo, sabiendo lo que la
curandera estaba a punto de decir. Mirando a los
Clanes, Bigotes de Salvia maulló:
—El Clan de la Sombra tiene una nueva curandera.
Fauces Amarillas ha aceptado convertirse en mi
aprendiza.
Unos pocos gatos del Clan de la Sombra
pronunciaron el nombre de Fauces Amarillas, pero
después de la emoción por el ascenso de Manto
Mellado, la noticia no causó una gran reacción.
Fauces Amarillas se sintió aliviada de no tener tanta
atención sobre ella. Por fin logró captar la mirada de
Manto Mellado, y se sobresaltó al ver la tristeza en su
mirada mientras la observaba. Un día serían líder y
curandera del Clan de la Sombra. ¿Seguro que eso era
motivo de celebración? Una punzada de dolor
atravesó el corazón de Fauces Amarillas. «¿Es mi
dolor o el suyo? Este es mi destino, ¿no?»

Finalmente, llegó el deshielo; la lluvia caía día tras


día, llenando todos los huecos y convirtiendo el suelo
del campamento en barro. Siseando de molestia
mientras chapoteaba por el bosque encharcado,
Fauces Amarillas se detuvo para saborear el aire. Un
sabor fresco y verde la condujo hasta el tronco de un
árbol caído, y se agachó para escurrirse por debajo.
—¡Fauces Amarillas!
Sobresaltada, Fauces Amarillas saltó y se golpeó la
cabeza contra la parte inferior del tronco.
—¡Cagarrutas de ratón! —escupió. Se levantó y vio
a Manto Mellado detrás de ella—. ¡Eso dolió! —se
quejó—. ¿Tienes cerebro de ratón, o qué?
—Lo siento. —Manto Mellado parpadeó—. Tenía
que hablar contigo, lejos del campamento. —Vaciló,
tomó un respiro, y continuó—: Fauces Amarillas,
¿estás segura de que tomaste la decisión correcta?
Fauces Amarillas le devolvió la mirada. Por una vez
no estaba intentando discutir con ella. Su voz sonaba
triste, llena de una pena tan profunda que no tenía
fondo.
—Te extraño —continuó—. Voy a ser el líder del
Clan de la Sombra, y quería tenerte como mi
lugarteniente.
—Seré tu curandera —Fauces Amarillas maulló.
—Sabes que quiero más que eso —le dijo Manto
Mellado. Dio un paso hacia ella y su olor la inundó.
Sus bigotes rozaron su oreja—. Sé que ahora eres una
curandera —susurró—, pero eso no cambia lo que
siento por ti.
—Mis sentimientos tampoco cambiaron —susurró
Fauces Amarillas, con la voz temblorosa—. ¡Pero este
es mi destino! ¡El Clan Estelar quiere que sea una
curandera!
—Pueden tener tu habilidad con las hierbas. —La
voz de Manto Mellado se hizo más fuerte—. Incluso
pueden caminar en tus sueños. Pero no pueden tener
todo de ti. Si hacemos todos los deberes que se
esperan de nosotros, ¿cómo puede esto estar mal?
Mientras ningún gato lo sepa, todo puede ser como
antes. Este puede ser nuestro secreto, compartido
con nadie más.
«Me pregunto qué diría Flama Plateada —pensó
Fauces Amarillas—. Pero ella me dijo que tuviera
valor en mis propios instintos. Y mis instintos me dicen
que este también es mi destino.»
Fauces Amarillas se inclinó más cerca de Manto
Mellado, sintiendo el calor de su pelaje, y aplastó un
sentimiento de culpa.
—Puedo guardar un secreto —murmuró.
22
Fauces Amarillas observó cómo una hoja escarlata
descendía en espiral desde una rama por encima de
su cabeza. En el último momento se levantó y la
arrancó del aire, clavándola en el suelo con un aullido
triunfal. Más hojas escarlatas y doradas cayeron de
los árboles. La felicidad bullía en su interior. Durante
toda la estación de la hoja nueva y la de la hoja verde,
ella y Manto Mellado habían cumplido la promesa
que se habían hecho el uno al otro, y ningún gato del
Clan de la Sombra sabía que se habían estado
reuniendo en las partes más remotas del territorio.
Los únicos gatos que podían saberlo eran sus
antepasados del Clan Estelar, y como no había
recibido ninguna señal que le advirtiera de terribles
consecuencias, Fauces Amarillas había empezado a
creer que el Clan Estelar le permitiría ser curandera y
pareja de Manto Mellado al mismo tiempo.
Mientras subía de nuevo, Manto Mellado salió de
detrás del árbol y se abalanzó sobre ella, tirándola al
suelo de nuevo y aterrizando sobre ella entre las
hojas crepitantes.
—¡Para, cerebro de ratón! —jadeó—. ¡No puedo
respirar!
La cara de Manto Mellado estaba cerca de la suya,
sus ojos ámbar brillaban.
—Admite la derrota, entonces.
—Está bien, está bien. ¡Solo suéltame!
Manto Mellado se dio la vuelta con un ronroneo.
—No puedes escapar de mí —maulló—. Siempre
estaré aquí.
—Debería estar buscando hierbas —le dijo Fauces
Amarillas, sentándose y sacudiéndose trozos de hojas
secas del manto—. ¿Qué va a decir Bigotes de Salvia
si vuelvo con las patas vacías?
—Hay tiempo de sobra —le aseguró Manto
Mellado, estirándose con pereza.
—Pero ya estamos en la estación de la caída de la
hoja. Tenemos que agrandar nuestros almacenes
hierbas antes de las primeras heladas. ¿Recuerdas lo
escasos de provisiones que estábamos la última
estación sin hojas?
—Volveremos pronto. Debería estar preparando a
Zarpa de Nube para su evaluación final. —Manto
Mellado soltó un bufido de diversión—. ¿Sabías que
ese bobo aprendiz aún no ha aprendido que las
ardillas pueden trepar los árboles más rápido que él?
Tengo que seguir recordándole que las aceche en
espacios abiertos.
La culpa inundó a Fauces Amarillas.
—Entonces tenemos que irnos ya.
Manto Mellado le dio un suave toque.
—No estamos haciendo daño a nadie —le aseguró
—. Cumplimos con todas nuestras responsabilidades.
El Clan está tan seguro y protegido como puede
estarlo. —Apretó el hocico contra su hombro—. Este
sigue siendo nuestro secreto.
Fauces Amarillas no pudo reprimir un ronroneo.
«Es verdad. Estos momentos con Manto Mellado son
los más felices que he conocido.»
—No olvides —Manto Mellado continuó,
inclinándose cerca de ella de nuevo— que solo eres
una aprendiza. Aún puedes cambiar de opinión. Me
aseguraría de que nunca tuvieras que luchar en una
batalla. Pronto seré líder, después de todo, y haré
todo lo posible para mantenerte a salvo.
Acurrucada cálidamente en su pelaje, Fauces
Amarillas se sintió tentada por un instante. Pero
entonces pensó en todo lo que había aprendido de
Bigotes de Salvia, y supo de nuevo que ese era el
camino que tenía que seguir, al menos por un tiempo.
Sacudió la cabeza.
Manto Mellado le dio un suave empujón.
—Te convenceré algún día —murmuró.
Antes de que Fauces Amarillas pudiera responder,
un terrible chillido llenó el bosque. Los dos gatos se
levantaron de un salto.
—¡Esa es una de nuestras patrullas! —exclamó
Manto Mellado—. ¡Los están atacando!
Hombro a hombro, Fauces Amarillas y Manto
Mellado salieron disparados a través de los árboles,
siguiendo el ruido. Latidos más tarde llegaron a un
claro. Mirando a través del espacio abierto, Fauces
Amarillas vio a cuatro de sus compañeros de Clan
luchando con cuatro enormes proscritos. El hedor del
Poblado de los Dos Patas le llegó a la garganta y le
provocó arcadas. Manto Mellado soltó un rugido de
furia y saltó a la batalla. Echó a un lado a un proscrito
que inmovilizaba a Baya de Serbal y chocó contra el
flanco de otro que se abalanzaba sobre la garganta de
Ala de Ventisca. Huyeron chillando, y los otros dos,
dándose cuenta de que ahora los superaban en
número, corrieron tras ellos.
—¡No vuelvan! —aulló Manto Mellado tras ellos.
Fauces Amarillas salió al claro. Baya de Serbal se
puso de pie y ayudó a Ala de Ventisca a levantarse.
Paso de Lobo se lanzó en persecución de los
proscritos, solo para volver tras una orden tajante de
Manto Mellado. Los tres parecían maltrechos, pero
Fauces Amarillas pudo ver que sus heridas no eran
graves.
—¡Fue mi culpa! —jadeó Baya de Serbal—, Yo
lideraba la patrulla. Debería haberlos olido, pero
saltaron sobre nosotros.
—Solo estaban buscando problemas —Manto
Mellado gruñó.
Fauces Amarillas examinó el claro. Había visto a
cuatro de sus compañeros de Clan luchando, pero
ahora solo podía contar tres. «¿Dónde está el
cuarto?»
Entonces vislumbró un pelaje blanco entre un
grupo de helechos y corrió a ver a Zarpa de Nube,
quien yacía siniestramente inmóvil.
—¡Oh, no! —gritó.
—¿Qué está haciendo aquí? —jadeó Manto
Mellado cuando se puso a su lado y miró a su inmóvil
aprendiz.
—Él… no pudo encontrarte —admitió Baya de
Serbal—. Así que preguntó si podía venir en la
patrulla fronteriza para practicar sus habilidades de
olfato antes de su evaluación final. —Vaciló, y luego
añadió a regañadientes—: Le dejé tomar la iniciativa.
No percibió el olor de los intrusos hasta que fue
demasiado tarde.
Tratando de ignorar la mirada perturbada en los
ojos de Manto Mellado, Fauces Amarillas se inclinó
sobre el aprendiz. Al principio no pudo ver nada malo
en él, así que soltó con cuidado su control para poder
sentir su dolor. De inmediato la agonía la invadió.
Sentía como si una criatura feroz estuviera dentro de
ella, intentando salir por su vientre. Con la cabeza
tambaleándose y las piernas empezando a doblársele,
alargó la pata y giró suavemente a Zarpa de Nube. Su
vientre había sido rajado; el pasto debajo de él estaba
escarlata por su sangre.
—¿Está muerto? —susurró Baya de Serbal.
Fauces Amarillas sacudió la cabeza; ya había visto
el leve subir y bajar del pecho de Zarpa de Nube.
Obligándose a bloquear el dolor de nuevo, se volvió
hacia los otros gatos.
—Paso de Lobo, vuelve al campamento y avisa a
Bigotes de Salvia. Ala de Ventisca, búscame algunas
telarañas, prueba bajo esos arbustos. Tengo que
detener la hemorragia antes de que podamos
moverlo.
—Yo lo llevaré —Manto Mellado maulló con voz
ronca.
Una vez que Fauces Amarillas hubo cubierto la
herida con telarañas, Manto Mellado insistió en
cargar a Zarpa de Nube sobre sus hombros, a pesar
de que el aprendiz era casi un adulto. Tambaleándose
bajo su peso, con Fauces Amarillas y Ala de Ventisca a
cada lado, volvió con dificultad al claro.
Paso de Lobo ya había alertado al Clan, quien se
reunió alrededor mientras Manto Mellado llevaba a
su aprendiz a través del túnel. Ortiga Manchada soltó
un gemido lastimero cuando vio a su hijo.
—¡Mi precioso hijo! ¡Sálvenlo! ¡Tienen que
salvarlo!
—Haremos lo que podamos —le prometió Fauces
Amarillas.
Los dos aprendices más nuevos, Zarpa Nocturna y
Zarpa Cortada, observaron alarmados cómo Manto
Mellado avanzaba lentamente por el claro, hasta que
sus mentores, Corazón de Raposa y Cola de Cuervo,
se acercaron y los alejaron.
Por fin Manto Mellado llegó a la guarida de
curandería y dejó a Zarpa de Nube suavemente sobre
un lecho de musgo. Bigotes de Salvia lo movió con la
cola cuando intentó acomodarse junto a su aprendiz.
—No, Manto Mellado —maulló—. Ya has hecho
todo lo que podías. Es hora de que nos dejes tomar el
mando.
El lugarteniente parecía a punto de discutir, luego
se puso de pie en silencio. Con una última mirada a
Zarpa de Nube salió de la guarida, con la cabeza y la
cola gachas.
Fauces Amarillas vio cómo Bigotes de Salvia se
inclinaba sobre Zarpa de Nube y le quitaba las
telarañas de la herida. Cuando hubo dejado la herida
al descubierto, la curandera levantó la mirada y se
encontró con la de Fauces Amarillas.
—Es muy grave —maulló—. Sería mejor dejar que
el Clan Estelar se lo lleve ahora.
—¡No! —Fauces Amarillas siseó—. ¡Este gato no
morirá! Yo misma cuidaré de él, si estás dispuesta a
renunciar. —Furiosa con Bigotes de Salvia por admitir
la derrota, Fauces Amarillas fue a la entrada de la
guarida y asomó la cabeza—. ¡Hey! —llamó a Bigotes
de Nuez, que pasaba por ahí—. ¡Tráeme musgo
húmedo, tan rápido como puedas!
Su hermano salió corriendo y Fauces Amarillas fue
a los almacenes de hierbas y descubrió cola de
caballo, vara de oro y caléndula, que mezcló en una
cataplasma. Agazapada junto a Zarpa de Nube, lamió
la herida hasta dejarla lo más limpia posible, y luego
ató la cataplasma con hebras de telaraña de los
arbustos espinosos. Después de un momento sintió a
Bigotes de Salvia a su lado, sosteniendo las hojas en
su lugar mientras Fauces Amarillas aseguraba la
telaraña.
—No te impediré que intentes ayudarlo —le dijo la
vieja curandera—. Pero debes estar preparada para lo
peor.
Para cuando la herida estuvo vendada, Bigotes de
Nuez estaba de vuelta con la mandíbula llena de
musgo goteante. Fauces Amarillas echó un poco de
agua en la boca de Zarpa de Nube. Seguía
inconsciente. Observó el ligero movimiento de su
pecho, lo único que le decía que seguía vivo. Un
miedo helado congeló a Fauces Amarillas desde las
orejas hasta la punta de la cola al pensar que esas
débiles respiraciones podrían detenerse por
completo. El sol se ocultaba tras los árboles y se
levantaba un viento gélido.
—Me quedaré con él —dijo Fauces Amarillas a
Bigotes de Salvia. Se sentó a su lado—. Lo mantendré
caliente.
Bigotes de Salvia asintió y salió a comprobar los
arañazos de los otros gatos que habían estado en la
pelea. Cuando volvió, ya había anochecido. Se acercó
para echar otro vistazo a Zarpa de Nube, y luego se
acurrucó en su propio lecho.
—Llámame si hay algún problema —maulló a
Fauces Amarillas antes de cerrar los ojos.
Fauces Amarillas se sentó junto al aprendiz herido,
mirando al cielo mientras los guerreros del Clan
Estelar salían.
—¿Fue culpa nuestra? —susurró—. ¿Sucedió
porque Manto Mellado y yo estábamos juntos? Por
favor, Clan Estelar, envíame una señal, y si están
enojados con nosotros, por favor no castiguen a este
aprendiz. Aún es demasiado joven para ir con
ustedes.
Pero las estrellas brillaban frías sobre ella, y no
sabía si su súplica había sido escuchada.
El cansancio acabó venciendo a Fauces Amarillas y
se quedó dormida. Entonces sintió que un gato la
empujaba suavemente; se levantó, pensando que
Zarpa de Nube la necesitaba, solo para encontrarse a
sí misma parada en un pantano ventoso. El gato que
estaba a su lado le tendía una hoja de consuelda.
Fauces Amarillas no lo reconoció, pero en su grueso
manto gris percibió el olor del Clan de la Sombra y
también el de las hierbas. Mientras agarraba la hoja,
Fauces Amarillas oyó un delgado lamento junto a sus
patas y bajó la mirada para ver a una pequeña cría
atigrada con sangre goteando de un arañazo en una
de sus orejas. Fauces Amarillas agachó la cabeza y
masticó la hoja de consuelda para que el jugo goteara
sobre la oreja del gatito. Al instante, la herida se cerró
como si nunca hubiera estado allí, sin dejar cicatriz.
Levantando de nuevo la cabeza, Fauces Amarillas
vio que el gato gris le tendía otra hoja. Más allá de él
había otro gato y otro, una línea que se extendía en la
distancia hasta donde Fauces Amarillas podía ver. Se
estaban pasando hierbas unos a otros, enviando las
hojas a lo largo de la línea hacia Fauces Amarillas en
un silencio total. «¡Son todos curanderos! —Fauces
Amarillas se dio cuenta con asombro—. Y yo soy una
de ellos. Al final de la línea, tratando a este gato, pero
con todo su apoyo y sabiduría para ayudarme.» Un
sentimiento de profunda paz se apoderó de ella.
Agarró otra hoja, esta vez de nébeda, y se la tendió a
un gatito marrón que tosía mucho. El gatito la tragó,
dejó de toser y se desvaneció. Se levantó una niebla
que borró a los otros gatos y al pantano donde se
encontraban.
Fauces Amarillas se despertó por un lloriqueo
cercano. Zarpa de Nube se retorcía en su lecho,
lanzando débiles gritos. Todo su cuerpo ardía de
fiebre. Fauces Amarillas goteó más agua en su boca, y
puso una pata suavemente en su hombro en un
esfuerzo por detener el movimiento.
—Quédate quieto, pequeño —murmuró—.
Volverás a abrirte la herida.
En cuanto se tranquilizó, se levantó para visitar de
nuevo los almacenes de hierbas, encontrando lo que
necesitaba más por el olor que por el tacto a la tenue
luz de las estrellas.
Bigotes de Salvia se agitó detrás de ella.
—¿Cómo está? —preguntó, con la voz borrosa por
el sueño.
—Con fiebre —Fauces Amarillas contestó,
encontrando finalmente la hierba que buscaba.
—¡Zarpa de Nube!
El aullido sobresaltó a Fauces Amarillas, y se volvió
para ver a Ortiga Manchada abriéndose paso entre
las rocas hacia la guarida.
—¡Tengo que ver a mi hijo! —maulló.
Bigotes de Salvia se levantó de su lecho y bloqueó
a Ortiga Manchada antes de que pudiera alcanzar a
Zarpa de Nube.
—Es medianoche —le dijo—. Zarpa de Nube no
debe ser molestado. Vuelve mañana.
—¡Pero necesito verlo! —Ortiga Manchada
insistió.
—Ahora no. —La voz de Bigotes de Salvia era
suave—. Zarpa de Nube necesita descansar. Te
prometo que si empeora, te llamaremos.
Ortiga Manchada dudó, luego se dio la vuelta y
salió de la guarida, con la cola caída. Fauces Amarillas
se alegró de verla partir, aunque podía entender su
miedo.
—Es duro para ella —Bigotes de Salvia comentó,
mientras se acercaba a Zarpa de Nube. Su expresión
se volvió aun más preocupada—. Fauces Amarillas —
le susurró—, no puedes salvar a todos los gatos.
—No, pero puedo salvar a este —gruñó Fauces
Amarillas—. Le estoy dando diente de león. Eso
debería bajarle la fiebre y ayudarlo a dormir.
Bigotes de Salvia asintió.
—Mézclalo con un par de hojas de borraja —
sugirió.
Fauces Amarillas masticó las hierbas y metió la
pulpa entre las mandíbulas de Zarpa de Nube. A
medida que avanzaba la noche repitió el tratamiento,
sin importarle lo bajas que estaban las reservas de
hierbas. «¡Zarpa de Nube debe vivir! ¡Nada más
importa!»
Cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse en
el cielo, hubo movimiento en la entrada de la guarida,
y Manto Mellado se abrió paso entre las rocas.
—¿Cómo está? —graznó.
—Aguantando —Fauces Amarillas respondió.
Sintió que le dolía el corazón al ver al guerrero
atigrado inclinarse sobre la forma inmóvil de su
aprendiz. Cuando Manto Mellado se alejó, se
encontró con su mirada—. Lo salvaré —juró.
No podía hablar de lo que habían estado haciendo
cuando Zarpa de Nube fue herido, y podía ver que
Manto Mellado tampoco hablaría nunca de ello. Su
culpa era demasiado profunda.
—Ordené más patrullas fronterizas —le dijo el
atigrado—, para asegurarnos de que esos proscritos
no vuelvan.
Fauces Amarillas asintió.
—No dejes que los aprendices patrullen allí hasta
que nos aseguremos de que es seguro —aconsejó.
Manto Mellado asintió bruscamente.
—Por supuesto que no. —Se fue, y Fauces
Amarillas permaneció al lado de Zarpa de Nube.
A lo largo del día, uno a uno, los miembros del
Clan de la Sombra entraron en la guarida para
visitarlo. Fauces Amarillas vigilaba al aprendiz, sin
dejar que ninguno de sus visitantes se quedara
mucho tiempo, ni siquiera Ortiga Manchada, cuyo
pánico por su hijo no era de ninguna ayuda.
Cuando el sol volvía a ponerse, Bigotes de Salvia
tocó el hombro de Fauces Amarillas con la cola.
—Es hora de que salgas de aquí un rato —le
maulló—. No —continuó, adelantándose a la protesta
de Fauces Amarillas—. No puedes cuidar de Zarpa de
Nube si te enfermas tú también. Ve a dar un paseo
por el campamento, come algo y bebe, y te sentirás
mucho mejor. Yo lo vigilaré.
A regañadientes, Fauces Amarillas tropezó hacia el
claro y deambuló aturdida, consciente de las miradas
de los demás gatos. Todos sabían lo grave que estaba
Zarpa de Nube.
Flor Radiante saltó hacia ella y la guió hacia el
montón de carne fresca.
—Aquí hay un buen campañol jugoso —le maulló,
empujándolo hacia Fauces Amarillas—. ¡Me sentaré
contigo y me aseguraré de que comas cada bocado!
Fauces Amarillas estaba segura de que no podría
tragar ni un bocado, pero en cuanto probó la presa se
dio cuenta de lo vorazmente hambrienta que estaba.
Engulló la carne fresca y fue a beber al pequeño
arroyo que había al borde del campamento antes de
regresar a su guarida.
Otra larga noche de vigilia con Zarpa de Nube se
extendía frente a ella. El aprendiz aún no había
recobrado el conocimiento, pero Fauces Amarillas,
observándolo como si fuera una presa sobre la que
estuviera a punto de abalanzarse, pensó que su
respiración parecía un poco más fuerte. Una vez más
alzó los ojos hacia el Clan Estelar, que brillaba con un
esplendor helado sobre ella.
—Llévenme, si deben —rogó con todo su corazón
—. Pero sálvenlo a él. Nada de esto es su culpa. Lo
siento mucho.
Finalmente, agotada por la pena y la culpa, Fauces
Amarillas cayó en un sueño ligero y agitado. Se
despertó para encontrarse a Bigotes de Salvia
pinchándole el hombro. Presa del pánico, se levantó
de un salto.
—¿Es Zarpa de Nube? —preguntó—. ¿Está peor?
Los ojos de Bigotes de Salvia brillaban.
—No —ronroneó—. Se está despertando. Todavía
tiene mucho dolor, pero está pidiendo agua.
Fauces Amarillas miró al aprendiz. Sus ojos azules
estaban vidriosos, pero su respiración era normal y la
fiebre había bajado.
—¡Tengo mucha sed! —maulló—. ¡Y me duele el
vientre!
—Te dolerá por un tiempo —le dijo Fauces
Amarillas, mientras Bigotes de Salvia le traía más
musgo húmedo—. Pero significa que estás
mejorando. Ahora quédate quieto y te pondré un
vendaje nuevo en la herida.
Una vez que Fauces Amarillas hubo colocado una
nueva cataplasma, dejó a Bigotes de Salvia cuidando
de Zarpa de Nube mientras ella iba en busca de
Manto Mellado. Lo encontró en el claro, organizando
las patrullas del día. Se apartó de los otros gatos y
saltó hacia ella con una pregunta desesperada en los
ojos.
—Zarpa de Nube despertó —maulló Fauces
Amarillas antes de que él pudiera decir nada—.
Todavía no está fuera de peligro, pero lo peor de la
infección ya se fue.
Manto Mellado cerró los ojos y dejó escapar un
gran suspiro de alivio.
—Gracias —murmuró.

—Un paseo corto, recuerda —le indicó Bigotes de


Salvia—. Solo hasta el montón de carne fresca y de
vuelta. No querrás cansarte en tu primera salida de la
guarida.
Pasaron dos días más. Zarpa de Nube se estaba
recuperando rápido, y estaba lo suficientemente bien
como para que se le permitiera salir al claro un rato.
Raspaba la tierra del suelo de la guarida con
impaciencia, aunque Fauces Amarillas supuso que
estaría contento de volver a su lecho antes de haber
caminado muchos pasos.
—Iré con él —se ofreció.
Afuera en el campamento, muchos de sus
compañeros de Clan esperaban para saludar al
aprendiz.
—¡Zarpa de Nube! ¡Zarpa de Nube! —aullaron
cuando apareció.
Zarpa de Nube miró desconcertado a Fauces
Amarillas.
—¿Por qué corean mi nombre?
—Porque luchaste con valentía —le dijo Estrella de
Cedro, acercándose—. Te haremos un guerrero en
cuanto estés mejor.
Zarpa de Nube tropezó mientras intentaba dar un
brinco emocionado.
—Gracias —maulló, inclinando la cabeza hacia su
líder de Clan.
Ortiga Manchada se acercó corriendo, rozando a
Estrella de Cedro en su prisa por llegar a su hijo.
—¡Mi precioso hijo! —ronroneó—. ¡Oh, Fauces
Amarillas, gracias, gracias!
—Solo cumplí con mi deber —murmuró la gata
gris.
Zarpa de Nube pareció casi abrumado cuando
Baya de Serbal y los otros gatos de la patrulla se
agruparon a su alrededor.
—Zarpa de Nube, me alegro de volver a verte —
maulló Baya de Serbal.
Antes de que el aprendiz pudiera responder,
Fauces Amarillas se acercó a su lado, dirigiendo a
Baya de Serbal y a los demás una mirada severa.
—Denle espacio —ordenó—. Apenas ha vuelto a
ponerse de pie.
Vio a Manto Mellado en el borde de la multitud y
dirigió a Zarpa de Nube hacia él, lejos de los demás.
Manto Mellado lo miró e inclinó la cabeza.
—Siento haber dejado que te hicieran daño —
maulló.
Zarpa de Nube pareció desconcertado.
—¡No fue culpa tuya! —protestó—. Debí haber
olfateado a esos proscritos antes de que nos
emboscaran. ¡Te defraudé!
—En absoluto —murmuró Manto Mellado,
dándose la vuelta.
Pronto Fauces Amarillas notó dolor en los ojos del
aprendiz y vio que su cabeza empezaba a decaer. Lo
condujo de vuelta a la guarida de la curandera.
—Eres tan buena cuidando de todos —le maulló
Zarpa de Nube mientras lo acomodaba en su lecho—.
Serías una gran madre. ¿Alguna vez te arrepientes de
no poder tener tus propios hijos?
Fauces Amarillas parpadeó.
—Todo el Clan son mis hijos —contestó—. No
tengo tiempo de destacar a ninguno.
Zarpa de Nube asintió.
—Supongo que eso es ser un curandero. Aunque
debe ser duro —añadió—. Yo estoy deseando tener
una pareja y mis propios hijos.
—¡Eres muy joven para estar pensando en eso! —
Fauces Amarillas se burló de él—. ¡Hay tiempo de
sobra para que engendres cachorros con alguna
pobre reina y me mantengas ocupada!
Zarpa de Nube soltó un ronroneo de risa, seguido
de un enorme bostezo. Cerró los ojos e
inmediatamente se quedó dormido.
Bigotes de Salvia estaba ordenando los almacenes
de hierbas.
—Fauces Amarillas, has hecho algo increíble al
curar a este gato —maulló, con los ojos brillantes
mientras miraba a la aprendiza de curandera—.
Muchos otros curanderos, yo entre ellos, se habrían
rendido con él y habrían dejado que el Clan Estelar
decidiera. —La gata estiró la cola y le tocó el hombro
a Fauces Amarillas—. Es hora de que termines tu
aprendizaje y te conviertas en una curandera de
pleno derecho.
—¡Wow! —Fauces Amarillas exclamó—. ¡Oh,
Bigotes de Salvia, gracias!
«Estoy lista para esto —pensó—. Salvar a Zarpa de
Nube significó todo para mí. Sé que este es mi
destino… así que renunciaré a Manto Mellado y nunca
miraré atrás.»
23
Por primera vez desde que Zarpa de Nube había sido
herido, Fauces Amarillas tuvo una buena noche de
sueño. Al amanecer disfrutó de un buen estiramiento
y se acicaló desde las orejas hasta la cola.
Bigotes de Salvia salió de su lecho y se sacudió
restos de musgo del manto.
—Tengo que ver a Estrella de Cedro —maulló—, y
decirle que estás lista para convertirte en una
curandera completa.
Fauces Amarillas se volvió hacia ella, con un
espasmo de miedo recorriéndole las patas.
—Por favor, Bigotes de Salvia, dame la
oportunidad de decírselo primero a otro gato.
La curandera entrecerró los ojos.
—Te refieres a Manto Mellado, ¿verdad?
A Fauces Amarillas le fallaron las palabras; se
limitó a mirarse las patas. «¿Cómo lo sabe?»
—Ahora estás obligada por el código de los
curanderos. Así es para todos nosotros, y así debe ser
para ti —le dijo Bigotes de Salvia, con voz firme.
—Siempre —Fauces Amarillas susurró.
Sin esperar a oír más, salió corriendo. El primer
gato que vio fue a Bigotes de Nuez, quien se acercaba
al montón de carne fresca.
—¿Viste a Manto Mellado? —le preguntó.
—Se fue con una patrulla de caza a los pantanos
—su hermano contestó—. Salieron hace poco. Los
alcanzarás si te das prisa.
—¡Gracias! —Fauces Amarillas salió corriendo por
el túnel hacia los árboles.
Pronto llegó al borde de los pantanos y vio a
Manto Mellado a varias colas de distancia. Corazón
de Raposa estaba acechando algo entre un grupo de
arbustos, mientras que Cola de Rana y Garra de Barro
eran visibles más lejos.
—¡Manto Mellado!
Fauces Amarillas saltó de un bulto de pasto al
siguiente, en dirección al gato atigrado. A medida que
se acercaba vio algo parpadeando en la hierba y
Manto Mellado se volvió hacia ella, escupiendo con
frustración.
—¡Mira lo que hiciste! Casi atrapaba a ese lagarto.
—Perdón —jadeó Fauces Amarillas—. Pero tengo
algo que decirte.
Manto Mellado levantó las orejas.
—¿Qué? ¿Sobre Zarpa de Nube? ¿Está…?
—Zarpa de Nube está bien. —Fauces Amarillas
hizo una pausa; era más difícil de lo que esperaba dar
la noticia—. Bigotes de Salvia me va a hacer una
curandera completa en la reunión de media luna esta
noche.
Manto Mellado la miró fijamente.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? ¿No
disfrutaste las últimas lunas conmigo?
—Sabes que sí. —Fauces Amarillas suspiró—. Pero
curar a Zarpa de Nube me mostró dónde está mi
corazón. Debo ser una curandera.
Manto Mellado dio un paso hacia ella, dando
azotes con la cola y erizando el pelaje de su cuello.
—¡Estás desperdiciando tu vida! —gruñó—. Pensé
que para ahora ya habrías superado tu interés en las
hierbas y telarañas.
—Nunca me tomas en serio —replicó Fauces
Amarillas, su dolor se convirtió en enojo—. No tienes
ni idea de lo que significa ser un curandero. —
Mirando hacia donde Corazón de Raposa acababa de
hacer una captura, añadió salvajemente—: ¿Por qué
no vas y tienes hijos con ella? Siempre anda detrás de
ti.
—Corazón de Raposa no significa nada para mí —
Manto Mellado gruñó—. Todo mi mundo eres tú,
Fauces Amarillas, y el futuro que podríamos tener
juntos.
Durante un latido Fauces Amarillas podía ver ese
futuro y se sintió atraída por él a pesar de sí misma.
Pero sabía lo imposible que era para ella apartar sus
patas del camino que había elegido.
—Este es mi destino —maulló—. No puedes
cambiarlo.
—No —Manto Mellado contestó—. Pero tú
podrías.

Fauces Amarillas se dio cuenta de que Bigotes de


Salvia estaba emocionada mientras se preparaban
para ir a la reunión de media luna en la Piedra Lunar.
En cambio, mientras revisaba la herida de Zarpa de
Nube y se aseguraba de que tuviera agua y un trozo
de carne fresca, Fauces Amarillas se sentía vacía por
dentro. «Perdí algo muy valioso… pero no puedo
abandonar mi deber con mi Clan, ni siquiera por
Manto Mellado.»
—¡Esto es genial! —Zarpa de Nube maulló, con los
ojos brillantes—. ¡Terminaremos nuestros
aprendizajes al mismo tiempo, Fauces Amarillas!
Fauces Amarillas asintió.
—Serás un buen guerrero, Zarpa de Nube.
—¡Y tú ya eres una gran curandera!
Bigotes de Salvia preparó hierbas de viaje para
ambas, y las dos gatas partieron del campamento
justo después del mediodía. Con cada paso que daba,
Fauces Amarillas sentía como si estuviera dejando
atrás una parte de sí misma. Varios de sus
compañeros de Clan esperaban junto al túnel para
desearle buena suerte, pero Manto Mellado no era
uno de ellos. Se quedó observándola desde el otro
extremo del claro, y no dijo ni una palabra.
Fauces Amarillas siempre se ponía un poco
nerviosa al pensar en cruzar el territorio del Clan del
Viento, aunque los curanderos tenían derecho a
hacerlo en su camino a la Piedra Lunar. Para su alivio,
solo vieron una patrulla a lo lejos. Junco Plumoso, el
lugarteniente del Clan, la dirigía, y se limitó a saludar
a las dos curanderas con un movimiento de la cola.
Cuando Fauces Amarillas y Bigotes de Salvia
llegaron a las Rocas Altas, el crepúsculo ya se estaba
acercando. Los otros curanderos ya estaban allí.
—Fauces Amarillas está hoy aquí para convertirse
en una curandera de pleno derecho —maulló Bigotes
de Salvia cuando se hubieron intercambiado los
saludos.
Corazón de Halcón, el curandero del Clan del
Viento, se adelantó y apoyó la punta de la cola en el
hombro de Fauces Amarillas por un momento.
—Felicidades —murmuró—. Como sabes, fui un
guerrero antes de convertirme en un curandero, igual
que tú. Siempre me resultó de gran ayuda.
Pluma de Ganso del Clan del Trueno la ignoró, sus
ojos brillantes y desenfocados sugerían que estaba en
algún lugar dentro de su propia cabeza, como de
costumbre, pero Zarzal de Bayas del Clan del Río se
acercó a los demás, con los ojos brillantes y su blanco
manto resplandeciente en el crepúsculo.
—¡Estoy tan emocionada por ti! —exclamó.
Fauces Amarillas agradeció a los dos gatos sus
buenos deseos, y luego se volvió hacia Bigotes
Plumosos. El segundo curandero del Clan del Trueno
la miraba con la misma mezcla de cautela y curiosidad
que siempre mostraba.
—Tu Clan debe estar encantado de tener una
segunda curandera —maulló—. Espero que todo esté
bien allá.
—Al Clan de la Sombra le va muy bien —Bigotes
de Salvia le respondió con brusquedad.
—¿Y a ti, Fauces Amarillas? —comentó Bigotes
Plumosos—. ¿Te resultó difícil cambiar de ser
guerrera a la vida de curandera?
«¡No sabes qué tan difícil! —pensó Fauces
Amarillas, pero no iba a decírselo a Bigotes Plumosos
—. ¡Necesita no meterse y ocuparse de sus propios
asuntos!»
Para su alivio, Bigotes de Salvia la salvó de tener
que responder.
—Vamos —instó a los demás—. Si nos quedamos
chismorreando llegaremos tarde a la Piedra Lunar.
La gata blanca encabezó la marcha por la última
cuesta empinada hasta donde la Boca Materna se
abría en la ladera de la colina. Mientras Fauces
Amarillas descendía por el sinuoso pasaje hacia el
corazón de la colina, sintió que sus dudas y penas se
quedaban atrás. «¡Voy a ser una curandera
completa!»
La cueva de la Piedra Lunar seguía a oscuras
cuando llegaron a ella. Solo un tenue destello de luz
estelar se filtraba por el agujero irregular del techo.
Los curanderos se colocaron alrededor del cristal y
esperaron. Fauces Amarillas casi soltó un chillido
como una cría emocionada cuando por fin la luna
brilló a través del agujero y empapó la Piedra Lunar
de una luz fría y sobrenatural. «¡Es la cosa más
hermosa del mundo! Cada vez que la veo, me sigue
sorprendiendo.»
Bigotes de Salvia se puso de pie, junto a la Piedra
Lunar, y le hizo señas a Fauces Amarillas con la cola.
Sintiendo que sus patas apenas podían sostenerla, la
gata gris se unió a ella en el corazón de la luz helada.
Mirando a la luna, Bigotes de Salvia habló.
—Yo, Bigotes de Salvia, curandera del Clan de la
Sombra, solicito a mis antepasados guerreros que
observen a esta aprendiza. Ha entrenado duro para
comprender el sistema de los curanderos, y, con su
ayuda, servirá a su Clan durante muchas lunas.
Fauces Amarillas sintió como si ella y su mentora
estuvieran solas en el círculo de luz mientras el resto
del mundo se había desvanecido. Podía oír susurros y
el suave roce de unas almohadillas en el borde de la
caverna. ¿Estaban los curanderos del Clan Estelar
muertos hacía mucho tiempo allí, observando?
Fauces Amarillas sintió un cosquilleo en las patas al
pensar que formaba parte de un largo linaje de gatos
que habían dedicado sus vidas a cuidar del Clan de la
Sombra. La misma línea que había visto en su sueño
mientras trataba a Zarpa de Nube. Todos esos gatos,
¡compartiendo su sabiduría para apoyarla!
—Fauces Amarillas —Bigotes de Salvia continuó—,
¿prometes respetar el sistema de los curanderos,
mantenerte al margen de las rivalidades entre Clanes,
y proteger a todos los gatos igualmente, incluso a
costa de tu propia vida?
—Lo prometo —contestó Fauces Amarillas.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar, te
declaro una curandera completa del Clan de la
Sombra. El Clan Estelar honra tu valor y tu diligencia.
Ahora ven, toca con tu nariz la Piedra Lunar, y que
todos tus sueños sean buenos
Fauces Amarillas se agachó; tragando rápidamente
por los nervios, estiró el cuello y tocó con la nariz la
superficie reluciente. Al instante, todo se oscureció y
sintió que el frío se apoderaba de ella como si se
convirtiera en una gata de hielo. «Clan Estelar,
¿dónde están?»
La oscuridad se disipó y Fauces Amarillas miró a su
alrededor. La Piedra Lunar, la cueva y los otros
curanderos habían desaparecido. En su lugar, estaba
agazapada en el claro donde se había encontrado con
Flama Plateada, cuando había sido nombrada
aprendiza de curandera. Pero ahora la exuberante
vegetación de hojas verdes se había desvanecido; el
suelo se sentía pantanoso bajo sus patas, y una brisa
fría erizaba el pelaje de Fauces Amarillas. Unos latidos
más tarde, vio a Flama Plateada abriéndose paso a
través de un grupo de helechos.
—Saludos, Fauces Amarillas —comenzó—. Es
maravilloso verte de nuevo.
Pero a pesar de sus cálidas palabras, Fauces
Amarillas podía ver tristeza en sus ojos.
—¿Está… todo bien contigo? —preguntó.
Flama Plateada evitó la pregunta.
—Estoy muy orgullosa de ti —maulló—. Ven,
camina conmigo.
Se dio la vuelta y rozó el pasto en dirección al
arroyo. Fauces Amarillas se acercó a su hombro,
convencida de que había algo que la vieja gata no le
estaba contando. Flama Plateada siguió el arroyo
hasta que llegaron a un lugar donde la corriente había
excavado un amplio estanque. Flama Plateada se
sentó en la orilla y miró el agua tranquila.
Fauces Amarillas se sentó a su lado.
—¿Por qué me trajiste aquí?
Flama Plateada señaló la superficie del estanque
con la cola. Fauces Amarillas miró hacia abajo y vio su
propio reflejo mirándola, con el reflejo de Flama
Plateada a su lado. Entonces soltó un grito ahogado.
Detrás de ella, vio los reflejos de tres cachorros, con
sus pequeños cuerpos acurrucados entre sí.
Confundida, Fauces Amarillas se levantó y giró sobre
sí misma. No había gatitos a la vista, y el pasto no era
lo bastante largo como para ocultarlos. Respiró
hondo, pero no había olor a cachorro en el aire.
—¡Vi cachorros! —exclamó a Flama Plateada—. ¿A
dónde fueron?
Había un conocimiento extraño y triste en los ojos
de Flama Plateada, pero no respondió. En su lugar, su
contorno comenzó a desvanecerse.
—¡No! —Fauces Amarillas protestó—. ¡No te
vayas! ¡No lo entiendo!
Ahora el cuerpo de Flama Plateada no era más que
un brillo junto a la laguna. Su voz llegó débilmente a
los oídos de Fauces Amarillas:
—Pase lo que pase, Fauces Amarillas, que sepas
que siempre estoy contigo. Confía en tus instintos.
Toma tu propia decisión.
La luz del sol fue absorbida por la oscuridad, y
Fauces Amarillas abrió los ojos y se encontró de
nuevo en la caverna de la Piedra Lunar. La luz
plateada había desaparecido; por la tenue luz de las
estrellas, Fauces Amarillas apenas podía distinguir a
los otros curanderos, todos agachados como ella, con
la nariz pegada a la Piedra Lunar. Fauces Amarillas se
estremeció, abrumada de repente por el frío y la
oscuridad. Sintió un picor en las patas, un impulso de
huir lejos, muy lejos, de escapar de las preguntas, el
misterio y la responsabilidad de su nuevo papel.
Zarzal de Bayas ya estaba despierta, arqueando la
espalda en un largo estiramiento.
—Ese fue un sueño precioso —le comentó a
Bigotes Plumosos, que se agitaba a su lado—. Mi
mentora del Clan Estelar me guía muy bien.
Bigotes Plumosos asintió.
—¡El mío siempre es rápido en señalar cuando
estoy a punto de cometer un error! —ronroneó.
Fauces Amarillas escuchó, desconcertada. «No es
así para mí. Flama Plateada me dijo que tengo que
confiar en mis propios instintos.»
Entonces Corazón de Halcón del Clan del Viento se
incorporó. Parpadeando, se volvió hacia Fauces
Amarillas.
—¿Tú cómo te sientes? —preguntó alegremente.
—Eh… bien —balbuceó Fauces Amarillas.
«Sí, estoy bien —se dijo a sí misma—. Soy una
curandera del Clan de la Sombra, tal como estoy
destinada a ser.»

El cálido sol de la estación de la caída de la hoja


brillaba, tiñendo el bosque de escarlata y oro. Fauces
Amarillas y Manto de Nube estaban recogiendo
telarañas en un claro no muy lejos del campamento.
Fauces Amarillas sintió un cálido afecto al ver al joven
guerrero blanco arrancando las hebras pegajosas de
la hiedra que crecía en un roble. Aunque su herida
estaba casi curada, aún se movía con rigidez y solo se
le permitía realizar tareas ligeras, pero siempre era el
primero en ofrecer su ayuda a Fauces Amarillas. Sabía
que su lealtad hacia ella se debía al hecho de que le
había salvado la vida, y le quería aún más por ello. «El
vínculo entre nosotros nunca se romperá.» La
curandera sintió una punzada en el vientre y se dio
cuenta de que Manto de Nube se estaba estirando
demasiado hacia el árbol en su esfuerzo por alcanzar
otra telaraña. Con cuidado, le dio un toque para
apartarlo.
—Déjame agarrarla —maulló—. Tienes que tener
cuidado de no abrirte esa herida otra vez.
Cuando Manto de Nube retrocedió, unos chillidos
fuertes y emocionados llegaron desde los árboles al
borde del claro. Los aprendices actuales, Zarpa
Nocturna, Zarpa Cortada, Zarpa Negra, Zarpa de
Pedernal y Zarpa de Fronde, pasaron corriendo y se
zambulleron en la maleza del lado opuesto. Les
seguían de cerca sus mentores, Corazón de Raposa,
Cola de Cuervo, Baya de Serbal, Ráfaga Abrasadora y
Brinco de Sapo. Fauces Amarillas reprimió un
ronroneo de diversión al ver lo agitados que parecían
todos los guerreros.
—¡Hey, más despacio! —llamó Ráfaga Abrasadora
—. ¡Esto es una patrulla, no una carrera!
Manto de Nube puso los ojos en blanco.
—¡Aprendices locos!
Fauces Amarillas le tocó la oreja con la cola.
—Hace tan solo tres amaneceres tú eras un
aprendiz —le señaló.
—Ah, pero mis huesos se sienten viejos —Manto
de Nube contestó con voz temblorosa, como un
veterano.
Un chillido repentino distrajo a Fauces Amarillas y
levantó la mirada para ver a Zarpa Negra reaparecer
de entre la maleza. El gato blanco sostenía una pata
delantera negra en el aire mientras se tambaleaba
hacia ella sobre tres patas.
—¡Pisé una espina!
—Veamos. —Fauces Amarillas echó un vistazo a
las almohadillas del aprendiz, y finalmente logró ver
una diminuta espina de zarza en el borde—. ¡Gran
Clan Estelar, es enorme! —maulló, enganchándola
hábilmente con los dientes. Recordó la vez que había
mordido a Vuelo de Pinzón, satisfecha de que sus
habilidades hubieran mejorado desde entonces—.
Ahora estás bien. Dale un buen lametón —le dijo a
Zarpa Negra.
El aprendiz se pasó la lengua una vez por la
almohadilla, y luego cargó de nuevo hacia la maleza.
—¡Gracias, Fauces Amarillas! —aulló por encima
de su hombro mientras desaparecía.
Fauces Amarillas se dio cuenta de que Manto de
Nube la había observado atentamente todo el tiempo
que estuvo extrayendo la espina.
—Tenemos suerte de tenerte como curandera —
maulló—. Me alegra que el Clan Estelar te eligiera.
—También fue mi elección —respondió Fauces
Amarillas.

• • •
La luna llena derramaba su fría luz sobre los gatos
amontonados en la hondonada de los Cuatro Árboles.
Fauces Amarillas sintió la mirada de cada uno de ellos
fija en ella cuando Bigotes de Salvia anunció que
ahora era una curandera de pleno derecho.
—¡Fauces Amarillas! ¡Fauces Amarillas!
Los aullidos de bienvenida sonaron a su alrededor,
principalmente de los otros curanderos. El corazón de
Fauces Amarillas se hinchó con una mezcla de orgullo
y compañerismo al pensar que era una de ellos,
privilegiada por cuidar de su Clan e interpretar las
señales del Clan Estelar para ellos. «¡Este es
realmente mi destino!»
Entonces se encontró con la mirada de Manto
Mellado. No se había unido a los coreos, sino que la
miraba con el ceño fruncido. Apenas le había dirigido
la palabra en la media luna que había pasado desde
que había hecho los juramentos como curandera.
«¿Por qué no puede entenderlo y alegrarse por mí? —
se preguntó Fauces Amarillas, lanzándole una mirada
más aguda que el pedernal—. Si él va a ser el próximo
líder del Clan de la Sombra, yo seré su curandera, y
tendremos que liderar el Clan codo a codo. ¿Por qué
no puede estar satisfecho con eso?» Sin embargo, no
pudo reprimir una punzada de pesar por lo que había
perdido. En su lugar, Corazón de Raposa se aferraba al
costado de Manto Mellado como un abrojo; ella
estaba allí ahora, inclinándose cerca de él,
susurrándole al oído.
«Cambiará cuando sea líder —decidió Fauces
Amarillas—. Tendrá que aceptar que así son las
cosas.»
Cuando Estrella de Brezo comenzó a hablar, Fauces
Amarillas sintió una extraña sensación de
retorcimiento en su vientre. Se movió entre las hojas
caídas, intentando ponerse cómoda.
Bigotes de Salvia le dio un codazo.
—Quédate quieta —siseó—. No puedo
concentrarme en lo que dice Estrella de Brezo.
—Perdón —murmuró Fauces Amarillas.
—¿Te duele algo? —Bigotes de Salvia preguntó—.
¿Comiste carroña por error?
—Debe ser eso —coincidió Fauces Amarillas.
Pero ella sabía lo que era esa sensación. Ya había
tratado a suficientes reinas preñadas como para
reconocer el temblor de bebés nonatos, incluso antes
de que el vientre de su madre hubiera empezado a
hincharse. Fauces Amarillas trató de bloquear la
sensación, preguntándose cuál de las reinas a su
alrededor podría estar esperando crías. Pero el
retorcimiento continuó, incluso aunque Fauces
Amarillas contuvo la respiración con el esfuerzo de
concentrarse en su propio estómago. Lo que
significaba que esas sensaciones no pertenecían a
otra gata. Estaban realmente dentro de su propio
vientre, pataleando, retorciéndose y creciendo… Una
fría sensación de pavor recorrió el pelaje de Fauces
Amarillas. «¡Ahora soy una curandera! Gran Clan
Estelar, ¡no hay forma de que pueda tener hijos!»
24
Fauces Amarillas salió de su lecho unos días después
de la Asamblea. Cada músculo de su cuerpo
protestaba; se sentía tan agotada como si hubiera
corrido tres veces alrededor de la frontera.
—¿Por qué estás siempre tan cansada estos días?
—le preguntó Bigotes de Salvia mientras Fauces
Amarillas se obligaba a pasar las patas por encima de
las orejas en un esbozado acicalamiento—. También
estás engordando. Quizá si no comieras tanto, podrías
hacer más.
—Tal vez —murmuró Fauces Amarillas.
«Si no fuera una curandera, sabrías cuál es el
problema. Pero ni te imaginas que estoy esperando
cachorros. ¿Qué es lo que voy a hacer?»
Salió de la guarida, se paró en el borde del claro y
observó a sus compañeros de Clan haciendo sus
tareas. Los aprendices estaban sacando un montón
de musgo y helechos de la guarida de los veteranos.
Mientras Fauces Amarillas miraba, Zarpa de Pedernal
enrolló una bola de musgo y la lanzó a la cabeza de
Zarpa Nocturna.
Zarpa Nocturna la golpeó.
—Deja de ser un cerebro de ratón, Zarpa de
Pedernal —maulló—. Así nunca acabaremos.
Zarpa de Pedernal soltó un aullido y se lanzó
contra Zarpa Nocturna.
—¡Soy un guerrero del Clan del Viento! —chilló.
Los dos aprendices lucharon juntos en medio de
los lechos deshechos; Zarpa Negra, Zarpa Cortada y
Zarpa de Fronde se unieron con maullidos alegres,
esparciendo musgo por todas partes. Fauces
Amarillas se preguntó si tenía que intervenir, pero se
dio cuenta de que Zarpa Nocturna, quien era el más
pequeño de los aprendices, estaba dando tanto como
recibía, y la pelea era básicamente de buen carácter.
Un momento después, Flor de Acebo, la madre de
Zarpa Negra, Zarpa de Pedernal y Zarpa de Fronde,
cruzó el claro, agarró a Zarpa de Pedernal por el
pescuezo y lo sacó de la pelea. Los otros aprendices
se sentaron con musgo por todo el pelaje e idénticas
expresiones de decepción.
—¡¿Qué creen que están haciendo?! —preguntó
Flor de Acebo—. Limpien este desastre ahora mismo
y sáquenlo todo del campamento. Si no acaban con
los lechos de los veteranos, no habrá entrenamiento
de batalla más tarde. Yo misma hablaré con sus
mentores.
La amenaza fue suficiente para enviar a los
aprendices corriendo a recoger el musgo disperso y
comenzar a arrastrarlo hacia el túnel. Flor de Acebo
observó hasta que estuvo segura de que todos
estaban trabajando, luego se volvió hacia el montón
de carne fresca. Raya de Lagartija estaba allí,
acabando con un mirlo; sus orejas se agitaron cuando
los aprendices pasaron junto a ella.
—Debes estar contenta de que tus cachorros ya
no estén en tus patas y puedas volver a tus deberes
de guerrera —le comentó a Flor de Acebo.
Flor de Acebo suspiró, mirando tras los
aprendices, que se dirigían al túnel con su carga de
musgo.
—¡Pero los extraño tanto! Parece que ya no me
necesitan para nada.
Raya de Lagartija hizo una mueca como si
accidentalmente hubiera tomado un bocado de
carroña.
—¿No te sentías atrapada mientras estabas en la
maternidad? ¿Perdiendo patrullas y la oportunidad
de cazar para tu Clan?
Fauces Amarillas vio la expresión de desconcierto
de Flor de Acebo.
—¿Por qué me sentiría atrapada? Tener cachorros
para criarlos como guerreros es el deber de toda
reina.
—¿No crees que es injusto? —Raya de Lagartija
protestó—. Los gatos machos pueden cazar y luchar
toda su vida, y aun así tener crías para el Clan.
Flor de Acebo extendió la cola para darle a Raya
de Lagartija un toque amistoso en el hombro.
—¡Creo que eso es duro para los gatos! Espera a
tener crías, Raya de Lagartija, entonces pensarás
diferente.
—En realidad, no. —Raya de Lagartija olfateó.
Flor de Acebo soltó un chillido de emoción.
—¡Oh, Raya de Lagartija, estás esperando
cachorros! ¡Es fabuloso! ¿Son de Garra de Barro?
Raya de Lagartija asintió; Fauces Amarillas no creía
haber visto nunca a una futura madre tan poco
entusiasmada.
—Probablemente solo estés nerviosa —la
tranquilizó Flor de Acebo—. Tener cachorros
cambiará tu vida.
—Pero no quiero que mi vida cambie —Raya de
Lagartija maulló mientras daba azotes con la cola—.
Me gusta mi vida tal y como es ahora. Todo lo que
siempre quise fue ser una guerrera, protegiendo a mi
Clan.
—Bueno, serás una guerrera de nuevo, una vez
que tus cachorros se conviertan en aprendices —
señaló Flor de Acebo.
Su tono razonable pareció molestar aun más a
Raya de Lagartija.
—¿Seis lunas en la maternidad? ¡Me volveré loca!
—exclamó.
—Estarás bien, y tus cachorros también —
prometió Flor de Acebo, que parecía incapaz de creer
que Raya de Lagartija hablaba en serio—. ¡Ahora
tenemos dos curanderas, no lo olvides!
Con un encogimiento de hombros, Raya de
Lagartija se levantó y cruzó el campamento hacia la
guarida de los guerreros. Mirándola fijamente, Fauces
Amarillas se dio cuenta de que su vientre parecía
hinchado, un poco más que el suyo. «Dos camadas,
ninguna de las dos querida.» El pensamiento la hizo
estremecerse. «Oh, cachorros, sí que los quiero —les
dijo a las pequeñas vidas que crecían en su vientre—.
Pero las cosas van a ser complicadas.»
Fauces Amarillas deseaba poder hablar con Raya
de Lagartija, confiarle sus preocupaciones y compartir
la experiencia de tener cachorros por primera vez.
Pero el secreto de Fauces Amarillas era uno que tenía
que soportar sola. Además, ella y Raya de Lagartija
nunca habían sido amigas. «Y desde luego no puedo
decírselo a Manto Mellado. Ha dejado claro que mi
decisión de convertirme en curandera significa que no
puedo tener nada que ver con él.»
En ese momento vio al gato atigrado, que se
dirigía desde la guarida de los guerreros hacia la de
Estrella de Cedro. No estaba segura de si él la había
visto; ciertamente no lo demostró.
—Fauces Amarillas, ¿por qué estás ahí parada
como si estuvieras medio dormida?
Fauces Amarillas se sobresaltó cuando Bigotes de
Salvia salió de la guarida detrás de ella.
—Tenemos que revisar la tos de Ave Pequeña —
continuó la curandera— y llevarle a Colmillo de
Piedra un ungüento de milenrama para sus
almohadillas agrietadas. Y prometiste llevar a Manto
de Nube al bosque de nuevo. Es demasiado pronto
para que salga a menos que haya alguien
experimentado que lo vigile.
—Lo siento, Bigotes de Salvia —Fauces Amarillas
maulló—. Iré a ver a los veteranos, y luego encontraré
a Manto de Nube.
Se puso en marcha hacia la guarida de los
veteranos, sintiéndose completamente cansada,
arrastraba las patas como si estuvieran hechas de
piedra.
Bigotes de Salvia la siguió.
—No olvides el ungüento de milenrama —le pidió.
Sus ojos se entrecerraron y estudió a Fauces Amarillas
más de cerca—. ¿Estás bien? —preguntó—. Has
estado muy cansada últimamente. Los curanderos
también se enferman, ¿sabes?
El pánico se apoderó de Fauces Amarillas ante la
idea de que Bigotes de Salvia descubriera la verdad.
«¿Qué es lo que haría? ¿Despojarme de mi condición
de curandera? ¿Exiliarme del Clan? ¡Este es mi hogar
y mi vida!»
—No, estoy bien —contestó Fauces Amarillas,
tratando de acelerar el paso mientras se dirigía a la
guarida de los veteranos.
«Incluso si están malhumorados y difíciles por lo
cerca que está la estación sin hojas, es mi deber
cuidar de ellos, y lo haré, mientras me lo permitan.»

Fauces Amarillas se encontró de pie en un espacio


oscuro y vacío. Unos pocos rastros de luz estelar
brillaban en la negrura sobre su cabeza, demasiado
débiles para ser estrellas. Comprendió que estaba
soñando, pero no sabía qué podía significar el sueño.
—¿Esto es el Clan Estelar? —llamó—. ¿Hay alguien
ahí?
Un momento después, un pequeño gato de manto
oscuro salió de las sombras. Le echó una larga mirada
a Fauces Amarillas, y solemnemente sacudió la
cabeza.
—Se acerca un gato —maulló—, un gato que
nunca debería haber nacido, cuya vida traerá fuego y
sangre al bosque, y sin embargo, ¡el Clan Estelar es
impotente para detenerlo!
Fauces Amarillas lo miró horrorizada.
—¿No hay nada que podamos hacer?
El gato oscuro agachó la cabeza.
—Solo una cosa puede detener la marea de odio
que este gato maldito de nacimiento traerá: el valor
de una madre para conocer su destino.
—¿Estás hablando de uno de mis hijos? —Fauces
Amarillas jadeó—. ¿Qué quieres decir? ¿Es una
profecía?
—Es una advertencia —susurró el gato oscuro.
Volvió hacia las sombras.
Fauces Amarillas saltó tras él y se despertó
agitándose en su lecho, con las paredes de la guarida
apenas visibles mientras el cielo palidecía hacia el
amanecer. El horror le heló los huesos.
Instintivamente apretó las patas alrededor de su
vientre hinchado, desesperada por proteger la vida
que llevaba dentro. «¡No hay forma de que mis
cachorros traigan masacre al Clan de la Sombra! No
es culpa suya que vayan a nacer.» Por un momento,
consideró describirle el sueño a Bigotes de Salvia.
«Pero Flama Plateada me dijo que confiara en mis
propios instintos. Y mi secreto estaría en peligro si le
contara demasiado.»
Fauces Amarillas levantó los ojos hacia los pocos
guerreros del Clan Estelar que aún brillaban en el
cielo del alba.
—Clan Estelar, pronuncio estas palabras ante
ustedes —susurró—. Juro a mis cachorros que haré
todo lo que pueda para protegerlos. Lamento no ser
la madre que esperaban, la madre que merecen, pero
siempre los amaré.

Las últimas hojas cayeron de los árboles. El tiempo


no era tan duro como el anterior, pero los días eran
fríos e interminablemente húmedos, y ninguno de los
gatos se sentía caliente o seco. La vida en el Clan
parecía ralentizarse, y los guerreros solo salían para
cazar o patrullar, aunque ningún gato esperaba que
los enemigos atacaran con un tiempo tan horrible.
Una mañana, Fauces Amarillas yacía en la boca de
su guarida, observando cómo Manto Mellado
ordenaba a guerreros reacios a patrullar bajo la
llovizna perpetua. Manto de Nube, ya totalmente
recuperado, estaba entre ellos, el único gato que
parecía tener algo de energía mientras saltaba y
chapoteaba por los charcos del claro.
—Hiciste bien en curar al joven guerrero. —
Bigotes de Salvia fue a reunirse con Fauces Amarillas
en la boca de la guarida.
—Era lo bastante fuerte como para curarse a sí
mismo —respondió Fauces Amarillas, sintiéndose
incómoda y gorda bajo su grueso manto.
La curandera guardó silencio un momento. Luego
dio un empujón a Fauces Amarillas.
—Ven, vamos a dar un paseo. Hace días que no
salgo del campamento.
De mala gana, pero sin atreverse a mostrarlo,
Fauces Amarillas se puso de pie y salió del
campamento junto a Bigotes de Salvia, siguiendo a las
patrullas que se marchaban. Se dio cuenta de lo
mucho que la edad de la vieja curandera empezaba a
mostrarse, tenía gris alrededor del hocico y rigidez en
las patas traseras cuando el tiempo era húmedo. Una
punzada de preocupación sacudió a Fauces Amarillas.
Bigotes de Salvia había sido la curandera del Clan de
la Sombra desde que tenía memoria, una fuente de
habilidad y consuelo para su Clan, y era difícil pensar
que se hiciera vieja. «Debo asegurarme de que coma
algunas hierbas para aliviar sus dolores. Necesita que
la cuide, aunque ella no quiera.»
Fauces Amarillas y Bigotes de Salvia se agacharon
entre las zarzas goteantes y se dirigieron a los
pantanos.
—Me gustan los espacios abiertos cuando llueve
—maulló Bigotes de Salvia—. No soporto cuando la
lluvia me salpica el cuello desde los árboles. —Se
detuvo en el borde del pantano y respiró hondo—. Es
sombrío aquí, pero me encanta esta parte del
territorio —le dijo a Fauces Amarillas—. Soy una gata
del Clan de la Sombra hasta los huesos, y me alegra
que el Clan Estelar se asegurara de que naciera aquí.
Fauces Amarillas murmuró que estaba de acuerdo,
pero su atención se centró principalmente en el
retorcimiento de su vientre. De repente, uno de sus
cachorros la pateó tan fuerte que soltó un jadeo
involuntario.
Bigotes de Salvia se volvió hacia ella.
—Ven y siéntate aquí, en esta mata de pasto. —
Cuando Fauces Amarillas obedeció, la miró
largamente—. ¿Cuánto te falta? —preguntó.
Fauces Amarillas la miró consternada.
—¿Lo sabes? —susurró.
—Soy una curandera —Bigotes de Salvia
respondió—. He traído más cachorros al Clan de la
Sombra que ratones has comido. Claro que lo sé.
—¿Estás enojada?
—Un poco —admitió Bigotes de Salvia—. Hiciste
juramentos, y los rompiste.
—¡No! —Fauces Amarillas protestó—. Manto
Mellado y yo no hemos estado juntos desde que me
hiciste una curandera de pleno derecho en la Piedra
Lunar.
Bigotes de Salvia sacudió la cola.
—Estás separando bigotes, Fauces Amarillas.
Sabes que no deberías haber estado con Manto
Mellado cuando eras una aprendiza de curandera.
Pero eso no es lo más importante —continuó—. El
Clan de la Sombra te necesita. Pronto caminaré con el
Clan Estelar, y tú tienes que ocupar mi lugar. Tienes
un don poco común, y lo has desperdiciado.
—¡No, no lo he hecho! —Fauces Amarillas insistió
—. Me ocuparé de esto, lo prometo. No dejaré de ser
una curandera. Solo tengo que averiguar qué hacer…
Su voz se entrecortó. La mirada de Bigotes de
Salvia era severa.
—Es hora de que tomes una decisión de una vez
por todas —maulló—. Si vas a seguir el camino de
una curandera, no debes desviarte más. El Clan tiene
que ser lo primero.
Fauces Amarillas asintió miserablemente.
—Lo sé. Lo será, a partir de ahora.
Bigotes de Salvia estiró la cola y acarició el hombro
de Fauces Amarillas, un gesto de afecto poco
frecuente.
—Pobrecita —susurró, sobresaltando a Fauces
Amarillas—. Que el Clan Estelar ilumine tu camino. —
Su tono volvió a ser enérgico mientras continuaba—.
¿Manto Mellado sabe?
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—Deberías decírselo —maulló Bigotes de Salvia.
—Si los cachorros… van a vivir, entonces él merece
saber.
—¡Por supuesto que van a vivir! —Fauces
Amarillas gritó.
«¿Cree que mataría a mis propios cachorros?»
—Entonces necesitarán a su padre más que nunca
—le dijo Bigotes de Salvia—. No pueden perder a sus
dos padres.
Fauces Amarillas asintió.
—Lo sé, tienes razón. Pero será difícil decírselo.
«¿Cómo voy a encontrar las palabras? ¿Y qué hará
cuando sepa la verdad?»

Más tarde ese día, Fauces Amarillas estaba de


vuelta en el campamento, ocupada cubriendo los
almacenes de hierbas con más helechos para
mantener la lluvia fuera.
Bigotes de Salvia entró en la guarida y agarró la
rama de helecho que sostenía.
—Yo lo haré —le maulló—. Manto Mellado no está
de patrulla. Ve a decírselo. —Más suavemente,
añadió—: Tienes que hacerlo; lo sabes.
Fauces Amarillas la miró por un momento, luego
inclinó la cabeza. A regañadientes, se arrastró hasta el
claro y vio a Manto Mellado engullendo un trozo de
presa junto al montón de carne fresca.
—¿Podemos hablar? —preguntó, acercándose a
él.
Manto Mellado la miró fríamente.
—No tenemos nada que decirnos.
—Créeme, sí tenemos.
Fauces Amarillas guió a Manto Mellado hacia el
bosque, abriéndose paso entre la maleza hasta
perder de vista el campamento. Entonces se enfrentó
a él bajo los árboles goteantes.
—Voy a tener cachorros —anunció.
Se preparó para la explosión de enojo de Manto
Mellado. En lugar de eso, los ojos del atigrado se
abrieron de par en par con incredulidad.
—¡Eso no es posible!
—¡Claro que es posible!
La confusión en los ojos de Manto Mellado se
desvaneció, para ser reemplazada por una radiante
felicidad.
—¡Voy a ser padre! —exclamó—. ¡Fauces
Amarillas, eso es genial! Nuestros cachorros serán los
mejores guerreros y reinas que el Clan haya conocido.
Uno de ellos podría convertirse en líder de Clan algún
día.
—Pero… —Fauces Amarillas trató de interrumpir.
Incluso enojo por parte de Manto Mellado podría
haber sido mejor que esa negativa total a ver cuál era
el problema.
—Voy a ser el mejor padre —continuó con
entusiasmo—. Les enseñaré movimientos de batalla,
y les mostraré los mejores lugares para cazar.
—¡Pero soy una curandera! —Fauces Amarillas le
hizo escuchar al fin—. ¡Se supone que no debo tener
cachorros!
Manto Mellado la miró.
—Pues tendrás que dejar de ser una curandera.
—No puedo —se atragantó Fauces Amarillas.
La voz de Manto Mellado se volvió peligrosa:
—¿No puedes o no quieres?
—Ambas —Fauces Amarillas admitió—. Tendré a
estos cachorros y los amaré con todo mi corazón,
pero no puedo ser su madre. Tendrás que criarlos
solo.
—¡No puedo hacer eso! —Manto Mellado gritó—.
¿Cómo puedo quedarme con ellos en la maternidad y
darles leche?
—Raya de Lagartija también está esperando
cachorros —le explicó Fauces Amarillas—. Ella puede
cuidar de los nuestros hasta que tengan edad
suficiente para alimentarse solos. Todos los gatos
pueden saber que son tuyos, pero ninguno debe
saber que también son míos. —Dejó escapar un largo
suspiro—. Lo siento, Manto Mellado. No puedo ser su
madre.
Aunque hablaba enérgicamente, por dentro el
corazón de Fauces Amarillas se partía en pedacitos.
«Esta es la única elección que puedo hacer. Tengo que
seguir el camino que el Clan Estelar trazó para mí.»
Las palabras del pequeño gato oscuro de su sueño
resonaron en sus oídos, advirtiéndole sobre la
tormenta de fuego y sangre que se desataría en su
Clan, pero apartó el recuerdo. No había razón para
creer que el gato negro se había referido a sus
cachorros. Ni siquiera sabía su nombre, ni a qué Clan
había pertenecido. «Manto Mellado será un buen
padre. Mis cachorros estarán en buenas patas.»
El guerrero la miraba como si nunca la hubiera
visto antes.
—¿Quieres decir que elegirías ser curandera de
compañeros de Clan que no tienen parentesco
contigo, antes que cuidar de tus propios cachorros?
¿Nuestros propios cachorros? —Su voz se elevó a un
chillido—. ¡¿Qué clase de gata eres?! ¡¿No te importa
nada más que tú misma?!
Fauces Amarillas trató de no derrumbarse en el
suelo por la desesperación.
—Tengo que hacerlo —murmuró apretando los
dientes—. Nuestros cachorros no sufrirán por ello.
—¿Qué sabes tú de crecer con un solo padre? —
gruñó Manto Mellado.
Demasiado tarde, Fauces Amarillas se dio cuenta
de que se había olvidado de su tormento por su
padre ausente.
—¡Esto será diferente! —intentó protestar—.
¡Estos cachorros serán cuidados por Raya de Lagartija
en la maternidad, y te tendrán a ti como padre, para
amarlos y estar orgulloso de ellos! ¡Por favor, tienes
que hacer esto por ellos!
Manto Mellado la miró como si no fuera más que
una rata.
—Muy bien, pero con una condición —maulló al
fin—. Debes prometer que nunca les dirás la verdad a
estos cachorros. Es mejor que crezcan sin madre a
que sepan que su madre decidió abandonarlos.
El corazón de Fauces Amarillas se rompió un poco
más cuando hizo la promesa que Manto Mellado le
pidió. «Nunca les abandonaré, pequeños —susurró a
sus bebés nonatos—. Estaré con ustedes, siempre.»
25
Un dolor punzante en el vientre despertó a Fauces
Amarillas, quien se mordió un gemido. Sabía que esta
vez la agonía era suya. «Es la hora. Tengo que irme.
Bigotes de Salvia me cubrirá.» Fauces Amarillas ya
había preparado las hierbas que necesitaría: raíz de
perifollo y una baya de enebro, dobladas en un par de
hojas de ortiga. Había escondido el envoltorio de
hojas en su lecho, para que ningún gato que entrara
en la guarida lo viera. Fauces Amarillas sacó las
hierbas del musgo y se dirigió a la boca de la guarida.
Bigotes de Salvia seguía dormida en su lecho, y
Fauces Amarillas no la despertó cuando salió al claro.
La noche cubría el bosque. Se veían algunas
estrellas entre las nubes, pero no había luna. Fauces
Amarillas agradeció la oscuridad. Podía ver a Ala de
Ventisca de guardia junto a la entrada del
campamento, por su pálido manto, pero sabía que
podría escabullirse sin ser vista más allá del arenero.
Poderosas ondas de dolor pasaron por el vientre
de Fauces Amarillas mientras bordeaba el arenero y
se dirigía a través de los árboles. Unos amaneceres
antes había elegido el lugar donde nacerían sus
cachorros: un árbol muerto al otro lado de la
frontera, en el bosque desconocido. Allí las patrullas
fronterizas no podrían olfatearla ni encontrarse con
ella de improviso.
«Pase lo que pase después de esto —pensó—,
tengo que concentrarme en mis deberes como
curandera. Nada más importa. El Clan siempre me
necesitará más que mis cachorros.»

Cuando Fauces Amarillas entró en el hueco del


árbol muerto, supo que sus cachorros estaban listos
para nacer. El hueco estaba lleno de hojas muertas y
había un olor a hongos y algo podrido. Ni siquiera
Manto Mellado la encontraría allí.
Todo lo que Fauces Amarillas quería era que el
parto terminara. Pero se sentía como si llevara
echada en aquel árbol muerto varios días. Le dolía
todo el cuerpo, hasta la punta del pelaje y de las
garras. Se decía a sí misma que era una curandera,
capaz de cuidar de sí misma, pero estaba demasiado
débil para hacer nada, ni siquiera comer las hierbas
que había traído. Finalmente, después de una larga
noche de oscuridad y angustia, había tres pequeños
bultos junto a ella en el montón de hojas. Dos de ellos
se retorcían; uno estaba completamente quieto.
Fauces Amarillas lo pinchó con la pata, intentando
ocultarse a sí misma lo que sabía muy bien. La gatita
había nacido muerta. Sus ojos nunca se abrirían.
Fauces Amarillas arrastró a los otros dos, un gato y
una gata, hacia ella. Con todas sus fuerzas, empezó a
lamerlos, tratando de calentarlos y despertarlos. El
gato soltó un aullido de rabia en cuanto lo tocó; la
otra solo gimoteó un poco y sacudió las patas. «Veo
que el gato va a ser un luchador.» Tenía el manto
atigrado oscuro de su padre, con una cara ancha y
plana y una pequeña cola doblada por la mitad como
una rama rota. Sus pulmones eran tan potentes que
Fauces Amarillas se sorprendió de que sus aullidos no
hicieran que todo el Clan corriera a buscarlos.
Golpeaba a su hermana con las patas cada vez que se
movía, pero ella apenas reaccionaba. Otra espantosa
certeza comenzó a amontonarse dentro de Fauces
Amarillas. Lo intentó todo lo que pudo, lamiendo y
lamiendo a la débil cachorrita, pero su respiración
solo se hizo cada vez más superficial, hasta que
finalmente se detuvo por completo. Su cola se movió
una vez y se quedó quieta. Fauces Amarillas enterró
la nariz en el pequeño trozo de pelo, sintiendo que la
pena se abatía sobre ella. Era una clara señal del Clan
Estelar.
«Estos son los cachorros que vi en el estanque,
cuando estaba en el Clan Estelar con Flama Plateada.
Pero nunca deberían haber nacido.»
Saliendo de su dolor, Fauces Amarillas volvió su
atención a su único gatito superviviente, y vio la
expresión en su cara pequeña y plana. Era nuevo en
el mundo, no podía ver, apenas podía arrastrarse
hasta su vientre para alimentarse. Y sin embargo, su
cara ya estaba retorcida por una fuerte emoción …
«¿Rabia? ¿Odio? Nunca había visto una mirada así en
ningún gato, y menos en un gatito recién nacido.» El
miedo inundó a Fauces Amarillas, haciéndola temblar
de frío. «Tal vez este gatito tampoco estaba destinado
a sobrevivir», pensó. Un gatito nacido con tanto enojo
solo podía significar problemas para el Clan. Su miedo
aumentó al recordar su sueño y la terrible
advertencia del gato negro del Clan Estelar. «¿Es este
el gato que traerá fuego y sangre al bosque?» Pero
entonces la cría se retorció hacia Fauces Amarillas y
apretó la cara contra su pelaje. «Es tan pequeño, tan
indefenso. ¡Me necesita!»
Desesperada, se dijo a sí misma que, al fin y al
cabo, solo era un cachorro, su cachorro, y el hijo de
Manto Mellado, el gato al que amaba. Fauces
Amarillas le lamió la parte superior de la cabeza y
dejó escapar un pequeño ronroneo. Su corazón
pareció expandirse hasta llenar todo su pecho.
«¿Cómo podría creer que un gatito no debería haber
nacido?»
Dejando al pequeño gato en el árbol hueco,
Fauces Amarillas enterró a sus hermanas en el
bosque desconocido, cavando profundamente en la
tierra para que ningún gato, zorro o tejón pudiera
olfatearlas. Luego volvió con su único gatito vivo.
—Flama Plateada me dijo que confiara en mis
instintos y tomara mis propias decisiones —le susurró
al pequeño gato, inclinándose para lamerle la cabeza
—. Y yo elijo que crezcas en el Clan como un guerrero
sin saber quién es tu madre. —Suspiró
profundamente—. Eso será lo mejor para los dos,
pequeño.
Dándole un último lametón, Fauces Amarillas se
escabulló entre la maleza, con el pelaje enmarañado y
apestando a hongos, y el gato colgando de su boca.
Consciente de que le harían muchas preguntas, se
detuvo para limpiarse en un charco cerca de la
entrada. Para cuando ella y su cachorro entraran al
campamento, ningún gato sería capaz de adivinar el
sufrimiento que había atravesado.
Manto Mellado la vio en cuanto atravesó las
zarzas. Apenas la miró; sus ojos eran solo para el
cachorro, y estaban llenos de esperanza y emoción.
Saltó por el claro para seguir a Fauces Amarillas a la
maternidad. Raya de Lagartija estaba allí atendiendo
a sus tres cachorros, nacidos unos días antes. Su
pelaje atigrado marrón claro y su vientre blanco
parecían brillar en la oscuridad de la maternidad.
Miró a Fauces Amarillas con ojos estrechos y hostiles.
A Fauces Amarillas nunca le había caído bien ni había
confiado en Raya de Lagartija, pero no tenía elección.
Raya de Lagartija era la única reina lactante en ese
momento.
Fauces Amarillas dejó caer al cachorro en las patas
de Raya de Lagartija. El gatito soltó un grito furioso.
—¿Qué es eso? —gruñó Raya de Lagartija.
—Es un cachorro —Fauces Amarillas respondió
—Es mi cachorro —añadió Manto Mellado con
orgullo, abriéndose paso hacia la guarida.
—¿Ah, sí? —Raya de Lagartija maulló—. Qué
milagro. Si hubiera sabido que los gatos machos
podían tener crías, habría hecho que Garra de Barro
tuviera a estos mocosos míos él mismo.
Manto Mellado la ignoró. Fauces Amarillas pensó
que el espacio pareció hacerse más pequeño con él
dentro, como si atrajera todo el aire hacia sí. Quería
apretarse contra su pelaje y contarle todo lo que
había pasado y lo de los dos pequeños cuerpos en el
bosque. El esfuerzo de contenerse la hizo temblar por
dentro, pero Manto Mellado seguía sin mirarla. Él se
agachó y olfateó a su hijo. El gatito trató de levantar
la cabeza, y luego balanceó la pata en el aire, que
conectó con la nariz de Manto Mellado. El gato
atigrado echó la cabeza hacia atrás, sorprendido.
—¡Mira eso! —gritó encantado—. ¡Ya es un
pequeño guerrero!
La mirada amarilla de Raya de Lagartija estaba
incomodando a Fauces Amarillas.
—Su madre desea mantener su identidad en
secreto —le maulló Fauces Amarillas—. No puede
cuidar de este gatito, y espera que tú lo acojas por
ella.
Raya de Lagartija dio un azote con la cola.
—¿Qué clase de tontería de cerebro de ratón es
esa? —espetó—. ¿Por qué tengo que aguantar a otro
ruidoso bulto de pelo? Yo tampoco pedí estos
cachorros, pero no me verás echándoselos a otra
gata. No es mi trabajo cuidar de todos los gatitos no
deseados del Clan.
Manto Mellado gruñó, y Raya de Lagartija se
encogió en su lecho.
—Él es deseado —siseó Estrella Mellada—. Es mi
hijo, y siempre lo reclamaré como mío. Se te está
concediendo un gran honor, gata indigna. ¿Quién no
querría ser la madre del hijo del lugarteniente del
Clan, y tal vez del futuro líder del Clan?
Raya de Lagartija siseó suavemente. Pero sabía
que no debía discutir con Manto Mellado. Fauces
Amarillas pensó que tal vez veía la sabiduría de sus
palabras. Como la reina responsable del hijo de
Manto Mellado, incluso si el Clan sabía que ella no
era su verdadera madre, Raya de Lagartija sería una
gata importante dentro del Clan.
—De acuerdo, está bien —escupió sin gracia—.
Dámelo.
Mientras Raya de Lagartija acurrucaba al cachorro
en la curva de su vientre, Fauces Amarillas sintió una
fuerte punzada de inquietud. «¿Qué clase de vida
tendrá, con una reina ambiciosa como Raya de
Lagartija criándolo? ¿Estoy cometiendo el mayor
error de mi vida?»
—Se llama Pequeño Roto —maulló, con la voz
entrecortada.
Raya de Lagartija asintió, estirando una pata para
tocar el pliegue de la cola del cachorro. De ahí era de
donde todos los gatos pensarían que venía el
nombre. Pero Fauces Amarillas sabía la verdad. Llamó
así a su hijo por lo que sintió en el pecho cuando lo
dejó allí, como si su corazón se partiera en dos, como
si su vida se hubiera roto por la mitad.

Fauces Amarillas regresó tambaleándose a la


guarida de curandería y se acurrucó en su lecho. Le
dolía todo por dentro, mucho más allá del alcance de
cualquier hierba.
Bigotes de Salvia volvió de colgar telarañas en las
espinas.
—¿Se acabó?
Fauces Amarillas levantó un poco la cabeza y
asintió.
—Sí. Se acabó.
«Todo se acabó.»
Bigotes de Salvia volvió al almacén de hierbas,
agarró una hoja y se la acercó.
—¿Perejil? —preguntó Fauces Amarillas.
La curandera asintió.
—Te secará la leche. Deberías tomar una hoja cada
día. —Mientras Fauces Amarillas lamía la hoja, añadió
—: Hiciste lo correcto.
Fauces Amarillas no respondió. Solo podía pensar
en su pequeño hijo, que ahora mamaba del vientre
de Raya de Lagartija. Lo anhelaba, pero no podía
evitar sentir miedo al recordar la rabia en su cara
cuando había nacido. No podía ignorar sus temores
de que fuera el gatito que el gato negro había
mencionado en su terrible profecía. Pero Fauces
Amarillas esperaba que al entregarlo a otra gata,
hubiera evitado la fatalidad que su sueño había
predicho.
—El futuro va a ser diferente ahora —siseó al Clan
Estelar mientras cerraba los ojos—. Pequeño Roto ya
no es mi hijo.
26
—Visitaré a Raya de Lagartija —anunció Bigotes de
Salvia al amanecer siguiente—. Puedes salir a recoger
musgo. Debería haber mucho, con toda esta lluvia.
Su deliberada alegría no levantó el ánimo de
Fauces Amarillas. Sospechaba que Bigotes de Salvia la
mantenía fuera de la maternidad para que no pudiera
ver a Pequeño Roto.
Cuando Fauces Amarillas se dirigió al claro para
recoger musgo, Flor Radiante se puso a su lado.
—¿Dónde estabas ayer por la mañana? Te busqué
y ningún gato sabía dónde estabas —se preocupó—.
¿Estás bien? No te ves bien.
A Fauces Amarillas anhelaba confiar en su madre,
pero sabía que era imposible.
—Oh, solo cosas de curandera —maulló
vagamente—. Y estoy bien, solo un poco cansada.
Para su alivio, Flor Radiante pareció tranquilizarse.
—¡Estoy tan orgullosa de que seas una curandera!
—exclamó—. Tengo noticias para ti —añadió después
de un momento—. Bigotes de Nuez ha estado
pasando mucho tiempo con Zarpa de Fronde
últimamente, aunque ella no sea su aprendiza.
Realmente espero que esté listo para establecerse
con una pareja. Sería maravilloso para él tener una
camada de cachorros.
—Genial —Fauces Amarillas maulló, tratando de
sonar entusiasta—. Ahora, si no te importa, tengo
cosas que hacer.
Se adentró en el bosque, intentando quitarse de la
cabeza el olor del campamento. Se sentía aturdida,
dolorida y perdida sin los cachorros en su vientre.
«Mis queridas hijas, siempre lloraré por ustedes. Y por
ti, hijo mío.» Era aún más doloroso pensar en
Pequeño Roto, sabiendo que estaba vivo, pero no con
ella.
Suspirando, Fauces Amarillas empezó a recoger
musgo de debajo de trozos de corteza y alrededor de
las raíces de los árboles, haciendo un montón al lado
de un camino, listo para llevarlo al campamento más
tarde. Mientras trabajaba, se acercó a la zona de
entrenamiento. A través de los árboles pudo ver a los
cinco aprendices practicando movimientos de batalla.
—Zarpa Nocturna, no seas tan débil. —La voz de
Corazón de Raposa sonó estridente—. ¡Vamos, ya te
enseñé a hacer ese movimiento antes!
—Sí, no es divertido pelear contigo —agregó Zarpa
de Pedernal.
La única respuesta de Zarpa Nocturna fue un
ataque de tos.
Al oírlo, Fauces Amarillas dejó caer el musgo y
saltó entre los árboles hasta llegar al borde del claro.
—¡Basta! —ordenó—. Zarpa Nocturna está
enfermo.
Corazón de Raposa la fulminó con la mirada.
—Deberías mantenerte fuera del área de
entrenamiento —le espetó—. Solo eres una
curandera.
—Esto no es entrenamiento —replicó Fauces
Amarillas—. Es enfermedad. Me llevaré a Zarpa
Nocturna de vuelta al campamento.
Corazón de Raposa dejó escapar un siseo de
molestia. «Pero no puede hacer nada para
detenerme», pensó Fauces Amarillas con satisfacción.
Zarpa Nocturna se recuperó de su ataque de tos y
trotó hacia ella. Antes de que se fuera, su hermano
Zarpa Cortada tocó la oreja del pequeño aprendiz con
la nariz.
—¡Que te mejores pronto! —maulló.
Fauces Amarillas le hizo un gesto de aprobación.
Zarpa Cortada era un gato joven y robusto, inclinado a
ser demasiado rudo, pero siempre amable con su
hermano más débil.
La tos de Zarpa Nocturna se calmó mientras él y
Fauces Amarillas volvían al campamento. Al pasar
junto a su montón musgo, Fauces Amarillas se detuvo
para recoger un poco.
—Puedo llevar algo de eso por ti —dijo Zarpa
Nocturna.
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—No, necesitas descansar.
—Estaré bien, en serio —Zarpa Nocturna insistió
—. Por favor. Me gustaría ayudar.
Fauces Amarillas dudó durante un latido y luego
cedió. Entre los dos se las arreglaron para llevar la
mitad de lo que había recogido, y se dirigieron juntos
de vuelta al campamento. Una vez en la guarida de
curandería, Fauces Amarillas revisó a Zarpa Nocturna
desde la nariz hasta la punta de la cola. Podía oír
jadeos en su pecho, pero sus ojos estaban brillantes,
sus encías rojas y su corazón latía con firmeza. No
había signos de fiebre.
—Bueno, eres un enigma —maulló al fin—. No
tienes tos blanca ni verde, pero no sé… ¿Bigotes de
Salvia? —llamó cuando la vieja curandera entró en la
guarida—. ¿Le echarías un vistazo a Zarpa Nocturna?
Estaba tosiendo, pero no parece tener nada malo.
Bigotes de Salvia examinó a Zarpa Nocturna, luego
sacudió la cabeza.
—Muy raro —comentó—. Zarpa Nocturna, ¿crees
que podrías tener una bola de pelo?
—No —contestó el aprendiz—. Estoy seguro de
que no. De todos modos, mi manto es tan corto que
no se me forman bolas de pelo.
—Entonces tal vez solo te tragaste una semilla, o
algo así —Bigotes de Salvia concluyó—. No creo que
necesites ninguna hierba. Solo asegúrate de beber
mucha agua.
—Lo haré, Bigotes de Salvia. Gracias. —El aprendiz
se volvió hacia Fauces Amarillas—. Me siento bien
ahora. Voy a recoger el resto del musgo.
Cuando se hubo ido, Bigotes de Salvia guió a
Fauces Amarillas a su lecho.
—Necesitas descansar un rato —maulló—. ¿Te
encuentras bien?
—¿Cómo está Pequeño Roto? —preguntó Fauces
Amarillas, acomodándose de mala gana en el musgo.
Bigotes de Salvia respondió con una mirada
cautelosa.
—Está bien. Se está alimentando bien y ya es tan
fuerte como sus nuevos compañeros de camada. —
Algo en la voz de la vieja gata sugería que se estaba
conteniendo.
—Algo anda mal, ¿verdad? —Fauces Amarillas
exigió—. ¿Qué es lo que no me estás diciendo?
Bigotes de Salvia suspiró.
—Raya de Lagartija no parece del todo feliz con la
boca extra que alimentar.
Fauces Amarillas resopló.
—¡Raya de Lagartija no quería cachorros en primer
lugar!
Bigotes de Salvia asintió.
—Lo sé, pero es una pena. Es el deber de una
reina.
—Algunas reinas no deberían tener hijos —
murmuró Fauces Amarillas.
Por dentro, estaba desesperadamente preocupada
por su hijo. «No puedo soportar que se sienta
indeseado y no querido.»
Bigotes de Salvia pareció adivinar lo que estaba
pensando.
—Fauces Amarillas, tienes que alejarte de la
maternidad. Pequeño Roto necesita tener la
oportunidad de vincularse con Raya de Lagartija.
Fauces Amarillas se echó una corta siesta mientras
Bigotes de Salvia salía al bosque a buscar hierbas.
Acababa de volver cuando Fauces Amarillas se
despertó.
—Encontré más bayas de enebro —maulló
alegremente—. Y un montón entero de hojas de
borraja en un lugar protegido. Había perdido la
esperanza de encontrar más antes de la estación de la
hoja nueva. Serán útiles si Raya de Lagartija no tiene
suficiente leche.
Fauces Amarillas se levantó de su lecho para
ayudar a Bigotes de Salvia a clasificar las hierbas,
desechando las hojas que estaban demasiado
arrugadas para ser útiles. Todavía estaba concentrada
en la tarea cuando Corazón de Raposa irrumpió en la
guarida. Su pelaje estaba erizado y sus ojos ardían de
enojo.
—¿Por qué tienes a los aprendices haciendo
tareas de curanderos? —gruñó.
Fauces Amarillas vio que Zarpa Nocturna estaba
detrás de su mentora, con la boca llena de musgo.
—Zarpa Nocturna se sentía lo suficientemente
bien como para ayudarme —le maulló Fauces
Amarillas—. ¿Por qué es eso un problema?
—¡Deberías haberlo enviado de vuelta al
entrenamiento! —Corazón de Raposa espetó—. ¡No
te metas en los asuntos de los guerreros en el futuro!
—Se dio la vuelta y salió de la guarida.
Zarpa Nocturna dejó caer el musgo sobre el
montón, le dio a Fauces Amarillas un encogimiento
de hombros de disculpa, y trotó tras su mentora.
Hirviendo de furia, Fauces Amarillas levantó el musgo
y lo arrojó hacia el hueco donde estaba guardado. Su
puntería era mala, pero no le importaba. «Me
encantaría arañarle la cara a esa gata, ¡es tan
engreída!»
—Tranquila. —Bigotes de Salvia apoyó la punta de
la cola en el hombro de Fauces Amarillas—. Ve a
buscar un trozo de carne fresca y cálmate.
Fauces Amarillas lanzó una última bola de musgo
tras el resto y salió de la guarida. Al otro lado del
claro, Corazón de Raposa estaba hablando con Manto
Mellado, erizada y moviendo la cola de un lado a
otro. «Quejándose de mí, imagino», pensó Fauces
Amarillas mientras ambos gatos la miraban.
Intentando ignorarlos, se acercó al escaso montón
de carne fresca y eligió una musaraña. Mientras
comía, Baya de Serbal apareció a su lado.
—¿Te enteraste de que hay un gatito más en la
maternidad? —preguntó su hermana con
entusiasmo.
—Sí, eso escuché —respondió Fauces Amarillas
con brusquedad.
—Todos los gatos creen que es de Corazón de
Raposa —le murmuró Baya de Serbal al oído—.
Mírala allí con Manto Mellado. Son muy unidos.
Otra puñalada de furia atravesó a Fauces
Amarillas. Quería gritar: «¡No! ¡Pequeño Roto es
mío!», pero se obligó a callarse y seguir comiendo la
musaraña.
—¿Qué clase de gata abandonaría a su propio
hijo? —continuó Baya de Serbal, sonando
escandalizada.
—¿Una gata tan decidida a ser lugarteniente
cuando Manto Mellado sea líder? —Corazón de
Cenizas sugirió, acercándose con Cola de Rana—.
Corazón de Raposa siempre ha sido ambiciosa.
Probablemente piensa que tener un cachorro
permitiría a otro gato robarle la oportunidad. —Se
volvió hacia su compañera de Clan—. ¿Qué piensas
tú, Cola de Rana?
—No escucho chismes —respondió Cola de Rana
—. Si el cachorro es de Corazón de Raposa, ¿qué
tiene? Pronto será un aprendiz y tendrá un mentor
que ocupe el lugar de sus padres. —Se sacudió la cola
—. Si yo fuera una gata, tampoco me gustaría estar
atrapada en la maternidad.
Fauces Amarillas abandonó a su musaraña a
medio comer y se retiró a la guarida de los
curanderos.
—¿Qué pasa? —Bigotes de Salvia maulló.
—El Clan está chismorreando sobre Pequeño Roto
—le dijo Fauces Amarillas—. Todos creen que es de
Corazón de Raposa.
Bigotes de Salvia pareció ligeramente sorprendida.
—Bueno, es mejor que el Clan piense que la
madre de Pequeño Roto es una gata del Clan de la
Sombra y no una minina casera o una proscrita.
Fauces Amarillas suspiró, sabiendo que eso era
cierto. «Aunque no tiene por qué gustarme.» Volvió a
acurrucarse en su lecho, intentando dormir, pero
después de dos lunas de tener el vientre lleno, ahora
el vacío la mantenía despierta.

Unos amaneceres más tarde, Fauces Amarillas


regresó al claro con la boca llena de raíz de perifollo
para ver a Raya de Lagartija saliendo de la
maternidad. Flor Radiante se acercó a Fauces
Amarillas mientras se detenía, preguntándose por
qué Raya de Lagartija dejaba a sus cachorros.
—Los cachorros abrieron los ojos —le informó Flor
Radiante, con una mirada brillante—. Y Raya de
Lagartija los está sacando por primera vez.
—Espero que no sea demasiado pronto —
murmuró Fauces Amarillas.
«Está bien estar ansiosa. ¡Soy una curandera!»
—Estarán bien —su madre le aseguró—. Hace un
día precioso.
Varios gatos se habían reunido alrededor de la
maternidad para ver salir a los cachorros. Baya de
Serbal estaba allí con Bigotes de Nuez y Bermeja,
mientras que Corazón de Cenizas y Paso de Lobo
estaban un poco más alejados. Los tres veteranos
observaban desde la entrada de su guarida. Pequeño
Venado y Pequeña Enredada fueron los primeros en
brincar al exterior, pero se detuvieron y miraron a su
alrededor, con los ojos muy abiertos por la
curiosidad. Pequeño Inquieto, el más pequeño de la
camada, los siguió más despacio, deteniéndose en la
entrada de la maternidad mientras olfateaba varias
veces. Entonces, de repente, decidió unirse a su
hermano y a su hermana, corriendo hacia el claro y
tropezando con sus propias patas. Murmullos de
admiración y diversión surgieron de los gatos que
observaban, y más miembros del Clan se acercaron.
Garra de Barro se unió a Raya de Lagartija, quien se
lamía una pata y se la pasaba por las orejas, con los
ojos brillantes al oír cómo el Clan alababa a sus
cachorros. «Tal vez esté orgullosa de ellos después de
todo», pensó Fauces Amarillas, manteniéndose al
fondo de la multitud mientras buscaba a Pequeño
Roto. El gatito salió de la maternidad un instante
después y se quedó parpadeando a la luz del sol, con
su oscuro manto atigrado erizado. Aunque era un
poco más joven, era tan grande como los demás.
—Es un buen gatito —Fauces Amarillas oyó que
Ratón Alado comentaba.
Salto de Cierva asintió.
—Algún día será un guerrero fuerte.
Fauces Amarillas quería disfrutar de los elogios a
su hijo, aunque no pudiera reconocerlos, pero no
había calidez real en las palabras de los guerreros.
«No les gusta el hecho de que ningún gato sepa quién
es su madre.»
Hoja Ámbar se les acercó un momento después.
—¿Les parece un proscrito? —susurró,
confirmando las sospechas de Fauces Amarillas—. Si
Corazón de Raposa es su madre, ¿por qué no decirlo?
Ratón Alado murmuró de acuerdo.
—Yo no habría dicho que es medio minino casero,
pero mira a su padre. Recuerda lo que dijeron de
Manto Mellado cuando nació.
No queriendo oír más, Fauces Amarillas se dio la
vuelta para irse. Pero Ave Pequeña se acercó y la
detuvo.
—Hace tiempo que no vienes a verme —maulló.
Fauces Amarillas se sintió culpable. Había evitado
deliberadamente a la veterana por si Ave Pequeña se
daba cuenta de que estaba esperando cachorros.
—He estado ocupada —respondió.
—¿Demasiado ocupada para tus viejos amigos? —
insistió Ave Pequeña. Instando a Fauces Amarillas con
un movimiento de las orejas, la condujo a un lugar
soleado lejos de los otros gatos y se sentó con las
patas metidas debajo de ella—. Muchos cachorros —
comentó—. Es bueno para el Clan, pero no tan bueno
en la estación sin hojas.
—Raya de Lagartija parece estar arreglándoselas
—Fauces Amarillas señaló.
Los ojos de la veterana estaban rasgados por la luz
del sol, pero aun así Fauces Amarillas sentía como si
Ave Pequeña la estuviera examinando.
—¿Y qué hay de ese cachorro extra? —preguntó
Ave Pequeña—. ¿Dónde crees que está su madre?
Fauces Amarillas apartó la mirada.
—No tengo ni idea. Mientras Raya de Lagartija
esté dispuesta a criarlo, ¿acaso importa?
—Creo que todos los gatitos merecen saber de
dónde vienen —maulló Ave Pequeña—. Habría
pensado que Manto Mellado creería eso más que la
mayoría.
Fauces Amarillas se cansó de repente de las
indirectas y los comentarios.
—¡Pues no es asunto nuestro! —espetó.
—Eres una curandera —Ave Pequeña comentó,
sorprendida—. Todo lo que hace el Clan es asunto
tuyo.
—Pero quizás algunos secretos están mejor
guardarlos —susurró la gata gris.
27
La media luna aparecía irregularmente entre las
nubes mientras Fauces Amarillas subía penosamente
la última pendiente hacia la Boca Materna. Los otros
curanderos ya la esperaban en la entrada del túnel.
Fauces Amarillas se acercó a ellos, nerviosa,
preocupada de que sus ojos experimentados fueran
capaces de detectar signos de su reciente parto.
«Ojalá Bigotes de Salvia hubiera podido venir en mi
lugar.» Pero Bigotes de Salvia sufría dolores en las
patas y en lo más profundo de su estómago, tan
intensos que Fauces Amarillas tuvo que esforzarse
por bloquearlos. El viaje a las Rocas Altas sería
demasiado para ella, y Fauces Amarillas se
preguntaba si la vieja curandera volvería a viajar allí.
Pero no había necesidad de que Fauces Amarillas se
sintiera nerviosa. Cuando se acercó a sus compañeros
curanderos, los saludos fueron amistosos, excepto
por parte de Pluma de Ganso, quien murmuraba en
su pecho como de costumbre, apenas consciente de
lo que le rodeaba.
—Pareces cansada —le maulló Zarzal de Bayas a
Fauces Amarillas—. ¿Hay enfermedades en el Clan de
la Sombra?
Fauces Amarillas se encogió de hombros, tratando
de no mostrar lo aliviada que estaba de que Zarzal de
Bayas le hubiera dado una excusa para su cansancio.
—Solo las cosas habituales de las estaciones sin
hojas —respondió—. Nada con lo que no podamos
lidiar.
—Es bueno oír eso —murmuró Bigotes Plumosos,
con aquella mirada extrañamente curiosa que Fauces
Amarillas conocía bien—. ¿Y todo lo demás va bien
para el Clan de la Sombra?
—Todo está bien —le dijo Fauces Amarillas—. ¿No
es hora de que nos dirijamos a la Piedra Lunar?
—¡Ya lo sabemos! —Pluma de Ganso le espetó—.
Gatos jóvenes, creen que tienen que enseñar a sus
mayores a comer ratones… —Volvió a caer en su
murmullo.
—Vamos, Pluma de Ganso —maulló Zarzal de
Bayas amablemente, poniendo la cola sobre los
hombros del viejo gato—. Vamos tú y yo por delante.
—Se adentró en el túnel con Pluma de Ganso a su
lado.
Queriendo evitar más preguntas de Bigotes
Plumosos, Fauces Amarillas se puso al lado de
Corazón de Halcón, dejando al segundo curandero del
Clan del Trueno en la retaguardia.
—¿Cómo encuentras la vida de curandera? —le
preguntó Corazón de Halcón—. A mí me tomó un
tiempo olvidar que ya no era un guerrero.
—A mí también —coincidió Fauces Amarillas,
recordando la batalla contra las ratas.
—Ayuda si recuerdo que soy más útil para mi Clan
en donde estoy ahora —el curandero mayor
continuó, su voz cálida y amistosa en la oscuridad—.
Todos los gatos tienen el potencial para ser guerreros,
pero solo unos pocos podemos ser curanderos.
—Eso es cierto —Fauces Amarillas reconoció.
—Cuando miro a un gato herido —continuó
Corazón de Halcón—, trato de imaginar cómo se
causó la herida. Eso a menudo es una ayuda para
saber el mejor tratamiento.
—¡Oh, ya lo entiendo! —Fauces Amarillas maulló,
empezando a relajarse y a disfrutar de la charla—. Por
ejemplo, si fueron dientes, garras o un trozo afilado
de una rama.
—Cierto —coincidió Corazón de Halcón—. A
veces… —se interrumpió.
Delante de ellos, Pluma de Ganso se había
detenido de repente, y Fauces Amarillas tuvo que
retroceder un paso para evitar chocar con él. «Si lo
hiciera, ¡nunca dejaría de hablar!»
Corazón de Halcón tropezó con ella,
desequilibrado por el repentino cambio de dirección.
—Perdón —murmuró, luego agregó—: ¿Eso que
huelo en ti es perejil?
Fauces Amarillas se estremeció. Había olvidado
que podía llevar el olor de la hierba que utilizaba para
secar la leche. «¡Cagarrutas de ratón! Debería haber
rodado en algunos helechos o algo en el camino hasta
aquí para ocultar el olor.»
—Me sorprende que todavía tengan reservas de
perejil en la estación sin hojas —continuó Corazón de
Halcón mientras se ponían de nuevo en marcha por el
pasadizo.
Fauces Amarillas no sabía qué decir.
—Supongo que tenemos suerte —maulló después
de un momento—. El otro día encontré un montón
protegido.
Envió una silenciosa plegaria de agradecimiento al
Clan Estelar por haber llegado a la cueva de la Piedra
Lunar en ese momento. La luna ya brillaba a través
del agujero en el techo, despertando una luz helada
en el corazón de la piedra. Ya no había tiempo para
hablar. Fauces Amarillas cerró los ojos y apoyó el
hocico en la fría superficie del cristal. Cada músculo
de su cuerpo le dolía de cansancio. «¡Bigotes de
Salvia y yo nunca dejaríamos que una reina
abandonara el campamento tan pronto después de
parir!» Agradecida, se quedó dormida.
Una brisa cálida agitó el manto de Fauces
Amarillas. Se despertó de un salto y se encontró en
un pantano iluminado por el sol. El sonido del agua
llenaba el aire y pájaros invisibles cantaban sobre ella.
Se sintió observada mientras disfrutaba de la luz del
sol sobre su pelaje. Al sentarse, vio a Flama Plateada
a su lado, mirándola con ojos suaves de simpatía.
—Oh, Fauces Amarillas —murmuró.
—Lo sabías, ¿verdad? —preguntó Fauces Amarillas
con un gruñido—. La noche que Bigotes de Salvia me
convirtió en una curandera, vi el reflejo de tres
cachorros detrás de mí. ¿Por qué no me dijiste lo que
iba a pasar?
Flama Plateada suspiró.
—¿De qué habría servido? No podía cambiar tu
futuro. Era mejor que no sufrieras antes de que
sucediera.
—¡Debería haber dejado de ver a Manto Mellado!
—Fauces Amarillas protestó.
Flama Plateada la miró con gravedad.
—Ya era demasiado tarde. Y ni siquiera el código
de los curanderos era lo bastante fuerte como para
obligarte a hacerlo.
Fauces Amarillas se levantó de un salto y empezó a
caminar, haciendo que lagartijas y ranas saltasen de
sus patas. «¿Es mi imaginación —se preguntó—, o la
brisa se está volviendo más fría?»
—Flama Plateada, ¿qué más sabes de los
cachorros? —preguntó, volviéndose hacia la gata del
Clan Estelar—. ¿Conoces a un gato pequeño de pelaje
negro? ¿Te ha dicho algo? ¿Es del Clan de la Sombra?
—¿Un pequeño gato negro? Oh, debes referirte a
Manto de Topo. —Flama Plateada dudó, y Fauces
Amarillas se preguntó si estaba ocultando algo—.
Manto de Topo era el curandero del Clan de la
Sombra hace muchas, muchas temporadas. Dice
cosas con poco sentido en los mejores de los casos —
maulló Flama Plateada—. Se le trata con amabilidad,
pero no siempre vale la pena escucharle con
demasiada atención.
—¡Me dijo que nacerá un gatito que traerá fuego y
sangre al bosque! —Fauces Amarillas siseó, con la voz
temblorosa—. ¿Por qué me lo diría si no fuera uno de
mis cachorros? Hay algo en Pequeño Roto…
Fauces Amarillas se atragantó con el resto de sus
palabras cuando Flama Plateada le pasó la cola por la
boca.
—Una madre no dice nada malo de sus cachorros
—le advirtió la guerrera del Clan Estelar—. Si tú no los
quieres, ¿quién lo hará?
—Pero no puedo ser una madre adecuada para
Pequeño Roto —Fauces Amarillas maulló con
desdicha.
—No, porque eres una curandera, y tu Clan
siempre debe ser lo primero. —La gata dio un paso
hacia Fauces Amarillas, había calidez en su mirada—.
Pero eso no significa que no puedas ser su amiga, y
una fuerza del bien en su vida. No te rindas con él,
Fauces Amarillas. Podrías ser su única esperanza.
Mientras Flama Plateada terminaba de hablar, el
pantano a su alrededor empezó a desvanecerse, y
Fauces Amarillas supo que se estaba despertando.
—¡Espera! —gritó—. ¿Dónde están mis hijas?
¿Están aquí?
Flama Plateada ya no era más que una silueta
resplandeciente, pero mientras Fauces Amarillas
miraba a su alrededor, vislumbró dos formas
diminutas y pálidas que la observaban desde una
mata de pasto. «¡Mis preciosas cachorras!» El
corazón de Fauces Amarillas empezó a latir con fuerza
en su pecho. Intentó correr hacia las gatitas, pero en
lugar de avanzar hacia ellos, sintió que sus patas se
estrellaban contra la fría y dura piedra. Abrió los ojos
y se encontró de nuevo en la caverna, con nuevas
oleadas de dolor sobrecogiéndola hasta que apenas
pudo evitar chillar en voz alta.
Mientras ella y los otros gatos se levantaban para
prepararse para salir, Zarzal de Bayas se acercó a
Fauces Amarillas.
—¿Malas noticias? —murmuró al oído de Fauces
Amarillas.
Fauces Amarillas sacudió la cabeza.
—Sueños tristes, eso es todo —respondió.

Fauces Amarillas se escabulló del campamento


antes de que salieran las patrullas del alba. La pálida
luz se filtraba entre los árboles, pero las sombras aún
eran profundas entre la maleza. El rocío se pegaba a
cada brizna de pasto y telaraña. Inflando el pelaje
contra el frío, Fauces Amarillas reprimió un bostezo.
El tiempo mejoraría más tarde, y aquí y allá podía ver
una pizca de verde en las ramas. Cuando faltaba poco
para la estación de la nueva hoja, salía temprano cada
mañana, buscando en el bosque las hierbas que el
Clan tanto necesitaba después del frío de la estación
sin hojas. Escarbaba con cuidado en la hojarasca para
encontrar los brotes más pequeños, retiraba los
restos para que pudieran llegar a la luz del sol y traía
lo que podía.
El sol deslumbraba sus ojos cuando Fauces
Amarillas regresó al campamento. Había encontrado
unas cuantas hojas preciosas de consuelda y tanaceto
para aliviar la tos persistente de Zarpa Nocturna, así
como unas cuantas plumas de mirlo para el lecho de
Bigotes de Salvia. Cuando Fauces Amarillas se acercó
al campamento, la primera patrulla de caza salió del
túnel. Manto Mellado iba a la cabeza, con Corazón de
Raposa a su lado, seguido de Garra de Barro, Salto de
Cierva y Bermeja, quien saludó a Fauces Amarillas
amistosamente con la cola al pasar. Manto Mellado y
Corazón de Raposa hablaban juntos; Corazón de
Raposa se interrumpió para mirar con desdén a
Fauces Amarillas cuando pasaron a su lado. Manto
Mellado ni siquiera la miró. Fauces Amarillas suspiró
mientras avanzaba hacia la entrada del campamento.
«Si siguen así, solo alimentarán los rumores de que
Pequeño Roto es de Corazón de Raposa. ¡Habría
elegido a cualquier otra reina del Clan para ser su
madre!»
Al salir al claro, Fauces Amarillas vio a Raya de
Lagartija en una cálida mancha de luz solar cerca del
montón de carne fresca, compartiendo lenguas con
Ortiga Manchada y Corazón de Cenizas. No había
rastro de sus cachorros. Fauces Amarillas supuso que
estaban en la maternidad, pero cuando se acercó a su
guarida oyó chillidos estridentes que venían de
detrás. Al asomarse entre las rocas, encontró a
Pequeño Venado, Pequeña Enredada y Pequeño
Inquieto rodeando a Pequeño Roto, quien estaba
frente a ellos con el pelaje atigrado oscuro erizado.
—No queremos jugar contigo —chilló Pequeño
Venado, tapándose la nariz—. Hueles raro.
—Sí —Pequeña Enredada añadió—. Todos los
gatos dicen que eres un minino casero, como tu
padre.
—¡Mi padre no es un minino casero! —Pequeño
Roto aulló, atacando con una pata.
Pequeña Enredada saltó hacia atrás para evitar el
golpe. Pequeño Roto era ahora más grande y fuerte
que los demás. Pequeño Inquieto y Pequeño Venado
también se alejaron de él.
—¡Mi padre es el lugarteniente del Clan; es el
mejor guerrero del Clan de la Sombra! —espetó
Pequeño Roto.
—¿Pero quién es tu madre? —preguntó Pequeño
Inquieto con un resoplido—. ¡Ni siquiera tú lo sabes!
—Sí, podría ser cualquiera —Pequeño Venado
maulló—. ¡Una proscrita, una minina casera, una
tejona! ¡Tejón apestoso! ¡Tejón apestoso!
Los otros dos cachorros se le unieron.
—¡Tejón apestoso!
Fauces Amarillas dejó caer las hierbas y plumas y
se puso en medio del grupo.
—¡Basta! —exclamó, mirando a los hijos de Raya
de Lagartija—. Pequeño Venado, Pequeña Enredada,
Pequeño Inquieto, ¡debería darles vergüenza!
¡¿Cómo se atreven a tratar así a su compañero de
Clan?!
Pequeño Inquieto tuvo la delicadeza de parecer
avergonzado, mirándose las patas y lloriqueando
miserablemente. Pequeño Venado y Pequeña
Enredada solo miraron desafiantes, aunque no se
atrevieron a decir nada a una curandera.
—Pequeño Roto, ven conmigo —maulló Fauces
Amarillas.
Enroscó la gruesa cola alrededor de él y se lo llevó.
Pequeño Roto pataleó enojado a su lado.
—¡Ahora pensarán que les tengo miedo! Podría
haberlos vencido si no hubieras aparecido. Son tan
débiles que me da igual que sean tres y yo solo uno.
Fauces Amarillas se sintió confundida. Esperaba
que su hijo estuviera agradecido de que le hubiera
rescatado de los abusones.
—Bueno, luchar no es la respuesta a todo —le dijo
—. Tus compañeros de camada deben aprender a
comportarse. Se lo diré a Raya de Lagartija y ella los
castigará.
Pequeño Roto corrió delante de ella y se giró para
mirarla, con los ojos muy abiertos y suplicantes.
—¡Por favor, no hagas eso! —suplicó—. ¡Raya de
Lagartija solo me culpará a mí! No le caigo bien; cree
que le robo la leche a sus hijos.
—¡Claro que no piensa eso! —exclamó Fauces
Amarillas, sorprendida.
—¡Sí que lo piensa! —Pequeño Roto insistió—. Oí
que se lo decía a Hoja Ámbar. No le agrado a nadie.
El corazón de Fauces Amarillas se retorció de amor
y arrepentimiento.
—A mí me agradas —maulló—. Y también a todos
tus compañeros de Clan, una vez que te conozcan.
Ahora, ¿por qué no me ayudas a recoger todas estas
hierbas y plumas y las llevas a mi guarida?¡ Eres tan
fuerte que probablemente no necesites que te ayude!
El pecho de Pequeño Roto se hinchó de orgullo
mientras recogía todo lo que podía, esparciendo unas
cuantas hojas y plumas mientras marchaba hacia la
guarida de Bigotes de Salvia. La vieja curandera
estaba acurrucada en su lecho. Levantó la cabeza
sorprendida cuando apareció el gatito, seguido de
Fauces Amarillas.
—¿No debería estar jugando con sus compañeros
de camada? —preguntó a Fauces Amarillas.
Fauces Amarillas sabía que la curandera le estaba
haciendo una advertencia. Ella no respondió, solo
mostró a Pequeño Roto dónde dejar su carga.
—Mis compañeros de camada son estúpidos —
resopló Pequeño Roto—. Fauces Amarillas es mi
amiga ahora.
Fauces Amarillas podía sentir el calor de la mirada
de Bigotes de Salvia en su pelaje, pero se negó a
compartir la preocupación de la vieja gata o incluso a
reconocerla. «¿Qué daño estoy haciendo?»
—Pequeño Roto, ¿te gustaría ayudarme a buscar
musgo limpio?
Pequeño Roto asintió, rebotando sobre sus patas.
—Yo puedo llevar más musgo que cualquier gato
—se jactó.
Fauces Amarillas sabía que no podía sacarlo del
campamento, pero detrás de la guarida de los
veteranos había unos trozos de corteza donde crecía
musgo. Ella lo llevó a través del claro, consciente de
algunas miradas sorprendidas de sus compañeros de
Clan.
—Ahora, sujeta la corteza —le dijo a Pequeño
Roto—, para que pueda pelar el musgo de debajo.
—¿Así? —Pequeño Roto se escondió debajo de un
trozo de corteza y se sentó con ella en equilibrio
sobre su cabeza como si fuera un pedazo más de su
pelo.
Fauces Amarillas hizo una mueca de diversión.
—No del todo —maulló—. Una ardilla podría
pensar que eres un árbol e intentar treparte.
Pequeño Roto soltó un chillido.
—¡Soy un árbol! ¡Soy un árbol! —Saltó hasta que
se le cayó la corteza de la cabeza.
Fauces Amarillas le mostró cómo sostener la
corteza con una pata mientras ella recogía el musgo.
Cuando recogieron un buen montón, lo juntaron y
Pequeño Roto la ayudó a llevarlo a su guarida. Al
admirar el cuerpo robusto y el pelaje reluciente de su
hijo, el interior de Fauces Amarillas brilló de orgullo.
«¿Por qué dudé alguna vez de su derecho a nacer?
Podría crecer y convertirse en mi aprendiz —pensó—,
y trabajar a mi lado el resto de mi vida. ¡Sería un
regalo aun mayor que ser reconocida como su
madre!»
28
El sol brillante de la estación de la hoja nueva brillaba
mientras Fauces Amarillas ponía a secar un montón
de hojas de borraja y un poco de fárfara en el suelo
llano fuera de su guarida. Pequeño Roto jugaba cerca,
a veces abalanzándose sobre el extremo de su cola, o
lanzando un trozo de musgo en el aire.
—¡Toma eso, manto de pulgas del Clan del Trueno!
—gruñó, dándole un golpecito—. ¡Eso te enseñará a
mantenerte alejado del campamento del Clan de la
Sombra!
—Mira, Pequeño Roto —Fauces Amarillas maulló
—. Estas hojas se llaman borraja. Son buenas para
tratar a los gatos que tienen fiebre. Y esto es…
—¿Por qué me estás contando estas cosas? —
Pequeño Roto interrumpió—. ¡No voy a ser un
curandero! ¡Voy a ser un guerrero! ¡Grrr! ¡Mira cómo
me abalanzo! —Cayó sobre la bola de musgo y la hizo
pedazos con las garras.
Fauces Amarillas lo observó con cariño. Sabía que
Bigotes de Salvia no aprobaba el tiempo que Pequeño
Roto pasaba con ella en vez de con sus compañeros
de camada. «Pero no veo por qué Pequeño Roto debe
ser tratado como un forastero cuando yo puedo
cuidarlo y hacerlo sentir especial.»
Agitó una oreja al oír un moqueo, y levantó la
mirada para ver a Pequeño Inquieto agachado a unas
colas de distancia, mirándola atentamente mientras
clasificaba las hierbas.
—Hola —maulló—. Ven a mirar si quieres.
Pequeño Inquieto se sorprendió, con el pelaje
erizado por la alarma. Por un instante dudó,
parpadeando ansiosamente, y luego, con otro gran
moqueo, se fue corriendo hacia la maternidad.
Fauces Amarillas se encogió de hombros y volvió a
mirar a Pequeño Roto. En dos lunas más, su hijo sería
aprendiz, y entonces apenas lo vería porque estaría
muy ocupado entrenando con su mentor. Por un
momento sintió una punzada al pensar que no
entrenaría con ella como curandero, pero se consoló
con la idea de que iba a ser un gran guerrero.
Pequeño Roto fue a buscar otra bola de musgo y
Fauces Amarillas siguió colocando hierbas hasta que
vio a Nocturno acercarse. Había sido nombrado un
guerrero dos amaneceres atrás, y Fauces Amarillas
podía ver su orgullo por la forma en que caminaba y
mantenía la cabeza en alto. Pero seguía tosiendo. «Lo
he intentado todo: hierbas, miel, planificar su elección
de carne fresca para que nunca coma nada con
plumas. Pero nada funciona.» Cada vez que el joven
guerrero se esforzaba, empezaba a toser y a jadear.
Fauces Amarillas pudo ver su frustración cuando se
acercó a ella, tosiendo de nuevo mientras intentaba
hablar. «Parece cansado y delgado, cuando debería
ser joven y fuerte como su hermano.»
—Siéntate —maulló Fauces Amarillas—. Respira
suavemente. Te traeré un poco de musgo húmedo.
—¡Debe haber alguna manera de arreglar esto! —
Nocturno dijo con voz rasposa cuando ella regresó.
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—Ninguna hierba te ayudará —le dijo mientras
dejaba el musgo a su lado—. Solo tienes que calmarte
y relajarte.
—Lo sé. Pero no es fácil —replicó Nocturno. A
pesar de todos sus problemas, no había enojo en su
voz; seguía siendo amable y de buen humor.
—Le hablé de ti a Corazón de Halcón hace poco en
una reunión de media luna —continuó Fauces
Amarillas, mientras el guerrero lamía agradecido el
agua del musgo—. Dijo que un gato del Clan del
Viento tenía los mismos síntomas: tos después de
correr, pero sin signos de fiebre o enfermedad.
Corazón de Halcón no tenía un nombre para eso; era
simplemente algo con lo que el gato tenía que vivir.
Nocturno levantó la mirada con aprensión.
—¿Y qué le pasó al gato?
Fauces Amarillas medio deseó no haber sacado el
tema porque no había buenas noticias que darle al
joven guerrero.
—No pudo cumplir con todos sus deberes de
guerrero y tuvo que retirarse pronto a la guarida de
los veteranos —admitió.
—¡Yo nunca haré eso! —exclamó Nocturno—.
¡Quiero ser un guerrero! ¡El Clan de la Sombra se lo
merece!
Fauces Amarillas estiró la cola para apoyarla
reconfortantemente en el hombro de Nocturno.
—El Clan de la Sombra no espera que sus gatos se
esfuercen hasta los huesos cuando no están lo
suficientemente en forma. Ahora, siéntate y estate
quieto hasta que puedas respirar con normalidad.
Bigotes de Salvia salió de la guarida de curandería,
empujando a Pequeño Roto delante de ella. Sus ojos
azules brillaban de molestia.
Fauces Amarillas se levantó y fue a su encuentro.
—¿Hay algún problema?
—¡Atrapé a este gatito agarrando musgo del
almacén dentro de la guarida! —La curandera mayor
maulló enojada—. ¡Como si no tuviéramos que
trabajar para recogerlo!
Pequeño Roto miró a la vieja gata con desafío en
los ojos.
—¡Quería un poco para jugar! ¡Siempre pueden
conseguir más!
Bigotes de Salvia miró a Fauces Amarillas con
severidad, esperando claramente que se ocupara de
él.
—Pequeño Roto, si quieres musgo ya sabes dónde
conseguirlo —maulló Fauces Amarillas—. Hay mucho
detrás de la guarida de los veteranos. Pero por favor
no tomes el musgo de nuestro almacén.
«¿Bigotes de Salvia espera que lo castigue? —se
preguntó—. ¡Es solo un cachorro!» Intentaba pensar
en qué hacer cuando Pequeño Venado y Pequeña
Enredada salieron de la maternidad y saltaron hacia
donde estaba Pequeño Roto.
—¿Sigues con las curanderas? —se burló Pequeño
Venado—. ¡Gatas viejas y un guerrero enfermo son
los únicos amigos que tienes!
Pequeña Enredada avanzó hasta estar casi nariz a
nariz con Pequeño Roto.
—¿Qué habilidades estás aprendiendo? —
preguntó con una voz fingidamente interesada—.
¿Cómo secar hierbas? Ooh, ¡nuestros enemigos se
asustarán!
—¡Sí, ya me lo imagino en una batalla! —Pequeño
Venado añadió—. «¡Acércate un paso más y te
abofeteo con esta hoja!»
El pelaje del cuello de Pequeño Roto se erizó y
arremetió contra Pequeño Venado, dándole un golpe
en la nariz.
Pequeño Venado soltó un aullido indignado.
—¡Eso dolió!
—Y te lo mereces —Fauces Amarillas le espetó—.
Vuelvan a la maternidad hasta que aprendan a ser
amables.
Los dos cachorros se alejaron, lanzando miradas
resentidas detrás de ellos mientras se iban.
—No les hagas caso, Pequeño Roto —dijo Fauces
Amarillas cuando se hubieron ido—. No hay nada
malo en…
Pequeño Roto se volvió hacia ella, con los ojos
brillantes de enojo.
—Tienen razón. ¡Aquí no aprendo nada útil! Solo
eres una vieja curandera tonta, no una guerrera. ¿Por
qué me obligas a venir aquí todo el tiempo?
—Yo no te obligo. —Sorprendida, Fauces Amarillas
extendió la cola hacia él, pero Pequeño Roto la
apartó.
—¡Deja de molestarme y déjame en paz! —Con un
siseo furioso, salió corriendo.
Fauces Amarillas lo persiguió con la mirada. «¿Qué
fue lo que hice?»
—Tal vez sea lo mejor —murmuró Bigotes de
Salvia en su oído—. Necesita crecer lo más normal
posible para que no lo excluyan más de lo que ya lo
han hecho.
Fauces Amarillas se abalanzó sobre ella.
—¿Qué sabrías tú? —le preguntó—. ¡Es mi hijo!
¡Haría cualquier cosa para evitar que le hicieran daño!

En los días siguientes, Pequeño Roto evitó la


guarida de las curanderas. Fauces Amarillas nunca
perdió la esperanza de que volviera. Cada vez que lo
oía afuera, corría a la entrada, pero él siempre le
daba la espalda. Sin embargo, siempre estaba solo;
sus compañeros de camada seguían ignorándolo,
incluso Pequeño Inquieto, quien nunca se había
vuelto a unir al acoso desde que Fauces Amarillas los
había interrumpido. Viendo a Pequeño Roto luchar
con un palo en medio del claro, a Fauces Amarillas le
dolió el corazón por él. Era tan fuerte, seguro de sí
mismo y guapo; incluso su cola torcida no se notaba
tanto ahora que su pelaje se había espesado. «Pero
no tiene ningún amigo.»
—Pequeño Roto nunca juega con los demás.
Fauces Amarillas se sobresaltó al oír sus propios
pensamientos en voz alta. La voz era de Hoja Ámbar;
la gata naranja oscuro estaba paseando con Ala de
Ventisca, de camino a reunirse con Manto Mellado,
quien estaba organizando las patrullas cerca de la
entrada del campamento.
—Bueno, no es como los demás, ¿verdad? —
comentó Ala de Ventisca—. Pero es un gato joven y
fuerte. Estará bien cuando sea un aprendiz.
Los dos gatos siguieron caminando, fuera del
alcance de sus oídos. Fauces Amarillas los siguió con
la mirada, tratando de consolarse pensando que Ala
de Ventisca tenía razón.
Cuando las patrullas se hubieron marchado,
Manto Mellado saltó hacia donde estaba jugando
Pequeño Roto y se quedó mirándolo. Al cabo de un
momento, Pequeño Roto se dio cuenta de que estaba
allí y levantó la mirada.
—Intenta atacar con las dos patas a la vez —le
aconsejó Manto Mellado—. Si fuera un enemigo de
verdad, tendrías que saltar sobre él con todo el poder
de tus garras.
Pequeño Roto asintió y volvió a saltar sobre el
palo, aplastándolo con ambas zarpas para que se
hiciera astillas. Manto Mellado le hizo un gesto de
aprobación.
Estrella de Cedro había salido de su guarida para
ver el intercambio entre Manto Mellado y su hijo.
—Parece muy fuerte —le comentó a Manto
Mellado.
—Sí, está listo para ser aprendiz —Manto Mellado
respondió con orgullo.
Fauces Amarillas vislumbró un destello de
preocupación en los ojos de Estrella de Cedro
mientras estudiaba a Pequeño Roto golpeando el
palo.
—Ser aprendiz no consiste solo en ser capaz de
luchar contra nuestros enemigos —maulló—.
Pequeño Roto también necesita aprender la
importancia de la paciencia, el honor y la lealtad,
como cualquier gato joven.
—¡Tendrá todo eso! —le aseguró Manto Mellado
—. ¡Solo espera!
Mientras Fauces Amarillas observaba a Pequeño
Roto con el ceño fruncido sobre los trozos de palo,
intentó suprimir el recuerdo de la funesta advertencia
de Manto de Topo. «¡Pequeño Roto va a estar bien!»
Un grito desgarrador procedente de su guarida
alejó los pensamientos de la mente de Fauces
Amarillas. Se dio la vuelta y entró corriendo para
encontrar a Bigotes de Salvia echada de lado junto a
los almacenes de hierbas, jadeando de dolor. En el
mismo instante, Fauces Amarillas sintió una agonía
punzante en el pecho. Por un momento su corazón
pareció detenerse y no pudo respirar. «¡No! ¡Bigotes
de Salvia!» Utilizando todo el control que había
aprendido, Fauces Amarillas luchó contra el dolor y se
tambaleó hasta llegar al lado de Bigotes de Salvia.
—¡Aguanta! —suplicó—. ¡Por favor aguanta! ¡Te
ayudaré…!
—No puedo… es demasiado —siseó Bigotes de
Salvia entre dientes—. El Clan Estelar me necesita
ahora…
—¿Qué ocurre? —Flor Radiante apareció en la
entrada de la guarida y corrió hacia Bigotes de Salvia.
Al mismo tiempo, todo el cuerpo de Bigotes de
Salvia se convulsionó y se quedó inmóvil. Sus claros
ojos azules se nublaron, mirando a la nada.
—Bigotes de Salvia… —susurró Fauces Amarillas.
—Ahora caza con el Clan Estelar —Flor Radiante
murmuró, poniendo la cola sobre el hombro de su
hija y alejándola—. Sirvió bien a su Clan —maulló—.
Ningún gato del Clan de la Sombra la olvidará jamás.
Fauces Amarillas asintió, pero estaba demasiado
aturdida para decir nada. Fue consciente de que Flor
Radiante abandonaba la guarida, y poco después
apareció Estrella de Cedro. Fauces Amarillas vio
borrosamente cómo se colocaba junto al cuerpo de
Bigotes de Salvia e inclinaba la cabeza en un gesto de
respeto.
—Adiós, compañera de Clan —maulló—. Fuiste
una buena curandera y una buena amiga. Espero que
sigas guiando al Clan de la Sombra mientras caminas
por las estrellas.
Los veteranos siguieron al líder del Clan a la
guarida y llevaron el cuerpo de Bigotes de Salvia al
claro para la vigilia. Fauces Amarillas tropezó tras
ellos, entumecida por el dolor. El resto del Clan se
acercó, tocando con sus narices el frío pelaje de
Bigotes de Salvia, compartiendo en voz baja
recuerdos de ella mientras se reunían a su alrededor.
Fauces Amarillas permaneció agazapada junto a su
mentora el resto del día y toda la noche, mientras las
estrellas giraban en lo alto.
—Lo siento, Bigotes de Salvia —murmuró—.
Siento mucho haberte decepcionado. Prometo
respetar el código de los curanderos hasta mi último
aliento. —Su voz se quebró—. Te debo tanto…
El cielo estaba lechoso y pálido cuando los
veteranos llegaron para llevarse el cuerpo de Bigotes
de Salvia para enterrarlo. Fauces Amarillas se levantó
sobre sus patas, sintiéndose rígida y aturdida después
de la larga vigilia.
—Que el Clan Estelar alumbre tu camino, Bigotes
de Salvia —maulló, y su voz resonó en el
campamento mientras pronunciaba la antigua
despedida para todos los compañeros de Clan
perdidos—. Que encuentres buena caza, corrientes
de agua y cobijo donde dormir. —Luego se apartó
para dejar que Ave Pequeña, Colmillo de Piedra y
Fauces de Lagarto recogieran el cuerpo.
Ave Pequeña se detuvo a su lado.
—Serás una buena curandera —murmuró
amablemente—. Como lo fue Bigotes de Salvia. El
Clan de la Sombra tiene suerte de tenerte.
Fauces Amarillas observó cómo los tres veteranos
llevaban el cuerpo de Bigotes de Salvia fuera del
campamento.
«Oh, Ave Pequeña, ¡ojalá pudiera creerte!»
29
—Nocturno, eres un guerrero inteligente y dedicado
—Estrella de Cedro maulló—. Sé que harás todo lo
posible para transmitir estas cualidades a Zarpa Rota.
Nocturno inclinó la cabeza hacia el líder del Clan.
—Haré lo que pueda, Estrella de Cedro —
prometió, con los ojos brillantes de orgullo. Apenas
había tosido durante la ceremonia del aprendiz.
—¡Zarpa Rota! ¡Zarpa Rota!
El corazón de Fauces Amarillas se hinchó de
orgullo cuando el Clan saludó a su hijo por su nuevo
nombre. También sintió alivio de que Estrella de
Cedro hubiera elegido a Nocturno como mentor.
Nocturno era sensato y sabio, y le enseñaría a Zarpa
Rota que el código guerrero iba más allá de la lucha.
Pero se sintió desconcertada al ver la sorpresa en la
cara de Zarpa Rota cuando Estrella de Cedro nombró
a su mentor. Dudó un momento antes de acercarse a
Nocturno para entrechocar narices con él. Se
preocupó aun más cuando le oyó murmurar a Zarpa
de Venado:
—¿Cómo es que me tocó el gato enfermo? ¡No es
justo!
Fauces Amarillas estaba segura de que Nocturno
también debía de haberle oído, aunque no daba
señales de ello.
Zarpa de Venado había sido hecho aprendiz de
Manto de Nube, y Zarpa Enredada de Paso de Lobo.
Ambos parecían a punto de estallar de orgullo y
emoción, e incluso Raya de Lagartija parecía
complacida. En cambio, Zarpa Rota se limitaba a
mirarse las patas.
«Todo estará bien —trató de decirse Fauces
Amarillas—. Cuando Zarpa Rota empiece a entrenar,
se dará cuenta de lo mucho que Nocturno tiene para
enseñarle.»
Intentó apartar a Zarpa Rota de su mente mientras
Estrella de Cedro volvía a levantar la cola en señal de
silencio. «Yo también tengo algo importante que
hacer», pensó, con un cosquilleo de emoción en las
patas. Pequeño Inquieto también parecía
emocionado, sus ojos brillaban mientras miraba al
líder de su Clan.
—Acércate —Estrella de Cedro llamó a Fauces
Amarillas, haciéndole señas con la cola. Cuando ella
dio un paso hacia él, él continuó—: Las últimas dos
lunas han sido duras sin Bigotes de Salvia, y sé que
dentro del Clan de la Sombra nuestra antigua
curandera será extrañada para siempre.
Un murmullo de acuerdo surgió del Clan, y Fauces
Amarillas sintió una nueva punzada de dolor por la
vieja gata que tanto le había enseñado.
—Pero el linaje de curanderos del Clan de la
Sombra continuará —anunció Estrella de Cedro—,
con un nuevo aprendiz, Pequeño Inquieto. Fauces
Amarillas, ya has demostrado ser una curandera hábil
y leal. Sé que transmitirás todos tus conocimientos a
Pequeño Inquieto.
—Lo haré, Estrella de Cedro —prometió Fauces
Amarillas.
—Pequeño Inquieto —el líder maulló—, ¿aceptas
el puesto de aprendiz de Fauces Amarillas?
—Sí, Estrella de Cedro. —La voz de Pequeño
Inquieto se elevó en un chillido emocionado, y
arrastró las patas delanteras, avergonzado.
—Entonces a partir de este momento serás
conocido como Zarpa Inquieta. Y los buenos deseos
del Clan de la Sombra van contigo —finalizó el líder
del Clan.
—¡Zarpa Inquieta! ¡Zarpa Inquieta!
Mientras su Clan lo saludaba, Zarpa Inquieta
correteó hacia Fauces Amarillas, moqueó con fuerza y
se acercó para entrechocar narices. Fauces Amarillas
se estremeció. «Lo primero que le enseñaré será a
curar sus propios mocos.»
—Pronto te llevaré a la reunión de la media luna
para que conozcas a los otros curanderos —le susurró
a Zarpa Inquieta, quien bailó en el acto.
Cuando los gatos se separaron, Raya de Lagartija
se reunió con los guerreros con un gran suspiro de
alivio, y Fauces Amarillas siguió a los otros mentores y
a sus aprendices fuera del campamento para su
primera visita al territorio. Zarpa Inquieta rebotó a su
lado.
—¿Veremos gatos de otros Clanes? —jadeó—.
¿Qué pasará si lo hacemos?
—Puede que veamos una patrulla al otro lado del
Sendero Atronador —admitió Fauces Amarillas—. Si
es así, los saludamos y seguimos nuestro camino. —
Dudó, y luego añadió—: Más tarde te enseñaré
algunos movimientos de lucha. Tienes que ser capaz
de defenderte. Pero nunca olvides que eres un
curandero, no un guerrero. No vas en busca de
problemas, y nunca, nunca, ataques primero.
Zarpa Inquieta asintió seriamente.
—Lo recordaré, Fauces Amarillas.
Mientras recorrían el territorio, Fauces Amarillas
disfrutó viendo el asombro de su aprendiz cuando se
dio cuenta de lo grande que era el bosque, lo que le
hizo recordar su propia primera exploración con Salto
de Cierva. La visión del vertedero le impactó y se
estremeció cuando Fauces Amarillas le habló de la
batalla contra las ratas.
—Pero nunca olvides —advirtió Fauces Amarillas
mientras pasaban a una distancia segura— que las
ratas son peligrosas, ¡pero los guerreros lo son más! Y
los curanderos saben qué hacer para tratar las
mordeduras de rata.
—Telarañas para el sangrado, ¿verdad? —Zarpa
Inquieta maulló.
—Cierto, pero algunas heridas se infectan. La
caléndula y la cola de caballo son buenas para eso,
pero lo mejor para las mordeduras de rata es ajo
silvestre o raíz de bardana.
—Caléndula… cola de caballo… ajo silvestre… raíz
de bardana… —Zarpa Inquieta murmuró en voz baja
—. ¡Gran Clan Estelar, hay mucho que aprender!
Se detuvo, conmocionado, cuando llegaron al
Sendero Atronador con los monstruos rugiendo al
pasar.
—Garra de Barro nos habló de él —jadeó—, ¡pero
nunca pensé que sería así! ¿Esos monstruos son
peligrosos?
—Solo si intentas cruzar el Sendero Atronador —le
dijo Fauces Amarillas—. No sé por qué, pero nunca lo
abandonan.
—Pero tenemos que cruzarlo para llegar a los
Cuatro Árboles, ¿verdad?
Fauces Amarillas sacudió la cabeza.
—Hay un túnel que pasa por debajo, que lleva a
un tramo de territorio del Clan de la Sombra que
limita con el del Clan del Trueno y el del Clan del
Viento.
Los ojos de Zarpa Inquieta brillaron.
—¿Así que podríamos visitar el territorio del Clan
del Trueno? ¡Genial!
—Podríamos —replicó Fauces Amarillas con
severidad—, pero no vamos a hacerlo porque somos
demasiado corteses y honorables para ir vagando por
las fronteras de otro Clan sin una buena razón. Hay
otro túnel, también, que lleva directamente al
territorio del Clan del Viento, por allí. —Agitó la cola
hacia el páramo más allá del Sendero Atronador—. Y
antes de que preguntes, no, los guerreros del Clan del
Viento no son solo molestos come-conejos, aunque
eso es lo que has oído. Pero tampoco tienes que
tenerles miedo. —Sintió un cálido resplandor de
orgullo al añadir—: El Clan de la Sombra está a la
altura de cualquier Clan.
Fauces Amarillas comenzó a buscar hierbas
mientras continuaban, para enseñarle a su aprendiz
cómo eran y para qué se usaban. Pero se apresuró
más al pasar la frontera con el Poblado de los Dos
Patas, aunque Zarpa Inquieta quería quedarse.
—¿Alguna vez vamos allí? —preguntó, mirando
con curiosidad las guaridas rojas de los Dos Patas—.
¡Creo que sería genial conocer a un minino casero!
Fauces Amarillas sintió que su pelaje se erizaba al
pensar en Hal y los otros mininos caseros que habían
atacado el campamento.
—No, no sería genial —espetó—. Nosotros no
vamos allí y ellos no vienen aquí. No nos molestamos
unos a otros, y eso es lo mejor para todos.
—De acuerdo. —Zarpa Inquieta parpadeó, un
poco decepcionado. Luego se animó y pataleó junto a
Fauces Amarillas mientras ella volvía al campamento.
Cuando se acercaban a la entrada del
campamento, Fauces Amarillas oyó una voz que se
alzaba enojada, y se estremeció al reconocer que era
la de Zarpa Rota.
—¡Pero quiero hacerlo! ¿Por qué no puedo?
Rodeando un zarzal, Fauces Amarillas se encontró
con Zarpa Rota y Nocturno mirándose. El pelaje de
Zarpa Rota estaba erizado, de modo que parecía el
doble de su tamaño, y sus ojos naranjas brillaban.
—Porque ya hicimos bastante por un día,
recorriendo todo el territorio —le explicó Nocturno
—. Tenemos… —Tuvo que interrumpirse para toser, la
única señal de que estaba bajo estrés, pues su tono
era tranquilo y paciente.
—¡Pero quiero aprender movimientos de batalla!
—insistió el aprendiz.
—El entrenamiento empezará mañana.
Empezaremos con práctica de caza. ¿No quieres cazar
tus propias presas?
—Quiero luchar —Zarpa Rota gruñó, desgarrando
un grupo de helechos con las garras desenvainadas—.
¡Mira lo fuerte que soy! Soy más grande que los otros
aprendices. Ellos pueden cazar y hacer las cosas
aburridas del campamento. ¡Déjame luchar con los
otros guerreros!
La punta de la cola de Nocturno se crispó.
—No hay batallas que librar por el momento,
Zarpa Rota. Tendrás la oportunidad de aprenderlo
todo, pero tienes que ir al ritmo adecuado. ¡No seas
impaciente!
Zarpa Rota miró fijamente a su mentor durante un
latido más, luego giró sobre sí mismo y se alejó
acechando.
—¡Viejo tonto enfermo! —murmuró en voz baja.
—Vuelve al campamento —Fauces Amarillas le
dijo a Zarpa Inquieta—. Puedes elegir una presa del
montón de carne fresca.
—¡Gracias, Fauces Amarillas! —exclamó su
aprendiz—. Y gracias por lo de hoy. ¡Fue genial!
Cuando se marchó, Fauces Amarillas se acercó a
Nocturno.
—¿No podrías haberle enseñado a Zarpa Rota un
par de movimientos? —le maulló—. Tiene razón en
que es más grande que los otros aprendices, y parece
que se está aburriendo. No hay ninguna razón por la
que no pueda aprender más rápido, ¿verdad?
Los ojos de Nocturno se entrecerraron, y Fauces
Amarillas se dio cuenta de que podría haber ido
demasiado lejos.
—¡Yo soy su mentor, y yo decidiré cuándo aprende
a luchar! —replicó el guerrero. Tuvo otro ataque de
tos; cuando terminó, inclinó la cabeza hacia Fauces
Amarillas—. Siento haberte gritado —dijo con voz
rasposa—. El recorrido por el territorio me agotó. Voy
a descansar.
Mientras se alejaba cojeando, Fauces Amarillas lo
siguió con preocupación. «Parece viejo antes de
tiempo, y si su tos interfiere con el entrenamiento, no
será justo para Zarpa Rota.»

Al salir del túnel, Fauces Amarillas vio a Estrella de


Cedro echado con la espalda apoyada en la cálida
Roca del Clan, mirando cómo se alimentaban sus
compañeros de Clan. Fauces Amarillas marchó hacia
él. Pero mientras se acercaba, se cruzó con un grupo
de veteranos, estirados en un lugar soleado mientras
compartían lenguas y carne fresca.
—Ya no se consiguen ardillas como cuando yo era
guerrera —maulló Salto de Cierva; se había mudado
recientemente a la guarida de los veteranos con Cola
de Cuervo y Ojo Rayado—. Podía subir al árbol más
alto del bosque tras una ardilla, sin problemas.
—Ah, ¿pero podrías volver a bajar? —preguntó
Ojo Rayado con una mueca de diversión.
—No sigo ahí arriba, ¿verdad? —Salto de Cierva
espetó, dándole un golpe con la cola.
Fauces Amarillas se dio cuenta de que Ave
Pequeña escuchaba con una mirada de cariñosa
indulgencia, mientras que Fauces de Lagarto se movía
inquieto, apartando su parte de la ardilla.
—Soy demasiado viejo para necesitar que me den
de comer —suspiró—. Pronto me iré al Clan Estelar.
—¡Tonterías! —maulló Ave Pequeña—. Todavía te
quedan temporadas, Fauces de Lagarto. —Ella arañó
un trozo de ardilla y lo puso delante de él—. Toma,
prueba esto. Suave y fresco. Baya de Serbal la cazó
solo para nosotros.
El afecto por Ave Pequeña se apoderó de Fauces
Amarillas al ver que la veterana elegía las partes más
blandas de la ardilla para que su compañero de
guarida se las comiera. Se dio cuenta de que Estrella
de Cedro también estaba mirando.
—El Clan está envejeciendo —le comentó
suavemente el líder—. Yo incluido. Es hora de
preparar a los nuevos gatos para que asuman las
responsabilidades de dirigir el Clan. —Mirando a
Fauces Amarillas de arriba abajo, añadió—: Bigotes
de Salvia hizo bien al elegirte, Fauces Amarillas.
Admito que tuve algunas dudas al principio…
«¡Oh, no! —pensó la gata gris oscuro—. ¿Sabe lo
de Manto Mellado?»
—Pero has más que demostrado tu lealtad y
habilidad —continuó Estrella de Cedro—. Zarpa
Inquieta tiene suerte de tenerte como mentora.
—Era de mentores de lo que quería hablarte —
maulló Fauces Amarillas, aprovechando la
oportunidad que Estrella de Cedro le ofrecía—. Es
Nocturno. Su tos sigue siendo muy mala, y creo que
le impedirá ser mentor. Zarpa Rota es muy fuerte y
está en forma; necesita un mentor que pueda
seguirle el ritmo, y no creo que Nocturno pueda
hacerlo.
Estrella de Cedro miró agudamente a Fauces
Amarillas con los ojos entrecerrados.
—Elegí a Nocturno deliberadamente —explicó—,
porque creo que Zarpa Rota tiene lecciones que
aprender sobre paciencia y humildad. Es un gato que
necesita elegir entre dos caminos: uno en el que
servirá lealmente a su Clan y otro en el que… será
menos útil.
Sus palabras helaron a Fauces Amarillas. «¿Sabe lo
de la profecía de Manto de Topo?»

Estrella de Cedro se puso de pie, bajando


ligeramente la cabeza para mostrar que la
conversación había terminado.
—Vigilaré a todos los aprendices para asegurarme
de que progresan bien —le maulló. Había una pizca
de advertencia en su voz cuando añadió—: Zarpa
Rota no debe ser excluido, cueste lo que cueste.
A regañadientes, Fauces Amarillas asintió.

—¡Háblame de los otros curanderos! —rogó Zarpa


Inquieta, dando saltitos por la guarida de curandería y
metiéndose bajo las patas de Fauces Amarillas.
—¿Para qué? Los conocerás pronto —la gata gris
respondió.
Zarpa Inquieta había sido su aprendiz durante un
cuarto de luna, y esa noche iría con ella a su primera
Asamblea de luna llena.
—¡Pero estoy nervioso! No sabré qué decir. ¡Por
favor, Fauces Amarillas!
—De acuerdo, pero déjame clasificar estas hierbas
al mismo tiempo. —Fauces Amarillas destapó el
primer almacén y metió la pata en el agujero—.
Veamos… Pluma de Ganso es el curandero del Clan
del Trueno. Es un poco… extraño. Si te grita o gruñe,
no le hagas caso; no quiere decir nada. El Clan del
Trueno tiene un segundo curandero, Bigotes
Plumosos. Suele hacer demasiadas preguntas sobre el
Clan de la Sombra. —Fauces Amarillas se volvió hacia
su aprendiz y lo miró con dureza—. Hagas lo que
hagas, no le digas nada.
—No lo haré, Fauces Amarillas —Zarpa Inquieta
prometió, con los ojos muy abiertos.
—Luego está Corazón de Halcón del Clan del
Viento —continuó Fauces Amarillas—. Puede parecer
rudo, pero es un buen gato. Y Zarzal de Bayas del Clan
del Río; te agradará, es muy amable y simpática.
Fauces Amarillas tapó el primer agujero, sacó más
hierbas de otro, y luego lo puso todo delante de
Zarpa Inquieta.
—Estas son para Fauces de Lagarto —anunció—.
Dice que siempre tiene sed y que está perdiendo
mucho peso. Ahora, dime qué son estas hierbas y por
qué se las doy.
Zarpa Inquieta estudió las hierbas.
—Eso es acedera —maulló, señalando con una
pata—. Es para abrirle el apetito. Eso es pimpinela,
para que se sienta mejor y más fuerte, y la baya de
enebro… ¡oh, Clan Estelar, lo olvidé! —Dudó un
momento, olfateó y luego agregó—: ¿El enebro es
para fortalecer su estómago?
—Muy bien —ronroneó Fauces Amarillas.
—Se los llevaré a Fauces de Lagarto, si quieres —
Zarpa Inquieta ofreció—. Y me aseguraré de que
tenga musgo húmedo.
—Gracias, Zarpa Inquieta —contestó Fauces
Amarillas—. Sé tan rápido como puedas, y reúnete
conmigo en el claro. Ya casi es hora de irnos.
Su aprendiz metió las hierbas en una envoltura de
hojas y se apresuró. Fauces Amarillas se aseguró de
que la guarida estuviera ordenada, y luego lo siguió
fuera. Los gatos que iban a la Asamblea se habían
reunido alrededor de Estrella de Cedro y Manto
Mellado en medio del claro. Había oscurecido,
aunque la luna aún no había salido por encima de los
árboles. El cielo estaba despejado, salvo por unas
pocas nubes. Fauces Amarillas se esforzó por ver a
Zarpa Rota. Tardó unos instantes en divisarlo; no
estaba con su mentor, como los otros aprendices.
Finalmente lo vio de pie junto a Manto Mellado,
quien lo dejaba quedarse allí en vez de enviarlo a su
lugar. Nocturno solo parecía resignado. Un destello
de indignación atravesó a Fauces Amarillas. «¿Por qué
Nocturno no puede controlar mejor a su aprendiz?»
Estrella de Cedro agitó la cola como señal para que
se fueran. Fauces Amarillas miró a su alrededor en
busca de Zarpa Inquieta, quien corrió a su lado
mientras esperaba para atravesar el túnel de espinas.
—Fauces de Lagarto está bien —jadeó—. Se comió
las hierbas. Ave Pequeña dice que le llevará más agua
si la necesita.
—Estupendo. —Fauces Amarillas le hizo un gesto
de aprobación.
El Clan caminó a través del bosque y a lo largo del
túnel que llevaba a la parte del territorio del Clan de
la Sombra al otro lado del Sendero Atronador.
Mientras se dirigían hacia los Cuatro Árboles, Zarpa
Rota se alejó repentinamente del resto de sus
compañeros de Clan, corriendo hacia la frontera con
el Clan del Trueno.
Estrella de Cedro se detuvo, dando azotes con la
cola, y Manto Mellado aulló:
—¡Zarpa Rota! ¡Vuelve aquí!
Zarpa Rota se detuvo en la frontera un par de
latidos antes de volver al grupo.
—Solo me aseguraba de que las marcas de olor
del Clan del Trueno estuvieran en el lado correcto de
la frontera —explicó—. Es un territorio vulnerable. No
podemos descuidarlo cuando llegar a los Cuatro
Árboles es tan importante.
Manto Mellado asintió.
—Cierto. Pero la próxima vez pregunta antes salir
corriendo.
Fauces Amarillas se dio cuenta de que dos o tres
de los guerreros veteranos repetían la aprobación de
Manto Mellado, y su corazón se hinchó de orgullo.
—Buena decisión —ronroneó Patas Negras.
—Sí —Bermeja añadió—. Veo que harás fuerte a
tu Clan, Zarpa Rota.
—Serás un gran guerrero —coincidió Guijarro.
Los gatos del Clan de la Sombra fueron los
primeros en llegar a los Cuatro Árboles. La luna ya
flotaba en lo alto, derramando su luz plateada sobre
el lugar de reunión. Zarpa Inquieta se detuvo en la
cima de la hondonada, con los ojos muy abiertos de
asombro mientras miraba hacia abajo.
—¡Es enorme! —jadeó—. Fauces Amarillas, ¿es
esa la Gran Roca donde se paran los líderes?
—Así es —le dijo Fauces Amarillas—. Ellos…
Se interrumpió ante un aullido triunfal de Zarpa
Rota. Se precipitó por la ladera hacia la hondonada,
adelantándose a todos los demás gatos, y corrió
directo hacia la Gran Roca. Estaba juntando los
músculos para saltar cuando Nocturno lo llamó.
—No puedes subir ahí —lo regañó—. Eso es solo
para los líderes.
Por un instante Zarpa Rota pareció enojado; luego
agitó la cola.
—Algún día —prometió. Salió corriendo a explorar
el resto de la hondonada.
Antes de que Fauces Amarillas y Zarpa Inquieta
hubieran recorrido la mitad de la pendiente, Zarpa
Rota estaba de vuelta.
—¡Vienen más gatos! —anunció.
Estrella de Pino apareció en lo alto de la
hondonada con los gatos del Clan del Trueno detrás
de él. Fauces Amarillas vio a Bigotes Plumosos y bajó
con Zarpa Inquieta a su encuentro.
—Saludos —maulló el curandero del Clan del
Trueno—. Así que tienes un nuevo aprendiz.
Bienvenido —saludó a Zarpa Inquieta—. Espero verte
pronto en la Piedra Lunar.
Zarpa Inquieta agachó la cabeza.
—Gracias.
—¿Dónde está Pluma de Ganso? —preguntó
Fauces Amarillas.
Bigotes Plumosos sacudió la cabeza.
—Enfermo, me temo —respondió—. No puede
estar aquí esta noche.
—Lo siento —comenzó Fauces Amarillas, luego se
interrumpió cuando más gatos salieron al claro.
El Clan del Río y el Clan del Viento habían llegado
juntos, y Zarpa Inquieta parecía un poco intimidado.
—Quédate a mi lado —le dijo Fauces Amarillas—.
Nos dirigiremos a la Gran Roca. Los curanderos
siempre se sientan juntos debajo.
Juntos, ella y Zarpa Inquieta se escurrieron entre
la multitud, seguidos por Bigotes Plumosos. Zarzal de
Bayas y Corazón de Halcón dieron una cálida
bienvenida a Zarpa Inquieta, y Fauces Amarillas vio
que otro gato joven estaba sentado con Corazón de
Halcón.
—Este es mi nuevo aprendiz —maulló Corazón de
Halcón—. Se llama Zarpa de Cascarón.
—¡Oh, genial! —exclamó Zarpa Inquieta,
sentándose al lado del gato marrón—. Podemos
aprender juntos.
Zarpa de Cascarón le hizo un tímido gesto con la
cabeza.
—Todavía no sé mucho —maulló—. Hay tantas
hierbas diferentes que me confundo.
—Yo también —admitió Zarpa Inquieta—. ¡Sin
embargo, soy muy bueno limpiando los lechos viejos!
Mirando hacia la Gran Roca, Fauces Amarillas vio a
los cuatro líderes mirando a sus Clanes, listos para
comenzar la Asamblea. Silenció a los aprendices con
un movimiento de la cola.
Estrella de Cedro fue el primero de los líderes en
pasar al frente de la Gran Roca.
—El Clan de la Sombra tiene buenas noticias que
comunicar —maulló—. Hemos hecho cuatro nuevos
aprendices. Zarpa Enredada, Zarpa Rota, y Zarpa de
Venado se entrenarán como guerreros, mientras que
Zarpa Inquieta es aprendiz de Fauces Amarillas y se
convertirá en un curandero.
Los gatos del claro, especialmente los del Clan de
la Sombra, empezaron a aullar los nombres de los
nuevos aprendices. Zarpa Inquieta se sentó erguido,
con los ojos brillantes de orgullo y los bigotes
temblorosos. Fauces Amarillas no pudo ver a Zarpa
Rota entre la multitud.
—El Clan ha estado fortaleciendo sus fronteras —
continuó Estrella de Cedro cuando el ruido se calmó
—. Esperamos una buena caza a lo largo de la
estación de la hoja nueva y la de la hoja verde. —Echó
una mirada significativa a los otros Clanes, luego dio
un paso atrás para ceder su lugar a Estrella de Pino
del Clan del Trueno, quien fue seguido por Estrella de
Granizo del Clan del Río y Estrella de Brezo del Clan
del Viento.
Todos los demás líderes tenían buenas noticias
que dar, y Fauces Amarillas estaba impresionada por
lo bien que se veían. «Excepto Estrella de Pino —
pensó, preguntándose si le pasaba algo al líder del
Clan del Trueno—. Parece un poco apático y
distraído.»
La líder del Clan del Viento anunció el aprendizaje
de Zarpa de Cascarón, y los gatos también aullaron su
nombre. Zarpa de Cascarón se sentó junto a Zarpa
Inquieta con cara de orgullo y vergüenza. Mientras
Estrella de Brezo seguía hablando de conejos
abundantes y de algunos gatos jóvenes de patas
ligeras, Fauces Amarillas oyó que se formaba un
alboroto en el borde del claro. Aullidos y chillidos
ahogaban lo que la líder del Clan del Viento intentaba
decir. Al agachar el cuello, Fauces Amarillas vio una
forma familiar de color marrón oscuro. «¡Zarpa
Rota!» Estaba luchando con dos gatos jóvenes. Por su
delgadez, Fauces Amarillas supuso que eran del Clan
del Viento.
Desde su lugar en lo alto de la gran Roca, Estrella
de Cedro se puso de pie de un salto. Su voz sonó por
encima de la confusión:
—¡Zarpa Rota! ¡Deja de luchar de una vez! ¡Esto es
una Asamblea! —Volviéndose hacia Estrella de Brezo,
bajó la cabeza y añadió—: Lo siento, Estrella de Brezo.
Es un joven aprendiz y es su primera vez en un
Asamblea. Me ocuparé de él después.
Estrella de Brezo agachó la cabeza.
—Nadie te culpa, Estrella de Cedro —maulló con
dignidad—. Pero asegúrate de recordarle a tus
aprendices la importancia de mantener la tregua en
luna llena. Yo también hablaré con mis aprendices.
El corazón de Fauces Amarillas se hundió. Zarpa
Rota había violado una de las reglas más importantes
del código guerrero, y a la vista de los cuatro líderes
de los Clanes. Los jóvenes gatos se habían separado,
pero Fauces Amarillas no podía ver lo que estaba
ocurriendo ahora. A su lado, Zarpa Inquieta estaba de
pie sobre las puntas de sus patas, inclinándose para
ver por encima de las cabezas de la multitud.
—¿Qué pasó? —maulló—. ¿En qué estaba
pensando Zarpa Rota?
—Yo diría que no estaba pensando —murmuró
Bigotes Plumosos.
Los gatos se movían alrededor, susurrando.
Finalmente Fauces Amarillas oyó a Bermeja hablando
con Manto Mellado.
—Al parecer Zarpa Rota acusó a los aprendices del
Clan del Viento de venir por el túnel bajo el Sendero
Atronador para robar presas. Saltó sobre ellos cuando
lo negaron.
Zarpa Inquieta también había escuchado las
palabras de Bermeja.
—¿Qué pasará con la Asamblea? —jadeó, con los
ojos muy abiertos por la sorpresa.
Fue Bigotes Plumosos quien respondió:
—Seguiremos, porque la luna aún está despejada.
Si el Clan Estelar quisiera que nos detuviéramos,
enviaría nubes para cubrir la luna.
Fauces Amarillas miró hacia arriba, no a la luna,
sino a las estrellas brillantes que la rodeaban,
dispersas densamente en el cielo. «¿Los guerreros del
Clan Estelar están vigilando a Zarpa Rota ahora?»
Cuando Estrella de Brezo terminó su interrumpido
discurso, los cuatro líderes bajaron de la Gran Roca.
Los gatos de abajo se relajaron y empezaron a
compartir noticias con amigos de otros Clanes. Pero
Estrella de Cedro reunió a los gatos del Clan de la
Sombra a su alrededor con un movimiento de su cola.
—Nos vamos —gruñó.
—¿Qué? —protestó Ala de Ventisca—. ¿Ya?
Fauces Amarillas vio a Nocturno acercándose con
Zarpa Rota a su lado; el guerrero negro estaba
claramente furioso, pero Zarpa Rota solo parecía
hosco y desafiante.
—Uno de nuestros aprendices no se merece
quedarse a conocer a los demás. —Estrella de Cedro
fulminó con la mirada a Zarpa Rota, luego se dio la
vuelta y encabezó la salida de la hondonada.
Fauces Amarillas caminaba justo detrás de Estrella
de Cedro, con Zarpa Inquieta a su lado. Antes de que
llegaran a la cima de la hondonada, alguien la empujó
bruscamente hacia un lado y casi perdió el equilibrio.
Zarpa Inquieta la sostuvo. Cuando Fauces Amarillas se
volvió para mirar al gato que la había empujado, vio
que era Manto Mellado.
El gato atigrado se había puesto junto a Estrella de
Cedro.
—¡No tenías por qué señalar a Zarpa Rota delante
de todos los Clanes de esa manera! —desafió a su
líder con enojo—. O regañarlo así. ¡Había otros dos
aprendices involucrados! ¡Zarpa Rota solo estaba
defendiendo el honor del Clan de la Sombra!
—Tu hijo rompió las reglas de la tregua. —El enojo
de Estrella de Cedro fue más frío y controlado—. No
puedo permitir que eso suceda.
Manto Mellado resopló.
—La lealtad y el valor significan más que las reglas
—gruñó.
«Pero ese tipo de lealtad y coraje inicia batallas —
pensó Fauces Amarillas, con un aleteo de alarma en
el vientre—. Oh, Clan Estelar, por favor, deja que
Zarpa Rota aprenda a controlar su temperamento.»
30
La suave luz del sol del final de la estación de la hoja
verde brillaba sobre el campamento. Acababa de
pasar el mediodía y las patrullas de caza regresaban
con las fauces cargadas de presas. Fauces Amarillas y
Zarpa Inquieta se abrieron paso a través de las zarzas
después de una expedición de recolección de hierbas
en los pantanos.
—Yo las guardaré —maulló Fauces Amarillas
mientras dejaban los montones de hierbas en su
guarida—. Tú ve a ver a Ave Pequeña. Llévale un poco
de musgo húmedo.
—Claro, Fauces Amarillas. —Zarpa Inquieta se
apresuró a irse.
Fauces Amarillas suspiró. Fauces de Lagarto se
había unido al Clan Estelar hacía dos lunas, y ahora
Ave Pequeña se estaba volviendo muy frágil. A Fauces
Amarillas le preocupaba que pronto tuviera que
despedirse de su vieja amiga.
Había empezado a clasificar las hierbas cuando
oyó un paso fuera de la guarida y Zarpa Enredada
entró saltando en tres patas.
—¿Qué te pasó? —Fauces Amarillas preguntó.
—Me arañaron. —Zarpa Enredada se giró para
mostrar a Fauces Amarillas una fea marca de garra en
una de sus ancas.
—¿Cómo te hiciste esto? —Fauces Amarillas
jadeó, preguntándose si había un zorro en el
territorio.
—Estaba practicando un movimiento de batalla
con Zarpa Rota —explicó la aprendiza, sin parecer
particularmente molesta.
Fauces Amarillas miró horrorizada a la joven gata.
—¡Se supone que deben luchar con las garras
envainadas! ¡Ya lo saben!
—¡Sí, pero Zarpa Rota dijo que mejoraríamos aun
más si había una amenaza real de salir heridos! —Los
ojos de Zarpa Enredada brillaban de admiración por
su compañero de guarida.
—¿Y ahora eres una mejor luchadora? —Fauces
Amarillas preguntó secamente.
—¡Lo seré la próxima vez! —prometió Zarpa
Enredada.
Fauces Amarillas hizo que se lamiera la herida
mientras sacaba un poco de caléndula del almacén.
Frotando las hojas en la herida, le dijo a Zarpa
Enredada:
—Mantenla seca y descansada durante al menos
un día. Y no vuelvan a luchar con las garras
desenvainadas. No me importa lo que diga Zarpa
Rota. ¡No recolecto hierbas solo para tratar a
aprendices con cerebro de ratón!
Podía notar que a Zarpa Enredada, la advertencia
le había entrado por un oído y salido por el otro.
—Voy a volver a la zona de entrenamiento —
anunció mientras se alejaba—. ¡Quiero ver a Zarpa
Rota vencer a Zarpa de Venado!
Cuando terminó de ordenar las hierbas, Fauces
Amarillas salió al claro y vio a Nocturno junto al
montón de carne fresca.
—¿Sí sabes que los aprendices estaban luchando
con las garras desenvainadas? —le preguntó mientras
se unía a él.
Nocturno asintió, parecía agotado como de
costumbre.
—Deberías detenerlos —Fauces Amarillas advirtió
—. Zarpa Enredada estará bien, pero un día podría
haber un accidente de verdad.
—Oh, ya deberías saber que Zarpa Rota no me
escucha. —El tono de Nocturno estaba lleno de
amargura inesperada. Luego agitó las orejas como si
estuviera ahuyentando una mosca—. Siento estar tan
cansado y malhumorado —añadió, terminando con
una tos.
—Enviaré a Zarpa Inquieta a buscar más miel para
tu garganta. Debe dolerte de tanto toser —maulló
Fauces Amarillas con simpatía.
—Solo dos lunas más y ya no tendré que
preocuparme por ser mentor —el guerrero negro
murmuró—. Me muero de ganas.
—Ningún gato podría cumplir mejor con su deber
—le aseguró Fauces Amarillas, aunque en privado
pensaba que Nocturno necesitaba tener menos
deberes para conservar su fuerza.
«Y tenía razón en que es el mentor equivocado
para Zarpa Rota. ¡Si tan solo Estrella de Cedro me
hubiera escuchado!»

Una sensación punzante en el vientre despertó a


Fauces Amarillas. Con cuidado de no molestar a Zarpa
Inquieta, dormido en su lecho, salió al claro. Unos
gemidos salían de la guarida de Estrella de Cedro.
Mirando por debajo de las raíces del roble, Fauces
Amarillas vio al líder retorciéndose en su lecho, con
las extremidades contorsionadas por la agonía.
—Estrella de Cedro, ¿qué pasa? —susurró.
No hubo respuesta, solo otro gemido. Fauces
Amarillas se dio cuenta de que Estrella de Cedro no
estaba del todo consciente. Entró en la guarida y se
dejó guiar por su dolor. Le estaba pasando las patas
por el vientre cuando se dio cuenta de que había otro
gato en la entrada de la guarida. Miró por encima de
su hombro y vio a Manto Mellado, con los ojos
brillantes a la luz de las estrellas.
—¿Qué pasa? Escuché gemidos.
—Estrella de Cedro está muy enfermo —maulló
Fauces Amarillas—. No estoy segura de poder
ayudarle.
Manto Mellado asintió.
—Sé que harás lo que puedas —le dijo, por una
vez sin sonar hostil.

Estrella de Cedro arqueó la espalda en un nuevo


espasmo de agonía. Parpadeó y miró a Manto
Mellado.
—¡Mi última vida! —jadeó—. El Clan Estelar me
llama. Manto Mellado, guía bien a mi Clan. —Su
cuerpo volvió a contorsionarse y luchó por respirar.
Fauces Amarillas observaba su pecho agitado,
sabiendo que ni ella ni ningún otro curandero podían
hacer nada. Estrella de Cedro luchó durante unos
pocos latidos que parecieron muchas estaciones;
luego se quedó sin fuerzas, cayendo de nuevo sobre
el musgo. La vida se desvaneció de sus ojos. Fauces
Amarillas se agachó a su lado, aturdida por la tristeza.
Había amado al líder tranquilo y sabio, y había
confiado en él para cuidar de su Clan. No tenía ni idea
de que estaba tan cerca de perder su novena vida; no
había habido ninguna enfermedad persistente,
ninguna herida que se infectara, ni siquiera una
fragilidad que ella asociaría con los veteranos. Lo que
le había matado se lo había llevado rápidamente, sin
apenas sufrimiento. Tal vez eso era lo que más debían
agradecer.
Manto Mellado inclinó la cabeza para rendir
homenaje a su líder muerto, y luego se enderezó.
—Debo convocar al Clan —le dijo—. ¿Iremos a la
Piedra Lunar esta noche para que pueda reclamar mis
nueve vidas?
Fauces Amarillas lo miró sorprendido. «¡El cuerpo
de Estrella de Cedro todavía está caliente!»
—Si… si tú quieres —balbuceó.
—Sí quiero —declaró Manto Mellado—. Pero
primero déjame decírselo al Clan.
Fauces Amarillas lo siguió fuera de la guarida.
Manto Mellado saltó sobre la Roca del Clan y alzó la
voz en un aullido.
—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para
cazar sus propias presas acudan aquí bajo la Roca del
Clan para una reunión!
Los gatos del Clan de la Sombra salieron
soñolientos de sus guaridas, reuniéndose alrededor
de la Roca del Clan en desconcertado silencio. Manto
Mellado esperó hasta que todos hubieron aparecido.
—Estrella de Cedro ha perdido su novena vida —
anunció—. Ahora camina en el Clan Estelar, un gran
guerrero entre las luces de nuestros antepasados.
Hubo una atónita pausa.
Zarpa Rota rompió el silencio.
—¡Estrella Mellada! ¡Estrella Mellada!
Ningún otro gato se unió. Manto Mellado pareció
muy orgulloso por un momento, luego bajó la cabeza
para mirar a su hijo.
—No me llames con ese nombre todavía —le
advirtió—. No puedo reclamarlo hasta que haya
estado en la Piedra Lunar para recibir mis nueve vidas
del Clan Estelar. —Mirando a Fauces Amarillas, añadió
—: Iré allí de inmediato, mientras los demás velan a
Estrella de Cedro.
Salto de Cierva y Cola de Cuervo entraron en la
guarida del líder del Clan y arrastraron su cuerpo
hasta el claro. Fauces Amarillas observó cómo los
gatos se alineaban para presentar sus respetos.
La mirada de Bermeja era profundamente triste
mientras inclinaba la cabeza sobre el cuerpo de
Estrella de Cedro.
—Gracias, Estrella de Cedro —susurró—, por
darme la oportunidad de convertirme en una
guerrera.
Guijarro se acercó a ella y le dio una reconfortante
lamida en la oreja.
—Y a mí también, Estrella de Cedro —añadió—. Tu
generosidad transformó nuestras vidas y nunca te
olvidaremos.
Manto Mellado ya estaba esperando en la entrada
del campamento. En cuanto Fauces Amarillas se
reunió con él, salió disparado, con sus poderosos
músculos bombeando hasta que corrió por el suelo.
Fauces Amarillas luchaba por seguirle el ritmo. Se le
revolvía el estómago de nervios por volver a estar a
solas con Manto Mellado después de tanto tiempo.
Pero él no dijo nada de lo que había sucedido en el
pasado.
En cambio, mientras corría a su lado, maulló:
—He esperado mucho tiempo para esto. Haré al
Clan de la Sombra más fuerte de lo que nunca ha
sido.
Fauces Amarillas no tenía suficiente aliento para
responder.
Cruzaron el territorio del Clan del Viento sin
encontrarse con ningún guerrero del Clan del Viento,
y llegaron a las Rocas Altas cuando una línea lechosa
del amanecer aparecía en el horizonte. «Quedará lo
justo de luz de luna para alcanzar la Piedra Lunar.»
Sin detenerse a recuperar el aliento, ella y Manto
Mellado se sumergieron en la oscuridad de la Boca
Materna. El guerrero atigrado estaba tan ansioso que
Fauces Amarillas se quedó atrás. Cuando llegó a la
caverna, Manto Mellado estaba sentado en el suelo,
contemplando con asombro el reluciente cristal.
—Ahora me toca a mí —susurró él.
—Échate con la nariz tocando la piedra —le indicó
Fauces Amarillas, haciendo un gesto con la cola—.
Cierra los ojos, y el Clan Estelar te llamará hacia ellos.
Y recuerda —añadió—, no puedes hablar con ningún
gato de lo que te ocurra ahora. Excepto conmigo, si
hay algo que necesites discutir.
Manto Mellado asintió brevemente y estiró la
nariz para tocar la Piedra Lunar. Fauces Amarillas se
acomodó a su lado. El frío de la piedra le caló hasta
los huesos. Latidos después abrió los ojos y se
encontró en el espacio pantanoso donde se había
encontrado con Flama Plateada. Ahora estaba
cubierto de niebla, a través de la cual podía oír el
canto de los pájaros y el suave chapoteo del agua.
Manto Mellado estaba a su lado. La niebla empezó a
aclararse y aparecieron nueve gatos alrededor del
atigrado marrón, con Estrella de Cedro a la cabeza.
Fauces Amarillas reconoció a Fauces de Lagarto y a
Bigotes de Salvia, pero los demás le eran
desconocidos, aunque los había visto a lo lejos en el
Clan Estelar en visitas anteriores.
Mientras los gatos del Clan Estelar se reunían
alrededor de Manto Mellado, Fauces Amarillas oyó
que la llamaban por su nombre.
—¡Fauces Amarillas! ¡Fauces Amarillas, por aquí!
Subió hacia un montón de pinos en un acantilado
rocoso con vistas al pantano. Para su horror, Manto
de Topo la estaba esperando allí.
—¡Casi ha llegado la hora! —siseó—. ¡La oscuridad
nos espera! ¡Cuidado con el gato con sangre en las
patas!
Fauces Amarillas dejó que la ira la invadiera,
ahuyentando su miedo.
—¡Vete! —espetó—. Si no puedes darme más
detalles, ¿de qué sirve esta profecía?
Manto de Topo se inclinó más cerca.
—La verdad está en tu corazón —siseó—. No
puedes ser ciega a ella por mucho tiempo más.
Fauces Amarillas apretó los músculos y se
abalanzó sobre el gato negro como si fuera una presa.
Pero sus patas golpearon el suelo, y sus garras se
clavaron en la tierra en vez de en el cuerpo de Manto
de Topo. Un remolino de niebla cegó sus ojos, y
cuando se aclaró de nuevo él había desaparecido.
Volviéndose, Fauces Amarillas vio al círculo de
guerreros del Clan Estelar rodeando a Manto
Mellado. Mientras caminaba por el pantano para
reunirse con ellos, vio que la última de los nueve
gatos se adelantaba para hablar con el nuevo líder del
Clan de la Sombra. Era una elegante gata de pelaje
marrón cremoso que se comportaba con la autoridad
de una líder.
—Mi nombre es Estrella del Alba —maulló, su
brillante mirada verde se posó en Manto Mellado—.
Fui líder del Clan de la Sombra hace muchas
temporadas. Te doy una vida para poner al Clan de la
Sombra por encima de todos los demás. Hay cuatro
Clanes en el bosque, pero el Clan de la Sombra
siempre será el más grande.
Ella tocó la nariz de Manto Mellado con la suya; él
se estremeció y se tambaleó un poco, como si el
dolor de recibir sus nueve vidas se estuviera
volviendo demasiado para soportar.
Cuando Estrella del Alba volvió al círculo de gatos,
todos los guerreros del Clan Estelar echaron la cabeza
hacia atrás y soltaron un aullido de triunfo que resonó
por los pantanos y se elevó hasta el brillo de las
estrellas.
—¡Estrella Mellada! ¡Estrella Mellada!
Fauces Amarillas se despertó de un tirón,
temblando de frío. Estrella Mellada también estaba
despierto, paseándose por la caverna con poderosas
zancadas.
—¡Tengo nueve vidas! —declaró a la pálida luz del
amanecer que se filtraba por el agujero del techo—.
¡Soy Estrella Mellada, líder del Clan de la Sombra!

Cuando Estrella Mellada y Fauces Amarillas


regresaron al campamento, el primer deber de
Fauces Amarillas fue ir con los veteranos mientras
llevaban el cuerpo de su antiguo líder para enterrarlo.
Miró a las estrellas mientras pronunciaba las palabras
rituales, preguntándose cuál de ellas era Estrella de
Cedro, y si él los estaría mirando ahora.
—Que el Clan Estelar alumbre tu camino —maulló,
y añadió en un susurro—: Arde con fuerza, querido
amigo, y vela por tu Clan.
Para cuando ella y los veteranos regresaron,
estaba anocheciendo. Estrella Mellada estaba de pie
en la Roca del Clan, con el resto del Clan reunido a su
alrededor.
Zarpa Inquieta corrió hacia Fauces Amarillas.
—¡Estrella Mellada va a nombrar al nuevo
lugarteniente! —maulló.
La mirada de Estrella Mellada recorrió su Clan.
—Pronuncio estas palabras ante el Clan Estelar —
anunció—, para que los espíritus de nuestros
antepasados puedan oír y aprobar mi decisión. —Una
vez más su mirada recorrió el claro, y Fauces
Amarillas se preguntó si estaba tratando
deliberadamente de sacar la tensión—. Corazón de
Raposa —maulló finalmente Estrella Mellada—, ¿me
harías el honor de ser mi lugarteniente?
Corazón de Raposa agachó la cabeza, con los ojos
brillantes.
—Lo haré, Estrella Mellada.
Se levantaron murmullos de la multitud de gatos,
no todos de aprobación.
—¡Sabía que había algo entre esos dos! —Flor
Radiante exclamó.
—¡Gran Clan Estelar, ahora será insufrible! —
murmuró Hoja Ámbar.
—¡Corazón de Raposa! ¡Corazón de Raposa! —Los
murmullos se ahogaron cuando el Clan coreó
obedientemente el nombre de Corazón de Raposa, y
Estrella Mellada inclinó la cabeza.
«Yo habría elegido a cualquier otro gato —pensó
Fauces Amarillas mientras se unía a los aullidos—.
Pero no dependía de mí. Tendré que aguantarme.»
Cuando el ruido se calmó, Fauces Amarillas oyó a
Zarpa de Venado maullar a Zarpa Rota:
—¡Wow, tu padre es el líder del Clan!
—Sí —dijo Zarpa Rota—. ¡Apuesto a que desearía
que yo ya fuera un guerrero para poder ser su
lugarteniente!
—No lo creo —Zarpa Enredada contestó,
aplastante.
Mientras Zarpa Rota se erizaba, Fronde Sombrío le
rozó el hombro con la punta de la cola.
—No tardará mucho —maulló—, si sigues
practicando como lo estás haciendo.
Fauces Amarillas se distrajo cuando Zarpa Inquieta
le dio un codazo.
—Ave Pequeña dice que le duele la cabeza —
informó, inclinando las orejas hacia donde estaba la
veterana—. ¿Debería darle algo para ayudarla a
dormir?
—Yo lo haré —respondió Fauces Amarillas—. Ven
a mi guarida, Ave Pequeña.
Una vez allí, sacó las semillas de adormidera del
almacén y cuidadosamente dividió una por la mitad.
—Eso debería ser suficiente —advirtió mientras
Ave Pequeña la lamía—. Estas semillas pueden ser
muy fuertes.
Ave Pequeña suspiró.
—Mis sueños son muy horribles últimamente, no
quiero cerrar los ojos.
Fauces Amarillas apretó el hocico contra el
hombro de la vieja gata.
—Entonces le pediré al Clan Estelar que te envíe
sueños pacíficos.
«¿Ave Pequeña está soñando con sangre y fuego?
Oh, Clan Estelar, si tienen algún presagio que
compartir, ¡envíenmelos a mí! ¡No hagan que mis
compañeros de Clan tengan miedo de dormir!»

Fauces Amarillas estaba limpiando un montón de


hojas muertas de la entrada de la guarida cuando oyó
a Estrella Mellada aullando una llamada al Clan, y
levantó la mirada para verle de pie en la Roca del
Clan, con el pelaje erizado por el frío viento. Habían
pasado casi dos lunas desde la muerte de Estrella de
Cedro, y Estrella Mellada se había ganado la
aprobación de sus compañeros de Clan
permitiéndoles continuar como siempre habían
hecho, patrullando, entrenando y vigilando sus
fronteras con la protección de una madre sobre sus
cachorros. Llamando a Zarpa Inquieta, que estaba
ocupado contando bayas de enebro dentro de la
guarida, Fauces Amarillas se dirigió al claro. Flor
Radiante y Patas de Helecho salieron de la guarida de
los guerreros, seguidos de cerca por Hoja Ámbar, Ala
de Ventisca y Cola de Rana. Bermeja y Guijarro se
apresuraron juntos a través de las zarzas, dando a
Fauces Amarillas una inclinación amistosa de cabeza
mientras se sentaban cerca de ella. Los otros
aprendices y sus mentores saltaron al otro lado del
montón de carne fresca. Los veteranos aparecieron
en la entrada de su guarida.
Estrella Mellada los miró.
—Estoy muy orgulloso de mi Clan —empezó—.
Son todo lo que podría haber esperado como líder.
Con guerreros como estos, ¡podría librar cualquier
batalla! Y hoy habrá un nuevo guerrero. Zarpa Rota,
un paso adelante.
Un grito ahogado surgió del Clan cuando Zarpa
Rota saltó hacia adelante para pararse en la base de
la Roca del Clan. Fauces Amarillas compartió el
asombro de sus compañeros de Clan. «¡Solo ha sido
un aprendiz durante cinco lunas!»
—Estrella Mellada —maulló Nocturno,
adelantándose—, Zarpa Rota aún no ha completado
sus evaluaciones finales.
Zarpa Rota lanzó una mirada furiosa a su mentor,
mientras Estrella Mellada agitaba la cola con desdén.
—Reconozco a un gato listo para ser guerrero
cuando lo veo —declaró. Bajó de un salto de la Roca
del Clan y se enfrentó a Zarpa Rota—. Yo, Estrella
Mellada, líder del Clan de la Sombra —continuó—,
solicito a mis antepasados guerreros que observen a
este aprendiz. Ha entrenado duro para entender el
sistema de su noble código, y se los encomiendo a la
vez como guerrero. Zarpa Rota, ¿prometes respetar el
código guerrero, y proteger y defender a tu Clan,
incluso a costa de tu vida?
Zarpa Rota infló el pecho de manera importante
mientras respondía:
—Lo prometo.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar —
continuó su padre—, te doy tu nombre de guerrero.
Zarpa Rota, a partir de este momento serás conocido
como Cola Rota, pero que ningún gato vea esto como
un signo de debilidad. Eres uno de los gatos más
fuertes que he conocido, ¡y estoy deseando luchar a
tu lado! El Clan Estelar te honra por tu valor y tus
habilidades de lucha, y te damos la bienvenida como
guerrero de pleno derecho del Clan de la Sombra. —
Apoyó el hocico en la cabeza de Cola Rota, y este le
lamió el hombro.
—¡Cola Rota! ¡Cola Rota! —El Clan de la Sombra
aclamó al nuevo guerrero, pero Fauces Amarillas
pudo ver que algunos de los gatos no estaban muy
contentos.
Aunque los guerreros aullaban su nombre con
aprobación, sus compañeros aprendices se miraban
unos a otros con una mezcla de consternación y
enojo. Fauces Amarillas estaba lo suficientemente
cerca como para oír a Zarpa de Venado murmurar:
—¡Esto es muy injusto! ¡Solo porque su padre es
el líder del Clan!
—Esto nunca habría pasado en mis tiempos —
comentó Ojo Rayado desde donde estaba sentado
frente a la guarida de los veteranos—. ¿Qué será lo
siguiente? ¿Cachorros guerreros?
Cola Rota estaba de pie en el centro del claro,
absorbiendo los aullidos de bienvenida de su Clan.
Cuando Fauces Amarillas lo miró más de cerca, un
estremecimiento de horror pasó a través de ella.
Tenía las patas manchadas de sangre, el pelaje
marrón oscuro y húmedo. El aire se agitó a su lado y
una voz susurró:
—Cuidado con el gato con sangre en las patas…
Fauces Amarillas se dio la vuelta, buscando a
Manto de Topo, pero solo vio a sus compañeros de
Clan, que seguían observando al nuevo guerrero.
Abriéndose paso entre la multitud, llegó al lado de
Cola Rota.
—¿Estás bien? —susurró—. ¿Es sangre lo que hay
en tu pelaje?
Cola Rota pareció sorprendido.
—No, es agua. Me mojé cuando perseguía a un
lagarto en los pantanos, eso es todo.
Fauces Amarillas sintió alivio. Ahora que estaba lo
suficientemente cerca como para oler su pelaje, se
dio cuenta de que solo era agua turbia que oscurecía
sus patas. «Todo está bien. ¡Y aléjate de mí, Manto de
Topo, con tus estúpidas profecías!»
Dio un paso atrás mientras otros gatos se
acercaban para felicitar a su hijo.
—Eres bienvenido en mis patrullas en cualquier
momento —Patas Negras maulló.
—Y en las mías —Bigotes de Nuez añadió—. ¿Y
puedes enseñarme ese complicado movimiento de
batalla de arañazo y salto? Vi que puedes hacerlo,
pero a mí no me sale del todo bien.
—Claro. —Cola Rota agachó la cabeza y sus ojos
brillaron de placer.
Guijarro se acercó y le dio un toque amistoso en el
hombro.
—Estoy deseando cazar zorros contigo —le dijo a
Cola Rota.
El nuevo guerrero devolvió a Guijarro el toque,
haciéndole tambalearse.
—Los destrozaremos —aceptó.
Entonces Corazón de Raposa se abrió paso entre la
multitud.
—Felicidades, Cola Rota —maulló elegantemente
—. El Clan de la Sombra necesita guerreros jóvenes y
entusiastas como tú.
«¿Se cree que ya es la líder del Clan?», se preguntó
Fauces Amarillas, erizándose ante el tono de
superioridad de la lugarteniente.
Se dio cuenta de que Estrella Mellada estaba a su
lado.
—Mi hijo llegará lejos —le murmuró al oído—. Es
todo lo que siempre esperé. —Miró a Fauces
Amarillas con un desafío en los ojos, como si la
desafiara a decir que Cola Rota también era su hijo.
«No voy a jugar a eso. Sé que renuncié a cualquier
derecho que alguna vez tuve sobre él.»
Fauces Amarillas inclinó educadamente la cabeza
hacia el gato que una vez lo había significado todo
para ella.
—Estoy segura de que tiene un futuro brillante en
el Clan —maulló.
31
Fauces Amarillas temblaba bajo su grueso manto. La
estación sin hojas había descendido al bosque y el
claro estaba cubierto de nieve. Sus patas se
hundieron profundamente en ella; sentía como si sus
almohadillas estuvieran a punto de caerse, de lo frías
que estaban. Se sacudió una hoja detrás de la oreja y
supo que tenía que acicalarse. «Pero nunca parece
haber tiempo…»
Ahora se dirigió a la guarida de Estrella Mellada,
agachándose bajo las raíces del roble para protegerse
de la peor parte de la nieve. Para su consternación,
vio que Corazón de Raposa estaba allí, con la cabeza
inclinada cerca de la del líder mientras hablaban
juntos.
Fue Corazón de Raposa quien se fijó primero en
Fauces Amarillas.
—¿Qué quieres?
Fauces Amarillas se negó a dejar que la grosería de
la lugarteniente del Clan la afectara.
—Necesito hablar con Estrella Mellada.
—¿No ves que está ocupado? —Corazón de
Raposa espetó—. Vuelve más tarde.
Fauces Amarillas se limitó a esperar, con la mirada
fija en Estrella Mellada.
—No, puedes hablar ahora. —La voz del líder del
Clan tenía un borde de impaciencia—. ¿Qué pasa?
—No creo que Nocturno pueda continuar con sus
deberes de guerrero —le dijo Fauces Amarillas—. Su
tos está empeorando mucho, y está demasiado
cansado y débil para las patrullas.
Los ojos de Corazón de Raposa se abrieron de par
en par.
—¿Estás diciendo que no lo puedes curar? ¿No se
supone que eres la curandera?
—Lo he intentado todo —siseó Fauces Amarillas
entre dientes apretados—. Algunos gatos tienen tos
que no desaparece. Creo que tiene algo que ver con
su respiración. Si no abandona sus tareas, enfermará
cada vez más.
—¡Necesitamos a todos nuestros guerreros! —
Corazón de Raposa protestó.
Estrella Mellada estiró la cola y la apoyó en el
hombro de Corazón de Raposa.
—Envíame a Nocturno —ordenó a Fauces
Amarillas—. Si es lo que él quiere, no le obligaré a
seguir con sus deberes de guerrero. ¡Pero es su
decisión, Fauces Amarillas!
Al volver a su guarida, Fauces Amarillas encontró a
Guijarro esperándola.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.
Guijarro extendió una pata delantera.
—Tengo una espina clavada —anunció
alegremente—. Intenté sacármela yo mismo, pero no
puedo moverla.
—Bueno, para eso está tu curandera —Fauces
Amarillas contestó—. Echémosle un vistazo.
La espina se había clavado profundamente en la
almohadilla de Guijarro, y Fauces Amarillas tuvo que
lamerla mucho antes de poder atraparla con los
dientes.
—Estaba de patrulla con Cola Rota —maulló
Guijarro mientras ella trabajaba—. ¡Gran Clan Estelar,
es un buen guerrero! Todos deberíamos intentar ser
como él.
Fauces Amarillas, lamiendo vigorosamente, trató
de no reaccionar a ese elogio de su hijo.
—Es solo que tenía demasiadas ganas de perseguir
a un mirlo —continuó Guijarro—. A decir verdad, creo
que intentaba impresionar a Cola Rota. El pájaro se
metió en un arbusto espinoso y fui lo bastante tonto
como para ir tras él.
—¿Lo atrapaste? —Fauces Amarillas maulló.
—Sí, ¡au! —Guijarro soltó un aullido cuando la
espina se soltó.
—Entonces no fuiste un tonto. Lámete bien la pata
—le indicó la gata gris—, y vuelve si se te hincha o si
te sigue doliendo.
—Gracias, Fauces Amarillas. —Guijarro se pasó la
lengua por la almohadilla unas cuantas veces, y luego
se puso de pie—. Será mejor que vuelva a patrullar.
El guerrero salió corriendo.
Zarpa Inquieta, quien había estado ordenando los
almacenes de hierbas en la parte trasera de la
guarida, se volvió para mirar a su mentora.
—No me gustaría vivir en un Clan lleno de Colas
Rotas —comentó—. Es demasiado… feroz. —Volvió a
sus hierbas, y luego se detuvo, pensativo, con una
hoja de borraja en una pata—. Me pregunto quién
será la madre de Cola Rota. ¿Tienes alguna idea,
Fauces Amarillas? ¿Era una minina casera, como
dicen algunos gatos? ¿O fue Corazón de Raposa todo
el tiempo?
—No tengo tiempo para chismes —resopló Fauces
Amarillas—. ¿Por qué estás ahí parado como un trozo
de carne fresca sin comer, en lugar de separar la
consuelda de las dedaleras?
Zarpa Inquieta olfateó mientras le lanzaba una
mirada herida, pero los aullidos del claro
interrumpieron cualquier respuesta que estuviera a
punto de hacer. Mirando entre las rocas, Fauces
Amarillas vio gatos irrumpiendo entre las espinas, y
reconoció a la patrulla fronteriza de Raya de Lagartija.
Un simple vistazo le dijo que algunos de los gatos
habían sido gravemente arañados.
—Trae telaraña y caléndula —ordenó a Zarpa
Inquieta, y corrió a reunirse con los gatos heridos en
el centro del claro.
Estrella Mellada y Corazón de Raposa salieron de
la guarida del líder y corrieron a reunirse con los
demás.
—¿Qué pasó? —preguntó Estrella Mellada.
—Las ratas nos atacaron cerca del vertedero —
Raya de Lagartija jadeó. Su pelaje estaba erizado y
goteaba sangre de un arañazo en el vientre.
—¡Y ni siquiera las estábamos cazando! —añadió
Paso de Lobo, indignado.
Mientras Raya de Lagartija describía con más
detalle lo ocurrido, Fauces Amarillas y Zarpa Inquieta
empezaron a curar las heridas. Paso de Lobo tenía
una oreja rasgada, pero ya había dejado de sangrar;
Fauces Amarillas se la lamió y le dio una hoja de
caléndula para que se la frotara.
—Mira este mordisco —maulló Zarpa Inquieta,
haciendo señas a Fauces Amarillas para que se
acercara a Espinas Enredadas—. Creo que podría
infectarse.
Fauces Amarillas asintió mientras examinaba la
mordedura en el hombro de Espinas Enredadas.
—Eso siempre es un riesgo con las mordeduras de
rata. Espinas Enredadas, espérame en mi guarida y te
buscaré raíz de bardana.
—Gracias, Fauces Amarillas. —La joven gata se
alejó cojeando.
Fauces Amarillas se acercó a Raya de Lagartija.
—Necesito ver ese arañazo en tu vientre —le dijo.
Raya de Lagartija agitó la cola.
—Ahora no. ¿No ves que estoy hablando con
Estrella Mellada?
«Como quieras —pensó Fauces Amarillas—.
Sangra por todo el campamento. A ver si me
importa.»
Mientras revisaba a Patas de Helecho y Fronde
Sombrío, más gatos aparecieron en la entrada del
campamento. Fauces Amarillas levantó la mirada y
vio a Cola Rota y a su patrulla de caza, cargados de
presas. Cola Rota, quien llevaba una paloma enorme,
se acercó al grupo en medio del claro.
—¿Qué está pasando? —preguntó, dejando caer
el pájaro muerto.
—Las ratas nos atacaron cerca del vertedero —le
dijo Fronde Sombrío.
Paso de Lobo exclamó:
—¡Gran captura, Cola Rota!
—Sí, trepé un árbol para atraparla —maulló
despreocupadamente Cola Rota, y luego se volvió
hacia Estrella Mellada—. ¿Cuánto tiempo vamos a
aguantar a estas ratas? —exigió con un azote de la
cola—. Tenemos que darles una lección.
—¿Qué sugieres? —Estrella Mellada preguntó.
Fauces Amarillas recordó el ataque condenado al
vertedero temporadas antes, cuando Estrella de
Cedro había perdido una vida. «Por favor, Clan
Estelar, ¡no otra vez!»
—No podemos luchar contra todas las ratas —Cola
Rota le dijo a Estrella Mellada—. No sabemos cuántas
hay. En vez de eso, deberíamos señalar a unas pocas y
matarlas a la vista de las demás, como advertencia.
Fauces Amarillas escuchó algunos murmullos
dubitativos de los gatos que rodeaban a Estrella
Mellada, pero otros asentían con la cabeza.
—Valdría la pena intentarlo —murmuró Fronde
Sombrío.
—Cierto —Corazón de Raposa maulló—.
Intentamos tenderles una emboscada con un ataque
masivo, y no funcionó. Tal vez esta sea la única
manera.
Estrella Mellada se quedó pensativo, luego se
enderezó.
—Cola Rota, ven conmigo a mi guarida.
Discutiremos esto con más detalle. —El líder cruzó el
campamento con su hijo caminando a su hombro.
Corazón de Raposa los siguió.
Fauces Amarillas envió a Zarpa Inquieta de vuelta
a la guarida para preparar una cataplasma de raíz de
bardana para Espinas Enredadas. Mientras tanto, se
las arregló para convencer a Raya de Lagartija de que
le dejara mirar el arañazo. Ya había dejado de sangrar.
Aliviada por no tener que hacer más, Fauces
Amarillas le dio a Raya de Lagartija un poco de
caléndula y la envió a descansar a la guarida de los
guerreros.
Espinas Enredadas ya se estaba yendo cuando
Fauces Amarillas regresó a la guarida, la gata tenía la
cataplasma de raíz de bardana bien aplicada.
—Déjame echarle otro vistazo mañana —le dijo
Fauces Amarillas.
Espinas Enredadas le agradeció y se marchó
agitando la cola.
—Hiciste un buen trabajo con esa cataplasma —le
dijo Fauces Amarillas a Zarpa Inquieta—. Ahora
tenemos que buscar algunas hierbas para esta batalla
contra las ratas.
Zarpa Inquieta tragó saliva.
—¿Quieres decir que estaremos en la batalla?
—No, pero estaremos cerca. Si hay heridos,
podemos tratarlos en el lugar. Saca más caléndula, y
algo de perifollo, y será mejor que también llevemos
raíz de bardana.
—Escuché sobre la última batalla con las ratas —el
aprendiz maulló mientras empezaba a destapar los
almacenes de hierbas. Lanzó a Fauces Amarillas una
mirada en la que la emoción se mezclaba con el
nerviosismo—. ¿Qué crees que pasará esta vez?
—No lo sé —contestó Fauces Amarillas
sombríamente—, pero no estoy contenta con
nuestras posibilidades. Hay demasiadas ratas. —
Acercándose a los arbustos espinosos para
desenganchar algunas telarañas, se dio cuenta de que
sus reservas eran escasas.
—Saldré a buscar más de esto —le dijo a Zarpa
Inquieta—. Haz envoltorios de hojas con esas hierbas
para que podamos llevarlas fácilmente.
Una vez fuera del campamento, Fauces Amarillas
se dirigió a un roble cercano que estaba cubierto de
hiedra, un lugar perfecto para recoger telarañas.
Mientras se estiraba para alcanzarlas, una voz habló
detrás de ella:
—¿Necesitas ayuda con eso?
Fauces Amarillas se giró para ver a Nocturno. El
gato comenzó a arañar telarañas y a recogerlas en
una bola al pie del árbol.
—Esto es para la batalla de ratas, ¿verdad? —
maulló.
Fauces Amarillas asintió.
—¿Sabes que no participaré? —Nocturno
continuó en voz baja—. Decidí unirme a los
veteranos.
Fauces Amarillas dejó de recoger telarañas para
mirarlo, la tristeza surgió en su interior.
—Siento mucho no haber podido curarte —
maulló.
Nocturno comenzó a hablar, se detuvo para toser,
y luego continuó:
—No es tu culpa. Sé que lo intentaste. Solo
desearía que el Clan Estelar me dijera por qué
hicieron de este mi destino. —Dejó escapar un largo
suspiro—. ¡Yo quería ser un gran guerrero!
—Y lo eres —le aseguró Fauces Amarillas—. Pero
tu Clan necesita que estés a salvo y bien más de lo
que necesitan tus habilidades de caza. Todavía
puedes formar parte de la vida del Clan. ¡Intenta
decirle a Ave Pequeña que es menos importante de lo
que solía ser!
Nocturno asintió, pero Fauces Amarillas pudo ver
que no había logrado ahuyentar la depresión de sus
ojos.

Amanecía mientras los gatos del Clan de la Sombra


se reunían alrededor de Estrella Mellada en el centro
del claro. Nubes grises cubrían el cielo y caía una fina
aguanieve. Fauces Amarillas temblaba mientras ella y
Zarpa Inquieta se unían a la parte de atrás de la
multitud.
—Este es el plan —maulló Estrella Mellada,
alzando la voz para que todo el Clan pudiera oírlo—.
Dos gatos, Corazón de Raposa y yo, atraeremos a las
ratas fingiendo cazar en los límites del vertedero. Cola
Rota, Manto de Nube, Patas Negras y Vuelo de Pinzón
estarán al acecho para saltar y rodear a las primeras
ratas que aparezcan. Cola Rota dará la señal. Patas de
Helecho, Salamandra Manchada, Cara Cortada,
Fronde Sombrío y Ráfaga Abrasadora, ustedes
retendrán a las demás ratas para que puedan ver
mientras matamos a sus compañeros de madriguera.
—Su mirada recorrió a los guerreros—. ¿Alguna
pregunta?
Ningún gato respondió. Los ojos de Cola Rota
brillaban.
—¡Entonces vamos! —aulló Estrella Mellada.
Fauces Amarillas y Zarpa Inquieta recogieron sus
provisiones y siguieron a la patrulla mientras el líder
del Clan lideraba la salida del campamento. Fauces
Amarillas vio a Nocturno observándolos con los otros
veteranos fuera de su guarida. «Estás mejor fuera de
esto», pensó, aunque comprendía lo decepcionado
que debía sentirse el joven gato al ver que sus
compañeros de Clan partían a la batalla sin él.
Cuando el vertedero se hizo visible, Fauces
Amarillas se estremeció ante el olor familiar y los
chillidos de los pájaros blancos que aleteaban sobre
los montones de deshechos de Dos Patas. Empezó a
prepararse para bloquear el dolor de las heridas que
inevitablemente llegarían. «Estoy sana y salva, no
tengo heridas, no siento dolor.»
Condujo a Zarpa Inquieta al mismo arbusto de
acebo donde Bigotes de Salvia y ella se habían
refugiado durante la batalla anterior, aunque sintió
frío en el vientre por los recuerdos que evocaba.
Mientras dejaba las hierbas bajo las ramas, Fauces
Amarillas se dio cuenta de que parte de la malla
plateada se había caído, por lo que era fácil para los
gatos entrar en el vertedero. «Y las ratas pueden salir
hacia donde las espera Cola Rota.»
Patas de Helecho condujo a su parte de la patrulla
entre los montones podridos, donde desaparecieron
rápidamente. Mientras tanto, Cola Rota dirigió a los
gatos bajo su mando hacia escondites entre los
árboles y arbustos. Estrella Mellada y Corazón de
Raposa se quedaron solos frente al hueco de la malla
plateada, al borde del montón de desperdicios más
cercano.
—¡Son realmente valientes! —comentó Zarpa
Inquieta.
Fauces Amarillas murmuró que su acuerdo
mientras observaba a los dos gatos realizar los
movimientos de caza: saborear el aire, olfatear las
raíces de los árboles, agacharse para arrastrarse por
las zarzas o los helechos. Siguió observando, con el
corazón palpitante, cómo una rata asomaba la cabeza
y se abría paso a tientas. Pronto se le unió otra, luego
una tercera y más. Avanzaron sigilosamente, casi
hasta la malla plateada. Sus brillantes miradas
estaban fijas en los gatos, quienes aparentaban ser
demasiado estúpidos como para darse cuenta de su
presencia. Pero Estrella Mellada y Corazón de Raposa
sabían claramente que estaban allí. Hábilmente se
alejaron más, tentando a las ratas a alejarse de la
seguridad de los montones. Una vez que estuvieron
lejos de la malla plateada, Cola Rota, Manto de Nube,
Ala de Ventisca, y Vuelo de Pinzón saltaron de sus
escondites. Estrella Mellada y Corazón de Raposa
avanzaron hasta rodear a las ratas.
—¡Prepárense para morir! —gruñó Cola Rota.
32
Un susurro de ruido de ratas surgió de los montones
de desperdicios, pero Patas de Helecho y su patrulla
salieron de su escondite y custodiaron los agujeros.
Fauces Amarillas podía ver narices crispadas y
destellos de ojos malignos, pero al menos por el
momento ninguna de las ratas se atrevía a salir.
—¡No las dejen salir! —aulló Patas de Helecho—.
¡Pero manténganse lo suficientemente lejos para que
puedan ver lo que pasa!
—¡Mantos de pulgas! —Cola Rota se burló de las
ratas capturadas, saltando hacia adelante para clavar
las garras en el flanco de la más cercana, y luego salir
corriendo de nuevo—. ¡Montón de come-carroña!
El resto de la patrulla le imitó, juntando a las ratas
en un nudo apretado y lastimándolas mientras se
mantenían fuera del alcance de sus garras. Fauces
Amarillas clavó las garras en el suelo.
—¡Vamos, antes de que algo salga mal! —
murmuró.
Un instante después, dos ratas, aterrorizadas y
desesperadas, salieron de la manada y saltaron sobre
Corazón de Raposa. Fauces Amarillas miró con
incredulidad la precisión de sus movimientos,
parecían cazadores entrenados. Corazón de Raposa
soltó un chillido y se desplomó en el suelo, con
sangre brotando del cuello.
—¡No! —aulló Estrella Mellada.
En el mismo instante, Cola Rota y Manto de Nube
saltaron sobre las dos ratas que habían atacado a
Corazón de Raposa, rompiéndoles el cuello y
lanzándolas por los aires. Estrella Mellada se lanzó al
centro del nudo de ratas, con sus compañeros de Clan
tan solo un latido por detrás, sus garras cortaron y
desgarraron. El plan ordenado se rompió en un caos
de gritos y sangre.
—¡Gran Clan Estelar! —susurró Zarpa Inquieta.
Incluso Fauces Amarillas se quedó atónita al ver la
matanza, las ratas luchaban por escapar solo para ser
devueltas con garras. Se lanzaron sobre los guerreros,
que respondieron a su ataque con dientes que las
desgarraban y las dejaban retorciéndose mientras su
sangre empapaba la nieve.
En unos instantes todo había terminado. Las
últimas ratas que habían sido tentadas estaban
muertas y los guerreros del Clan de la Sombra
estaban junto a ellas, jadeando. Aparte de Corazón de
Raposa, quien yacía siniestramente inmóvil, ninguno
de ellos parecía tener heridas graves. Estrella Mellada
ordenó a Patas de Helecho y a los demás que salieran
del vertedero, mientras que Cola Rota se colocó
debajo del cuerpo de Corazón de Raposa y se la echó
sobre los hombros. Estaba cubierto de sangre, pero
por lo que Fauces Amarillas podía ver, toda
pertenecía a las ratas.
—Ganamos —maulló Zarpa Inquieta, sonando
aturdido.
—Sí —Fauces Amarillas coincidió, mirando el
cuerpo de Corazón de Raposa.
«Pero pagamos un alto precio. No me agradaba.
No quería servir bajo su mando como líder. Pero era
demasiado joven para morir.»

Los veteranos y los pocos gatos que habían


permanecido en el campamento se reunieron cuando
los guerreros regresaron. Fauces Amarillas vio a Baya
de Serbal mirando horrorizada desde la entrada de la
maternidad mientras Cola Rota dejaba el cuerpo de
Corazón de Raposa en medio del claro. Un destello de
alegría calentó a Fauces Amarillas al ver a los
cachorros de su hermana, Pequeño Rescoldo y
Pequeño Rabón, asomándose curiosos junto a su
madre. «Guerreros mueren, pero el Clan sobrevive.»
La madre de Corazón de Raposa, Charca Nublada,
salió corriendo de la guarida de los guerreros y se tiró
al suelo junto a su hija.
—¡Clan Estelar, no! —gritó—. ¿Por qué tuviste que
llevártela?
Paso de Lobo siguió a su madre y se agachó junto
a ella, metiendo la nariz en el pelaje empapado de
sangre de su hermana.
—Adiós —dijo con voz rasposa—. Estábamos tan
orgullosos de ti. Habrías sido una gran líder.
Manto de Nube, quien compartía padre con Paso
de Lobo y Corazón de Raposa, se acercó a ella e
inclinó la cabeza.
—Murió como una guerrera —maulló.
Fauces Amarillas se colocó junto a la cabeza de
Corazón de Raposa.
—La velaremos —anunció.
Estrella Mellada permaneció poco tiempo junto al
cuerpo de su lugarteniente, y luego desapareció en su
guarida, reapareciendo cuando la luna se alzaba
sobre los árboles. Saltando sobre la Roca del Clan
convocó al Clan, aunque la mayoría de ellos ya
estaban en el claro, agrupados alrededor de la difunta
gata naranja.
—Lloro por Corazón de Raposa —comenzó el líder
del Clan—. Nos sirvió bien, y debería haber seguido
haciéndolo durante muchas temporadas. Pero murió
valientemente, protegiendo a su Clan de las ratas.
Tendrá un lugar de honor en el Clan Estelar. —Hizo
una pausa, mirando a su Clan, y Fauces Amarillas
pudo sentir cómo aumentaba la tensión, porque
todos los gatos sabían que ese era el momento en
que Estrella Mellada debía anunciar el nombre de su
nuevo lugarteniente.
Varios de los gatos miraron a Cola Rota, quien
parecía especialmente alerta, con los ojos brillantes.
—Por mucho que la extrañemos —continuó el
líder—, el Clan necesita un nuevo lugarteniente.
Pronuncio estas palabras ante el cuerpo de Corazón
de Raposa, para que su espíritu pueda oír y aprobar
mi elección. Manto de Nube será el nuevo
lugarteniente del Clan de la Sombra.
Tanto Manto de Nube como Cola Rota parecían
igualmente atónitos. Fauces Amarillas pudo ver una
amarga decepción en los ojos de Cola Rota, quien
enseñó los dientes en un gruñido.
—¡Wow! —susurró Zarpa Inquieta—. ¡Supongo
que todos sabemos quién esperaba ser lugarteniente!
Manto de Nube se levantó y balbuceó:
—Gra-gracias, Estrella Mellada. Te prometo que
serviré bien a mi Clan.
Estrella Mellada bajó de un salto de la Roca del
Clan mientras el resto del Clan alzaba la voz en
aullidos de bienvenida a Manto de Nube. Fauces
Amarillas pudo ver que era una elección popular. Ella
también estaba contenta con la decisión; sabía que
Manto de Nube sería mucho mejor líder que Corazón
de Raposa, si hubiera vivido.
Entonces, Fauces Amarillas vio a Cola Rota
acorralando a Estrella Mellada mientras el líder del
Clan intentaba volver a su guarida. «¡Necesito oír lo
que dicen!» Disimuladamente se acercó a ellos,
deteniéndose a la sombra de la Roca del Clan.
—¡Deberías haberme nombrado lugarteniente a
mí! —le gruñó Cola Rota—. ¡El ataque a las ratas fue
idea mía, y funcionó!
Estrella Mellada lo miró con ojos rasgados.
—Usa el cerebro —le espetó—. Soy tu padre, y
tengo que tener cuidado de no mostrar favoritismo
delante de los otros guerreros. Además, necesitas un
aprendiz antes de poder ser lugarteniente. Pero no te
preocupes. Me quedan muchas temporadas, y si algo
le ocurriera a Manto de Nube, te tocará a ti.

El deshielo llegó y poco a poco la estación de la


hoja verde se arrastró hacia el bosque. Abriéndose
paso a través de un nuevo crecimiento de helechos,
Fauces Amarillas se deleitó con la sensación del sol en
su grueso manto, y la visión de los brotes verdes que
brotaban por todas partes en el bosque quemado por
la escarcha. Nocturno, quien la acompañaba, saltó
para atrapar una mariposa que revoloteaba sobre el
pasto. Fauces Amarillas lo observó con cariño
mientras la perseguía, reflexionando que su tos
estaba mucho mejor ahora que no estaba tratando de
seguir el ritmo de todos los deberes de un guerrero.
—¿Eres un cachorro? —lo molestó cuando volvió
jadeante hacia ella.
—Ya no —Nocturno respondió con una mueca de
diversión—. Supongo que solo estoy disfrutando del
sol. —Respiró hondo con las mandíbulas
entreabiertas—. Y todo el olor a presas. Seguro que
hay un ratón por aquí. —Empezó a seguir el rastro de
olor y desapareció en una espesa extensión de
helechos. Momentos después, Fauces Amarillas oyó
un grito ahogado, y luego su voz se elevó en un
aullido sobresaltado—: ¡Fauces Amarillas, ven aquí!
Fauces Amarillas se abrió paso a través de los
helechos. Cuando emergió al otro lado, se encontró
mirando un pequeño espino. Uno de los aprendices
más nuevos, Zarpa Rabona, el hijo de Baya de Serbal,
estaba colgando de la rama más baja por los dientes.
—¡Zarpa Rabona! —exclamó Fauces Amarillas—.
En nombre del Clan Estelar, ¿qué estás haciendo?
Cuando Zarpa Rabona abrió la boca para
responder, se estrelló contra el suelo en una maraña
de patas y cola.
—¡Ahora me voy a meter en un buen lío! —se
lamentó mientras se paraba—. ¡Cola Rota me dijo
que tenía que quedarme allí hasta que volviera!
—¿Qué? —Fauces Amarillas intercambió una
mirada incrédula con Nocturno—. ¡Ningún mentor
haría eso! Debes haber entendido mal.
Zarpa Rabona agachó la cabeza.
—Estaba hablando durante el entrenamiento de
batalla, así que Cola Rota dijo que necesitaba
aprender a mantener la boca cerrada.
—¡Debe haber una forma mejor que esta! —
Fauces Amarillas maulló a Nocturno.
«¡Zarpa Rabona podría haberse herido la
mandíbula permanentemente!»
—No si yo lo digo. —Fauces Amarillas se dio la
vuelta al oír el gruñido detrás de ella y se encontró
frente a Cola Rota—. No interfieras en mis asuntos,
curandera —le advirtió.
Fauces Amarillas parpadeó ante el salvajismo de
sus ojos naranja.
—Es asunto mío —insistió, tratando de mantener
la calma—. Un trato duro como ese podría herir a un
aprendiz.
—¡Tonterías! —Cola Rota gruñó. Sacudiendo la
cabeza hacia Zarpa Rabona, añadió—: Vuelve a la
zona de entrenamiento.
Zarpa Rabona salió corriendo, y Cola Rota le siguió
con una última mirada a Fauces Amarillas.
—¡No te metas! —ordenó.
—Nunca lo castigué así cuando era mi aprendiz —
comentó Nocturno cuando Cola Rota hubo
desaparecido.
Una punzada de miedo sacudió a Fauces Amarillas.
—Tal vez deberías haberlo hecho —murmuró.
Cuando regresó al campamento, Fauces Amarillas
vio al otro aprendiz, Zarpa de Rescoldo, comiendo en
el montón de carne fresca con su mentor, Bigotes de
Nuez. Cuando Zarpa Rabona empezó a acercarse para
unirse a ellos, Cola Rota se puso delante de él,
bloqueándolo.
—Podrás comer cuando hayas cazado suficientes
presas para alimentar a los veteranos —espetó.
Zarpa Rabona se limitó a asentir con tristeza y se
alejó hacia la entrada del campamento. Fauces
Amarillas pensó que parecía cansado. «¡Eso no es
justo!» Echando humo por la rabia, fue a buscar a
Manto de Nube.
El lugarteniente del Clan estaba sentado a la luz
del sol cerca de la guarida de los guerreros con Hoja
Ámbar y Vuelo de Pinzón, discutiendo los mejores
lugares para cazar.
—Manto de Nube, ¿puedo hablar contigo en
privado? —Fauces Amarillas preguntó mientras se
acercaba.
—Claro. —Manto de Nube se levantó y la alejó un
par de zorros de distancia para que ningún gato
pudiera escucharlos—. ¿Qué pasa?
Fauces Amarillas se armó de valor, sabiendo que ni
siquiera un curandero debería cuestionar la forma en
que un mentor decide tratar a su aprendiz.
—Es Cola Rota —comenzó—. No estoy contenta
con su tutoría. ¿Has visto cómo es con Zarpa Rabona?
Ella pudo ver por el parpadeo en los ojos de
Manto de Nube que sabía de lo que estaba hablando.
—Todos los mentores entrenan de diferentes
maneras —maulló él—. No me corresponde interferir.
—Pero alguien tiene que hacer algo —Fauces
Amarillas insistió—. No te imaginas lo que vi hoy
temprano… —Le contó a Manto de Nube la historia
de Zarpa Rabona colgando de la rama del árbol.
—¿Zarpa Rabona se llegó a lastimar? —preguntó
Manto de Nube.
—No —la curandera admitió—. ¡Pero podría
haberlo hecho!
—En ese caso, no puedo involucrarme, y no me
gustaría hacerlo —le dijo Manto de Nube—. Mira,
Fauces Amarillas, entiendo tu preocupación por todos
los miembros del Clan, pero hace mucho tiempo que
no eres una guerrera. ¡Quizás has olvidado lo duro
que puede ser para los aprendices!
No había más nada que Fauces Amarillas pudiera
decir. Inclinando la cabeza fríamente hacia el
lugarteniente, se dio la vuelta y se arrastró de vuelta a
su propia guarida.
—Mira, te traje un campañol —anunció Zarpa
Inquieta mientras ella se deslizaba entre las rocas—.
Está muy fresco.
—Gracias, Zarpa Inquieta. —Fauces Amarillas se
dejó caer al lado de la presa y tomó un bocado.
—Nocturno dijo que tuviste una discusión con
Cola Rota —Zarpa Inquieta chirrió. Olfateó y luego
continuó—: Si no te importa que te lo diga, deberías
tener cuidado con lo que le dices a ese gato. Es muy
malo.
Fauces Amarillas parpadeó, agradecida por su
preocupación.
—Sabes —maulló—, es hora de que dejes de ser
mi aprendiz.
Por un instante, Zarpa Inquieta pareció
horrorizado, hasta que comprendió a que se refería
en realidad.
—¿Quieres decir que puedo convertirme en un
curandero de pleno derecho? ¡Wow!
—Lo tienes más que merecido —Fauces Amarillas
le dijo—. Tengo suerte de haberte tenido como
aprendiz.
—Y yo tengo suerte de haberte tenido como
mentora.
Fauces Amarillas resopló divertida.
—¡Aunque aún no te haya enseñado a curar tu
resfriado!

Fauces Amarillas y Zarpa Inquieta, con los otros


curanderos, se sentaron en la oscura cueva de la
Piedra Lunar mientras esperaban a que la luna brillara
a través del agujero en el techo.
—Tengo noticias tristes —informó Bigotes
Plumosos—. Pluma de Ganso se ha ido a cazar con el
Clan Estelar.
—Lo siento —Zarzal de Bayas maulló, con su
simpatía preparada—. ¿Cómo te sientes, siendo el
único curandero del Clan del Trueno?
«Aliviado de no tener que lidiar con Pluma de
Ganso murmurando», pensó Fauces Amarillas,
aunque nunca habría soñado con decir eso en voz
alta.
—Lo estoy sobrellevando —respondió Bigotes
Plumosos—. Hay una recién llegada muy
prometedora llamada Zarpa Jaspeada. Ya se está
interesando por las hierbas, así que si el Clan Estelar
lo aprueba la haré mi aprendiza.
—Yo también tengo buenas noticias —Fauces
Amarillas dijo—. Esta noche voy a convertir a Zarpa
Inquieta en un curandero de pleno derecho.
Todos los demás curanderos se unieron a las
felicitaciones. En la tenue luz de las estrellas, Fauces
Amarillas pudo ver que Zarpa Inquieta parecía
felizmente avergonzado.
—¡Qué suerte tienes! —Zarpa de Cascarón
ronroneó.
—Pronto será tu turno —le dijo Zarpa Inquieta.
Mientras hablaba, la luna apareció flotando y la
Piedra Lunar cobró vida, su resplandor helado llenó la
caverna. Fauces Amarillas se levantó y le hizo señas a
Zarpa Inquieta para que se uniera a ella junto a la
piedra brillante. Temblaba de emoción mientras se
acercaba a ella.
Fauces Amarillas tomó aire, recordando las
palabras de su propia ceremonia.
—Yo, Fauces Amarillas, curandera del Clan de la
Sombra, solicito a mis antepasados guerreros que
observen a este aprendiz. Ha entrenado duro para
comprender el sistema de los curanderos, y, con su
ayuda, servirá a su Clan durante muchas lunas. Zarpa
Inquieta —maulló—, ¿prometes respetar el sistema
de los curanderos, mantenerte al margen de las
rivalidades entre Clanes, y proteger a todos los gatos
igualmente, incluso a costa de tu propia vida?
—Lo prometo —contestó Zarpa Inquieta en un
susurro asombrado.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar, te
doy tu verdadero nombre como curandero. Zarpa
Inquieta, a partir de este momento serás conocido
como Nariz Inquieta. Tu nombre será un recordatorio
de que los curanderos no pueden curarlo todo, pero
siempre necesitamos tener fe para intentarlo. El Clan
Estelar honra tu inteligencia y tu dedicación, y te
damos la bienvenida como un curandero completo
del Clan de la Sombra. Ahora ven, toca con tu hocico
la Piedra Lunar, y que todos tus sueños sean buenos.
Nariz Inquieta se arrastró hacia adelante y apoyó
el hocico contra la brillante superficie. Fauces
Amarillas se agachó a su lado y el resto de los
curanderos ocuparon sus lugares.
Cuando Fauces Amarillas cerró los ojos, se sintió
inmediatamente transportada a un lugar de oscuridad
y frío. Sentía que sus patas se apoyaban en la roca,
pero no veía nada. Entonces, unos destellos escarlata
rompieron la oscuridad y unos chillidos agudos
golpearon sus oídos. Las formas de unos cachorros
aparecieron ante los ojos de Fauces Amarillas, pero
no eran los cálidos y peludos bultos de la maternidad
de su Clan. En su lugar, sus pequeños cuerpos fueron
arrancados de los vientres de sus madres en fuentes
de sangre, mientras las gatas madre se aferraban a
ellos con impotencia. Fauces Amarillas corría de un
lado a otro intentando salvar a los cachorros de las
garras invisibles que los arrancaban. Pero sus
almohadillas resbalaban en la sangre, cuyo hedor le
llenaba la nariz y la garganta. Por mucho que se
esforzara, los cachorros moribundos siempre estaban
fuera del alcance de sus patas.
—¡No! ¡No! —aulló.
Algo duro se clavó en su costado. Fauces Amarillas
abrió los ojos y vio a Nariz Inquieta pinchándola con
una pata. Tenía los ojos muy abiertos y asustados.
—Lo siento —balbuceó—. Pero estabas gritando.
Espero no haber hecho algo mal al despertarte.
—No… no, estoy bien —dijo la curandera con la
voz rasposa, tambaleándose sobre sus patas.
La luz de la luna se había ido, y la cueva estaba
iluminada por el débil brillo de las estrellas. En el
tenue resplandor podía ver a los otros curanderos
observándola ansiosamente.
—Estoy bien —repitió—. Solo fue un mal sueño.
—Fue más que eso —Nariz Inquieta insistió—.
Fauces Amarillas…
—¡Ya basta! —Fauces Amarillas espetó—. Solo
compartimos nuestros sueños con nuestro líder. ¡No
son para cotillear!
Girando sobre sí misma, se adelantó a los demás
por el pasadizo.
33
Fauces Amarillas cruzó el claro hacia la maternidad.
Una brisa fría agitó su pelaje, advirtiéndole que la
estación de la hoja verde estaba llegando a su fin.
Pronto las hojas de los árboles caerían y comenzaría
otra estación sin hojas. «Al menos estos cachorros
serán grandes y fuertes antes de eso», pensó. Iba de
camino a ver a la nueva camada de Tormenta de
Plumas: Pequeño Musgo, Pequeña Alba y Pequeño
Campañol. Habían nacido dos amaneceres antes, así
que aún no habían abierto los ojos. Cuando entró en
la maternidad, contempló con satisfacción los tres
pequeños cuerpos que se retorcían acurrucados en el
vientre de su madre. «Al menos estos cachorros no
son los que vi en aquel terrible sueño en la Piedra
Lunar.»
Tormenta de Plumas levantó la cabeza para
saludar a Fauces Amarillas.
—Me alegra que hayas venido —maulló, mirando
orgullosa a sus cachorros—. Quiero que escuches sus
pechos y compruebes si tienen garrapatas en las
orejas.
—Por supuesto.
Fauces Amarillas estaba bastante segura de que
no había nada de qué preocuparse, pero sabía que
una reina mayor como Tormenta de Plumas estaba
obligada a preocuparse. Además, disfrutaba pasando
tiempo con las pequeñas criaturas que se retorcían,
que se acercaban a ella con valentía y la olfateaban
con ansiosa curiosidad, a pesar de que no podían ver.
Mientras examinaba a los cachorros, el padre de
las crías, Ala de Ventisca, asomó la cabeza por la
entrada.
—¿Todo bien? —dijo—. ¿Puedo hacer algo?
—Todos estamos bien —respondió Tormenta de
Plumas con un movimiento de La cola—. Puedes
traerme un trozo de carne fresca, algo bueno y
sabroso, por favor. ¡Machos! —añadió a Fauces
Amarillas cuando Ala de Ventisca se hubo ido—.
Nunca me han parecido muy útiles con los cachorros.
«Hal no lo habría sido, eso seguro —pensó Fauces
Amarillas, recordando a la antigua pareja de
Tormenta de Plumas, perteneciente al Poblado de los
Dos Patas—. No quería tener nada que ver con sus
hijos.»
Volvía a cruzar el claro cuando se oyó un ruido de
ramas chocando entre sí en el túnel de entrada.
Fauces Amarillas se dio la vuelta y vio a Cola Rota
entrando a toda prisa con medio conejo en las fauces.
—¡Estrella Mellada! ¡Estrella Mellada! —aulló,
dejando caer el conejo en medio del claro.
El líder del Clan salió de su guarida, mientras otros
gatos se apresuraban y se reunían alrededor de Cola
Rota y la carne fresca . Los veteranos se asomaron
desde su guarida, y Nariz Inquieta salió corriendo de
la guarida de los curanderos para reunirse con Fauces
Amarillas.
—¿Qué está pasando? —jadeó.
—No lo sé —Fauces Amarillas respondió,
acercándose con Nariz Inquieta a su lado—. Cola Rota
acaba de regresar con esa carne fresca.
—Encontré este conejo muerto cerca del túnel
que lleva al territorio del Clan del Viento —anunció
Cola Rota, sus ojos brillaban de enojo—. ¡Esto prueba
que los guerreros del Clan del Viento han estado
matando presas dentro de las fronteras del Clan de la
Sombra!
Ráfaga Abrasadora se adelantó con Rabón y
Rescoldo justo detrás de él.
—Patrullamos esa frontera hoy temprano —
maulló—, y no encontramos ningún rastro de olor del
Clan del Viento.
—El conejo todavía está caliente —Cola Rota
señaló—. ¡Deben haberlo matado hace poco!
¡Tenemos que atacar de inmediato!
—Espera un momento —ordenó Estrella Mellada
—. Tenemos que asegurarnos de que el conejo no se
tambaleó herido por la frontera antes de morir.
Cola Rota dejó escapar un siseo de enojo y empujó
el cuerpo hecho jirones delante de su líder.
—¡Miren! ¡Tiene mordiscos! ¡Está claro que fue
una invasión! —Hizo una breve pausa y añadió—: ¡Si
están demasiado asustados para desafiar a esos
ladrones de presas, yo mismo lideraré la patrulla!
Algunos de los otros guerreros asintieron, como si
estuvieran dispuestos a ir con él. Fauces Amarillas se
dio cuenta de que Rabón y Fauces de Pedernal
estaban entre ellos.
—¡Espera! —exclamó Estrella Mellada cuando
Cola Rota se giró como si estuviera a punto de
marcharse—. Por supuesto que no tengo miedo. Pero
estas cosas hay que planearlas. Cola Rota, ven
conmigo y con Manto de Nube.
Cuando los tres gatos se fueron, Fauces Amarillas
se acercó y olfateó al conejo. Captó algo del olor del
Clan del Viento en su pelaje, pero las marcas de
mordisco tenían un olor más fuerte a Cola Rota.
Fauces Amarillas sintió que el pelaje de su cuello
comenzaba a erizarse. «De acuerdo, lo trajo de vuelta
al campamento, pero ¿podría este mordisco en la
carne del conejo tener la forma de sus dientes? ¿Y si
mató al conejo él mismo, después de que se
extraviara por su propia voluntad bajo el Sendero
Atronador?» Empezó a temblar. «¿Debería decírselo a
Estrella Mellada?»
Justo entonces, Cola Rota y Manto de Nube
salieron de la guarida del líder y empezaron a llamar
guerreros para que se unieran a ellos junto al túnel de
espinas. Aprovechando su oportunidad, Fauces
Amarillas respiró hondo y se deslizó bajo las raíces del
roble para ver a Estrella Mellada.
—¿Estás seguro de que Cola Rota dice la verdad?
—preguntó con valentía—. ¿Y si mató al conejo él
mismo?
Estrella Mellada se erizó.
—¡Ningún hijo mío mentiría! ¡¿Cómo te atreves a
cuestionarle?! —Mostró los dientes en un gruñido—.
Ahora apártate de mi camino.
Golpeada por su furia, Fauces Amarillas se hizo a
un lado, y luego lo siguió fuera de la guarida. Lo vio
correr por el campamento hacia Cola Rota, Manto de
Nube y los guerreros que habían reunido: Rabón,
Fauces de Pedernal y Ráfaga Abrasadora. Con un
movimiento de la cola, Estrella Mellada se lanzó a
través del túnel con la patrulla pisándole los talones.
Nariz Inquieta se acercó a ella con una mirada de
consternación.
—¿Vamos a seguirlos con hierbas?
Fauces Amarillas sacudió la cabeza.
—Esto solo será una escaramuza fronteriza. No
habrá heridos graves.
Pero mientras hablaba sus patas anhelaban
llevarla tras la patrulla. De repente, el campamento le
pareció demasiado pequeño, como si el círculo de
zarzas se cerrara sobre ella. «¡Tengo que salir!»
—Voy a buscar consuelda —le dijo a Nariz
Inquieta, dirigiéndose al túnel.
—¡Pero tenemos de sobra! —él gritó tras ella,
sonando desconcertado.
Fauces Amarillas le ignoró. Una vez fuera del
campamento, corrió hacia el Sendero Atronador. Todo
estaba en silencio. «Tal vez la patrulla ponga nuevas
marcas fronterizas y se marche», pensó esperanzada.
Jadeando, Fauces Amarillas salió de los árboles
cerca del lugar donde estaba el túnel que llevaba al
territorio del Clan del Viento. No podía ver a Cola
Rota ni a su patrulla, pero el corazón se le hundió
cuando olfateó la entrada del túnel y percibió a los
guerreros del Clan de la Sombra que se dirigían por
él. Fauces Amarillas avanzó, su manto rozaba las
paredes del túnel. Durante unos pasos, la luz de la
abertura iluminó su camino, pero pronto se
desvaneció, dejándola en la oscuridad. Dio un
respingo y su vientre se estremeció cuando un rugido
resonó en el túnel hasta que pensó que le estallarían
los oídos. «Solo es un monstruo —se dijo a sí misma
—. ¿Por qué estás tan nerviosa? Una de esas cosas
enormes nunca llegaría hasta aquí.»
Poco a poco apareció el final del túnel, un círculo
brillante en la penumbra. A Fauces Amarillas le
zumbaron los oídos por el ruido de los monstruos
mientras salía. Unos gritos espantosos se elevaron en
el aire desde algún lugar más adelante. «¡Oh, no!
¡Gatos luchando!» Echó a correr, trepando por una
corta y empinada pendiente cubierta de duro pasto
de páramo, y se abrió paso a zarpazos por un saliente
arenoso. Al llegar a la cima, miró hacia un estrecho
valle con un arroyo que corría por el fondo. La
patrulla del Clan de la Sombra estaba luchando con
gatos del Clan del Viento. Fauces Amarillas reconoció
a Cola Alta y a un pequeño gato de pelaje rojizo
llamado Garra Roja. Los demás le resultaban
desconocidos.
—¡Intrusos! —gruñó Cola Alta mientras se lanzaba
contra Cola Rota—. ¡Fuera de nuestro territorio!
—¡Ladrones de presas! —Cola Rota replicó,
arañando el costado de Cola Alta.
—¡Alto! —Fauces Amarillas gritó, pero ningún gato
la oyó.
Por un momento quiso lanzarse a la batalla y
ayudar a sus compañeros de Clan, pero se detuvo.
«Soy una curandera. Debo mantenerme al margen de
las rivalidades entre Clanes.»
Observó, horrorizada, como Estrella Mellada y
Garra Roja se enzarzaban en una chillona bola de
pelos, golpeándose con sus fuertes patas traseras
mientras ambos gatos se esforzaban por liberarse.
Manto de Nube saltó sobre otra guerrera del Clan del
Viento, azotándole las orejas hasta que la sangre
corrió libremente. Luego saltó y se abalanzó sobre
Cola Alta, quien había inmovilizado a Cola Rota y le
arañaba la cara. Ráfaga Abrasadora había caído bajo
las patas de un gato atigrado, que intentaba clavarle
los dientes en la garganta al guerrero del Clan de la
Sombra. El corazón de Fauces Amarillas empezó a latir
con más fuerza al darse cuenta de que sus
compañeros de Clan estaban siendo derrotados y
devueltos al túnel. Aunque la patrulla estaba formada
por los mejores luchadores del Clan de la Sombra, no
eran rivales para la furia del Clan del Viento.
Estrella Mellada se separó de su batalla con Garra
Roja y se tambaleó sobre sus patas.
—¡Retirada! —aulló.
Cola Rota gruñó de rabia, a pesar de la sangre que
le corría por la cara, pero Estrella Mellada reunió a la
patrulla y poco a poco se abrieron camino hacia el
túnel, todavía perseguidos por los gatos del Clan del
Viento. Fauces Amarillas jadeó cuando un dolor
punzante le atravesó la garganta. Miró a sus
compañeros de Clan y vio a Manto de Nube caer al
suelo. Su espeso pelaje blanco se estaba volviendo
rojo.
Mientras corría hacia Manto de Nube, oyó a
Estrella Mellada sisear:
—¿Qué haces aquí?
Fauces Amarillas ignoró la pregunta.
—¡Tenemos que llevar a Manto de Nube de vuelta
al campamento! —jadeó.
Para su alivio, solo estaban a unas pocas colas de
la boca del túnel, y los gatos del Clan del Viento,
satisfechos con su victoria, se retiraron por fin.
—¡No vuelvan a poner una pata en nuestro
territorio! —aulló Cola Alta detrás de ellos.
Fauces Amarillas ayudó a Manto de Nube a
atravesar el túnel, tropezando en la oscuridad con el
rugido de los monstruos a su alrededor. El
lugarteniente del Clan apenas parecía consciente, y
tuvo que soportar todo su peso. En el otro extremo
del túnel, Ráfaga Abrasadora se acercó al otro lado de
Manto de Nube para sostenerlo, y la patrulla regresó
con dificultad al campamento.
—¡Telarañas! ¡Rápido! —le espetó Fauces
Amarillas a Nariz Inquieta mientras arrastraba a
Manto de Nube a su guarida.
Recordó cómo había luchado para salvar su vida
anteriormente, cuando los proscritos habían saltado
sobre él. «Tuve éxito entonces. Tendré éxito ahora.»
—¡Clan Estelar, espera tu turno! —siseó en voz
alta.
Los otros miembros de la patrulla se amontonaron
tras ellos, pero Fauces Amarillas solo tenía ojos para
el guerrero blanco, que se había desplomado en el
suelo.
—Trae una baya de enebro —ordenó mientras
Nariz Inquieta le acercaba un grueso montón de
telarañas—. Aplástala y ve si puedes sacarle el jugo.
Ella presionó la telaraña contra la herida en la
garganta de Manto de Nube, pero su sangre la
atravesó casi de inmediato. Nariz Inquieta dejó caer
otro montón a su lado antes de tomar la baya de
enebro.
—¡Necesito caléndula y tomillo! —ordenó Fauces
Amarillas, presionando la telaraña fresca sobre la
herida de Manto de Nube.
Mientras trabajaba, fue vagamente consciente de
lamentos de consternación procedentes del claro,
cuando el resto del Clan se enteró de la derrota de la
patrulla. Mientras tanto, Nariz Inquieta se ocupaba de
las heridas del resto de los gatos; ninguna de ellas era
grave.
—¡Quítame las patas de encima! —Cola Rota
espetó cuando Nariz Inquieta intentó ayudarle a
limpiarse los arañazos de la cara—. No necesito que
un estúpido curandero me toque.
Nariz Inquieta se encogió de hombros.
—Como quieras —murmuró. Observó a Cola Rota
salir a grandes zancadas de la guarida, y luego se
volvió para examinar los arañazos en el costado de
Ráfaga Abrasadora.
«Todo esto es mi culpa —pensó Fauces Amarillas
mientras escuchaba la respiración agitada de Manto
de Nube—. Debería haber obligado a Estrella Mellada
a escucharme sobre ese conejo.» El Clan del Viento
había luchado con tanta ferocidad porque habían sido
acusados falsamente.
El resto de la patrulla abandonó la guarida
después de que Nariz Inquieta terminara de
atenderlos. Fauces Amarillas levantó la mirada para
ver que la luz del día ya se estaba desvaneciendo;
había perdido toda noción del tiempo.
—Será mejor que duermas un poco —le dijo a
Nariz Inquieta—. Te llamaré si necesito algo.
Nariz Inquieta asintió, mirando ansiosamente a
Manto de Nube, luego se acurrucó en su lecho y cerró
los ojos.
La noche se alargó. Fauces Amarillas nunca se
movió del lado de Manto de Nube, escuchando su
respiración superficial y observando la sangre que
aún goteaba de su cuello. No estaba segura de cuánto
tiempo llevaba allí sentada cuando los párpados del
joven guerrero se agitaron y abrió los ojos.
—¿Fauces Amarillas? —murmuró débilmente.
—Estoy aquí. —Fauces Amarillas apoyó una pata
de forma tranquilizadora en el hombro de Manto de
Nube—. No te dejaré. —Alcanzó una bola de musgo
húmedo y la sostuvo para que Manto de Nube
pudiera lamerlo.
—Se siente bien. —Manto de Nube suspiró las
palabras—. ¿Me iré al Clan Estelar?
—No si puedo evitarlo —murmuró Fauces
Amarillas sombríamente.
Manto de Nube movió los bigotes.
—Quizá nos veamos allí… —Su voz se apagó y sus
ojos volvieron a cerrarse.
Con el corazón oprimido por el dolor, Fauces
Amarillas permaneció a su lado. Poco a poco se dio
cuenta de que había otro gato a su lado. Levantó la
mirada y vio a Cola Rota.
—¿Viniste a que te cure las heridas? —preguntó.
—No —se burló Cola Rota—. Vine a decirte que no
malgastes tus esfuerzos con Manto de Nube. Su
tiempo se acabó. Nunca habría sido capaz de liderar
al Clan de la Sombra. —Se irguió, sus ojos brillaban en
la oscuridad—. Solo hay un gato que puede hacer eso
después de Estrella Mellada. Yo seré el próximo líder
del Clan de la Sombra.
—¿Cómo puedes decir eso? —Fauces Amarillas
jadeó—. ¡Soy una curandera, y siempre haré todo lo
que pueda para salvar a mis compañeros de Clan!
Cola Rota no respondió, solo miró a Manto de
Nube con ojos que brillaban con hostilidad. Luego, sin
decir nada más, salió de la guarida.
«Cola Rota mintió sobre el conejo, estoy segura. Y
ahora Manto de Nube está terriblemente herido.»
Fauces Amarillas recordó lo que Estrella Mellada le
había dicho a su hijo cuando nombró lugarteniente a
Manto de Nube: «No te preocupes. Me quedan
muchas temporadas, y si algo le ocurriera a Manto de
Nube, te tocará a ti». Se obligó a alejar sus miedos
más oscuros. Aunque Cola Rota hubiera matado al
conejo a propósito para empezar una batalla con el
Clan del Viento, no podía saber lo mal que le iría a
Manto de Nube. «Cola Rota es ambicioso, pero eso es
bueno para un guerrero. Todavía puedo estar
orgullosa de él.»
Durante toda la noche Fauces Amarillas intentó
cada hierba, cada rastro de conocimiento que poseía,
para ayudar a Manto de Nube, pero a medida que el
sol se deslizaba en la guarida a través de las ramas
por encima, la débil respiración del guerrero blanco
se hizo más irregular, luego se hundió en el silencio.
La punta de su cola se movió una vez, y luego se
quedó quieta. «Se ha ido a cazar con el Clan Estelar.»
Fauces Amarillas se inclinó sobre el cuerpo del
lugarteniente, desconsolada y asustada en el fondo.
«Las cosas están saliendo terriblemente mal.»
Mientras estaba agachada sobre el cuerpo de
Manto de Nube, oyó un susurro en el lecho de Nariz
Inquieta. Su voz llegó desde detrás de ella, borrosa
por el sueño.
—¿Cómo está Manto de Nube?
—Está muerto —Fauces Amarillas escupió.
—¡No! —Nariz Inquieta se levantó y se puso a su
lado, con trozos de musgo todavía pegados al manto
—. ¿Quieres que le dé la noticia a Estrella Mellada?
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—No. Gracias, pero tengo que hacerlo yo misma.
—Salió a trompicones al claro y se acercó a la guarida
de Estrella Mellada. Arrastrándose bajo las raíces del
roble, vio al líder del Clan acurrucado en su lecho—.
¡Despierta! —maulló.
Estrella Mellada levantó la cabeza y se incorporó al
ver a Fauces Amarillas.
—¿Qué noticia hay?
—La peor —admitió Fauces Amarillas—. Manto de
Nube camina con el Clan Estelar ahora.
Estrella Mellada inclinó la cabeza.
—Tuvo la muerte del guerrero más noble.
—¡Pero fue una batalla que nunca debió librarse!
—Fauces Amarillas le espetó.
—¡No digas eso! —rugió Estrella Mellada—.
¡Deshonras la memoria de Manto de Nube si eso es lo
que realmente crees!
—Yo nunca haría eso —le aseguró Fauces
Amarillas, obligándose a mirar fijamente a su líder—.
Pero creo que Cola Rota buscó esta batalla. Manto de
Nube murió innecesariamente.
Estrella Mellada entrecerró los ojos.
—¿Qué estás diciendo exactamente?
Fauces Amarillas se estremeció.
—No creo que debas nombrar lugarteniente a
Cola Rota en su lugar.
—¡No voy a escuchar esto! —gruñó Estrella
Mellada. Su mirada ámbar, encendida de ira, se posó
en ella como una llama—. Eres mi curandera, Fauces
Amarillas, y tu lealtad debe ser solo para mí y mis
guerreros. ¡Nunca vuelvas a cuestionarme!

La luna estaba saliendo por encima de los árboles.


En el claro, los gatos del Clan de la Sombra velaban a
Manto de Nube. Fauces Amarillas se sentó cerca de
su cabeza. Recordaba al ansioso aprendiz que había
sido, deseando tener una pareja y cachorros. «Siento
mucho que eso nunca vaya a ocurrir. Pero fuiste un
buen lugarteniente para tu Clan, y moriste con el
coraje de un guerrero.»
Un movimiento alertó a Fauces Amarillas, y
levantó la mirada para ver a Estrella Mellada saltando
sobre la Roca del Clan.
—¡Gatos del Clan de la Sombra! —comenzó—.
Hemos perdido a Manto de Nube, y lo lloramos. Pero
la vida del Clan debe continuar. Es hora de nombrar a
un nuevo lugarteniente. —Hizo una pausa, pero esta
vez no hubo expectación entre el Clan. Todos los
gatos sabían quién sería el sucesor de Manto de Nube
—. Pronuncio estas palabras ante el cuerpo de Manto
de Nube y de los espíritus de mis antepasados, para
que puedan oír y aprobar mi elección —anunció el
líder—. Cola Rota será el nuevo lugarteniente del Clan
de la Sombra. —Levantó la cola para pedir silencio
antes de que el Clan pudiera romper en los coreos
habituales—. Es cierto que Cola Rota es aún más
joven que la mayoría de ustedes, pero el Clan de la
Sombra nunca ha tenido un guerrero más valiente o
más hábil. Es un ejemplo para todos nosotros, y será
un gran honor liderar al Clan con él.
Los aullidos se elevaron para dar la bienvenida a
Cola Rota. El guerrero estaba de pie en el centro del
claro con la cabeza en alto y los ojos brillando como
dos lunas naranjas. Fauces Amarillas recordó cuando
era un gatito sin amigos porque ningún gato sabía
quién era su madre. En ese entonces sentía lástima
por él y se sentía terriblemente culpable por haber
abandonado a su único hijo. Pero habían pasado
muchas cosas desde entonces, todas eclipsadas por la
extraña advertencia de sangre y fuego de Manto de
Topo. Por mucho que lo intentara, Fauces Amarillas
no podía sentir orgullo por el guerrero que tenía
ahora delante. Solo miedo y una profunda sensación
de temor por el futuro. «Ha llegado tan lejos desde
que era un gatito sin madre. ¿Hasta dónde llegará?»
34
El ruido de los gatos entre las zarzas despertó a
Fauces Amarillas. Se sentó en su lecho. La noche era
oscura, sin estrellas, y un fuerte viento de la estación
de la caída de la hoja azotaba el campamento. «¿Nos
están atacando?» Entonces el sonido de voces
familiares llegó a la guarida de los curanderos. Fauces
Amarillas dejó que el pelaje de su cuello se alisara.
«Es solo una patrulla nocturna regresando.»
Una luna antes, poco después de convertirse en
lugarteniente, Cola Rota había decidido que el Clan
debía empezar a patrullar las fronteras por la noche.
—Otros Clanes podrían atacarnos al refugio de la
oscuridad —había declarado el atigrado—. Pero
descubrirán que el Clan de la Sombra está listo para
ellos.
Nariz Inquieta se removió en su lecho junto a
Fauces Amarillas.
—Estas patrullas nocturnas son una pérdida de
tiempo —se quejó—. No corremos más riesgo de ser
atacados que los otros Clanes, porque todos duermen
como nosotros.
—¡Excremento de zorro! ¡Espinas malditas por el
Clan Estelar! —Una voz sonó a unas cuantas colas de
distancia.
—Por lo menos deberíamos estar durmiendo —
agregó secamente el curandero gris y blanco.
Hubo un susurro de movimiento cuando un gato
se deslizó entre las rocas hacia la guarida. Fauces
Amarillas reconoció a Cola de Rana por su olor.
—¿Qué pasa?
—Me torcí el hombro al saltar de un tronco
mientras patrullaba —explicó Cola de Rana—. No
puedes ver tu pata delante de tu cara en una noche
como esta.
Fauces Amarillas suspiró.
—Ven aquí.
Hizo lo que pudo para examinar el hombro de Cola
de Rana en la oscuridad. Podía sentir calor en sus
músculos y bajó sus defensas, permitiéndose sentir
su dolor brevemente para poder juzgar cuán grave
era.
—Vivirás —gruñó.
—¿Necesito hierbas? —Cola de Rana maulló—.
¿Semillas de adormidera para dormir?
—No, tu dolor no es tan fuerte —le dijo Fauces
Amarillas. El nuevo horario de Cola Rota de patrullas y
entrenamiento adicionales había significado más
heridas de lo habitual, y las reservas de hierbas
escaseaban—. Estarás bien si descansas.
—¿Estás segura? —Cola de Rana sonaba
decepcionado—. No puedo permitirme perderme
ningún entrenamiento, o Cola Rota me pondrá a
hacer tareas de aprendiz.
El Clan de la Sombra no tenía aprendices en ese
momento: los hijos de Tormenta de Plumas, Pequeño
Musgo, Pequeño Campañol y Pequeña Alba, eran aún
demasiado jóvenes, y Salamandra Manchada acababa
de dar a luz a Pequeño Mojado, Pequeño Menudo y
Pequeño Pardo. Hasta que más cachorros pudieran
ser aprendices, los guerreros se turnaban para
realizar las tareas.
—Eso no es necesariamente malo —sugirió la
curandera—. Las tareas de aprendiz serán mejores
para tu hombro que entrenar y patrullar.
—Supongo —Cola de Rana murmuró—. Gracias de
todos modos, Fauces Amarillas —añadió mientras
salía de la guarida.
Nariz Inquieta ya se había acurrucado de nuevo,
pero cuando Fauces Amarillas regresó a su lecho, el
sueño no le llegó. En cuanto el cielo empezó a
palidecer con el amanecer, se dirigió al claro. El suelo
estaba frío bajo sus patas y en la penumbra podía ver
un borde blanco de escarcha en cada hoja y ramita.
«La estación sin hojas está casi sobre nosotros.»
Desde la maternidad podía oír los alegres chillidos
de los cachorros e imaginó seis cuerpos calientes y
peludos retorciéndose entre el musgo y las acículas
de pino. Fauces Amarillas resplandecía de calor al
imaginarlos creciendo grandes y fuertes durante las
siguientes lunas. Pero su esperanza estaba teñida de
preocupación. «Nuestras filas están aumentando;
podría ser difícil alimentarnos a todos.» Se preguntó
si debería hacer una visita a la maternidad, pero
decidió que no era necesario. «Tormenta de Plumas
es una reina experimentada, y Salamandra Manchada
tiene muy buenos instintos maternales.»
Una tos sonó detrás de Fauces Amarillas.
Sobresaltada, se giró para ver que Nocturno había
salido de la guarida de los veteranos. Parecía tenso;
su tos siempre le preocupaba más cuando empezaba
a hacer frío.
—Pensé en ir a dar un paseo —maulló Fauces
Amarillas—. ¿Quieres venir?
El gato negro asintió y se puso a su lado. Los dos
gatos se deslizaron entre las zarzas, pasando por
delante de Ratón Alado, quien estaba de guardia, y se
adentraron en los árboles. Fauces Amarillas lanzó un
suspiro de satisfacción mientras contemplaba el
territorio, atrapado como cristal en el amanecer
plateado. Los árboles y los arbustos estaban blancos
de escarcha y cada charco tenía un borde de hielo
que brillaba con la luz creciente. «Me alegra tanto
que este sea mi hogar.»
—Una vez entrené aquí con Zarpa de Pedernal y
Zarpa Cortada —maulló Nocturno cuando llegaron a
un matorral de densos arbustos—. Zarpa de Pedernal
se topó con una colmena en ese árbol de ahí; ¡nunca
había oído a un gato aullar tan fuerte!
—Lo recuerdo —contestó Fauces Amarillas; había
agotado casi todas sus reservas de hojas de romaza
para tratar las picaduras del joven gato—. Fue muy
valiente con el dolor.
Nocturno asintió.
—Acababa de curarse cuando nos convenció para
ir a pescar al arroyo cerca del gran fresno. Volvimos
todos empapados y no pescamos nada.
—Y Colmillo de Piedra les dijo que dejaran la pesca
al Clan del Río —recordó Fauces Amarillas—. ¡Tú y tus
compañeros de guarida siempre estaban causando
problemas! —Dio unos pasos y preguntó—: ¿Te
importa ya no ser un guerrero?
Nocturno hizo una pausa antes de responder.
—Sigo siendo un guerrero por dentro —maulló al
fin—. Tengo el mismo espíritu, la misma lealtad a mi
Clan. Espero que algún día encuentre nuevas formas
de demostrarlo, además de los deberes de guerrero.
—Estoy segura de que nunca dejarás de encontrar
maneras de demostrar tu amor por el Clan de la
Sombra —Fauces Amarillas le dijo, tocándole
ligeramente el hombro con la punta de la cola.
Mientras se dirigían de vuelta al campamento, se
encontraron con una patrulla en su camino de salida.
Rabón y Espinas Enredadas iban a la cabeza, seguidos
de cerca por Baya de Serbal, Patas Negras y Patas de
Venado. Cola Rota iba en la retaguardia.
—¿Van a cazar? —Fauces Amarillas los llamó.
—No, esto es un entrenamiento de batalla —
anunció Rabón, con los bigotes temblando de
emoción—. Cola Rota nos pidió que seamos perros y
persigamos a nuestros compañeros de Clan por el
bosque.
Fauces Amarillas parpadeó.
—¿El Clan no necesita alimentarse primero?
Patas de Venado agitó la cola.
—Pueden esperar. No es como que tardaremos
mucho.
Fauces Amarillas y Nocturno miraron a la patrulla
mientras cargaba a través de los árboles.
—¡Voy a trepar a un árbol! —Rabón maulló—.
¡Luego saltaré sobre los perros y los destrozaré!
—Pero seremos demasiado rápidos para ustedes
—le respondió Espinas Enredadas—. ¡Así que puedes
quedarte en tu árbol hasta que te congeles!
—Cola Rota realmente los ha inspirado —
Nocturno comentó mientras él y Fauces Amarillas
seguían hacia el campamento—. Los próximos gatos
que invadan nuestro territorio no pasarán mucho
tiempo en el lado equivocado de la frontera.
Fauces Amarillas asintió.
—El Clan es ciertamente fuerte en este momento.
Sintió que ambos estaban siendo cuidadosos con
lo que decían. «Los métodos de Cola Rota a veces
pueden ser duros; estoy segura de que Nocturno
estaría de acuerdo conmigo en eso.» El silencio
pesaba mucho entre ellos mientras se adentraban en
el campamento a través de las zarzas.
En cuanto salieron al claro, Tormenta de Plumas
fue corriendo hacia ellos desde la maternidad.
—¡Oh, Fauces Amarillas, gracias al Clan Estelar que
has vuelto! —exclamó—. Pequeño Campañol ha
empezado a toser.
—Iré a verle ahora mismo —la curandera maulló.
Podía oír la tos persistente del gatito mientras se
deslizaba por la entrada de la maternidad. Pequeño
Campañol estaba en cuclillas en su lecho, hecho no
más que un miserable montón de pelo, con su
pequeño cuerpo sacudido por la tos. Sus dos
hermanos lo miraban con ojos muy abiertos y
ansiosos.
Fauces Amarillas le puso una pata en el pecho y
sintió un calor febril que le atravesó las almohadillas.
—¿Cuánto tiempo lleva así? —le preguntó a
Tormenta de Plumas.
—Apareció por la noche —respondió la gata—.
¿Qué tan grave es, Fauces Amarillas? ¿Es tos blanca?
—No lo creo —Fauces Amarillas maulló—. Le
traeré una hoja de tanaceto. Eso debería servir. —
Acariciando el manto marrón del pequeño gato,
añadió—: Pronto te sentirás mejor, gatito.
En su camino fuera de la maternidad, se detuvo
junto a Salamandra Manchada, cuya joven camada —
sus ojos aún no estaban abiertos— estaba acurrucada
en la curva de su vientre.
—Si yo fuera tú, mantendría a los pequeños
alejados de Pequeño Campañol hasta que se le pase
la tos —aconsejó.
Salamandra Manchada asintió y enroscó la cola
alrededor de sus cachorros para protegerlos. Cuando
volvía de entregar la hoja de tanaceto, Fauces
Amarillas fue saludada por Flor de Acebo desde la
entrada de la guarida de los veteranos.
—A Charca Nublada le duelen las articulaciones —
anunció cuando la curandera se acercó—. ¿Tienes
algo para ella?
Fauces Amarillas asintió.
—Le llevaré una cataplasma de hojas de margarita
—respondió—. Y una semilla de adormidera para
ayudarla a dormir.
Pero antes de ir a buscar las hierbas, Fauces
Amarillas asomó la cabeza por la guarida de los
guerreros para asegurarse de que Cola de Rana
estaba descansando, y le hizo una seña a Hoja Ámbar,
quien estaba recogiendo los lechos sucios.
—Ven conmigo —ordenó Fauces Amarillas—. Es
hora de que renueve ese vendaje en tu oreja.
Hoja Ámbar se había rasgado la oreja en un
ejercicio de entrenamiento y la herida se había
resistido a cicatrizar. La gata naranja oscuro suspiró
mientras se ponía de pie.
—De acuerdo, Fauces Amarillas. ¿Cuándo puedo
volver a mis deberes de guerrera?
—Cuando esté segura de que esa oreja no está
infectada —Fauces Amarillas contestó.
Cuando quitó el envoltorio de telaraña y hojas de
vara de oro, se alegró de ver que la herida de Hoja
Ámbar parecía limpia y sana.
—No necesitas otra cataplasma —comentó
mientras frotaba el arañazo con caléndula. —Puedes
volver a tus tareas mañana siempre que no esté peor.
—¡Genial! —maulló Hoja Ámbar—. Creo que si
tengo que quitarle una garrapata más a los veteranos
me volveré loca como un zorro en un ataque.
Fauces Amarillas la despidió y recogió las hojas de
margarita y la semilla de adormidera para Charca
Nublada. En la entrada de la guarida de los veteranos
se encontró con Nariz Inquieta, tambaleándose bajo
el peso de un enorme bulto de musgo goteante.
—No quiero que los veteranos se mojen las patas
en el arroyo —explicó entre dientes—. También hay
que cambiarles los lechos.
—¿Cola Rota no ha puesto a nadie a hacer las
tareas de aprendiz? —le preguntó Fauces Amarillas.
Nariz Inquieta negó con la cabeza.
—No, todos están entrenando movimientos de
batalla. Excepto Hoja Ámbar, y ella se ha quedado
sola haciendo los lechos de los guerreros.
Fauces Amarillas suspiró. «Nariz Inquieta no
debería tener que trabajar tanto cuando no es más
joven ni tiene menos experiencia que los otros
guerreros.»
—No importa —maulló—. Te ayudaré con los
lechos de los veteranos en cuanto me haya ocupado
de Charca Nublada.
Una vez que Charca Nublada estuvo dosificada y
cómoda, Fauces Amarillas se adentró de nuevo en el
bosque, su placer por el brillante día estaba atenuado
por su ansiedad por usar tantas hierbas. Llevaba un
montón de musgo y plumas por el claro cuando
Estrella Mellada se le acercó.
—¿Has visto alguna patrulla de caza? —le
preguntó.
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—Por lo que yo sé, primero están entrenando
movimientos de batalla.
La mirada ámbar del líder del Clan se tornó
preocupada.
—Hay estómagos hambrientos en el Clan —maulló
—. Veteranos, cachorros y guerreros, todos necesitan
alimentarse.
«Deberías hablar con tu lugarteniente sobre eso,
no con tu curandera», pensó Fauces Amarillas.
—Bueno, tengo algunas hierbas de viaje que
podrían quitar el peor hambre —la gata gris oscuro
sugirió—, pero no estoy segura de que deba usarlas
tan pronto antes de la estación sin hojas.
—¡No quiero que mis compañeros de Clan coman
tus hierbas! —Los ojos de Estrella Mellada se
abrieron de par en par por la sorpresa y furia—.
¡Deberían comer carne fresca!
Mientras hablaba, un movimiento en la entrada
llamó la atención de Fauces Amarillas, y Cola Rota se
zambulló en el claro. La sangre salpicaba su hocico y
sus ojos brillaban de triunfo.
—Excelente sesión de entrenamiento —anunció,
saltando hacia Estrella Mellada y Fauces Amarillas—.
¡Baya de Serbal y Rabón acorralaron a los perros
antes de que estuvieran a medio camino de la
frontera!
Los dos cazadores de perros le habían seguido
hasta el campamento, jadeantes y agotados, pero
claramente muy satisfechos de sí mismos. Los otros
tres guerreros entraron tambaleándose en el
campamento. Fauces Amarillas se sorprendió al ver
su aspecto desaliñado y maltrecho. Patas de Venado
cojeaba, el hombro de Patas Negras sangraba y a
Espinas Enredadas le faltaba un mechón de pelo en el
costado. «Ellos deben haber sido los perros —pensó
Fauces Amarillas—. Sin duda se llevaron la peor
parte.»
—¡La próxima vez, correrán más rápido! —Cola
Rota les dijo—. Ahora, límpiense y vuelvan a la zona
de entrenamiento. Necesito que practiquen sus
movimientos de defensa.
—Pueden descansar primero, creo —maulló
Estrella Mellada.
—Y yo debería revisar esas heridas —Fauces
Amarillas añadió.
Cola Rota se quedó mirando a Estrella Mellada.
—¿Descansar? —Parecía sorprendido—. ¡No
podemos parar una batalla solo porque estemos
cansados! Dije que pueden limpiarse; luego
continuaremos.
—¿Y las patrullas de caza? —preguntó Estrella
Mellada.
—No te preocupes —Cola Rota le aseguró
alegremente—. Envié algunos gatos a buscar carne
fresca. ¡Si es que no han asustado a todas las presas y
hecho que se escondan!
Fauces Amarillas miró a Cola Rota. «Tienes tanta
ambición, tanta iniciativa para hacer que tus
compañeros de Clan sean tan fuertes y valientes como
tú —pensó—. Me pregunto de dónde viene tu
espíritu. ¿Será en parte de mí?»

Fauces Amarillas estaba guardando una nueva


provisión de hojas de romaza cuando Nariz Inquieta
se acercó por detrás y le tocó el hombro con la cola.
—¿Olvidaste que hoy hay media luna?
Deberíamos estar de camino a la Piedra Lunar
Fauces Amarillas parpadeó confundida.
—Hay tanto que hacer aquí que se me olvidó —
confesó.
Nariz Inquieta le acarició brevemente el hombro.
—Me quedaré aquí y seguiré con el trabajo, si
quieres —le ofreció—. No me importa perderme la
reunión por una vez.
Fauces Amarillas hundió la nariz en el pelaje de su
hombro, agradecida por su sensibilidad.
—Estoy segura de que será rutinario —maulló—.
No he oído nada de los otros curanderos
últimamente.
Con una rápida despedida, Fauces Amarillas se
dirigió fuera del campamento y a través del bosque
hacia el túnel que conducía al territorio del Clan del
Viento. Saliendo por el otro extremo, saltó sobre el
duro pasto del páramo, de repente ansiosa por llegar
tarde y perderse el momento en que la luz se
derramaba sobre la Piedra Lunar. Se sintió aliviada al
ver a Bigotes Plumosos del Clan del Trueno y a Zarzal
de Bayas del Clan del Río, y aceleró el paso para
alcanzarlos. La curandera de pelaje blanco y negro
llevaba con ella a un gato que era un extraño para
Fauces Amarillas.
—Este es Arcilloso, mi nuevo aprendiz —anunció
orgullosa cuando hubo saludado a Fauces Amarillas.
Fauces Amarillas inclinó la cabeza hacia el gato.
—Bienvenido a la compañía de los curanderos.
—Gracias. —Los ojos de Arcilloso brillaron—. ¡No
puedo creer que vaya a conocer a nuestros ancestros!
—Debería de tener una aprendiza propia la
próxima vez —anunció Bigotes Plumosos—. Zarpa
Jaspeada siempre está curioseando por mis
almacenes; ¡creo que va a ser una gran curandera!
—Estoy deseando conocerla —maulló Zarzal de
Bayas.
En el otro extremo del territorio esperaban
Corazón de Halcón y su aprendiz, Zarpa de Cascarón,
y todos los curanderos siguieron su camino juntos.
Atravesaron la granja, donde un joven gato blanco y
negro los observaba desde lo alto de un muro. Fauces
Amarillas lo reconoció de su última visita a las Rocas
Altas. Había llegado recientemente y era bastante
amistoso con los gatos de Clan que pasaban.
—Hola, Centeno —maulló Corazón de Halcón—.
¿Te estás instalando bien?
Centeno agachó la cabeza.
—Todo está bien, gracias, Corazón de Halcón. ¡El
viejo granero está lleno de ratones! Pueden parar a
comer si quieren.
—Gracias, pero no tenemos tiempo —le dijo
Bigotes Plumosos—. Quizá a la vuelta.
Los dos aprendices caminaban uno al lado del
otro. Había un brinco en el paso de Arcilloso, como si
sus patas tuvieran ganas de correr a toda velocidad
hacia las colinas.
—¿Cómo es conocer a un gato del Clan Estelar? —
le preguntó a Zarpa de Cascarón—. ¿Qué les dices?
—Es diferente para cada gato —le dijo Zarpa de
Cascarón—. Pero no te preocupes. Te irá bien.
—¿Y solo te reúnes con gatos de tu propio Clan?
—Arcilloso continuó—. Fauces Amarillas, ¿solo ves
gatos del Clan de la Sombra?
Fauces Amarillas sacudió la cabeza, reprimiendo
un escalofrío al pensar en algunos de los gatos con los
que había caminado en sus sueños.
—Puede que veas más de tu propio Clan que de
otros —respondió al ansioso gato—. Pero no siempre.
No se sabe a quién te encontrarás en el Clan Estelar.
Los ojos de Arcilloso brillaron.
—¡No puedo esperar!
En la caverna de la Piedra Lunar, Fauces Amarillas
encontró que era un poco apretado para los seis
gatos ponerse en posición. Mientras se acomodaba,
se sintió un poco desconcertada al ver a Bigotes
Plumosos escurrirse deliberadamente entre ella y
Corazón de Halcón. «¿Por qué quiere estar a mi lado?
Por una vez no ha estado haciendo sus molestas
preguntas, así que ¿en qué está pensando ahora?
¿Acaso cree que podrá caminar en mis sueños?»
La larga caminata había cansado a Fauces
Amarillas, quien se relajó cerrando los ojos. Pero su
alivio duró poco. La oscuridad se arremolinaba a su
alrededor como una niebla negra, desgarrada por
garras cortantes y cuerpos que se desplomaban y
chillaban. Fauces Amarillas se encontraba en medio
de una terrible batalla, ahogada por un aire espeso de
sangre y furia. Pero había algo diferente en estos
guerreros… Fauces Amarillas se alzaba sobre ellos,
sacándoles más de un ratón de altura. Y sus gritos
eran agudos, tan penetrantes como chillidos de rata.
No eran guerreros luchando, ¡sino cachorros! Fauces
Amarillas miró a las pequeñas cosas que maullaban,
algunos con los ojos aún cerrados, pero cuando sus
pequeñas patas golpeaban dejaban hendiduras que
derramaban sangre, y sus enclenques dientes se
hundían profundamente en el pelaje de los demás.
«Oh, Clan Estelar, ¡no! —Fauces Amarillas lloriqueó
en silencio—. ¿Por qué me muestras esto?»
Se lanzó a la batalla, intentando impedir que los
cachorros se destrozaran unos a otros, pero la
ignoraron y siguieron desgarrándose y mordiéndose.
La sangre corría por el suelo y subía por las patas y el
vientre de Fauces Amarillas como un río, pegándose a
su manto. Un chillido sonó detrás de ella y se dio la
vuelta para ver a Manto de Topo, de pie sobre un
montículo de tierra por encima de la batalla y la
sangre.
—¡Fuego y sangre destruirán a los Clanes! —aulló.
Fauces Amarillas trató de abrirse paso hacia él,
pero la marea de cachorros combatientes la arrastró.
La sangre gorgoteó en su garganta y una oscuridad
espesa y asfixiante la cubrió. La curandera se agachó,
temblando en la oscuridad y el silencio. Se obligó a
abrir los ojos, esperando encontrarse de nuevo en la
caverna de la Piedra Lunar. En cambio, estaba
acurrucada en un claro iluminado por las estrellas.
Una suave brisa susurraba en el pasto y el aire estaba
impregnado del aroma de los brotes verdes. Flama
Plateada estaba lamiéndole el pelaje, como si Fauces
Amarillas volviera a ser una cachorra, con el manto
erizado por jugar con sus hermanos. Durante un par
de latidos Fauces Amarillas se entregó a los dulces
cuidados de Flama Plateada. Luego susurró:
—¡Los cachorros! ¡Se estaban peleando! ¿Por
qué?
Flama Plateada la miró con los ojos llenos de
dolor.
—Se acercan tiempos terribles —maulló—. Lo
siento mucho.
—¿Por qué lo sientes? —preguntó Fauces
Amarillas, poniéndose de pie de un salto—. ¡Dime
cómo puedo cambiar las cosas!
Flama Plateada negó con la cabeza.
—No puedes. La marea ya ha cambiado.
—¡Pero tiene que haber algo que yo pueda hacer!
—protestó ella.
—Saber que algo va a pasar no nos da el poder de
cambiarlo —Flama Plateada maulló, tan bajo que
Fauces Amarillas apenas pudo oírla—. Ahora,
acuéstate y descansa mientras puedas. Tu Clan te
necesita más que nunca.
A pesar de su desesperada ansiedad, Fauces
Amarillas dejó que las constantes caricias de la gata la
tranquilizaran y cerró los ojos. Después de un rato,
dos pequeñas lenguas se unieron a la de Flama
Plateada, y Fauces Amarillas olió el desgarrador
aroma de sus hijas.
«Debo ser fuerte por mi Clan —se dijo a sí misma
—. Pero, Clan Estelar, ¿por qué lo haces tan difícil?»
Un momento después, Fauces Amarillas sintió que
un gato le daba un codazo en el costado. Abrió los
ojos y se encontró con la mirada curiosa de Bigotes
Plumosos. La luz de la luna se había ido, y la luz del
amanecer entraba por el hueco en el techo de la
cueva.
—¿Estás bien? —preguntó el curandero del Clan
del Trueno—. ¿Qué viste?
La espantosa visión de los cachorros luchando
volvió a la memoria de Fauces Amarillas. Ignorando la
pregunta de Bigotes Plumosos, gritó:
—¡Tengo que volver al campamento!
Dejando a los otros curanderos atrás, Fauces
Amarillas corrió por el túnel y se lanzó por la
empinada cuesta de afuera, patinando y resbalando
sobre los guijarros. Corrió todo el camino de vuelta al
campamento del Clan de la Sombra y llegó, jadeante,
al frío y fresco mediodía. Abriéndose paso entre las
zarzas, se dirigió hacia la guarida de Estrella Mellada.
«¡Tiene que saber lo que vi!»
Pero antes de que Fauces Amarillas pudiera llegar
a la guarida del líder del Clan, él salió corriendo a su
encuentro.
—Tengo que hablar contigo —maulló con
urgencia.
Estrella Mellada la hizo girar y la empujó hacia
atrás, a través del túnel y hacia los árboles, lejos del
campamento. Cuando estuvieron fuera del alcance de
sus compañeros de Clan, se detuvo y la miró.
—Tuve un sueño —le dijo, con la voz temblorosa
—. ¡Cachorros peleando! Matándose unos a otros,
¡muy por encima de sus fuerzas! El suelo se llenaba
de sangre y yo no podía hacer nada para detenerlos.
Fauces Amarillas, ¿qué significa?
35
El horror ahogó las palabras de Fauces Amarillas
antes de que pudiera hablar.
—Yo tuve el mismo sueño —consiguió susurrar al
fin.
Estrella Mellada la miró consternado.
—Gran Clan Estelar, ¿por qué hemos tenido los
dos esta visión? Yo nunca enviaría cachorros a la
batalla. Va en contra del código guerrero.
—Sé que tú no lo harías —le aseguró Fauces
Amarillas.
En ese momento, el sonido de gatos luchando se
coló entre los árboles. Un chillido hendió el aire frío y
brillante, seguido por la voz de Cola Rota, fuerte e
insistente.
—¡No, Patas de Venado, así no! ¡He visto conejos
que pueden pelear más duro que tú! Y no te rías,
Rabón. Tú eres igual de débil. Déjame ver ese
movimiento de nuevo, ¡y ponle algo de fuerza esta
vez!
Fauces Amarillas se encontró con la mirada de
Estrella Mellada. El líder del Clan abrió las fauces para
hablar, solo para interrumpirse cuando escucharon
otro gruñido vicioso de Cola Rota.
—¡Son blandos, todos ustedes! ¿Se detendrán en
medio de una batalla a lamerse las heridas? Si los
hieren, aprenderán más rápido cómo evitar que los
golpeen.
—Cometí un terrible error, ¿no es así? —Estrella
Mellada murmuró—. Nuestro hijo no quiere hacer
otra cosa que llevar al Clan de la Sombra a la batalla.
Nunca debí haberlo nombrado lugarteniente. ¿Qué
podemos hacer para detenerlo?
Un destello de rabia atravesó a Fauces Amarillas.
—Ahora es nuestro hijo, ¿eh? —gruñó—. ¡Nunca
me permitiste ser su madre! Dijiste que solo
guardarías mi secreto si nunca lo llamaba mi hijo.
¿Qué puedo hacer yo para cambiarlo? Cola Rota es tu
problema, Estrella Mellada.
—Pero… —El líder del Clan trató de interrumpir.
Fauces Amarillas lo ignoró.
—Me has dicho demasiadas veces que no soy más
que una curandera. Yo curo a mi Clan, eso es todo. Tú
eres responsable de lo que hacen tus guerreros.
Estrella Mellada parpadeó, demasiado atónito
para hablar.
Fauces Amarillas lo fulminó con la mirada durante
un instante, luego dio media vuelta y se marchó
furiosa. «¿Cómo se atreve a esperar que yo tenga
alguna influencia sobre Cola Rota ahora? Nunca hubo
nada que yo pudiera hacer.»
Cuando regresó al campamento, intentó calmarse.
Respiró hondo y obligó a sus patas a caminar con
dignidad.
—¡Fauces Amarillas! —Fronde Sombrío vino
corriendo hacia ella desde la guarida de los guerreros
—. ¡Nunca adivinarás! ¡Voy a tener los cachorros de
Paso de Lobo!
Fauces Amarillas solo la miró.
—Sé que soy un poco vieja para tener mi primera
camada —Fronde Sombrío parloteó alegremente—, y
con la estación sin hojas acercándose, no es el mejor
momento, ¡pero después de todo, el Clan necesita
sangre joven!
Ante la mención de sangre joven, Fauces Amarillas
se congeló, viendo de nuevo la marea escarlata que
se había levantado a su alrededor por la lucha de los
cachorros. «¡No! —quería gritar en voz alta—. ¡Que
no nazcan estos cachorros! No pueden nacer. ¡Les
esperan cosas terribles!»
En vez de eso, se obligó a maullar:
—Genial. Ven conmigo y te daré algunas hierbas
para ayudarte con tu fuerza.
Fauces Amarillas se sintió aliviada de ver a Nariz
Inquieta en su guarida, y le pasó el cuidado de Fronde
Sombrío.
—¡Cachorros! —exclamó Nariz Inquieta, con los
ojos brillantes de alegría—. Fronde Sombrío, eso es
maravilloso. Acuéstate aquí y déjame ver cómo están.
Fauces Amarillas miró como Nariz Inquieta pasó
las patas por el vientre apenas hinchado de Fronde
Sombrío, luego se inclinó cerca para presionar su
oreja contra la suave curva.
—Hola, pequeños —ronroneó—. ¿Me oyen ahí
dentro? Asegúrense de crecer grandes y fuertes para
que sean buenos guerreros para su Clan.
Fronde Sombrío dejó escapar un pequeño
ronroneo de felicidad.
—Estoy segura de que estarán bien, con ustedes
dos para cuidarlos.
Fauces Amarillas trajo hojas de pimpinela, que
eran buenas para todas las reinas embarazadas, y
Fronde Sombrío las tragó obedientemente.
—Vuelve todos los días a por más —Nariz Inquieta
le dijo—, y asegúrate de comer lo suficiente. No
tengas miedo de tomar tanta carne fresca como
necesites. Es importante para tus cachorros que te
alimentes bien.
Fauces Amarillas se distrajo al oír voces afuera de
la guarida.
—¡No puedo creer lo que hizo Estrella Mellada! —
Ese era Patas de Venado, sonando conmocionado,
aunque Fauces Amarillas tenía la sensación de que
estaba disfrutando de pasar chismes.
—¿Qué pasó? —incitó Espinas Enredadas.
—¡Interrumpió nuestro entrenamiento de batalla
y trató de decirle a Cola Rota cómo llevar a cabo la
sesión! Pensó que Cola Rota estaba siendo
demasiado duro con nosotros.
—Bueno, Estrella Mellada es el líder del Clan —
señaló Espinas Enredadas—. Tiene derecho a decirle
a cualquier gato lo que tiene que hacer, incluso a su
lugarteniente.
—¡No tiene derecho a estropear el entrenamiento
de batalla de Cola Rota! —replicó Patas de Venado
acaloradamente—. Cola Rota es duro, seguro, ¡pero
ya me ha hecho un mejor guerrero!
—¿Y qué dijo Cola Rota?
—Hizo lo que Estrella Mellada le dijo. Es un
lugarteniente leal. Pero me di cuenta de que no
estaba contento…
Los jóvenes gatos empezaron a alejarse, y Fauces
Amarillas no pudo oír nada más de su conversación,
pero sintió un revuelo de preocupación en su vientre.
«¿Cola Rota comenzará a desafiar a su líder de Clan
cuando sepa que cuenta con el apoyo de los
guerreros?»
Después de que Fronde Sombrío abandonara la
guarida, Fauces Amarillas localizó a Estrella Mellada
cerca del montón de carne fresca.
—¿Está todo bien? —preguntó, saltando hacia él.
—Bien —Estrella Mellada contestó—. Hablé con
Cola Rota y le pedí que fuera un poco menos feroz en
el entrenamiento.
«¿Y confías en que te haga caso?» Fauces
Amarillas no expresó sus dudas en voz alta.
—En tres lunas, los cachorros de Tormenta de
Plumas y luego los de Salamandra Manchada se
convertirán en aprendices —Estrella Mellada
continuó—, pero hasta entonces, Cola Rota tiene que
centrarse en mantener al Clan alimentado y en forma
durante la estación fría.
Fauces Amarillas murmuró su acuerdo.
—Fronde Sombrío está esperando cachorros —
informó al líder del Clan.
Los ojos de Estrella Mellada se abrieron de alegría.
—¡Esa es una excelente noticia!
—¿Pero qué hay del sueño que tuvimos? —Fauces
Amarillas susurró—. Debe significar algo terrible para
el Clan.
—Los cachorros siempre son algo bueno —maulló
Estrella Mellada; había una pizca de advertencia en su
voz, como si no quisiera que le llevara la contraria.
Fauces Amarillas sabía que no tenía sentido
insistir. En lugar de eso, agachó la cabeza y se deslizó
junto a él hacia el montón de carne fresca. «¡Qué
miserable montoncito!»
Con la caza tan descuidada, apenas había presas
dignas de comer. Las mejores piezas eran un
campañol y un estornino, pero Fauces Amarillas vio a
Ojo Rayado y Charca Nublada acercándose con
expresiones sombrías mientras observaban la escasa
pila. «Los veteranos deben comer —pensó Fauces
Amarillas—. Elegiré otra cosa.» Tomó una escuálida
musaraña, mientras Ojo Rayado y Charca Nublada se
acomodaban con el campañol y el estornino. Pero
antes de que pudieran empezar a comer, Cola de
Rana saltó al montón de carne fresca y apartó a los
veteranos.
—¡Necesito estas presas! —anunció—. Soy un
guerrero. Tengo que mantener mi fuerza.
—¿Qué? —Charca Nublada se erizó—. ¡Los
cachorros y los veteranos comen primero! Ese es el
código guerrero.
—Que se los quede —maulló Ojo Rayado con
cansancio, pasándole el campañol el estornino a Cola
de Rana—. No vale la pena discutir.
Charca Nublada aún parecía indignada.
Cola de Rana se estaba agachando para dar su
primer bocado al campañol cuando Cola Rota cruzó el
claro y lo miró con severidad.
—Cola de Rana, ¿qué haces? —exigió saber.
—Llevándose nuestra comida, el ladrón de presas
—refunfuñó Charca Nublada.
—¿Qué? —Los ojos de Cola Rota se entrecerraron
y su voz se redujo a un suave gruñido—. Cola de
Rana, devuelve las presas ahora mismo. El código
guerrero dice que los cachorros y los veteranos se
alimentan primero.
—¡Te lo dije! —Charca Nublada maulló con
suficiencia.
—Estoy sorprendido y decepcionado contigo, Cola
de Rana —el lugarteniente continuó—. Así no se
comporta un guerrero del Clan de la Sombra.
—Pero tú dijiste… —Cola de Rana protestó.
—Estoy seguro de que nunca te dije que robaras
comida a aquellos que más la necesitan —lo
interrumpió Cola Rota, sin darle a Cola de Rana la
oportunidad de hablar.
—Cola Rota tiene razón. —Estrella Mellada, quien
había estado escuchando, se acercó al grupo—. Ojo
Rayado, Charca Nublada, coman tranquilos. Cola de
Rana, puedes salir con una patrulla de caza y ver si
puedes reponer el montón de carne fresca.
Cola de Rana se levantó hoscamente, fulminando
con la mirada a los veteranos, quienes se agacharon y
empezaron a comer a bocados rápidos, por si su líder
cambiaba de opinión.
Mientras tanto, Cola Rota miro el campamento a
su alrededor, señalando a los guerreros cercanos con
un movimiento de la cola.
—Patas de Helecho, Rabón, Patas Negras, tienen
que unirse a Cola de Rana en una patrulla de caza.
El líder del Clan y su lugarteniente estaban uno al
lado del otro mientras la patrulla abandonaba el
campamento. Fauces Amarillas vio que los ojos de
Estrella Mellada brillaban con aprobación y
satisfacción.
«Él y Cola Rota parecen estar de acuerdo por
ahora —pensó inquieta—. ¿Pero cuánto durará eso?»

Fauces Amarillas se movió en su lecho,


parpadeando a los guerreros del Clan Estelar sobre su
cabeza. Se sentía agotada, pero el gruñido de su
estómago no la dejaba dormir. La patrulla de Cola de
Rana solo había traído una escasa colección de
presas, y ella había terminado compartiendo un
delgado mirlo con Nariz Inquieta.
—¡De verdad, Fauces Amarillas! —La voz de Nariz
Inquieta vino de su propio lecho—. ¡Probablemente
puedan oír tu estómago rugiendo en el Clan del
Trueno! ¿Por qué no vas y atrapas algo para ti? La
patrulla nocturna salió hace un rato, así que
asegúrate de que no piensen que eres una intrusa y
te despellejen.
—Puede que haga justo eso. —Fauces Amarillas se
levantó rígidamente de su lecho y se dirigió al claro.
En lugar de abandonar el campamento, se acercó
al montón de carne fresca y comenzó a husmear por
la zona en busca de restos.
Estaba engullendo un bocado de ratón cuando oyó
un ruido procedente del túnel de entrada: la voz de
un gato se alzaba en un gemido de angustia
insoportable. Cada pelo del manto de Fauces
Amarillas se erizó. Al darse la vuelta, vio a Cola Rota
irrumpir en el campamento. Tenía el pelaje erizado y
la mirada salvaje y angustiada.
—¡El Clan del Viento nos emboscó en el túnel! —
aulló—. ¡Estrella Mellada está muerto!
Fauces Amarillas se congeló. El suelo sólido del
campamento pareció ceder bajo sus patas, y estaba
cayendo, cayendo hacia la oscuridad. Entonces su
cabeza se aclaró y obligó a sus patas a moverse,
corriendo hacia Cola Rota.
—¿Qué pasó? —exigió.
—Nos estaban esperando… —La voz del
lugarteniente temblaba; parecía aturdido por el dolor
y el enojo—. Luchamos. Estrella Mellada nos guió…
entonces un gato del Clan del Viento le desgarró la
garganta. —Sacudió la cabeza con impotencia—. No
pude salvarlo…
—¿Y el resto de tu patrulla? —Fauces Amarillas
preguntó, el miedo surgió dentro de ella. «No más
gatos muertos…»
—Persiguiendo a los gatos del Clan del Viento por
el páramo —respondió Cola Rota.
Sin esperar a oír más, Fauces Amarillas salió
corriendo del campamento y cruzó los pantanos hacia
el túnel que llevaba al Clan del Viento. El hedor de la
sangre le llegó a la garganta antes de llegar a verlo. En
la boca del túnel, Estrella Mellada yacía estirado. Un
círculo de pastos y helechos desgarrados lo rodeaba,
y el suelo estaba empapado de su sangre. Tenía los
ojos vidriosos y la mirada perdida en el cielo. Fauces
Amarillas se echó a su lado y apretó el hocico contra
su pelaje. Hasta entonces había esperado que no
hubiera perdido todas sus vidas, o que sus
habilidades de curandera fueran suficientes para
revivirlo, o incluso que Cola Rota hubiera confundido
la pérdida de una vida del líder del Clan con una
muerte verdadera. Pero ahora su esperanza había
desaparecido. Las heridas de Estrella Mellada eran
tan graves que habían drenado todas sus vidas a la
vez. Ahora cazaba con el Clan Estelar.
—Te amé tanto —murmuró—. Eras todo lo que
siempre quise. Peleábamos y cazábamos juntos, y
jugábamos bajo la luz del sol… ¿Qué salió mal?
¿Cómo es que llegamos a esto?
Un recuerdo del parto de Cola Rota acudió a la
mente de Fauces Amarillas, y vio de nuevo la rabia
que alimentaba el pequeño cuerpo. Otra punzada de
dolor la sacudió, pero apartó el recuerdo.
—Caza bien en el Clan Estelar —le dijo a Estrella
Mellada, pasando la lengua por su pelaje en un largo
y cariñoso lametón—. Te volveré a ver.
Unos pasos la alertaron y levantó la mirada para
ver a Patas Negras, Ráfaga Abrasadora y Guijarro
saliendo del túnel. Al verla con Estrella Mellada, se
detuvieron y la miraron con creciente horror en los
ojos.
—Luchamos con algunos gatos del Clan del Viento
—maulló Guijarro con voz ronca—. Pero no sabíamos
que Estrella Mellada estaba herido.
—¿Cómo puede estar muerto? —susurró Ráfaga
Abrasadora, dando un paso adelante para mirar el
cuerpo de su hermano—. ¡Tenía nueve vidas!
—Un líder puede perder todas sus vidas a la vez si
las heridas son lo suficientemente graves —le dijo
Fauces Amarillas en voz baja—. Ahora deben llevar su
cuerpo de vuelta al campamento.
Mientras la patrulla se reunía a su alrededor, Cola
Rota se acercó corriendo, con la mirada salvaje aún
en los ojos.
—¡Aléjense de mi padre! —ordenó—. ¡Yo lo
llevaré, nadie más lo hará!
Una oleada de piedad invadió a Fauces Amarillas.
«Mi pobre hijo…»
Mientras Guijarro y Ráfaga Abrasadora cargaban el
cuerpo de Estrella Mellada sobre la espalda de Cola
Rota, ella apoyó la cola sobre sus hombros, y en un
raro momento de dulzura Cola Rota dejó que la
dejara allí mientras caminaban lentamente de vuelta
al campamento.
36
Fauces Amarillas estaba de pie junto al cuerpo de
Estrella Mellada en el centro del campamento,
mientras los gatos del Clan de la Sombra salían de sus
guaridas para velar a su líder muerto. Los ojos de
todos los gatos tenían la misma expresión atónita,
como si no pudieran creer que su líder hubiera
muerto.
Los guerreros mayores y los veteranos en
particular estaban luchando con el dolor.
—Estrella Mellada fue líder durante tan poco
tiempo —maulló Ojo Rayado—. Debería haber
cuidado de su Clan durante muchas temporadas más.
—¡Qué terrible, perder nueve vidas a la vez! —
murmuró Flor de Acebo.
Cola Rota estaba agachado junto a la cabeza de su
padre, con una pata apoyada en el frío pelaje de
Estrella Mellada.
—Esos gusanos del Clan del Viento deben haber
estado decididos a enviarlo al Clan Estelar —dijo con
la voz rasposa.
Luchando por concentrarse a través de su
dolorosa tristeza, Fauces Amarillas se acercó al
hombro de Cola Rota.
—Tienes que ir a la Piedra Lunar para recibir tus
vidas —le recordó—. ¡Ahora eres el líder del Clan de
la Sombra!
Cola Rota la miró con furia en los ojos.
—¡No dejaré el cadáver de mi padre en el frío! —
siseó—. iremos mañana.
«Pensaba que convertirse en líder era todo lo que
siempre quiso.» Asombrada. Fauces Amarillas no
intentó discutir. Inclinó la cabeza.
—Por supuesto. El Clan Estelar lo entenderá —
murmuró.
Mientras el alba se deslizaba en el cielo, los
veteranos se reunieron para llevar el cuerpo de
Estrella Mellada fuera del campamento para su
entierro.
—Que el Clan Estelar alumbre tu camino, Estrella
Mellada —anunció Fauces Amarillas—. Que
encuentres buena caza, corrientes de agua y cobijo
donde dormir.
Vio a los veteranos llevarse el cuerpo de su
antiguo líder, y sintió un temblor de miedo en el
vientre. «Si el Clan del Viento nos hizo esto, debemos
prepararnos para la guerra.» Al oír voces enojadas,
vio a Ráfaga Abrasadora y a Patas Negras acurrucados
junto a Espinas Enredadas y Rescoldo.
—El Clan del Viento podría atacar en cualquier
momento —maulló Rescoldo—. Pensarán que
estamos débiles sin un líder. ¿Qué vamos a hacer?
—Eso lo decidirá Cola Rota —le recordó Espinas
Enredadas. La punta de su cola se crispaba, pero
estaba claro que intentaba controlar su furia—. Pero
no puede hacer nada hasta que reciba sus nueve
vidas.
—Entonces tiene que ponerse en marcha —Patas
Negras siseó.
—¡Tenemos que atacar! —Ráfaga Abrasadora
declaró—. No podemos dejar que el Clan del Viento
se salga con la suya.
Cola Rota, quien había estado observando el
cuerpo de su padre desaparecer entre las zarzas, miró
por encima de su hombro.
—La venganza puede esperar hasta que hayamos
llorado, Ráfaga Abrasadora —murmuró con desdicha.
«Parece estar más lejos que nunca de lanzar un
ataque contra el Clan del Viento —pensó Fauces
Amarillas, sin estar segura de si eso era algo bueno o
no—. ¿Seguramente quiere vengar la muerte de
Estrella Mellada?»
Al volver a su guarida, encontró a Nariz Inquieta
haciendo más bolas de musgo para el almacén.
—¿Crees que Cola Rota siquiera quiere ser líder?
—le preguntó él, poniendo en palabras los
pensamientos de Fauces Amarillas—. Acaba de
convertirse en lugarteniente. —Suspiró—. Es una gran
responsabilidad para él.
—Será difícil —Fauces Amarillas admitió—, pero
es lo suficientemente fuerte. Y no está solo.
Estaremos con él. Nos necesita para superar esta
época oscura.
«Sobre todo, necesita a su madre.»
Salió de la guarida y fue a buscar a Cola Rota. No
estaba en el campamento; adivinando dónde podría
estar, Fauces Amarillas caminó entre las zarzas y lo
descubrió junto al montículo de tierra donde estaba
enterrado Estrella Mellada. Estaba mirando el suelo,
con una enorme pata apoyada en las hojas revueltas.
—Es hora de que vayas a la Piedra Lunar conmigo
—maulló Fauces Amarillas.
Cola Rota se sobresaltó y levantó la mirada.
—Es demasiado pronto… —protestó.
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—No puedes dejar a tu Clan sin líder.
Cola Rota dudó, luego respiró hondo.
—Muy bien. Lo haré por el Clan. Por mi Clan.
Parecía triste y callado mientras caminaba al
hombro de Fauces Amarillas por los pantanos. Pero
cuando el túnel del Clan del Viento estuvo a la vista,
se detuvo con un destello de furia en los ojos.
—No pondré una pata en el territorio de ese Clan
malvado —declaró.
Fauces Amarillas suspiró. El viaje sería aun más
largo si no podían pasar por el Clan del Viento. Pero
no protestó, se limitó a guiar el camino por el
Sendero Atronador hasta que el páramo quedó atrás.
Cruzaron junto a un pequeño grupo de guaridas de
Dos Patas; Fauces Amarillas clavó las garras en el
pasto con impaciencia mientras esperaba una
oportunidad para correr sobre la dura superficie
negra entre los monstruos que gruñían. Su ruta les
llevó por campos helados donde el pasto estaba duro
y frío bajo sus patas. Un viento helado les daba en la
cara. Cola Rota caminaba con la cabeza gacha, las
ráfagas heladas le pegaban el pelaje a los costados.
Había anochecido cuando llegaron a la Boca
Materna. Fauces Amarillas guió a Cola Rota por el
largo túnel y entró en la cueva, donde una luz
deslumbrante salía de la Piedra Lunar. Mientras
agitaba la cola para acercar a Cola Rota y le mostraba
dónde debía recostar la nariz contra la piedra, se
estremeció al recordar su sueño anterior. «Por favor,
Clan Estelar, líbrame de eso.»
Pero ningún cachorro chillón y manchado de
sangre se encontró con la mirada de Fauces Amarillas
cuando despertó en su sueño. En su lugar, se
encontraba en una extensión de pantano sombrío y
ventoso que podría haber estado en algún lugar
dentro del territorio del Clan de la Sombra. Mirando a
su alrededor en busca de Cola Rota, Fauces Amarillas
vio que el gato tranquilo y apesadumbrado de su viaje
había desaparecido. Ahora el atigrado estaba fuerte y
erguido, con la cola enroscada en alto como una
señal. Sus ojos brillaban y temblaba de emoción.
—¿Dónde están? —exigió—. ¿Mis ancestros del
Clan Estelar?
Fauces Amarillas vislumbró movimiento en la
distancia, y señaló con la cola hacia donde una línea
de gatos avanzaba firmemente sobre los pantanos.
Un brillo helado salía de sus mantos, y la luz de las
estrellas estaba en sus ojos. Estrella de Cedro iba en
cabeza, con su lugarteniente, Colmillo de Piedra,
avanzando a su hombro. Bigotes de Salvia y Fauces de
Lagarto también estaban allí, y otros gatos que Fauces
Amarillas no conocía, aunque reconoció a algunos de
ellos como gatos que habían dado vidas a Estrella
Mellada cuando él se había convertido en líder del
Clan. Al principio, Fauces Amarillas solo pudo contar
ocho gatos, hasta que se dio cuenta de que la novena
era una pequeña gatita, que saltaba por el largo
pasto, siguiendo los pasos de Estrella de Cedro.
—Mi hija… oh, mi hija —susurró.
Sintió un momento de sorpresa al ver que Estrella
Mellada no estaba entre los nueve. «Seguramente
querría darle una vida a su hijo.» Entonces se dijo a sí
misma que el espíritu de Estrella Mellada aún debía
estar viajando al Clan Estelar. «Él velará por Cola Rota
mientras lidera su Clan.»
Estrella de Cedro fue el primero de los nueve gatos
en dar un paso adelante. Inclinó la cabeza ante Cola
Rota y maulló:
—Te doy una vida para que vivas según el código
guerrero. Recuérdalo bien, Cola Rota, y deja que sea
tu guía. Gatos más sabios que tú o yo se han perdido
sin él.
Fauces Amarillas detectó una advertencia
camuflada en sus palabras, aunque Cola Rota no
mostró pérdida de confianza mientras entrechocaba
narices con Estrella de Cedro para recibir la vida.
Fauces Amarillas sabía la agonía que el líder tenía que
soportar con cada nueva vida, pero Cola Rota apenas
dio muestras de dolor más allá de un aleteo de sus
fosas nasales y un parpadeo.
Estrella de Cedro volvió al círculo de nueve gatos
que se había formado alrededor de Cola Rota, y
Colmillo de Piedra ocupó su lugar.
—Con esta vida te doy deber —maulló—.
Recuerda lo que le debes a tu Clan, así como lo que tu
Clan te debe a ti. —Entrechocó narices con Cola Rota,
quien flexionó las garras brevemente y luego se
quedó quieto.
El siguiente guerrero del Clan Estelar en dar un
paso al frente fue Estrella del Alba, la antigua líder del
Clan de la Sombra que había dado una vida a Estrella
Mellada.
—Con esta vida te doy honor —le dijo a Cola Rota
—. El honor se espera de todos los gatos, pero sobre
todo, de un líder del Clan. Usa el honor del liderazgo
con cuidado.
Por primera vez, Cola Rota mostró emoción al
recibir su tercera vida. Sus ojos se cerraron como si
sintiera dolor, y sus garras se clavaron con fuerza en la
tierra. Cuando la gata del Clan Estelar se retiró, Cola
Rota volvió a abrir los ojos y la miró desafiante, como
si la culpara por la tortura de recibir su vida, pero
Estrella del Alba no reaccionó y volvió a ocupar su
lugar en el círculo.
El cuarto gato se adelantó; Fauces Amarillas no
sabía su nombre. Era un delgado gato gris, y estudió
detenidamente a Cola Rota antes de hablar.
—Con esta vida te doy verdad. Sin ella, los gatos se
vuelven contra su familia, contra su propio Clan.
Aférrate a la verdad en todos tus tratos y deja que
guíe tus palabras. —El gato delgado dudó antes de
lanzar su cabeza hacia adelante como una serpiente y
tocar la nariz de Cola Rota para darle la vida.
Mientras Fauces Amarillas miraba desde fuera del
círculo de gatos, empezó a sentirse inquieta. Todas las
vidas que Cola Rota había recibido hasta ahora
parecían venir con una advertencia, casi una
amenaza, y sintió una reticencia entre los gatos del
Clan Estelar que no se parecía a nada de lo que había
experimentado cuando había acompañado a Estrella
Mellada a su ceremonia. Entonces apartó esos
pensamientos con un azote de la cola. «Cola Rota era
el lugarteniente del Clan, así que tiene que ser el
nuevo líder. Ni siquiera el Clan Estelar puede cambiar
eso, ¿y por qué querrían hacerlo? Cola Rota es un
gato fuerte y leal. Cuando tenga más experiencia será
un gran líder.»
Fauces de Lagarto fue el siguiente guerrero en
presentarse. Fauces Amarillas se alegró al ver sus
frágiles miembros fuertes de nuevo, y su manto
atigrado grueso y sano.
—Con esta vida te doy juicio —maulló—. El Clan
de la Sombra se encuentra en un lugar donde el
camino por delante se divide. Escoge seguir el camino
correcto, por el bien de tu Clan.
Cuando Cola Rota recibió su quinta vida, en lugar
de parecer impasible, sus extremidades y su cola se
agitaron como si estuvieran brevemente fuera de su
control. Se tambaleó al contacto con la nariz de
Fauces de Lagarto, recuperándose con un esfuerzo.
Algo enorme, algo abrumador, parecía revolotear a su
alrededor, como si una batalla invisible se estuviera
librando en el mismo aire que respiraba. «¿Puede
soportar recibir cuatro vidas más?», se preguntó
Fauces Amarillas. Entonces vio al siguiente gato de la
fila y se mordió un grito de dolor. «Oh, mi precioso
amor. Te extraño con cada latido de mi corazón.»
Con la cola en alto, la hermanita de Cola Rota
entró en el círculo para ponerse a su lado.
—Con esta vida te doy amor de familia —maulló,
la sabiduría en su voz sorprendió a Fauces Amarillas,
ya que venía de un cuerpo tan pequeño—. Y como
líder del Clan, recuerda que cada gato del Clan es tu
familiar.
Cola Rota tuvo que agachar la cabeza para recibir
la vida de la joven gatita. Cuando sus narices se
tocaron, un espasmo de agonía lo sacudió, y cerró los
ojos, apartando la cabeza como si por un latido
hubiera visto algo que no podía soportar.
La séptima gata era una desconocida para Fauces
Amarillas, una pequeña atigrada marrón con una
profunda dulzura en los ojos.
—Con esta vida te doy una vista clara —maulló—.
Cola Rota, conócete a ti mismo y a tu destino, pero
sabe también que el destino puede cambiarse si
eliges el camino correcto.
De nuevo Cola Rota se tambaleó al recibir la nueva
vida. Fauces Amarillas pensó que parecía exhausto.
Sin embargo, durante todo el proceso no había
emitido el más mínimo sonido de dolor, ni siquiera un
quejido.
El octavo gato, un regordete gato blanco y negro,
también había dado una vida a Estrella Mellada. Se
acercó a Cola Rota y habló rápidamente.
—Con esta vida te doy fuerza. Este es el momento
en que tú y tu Clan se levantarán o caerán. Necesitas
ser más fuerte que nunca.
«¿A qué se refieren?», se preguntó Fauces
Amarillas. Varios de los gatos habían hablado de un
camino dividido para el Clan de la Sombra, un
momento en el que se debían tomar decisiones sobre
el destino de todos los gatos. «¿Cuáles serán las
decisiones de Cola Rota? ¿Tomará las correctas?»
Esta vez, cuando Cola Rota recibió la vida, pareció
revivir, como si la fuerza que el gato había prometido
ya fluyera por sus miembros y su corazón. Con el final
de la ceremonia a la vista, Fauces Amarillas empezó a
respirar con más facilidad.
Durante todo ese tiempo, Bigotes de Salvia había
permanecido en silencio en el círculo de gatos, con la
mirada fija en Cola Rota. Ahora se adelantó para darle
su última vida.
—Cola Rota, con esta vida te doy compasión.
Úsala para proteger a los más débiles de tu Clan, a los
cachorros, a los veteranos y a los enfermos. Úsala
para mostrar piedad a tus enemigos y para elegir el
camino que seguirán tus patas.
Fauces Amarillas observó el espasmo de dolor que
recorrió a Cola Rota cuando Bigotes de Salvia le dio su
novena vida. Por un momento temió que no fuera
capaz de mantenerse sobre sus patas. Pero el
malestar pasó. Cuando los nueve gatos le aclamaron
por su nuevo nombre, Estrella Rota volvió a erguirse,
fuerte y orgulloso, con los ojos brillantes mientras oía
los aullidos que se elevaban hacia las estrellas.
—¡Estrella Rota! ¡Estrella Rota!
Cuando los aullidos se apagaron, bajó la cabeza.
—Mis ancestros, les doy las gracias —maulló
solemnemente—. Prometo que haré del Clan de la
Sombra el más fuerte y temido que jamás haya
existido.
Los guerreros del Clan Estelar empezaron a
desvanecerse, sus contornos brillaron débilmente con
la luz de las estrellas hasta que desaparecieron,
dejando a Fauces Amarillas y a Estrella Rota solos en
los sombríos pantanos.
Estrella Rota se volvió hacia Fauces Amarillas.
—Es hora de volver —anunció. Su voz se convirtió
en un gruñido salvaje y dio un azote con la cola—. ¡Es
hora de la venganza!

Caía el crepúsculo cuando Fauces Amarillas y


Estrella Rota regresaron al campamento. Estrella Rota
corrió hacia la Roca del Clan y convocó al Clan.
—¡Que todos los gatos acudan aquí bajo la Roca
del Clan!
Fauces Amarillas se sorprendió de que hubiera
omitido las palabras «lo bastante mayores para cazar
sus propias presas», pero supuso que se le había
olvidado. «Es nuevo en esto. Dirá las palabras
correctas cuando tenga más práctica.»
Salamandra Manchada salió de la maternidad con
Pequeño Menudo, Pequeño Mojado y Pequeño Pardo
correteando a sus pies. Tormenta de Plumas la siguió,
pero no había ni rastro de Pequeño Musgo, Pequeño
Campañol o Pequeña Alba.
Estrella Rota miró a Tormenta de Plumas con
expresión de desaprobación.
—¿Dónde están tus cachorros? ¡Tráelos de una
vez!
—¡Pero si acaban de dormirse! —protestó
Tormenta de Plumas—. Y hace mucho frío aquí fuera.
Además, no son lo bastante mayores para cazar sus
propias presas y normalmente…
—¿Son parte del Clan de la Sombra? —gruñó
Estrella Rota, interrumpiéndola—. ¡Entonces tráelos!
«Así que quiere a los cachorros aquí —pensó
Fauces Amarillas—. ¿Por qué?»
Tormenta de Plumas vaciló, con ira clara en sus
ojos, pero no pudo sostener la mirada de Estrellar
Rota. Se retiró a la maternidad y reapareció unos
latidos más tarde, guiando a sus cachorros delante de
ella. Los tres tropezaron somnolientos al aire libre y
se desplomaron formando un montón de pelaje junto
a su madre. Estrella Rota asintió a Tormenta de
Plumas.
—No descansaré hasta que el Clan del Viento haya
sido castigado, y hasta que el Clan de la Sombra sea
temido por todos los gatos del bosque —anunció a su
Clan. Su voz se elevó a un rugido—. ¡Se inclinarán
ante nosotros! A partir de ahora los guerreros solo
lucharán y entrenarán para la batalla. La caza es de
poca importancia, y los gatos tendrán que buscar
comida donde puedan.
Hizo una pausa, pero el Clan guardó silencio;
Fauces Amarillas pensó que la conmoción, y tal vez un
poco de miedo, había cerrado sus mandíbulas
mientras intercambiaban miradas inseguras.
—Mientras tanto —continuó Estrella Rota—, es
hora de que elija a un lugarteniente. Pronuncio estas
palabras ante los espíritus de mis antepasados, para
que puedan oír y aprobar mi elección. Patas Negras
será el próximo lugarteniente del Clan de la Sombra.
El gran guerrero blanco se levantó y caminó hacia
la Roca del Clan. Sus patas negras parecían sombras a
la luz de la luna y sus ojos brillaban de orgullo.
—Estrella Rota, tu elección me honra —maulló—.
Haré todo lo posible para servirte bien a ti y a nuestro
Clan.
Fauces Amarillas sintió que el Clan se relajaba a su
alrededor. Patas Negras era popular. «No ha tenido un
aprendiz, pero es porque no hemos tenido cachorros
listos para darle.»
—Ahora —continuó Estrella Rota—, necesito un
aprendiz. Pequeño Musgo, un paso adelante.
—¡Espera! —Fauces Amarillas interrumpió—. No
es lo suficientemente mayor.
—¡Silencio! —La voz de Estrella Rota cortó los
murmullos de acuerdo de los otros gatos—. Yo soy el
líder y esta es mi decisión.
Tormenta de Plumas, claramente reacia, empujó a
Pequeño Musgo para que se despertara. Era un gatito
grande y sano, pero aun así, Fauces Amarillas sabía
que no estaba preparado para ser un aprendiz. La cría
dio un paso adelante, mirando a su alrededor con
inseguridad.
—A partir de este momento —anunció Estrella
Rota—, serás conocido como Zarpa de Musgo. Yo seré
tu mentor. —Bajó de un salto de la Roca del Clan para
entrechocar narices con el pequeño gato, que parecía
sobresaltado.
—¡No es justo! —Pequeño Campañol se quejó,
mirando a su hermano con indisimulada envidia.
—¡Es cierto! —Pequeña Alba estuvo de acuerdo—.
¡Tenemos la misma edad que él!
—Les prometo que serán aprendices tan pronto
sean tan altos como su hermano —Estrella Rota
maulló—. Patas Negras será tu mentor, Pequeña Alba,
y Cara Cortada puede quedarse con Pequeño
Campañol.
Al instante, Pequeño Campañol arqueó la espalda
y se puso de puntillas, como si intentara crecer más
alto de inmediato.
—¡Basta! —le espetó Tormenta de Plumas—. Tu
hermano es demasiado joven para ser aprendiz, y tú
también.
—Pero es un gran honor —le aseguró Patas Negras
—. Deberías estar orgullosa.
Salamandra Manchada no dijo nada, solo atrajo a
sus cachorros más cerca de ella con su cola.
Aunque algunos de los gatos todavía parecían
preocupados, Fauces Amarillas pudo ver que la
mayoría de ellos pensaban que era una buena idea.
—Ahora mismo no tenemos aprendices —
comentó Paso de Lobo—. Y tenemos que empezar a
entrenar a los gatos jóvenes.
Fauces de Pedernal asintió.
—Zarpa de Musgo es grande y fuerte. Estará bien.
Nariz Inquieta se acercó a Fauces Amarillas y le
habló al oído.
—Supongo que será mejor que nos abastezcamos
de caléndula para los arañazos. —Su voz sonaba
preocupada pero resignada—. Pareces preocupada,
pero no lo estés —continuó—. ¡Todo estará bien, ya
lo verás! —Hizo una pausa, y luego agregó—: El Clan
del Viento se va a arrepentir de haber matado a
Estrella Mellada, eso seguro.
37
Fronde Sombrío yacía estirada en el suelo de la
maternidad. Una poderosa ondulación recorrió su
vientre hinchado y mordió con fuerza el palo que
Nariz Inquieta había traído para sofocar su grito de
agonía. Fauces Amarillas bloqueó el dolor de la gata
para poder concentrarse y pasó la pata por el vientre
de Fronde Sombrío. Solo podía sentir un gatito
dentro, pero era grande, y se negaba obstinadamente
a nacer.
Una bola de pelo rebotó contra el hombro de
Fauces Amarillas.
—¿Ya nació la cría? —Pequeño Campañol chilló—.
¡Quiero verle!
Fauces Amarillas se mordió una réplica aguda. Ya
era bastante difícil hacer nacer a esa terca cría sin las
otras cinco y sus madres vigilando cada movimiento
que hacía. «¡La maternidad está tan llena que apenas
puedo mover un bigote!»
—¡Todos los cachorros, fuera de aquí! —siseó—.
Vayan a la guarida de los aprendices y jueguen con
Zarpa de Musgo.
—Aw, pero queremos saludar al nuevo cachorro —
protestó Pequeña Alba, decepcionada.
—Y podrán —Nariz Inquieta prometió desde su
lugar junto a la cabeza de Fronde Sombrío—. Pero
todavía no. Los llamaré cuando sea el momento.
Hubo un breve momento de chillidos cuando los
cinco cachorros salieron de la guarida.
—Iré a vigilarlos —murmuró Tormenta de Plumas.
Cuando ella y los cachorros se hubieron ido,
Fauces Amarillas tuvo espacio para respirar. Vio cómo
Fronde Sombrío sufría otro espasmo de dolor.
—Lo estás haciendo muy bien —la elogió—. Ya
falta poco.
Su mirada se encontró con la de Nariz Inquieta y
vio su propia preocupación reflejada en sus ojos.
Fronde Sombrío estaba agotada, y no había señales
de que el cachorro dentro de ella estuviera haciendo
ningún progreso.
—Siente aquí —murmuró Fauces Amarillas a Nariz
Inquieta, colocando una pata sobre el vientre de
Fronde Sombrío—. Creo que su cachorro está al
revés.
Nariz Inquieta extendió una pata delantera, luego
asintió.
—Tienes razón. ¿Qué hacemos ahora?
—Masajea su vientre justo ahí —instruyó Fauces
Amarillas—, y le daré al cachorro un empujón, así…
Por un momento no pasó nada, excepto que
Fronde Sombrío mordió el palo de nuevo, sus ojos
estaban apagados y vidriosos de dolor. Entonces el
gatito dio un gran empujón dentro de ella. El palo se
astilló en las mandíbulas de Fronde Sombrío, y una
pequeña forma blanca y negra se deslizó fuera de ella
sobre el suave musgo.
—¡Sí! —Fauces Amarillas lanzó un aullido
exultante—. ¡Bien hecho, Fronde Sombrío!
—Es un macho muy guapo —anunció Nariz
Inquieta.
La reina exhausta se acurrucó alrededor de su hijo,
con los ojos llenos de amor mientras empezaba a
lamerle el pelaje y a guiarlo hacia su vientre para que
pudiera mamar.
—Tiene la cara rayada como un tejón —observó
Fauces Amarillas.
—Entonces ese será su nombre —Fronde Sombrío
murmuró—. Pequeño Tejón.
Agotada, pero llena de alegría por el nacimiento
exitoso, Fauces Amarillas se levantó y salió de la
maternidad.
Afuera, Paso de Lobo se paseaba de un lado a
otro; se dio la vuelta en cuanto Fauces Amarillas salió.
—¿Y bien? —preguntó.
—Tienes un hijo —le dijo Fauces Amarillas, viendo
cómo la alegría brotaba de los ojos de Paso de Lobo
—. Puedes entrar, pero ten cuidado. Fronde Sombrío
está muy débil.
Siguió a Paso de Lobo de vuelta, notando con
aprobación lo gentil que era mientras se acomodaba
junto a su pareja y le lamía la oreja.
—¿No es hermoso? —Fronde Sombrío susurró,
presionando el hocico contra el hombro de Paso de
Lobo—. Se llama Pequeño Tejón.
—Es el gatito más hermoso del bosque —contestó
Paso de Lobo, mirando a su hijo con amor y orgullo
en los ojos—. Y es un muy buen nombre.
Mirándolos, Fauces Amarillas sintió una cálida
emoción de satisfacción.
—Esta es la mejor parte de ser un curandero —le
dijo a Nariz Inquieta—. Darle nueva vida al Clan.
«Y no hemos visto suficiente de eso últimamente.»
Desde que Estrella Rota se había convertido en líder
—y desde antes—, el Clan parecía ser un lugar
oscuro. Fauces Amarillas sentía que ahora pasaba
todo su tiempo curando heridas y supervisando
entierros. Colmillo de Piedra había muerto
pacíficamente mientras dormía; Fauces Amarillas se
alegraba de que el viejo gato no había tenido que
presenciar las batallas a las que Estrella Rota había
llevado a sus guerreros. Se habían vengado del Clan
del Viento más veces de las que Fauces Amarillas
podía contar, y conejos robados aparecían
regularmente en el montón de carne fresca del Clan
de la Sombra. Un indicio de olor del Clan del Trueno
en el lado equivocado de la frontera cerca de los
Cuatro Árboles había llevado a Estrella Rota a
extender las patrullas más allá del Sendero Atronador
hasta que los guerreros regresaban con mechones de
pelo del Clan del Trueno atrapados en las garras y el
olor de la sangre de sus rivales en los mantos. Parecía
como si el Clan de la Sombra estuviera en guerra con
todos los gatos, y en medio de toda esta agitación, el
nacimiento de nuevos cachorros parecía aun más
precioso.
Dejando a la nueva familia reunida, Fauces
Amarillas salió de la maternidad para ver la luz que
crecía en el cielo, los árboles contrastaban contra una
mañana brillante. Fauces Amarillas respiró hondo y
arqueó la espalda en un largo estiramiento.
—Estás agotada —comentó Nariz Inquieta,
saliendo de la maternidad detrás de ella—. ¿Por qué
no vuelves a la guarida y duermes? Voy a buscar
musgo húmedo para Fronde Sombrío.
Fauces Amarillas abrió las fauces para protestar,
pero se dio cuenta de que estaba tan cansada que
apenas podía mantener la cabeza erguida.
—Bueno, gracias —murmuró, y se dirigió a su
lecho.
Apenas parecía haber dormido un latido cuando
fue despertada por una pequeña nariz que le
pinchaba el costado.
—Perdona, Fauces Amarillas —chirrió una voz—.
Me duele.
Fauces Amarillas abrió los ojos y vio a Pequeño
Pardo de pie frente a ella, levantando una pata.
—¿Es una espina? —Bostezó mientras salía de su
lecho—. Déjame ver.
Pero por mucho que Fauces Amarillas buscó, no
pudo encontrar una espina en la pequeña pata.
Bajando sus defensas, rastreó el dolor de Pequeño
Pardo y se dio cuenta de que venía de su hombro. De
alguna manera se lo había torcido.
—¿Cómo pasó esto? —le preguntó—. ¿Qué has
estado haciendo?
—Estrella Rota dejó que todos los cachorros
fueran con Zarpa de Musgo a la zona de
entrenamiento, para dar a Fronde Sombrío algo de
paz y tranquilidad —le explicó Pequeño Pardo. Sus
ojos brillaron al recordarlo—. ¡Fue genial!
Aprendimos algunos movimientos de batalla; mira
esto… ¡auch! —Se interrumpió con un grito de dolor
al intentar golpear con la pata herida.
—Eres demasiado joven para salir del
campamento, y mucho menos para empezar a
entrenar —gruñó Fauces Amarillas mientras iba a
buscar unas hojas de margarita para tratar el
esguince.
—¡No lo soy! —Pequeño Pardo chilló—. Tengo casi
tres lunas, como Zarpa de Musgo cuando se convirtió
en aprendiz de Estrella Rota. ¡Deberías verlo
peleando ahora! ¡Es increíble!
—Seguro que lo es, ¡pero no más entrenamiento
para ti! —Fauces Amarillas le advirtió.
—¡Tú no eres la líder del Clan! —replicó Pequeño
Pardo—. ¡Estrella Rota lo es! Y si él dice que puedo
entrenar, ¡entonces lo haré!
Fauces Amarillas no habló, solo preparó la
cataplasma para Pequeño Pardo, enyesándola
firmemente con telaraña.
—Ahora vete a descansar a la maternidad —le dijo
—, y vuelve a verme mañana.
Cuando el gatito se fue se cruzó con Nariz Inquieta
en la entrada de la guarida.
—Fronde Sombrío y Pequeño Tejón están bien —
le dijo a Fauces Amarillas—. Parece que tiene mucha
leche, ¡gracias al Clan Estelar!
Fauces Amarillas agradeció las noticias con una
inclinación de cabeza.
—Voy a hablar con Estrella Rota —maulló—. Al
parecer llevó a los cachorros a entrenar esta mañana.
Nariz Inquieta parpadeó.
—Eso no es necesariamente algo malo —señaló—.
Es bueno para ellos hacer algo de ejercicio lejos de la
maternidad, especialmente cuando Fronde Sombrío
necesita descansar.
—¡No si se lesionan! —replicó Fauces Amarillas.
Se dirigió hacia el claro, apuntando a la guarida del
líder entre las raíces del roble, pero antes de que
llegara Estrella Rota apareció y saltó sobre la Roca del
Clan, convocando al Clan en un aullido. Los guerreros
del Clan de la Sombra empezaron a salir de su guarida
para reunirse alrededor de la roca. Patas Negras
estaba sentado en la base, con las orejas aguzadas.
Fauces de Pedernal y Espinas Enredadas fueron a
reunirse con él. Mirando a sus compañeros de Clan,
Fauces Amarillas pensó en lo hambrientos y delgados
que parecían todos, y casi todos los guerreros
llevaban una nueva cicatriz de una escaramuza
fronteriza u otra.
Baya de Serbal y Bigotes de Nuez saltaron hacia
Fauces Amarillas.
—¿De qué se trata todo esto? —maulló Bigotes de
Nuez.
Fauces Amarillas se encogió de hombros.
—No tengo ni idea.
Los veteranos aparecieron en la entrada de su
guarida, y todos los cachorros —incluso Pequeño
Pardo, cojeando valientemente en tres patas—
salieron de la maternidad y se amontonaron en la
parte delantera de la multitud. Sus bigotes temblaban
de expectación; Fauces Amarillas supuso que todos
esperaban que los hicieran aprendices.
—¿Dónde está Fronde Sombrío? —preguntó
Estrella Rota.
Nariz Inquieta, quien estaba sentado al lado de
Fauces Amarillas, se levantó e inclinó la cabeza
cortésmente hacia el líder de su Clan.
—Está dormida, Estrella Rota —maulló—. No
deberíamos despertarla.
Estrella Rota dudó, y luego asintió a
regañadientes.
—Gatos del Clan —comenzó—. Han luchado bien
en nuestras recientes batallas. Nuestro Clan ha
logrado victorias contra el Clan del Trueno y el Clan
del Viento, e incluso derrotó a algunos mininos
caseros lo suficientemente tontos como para
extraviarse en el bosque. Pero creo que el Clan
todavía puede ser aun más fuerte —continuó, con los
ojos brillantes.
Patas Negras se levantó de su lugar al pie de la
Roca del Clan.
—¿Qué tal si entrenamos movimientos de batalla
todos los días? —sugirió—. Eso sí que agudizaría
nuestras habilidades.
«¿Y cómo piensas que vamos a llenar nuestros
estómagos, cerebro de ratón?», pensó Fauces
Amarillas.
—Podríamos patrullar al mediodía, al igual que al
alba y al atardecer —sugirió Bermeja—. Que el Clan
del Trueno y el Clan del Viento sepan que siempre
estamos atentos.
—Incluso podríamos poner una patrulla
permanente a través del Sendero Atronador —Patas
de Venado añadió.
Fauces Amarillas intercambió una mirada con
Nariz Inquieta, y vio sus propias dudas reflejadas en
sus ojos. «¡No tenemos tiempo ni gatos suficientes
para hacer todo esto!»
Estrella Rota miró a todos los gatos reunidos
alrededor de la Roca del Clan, y su mirada se posó
durante más tiempo en los veteranos.
—Incluso nuestros veteranos tienen un papel que
desempeñar —anunció Estrella Rota, con la mirada
todavía fija en los veteranos, quienes empezaban a
parecer inquietos.
«¡Gran Clan Estelar! —pensó Fauces Amarillas—.
No les va a pedir que entrenen a los gatos jóvenes,
¿verdad? ¿O que cacen? ¡Eso no es justo!»
Estrella Rota arrastró una pata por la superficie de
la roca.
—Sé que ellos harían lo que sea para hacernos
más fuertes y poderosos. Y con eso en mente, he
decidido que lo mejor que pueden hacer para ayudar
a su Clan es abandonar el campamento.
Le siguió un silencio atónito. Luego se oyeron
aullidos de protesta por todo el claro.
—¡No puedes hacer eso! —gritó Baya de Serbal—.
¡Va en contra del código guerrero!
—Sí, se han ganado su lugar con nosotros —Paso
de Lobo declaró.
Por un momento, Fauces Amarillas se negó a creer
lo que estaba oyendo. Los veteranos estaban igual de
sorprendidos, volviéndose unos a otros con miradas
de indignación y creciente temor.
—Los veteranos no sirven para pelear, cazar o
tener cachorros —explicó Estrella Rota, ignorando las
protestas de los gatos con un movimiento de la cola
—. Así que no pueden ocupar un preciado espacio. O
presas. Deben irse.
Para horror de Fauces Amarillas, vio que algunos
de los guerreros empezaban a convencerse de que
Estrella Rota tenía razón.
—Quizás estén más cómodos fuera del
campamento… —comentó Patas de Venado.
Rescoldo asintió.
—Cierto. Sobre todo con tantos cachorros
correteando por ahí. Ya saben que los pequeños
siempre molestan a los mayores.
Fauces Amarillas no quiso oír más. Caminó hacia
donde los veteranos estaban agrupados frente a su
guarida.
El pelaje de los hombros de Charca Nublada se
erizó, y dio un azote con la cola.
—¡Estrella Rota no puede hacernos esto! —gruñó
—. ¿Ha olvidado lo bien que hemos servido a nuestro
Clan?
Ojo Rayado asintió; estaba clavando las garras en
el suelo, sus ojos brillaban de rabia.
—Si lo recuerda, obviamente no le importa —
espetó—. ¿Qué haría si nos negáramos a irnos?
—No creo que queramos averiguarlo —advirtió
Nocturno, apoyando la cola en el hombro del gato
mayor—. Podría hacernos luchar, demostrar que aún
podemos ser guerreros invadiendo a los otros Clanes.
¿Quieres formar parte de eso? —En voz más baja
añadió—: Todos sabemos que esas batallas no son
necesarias.
Flor de Acebo suspiró.
—Vámonos —gruñó—. Este no es el Clan de la
Sombra que conocí, ya no lo es. —Rozó con la cola el
costado de Cola de Cuervo—. Vamos, vamos a
recoger nuestros lechos.
Nocturno miró hacia donde Estrella Rota todavía
estaba de pie en la Roca del Clan.
—Nos iremos, Estrella Rota.
—Bien —maulló el líder del Clan—. Muévanse ya
de una vez, y buena suerte con su caza.
Cuando los veteranos regresaron a su guarida,
más murmullos de protesta les siguieron, pero ningún
gato se atrevió a hablar en voz alta.
Fauces Amarillas detuvo a Nocturno con una pata
en el hombro.
—Esto está mal, y lo sabes —siseó.
Nocturno la miró con ojos preocupados.
—Lo sé —murmuró—, pero Estrella Rota es
nuestro líder. El Clan Estelar le dio nueve vidas. No
han hecho nada para detenerlo hasta ahora. Esta
debe ser su voluntad, así como la de él.
Fauces Amarillas no podía pensar en un
argumento en contra de eso. «¡No! ¡Esta no puede
ser la voluntad del Clan Estelar!»
Hirviendo por dentro, se escabulló en la guarida
de los veteranos y los ayudó a recoger sus suaves
pedazos favoritos de lecho. Nariz Inquieta la siguió y
enrolló el musgo y los helechos en montones para
transportarlos. Cuando todo estuvo listo, Fauces
Amarillas los guió de vuelta al claro. Negándose a
mirar a Estrella Rota, se dirigió a la entrada, muy
consciente de que las miradas de todo el resto del
Clan estaban fijas en ella y en los veteranos.
El grupo de gatos salió del campamento en
silencio y caminó por el pantano. Fauces Amarillas los
llevó a un bosquecillo de árboles enjutos que ofrecía
algo de refugio; aún estaba dentro del territorio del
Clan de la Sombra, y no demasiado lejos del
campamento. Allí encontró un lugar donde algunas
rocas se había desprendido y formado un hueco en
un banco, a la sombra de grandes grupos de
helechos. Fauces Amarillas y Nariz Inquieta limpiaron
los escombros del interior y cavaron más tierra para
ampliar el espacio hasta que fue lo bastante grande
para todos los veteranos. Nocturno intentó ayudar,
pero el vigoroso ejercicio le provocó un ataque de
tos.
—Nosotros terminaremos la guarida —le dijo
Fauces Amarillas—. ¿Por qué no ves si puedes
encontrar presas en los alrededores?
Cuando la guarida estuvo lista, los veteranos
trajeron el musgo y los helechos y comenzaron a
acomodarlos en lechos.
—Esto está bien —maulló Cola de Cuervo,
sonando determinada—. Estaremos bien aquí, Fauces
Amarillas.
Fauces Amarillas se preguntó si la gata atigrada
estaba tratando de convencerse a sí misma y a sus
compañeros de guarida.
—Vendremos a visitarlos todos los días —
prometió.
—No descuiden sus deberes —se burló Charca
Nublada—, o Estrella Rota podría decidir que no
somos los únicos a los que necesita expulsar.
—¡No fuiste expulsada, Charca Nublada! Ninguno
de ustedes lo fue —Fauces Amarillas protestó—.
Todavía eres parte del Clan de la Sombra. Todavía
vives en nuestro territorio.
—Se siente como una expulsión —comentó la
veterana en voz baja.

Fauces Amarillas dejó a Nariz Inquieta para que


terminara de acomodar a los veteranos, y marchó en
busca de Estrella Rota. Unos chillidos estridentes
procedentes de la zona de entrenamiento la alertaron
cuando se acercaba al campamento, y dirigió sus
patas hacia el ruido. Cuando llegó al borde del claro
vio a los cinco cachorros y a Zarpa de Musgo
acechándose unos a otros, saltando y dando golpes
mientras practicaban movimientos de batalla. Estrella
Rota estaba sentado en un tocón cubierto de hiedra,
observándolos con un brillo de satisfacción en los
ojos.
Fauces Amarillas se acercó a Estrella Rota.
—Tengo que hablar contigo —maulló.
Estrella Rota la miró fijamente.
—Adelante, entonces. Habla.
Fauces Amarillas respiró hondo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó—. ¿Entrenar
cachorros que son demasiado jóvenes para luchar?
¿Echar a los veteranos lejos de su guarida? ¡Esto no
es parte del código guerrero!
Estrella Rota entrecerró los ojos.
—Tampoco lo es cuestionar al líder de tu Clan —
siseó—. Eres mi curandera, así que haz lo que te digo.
¿Los veteranos están a salvo? ¿Están refugiados?
—Sí —respondió Fauces Amarillas de mala gana—.
Pero…
—Entonces están bien —Estrella Rota interrumpió
—. Y si los cachorros quieren aprender a luchar, ¿por
qué debería detenerlos? Tenemos muchos enemigos,
Fauces Amarillas
«Quieres decir que nos has hecho muchos
enemigos», pensó Fauces Amarillas.
Estrella Rota se había alejado de ella y estaba
gritando instrucciones a los gatitos en el claro.
—¡No, Pequeño Menudo! ¡Usa las patas traseras!
Pequeño Pardo, Pequeño Mojado, intenten de nuevo
el doble ataque a Zarpa de Musgo. Recuerden
golpearle exactamente al mismo tiempo.
Fauces Amarillas sabía que no tenía sentido seguir
discutiendo con Estrella Rota. Volviéndose para irse,
se detuvo al oír un chillido en el otro extremo del
claro. Se giró para ver a Pequeño Pardo y Pequeño
Mojado alejándose de Zarpa de Musgo. El pequeño
aprendiz estaba ominosamente quieto.
—Estábamos intentando ese truco del doble
ataque, como dijiste —chilló Pequeño Pardo—. ¿Lo
hicimos bien?
Una horrible sospecha se elevó para ahogar a
Fauces Amarillas mientras saltaba hacia Zarpa de
Musgo. Su cabeza estaba torcida en un ángulo
extraño y sus ojos estaban abiertos pero vidriosos.
«¡Gran Clan Estelar, está muerto!»
Esforzándose por mantener la calma, Fauces
Amarillas se interpuso entre los cachorros y el cuerpo
de Zarpa de Musgo.
—Vuelvan directamente al campamento —les
ordenó—. ¡Vamos, todos!
Los cinco cachorros se miraron desconcertados, y
luego se alejaron corriendo obedientemente.
—¡Supongo que Zarpa de Musgo debe estar muy
malherido! —exclamó Pequeño Campañol cuando se
marcharon.
Estrella Rota cruzó el claro y se enfrentó a Fauces
Amarillas.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué detuviste el
entrenamiento?
Fauces Amarillas estaba tan horrorizada que le
costó mantener todas sus patas en el suelo y no saltar
hacia su líder de Clan para arañarle los ojos.
—¡Mira lo que pasó! —aulló.
Estrella Rota miró el diminuto cuerpo inerte.
—Debería haberles enseñado mejor —maulló—.
Se habrán equivocado de ángulo.
—¡Esa no es la cuestión! —Fauces Amarillas gruñó
—. ¡Un aprendiz está muerto!
Estrella Rota inclinó la cabeza.
—Tienes razón, es terrible. —Había un
arrepentimiento genuino en su voz—. El Clan necesita
aprendices más que nunca.
Con el corazón desgarrado por la pena, Fauces
Amarillas levantó el cuerpo de Zarpa de Musgo por el
pescuezo y lo llevó de vuelta al campamento. «¡Ni
siquiera tenía cuatro lunas!»
En su guarida, Nariz Inquieta pareció sorprendido
y conmocionado cuando Fauces Amarillas dejó el
cuerpo de Zarpa de Musgo en el suelo y empezó a
alisarle el pelaje erizado.
—En nombre del Clan Estelar, ¿qué…? —empezó.
—Trae a Tormenta de Plumas —Fauces Amarillas
le ordenó, interrumpiendo su pregunta.

Nariz Inquieta se apresuró a salir de inmediato y


regresó unos latidos más tarde con la madre de Zarpa
de Musgo. Por un momento, Tormenta de Plumas se
quedó rígida, mirando el cuerpo sin vida de su hijo.
—Lo siento mucho —maulló Fauces Amarillas.
Tormenta de Plumas parecía no haberla oído. Echó
la cabeza hacia atrás y lanzó un grito de angustia.
—¡No! ¡No!
—Le traeré unas hojas de tomillo para la
conmoción —murmuró Nariz Inquieta, deslizándose
junto a Fauces Amarillas.
Tormenta de Plumas se volvió hacia Fauces
Amarillas, con los ojos llenos de dolor y confusión.
—Solo estaba entrenando —maulló, con la voz
temblorosa—. ¿Cómo pudo haber pasado esto?
Fauces Amarillas estaba convencida de que los
cachorros no deberían ser culpados por haber
matado a un compañero de Clan.
—Fue un terrible accidente —respondió.
Mientras Tormenta de Plumas se agachaba junto a
su hijo, metiendo la nariz en su pelaje, Fauces
Amarillas oyó la voz de Estrella Rota llamando al Clan.
—¿Y ahora qué? —gruñó mientras se dirigía al
claro.
Estrella Rota estaba de pie una vez más sobre la
Roca del Clan. El resto del Clan se estaba reuniendo, y
Fauces Amarillas no pudo evitar mirar hacia la guarida
de los veteranos, esperando a que salieran. «¡Se
siente tan extraño que no estén aquí!»
—Tengo noticias muy tristes —anunció Estrella
Rota—. Zarpa de Musgo ha muerto.
Pequeño Pardo y Pequeño Mojado soltaron un
chillido, mientras murmullos de conmoción e
incredulidad surgían del resto del Clan.
—Fue solo un accidente —Estrella Rota continuó
—. Fueron muy valientes, cachorros. Para
recompensarlos, voy a hacerlos aprendices.
La sorpresa de los cachorros se convirtió en
chillidos de emoción. Fauces Amarillas cerró los ojos.
«¿Acaso Estrella Rota no ha aprendido nada?»
—Zarpa de Campañol, tú vas a ser mi aprendiz —
Estrella Rota maulló enérgicamente, sin molestarse
en pronunciar las palabras habituales de la ceremonia
de aprendices—. Cara Cortada, sé que te lo prometí,
pero puedes quedarte con Zarpa Menuda. Le debo a
Zarpa de Musgo entrenar a su hermano en su lugar.
Patas Negras, te quedas con Zarpa del Alba. Guijarro,
tendrás a Zarpa Mojada, y Rabón tendrá a Zarpa
Parda.
La multitud de gatos se movió mientras cuatro de
los cachorros correteaban hacia sus nuevos mentores
para entrechocar narices con ellos. Solo Zarpa de
Campañol permaneció al pie de la Roca del Clan,
mirando a Estrella Rota con los ojos brillantes.
—Estoy orgulloso de mi Clan —declaró Estrella
Rota—. ¡Tenemos cinco nuevos aprendices! La
victoria será nuestra en cada batalla. —Mirando a su
alrededor, preguntó—: ¿Dónde está Tormenta de
Plumas?
—En mi guarida —respondió Fauces Amarillas.
—Tráela.
Antes de que Fauces Amarillas pudiera moverse,
Tormenta de Plumas salió de la guarida de
curandería. Su cabeza estaba inclinada y arrastraba la
cola por el polvo.
—El Clan de la Sombra tiene una gran deuda
contigo por haber sido la madre de tantos guerreros
—le dijo Estrella Rota—. Creo que lo mejor sería que
te unieras a los veteranos ahora, donde puedes
descansar y estar orgullosa.
Durante un instante, Tormenta de Plumas no se
movió, sus ojos desconcertados miraban a Estrella
Rota. Fauces Amarillas se preguntó si esperaba que el
líder del Clan reconociera que eran parientes, que ella
era la madre de su padre. Luego asintió sin decir
palabra alguna. Fauces Amarillas la siguió con la
mirada, consternada, mientras avanzaba a
trompicones por el claro y desaparecía entre las
zarzas.
—Se ha ido otra más —Baya de Serbal murmuró
preocupada a Cara Cortada—. ¿En qué está pensando
Estrella Rota?
—El Clan Estelar sabrá —respondió su pareja con
un movimiento de bigotes—. Si no tiene cuidado,
habrá más de nosotros ahí fuera que en el
campamento.
—¡Ten cuidado con lo que dices! —Espinas
Enredadas siseó a su lado—. No busques problemas.
¡Estrella Rota lo oye todo!
La multitud de gatos empezó a disolverse, y los
nuevos mentores guiaron a sus aprendices para que
salieran a recorrer las fronteras. Los pequeños gatos
no estaban tan emocionados como solían estarlo los
nuevos aprendices porque ya habían salido del
campamento para practicar sus movimientos de
batalla, pero podrían estar más impresionados
cuando se dieran cuenta de lo lejos que se extendía el
Clan de la Sombra.
Mientras Fauces Amarillas los veía irse, se dio
cuenta de que Flor Radiante se había acercado a su
lado. La gata parecía entusiasmada pero aprensiva,
con los bigotes temblorosos.
—¡Patas de Helecho y yo estamos esperando
cachorros! —anunció.
Fauces Amarillas deseaba estar tan emocionada
como de costumbre ante la perspectiva de nuevos
cachorros para el Clan, pero esta vez todo lo que
podía hacer era mirar a su madre mientras una ola de
desesperación la inundaba.
—Que el Clan Estelar los ayude —susurró.
38
Estrella Rota estaba en lo alto de la Gran Roca con las
ramas desnudas de los robles de los Cuatro Árboles
crujiendo sobre su cabeza. Un viento frío levantaba
jirones de nubes en el cielo, donde la luna llena
brillaba débilmente. Patas Negras estaba sentado al
pie de la roca, con Bermeja, Rabón, Zarpa Parda y
Patas de Helecho acurrucados cerca. Flor Radiante no
había asistido a la Asamblea esta vez porque sus
cachorros estaban a punto de nacer.
Fauces Amarillas se sentó con los otros
curanderos, aunque ya no se sentía a gusto entre
ellos. ¿Acaso el Clan Estelar les había contado en
sueños lo que estaba ocurriendo en el Clan de la
Sombra? Sus propios sueños sobre el Clan Estelar se
limitaban a visiones de sangre y muerte, de batallas
entre gatos demasiado jóvenes para abrir los ojos. Si
se trataban de presagios, el Clan de la Sombra estaba
condenado, y parecía que ella no podía hacer nada
para ayudar. Fauces Amarillas escuchó con aprensión
el informe del líder de su Clan.
—El Clan de la Sombra es más fuerte que nunca —
anunció Estrella Rota con triunfo en los ojos—.
¡Hemos sido desafiados en cada frontera, pero hemos
ganado cada batalla! —Su mirada recorrió a los gatos
en el claro de abajo—. Que todos los Clanes sepan
que no toleraremos ninguna intrusión, ningún robo
de presas, ninguna deshonra. —Entrecerró los ojos,
como si desafiara a cualquiera de los gatos a
comentar—. Y tenemos un nuevo aprendiz: Zarpa de
Tejón —terminó.
Fauces Amarillas vio a Zarpa de Tejón ponerse de
pie junto a su mentor, Fauces de Pedernal. El gato
blanco y negro mantenía la cabeza alta, pero aún
parecía pequeño.
«¡Apenas tiene tres lunas!»
—¡Zarpa de Tejón! ¡Zarpa de Tejón!
Los otros aprendices del Clan de la Sombra
vitorearon ruidosamente al lado de su compañero de
Clan, aunque Fauces Amarillas no pudo evitar pensar
en lo pequeños que se veían al lado de los aprendices
de los otros Clanes. Su vientre se apretó con el
recuerdo de la pena. Faltaba un aprendiz del Clan de
la Sombra desde la última Asamblea: Zarpa de
Campañol había muerto de una herida infectada por
una pelea con ratas. «Ahora Estrella Rota hace que
una pelea con ratas sea parte del entrenamiento de
todo aprendiz. ¿Acaso está loco?»
Cuando los coreos por Zarpa de Tejón se apagaron,
Cascarón se inclinó y susurró al oído de Fauces
Amarillas:
—¡Dime que ese aprendiz tiene edad suficiente
para empezar a entrenar! —Su voz era tensa, y había
desaprobación en su mirada.
Jaspeada, la nueva curandera del Clan del Trueno,
abrió bien los ojos, ansiosa.
—Ningún gato entrenaría a cachorros menores de
seis lunas, ¿verdad?
—Seguramente el Clan Estelar no lo permitiría —
Cascarón añadió.
—Iría completamente en contra del código
guerrero —declaró Arcilloso.
Había un peso en el tono de todos los gatos,
sugiriendo que Fauces Amarillas debería hacer algo
para detener el entrenamiento de los cachorros.
«¿Cómo puedo admitir que soy impotente cuando se
trata de influir en Estrella Rota?», pensó con un
irritado movimiento de orejas.
—Estrella Rota sabe lo que hace —maulló en voz
alta, dando la espalda a los otros curanderos—. No es
asunto suyo.
Podía oírlos murmurar sobre el terrible carácter
que tenía, pero los ignoró. «No hay forma de que
pueda defender a Estrella Rota, así que es mejor que
no hable con ellos.»
Fauces Amarillas había renunciado a la esperanza
de que sus compañeros de Clan se enfrentaran a su
líder. Estrella Rota los había convencido de que toda
criatura viviente era su enemigo, y sus gatos harían
cualquier cosa, incluso entregar a sus propios
cachorros, para mantener a su Clan a salvo. Y los
veteranos, cuya sabiduría había sido una vez tan
importante para guiar al Clan, seguían en el exilio, en
los pantanos. «¡Ahora tiene todo el poder! Gran Clan
Estelar, ¿no hay nada que ningún gato pueda hacer?»
Al final de la Asamblea, Estrella Rota se alejó de
los Cuatro Árboles a la cabeza de su Clan. Zarpa de
Tejón pataleaba a su lado, sus ojos aún llenos de
emoción por haber visto a los otros Clanes por
primera vez. Caminando detrás de ellos, Fauces
Amarillas pudo escuchar su conversación.
—Pronto podrás luchar en tu primera batalla de
verdad —Estrella Rota le prometió al aprendiz—. Has
estado entrenando durante media luna, así que estás
preparado.
—¿En serio? —jadeó Zarpa de Tejón.
Estrella Rota asintió.
—¡Olí rastros del Clan del Viento en nuestro
territorio, así que atacaremos al amanecer! Esos
come-conejos pronto descubrirán que no pueden
poner una pata en territorio del Clan de la Sombra y
salirse con la suya.
Listo para estallar de emoción y orgullo, Zarpa de
Tejón salió corriendo hacia su mentor, Fauces de
Pedernal.
—¡Voy a luchar! —anunció, bailando junto al
poderoso gato gris—. ¡Estrella Rota lo dijo! Usaré ese
movimiento de dos patas que me enseñaste, y el
salto y arañazo…
Fauces de Pedernal lo miró.
—Recuerda todo lo que te he enseñado, y que no
hay que avergonzarse por perder la primera batalla —
maulló. Su tono era pesado, y Fauces Amarillas se
preguntó hasta qué punto estaba dispuesto a llevar a
su diminuto aprendiz a un Clan hostil.
Fronde Sombrío, quien caminaba junto a Fauces
Amarillas, miró con cariño a Zarpa de Tejón.
—¡Estoy tan orgullosa de él! —exclamó—. Pensé
que nunca lograría parirlo, y él lo es todo para mí. ¡Y
ahora va a ser un verdadero guerrero del Clan de la
Sombra!
Fauces Amarillas tomó aire para hablar, pero se
mordió las palabras. «¡Ni siquiera debería ser un
aprendiz todavía!»

Fauces Amarillas se agazapó en el pasto espinoso,


escuchando los sonidos de la escaramuza con el Clan
del Viento que venían del otro lado del Sendero
Atronador. El sol brillaba intensamente sobre su
cabeza y las ramas del verde fresco de la estación de
la hoja nueva crujían al borde del bosque. «Este no es
un día en el que gatos deban morir.»
Unas pisadas sonaron detrás de Fauces Amarillas y
giró la cabeza para ver a Nocturno acercándose con el
cuerpo inerte de un campañol en las fauces. A pesar
del exilio de los veteranos, el joven gato negro parecía
asentado y confiado. Fauces Amarillas sabía que
había encontrado un propósito en la vida, haciendo la
mayor parte de la caza para sus compañeros,
manteniendo su espíritu cuando estaban lejos del
campamento donde esperaban vivir el resto de sus
días. Nocturno dejó la presa y se sentó junto a Fauces
Amarillas, con las orejas aguzadas mientras
escuchaba los chillidos y golpes de la batalla.
—¿Qué tanto puede seguir todo esto? —
murmuró.
—Hasta que todos mueran —Fauces Amarillas
contestó con amargura—, sea aquí o en el Clan del
Viento.
—¿Por qué el Clan Estelar deja a Estrella Rota
hacer esto? —preguntó el gato negro.
—Quizá están orgullosos de él —respondió Fauces
Amarillas.
«Le he rogado al Clan Estelar que me dé razones,
pero me ignoran. Nos han abandonado a donde sea
que Estrella Rota nos lleve.»
—Después de todo —continuó en voz alta—, el
Clan de la Sombra ahora es el Clan más poderoso y
temido de todos.
Nocturno sacudió la cabeza.
—No puedo creer que nuestros ancestros
encuentren gloria en este constante derramamiento
de sangre. —Con un profundo suspiro, recogió su
presa y se dirigió a la guarida de los veteranos en el
bosque.
Fauces Amarillas sintió una punzada de
culpabilidad. Cada noche sus sueños estaban llenos
de sangre y oscuridad, demostrando una y otra vez
que lo que Estrella Rota estaba haciendo estaba
absolutamente mal. Pero no había ninguna guía del
Clan Estelar, ni siquiera una aparición de Flama
Plateada para prometer que todo estaría bien al final.
Hiciera lo que hiciera Fauces Amarillas, dependía solo
de ella. «¡Tengo que detenerlo! —pensó—. Soy su
curandera; ¡tiene que escucharme!»
En ese momento, Bermeja se acercó jadeando.
—¡Fauces Amarillas! —jadeó—. ¡Nariz Inquieta me
envió a buscarte! ¡Vienen los cachorros de Flor
Radiante!
Fauces Amarillas se levantó de un salto y corrió de
vuelta al campamento. Pero cuando llegó a la
maternidad, encontró a Flor Radiante ya acurrucada
alrededor de dos pequeños bultos peludos, mientras
Nariz Inquieta miraba con satisfacción.
—¡Oh, son preciosos! —exclamó Fauces Amarillas,
con un gesto de aprobación hacia Nariz Inquieta—.
¿Ya les has puesto nombre?
Flor Radiante levantó la mirada de lamer a una
pequeña gata carey.
—Esta es Pequeña Caléndula —ronroneó—, y el
pequeño gato gris es Pequeño Menta. Cachorros, ella
es Fauces Amarillas. Es su hermana mayor.
Ambos cachorros parecían fuertes y sanos,
mamando del vientre de Flor Radiante con los ojos
cerrados y sus suaves patas amasando rítmicamente.
Una punzada de dolor golpeó a Fauces Amarillas al
imaginar a sus propias hijas, que se habían ido al Clan
Estelar antes de tener una oportunidad en la vida.
Inclinó la cabeza y tocó suavemente cada cabecita
con la nariz.
—Hola, cachorros —murmuró—. Bienvenidos al
Clan de la Sombra.
—Habrías sido una gran madre —Flor Radiante
susurró.
Fauces Amarillas se tensó.
—¡Nunca! —siseó—. Esta es mi vida ahora.
Entonces vio a Pequeña Caléndula golpeando a su
madre con sus pequeñas patitas, y el amor y la
nostalgia la invadieron de nuevo.
—¡Son perfectos! —suspiró.
El ruido de gatos que volvían al campamento
interrumpió el feliz silencio de la maternidad. Fauces
Amarillas levantó la cabeza.
—¿Son noticias de la batalla?
Salió corriendo de la maternidad para ver a Fauces
de Pedernal saliendo de la entrada con una torcida
forma blanca y negra colgando de las fauces.
—¡Oh, no! —Fauces Amarillas aulló—. ¡Zarpa de
Tejón!
Corrió hacia Fauces de Pedernal, encontrándose
con él en el centro del claro. El gato gris dejó la carga
en el suelo y alisó el pelaje de la cabeza de su
aprendiz con una pata. Los ojos del guerrero estaban
vidriosos, como si aún viera la sangre y el terror de la
batalla.
—Luchó como un león —maulló Fauces de
Pedernal con voz ronca, dirigiendo su mirada
conmocionada a Fauces Amarillas—. ¡No debería
haber muerto porque no debería haber estado
luchando! Nunca volveré a entrenar cachorros. Está
mal, y trae vergüenza a nuestro Clan.
Fauces Amarillas se agachó junto al cuerpo
enclenque de Zarpa de Tejón, lamiéndolo para limpiar
la sangre y la suciedad de la batalla.
—Irás al Clan Estelar, Zarpa de Tejón —murmuró
entre las fuertes caricias de su lengua—. Brillarás
mucho, te lo prometo.
—Ya no es Zarpa de Tejón —Fauces de Pedernal la
corrigió suavemente—. Le di su nombre de guerrero
antes de que muriera. Espero que esté bien. Ahora se
llama Fauces de Tejón.
Una oleada de compasión surgió en Fauces
Amarillas por este desconcertado y afligido guerrero.
—Es un gran nombre —le dijo—, y se lo ganó.
Tienes razón. Esto tiene que parar. —Terminó de
lamer y se levantó—. Debo decirle a Fronde Sombrío
lo que pasó.
—Yo se lo diré —maulló Fauces de Pedernal con
valentía—. Se lo debo, y puedo asegurarle que su hijo
murió como un verdadero guerrero.
Mientras Fauces de Pedernal caminaba hacia la
guarida de los guerreros, hubo más ruido en la
entrada. Estrella Rota saltó a través de las espinas con
el resto de su patrulla. Todos los gatos estaban llenos
de orgullo, con las colas erizadas y los ojos brillantes.
—¡Haremos un festín esta noche! —anunció
Estrella Rota, llamando a los aprendices—. Vayan —
ordenó cuando estuvieron frente a él—. Traigan carne
fresca. Debemos celebrar. ¡El Clan de la Sombra ha
vuelto a ganar!
Mientras los aprendices salían corriendo, Fauces
Amarillas se acercó a Estrella Rota.
—Tengo noticias para ti —gruñó.
Estrella Rota la miró un momento, luego asintió y
se dirigió a su guarida. Parecía llenar el espacio entre
las raíces del roble con pelaje, músculos y ojos
brillantes.
—Fauces de Tejón ha muerto. ¿O ya lo sabías? —
Fauces Amarillas lo desafió.
Por un segundo pensó que Estrella Rota parecía
sorprendido, pero recuperó la confianza tan rápido
que no pudo estar segura.
—Es una pena —maulló—. Habría sido un gran
guerrero.
Fauces Amarillas sintió unos mordiscos de ira, más
afilados que las fauces de un zorro.
—¡Quizá algún día, pero era demasiado joven! —
espetó—. Debes dejar de entrenar cachorros antes de
que tengan seis lunas. ¡Destruirás a nuestro Clan
antes de que se conviertan en guerreros!
—Esa es decisión mía, no tuya —gruñó Estrella
Rota.
—Entonces caminaré con el Clan Estelar en mis
sueños —Fauces Amarillas lo amenazó, el dolor y la
furia hacían que sus patas palpitaran—. Les haré
saber exactamente lo que estás haciendo, y te
quitarán tus nueve vidas.
Estrella Rota estalló en una carcajada incrédula.
—El Clan Estelar no hará nada para detenerme,
gata vieja —replicó—. ¡He hecho glorioso a su Clan!
¡Que lo intenten! Tú ciertamente no me detendrás. —
Él agitó la cola hacia ella—. Ahora, cumple con tu
deber y cura a mis guerreros antes de que
celebremos.
Furiosa, Fauces Amarillas se fue. Al otro lado del
claro vio una fila de gatos heridos que ya esperaban
fuera de su guarida. «Hay tantas batallas ahora que
todos los gatos saben que deben venir directamente a
mi guarida tan pronto como regresen —pensó—.
Estar herido es algo rutinario.»
Saltó a través del claro y se deslizó entre las rocas
hasta su guarida. Nariz Inquieta estaba atando una
cataplasma de caléndula en el hombro de Ráfaga
Abrasadora. Fauces Amarillas sintió un vuelco en el
corazón al ver a su compañero. «No podría desear
tener a un curandero más paciente y leal a mi lado.»
Ráfaga Abrasadora no dejaba de girar la cabeza
para hablar con Guijarro, quien esperaba con la
sangre goteando de una oreja desgarrada.
—¿Me viste arañar a ese gato del Clan del Viento?
—preguntó—. ¡Le demostré a esa bola de pelo quién
es el más fuerte!
—Deberías haberme visto peleando con su
lugarteniente —le respondió Guijarro—. ¡Creo que
aún debe de estar huyendo!
«¿Siquiera saben que Fauces de Tejón murió hoy?»
Fauces Amarillas suspiró y fue a buscar caléndula,
vara de oro y telaraña.
—Déjame ver esa oreja —le espetó a Guijarro—.
¡Y por el Clan Estelar, quédate quieto!
Mientras limpiaba la oreja, Zarpa Menuda entró
en la guarida, con una pata que sangraba donde una
garra le había sido arrancada.
—¿Es verdad? —maulló—. ¿Fauces de Tejón
realmente está muerto?
—Sí —Fauces Amarillas contestó secamente.
Para su asombro, los ojos de Zarpa Menuda
brillaron.
—¡Wow, ahora es un verdadero guerrero! Espero
que me esté vigilando desde el Clan Estelar!
El dolor golpeó a Fauces Amarillas. «Estos
pequeños gatos aceptan demasiado fácil la muerte en
batalla. El código guerrero ha sido pisoteado en el
polvo si no tienen esperanza de vivir lo suficiente para
convertirse en veteranos.»
Cuando el último guerrero herido hubo sido
atendido, Nariz Inquieta ayudó a Fauces Amarillas a
limpiar las hierbas sobrantes.
—¿Vendrás al festín? —preguntó.
Fauces Amarillas negó con la cabeza.
—No tengo hambre. Ve tú.
Cuando Nariz Inquieta salió de la guarida, Fauces
Amarillas hizo todo lo posible para ignorar los sonidos
de celebración fuera, y se acurrucó en su lecho.
Mientras el sueño la reclamaba, volvió sus
pensamientos hacia el Clan Estelar. «¡No pueden
esconderse de mí para siempre! ¡Tengo que hablar
con ellos!»
Al abrir los ojos dentro de su sueño, Fauces
Amarillas se encontró en el pantano azotado por el
viento donde Estrella Rota había recibido sus nueve
vidas. Se paseó entre los juncos y los matorrales hasta
que encontró a Estrella de Cedro, con la cabeza gacha
mientras lamía un charco.
Toda la ira contenida de las últimas lunas estalló
de Fauces Amarillas de golpe.
—¡¿Por qué dejaron que Estrella Rota se
convirtiera en líder?! —gritó—. ¡¿En qué estaban
pensando, zorros con cerebro de ratón?!
Estrella de Cedro levantó la cabeza y se sacudió las
gotas de agua de los bigotes. Su mirada era solemne.
—¿Qué opción teníamos? —preguntó—. Estrella
Rota era el lugarteniente de Estrella Mellada. Cuando
Estrella Mellada murió, tuvimos que nombrarlo líder.
Así es el código guerrero .
—¡Bueno, cometieron un error! —Fauces
Amarillas replicó—. ¡Hay cachorros aquí que ni
siquiera deberían haber sido aprendices, y mucho
menos pelear en batalla! Tienen que detenerlo.
Estrella de Cedro se dio la vuelta.
—No hay nada que podamos hacer. Estrella Rota
prometió hacer del Clan de la Sombra el Clan más
temido del bosque, y ha cumplido su promesa.
—¿Qué, incluso temido por el Clan Estelar? —
Fauces Amarillas se burló. La frustración, la furia y la
compasión por los muertos inocentes se derramaron
dentro de ella—. ¡Que los maldigan por dejarnos
sufrir así!
Mientras gritaba las palabras se despertó con una
sacudida en su propio lecho. El Clan Estelar, Estrella
de Cedro, el olor de sus ancestros habían
desaparecido. Sus preguntas seguían sin respuesta. El
Clan Estelar no podía hacer nada para ayudarla. La ira
de Fauces Amarillas se desvaneció, dejando tras de sí
nada más que vacío y una extraña sensación de
pérdida. Nunca se había sentido tan sola, tan
abandonada por los ancestros que deberían haberla
protegido. «A partir de ahora, ni siquiera puedo
confiar en el Clan Estelar.»

• • •
—Esta noche es la reunión —comentó Nariz
Inquieta—. Deberíamos ir a la Piedra Lunar.
Había pasado media luna desde que Fauces
Amarillas había soñado con Estrella de Cedro. Desde
entonces no había tenido contacto con el Clan Estelar,
ni siquiera en sueños de violencia y sangre. Sabía que
no podía ir a reunirse con los otros curanderos,
presionar su nariz contra la Piedra Lunar y fingir que
nada había cambiado.
—Ve sin mí —maulló—. No tengo nada que decirle
a ellos ni a nuestros ancestros.
La voz de Nariz Inquieta era urgente.
—No puedes perder la esperanza.
—¡Mientras Estrella Rota lidere este Clan, no hay
esperanza! —Fauces Amarillas gruñó.
—Entonces no renuncies a tus compañeros de
Clan —suplicó Nariz Inquieta—. Ellos te necesitan. Yo
te necesito. Por favor, Fauces Amarillas, tienes que
seguir.
—¿Seguir qué, enterrando cachorros que aún
deberían estar en el vientre de sus madres? —Fauces
Amarillas dejó que su furia se derramara en un
gruñido en voz baja—. ¿Seguir curando heridas de
batallas que no deberían haberse librado? ¿Seguir
enviando a los veteranos al rincón más lejano del
territorio porque su sabiduría se valora menos que la
mugre?
Nariz Inquieta sacudió la cabeza.
—Juré servir al Clan de la Sombra —maulló en voz
baja—, y eso durará más que cualquier líder.
Fauces Amarillas tocó el hombro de Nariz Inquieta
con la cola.
—Tu lealtad es admirable —murmuró—. Elegí bien
cuando te hice mi aprendiz.
Siguiendo a su amigo hacia el claro, Fauces
Amarillas lo vio partir hacia la reunión. Su odio hacia
el Clan Estelar era un nudo frío y duro dentro de ella.
A su alrededor, la vida del Clan continuaba; Patas
Negras dirigía una patrulla fuera del campamento,
mientras los aprendices sacaban lechos de la guarida
de los guerreros. Sin embargo, no había veteranos
tomando el sol en la entrada de su guarida, ni
cazadores que volvían cargados de carne fresca. «El
Clan de la Sombra es victorioso y temido por todos los
Clanes, tal y como Estrella Rota prometió. Pero la
oscuridad yace en su corazón.»
Chillidos emocionados desde el otro lado del claro
sacaron a Fauces Amarillas de su humor oscuro. Su
corazón se animó al ver a los cachorros de Flor
Radiante jugando fuera de la maternidad. Entonces se
dio cuenta de que Pequeña Caléndula se abalanzaba
sobre una bola de musgo, destrozándola con sus
pequeñas garras, mientras Pequeño Menta arrastraba
una pluma por el suelo, jugueteando con ella como si
fuera un enemigo derrotado. «¿Tan jóvenes y ya están
jugando a pelear?»
Fauces Amarillas saltó por el claro.
—Conozco un juego mejor —anunció la gata gris
—. A ver si pueden atrapar mi cola. —Movió la punta
de su cola delante de Pequeño Menta, incitándolo a
que la atrapara.
Ambos cachorros dejaron de hacer lo que estaban
haciendo. Miraron la cola de Fauces Amarillas, luego
se miraron entre ellos, pero ninguno se movió. «Si un
gato me hubiera ofrecido eso a mí o a mis hermanos
—pensó Fauces Amarillas—, su cola ya estaría
destrozada.»
—Bueno —maulló—. ¿Y qué hay de esto? —
Sostuvo su cola a ras del suelo—. Veamos qué tan
alto pueden saltar.
—¿Eso es parte del entrenamiento guerrero? —
chilló Pequeño Menta.
—Bueno, no exactamente —Fauces Amarillas
admitió.
—En ese caso —maulló Pequeña Caléndula con
una educada inclinación de cabeza—, seguiremos
practicando nuestros movimientos de batalla, gracias.
Estrella Rota dijo que es importante que seamos tan
fuertes como podamos antes de que nos dé nuestros
mentores.
Fauces Amarillas recordó sus primeros días en la
maternidad, jugando con Bigotes de Nuez y Baya de
Serbal. «Atacar las colas de los veteranos era lo más
cercano a pelear que teníamos. Sí, fingíamos que eran
invasores del Clan del Viento, pero sabíamos que las
batallas reales estaban a lunas de distancia. Estos
cachorros podrían estar luchando hasta la muerte
para el final de la estación de la hoja verde.»
Observó, con el corazón encogido, cómo Pequeña
Caléndula volvía a su musgo y Pequeño Menta a su
pluma.
Unos momentos después, Flor Radiante salió de la
maternidad y se colocó junto a Fauces Amarillas.
—Ya son muy fuertes —maulló, aunque Fauces
Amarillas pudo ver un destello de miedo en sus ojos.
—Ciertamente son muy vivaces —la curandera
comentó—. ¡Deben mantenerte ocupada!
Su madre asintió.
—Me uniré a los veteranos en cuanto dejen la
maternidad —reveló—. Se siente tan extraño no
tenerlos cerca —añadió—, aunque nunca lo diría
delante de Estrella Rota.
—Deberían estar aquí —maulló Fauces Amarillas.
Flor Radiante echó un rápido vistazo a su
alrededor.
—¡Que nuestro líder no te oiga decir eso!
Fauces Amarillas agitó las orejas.
—Bueno, los veteranos parecen bastante felices
en su nuevo hogar. —Era difícil forzar las palabras
cuando pensó en esa pequeña hondonada en los
pantanos—. Nocturno caza para ellos.
—Y yo le ayudaré cuando vaya a reunirme con
ellos —Flor Radiante declaró—. Estoy deseando que
llegue la tranquilidad. ¡Estoy sintiendo mi edad con
estos cachorros alrededor!
Un pulso de sorpresa recorrió a Fauces Amarillas.
—¡Flor Radiante, no eres vieja!
—Sí, lo soy —ronroneó suavemente su madre—. Y
tú también, Fauces Amarillas. Ninguno de nosotros
sobrevive para siempre.
Fauces Amarillas miró a sus compañeros de Clan,
desde los rastros de gris en el hocico de su madre a
los cachorros luchando con el musgo y la pluma a su
lado. De repente, todo parecía tan frágil como el ala
de una polilla, tan fugaz como una gota de rocío.
«Nada sobrevive para siempre, ni siquiera el Clan de
la Sombra, con Estrella Rota como líder.»
39
—¡Fauces Amarillas, despierta!
Algo estaba pinchando a Fauces Amarillas en el
costado. Abrió los ojos y vio a Flor Radiante junto a su
lecho. Tenía el pelaje erizado y los ojos muy abiertos
por la ansiedad.
—¿Qué pasa? —Fauces Amarillas se puso de pie
de un salto—. ¿Son los cachorros?
Flor Radiante asintió.
—No están en la maternidad. Estaban conmigo
cuando me fui a dormir, ¡pero ahora no están!
—Los encontraremos —Fauces Amarillas maulló
de forma tranquilizadora.
Buscó a Nariz Inquieta para pedirle ayuda en la
búsqueda, pero estaba profundamente dormido tras
el largo viaje desde la Piedra Lunar, y decidió no
molestarlo a menos que fuera necesario. Ahogando
un hilillo de miedo, Fauces Amarillas la guió hacia el
claro. La noche era oscura, la luna se asomaba
irregularmente en un cielo plagado de nubes.
—Probemos primero en la guarida de los
aprendices —sugirió.
Pero cuando ella y Flor Radiante se asomaron a la
guarida solo vieron a los cuatro gatos restantes en
formación, acurrucados y resoplando suavemente
mientras dormían.
—¿La guarida de los guerreros? —Flor Radiante
trató de adivinar.
Cuando asomó la cabeza entre las ramas, Fauces
Amarillas no vio más que oscuros bultos de pelaje
dormido. Metiéndose completamente dentro,
despertó a Cara Cortada, quien estaba más cerca, con
un fuerte tirón de la cola.
—¡Ay! ¡Quítate! —Cara Cortada levantó la cabeza
soñoliento—. Oh, eres tú, Fauces Amarillas. ¿Qué
quieres?
—¿Has visto a los cachorros de Flor Radiante? —le
preguntó—. Han desaparecido.
Cara Cortada negó con la cabeza.
—No están aquí. Pero quizá se hayan escapado
con la patrulla nocturna. Hablaron de que querían
unirse a ella esta noche, pero les dije que tenían que
esperar hasta ser aprendices.
«¡Como si fueran a escuchar!», pensó Fauces
Amarillas.
—Gracias, Cara Cortada —maulló.
El gato marrón volvió a acurrucarse cuando Fauces
Amarillas salió de la guarida y se reunió con Flor
Radiante, que se paseaba por el claro. Su expresión se
aclaró cuando Fauces Amarillas le contó lo que había
dicho Cara Cortada.
—¡Ahí deben de estar! —Flor Radiante exclamó—.
Deberían estar bien si están con sus compañeros de
Clan.
Mientras hablaba, la patrulla nocturna se abrió
paso de vuelta al campamento: Patas Negras lideraba
a Bermeja y a Paso de Lobo. Pequeño Menta y
Pequeña Caléndula no estaban con ellos. Fauces
Amarillas y Flor Radiante se acercaron.
—¿Han visto a mis cachorros? —preguntó Flor
Radiante mientras se detenía delante de Patas
Negras.
Patas Negras negó con la cabeza.
—No. ¿Deberíamos haberlos visto?
Flor Radiante soltó un gemido de terror, y Fauces
Amarillas apoyó la punta de la cola en su hombro.
—Desaparecieron. Cara Cortada pensó que
podrían haber ido con ustedes —le explicó a Patas
Negras.
—Saldremos enseguida a buscarlos —Bermeja
maulló, con la voz llena de preocupación.
Paso de Lobo asintió.
—¿Crees que intentaron seguirnos, pero no
pudieron seguir el ritmo?
—Es posible —admitió Fauces Amarillas.
—Fuimos a través de los árboles y hasta la
frontera con el bosque desconocido —le dijo Bermeja
—, luego a lo largo del Poblado y de vuelta aquí.
—¡Gran Clan Estelar! —exclamó Flor Radiante,
aplanando las orejas en señal de angustia—. ¡Podrían
haber sido robados por Dos Patas!
—Probablemente solo se perdieron —Fauces
Amarillas la calmó—. Solo tienen media luna; no
pueden haber ido muy lejos. Seguiré la ruta de la
patrulla y los buscaré. Y mientras tanto —añadió,
sabiendo lo importante que era mantener ocupada a
Flor Radiante—, deberías registrar a fondo el resto
del campamento. Bermeja, ¿podrías ayudar? —Miró
significativamente a la guerrera, tratando de indicar
que Flor Radiante necesitaba compañía.
—Por supuesto —maulló Bermeja—. Avísame si
quieres que busque en el bosque más tarde.
Fauces Amarillas se apresuró a salir del
campamento y siguió el rastro de la patrulla
nocturna. La capa de nubes se había espesado y la
luna apenas era visible. Fue difícil atravesar los
árboles y la maleza, y Fauces Amarillas se concentró
para no perder el rastro. Entonces oyó el ladrido de
un zorro en algún lugar más adelante y aceleró el
paso. «Espero que no haya encontrado los
cachorros…» Otro olor áspero se mezcló con los
rastros de la patrulla nocturna. El corazón de Fauces
Amarillas empezó a latir con fuerza mientras echaba a
correr, sus fosas nasales se agitaron ante el olor a
sangre. La patrulla nocturna no había informado de
escaramuzas en ninguna de las fronteras, pero en
algún lugar había un gato malherido. El pelaje de
Fauces Amarillas se erizó y todos sus instintos se
agitaron alarmados. «¡Algo está muy mal!»
Atravesó una hilera de árboles y se detuvo en un
pequeño claro. Jadeando con dificultad, miró a su
alrededor y vio un delgado rayo de luz estelar que se
abría paso entre las ramas. Se posaba sobre dos
pequeños montones de pelo, inmóviles como rocas
en el aire frío. Uno carey, otro gris, ambos
destrozados por las mandíbulas de alguna criatura
cruel que ni siquiera se molestó en quedarse a comer
su presa. «¡Oh, no! Clan Estelar, ni siquiera ustedes
podrían ser tan crueles.»
Fauces Amarillas saltó a través del claro hacia
donde yacían los pequeños cuerpos, su sangre
salpicaba los helechos. Se inclinó sobre ellos,
buscando desesperadamente señales de vida, y se
abrió a su dolor con la esperanza de que eso probara
que aún estaban vivos. Pero estaba demasiado
angustiada para estar segura de poder sentir el
destello que le indicaría que aún había esperanza.
Desesperadamente invocando sus habilidades de
curandera, Fauces Amarillas miró a su alrededor en
busca de cualquier cosa cercana con la que pudiera
tratarlos o curar sus heridas. Pero el claro estaba
vacío: ni rastro de telarañas ni de hojas de caléndula.
Aferrándose a los últimos rastros de esperanza,
Fauces Amarillas se enroscó alrededor de los
cachorros, lamiéndoles el pelaje aún caliente.
«¡Vamos, pequeños! ¡Vivan!»
Unos pasos estrepitosos la perturbaron, seguidos
de un gemido espantoso. Fauces Amarillas levantó la
mirada y vio a Flor Radiante al otro lado del claro,
mirando horrorizada. Estrella Rota estaba justo detrás
de ella.
—¿Qué pasó? —preguntó Estrella Rota.
—Los encontré así —Fauces Amarillas contestó,
con la voz temblorosa—. ¡Debe haber sido un zorro!
Estrella Rota olfateó el aire.
—No huelo ningún zorro.
—¡Estaba aquí! —insistió Fauces Amarillas—. Lo oí
justo antes de encontrarlos.
Flor Radiante se acercó y miró a las dos pequeñas
formas.
—¡Mis bebés, mis bebés!
Fauces Amarillas miró fijamente a Estrella Rota.
—¡Tienes que buscar al zorro! ¡Podría estar cerca!
—Fauces Amarillas, solo puedo captar tu olor —
maulló el líder en voz baja—. Vuelve al campamento
conmigo.
—¿Qué hay del zorro?
—Aquí no hay ningún zorro —Estrella Rota gruñó
—. Ven.
Aturdida, Fauces Amarillas se levantó. Su pelaje
estaba pegajoso de sangre y su boca estaba llena del
sabor de la muerte.
—Llevaré a uno de los cachorros —maulló.
—No —ordenó Estrella Rota—. Enviaré guerreros
para que los traigan. Flor Radiante, espera aquí.
Flor Radiante tomó el lugar de Fauces Amarillas y
dobló su cuerpo alrededor de sus cachorros. No miró
a Fauces Amarillas ni a Estrella Rota mientras salían
del claro. Estrella Rota caminó junto a Fauces
Amarillas mientras volvían al campamento. La luna se
estaba poniendo cuando llegaron al claro. El cielo
estaba gris y había un olor a lluvia en el aire. Todos los
gatos habían salido de sus guaridas y buscaban
afanosamente a los cachorros. Guijarro fue el primero
en fijarse en Fauces Amarillas y se detuvo, mirándola
fijamente. Poco a poco, los demás gatos se dieron
cuenta de que había vuelto y dejaron de hacer lo que
estaban haciendo, hasta que Fauces Amarillas sintió
como si la mirada de todos los gatos del Clan
estuviera fija en ella. Podía leer el asombro en sus
ojos, y un destello de inquietud se unió a la pena que
sentía por Pequeño Menta y Pequeña Caléndula.
—Bermeja. Cola de Rana. —La voz de Estrella Rota
cortó el silencio e hizo una seña con la cola—. Sigan
nuestro rastro de olor, y traigan a Flor Radiante y a los
cachorros de vuelta al campamento.
Esperó hasta que los dos guerreros se hubieron
ido, luego cruzó al pie de la Roca del Clan, haciendo
un gesto con la cabeza para que Fauces Amarillas lo
siguiera.
—Acérquense —ordenó al Clan, como si estuviera
demasiado afligido para saltar sobre la roca y
convocarlos formalmente.
Mientras el Clan se reunía, silencioso y aprensivo,
Nariz Inquieta saltó hacia Fauces Amarillas desde la
guarida de los curanderos.
—¿Estás herida? —jadeó—. Toda esa sangre…
—No es mi sangre —se atragantó Fauces
Amarillas, como si al decírselo la terrible verdad fuera
más real—. Es… de los cachorros
Un murmullo atónito se levantó del Clan, y Patas
de Helecho dio un paso adelante, con los ojos
enormes de miedo.
—Dime qué pasó.
—Los encontré en un claro… —empezó Fauces
Amarillas.
Estrella Rota la interrumpió con un azote de su
cola.
—Fauces Amarillas fue a buscar a los cachorros
después de que Flor Radiante le dijera que habían
desaparecido —anunció—. Cuando la encontré,
estaba con los cachorros, pero los dos estaban
muertos. Fauces Amarillas dijo que habían sido
atacados por un zorro.
—¡Un zorro! —exclamó Salamandra Manchada,
con los ojos muy abiertos por el miedo—. ¿En nuestro
territorio? ¡Podría matarnos a todos!
—Tenemos que enviar una patrulla para rastrearlo
—maulló Patas Negras.
Más gritos de miedo llegaron del Clan, pero
Estrella Rota los silenció con un movimiento de la
cola.
—No encontré ningún rastro de zorro cerca de los
cachorros.
—¿Entonces cómo murieron? —preguntó Rabón.
—Sí, ¿cómo? —Patas de Venado repitió—.
¡Tenemos que saberlo!
Estrella Rota se alejó un paso de Fauces Amarillas.
—Solo una gata sabe la verdad —maulló en voz
baja.
Patas de Helecho miró horrorizado a Fauces
Amarillas.
—¿Tú los mataste? —susurró.
—¡Claro que no! —chilló Fauces Amarillas. En sus
peores pesadillas nunca había imaginado que su
propio padre pudiera acusarla de algo tan terrible—.
¡Estaban muertos cuando los encontré!
—No tenemos motivos para creer que Fauces
Amarillas los mató —añadió Estrella Rota—. ¿Por qué
lo haría?
—Ha estado bajo mucha tensión recientemente,
con todas las batallas —señaló Paso de Lobo.
—¡Dijo que no quería tratar mi arañazo porque era
un desperdicio de hierbas! —Zarpa del Alba agregó
con un indignado movimiento de su cola.
—Sí, no ha sido ella misma últimamente —maulló
Espinas Enredadas—. Le pregunté por un dolor en mi
estómago, y prácticamente me arrancó la oreja.
—Pero luego te dio una baya de enebro para
quitarte el dolor —Nariz Inquieta le recordó, pero
ningún gato parecía estar escuchando.
—Actúa como si todo el Clan fuera una molestia —
resopló Rescoldo.
Salamandra Manchada dio un paso adelante con
un siseo furioso.
—¿De verdad estás sugiriendo que Fauces
Amarillas mataría a nuestros propios cachorros para
no tener que tratar sus heridas más tarde?
Hubo un silencio ensordecedor mientras Fauces
Amarillas esperaba a que sus compañeros de Clan se
dieran cuenta de que Salamandra Manchada estaba
hablando con sentido. Lo rompió un aullido de Flor
Radiante, que acababa de entrar en el campamento.
Bermeja y Cola de Rana la siguieron, cada uno llevaba
un lamentable trozo de piel destrozado.
Flor Radiante se abalanzó sobre Fauces Amarillas
con un gruñido.
—¡¿Tú mataste a mis cachorros?!
Fauces Amarillas se quedó paralizada de horror.
Antes de que pudiera reaccionar, Nariz Inquieta saltó
delante de ella.
—¡No seas ridícula, Flor Radiante! —aulló.
Estrella Rota levantó la cola para pedir silencio.
—Nunca sabremos lo que pasó esta noche —
maulló, con la voz entrecortada por el dolor—. Todo
lo que sabemos es que dos jóvenes cachorros, dos
guerreros prometedores, han muerto, y que Fauces
Amarillas estaba con ellos. Fauces Amarillas, como
nuestro curandera, debiste haber hecho algo.
—Lo intenté, pero… —Fauces Amarillas empezó a
protestar.
Estrella Rota la ignoró.
—Bermeja —continuó—, ¿hay alguna prueba de
que ella tratara sus heridas?
A regañadientes Bermeja sacudió la cabeza.
—No, Estrella Rota.
—¡Estaban muertos cuando los encontré! —
exclamó Fauces Amarillas. Su cabeza daba vueltas. No
podía creer que esto le estuviera pasando a ella, que
algún gato se tomara en serio esas locas acusaciones.
—Cola de Rana, ¿sus cuerpos estaban fríos? —
continuó Estrella Rota.
Cola de Rana agachó la cabeza.
—Pues… no.
Aullidos de sorpresa y odio surgieron del Clan.
Baya de Serbal y Bigotes de Nuez se abrieron paso
entre la multitud para ponerse al lado de Fauces
Amarillas, junto con Nariz Inquieta y Salamandra
Manchada, pero sus protestas no fueron escuchadas.
Fauces Amarillas sabía que había demasiadas
sospechas, demasiado dolor por esas últimas muertes
como para esperar una respuesta racional de sus
compañeros de Clan.
Estrella Rota se volvió hacia ella.
—Fauces Amarillas, no puedes quedarte aquí. Por
tu propia seguridad, debes irte.
—¿Quieres decir, u-unirme a los veteranos? —
Fauces Amarillas balbuceó. «Podría estar en paz allí, y
aún así ayudar a mis compañeros de Clan si vienen a
mí.»
—No. —Estrella Rota curvó el labio, mostrando un
atisbo de afilados dientes amarillos—. No puedo
protegerte en este territorio después de lo que pasó.
Tus compañeros de Clan están demasiado enojados
por estas muertes. Tienes que entender que no
quiero hacer esto, pero no tengo elección. Debo
exiliarte del Clan de la Sombra.
Ante sus palabras todo se volvió claro para Fauces
Amarillas, claro como agua de manantial
borboteando de una roca. Ella había amenazado con
hablar con el Clan Estelar sobre lo que Estrella Rota
estaba haciendo, para que lo despojaran de su
liderazgo y de sus nueve vidas. Y esta era su forma de
asegurarse de que eso nunca ocurriera. Ella se había
convertido en un problema y él lo estaba resolviendo.
Fauces Amarillas respiró hondo. Estrella Rota había
hecho callar a este Clan durante demasiado tiempo.
La furia se apoderó de su miedo. Si se callaba más
traicionaría a todos sus compañeros de Clan,
incluyendo la memoria de los cachorros muertos.
—¡Esto es exactamente lo que querías! —siseó—.
¡No podías saber que esos cachorros morirían, pero
esta es tu oportunidad perfecta para deshacerte de
mí! ¡Soy la curandera del Clan de la Sombra! ¡Este es
mi hogar!
Patas Negras dio un paso adelante, con la voz
pesada y arrepentida.
—Ya no, Fauces Amarillas. Ven, te escoltaré hasta
la frontera. —Extendió la cola para apoyarla en su
hombro, pero Fauces Amarillas la apartó.
—¡No me toques! —espetó—. Encontraré mi
propio camino.
Todavía aturdida, tropezó hacia la entrada; sus
compañeros de Clan se separaron para dejarla ir.
—¡Lo siento mucho! —jadeó Nariz Inquieta,
saltando a su lado—. ¡Demostraré que fue un zorro!
¡Volverás pronto! ¡Ven a la próxima reunión de media
luna!
Fauces Amarillas se detuvo en la entrada y le miró.
—Nariz Inquieta —maulló—, has sido un amigo
querido y leal, pero no puedo quedarme aquí. No
mientras Estrella Rota gobierne. Este no es el Clan de
la Sombra al que juré servir. —Mirando a los gatos
agrupados alrededor de la Roca del Clan, añadió—:
Tienen suerte de tenerte. Que el Clan Estelar ilumine
tu camino, siempre.
—Pero, Fauces Amarillas… —se lamentó Nariz
Inquieta.
Fauces Amarillas ya no podía escucharlo. Dándose
la vuelta, se zambulló entre las zarzas y salió
tambaleándose del campamento.
40
Medio loca de dolor y furia, Fauces Amarillas atravesó
el territorio, aullando su rabia a las estrellas.
Encontrándose en el borde de los pantanos, giró sus
patas, alejándose de la guarida de los veteranos. «No
puedo desatar este desastre sobre ellos. Pronto se
enterarán.»
Por fin, la entrada del túnel que llevaba a los
Cuatro Árboles apareció ante Fauces Amarillas.
Obligando a sus patas a llevarla hacia adelante, se
adentró en la oscuridad resonante. El agua goteaba a
su alrededor, con un sonido anormalmente alto, y sus
patas resbalaban en el viscoso suelo del túnel.
Después de lo que parecieron temporadas, Fauces
Amarillas divisó un hueco pálido frente a ella y salió
del túnel para ver que la luz del amanecer se filtraba
en el cielo. Con los miembros pesados por el
cansancio, se tambaleó a través de los últimos tramos
de territorio del Clan de la Sombra, y medio se
arrastró, medio cayó en el hueco donde llegó a
descansar en el refugio de las ramas puntiagudas de
un arbusto de acebo. Fauces Amarillas yacía en la
maleza mientras la luz de la mañana se fortalecía en
un día frío y gris. Pronto empezó a caer una fina
lluvia, pero Fauces Amarillas no tenía energía para
encontrar un refugio mejor. Intentó dormir, pero las
pesadas ramas de los cuatro grandes robles se
cernían sobre ella, crujiendo de un modo
amenazador que más bien parecía un trueno. Fauces
Amarillas se quedó donde estaba, demasiado
aturdida para pensar en moverse o comer, las duras
palabras de sus compañeros de Clan resonaban una y
otra vez en su mente. «Clan Estelar, ¿pueden verme?
¿Saben lo que Estrella Rota ha hecho ahora?» No
hubo respuesta, ni señal de que sus ancestros la
hubieran oído. Si Fauces Amarillas se había sentido
sola antes, eso no era nada comparado con su
soledad ahora.
Finalmente, las hojas muertas de acebo que tenía
debajo comenzaron a punzarle el manto desaliñado, y
se levantó. La noche había vuelto a caer, y la luz de las
estrellas apenas permitía distinguir los cuatro robles
gigantes. No es como que a Fauces Amarillas le
importara. Si el Clan Estelar había renunciado a ella,
los Cuatro Árboles no significaban nada, excepto un
lugar donde demasiados gatos venían a cacarear
sobre victorias vacías cada luna llena. Empezó a
caminar, no porque tuviera que ir a algún sitio, sino
porque estaba cansada de quedarse quieta. Le gruñía
el estómago, pero no tenía hambre. Quizá algún día
volvería a comer, o quizá no. No se molestó en
preocuparse.
Pensó en Pequeña Caléndula y Pequeño Menta,
fríos y quietos en las sombras. Esperaba que ahora
estuvieran en el Clan Estelar, jugando con sus hijas, al
cuidado de Flama Plateada. Estaban mejor allí que en
el Clan de la Sombra, donde Estrella Rota parecía
deleitarse enviando gatos a la muerte antes de que
tuvieran edad suficiente para cazar sus propias
presas. Pero eso no impedía que Fauces Amarillas
tuviera un terrible sentimiento de culpa por no haber
podido ayudarlos. «Oh Pequeña Caléndula, Pequeño
Menta, siento mucho que hayan tenido que morir
solos y asustados. Los habría salvado si hubiera
podido, lo prometo.»
Fauces Amarillas tropezó por el lado de la
hondonada y a través de una línea de helechos que se
enredaron en su manto. Fue vagamente consciente
de unas marcas de olor, las del Clan del Trueno,
pensó, pero no se atrevió a preocuparse. Era una
curandera; podía ir a donde quisiera. O si no era una
curandera, la echarían como a una proscrita, y estaría
hambrienta y perdida en otro lugar. No le importaba.
Sus piernas comenzaron a temblar de cansancio, a
pesar de que apenas se había alejado de los Cuatro
Árboles. Se abrió paso hasta un grupo de helechos y
se echó bajo las verdes frondas. El horror de haber
sido exiliada, su dolor por los cachorros y su
agotamiento minaron sus fuerzas hasta el punto en
que ya no podía bloquear sus sentidos. Su cuerpo se
convulsionó cuando sintió el dolor de las heridas de
sus compañeros de Clan a lo lejos, la agonía de una
zorra dando a luz en algún lugar cercano, el destello
de miedo y angustia cuando un ratón cayó presa de
las zarpas de un guerrero del Clan del Trueno. El
sufrimiento de cada criatura del bosque inundó sus
miembros y asaltó su corazón.
Por fin, exhausta, se durmió.
Fauces Amarillas nunca estuvo segura de cuántos
amaneceres vio desde debajo de los helechos,
despertando y desmayándose constantemente. Sabía
que debía cazar, asearse y buscar refugio lo más lejos
posible de aquellos Clanes malditos por el Clan
Estelar, pero durante mucho tiempo no pudo
convencerse de hacer nada.
Finalmente se dio cuenta de la luz del sol
filtrándose a través de los helechos, calentando su
manto, recordándole los tiempos en que había sido
feliz en su hogar entre los pinos. Una ira que ardía
lentamente comenzó a reemplazar su dolor. «Mi Clan
me desterró, ¡y no he hecho nada malo! ¡No me
rendiré!»
Un hilo de fuerza volvió a sus miembros. Podía
oler agua y oír el gorgoteo de un arroyo cercano.
«Necesito beber, cazar y salir del territorio del Clan del
Trueno.»
Pero cuando se obligó a ponerse de pie, oyó un
débil gruñido en dirección al arroyo. Al asomarse
entre los helechos, vio a un gato joven con un pelaje
del color del fuego que se dirigía directamente hacia
ella con la postura del cazador, como si estuviera
acechando a una presa. Fauces Amarillas se dio
cuenta de que el viento debía de haber llevado su
olor directamente hacia él. «¡Excremento de zorro!
Tenía que aparecer un gato del Clan del Trueno justo
ahora. Seguro que me detendrá si intento escapar.»
Fauces Amarillas desenvainó las garras, hundiéndolas
en el suave suelo del bosque. «Tendré que luchar
para escapar.» Fauces Amarillas se apartó de los
helechos y se arrastró al refugio de un grupo de
arbustos. Ahora la brisa la favorecía a ella y percibía el
olor del Clan del Trueno. El joven gato miró a su
alrededor con expresión perpleja. Volvió a olfatear el
aire, como si no pudiera averiguar qué había pasado
con el olor. «¡Las presas no se quedan quietas,
cerebro de ratón!»
Soltando un gruñido, Fauces Amarillas salió de
entre los arbustos y chocó contra el gato naranja,
tirándolo de lado. Lanzó un chillido de sorpresa.
Fauces Amarillas sintió un placer salvaje cuando sus
patas se aferraron a sus hombros y sus mandíbulas se
cerraron sobre su nuca.
—¡Murr-ouu! —gruñó el joven gato. Durante un
instante luchó por liberarse, pero de repente relajó
los músculos con un aullido de alarma y se quedó
inerte.
Fauces Amarillas, quien seguía inmovilizándolo
con las patas, abrió las fauces y soltó un aullido de
triunfo.
—Ah, un insignificante aprendiz —siseó—. Una
presa fácil para Fauces Amarillas.
Mordió una vez más el cuello del gato del Clan del
Trueno, pero en el mismo momento él se levantó,
explotando con toda la fuerza de un poderoso cuerpo
joven. Fauces Amarillas soltó un gruñido de sorpresa
cuando salió despedida, cayendo de espaldas contra
un arbusto de aulaga.
El gato se estabilizó sobre sus patas y sacudió el
manto.
—No soy una presa tan fácil, ¿eh? —maulló.
Fauces Amarillas se liberó de las ramas espinosas,
siseando maldiciones a las espinas.
—No está mal, joven aprendiz —le espetó—. Pero
¡tendrás que hacerlo mucho mejor!
El joven gato hinchó el pecho.
—Estás en un territorio de caza del Clan del
Trueno. ¡Márchate!
—¿Quién me obligará a hacerlo? —Fauces
Amarillas curvó el labio—. Voy a cazar. Y luego me
marcharé. O quizá me quede un rato…
—Ya basta de cháchara —le espetó el joven gato.
Fauces Amarillas sintió un cambio en él. Se dio
cuenta de que estaba ansioso por luchar, por
defender su territorio y proteger a su Clan. «Para ser
un aprendiz, tiene valor —pensó con un primer
destello de respeto—. Tendré que usar un poco de
astucia aquí…»
Inclinando la cabeza y rompiendo el contacto
visual con el joven gato, empezó a retroceder.
—No hay por qué precipitarse —ronroneó en un
tono sedoso.
El aprendiz no se dejó engañar. Soltó un gruñido
furioso y saltó hacia delante. Fauces Amarillas saltó a
su encuentro, clavándole las garras en los hombros, y
rodaron juntos en un torbellino de garras y dientes. Al
soltarse, Fauces Amarillas se levantó sobre sus patas
traseras y se abalanzó sobre la cabeza del joven gato.
Para su frustración, él se apartó justo a tiempo y sus
dientes se cerraron en el aire vacío a un ratón de
distancia de su oreja. Antes de que Fauces Amarillas
pudiera arremeter de nuevo, el aprendiz la golpeó
con una pata, asestándole un fuerte golpe en la oreja.
Aturdida, se puso a cuatro patas y sacudió la cabeza
para despejarse. Mientras intentaba recuperarse, su
oponente se lanzó hacia ella y le apretó la pata
trasera con fuerza. Fauces Amarillas chilló, dándose la
vuelta para morder la cola del joven gato. La
satisfacción la inundó cuando sus dientes conectaron.
El aprendiz arrancó la cola de su agarre y la azotó con
rabia. Sus ojos verdes brillaban de furia. Fauces
Amarillas se agachó para un nuevo ataque, pero
podía sentir que sus fuerzas menguaban. Su
respiración era entrecortada y el hambre la carcomía
como una rata viva en su estómago. Por un instante,
el gato color fuego dudó. Fauces Amarillas se
abalanzó sobre él para intentar agarrarlo por los
hombros, pero su pierna herida se lo impedía.
—¡Suéltame! —le espetó el aprendiz, arqueando
la espalda en un esfuerzo por arrojarla.
Pero Fauces Amarillas se las arregló para clavar las
garras y se aferró con fuerza, utilizando su mayor
peso para obligar al joven gato a caer al suelo. Él se
retorció tratando de esquivar sus patas traseras, y
una vez más rodaron juntos, mordiéndose y
golpeándose.
Fauces Amarillas sabía que había perdido su
oportunidad de ganar. Sus patas traseras apenas la
sostenían y aflojó su agarre sobre el joven gato.
—¿Ya has tenido bastante? —gruñó.
—¡Jamás! —Fauces Amarillas escupió. Pero su
pata herida cedió y cayó al suelo. Mirando al
aprendiz, siseó—: Si no estuviese tan hambrienta y
cansada, te habría reducido a polvo de ratón. —Su
boca se torció de dolor—. Acaba conmigo. No te lo
impediré.
«Y entonces todo habrá terminado. No más dolor,
no más lucha…»
El joven gato vaciló, había algo en sus ojos que
Fauces Amarillas no pudo leer.
—¿A qué estás esperando? —Fauces Amarillas se
burló de él—. ¡Vacilas como un minino casero!
La rabia se encendió en sus ojos verdes.
—¡Soy un aprendiz de guerrero del Clan del
Trueno! —gruñó.
Fauces Amarillas entrecerró los ojos. Había visto al
gato estremecerse ante sus palabras, y sabía que
había tocado un nervio.
—¡Ja! —resopló—. No me digas que el Clan del
Trueno está tan desesperado que ahora tiene que
reclutar mascotas.
—¡El Clan del Trueno no está desesperado! —siseó
el gato.
—¡Pues entonces demuéstralo! —Fauces
Amarillas lo desafió—. Compórtate como un guerrero
y acaba conmigo. Me harás un favor.
El aprendiz la miró fijamente. Vio cómo sus
músculos se relajaban mientras una chispa de
curiosidad despertaba en sus ojos.
—Pareces tener mucha prisa por morir —maulló.
—¿Ah, sí? Bueno, eso es asunto mío, forraje de
ratón —le espetó Fauces Amarillas—. ¿Qué problema
tienes, minino? ¿Intentas matarme hablando?
Pero el hambre y el cansancio estaban minando
sus fuerzas con cada latido. Sabía que no podía hacer
nada más; estaba a merced de ese gato. «¿Realmente
hemos llegado a esto, Clan Estelar? ¿Es este el final
que merezco?»
—Espera aquí —ordenó por fin el joven gato.
—¿Estás de broma, minino? No voy a ir a ninguna
parte —gruñó Fauces Amarillas, cojeando hacia un
mullido brezo. Se echó y empezó a lamerse la herida
de la pata.
El gato color fuego se dio la vuelta, luego la miró
por encima del hombro con un siseo de exasperación
antes de dirigirse hacia los árboles. Fauces Amarillas
lo vio irse. Seguía entumecida por la conmoción, y ya
no le importaba lo que le pudiera pasar. «¿El Clan del
Trueno me tendrá prisionera o me enviará de vuelta al
Clan de la Sombra?», se preguntó. Sabía que no tenía
fuerzas para salir del territorio del Clan del Trueno
antes de que la encontrara el gato naranja o alguna
otra patrulla. ¿Eso significaba que se estaba rindiendo
sin luchar?
Y sin embargo, había algo en ese pequeño y audaz
aprendiz, alguna chispa que le recordaba a sí misma
cuando era joven.
—No es como que vaya a dejar que lo sepa,
arrogante cerebro de ratón —murmuró.
Esperaría a que volviera. «Ahora no tengo Clan, ni
destino, ni lugar donde estar, ni deberes que atender.
Que el futuro traiga lo que quiera.»
Fauces Amarillas suspiró, pero una tranquila
determinación empezó a crecer en su interior. De
algún modo, se sentía menos sombría, menos
desesperanzada. Aquel no era su hogar, pero los
árboles de ramas gruesas y los helechos susurrantes
le prometían más paz de la que había conocido en
mucho tiempo. No conocía bien a ningún gato del
Clan del Trueno, no conocía bien a nadie —además
de Nariz Inquieta quizá—, pero Estrella Rota los había
criticado por ser demasiado compasivos y blandos
con sus enemigos. Así que tal vez la verían con
amabilidad, una refugiada del problemático Clan al
otro lado de la frontera. Además, lo que le hicieran no
podía ser peor que lo que había hecho su propio hijo.
«¡Mi hijo!» Fauces Amarillas exhaló un largo y
tembloroso suspiro. No podía abandonar el bosque.
Aunque tuviera que buscar refugio en un Clan hostil,
aún le quedaba trabajo por hacer, preguntas que solo
ella podía responder. Venganza que debía buscar en
nombre de Pequeña Caléndula, Pequeño Menta,
Manto de Nube y los veteranos desterrados, todos los
gatos a los que Estrella Rota había destruido con su
ambición. Sola, hambrienta, aplastada por la traición,
Fauces Amarillas hizo el juramento más solemne de
su vida. «Sé que mi camino volverá a cruzarse con el
de Estrella Rota. Y un día haré algo para detener esta
marea de fuego y sangre que ha desatado en el
bosque.»
CÓMIC EXCLUSIVO
Sigue leyendo para ver lo que sucede a continuación
en una aventura de cómic exclusiva…

Creado por
ERIN HUNTER

Escrito por
DAN JOLLEY

Arte por
JAMES L. BARRY
LIBRO ORIGINAL:
“Warriors: Yellowfang’s Secret”
por Erin Hunter.

ARTE DE LA PORTADA:
Wayne McLoughlin.

ARTE DEL CÓMIC:


James L. Barry.

TRADUCCIÓN NO OFICIAL POR:


Karian, Belu Morison, Milly Mendoza y Ariana
Curbelo.

EDICIÓN DE PORTADA POR:


Isis Arr.

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