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Taller de texto: TP Principio constructivo

Nombre: Fernández Almeda Micaela


Curso: 1° año de Diseño gráfico, grupo A.

1. El principio constructivo del relato es la división del texto en dos partes símiles, separado por la
siguiente oración que funciona como eje central: “La única explicación que encontró fue la imagen
que pudo pensar: la cara de ella seria.” A partir de ese eje el texto presenta fragmentos similares,
narrativamente hablando, para poder representar los dos puntos de vista de los personajes y hacer
alusión de que enfrentaron la misma vivencia de lo ocurrido, en este caso el hecho de que los dos
terminan falleciendo por el choque del mismo auto.
Los ejemplos donde veo que se presenta la similitud los marque con el mismo color: (el eje central
esta marcado en color amarillo fluor)

Rigor Axial

No lo sorprendió tanto recibir aquella revelación como las circunstancias en que le fue dada un momento antes de
morir. Me disponía a afeitar cuando al fin lo pude entender. También me hizo pensar en mi propio permanente devenir
que algunos hombres, tal vez en un afán de ser breves llaman destino.

Parca y sobria había sido su voz por teléfono, por eso no guardó las monedas del vuelto por salir rápido.
Desesperadamente buscaba ser perdonado porque estaba enamorado. Cierto es que esa condición despierta en la gente
una particular ansiedad, un letargo del odio y confunde los sentidos; retrae a quien la padece a la edad de la inocencia.
Debía verla más cerca de lo que hubiera querido, para prolongar el placer del deseo y repasar su excusa. Al “no
tardes” no pudo seguirle más que una sola palabra, de otra manera se demoraría con frases más inútiles que
superficiales, pero menos que prudentes. El deseo nos empuja, nunca nos tironea. La plaza no estaba lejos, pero creyó
que una simulación de corrida en los últimos metros sería interpretado por ella como un gesto de ansiedad y tal vez de
responsabilidad. El niño que miraba a través de sus ojos se complacía en ver a un hombre en los reflejos de las
vidrieras frente a la plaza. Al pasar por una tienda pensó en lo ridículo que se vería llevando rosas. La demorada luz
verde le insinuaba un trote y supo que la suerte le aliviaba la vergüenza de agitarse públicamente en vano, como si
aquel gesto de ansiedad lo palmeara en la espalda. El gusto a metal que le dejaba la sangre y el rojo del asfalto le
recordó algo muy antiguo en su vida casi a la vez que el nuevo color del semáforo. Todos los golpes eran uno pero el
dolor se repartía en varios. La única explicación que encontró fue la imagen que pudo pensar: la cara de ella seria. De
cara al suelo, ella sólo pudo ver las ruedas del auto que la despojó de un zapato. O tal vez del pie, a juzgar por el dolor
y la hemorragia. Recordó muy fugazmente el temor que tenía de niña a tragar las pastillas enteras y la lámpara
amarilla que había comprado ayer. Alguien le tocaba la espalda y se creyó afortunada de poder sentir tibieza en alguna
parte pese a la vergüenza de que la desnuden en público. Supo que era un florista quien le hablaba por el olor a
jazmines y el ridículo delantal rosa que adivinaba en el reflejo del coche. Se reconoció inmadura por esa reflexión.
Quiso toser y no pudo, ante la gravedad del caso, desoyó irresponsablemente el consejo de evitarlo. La ansiedad por
comprobar el funcionamiento de los pulmones y la imposibilidad expectorante la hizo escupir, como maldiciendo a la
gente que se acercaba desde la plaza para tironear su brazo atrapado en la rueda o empujar el auto. Pensó en su
imprudencia al cruzar la calle, en la superficialidad morbosa de los inútiles curiosos que seguían llegando y se distrajo
pensando que tal vez él estaría por verla de un momento a otro. Quiso retener su voz en la memoria, dándole aliento,
pero sólo recordaba el reciente “no” telefónico. Deseó haber estado más lejos de su querido para que no la vea así. Lo
último que escuchó fue al taxista explicando su inocencia sin sentido o dando excusas a quien quiera escuchar y lo
odió. Esa tarde lo quería perdonar, pero murió sin darse cuenta, sobre unas monedas que le recordaron al Leteo y a
Caronte.

Ninguna norma indica respetar la diestra en los cruces peatonales.

Javier O. Peña y Lillo.

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