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La División de la iglesia

Las divisiones en las iglesias son un hecho triste y muy común en el cuerpo de Cristo. Los
efectos que produce una división en la iglesia, sin importar la causa, pueden ser devastadores.
Las divisiones en las iglesias causan tristeza y desaliento a los creyentes maduros, desilusionan
a los nuevos creyentes, causan estragos en las vidas de los pastores y sus familias, y
desacreditan el nombre de Cristo. Sin embargo, hay esperanza; las iglesias que se dividen
pueden experimentar sanidad y restauración.

Las iglesias son como los hospitales, llenas de heridos y enfermos, aunque en la iglesia la
enfermedad es el pecado y las heridas son las que nos causamos a nosotros mismos y a los
demás a causa del pecado. Un pecado que causa múltiples problemas es la falta de perdón.
Ningún cristiano es perfecto, y ningún pastor, anciano o diácono es perfecto. Cuando todas
estas personas imperfectas se juntan, son inevitables los desacuerdos, las heridas y los
malentendidos. Si las expectativas que tenemos de los demás son demasiado altas, es
inevitable la decepción y puede causar sentimientos más profundos de dolor y resentimiento.
Nuestra respuesta a los demás debe ser el perdonarnos unos a otros con bondad y compasión
(Efesios 4:32; Colosenses 3:13) y en el amor cristiano, que cubre una multitud de pecados,
acompañado de un mayor compromiso para servirnos mutuamente (1 Pedro 4:8-11). Una vez
que nos comprometemos a perdonarnos, amarnos y servirnos mutuamente, veremos las
diferencias de los demás desde una nueva perspectiva. Pero si reaccionamos a las diferencias
de opinión, en particular las relacionadas con temas poco importantes, tomando partido y
chismorreando, la brecha aumentará, se hará más daño a los integrantes de la iglesia y nuestro
mensaje al mundo estará aún más debilitado.

La división en una iglesia puede ocurrir cuando alguien busca manipular a las personas y/o
eventos para sus propios fines. Puede ser que haya orgullo en el cumplimiento de las reglas, y
aquellos que no las cumplen son maltratados. Puede ser que se haga énfasis en una
interpretación de una doctrina no esencial y poco clara y que se utilice como medida para saber
quién está incluido y quién está excluido. O puede ser que alguien quiera arrebatar el liderazgo
al pastor o a los ancianos y reúna a un grupo de personas para lograr ese fin. Lamentablemente,
la diferencia de opinión con respecto a la música y el estilo de adoración es también una causa
frecuente de división en la iglesia. Las excusas para el conflicto son muchas, pero todas se
derivan de la misma causa: el orgullo y el egoísmo. Santiago 4:1-3 dice, "¿De dónde vienen las
guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en
vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar;
combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque
pedís mal, para gastar en vuestros deleites".

También hay que tener en cuenta que no todos los que se sientan en la iglesia semana tras
semana son verdaderamente cristianos. No todos los que pronuncian el nombre de Cristo le
pertenecen, lo cual se aclara en Mateo 7:16-23. Podemos identificar tanto lo verdadero como
lo falso por los frutos que producen. Los verdaderos cristianos muestran el fruto del Espíritu
que mora en ellos (Gálatas 5:22-23), mientras que la cizaña entre el trigo siembra discordia y
disensión.

Debemos estar alerta con aquellos que el enemigo coloca en medio nuestro, ejercitando tanto
la sabiduría como el discernimiento, utilizando la disciplina de la iglesia cuando sea necesario
(Mateo 18:15-20) y hablando la verdad con amor en todas las cosas (Mateo 10:16; Efesios
4:15).
En última instancia, cada iglesia local está compuesta por individuos, y la forma en que ellos
viven afecta el funcionamiento de la iglesia. Pablo amonesta a la iglesia de Roma para que se
comporte decentemente, "no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en
contiendas y envidia" (Romanos 13:13). Los miembros de la iglesia están influenciados
diariamente por una cultura inmoral, y una hora a la semana en la iglesia resulta totalmente
insuficiente para contrarrestar la influencia de la cultura. La transformación del corazón se logra
por la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Corresponde a cada creyente seguir
diligentemente a Cristo y hacer la obra del crecimiento espiritual mediante la lectura y el
estudio regular de la Biblia, pasando tiempo con Dios en oración y en comunión con otros
creyentes más allá del simple hecho de sentarse juntos en un servicio de iglesia los domingos
por la mañana (Filipenses 2:12-13). Asistir a la iglesia es esencial, pero vivir la vida cristiana es
mucho más que simplemente ir a la iglesia cada semana. El estándar del mundo es el de la
autopromoción, la autoestima y la adoración a sí mismo, dando importancia a los demás sólo
en la medida en que estén dispuestos a idolatrarnos de la misma manera que nos idolatramos a
nosotros mismos. Esta actitud siempre lleva a la "disensión y los celos", los resultados naturales
de la adoración del dios de sí mismo. La cura se encuentra en Tito 2:11-13: "Porque la gracia de
Dios que trae la salvación ha aparecido a todos los hombres. Nos enseña a decir 'No' a la
impiedad y a las pasiones mundanas, y a vivir vidas autocontroladas, rectas y piadosas en esta
época, mientras esperamos la bendita esperanza: la gloriosa aparición de nuestro gran Dios y
Salvador, Jesucristo". La gracia de Dios, derramada sobre aquellos que le pertenecen por la fe
en Cristo, nos permite negar las pasiones del mundo, dejar de lado la inmoralidad y vivir en la
humildad piadosa hacia los demás: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con
humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo" (Filipenses 2:3).

Las divisiones de la iglesia se sanan a través del arrepentimiento y la humildad. Si hay un


desacuerdo, lo mejor sería que ambas partes se arrepintieran de todo lo que se haya dicho o
hecho sin amor durante el desacuerdo. El arrepentimiento incluye buscar el perdón por parte
de la parte ofendida debido al comportamiento de la otra persona. Con humildad, cada uno
debe aceptar la disculpa del otro, comprometiéndose a seguir adelante en los vínculos del amor
cristiano.

Hay un caso particular en el que sería apropiado dejar el grupo. Si el liderazgo de una iglesia
abandona las posturas bíblicas en temas clave como la deidad de Jesucristo, el nacimiento
virginal, Dios como Creador, la inspiración y la autoridad de las Escrituras, u otras doctrinas
fundamentales, entonces es apropiado (y quizás obligatorio) dejar ese grupo.

Hay muchas causas de división en la iglesia, pero en última instancia, la razón principal de la
división de la iglesia es que algunos han dejado de mirar a Jesucristo y han empezado a usar la
organización de la iglesia para sus propios fines. La iglesia debe ser más un organismo (vivo)
que una organización. El apóstol Pablo usa la analogía del cuerpo para describir la iglesia. En 1
Corintios 12 y Romanos 12, llama a la iglesia el cuerpo de Cristo. Debemos ser el cuerpo que
hace la voluntad de la cabeza, Jesucristo. Si todos los miembros del cuerpo se centran en hacer
la voluntad de Dios y en adorar a Jesucristo con amor y humildad, entonces puede haber
desacuerdo, pero el desacuerdo se resolverá de una manera amorosa y apropiada.

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