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EROLE
El Mundo
y
La Libertad
El Mundo y la Libertad
Formato audiovisual:
https://www.youtube.com/watch?v=yVUfWqnhMag&t=14s
https://www.youtube.com/watch?v=_fLeehRgRKM
https://www.youtube.com/watch?v=EAMhYubg4Gg
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PRESENTACIÓN: abstract
Patrimonio Común.
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ÍNDICE
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PARTE I. UNA VISIÓN DEL MUNDO
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plantas), y lo que denominamos Litosfera, Atmosfera e Hidrosfera. Es
importante señalar que la propia definición se refiere a “conjunto” y no
“comunidad”, por lo que da a entender que en el Mundo no hay una
organización global, sino que más bien es un montón de cosas que lo
único que tienen en común es compartir el hábitat planetario.
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pastos). Todo cultivo y pasto lo es para proporcionar alimentación,
directa o indirectamente (ganado), a nuestra especie. Según la base de
datos de la FAO (“Global Land Cover SHARE”) del 2014, las tierras de
cultivo y los pastizales ocupan el 25% de la cubierta terrestre mundial
(12,6% cultivos y 13,0 pastizales), con la previsión de que la producción
de alimentos tendrá que aumentar el 60% para 2050. Es una superficie
considerable. La cobertura forestal representa un 29,4 % del total (a la
que se añaden superficies arbustivas y herbáceas), desiertos y hielo
(23%)… En la ocupación del planeta, los humanos nos llevamos más del
25% de la mejor superficie. No pretendo ahora reivindicar un reparto
igualitario entre especies. Mi propósito no es el de reducir el número de
cultivos y de pastos. Es mucho más modesto: comprender que la Tierra
no es un recurso ilimitado y que no está hecha sólo para nuestro disfrute.
Aceptando esto, no podemos multiplicarnos ilimitadamente por el
planeta: necesaria es ya una decisión que implique un control
demográfico (hasta que no hayamos conquistado otros planetas) y
hacerlo lo más pronto posible, de forma racional y equitativa, antes de
optar por otra de abrupta y violenta, debida a nuestra falta de previsión,
que es lo que me temo que va a suceder. La ONU estima que los más de
siete mil setecientos millones de seres humanos alcanzados en 2019
pasarán a ser nueve mil millones en 2050 y once mil millones en 2100.
Otras estimaciones son aún más pesimistas. Pero sólo son estimaciones.
Lo que es obvio es que nuestra expansión se ralentiza, pero sigue. Lo que
no puede crecer es el planeta.
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Según el dossier Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (2005)
elaborado a petición del Secretario General de la ONU, el impacto de la
actividad humana sobre los ecosistemas es significativo y creciente. El
nuevo informe del IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre la
Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos) del 2019, también
auspiciado por la ONU, admite que se ha acelerado en mil el ritmo de
extinción de seres vivos y habla de un “declive sin precedentes”. Un millón
de los ocho millones actuales está en peligro de desaparición. Desde el
siglo XVI, se contabiliza el fin de 690 especies vertebradas. Pero ¿a qué
cuento viene esto de la biodiversidad?, ¿sirve de algo que haya tantos
seres vivos distintos en el mundo? La segunda es una pregunta
mezquina, instrumentalista, antropocéntrica, pero sobre todo indigna.
Cada tipo de ser vivo que habita este planeta (desde la mosca del agua al
oso polar, pasando por la mariposa moteada o la serpiente cornuda) es
único en el planeta y es el resultado de un formidable esfuerzo biológico
de millones de años para adquirir su configuración actual. Cada
espécimen es distinto, peculiar, y su pérdida es un daño irreparable del
patrimonio universal. Una gran muestra de nuestra mentalidad
homocéntrica (y a la vez una escalofriante percepción) es nuestra total
indiferencia hacia este fenómeno: la extinción de una o varias especies es
un asunto que no es nuestra incumbencia.
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guerra es para los ciudadanos de este siglo un acontecimiento inevitable,
ínclito en nuestra naturaleza, un mal endémico dirigido por una alianza
entre los beneficios de la industria de armamento y los políticos sin
escrúpulos. Ya nadie sale a la calle a exigir paz. Pero no es el único mal
aparentemente endémico. La contaminación también lo es, así lo indican
los fracasados intentos de los Estados en llegar a un acuerdo por la
reducción de los gases de efecto invernadero (al que añadiría la fragilidad
de la aplicación del acuerdo en caso de ratificarse). Cada tentativa en
resolver el problema es como el insistente y mezquino propósito de
romper la pared dando golpes con la cabeza. La explotación sostenible de
los recursos naturales o el control demográfico son asuntos que ya ni tan
siquiera se plantean en los foros internacionales. Cuando nuestros nietos
nos increpen por la fundición de los glaciares, por la extinción del oso
polar, por el agotamiento del petróleo, ¿qué les diremos? ¿qué nuestra
generación lo merecía más que la suya? O simplemente que la vida es
así, ¡qué le vamos a hacer, demasiados problemas teníamos para pensar
en vosotros! ¿Es este el hombre al que Kant denominaba “digno” o más
bien un villano egoísta que no merece un lugar en el universo?
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El ser humano no cree en él mismo. Pero en su infinito egoísmo, ni tan
siquiera intenta evitar el daño que hace a todo lo demás. Además de
dejarnos engullir por nuestro precipicio, atraparemos al resto de mundo
para que caiga con nosotros. Actuamos como una especie indigna, un ser
racional que merece la repulsión de nuestros semejantes (si los hay en
otros rincones del universo), que no tiene ningún aprecio más que a ella
misma: qué digna hubiese sido la solución de arruinarnos solos y dejar
al mundo libre y en paz; es aquí cuando me viene a la memoria el
sacrificio que hace el protagonista, interpretado por Bruce Dern, en el
filme “Naves silenciosas” (Silent Running, Douglas Trumbull, 1972):
sacrifica toda la tripulación para proteger la cápsulas en las que se
encierran los últimos ecosistemas de la Tierra.
Hay tres temas que en algunos momentos de nuestra historia han sido
decisivos pero que, en la imprudente convicción de su obsolescencia, les
hemos dado la espalda hasta relegarlos al olvido. Estos tres asuntos, de
tamaños distintos, comparten un espacio común y pueden encajarse
entre ellos como las muñecas matrioska: el de alcance más pequeño
puede encajarse en el segundo y éste, en el tercero, que es el más grande.
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embargo, el propósito de todas ellas es acceder al sacrosanto trono de la
Verdad, convertir su saber en científico, que no es nada más que explicar
el funcionamiento del mundo de acuerdo con unas leyes independientes
a nuestra libertad, que nos parecen seguras: siguiendo a Kant las
denomino leyes de la necesidad. Así, me caigo a un precipicio por la ley
de la gravedad, tengo sueños en los que codifico mis represiones, compro
por motivaciones irracionales, el precio de un producto lo determinan la
oferta y la demanda, un criminal lo es porque de pequeño un padre
alcohólico le pegaba, las enfermedades infecciosas tienen un coeficiente
de letalidad… Esta tendencia a encerrar todo nuestro conocimiento desde
la perspectiva científica de unas leyes, las de la necesidad, tiene una larga
trayectoria: sufrió un empujoncito en la Baja Edad Media, se alzó con
fuerza en el XVII y adquirió vigor definitivo con la Ilustración.
Actualmente, el saber recopilado y dividido en parcelas se expone en base
a dichas leyes. Con ello hemos apartado otro tipo de saber (en el sentido
de conocimiento acumulado y forma de entender el mundo) basado en
nuestra libertad por configurarlo, el que depende y es creado por nosotros
mismos. A este saber, olvidado, lo incluyo dentro de las Ciencias de la
Libertad (que no coinciden con las Ciencias Humanas o con las que
Dilthey denominó Ciencias del Espíritu), en contraposición a las Ciencias
de la Necesidad.
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Y es al aceptar el curso implacable de las leyes de la necesidad,
resignándonos a ellas, cuando hacemos uso de nuestra libertad,
negándola.
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descubrimientos tecnológicos. Los avances de la Medicina, de la Química,
la Física… nos han ayudado a mejorar nuestra calidad de vida y a
prolongarla en el tiempo. Pero no podemos dar la espalda al otro
conocimiento, creado por nosotros mismos, que es aquella parte del
mundo que se gobierna por las leyes que nosotros le damos. Los avances
tecnológicos parecen reducir las limitaciones que impone el mundo de la
necesidad (alimentación, volar, comunicarse…), lo que debería suponer
un aumento de nuestra libertad para configurar nuestras existencias. Así
el progreso humano nos va liberando del imperio de la necesidad para
acercarnos a la libertad en la que nada nos limita: vivir el tiempo que uno
considere, no sufrir enfermedades ni dolor … Sin embargo, nos resistimos
a creer en la libertad.
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nuestra libertad, es ahora tratado como un simple e insignificante harapo
del conocimiento humano.
I.4. El individualismo.
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desde la Ética). Dichos intereses son tanto materiales (vivienda,
alimentación…) como intangibles (proyectos de vida, felicidad,
experiencias placenteras…). El individualismo atomiza el mundo y la
sociedad, considerando que la base de la misma son los intereses de cada
uno de los miembros que la componen. Para que el individualismo tenga
sentido debe sustentarse en dos premisas: la autonomía de la voluntad
del individuo (el hecho de que pueda decidir de acuerdo con su interés) y
concebir al hombre como un fin y no como un instrumento.
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Estados dejaron de ser reinos y pasaron a ser naciones y se configuró la
propiedad privada como la ley humana que articulaba la economía.
¿Cuáles son las virtudes del individualismo para que haya tenido tan
sonoro éxito durante tan largo período de tiempo? Ahora sólo me referiré
a una: la medida del interés. En la sociedad convergen múltiples
21
proyectos: privados, empresariales, aficiones, sociales… y difícil es
articularlos de forma justa y efectiva. Es una inmensa relajación para el
poder político que cada ciudadano gestione su existencia de la forma que
considere más conveniente, siguiendo criterios individuales. Lo contrario
implicaría, intromisiones que conducirían a graves injusticias. Cada vez
que los poderes políticos han decidido agrupar los intereses individuales
en conglomerados abstractos llamados bienes colectivos (sanidad
pública, seguridad colectiva), la tentación totalitaria ha surgido cuál seta
en otoño. Los bienes colectivos son prácticamente inconmensurables y
los políticos se otorgan el poder de gestionarlos, pese a que son individuos
como nosotros. El error de cálculo se hace inevitable. Conferir a la salud
y a la seguridad pública un valor añadido al de los individuos afectados,
implica aceptar el riesgo totalitarista de un poder que gestione un valor
abstracto. El atomismo individualista es útil en cuanto hace que cada
uno gestione su propio interés, pues cada uno es el que está en la
posición adecuada para actuar en su ámbito, e implica considerar lo
colectivo como una suma, sin más, de los intereses individuales
implicados. Cierto es que el interés de cada uno es distinto: a veces muy
intenso, otras escaso; y es aquí donde intervienen los políticos, valorando
el alcance de cada uno. Lo mismo puede hacerse extensible a la voluntad:
no hay una voluntad general más allá que la de los individuos implicados
en su formación. Desde nuestra posición podemos valorar los intereses
de otro u otros, ayudarlos o guiarlos, pero no hay barra de medir para los
llamados intereses generales o colectivos. La crisis epidémica del
Coronavirus ha puesto esta cuestión en el tapete, entre otras más, como
la necesidad de una coordinación mundial frente a la pandemia.
Regresaré más tarde a ambas ideas, pues son las claves sobre las que
quiero sostener la articulación de un sistema político nuevo.
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Sin embargo, que nadie se lleve a equívocos: el individuo es el sujeto
ético por excelencia. No hay ser en nuestro planeta dotado de conciencia,
racionalidad, voluntad y ansia de vivir como el individuo. En estos hechos
radica el valor de nuestra dignidad. Agrupados en la humanidad, los
individuos hemos elaborado, al margen del patrimonio natural, uno de
propio, el artístico, cultural y tecnológico, que es otro inmenso legado
para nuestro universo.
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entre ellos y con los poderes públicos, además de representar un ideal de
justicia laico y común a todos. Evidentemente son ideas, leyes, principios
elaborados por los humanos para los humanos, por lo tanto forman parte
del acervo de nuestra Libertad. Y sin olvidar que lo que les da valor como
tales es su ejercicio a través de la autonomía de la voluntad.
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concienzuda, metódica, universal, (quizás siguiendo los célebres dictados
de la Ética Discursiva de Apel y Habermas), en períodos de tiempo más o
menos dilatados.
Empezando por los derechos sociales, los que implican una gestión
activa de los poderes públicos y han supuesto la actual configuración del
Estado del Bienestar (derecho a la vivienda digna, a la educación, a la
sanidad, a la justicia gratuita…), otro logro de la humanidad que permite
a los ciudadanos tener cubiertas la mayoría de las necesidades básicas y
recibir las oportunidades adecuadas para su desarrollo. Sin embargo,
hay una percepción mezquina de una gratuidad implícita en dichos
derechos; algunos ciudadanos están convencidos de que su obtención es
legítima independientemente de cualquier compromiso: el simple hecho
de ser humano les da acceso a ellos; como si la gratuidad fuese una lógica
en el mundo económico. Las leyes de la necesidad exigen un intercambio
(de energías, de prestaciones, de productos por dinero) para el
funcionamiento de la economía: si damos a nuestros hijos una educación
gratuita, si pretendemos que el bolsillo de los litigantes no influya en los
procesos judiciales, u ofrecer una sanidad universal con garantías, es
porque todos, en la medida que nos sea posible, debemos contribuir a
ello. Así defiendo la “posición del correlato”, que no es más que añadir la
mención de nuestros deberes económicos con el Estado en el mismo
párrafo y en relación de igualdad en la que colocamos los derechos
sociales. Añado otra pretensión mucho más ambiciosa (y a la que me
referiré más tarde) que es la de establecer una contabilidad de
prestaciones individuo/Estado (todo lo recibido gratuitamente, todo lo
aportado), sin más propósito de hacernos conscientes, a cada uno de los
ciudadanos, de cuánto damos y de cuánto recibimos.
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Resulta paradójico asociar la expresión derecho (subjetivo) con muerte, o
derecho a una muerte digna, porque ambos términos, derecho (subjetivo)
y muerte, son incompatibles como lo serían el ser y el no ser para
Parménides. Esto no es óbice para tener en consideración la petición de
alguien que desee terminar su vida cuando lo considere oportuno, de una
forma digna e indolora. Morir, según se entienda, puede ser más un alivio
tanto para quien posee la vida a la que quiere poner término, como para
quienes le acompañan, como para la sociedad, como para el mismo
planeta. Que esta afirmación pueda enfurecer o escandalizar a muchos
(y deberán preguntarse por qué) no le quita certeza alguna.
Evidentemente no hay decisión más individual que ésta, la de seguir vivo
o no: permitir que la tome otro sería acabar con la base más elemental
de nuestros derechos y libertades. Dado que derecho a morir no parece
una expresión afortunada, el camino más acertado parece el del derecho
a una vida digna. Y tal derecho implique, a su vez, la decisión del adulto
que decida terminar con su vida para evitar que ésta se vuelva indigna,
en la medida que él mismo tiene de lo que es dignidad. Claro que dicha
“medida de lo digno” necesitará de la concurrencia de la autorización de
personal especializado.
I.6. La Democracia.
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Tantos son los triunfos, que se ha ganado el aura de invencibles. Pero no
lo son, al menos para los que creemos que el futuro depende de nosotros.
Cuando abro la veda a las críticas contra los males del sistema, caen
como en un contumaz bombardeo los argumentos como proyectiles. ¿Por
dónde empezar? La diana más apetecible lo son, por supuesto, los
políticos: los autodenominados legítimos representantes no actúan como
tales, ni como hombres de Estado. Seleccionados por procedimientos
oscuros, a través de la ingeniería opaca de los partidos políticos, nuestros
dirigentes acceden al poder sin hacer valer ninguna garantía ética.
Tampoco importan los méritos adquiridos. Son puestos al mando del
timón después de recibir el refrendo de miles de equis en una papeleta.
Nuestros medios de comunicación nos presentan como decisivos en ellos
aspectos superficiales como la imagen y la capacidad de persuasión. En
segundo plano la oratoria. Actúan básicamente ofreciendo políticas a
corto plazo, pues su mandato dura cuatro años, haciendo grave dejación
de asuntos que exigen resultados a largo plazo. En el fondo su capacidad
de maniobra es escasa, pues son piezas movidas por los partidos
políticos. Los políticos apenas actúan como servidores de los ciudadanos,
sino del partido político o de los lobbies circundantes. Los verdaderos
agentes de nuestra política son los partidos políticos. Ya no son
organizaciones temporales ni estratégicas, sino entidades soberanas con
pretensiones de perpetuidad, con unos intereses propios de
supervivencia que no son los de los ciudadanos o los de los Estados. A
esto llamaré más tarde intereses espurios: distorsionan el flujo de
intereses de los ciudadanos y de las leyes. Su naturaleza mixta les
permite cambiar el color de piel como un camaleón según su
conveniencia: son públicos para recibir fondos económicos, pero privados
para mantener en secreto su funcionamiento y organización, incluyendo
la gestión interna y el proceso que permite a los candidatos ascender
peldaños. Si uno de sus miembros hace un estropicio (llámenlo escándalo
de corrupción), lo sustituyen por otro sin necesidad de rendir cuentas
ante nadie, aunque haya sido su organización la que lo haya
seleccionado. Los intereses de los partidos están detrás de las políticas y
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los presupuestos de muchas acciones que llevan a cabo los poderes
ejecutivo y judicial. Pero no son los políticos, ni los partidos los que
merecen ser el blanco de toda la crítica. Las campañas electorales están
a la altura de las acciones de un vendedor ambulante de crecepelo. Y en
el ojo del huracán, el derecho a voto, la más lamentable de todas las
derivas: la aspiración ética que ha implicado grandes sacrificios a la
Humanidad, transformada en equis en una papeleta. Siendo así, es lógico
que el voto no sea más que una acción irracional, manipulable, pero
también un imprevisible Frankenstein que se ha vuelto contra sus
propios creadores.
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Individualismo no es tan clara como sucede con los otros. Gran Bretaña,
por ejemplo, carece de Constitución escrita. Sin embargo, los dos tienen
la potencia de invisibilidad con la que los inviste todo paradigma: ni tan
siquiera se cuestiona su existencia.
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poder, lo que es el Estado desde una perspectiva “ad intra” y la división
entre las sociedades política y civil. La solución puede estar en redefinir
la noción de poder político (dentro del ámbito de nuestra libertad), o en
romper con la estricta barrera que separa la sociedad del mundo político,
“sociocivilizar el Estado” como propuso Javier Muguerza, aunque este
último mantenga su impronta pública. Tal propósito no lo abordaré en la
presente obra.
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idéntica proporción atentos cuidados a sus vástagos (ad intra), como fiera
enemistad a los que son ajenos a la familia (ad extra).
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La falta de acuerdo internacional en problemas de alcance mundial
(cambio climático, control explotación bienes naturaleza, coordinación
frente a pandemias, sofocar guerras…), es el más grave y urgente de los
problemas que debemos afrontar. No tan sólo por la índole de los retos,
sino también porque en el vórtice de nuestra organización libre se
encuentra la soberanía que detentan los Estados. Pero resolver los
problemas internacionales no es un asunto nuevo, sino tan viejo como el
de las guerras, enquistado en el transcurso de nuestra Modernidad,
sumergido en el lodazal de sucesivos fracasos. Ya en el siglo XVI aparecen
las primeras formulaciones por organizar o regular políticamente el
mundo. Kant se refirió a una Sociedad de Naciones, que finalmente fue
creada hace un siglo, que representa el primer gran tropezón. La ONU es
un proyecto que se ha consolidado como foro de discusión y
conglomerado de órganos especializados y consultivos, fuente de
información objetiva y de proyectos encomiables, pero sin pizca de
soberanía; tan incapaz es de articular sus decisiones que más parece un
barquito de papel que se mueve por el voluble soplo de sus Estados
miembros. Clamoroso agravio para la Humanidad es el del veto de los
cinco países en el Consejo de Seguridad. A base de continuos
desfallecimientos plasmados en reuniones sin acuerdo, en acuerdos
parciales, o en acuerdos ratificados pero luego frágiles ante el caprichoso
incumplimiento de uno de sus miembros, se ha conseguido sepultar la
esperanza de resolver los problemas comunes a la Humanidad y al
Mundo, a veces amparados en la amenaza de engendrar un “Estado-
mundo” totalitario. Encontrar un acuerdo basado en la unanimidad de
los Estados es tan baladí como hallar una aguja en un pajar. Los conatos
de la comunidad internacional por alcanzar acuerdos en asuntos claves,
repetidos secularmente y culminados en rotundos fracasos, son una
pesadilla que se repite crónicamente como el aciago personaje que
despierta cada vez en el día de la marmota; y sin embargo tal parodia
sigue alimentando a los medios de comunicación, a los gobiernos, a los
pseudointelectuales y sus patéticos mensajes de “comunión mundial”
que tienen su alojo en documentales y piezas de mal gusto presentadas
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por youtubers, cegados por creer en llegar a la solución sin traspasar los
muros de sus propios Estados.
Toda solución pasa por que los Estados cedan una parte de su
soberanía a un estatuto constitucional mundial y se acate la coordinación
internacional en algunos asuntos como los relacionados con el Planeta y
su biodiversidad, las pandemias, los derechos humanos, el control
demográfico y las guerras. Esto no afecta a las demás competencias (la
mayoría), que seguirían en manos de los Estados. A ello me referiré en
apartados posteriores.
I.9. El Capitalismo.
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naturaleza, como la biológica, que parece indudable: la razón de los
sistemas de obtención de materias primas, su transformación y
distribución, amén de los servicios y los capitales tienen una conexión
paralela con nuestra lógica de la supervivencia, la prolongación de
nuestras vidas.
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económico, basada en la propiedad privada y en el mercado como centro
de asignación de recursos. Habría así que deducir que el Capitalismo lo
hemos establecido nosotros, en aras a nuestra libertad, y esto significaría
reconocer la propiedad privada y el mercado como mecanismos de
funcionamiento económico creados por la Humanidad en base a la
libertad que tiene para dictar sus propias leyes. Y este silogismo no es
válido, y no lo es porque falla la segunda premisa. La propiedad privada
y la asignación de recursos en el mercado son mecanismos tan o más
antiguos que las propias ideologías. Aparecen, en el más tardío de los
pronósticos, durante el Neolítico. No son ideados en el ámbito de nuestra
libertad, sino de la necesidad. No existe la propiedad privada porque
alguien pensara que fuese la mejor forma de articular lo económico. ¿Es,
entonces, el Capitalismo un sistema económico como lo fueron el
Feudalismo y el Esclavismo? Tampoco. Es el sistema económico: siempre
ha estado entre nosotros, desde que la primera forma de vida de nuestro
planeta se apropió de oxígeno para nutrirse. Y entonces, ¿por qué se nos
presenta como ideología o como un sistema económico posible? Porque
filósofos de la talla de Adam Smith trataron de defender sus bondades y
porque otros como Marx consideraron y promovieron otros sistemas
económicos alternativos. Pero lo que en realidad pretendió Marx (¡que
ruin ambición intelectual la del que pretende socavar las bases del
materialismo histórico!) fue situar lo económico en la esfera de nuestro
mundo de la Libertad. Labor encomiable y digna. Para hacerlo, tenía que
considerar que los sistemas económicos eran creaciones humanas libres.
El Capitalismo aparece como concepto, como sistema, como ideología
cuando se siembran críticas y alternativas (Socialismo), cuando la
Economía pasa a ser ciencia. Pero en este mundo global el mercado y la
propiedad privada son tan omnipresentes que la caracterización de
capitalista es tan evidente como la necesidad de oxígeno para respirar.
I.10. ¿Y la sociedad?
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Con el paso del modelo “socionista” al individualista, la otrora
integración comunitaria que condicionaba y dirigía a sus miembros, se
convierte en Sociedad Civil, un espacio común de interrelación de los
individuos en el que proyectan sus propósitos y acciones; a la vez lugar
de encuentro e intercambio denominado mercado y un escenario público
para exhibiciones narcisistas (éxito, méritos y poder), pero también para
dirimir conflictos; pocos son valores de índole ética que tienen cabida en
ella y cuando son invocados, desfilan ante sus espectadores cuál títeres
infatuados de vanidad. El Individualismo desprovisto de ética concibe la
sociedad como un espacio de rapacidad y depredación (obtener beneficios
de ella en forma de bienes, rentas, placeres, experiencias ofreciendo a
cambio nada o lo mínimo posible) o como un basurero en el que arrojar
lo indeseable.
Así como hemos distinguido entre mundo necesario y mundo libre, leyes
necesarias y leyes libres (distinción más válida como perspectiva posible
y/o útil que como verdad incuestionable), también lo hacemos entre
Sociedad Civil y Sociedad Política: siendo la primera guiada por leyes de
necesidad, mientras que la segunda estaría articulada por leyes libres.
42
reproducción: regresión al mundo de la necesidad, fiel reflejo de nuestra
renuncia a la libertad como forjadora de proyectos. En las empresas,
como en las asociaciones de aficionados, los individuos comparten un
espacio común que tiene un interés propio, pero mantienen separados
sus intereses particulares. Como ya mencionamos, los modelos de
agrupación en las sociedades civiles responden a leyes del mundo de la
necesidad (familia, empresas, clubes…); mientras que los órganos de la
Sociedad Política (Consejo de Ministros, Parlamento…) son creados en
base a leyes que libremente se da el hombre. Sin embargo, modelos como
la familia o las empresas han sido tratados ideológicamente,
generalmente desde intereses conservadores (sirvan de ejemplo los
modelos familiares propuestos desde el Cristianismo, Fascismo y el
Neoliberalismo actual diseñado en los ochenta por las reuniones Reegan-
Thacher y Reegan-Juan Pablo II), lo cual viene a indicarnos que una parte
de la Sociedad Civil puede ser influida por la Ética y, por lo tanto,
modelada por leyes libres. Que el modelo familiar sea el único que
garantiza una comunión de intereses deja algunas incógnitas en el aire a
falta de otras experiencias, ¿es único e insustituible para cumplir tal
labor o existen otros distintos?, y si existen otros, ¿no será el formidable
despliegue de las fuerzas políticas conservadoras y de los medios de
comunicación (publicidad, películas) alentando el clásico modelo
familiar, una forma de evitar la aparición de modelos de comunión de
intereses alternativos que puedan trastocar los esquemas conservadores
centrados en el núcleo familiar?
44
PARTE II. UNA VISIÓN ALTERNATIVA DEL MUNDO
46
individuo, tiene su extensión en la Política con el ciudadano y en el
Derecho con la persona.
Una vez alumbrados los nuevos sujetos éticos, definidos por ser
titulares de un interés digno, vendría el cometido de trasladar su
identidad a los planos político y jurídico.
47
e implicaría la aparición de nuevos actores en juego. Así la Sociedad
Política estaría formada por todo el Mundo. Los nuevos sujetos políticos
participarían de la soberanía del Mundo con identidad propia, dotados
de una investidura especial y unos intereses dignos establecidos en
Declaraciones, Planes y Proyectos. ¿Cómo designar a estos nuevos
sujetos políticos?, ¿Entidades? No. Sencillamente por su nombre.
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Como ya referí en el apartado de los paradigmas, la gran ventaja del
Individualismo es que permite una clara delimitación de los intereses.
Así, bienes como la seguridad o salud colectiva o pública son indefinidos
y no permiten a su gestor (que es un individuo o un grupo de ellos)
comprender su verdadera magnitud, lo que implica que las decisiones
políticas sean discrecionales. Por este motivo se actúa con mayor
precisión en la evaluación de los intereses en juego cuando se atiende a
los individuos afectados, aunque a veces éstos sean un número elevado
y sus intereses tengan distinta intensidad (ejemplo: la diferencia del
interés entre los vecinos para poner un ascensor en un edificio de cinco
pisos, o la de construir una plaza pública en un municipio…). En este
sentido, las agrupaciones de individuos de la Sociedad Civil pueden
ayudar a los políticos a sopesar los intereses en juego.
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vecindarios o barrios, distritos, municipios, comarcas u otras
agrupaciones, Estados y organismos supranacionales, hasta un órgano
común mundial.
50
conociesen bien la Sociedad Política y fuesen reconocidos por su
prudencia y sabiduría. Lo que legitima a un sistema político no es la
mayoría, sino la adecuada gestión de los intereses implicados; pero
aquélla es imprescindible para dar curso a las decisiones, pues en ella
reside la fuerza para llevarlas a cabo. Por esto el refrendo de la mayoría
es el instrumento más adecuado para reforzar las propuestas políticas
más trascendentes.
II.3. La Humanidad.
Además del individuo y del Planeta, cabría un tercer sujeto para esta
nueva Ética transindividual: la Humanidad. No es mi propósito
concebirla como la suma de todos los individuos (y sus intereses) que hoy
en día viven en el Mundo. La Humanidad a la que yo me refiero va más
52
allá del presente, tiene un horizonte más amplio y ambicioso, no está
constreñida por el tiempo, en ella cabemos todos. Y todos lo somos tanto
los Presentes, individuos vivos (existentes y vivos), como los Ausentes,
que son los fallecidos (existentes y no vivos) y los que aún están por venir
(no existentes y no vivos). El horizonte y los límites de la individualidad
son más anchos que la vida misma. Existir no implica vivir, pues la
existencia es “estar” en este mundo, materializado como persona o en
una obra legada, en la cita de algún libro o en el recuerdo de los vivos.
Existentes lo son tanto los individuos que ya han completado todo el
proceso de vida (Cervantes, Cleopatra, Mozart, Churchill…) como los que
aún la estamos recorriendo (Obama, Merkel, Nadal, Macron…).
53
con los que pretende beneficiarnos a todos: reconocer dichos intereses es
un asunto capital para reflotar una Ética transindividual. Entre éstos los
más importantes serían ampliar el Patrimonio común, mejorar la calidad
de vida de los individuos que moran en el Mundo, garantizar sus derechos
y libertades y, especialmente, hacer que los individuos gocemos de una
existencia plena y seamos más libres, lo cual se conseguirá, en parte,
superando las limitaciones que impone el mundo de la necesidad
(mejorando nuestra salud, prolongando nuestras vidas hasta lo deseable,
ampliando el conocimiento del mundo de lo necesario y del mundo libre,
explorando y llevando la vida a otros astros…), pero también,
completando y mejorando nuestro conocimiento del mundo de la libertad.
54
II.4. Nueva articulación política: la Constitución libre del
Mundo.
55
argumentos para a través de ellos descubrir al sabio? Sólo se me ocurre
una respuesta: los sabios se reconocen entre ellos.
Sin embargo, internet ofrece mejores recursos que los que tuvieron
nuestros “padres constitucionalistas”: los proyectos de la nueva
Constitución podrían ser formulados a título individual o desde
agrupaciones específicas para ello, sin necesidad de constituir órganos
previos. En este sentido, el trabajo de la comisión de expertos sería el de
seleccionar y/o mejorar las propuestas recibidas. Lo que no parece
adecuado sería dar cabida en el proceso constituyente a los intereses
espurios de los partidos políticos y de los Estados en su vertiente ad
extra, pues de buen seguro que desvirtuarían el propósito subyacente,
que es el de dar dignidad y carta de validez a los intereses éticos de los
individuos, el Planeta y la Humanidad.
56
sus procedimientos de refrendación y/o revisión: ordinario (generacional)
y extraordinario.
¿Y qué Entidad serviría para coordinar a los tres sujetos éticos, además
como última instancia de soberanía, y representación de nuestro Mundo?
Podríamos llamarla Foro Mundo, e incluir en ella un Parlamento Mundial
para el desarrollo legislativo y un Tribunal que velase por la misma
Constitución y las leyes emanadas del Foro Mundo. La misma
Constitución determinaría su acceso, composición y funcionamiento.
II.4.1. El Planeta.
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II.4.2.- Individuos y Humanidad.
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están por venir (Gestión Fiduciaria o Fideicomisaria). Dicha Comisión se
encargaría de participar en la delimitación del Patrimonio Común y de
llevar a cabo las gestiones encaminadas hacia el horizonte del Proyecto.
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La idea básica de la nueva democracia propuesta en esta obra es la de
concebir el sistema político con soberanías compartidas, cuyos procesos
se desarrollarían como flujos dobles de intereses: uno que partiría de las
Constituciones y leyes (flujo de arriba abajo, o flujo de los mandatos o
imperativos) y otro de los ciudadanos y la sociedad civil (flujo de abajo a
arriba, o flujo de los agentes sociales), siendo los centros políticos,
establecidos en distintos niveles territoriales (municipal, regional,
estatal…), los encargados de valorar los intereses en juego y tomar las
decisiones correspondientes. Los centros de decisión política (órganos
según la nomenclatura tradicional) no tendrían una composición fija,
sino flexible según el tipo de asunto. Los organigramas políticos no serían
rígidos, sino adaptables a las necesidades y su composición dependería
de la índole del asunto: en ellos participarían cargos políticos
especializados para el ámbito, que serían los encargados de valorar los
intereses y tomar la decisión, pero también tendrían voz (¿y voto?) los
representantes de los agentes de la sociedad civil afectados (empresas,
sociedades civiles, grupos religiosos…) y de los dos otros sujetos éticos si
fuese necesario (Comisión Planeta o Comisión Humanidad). Habría
centros de decisión política capaces de tomar decisiones ejecutivas, y
otros de legislativas, y otros de control y de tratamiento de la información
(los cinco poderes del Estado). Necesario sería dotar transparencia al
proceso completo y someter a refrendos preceptivos y vinculantes los
asuntos que sean de capital importancia para los individuos afectados.
La transparencia, que a mi juicio es uno de los principios básicos de
funcionamiento de la sociedad política, debería de garantizarse en todas
las fases del proceso. Pero todas estas cuestiones, complejas y futuristas,
merecen un tratamiento más extenso en otra obra.
II.6. ¿Y el Capitalismo?
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libres, como trató de hacer Marx y el Comunismo; pero sí aceptar que
hay un margen de lo económico que puede ser modelado por nosotros.
Propuestas de sistemas económicos como el Liberalismo, Neoliberalismo,
Socialismo… no son más modulaciones humanas libres en lo económico:
Ethoikonomía.
El uso del espacio (suelo), cada vez más limitado por nuestro
crecimiento demográfico y consumo de recursos, podría ser uno de los
más afectados por nuestras leyes. Parece necesaria una delimitación
mundial y estatal de qué partes del territorio servirán para garantizar los
intereses del Planeta (gestionadas por la susodicha Comisión) y qué otras
lo serán para la satisfacción de los intereses de los individuos,
distinguiendo entre espacios de uso público, de uso económico y de uso
privado (viviendas). Por lo que se refiere a los espacios de uso privado,
parece inevitable establecer tanto unos límites a la superficie máxima,
como de viviendas por individuo. No se trata de constreñir nuestras
viviendas a pequeños espacios, ni tampoco el de establecer un canon
equitativo de ocupación de superficie, pero sí el de evitar que algunos
individuos (generalmente de elevado poder adquisitivo) ocupen bastas
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superficies sólo para su uso privado: nuestro Mundo no puede permitirse
graves desequilibrios en la ocupación del espacio.
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condición de empresario a quien lo solicitase y se mostrase capacitado
para ello: si no dispusiera de recursos propios para una inversión porque
no ha tenido posibilidad de tenerlos, la sociedad civil o política se los
debería proporcionar, con o sin intereses. No es justa ni libre la
competición (para las leyes libres) entre los empresarios que tienen el
apoyo de boyantes economías familiares y aquellos que no disponen de
más herencia que la que llevan en sus genes.
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PARTE III. UNA ÉTICA DEL DESTINO
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necesidad. Aristóteles optó por la felicidad, Epicuro por el placer, Zenón
de Citio por la “apatheia” i la “ataraxia”. ¿Son destinos o puros estados
de ánimo? No es necesario responder a esta pregunta: en la esfera de la
libertad cada cual puede configurar, proponer y elegir su destino.
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III. 5. La Ética del Destino y lo trascendente.
¿Qué es el “alma” sino un artificio según las ciencias y leyes del mundo
de la necesidad, pero una excelsa creación de la Ética del Destino y un
posible logro futuro en nuestro mundo libre?
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III. 6. La Ética del Destino y la Humanidad.
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CONCLUSIÓN: Instrucciones para salir de la jaula
En la película “El hombre con rayos X en los ojos” (The Man with the X-
ray eyes, Roger Corman, 1963), el protagonista, el doctor James Xavier
(Ray Milland), obtiene, a través de unas gotas experimentales, una visión
más profunda de las cosas. Encarnarse en el doctor James Xavier de la
Ética es un ejercicio de escasa humildad y, sin embargo, no negaré que
éste ha sido mi propósito. No conozco ciudadano alguno con quien haya
discutido en el ámbito de la Política o de la Ética que se atreva a poner
en tela de juicio la propia “estructura” de su mundo libre. Sólo veo
estupor en sus rostros cuando me dedico a poner patas arriba el conjunto
de paradigmas con los que postulan inconscientemente sus principios y
valores. Si les digo que me aterran las elecciones, que los ciudadanos
votan irresponsablemente, que la Democracia es un sistema decadente,
o que los Estados son un obstáculo para el logro de intereses mundiales,
algunos quedan desbordados por el abasto de la afirmación y otros me
miran como lo harían a alguien que ha perdido sus cabales: su discurso
debe permanecer dentro de unos límites claros e infranqueables. No hay
que atreverse a cruzar las barreras del sistema. La peor de las jaulas es
aquella que no vemos. Los barrotes más eficaces son los que uno mismo
se construye y, por ello, es incapaz de advertir. No hay nada más
subversivo contra la propia Ética que aquella acción que ignora los
motivos o tomar un camino ignorando el por qué. ¡Cuán lamentable es
que nosotros, los humanos, hayamos desistido de dotar de un sentido a
nuestras existencias! Nuestra dignidad depende en buena parte de la
Filosofía y la Ética: advertir la “jaula invisible” que nos encierra, una jaula
de paradigmas que nosotros mismos hemos construido y de la que
debemos salir en pos de la Libertad.
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BIBLIOGRAFIA
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