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La región de Medio Oriente ha sido testigo de conflictos y guerras durante décadas.

Uno de
los conflictos más largos y persistentes es el conflicto israelí-palestino. El conflicto se
remonta a más de un siglo, cuando judíos y árabes comenzaron a luchar por el control de la
tierra entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Desde que Israel se creó como Estado en
1948, ha infligido una serie de derrotas aplastantes a los palestinos, pero aún no se puede
declarar un vencedor. Mientras el conflicto continúe, ninguno de los lados puede estar
seguro¹.

La reciente ola de violencia en Jerusalén y Gaza ha sido un recordatorio de que los eventos
en Jerusalén y sus lugares sagrados tienen una capacidad incomparable para caldear los
ánimos. La santidad de la ciudad para cristianos, judíos y musulmanes no es solo una
cuestión religiosa. Los lugares sagrados judíos y musulmanes también son símbolos
nacionales. Geográficamente están, literalmente, uno al lado del otro¹.

El conflicto no resuelto entre judíos y árabes ha arruinado y acabado con vidas palestinas e
israelíes durante generaciones. Es una herida abierta en el corazón de Medio Oriente y el
hecho de que el conflicto haya desaparecido de los titulares internacionales en los últimos
años no significaba que hubiera terminado. Los problemas no cambian, ni tampoco el odio y
la amargura que se han engendrado durante generaciones¹.

Es importante recordar que la guerra nunca es la solución. La violencia solo engendra más
violencia, dolor y sufrimiento. En lugar de luchar entre sí, las naciones deberían trabajar
juntas para encontrar soluciones pacíficas a sus diferencias. Solo entonces podremos
esperar un futuro mejor para todos

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