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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL SUR

Consejo de Enseñanza Media y Superior


Escuela Superior de Comercio.

Espacio Curricular: Literatura Año: Quinto. Profesora: Leila Hernández

ACTIVIDAD DE DIAGNÓSTICO DE LECTURA Y COMPRENSIÓN DE TEXTO.


CONTENIDOS PREPROGRAMÁTICOS.

MARTÍN FIERRO. INTERTEXTUALIDAD.


Te propongo aquí la lectura de un texto que dialoga con “Martín Fierro” y algunas preguntas o
cuestiones para pensar mejor esos textos.

Jorge Luis Borges, avezado lector y comentador del Martín Fierro, imaginó un final distinto para la
payada del protagonista con el moreno, en el que el destino de ambos se hace uno.

Así, el autor imaginó un final diferente para el Martín Fierro. En el cuento “El fin”, crea un nuevo
encuentro entre el Moreno y Martín Fierro, en que aquel finalmente venga a su hermano. Los códigos de la
pelea se alejan así de la legitimidad institucionalizada de “La Vuelta”, ley de la que reniega Martín Fierro en
el cuento, para permitirle a este personaje morir fiel a su identidad y a su destino.

A. El cuento

 "El fin" Jorge Luis Borges

https://youtu.be/KX38vBkmfRI - Alejandro Apo – Audiolibro

Jorge Luis Borges (1899–1986)

EL FIN (Artificios, 1944; Ficciones, 1944)

RECABARREN, TENDIDO, ENTREABRIÓ los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra
pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y
desataba infinitamente…
Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por
otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las
piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había
dormido, pero aun quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un
cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la
puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido
una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga
payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien.
Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había
amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón
de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercios de
yerba, se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de
apiadarnos de las desdichas de los héroes de la novelas concluimos apiadándonos con exceso
de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes
había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los
animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le
preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no;
el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el
cencerro, como si ejerciera un poder.
La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se
agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa.
Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del
hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas
dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y
entrar con paso firme en la pulpería.
Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
—Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
—Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
—Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos.
Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
—Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y
la paladeó sin concluirla.
—Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les
dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
—Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
—Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino
ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
—Con el otoño se van acortando los días.
—Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
—Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
—Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
—En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a
otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las
espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
—Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su
coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como
un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo
dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una
música… Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie,
amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre.
Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el
negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a
las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie.
Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA PENSAR EL LENGUAJE Y LOS SENTIDOS DEL TEXTO.

1. ¿Cuál es el punto de vista del narrador? ¿Qué característica tiene este narrador? Buscá citas para
ejemplificar. ¿En qué momento y por qué en narrador le cede la palabra a los personajes? (Trama
narrativa – Trama dialogal/conversacional)
El poema de Hernández está narrado por el propio Martín Fierro. ¿Por qué te parece que en esta
reescritura del final de Martín Fierro Borges decide no darle “la voz” al personaje para narrar el cuento.
2. ¿Cuáles son los personajes principales y secundarios? Caracterizálos con expresiones del texto.
¿Con qué recurso del lenguaje trabaja Borges el texto para ocultarnos la identidad del personaje Martín
Fierro? Citá los ejemplos. Explicá cómo es el reconocimiento de la identidad del protagonista al final.
3. El narrador determina tres espacios. ¿Cuáles son? ¿Cómo los caracteriza?
¿Cómo caracteriza el ambiente de los hechos? Citá algunos /todos los ejemplos. Identificá: imágenes
visuales, imágenes auditivas y una sinestesia.
En relación al ambiente hay una evaluación (superestructura narrativa) claramente marcada por el
verbo en presente. ¿Cuál es? (Trama argumentativa en la narración)
4. ¿Cómo es el tiempo de los acontecimientos? Citá ejemplos.
5. ¿Cuáles son los temas que presenta el cuento? Desarrollá las ideas más importantes que discurren
mientras se cuenta el argumento.
Te hago un planteo: Si el Moreno esperó siete años para vengar a muerte de su hermano, una vez que
lo hace.... ¿qué se supone que debería suceder si continuáramos la historia? ¿Qué valor tendría
entonces el título “el fin”?
B. El ensayo.

1.

Borges “completa” el Martín Fierro en su cuento “El Fin”

En muchos momentos de su obra Borges se ocupó de la literatura (prosa y poesía) gauchesca,


género por el que sintió especial predilección.
(...)
En esta nota quiero ocuparme de uno de esos cuentos (no es uno de los de mayor fama, pero - en
mi opinión - de una gran belleza literaria: "El Fin" (en "Ficciones"). En este cuento Borges va a
"completar" un célebre episodio del "Martín Fierro".

Una breve aclaración que estimo útil para apreciar esta creación del Maestro. Fue una técnica
muchas veces usada por Borges crear tomando como material otras obras; dialogaba, discutía,
creaba hipótesis, "modificaba", "suprimía", "completaba" otras creaciones literarias, un ejemplo de
ello, es su célebre cuento "Pierre Menard autor del Quijote” (Borges se imagina que un francés,
(Pierre Menard), intenta escribir sin copiar páginas idénticas a las de la excelsa obra de Cervantes;
en realidad este cuento ha sido y es materia de discusión por los expertos). Lógicamente tal tarea
demanda una gran erudición literaria y un enorme talento literario. Este tipo de recurso borgeano
ha sido denominado por Irma Zangara "juego intertextual", quien recuerda que el escritor también
hacía con su propia obra (en su trabajo "Primera década del Borges Escritor").

Veamos este "juego intertextual" que Borges hace en "El Fin" con el poema de Hernández, que
también fue señalado, por ejemplo, por Raúl H. Castagnino en "Legados Borgeanos" ("Borges",
Fundación Banco Boston, 1987, pág.89 y ss., y por R. Costa Picazo e Irma Zangara, Jorge Luis Borges,
Obras Completas, Edición Crítica, Emecé, I, pág. 978)

Hay que recordar dos famosos episodios del "Martín Fierro". Uno, es en el que "Fierro" mata al
"Moreno" en la pulpería. El otro, es la payada a contrapunto que el personaje tiene con otro
"moreno" que resultó ser hermano del anterior. Es sabido que Fierro fue el ganador de dicha
contienda (Canto XXX, de la Vuelta de Martín Fierro). Pero, y he aquí lo interesante, en el poema de
Hernández queda pendiente este contrapunto entre Fierro y el "Moreno", no se cierra esa rivalidad,
quedó indefinida, por ello se lee "y si otra ocasión payamos/ para que esto se complete/ por mucho
que lo respete/ cantaremos, si le gusta,/ sobre la muertes injustas/ que algunos hombres cometen".
Y antes, en un momento de la payada el "Moreno" le dice a Fierro refiriéndose a esa muerte "sino
porque tengo a más/ otro deber que cumplir". Entonces Fierro advierte la situación y "los presentes"
en esa ocasión evitan el enfrentamiento y Fierro y sus hijos y el hijo de Cruz se alejan del lugar
(Canto XXXI).

Este dato de indefinición, esta contienda no terminada, es tomada por Borges y él va a "completar"
esta historia, habrá de poner "El fin" a la misma; este es el tema y motivo del cuento y ello explica el
título del mismo. En la posdata que Borges escribió en 1956 respecto del cuento dice: "Fuera de un
personaje - Recabarren - cuya inmovilidad y pasividad sirve de contraste, nada o casi nada es
invención mía … todo lo que hay en él está implícito en un libro famoso y yo he sido el primero en
desentrañarlo o, por lo menos, en declararlo".

Es entonces cuando aparece el talento del gran escritor, el enorme creador de ficciones, aparece
entonces el mago de nuestra lengua.

Ahora la historia entre Fierro (en el cuento se habla del "forastero", nunca se habla de Fierro) y el
"Moreno" (se habla del "negro", una sola vez del "moreno") es situada por Borges en la pulpería en
que tuvo lugar la payada, su patrón es Recabarren, un vasco, que asistió a la payada, ahora postrado
en un catre en una habitación contigua. Recabarren es una creación de Borges. El escenario es La
Pampa, que la tarde de los hechos del cuento, (véase la descripción de Borges del la inmensa
llanura), "bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño”. En la pulpería - a cargo de
"un chico de rasgos aindiados", tal vez hijo del dueño - el "negro" esperaba el regreso de Fierro y
con una guitarra ejecutaba "modestos acordes".

Recabarren desde su cama y a través de una ventana con barrotes percibió "un punto" que "se
agigantó en el horizonte y creció hasta ser un jinete…", luego "vio el chambergo, el largo poncho
oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que por fin sujeto el galope y vino acercándose
al trotecito… Recabarren no lo vio más".

Entonces suceden los hechos que serán "el fin" de esta historia contada inicialmente por
Hernández. "Sin alzar los ojos del instrumento, … el negro dijo… Ya sabía yo, señor, que podía contar
con usted. El otro, … , replicó: Y yo con vos moreno. Una porción de días te hice esperar pero, aquí
he venido".

En un momento posterior a este encuentro se produce un diálogo que remite a pasajes del poema
de Hernández, así, Fierro cuenta que pasó varios años sin ver a sus hijos, a quienes dio buenos
consejos, entre ellos "que el hombre no debe derramar la sangre del hombre", a lo que el moreno
responde "hizo bien. Así no se parecerán a nosotros"

El "Forastero" (Fierro) no por falta de coraje, no quiere más muertes, pero parece que ese es su
camino inexorable, Borges le hace decir "mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me
pone el cuchillo en la mano".

Finalmente se produce la pelea fuera de la pulpería; el forastero "se quitó las espuelas" y el negro le
pidió antes, que ahora "ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel encuentro de hace
siete años, cuando mató a mi hermano"

En este combate borgeano el moreno mató a Fierro, fue al atardecer - tal vez otro símbolo de un
final - que la ilustre pluma describe así "hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir
algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es
intraducible como una música. Desde su catre, Recabarren vio el fin."

Nelson R. Pessoa
2.

Análisis resumen de El fin de Jorge Luis Borges

Dice Borges sobre el cuento “El fin”:"Todo lo que hay en él está implícito en un libro
famoso y yo he sido el primero en desentrañarlo"-; con esta narración, Borges agrega
"un canto" a la segunda parte de Martín Fierro, de José Hernández.

La intervención del protagonista de este gran poema concluye así: Martín Fierro se
separa de sus hijos y del hijo de Cruz: "Después, a los cuatro vientos / los cuatro se
dirigieron"; pero Borges lo hace regresar a la pulpería donde había llevado a cabo la
payada con el moreno, "un pobre guitarrero", y donde los presentes habían procurado
"que no se armara pendencia".

De todas maneras, en el poema hernandiano Martín Fierro no quiere pelear: "Yo ya no


busco peleas, / las contiendas no me gustan; / pero ni sombras me asustan / ni bultos
que se menean", pero hace alarde de su valentía, es decir, sabe defenderse si lo
provocan. Estos versos constituyen ya una clave para comprender el desenlace del
cuento borgeano. Además, su título "El fin" responde a una de las estrofas del poema
(La vuelta de Martín Fíerro, canto XXX, vs. 4481-4486):

Yo no sé lo que vendrá
tampoco soy adivino;
pero firme en mi camino
hasta el fin he de seguir:
todos tienen que cumplir
con la ley de su destino.

El tema de "El fin" es el encuentro del hombre con su destino inexorable.

El moreno es vencido en la célebre payada, pero continúa en la pulpería como a la


espera de "alguien". Ese "alguien" es Martín Fierro, quien hace siete años ha matado a
su hermano (Canto VII de Martín Fierro)

El pulpero Recabarren había presenciado el primer contrapunto entre "el forastero" y el


moreno. "Ahora" asiste, desde su lecho, inmóvil por la parálisis, al segundo, el de la vida
contra la muerte. Ve llegar a un jinete, pero no puede identificarlo:

Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la


cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A
unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse,
atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.

El moreno recibe complacido a Fierro. Este trata de justificar su actitud pacífica al


finalizar aquella payada que los unió:

“-Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise
mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
- Ya me hice cargo -dijo el negro-. Espero que los dejó con salud. El destino le pone
otra vez "el cuchillo" en la mano e inexorablemente debe cumplir con él. Se alejan
"un trecho" de las casas y se preparan para el duelo:

-Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga
todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató
a mi hermano.”

Sólo Recabarren presencia los hechos, a través de la ventana de su rancho; sólo él ve


"el fin", la muerte de Martín Fierro:

“Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado


en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea
de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra
y había matado a un hombre.”

Ahora el negro es "el otro", es decir, Martín Fierro, pues, como él, ya arrastra una muerte
sobre la tierra: "La sangre que se redama / no se olvida hasta la muerte". Su victoria es,
en realidad, su derrota. Como bien dice Donald L. Shaw, "ha liberado a Fierro de la
trampa para encerrarse a sí mismo en ella"

El narrador es omnisciente, pero finge no saber con exactitud qué relación existe
entre Recabarren y el "chico de rasgos aindiados". Borges intercala estos elementos
de duda: "hijo suyo, tal vez", para intensificar la verosimilitud de la narración.

Los personajes son cuatro. Recabarren, testigo de los hechos, no interviene en la


narración; parece estar fuera del tiempo -en el presente--, en la eternidad. Un chico, sin
voz: "le dijo por señas que no". El moreno y Martín Fierro, cuya identidad se oculta
hasta el final, son los únicos personajes que dialogan. El absoluto silencio del pulpero y
del chico -meras presencias- contrasta con las palabras de los otros personajes, en las
que late la idea de venganza.

El narrador determina tres espacios: la habitación de Recabarren, apenas sugerida,


en la que sólo una ventana lo comunica con una parte de la realidad exterior; la
pulpería, escenario de la famosa payada, y la llanura "casi abstracta, como vista en un
sueño". El contraste entre los espacios es evidente: oscuridad, estatismo (el cuarto del
pulpero) y luz, movimiento (la llanura iluminada por "el último sol").

El tiempo gobierna la narrativa borgeana. El cuento comienza al atardecer: "... se


dilataban la llanura y la tarde... "; "... aún quedaba mucha luz en el cielo". Luego,
anochece: " ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de
lluvia. [ ] La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta .. " Por fin, noche cerrada: "Un
lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía".

Desde el punto de vista físico, la gradación temporal es perfecta. Además, Fierro


aclara que sólo transcurre "una porción de días" desde la memorable payada. También
surge el tiempo psíquico: Recabarren solamente vive en el presente. Un breve
"racconto" explica la situación actual del "sufrido" pulpero.

Un universo de símbolos

Desde las primeras líneas, Borges nos da la clave de su cuento:


De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que
se enredaba y desataba infinitamente ...

La palabra ‘laberinto' tiene una gran significación en el texto. Para Borges es la


prisión en que está encerrado el hombre; es el lugar donde encontrará la muerte y, tal
vez, la liberación; es el origen y el fin, el infinito y el caos, el paso de la vida a la muerte.
Nuestro escritor explica cuándo surge en él la idea del laberinto:

"Recuerdo un libro con un grabado en acero de las siete maravillas del mundo; entre
ellas estaba el laberinto de Creta. Un edificio parecido a una plaza de toros, con
unas ventanas muy exiguas, unas hendijas. Yo, de niño, pensaba que si examinaba
bien ese dibujo, ayudándome con una lupa, podría llegar a ver el Minotauro.
Además, el laberinto es un síntoma evidente de perplejidad [ ... l. Yo, para expresar
esa perplejidad que me ha acompañado a lo largo de la vida y que hace que muchos
de mis propios actos me sean inexplicables, elegí el símbolo del laberinto o, mejor
dicho, el laberinto me fue impuesto, porque la idea de un edificio construido para que
alguien se pierda, es el símbolo inevitable de la perplejidad".

La vida de Martín Fierro es un extenso espacio sin salida. Vive prisionero de sus
muertes; vive perseguido. De ahí que cobre singular significado el poema "Laberinto"
(Elogio de la sombra):

No habrá nunca una puerta. Estás adentro


y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro, tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez ..

El cuchillo del moreno le da la muerte, pero, al mismo tiempo, la vida profunda.

Fierro despierta hacia la libertad que pregonaba. "Morir es haber nacido", dice Borges en
uno de sus poemas ("Milonga de Manuel Flores"). Si en la famosa payada fue la guitarra
el símbolo de la victoria de Fierro, en el duelo -"otra clase de contrapunto"-, el cuchillo
simboliza su derrota. Leemos en el poema de Hernández:

Vamos, suerte, vamos juntos


dende que juntos nacimos,
y ya que juntos vivimos
sin podemos dividir,
yo abriré con mi cuchillo
el camino pa seguir.
El gaucho Martín Fierro, VIII, vs. 1385-1390.

En El otro, el mismo, Borges dice que el cuchillo "es de algún modo eterno; los hombres
lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso" '.

Leemos en "El fin": "... el acero filoso rayó y marcó la cara del negro". En el poema
hernandiano no ocurre esto; todo es a la inversa, pues el otro moreno, el muerto, es el
que le corta la cara a Fierro:

Aunque si yo lo maté
mucha culpa tuvo el negro.
Estuve un poco imprudente,
puede ser, yo lo confieso,
pero él me precipitó
porque me cortó primero;
y a más me cortó en la cara,
que es un asunto muy serio.
La vuelta de Martín Fierro, XI, vs. 1599-1606.

La luna, otro símbolo del cuento, preside el duelo "... y la luna resplandecía"-, pues:
"Es uno de los símbolos que al hombre / da el hado o el azar para que un día / de
exaltación gloriosa o agonía / pueda escribir su verdadero nombre" ("La luna"). Martín
Fierro ya no regresará a su laberinto. Borges ha salvado a la criatura hernandiana. Tal
vez, como Francisco Narciso de Laprida, Fierro, en su "agonía laboriosa", ha pensado:

... Al fin me encuentro


con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea."
Poema conjetural, en El otro, el mismo.

El adverbio “infinitamente” crea una atmósfera de inquietud y de ensoñación en el


cuento. Ante el infinito, la realidad desaparece.
Recabarren ya no puede cambiar "las cosas cotidianas" por otras. Borges considera que
lo cotidiano y reiterado destruye la sucesión temporal y crea la eternidad, pues si se
viven momentos iguales a los del pasado se interrumpe el fluir de las horas. De ahí que
leamos: "Habituado a vivir en el presente...".
Tiempo y espacio forman una sola dimensión infinita a través del verbo se dilataban: "...
se dilataban la llanura y la tarde ... ".
La referencia al ocaso "bajo el último sol" también es simbólica: alude al tiempo que
huye hacia la muerte. Para Borges, el ocaso "atañe doblemente a una lontananza
espacial y a una perdición de las horas".

El desenlace presenta la identidad del sacrificador y de la víctima. El duelo del


canto VII (El gaucho Martín Fierro) se repite, pero el vencedor de aquél es ahora el
vencido:

... nunca me puedo olvidar


de la agonía de aquel negro.
Limpié el facón en los pastos,
desaté mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el cañadón.
(vs. 1237-1238 y 1249-1252)

... el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el


pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás.

El cuento de Borges responde, pues, al concepto de la literatura como


reelaboración de la literatura
Su contenido ya se halla en el poema hernandiano, pero -como dice Fierro- "aquí
no hay imitación, / ésta es pura realidá". Indudablemente, nuestro escritor
presenta otra realidad; compone, según Pedro Luis Barcia, el canto XXXIV del
Martín Fierro:

“De las generaciones de los textos que hay en la / tierra / sólo habré leído
unos pocos, / los que sigo leyendo en la memoria, / leyendo y transformando”.
Jorge Luis Borges.

Fuente: AA. VV -Las letras en América Hispana- Ed. Estrada- Bs.As, 1994

Versión en video preparada por estudiantes.


https://youtu.be/AZ8HfL0E98E
3.

Acerca de El fin, de Jorge Luis Borges. Por Ana


Quiroga
1. El cuento de Jorge Luis Borges que se analizará en este
trabajo, El fin, fue incorporado a Ficciones en 1956. Acerca del
mismo Borges comenta en el prólogo a la edición de ese año:

"Fuera de un personaje - Recabarren - cuya inmovilidad y pasividad


sirven de contraste, nada o casi nada es invención mía en el
decurso breve de [El fin]; todo lo que hay en él está implícito en un
libro famoso y yo he sido el primero en desentrañarlo o, por lo
menos, en declararlo."

Ese libro famoso es el Martín Fierro de José Hernández. Podría


decirse que El fin es un texto largamente anticipado por su autor.
Ya en 1953, en su estudio El "Martín Fierro" , Borges insinúa el
argumento de este cuento. Al analizar la payada de La
Vuelta… entre Fierro y el moreno, escribe:

"Podemos imaginar una pelea más allá del poema, en la que el


moreno venga la muerte de su hermano" .

Más adelante sostiene:

"el desafió del moreno incluye otro, cuya gravitación creciente


sentimos y prepara o prefigura otra cosa, que luego no sucede más
allá del poema"

Tal vez podría pensarse en El fin como una reposición por parte de
Borges de eso que "no sucede más allá del poema" de José
Hernández.

2. El título

El sintagma "el fin" conforma el título y aparece también hacia el


final del cuento. En las últimas líneas, "el fin" es la muerte de Martín
Fierro vista por Recabarren. También "el fin" es la tarea que el
negro tenía que cumplir, vengar la muerte de su hermano.

Asimismo, la pelea entre los dos protagonistas marca "el fin" de un


contrapunto largamente sostenido. La payada evocada al comienzo
del cuento ha quedado inconclusa. El negro sigue frecuentando la
pulpería "como a la espera de alguien" . El continuo rasgueo de su
guitarra marca un compás de espera. El regreso de Fierro pone fin
al intervalo y permite que surja el enfrentamiento latente.

"Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de


contrapunto" .

La lucha de los cuerpos es aludida como otro contrapunto que


reemplaza al duelo verbal.
"El fin" alude también a los finales literarios. Está "el fin" del poema de
Hernández, donde el moreno y Martín Fierro se enfrentan en el orden de
las palabras y los presentes intervienen para que no se concrete la pelea;
está el fin que Borges ha conjeturado, el otro fin. Podríamos ver estos dos
finales enfrentados, concertando entre sí otro de los contrapuntos que
operan en el cuento (tal vez como un duelo entre dos autores, que tal vez
podría pensarse en términos de una disputa por ocupar el lugar del "autor
nacional")

Si, como Borges afirma en el comentario citado al comienzo de este


trabajo, "todo lo que hay en [El fin] está implícito en el [Martín
Fierro]" entonces podríamos leer en los siguientes versos de Hernández un
punto de intersección entre ambos textos:

"Yo no sé lo que vendrá,


tampoco soy adivino;
pero firme en mi camino
hasta el fin he de seguir:
todos tienen que cumplir
con la ley de su destino."

Borges recrea en "El fin" otro final posible para el personaje de Fierro,
distinto del definido por Hernández y por el dominio del principio de la
legalidad que instaura La Vuelta... En El fin los antagonistas se rigen por
un principio de justicia por mano propia, siguen su ley individual. En La
vuelta.. ese precepto ha sido desterrado, Fierro evita la pelea, los
presentes se interponen y triunfa la conciliación por sobre el ajuste de
cuentas.

3. Los personajes

El primer personaje que aparece en El fin es Recabarren, el dueño de la


pulpería, quien ha sufrido la parálisis de un lado de su cuerpo y ha perdido
el habla. Quisiera señalar el gesto menardiano de Borges al declarar (en el
comentario prologar citado al comienzo de este trabajo) que sólo el
personaje de Recabarren, a excepción del resto del cuento, es invención
suya. Aunque más no sea por un símil físico y gestual, hay un llamativo
parecido entre Vizcacha, el personaje de Hernández y Recabarren, el
patrón de la pulpería en El fin: ambos están postrados, asistidos por un
chico y utilizan un cencerro para llamar la atención.

Si bien en este texto hay un narrador en tercera persona, se observa una


alternancia entre dos puntos de vista predominantes. Si utilizamos un
lenguaje cinematográfico, podríamos decir que en algunos momentos hay
tomas subjetivas desde Recabarren. El narrador utiliza los ojos del pulpero
como una mediación para contar. En la primera oración del cuento nos
dice lo que el pulpero ve:
"Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de
junco."

Cuando el ángulo de esa visión se agota, se termina la mediación y


aparece la mirada del narrador:

"Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro,


(...). A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más..."

A partir de ese momento, la historia es narrada desde otro punto de vista,


hasta que la escena final es contada nuevamente según lo que ve el
pulpero.

Me parece necesario destacar la ubicación física de Recabarren. Desde su


catre, sus ojos dominan el ámbito de su "pieza" y lo que ocurre a través de
la ventana:

"Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la


tarde..."

Todo lo que pasa afuera el pulpero lo ve entre "barrotes" y recuadrado por


la ventana, como si fuera una pintura. Este recorte visual tiene
consecuencias en la narración, sobre las que volveré más adelante.

Sobre el cuerpo de Recabarren el texto nos dice que "se le había muerto
bruscamente el lado derecho y había perdido el habla" . Recabarren, que
no puede hablar, comparte esa cualidad de mudez e inefabilidad con el
paisaje:

"Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo
dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos
pero es intraducible como una música..." .

En esa llanura que tal vez dice infinitamente hay un rasgo del orden de
lo divino. La mitad de Recabarren que se con-funde con el paisaje
comparte esa infinitud; su otra mitad, está "muerta." Podríamos pensar
que Recabarren es una metáfora de lo finito y lo infinito que hay en el
hombre. Hay en El fin una idea de que los hombres mueren, pero no su
destino. Fierro muere pero el moreno se convierte en él, toma su destino
de perseguido. En esta perpetuación de un hombre en otros está la
inmortalidad.

El tema del destino aparece en el cuento signando la vida de los tres


personajes principales Recabarren acepta "las cosas cotidianas que ya no
cambiaría nunca por otras" , la parálisis, el rigor de América y la soledad.

La vida del moreno está marcada por el objetivo de la venganza; por ella
espera siete años, para dar por "cumplida su tarea de justiciero" . La
primera vez que se lo nombra en el texto es señalado como "el
ejecutor". El moreno es quien ejecuta la música, pero también será el
"ejecutor" de Fierro. Hay un esbozo inicial del negro que encubre su
violencia. En las primeras líneas se nos dice de él que es "inofensivo".
Incluso cuando reta a Fierro a pelear es absolutamente sutil:

"Con el otoño se van acortando los días" .

Por su parte, el personaje de Fierro, enuncia la aceptación de su destino:

"Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el


cuchillo en la mano."

En el combate, cuando los cuerpos se entrecruzan, el destino de Fierro


comienza a ser ya el del moreno.

"Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro" .

Cabe recordar que en la primera parte del poema de Hernández, antes de


matar al moreno, éste le marca la cara a Fierro (el ejecutor queda
marcado).

En las últimas líneas de El fin hay una correspondencia casi textual con los
siguientes versos de José Hernández:

Limpié el facón en los pastos


desaté mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el cañadón.

El cuento de Borges dice:

"Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con


lentitud, sin mirar para atrás."

Aquí se registra una doble repetición: el moreno de El fin repite los gestos
de Martín Fierro (que conocemos por otro libro) y de esta manera se
reafirma su destino de ser el otro; Borges, por su parte, rescribe las
mismas palabras que otro autor escribió.

4. Las imágenes

Leemos en El fin un permanente fondo musical que se extiende durante


todo el cuento. Después de abrir los ojos, lo segundo que percibe
Recabarren es el rasgueo de la guitarra "que se enredaba y desataba
infinitamente" El diálogo entre el moreno y Martín Fierro lleva el
acompañamiento de la guitarra del primero. Este sonido permanecerá
invariablemente como un fondo del relato, hasta que el moreno deja el
instrumento. En la pelea final, el narrador sugiere un sonido musical
proveniente de la llanura.

El autor utiliza diversos recursos visuales en función de la narración.


Recordemos la importancia de la mirada de Recabarren, privilegiada como
una posición desde la cual se cuentan los hechos. En el pulpero los ojos
cumplen no sólo la función visual, sino también la verbal ( "Recabarren le
preguntó con los ojos…").
Las referencias a la luz parecen estar en función de enfocar una escena
específica, y tal vez una de las más memorables del cuento: la pelea final.
La frase oblicua y breve del moreno, en donde expresa su reto ("con el
otoño se van acortando los días" ), expresa la urgencia por salir a pelear, y
genera la réplica inmediata de Fierro: "con la luz que queda me basta" .

En el momento del combate se nos informa que "la luna resplandecía".


Podemos, entonces, imaginar la escena que ve Recabarren desde su catre:
dos hombres trabados en lucha, encuadrados por la ventana de la pieza
del pulpero, detrás de los barrotes. Se diría que son dos prisioneros,
llevados a ese trance por un destino implacable. Me parece oportuno citar
unos versos de uno de los poemas magistrales de Borges donde reaparece
este tema, Ajedrez :

(…)
No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero


(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.
(…)

En La Vuelta, Hernández escribe un destino para Fierro donde este


consigue eludir la cárcel. El Martín Fierro de Borges puede escapar a la
cárcel de los hombres, pero no al rigor del destino.

Notas

1 Borges, Jorge Luis, en Artificios, (Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1993),


pág. 6.
2 Hernández, José, Martín Fierro (contiene "El gaucho Martín Fierro" y "La
vuelta de Martín Fierro"; Editorial Losada S.A., Buenos Aires, 2000).
3 Borges, Jorge Luis, en colaboración con Margarita Guerrero, en "El
Martin Fierro" (Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1999), pág. 86.
4 Pág. 81, "El Martín Fierro", edic. cit.
5 Borges, Jorge Luis, "El fin" en Artificios, (Alianza Editorial, S.A., Madrid,
1993), pág. 68.
6 Pág. 71, "El fin", edic. cit.
7 pág. 211, Martín Fierro, edic. cit.
8 pág. 68, "El fin", edic. cit.
9 pág. 69, "El fin", edic. cit.
10 pág. 68, "El fin", edic. cit.
11 pág. 69, "El fin", edic. cit.
12 pág. 72, "El fin", edic. cit.
13 pág. 68, "El fin", edic. cit.
14 pág. 72, "El fin", edic. cit.
15 pág. 71, "El fin", edic. cit.
16 pág. 71, "El fin", edic. cit.
17 pág. 71, "El fin", edic. cit.
18 pág. 58, Martín Fierro, edic. cit.
19 pág. 72, "El fin", edic. cit.
20 pág. 68, "El fin", edic. cit.
21 pág. 71, "El fin", edic. cit.
22 pág. 71, "El fin", edic. cit.
23 Borges, Jorge Luis, Ajedrez, en "El Hacedor" (Emecé Editores, S.A.,
Buenos Aires, 1986).

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