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LASTIMES
“17Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas,
como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto
no os es provechoso.” —Hebreos 13.17,
AMA A TU PASTOR
Conocemos el mandato. Ama a tu prójimo como a ti mismo (Mr. 12:31). Pero ¿con cuánta
frecuencia lo aplicamos a nuestros pastores?
Si somos honestos, a menudo podemos exigirles gracia, pero les ofrecemos poca. Teniendo acceso
regular a podcasts y las redes sociales. Es tentador comparar a nuestros pastores
desfavorablemente con aquellos a quienes admiramos desde lejos. Inconscientemente esperamos
que vayan más allá de las cualidades definidas en las Escrituras (1 Ti. 3:1-7, Ti. 1:5-9), y los
juzgamos cuando no lo hacen.
Asumiendo que nuestros pastores están bíblicamente calificados para su rol, es probable que la
mayoría de nosotros crezca en amor por ellos. Aquí hay cuatro pasajes en la Escritura sobre cómo
podríamos hacerlo:
Con amor debemos alentar a nuestros pastores a cuidar del rebaño. Ellos se preocupan por
matrimonios rotos, adolescentes rebeldes, santos que sufren, y mucho más. Sienten el peso de la
división entre la membresía, el aguijón de los chismes entre los disidentes, y la necesidad eterna
de los inconversos. Asesoran a aquellos que se encuentran en circunstancias abrumadoras:
personas esclavizadas por la adicción, traicionadas por la infidelidad, o curadas del abuso infantil.
Conociendo su carga, alienta a tus pastores, ayúdalos a correr hacia Cristo cuando están cargados,
para que puedan encontrar descanso para sus almas (Mt. 11:28-30).
A veces, estas debilidades deben abordarse con pasos proactivos para que el pastor crezca. Pero
incluso si el pastor olvidadizo pone recordatorios en su teléfono, sus deficiencias serán evidentes.
Incluso si el pastor demasiado analítico busca simplificar los procesos de toma de decisiones, sus
inclinaciones naturales estarán allí. Deberíamos soportar estas debilidades, así como queremos
que los demás soporten las nuestras, con la esperanza de que Dios las use. A medida que el hierro
se afila, los santos defectuosos se afilan unos a otros. Las debilidades de tu pastor que más te
provocan pueden ser las mismas herramientas que Dios está usando para tu santificación.
¿Quiénes somos para mantener un registro de los errores de nuestros pastores cuando Jesús ha
borrado el registro de nuestro pecado? ¿Quiénes somos para negarles el perdón cuando Jesús nos
ha perdonado abundantemente? ¿De quién nos retiraremos en amargura cuando nuestro Salvador
nos ha buscado con amor? Amar a nuestros pastores significa matar el resentimiento cuando
estamos tentados a alimentarlo, sabiendo que “El amor cubre una multitud de pecados” (1 Pe.
4:8). Significa buscarlos con firmeza cuando preferimos alejarnos de ellos con enojo, para hablarles
de su pecado con gracia, en lugar de reprenderlos con venganza.
El respeto no significa que consideremos a nuestros líderes infalibles (lo cual es idolatría), o que
nunca confrontamos su pecado (lo cual no es amoroso), o que no opinamos en la toma de
decisiones (que resigna nuestro rol de miembros). Los miembros de la iglesia pueden y deben dar
sus puntos de vista para el crecimiento de los pastores e iglesias. Pero estas opiniones deben
llevarse a las personas correctas (quejarse con otros sigue siendo chisme, incluso si estás “en lo
cierto”), y siempre con mansedumbre y amor. Deshonramos a nuestro SEÑOR cuando
demostramos un espíritu de discordia. El amor nos llama a mantener nuestras perspectivas con
humildad, sin insistir en nuestro propio camino (1 Co. 13:4-5).
Cuando nos comprometamos a amar bien a nuestros pastores, ellos serán fortalecidos, seremos
santificados y el testimonio de la iglesia se extenderá para la gloria de Cristo.