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■> * TMGNACIO CASANOVAS, S, ),t ,

APOLOGÉTICA DE BALMES

c o x l ic ç s c ia )

•..\ - %^

G U STA V O G I L I , E ditob
U niversidad, 45.—B ahcei.osía

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1MPRIMASE:

J o s é B akkachin a , S . J.
Prarp. Prov. Aragoniae

N1H1L OBSTA T

Et Censor,
J aime P ons , S. J .
B a rcelo n a , de Agosto de i p i o .

IMPRIMATllR:

Ei. V ic. G kk .

J o sé P alm arola

Por inyndmto de S. S
L u , S a l v m o k C arrhras, P bko.
Sec. Cari.

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Ai Congrrso de Apolo­
gética reunido en V icb
p ara conroem orar el
priroer cen ten ário deJ
nacim iento de Balrnes
: : 1910 : :

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PRÓLOGO

E s para dar razón de la existência de este libro, de


la dedicatória que lleva en frente al Congreso de Apo­
logética que se celebra en Vich para festejar el primer
centenário del nacimiento de Balmes, y para decir cua-
tro palabras de su contenido.
Los amables organizadores de dicho Congreso me
habían encargado el desarrollo del segundo tema, que
lleva por título el mismo de este libro. Con mayor vo-
luntad y entusiasmo balmesiano que fuerzas acomo­
dadas al empefío, lei todos los escritos de aquel grande
hombre, anotando lo de más saliente valor apologético,
para hacer una síntesis y un juicio. Al concluir el des­
pojo preparatório de libros y revistas, y ordenar los
materiales para el trabajo definitivo, adverti que tenía
en mis manos un libro, que podia dar á los sábios los
materiales reunidos para la crítica, y á todos un tra­
tado sistemático de apologética. Resolvi pues impri-
mirlo, dedicándolo á quien de derecho pertenecía.
iNo será un convencionalismo, ó una vaguedad
aplicable al común de los escritores católicos, el con­
siderar á Balmes como apologista?
Á demostrar que no, se dirige este trabajo, y ade-
1

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2 Prólogo

más á estudiar la significación especial que en más de


un aspecto dentro de la apologética le pertenece. Para
que fuera cabal la obra, seria necesario dar una visión
clara y definida de toda la historia de la apologética
cristiana, y dentro de este cuadro inmenso y maravi-
lloso situar justamente la figura de nuestro gran pen­
sador. E ste seria su mejor monumento.
No puedo aspirar á tanto. L a historia universal de
la apologética, todavia por hacer, es ya empresa digna
de gigante; pero ella sola no bastaria aún para el pre­
sente caso. Por la naturaleza propia de la religión, y
por la significación particular de Balmes, no sólo hay
que levantar la vista á las cosas divinas, sino también
extenderla á las humanas, y en toda su vasta comple-
jidad. Siguiendo el símbolo del monumento, la apolo­
gética sagrada seria el cielo, la luz, el aire, el fondo
divino en que se moveria la figura; pero hay que pen­
sar que este ángel apocalíptico que toca con su frente
el cielo, tiene también un pie en la tierra y otro en el
mar, es decir, que ha dominado todo el universo; y por
lo tanto, para su estatua, se había de buscar, dentro de
la historia profana, un emplazamiento y un pedestal
dignos de su humana grandeza. Así la empresa resul­
taria tres veces difícil: por el arduo conocimiento de
ambos extremos, y por su rarísima conjunción en un
solo espíritu.
Prescindirá, pues, del aspecto relativo, al estudiar
la apologética de Balmes, y encerrándome dentro de
sus libros, y atendiendo sólo â los princípios de la
ciência, diré cómo la vió, y cómo a expuso.
De la ciência, he dicho, porque realmente lo es la
apologética católica: ciência histórica, si se atiende á
su principal conclusión, que es un hecho, la existência
de la revelación divina por Jesucristo; ciência filo­

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Prólogo 3

sófica, por las verdades especulativas que supone ó


demuestra en su proceso; ciência filosófico histórica
en su conjunto, por el uso mixto que hace de unos y
otros princípios. Tiene el carácter de las grandes
ciências, que subordinan muchas otras á su servicio;
y es la única humano divina, puesto que da una mano
á la razón natural, mientras con la otra abre las puer-
tas de lo sobrenatural.
E l probar la existência de la revelación cristiana,
ha sido empresa de todos los tiempos de la Iglesia,
empezando por Jesucristo, que apelaba á sus obras
maravillosas y á las Escrituras inspiradas que daban
testimonio de su misión; y no obstante puede decirse
que la apologética es ciência nueva, porque hasta los
tiempos modernos no se la ha reducido á sistema
exacto y preciso, determinando sus princípios, sus
procedimientos y sus conclusiones. No obstante hay
muchos elementos que pueden servir al fin apologé­
tico, aunque no con aquel rigor del método científico;
hay muchos caminos, que, aun rodeando largamente
por el desierto, pueden conducir á la tierra de promi-
sión; hay argumentos, que si no abren la puerta, ven-
cen obstáculos y allanan el camino. Todo esto admite
y abraza amorosamente la apologética, en su sentido
más general: todo lo que es luz espiritual, todo lo que
es impulso hacia la verdad, desde el sistema perfecta-
mente trabado como una serie de teoremas, hasta las
más benignas congruências de razón, y las más sua­
ves mociones de voluntad ó de sentimiento. Y su im­
pério se extiende á regiones inmensas: Dios, el bom-
bre y el mundo; el orden ideal, el moral y el de los
hechos; todo lo que puede dar indícios de la voz divi­
na, ó puede impedir que lleguen hasta nosotros sus
ecos tan lejanos.

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4 Prólogo

Por esto ya se ve que se pvieden abrir muchos ca-


minos y muy distintos dentro del campo apologético.
Habrá el sistema estrictamente científico ó de demos-
tración, y aquel conjunto de verdades probables ó
accesorias que tienen casi todas las ciências; habrá
teorias que se dirigirán única ó principalmente á una
parte de las verdades reveladas, y otras que buscarán
directamente la raiz en que todas se contienen; habrá
hombres y épocas en quienes prevalecerá el carácter
didáctico, y otras que usarán más bien el sistema po­
lémico; ora se dará más cabida al principio filosófico,
ora al dato histórico; y dentro de la misma historia,
á veces se concederá mayor importância al hecho, á
veces al documento.
Según estos diferentes aspectos.se distinguen ver-
daderas edades dentro de la apologética: así los tiem­
pos modernos han trabajado singularmente y con êxito
en el sistema científico, mayormente en sus elementos
de crítica; los antiguos se fijaron más en argumentos
aislados, sobre todo de razón; y dentro de cada perío­
do, cada apologista tiene su fisonomía particular.
Á medida que se han precisado las cosas, han pe­
dido también nombres acomodados. Al núcleo central,
metódico, estrictamente científico, que va directamen­
te á demostrar que es un hecho histórico la proclama-
ción de una legación ó revelación civina por Jesucris-
to, se le ha llamado estrictamente A pologética; toda
otra defensa literaria de la religión, no tiene este
nombre sino en sentido acomodaticio, y más común-
mente se la designa con la palabra tradicional de
A pologia. L a distinción, que tan claramente nos dan
las palabras abstractas, ya no la tenemos cuando ba-
jamos al nombre concreto; así de ap olog ética como de
a p o lo g ia , se deriva el mismo apelativo A pologista,

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Prólogo 5

que tanto se aplica al hombre verdaderamente cientí­


fico, como al que no es más que panegirista.
Estas nociones son necesarias para que entenda­
mos la verdadera significación de Balmes como defen­
sor de la religión. éEscribió una verdadera A pologé­
tica, ó simplemente una A pologia? iQué hay de ver­
daderamente científico en su obra, y qué de encomiás­
tico? iCon qué amplitud se le ha de aplicar el nombre
de A pologista?
Estas preguntas nos dan naturalmente la división
de este trabajo: estudiaremos lo que en Balmes hay
estrictamente científico, reducido al sistema propio
de nuestra ciência; y lo que no es más que parenético,
ya por la naturaleza de las pruebas, ya por andar
destrabadas y fuera de método, y que por tanto no
tiene eficacia de demostración, aunque sí de encomio.
Mirando solamente la doctrina, con estas dos partes
podría darse por completa esta obra; pero si atende­
mos al modo, método ó sistema, tan importante en
este caso, hay que hablar de las cualidades del escri­
tor, del apologista antes que de su apologética. Así el
libro quedará dividido en tres partes: el A pologista,
la A pologética, la A pologia.
El fin que me he propuesto no es puramente crí­
tico, sino además ejemplar: para lo primero bastaba
dar un juicio técnico; para lo segundo es necesaria
una explanación de las pruebas. Ambas cosas he pro­
curado juntar, para que así resulte una apologética á
la vez teórica y práctica, acomodada á los profesio-
nales, y juntamente útil A toda persona instruída, que
quiera razonar sobre la religión, y conocer, no sólo
el espíritu, sino también la letra de nuestro grande
hombre.
La teoria he procurado recogerla de lo que hizo,

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6 Prólogo

y de lo que dijo. Pocos hombres se encontrarán que,


como Balmes, hayan teorizado tanto aquello mismo
que practicaron; de lo que resulta, por doble motivo,
que no tiene mejor vida que sus mismos escritos. La
dificultad está en que no lo hizo esto en tratados espe-
ciales y completos, sino mezclado todo en la variadí-
sima corriente de ideas que forman el caudal de sus
escritos propagandistas. He procurado recoger amo­
rosamente estos fragmentos dispersos, y ordenarlos
en una prudente clasificación.
L a práctica, mayormente en la tercera parte, ha
debido acomodarse á este mismo sistema. Los asun-
tos los trata en diferentes ocasiones, á veces con fines
diversos, y siempre con aquel estilo abundante, derra­
mado en infinitas consideraciones que le ofrece su
riquísima inteligência. E ra imposible tomarlo todo
como está, sin copiar todas sus obras. Donde algunos
párrafos selectos daban idea suficiente del desarrollo
de un argumento, me he atenido á este sistema; cuan-
do no lo consentia la extensión, he dado una sintesis
con palabras propias; con las cuales asimismo he pro­
curado dar ilación y unidad á ideas y palabras proce­
dentes de fuentes tan diversas.
Y ;qué resulta de este despojo de todas las obras
balmesianas, y de esta coordinación de todos sus ele­
mentos apologéticos? Resulta que Balmes fué esen-
cialmente apologista, que su obra lleva tan embebida
esta idea, que viene á ser como su alma. A pesar de
haber escrito tanto sobre matérias científicas, casi no
hizo ciência pura, en el sentido limitado que solemos
dar á esta palabra, sino ciência aplicada á las más
altas ideas de divinidad. Aunque á decir verdad, esta
es la más alta y verdadera ciência, porque ella sola
nos dice la primera fuente de todo, las más esenciales

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Prólogo 7

condiciones de todo sér, y el término y fin de todas


las cosas.
Resulta también la obra de Balmes un verdadero
ideal teórico y práctico de las cualidades que ha de
tener el buen apologista, sobre todo en los tiempos
modernos. Es tal, en este punto, el resplandor que
despiden sus palabras y sus ejemplos, y el aroma de
simpatia que los perfuma, que todo entendimiento
sereno verá clara la orientación que se impone, y nin-
gún corazón bueno y hermoso podrá resistir al atrac-
tivo de su belleza. Aunque sólo se trata de una ciên­
cia, es ésta tan eompleja, que nos descubrirá todo el
hombre, y nos dará la nota más característica de B a l­
mes, que es la de ser un hombre completo.
L a Apologética propiamente dicha, ó sea la cien­
tífica, sin duda resulta incompleta é insuficiente para
el adelanto moderno de los estúdios tocantes directa
ó indirectamente á esta disciplina, que en su perfec-
ción bien puede llamarse nueva, y también para la
refutación de los errores que han germinado en este
campo virgen, el más abonado para las grandes verda­
des, ó para los grandes errores. Balmes tuvo el mérito,
poco común en su tiempo, de comprender científica­
mente toda la importância de la Apologética; conoció
su verdadero sentido, y senaló los pasos que había de
seguir, tanto en su demostración sabia, como en su
extensión á las regiones confines; se adelantó con su
intuición á cosas que no han venido sino después de él;
iqué más se le podia pedir? Aqui ciertamente no basta­
rá su magistério, al que pretenda seguir sus pisadas;
pero si que le será provechosísimo su espíritu.
El gran triunfo de Balmes lo encontramos en la
Apologia, en esta facultad, que en ninguna manera
puede mirarse como una escuela de hueca palabrería

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8 Prólogo

ó retórica grandilocuencia, sino como arte y ciência á


la vez de llevar al hombre al conocimiento y amor de
lo sobrenatural, por las mismas ideas y amores en que
está ocupada la humanidad, en el desarrollo de todas
las humanas actividades. Aqui Ba'.mes es único. Es
aquel Balmes que, casi sin oriente, subió al cenit de
Europa, y ciertamente sin exageración de aprecio;
porque es mucha verdad lo que dice Menéndez y
Pelayo, que oportet crescere, ;tan al revés de lo que
suele suceder en muchas celebridades de un dia! No
hay duda que esta apologia, cuando como en Balmes
abraza todas las humanas actividades, demanda facul-
tades extraordinárias, muy superiores á las de la Apo­
logética científica, que también ha de quedar en ella
incluída. De manera que aqui volveremos á encontrar
á todo el hombre. Y cuenta que en este caso no es
posible sino dar un extracto de su doctrina, sin tras-
cender á la práctica aplicación que de ella hizo â cada
instante en las casi universales empresas de su vida,
mayormente en la política, que toda fué una magní­
fica apologia social y humana de nuestra Religión.
Ella sola pide un volumen aparte, que había de ser
para grande edificación.
Quiera Dios que lo sea éste, para gloria del Cato­
licismo y de su Apologista.

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Ediciones de las obras de Balmes citadas en este libro

O bservaciones socia les, p o lítica s y económ icas so­


bre los bienes d e l c le r o .—Primera edición. Vich, 1840.
L a C ivilisación (Revista religiosa, filosófica, polí­
tica y literaria).—Primera edición. Barcelona, 1841.
L a S ociedad (Revista religiosa, filosófica, política y
literaria).—Cuarta edición. Barcelona, 1873.
E l P rotestan tism o com parado con el C atolicism o
en sus relacion es con la civ ilisa ción eu rop ea.—Quinta
edición. Barcelona, 1869.
E l C ritério.—Cuarta edición. Barcelona, 1857.
F ilo s o f ia F u n d a m en ta l.—Segunda edición. Barce­
lona, 1848.
Cartas á un escéptico en m atéria de r e lig ió n .—No
lleva orden de edición, pero es la segunda. Barcelona,
Brusi, 1853.
Curso d e F ilo s o fia E lem en ta l—Paris, Garnier, 1872.
E l P en sam ien to de la N ación (Periódico religioso,
político y literário).—Edición única. Madrid, 1844-46.
E scritos P olíticos (Colección completa, corregida y
ordenada por el autor).—Edición única. Madrid, 1847.
P io IX .—Segunda edición. Barcelona, 1850.
L a R e lig ió n d em ostrad a al alcan ce d e los n iiios.—
Vigésimaoctava edición. Barcelona, 1906.
Conversa sobre lo P a p a .—VruxicTO. edición. Vich,
1840.
E scrito s póstum os. — Cuarta edición. Barcelona,
1899.
R elíq u ia s lite r á r ia s de B a lm e s .—Primera edición.
Barcelona, 1910.

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PARTE PRIMERA
El apologista

C A P ÍT U L O P R IM E R O

Profundidad

— Profundidad en la convicción y en la doctrina.—


S um ario .
Ordenación de todos los conocimientos.—Justo aprecio de las
fuerzas racionales.—Lo tentadores que fueron lçs tiempos de
Balmes.—Su triunfo.—Su escolasticismo.

Lo primero que necesita todo hombre que se pro-


pone una empresa, es sentiria profundamente, que
sea él el primer conquistado, que no la posea como
idea vaga y superficial, que no la lleve como vestido
de conveniência; sino que circule por su sér como san­
gre vital alimentadora de su existência. Cuando el
ideal por su parte es también altísimo, fundado en los
más esenciales princípios y relaciones de las cosas,
entonces el hombre, á más de tener plena conciencia de
sí mismo, ha de penetrarias á ellas con profundidad.

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12 El Apologista

L a apologética se caracteriza por un sentido pro­


fundo así en la convicción, como en la doctrina: en la
convicción, porque se trata de llegar â lo mâs íntimo
de nuestra alma, imponiéndole un acto de absoluta
sujeeión del entendimiento y voluntad á la verdad re­
velada; en la doctrina, porque tocamos los últimos
fundamentos de la Religión, para que no nos agite­
mos por cualquier viento de doctrina; se trata de que
nuestra fe no descanse en vanas palabras, en ideas su-
perficiales, en sentimientos ligeros y transitórios, ó
en instituciones y costumbres, que como producto ac-
cidental nacen y mueren con las alternativas y osci-
laciones tan naturales en la vida humana, aun cuando
encarna ideales divinos; sino en princípios de razón y
revelación, que son columnas de eterna verdad.
No hay duda alguna que Balmes tuvo en grado
eminente esta cualidad. La profundidad fué una nota
de toda su vida: sereno, penetrante, meditativo, cons­
ciente, un espíritu que se lanza siempre confiado al
fulgurar luminoso de la intuición, y luego ordena y
teoriza con el discurso sus inspiraciones: he aqui sus
cualidades personales que saltaban A la vista del que
le trataba, y que ahora podemos todos reconocer en
sus obras, ó mejor dicho, no podemos menos de reco-
nocerlas y admirarias.
En matéria de apologética el ser profundo quiere
decir nada menos que el haber penetrado en el misté­
rio del mundo, del hombre, y hasta del mismo Dios;
supone una valoración y una ordenación de todos los
elementos del universo, no ya solamente en sus rela­
ciones morales y religiosas, sino hasta en la íntima
esencia, principio y fin de la naturaleza; supone que
esta jerarquia de dignidad de los seres, y esta sínte-
sis total, quede cimentada en princípios indestructi-

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r
Profundidad 13

bles, objetivamente ciertos, para que toda inteligên­


cia, hasta la más penetrante é investigadora, pueda
seguramente apoyarse en ella sin que se bambolee, y
por ella, como por escala de Jacob, ora subir al trono
d ela divinidad, ora descender á lo más profundo del
abismo.
Exige además una justa apreciación de las fuerzas
racionales, que ni por presunción se lancen fuera de
su órbita, ni se encojan por pusilanimidad y se con-
denen á la impotência. E l atravesar la maroma con
mil esfuerzos equilibristas, no sirve sino para dejar
siempre ansiosos los espíritus, y comprometer grave­
mente el prestigio de la eterna verdad. Las fibras
esenciales del organismo no puede tocarias sino una
mano segura y expertísima, que tenga plena concien-
cia de sí misma y de las leyes de la vida.
Entre dichos dos polos, es decir, entre la presun­
ción y el desprestigio de la inteligência, ha oscilado
siempre la apologética, dejando en las regiones extre­
mas, así el orgullo racionalista, como el apocamiento
de los tradicionalistas: dos superficialidades certísimas,
por más que la primera invoque palabras de alta razón,
y la otra se abisme en los senos de la revelación divina.
Balmes vivió en el tiempo más crítico para ser
tentado por uno ú otro extremo. Y a que no pudiera
seducirle la hueca palabrería del filosofismo, nacían, in-
sinuándose con el atractivo de la novedad, las nuevas
escuelas espiritualistas y de crítica histórica ó tras-
cendental, abriendo horizontes, nebulosos sí, pero por
esto mismo tal vez más tentadores paraun genio atre­
vido; mientras por otro lado el empirismo atraía el
espíritu observador, ó convidaba á la imaginación y al
sentimiento una religión impresionista ó un elegante
escepticismo: y Balmes era genio sonador, era carácter

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14 El Apologista

de fina observación, de muy delicados sentimientos, y


por naturaleza noble y elegante. Afiádase á esto que
no había á la sazón una escuela prestigiosa que ofre-
ciera un ambiente sano y templado de verdad. Esta
escuela típica, sobre todo en matérias religiosas, ha
sido el escolasticismo; pero á la sazón yacía olvidado y
desprestigiado, no tanto por las burlas enemigas, como
por los miserables restos que quedaban, no de su subs­
tancia, sino de su escoria.
Balmes resucitó totalmente el alma del escolasticis­
mo dentro de su espíritu. Aquel talento extraordinário
estuvo aftos y anos abismado en el estúdio, sin leerotros
libros, ni tener otras conversaciones, según testimonio
de sus amigos, que las tocantes á las matérias filo­
sóficas y teológicas tal como las habían ensenado los
escolásticos, y no se acercó á mirar las nuevas teorias,
hasta que estuvo lleno y saturado de la luz humana y
divina concentrada en los génios de las viejas edades.
Después sí, se incorporó toda otra ciência, bebió en
todas las fuentes, abrió su alma á todo soplo de vida,
concibió nuevos ideales, los depuró todos asimilando
de cada uno la verdad substancial, y hechos á su ima-
gen y semejanza, los dió á luz en sus libros, en los
cuales el alma es toda escolástica aunque educada
por él en la lengua y sentir de las nuevas generacio-
nes. E l hombre perito en la matéria, entre las aparien-
cias modernas, encuentra siempre pujante la vetusta
idea exacta, íntimamente sentida, á veces más abierta
á nuevos horizontes y más asegurada en su solidez;
y por esto se le ve andar siempre seguro de sí mismo
y de la verdad, tal vez saltando y volando libre entre
abismos que espantan á los débiles, incapaces de dar
un paso sin bien apretados andadores.
Siente sublimes raptos hacia las alturas divinas, y

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Profundidad 15

el vértigo, sublime también, de los abismos de la hu­


mana debilidad; pero inmediatamente la razón equi­
libra el sentimiento en la inconmovible verdad de las
ideas y de las realidades, y últimamente en la verdad
esencial de Dios.
Si se toma la escolástica en toda la amplitud que
de derecho le pertenece, no creo que haya razón para
regatear á Balmes esta filiación. E l cardenal Gonzá-
lez sefiala dos caracteres generales de la filosofia es­
colástica tomada en su conjunto: el primero y princi­
pal es la unión y conciliación entre la razón humana y
la revelación divina; el segundo, menos universal, es
la incorporación progresiva de la filosofia de Aristó-
teles á la filosofia cristiana. «Esto sin embargo, aftade»
no debe tomarse en sentido exclusivo, puesto que el
platonismo entró también, y entró como elemento im­
portante, en el origen, constitución y desarrollo de la
filosofia escolástica» (1). Y aún podia ampliar esta ob-
servación, haciendo notar la vitalidad con que los
hombres más cultos del escolasticismo se han asimi-
lado siempre la verdad que encontraban en todos los
sistemas, y aun algunos elevaron á principio este pro­
ceder, como el mismo autor lo nota de Andrés Pi-
quer (2). Esto, amén del desenvolvimiento natural de
los sistemas por evolución interna. Los elementos que
eclécticamente unieron los escolásticos á la masa pe-
ripatética, y la diversa manera de entender la armo-
nía entre la ciência y la revelación, explican, según el
mismo autor, la variedad y hasta la oposición de siste­
mas, teorias y direcciones, que se observan en ciertas
épocas dentro de la escolástica.
De aqui se infiere, que teniendo sin duda el esco-
(1) H istoria de la F ilosofia, vol. 2, § 25.
(2) Ib., S 48.

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16 El Apologista

lasticismo un cuerpo de doctrina y un método que en


general le es propio, sin embargo no puede contraerse
aquella denominación, hipotecándola en las opiniones
de ninguna de las escuelas que la invoca, sino que
sobre todo hay que aplicaria la espíritu científico que
rigió las doctrinas sólidas y salubérrimas tan caracte-
rísticas de la ciência cristiana. Este espíritu tal vez
tiene su nota más esencial en la robusta tendencia
objetiva que comunicó á la filosofia y á los entendi-
mientos que en ella se formaron. L a verdad es la rea-
lidad, y el oficio del sabio es ir á ella, buscaria, en­
contraria, y daria toda al entendimiento como su
alimento y regalo perenne. Al contrario; la nota qui-
zás más honda y universal de los demás sistemas, ma-
yormente los modernos, es el subjetivismo, el ence­
rrar todas las cosas dentro de nosctros, el mirar la
verdad como un producto de nuestros actos, el dar un
valor científico á la mera teoria, y por lo tanto el
acomodar la realidad á nuestros juicios en vez de
amoldar éstos á la realidad. Esto nscesariamente ha
de darnos lo que vemos en las nuevas sectas, el fana­
tismo ó el escepticismo científico, como decía Balmes
del principio protestante en el orden religioso; al paso
que lo primero no puede menos de dar una grande fir­
meza en la evidencia, y una prudente libertad en el
opinar. Estas dos notas no faltan nunca en la historia
del escolasticismo, y explican su unicad, su variedad y
su profundidad; y las mismashay que tener en cuenta
para juzgar rectamente del escolasticismo de Balmes.
Harán muy bien los críticos en regular hasta qué
punto cada una de las doctrinas balmesianas participa
ó se aparta de la corriente general escolástica, mien-
tras presida á este análisis un verdadero conocimiento
de ambos extremos, una apreciación justa de la reali-

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Profundidad 17

dad en que vivió Balmes, y una dirección sabia y cris-


tiana en el espíritu y en la letra. Aqui no podemos
mirar la cuestión sino muy en general, analizando su
temperamento científico en sus relaciones con la de-
fensa de la revelación, más bien que algunas tesis con­
cretas propias de ramos determinados de la filosofia,
para deducir que era todo lo contrario de estos espíri-
tus ligeros que modernamente han intentado una apo­
logética insubstancial y falsa, y de los huecos decla-
madores de su tiempo, que de filosofia sabían sólo el
nombre y las palabras de algún filósofo.
Toda su filosofia la fundó en aquel principio de
encontrar en las cosas todo lo que hay, pero solamente
lo que hay (1); y en su conducta filosófica fiaba muy
poco de las movibles opiniones de los sábios, por verias
tan poco acomodadas en su ligereza á la eterna fijeza
de la verdad objetiva (2). Dentro de esta incondicional
adhesión á la realidad y sóbria desconfianza de las pa-
siones humanas, seria injusticia no reconocer en Bal­
mes un sincero amor á las doctrinas y á los grandes
talentos escolásticos, que le guiaron en su formación
científica, y que no abandonó ni en los dias que dedicó
á la moderna filosofia. El mismo nos cuenta que aque-
llos meses que anduvo atareado por las bibliotecas de
Paris devorando los nuevos autores que desconocia,
hizo desempolvar á los atónitos bibliotecários numero­
sos volúmenes de la antigua ciência, que yacían olvi­
dados como legendários.
E l no admitir como preceptos mecânicos las regias
dialécticas, sobre todo para quien recibe el rayo del
genio inspirado; el adelantarse al discurso, y á veces
el saltar sus valias por la intuición; aquel sonreir iró-
(1) Critério, cap. I, § 3 .—Filosofia E le m e n ta l, cap. I .
(2) Cartas á un escéptico, I .*
2

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18 El Apologista

nico delante de las escuelas de los filósofos en eterna


disputa; aquella moderación del buen sentido en la
misma filosofia; el satisfacerse más de las cosas que
de las palabras, cuando se llega á los fundamentos de
la certeza; podrán probar que Balmes no era ergo-
tista, ni rutinario, ni sentia el fanatismo ó supersti-
ción, que siempre se ceba enlo accidental de los siste­
mas; pero no torcerán un ápice su alta envergadura
escolástica, para quien no pare en la corteza de sus es­
critos y haya gustado la savia de la antigua sabiduría:
y sobre todo lejos de daftar á la profundidad doctrinal
de que tratamos, estas condiciones serán siempre una
confirmación aftadida á la demostración manifiesta
que nos dan sus obras.
No obstante, para ser tan sinceros como era él
mismo, hemos de confesar que no le llenaba comple­
tamente la filosofia y teologia de las escuelas, tal como
se exponía en su tiempo, y creo se le puede aplicar lo
que él nota con cierta fruición de Mariana, que le era
profundamente simpático, como lo demuestran las pro-
lijas apuntaciones que del mismo tiene en sus papeies,
más que de ningún otro autor (1). «Hizo, dice, sus es­
túdios con mucho lustre, y se entregó al trabajo con
aquella decisión que podia esperarse de su carácter de
hierro. La filosofia y teologia de las escuelas no bas-
taban á su avidez de aprender, quizás no satisfacían
cumplidamente su espíritu; así es que al propio tiempo
que estudiaba con ardor esta ciência, no olvidaba ocu-
parse en las lenguas y en la literatura. E l joven teólo­
go no tenía mâs que 24 afios, pero ya no podia temer
que se le hiciese el cargo que Melchor Cano dirigia á
algunos teólogos de su tiempo, diciéndoles, que para
(1) Cf. R elíquias literárias de B alm es, parte 2 .a, A puntes lite­
rários.

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Profundidad 19

combatir con los herejes no tenían otras armas que


largas cafias, aru n d in es lo n g a s» (1).
Noto, finalmente, que la profundidad en el conocer
no la reservaba solamente á los sábios, sino que sentia
ser necesaria á toda obra apologética, y se esforzaba en
comunicársela según la medida y capacidad de las gen­
tes á que iba dirigida, como lo prueban, no ya sus tra-
bajos de alta investigación, sino los libritos destinados
á los nifíos y gente sencilla.
(1) La Givilixación, I I I. M ariana, pág. 195.

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C A PÍTU LO II

Cultura

S u m ario . —Su
necesidad, sobre todo en los tiempos modernos.
—Ansia de saber que tenía Balmes.—L a cultura va ordenada,
primero á la virtud y prestigio del sacerdote.—Segundo á la
defensa de la fe.—Qué ha de saber hoy el apologista.

Profundidad dice la altura de la ilustración; cultu­


ra expresa su amplitud. Ambas cualidades le son ab­
solutamente necesarias al apologista: la primera, para
llegar al fundamento sólido y eterno de la verdad; la
segunda para montar con perfectc equilíbrio sobre el
mismo las más varias construcciones de los humanos
conocimientos.
En los tiempos modernos esta necesidad se deja
sentir más intensamente. Se especializan las ciências
de una manera infinitesimal, y de los más remotos
confines intelectuales nacen teorias religiosas, ó al
menos aparentes dificultades. Por otra parte cada dia
se extiende á mayor número un tinte general de cono­
cimientos científicos, literários, artísticos, sociales,
que predisponen â la vanidad de la poca ciência, y á
dejarse alucinar por las dificultades contrarias; mien-

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Cultura 21

tras va siendo más raro el ahondar sólidamente en


los verdaderos princípios de la religión. Balmes que
vivia parte del período enciclopedista, y vió la aurora
de la especialización científica; Balmes que poseía un
espíritu tan penetrante como extenso, no podia menos
de dístinguirse por su cultura, tanto como por su pro­
fundidad.
Aqui la mejor doctrina serán sus palabras y su
ejemplo. El mismo, como otro Salomón, nos cuenta las
ansias inexhaustas de saber que desde su nifiez le devo-
raban. «Hubo un tiempo en que el prestigio de ciertos
nombres, el deslumbramiento producido por la radian­
te aureola que coronaba sus sienes, la ninguna expe-
riencia del mundo científico, y sobre todo el fuego de
la edad ávido de cebarse en algún pábulo noble y se-
ductor, me habían comunicado una viva fe en la ciên­
cia, y me hacían saludar con alborozo el dia afortu­
nado, en que introducirme pudiera en su templo para
iniciarme en sus profundos arcanos, siquiera como el
último de sus adeptos. jOh! aquella era la más her-
mosa ilusión que halagar pudo el alma humana: la
vida de los sábios me parecia á mí la de un semidiós
sobre la tierra; y recuerdo que más de una vez fijaba
con infantil envidia mis ojos sobre un albergue que
encerraba un hombre mediano, que yo en mi inexpe­
riência conceptuaba gigante. Penetrar los princípios
de todas las cosas, levantar el tupido velo que cubre
los secretos de la naturaleza, levantarse á regiones
superiores, descubriendo nuevos mundos que se esca-
pan á los ojos de los profanos, respirar en una atmós-
fera de purísima luz, donde el espíritu se despegara
del cuerpo, adelantándose á gozar de las delicias de
un nuevo porvenir; estos creia yo que eran los bene­
fícios que proporcionaba la ciência; nadando en esta

i
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22 E l Apologista

felicidad contemplaba yo á los sábios; viniendo por fin


los aplausos y la gloria que á porfia los rodeaban, á
solazarlos en los breves momentos en que descendien-
do de sus celestiales excursiones, se dignaban poner
de nuevo sus pies sobre la tierra.
»La literatura, me decía yo á mí mismo, sus inves-
tigaciones sobre lo bello, lo sublime, sobre el buen
gusto, sobre las pasiones, les suministrarân regias
seguras para producir en el ânimo del oyente ó del
lector el efecto que se quiera; sus estúdios sobre la
lógica é ideologia les darán un clarísimo conocimien-
to de las operaciones del espíritu y de la manera de
combinarias y conducirlas para alcanzar la verdad
en todo linaje de matérias; las ciências matemáticas y
físicas deben de rasgar el velo que cubre los secretos
de la naturaleza; y la creación entera con sus arcanos
y maravillas se desplegará á los ojos de los sábios,
como se desarrolla un raro y precioso lienzo á la vista
de favorecidos espectadores; la psicologia los llevará
á formarse una completa idea del alma humana, de su
naturaleza, de sus relaciones con el cuerpo, del modo
de ejercer sobre éste su acción, y de recibir de él las
varias impresiones; las ciências morales, las sociales
y políticas, les ofrecerán en vasto cuadro la admira-
ble armonía del mundo moral, las leyes del progreso
y perfección de la sociedad, las infalibles regias para
bien gobernar; en una palabra, me imaginaba yo que
la ciência era un talismán que obraba maravillas sin
cuento, y que quien llegase á poseerla, se levantaba
á inmensa altura sobre el vulgo de la triste humani-
dad» (1).
Estos eran sus ideales; lo que h izo hemos de apren-
derlo de su vida. Y a mayor y mieatras se estaba for-
(1) Cartas á un escéptico, I .a, pág. 4.

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Cultura 23

mando, nos dicen sus contemporâneos, y lo confirma él


mismo en su autobiografia, que no conocía otras cosas
que el templo y los centros de cultura donde pasaba el
dia absorto en el estúdio (1). En sus papeies íntimos,
admira verle tomar notas de todo, llevando de frente
todos los conocimientos humanos (2).
No falta en sus escritos la teoria de lo que él prac-
ticaba. Tiene en L a C ivilisaciôn (3) un largo estúdio
sobre L a In stru cción del Clero, del cual escogeré los
párrafos más salientes.
L a ilustración la quiere en primer lugar para la
virtud y prestigio del sacerdote. «La instrucción del
clero, dice, es una de las más seguras prendas que
darse pueden, no sólo para granjearle la estimación y
el respeto de los fieles y el aprecio de los mismos in­
crédulos, sino también para asegurarle una sólida mo-
ralidad y aquella acendrada virtud que necesita para
ejercer dignamente las elevadas funciones de su santo
ministério. Se ha disputado si la ilustración del enten-
dimiento era favorable ó contraria á la virtud. Por de
pronto se echa de ver que ésta no puede considerarse
como refiida con la luz, pues que en Dios se reúnen de
una manera inefable la inteligência infinita con la san-
tidad infinita. L a virtud humana consiste en la con-
formidad con la ley divina, y su perfección en aproxi-
marse cuanto le es dado á la perfección de Dios: Sed
san tos porqu e y o soy san to, sed p erfec to s com o es
p e r fe cto vuestro p ad re celestial. Por donde se conoce
que la extensión de la luz del entendimiento no puede
perjudicar, sino que debe favorecer á la virtud; y que
si algunas excepciones se producen en contrario, será
(1) Vindicación personal. E scritos políticos, pág. T28.
(2) R elíq u ia s literárias, p arte 2.a, Notas.
(3) I I I , pág. 433-454.

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24 El Apologista

por tratarse de entendimientos que más bien que ilus­


trados, deben apellidarse pervertidos» (1).
«La historia viene en este punto en auxilio de la
filosofia, pues que nos demuestra que la virtud del
clero ha seguido de una manera bastante notable en
proporción con sus luces. No cabe encontrar prelados
más santos que los que brillaron en los primeros si-
glos de la Iglesia, y tampoco es dable hallarlos más
sábios. L a relajación de la disciplina y la decadência
de las costumbres, coincidieron en los siglos médios
con la extinción de las luces y el progreso de la igno­
rância; y en tiempos posteriores vimos andar parejas
el renacimiento de las ciências y de las letras con la
reforma de los abusos. Echando una ojeada sobre lo
que era el clero de Europa antes del concilio de Tren-
to, y lo que ha sido después, salta á los ojos la bené­
fica influencia ejercida sobre la moralidad por el ma-
yor grado de instrucción con que desde aquella época
estuvo adornado. No ignoramos que á esto contribu-
yeron otras causas, siendo una de las principales las
saludables disposiciones que en su profunda sabiduría,
guiada por el Espíritu Santo, dictó aquella santa
asamblea; pero tampoco podemos desconocer que en­
tre estas causas ha figurado de una manera notable
la instrucción, promovida y fomentada con particular
cuidado por dicho Concilio. Además con la imprenta
se han hecho más fáciles los médios de instruirse; se
ha dado un mayor impulso á la propagación de las
ideas, y el clero, como todas las demás clases, ha po­
dido aprovecharse de este sefialado beneficio» (2).
En segundo lugar la ilustración ha de ser para la
propagación y defensa de la fe. «Toco cristiano, dice,
(1) Ib. pág. 436
(2) lb . pág. 438.

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Cultura 25

ha de estar pronto á dar razón de su fe; pero á la gene-


ralidad de los fieles no les son necesarios aquellos co-
nocimientos, que penetrando en las mayores profundi­
dades de la ciência de la religión, se extienden á los
demás ramos del humano saber, en cuanto tienen con
aquélla algún punto de contacto. Esto queda reservado
al sacerdote, que, depositário de los tesoros del arca
santa, debe estar presto á defenderia, sea cual fuere el
modo con que se la atacare. Por cuyo motivo la ciência
eclesiástica debe estar siempre al nivel de las demás:
porque la experiencia de todos los siglos ha ensefiado,
que el orgullo procura divorciar de la fe la ciência,
haciéndolas mirar como enemigas incompatibles.
»Así vemos que, desde los primeros siglos, han pro­
curado los doctores cristianos instruirse á fondo en
las ciências profanas, de tal suerte, que cuando la
herejía ha venido á combatir este ó aquel dogma, ó la
impiedad ha zapado la base misma de la religión, los
han encontrado constantemente en su puesto, capaces
de blandir en defensa de la verdad aquellas mismas
armas de que se valia el sofisma para destruiria ó ha-
cerla dudosa. No es necesario, ni tampoco posible,
hacer una resefta histórica que confirme la verdad de
lo que acabamos de asentar; sin embargo, permítase-
nos pronunciar dos nombres, que sefialan dos gran­
des épocas, y que abarcan nada menos que la mayor
parte de la historia de los siglos que ha durado la
Iglesia: San Agustín y Santo Tomás de Aquino» (1).
«En la actualidad, el empefio de mantenerse á ni­
vel de los adelantos de la época, exige tanto más
ahinco y asiduidad de esfuerzos, cuanto que los huma­
nos conocimientos se han extendido en una región di-
latadísima; y además del punto de vista elevado y
(1) Ib . pág. 430.

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26 El Apologista

trascendental en que se acostumbra considerarlos,


como fijándolos en un centro, son innumerables las
nuevas clasificaciones de las ciências á que han dado
lugar los sucesivos adelantos. No queremos significar
con esto, que los estúdios eclesiásticos deben exten-
derse de tal manera, que abarcando extremos dema­
siado distantes, y ocupándose con sobrada detención
en matérias heterogéneas, se desvíen de su objeto
principal, no llenando las miras del propio instituto.
Sabemos que lo primero que un eclesiástico debe co-
nocer, es la religión; no de un modo vago tal como se
la encuentra explicada en los libros de los filósofos,
sino cual la ensena la Sagrada Escritura, la tradición,
la autoridad de los Santos Padres, las creencias de la
Iglesia, los decretos de los concílios y las decisiones
pontifícias. No ignoramos que un buen matemático,
un excelente naturalista, un profundo filósofo, por
sólo estas cualidades no podrán llamarse dignos mi­
nistros de Dios, si no les agregaren la ciência sacer­
dotal, que consiste en el conocimiento de los dogmas,
de la moral y de la disciplina eclesiástica, tales como
se hallan en la columna y firmamento de la verdad,
en aquella piedra sobre la cual edificó Jesucristo su
Iglesia» (1).
«Deseamos, sí, que el clero posea todas las luces
necesarias para que, en ofreciéndose la oportunidad,
pueda demostrar la armonía de la Religión y de la
razón; pueda evidenciar que no es verdad que los úl­
timos descubrimientos sobre las ciências naturales
hayan echado por tierra la autenticidad de las narra-
ciones bíblicas; que no es verdad que la ideologia, ni
la fisiologia, ni otra de las ciências cuyo objeto es el
hombre, se hallen en pugna con la religión, ni sean
(1) Ib.pàg.4tó.

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Cultura 27

capaces de indicar un fenómeno que no pueda expli-


carse por principios que en nada la contradicen; que
no es verdad, que en la historia del humano linaje se
descubran indícios de que la narración de Moisés es
falsa ó dudosa; que no es verdad, que la religión
cristiana se haya opuesto al desarrollo de la civiliza-
ción en ningún sentido, en ningún pueblo, en ningún
tiempo; que antes al contrario, desde el advenimiento
de Jesucristo data una nueva época de prosperidad y
ventura para aquella parte de la humanidad que tuvo
la dicha de abrazar la religión establecida por el Divi­
no Fundador, y que por ella se mejoró la condición de
los pueblos, verificándose con justicia y caridad la más
profunda mudanza de que nos hablaran los fastos de la
historia; que no es verdad que esa religión hubiese de­
generado en tiempos posteriores, que se hubiese hecho
indigna de marchar á la cabeza de la civilización euro-
pea, que fuera un perenne obstáculo á su legítimo des­
arrollo, y que de esta suerte se hiciese necesaria la
malhadada reforma de los perturbadores del siglo xvi;
que no es verdad lo que dicen los enemigos de la Santa
Sede, que los Papas hayan sido los opresores natos del
humano linaje, y que se hayan aliado con los tiranos de
la tierra para someter los pueblos á dura servidum-
bre; que no es verdad que el clero considerado como
clase social, haya contribuído á la pobreza y envile-
cimiento de las naciones, que alcanzara en otros tiem­
pos su riqueza y prepotência por una serie de injusti-
cias y de intrigas; que no es verdad, en fin, que el
catolicismo sea impotente para satisfacer las necesi-
dades de la época actual y de la venidera, y que ya-
ciendo como un cadáver, que sólo sirve de embarazo
á la marcha de la civilización, sea menester sepultar -
le con honor, siquiera por sus antiguos servicios, pero

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28 El Apologista

haciendo de manera que jamâs llegue á resucitar,


ejerciendo de nuevo su influencia sobre los destinos
de los pueblos» (1).
(1) Ib. pág. 443.

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CAPÍTULO III

Armonía

S umario . —Necesidad de esta cualidad en el apologista.—A t-


monia de las cosas.—Balmes recorrió todas las esferas del
saber y de la fe, y encontró y sintió profundamente la con­
cordância de todas.—Armonía de los hombres.—Balmes ar-
monizó las escuelas antiguas con las modernas en la verdad.—
El ángel de la paz que buscaba.

Esta es otra condición esencial del apologista. Así


las defensas como las impugnaciones que sufre la r e ­
velación en nuestros tiempos, convergen todas en este
punto central. A pesar del gran fondo de convenciona­
lismo y vacua palabrería, que por una y otra parte hay
en tanto discurso pomposo, en tanto artículo resobado,
en tanto libro insubstancial, no hay duda que aqui
dentro late la gran aspiración humana de resolver to
dos sus conocimientos en unidad armónica, é in ter­
pretar en un solo lenguaje espiritual todo el misterio­
so hablar del universo. Pero caemos ya más acá de la
torre de Babel, y hay muchos de ambos bandos que
cada dia hablan más confuso lenguaje. El apologista,
pues, tiene dos ofícios importantísimos: primero el de
penetrar la armonía de las cosas, segundo el de po-
ner en concordância los hombres.

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30 El Apologista

Las cosas todas, naturales y sobrenaturales, ya la


llevan como ley esencial esta íntima armonía, como
que siguen un solo ritmo, nacido de una inteligência
infinita, que llega poderosamente de un confín á otro
confín, y bellamente lo dispone todo según peso, nú­
mero y medida. Lo difícil es saber penetrar en estas
íntimas relaciones, porque, como he dicho antes, esto
supone una justa y adecuada valora ción de todo el
universo real é ideal, un conocimiento perfecto de la
razón y de la revelación. Ese temerário lanzarse fue-
ra de sus órbitas, que notamos en muchos espíritus
ligeros, y ese medroso titubear, que es la caracterís-
tica de otros tantos, tienen un mismo origen en la ig ­
norância.
Puede decirse con toda exactitud que Balmes ha
recorrido toda la órbita de la razón, que ha subido
hasta el limite donde la naturaleza confina con la nada
ó con el infinito, y que ha bajado hasta los últimos
cimientos en que se apoya toda verdad. Su filosofia
fundamental es un verdadero viaje de exploración
hasta los últimos confines de la vasta esfera ideal en
alas del discurso ó de la intuición, sin cohibir ninguno
de los ímpetus nacidos de una ansia inexhausta, y sin
temer, sino más bien buscando, el vértigo sublime de
lo infinito. En los escritos sociales y políticos ha explo­
rado todo el império de las ciências morales, sin arre-
drarse ante el abismo del corazón, ni ante las tempes­
tades del océano de la historia. En lo social, él ha
cavado todas las capas de la civilización, ha analizado
todos sus elementos, y ha clasificado y ordenado toda
la serie de causas y efectos. En la inmensidad de lo
divino, ha corrido tan lejos como la luz de la razón y
de la fe. Los que lean sus escritos verán siempre en
tan complicados movimientos una orientación segura,

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Armonía 31

una libertad de vuelo nunca cohibida, una serenidad,


una sinceridad, una confianza, un sentido íntimo de la
universal armonía, que á la vez admira y conforta.
L a cuarta parte del P rotestan tism o com parado con
el Catolicism o es en verdad la más breve, puesto que
sólo abraza los últimos cinco capítulos (69-73); pero
no es ciertamente la menos vasta en su esfera, ni la
menos importante, ni la menos eficaz, ya que nos da
en ella el fruto de todas estas exploraciones intelec-
tuales. Allí, juntando la inspiración del iluminado con
la conciencia del experimental, nos traza sin vacila-
ciones la órbita de la ciência, y por encima de ella, á
una distancia infinita, la esfera de la revelación; y
mostrándonos cómo ésta apenas se roza con la atmós-
fera filosófica, nos hace ver que ambas se mueven con
movimiento propio, pero tan armónico, que nunca tro-
piezan ni se embarazan; nos ensefia cómo la fe asiste
serenamente á todos los esfuerzos de la razón como
un sapientísimo pedagogo, dándole orientación cierta
á donde dirigir sus energias en lo necesario, sostenién-
dola cuando en sus investigaciones bambolea en el
vacío, dejándola retozar libremente donde no hay pe-
ligro, y corrigiéndola amorosa y sabiamente, cuando
con temeridad malsana quiere deformar las cosas, ó
degradarse á sí misma. Y bajando de la teoria á la
historia, explica cómo la revelación ha educado el en-
tendimiento europeo en su principio y en su desarrollo,
hasta que en mala hora abandonó su tutela, para des-
penarse en tantos abismos donde brega sin luz y sin
esperanza. De toda su obra resulta clarísimo, que
pocos entendimientos habrá que hayan visto tan clara
la armonía de las cosas.
En cuanto á poner en concordância á los hombres,
si no llegó al ideal, realizó empresas verdaderamente

l
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r

32 E l Apologista

difíciles y trascendentales. La escolástica y la filosofia


nueva no se entendían, no sólo por oposición de doc­
trinas , sino hasta en aquello en que realmente conve-
nían, por la diversidad de lenguaje, carácter y educa-
ción. La primera casi era letra tnuerta; los adversários
no la conocían sino para insultaria, los suyos para
hacer más patente su olvido. Las nuevas doctrinas se
abroquelaban dentro de un muro de negaciones ó hipó-
tesis, que ásus partidários impedíari comunicar con lo
exterior, y á los de fuera penetrar en sus recintos. La
escolástica estaba cubierta de su tecnicismo como de
armadura impenetrable al profano; la filosofia moder­
na envuelta en una flotante nube de palabras, que per-
mitieran confundir los limites de todos los objetos.
Balmes todo se lo asimiló, de todo formó su tesoro, y
como el padre de famílias evangélico, de sus arcas sacó
lo antiguo y lo nuevo, y á ambos hizo hablar aquella
lengua de la verdad, que como él mismo dice, tiene
por característica la scncillez. Y aqui es donde fué
posible que se entendiesen los enemigos, ó para ex-
cluirse francamente, ó para convenir en el lenguaje
del sentido común. Las obras filosóficas de Balmes
pueden leerlas los hombres de todas las escuelas, y
todos le entenderán como si fuera de su familia, y
todos advertirán que con la nueva luz, con el nuevo
ropaje, sus ideas nada han perdido en fuerza y digni-
dad, y han ganado muchísimo en brillo y esplendor.
E sta es una concordância pocas veces realizada, más
difícil, cuando, como entonces, se emprende por vez
primera, y nadie podrá negar que es el único sistema
pràctico de apologia científica.
Esto en el campo intelectual. En el social y político,
es aún más evidente esta fuerza de concordar, de
atraer al ósculo de justicia y de paz todo lo que tiene

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Armonía 33

unidad fundamental de espíritu. Aqui no haré más que


copiar una página suya donde invoca á este ángel de
concordia.
«Cuando se compara, dice, el mundo antiguo con
el nuevo, no es menester, como algunos creerían qui-
zás, cefiirse á los hombres de cierta edad, instituyendo
la comparación entre ancianos y jóvenes. Lo nuevo y
lo antiguo han marchado paralelos entre nosotros por
espacio de medio siglo, con las alternativas de clan-
destinidad á que recíprocamente se han condenado,
según andaran los respectivos tiempos y fortunas; y
así es que se han formado crecido número de hombres
en una y otra escuela, que ahora se encuentran cara á
cara, y que así se entienden entre sí, como allá en los
siglos médios entenderse pudieran árabes y germa­
nos.
»La fijeza de princípios, la unidad de miras, carac-
terizan á los alumnos de la escuela antigua; la vague-
dad de éstas y la movilidad de aquéllos, distinguen á
los de la escuela moderna: en los unos prevalecen y
dominan las creencias religiosas, las máximas mora-
les; en los otros preponderan los intereses materiales,
el gusto por una civilización brillante y seductora, la
tendencia á cierto progreso social vago, indefinido, de
que ellos mismos no alcanzan á darse razón. Los pri-
meros se senalan por un raciocínio severo, pero seco;
los segundos por una exposición oratoria, pero in-
exacta. Aquéllos no comprenden la sociedad nueva;
éstos en cambio no conocen la antigua; son pueblos
que han plantado sus tiendas en un mismo país, pero
que hablan distinta lengua, vienen de regiones dife­
rentes, y se encaminan á región diferente también.
Dichosos los hombres que, conociendo la lengua de
ambos, puedan mantener relaciones leales con unos y
3

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34 El Apologista

otros, sirviéndoles primero de intérpretes y luego de


conciliadores» (1 ).
E l fué realmente este ángel de paz: la historia de
su tiempo y sus propios escritos dicen que por su in­
fluencia providencial adelantó en grande escala la
obra de armonizar entendimientos y voluntades con el
ritmo de la verdad; y la triste historia de los tiempos
posteriores á su muerte, también nos dice de qué ma­
nera hemos vuelto á la discórdia de inteligências, â la
separación de voluntades, á la coníusión de lenguas.
No pretendemos exagerar la nota, atribuyéndole sola-
mente á él la obra de armonía, ni á su falta el desor-
den y perturbación de las inteligências y corazones;
pero sí dar la importância que se merece A aquel foco
de luz clarísim a, derramada por toda Espana y más
allá de sus fronteras, que oriento tan diversos espíri-
tus por el camino de la verdad.
Si quisiéramos buscar el secreto de aquel justo mé­
dio en que siempre se colocaba, y que era la razón de
ser bien recibido por ambos lados, tal vez lo encontra­
ríamos en que, por lo que toca á las cosas, nunca las
deformaba ni con fatalismos deterministas, ni con arbi­
trariedades de crítica, sino que las aceptaba siempre
en su verdad natural, sencilla y transparente, que á
todos se impone; y en cuanto á las palabras, en que no
conocía otro lenguaje que el de la sinceridad 3’ sentido
común, al cual nadie resiste.
(1) La Sociedad, cap. I, pág. 27.

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C A PÍTU LO IV

Actualidad

S umario . —Viveza
del sentimiento de actualidad en Balm es.—
Actualidad en la forma exterior. — Actualidad en los conoci-
mientos. — Lo exige la defensa de la fe .—Dos cuestiones pre­
vias.—Formación del apologista acomodada á las condiciones
de los tiempos.—Hasta en la literatura le domina este pensa-
miento.

Dificilmente puede explicarse con más verdad y


energia la actualidad que es necesaria al apologista
católico, de como lo hace él en un artículo Sobre la
instrucción d el C lero, donde nos deja retratado el
ideal que le guió á él mismo en su propia formación y
en sus trabajos.
«Los sagrados dogmas de la religión permanecen
siempre los mismos, siempre inalterables; porque sien-
do verdades reveladas por Dios, no pueden estar suje-
tos á mudanza. Pero las formas bajo las cuales pueden
presentarse en sus relaciones con el hombre, con la
sociedad y la naturaleza, son muy varias; y de aqui es
que vemos explanada la doctrina de la Iglesia de dife­
rentes modos, según han sido diferentes los tiempos y
las circunstancias. A esta variedad han contribuído

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36 EI Apologista

dos causas: el estado de los pueblos á quienes se había


de enseftar, y la clase de enemigos con quienes era
preciso combatir. Los Apóstoles y sus inmediatos suce-
sores hablaban un lenguaje distinto del que usaban los
misioneros que se proponían convertir á los bárbaros
del Norte; los jesuítas predicaban á sus neófitos del
Paraguay en estilo muy diferente del de Bossuet,
Masillon y Bourdaloue; y al lenguaje de unos ni otros
no se parece el que oímos de Ravignan y Lacordaire.
En la polémica con los enemigos de la Iglesia notamos
la misma variedad. Hay diferencia muy palpable entre
las obras de San Jerónimo y de San Agustín, y las de
estos Santos Padres y las de Santo Tomás; entre las
de Belarmino y las de los doctores ce los siglos médios;
entre las de Bossuet y las de Belarmino; y entre los
apologistas más modernos y los de los siglos que pre-
cedieron.
»Según es diferente el estado intelectual de los
pueblos, es necesario hablarles otro lenguaje; lo que es
muy fácil al hombre civilizado, es inasequible al bár­
baro; lo que para el sabio es muy l ano, es inaccesible
al hombre rudo. Hasta entre los pueblos civilizados es
muy extensa la escala en que se hallan distribuídos; y
según sea el desarrollo intelectual y moral á que ha-
yan llegado, será preciso ofrecerles las ideas bajo dis­
tintas formas, y excitar de diferente manera sus sen-
timientos. {No estamos palpando esta verdad en el
recinto de nuestra población? {No experimentamos que
un discurso muy acomodado para un auditorio esco-
gido, será totalmente desproporcionado para la gene-
ralidad del pueblo? Expresiones qu;- repugnan á aquél,
son muy agradables á éste; y rasgos que al segundo
le arrancarán abundantes lágrimas, dejarán frio al
primero, y quizás le moverán á desprecio ó risa.

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Actualidad 37

»Si esto se verifica entre los habitantes de una


misma ciudad, cuyas ideas, sentimientos y costumbres
han estado en perenne comunicación, y que por nece­
sidad han debido afectarse recíprocamente, £qué no
sucederá con generaciones apartadas unas de otras á
la distancia de largos siglos? Claro es que si se ha de
obrar sobre los espíritus con suavidad y eficacia, ha de
ser adaptándose á ellos, tomando, por decirlo así, su
carácter é inclinaciones. Obstinarse en hablar á los
hombres de hoy, como se hablaba á los de los siglos
médios, seria ó desconocer completamente la natura­
leza humana, ó empenarse en inútil lucha con la rea­
lidad de las cosas.
» Cuando se trata de defender Ia verdad, es preciso
pelear en el terreno donde el adversário coloca la
cuestión, si no queremos que se nos liame amigos de
las tinieblas y del exclusivismo, y se diga que no
somos capaces de sostener ventajosamente la lid, sino
en el palenque que nosotros mismos hemos escogido,
preparándole adrede con estudiadas ventajas, que ga-
ranticen el triunfo de nuestra doctrina. Estos adver­
sários emplean también diferentes médios de ataque,
según la variedad de tiempos y circunstancias; y esto
lo hacen, no tan sólo con premeditación de un plan,
sino también porque, afectauos del espíritu del siglo
en que viven, echan mano con preferencia de aquella
clase de argumentos que más se adaptan al estado
intelectual de su tiempo.
»De estas consideraciones inferimos la indispensa-
ble necesidad de que los conocimientos del clero se
hallen al nivel de la época, para que la causa del error
no cuente con recursos de que escasee la verdad. Es
preciso que los ministros de la religión se penetren de
toda la gravedad é importância de este deber, y de

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38 El Apologista

cuán necesario es que, viviendo separados del siglo


por la pureza de la vida y la austeridad de costumbres,
no permanezcan inmóviles en medio de la marcha que
en sus alrededores se verifica. Es menester grabar
profundamente en el ânimo, que no es inconciliable la
luz del entendimiento con la rectitud del corazón, que
la ciência no está reílida con la virtud, y que los ecle­
siásticos pueden muy bien tener la vista fija sobre el
progreso intelectual, sin dejarse contagiar de la co-
rrupción que á veces acompana los adelantos.
» E 1 hombre encargado de ensehar á los demás las
verdades más importantes, no debe quedarse rezagado
en ningún sentido; así como debe servirles de modelo
en la pureza de la vida, así debe también empufiar el
cetro de la inteligência; porque es preciso confesar que
la reunión de la santidad, de la sabiiuría y del sacerdó­
cio, iorman un conjunto tan sublime, que á su ascen-
diente no pueden resistir hasta los espíritus más incré­
dulos. Obsérvese lo que acontece en el mundo, y se
notará que donde quiera que existe esta admirable
reunión de circunstancias, allí se dirigen los homena-
jes del público; y hasta los más dominados por preo-
cupaciones contrarias á la religión, ó tributan un
obséquio á la persona, ó permanecen en respetuoso si­
lencio. Cuando los vândalos entraron en Hipona aca-
taron los restos de San Agustín que acababa de falle-
cer; cuando ocupaba la Silla de Cambray el inmortal
Fenelon, los jefes de los ejércitos se impusieron el
deber de respetar el território del ilustre prelado» (1 ).
Parece que no se pueden decir cosas más verdade-
ras y más actuales en esta matéria. Veamos ahora las
razones que le mueven, insistiendc en los mismos pun-
tos de vista.
(1) L a S o c ie d a d , cap. I V , pág. 13, seq.

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Actualidad 39

E s actual, no por inconsciência rutinaria, ó por


veleidad de espíritu; sino por una profunda convicción
de lo raucho que importa para la defensa de la verdad
inmutable, y hasta por sentimiento de la alteza y se-
renidad de espíritu que supone, cuando se posee esta
cualidad con dominio y equilíbrio de las cosas. «El
dogma de la Iglesia católica, repite en otro estúdio,
es inmutable, porque este dogma es la verdad, y la
verdad es siempre la misma. L a moral de la Iglesia
es también inmutable, porque esta moral es el dogma
aplicado á los actos humanos, y así es que está tam­
bién comprendida enel dogma. Depósito sagrado que.
la Iglesia ha recibido de Jesucristo, y que ella no pue­
de enajenar ni mutilar; depósito que ha de comunicar
incesantemente á los fieles, trasmitiéndolo de genera-
ción en generación hasta la consumación de los siglos.
Por esta causa la Iglesia no puede transigir en maté­
rias de dogma ni de moral, y los doctores y los orado­
res católicos no pueden, sin abdicar de este carácter,
ensenar á los pueblos otra doctrina que la misma que
se ha ensenado desde el principio de la Iglesia. Esto
es muy cierto: pero también lo es que la misma doc­
trina es susceptible de exposiciones muy diferentes,
sobre todo cuando se trata de hacerla plausible á los
ojos de la razón, y de acomodaria á la capacidad y
aun al gusto de cada época. San Cipriano, San Agus-
tín, San Juan Damasceno, Santo Tomás de Aquino,
todos son doctores católicos, todos explican y apoyan
la doctrina de la Iglesia; pero no obstante, la diferen­
cia entre sus escritos es incontestable, no sólo por lo
que toca al estilo, que es propio de cada época y de
cada autor, si que también con respecto á las razones
que alegan, y al punto de vista bajo el cual presentan
la verdad de la doctrina de la Iglesia. Andando el

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40 El Apologista

tiempo han ido apareciendo otros doctores insignes


que han consagrado su vida ã la defensa de la fe cató-,
lica, y en todos se ha podido observar el mismo siste­
ma d.e conducta; esto es, de acomodarse á las necesi-
dades y al gusto de cada época; y no transigiendo en
puntos de dogma, no haciendo al error concesiones
sacrílegas, pero sí empleando en pro de la causa de la
verdad todos los médios que se empleaban de la parte
opuesta en apoyo del error.
»Infiérese de aqui la necesidad que tienen también
los escritores y oradores de nuestro tiempo de imitar
la conducta de sus predecesores, y que por tanto de-
ben procurar colocarse en el verdadero punto de vista,
para apreciar debidamente el espíritu y las tendên­
cias del siglo en que viven, conociendo los elementos
que abriga, así buenos como maios, aquéllos para
aprovecharlos en la ocasión oportuna, éstos para que
no se ignore dónde debe aplicarse el remedio» (1 ).
De aqui brotan espontáneamente dos cuestiones ca-
pitales que ha de proponerse el apologista para situarse
y orientarse antes de emprender su carrera.
«iCuáles son los elementos favorables al catolicis­
mo que abriga la sociedad actual? ,;cuáles son los con­
trários? He aqui dos cuestiones grandes, inmensas á la
par que difíciles y delicadas: cuestiones sobre que
debe hjarse la primera mirada del escritor y del ora­
dor cristiano, pues que de ellas depende nada menos
que el acierto en la elección del camino que ha de se­
guir; cuestiones que no pueden resolverse por el mero
estúdio de la historia, porque la historia de lo presente
no existe aún, y lo que pasa á nuestros ojos es muy
diferente de lo que vieron nuestros mayores; cuestión
que demanda nada menos que una atenta observa-
(.1) La Civilización, I I , E l abate de R a vig n a n , pág. 412,

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Actualidad 41

ción de los hechos que nos rodean, una apreciación


tranquila de los acontecimientos que se verifican, sin
exagerar ni el bien ni el mal, sin transformar en rea­
lidades lo que no es más que un temor ó un deseo.
Cuestiones bay que honran, no diremos á quien las re-
suelve, sino á quien solamente las propone; porque una
de las pruebas de la superioridad es colocarse de golpe
en el verdadero punto de vista para la contemplación
de los objetos» ( 1 ).
Bien persuadido de que es absolutamente necesario
que el apologista tenga esta actualidad, se remonta
hasta la fuente, á su formación en los seminários, para
prevenir el inconveniente «de acostumbrarse á un or-
den de ideas, sentimientos y hábitos, que nada tengan
de semejante con lo que prevalece y domina en la so-
ciedad que los rodea. E ste inconveniente nacido de la
misma naturaleza de las cosas, sólo puede obviarse
teniendo montados los sistemas de instrucción con tal
arte, que los jóvenes, al propio tiempo que se penetren
del espíritu del Evangelio, para arreglar á él sus cos-
tumbres, conozcan también el espíritu del siglo, para
dirigir acertadamente á los que viven en medio d eél...
No opinamos que este resultado deba obtenerse siem­
pre por medio de largas disertaciones: hay cosas que
más bien se sienten que no se entienden, y quizás un
rasgo, una anécdota, una reflexión oportuna, un cua-
dro de costumbres, ensenan más sobre el espíritu del
siglo, que un abultado volumen. Dos cosas deben con­
tribuir al logro del objeto indicado: los profesores y
los libros, y sobre unos y otros conviene fijar la aten-
ción, escogiendo los más acomodados al intento» (2 ).
«Las ciências eclesiásticas presentan bajo este
(1) Ib . pág. 413.
(2) La Sociedad, I V , Sobre la instrucción del clero, pág. 16.

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42 El Apologista

punto de vista terribles dificultades: cuando se las


quiere presentar de manera que sir. perder nada de
su verdad y gravedad, puedan oírecerse á los ojos del
público sin causar extraneza, antes llamando la aten-
ción por su dignidad y lustre, se encuentran tales em-
barazos, que sólo puede deshacerse de ellos una mano
muy ejercitada. E n trev arias razones que quizás po-
drían senalarse, es en nuestro concepto una de las
principales, el que los estúdios eclesiásticos, si han de
ser sólidos y profundos, han de hacerse, no sólo con
los libros modernos, sino con los antiguos.» De aqui
puede resultar que uno se acostumbre á vivir en otro
siglo, y «el joven que sale del seminário donde no
se han tenido en consideración es tos hechos, se en-
cuentra con un mundo que ni le comprende, ni es com-
prendido por él; con unos sábios que hablan otra len­
gua, y que nada entienden del idioma de los sábios de
otras épocas, único que conoce el recién venido; si
ataca á algún adversário, parte de princípios que el
otro no admite; y si es atacado, y se defiende, contes­
ta en términos, quizás profundamente sábios, pero
cuyo sentido el eontrincante no alcanza, por ser aqué-
11a la primera vez que los oye. De manera que puede
muy bien ocurrir, que un joven de talento muy claro,
de dilatada instrucción y profundo saber, se encuen-
tre embarazado en la polémica coa un ignorante, no
por falta de excelentes armas, sino por no tenerlas
acomodadas al uso del dia» (1 ).
La formación moderna que desea en el seminaris­
ta, no quiere que estorbe los sólidos estúdios de la an­
tigua ciencià cristiana, antes cohibe y reprende aquel
primer movimiento de desengano y semidesprecio,
que fácilmente se ceba en el joven que por vez prime-
(1) Ib. pág. 18.

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Actualidad 43

ra, al salir de las clases eclesiásticas, toma en sus ma­


nos libros ó revistas que le descubren nuevos horizon­
tes, como si todo lo pasado fuera tiempo perdido, y
sus directores unos ignorantes. En su último ano de
vida meditaba una grande obra sobre la formación del
clero, que parece intentaba publicar con el título de
Cartas á un sem in arista. jGran lástima que la muer-
te segara en flor éste y otros ideales de aquel grande
hombre! Pero entre sus papeies he encontrado el prin­
cipio de una carta literaria dirigida á un seminarista,
donde le acomete con la idea de no condenar lo pasa­
do por lo nuevo que le sale al encuentro (1 ).
Este pensamiento de la actualidad en las obras
apologéticas lo domina de tal manera, que lo inculca
instantemente hasta en las obras de bella literatura.
Hace la crítica de los escritos poéticos del Sr. de Be-
rriozábal, y le exhorta á que imprima á sus poesias
un sello filosófico, para que sean aceptables â muchas
personas que no se atreven á manifestar su fe sino re-
vistiéndola con el manto de las convicciones filosófi­
cas. «Esto será, dice, un mal tan grave como se quiera,
pero es un hecho positivo, evidente, palpable, y del
que conviene no desentenderse, cuando se escribe en
defensa de la religión.
«Claro es que si tal sucede en las graves discusio-
nes religiosas, mucho más se habrá de verificar en la
literatura; la cual, dirigiéndose en buena parte á la
fantasia y al corazón, puede prescindir mucho menos
de la disposición en que se hallan así aquélla como
éste, por la influencia del espíritu del siglo. Dejamos
aparte las obras que sean propiamente de piedad, en
las que es preciso andar con sumo tiento, aun cuando
se trate de las innovaciones más pequenas; pues que
(1) R e l í q u i a s l i t e r á r i a s d e B a l m e s . P a rte l . a n. 16.

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44 El Apologista

éstas no se comprenden comúnmente bajo el nombre


de literá ria s, ya que pertenecen á un orden superior,
y merecen dictados más graves y augustos. Pero las
obras que sean propiamente de literatura religiosa,
no alcanzarán en este siglo mucha nombradía, ni po-
drán ejercer grande influencia en los espíritus, si no
llevan ese barniz filosófico de que hemos hablado; si
el escritor no muestra á menudo que conoce y siente
profundamente el siglo en que vive. Ese conocimiento
y ese sentimiento sean enhorabuena para reprobar y
condenar, pero es preciso que existan, es necesario
que resalten en todas las páginas de la obra; su ausên­
cia es un vacío que con nada se llena. No basta expre-
sar convicciones profundas, no basta derramar en
abundancia los aíectos; es necesario que esas convic­
ciones se presenten de tal suerte, que se deje conocer
que en su formación ó conservación se han tenido pre­
sentes las doctrinas del siglo; es indispensable que
esos afectos no procedan de un corazón aislado, por
tierno, por delicado que sea; sino que; salgan de un co­
razón que aun cuando se mantenga íntegro y puro,
deje entrever que se ha conservado así, á pesar de
haber sufrido el soplo disolvente de la época» ( 1 ).
Lo que aqui aconseja con sus palabras, lo practicó
con su ejemplo. No hay duda alguna que sentia Balmes
afición á la bella literatura; pero era tal la fuerza apo­
logética de su espíritu, que parece no sabia ver las co­
sas aisladas sin referirias á este fin. Así como la idea
que más íntimamente une toda su obra científica, es
la relación de todas las cosas con lo divino, así el fin
último que él ve en toda obra literaria, es la aptitud
de mover los sentimientos religiosos y morales. Cosa
bien notable. Las primeras ideas de publicidad que
(l) L a S o c ie d a d , IV , pág. 268.

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Actualidad 45

tuvo este grande hombre de ciência, no fueron científi­


cas, sino literárias; y la razón de este fenómeno que
no tiene explicación en la estructura de su espíritu,
la tiene perfecta en esta especie de obsesión apologé­
tica que todo lo subordinaba á su ideal. Nacido en
época más literaria que científica, enfocó primero sus
pensamientos por el camino que llevaban los espíritus
de su tiempo, y concibió una poesia filosófica, que hi-
ciera reflexionar seriamente, y llevara á Dios. Com-
puso muchas poesias en este sentido, de las cuales
estaba enamorado, como él mismo confesó; era lo
primero que pensaba dar á la estampa, y fué casi el
imico de sus muchos escritos que no publicó, salvo al-
gunas excepciones, aunque en sus primeros tiempos
las leyó mucho á sus amigos, y las copió y retocó re­
petidas veces.
Más tarde intentó la novela; pero el móvil no fué
tampoco un puro sentimiento artístico, sino el mismo
ideal apologético, porque veia en este género literário
un vehículo muy apto para algunas de sus ideas. Basta
leer los fragmentos que nos quedan, para entrever la
falsilla de las ideas que al escribir tenía bajo el papel.

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CAPÍTU LO V

Realismo

S um ario :Importância de conocer la realidad.—Acepta la socie-


dad como la encuentra, porque el Catolicismo se acomoda á
todo lo honesto.—Se quiere hacer oir.—Carácter del escepti-
cismo de su tiempo.—No basta conocer: es necesario que el
apologista ame su tiempo.—Sano optimismo para lo presente
y lo porvenir.—Cómo mira los males.—Razones de este pro­
ceder.

L a actu a lid a d supone un claro conocimiento de la


r e a lid a d ; y este conocimiento no se adquiere sin un
profundo estúdio del hombre, y no solamente del hom­
bre teórico, de las leyes eternas de la vida racional,
sino de lo contingente, del hecho humano, no siempre,
por desg'racia, tan acomodado al ideal. No hay duda
que Balmes poseía esta cualidad en un grado extraor­
dinário. Sin salir nunca de la verdad, todas sus pági­
nas son una práctica demostración del valor que con­
cede á todo hecho individual ó social: nada desprecia,
á todo atiende, todo lo analiza, considera el patrimó­
nio espiritual de los demás, como si fuera propio. En
la primera página de su F ilo s o fia F u n d am en tal tie-

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Realismo 47

ne sobre esto una confesión muy explícita. Hablando


de las extravagantes cavilaciones de los filósofos so­
bre la certeza, escribe: «E n la presente matéria, como
en muchas otras, no doy demasiada importância á las
opiniones de los filósofos, y estoy lejos de creer que
deban ser considerados como legítimos representantes
de la razón humana; pero no se puede negar al me­
nos, que en el orden intelectual son la parte más acti-
va del humano linaje. Cuando todos los filósofos dis-
putan, disputa en cierto modo la humanidad misma.
Todo hecho que afecta al linaje humano es digno de
un examen profundo; despreciarle por las cavilacio­
nes que le rodean, seria caer en la mayor de ellas: la
razón y el buen sentido no deben contradecirse, y
esta contradicción existiria si en nombre del buen
sentido se despreciara como inútil lo que ocupa la ra ­
zón de las inteligências más privilegiadas. Sucede con
frecuencia que lo grave, lo significativo, lo que hace
meditar á un hombre pensador, no son ni los resul­
tados de una disputa, ni las razones que en ella se
aducen, sino la existência misma de la disputa. Esta
vale tal vez poco por lo que es en sí, pero quizás vale
mucho por lo que indica» (1 ).
Conforme con estos principios, él acepta la socie-
dad tal como la encuentra, y para inocularle el espí­
ritu cristiano, adopta sus mismas fórmulas, y en cuan­
to puede, hasta sus mismas palabras, pero sin pasar
nunca la raya senalada por la razón y por la revela­
ción. L a primera publicación periódica que funda por
su cuenta es L a S ociedad, y para dar la norma de su
revista, ampliamente apologética, comienza su pros-
pecto con estas palabras: «En la sociedad de nuestros
padres dominaba la fe, en la nuestra prevalece la ra-
(1) F i l o s o f i a F u n d a m e n t a l, I, pág. 8.

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48 El Apologista

zón: en aquélla, era la religión cual la columna de


fuego que guiaba á los israelitas en la obscuridad de
la noche; en ésta, es como el misterioso blandón que
despide sus tranquilos resplandores en el retiro del
santuario. Antes se construían magníficas iglesias,
suntuosos monasterios, ahora gigantescas fábricas;
antes, se levantaban altísimas torres para el sonoroso
tanido, anuncio del sacrifício y de la plegaria, ahora
se encumbran á porfia negros cafios que arrojan bo-
canadas de humo. No aceptamos todo lo nuevo, pero
tampoco pretendemos evocar todo lo antiguo: que á
pesar de nuestros clamores, no se alzaría de su tumba
Pedro el Ermitafto con sus legiones de cruzados.
»La sociedad actual, dice: «la inteligência es mi
guia, la ley mi regia, mi fin el goce». Nosotros toma­
mos por guia la inteligência, pero en ella comprende-
mos la fe, porque la fe es también una inteligência
sublime; deseamos por regia la ley, pero colocamos
en primera línea la eterna, y miramos como dechado
de leyes la moral del Evangelio; ponemos el fin en un
goce, no limitándole empero á la esfera temporal,
sino extendiéndole á los inefables destinos del alma
más allá del sepulcro.»
«El cristianismo es para nosotros el manantial de
la verdadera civilización; y no considerado como un
simple pensamiento filosófico, ó como una religión
encomendada ;l los caprichos del espíritu del hombre,
sino tal como Dios le fundó, y se conserva en la Igle-
sia católica. Rechazamos la idea de que el catolicismo
no baste á satisfacer las nuevas necesidades de los
pueblos, y de que, semejante á las instituciones huma­
nas, haya de sufrir una transformación radical, con­
servando su fondo verdadero, v dejando sus gastadas
envolturas. La religión cristiana no es hoy un defor­

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Realismo 49

me gusano, que con el tiempo deba trocarse en pintada


mariposa. Permaneciendo la misma, se adapta á la di-
versidad de las épocas, y produce variados efectos: el
mismo sol que alumbrando hórridas montanas las pue-
bla de robustas encinas, brillando sobre climas más
apacibles, los embellece con vistosos frutales, y los
recrea con delicados perfumes.»
Al emprender su obra el P rotestan tism o com p ara­
do con el C atolicism o, mayormente en su segunda y
tercera parte, donde pretende demostrar que el Cato­
licismo es más conducente que el Protestantismo para
la verdadera libertad, para el verdadero adelanto de
los pueblos, para la causa de la civilización; com-
prende que ha de luchar con fuertes antipatias y disi-
par considerable número de prevenciones y errores;
pero en medio de las dificultades de que encuentra
erizada la empresa, le alienta una poderosa esperan-
za, y es la de que la actualidad de su obra, lo intere-
sante que es la matéria, y el ser muy del gusto cien­
tífico del siglo, convidará á leer, obviándose de esta
manera el peligro que suele amenazar á los que escri-
ben en favor de la religión católica, de ser juzgados
sin ser oídos (1). E l no queria esta aberración; pero
como sabia bien que todo tiempo tiene sus hombres, que
de buena gana escucha á éstos, y dificilmente á los
demás, p ro cu ró hacerse oir, siendo en todo lo lícito
hombre de su siglo.
E ra en esto tan fino observador, que en la misma
duda escéptica que corroía las entraftas de la sociedad
de su tiempo, nota él un sabor diferente del que había
en otras edades, y encuentra en ello un punto de apo-
yo para el apologista.
«Un sordo vaivén agita en la actualidad las socie-
(1) Protestantism o, cap. 13, pág. 119.
4

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I

50 El Apologista

dades europeas, y aún todo el mundo civilizado, y este


vaivén es la duda que se ha filtrado hasta sus primeros
cimientos; cierto que la duda social es como la duda
del indivíduo, una inquietud que no puede calmarse
sino por un momento, con las convicciones de la ver­
dad ó la obstinación en el error. Sin embargo, esta
oscilación tan fatal para lo presente, y que parece
alarmante para el porvenir, no es ahora de mal agiiero,
y para los hombres observadores, es un motivo de ha-
lagiiefías esperanzas. L a sociedad francesa, verdadero
corazón de la sociedad europea, y cuyas pulsaciones
deben observarse con mucho cuidado si se quiere com-
prender la verdadera situación de Europa, y de toda
la civilización, dudaba en tiempo de la Regencia, en
el reinado de Luis X V , y duda no menos en el reinado
de Luis Felipe. La situación es semejante, pero el
orden es inverso: entonces era un hombre de buenas
ideas á quien la duda pervierte; ahora es un hombre
cansado de errores y extravios, que duda de las erra­
das máximas que había abrazado con entusiasmo, 3^
que se afana por la verdad, por un punto de apo}7o en
que pueda reposar de sus errores y desdichas; enton­
ces rodaba por una pendiente suave pero peligrosa,
que le eonducía lentamente á la inmoralidad, al ateís­
mo y á los horrores de la Convención; ahora marcha
también lentamente, pero es hacia la Religión, hacia
la moral, y á la felicidaa pública 3* doméstica. Muchos
afios ha que observadores profundos columbraron ya
esta observación moral y religiosa; grandes sacudi-
mientos que han sobrevenido después en vários pue­
blos de Europa, han parecido desbacer la realidad de
sus previsiones; pero el sucesivo desarrollo de los he-
chos encadenados entre sí con un orden admirable, va
confirmando cada dia la exactitud de sus cálculos, y

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Realismo 51

no hay que dudarlo, tarde ó temprano, una experien-


cia completa vendrá á comprobarlo» ( 1 ).
No basta que el apologista conozca su tiempo, es
necesario que lo estime, porque sin amor es imposi-
ble aquella transfusión de alma que conviene para la
íntima comunicación. En todas las obras de Balmes
palpita un calor de simpatia y de entusiasmo por la
civilización europea, por todo lo que es adelanto cien­
tífico ó material, que es imposible no cautive â los es-
píritus enamorados de su época. «Todo lo que dista de
nosotros en espacio y tiempo, dice, nos complacemos
en pintarlo con hermosos colores, en revestirlo de una
belleza que no existe en realidad.» E l quiere ser de su
tiempo.
Por una parte con la razón enfrena su fantasia,
para que no arraigue en su alma la anoranza de lo
antiguo, ni siquiera la ilusión de la inocência en las
primeras edades. « Cuán infundado es todo lo que se
imagina, y tal vez se cree, sobre la inocência de las
edades primitivas, y cuán exagerados son los males
que se suponen nacidos del adelanto de la sociedad.
Donde quiera que encontramos al hombre hallamos el
mal á su lado; si es culto, lo practica con astúcia, si es
bárbaro lo ejerce con violência; si no queréis suírir el
brillante velo ocultando la corrupción, fuerza os será
resignaros á contemplar las asquerosas formas de
feroz brutalidad» (2 ).
Por otra parte mira con sano optimismo la civiliza­
ción presente, considerándola como un don de Dios.
«Bien conoce V . que no aborrezco el progreso de la

(1) E s c r i t o s P ó s tu m o s . I n flu e n c ia d e l a s o c i e d a d e n l a p o e s i a , pá­


gin a 52.
(2) L a S o c ie d a d , I., p. 86, E s t ú d io s H is t ó r i c o s f u n d a d o s e n la R e ­
ligión.

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52 El Apologista

sociedad, que lo miro como un beneficio de la provi­


dencia, que no soy pesimista ni me complazco en con­
denar todo cuanto existe y todo cuanto se columbra en
el porvenir» (1 ).
Y no es que desconozca lo azaroso de los tiempos
para la Religión; pero tiene el pesimismo como debi-
lidad de juicio, y entiende que para esto ha de servir
la fe en la divinidad de la Religión. «Al tratar con un
mundo distraído, al encontramos con tanto incrédulo,
al ver el diluvio de libros irreligiosos que amenaza
inundamos, á veces se apodera del alma la tristeza, y
como que se desliza en el corazón la timidez y el des-
aliento. ;Cómo se detiene el torrente? iQuién pondrá
un dique ;í semejante desbordamiento? iAh! Senores,
esos pensamientos son débiles, y permitaseme decirlo,
índican fe poco viva. ;Sé hallaba en estado lisonjero el
mundo, cuando la aparición del cristianismo? jEran
agradables las circunstancias cuando el orbe gemia
asombrándose de verse arriano? <Lo eran cuando los
bárbaros arrasabanlas ciudades, cuando la ignorância
cubría como una niebla la faz del mundo, cuando los
albigenses provocaban guerras sangrientas, cuando
Lutero arrebataba á la Iglesia tantos reinos florecien-
tes, cuando las armas de la revolución francesa ocupa-
ban la capital del mundo cristiano y tenían preso al
Vicário de Jesucristo? Hombres de poca fe, ipor qué
dudarnos? Levántense las olas, bramen los vientos; la
navecilla no perecerá: vivamos tranquilos, Jesucristo
la dirige, EI la conducirá á puerto de salvación. Procu­
remos no hacernos indignos de servirle de instrumen­
to: con abundancia de doctrina y santidad de costum-
bres, procuremos ser luz del mundo y sal de la tierra,
y no dejemos estrechar nuestro corazón con temores
(1) Cartas. V I .* , p. 147.

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Realismo 53

infundados. Que las ciências progresen, que los inte-


reses materiales se desenvuelvan, que los impérios se
hundan, que los sistemas políticos se transformen,
nada debe arredrarnos: la verdad permanecerá, los
cielos y la tierra pasarán, las palabras de Jesucristo
no pasarán. íQué sabemos nosotros de la Providen­
cia?» ( 1 )
Ni al porvenir teme, á pesar de que á veces se le
abre á los pies como un abismo sublimemente terrible;
no puede participar de la pusilanimidad de los que
temen ípor la Religión en el nuevo estado á que van á
parar las sociedades, cuando vuelve su vista á los diez
y ocbo siglos pasados. «Verificáronse en ese espacio
de diez y ocho siglos revoluciones colosales; pasaron
sobre la sociedad europea vicisitudes innumerables; la
vida pública y privada de los pueblos se modilicó, se
cambió de mil maneras, y, sin embargo, la Religión,
permaneciendo la misma, sin prestarse â ninguna de
aquellas transacciones que la destruirían por su base,
ha podido y sabido acomodarse á lo que le demandaban
la diversidad de tiempos y circunstancias; sin hacer
traición á la verdad, no ha perdido de vista el curso de
las ideas; sin sacrificar á las pasiones la santidad de la
moral, ha tenido en cuenta las mudanzas de los hábitos
y de las costumbres; sin alterar su organización inte­
rior, en lo que tiene de inalterable y de eterno, ha
creado infinita variedad de instituciones acomodadas á
las necesidades de los pueblos sometidos á su fe» (2 ).
Hasta los mismos males excusa con cariflosa indul­
gência. «Dudo mucho que los tiempos presentes deban
en nada posponerse á los pasados, considerando los
pueblos civilizados en general, y prescindiendo de do-
(1) Escritos Póstumos, pág. 50.
(2) Carta, V I .a , pág. 146.

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54 El Apologista

lorosas excepciones, que, por necesidad, deberán ser


pasajeras; y me inclino á creer que no son mayores
nuestros males, sino que se abultan en gran manera,
por dos motivos: l.°, porque reflexionamos demasiado
sobre ellos, semejantes al enfermo que aguza sus dolên­
cias haciéndolas objeto continuo de sus pensamientos
y palabras; 2 .°, á causa de que tenemos mayor libertad
para quejarnos, así de viva voz como por escrito, ana-
diéndose, además, que la prensa, no siempre con recta
intención, lo exagera todo» ( 1 ).
Este optimismo no es por condescendência apasio-
nada con las cosas de su tiempo, sino por razón justa
y equilibrada. «Sabido es, dice, y en bastantes escritos
lo tenemos consignado, que estamos muy lejos de ha-
llarnos satisfechos de la dirección que van siguiendo
las ideas y los hechos; pero tampoco creemos que sea
conveniente recargar ni ennegrecer el cuadro. Y en
esta parte nos guían dos ideas: primera, el respeto de-
bido á la verdad; segunda, el que así para los indiví­
duos como para los pueblos, opinamos que contribuye
mucho á ponerlos en mal estado el hacerles creer que
ya se hallan en él.» Y más abajo proclama resuelta-
mente que tiene fe en el porvenir de la humanidad,
confianza en el buen sentido, y esperanza en la Provi­
dencia (2 ).
Y ya que ha atribuído el sentinvento más intenso de
nuestros males á la libertad que tiene el pueblo de que-
jarse en la prensa, para que no se le tenga por enemigo
cerrado de este instrumento tan poderoso para influir,
que tantas veces despierta su entusiasmo, ni de las
reivindicaciones justas de las ínfimas clases, anade: «Y
(1) Carta, V I .a, pág. 141.
(2) La Sociedad , IV , pág. 275. Sobre la revista de intereses m ate­
riales y m or ales de La Sagra , a r t. 2.

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Realismo 55

no crea usted que yo esté mal avenido con que se dé la


conveniente publicidad á los sufrimientos del pobre, ni
que desee que se imponga silencio á la cl ase que sufre
pax_a que no cause siquiera el padecimiento de algunas
moléstias y zozobras á la clase que goza; sólo he que­
rido indicar un carácter de nuestra época, senalando la
razón de que parezca tener otras particularidades que
se le atribuyen como propias, no obstante de serie co-
munes con todas las que le han precedido. Que por lo
tocante á las simpatias en favor de la clase meneste-
rosa, á nadie cedo; y respetando, como es debido, la
propiedad y demás legítimas ventajas de las clases al­
tas, no dejo de conocer la sinrazón y la injusticia que
á menudo las deslustra y las dana» (1 ).
Como se ve, esta actualidad balmesiana, no sólo no
es tal por falta de un ardiente amor al espíritu cristia-
no, sino que sin éste no puede subsistir por falta de
apoyo. La incredulidad es esencialmente pesimista; la
fe redime de las mayores calamidades con la esperan-
za y el amor.
(I) C a r ta s , pág. U l.

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C A PÍTU LO V I

Flexibilidad y tolerância

Qué es flexibilidad.—Qué es tolerância.—No es indife-


S u m a r io :
rencia.—Hacerse cargo de los sentimientos del incrédulo.—
No se puede ir más allá que Balmes.—Compasión.—Convidar
con el consuelo.

L a Tacomodación á lo actual supone fle x ib ilid a d , y


ésta no se adquiere sino con la vista de las cosas y de
los hombres; supone tolerân cia, que no puede nacer
sino del amor. He aqui lo que en este: punto dice B a l­
mes al apologista: «Cuando tratamos de la prudente
flexibilidad que se alcanza con la vista de las cosas y
de los hombres, no hablamos de aquella culpable con­
descendência que se doblega con las exigências del
mundo, acomodando la religión â los extravios de la
razón y torciendo la moral del Evangelio, según lo de-
mandan las insaciables pasiones; sólo aludimos á la
atinada práctica de aquella regia del apóstol, todo
p a r a todos p ara g a n a rlo s d todos. Con ella se expre-
san, sin duda, la conveniência y necesidad de tener
ciertas consideraciones á las circunstancias en que se
encuentran las personas, suministrándoles los alimen
tos y remedios con la debida discreción: á unos les

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Flexibilidad y tolerância 57

conviene el pan de los adultos, á otros la leche de los


ninos; â unos les son necesarios medicamentos fuertes,
otros los han menester muy suaves. Si bien se mira, no
es más lo que estamos diciendo que una aplicación á la
época actual de lo que en todos tiempos se ha practi-
cado en la Iglesia. L a unidad é inmutabilidad de sus
dogmas y la invariabilidad de su moral no la impiden
acomodarse á la diversidad de tiempos y países, y éste
es el origen de las incesantes modificaciones que en su
disciplina ha tenido por conveniente adoptar en todas
épocas y está adoptando todavia en la nuestra» ( 1 ).
Y de la to lerâ n cia dice en los E scritos P óstu m os (2):
«Por tolerância entiendo la caridad: el sacerdote cari­
tativo es un sacerdote tolerante. Y a sé que á esto con-
tribuye el hábito de sufrir contradicciones, así con
varias lecturas, como en el mundo; pero su principio es
la caridad, y si ésta no preside, se corre el peligro de
que la tolerância se convierta en una flojedad culpable.
cQué se quiere en un hombre tolerante? jPaciencia,
benignidad, etc.? Todo eso lo tiene la caridad; el após-
tol lo ha dicho: «la caridad es paciente, benigna, etc.»
E sta cualidad la entienden muy diferentemente los
incrédulos y los católicos. «Prescindiendo ahora, dice
Balmes, de la mayor ó menor extensión que, según la
variedad de países, sea conveniente dar á la tolerância,
y considerándola tan sólo en general, en cuanto forma
uno de los caracteres de nuestro siglo, conviene adver­
tir que los irreligiosos é indiferentes la adoptan como
un sistema consecuente al estado de su entendimiento,
pues mal puede manífestarse intolerante con una reli­
gión particular quien las mira todas con desprecio ó
(1) La C ivilización, I Í I . L a instrucción del clero, pág. 452.
(2) Conducta que debe observar el sacerdote con el incrédulo, pá­
gin a 47.

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58 El Apologista

indiferencia; al paso que los hombres religiosos la mi-


ran corno el resultado de hechos que ellos no pueden
destruir, la consideran como una necesidad de la épo­
ca; y en cuanto en la palabra tolerância se entendiese
la fraternidad universal, el amor á todos los hombres,
el deseo de hacerles bien á todos, aunque proíesen re­
ligión diferente, Ia juzgan un deber sagrado, que se
funda en la misma caridad prescrita por el Divino
Maestro, que ensenó que toda la ley y los profetas es-
taban compendiados en los dos preceptos de amor á
Dios y al prójimo, que no exceptuó á nadie de este
amor, antes incluyó á los mismos enemigos, mandán-
donos expresamente que nos amásemos, que hiciésemos
bien A los que nos aborrecen, que orásemos por los que
nos calumnian y persiguen» ( 1 ).
La tolerância no es indiferencia. «Es preciso repe-
tirlo: ser tolerante no es ser indiferente; y la religión
católica nada tiene que no pueda conciliarse muy bien
con las tendências del siglo, en todo loque abrigan de
justo, de suave, de generoso. ;No se predica la frater­
nidad universal, no se inculca la necesidad de sufrirnos
unos á otros, de que la humanidad sea como una gran
familia, trabada suavemente con lazos de paz, de be­
neficência y de amor? Pues ;quién puede reunir estas
condiciones en más alto grado que los hombres que pro-
fesan una religión, cuvo principal precepto es la cari­
dad? esa caridad que, según el apóstol, es su fr id a , es
Anlce y bien h ech ora, que no tien e en vidia, no obra p r e ­
cip itad a ni tem era ria m en te, no se en soberbece, no es
am biciosa, no busca su s in tereses, no se irrita , no
p ien sa m al, no se h u elg a de la in ju sticia, com plácese,
sí, en la verd ad , d todo se acom oda... y todo lo sopor-
(1) L a C iv iliz a c ió n ,] . L a i n d i f e r e n c i a so d a l e n m a t é r i a s r e lig i o ­
s a s , páfr. 294.

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Flexibilidad y tolerância 59

ta. Nuestra religión divina está fundada sobre la cáte­


dra de San Pedro, de aquel á quien Jesucristo, antes de
encomendarle su rebano, le exigió corno por prenda el
amor; le preguntó si le amaba: «rPedro, me amas?» y
que después ensefiaba en sus cartas á los fieles, esta
tan hermosa, tan dulce como sublime doctrina: Sed to ­
dos de un m ism o corazón : com pasivos, am an tes dc to ­
dos los h erm an os, m isericord iosos, m odestos, h u m il­
d es: no volvien do m al por m al, ni m aldición p o r m al-
d ición ; an tes a l con trario, bien es ó ben d icion es; p o r ­
que A esto sois llam ad os, á fin de que p o seá is la he-
ren cia de bendición c elestia l» (1).
Así cuando tropieza él con la incredulidad del
hombre de su tiempo, no reacciona en aversión ó ira
imprudente, sino que todo se resuelve en compasión,
Oigámosle otra vez (2): «Mucho me compiace lo que
V . se sirve insinuarme en su última, de que si bien mis
reflexiones no han podido decidirle todavia â salir de
esa postración de espíritu que se llama escepticism o,
al menos han logrado convencerle de un hecho que
V. consideraba poco menos que imposible; esto es,
que fuese dable aliar la fe católica con la indulgente y
compasiva tolerância con respecto á los que profesan
otra diferente, ó no tienen ninguna. Bien se conoce que
V., á pesar de haber sido educado en el catolicismo,
se ha dejado imbuir demasiado en las preocupaciones
de los impíos y de algunos protestantes, que se han
empenado en pintamos como fúrias salidas del averno
que únicamente respiramos fuego y sangre. V . me da
las gracias porque «sufro con paciente calma las du-
das, la incertidumbre, las variaciones de su espíritu»:
en esto no hago más que cumplir con mi deber, obran-
(1) Ib ., pág. 801.
(2) Cartas, VTÍ, pág. 148.

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60 El Apologista

do conforme á lo que prescribe nuestra sacrosanta re ­


ligión; la cual da tan alta importância á la salvación
de una alma, que si toda una vida se consagrase á la
conversión de una sola, y esto se consiguiese, debie-
ran tenerse por bien empleados los trabajos más
penosos.»
Por esta flexibilidad cumple lo que él ensefia en
otra parte, es decir, adopta en las disputas aquella
gran regia de prudência y de caridad, pero por otra
parte tan difícil de cumplir, de penetrar con nuestro
espíritu en el de nuestro adversário, y mirar las cosas
con sus mismos ojos, y sentir, á ser posible, las mismas
impresiones. Leed las Cartas á un escéptico, y veréis
en cada página qué admirablemente cumple este sabio
y cristiano precepto. Acepta resueltamente cierto es-
cepticismo humano, no condenado ciertamente, antes
dirigido sabiamente por la religión. «También los ca­
tólicos examinamos, dice, también dudamos, también
nos acongojamos en el piélago de las investigaciones;
pero no dejamos la brújula de la mano, es decir, la fe;
porque así en la luz del dia, como en las tinieblas de
la noche, queremos saber dónde está el polo para diri­
gir cual conviene nuestro rumbo... Supuesto que se
ofrece la oportunidad y que la buena fe exige que
hablemos con toda sinceridad 3' franqueza, debo ma-
nifestarle, mi estimado amigo, que salvo en matérias
religiosas, me inclino á creer que no lleva V . tan ade-
lante el escepticismo como éste que V. se imagina tan
dogmático.» ( 1 ). Y después de pintar en páginas insu-
perables la sed de verdad que ya desde su ninez le aco-
saba, «la más hermosa ilusión que halagar pudo el alma
humana», nos dice cómo aquello fué vana ilusión, «que
bien pronto comenzó á marchitarse y que al fin se
(I) Ib . I.«, p á g . s.

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Flexibilidad y tolerância 61

deshojó como flor secada por los ardores del estio» ( 1 );


y cómo finalmente el desengano provocó en su espíritu
una verdadera revolución, en la que, «aunque vacilan­
do algunos momentos, al fin, dice, me decidi á pronun-
ciarme contra los poderes científicos, y alzando en mi
entendimiento una bandera, escribí en ella: abajo la
autoridad científica» (2). Entonces entra dentro del es­
píritu del escéptico, y le manifiesta que sabe sentir el
cansancio de los placeres, el peso de la vida, la pere-
zosa lentitud del tiempo, los punzantes recuerdos, la
languidez mortal, el disgusto de cuanto le rodea, un
penoso entorpecimiento de todas las facultades, y
aquel desasosegado estupor, prenuncio de crisis peli-
grosas (3).
No puedo resistir á la tentación de copiar otra
página, donde se ve cómo llega á penetrar casi expe­
rimentalmente las mismas dudas y vacilaciones del
escéptico. «Me habla V. de la dificultad de entender-
nos, siendo tan opuestas nuestras ideas, y habiendo
sido tan diferente nuestro tenor de vida. E s bien posi-
ble que dicha dificultad exista; sin embargo, por lo
que á mí toca, no alcanzo á veria. iCreería V . que
hasta llego á comprender muy bien esa situación de
espíritu en que se fluctúa entre la verdad y el error,
en que el espíritu sediento de verdad se encuentra
sumido en la desesperación por la impotência de en­
contraria? Imagínanse algunos que la fe está reftida
con un claro conocimiento de las dificultades que con­
tra ella pueden ofrecerse al espíritu; y que es imposi-
ble creer desde el momento que en él penetran las
razones que en otros producen la duda. No es así, mi
(1) Ib . pág. 6.
(2) Ib . pág. 8.
(3) Ib . pág. 15.

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62 El Apologista

querido amigo: hombres hay que creen de todas ve­


ras, que humillan su entendimiento en obséquio de la
fe con la misma docilidad que hacerlo puede el más
sencillo de los fieles, y que sin embargo comprenden
perfectamente lo que pasa en el alma del incrédulo, y
que asisten, por decirlo así, á sus actos interiores,
como si los estuvieran presenciando » (1). Le concede
que es casi imposible no sentir estas tentaciones â los
hombrc-s que se hallan en contacto con el siglo. «Ora
cae en las manos un libro lleno de razones especiosas
y de reflexiones picantes; ora se oyen en la conversa-
ción algunas observaciones en apariencia juiciosas y
atinadas, y que á primera vista como que hacen vaci­
lar los sólidos cimientos sobre que descansa la verdad;
tal vez se fatiga el espíritu y se siente como sobreco-
gido por una especie de tedio, desfalleciendo algunos
momentos en la continua lucha que se ve forzado á
sostener contra infinitos errores; tal vez al dar una
ojeada sobre la falta de fe que se nota en el mundo,
sobre la muchedumbre de religiones, sobre los secre­
tos de la naturaleza, sobre la nada del hombre, sobre
las tinieblas de lo pasado, y los arcanos de lo venidero,
desfilan por la mente pensamientos terribles. Angus­
tiosos instantes en que el corazón se inunda de cruel
amargura, en que un negro velo parece tenderse sobre
cuanto nos rodea, en que el espíritu agobiado por el
aciago fantasma que le abruma, no sabe á dónde vol-
verse, ni le queda otro recurso que levantar los ojos al
cielo, y clamar: D om in e, salva nos, p erim a s, Seflor,
salvadnos, que perecemos» (2 ).
Esta facilidad de contagio que ofrece la vida mo­
derna, la invoca él solícitamente para despertar el
(1) Ib. V II.a, pág. 153.
(2) Ib. pág. 156.

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Flexibilidad y tolerância 63

c o r a z ó n d el a p o lo g is ta á la b e n ig n a com pasión , que


es el sen tim ien to con que h a y que tr a t a r al escép tico.
« A n te s el in c r é d u lo e r a m e n o s d ig n o de c o m p a sió n :
su in cred u lid a d r e v e la b a u n o r g u llo s in l i m i t e s , u n
corazón avieso : él, e n t e r a m e n t e solo, se a tre v ia á
lu ch a r con la c re e n c ia u n iv ersa l; él solo s e a t r e v i a
á d ec ir: «yo s o y el ú n ico q u e v e o ; y lo s d em á s están
c i e g o s » . P e r o a h o r a l a s c o s a s h a n c a m b i a d o : el e s c é p ­
t i c o n o s e e n c u e n t r a s o lo : s e h a l l a e l e s c e p t i c i s m o e n
lo s lib ro s, en el t r a t o , en la e n s e n a n z a , en to d a s p a r ­
te s; es u n a ire q u e se r e sp ir a , y del cu a l á v e c e s es
p re c iso r e s g u a r d a r s e co n ten ie n d o la re sp ira c ió n . Y a
n o s e l e o f r e c e c o m o u n e x c e s o d e o r g u l l o , n i c o m o el
ú l t i m o g r a d o d e l a d e p r a v a c i ó n ; lo c o n s i d e r a u n a opi-
n ió n c o m o t a n t a s o tr a s ; y no le p a r e c e t a n h o r rib le
el cam in o p o r don de se d ir ig e u n a m u c h e d u m b re de
to d a s c la se s.
» C u á n ta s v e c e s la in c r e d u lid a d h a b r á r e s u lta d o de
u n a sim p le le c tu r a , y el jo v e n q u e se h a b rá sen tad o
fiel, s e h a b r á l e v a n t a d o i n c r é d u l o . U n a r e f l e x i ó n c o n
aire de profu n d a; la ex p re sió n de un sen tim ien to
su b lim e ; u n a o b se rv a c ió n d elicad a; u n a d ificu lta d e s ­
pecio sa; h a b rá n b a sta d o q u iz á s p a ra q u e b ra n ta r el
f r á g i l v a s o d o n d e s e c o n s e r v a b a e l t e s o r o d e l a fe .
t P o r q u é t o m a b a e l lib r o ? s e d i r á ; s u y a e s l a c u l p a .
E s v e r d a d , y d e e s o e s c u l p a b l e á lo s o jo s d e D i o s ;
p e r o r e f l e x i o n e m o s q u e a q u e l l i b r o lo ha v i s t o q u i z á en
la m e s a d e s u s p a d r e s ó m a e s t r o s ; q u e lo h a e n c o n t r a d o
e n t o d o s lo s g a b i n e t e s d e l e c t u r a ; q u e s e le h a b r i n ­
d a d o c o n é l e n l a s tienda.s; q u e n o s e le h a d i c h o q u e
f u e r a c o n t r a r i o á l a r e l i g i ó n , y q u e el v e n e n o s e o c u l-
ta b a b a jo u n a r e la c ió n de a v e n t u r a s n o v e le s c a s , ó b ajo
e l m a n t o d e d o c t r i n a s h u m a n i t a r i a s . D e b i ó d e j a r el
libro, ta n p ro n to c o m o d e sc u b rió q u e e r a m a io , y q u e

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64 El Apologista

experimentó la funesta impresión que le estaba pro-


duciendo: todo es verdad; mas para no ser demasia­
do severos, para coger con dulzura al desventurado
que ha tenido semejante desgracia, consideremos la
volubilidad de los pensamientos del hombre, la instabi-
lidad de sus sentimientos, la facilidad con que nos ha-
cemos ilusión sobre nuestras fuerzas para resistir á
las tentaciones, y aquel funesto adormecimiento con
que vivimos en presencia de los mayores riesgos, con
tal que sólo se refieran al espíritu. Si esto sucede á los
provectos y experimentados, £qué no podrá suceder á
la juventud é inexperiencia? Y sobre todo, sefiores,
iquién sabe lo que hubiéramos hecho nosotros en igua­
les circunstancias? {Quién sabe si también habríamos
sucumbido? Este pensamiento es terrible: en vez de
decir orgullosamente como el fariseo: «No soy como
uno de estos», atribuyamos más bien á la divina mise­
ricórdia el que no hay amos perecido: «m isericórd ia
D om ini qu ia non su m u s consu m pti» (1).
Después de esta compenetración de amor y tierna
compasión con el alma del escéptico, ;qué impresión
tan suave, qué revelación de consuelo ha de ser para
éste ver que se le alarga la mano amiga del sentido
común, para llevarle por la religión al verdadero gozo
de la vida, y se le confiesa que aun cuando no le retuvie-
ran en la religión los motivos de credibilidad, había de
hacerlo la deseada paz del espíritu? «Manifestada tiene
usted mi opinión sobre el escepticismo religioso, y de­
clarado también cual se aviene á la fe católica con una
prudente desconfianza de los sistemas de los filósofos.
Muchos quizás no se avengan con esta manera de mi­
rar las cosas; sin embargo, la experiencia demuestra
(1) E scritos P óstum os, p. 45. Conducta que debe observar el sac er
dote con el incrédulo.

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Flexibilidad y tolerância 65

que el espíritu se halla muy bien en este estado, y que


cierto grado de escepticismo científico hace más fácil
y llevadera la fe religiosa. Si en ella no me mantu-
viese la autoridad de una Iglesia que lleva más de
18 siglos de duración, que tiene en confirmación de su
divinidad su misma conservación al través de tantos
obstáculos, la sangre de innumerables mártires, el
cumplimiento de las profecias, infinitos milagros, la
santidad de la doctrina, la elevación de sus dogmas,
la pureza de su moral, su admirable armonía con todo
cuanto existe de bello, de grande, de sublime, los inefa-
bles beneficios que ha dispensado á la familia y á la so­
ciedad, el cambio fundamental que en pro de la huma-
nidad ha realizado en todos los países donde se ha
establecido, y la degradación, el envilecimiento que sin
excepción veo reinando allí donde ella no domina; si no
tuviera, digo, todo este imponente conjunto de motivos
para conservarme adicto á la fe, haría un esfuerzo
para no apartarme de ella, cuando no fuera por otra
razón, por no perder la tranquilidad de espíritu.
»Dé V. una ojeada en torno, mi estimado amigo, no
verá más por doquiera que horribles escollos, regiones
desiertas, playas inhospitalarias. Este es el único asilo
para la triste humanidad: arrójese quien quiera al fu­
ror de las olas, yo no dejaré esta tierra bendita donde
me colocó la Providencia. Si algún dia, fatigado y ren
dido de luchar con las tempestades, se aproxima usted
á las venturosas orillas, se tendrá por feliz, si en algo
puede favorecerle una mano auxiliadora, este S. S. S.
Q. B. S. M.» (1)
Al terminar el capítulo precedente observaba que
aquel sereno optimismo ensenado y practicado por
Balmes, tan lejos estaba de suponer una atenuación
(1) C a r t a s , I .a, pág. 78.

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66 El Apologista

religiosa, que no podia ser hijo sino de la fe. Análoga­


mente hay que advertir en este punto, que la flexibili­
dad y tolerância que acaba de inculcamos como dotes
indispensables al apologista católico, no dice laxitud
moral, antes al contrario, es virtud casi heroica, que
sólo se encuentra en los espíritus muy fuertes, en el
amor sobrenatural y en la humildad cristiana. E l hom­
bre laxo abandona al caído; un ceio más humano que
divino, se irrita fácilmente y condena; sólo la caridad
divina todo lo sufre y todo lo espera. Tal se nos pre-
senta Jesucristo en el Evangelio: los consejos de Bal­
mes podrían bien tomarse como la teoria de lo que ve­
mos prácticamente en la vida del Salvador del mundo.

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C A P Í T U L O VII

Equilíbrio

«Sapere ad sobrietatem».—Ejemplos.—No exagerar.


S u ma ei o :
—Contestación á Reybaut.—Conversación con el P. Claret.—
Las penas del infierno.—La eficacia social de la Religión.

O t r a co n d ic ió n c a r a c t e r í s t i c a de B a lm e s e n tod o ,
p e r o e s p e c ia lm e n te en la a p o l o g é t i c a , e s su eq u ilib rio ,
su m o d e r a ció n in te le c tu a l y m o ra l, a q u e lla sofrosin e
tan p o n d erad a y a m ad a de la g r i e g a arm o n ía, ó m á s
cristian am en te, aquel sapere ad sob rietatem recom en­
d ado del A p ó s to l. A s í co m o d a p o r l e y u n iv e r s a l del
s a b e r el v e r en c a d a c o s a lo q u e h a y , y n o m á s d e lo qu e
h a y ; a sí su e n s e fia r c o n s is te en d e c ir lo q u e e s v e r d a d , y
n o m á s d e lo q u e e s v e r d a d . L o c i e r t o d a c o m o c i e r t o
lo d u d o s o c o m o d u d o s o , lo d i f í c i l c o m o d i f í c i l ; c o n f i e s a
e l m i s t é r i o d o n d e lo e n c u e n t r a , n o t i e n e e m p a c h o d e
r e c o n o c e r su ig n o r â n c ia c u a n d o se l l e g a al lim ite del
sa b e r, no p r e t e n d e n u n c a c o n u n so fism a ó un a la m b i-
c a m ie n to de r a z ó n s o lta r u n a dificultad in su p era b le.
E n d o s p a l a b r a s lo d i c e é l m i s m o : n o e s u n d i s p u t a d o r ,
1
ni u n e r g o t i s t a ( ). i Q u é d o c t r i n a m á s t r a s c e n d e n t a l , y
qu é d ificu ltad m á s a to r m e n t a d o r a , q u e l a de la s a lv a -
(1) C a r ta s , V I I .a, pág. 158.

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68 El Apologista

ción ó condenación de los innumerables que viven


fuera de la Iglesia Católica? Si se salvan, ;dónde está
la unicidad de la verdadera religión? Si se condenan,
;dónde está la misericórdia y hasta la justicia de Dios
con tantos pueblos y generaciones ? Véase en la
Carta 16.a á un escéptico (1) con qué llaneza sinceri-
dad expone las verdades elementales en la matéria,
después de lo cual, dice: «Por este pequeno diálogo se
icuu de ver que hay aqui dos cosas: por una parte, el
dogma, que â más de ser ensenado por la Iglesia, está
de acuerdo con la sana razón; por otra, la ignorância
de los hombres, que no conocemos bastante los secre­
tos de la conciencia para poder determinar siempre á
punto fijo, en qué indivíduos, en qué pueblos, en qué
circunstancias, deja la ignorância de ser invencible en
matéria de religión, y constituye una culpa grave á
los ojos de Dios.
»Nada más fácil que extenderse en conjeturas so­
bre la suerte de los cismáticos, de los protestantes y
aun de los infieles; pero nada más difícil que apojmr-
las en fundamentos sólidos. Dios que nos ha revelado
lo necesario para santificamos en esta vida y alcanzar
la felicidad eterna, no ha querido satisfacer nuestra
curiosidad haciéndonos saber cosas que de nada nos
servirán. Estas sombras de que están rodeados los
dogmas de la religión, nos son altamente provechosas
para ejercitar la sumisión y la humildad, poniéndonos
de manifiesto nuestra ignorância, y recordándonos la
degeneración primitiva del humano linaje. Preguntar
por qué Dios ha llevado la luz de la verdad á unos
pueblos y permitido que otros continuasen sumidos en
las tinieblas, equivale á investigar la razón de los se­
cretos de la Providencia, y á empenarse en rasgar el
(1) P á g s. 276-279.

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Equilíbrio 69

velo que cubre â nuestros ojos los arcanos de lo pasado


y de lo futuro. Sabemos que Dios es justo, y que al
propio tiempo es misericordioso; sentimos nuestra de-
bilidad, conocemos su omnipotência. En nuestro modo
de concebir, se nos presentan á menudo graves difi­
cultades para conciliar la justicia con la misericórdia,
y no figuramos á un sér sumamente débil cual víctima
de un sér infinitamente fuerte. Estas dificultades se
disipan á la luz de una reflexión severa, profunda,
y sobre todo exenta de las preocupaciones con que nos
ciegan las inspiraciones del sentimiento. Y si merced
á nuestra flaqueza, restan todavia algunas sombras,
esperemos que se desvanecerán en la otra vida, cuando
libertados del cuerpo mortal que agrava el alma, ve­
remos á Dios como es en sí, y presenciaremos el en-
cuentro amistoso de la misericórdia y de la verdad, y
el santo ósculo de la justicia y de la paz.»
E l desequilíbrio tanto puede venir de exagerar
como de disminuir, de decir más como de decir menos.
Ni su fe robusta, ni su piedad ternísima, ni la since-
ridad de carácter y fuerza de espíritu, que son tan
evidentes en toda su vida, consentían mutilaciones ni
atenuaciones en la verdad católica, de lo cual son
buena prueba todos sus escritos. L a misma suavidad
de procedimientos que le es tan propia, no impide la
proposición cruda y escueta de las verdades eternas
de que suelen mostrarse más despreocupados los im-
píos, y los tormentos que á pesar suyo roen sus entra-
íias. Véase por ejemplo cómo empieza su polémica
sobre E l In d iferen tism o{\ ), y se notará en lo vibrante
de su voz la entereza magnânima ante la sonrisa es-
céptica.
Pero tampoco es amigo de exagerar ni ponderar
(1) L a Sociedad, I, pág. 95 seq.

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70 El Apologista

indebidamente, porque sabe el descrédito que esto


acarrea al apologista y â la misma religión.
Tropieza en una obra de Reyoaut con la afirma-
ción de que el Cristianismo peca por exceso, exage­
rando la lucha entre la parte espiritual y la material,
y martirizando el cuerpo sin provecho del alma. «Esta
observación, exclama, nos presenta la religión cris-
tiana exagerando el principio de la resistência de la
parte superior á la inferior, y por consiguiente ense-
nando una doctrina falsa, porque la verdad exagerada
deja de ser verdad. No podemos permitir que pase sin
ser refutada semejante afirmación, la cual no tiene
otro fundamento que el poco conocimiento del carác­
ter y tendencia de la moral evangélica» (1). A conti-
nuación explica bellamente lo que pide la virtud para
salvarse, y lo que es propio de la perfección; lo que
manda la ley, y lo que sólo es consejo; cómo ya pre-
vió Jesucristo que la perfección seria património de
pocos, y finalmente cómo ni para estos pocos el sacri­
fício cristiano se dirige á una mutilación ó desprecio
del hombre, sino á una superior dignidad de la misma
naturaleza. Y concluyecon estas expresiones de suave
humanismo: «Esa misma alteza de perfección predi­
cada por Jesucristo puede muy bien existir, según las
circunstancias, sin ese martírio del cuerpo que nos
asombra en algunos santos penitentes, bastando para
ello una circuncisión de corazón, con la cual se arran-
quen todas las afecciones mundanas y se le purifique
en el crisol del amor de Dios; es desconocer que con
esa alteza de perfección es concil able el cuidado de
los negocios humanos, si á ellos es llamada la persona
por razón de su estado, y que puede ser muy agrada-
ble á Dios una vida en que haya pocas horas disponi-
(1) El Socialismo, a rt. 7 o, L a Sociedad, IV , p. 197.

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Equilíbrio 71

bles para la oración, en que no sea dable entregarse


á grandes austeridades; es no recordar aquella má­
xima que está escrita en el sagrado texto y practicada
por los santos, de que la caridad se hace toda para
todos para ganarlos á todos» (1).
Entre sus papeies se encuentran unas breves notas
tomadas después de una conversación con el Ilustrí-
simo Sr. Claret, en las cuales se revela la modera-
ción sabia y prudente comunes al santo y al sabio.
«14 de Julio de 1846.—Conversación con el Reve­
rendo M. Claret.
En el púlpito jamás habla de teatros. Tampoco de
herejías. Ni de filósofos, ni de impíos. Supone siem­
pre la fe. Parte del principio de que en Espafia la im-
piedad tiene la hipocresía de la fe. Se ve precisado á
dar número para la preferencia en el confesonario.
Transigen por los números. Blasfemos. Los enfermos
ellos dicen que se curan; él dice que no hace más que
encomendarlos á Dios, y que no sabe nada extraordi­
nário. En Viladrau ocho meses. Estúdios de medicina.
Poco terror; suavidad en todo. Nunca ejemplos que
den pie á ridículo. Los ejemplos, en general, de la E s­
critura. Hechos históricos profanos. Nunca oposiciones
y cosas semejantes. Habla del infierno; pero se limita
á lo que dice la Escritura. Lo mismo en el purgatório.
No quiere exasperar, ni volver locos. Siempre hay
una parte catequística» (2).
Esta conducta sobre el dogma del infierno, la vemos
seguida literalmente por él mismo (3). «Me contentaré
con advertir que nada tiene que ver el dogma católico,
con esta ó aquella ocurrencia que haya podido venirle
(1) L a Sociedad, IV , pág:. 201.
(2) R elíquias literárias de B alm es, P a rte I I .a
(3) Cartas, I I I .* , pág. 42.

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72 El Apologista

á un orador. Lo que ensena la Iglesia es, que los que


m ueren en m al estado d e concien cia, es decir, en p e­
cado g rav e, s u fr e n un ca stig o que no ten d rá fin . He
aqui el dogma; lo demás que puede decirse sobre el
lugar de este castigo, sobre el grado y la calidad de
las penas, no es de fe: pertenece á acuellos puntos sobre
los que es lícito opinar en diferentes sentidos sin apar-
tarse de la fe católica. Lo que sí sabemos, pues que la
Escritura lo dice expresamente, es que estas penas
serán horrorosas: y bien, £para qué necesitamos saber
lo demás? ;penas terribles y sin fin !... £no basta esta
sola idea para dejarnos con escasa curiosidad sobre el
resto de las cuestiones que aqui se pueden ofrecer?»
Hoy, además, es doctrina católica obligatoria la del fue-
go real y verdadero del infierno.
Notemos esta sobriedad de critério en algunos otros
pasajes de sus obras. Bien ponderada tiene en trabajos
especiales la importância y eficacia de la religión como
fuerza regeneradora de la sociedad, y en particular de
la sociedad espanola; pero tiene buen cuidado de huir
de la exageración, de que la profesión de la doctrina
católica como por ensalmo transforme las naciones en
paraísos de prosperidad: no produce copiosos frutos
sino después de arraigarse profundamente en la socie­
dad, y durar largo tiempo, y extenderse en vastas ra-
mificaciones. «Para producir grandes bienes, no basta
que un principio sea en sí bueno y de naturaleza fecun­
do, sino que es menester además que pueda ejercer su
influencia sobre los objetos que han de participar de
sus benefícios: es indispensable que el principio esté
arraigado en el lugar de su acción, y que por medio de
extensas ramificaciones pueda transmitir sus benéficos
resultados desde el corazón hasta las extremidades del
cuerpo social. Así que, por más que la Religión Católica

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Equilíbrio 73

sea de suyo más á propósito para labrar la felicidad de


los pueblos y hacerlos adelantar en la carrera de la
civilización, vano fuera presentarla como âncora de
esperanza de regeneración inmediata, A un pueblo, que
ó no la hubiese abrazado jam ás, ó la hubiese abando­
nado. Entonces podría ser esa religión un remedio más
ó menos poderoso, pero cuya eficacia no pudiera hacerse
sentir hasta pasado largo tiempo. Porque la vida de los
pueblos es vida de siglos; y ni en bien ni en mal se pal-
pan instantáneamente los resultados de un principio
que la afecta de nuevo.» (1)
Por esto está muy lejos del absurdo de que la reli­
gión lo es todo en la sociedad. Véase lo que dice ha-
blando de la situación de Irlanda. «No obstante, y á
pesar de la influencia amansadora del catolicismo, no
nos hacemos ilusiones sobre la verdadera situación de
las cosas; y mucho dudamos que el animado drama en
que ha figurado 0 ’Connell como el principal personaje,
pueda llegar á un desenlace pacífico. En el porvetiir de
Irlanda hay la revolución. Los católicos estân emanci­
pados, disfrutan de los mismos derechos civiles y polí­
ticos que los protestantes; pero la cuestión no está toda
aqui; la cuestión de Irlanda es más profunda, afecta el
corazón de la sociedad, como que está íntimamente en-
lazada con el sistema de propiedad territorial. La cues­
tión de Irlanda es cuestión de pan: cerca de tres mí-
llones de mendigos, con dos millones más de miserables
poco menos desgraciados que los primeros, en un pueblo
cuyos propietarios cuentan su renta anual por millones,
es un problema demasiado grave para las fuerzas hu­
manas; la política del hombre no alcanza á resolverle
pacíficamente; sólo nos falta saber cuándo sonará la
hora en los arcanos de la providencia; ó para valernos
(1) E scritos Políticos, pág. 63.

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74 El Apologista

de las proféticas palabras de 0 ’Connell, cuándo vendrá


la ocasión de D ios. Cuando llegase esta hora, seria un
inmenso beneficio para la Irlanda el que tuviese á su
frente á un hombre como 0 ’Connell; que si tal dicha
pudiera caber á ese desgraciado país, no seria perdido
el sacrifício que hiciera, soportando por algún tiempo
más la pingue renta con que todos los anos asegura la
subsistência, el decoro, y el esplendor de su tribuno
rey» (1).
Tiene un conocimiento tan profundo de la Providen­
cia en el curso de la sociedad, que á veces Uega á evi­
dencia y sentimiento experimental, y no sabe encontrar
más alta filosofia de la historia, que estas misteriosas le-
y e s, sobre todo cuando se trata de la vida de la Reli­
gión; no obstante ni aun en la propagación del Catoli­
cismo, donde es tan evidente la influencia divina, sabe
prescindir de las cualidades y razones humanas que en
ello intervinieron (2).
(1) La Civiliaación , I, pág. 174.
(2) La Civiliaación , II, págs. 403 y 404.

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CAPÍTU LO V III

Amplitud

S umar io . — Balmes
es un apologista social. — Es un apologista
humano. — Verdadero sentido de estos títulos.—Razón externa
de este carácter amplísimo en la apologética balmesiana. —
Amplitud de su mirada social.—Vasta coraprensión del hombre.

Si se quiere dar la nota característica de la apolo­


gética de Balmes, se ve [juno forzado á subir á grande
altura para ensanchar mucho el campo de visión, hasta
abarcar toda la sociedad, ó mejor aún, toda la vida
humana. Es un apologista social, es un apologista hu­
mano, respondiendo al sentido de acomodación propio
del apologista católico, toda vez que encuentra como
seftal distintiva del espíritu humano en su siglo «la ob-
servación continua del hombre yde la sociedad, en todas
sus partes, bajo todos aspectos, en todas sus relacio­
nes» (1).
Balmes ap o lo g ista social. Desde el primer momento
de su vida pública, se ve en él plenamente dibujada esta
tendencia á la apologia de la religión por el estúdio pro­
fundo de la sociedad. La primera serie de sus escritos
tiene una indudable conexión en su origen: todos se
(1) L a Ciência y L a Sociedad. L a Sociedad , I, pág. 25.

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76 El Apologista

derivan de una misma idea central, de la cual se des-


gajan como fruto llegado á plena sazón, ó como rama
que puede arraigar con vida propia en el campo literá­
rio. Esta idea madre, es la del P rotestan tism o com pa­
rado con el C atolicism o en su parte positiva; es decir,
que todo lo digno y grande que se encierra en la palabra
civilización moderna, es tributário de la religión, ó
como él dice con descomunal imagen muy de su tiempo,
que las ideas religiosas «están sentadas en la cúspide
de la sociedad, con la cabeza en el cielo y los pies en
los abismos» (1).
No tomaba la pluma que no se le presentara este
ideal con toda su tentadora fecundidad, y al desarro-
llarlo por sus partes, se ve siempre muy claro que se
desborda por la copiosa avenida de pensamientos reii-
giososociales. Cuando se ha penetrado su obra máxima
sobre el Protestantism o, se encuentra ya su núcleo
primitivo en la diset tación sobre el celibato, estudiado
únicamente ensu aspecto social; mucho más todavia en
las O bservaciones sobre los bienes del clero, que hasta
entonces nadie había sabido considerar más que en su
aspecto legal y canónico; y no menos en los artículos
que publicó en sus primeros tiempos sobre la civili­
zación.
Firm e en aquel principio general de lógica y de
pedagogia, de la cual es un ramo la apologética consi­
derada como ensenanza, de que todo progreso intelec­
tual, ó toda demostración, ha de partir de un principio
conocido y admitido previamente, asieita él sus pies en
el hecho seductor de la civilización europea, no sólo
admitido, sino idolatrado por los hombres de su tiempo,
y de aqui, por un proceso filosóficohistórico, que es el
verdaderamente apologético, les conduce al conoci-
(1) P rotestantism o , Prólogo.

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Amplitud 77

rnien to d e s u s c a u s a s , u n a d e l a s c u a l e s , y l a m á s i m ­
p o r t a n t e , d e m u e s t r a s e r la r e l i g i ó n . R e l i g i ó n q u e pro-
d u c e f r u t o s t a n p r e c i o s o s , r e l i g i ó n q u e h a e d u c a d o á la
h u m an id ad y l a h a c o n d u c i d o t a n a d m i r a b l e m e n t e á la
p e r fe c c ió n , no p u ed e d e ja r de ser a d m itid a po r aq u e lla
r a z a q u e t o d a v i a a d o r a b a s u p e r s t i c i o s a m e n t e las p a l a ­
b r a s a b s t r a c t a s , y p o r to d o h o m b r e q u e j u z g u e r e c t a -
m e n t e d e sí m i s m o y d e la s o c i e d a d . H e a q u i p u e s s u
fó rm u la : p o r la s o c ie d a d ã la r e lig ió n . E l título m ism o
d e s u s e s c r i t o s e s u n a d e m o s t r a c i ó n d e e s t e plan. S u
com panero R o ca y C o r n e t esc rib ía en B a r c e lo n a L a
R elig ió n ; al a s o c i a r s e c o n B a l m e s f u n d a n L a Civilisa-
ción ; l u e g o n u e s t r o e s c r i t o r s o l o e m p r e n d e L a S ocie­
d ad , y m á s t a r d e E l P en sam ien to de la Nación. E s t o s
n o m b r e s p o r sí m i s m o s s o n u n a ejecu to ria. N ótense
estas p alab ras de su b ió g r a fo G a r c i a d e lo s S a n t o s :
« E n el P rotestan tism o h a h u íd o B a l m e s d e t o d a dis-
c u s i ó n r e l i g i o s a , d e t o d a s l a s p r u e b a s s a c a d a s de la
v e r d a d d e la R e l i g i ó n y d e l a s E s c r i t u r a s ; y e n a q u e l
c o n j u n t o d e f i l o s o f i a , d e h i s t o r i a , d e p o l í t i c a , h a y un
g r a n c u r s o d e r e l i g i ó n y m o r a l . E s t o e s e x c l u s i v o de
lo s g r a n d e s g é n i o s , c o n s e g u i r t a n t o s o b j e t o s p o r u n s o lo
m e d io » (1).
I g u a l m e n t e p u e d e y d e b e l l a m á r s e l e un ap o lo g ista
hum ano.
T o d o el h o m b r e , e n t o d a s s u s f a c u l t a d e s y en to d o s
lo s o b j e t o s e n q u e n a t u r a l m e n t e l a s d e s e n v u e l v e , le
p r e s t a n m a t é r i a ó a r g u m e n t o d e i l u s t r a r 3- d e f e n d e r l a
r e l i g i ó n ; 3' a l d o m i n a r c o n m i r a d a y c o m p r e n s i ó n d e
g e n io la in t e g r a l e s t r u c tu r a h u m a n a , v e con c la rid a d
d e s lu m b r a d o r a el a r g u m e n to a p o lo g é tic o qu e b ro ta de
s u f e , c o m o l u z y a u r e o l a q u e le d i v i n i z a . E s t a v i s i ó n
s i n t é t i c a d e l h o m b r e r e a l z a d o p o r la r e l i g i ó n , n os la d a
(l) Vida de B alm es, p. 25.

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78 El Apologista

brevísimamente en las últimas líneas del C ritério,


donde compendia en fórmula intensa todo el contenido
del libro, que no es otro que la formación del hombre
completo. «El hombre, dice, es un mundo pequefío: sus
facultades son muchas y muy diversas; necesita armo­
nía, y no hay armonía sin atinada combinación, y no
hay combinación atinada si cada cosa no está en su
lugar, si no ejerce sus funciones, ó las suspende en el
tiempo oportuno. Cuando el hombre deja sin acción
alguna de sus facultades, es un instrumento al que le
faltan cuerdas; cuando las emplea mal, es un instru­
mento destemplado. La razón es fria, pero ve claro;
darle calor y no ofuscar su claridad. Las pasiones son
ciegas, pero dan fuerza; darles dirección y aprove-
charse de su fuerza. E l entendimiento sometido á la
verdad, la voluntad sometida á la moral, las pasiones
sometidas al entendimiento y á la voluntad, y todo ilus­
trado, dirigido, elevado por la religión: he aqui el hom­
bre completo, el hombre por excelencia. En él la razón
da luz, la imaginación pinta, el corazón vivifica, la re ­
ligión diviniza.»
En la calamidad de tiempos que atravesamos, tal
vez sea necesario explicar los títulos de a p o lo g ista
social y a p o lo g ista hu m ano, que en son de encomio
damos á Balmes, para que no suenen á error, ó den al
menos sospecha de desviación doctrinal. Efectivamente
una apologética bastarda ha invocado también estas
palabras ú otras semejantes como norma de sistemas
insubstanciales y falsos, aunque fosforescentes á veces
con un vislumbre de verdad mal comprendida.
La Religión, objetivamente, ó sea en la realidad de
las cosas, no puede cimentarse sino en los princípios
de eterna verdad, y últimamente en Dios; y por lo
tanto la apologética, que, como toda demostración,

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Amplitud 79

quiere probar la verdad por sus causas, habría de se­


guir este mismo proceso original. Pero así como hay
verdades que son tales en sí mismas, y no lo son para
nosotros, según el hablar de los filósofos, porque nos
son desconocidas; así hay procedimientos lógicos, que
tampoco tienen aplicación, porque se nos ocultan los
primeros princípios de donde se derivan. Toda demos-
tración que se dirige al hombre, forzosamente ha de
ser relativa al mismo; ha de tener en cuenta sus ideas,
y en general la situación de su espíritu, si no ha de re­
sultar una palabra que azote vanamente el aire sin efi­
cácia de persuasión.
La humanidad en general tiene ciertas ideas comu-
nes, cierta situación espiritual, que puede fundar el
sistema apologético más primitivo, más natural, y en
este sentido más humano; pero también es indudable
que el evolucionar de la cultura general, y el particu­
lar moldeamiento de las naciones y hasta de los indiví­
duos, trae nuevas disposiciones interiores, y nuevas
verdades objetivas puestas en mejor luz, que prudente­
mente fundarán en cada caso particular un proceso de
más eficacia. Aqui no hay error. E l error estará en
tomar estos puntos de partida, que solamente pueden
fundar un método pedagógico, relativo á la disposición
del que ha de aprender, como si fueran un verdadero
encadenamiento de causas ontológicas, que vendrían á
fundar la religión en cosas improporcionadas, y fre-
cuentemente transitórias. En esta aberración caen, el
modernismo religioso, al darnos la Religión como des-
envolvimiento de nuestro sentido interno; el pragma­
tismo, que la mira como fruto de la acción; el senti­
mentalismo poético, que sólo reconoce en ella una
creación artística; el conservadorismo doctrinario, al
darle el valor de una pura ley de orden social. Aqui,

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80 E l Apologista

amén de otros errores, se pretende darnos demostra-


ciones verdaderas y adecuadas de la religión, fundadas
en sus causas, y las causas son absolutamente insufi­
cientes. Pero si todas estas condiciones humanas y
sociales, que tanto seducen, no las tomamos como fun­
damento objetivo en que la religión naturalmente se
apoya, sino como punto de partida de un método, aco­
modado á las disposiciones de los espíritus, para hacer-
les sentir, primero el atractivo de la idea religiosa, y
luego la verdadera demostración ce la misma; si las
tomamos â lo más como confirmaciones de lo eviden­
ciado por superiores princípios; no hay duda alguna
que aquellas disposiciones tienen un valor extraordiná­
rio para el apologista, obligado á tentar todas las vias
intelectuales y morales, para el alumbramiento de las
verdades divinas en la humanidad. La historia de la
apologética demuestra que nunca han faltado al catoli­
cismo hombres cultos en todas las disciplinas de su
época, y perfectos en el desenvolvimiento de las facul­
tades internas, para servirse gloriosamente de todas
estas armas en el combate por la religión.
En este sentido hay que tomar las expresiones de
que Balmes es un a p o lo g ista social y un ap olog ista
hum ano y, bien entendidas, hay que aplicárselas en
toda su amplitud. Toinó este carácter la apologética
de Balmes por la cualidad de ser actual, que hemos di-
cho antes poseía de un modo extraordinário. Vió que
éste era el distintivo, así de la ciência, como de la lite­
ratura de su tiempo, y respondiendo admirablemente
sus facultades á este llamamiento exterior, echó resuel-
tamente por este camino. Oigamos cómo nos lo dice
él mismo en un trabajo inserto en L a C ivilización
con el título In stitu to histórico de P a rts (1).
(1) V ol. I I , págs. 481-495.

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Amplitud 81

«Algo hay, sin embargo, que distingue esta litera­


tura de todas las que la han precedido. Esto consiste
en que su objeto p r e fe r en te es la sociedad. Que ría ó
que llore, que levante al cielo un himno de alabanza ó
que blasfeme como un monstruo del abismo, que jugue-
tee como un nifio ó que haga resonar un acento profé­
tico, que analice los hechos más complicados, que se
ocupe de las ideas más abstractas, ó que se espacie por
un campo llano y ameno retratándonos escenas apaci-
bles; siempre, en todos casos, ó directa ó indirecta-
mente, se ocupa de la sociedad.
»Ningún escritor se cree dispensado de este deber,
ó quizás á nadie es dado dejar de cumplirle. No parece
sino que hay una necesidad irresistible que conduce al
examen de las cuestiones sociales. Cuando se leen los
autores de otra época, se observa que son hombres
cuyo entendimiento piensa, pero cuyo corazón está
tranquilo. Son como los astrónomos que contemplan las
revoluciones de los astros desde un observatorio quieto
y silencioso. Pero los escritores de nuestro siglo se ase-
mejan al observador que contempla al universo desde
la frágil tabla encomendada al capricho de las olas: fija
alternativamente su vista sobre los astros que le ocu-
pan, pero dando con frecuencia una mirada inquieta al
movedizo elemento que bate los costados de la nave, y
al punto del horizonte donde teme descubrir sefiales de
borrasca.
»No creo que pueda descubrirse otro carácter más
pronunciado en la literatura actual: éste se encuentra
en los escritores de todas opiniones. <;De dónde nace?
Si yo hubiese de seftalar su origen diria que proviene,
no del esp íritu d e l sig lo , sino de la situ ación d el
siglo.»
No cabían en aquel entendimiento concepciones ra-
6

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82 E l Apologista

quíticas, no sabia mirar las cosas sino en toda su exten-


sión é íntimas articulaciones. De la vastísima amplitud
que daba á su concepción social, son prueba abonada
los primeros artículos que escribió con el mismo título
de la revista, L a C ivilización. No hay elemento inte­
lectual, moral ó material, que no tenga allí su propio
peso, y sobre todo haj^ aquel profundo sentido de solida-
ridad social que los vincula todos mutuamente, los equi­
libra, y los subordina á una idea plenísima de total y
universal perfección. «Nada de cuanto se refiere al hom­
bre puede decirse suficientemente desenvuelto hasta que
abarca las relaciones físicas y morales, y atiende á to­
das las condiciones favorables ó adversas á que con res-
pecto á aquel punto está sometida la humanidad» (1).
En un esbozo póstumo que dejó con este título, R e ­
lacion es en tre la socied ad y la s ciên cias, pondera la
conexión que tienen entre sí las leyes físicas y las leyes
morales, y cómo todos los seres y todas las ciências
convergen y se unen en un orden superior, para la
norma y perfección humana: sublime punto de vista
que le sugestionaba violentamente, y al cual promete
volver con mâs espacio y oportunidad (2).
Se habla mucho de que la civilización europea va
invadiendo los países orientales, eseribe en otra parte:
«pues es menester advertir que la civilización europea
encierra algo más grande y fecundo que los conoci-
mientos de algunos ingenieros y marinos, que algunas
nociones administrativas, que el arte de los manejos
diplomáticos, que el estúdio de los idiomas, que el ta­
lento de redactar una gaceta. Estas y otras cosas se-
mejantes las importan los europeos al Oriente, pero no
son ellas la civilización europea: ésta es algo más
(1) La Sociedad, IV , B arcelona, art. 5.°, p;ig. 131.
(2) Escritos P óstum os, pág. 69.

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Amplitud 83

grande, más rica, más fecunda, es madre de la cultura,


pero no se confunde con la cultura». Esta es su mira­
da amplísima y profunda sobre la sociedad, y todo ha
de dar para él clara luz apologética, cuando lo con­
traste con la piedra de toque de la religión. La raiz de
todo esto, dice, «es el cristianismo: por él ha vivido (la
sociedad) y vive, ora la miremos naciente y tosca como
en la época de Carlomagno y las cruzadas, ora la con­
templemos pujante y culta, como en el tiempo de Car­
los V , de D. Juan de Áustria, y de los franceses conquis­
tadores de Argel» (1).
Esta amplitud y profundidad que tiene en su mirada
social, la tiene asimismo respecto del hombre. Sabe
perfectamente la infinita complejidad de todo lo huma­
no, y este sentido vario y equilibrado nunca se desva­
nece ó debilita ni por la luz de una verdad aislada, ni
por el proceder simplista de gran parte de los hombres,
ni por las aptitudes y propensiones de su propio espíritu,
riquísimo también y vario como la misma realidad. Como
prueba de este aserto recordaremos aquel capítulo X II
del C ritério (2), donde explica la necesidad de la pru­
dência científica por el ubérrimo tesoro de verdades que
poseemos. «Hay verdades matemáticas, verdades físi­
cas, verdades ideológicas, verdades metafísicas; las hay
morales, religiosas, políticas; las hay literárias é histó­
ricas; las hay de razón pura, y otras en que se mezcla,
por necesidad, la imaginación y el sentimiento; las hay
meramente especulativas, y las hay que por necesidad
se refieren á la práctica; las hay que sólo se "onocen
por raciocínio; las hay que se ven por intuición, y las
hay de que sólo nos informamos por la experiencia; en
fin, son tan variadas las clases en que podrían distri-
(1) Escritos Políticos, pág. 50. R áp id a ojeada.
(2) § 2,° y 3.°.

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84 E l Apologista

buirse, que fuera difícil reducirla.s á guarismos.»


Recordemos asimismo la conclusión de la misma
obra, donde bellamente resume la interna complejidad
del hombre por la multitud y armonía de sus facultades.
«Hay verdades de muchas clases, porque hay realidad
de muchas clases. Hay también muchos modos de cono­
cer la verdad. No todas las cosas se han de mirar de la
misma manera, sino del modo que cada una de ellas se
ve mejor. Al hombre le han sido dadas muchas faculta­
des. Ninguna es inútil. Ninguna es intrinsecamente
mala. La esterilidad ó la malicia les vienen de nosotros
que las empleamos mal. Una buena lógica debiera com-
prender al hombre entero; porque la verdad está en re-
lación con todas las facultades del hombre.»
De aqui aquella bellísima teoria desarrollada en el
mismo libro para saber qué facultades y con qué orden
hay que desplegarlas en cada verdad determinada (1), y
qué sentimientos despertar en el alma para fortalecer
la voluntad (2).
A él no puede seducirle una ciência, necesitalo que
llama «el orbe científico»; no le basta «un levísimo per­
fil» de la humanidad, ansía «contemplar la fachada del
edifício y la totalidad de sus partes*. «Quien al tratar
de cuestiones poéticas, morales y religiosas pone siem­
pre de parte el corazón; quien afecta llevar el compás
matemático sobre aquéllos asuntos que abundan en ins-
piración y sentimientos, es para mi tan ridículo como
el que dijera que para adelantar y no tropezar en los
escabrosos senderos del cálculo diferencial é integral,
el método más seguro es entregarse al vuelo de la fan­
tasia y á los impulsos del corazón» (3).
(1) Capitulo X I X , § l.°
(2) Capitulo X X I I , § 46.
(8; Escritos póstumos. Influencia de la sociedad en la poesia, p. 54.

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C A PÍTU LO IX

Unidad

S umario : Núcleo central de toda la obra de Balm es.—Unidad en


las ciências filosóficas.—En las cuestiones sociales.—En las le­
yes de la historia.—En todas las cosas de la vida.—La vida
toda del apologista quiere que sea por sí misma una apologia.

Conforme con este carácter amplísimo de apologista


social y apologista humano, se puede decir que todo en
él es apologia, y que ésta es la idea que da unidad fun­
damental á toda la variadísima obra de Balmes. Y no
hablo ya de aquella unidad de fin externo á las obras,
impuesto por una intención recta, que se propone diri­
gir todas sus empresas al bien de la religión, sino que
en las entranas mismas de cada una ve siempre aquel
nexo que las enlaza con la apologética. Bien distinguia
él estos dos puntos. Demos una mirada general á la
obra balmesiana desde este punto de vista, y primero
en su aspecto filo sófico.
Así en el P ró lo g o de su F ilo s o fia fu n d a m e n ta l nos
habla de la recta intención religiosa que le ha movido.
«Me ha impulsado, dice, á publicaria el deseo de contri­
buir á que los estúdios filosóficos adquieran en Espana
mayor amplitud de la que tienen en la actualidad, y de

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86 El Apologista

prevenir, en cuanto alcancen mis débiles fuerzas, un


grave peligro que nos amenaza: el de introducírsenos
una filosofia plagada de errores trascendentales.» Mas
al empezar las fundamentales cuestiones de la certeza,
nos dice cómo se ve en ellas la solución de todo el pro­
blema religioso. «En la cuestión de la certeza están en­
cerradas en algún modo todas las cuestiones filosóficas:
cuando se la ha desenvuelto completa mente, se ha exa­
minado, bajo uno ú otro aspecto, todo lo que la razón
humana puede concebir sobre Dios, sobre el hombre,
sobre el universo. A primera vista se presenta quizás
como un mero cimiento del edifício científico; pero en
este cimiento, si se le examina con atención, se ve re­
tratado el edifício entero: es un plano en que se proyec-
tan de una manera muy visible, y en hermosa perspec-
tiva, todos los sólidos que ha de sustentar.»
En todo el curso de sus obras filosóficas se advierte
la fruición sabiamente sóbria con que nota el entronca-
miento de las verdades científicas ccn las religiosas, y
es de un efecto maravillosamente convincente una sola
palabra enlazada al acaso con el hilo de su discurso, ó
salida como brillante chispa de su luminosa intuición
filosófica. Quien haya leído seguidamente, y con la
atención que se merece, E l C ritério, recordará, sin
duda, la impresión irresistible de aquel capítulo dedica­
do á la religión, como á uno de los grandes objetos á
que hay que aplicar las leyes de bien pensar.
La cuestión social, lo mismo si la mata en tesis cien­
tífica, como lo hace en los primeros artículos sobre L a
C ivilización, publicados en la revista de este nombre,
que si la concreta á un pueblo en particular, como en
toda la vasta serie de artículos relativos á política es-
pafiola en E l P en sa m ien to de la N ación, ó en los bellí-
simos que en L a S ociedad dedicó á Cataluna y á B a r­

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Unidad 87

celona en particular; ve siempre como un elemento in­


tegral el factor religioso, no sólo mirado en orden á los
princípios divinos, sino según lo que piden los senti­
mientos humanos y la recta constitución de la sociedad,
de que ningún hombre, que se preocupe de estas cues­
tiones, puede prescindir.
La h istoria, en sus leyes más íntimas, no es más que
la historia de la religión; yla filosofia de la historia, ensu
grado sublime, es el curso por el cual la Providencia va
llevando la humanidad á más alto destino. Véase su tra­
bajo, E stú d ios históricos fu n d a d o s en la relig ió n (1),
que empieza resueltamente con estas palabras: «La re­
ligión es la verdadera filosofia de la historia», y donde
ensena cómo en ella se encuentran fórmulas seguras,
breves, universales, para resolver todos los grandes
problemas de la historia de la humanidad.
En la F ilo s o fia E lem en ta l (2) asienta esta tesis:
«Los destinos de la humanidad sobre la tierra no sir-
ven á explicar el mistério de la vida, si ésta se acaba
con el cuerpo.» Y más abajo: Ia vida es un inmenso
drama; «este drama tiene un sentido, si la vida presen­
te se liga con la vida futura, si los destinos de la hu­
manidad sobre la tierra están enlazados con los de
otro mundo; de lo contrario, no». «Concibiendo la vida
de la humanidad sobre la tierra como el trânsito para
otra: viendo en la cúspide del mundo social á la Pro­
videncia. enlazando lo terreno con lo celeste, lo tempo­
ral con lo eterno, se comprende la razón de las gran­
des catástrofes, porque sólo descubrimos en ellas los
males de un momento, encaminados á la realización de
un desígnio superior.»
Basten estas pocas frases de una exposición bellísima
(1) L a Sociedad, I , pág. 78.
(2) Número 24.

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88 El Apologista

que proeuraré desarrollar en otro lugar, para que se


entienda cómo su concepción de la historia era fun­
damentalmente apologética. Y no crea nadie que ésta
es una nota aislada en sus obras. Trata las cosas por
princípios humanos hasta allá á donde pueden llegar;
cuando empiezan las tinieblas ante las cuales el incré­
dulo no siente sino una fatal inércia 6 la desesperación,
brilla para él el más alto factor, la suprema ley histó­
rica, que es la Providencia. Así él nunca sabe encon­
trar otra ley definitiva que rija el término de las revo­
luciones; así no tiene otro norte fijo á donde orientarse
cuando piensa en las futuras transformaciones de la
sociedad; así al ver que la nación se prepara á declarar
la mayoría de Isabel para huir de los males de la re­
gência, después de echar sus cálculos humanos, con-
cluye con este bello párrafo: «Cuando nos figuramos á
la joven Reina en el acto de entrar en el ejercicio del
mando, paréceme ver á una tierna nifía empufiando el
timón de una nave que brega con furiosa tormenta: á
sus pies se abren á cada instante los abismos del océa-
no; sobre su cabeza brama la tempestad; la angustiada
nifla levanta sus ojos al cielo invocanco á la estrella de
los mares; entonces unimos nuestros ruegos á sus rue-
gos, y recordando que hay un Dios amparador de la
inocência, tranquilízase un tanto nuestro espíritu sobre
los destinos de la augusta nieta de San Fernando» (1).
Eh el orden de los hechos más concretos, ya sabe­
mos que su tesis predilecta es la demostración de la
influencia que ha ejercido la Iglesia en todos los gran­
des progresos de la civilización. Ahora solamente no-
taré cómo aprovecha las circunstancias todas para
infiltrar oportunamente y sin violências ésta su idea
capital. Se inaugura en Estrasburgo un ferrocarril, y
(1) Escritos Políticos, pág. 84.

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Unidad 89

es llamado el sacerdote ábendecirlo solemnemente (1).


Y a se ilumina su espíritu, ya ve los más íntimos senti­
mientos de la sociedad, afluyen á su mente bellísimas
ideas sobre lo mudable y lo inmutable de la Iglesia (2), y
asienta la necesidad de la religión deducida del estado
de la industria (3).
Al describir su viaje á Londres, va tejiendo sus
impresiones con notas tan oportunas sobre la religión,
que sin que se le advierta la más mínima molesta
insistência, resulta un conjunto de atracción suavísima
hacia el Catolicismo. Así nota la inconsecuencia pro­
testante de lanzar las sagradas imágenes del templo,
para llenarlo luego de profanos monumentos; nos ex­
plica la tristeza que causan los predicantes de las pla-
zas públicas, hombres y mujeres, todos con la Biblia
en las manos, explicando á su talante doctrinas diferen­
tes; acentua la esterilidad de las numerosísimas y po­
derosas instituciones de la Iglesia oficial, y de las mi-
siones protestantes, delante de la triunfante acción
católica, fundada solamente en el fervor, en el sacrifí­
cio y en la gracia; pinta finalmente el cuadro desolador
del pauperismo nacido en el seno de la iglesia disidente,
y concluye con estas palabras de Byron (4): «No soy
yo enemigo de la Religión; al contrario: y es de esto
buena prueba el que hago educar á mi hija natural en
un catolicismo estricto, en un convento de la Romana.
Mi opinión es que, cuando se tiene religión, jamás se
tiene la bastante: cada dia me inclino más á las doctri­
nas católicas» (5).
E l hombre mismo quiere que sea una viviente apo-
(1) La Civiliaación, I, pág. 226.
(2) P á g . 229.
(3) P ág . 230.
(4) La Civilización, I I I , págs. 73-93.
(5) M em órias de lord B yron, V , pág. 127.

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90 El Apologista

logía. El descubre con fina observación la fuerza de


atraer y persuadir que tiene para el entendimiento y el
corazón sereno un hombre perfecto en lo humano y en
lo divino, un hombre que vive armónicamente la vida
de la ciência y de la virtud, y nota el sabor y eficacia
de religión que tienen entonces aun sus obras puramen­
te humanas. Este espíritu hay que sentirlo actuado en
toda su obra, complicada v vastísitna, en su doctrina,
y aún más en su ejemplo. Quien haya intimado con las
obras y el alma de Balmes, no necesitará más para
despertar el ideal de esta apologética viva; para quien
no tenga con él tan íntima comunicación, daré un par
de notas brevísimas.
Aun prescindiendo de la luz intelectual que derra­
ma la ciência del sacerdote para regir el pensamiento,
con preciosa observación moral nota la influencia in-
vencible que ejerce sobre todo el hombre, cuando se 1a.
ve vivir en amable paz y serena libertad juntamente
con la virtud. «El hombre encargado de enseííar á los
demás las verdades más importantes, no debe quedar-
se rezagado en ningún sentido; así como debe servirles
de modelo en la pureza de la vida, así debe también
empunar el cetro de la inteligência porque es preciso
confesar que la reunión de la santidad, de la sabiduría
y del sacerdócio, forman un conjunto tan sublime, que
á su ascendiente no pueden resistir hasta los espíritus
más incrédulos. Obsérvese lo que acontece en el mun­
do, y se notará que á donde quiera que existe esta ad-
mirable reunión de circunstancias, allí se dirigen los
homenajes del público; y hasta los más dominados por
preocupaciones contrarias â la religión, ó tributan un
obséquio á la persona, ó permanecen en respetuoso
silencio. Cuando los vândalos entraron en Hipona aca-
taron los restos de San Agustín que acababa de falle-

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Unidad 91

cer; cuando ocupaba la Silla de Cambray el inmortal


Fenelón, los jefes de los ejércitos se impusieron el de-
ber de respetar el território del ilustre prelado» (1).
En otro artículo de la misma revista (2) expone Al-
g u n a s reflex io n es sobre la vida y la in flu en cia de
los p ârrocos ru rales, donde pondera especialmente las
ventajas que presentan los pârrocos para activar mu­
chos elementos de cultura y de pública prosperidad
para la nación y para el estado. Es una idea positiva,
práctica, fácil, hija de una observación clara de la
realidad, despertada porei interés que inspira todo lo
que es civilización, y sobre todo porque ve y siente
vivamente Ia influencia social que esto por sí mismo
daria á la religión. «No cabe duda, dice, que no se ha
comprendido bastante la importância de los pârrocos,
y que se ha descuidado con esto un medio de civiliza­
ción tanto más sólido, más puro y más saludable, cuan­
to se hubiera hallado íntimamente enlazado con la
Religión cristiana» (3). Y al fin concluye: «Deseamos
tanto más que la civilización se propague por conducto
de los pârrocos, cuanto que así se evitaria en lo posi-
ble, que con los adelantos de las naciones extranje-
ras, no se nos importasen la incredulidad y la corrup-
ción» (4).
(1) La Sociedad, IV , pág. 15. Sobre la instru cción del clero.
(2) Pág . 28-35.
(3) P á g . 32.
(4) P ág . 35.

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C A PÍTU LO X

Previsión

— Concepción racionalista del Catolicismo como una


S umario .
pura filosofia moral.—Las tendências modernistas.—El prag­
matismo.—La lógica biológica.—Futurismo.

No creo aventurar ninguna exageración, si anado


á las notas características de Balmes como apologista,
la de haberse adelantado á su tiempo con una previ­
sión admirable de las futuras necesidades de la apo­
logética.
No quiero dar á estas palabras la inoportuna signi­
ficación de ninguna profecia, ni siquisra el preciso dis-
eernimiento de sistemas y nombres que después han
sonado y suenan en el campo apologético, sino aquella
mirada que en las doctrinas presentes ve cosas de que
los demás no nos damos cuenta sino criando la evolución
doctrinal nos las pone delante de los ojos. Hay doctri­
nas, nos dice en la F ilo s o fia F u n dam en tal (1), que á
primera vista se presentan como un mero cimiento
científico, pero quien tiene ojos penetrantes, ve allí el
edifício entero, como en un plano en que se proyecta
todo el edifício. Así preveía él un nuevo desarrollo inte-
(1) L ib ro I, cap. I.

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Previsión 93

Iectual, como anuncia en el prólogo de la misma obra;


y en los cimientos que allí intentó poner, veia delinea­
das muchas otras cuestiones. Sin salirnos de estas ideas
generales, se puede bien decir que toda la ciência fun­
damental, que con el nombre moderno de criteorolog ía,
y el más comprensivo aún de ep istem o lo g ía , tiene
ocupado y preocupado el mundo sabio, está compren-
dido en aquella obra maestra del humano ingenio, digna
de ser arrebatada al cielo entre las estrellas de primera
magnitud. Y entonces se le haría justicia á nuestro
Balmes: se conocería mejor su pensamiento, y se veria
cuánto le deben ciertas cuestiones presentadas después
con aire de novedad, y ciertas posiciones serenas y des-
ahogadas en el gran campo científico. Pero dejemos
estas cuestiones más remotas para la apologética, y
digamos pocas palabras de lo que nos toca más de cerca.
Tiene un trabajo titulado Un cristian ism o ex tran o;
donde sorprende las nuevas actitudes del error, y de-
duce de sus nuevas expresiones, imprecisas y confusas,
las futuras teorias que se han ido desarrollando en el
campo que combate el Catolicismo.
Por un lado nota como del putrefacto filosofismo
nace un racionalismo cristiano, que no da á Jesucristo
y á su doctrina más que un valor moral; pero éste ver-
daderamente extraordinário, insuperable, ideal. «La
moral cristiana, dirán esos filósofos, es lo único que se
encuentra en las doctrinas de la religión; esa moral
pura, santa, sublime, es lo único que conviene salvar;
no debe á la humanidad pesarle de haber vivido en
piadosos errores, si con éstos ha podido adquirir tan
inestimable tesoro. Esa moral se aviene con todas las
creencias, con todas las organizaciones sociales, con
todas las formas políticas; es elevada, ilustrada, tole­
rante, grande como el mundo, digna de senorearle,

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94 El Apologista

digna de reinar sobre la familia, sobre la sociedad,


digna de presidir á la resolución de los actuales pro­
blemas y de marchar al frente de las generaciones ve-
nideras, conduciéndolas al destino que les seflala la
Providencia» (1).
Por oti'o lado, ve iniciarse otra corriente de progre-
sismo humano, que de las entraflas de la humanidad
universal recoge la esencia de la idea civilizadora, y
nota el valor evolutivo que ha temdo en cada genio y
en cada obra, y las formas accidentales de que se ha
revestido según las necesidades de los tiempos y el es­
tado de los espíritus. Todo entra, y todo tiene su valor
en este sucesivo desenvolvimiento del hombre: religio-
nes, escuelas filosóficas, reformas y revoluciones; tam­
bién tiene sefialado su puesto muy honorífico Jesucristo
y su religión, cuyos frutos substanciales hay que reco-
ger amorosamente como los de todos los demás, pero
sin querer petrificamos en lo transitório, en dogmas y
formas exteriores, que como hojas secas hay que reno­
var con las nuevas corrientes de la vida, como símbo­
los que se transforman según la expresión de nuevos
sentimientos.
Voy á copiar una cláusula, donce al paso que nota
la verdadera filiación filosófica d e estos sistemas, pinta
magistralmente su modo de ser, más actual hov mismo,
que cuando se escribió. «La filosofia anticristiana di­
vaga perdida por las vanas regiones de la duda y del
escepticismo, abrazada con mentidas sombras, brillan-
tes de lejos, negras y repugnantes d e cerca: deshácese
á cada instante de los brazos de una para correr en
pos de otra que la deslumbra, y á su turno la engafla.
Varia sin cesar, continuamente se transforma, y por
lo mismo pretende que todo se transforme y varie con
(1) L a Sociedad , I, pág. 255.

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Previsión 95

ella; por esto no conociendo su propia flaqueza, su im­


potência para alcanzar la verdad, se levanta desvane­
cida y orgullosa, se erige en juez de todas las religio-
nes, las prescribe el camino que deben seguir, les
indica los escollos que deben evitar, pesa los grados
que les quedan de fuerza 3^de vida, pronostica magis­
tralmente el término de su duración, decide que ésta
ha muerto ya, que aquélla está en agonia, que la una
ha menester cierta transformación, que la otra es del
todo inútil, que es necesario arrumbarla para que no
entorpezca la rápida marcha de los pueblos» ( 1 ).
No solamente descubre la tendencia, sino que la cri­
tica y refuta con argumentos, hoy como ayer, absolu­
tamente eficaces.
A los sospechosos encomiastas de 1a. moral cristiana,
les dice que esta moral necesita principios superiores
de que nutrirse, y práctica virtuosa para perfeccionar al
hombre; y unos y otra faltan á estos falsos amigos, es-
cépticos de toda doctrina 3' materializados en el goce y
la utilidad. Por lo cual esta escuela no puede ser, y no
es, sino una repugnante hipocresía (2 ).
A los evolucionistas, amigos de símbolos y alego­
rias, les dice que si los dogmas no son una realidad, el
Cristianismo no tiene ninguna, porque no presenta sino
sus dogmas; y en este caso, como escuela filosófica,
seria una impostura; siendo una religión, es, además,
un insulto á Dios y á los hombres. Si los dogmas son
una alegoria ó un símbolo, hay que confesar que nadie
ha penetrado su sentido, y entonces no son más que
sublimes mentiras para significar una cosa terrena que
ahora han inventado cuatro filósofos; son una luz falsa
que nos deja á obscuras sobre las cuestiones más capi-
(1) La Sociedad, I, pág:. 259.
(2) P áginas 255-258.

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96 El Apologista

tales de Dios, el hombre, el pecado, la redención, la


eternidad, la gloria ó la condenación ( 1 ).
Esto es lo fundamental que se ha dicho en nuestros
dias por los que han refutado el modernismo teológico.
Si no corriera peligro de parecer caviloso sonador
ponderando como méritos de nuestro apologista el ade-
lantarse con la previsión más allá de su época, mencio­
naria otras teorias modernísimas, que se avergonzarían
de verse muertas antes que nacidas, en las obras de
Balmes. Pero no quiero omitir un par de consideracio-
nes, que seguramente han de parecer sinceras y exactas
á quien mire más al fondo de las doctrinas, que al origen
de una palabra de nuevo cuno.
Primera mente dos palabras sobre el p ra g m a tism o
m eta físico , y digo m eta físico , para distinguido de todo
lo que sea educación espiritual para la acción, en lo cual
fué Balmes un fuerte y sano pragmatista. No tengo
duda que queda explícitamente refutado por Balmes.
Donde verdaderamente queda refutado el pragmatis­
mo, como los demás falsos sistemas epistemológicos, es
en su bellísima y armónica teoria sobre la parte mate­
rial de la ciência, que es la verdad; mas como por su
profundidad y amplitud exigiria disquisiciones impro-
pias de este libro, daré una sola nota bien concreta y
más inmediata.
En los capítulos X X X y X X X I del libro primero de
la F ilo s o fia fu n d a m en ta l combate la singular teoria de
Vico, que sostenía ser la acción el único critério de
verdad, y que hecho y v erd ad es eran palabras sinóni­
mas. E ra una especie de p rag m atism o intelectual, mu­
cho más noble que lo que ahora corre con este nombre,
nueva fase de un positivismo utilitarista, al menos en
una de sus ramas más importantes; pero lo cierto es
(1) P ágin as 253-255.

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Previsión 97

que los argumentos que trae para refutar á Vico, van


directamente, y con fuerza insuperable, contra esa nue­
va teoria, verdadera degradación de la facultad esencial
en nuestra alma de conocer la verdad objetiva por vía
de pura representación.
Todos saben con qué desprecio miran muchos mo­
dernos la antigua lógica: la critican de demasiado inte-
lectualista, mientras elíos se glorían con la invención
de la lóg ica in teg ralm en te h u m a n a y vital. Separemos
el lastre fatalista y materialista que lleva en muchos
entendimientos esta doctrina, y vayamos al capítulo II
de su F ilo s o fia E lem en tal, donde encontraremos expli­
cado qué facultades del alma han de estar bajo el cui­
dado y dirección de la lógica, á saber: la sensibilidad
externa, la imaginación, la sensibilidad interna ó facul­
tad del sentimiento y, por fin, la inteligência. Todas
son necesarias para conocer toda la verdad, porque hay
verdades de muchas clases, que son propias de una
facultad y no de otra, ó que requieren el concurso ade-
cuado de muchas para ser justamente conocidas. V a ­
yamos, sobre todo, al C ritério, que no es sino una lógi­
ca, y es cierto que allí encontramos cuanto humanismo
y cuanta vitalidad se puede desear en la investigación
de lo verdadero. En el primer libro reúne su teoria en
estas palabras: «una buena lógica no debe limitarse
al solo entendimiento; ha de extenderse á todo cuanto
puede influir á que conozcamos los objetos tales como
son» (1). Toda su obra el C ritério y toda su teoria lógica
la resume en este axioma, más gráfico todavia: «Una
buena lógica debiera comprender al hombre entero» (2 ).
En un hombre de tanta fuerza especulativa, y educado

(1) F ilosofia E lem en ta l, L ó g ica , núm. 4.


(2) Capítulo X X I I , § 60. V éa se un precioso fragm ento inédito que
acabo de p u blicar en el libro R elíquias literárias de B alm es, núm. 5.
7

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98 EI Apologista

en pura escolástica, es maravilloso este amplio sentir,


y más aún la práctica constante con que lo aplica á to­
das sus obras. Este es el secreto de su eficacia en toda
clase de personas; este es el carácter más humano de su
apologética y el motivo de la simpatia y respeto que en
todos despierta.
Aún quiero decir dos palabras del fu tu r is m o , pre-
sentado como la nota última y para siempre definitiva
de progreso intelectual y social. La cuarta de sus Cartas
á un escéptico la dedica á la filo s o fia del p orv en ir. «En
efecto, dice, no cabe nombre más bien adaptado para
calificar esa ciência estrambótica que, sin resolver nada,
sin aclarar nada, sólo se ocupa en destruir y pulverizar,
respondiendo enfaticamente á todas las preguntas, á
todas las dificultades, á todas las exigências con la pala-
bra p orv en ir» (1). Sigue describiendo irónicamente esta
ciência futurista, que es la única manera de poder
hablar de sus manifiestos despropósitos, y pinta, final­
mente, ese carácter de poetas, de profetas, de inspira­
dos, con que hoy se nos presentan sus maestros. «No
les pregunte cómo han descubierto tantos prodígios;
sobre todo, no les exija pruebas de lo que asientan, ni
tratándolos como adocenados pensadores se atreva us-
ted á requerirles para que demuestren lo que afirman.
Estas son cosas que más bien se p resien ten que no se
conocen; tienen algo de poético, de aéreo; son previsio-
nes envueltas en figuras simbólicas; quien con esto no
se satisface, es indigno de la filosofia; la llama del genio
no ha tocado su frente, no ha brotado en su espíritu la
in sp iración c rea d o ra » (2). Verdaderamente, ni en la
realidad ni en las palabras podíamos desear más exacta
imagen de nuestra actualidad.
(1) P ág. 66.
(2) P á g . 69,

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C A PÍTU LO X I

Expansión

S umakio : Fuerza expansiva.—Simpatia.—Acción.— Sus planes.


-A gitador de doctrinas.

E l apologista, á más de las cu alid ad es estáticas, que


hemos dicho, ha de poseer una grande f u e r z a ex p an si­
va. Al fin y al cabo la apologética no es sino la voz
misma del apostolado: ora sabia y cultísima, al resonar
en las academias con el acento y modulaciones del sabio;
ora liana y natural, en la expresión popular del buen
sentido religioso; pero siempre llena de simpatia, como
la palabra de Jesucristo, siempre cálida del amor que
ansía conquistar entendimientos y corazones para que
presten racional obséquio á la divinidad.
Tal vez las manifestaciones externas más caracte-
rísticas de esta fuerza expansiva sean la sim p atia y la
acción. Ambas llegaron en Balmes á un punto verdade-
ramente extraordinário.
Fué hom bre de g ra n d es sim p atias. Nos dicen sus
amigos que atraía irresistiblemente y subyugaba por
aquella luz que brotaba de su entendimiento, á la vez
que brillante, cândida y suave, porque tomaba todas las
vibraciones de un sentimiento delicado que nadie dejó
de experimentar. Los que le oían le admiraban y le
amaban, y le quedaban perpetuamente aficionados. Por

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100 El Apologista

este prestigio amable se explica que un hombre obscuro,


no acostumbrado al trato social, hasta parco y reser­
vado en las expansiones del compafierismo, al presen-
tarse en la sociedad, traba de repente relaciones nume­
rosas y selectas, y todos se disputan el honor de tratarle
ó al menos de escribirle. Personas privadas y públicas,
hombres nacionales y extranjeros,'partidos y gobiernos,
y la nación entera, sintieron, en mayor ó menor grado,
la atracción y hasta la imposición de su verdad, la cual,
como no estaba afeada por ninguna pasión ni estridên­
cia, atraía irresistiblemente hasta á los contrários, y si
no venda siempre los obstáculos de las cosas, conquis-
taba siempre á las personas. Por el efecto encantador
que nos causan á nosotros sus escritos, y por el amor que
nos despierta su persona solamente imaginada, pode­
mos colegir la fuerza de simpatia con que arrastraban
sus cual idades vivas, sobre todo aquella ciência y virtud
tan graciosamente hermanadas.
En segundo lugar fué hom bre d e acción maravillosa.
Todas aquellas condiciones que tan bellamente nos des-
cribe en el Critério para el juicio piráctico y eficacia de
las cosas, las vemos perfectamente realizadas en los cor-
tísimos anos que dedicó á la propaganda católica. Fin
sabiamente propuesto; médios aptisimos, elegidos con
toda madurez de juicio; tacto y sentido común; des-
arrollo simultâneo de fuerzas las más variadas; voluntad
enérgica y constante, sostenida por una grande idea y
un gran sentimiento de la religión; he aqui el Balmes
apologista con Ia palabra, con la pluma y con la acción.
Su actividad era un verdadero prodígio, que dejaba
pasmados á sus contemporâneos, y que nosotros nos re­
sistiríamos á admitir, si no nos viéramos forzados por la
evidencia. En ocho aftos escasos de trabajo público, in­
vade todas las regiones del saber y de la política. Aun

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Expansión 101

cuando hubiera gastado todo su tiempo en retiro abso­


luto, fuera una maravilla su producción tan vasta, tan
múltiple y en todo tan profunda; pero si consideramos
que fué hombre de sociedad, metido en tantos asuntos
editoriales y en trato continuo con los más altos perso-
najes; si atendemos que en tiempos de tan difícil viajar,
cruzó varias veces la península, é hizo tres viajes á P a­
ris, alguno de vários meses y prolongado hasta Bruse-
las y Londres; finalmente, si pensamos que para aco­
meter alguna de sus empresas, él mismo confiesa que
necesitó valor no común y poco menos que heroico, no
podremos volver de nuestro asombro y habremos de re-
conocer en él aquel mistério que acompafta siempre á
las grandes obras del Criador.
Tenemos lo que hizo en ocho a&os escasos de vida
pública, y nos asombra cómo un hombre puede llegar á
tanto sin un verdadero prodígio; pero él no se saciaba
con esto. Por sus biógrafos íntimos sabemos que pen-
saba publicar una T eologia, H istoria S a g r a d a , M ate­
m áticas, Cartas d un sem in arista , M em órias sobre los
acon tecim ien tos de E sp an a d esd e 1833, una R ev ista
Católica. Además en sus escritos apunta los siguientes
trabajos, ó como objeto de futuras empresas, ó al menos
como asunto sugestivo para su espíritu.
N acion alid ad E sp afiola, £ existe ó no? en qué con­
siste, sus causas, sus indícios (1 ).
M odificaciones que seria n con ven ien tes á la in s­
trucción d el clero (2). Sobre esto tenemos apuntes exce­
lentes en L a S ociedad y en los E scritos P óstu m os.
R ela cion es In tim as de tod as las ciên cias en tre s í y
con la socied a d (3).

(1) La Sociedad, IV , p. 295.


(2) Ib . pág. 297.
(S) Escritos Póstumos, pág. 73.

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102 El Apologista

H istoria del espíritu hum ano '1).


H istoria ap o lo g ética de las órden es r e lig io s a s ,
llevando paralela la historia de los pueblos donde se
han establecido, demostrando que siempre respondían
á una necesidad religiosa y social ,2 ).
Esta obra y las dos anteriores por sí solas nos dan
la figura colosal de Balmes; á ellas puede aplicarse lo
que él mismo dice en otra parte, que sólo el proponerlas
es de un mérito extraordinário.
E l T alento; compararlos entre sí, manifestando la
diferencia que hay entre los más extraordinários (3).
Moral lit e r a r ia y artística (4).
M oral a l alcan ce de los ninos (5).
D iccion ario crítico-bu rlesco, explicando el sentido
falso que la revolución ha dado á las palabras (6 ).
iQuién no se asombra de tan vastos planes? Pero él
los tenía mayores, porque pensaba asociarse á los hom­
bres más eminentes de Espana en una vastísima aso-
ciación apologética. Oigamos cómo lo describe su bió­
grafo Garcia de los Santos.
«He aqui su proyecto. Se fundaria una sociedad bajo
el capital social de 2 0 .0 0 0 , 0 0 0 de reales en veinte mil
acciones de mil reales cada una, desembolsándose al
principio una cantidad corta. E l objeto de esta sociedad
seria publicar obras originales, arregladas ó traducidas,
de toda clase de ciências y de todos los ramos de lite­
ratura, que reuniesen á la circunstancia de estar al
nivel de los últimos conocimientos, el no apartarse en
nada de los dogmas de la religión católica. Al frente
(1) Protestantism o, cap. 7.
(2) P rotestantism o, cap. 47, nota.
(3) Critério, cap. 3, § I.
(4) Critério , nota 19.
(5) R elíquias literárias, P a rte II, Apuntes literá rio s.
(6) Observaciones, § 6.

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Expansión 103

de esta sociedad debían ponerse doce personas de las


más respetables de Madrid por su ciência, nacimiento,
posición social y riqueza; habría un director literário,
cuyo nombramiento era de suponer hubiese recaído en
Balmes, para calificar el mérito de las obras que se hu-
bieran de publicar, después del informe científico de la
persona designada para dar su dictamen, según el ramo
á que perteneciera; habría además un teólogo revisor
que examinase los puntos de las obras en que pudiera
haber temores de algún error religioso. Los redactores
serían cuatro para trabajar incesantemente en las que
se publicaran; debiendo reunir entre los cuatro, cono-
cimientos de teologia, cânones, derecho y legislación,
economia política, ciências políticas, ciências naturales,
historia y literatura: habría además redactores á quie­
nes se encargaran trabajos, según sus conocimientos
especiales, para lo cual se pondría la sociedad en rela-
ción con los literatos de Espafla que fuesen de su con-
fianza. Además se admitirían los escritos, que pasados
por todas las pruebas, se considerasen dignos de la pu-
blicación. Se formaria un gran establecimiento tipo­
gráfico en que habría fundición, imprenta, litografia,
grabado, encuadernación, al frente del cual estaria un
hombre muy inteligente. Con la realización de este
proyecto, de resultado segurísimo, Balmes se prometia
formar excelentes libros de educación primaria, secun­
daria y superior, que al propio tiempo que instruyeran
á los educandos, no los apartaran de los sanos princí­
pios religiosos; se prometia también, que la revisión
científica por que había de pasar aquella obra, haría
que ésta saliera sin errores, y de este modo adelantaría
la ciência; y por último, se prometia que la esperanza
de una buena recompensa por estos trabajos, que ade­
más debían dar reputación al autor, por la gran publi-

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104 E l Apologista

cidad que habrían de tener, alentaria á los escritores


espanoles para dedicarse con intensidad al estúdio,
seguros de un doble êxito.
»No se limitaba á esto su plan. L a sociedad debía
tener para sus oficinas un gran local, en que se estable-
ciera un Ateneo, compuesto exclusivamente de los
accionistas, y en el que hubiera cátedras desempenadas
por los misrnos, discusiones científicas y salas de con­
versación; de modo que se formara una sociedad, que
â la elegancia y á las comodidades de esta clase de cír­
culos, reuniese el estar compuesta de personas ilustra­
das y de buenos princípios religiosos.
»Tal era el proyecto que le ocupó por muchos dias,
y para el cual había escrito los estatutos de bases gene-
rales, había formado la junta directiva, tenía designado
el teólogo revisor, los redactores fãjos, y había hecho
una lista de personas instruídas de Espana á quienes se
había de invitar á tomar parte en los trabajos,
»La poca seguridad que ofrecía el estado político de
Espana, hizo que por entonces no se llevara á cabo este
magnífico pensamiento, que más adelante volvió otra
vez á ocupar el ânimo de Balmes, y que es muy proba-
ble que con el tiempo se hubiera efectuado» ( 1 ).
Era hombre aficionadísimo á mover la opinión, no
ciertamente con las convulsiones apasionadas, sino con
la luz serena de la verdad y de la persuasión. En las
grandes cuestiones que agitó, provocó siempre á la
opinión pública sabiamente ilustrada; buscó la difusión
de la doctrina por todos los médios de publicidad, desde
el volumen sabio al folletín popular, desde la revista
científica al periódico propagandista; era entusiasta de

(1) Vida de B alm es, pág. 44. E n tre sus papeies íntim os hemos encon­
trado la lista de los hom bres que pensaba a so cia rse en esta em presa colo-
sa l. V éanse en el libro R elíquias literárias de B alm es, P a rte I I .

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Expansión 105

todos los médios de influir, como son la asociación, la


controvérsia, sobre todo la prensa; y tenía este espíritu
por tan conforme al Catolicismo, que de éste lo hace
arrancar, y lo da como signo distintivo de las demás
religiones. Estaba tan seguro de la verdad, y tenía
tanta confianza en su fuerza, que lo que otros huyen
por temor, él lo buscaba como una esperanza.
Con ocasión de la apertura de un curso de f renología
que D. Mariano Cubí anunciaba para el 7 de Marzo de
1843, escribe en e! número l.° de su revista L a S ocie­
d ad , correspondiente aí mismo mes: «Ante todo debe-
mos advertir, que por más nueva que sea en este país
la pública ensenanza de la frenología que tanto ruido
está metiendo anos há ‘en los grandes centros de la
ciência europea, no sonaremos contra ella la alarma,
ni diremos que la religión católica, cuya defensa es el
principal objeto de nuestra revista, tenga nada que
temer de los hechos ideológicos y fisiológicos de cuya
exposición trata de oeuparse el ilustrado profesor. Co-
nccidas son nuestras convicciones, sabido es que la idea
dominante de los ensayos que hemos ofrecido al público,
consiste en que la Religión católica ganará tanto más en
estimación, cuanto más profundo sea el examen á que
se la someta; que no tiene ni manchas que ocultar ni
errores que encubrir, para que se vea precisada á vivir
en las sombras y á huir el cuerpo al contagio de las
ciências. Dios entregó el mundo á las disputas de los
hombres, y encornendó el depósito de la fe á la Iglesia;
siglos hace que la naturaleza, la historia y la experien-
cia son consultadas sobre los grandes secretos de Dios,
del hombre y de las relaciones que unen á la criatura
con el Criador; después de tantos experimentos, de tanta
observación, de tantas hipótesis, de tantos sistemas, no
se ha podido senalar un hecho, un solo hecho, en con-

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106 El Apologista

tradicción con la fe católica. La incredulidad ha levan­


tado con frecuencia la voz gritando alborozada: lo he
en con trado; mas bien pronto un exainen más detenido
y más profundo de la matéria ha venido á desmentir el
aplauso prematuro» (1 ).
A pesar de tratarse de una ciência nueva, donde con
tanta facilidad se podia desbarrar, espera con vivos
anhelos la exposición de los hechos y teorias, y él mis­
mo magnánimamente allana el camino, determinando
con precisión las cuestiones que se han de resolver, y
prometiendo felices disposiciones en los espíritus de
nuestro país (2 ).
Ni la esterilidad prevista de antemano le arredra en
su labor de sembrar doctrinas y agitar controvérsias.
Al exponer, en otro artículo de la misma revista, su opi­
nión sobre la situación del clero espafiol y la urgente
necesidad de un concordato, escribe: «Como quiera, y
por más infructuosas que recelemos hayan de ser nues-
tras palabras, las arrojamos en el campo de la discusión,
asemejándonos al labrador que esparce la simiente en
un terreno agostado y estéril, levantando los ojos al
cielo, y encomendando el resultado á la bondad de la
Providencia. Que en la mayor parte: de los humanos
negocios cábele al hombre más escasa influencia de la
que él se imagina; Dios va conduciéndolos por senderos
ocultos á término donde no alcanza nuestra menguada
previsión; y sobre todo en tratándose de salvar la Igle-
sia católica ó alguna parte considerable de su vasto
património, sabe el divino Fundador echar mano de
médios extraordinários é imprevistos, diciéndonos en
seguida: «Hombre de poca fe, <:por qué has dudado?» (3)

(1) L a S o c ie d a d , pág. 30.


(2) Ib ., pág. 41.
(3) Ib ., pág. 174-

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C A P Í T U L O XII

S o b re n a tu ra lis m o

S umario : Necesidad de la gracia.—Recurso á la oración.

Al ver el carácter tan humano del proceder de B al­


mes como apologista, no crea nadie que no tuviera un
conocimiento y un sentimiento vivísimo de la parte so­
brenatural, ó sea, de que la gracia es lo principal en la
conversión de los hombres. He aqui una página delica­
da, donde funde admirablemente la compasión humana
con la humildad propia y el sentimiento de la gracia di­
vina: «Mis profundas convicciones, ó hablando más cris-
tianamente, la gracia del Seftor, me tiene firmemente
adherido á la fe católica; pero esto no me impide el co­
nocer un poco el estado actual de las ideas y la diferen­
cia de situaciones en que se encuentran los espíritus. Un
escéptico me inspira viva compasión, porque desgracia-
damente son muchas, en los tiempos que corren, las
causas que pueden conducir á la pérdida de la fe; así es
que, al encontrarme con alguno de esos infortunados,
no digo nunca con orgullo non sum sicut unus ex istis,
no soy como uno de estos. E l verdadero fiel que está
profundamente penetrado de la gracia que Dios le dis­
pensa, conservándole adherido á la religión católica,

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108 El Apologista

lejos de ensoberbecerse, ha de levantar humildemente


el corazón á Dios, exclamando de todas veras: D om ine,
p rop itiu s esto m ih i peccatori; Seflor, tened misericór­
dia de este pecador.
»Acuérdome que al seguir el curso de Teologia, se
explicaba en la cátedra aquella doctrina de que la fe es
un don de Dios, y que no bastan para ella ni los mila-
gros ni las profecias, ni otras pruebas que demuestran
claramente la verdad de nuestra religión, sino que ade­
más de los motivos de credibilidad, se necesita la gracia
del cielo; á más de los argumentos dirigidos al enten­
dimiento, es menester una pia moción de la voluntad,
p ia m otio volu n tatis; y confieso ingenuamente, que
nunca entendi bien semejante doctrina, y que para com-
prenderla me fué necesario dejar aquellas mansiones
donde no se respiraba sino fe, y hallarme en situaciones
muy varias y en contacto con toda clase de hombres.
Entonces conocí perfectamente, senti con mucha viveza
cuán grande es el beneficio que dispensa Dios á los ver-
daderos fieles, y cuán dignos de lástima son aquéllos que,
en apoyo de su fe, sólo reelaman el auxilio de los motivos
de credibilidad, sólo invocan la ciência y se olvidan de
la gracia. Repetidas veces me ha sucedido encontrar-
me con hombres que á mi parecer veían como yo las
razones que militan en favor de nuestra religión, y, sin
embargo, yo creia y ellos no. <;De dónde esto? me pre-
guntaba á mi mismo; y no sabia darme otra razón, sino
exclamar, m isericórd ia D ornini qu ia non su m u s con-
su m p ti» (1).
En el siguiente pasaje inculca la misma verdad, y
además anade como medio necesario el recurso humil­
de á la oración. «Para creer no basta haber estudiado
la religión, sino que es necesaria la gracia del Espíritu
(1) Cartas V II, pág. 149.

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Sobrenaturalismo 109

Santo. Mucho fuera de desear que de esta verdad se


convenciesen los que se imaginan que no hay aqui otra
cosa que una mera cuestión de ciência, y que para nada
entran las bondades del Altísimo. <:Sabe usted, mi queri­
do amigo, lo primero que debe hacer un católico cuando
le viene á la mano algún incrédulo en cuya conversión
se propone trabajar? £Cree usted, sin duda, que se han
de revolver los apologistas de la religión, recorrer los
puntos propios sobre las matérias más graves, consul­
tar sábios de primer orden; en una palabra, pertre-
charse de argumentos como un soldado de armas? Con­
viene, en verdad, no descuidar el prevenirse para lo
que en la discusión se pueda ofrecer; pero ante todo,
antes de exponer las razones al incrédulo, lo que debe
hacerse es orar por él. Dígame usted, £quién ha hecho
más conversiones, los sábios ó los santos? San F ran cis­
co de Sales no compuso ninguna obra que bajo el aspec­
to de la polémica se llegue á la Historia de las varia-
ciones de Bossuet; y yo dudo, sin embargo, que las
conversiones á que esta obra dió lugar, á pesar de ser
tantas, alcance ni con mucho á las que se debieron á la
angélica unción del santo Obispo de Ginebra» (1).
Conforme con estos princípios, promete al escéptico
su oración y le suplica que con humildad se esfuerce en
rogar él mismo. «Entretanto yo oraré por usted; y si
bien el estado de su espíritu no es muy á propósito para
hacer lo mismo, sin embargo, todavia me atreveré á
decirle que.ore usted, que invoque al Dios de sus pa­
dres, cu3To santo nombre aprendió á pronunciar desde
la cuna, y que le suplique le conceda el llegar al cono­
cimiento de la verdad. Quizás joh pensamiento de ho­
rror! quizás pensará usted £cómo puedo llamar á Dios,
si en ciertos momentos, abatido por el escepticismo,
(1) Cartas, pág. 157.

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110 El Apologista

hasta siento flaquear mi única convicción, y no estoy


bien seguro ni de su existência?... No importa: haga
usted un esfuerzo para invocarle; El se le aparecerá,
yo se lo aseguro; imite usted al hombre que habiendo
caído en una profunda sima, no sabiendo si es capaz de
oirle persona humana, esfuerza no obstante la voz cla­
mando auxilio» ( 1 ).
íl ) Cartas, pág. 160.

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C A P Í T U L O XIII

Práctica de la teoria

S umario : Posición elevada de espíritu.—Decisión d e trabajar.—


Escollos que se han de evitar: flojedad y dureza.—Rumbo que
se ha de seguir.—Con el indiferente.— Con el incrédulo.— Con
el escéptico.

Las notas sobre las condiciones del apologista, en


parte teóricas y en parte empíricas, que hemos entre-
sacado de las obras de Balmes, veámoslas brevemente
reducidas por él mismo A un sistema práctico, en una
preciosísima conferencia que escribió sobre la Conducta
qu e debe observ ar el sacerd ote con el in crédu lo ( 1 ).
Empieza por recomendarle que se coloque en un
punto de vista elevado para ver mejor el terreno que
va á examinar, y he aqui cuál es este punto de vista:
«Cada período de las sociedades tiene sus males carac-
terísticos, como las edades del indivíduo suelen experi­
mentar dolências especiales. El género humano lleva
sobre su cabeza una maldición terrible: la espada de
fuego que blandiera á las puertas del paraíso el ángel
de las venganzas del Seftor, despide todavia sus formi-
dables resplandores. Volved la vista por todas partes,
(1) E scritos póstum os, pág. 38 seq.

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112 El Apologista

leed la Historia, consultad la experiencia, mirad al en­


tendimiento, escudrinad el corazón; en todo descubri-
réis una herida profunda que chorrea sangre. La Huma­
nidad marcha á sus destinos de la tierra y A sus destinos
del otro mundo, pero siempre por un camino de errores,
amargura y desolación. Cuando la Iglesia llama A la
vida presente valle de lágrimas, anuncia una verdad
reconocida por la más alta filosofia, y expresa un sen­
timiento que flota en todos los corazones. Nuestros ma-
yores se lamentaron de los inales de su tiempo, los
venideros se lamentarán de los del suyo. Esta conside-
ración es á propósito para inspiramos templanza y pa­
ciência. Cuando uno se cree el solo infortunado, es difí­
cil no abatirse; cuando se imagina que la época en que
vive es la más calamitosa, se apoderan del alma Ia tris­
teza y el desaliento; pero cuando la vista se extiende,
y abarcando un vasto conjunto de acontecimientos, no
se mira lo presente aislado, sino en la inmensa serie de
lo pasado y de lo futuro, la ideas se ensanchan, el pen-
samiento se fortalece y el corazón se dilata.»
Con esta fuerza de pensamiento y esta anchura de
corazón, considero que «lo más tranquilo, lo más agra-
dable, lo más exento de sinsabores, es sin duda el per­
manecer en el templo, en la blanda melancolia de las
inspiraciones divinas, ó en las inefables dulzuras de
los celestiales consuelos. Pero ; ah, senores! que á las
puertas de la casa de Dios, velada con la nube del in-
cienso, hay un mundo que se agita en la duda, y á más
de esos corazones que oran con efusión al pie de los a l­
tares, hav otros corazones azotados por las pasiones
tempestuosas 37 llevados en alas de la incredulidad y por
senderos de perdición. ;Y todos son nuestro prójimo,
y todas son almas redimidas con la sangre del Cordero!
No las olvidemos, senores, ni nos desaliente la esterili-

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Práctica de la teoria 113

dad de nuestro trabajo; si se'puede conquistar una sola,


{no es bastante este triunfo para pagar los trabajos de
una larga vida?» (1 ).
Decidido ya el combate, antes de indicar el rum bo
senala los escollos, y éstos son dos: flojedad y dureza.
L a flo je d a d se manifiesta en «tímidas confesiones
de la fe combatida, expresiones ambiguas y sonrisas de
vei-gonzosa tolerância, en un aire complaciente cuan­
do el incrédulo se burla de la religión». Es un crimen
delante de Dios, y á los hombres no inspira sino des­
precio, porque tienen al sacerdote ó por impostor ó por
cobarde. L a norma ha de ser «una convicción profunda
expresada con serenidad y con templanza». Esto ins­
pira respeto, no solicita la tolerância, la impone: tal
vez no se concede de palabra, pero el corazón se incli­
na á la admiración (2 ).
D ureza. «La destemplanza en el lenguaje, el des-
entono de la voz, la descompostura del gesto, las pala­
bras ofensivas, las muestras de aversión personal; á
esto llamo yo dureza, y éste es otro escollo peligroso.
La defensa de la verdad no necesita de semejantes
médios: lejos de favoreceria, pueden daftarla. El sacer­
dote se desconceptúa, se hace odioso, y el descrédito y
la odiosidad pasan muy fácilmente del sacerdote al sa­
cerdócio, del ministro á la religión. El incrédulo yerra,
blasfema; sus palabras escandalizan; es verdad: pero
{qué adelantamos con una irritación desmedida? {Qué
bien resulta de estrellarnos contra los hechos? {Está en
nuestra mano remediar el mal que deploramos? {Con
una exaltación destemplada, logramos que el incrédulo
se haga oyente? Imitemos á Jesucristo. ;Se le arguye
con mala fe, con intento malicioso, con artérias pérfi-
(1) E scritos p óstum os , pág. 39.
(2) Ib. pág. 40.
8

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114 E l Apologista

das: y £cómo contesta? con calma, con dignidad, con


majestad. Su palabra es penetrante como espada de
dos filos; con ella confunde á los enemigos de la ver­
dad; pero en el maestro que ensena, se descubre siem­
pre al médico que cura; en el juez que reprende se ve
al padre que ama. Se continúa dudando, calumniándo-
le; E l prosigue tranquilamente su camino, y apela á
sus obras que dan testimonio de su doctrina.
flo je d a d ni d u reza: el valor de la fe, y la dulzu-
ra de la caridad. Jesucristo nos ha trazado el sendero:
E l nos ensefta A despreciar los respetos mundanos cuan­
do se trata de confesarle; pero nos ha enseftado tam­
bién á querer á los hombres, pues que ha venido á sal­
var el mundo. Que una caridad mentida no nos haga ol­
vidar nuestros deberes, y un ceio falso no nos entregue
á merced de la ira: ambas cosas son indignas de un sa­
cerdote, que debe ser modelo de fortaleza y de manse-
dumbre. La tolerância bien entendida, no es más que
el ejercicio de la caridad: esa virtud celestial toma
distintas formas según el objeto á que se la aplica;
pero es siempre la misma, siempre santa, siempre
bella: es como la luz, que pasando por un prisma, ofre-
ce variados colores y delicados matices» ( 1 ).
R u m bo que hay que seguir.
«Seflalados los escollos, indiquemos el rumbo. Hay
diferentes clases de incrédulos: á todos les falta la fe,
pero la situación de su espíritu es muy diversa. El ve­
neno es el mismo, la enfermedad en su esencia es la
misma también; los sintomas que presentan son vários.
Unos descuidan, otros niegan, otros dudan. Los pri-
ineros dicen, «qué me importa»; los segundos dicen,
«esto es falso»; los últimos dicen: «ignoro».
Conducta con el in d ife r e n te .
(1) E scritos póstum os , pág. 41.

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Práctica de la teoria 115

«iQué se debe hacer con el in d iferen te? Lo que con


un hombre que marcha recto á un precipício y con los
ojos vendados: avisarle de su peligro, aprovechando
las ocasiones que la prudência indica como oportunas.
Si vacila, si se logra que se pare siquiera un momento,
entonces se halla ya en el caso de los que dudan. Lo
que diremos de éstos, es aplicable á él. Si no escucha,
si se empena en marchar, no queda otro recurso que
levantar los ojos al cielo, é implorar para este insensa­
to la divina misericórdia. Los indiferentes suelen ser
muy tratables; como lo que desean es olvidar la reli­
gión, cuidan de no combatirla; pegados á la tierra, no
quieren mirar hacia arriba; en su interior consideran
muy posible que la religión sea verdadera, temen que
lo sea, y para no ver la espada pendiente sobre su ca-
beza, se guardan de levantar los ojos. Los gritos de su
conciencia los adormecen con los placeres de la vida;
para esos hombres no hay nada tan terrible como
la vista de un moribundo ó el umbral de un cemen-
terio.»
Conducta con el incrédulo.
«Entre los in crédu los, el que niega es el más ofen­
sivo. Sueleser aficionado á disputas, y por lo común, al
verter sus errores, los emponzofia con la burla. En se-
mejantes casos, el deber del sacerdote está marcado:
si le es posible, no debe presenciar un escândalo que
no le es dado impedir; y si las circunstancias no le per-
miten retirarse, en vez de protestas inútiles, y que tal
vez agravan el dano, será mejor mantenerse en acti-
tud de disgusto, expresado con noble severidad. Esto
acaba por confundir á la insolência, y por interesar en
favor del sacerdote á todas las personas que siquiera
no carezcan de educación. Y si entre los circunstantes
hasta la educación faltase, ^qué importan las burlas de

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116 El Apologista

un miserable? También Jesucristo pasó largas horas


entregado á la befa y al escárnio de una soldadesca
grosera, y no por esto deja de ser la cruz la ensefia
augusta ante la cual se postran millones de hombres
hace ya 18 siglos.
»£Se le verá disputar? Esta es cuestión de prudên­
cia. Si el sacerdote se siente con fuerzas para confun­
dir á su adversário, puede y debe hacerlo, con tal que
la discusión no haya de promover mayores escândalos,
como por desgracia suele acontecer; pero si el sacerdo­
te no está seguro de su capacidad é instrucción, es me-
jor que evite el entrar en disputas, y no dé lugar á que
los incautos se escandalicen, atribuyendo á flaqueza de
la causa lo que sólo proviene de la inhabilidad de su
defensor» (1 ).
Conducta con el escéptico.
«El incrédulo que duda no ofende tanto como el que
niega: no cree, es cierto; pero al menos no adolece de
la petulância del otro. No se atreve á decir, «no es ver­
dad»; dice: «no sé si es verdad». Es más bien escéptico
que incrédulo.
»A esta clase de hombres, es preciso tratarlos con
benignidad: son enfermos contagiados de la enferme-
dad de la época y es necesario tratarlos como tales.
La mala educación, el ejemplo de una persona respeta-
da, quizás las lecciones de un profesor, una lectura
impía, la ignorância de los fundamentos de la religión,
son las causas que producen esta funesta dolência, y
que en nuestro siglo obran con más eficacia de lo que
hicieran en los anteriores. Lo repito, es preciso tratar
á esos hombres con benignidad porque son dignos de
compasión, y porque en el mero hecho de no negar,
de limitarse á dudar, ya no se manifiestan obsti-
(1) E scritos póstum os, pág. 42.

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Práctica de la teoria 117

nados en su error, y no cierran la puerta á la espe-


ranza» (1 ).
«iQué se debe hacer con ellos? Helo aqui. Si hay
relaciones de amistad ó de otra clase, no romperias,
con tal que sean compatibles con la conciencia y dig-
nidad del sacerdote. Esto proporciona ocasiones de
edificados con el ejemplo, y de sembrar de vez en
cuando algunas reflexiones que despierten su concien­
cia, renovando la memória de la fe que un dia profe-
saron.
»No conviene mostrarse disputador voluntário con
ellos: esto tiene el inconveniente de alentados, si triun-
fan por su talento é instrucción, ó de herir su amor
propio si sucumben. Tampoco es bueno afanarse por
hablarles de religión: es necesario guardarse de juzgar
del corazón ajeno por el propio; lo que un sacerdote
celoso mira como una conversación muy grata y opor­
tuna, el incrédulo lo considerará como moléstia into-
lerable.
»Uno de los momentos más á propósito para reno­
var la memória de la religión, son los de infortúnio.
L a muerte de una persona querida, ú otra desgracia
de aquellas que dejan en el corazón una huella profun­
da, disponen el espíritu á pensamientos graves, y dan
á los sentimientos una dirección religiosa. La alegria
es frívola, y es muy difícil hacer entrar en razón á
quien á todo contesta con la sonrisa en los lábios; pero
cuando el hombre llora, la esperanza de la otra vida es
para él un gran consuelo, y entonces puede dar á la
conversación un giro grave, sentimental, que suave y
naturalmente vaya á parar á los pensamientos reli­
giosos.
»Otro de los remedios que no deben olvidarse en
(1) E scritos póstum os, pág. 44.

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118 El Apologista

semejantes casos es Ia lectura de buenos libros. En


vuestra discreción conoceréis fácilmente, que al hablar
de libros buenos, no entiendo aqui libros devotos. Estos
suponen la fe, y se trata de quien no la tiene.
»En la elección de estos libros es necesario mucho
tino. Si el incrédulo es hombre de macho saber, la lec­
tura ha de ser más fuerte; si es superficial, debe ser
más ligera. Si es hombre dado á estúdios filosóficos, la
lectura debe ser de filosofia religiosa; si es aficionado á
estúdios históricos, de historia apologética. Es necesa­
rio interesar su curiosidad en abrir siquiera alguna de
tantas obras de hombres de genio, que los hajTen abun-
dancia entre los escritores católicos. Si se puede inte-
resarles por uno de ellos, ya se tiene mucho adelantado.
Y a he dicho que los incrédulos, aun los más entendidos,
suelen ser muy ignorantes en matéria de religión; son
hombres que si aprendieron el catolicismo, le han olvi­
dado, y que después han leído las impugnaciones de la
religión, mas no las apologias. Han eido una sola parte
y se han creído autorizados para fallar.
»De aqui es que sus dificultades suelen ser frívolas,
dirigidas contra un objeto aislado y siempre las mismas.
Se colocan en un punto de vista equivocado y no acier-
tan á salir de él.
»Uno de los cuidados que más deben tenerse presen­
tes es quitarles esos puntos de vista nezquinos, es dar
á sus pensamientos alguna elevación, y acostumbrarlos
á mirar las cosas en su conjunto. El edifício de la reli­
gión, como todo lo grande, no se ve bien cuando se le
examina en detalle. Aqui parece que hay una deformi-
dad, allâ una irregularidad ineomprensible; aqui un ci­
miento mal seguro, allá una bóveda que se aplana y
amenaza ruina. ^Queréis que se comprenda la belleza
de la aparente deformidad y la regularidad admirable

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Práctica de la teoria 119

que se oculta bajo la chocante irregularidad? Haced que


el observador se ocupe algo menos de los pormenores,
y atienda algo más al conjunto; que entre, por decirlo
así, en los designios del arquitecto, y verá cómo todo
tiene un fin, cómo todo es susceptible de una explicación
justa y razonable» ( 1 ).
Complejo es el cuadro que acabamos de contemplar
teórica y prácticamente en Balmes, como modelo de lo
que ha de ser el apologista católico de nuestros dias.
Muchas de las condiciones expuestas ciertamente que
no son necesarias para escribir un tratado apologético
para uso de las escuelas; pero sí lo son todas cuando se
trata de defender de veras la religión en la candente
arena de la vida humana. El maestro que desde su cá­
tedra explica un curso de religión á discípulos conven­
cidos, ávidos de conocer la verdad, y con aquella sereni-
dad científica que excluye todo elemento no puramente
intelectual, representa uno de los aspectos esenciales
de la conquista espiritual, que tiene por estratégia la
apologética; pero no ciertamente todos, ni tal vez los
más ordinários ofícios que ha de ejercitar el apologista
de acción para ser acepto á todos los espíritus que tur­
bulentamente se agitan con vivos ideales, y á to­
dos los cuales ha de rendir á la verdad. En una cosa
han de convenir siempre inconmoviblemente, y es en la
posesión y ensefíanza de una misma verdad: los méto­
dos, la matéria humana, el tono, los movimientos, íre-
cuentemente habrán de ser diferentes en uno y otro, y
aun podrá darse el caso de que lo que en uno será gran
ventaja, sea estorbo en el otro para la eficacia que se
pretende. Lo cual no podrá discernir sino una alta pru­
dência humana y divina, ó sea, guiada por un exacto
conocimiento y un sincero amor del hombre y de la reli-
(1) E scritos póstum os, págs. 47-49.

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120 El Apologista

gión. La verdad conocida por razón y por revelación


como doctrina, y esta prudcncia íntegra y completa
como método, he aqui el perfecto apologista, y he aqui
la síntesis de las cualidades balmesianas que no podrá
menos de reconocer el lector en todos sus libros.

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PARTE SEGUNDA
La apologética

Introducción

La apologética, aun la verdaderamente científica, no


puede prescindir en modo alguno de la disposición par­
ticular de aquéllos á quienes quiere persuadir* toda vez
que ó bien ha de conducirles á una verdad para ellos
desconocida, partiendo de aquellas que ya poseen, ó
bien ha de ordenar lógicamente los conocimientos reli­
giosos que estân en el alma como postulados certísimos,
pero sin ilación racional. El apologista prudente que
trata de palabra con uno ó muchos oyentes, determina­
rá, en cada caso particular, el punto de partida, la na­
turaleza de argumentos y el sistema de razonar más
acomodado á las circunstancias; cuando se escriba para
el público, sólo se pueden trazar líneas muy generales,
según las condiciones de la sociedad á que uno se dirige.
Este era el caso de Balmes.
Reflexionando, pues, sobre la sociedad de su tiempo,
encontró los espíritus partidos en dos graudes agrupa-

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122 La Apologética

ciones, en lo tocante á ideas religiosas. La inmensa


mayoría del pueblo, instruída por el catecismo en los
rudimentos de la religión y de su historia, pero sin que
se le hubiera llamado bastante la atención sobre los
fundamentos de las verdades aprendidas, habiéndosele
ensenado todo menos la razón de su fe, no encuentra en
su entendimiento las luces que necesita para sostenerse
en sus creencias contra el combate de una sociedad des-
creída, y por esto la fe queda en los corazones como
semilla estéril, si, lo que es todavia peor, no se la lleva
el viento al primer soplo. L a parte intelectual, más
reducida, pero más influyente, helada por la duda que
había puesto de moda un elegante escepticismo, no
atinaba sino con cuatro dificultades sobre algún dogma
determinado de la Religión Católica, pero sin método
en el entendimiento y sin fuerza en la voluntad para
examinar seriamente los fundamentos de la fe.
Cuando el entendimiento está sereno y la voluntad
siente verdaderos deseos de conocer la verdad, ó al me­
nos no opone la resistência positiva de obstinadas pre-
ocupaciones, el eamino está expedito para el apologista;
puede emprender inmediatamente la demostración, que
sin duda convencerá al incrédulo, porque es evidente
como la de cualquiera otra ciência similar; y al que ya
es católico de corazón ilustrará más la inteligência,
para que posea su fe con mayor firmeza y con mérito
superior. Si no existen estas disposiciones en el que ha
de ser convencido, es necesario producirlas, destrujmn-
do por médios acomodados los impedimentos que se
oponen á la luz de la verdad.
Según estas dos diversas situaciones de espíritu, se
presentan al apologista dos métodos muy diferentes,
aunque ordenados á un mismo fin; el d iãáctico y el p o ­
lêm ico. En el primero, el curso de las ideas lo dirige el

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Introduccián 123

apologista, como cualquiera otro maestro en su ciência;


él se propone la verdad final á donde quiere conducir al
discípulo, ordena las pruebas, que objetiva y subjetiva­
mente mejor pueden conducir á la demostración, y par-
tiendo de lo más fundamental, como maestro ensefia y
persuade. En el segundo la dirección la lleva el incré­
dulo: propone sus dificultades, combate doctrinas, salta
de un dogma á otro sin conexión, y casi nunca tocando
lo fundamental; hace rápidas excursiones al campo
científico, al literário, al social; y cuando no sabe á
donde acudir, generalmente no se persuade, aunque se
dé por vencido, sino que, arrojándose á los tenebrosos
abismos de su espíritu, se encierra en las negras fauces
de su caverna, y desde alií pide que le dejen, porque
no le comprenden, ó á lo más, que se compadezcan de
su desgracia, porque sus ojos no pueden sufrir la luz.
Ninguna otra ciência sufre este trágico conflicto.
Todas emplean sin deliberar el primer método, el que
exige imperiosamente la verdad científica, al desgra-
ciado que, por pasión ó por inépcia, no puede seguir con
serenidad el encadenamiento de las razones, le vuelven
la espalday, sin asomo de pena, le abandonan por inepto.
Esto no puede bacerlo la apologética; no es como las
demás ciências, que sólo tienen entendimiento; ella tiene
entendimiento y corazón. La Religión no es un conoci­
miento que libremente pueda el hombre tomar ó dejar,
como otra facultad humana; es, moralmente, necesaria,
y lo es á todo hombre, y lo es en una terrible alterna­
tiva de vida ó muerte eterna: de que la sangre de Jesu­
cristo haya logrado eficazmente su objeto, ó quede frus­
trada en sus planes redentores; 3* porque es necesaria,
con esta necesidad extrema y absoluta, Dios le ha dado
un amor encendido de madre para buscar á sus hijos
por todo camino, y salvarlos á costa de cualquier sacri-

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124 La Apologética

ficio, aun á pesar de sus resistências. Podríamos perso­


nificaria en aquella gran madre de San Agustín, que
espera pacientemente, ora sin cesar, sigue á su hijo en
todas partes, espia los instantes de desaliento ó de quie-
tud para insinuar una palabra ó una razón, sufre todos
los desdenes, y llegada la hora de la gracia, abre sus
brazos, llora de alegria y, mandando callar á toda cria­
tura, le descubre el centro de la luz eterna, la patria de
la verdad y del amor, á donde vuela á descansar, di-
chosa, como otro Simeón, de haber visto ya la reden-
ción de Israel. Esta es la razón porque el apologista
ha de tener aquellas condescendências, aquellas aco-
modaciones, aquella prudente flexibilidad y amorosa
tolerância que tan magistralmente nos ha ensenado
Balmes.
No se contentó con ensenarlo, sino que lo practicó.
Dos condiciones eneontraba él en los escépticos: el ser
muy hueros de doctrina, y el tener una hinchada vani-
dad de suficiência. En estas condiciones, el proponerles
una demostración sólidamente científica, era dejarles en
la árida distracción de sus prejuicios; el confundirles,
era alejarlos despechados; el medio más hábil era insi-
nuarse en su conversación, hacer!es sentir que se pene­
tra en todos los repliegues de su espíritu, solicitarlo con
la simpatia á que se despliegue confiadamente, y dejar­
les retozar por las regiones imaginarias de sus ensue-
ftos, para cortarles amorosamente las alas después de
cada vuelo. Así, reduciéndolos cada vez más con la ra ­
zón y el amor, insinuándose f o r t it e r y su av iter, deján-
doles sin refugio en los penascos batidos por la tempes-
tad, mientras con la palabra y el ejemplo se les descu­
bre la riente playa donde el espíritu recobra la luz y la
libertad, sobre todo rogando y haciéndoles rogar, cae
la prevención, nace la simpatia, despierta el deseo, y

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Introducción 125

queda el espíritu en disposición de recibir toda la


verdad.
Empecemos por exponer este primer sistema, que
Balmes practicó en vários de sus escritos de L a S ocie­
d ad y, sobre todo, en las Cartas á un escéptico en m a­
té r ia de R elig ió n , verdadera propedêutica de la apolo­
gética didáctica, así como ésta lo es de la misma fe.

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SECCIÓN PRIMERA

Polémica

C A PÍT U LO 1

Ensenar

Aun cuando, según la división que hemos hecho de


los dos sistemas apologéticos, polémico 3’ didáctico, pa­
rece que el ensefiar es propio exclusivamente del se­
gundo, no es así. Este ensefía más inmediatamente,
más ordenadamente, más científicamente, y por lo tanto
con una eficacia muy superior; pero la controvérsia,
que es la característica del primero, no le quita su fin
primário, que es el conducir al conocimiento de la ver­
dad. No es pues extraíio que á este primer capítulo de
la P olém ica, lehaya puesto por titule E n senar. Balmes
ensefía siempre y persuade la verdad, porque no busca
nunca una controvérsia estéril jr de puro pasatiempo;
pero lo hace con un arte propio del caso difícil que pre-
senta el escéptico, y es el que vamos á estudiar.

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Ensefiar 127

Art. I

P e n e t r a r e n el à ltn a del e s c é p tic o

Lo primero que hace es penetrar amorosamente en


el alma del desgraciado, participar cuanto es posible de
todas sus angustias, de todas sus desolaciones, de todos
sus temores, que no se atreve á confesar, de sus mis­
mas dudas, en todo aquello donde no sostiene la razón
y la fe. E n esto no se puede llegar más allá, y el mismo
Balmes receia que no todos sean de su sentir en este
punto. Pero con una habilidad maravillosa, cuando el
escéptico sienta proposiciones muy generales sobre la
marcha de la sociedad, sobre los juicios de la ciência,
y otras escrupulosidades que con la mayor facilidad y
con todo el aplomo científico, dan como verdades indis-
cutibles, entonces interrumpe serenamente y le dice:
«El escepticismo filosófico de que, como le dije en una
de mis anteriores, estoy algo tocado, hace que al oir
enunciar alguna proposición demasiado general, no me
deje alucinar ni por la celebridad, ni por el tono magis­
tral de quien la emite; y que en uso de mi independên­
cia, examine si el acreditado maestro podría haberse
equivocado» (1).

A r t . II

D e jarle h a b la r a d v irtié n d o le su s e r r o r e s

Entonces le deja hablar y proponer sus dificultades,


que son siempre conceptos equivocados ó incompletos,
puntos de vista parciales del dogma católico, verdades
fundadas en otras, imposibles de esclarecerse conve-
(1) Cartas, I V .a, pág. 91,

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128 L a Apologética

nientemente, sin partir del fundamento; y siempre


huyendo de todo conjunto sistemático. Antes de tole-
rárselo, le hace advertir su falta: «Ya veo, mi estimado
amigo, que me ha de ser muy difícil realizar el pensa-
miento que en un principio me proponía, de dar cierto
orden á la diseusión religiosa que íbamos entablando,
encerrándola en un cauce del cual no pudiese salir, sin
perjuieio de dirigiria por países amenos, y permitiéndole
tortuosidades caprichosas, que le quitasen la apariencia
de la regularidad escolástica, y diesen á la matéria un
aspecto agradable y entretenido. Inútiles son todos mis
conatos para hacerle entrar á usted en este plan; pues
según parece, le gusta más el tratar puntos inconexos,
divagando como abeja entre flores» (1). «Los incrédu­
los y los escépticos incurren casi siempre en este de-
fecto; toman un dogma, un precepto moral, una prác-
tica, una ceremonia de la religión, la separan de todo
lo demás, la analizan prescindiendo de todas las rela­
ciones que tiene con otros dogmas, preceptos, y prác-
ticas 6 ceremonias; no miran el objeto sino por un
lado, y de esta manera consiguen que la ceremonia
parezca ridícula, que la práctica sea irracional, que el
precepto sea cruel, que el dogma sea absurdo. No hay
orden de verdades que no venga al suelo, si de este
modo se las examina; porque entonces no se las consi­
dera como son en sí, sino como las ha arreglado allá en
su mente el antojo del filósofo. En tal caso se crean
fantasmas que no existen, se huye el cuerpo á los ver-
daderos enemigos para pelear con otros imaginários,
con lo cual es poco peligroso el entrar en la lucha, par-
tiendo de un tajo descomunales jayanes» (2).

(1) Cartas, V .a , pág. 92.


(2) Cartas, X I I .* pág. 228.

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Ensenar 129

A r t . III

S e g u irle In cu lcan d o v e rd a d e s

Esto supuesto, le sigue en sus excursiones arbitra­


rias: «Aun cuando conozca muy bien los inconvenientes
de este sistema de conducta, preciso se me hace se­
guirle á usted por el camino que le place seflalarme,
para que no le venga á usted en la mente que trato de
esquivar cuestiones delicadas, y que envolviendo á mi
contrincante en una nube de autoridades y de raciocí­
nios teológicos, me propongo ocultar puntos flacos,
apartando de ellos el peligro de un ataque» (1). Y le va
llevando, como él mismo dice, «primero por el infierno,
y después por los cadalsos de los mártires, otro dia se
me plantará de un vuelo entre los conciertos de los
querubines» (2). Después «saliendo de golpe del terreno
de la discusión, se echa á divagar por las regiones del
socialism o, del p orv en ir, hablándome de tran sicion es,
de época critica, y de no sé cuántas cosas por este te­
nor. Dicho tengo ya que le seguiré á usted por donde
le pluguiere» (3). Y en la Carta X III.a: «Ya veo yo que
es empefto inútil el de obligarle á usted á una discusión
seguida sobre los dogmas de la religión y los princípios
en que se fundan, pues que fiel á su sistema de no ate-
nerse á ningún sistema, y guardando inviolablemente
la regia de su método, que es no observar ninguno, re-
volotea como mariposa de flor en flor, de suerte que
cuando le creia uno engolfado en alguna cuestión capi­
tal y decidido á continuar por largo tiempo el ataque
(1) Cartas, V .a, pág:. 92.
(2) Cartas, V .a, pág. 119.
(3) Cartas, V I .* , pág. 124.
9

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130 L a Apologética

empezado contra un punto de las murallas de la ciudad


santa, levanta de improviso los reales, se aposenta en
otro campo, y desde allí amenaza abrir nueva brecha,
esperando que yo acuda á defender el punto atacado,
para luego dirigirse á otra parte y fatigarme inútil­
mente sin obtener el resultado que deseo» (1).
Pero bien caros le hace pagar al escéptico estos
atormentados viajes en pos de su espíritu inconstante,
con la suave venganza de hacerle tragar verdades tan
duras como la eternidad del infierno, las penas del pur­
gatório, las necesidades de una religión verdadera, el
culto de los santos, los milagros; y esto con argumentos
de todas clases, á los cuales no puede menos de asentir,
ó á los que al menos no puede contestar. Por otra parte
severamente va destruyendo los parapetos donde se
hace fuerte, ó mejor, disipa de un soplo las nieblas fan­
tásticas en que gusta de envolverse, para hacerse la
ilusión de que habita en una esfera superior de ciência
ó moralidad: desacredita la presuntuosa filosofia ale-
mana y francesa, y las fáciles teorias que lo resuelven
todo con una palabra, como tran sición so cia l,p o rv en ir;
así le demuestra que no tiene fundamento la moralidad
en los escépticos, y que no son sinceras sus alabanzas
á la de Jesucristo.
(1) Cartas, X IlT .a , pág. 230.

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C A PÍTU LO II

Corregir

Con la libertad que concede al escéptico en la dis­


puta, como único medio de hacerle fijar su atención en
las matérias religiosas, hay gran peligro de que se
engría como de un triunfo, y se afirme cada vez más,
ya que no en sus errores, que son pulverizados con la
fuerza de las razones, al menos en su método de hablar
de la Religión, y en las disposiciones de su espíritu que
él juzga excelentes. Por esto Balmes, á vuelta de tan­
tas condescendências, y entreveradas con las verdades
que le va demostrando, le aplica eficaces correcciones,
que dejan al desgraciado sin orientación dentro de su
proceder, y absolutamente descontento de sí mismo.

Art. I

C o rrig e su m éto d o

Y lo primero corrige su método de disputar, y le


dice que no es el mejor camino para ilustrar su enten­
dimiento. «No tengo dificultad en abordar por este
lado las cuestiones religiosas; pero no puedo menos de
observar que no es éste el mejor método para dejarlas
aclaradas cual conviene. Las doctrinas católicas forman

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132 La Apologética

un conjunto tan trabado, y en que se nota tan recíproca


dependencia, que no se puede desechar una sin des-
echarlas todas, y al contrario, admitidos ciertos puntos
capitales, es imposible resistirse á la admisión de los
demás. Sucede muy á menudo, que los impugnadores
de esas doctrinas escogen por blanco una de ellas, to-
mándola en completo aislamiento, amontonando las
dificultades que de suyo presenta, atendida la flaqueza
del entendimiento del hombre. «Esto es inconcebible,
exclaman, la religión que lo ensefía no puede ser ver­
dadera:»; como si los católicos dijésemos que los misté­
rios de nuestra religión están al alcance del hombre;
como si no estuviéramos aseguranco continuamente
que son muchas las verdades á cuya altura no puede
elevarse nuestra limitada comprensión.
»A1 leer ú oir la rclación de un fenómeno ó suceso
cualquiera, nos informamos ante todo de la inteligência
y veracidad del narrador; y en estando bien asegura-
dos por este lado, por más extrana que la cosa contada
nos parezca, no nos tomamos la libertad de desecharla.
Antes que se hubiese dado la vuelta al mundo, pocos
eran los que comprendían cómo era posible que volviese
por oriente la nave que había dado la vela para occi-
dente; pero, ibastaba esto para resistirse á dar crédito
á la narración de Sebastián de Elcano, cuando acababa
de dar cima á la atrevida empresa del infortunado Ma-
gallanes? Si levantándose del sepulcro uno de nuestros
mayores, oyera contar las maravillas de la industria en
los países civilizados, ,-debería por ventura andar mi­
rando detalladamente la relación que se le hace de las
funciones de esta ó aquella máquina, de los agentes
que la impulsan, de los artefactos que produce, y des­
echar en seguida lo que á él le pareciese incomprensi-
ble? Por cierto que no; y procediendo conforme á razón

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Corregir 133

y á sana prudência, lo que debiera hacer, seria asegu-


rarse de la veracidad de los testigos, examinar si era
posible que ellos hubiesen sido enganados, ó si podrían
tener algún interés en engaftar; y cuando estuviese
bien cierto de que no mediaba ninguna de estas circuns­
tancias, no podría sin temeridad, rehusar el asenso á lo
que se le refiera, por más que á él le fuera inconcebible,
y le pareciese que pasaba los limites de la posibilidad.
»De una manera semejante conviene proceder cuan­
do se trata de matérias religiosas: lo que se debe exa­
minar es, si existe ó no la revelación, y si la Iglesia es
ó no depositaria de las verdades reveladas: en teniendo
asentadas estas dos bases, <*qué importa que este ó
aquel dogma se muestren más ó menos plausibles, que
la razón se halle más ó menos humillada, por no llegar
á comprenderlos? ^Existe la revelación? Esta verdad,
ies revelada? iQué dice sobre el dogma en cuestión el
indicado juez? He aqui el orden lógico de las ideas, he
aqui el orden lógico de las cuestiones, he aqui la ma­
nera de ilustrarse sobre estas matérias; lo demás es
divagar, es exponerse á perder tiempo en disputas que
á nada conducen.
»Lejos de mí el intento de huir por medio de estas
observaciones el cuerpo á la dificultad; pero nunca
habrá sido fuera del caso el emitirias para que se ten-
gan presentes cuando sea menester» (1).

A r t . II

L e d e m u e s tra su p a rc la lid ad

L a imparcialidad y la tolerância es una de las con­


diciones de que blasonan con más frecuencia los escép-
(l) C artas, I I I .a, pág:. 39-42.

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134 L a Apologética

ticos, reputándose en esto muy superiores á los creyen-


tes, y fundando en esta cualidad el tono de elegancia
que pretenden dar á su posición. Amargo desengaflo
le da el amoroso maestro.
L a Carta V I.a (1) la concluye con este alfilerazo:
«Deseo hacer lo que ustedes los escépticos nos exigen,
y sin embargo no practican: ex am in ar con buena f e ,
j u s g a r con im p a r c ia lid a d e Acomete el escéptico con­
tra la intolerância, jactándose de la cualidad contraria,
tan propia de todo espíritu noble y elevado. «Me per­
mitirá usted, le dice Balmes, que no apruebe la dura
invectiva á que se abandona contra las personas into­
lerantes. iSabe usted que en sus palabras se hace cul-
pable de intolerância? que un hombre no llega á ser
perfectamente tolerante, sino cuando tolera la misma
intolerância? (2)» En el afán que tiene por leer libros
irreligiosos, y la remisión en leer las apologias católi­
cas, le convence de falta de sinceridad en buscar la ver­
dadera religión. «Séame permitido observar, que una
persona educada en la religión católica, y que la ha
practicado durante su ninez y adolescência, no podrá
sincerarse en el tribunal de Dios del espíritu de parcia-
lidad que tan claro se muestra en semejante conducta.
Asegurar una y mil veces que se tiene ardiente deseo
de abrazar la verdadera religión, tan pronto como se
la descubra; y sin embargo andar continuamente en
busca de argumentos contra la católica, y abstenerse
de leer las apologias en que se responde á todas las
dificultades, son extremos que no se concilian fácil­
mente. E sta contradicción no me coge de nuevo, por­
que hace largo tiempo estoy profundamente conven­
cido, de que los escépticos no poseen la imparcialidad
(1) P á g in a 147.
(2) Cartas, V I I .a, pág. 150.

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Corregir 135

de que se glorían; y de que, aun cuando se distingan


de los otros incrédulos, porque en vez de decir «esto es
falso», dicen, «dudo que sea verdadero», no obstante
abrigan en su ânimo algunas prevenciones, más ó me­
nos fuertes, que les hacen aborrecer la religión, y de-
sear que no sea verdadera.
»E1 escéptico no siempre se da á sí propio exacta
cuenta de esta disposición de ânimo; quizá se hará mu­
chas veces la ilusión de que busca sinceramente la ver­
dad; pero si se observan con atención su conducta y sus
palabras, se echa de ver que tiene por lo común un gozo
secreto en objetar dificultades, en referir hechos que
lastimen á la religión; y por más que se precie de tem-
plado y decoroso, no suele eximirse de dar á sus obje-
ciones un tono apasionado, y frecuentemente sarcás­
tico.
»No quisiera que usted se ofendiese por estas.obser-
vaciones; pero hablando con ingenuidad, también de-
searía que no se olvidase de tomarias en cuenta. No
perderá usted nada con examinarse á sí propio, y pre-
guntarse: «ies cierto que buscas sinceramente la ver­
dad? £es cierto que en las dificultades que objetas al
catolicismo, no se mezcla nada de pasión? £es cierto
que no se te ha pegado nada de la aversión y odio, que
respiran contra la religión católica las obras que has
leído?» Esto quisiera que usted se preguntase una y
muchas veces, puesto que á más de hacer un acto pro­
pio de un hombre sincero, allanaría no pocos obstáculos
que impiden llegar al conocimiento de la verdad en
matéria de religión.
» Me dirá usted que no puede menos de extrafiar las
observaciones que preceden, cuando en su polémica ha
conservado mayor decoro de lo que suelen los que com-
baten la religión. No niego que las cartas de usted se

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136 La Apologética

distinguen por su moderación y buen tono; y que, no


profesando mis creencias, tiene usted bastante delica­
deza para no herir la susceptibilidad de quien las pro-
fesa; sin embargo, no he dejado de notar, que no obs­
tante sus buenas cualidades, no se exime usted comple­
tamente de la regia general; y que al disputar sobre la
religión, adolece también del prurito de tomar las cosas
por el aspecto que más pueden lastimaria; y que con
advertência ó sin ella, procura usted eludir el contem­
plar los dogmas en su elevación, en su magnífico con­
junto, en su admirable armonía con todo cuanto haj^ de
bello, de tierno, de grande, de sublime. Repetidas veces
he tenido ocasión de observar esto mismo; y por ahora
no veo que lleve camino de enmendarse. Así creo que
me dispensará usted si no le exceptúo de la regia gene­
ral y le considero más preocupado y apasionado de lo
que usted se figura» (1).

A r t . III

La im p o tê n c ia de c r e e r

Sobre todo le acosa sin dejarle en paz en el último


rincón de su impotência, cuando rendido á la evidencia
de las razones, se cierra en aquel d qué sé y o ? jq u ié n
sabe? No pu ed o creer. «En medio de mi aflicción, le
dice, no crea usted, mi estimado amigo, que yo extrafie
semejante lenguaje; no es usted el primero de quien lo
he oído; pero permítame cuando menos que le haga
advertir, que con sus palabras á nada responde, nada
prueba, nada afirma, nada niega; no hace más que des-
ahogarse estérilmente pintando con pocas palabras el
(1) Cartas, X X .a , pág. 309-311.

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Corregir 137

verdadero estado de su espíritu. Tiene á la vista la ver­


dad y no se siente con fuerza para abrazarla; se aba-
lanza hacia ella un momento, y luego dejándose caer
desfallecido, dice no pu edo. Entonces habla usted de
este porvenir de que usted se reía en una de sus ante­
riores, habla de su tran sición que no sabe en qué con­
siste; duda, fluctúa, aguarda para más allá el resol-
verse, lo aplaza para los tiempos futuros, para esos
tiempos, ;ay! en que usted habrá ya dejado de existir...
[Triste consuelo! [Engaflosa esperanza!
»Pero si usted desfallece, mi querido amigo, no debo
3ro desfallecer; Dios ha comenzado la obra, El la aca­
bará; yo tengo un dulce presentimiento de que usted no
morirá en brazos del escepticismo. Usted dice que desea
de corazón encontrar la verdad; persevere usted en su
propósito; yo confio que no dejará de mostrârsela el
que vertió su sangre por usted en la cima del Calva-
rio » (1). Y en la Carta V II.a (2) le recomienda que, para
salir de este conflicto, arroje de su alma toda presunción
de amor propio y confie en la omnipotência de Dios.
«Si se hace de la disputa religiosa un asunto de amor
propio, £cómo podemos prometemos que la gracia del
Seftor fecundará nuestras palabras? Los apóstoles con-
virtieron el mundo, y eran unos pobres pescadores;
pero no confiaban en la sabiduría humana, ni en la elo-
cuencia aprendida en las escuelas, sino en la omnipo­
tência de aquel que dijo: «h á g a se la lu s, y la luz fué
hecha». Bien comprenderá usted que no por eso des­
precio la ciência; el mejor medio de conservaria y enno-
blecerla es seflalarle los limites, no permitiéndole el
desvanecimiento del orgullo.
»Esa im potên cia para creer de que usted se lamenta
(1) Cartas, V I .a, pág. 122.
(2) P á g . 159.

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138 La Apologética

no debe confundirse con la im p osib ilid ad ; es una fla-


queza, una postración de espíritu, que desaparecerá el
dia que al Sefior le pluguiera decir al p a ra lític o : « L e‘
vántate, y camina por el sendero de la verdad.»

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C A P ÍT U L O I I I

Fruto práctico

Balmes, en la controvérsia, no se propone un ideal


que la rnayor parte de las veces resultaria un fracaso,
no se ilusiona de convencer al escéptico de su error, y
dejarle en disposición próxima de abrazar la verdad
católica. Hablando humanamente, y sin prescindir de
la gracia ordinaria de Dios, es largo el proceso de una
conversión, cuando por mucho tiempo se han alimen­
tado errores contrários, sobre todo si no se han poseído
por rutina, sino con deliberada reflexión y aire de ciên­
cia. Un ceio apresurado, que íácilmente podría tradu-
cirse en alguna impaciência, seria menos acomodado al
fin que se pretende, y menos conforme á la más sólida
virtud, de que ha de ser modelo el apologista. Hay mu-
cha gradación de fines que debemos proponernos, y de
bienes que se pueden alcanzar; y cuando por una razón
cualquiera no se puede llegar á lo sumo, no nos es lícito
despreciar un provecho inferior.
Después de tanto tesoro de doctrina, después de
tanto derroche de condescendência, si no logra la con­
versión del escéptico, se contenta con dos cosas que se
propone como fin de este precioso libro; con el haberle
quitado sus preocupaciones, y el hacerle amable la doc­
trina católica. Leamos sus mismas palabras.

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140 La Apologética

«Pero digo mal cuando afirmo que me he fatigado


inútilmente; porque si bien es verdad que no me ha sido
posible hasta ahora apartarle á usted de su error, porque
se ha resistido siempre A sujetarse al trabajo de una
discusión sostenida con el debido ordeny encadenamien-
to, me lisonjeo no obstante de que habré logrado des-
vanecerle á usted algunas preocupuciones, que sin duda
le habrían obstruído el paso en el camino de la fe, si es
que algún dia, ilustrado su entendimiento por inspira-
ciones superiores, movido su corazón por la gracia del
Senor, se resuelve A emprenderle con seriedad, rom-
piendo las trabas que le detienen, y saliendo del infeliz
estado en que se encuentra, y en que espero no le ha
de sorprender la hora de la rnuerte» (1).
Y empieza la última carta (2). «Mi estimado amigo:
No me parece de mal agilero la disposición de ánirno que
manifiesta usted en su última apreciada; pues aunque
duda todavia de que la religión cristiana sea verdadera,
desearía que lo fuese; es decir, que comienza usted A
sentirse inclinado en favor de la religión: cuando se ama
un objeto, considerado siquiera como puramente ideal,
ya no es tan difícil creer en su existência; de la propia
suerte que el odio â una realidad molesta, produce de-
seos de negaria. El fiel que aborrece la verdad religiosa t
está en el camino de la incredulidad; el incrédulo que la
ama, está en el camino de la fe.
»Se ha dicho con profunda verdad, que nuestras
opiniones son hijas de nuestras acciones; esto es, que
nuestro entendimiento se pone con mucha frecuencia al
servicio del corazón. Conserve usted, pues, mi estimado
amigo, esas disposiciones benévolas hacia las verdades
religiosas; déjese usted llevar de esa inclinación suave
(1) Cartas, X I I I . a
(2) Cartas, X X V .a, pág. 365.

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Fruto práctico 141

que « en medio del escepticismo le causa con frecuencia


la ilusión de que es un verdadero creyente»; ya que ha
tenido la fortuna de no dudar de la Providencia, viva
usted persuadido de que esta Providencia es quien le
conduce: en mano todopoderosa están los entendimien-
tos y los corazones; usted perdió la fe siguiendo las
extraviadas inspiraciones de su corazón; Dios quiere
volverle á la fe por inspiraciones del mismo corazón.
Comience usted por amar las verdades religiosas, y
bien pronto acabará por creer en ellas. Sólo piden ser
vistas de cerca, no ser miradas con aversión; si llegan
á ponerse en contacto conun alma sincera, están segu­
ras de triunfar. E l divino Espíritu que las anima, les
comunica un santo atractivo á que nada resiste, sino los
corazones empedernidos.»

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SECCIÓN SEGUNDA

Didáctica

C A PÍTU LO I

Teoria

Balmes ciertamente no escribió una Apologética ri-


gurosa. Sin duda la hubiera escrito, á haberle Dios alar­
gado la vida: es fácil adivinarlo en el curso de sus
obras, y además por sus íntimos nos consta que queria
escribir una Teologia, á la cual seguramente hubieran
precedido las cuestiones fundamentales, donde como en
su propio lugar se desarrolla esta ciência. No pudo rea­
lizar su plan; pero vió toda la importância de la apolo­
gética científica, conoció con preciisión la orientación
que debía tomar, ordenó sus elementos esenciales, nos
dió explícitamente todo su organismo. Esto es lo que
me toca demostrar en esta parte, y esto basta para
contar á Balmes entre los cultivadores de la propia
ciência apologética. Qué mérito relativo le correspon­
da dentro del orden de tiempo y de dignidad, cae fuera
de los limites de mi trabajo, como he dicho al principio.

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Teoria 143

Primero comprendió la importância de la Apologé­


tica. Sabia perfectamente, y lo repite con frecuencia en
sus escritos, la necesidad que tiene el entendimiento de
actos prévios de adhesión á la fe, que le dejen firmemen­
te asegurado en la existência de la revelación divina, y
le den el hilo del discurso para dar cuenta de su fe, con­
forme á lo que dice San Pedro; pero además, y esto da
una fuerza humana extraordinária á sus palabras, y es
punto de vista absolutamente balmesiano, tal vez poco
advertido, viene á parar á la misma conclusión siguien-
do las leyes del bien pensar (1). iQué feliz idea la de ha­
cer entrar la religión en el sistema normal del critério!
iQué atracción presta á estas cuestiones con esto solo!
Este entroncar la Apologética con la Lógica, sin quitar
ninguno de los atractivos propios de la Teologia funda­
mental, da á las mismas cuestiones un sabor humano,
un ambiente de serenidad, un espíritu filosófico, que
mata de raiz muchas prevenciones y ahoga aquel odium
th eolog icu m que á muchos les impide aún el empezar
su examen. El poder decir del hombre religioso que
sabe por esto mismo discurrir bien, y del indiferente ó
incrédulo que son pésimos pensadores, es por sí solo
una apologia de la religión. La experiencia prueba que
al leer este punto de Balmes, la razón se despliega con­
fiadamente y se aplica con serenidad al estúdio de la
religión.
El proceso apologético no puede ser el examen in-
mediato del dogma y de las dificultades contrarias. «En
el examen de las matérias religiosas siguen muchos un
camino errado. Toman por objeto de sus investigacio-
nes un dogma, y las dificultades que contra él levantan
las creen suficientes para destruir la verdad de la reli­
gión, ó al menos para ponerla en duda. Esto es proce-
(1) Critério, cap. X X I , § 12.

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144 La Apologética

der de un modo que atestigua cuán poco se ha medita­


do sobre el estado de la cuestión» (1 .
«Ninguna verdad podría subsistir, si bastasen A ha-
cernos dudar de ella algunas dificultades que no alcan-
zásemos á desvanecer. De esto se seguiria que un hom­
bre de talento esparciría la incertidumbre sobre todas
las matérias, cuando se encontrase con otros que no le
igualasen en capacidad; porque es bien sabido que en
mediando esta diferencia, no le es dado al inferior des-
hacerse de los lazos con que le enreda el que le aven-
taja.
»En las ciências, en las artes, en los negocios comu-
nes de la vida, hallamos á cada paso dificultades que
nos hacen incomprensible una cosa de cuya existência
no nos es permitido dudar. Sucede á veces que la cosa
no comprendida nos parece rayar en lo imposible; mas
si por otra parte sabemos que existe, nos guardamos
de declararia tal, y conservando la convicción de su
xisten cia, recordamos el poco alcance de nuestro en­
tendimiento. Nada más común que o.r: «No comprendo
lo que ha contado Fulano; me parece imposible, pero
en fin, es hombre veraz que sabe lo que dice; si otro lo
refiriera no lo creería, pero ahora no pongo duda en
que la cosa es tal como él la afirma.»
»Imagínanse algunos que se acreditan de altos pen­
sadores cuando no quieren creer lo que no comprenden;
y éstos justifican el famoso dicho de Vacón: «poca filo­
sofia, aparta de la religión; mucha filosofia, conduce A
ella». Y á la verdad, si se hubiesen internado en las
profundidades de las ciências, conocieran que un denso
velo encubre á nuestros ojos la ma3 'cr parte de los ob­
jetos; que sabemos poquísimo de los secretos de la Na­
turaleza; que hasta de las cosas, en aparienciq másfá-
(1) Critério, cap. X X I , § 13.

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Teoria 145

ciles de comprender, se nos ocultan por lo común los


princípios constitutivos, su esencia; conocieran que ig­
noramos lo que es este Universo que nos asombra, que
ignoramos lo que es nuestro espíritu; que nosotros
somos un arcano á nuestros propios ojos, y que hasta
ahora todos los esfuerzos de la ciência han sido impo­
tentes para explicar los fenómenos que constituyen
nuestra vida, que nos hacen sentir nuestra existência;
conocieran que el más precioso fruto que se recoge en
las regiones filosóficas más elevadas, es una profunda
convicción de nuestra debilidad é ignorância. Entonces
infirieran que esa sobriedad en el saber, recomendada
por la religión cristiana, esa prudente desconfianza de
las fuerzas de nuestro entendimiento, están de acuerdo
con las lecciones de la más alta filosofia; y que así el
Catecismo nos hace llegar, desde nuestra infanda, al
punto más culminante que senalara á la ciência la sabi-
duría humana» (1).
tQué rumbo, pues, se ha de llevar? «No se trata de
saber si los dogmas están al alcance de nuestra inteli­
gência, ni si damos completa solución á todas las difi­
cultades que contra éste ó aquél puedan objetarse: la
religión misma es la primera en decirnos que estos dog­
mas no podemos comprenderlos con la sola luz de la
razón; que mientras estamos en esta vida, es necesario
que nos resignemos á ver los secretos de Dios al través
de sombras y enigmas; y por esto nos exige la fe. El
decir, pues, «yo no quiero creer porque no comprendo»,
es anunciar una contradicción; si lo comprendieses
todo, claro está que no se te hablaría de la fe. El argu­
mentar contra la religión, fundándose en la incompren-
sibilidad de sus dogmas, es hacerle un cargo de una
verdad que ella misma reconoce, que acepta, y sobre la
(1) Critério, cap. X X I , § 13 y 14
10

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146 La Apologética

cual, en cierto modo, hace estribar su edifício. Lo que


se ha de examinar es, si ella ofrece garantias de vera-
cidad, y de que no se engafta en lo que propone: asen-
tado el principio de infalibilidad, todo lo demás se alla-
na por sí mismo; pero si éste nos falta, es imposible dar
un paso adelante. Cuando un viajero de cuya inteligên­
cia y veracidad no podemos dudar, nos refiere cosas
que no comprendemos, £por ventura le negaremos nues­
tra fe? No, ciertamente. Luego una vez asegurados de
que la Iglesia no nos engafta, poco importa que su ense-
ftanza sea superior á nuestra inteligência» (1).
Y mâs claramente todavia en la Carta 3,a â un es­
céptico: «Cuando se trata de matérias religiosas, lo que
se debe examinar es, si existe 6 no la revelación, y si la
Iglesia es ó no depositaria de las verdades reveladas;
en teniendo asentadas estas dos bases, £qué importa
que este ó aquel dogma se muestren más ó menos plau-
sibles, que la razón se halle más ó menos humillada,
por no llegar á comprenderlos? ^Existe la revelación?
iE sta verdad es revelada? £Hay algún juez competente
para decidirlo? iQué dice sobre el dogma en cuestión el
indicado juez? He aqui el orden lógico de la ideas, he
aqui el orden lógico de las cuestiones, he aqui la mane­
ra de ilustrarse sobre estas matérias; lo demás es diva­
gar, es exponerse á perder el tiempo en disputas que á
nada conducen.»
Por fin digamos dos palabras de su espíritu crítico.
Evidentemente, la nota característica así de las mo­
dernas impugnaciones nacionalistas, como de la apolo­
gética católica, es la crítica positiva de los hechos y
documentos en que se apoya la verdad histórica de la
revelación. Nuestros enemigos provocaron á este terre­
no, por haberse persuadido que aqui encontrarían un
(1) Critério, cap. X X I , § 13.

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Teoria 147

medio para impugnar la fe, más seguro y más decoroso


que las burlas volterianas, ó las presuntuosas afirmacio-
nes de una filosofia trasnochada; pero todo ha resultado
un medio providencial para esclarecer las fuentes cris-
tianas con los trabajos de los fieles hijos de la Iglesia, y
hasta con los esfuerzos de sus mismos enemigos, y para
regenerar y robustecer la devoción, infundiendo en la
literatura piadosa aquella generosa savia primitiva.
Instintivamente han sentido los racionalistas que fla-
queaba para ellos su Sistema; por esto nunca se han
querido despojar de sus prejuicios de secta filosófica,
á los cuales sujetan férreamente la crítica, mien-
tras otros inventan nuevos sistemas con el moder­
nismo.
Balmes no alcanzó este período crítico; pero lo vió
venir, y conoció claramente lo sólida que era esta posi-
ción á que nos convidaban nuestros adversários. En
uno de aquéllos pensamientos sueltos que le asaltaban
continuamente, y que á veces trasladaba al papel como
semilla de futuros trabajos, escribe lo siguiente: «La
Religión es eminentemente positiva, entendiendo por
positivo lo real, lo verdadero, lo que no se contenta con
palabras huecas y sistemas aéreos. Desde que han caído
en descrédito los sistemas, y que el espíritu analítico se
ha extendido á la Historia, la Religión se halla en exce­
lente terreno para defenderse de sus adversários: no
necesita decirles más, sino «vamos á los hechos, con­
sultemos la Historia» (1).
Aptísimo hubiera sido él para la crítica. Dos traba­
jos tiene donde lo demostró cumplidamente, con oca-
sión de los errores vertidos por el ministro de Gracia y
Justicia en un proyecto de ley relativo á asuntos ecle­
siásticos. En el primero prueba positivamente el prima-
(1) R elíq u ia s literárias. P a r te p rim era, P ensam ientos.

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148 L a Apologética

do del Romano Pontífice (1); en el segundo demuestra


históricamente que la Iglesia espafiola siempre recono-
ció y acató esta primacía (2). En ambos se ve cuán bien
entendia el método histórico; derrama una copiosa y
sólida erudición, y aquilata el valor del documento con
una viva penetración del sentido interno y un análisis
finísimo de las circunstancias. Por sus papeies íntimos
se ve que estudiaba el hebreo, pedia noticias de las me-
jores obras que se publicaban en el extranjero, y reco-
gía cuidadosamente cuanto en pro y en contra del ver­
dadero sentido escripturístico se escribía. Por no citar
notas más breves recogidas de sus apuntes, citaré unas
páginas donde tenía resumidos los sistemas racionalis-
tas para explicar el Pentateuco (3).
Pasemos ya á la práctica de su teoria apologética.
Y a que no desarrolló ampliamente su sistema, como
he dicho antes, lo esbozó como un capítulo de bien pen­
sar en su obra maravillosa E l Critério (4). No haré sino
exponer este capítulo, completándolo con notas de las
demás obras suyas, E s un sistema verdaderamente
científico y fundamental con todos sus elementos. Em-
pieza por los primeros princípios de religión natural y
acaba en la revelación. Siguiendo el método matemá­
tico, da la demostración directa á la inversa.
(1) La Civilización, I, págs. 560-571.
(2) Ib ., I I , págs. 3-17.
(3) R eliquias literárias, P a rte p rim era.
(4) C ap. X X I.

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CAPÍTU LO II

Demostración preliminar

A R T ÍC U L O ÚNICO

No se p u e d e s e r in d iferen te

Toma al hombre tal como abunda demasiado, indi­


ferente en religión.
El trabajo preliminar es sacarle de esta indiferen­
cia, á lo menos en el grado suficiente para que examine
con interés y cuidado los fundamentos religiosos. Para
esto le propone dos argumentos: la importância obje­
tiva de la matéria, y la externa autoridad humana.

§ l.° Im p ortân cia o b jetiv a de la m atéria

«La vida es breve, la muerte cierta; de aqui á pocos


anos el hombre que disfruta de la salud más robusta y
lozana, habrá descendido al sepulcro, y sabrá por expe-
riencia lo que ha}' de verdad en lo que dice la religión
sobre los destinos de la otra vida. Si no creo, mi incre­
dulidad, mis dudas, mis invectivas, mis sátiras, mi in­
diferencia, mi orgullo insensato, no destruyen la rea­
lidad de los hechos; si existe otro mundo donde se
reservan prémios al bueno y castigos al maio, no dejará

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150 La Apologética

ciertamente de existir porque á rní me plazca el ne-


garlo; y además, esta caprichosa negativa no mejorará
el destino que según las leyes eternas me haya de caber.
Cuando suene la última hora, será preciso morir, y
encontrarme con la nada ó con la eternidad. Este ne­
gocio es exclusivamente mío, tan mío como si yo exis-
tiera solo en el mundo: nadie morirá por mí; nadie se
pondrá en mi lugar en la otra vida, privándome del
bien, ó librándome del mal. Estas consideraciones me
muestran con toda evidencia la alta importância de la
religión; la necesidad que tengo de saber lo que hay
de verdad en ella; y que si digo «sea lo que fuere de
la religión, no quiero pensar en ella», hablo como el
más insensato de los hombres.
»Un viajero encuentra en su camino un rio cauda­
loso; le es preciso atravesarle, ignora si hay algún pe-
ligro en este ó aquel vado, y está oyendo que muchos
que se hallan como él á la orilla, ponderan la profundi­
dad del agua en determinados lugares y la ímposibili-
dad de salvarse el temerário que á tantearlos se atre-
viese. E l insensato dice: «qué me importan á mí esas
cuestiones», y se arroja al rio sin mirar por dónde. He
aqui el indiferente en matéria de religión.» (1)

§ 2.° E x tern a au torid ad hu m an a

«La humanidad entera se ha ocupado y se está ocu­


pando de la religión; los legisladores la han mirado
como el objeto de la más alta importância, los sábios
la han tomado por matéria de sus profundas medita-
ciones; los monumentos, los códigos, los escritos de las
épocas que nos han precedido, nos muestran de bulto
este hecho que la experiencia cuida de confirmar; se
(1) Critério, cap. X X I , § 1.

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Deraostración preliminar 151

ha discurrido y disputado inmensamente sobre la reli­


gión; las bibliotecas están atestadas de obras relativas
á ella; y hasta en nuestros dias la prensa va dando
otras á luz en número muy crecido: cuando, pues, viene
el indiferente y dice: «todo esto no merece la pena de
ser examinado: yo juzgo sin oir, estos sábios son unos
mentecatos, estos legisladores unos necios, la huma­
nidad entera es una miserable ilusa, todos pierden las­
timosamente el tiempo en cuestiones que nada impor-
tan»; no es digno de que esa humanidad, y esos sábios,
y esos legisladores, se levanten contra él, arrojen sobre
su frente el borrón que él les ha echado, y le digan á
su vez: «£quién eres tú que así nos insultas, que así
desprecias los sentimientos más íntimos del corazón,
y todas las tradiciones de la humanidad, que así decla­
ras frívolo lo que en toda la redondez de la tierra se
reputa grave é importante? iQuién eres tú? ,-Has des-
cubierto por ventura el secreto de no morir? Miserable
montón de polvo, ^olvidas que bien pronto te disper­
sará el viento? Débil criatura, {cuentas acaso con mé­
dios para cambiar tu destino en esa región que desco-
noces? L a dicha ó la desdicha, ison para ti indiferentes?
tSi existe ese juez, de quien no quieres ocuparte, espe­
ras que se dará por satisfecho, si al llamarte á juicio
le respondes: «y á mí qué me importaban vuestros
mandatos, ni vuestra misma existência?» Antes de des­
atar tu lengua con tan insensatos discursos, date una
mirada á ti mismo, piensa en esa débil organización
que el más leve accidente es capaz de trastornar, y que
brevísimo tiempo ha de bastar á consumir: y entonces
siéntate sobre una tumba, recógete y medita» (1).
(1) Critério, cap. X X Í , § 2.

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152 La Apologética

§ 3.° Valor de este testím on io

Este universal testimonio, no sólo tiene fuerza de


autoridad, sino que es un hecho humano general en el
tiempo y en todos los países, absolutamente indestruc-
tible, que exige una explicación proporcionada. Esta
no puede hallarse sino en una revelación p rim itiv a , ó
en una ley n atu ral: en uno y otro caso llegamos á Dios.
«El origen de las religiones se pierde en la noche
de los tiempos: allí donde hay hombres, allí hay sacer­
dote, altar y culto. iQuién seria ese inventor, cuyo
nombre se habría olvidado, y cuya invención se habría
difundido por toda la tierra, comunicándose á todas las
generaciones? Si la invención tuvo lugar entre los pue­
blos cultos, £cómo se logró que la adoptasen los bár­
baros y hasta los salvajes? Si nació entre bárbaros,
£cómo no la rechazaron las naciones cultas? Diréis que
fué una necesidad social, y que su origen está en la
misma cuna de la sociedad. Pero entonces se puede
•preguntar iquién conoció esta necesidad, quién discu-
rrió los médios de satisfacerla, quién escogió un sistema
tan á propósito para enfrenar y regir á los hombres? Y
una vez hecho el descubrimiento, iquién tuvo en su
mano todos los entendimientos y todos los corazones
para comunicarles esas ideas y sentimientos que han
hecho de la religión una verdadera necesidad, y por
decirlo así una segunda naturaleza?
»Vemos á cada paso que los descubrimientos más
útiles, más provechosos, más necesarios, permanecen
más limitados á esta ó aquella nación, sin extenderse á
las otras durante mucho tiempo, y no propagándose
sino con suma lentitud á las más inmediatas ó relacio­
nadas: ;cómo es que no haya sucedido lo mismo en lo

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Demostración preliminar 153

tocante á la religión? {Cómo es que de la invención


maravillosa hayan tenido conocimiento todos los pue­
blos de la tierra, sea cual fuere su país, lengua, cos-
tumbres, barbarie ó civilización, grosería ó cultura?
»Aquí no hay medio: ó la religión procede de una
revelación primitiva, ó de una inspiración de la natu­
raleza; en uno y otro caso hallamos su origen divino;
si hay revelación, Dios ha hablado al hombre; si no la
hay, Dios ha escrito la religión en el fondo de nuestra
alma. Es indudable que la religión no puede ser inven­
ción humana, y que á pesar de lo desfigurada y adulte­
rada que la vemos en diferentes tiempos y países, se
descubre en el fondo del corazón un sentimiento des­
cendido de lo alto: al través de las monstruosidades
que nos presenta la historia, columbramos la huella de
una revelación primitiva» (1).
En un estúdio sobre el in d iferen tism o , publicado
en L a S ociedad (2), agita más vivamente los mismos
argumentos, y tomando un tono de acusación, con­
vence al indiferentismo de insensato y absurdo. «El
indiferentismo aplicado á la conducta es insensato,
pero erigido en sistema es absurdo; porque si es el
colmo de la insensatez marchar con los ojos vendados
hacia un porvenir que no se conoce, es el mayor de los
absurdos el sustentar que semejante proceder es razo-
nable. Y por razonable lo defienden cuantos se empe-
ftan en persuadir que el hombre no debe curarse de la
religión, ni investigar si hay alguna verdadera, ni
cuál es esa; sino prescindir de todas, ó acomodarse á
la del propio país como cumpliendo con vana ceremo­
nia, y sólo para no desagradar á aquéllos con quienes
se vive. <;La religión reducida á una mera formalidad
(1) Critério, cap. X X I , § 6.
(2) I , p á ?. <*4.

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154 La Apologética

de buena crianza? Es á cuanto puede llegar el extravio


de la razón.
»Los pueblos, más cuerdos que esa clase de degene­
rados filósofos, han mirado las cosas de otra manera:
siempre y en todos los países del orbe ha sido conside­
rada la religión como el negocio de más alta importân­
cia; y así lo han manifestado no sólo cuando han
seguido el camino de la verdad, sino también cuando
se han perdido por los senderos del error. Las aberra-
ciones de la superstición, los excesos y los crímenes
del fanatismo reconocen este origen. El sentimiento
religioso extraviado, exaltando peligrosamente la ima-
ginación del hombre, le ha conducido repetidas veces
á las majmres atrocidades, ora vertiendo inhumana-
mente la sangre en los campos de batalla, ora sacrifi­
cando sin piedad á sus hermanos en horribles vengan-
zas, ora inmolando sobre los altares de los dioses al
hombre mismo. Se ha dicho que no hay guerras más
terribles que las de religión; y es cierto que se distin-
guen de todas las demás por la impetuosidad con que
se emprenden, la tenacidad con que se continúan y lo
horrible de las escenas que en ellas se presencian.
iSabéis cuál es la causa? Es que er mediando los inte-
reses religiosos siéntese el hombre impulsado por lo
más fuerte y vivo que obrar puede sobre el corazón:
la fortuna, la vida de sus semejantes, y hasta la propia,
son nada á sus ojos desde que se trata de lo más grande
y augusto que haya en la tierra y en el cielo. Los inte-
reses terrenos son cosa despreciable en comparación
de los celestiales, la matéria desaparece en presencia
del espíritu, la criatura delante del Criador, lo finito
delante de lo infinito, el tiempo en vista de la eterni-
dad. íQué importan todas las declamaciones contra un
hecho indudable, universal, indestructible? ^De qué

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Demostración preliminar 155

sirve el desahogarse en violentas invectivas contra las


preocupaciones, contra la ceguera, contra la supersti-
ción y el fanatismo? iQué significa un cargo que se
dirige contra la humanidad entera? Significa que se
desconoce la verdad, porque la verdad se desconoce,
cuando se protesta inútilmente contra la naturaleza de
las cosas; la verdad se desconoce, cuando se lucha con
palabras contra hechos, cuando se quiere remediar
con huecas peroratas lo que nace del íntimo de nuestro
corazón.»
Viene á parar en que el indiferentismo sólo puede
vivir despertando un egoísmo miserable; pero es en
vano, porque este mismo egoísmo reacciona contra la
apatia. «En vano se despierta y aviva el egoísmo; ese
egoísmo piensa también á menudo en lo que será ma-
íiana de ese ídolo que adora, de e s e y o á quien todo lo
sacrifica; ese egoísmo conoce también la insensatez de
estrellarse contra hechos indestructibles, de arries-
garse á ciegas á un azar, que una vez resuelto no será
posible volver atrás. En vano se habla de valor, y se
achaca á pusilanimidad el temor de lo que después de
la muerte pudiera acontecemos; no hay valor cuando
no hay adversário que vencer, sino una calamidad
eterna que sufrir; no hay valor, cuando la presencia y
serenidad de espíritu se emplean locamente contra un
Dios todopoderoso, cuya voz fecunda la nada y hace
estremecer las columnas del firmamento. E l valor, la
fortaleza, el desprendimiento, la abnegación de sí
mismo, son voces sin sentido cuando carecen de objeto,
de esperanza, cuando no reciben impulso ni sostén de
ninguno de los resortes que dan movimiento al corazón
del hombre. jEternidad!... jQué idea más espantosa!
|Eternidad desgraciada! jY sin gloria, sin fruto, sin
esperanza! iCómo queréis que el hombre no palidezca

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156 La Apologética

con su solo recuerdo! jCómo queréis que aparte de ella


sus ojos azorados, que duerma tranquilo sobre el borde
de un abismo, á cuyo fondo va en breve á rodar! Apa-
gad la luz de su razón, privadle de su amor propio, so-
focad hasta sus pasiones é instintos, es decir, destruid
su naturaleza; entonces y sólo entonces le será posible
conformarse con vuestra insensata indiferencia.*

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C A PÍTU LO III

Demostración de la Religión Natural

Art. I

E x i s tê n c ia d e D ios

«Curado el buen pensador del achaque de indiferen­


tismo, convencido profundamente de que la religión es
el asunto de más elevada importância, debiera pasar
más adelante y discurrir de esta manera. £Es probable
que todas las religiones no sean más que un cúmulo de
errores, y que la doctrina que las rechaza á todas sea
verdadera?»

§ l.° P ru ebn d el orden d el m undo

«Lo primero que las religiones establecen ó supo-


nen, es la existência de Dios. ^Existe Dios? ^Existe
algún Hacedor del universo? Levanta los ojos al fir­
mamento, tiéndelos por la faz de la tierra, mira lo que
tú mismo eres; y viendo por todas partes grandor y
orden, dí si te atreves: «el acaso es quien ha hecho el
mundo; el acaso me ha hecho á mí; el edifício es adrni-
rable, pero no hay arquitecto; el mecanismo es asom-
broso, pei'o no hay artífice; el orden existe sin orde-

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158 L a Apologética

nador, sin sabiduría para concebir el plan, sin poder


para ejecutarle.» Este raciocínio, que tratándose de
los más insignificantes artefactos, seria despreciable v
hasta contrario al sentido común, {se podrá aplicar al
universo? Lo que es insensato con respecto á lo pe-
quefio, {será cuerdo con relación á lo grande?» (1)
E sta es la demostración más fácil y más universal
de la existência de Dios, tomada del orden evidente
que hay en el universo, y de la necesidad de una causa
superior ordenadora. Ensus obras, y singularmente en
la F ilo s o fia F u n d am en tal y Elem .ental, da nuevas
demostraciones de esta verdad. Solamente copiaré
aqui como muy suyas, las que se derivan de la comuni-
dad de la razón humana, y del sentimiento de la armo­
nía moral del mundo.

§ 2.° P ru eb a d e la com u n idad de la razón hu m an a

«Es cierto que hay algunas verdades comunes á


todos los hombres; tales son las aritméticas, geomé­
tricas, metafísicas y morales. Esa comunidad de pen-
samiento no dimana de algún hombre en particular,
porque es evidente que no hay ninguno necesario
para que la verdad sea verdad. Ni se entiende que
estas verdades sean cosas existentes en sí mismas...,
puesto que son verdades puramente ideales, que sólo
existen en el entendimiento. Esta necesidad tampoco
puede fundarse en las cosas, porque por ejemplo, la
igualdad de los diâmetros de un círculo, no depende
de la existência del círculo; aunque no hubiese nin­
guno, seria verdadera la proposición en que esto se
afirmase. Además, nuestro entendimiento asiente á
dichas verdades de una manera absoluta, sin necesidad
(1) Critério, cap. X X I , § 3.

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Demostración de la Religión Natural 159

de consultar á la experiencia; las encuentra en sus


propias ideas; allí ve un mundo cuya verdad es inde-
pendiente de la realidad.
»Luego hay en la esfera puramente ideal un orden
de verdades necesarias, cuya verdad y necesidad no
dimana de nosotros, ni de los objetos á que se refie-
ren: es así que esta necesidad y verdad han de tener
algún fundamento, si no queremos decir que toda ver­
dad es ilusión; luego existe una verdad fundamento de
todas: luego hay una verdad en donde se hallan todas.
Esta ha de ser real; porque la nada no puede ser fun­
damento y origen de la verdad y necesidad; ha de ser
subsistente en sí misma, pues que las ideas no existen
por sí solas, y deben estar en algún entendimiento.
Luego hay una inteligência, fundamento y origen de
todas las verdades; luego este mundo ideal que se nos
representa, es un reflejo de la verdad infinita que se
halla en la inteligência infinita.» (1)
Esta prueba la repetiremos más abajo.

§ 3.° P ru eb a d el sen tim ien to de la arm on ía m oral


d el m undo

«Las consecuencias morales del ateísmo son su re-


futación más elocuente. Sin Dios no hay vida futura,
no hay legislador supremo, no hay nada que pueda
dominar en la conciencia del hombre; la moral es una
ilusión; la virtud una bella mentira; el vicio un amable
proscrito á quien conviene rehabilitar. En tal caso,
las relaciones entre marido y mujer, entre padre é
hijos, entre hermanos, entre amigos, son simples he­
chos naturales que no tienen ningún valor en el orden
moral. La obligación es una palabra sin sentido, cuando
(1) Filosofia E lem ental. T eo d icea, cap. IV .

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160 La Apologética

no hay quien pueda obligar: y faltando Dios no hay


nada superior al hombre. Así desaparecen todos los
deberes, se rompen todos los vínculos domésticos y so-
ciales: sólo deberemos atender á los impulsos de la na­
turaleza sensible, huyendo del dolor y buscando los
placeres. iQuién no retrocede al ver destruída de este
modo la armonía del mundo moral? ^Quién no se con-
suela al reflexionar que esto es únicamente una hipó-
tesis insensata? iQuién no siente renacer en su espíritu
la luz y la esperanza, al pensar que Dios está en el ori­
gen de todas las cosas criándolo y ordenándolo todo con
admirable sabiduría, promulgando as leyes del univer­
so moral, y escribiéndolas con caracteres indelebles en
la conciencia de la criatura inteligente?» (1)

A r t. II
ln m o rta lid a d del alm a

En todas las páginas donde Balmes pondera la im­


portância de la religión, tanto por la naturaleza objetiva
de la matéria, como por la autoridad externa de todos
los hombres, va mezclada una verdad capitalísima, que
aunque tal vez no tenga una evidente ilación lógica
con lo que se dice, la tiene irresistible en el orden mo­
ral: es la existência de una vida futura, ó la inmortali-
dad del alma. «^A qué se reduce la religión, si después
de esta vida no hay nada? Si el alma muere con el
cuerpo, es inútil hablarle al hombre de moral y reli­
gión: éste seria el caos en que sin duda respondiera:
comamos y bebamos, que maftana moriremos. En la
fugacidad de la vida, en ese bello sueno que pasa y
desaparece, los instantes de placer son preciosos, si á
(1) Filosofia elem ental, T eo d icea, cap. V I I.

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ellos se limita nuestra existência; no hay entonces ra­


zón alguna para dejar de aprovecharlos; la conducta
epicúrea es consecuencia muy lógica de las doctrinas
que niegan la inmortalidad del alma» (1).
Pocas verdades filosóficas habrá desarrollado B al­
mes con argumentos tan propios y con tanta eficacia,
para quien tenga alma capaz de sentir las amplias re­
laciones á que se extiende su exposición. Resumamos
lo más saliente del orden moral.

§ l.° E l deseo de la in m o rtalid ad

«El hombre tiene un deseo innato de la inmortali­


dad: la idea de la nada le contrista; y es harto evidente
que su deseo no se satisface en esta vida, que, por su
extremada brevedad, es comparada con razón á un
sueno. Si el alma muere con el cuerpo, se nos habrá
dado un deseo natural, cuya satisfacción nos será del
todo imposible; esto es contrario á la sabiduría y bon-
dad del Criador: Dios castiga á los culpables, pero no
se complace en atormentar á sus criaturas con irreali-
zables deseos.
»Se dirá que aun en esta vida deseamos muchas co­
sas que no podemos conseguir, y que, sin embargo,
nada se infiere contra la bondad y sabiduría de Dios.
Pero es preciso reflexionar, que la inmensidad de los
deseos que en vida experimentamos, aunque vários, y
con harta frecuencia extraviados, se dirigen todos á la
felicidad: esto busca el sabio como el necio, el virtuoso
como el corrompido; unos por camino verdadero, otros
por errado; el resorte natural es el mismo en todos: el
deseo de ser feliz. Si hay otra vida, estos deseos pue­
den cumplirse todos, no en lo que tienen de maio, y á
(1) Filosofia E lem en ta l . E tlc a , cap. X X V I I I , pág. 452. *
11

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162 La Apologética

veces de contradictorio, sino en lo que encierran de


amor á la felicidad, y por tanto quedan á salvo la bon-
dad y la sabiduría de Dios; pero si el alma muere con
el cuerpo, no se satisface ni lo legítimo ni lo ilegítimo;
ni lo razonable ni lo necio; y tantos deseos vehementes
é indestructibles se han dado al hombre para llegar, £á
qué? á la nada.

§ 2.° Solución de los con flictos de la lib ertad

»Supuesta la inmortalidad del alma no se ve inconve­


niente en que la suerte del hombre haya sido encomen­
dada á su libertad; y que, grabado en su espíritu el
deseo de ser feliz, se le haya otorgado la facultad de
buscar esta dicha de vários modos, para que si no la
encontrase, la responsabilidad fuera suya. Así se expli­
ca por qué unos aman las riquezas, otros los placeres,
otros la gloria, otros el poder, buscando la felicidad en
objetos que no la encierran: en tal caso, suya es la cul­
pa; el deseo de ser feliz es natural; pero el carácter de
inteligentes y libres exigia que esta felicidad fuese el
fruto de nuestras obras, que llegásemos á ella por el
conocimiento y la libre voluntad, y no por una serie de
impulsos necesarios. Cuando los deseos no se satisfa-
cen en esta vida, ó en vez de gozo liallamos sinsabores,
y en lugar de placeres, dolor; no podemos quejarnos
de Dios, que nos ha sujetado á estas leyes para nues­
tro propio bien; y si aun siendo moderados y lícitos,
nuestros deseos no se satisfacen sobre la tierra, tam­
poco hay lugar á queja, porque no siendo ésta nuestra
mansión final, y habiendo de vivir para siempre en
otra, la vida de la tierra es un mero trânsito, y cuanto
sufrimos aqui no es más que una ligera incomodidad
que arrostra gustoso el viajero para llegar á su patria.

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Demostración de la Religión Natural 163

Pero todo esto desaparece si el alma muere con el


cuerpo; entonces no hay ninguna explicación plausible:
deseamos con vehemencia, y no podemos llenar los de­
seos; aunque los moderamos, ajustándolos á razón,
tampoco se cumplen; las privaciones que sufrimos no
tienen compensación en ninguna parte; nuestra vida
es una ilusión permanente, nuestra existência una con-
tradicción. E l no ser nos horroriza, la inmortalidad
nos encanta; deseamos vivir, y vivir en todo: antes de
abandonar esta tierra, queremos dejar recuerdos de
nuestra existência. El poderoso construye grandes pa­
lácios, que él no habitará; el labrador planta bosques
que no verá crecidos; el viajero escribe su nombre en
una roca solitaria que leerán las generaciones venide-
ras; el sabio se complace en la inmortalidad de sus
obras; el conquistador en la fama de sus victorias; el
fundador de una casa ilustre en la perpetuidad de su
nombre; y hasta el humilde padre de famílias se lison-
jea con el pensamiento de que vivirá en sus descen-
dientes y en la memória de sus vecinos. El deseo de la
inmortalidad se manifiesta en todos de mil maneras,
bajo diversas formas, pero no es posible arrancarle del
corazón: y este deseo inmenso, que vuela al través de
los siglos, que se dilata por las profundidades de la
eternidad, que nos consuela en el infortúnio y nos
alienta en el abatimiento; este deseo que levanta nues­
tros ojos hacia un nuevo mundo, y nos inspira desdén
por lo perecedero; sólo se nos habría dado como una
bella ilusión, como una mentira cruel, para dormirnos
en brazos de la muerte y no despertar jamás. No, esto
no es posible; esto contradice á la bondad y sabiduría
de Dios; esto conduciría á negar la Providencia, y de
aqui el ateísmo.

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164 La Apologética

§ 3.° C arácter de n u estras id eas

»En el hombre todo anuncia la inmortalidad. Sus


ideas no versan sobre lo contingente, sino sobre lo ne­
cesario; no merece d sus ojos el nombre de ciência lo
que no se ocupa de lo necesario, y por consiguiente
eterno. Los fenómenos pasajeros forman el objeto de
sus observaciones para llegar al conocimiento de lo
permanente; tiene fija su vista á lo que se sucede en
la cadena de los tiempos; pero es para elevarse á lo
que no pasa con el tiempo. En su propia mente encierra
un mundo ideal, necesario; las ciências matemáticas,
ontológicas y moralc-s, prescinden de las condiciones
pasajeras; se forman de un conjunto de verdades eter­
nas, indestructibles, que ni nacieron con el mundo, ni
perecerían pereciendo el mundo. Siendo esto así, £qué
mistério, qué contradicción es el espíritu del hombre
si tamana amplitud sólo se le ha concedido para los
breves momentos de su vida sobre la tierra? Seme-
jante suposición ,mo nos haría coricebir la idea de un
sér maléfico que se ha complacido en burlarse de nos­
otros?» (1)

§ 4.° Solución d e los con flictos sociales

«Los destinos de la humanidad sobre la tierra no


sirven â explicar el mistério de la vida, si ésta se acaba
con el cuerpo. Es verdad que el linaje humano ha hecho
cosas admirables transformando la faz del globo, y que
probablemente las hará mayores en adelante; es cierto
que se nos ofrece á manera de uri gran indivíduo en-
cargado de representar un inmenso drama, cuyos pa-
(1) F ilosofia E lem ental, É tica , cap. X X V I I I , pág. 453.

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peles están repartidos entre las varias naciones, y de


los cuales le corresponde también una pequenísima
parte á cada hombre particular; pero este drama tiene
un sentido, si la vida presente se liga con una vida fu­
tura, si los destinos de la humanidad sobre la tierra
están enlazados con los de otro mundo; de lo contrario,
no. En efecto: reflexionando sobre la historia, y aun
sobre la experiencia de cada dia, notamos que en el
curso general de los destinos humanos, los aconteci-
mientos marchan sin consideración á los indivíduos, que
son como pequeflas ruedas del gran movimiento, duran
un instante, luego desaparecen por sí mismos; y si al­
guna vez embarazan, son aniquilados. Considerad el
desarrollo de una idea, de una institución, un elemento
social cualquiera: aparece como un germen apenas vi-
sible, y se extiende, se propaga hasta dominar vastos
países por dilatados siglos. Pero iá qué costa? A costa
de mil ensayos inútiles, tentativas erradas, angustias,
guerras, devastaciones, desastres de todas clases. La
civilización griega se extiende por el oriente; las luces
se difunden; los pueblos puestos en contacto se des-
arrollan y adquieren nueva vida, es verdad; pero me-
did, si alcanzáis, la cadena de infortúnios que este ade­
lanto cuesta á Ia humanidad; recorred las épocas de
Filipo, Alejandro y sus sucesores, hasta que invaden
el oriente las legiones romanas. Roma da unidad al
mundo, contribuye á su civilización, es cierto; pero
mientras contempláis este cuadro, veis diez siglos de
guerras y desastres, rios de lágrimas y sangre. Los
bárbaros del norte salen de sus bosques, y sus razas
llenas de vida, rejuvenecen las de pueblos degenera­
dos; de aquellas hordas se formaron con el tiempo las
brillantes naciones que cubren la faz de la Europa, es
verdad; pero antes de llegar á este resultado, transcu-

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166 La Apologética

rrirán otros diez siglos de calamidades sin cuento; los


árabes dominan el mediodía, y transmiten á la civili­
zación europea algunas luces en las ciências y en las
artes; pero {á qué precio las compra la humanidad? con
ocho siglos de guerra. L a civilización progresa; viene
el siglo de los descubrimientos: las índias orientales y
occidentales reciben nueva vida; pero {á qué precio?
Fijad si podéis la vista en los cuadros de horror que
os ofrece la historia. La Europa llega al siglo xiv;
es sabia, culta, rica, poderosa; todavia la sangre se
continuará vertiendo á torrentes, acaudillando grandes
cjércitos Gonzalo de Córdoba, Carlos V , Gustavo,
Luis X IV , Napoleón!... iy qué hay en el porvenir?
»En esas revoluciones inmensas con las cuales re­
corre la humanidad la vasta órbita de sus movimien-
tos, los indivíduos, los pueblos, las generaciones, pare-
cen nada; los indivíduos sufren y mueren á millones,
los pueblos son víctimas de grandes calamidades, y á
veces dispersados y exterminados. Concibiendo la vida
de la humanidad sobre la tierra, como el trânsito para
otra; viendo en la cúspide del mundo social á la Provi­
dencia enlazando lo terreno con lo celeste, lo temporal
con lo eterno, se comprende la razón de las grandes
catástrofes: porque sólo descubrimos en ellas los males
de un momento, encaminados á la realización de un
desígnio superior; pero si el alma muere con el cuerpo,
qué esos padecimientos privados y públicos? (A qué
el haber puesto sobre la tierra una débil criatura para
hacerla sufrir y morir? ,-Dónde está la compensación
de tantos males? ^dónde el objeto de tan desastrosas
mudanzas?

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Demostración de la Religión Natural 167

§ 5.° E l ad elan to social no sa tis fa c e

»Se dirá que la compensación se halla en el adelanto


social; que el objeto es la perfección de la sociedad; pero
esta respuesta es altamente fútil, si no suponemos la in­
mortalidad del alma. La sociedad en sí no es otra cosa
que un todo moral; considerada con abstracción de los
indivíduos, es un sér abstracto; ella es inteligente, cuan­
do ellos lo son; es moral, cuando ellos lo son; es feliz,
cuando ellos lo son. La inteligência, la moralidad, el
bienestar de la humanidad, no es otra cosa que la suma
de estas cualidades que se halla en los hombres- Por
estas consideraciones se echa de ver que el indivíduo,
aunque pequeflo, no puede desaparecer delante de la
sociedad; es infinitésimo, si se quiere, pero de la suma
de esos infinitésimos la sociedad se integra. Ahora bien,
si la adquisición de una idea para la humanidad ha cos­
tado á un número inmenso de sus indivíduos el vivir en­
tre continuas turbaciones que les produjesen la ignorân­
cia; si la conquista de una mejora moral ha costado á
muchas generaciones la agitación y la esclavitud; si el
adelanto material lo han pagado una serie de genera­
ciones con guerras, incêndios, devastaciones, males sin
cuento, iqué vienen á significar esos bienes, esas mejo-
ras y adelantos? Y cuando se reflexiona que las genera­
ciones que disfrutan de las adquisiciones de los pasados,
trabajan, sufren y mueren para adquirir para los veni-
deros, se nos presenta el género humano como una serie
de operários que trabajan, y se afanan, y sufren, y mue­
ren para una cosa ideal, para un ser abstracto que 11a-
man la sociedad, presentando una evolución sin término,
sin objeto, sin ninguna razón que justifique sus transfor-
maciones incesantes.

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168 La Apologética

»La humanidad es un sublime y grande indivíduo


moral, cuando se reconoce á sus miembros la inmorta­
lidad y se los considera pasando sobre la tierra para
llegar á otro destino. Sin esto, el mismo progreso huma­
nitário es una especie de sima sin fondo, donde se pre-
cipitan las generaciones sucesivas, sin saber por qué, ni
para qué; un mar sin limites, â donde llevan su caudal
los individuos y los pueblos, perdiéndose luego en su
inmensidad, como las aguas de los rios en los abismos
del Océano (1).

§ 6.° A rm on ía del sér hum ano

»No, no es así; este es un pensamiento sacrílego, una


palabra blasfema. Si así fuere no habría Providencia,
no habría Dios; el mundo fuera una serie de fenómenos
incomprensibles, una evolución perenne de aconteci-
inientos sin objeto, una fatalidad ciega, que seguiria su
camino por las inmensidades del espacio y del tiempo,
sin origen, sin objeto, sin fin, sin conciencia de sí pro­
pio; un sér misterioso que arrojaria de su seno iníinidad
de seres con inteligência, con voluntad, con amor y con
inmensos deseos, y que luego los absorbería de nuevo en
sus abismos, como una sima que traga en sus profun­
didades tenebrosas los plateados y rcsplandecientes lien-
zos de una vistosa cascada. Entonces el mundo no seria
una belleza, no el cosm os de los antiguos, sino el caos;
una especie de fragua, donde se elaboran en confusa
mezcla los placeres y los dolores, donde un ímpetu ciego
lo lleva todo en revuelto torbellino, donde se han reser­
vado para el ser más noble, para el ser inteligente y
libre, mayor cúmulo de males, sin compensación nin­
guna; donde se han reunido en síntesis todas las contra-
(1) Filosofia E lem ental, E tica , pág. 456.

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Demostración de la Religión Natural 169

dicciones: deseo de luz y eternas tinieblas; expansión


ilimitada y silencio eterno; apego á la vida y muerte ab­
soluta; amor al bien, á lo bello, á lo grande y el destino
á la nada; esperanzas sin fin, y por dicha final un punado
de polvo dispersado por el viento.
»iQuién puede asentir á un sistema tan absurdo y
desconsolador? En medio del orden, de la armonía que
admiramos en todas las partes de la creación, r;quién
podrá persuadirse que el desorden y el caos sólo existan
con relación á nosotros? ^Quién no aparta con horror la
vista de ese cuadro desesperante?

§ 7.° C ontraprueba

»Hagamos la contraprueba: empecemos por admitir


la inmortalidad del alma, y el caos se aclara; del fondo
de sus tinieblas surge la luz y el mundo se presenta otra
vez ordenado, bello, resplandeciente. Se explica la in-
mensidad de nuestros deseos, porque se pueden llenar;
se explica la extensión de nuestra inteligência, porque
se ha de dilatar un dia por un mundo sin fin; se explica
la necesidad de las ideas, porque desde que nacemos em-
pezamos la comunicación con un orden inmortal; se ex­
plica la alternativa de los placeres y dolores, porque lo
que falta en esta vida se compensa en la otra; se explican
las evoluciones y las catástrofes de la humanidad sobre
la tierra, porque se ligan con destinos eternos; se expli­
can los sufrimientos de los indivíduos en esas transfor-
maciones, porque su vivir no acaba con el cuerpo; se
explica el bien de la sociedad considerado en sí mismo,
porque es un grande objeto intentado por la Providen­
cia para enlazar lo pasado con lo venidero, la tierra con
el cielo, el tiempo con la eternidad. El orden, la armo­
nía, la razón, la justicia, brillan bajo la influencia de esta

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170 La Apologética

idea consoladora; y el universo, lejos de ser un caos, es


un conjunto admirable, una sociedad inmortal de los
seres inteligentes y libres entre sí y con su Criador; en
la cúpula de este vasto conjunto resplandece el destino
del hombre en aquella ciudad inmortal, iluminada por
la claridad de Dios y que con rasgos sublimes nos des-
cribiera el profeta de Patmos.
»E1 orden moral se explica también con la inmorta­
lidad: el bien tiene su prémio y el mal su castigo; sobre
la dicha del culpable pende la muerte como una espada,
á sus pies el abismo de la eternidad; si la virtud está
algunas veces abrumada de infortúnio y marchando so­
bre la tierra entre la pobreza, humillación y el sufri-
miento, levanta al cielo sus ojos llorosos y endulza sus
lágrimas con un pensamiento de esperanza.
»Así es; así debe ser; así lo ensefía la razón; así nos
lo dice el corazón; así lo manifiesta ia sana filosofia; así
lo proclama la religión; así lo ha creído siempre el g é­
nero humano; así lo hallamos en las tradiciones primiti­
vas, en la cuna del mundo» (1).

A r t . III

E xistência d e la religión

La expone brevísima y claramente en su F ilo s o fia


elem en tal (2). «Una criatura racional, aunque estuviese
enteramente sola en el universo, no podría prescindir
de sus relaciones con el Criador; su simple existência
le produce deberes hacia el ser que se la ha dado.
»E1 primero de estos deberes es el amor: éste es la
base de los demás. Por el amor se une nuestra voluntad
(1) Filosofia E lem ental, E tic a , pág. 459
(2) E tic a , núms. 97-104.

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Demostración de la Religión Natural 171

con el objeto amado, y la criatura no está en el orden


si no está unida con su Criador. E l objeto de la volun­
tad es el bien, y, por tanto, el objeto esencial de la vo­
luntad es el bien por esencia, el bien infinito.
»Lo mismo se nos indica por la inclinación hacia el
bien en general que todos experimentamos. No hay
quien no ame el bien; no hay quien no le desee bajo una
ú otra forma. Los errores, las pasiones, los caprichos,
la maldad, buscan á menudo el bien en objetos inmora-
les y dafiosos; pero lo que se quiere en ellos, no es lo que
tienen maio, sino lo bueno que encierran. Supuesto que
el bien, en general, es una idea abstracta, y que no hay
bien verdadero, sino cuando hay un ser en que se rea­
liza; este deseo del bien en sí mismo nos indica que hay
algo, que no sólo es una cosa buena, sino el bien en sí
mismo. Si á este bien, que es Dios, le conociésemos in­
tuitivamente, le amaríamos con una feliz necesidad;
pero ahora, mientras estamos en esta vida, aunque ame­
mos por necesidad al bien, tomado en general, no le
amamos en cuanto está realizado en un sér; y por esto
el hombre substituye con harta frecuencia al amor del
bien infinito y eterno el de los finitos y pasajeros.
»E1 amor de Dios engendra la veneración, la grati-
tud, el reconocimiento de que todo lo hemos recibido de
su mano bondadosa, y, por tanto, la adoración interior
con que nos humillamos en su presencia, rindiéndole los
debidos homenajes. He aqui el culto interno.
»E1 hombre ha recibido de Dios, no sólo el alma, sino
también el cuerpo, y además tenemos natural inclina­
ción á manifestar los afectos del espíritu por medio de
signos sensibles; así, pues, en reconocimiento de haber
recibido de Dios el cuerpo y cuanto nos sirve para la
conservación de la vida, y además para manifestar por
signos sensibles la adoración interior, empleamos cier-

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172 L a Apologética

tas expresiones, y a de palabra, como la oración verbal;


ya de gesto, como hincar la rodilla, el inclinarse, el pos-
trarse; ya de acciones sobre otros objetos, como el que-
mar incienso, el ofrecer los frutos de la tierra, el matar
á un animal, en reconocimiento del supremo domínio de
Dios sobre todas las cosas. He aqui el culto externo.
»Esta obligación se funda en la misma naturaleza
del hombre. Levantamos monumentos á los héroes;
guardamos con respeto la memória de los bienhechores
del 1inaje humano; conservamos con amor y ternura
cuanto nos recuerda á un padre, un amigo, una persona
querida que la muerte nos ha arrebatado, y £no mani­
festaríamos exteriormente el atnor, el agradecimien-
to, Ia adoración que tributamos á Dios en nuestro
interior?»

A r t . IV

U n id a d d e la re lig ió n v e r d a d e r a

Es un hecho la multitud de religiones y evidente­


mente es un mal gravísimo. Lo que no puede bacer-
se, dice Balmes (1), es lanzar este hecho como una acu-
sación contra el catolicismo. «Se nos objeta á los cató­
licos la multiplicidad de religiones, como si á nosotros
únicamente embarazara la dificultad, como si todos los
que profesan un culto, sea el que fuere, no debiesen so-
brellevar in solidu m todos los inconvenientes que de
ahí pueden resultar. En efecto; si la multiplicidad de
religiones algo prueba contra la verdad de la católica,
lo mismo prueba contra la de todas; tememos, pues, que
no sólo viene al suelo la nuestra, sino cuantas existen
y han existido. Además, si la dificultad que se levanta
(1) Cartas, II.a

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Demostración de la Religión Natural 173

contra la permisión de este mal significa algo, es nada


menos que una completa negación de toda providencia,
es decir, la negación de Dios, el ateísmo. La razón es
obvia; el mal de la multiplicidad de religiones es inne-
gable; está á nuestra vista en la actualidad y la historia
entera es un irrefragable testimonio de que lo mismo ha
sucedido desde tiempos muy remotos; si se pretende,
pues, que la Providencia no puede permitido, se pre­
tende también que la Providencia no existe, es decir,
que no hay Dios.
dnfiérese de aqui que la permisión de la muchedum-
bre de religiones es una dificultad que embaraza al ca­
tólico y al protestante, al idólatra y al musulmán, al
hombre que admite una religión cualquiera, como al que
no profesa ninguna, con tal que no niegue la existência
de Dios. Por ejemplo: si se me presenta un mahometa-
no con su Alcorán y su Profeta, pretendiendo que su
religión es verdadera y que ha sido revelada por el mis­
mo Dios, le podré objetar el argumento y decirle: «Si
tu creencia es verdadera, ^cómo es que Dios permite
tantas otras? Si se enganan miserablemente los que vi-
ven en religión diferente de la tirya, ;por qué permite
Dios que todos los demás pueblos del mundo permanez-
can privados de la luz?» A quien no niegue la existên­
cia de Dios, imposible le ha de ser el no admitir su bon-
dad y providencia; un Dios maio, un Dios que no cuida
de la obra que él mismo ha criado, es un absurdo que
no tiene lugar en una cabeza bien organizada; y hasta
me atreveré á decir que menos imposible se hace el con-
cebir el ateísmo en todo su horror y negrura, que no la
opinión que admite un Dios ciego, negligente y maio.
Suponiendo, pues, la existência de un Dios con bondad
y providencia, queda en pie la misma dificultad arriba
propuesta: £cómo es que permite que el humano linaje

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174 L a Apologética

yerre tan lastimosamente en el negocio más grave é


importante, que es la religión?
«Sobre este caos de las humanas aberraciones todo
hombre recto ha de tener empeflo de hacer lucir la luz
de la verdad, preguntando á la razón. Y la razón {qué
dice? Dice que es imposible que todas sean igualmente
verdaderas, ni igualmente agradables á Dios.
«El sí y el no, con respecto á una misma cosa, no
puede ser verdadero á un mismo tiempo. Los judios di­
cen que el Mesías no ha venido, los cristianos afirman
que sí; los musulmanes respetan á Mahoma como insig­
ne profeta, los cristianos le miran como solemne impos­
tor; los católicos sostienen que la Iglesia es infalible en
puntos de dogma y moral, los protestantes lo niegan; la
verdad no puede estar por ambas partes, unos ú otros
se engaflan. Luego es un absurdo el decir que todas las
religiones son verdaderas.
«Además, toda religión se dice bajada del cielo; la
que lo sea será la verdadera, las restantes no serán otra
cosa que ilusión é impostura.
«{Es posible que todas las religiones sean igualmen­
te agradables á Dios, y que se dé igualmente por satis-
fecho con todo linaje de cultos? No. A la verdad infinita
no puede serie acepto el error; á la bondad infinita
no puede serie grato el mal; luego el afirmar que todas
las religiones son igualmente buenas , que con todos los
cultos el hombre llena bien sus deberes para con Dios,
es blasfemar de la verdad y bondad del Criador (1).
«La obediência que debemos á Dios en todas las
cosas, se la debemos también en lo tocante al culto; y
así es que estamos obligados á tributárselo de la ma­
nera que su infinita sabiduría nos haya prescrito. De
aqui resulta que, á los ojos de la sana moral, no son
(1) Critério, cap. X X I , 5 4.° y 5.°

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indiferentes las religiones; quien sostiene esto las niega


todas. Porque ó es preciso decir que Dios no ha reve­
lado nada con respecto al culto, ó confesar que quiere
que se haga lo que ha mandado. Lo primero lo comba-
ten sólidamente los apologistas de la revelación; lo se­
gundo lo demuestra la sana filosofia.
»De esto se infiere que el hombre está obligado á
vivir en la religión que Dios ha revelado; y que quien
falta á esta obligación, infringe la ley natural, y es
culpable á los ojos de la justicia divina» (1).
(1) Filosofia E lem ental. E tic a , n. 104.

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C A PÍTU LO IV

Demostración de la existência de la revelación

De lo demostrado se infiere que la religión verda­


dera será la que Dios haya comunicado al hombre.
Pero ,.;es verdad que Dios haya comunicado alguna?
Esta es la cuestión final, á la cual los incrédulos ante-
ponen, en sentido de negación, esta otra: jes posible que
Dios comunique alguna?

Art. I
P o s l b i l i d a d d e !a r e v e l a c i ó n

«{Es posible que Dios haya revelado algunas cosas


al hombre? Sí. El que nos ha dado la. palabra no estará
privado de ella; si nosotros poseemos un medio de co­
municamos recíprocamente nuestros pensamientos y
afectos, Dios Todopoderoso é infinitamente sabio no
carecerá seguramente de médios para transmitimos
lo que fuere de su agrado. {Ha criado la inteligência y
no podría ilustraria?
»Pero Dios, objetará el incrédulo, es demasiado
grande para humillarse á conversar con su criatura;
mas entonces también deberíamos decir que Dios es

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Demostración de la existência de la revelación 177

demasiado grande para haberse ocupado en criarnos.


Criándonos nos sacó de la nada, revelándonos alguna
verdad perfecciona su obra; y jcuándo se ha visto que
un artífice desmereciese por mejorar su artefacto?
Todos los conocimientos que tenemos nos vienen de
Dios, porque E l es quien nos ha dado la facultad de
conocer, y E l es quien, ó ha grabado en nuestro enten­
dimiento las ideas, ó ha hecho que pudiéramos adqui­
ririas por médios que todavia se nos ocultan. Si Dios
nos ha comunicado un cierto orden de ideas, sin que
nada haya perdido de su grandor, es un absurdo el
decir que se rebajaría si nos transmitiese otros conoci­
mientos por conducto distinto del de la naturaleza.
Luego la revelación es posible; luego quien dudare de
esta posibilidad, ha de dudar al mismo tiempo de la
omnipotência, hasta de la existência de Dios» (1).
Estamos ya dispuestos á dar el último paso, que es
el de la existência de la revelación; pero para actuar
más la fuerza sistemática de la demostración, resume
antes brevemente las verdades adquiridas en este pro­
ceso: ^Importa muchísimo encontrar la verdad en ma­
térias de religión: todas las religiones no pueden ser
verdaderas; si hubiese una revelada por Dios, aquella
seria la verdadera; la religión no ha podido ser inven­
ción humana. La revelación es posible; lo que falta
pues averiguar es si esta revelación existe y dónde
se halla» (2).
(1) Critério, cap. X X I , § 7 y 8.
(2) Ib . § 9.

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178 La Apologética

A rt . II

E x is tê n c ia d e la re v e la c ió n

§ l.° P resu n ciôn filo só fica

«^Existe la revelación? Por el pronto salta á los ojos


un hecho que da motivo á pensar que sí. Todos los pue­
blos de la tierra hablan de una revelación; y la huma­
nidad no se concierta para tramar una impostura. Esto
prueba una tradición primitiva, cuya noticia ha pasado
de padres A hijos, y que, si bien ofuscada y adulterada,
no ha podido borrarse de la memória de los hombres.
»Se objetará que la imaginación ha convertido en
voces el ruido del viento, y en apariciones misteriosas
los fenómenos de la naturaleza; y así el débil mortal se
ha creído rodeado de seres desconoeidos que le dirigían
la palabra, y le descubrían los arcanos de otros mun­
dos. No puede negarse que la objeción es especiosa;
sin embargo, no será difícil manifestar que es del todo
insubsistente y fútil.
»Es cierto que cuando el hombre tiene idea de la
existência de seres desconoeidos, y está convencido de
que éstos se ponen en relación con él, fácilmente se
inclina á imaginar que ha oído acentos fatídicos, y
se han ofrecido á sus ojos espectros venidos del otro
mundo. Mas no sucede ni puede suceder así, en no abri­
gando el hombre semejante convicción, y mucho menos
si ni aún llega á tener noticia de que existen dichos
seres; pues entonces no es dable conjeturar de dónde
procederá una ilusión tan extravagante. Si bien se ob­
serva, todas las creaciones de nuestra fantasia, hasta
las más incoherentes v monstruosas, se forman de un
conjunto de imágenes de objetos que otras veces hemos

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Demostración de la existência de la revelación 179

visto, y que á la sazón reunimos del modo que place á


nuestro capricho, ó nos sugiere nuestra cabeza enfer-
miza. Los castillos encantados de los libros de caballe-
ría, con sus damas, enanos, salones, subterrâneos,
hechizos y todas sus locuras, son un informe agregado
de partes muy reales que la imaginación del escritor
componía á su manera, sacando al fin un todo que sólo
cabia en los suefios de un delirante. Lo propio sucede
en lo demás: la razón y la experiencia están acordes
en atestiguarnos este fenómeno ideológico. Si supone-
mos, pues, que no se tiene idea alguna de otra vida dis­
tinta de la presente, ni de otro mundo que el que
está á nuestra vista, ni de otros vivientes que los que
moran con nosotros en la tierra, el hombre fingirá
gigantes, fieras monstruosas y otras extravagancias
por este estilo; mas no seres invisibles, no revelaciones
de un cielo que no conoce, no dioses que ilustren y di-
rijan. Ese nuevo mundo, ideal, puramente fantástico,
no le ocurrirá siquiera; porque semejante ocurrencia
no tendrá, por decirlo así, punto de partida, carecerá
de antecedentes que puedan motivaria. Y aun supo-
niendo que este orden de ideas se hubiese ofrecido á
algún indivíduo, {cómo era posible que de ello partici-
pase la humanidad entera? {Cuándo se habría visto
semejante con tag io intelectual y moral?
«Sea lo que fuere del valor de estas reflexiones,
pasemos á los hechos: dejemos lo que haya podido ser,
y examinemos lo que ha sucedido (1).

§ 2.° P ru eb a s h istóricas

»Existe una sociedad que pretende ser la única depo­


sitaria é intérprete de las revelaciones con que Dios se
(1) Critério, cap. X X I , § 10.

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180 La Apologética

ha dignado favorecer al linaje humano: esta pretensión


debe llamar la atención del filósofo que se proponga in­
vestigar la verdad.
»,-Qué sociedad es ésa? ;H a nacido de poco tiempo á
esta parte? Cuenta diez y ocho siglos de duración, v
estos siglos no los mira sino como un período de su
existência; pues subiendo más arriba, va explicando su
no interrumpida genealogia, y se remonta hasta el
principio del mundo. Que lleva diez y ocho siglos de
duración, que su historia se enlaza con la de un pueblo
cuyo origen se pierde en la antiguedad más remota,
es tan cierto como que han existido las repúblicas de
Grécia y Roma.
P r im e ra pru eba. L a s p ro fec ia s d el A ntiguo Testa-
m en to.—»iQué títulos presenta en apoyo de su doc­
trina? En primer lugar está en posesión de un libro,
que es sin disputa el más antiguo que se conoce, y que
además encierra la moral más pura, un sistema de
legislación admirabie, y contiene una narración de pro­
dígios. Hasta ahora nadie ha puesto en duda el mérito
eminente de este libro; siendo esto más de extraftar
cuanto una gran parte de él nos ha venido de manos de
un pueblo, cuya cultura no alcanzó ni con mucho á la
dc otros pueblos de la antiguedad.
»£Ofrece la dicha sociedad algunos otros títulos que
justifiquen sus pretensiones? A más de los muchos â
cual más graves é imponentes, he aqui uno que por sí
solo basta. Ella dice que se hizo la transición de la so­
ciedad vieja á la nueva del modo que estaba pronosti-
cado en el libro misterioso; que llegada la plenitud de
los tiempos, apareció sobre la tierra un Hombre-Dios,
quien fué á la vez el cumplimiento de la ley antigua y
el autor de la nueva; que todo lo antiguo era una som­
bra y figura, que este Hombre-Dios fué la realidad;

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Demostración de la existência de la revelación 181

que El fundó la sociedad que apellidamos Iglesia Ca­


tólica, le prometió su asistencia hasta la consumación
de los siglos, selló su doctrina con su sangre, resucitó
al tercer dia de su crucifixión y muerte, subió á los
cielos, envió al Espíritu Santo, y que al fin del mundo
ha de venir á juzgar á los vivos y â los muertos.
»iEs verdad que en este Hombre se cumpliesen las
antiguas profecias? Es innegable: leyendo algunas de
ellas, parece que uno está leyendo la historia evan­
gélica.
S eg u n d a prueba. Jesu cristo . —»,;Dió algunas prue­
bas de la divinidad de su misión? Hizo milagros en
abundancia, y cuanto El profetizó, ó se ha cumplido
exactamente, ó se va cumpliendo con puntualidad
asombrosa.
»iCuál fué su vida? Sin tacha en su conducta, sin
limite para hacer el bien. Despreció las riquezas y el
poder mundano, arrostró con serenidad las privacio-
nes, los insultos, los tormentos, y por fin una muerte
afrentosa.
»^Cuál es su doctrina? Sublime cual no cupiera
jamás en mente humana, tan pura en su moral, que le
han hecho justicia sus más violentos enemigos.
»^Qué cambio social produjo este Hombre? Recor-
dad lo que era el mundo romano, y ved lo que es el
mundo actual: mirad lo que son los pueblos donde no
ha penetrado el cristianismo, y lo que son aquéllos
que han estado siglos bajo su ensefianza, y la conser-
van todavia, aunque algunos alterada y desfigurada.
»;De qué médios dispuso? No tenia dónde reclinar
su cabeza. Envió á doce hombres salidos de la ínfima
clase del pueblo, se esparcieron por los cuatro ângulos
de la tierra y la tierra los oyó y creyó.
Tercera pru eba. L a I g le s ia .—»Esta religión, <dia

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182 La Apologética

pasado por el crisol de la desgracia? jNo ha sufrido


contrariedad de ninguna clase? Ahí está la sangre de
infinitos mártires, ahí los escritos de numerosos filóso­
fos que la han examinado, ahí los muchos monumentos
que atestiguan las tremendas luchas que ha sostenido
con los príncipes, con los sábios, con las pasiones, con
los intereses, con las preocupaciones, con todos cuan-
tos elementos de resistência pueden combinarse sobre
la tierra.
»{De qué médios se valieron los propagadores del
cristianismo? De la predicación y del ejemplo confir­
mados por milagros. Estos milagros, la crítica más es­
crupulosa no puede rechazarlos; que si los rechaza,
poco importa, pues entonces confiesa el mayor de los
milagros, que es la conversión del mundo sin milagros.
»E1 cristianismo ha contado entre sus hijos á los
nombres más esclarecidos por su virtud y sabiduría;
ningún pueblo antiguo ni moderno se ha elevado á tan
alto grado de civilización y cultura como los que le han
profesado; sobre ninguna religión se ha disputado ni
escrito tanto como sobre la cristiana; las bibliotecas
están llenas de obras maestras de crítica y de filosofia
debidas á hombres que sometieron humildemente su
entendimiento en obséquio de la fe; luego esa religión
está á cubierto de los ataques que se pueden dirigir
contra los que han nacido y prosperado entre pueblos
groseros é ignorantes. Ella tiene, pues, todos los carac­
teres de verdadera, de divina.
»En los últimos siglos los cristianos se han dividido:
unos han permanecido adictos á la Iglesia católica, otros
han conservado del cristianismo lo que les ha parecido
bien; y á consecuencia del principio fundamental que
han asentado, y que entrega la fe á discreción de cada
creyente, se han fraccionado en innumerables sectas...

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Demostración de la existência de la revelación 183

»iDónde estará la verdad? Los fundadores de las


nuevas sectas son de ayer, la Iglesia católica sefiala Ia
sucesión de sus pastores, que sube hasta Jesucristo;
ellos han enseflado diferentes doctrinas, y una misma
secta las ha variado repetidas veces, la Iglesia católica
ha conservado intacta la fe que le transmitieron los
apóstoles; la novedad y la variedad se hallan, pues, en
presencia de la antiguedad y de la unidad; el fallo no
puede ser dudoso.
» Además, los católicos sostienen que fuera de la
Iglesia no hay salvación, los protestantes afirman que
los católicos también pueden sal varse; y así ellos mismos
reconocen que entre nosotros nada se cree ni practica
que pueda acarreamos la condenación eterna. Ellos en
favor de su salvación no tienen sino un voto; nosotros
en pro de la nuestra, tenemos el suyo y el nuestro; aun
cuando juzgáramos solamente por motivos de prudên­
cia humana, ésta nos aconsejaría que no abandonásemos
la fe de nuestros padres» (1).

§ 3.° C ongruências hu m an as

Brevísimamente las indica como conclusión de este


capítulo con estas palabras: «La religión católica nos
ofrece cuantas garantias de verdad podemos desear.
Ella, además, nos impone una ley suave, pero recta,
justa, benéfica; cumpliéndola nos asemejamos á los án-
geles, nos acercamos á la belleza ideal que para la hu­
manidad puede excogitar la más elevada poesia. Ella
nos consuela en nuestros infortúnios, y cierra nuestros
ojos en paz; se nos presenta tanto más verdadera, cuan­
to más nos aproximamos al sepulcro, jA h! ;la bondadosa
Providencia habrá colocado al borde de la tumba aque­
ci) Critério, cap. X X I , § 11 y 12.

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184 La Apologética

lias santas inspiraciones, como heraldos que nos avi-


saran de que íbamos á pisar los umbrales de la eterni-
dad!» (1)
Esto es sólo una indicación: el desarrollo de esta
prueba, bellísima cuando la dirige un espíritu completo
y equilibrado, llena de escollos cuando no se aprecian
justamente todos los elementos divinos y humanos del
problema, como lo prueban las aberraciones modernis­
tas; el desarrollo de esta prueba, digo, ocupa todas las
obras de Balmes, porque éste es esencialmente su espí­
ritu. Efectivamente, el pensamiento cálido de entusias­
mo que late en todas sus páginas es demostrar, no
solamente la concordância de la revelación con todas
las humanas aspiraciones y necesidades, sino el fomen­
to, brillo y perfección que todas reciben del espíritu
sobrenatural del Catolicismo. Pero toda esta matéria,
unida por la suprema aspiración del hn que se persigue,
más que por la trabazón sistemática de los argumentos,
pertenece más bien á la tercera parte.

A r t . III

D em o stracló n In v e rsa

«Hemos seguido el camino que puede conducir á la


religión católica; echemos una ojeada sobre el que se
presenta, si nos apartamos de ella. Al abandonar la fe
de la Iglesia, ^dónde nos refugiamos? Si en el protes­
tantismo, £en cuál de sus sectas? <'Qué motivos de pre­
ferencia nos ofrece la una sobre la otra? Discernido
será imposible; abrazar á ciegas una cualquiera nos lo
será todavia más; y por otra parte, esto equivaldría á
no profesar ninguna. Si en el filosofismo, iqué es el fi-
(1) Critério, cap. X X I , § 15.

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Demostración de la existência de la revelación 185

losofismo incrédulo? Es una negación de todo, lastinie


blas, la desesperación. £Andaremos en busca de otras
religiones? Ciertamente que ni el islamismo, ni la ido­
latria, no nos contarán entre sus adeptos.
»Abandonar, pues, la religión católica, será abjurar­
ias todas; será tomar el partido de vivir sin ninguna;
dejar que corran los anos; que nuestra vida se acerque
á su término fatal, sin guia para lo presente, sin luz
para el porvenir; será taparse los ojos, bajar la cabeza,
y arrojarse á un abismo sin fondo» (1).
Por el mismo camino discurre en Ia Carta II.a á un
escéptico. «Esto es lo principal que tenía que decirle á
usted sobre las dificultades propuestas; ignoro si usted
quedará enteramente satisfecho; sea como fuere, Io que
puedo asegurarle con toda la sinceridad y convicción
de que soy capaz, es que, en las obras de todos los filó­
sofos, desde Platón hasta Cousin, no hallará usted sobre
este particular nada con que su espíritu sólido pueda
contentarse, si no está tomado de la religión. Ellos lo
saben, y ellos propios lo confiesan. Una vez han llegado
á dudar de la divinidad del cristianismo, no saben de
qué asirse: acumulan sistemas sobre sistemas, palabras
sobre palabras; si su espíritu no es de alto temple, aban-
donan la tarea de investigar, fastidiados de no divisar
en ningún confín del horizonte un rayo de luz, y se
abandonan al p ositiv ism o, 6 en otros términos, procu-
ran sacar partido de la vida, disfrutando de las comodi­
dades y placeres; si su alma ha nacido para la ciência;
si, sedienta de verdad, no quiere abandonar la tarea de
buscaria, por grandes que sean las fatigas, y patente la
inutilidad de los esfuerzos, sufren durante toda suvida,
y acaban sus dias con la duda en el entendimiento, y la
tristeza en el corazón.»
(1) Critério, cap. X X T , § 15.

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SECCIÓN TERCERA

E x te n sió n apologética

Balmes tiene notas apologéticas que no caben natu­


ralmente en los moldes ordinários de la ciência: por
esto he afiadido esta nueva sección, para dar de ellas
una impresión que complete su ideal científico.
Como su espíritu vasto y poderoso llegaba de un
confín á otro confín, dando á cada cosa su peso y me­
dida, á imitación de la sabiduría omnipotente del Cria­
dor; y como la verdadera sabiduría tan admirable es en
lo grande como en lo pequefto, no es extraôo que su
luz apologética se derramara bnllantemente por las
más elevadas esferas del pensamiento, y por las bajas
regiones donde viven las almas más sencillas. Así nos
dió otros dos aspectos de la apologética diametralmente
opuestos, pero igualmente admirables: la apologética
popular, y lo que podríamos llamar la apologética del
genio. El primer grado no llega á la dignidad de la
ciência, quedándose en las regiones del buen sentido
común; el segundo es casi ultracientífico, imitando á su
manera el vuelo y la mirada mística. Digamos dos pa­
labras de cada uno.

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CAPÍTULO PRIM ERO

Apologética popular

S d m a rio : M a t é r i a .— M é to d o .— C o n t r o v é r s i a s o b r e los m is té r io s .
—D iá lo g o .—S u m é rito .

Un pueblo creyente, pero irreflexivo sobre los mo­


tivos de la fe, no necesita sistemas estrictamente cien­
tíficos, ni será capaz de comprenderlos; basta que
atienda á las verdades que posee, que oraene de una
manera fácil y natural los más principales, y que vea
las razones de buen sentido en que se funda cada una.
Con esto quedará la razón en paz consigo misma, y con
luz suficiente para dar cuenta á quien se la pida ó le
contradiga. He aqui lo que es L a R elig ió n dem ostrad a.
Las verdades que prueba son las siguientes por su or­
den: existência y atributos de Dios, creación del hom­
bre, existência, espiritualidad é inmortalidad del alma;
existência de una religión verdadera; caída y reparación
del hombre; venida de Jesucristo, prueba de su misión
divina por las cualidades morales de su persona, por
sus milagros, por las profecias, por la propagación y
conservación de la Iglesia; la verdadera Iglesia es la
Católica; existência y poder del Pontificado.

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188 La Apologética

Como se ve, el orden de las matérias es el mismo


del sistema científico, pero no con reflexión superior á
las inteligências á que va destinado el libro. Enseflar
una verdad, y dar sus verdaderos fundamentos, es cosa
muy distinta, y ciertamente más esencial, que el dar
una teoria del sistema mismo que se sigue. Las pruebas
son princípios evidentes y sencillos de razón natural,
razones de sentido común, nociones históricas que son
património del mundo entero. Y todo esto mezclando
sóbria y oportunamente las dificultades que opone el
impío ó el disidente, y dándoles ur a solución nacida de
la misma verdad demostrada. A veces algo entra de
reflexión científica sobre el método, como en los capí­
tulos XXV" y X X X II, donde se trata de lo que debe
hacer el católico cuando habla de los mistérios ó se le
ponen dificultades de religión: Balmes da la regia pre­
cisa y sus motivos, á veces muy profundos; pero luego
lo reduce todo á ciência de sentido común en un breve
diálogo sobre lo mismo, y aun el libro todo reduce á
este sistema popular y obvio, en un apêndice que sigue
á la obrita.
Es tan justa y necesaria alguna de las regias de
prudência por él senaladas, que juzgo conveniente po-
nerla aqui, como una prueba del carácter equilibrado
de su apologética. Dice en el cap. X X V : «Sucede á
menudo que se argumenta contra la Religión, no ata­
cando ni los milagros, ni las profecias, ni la santidad de
la doctrina, ni otra alguna de las senales que patentizan
su divinidad, sino que se fija la cuestión sobre algún
mistério, y se le toma por blanco de las impugnaciones.
En tales casos es necesaria mucha discreción; de otra
suerte se corre peligro de salir desairado en la disputa.
La razón es clara: el mistério, por lo mismo que es
mistério, no puede ser explicado de manera que se pre­

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Apologética popular 189

sente á nuestra razón con toda claridad; y entonces


prevaliéndose el incrédulo de la obscuridad que debe
por precisión aeompanar las explicaciones del católico,
llama falso lo que sólo debe llamarse incomprensible.
No sucederá esto, si el católico sabe colocar la cuestión
en el verdadero terreno: lo que conseguirá fácilmente,
si tiene presentes las reflexiones que siguen.
»En prirner lugar, debe guardarse muy bien el cató­
lico de empeftarse en aclarar de tal modo el mistério
que pretenda no dejar en él ninguna obscuridad; esto
seria negar al mistério la calidad de tal, pues si pudié-
ramos comprenderle y explicarle, dejaría para nosotros
de ser mistério. Así es que, en tratándose del mistério
de la Santísima Trinidad, de la Encarnación ó de otro
cualquiera, si bien no puede reprendérsele que procure
aclararlos, ó con aquéllos símiles que haya visto en el
catecismo, ó con reflexiones que haya oído á personas
sabias y religiosas, debe, sin embargo, andar en esto
con mucho tiento, no sea que, dando á los símiles ó á las
reflexiones más importância de la que en sí tienen, pre­
tenda que es una razón sólida lo que es tan sólo una
comparación oportuna ó una aclaración plausible. Será
bueno que ante todo proteste que él no entiende el mis­
tério, que no pretende tampoco entenderle, que en el
mismo caso se hallan todos los católicos, por lo mismo
que le reconocen como mistério. Será bueno también, en
tratando con incrédulos, no detenerse mucho en los sí­
miles ni otras razones de congruência, y quizás no pocas
veces seria muy saludable no echar mano de ninguno de
esos médios, porque ó el incrédulo ó los otros que escu-
chan podrían creer que aquello se aduce como una prue­
ba, y, por otra parte, si el adversário es algo sagaz,
cuidará de atacar el flanco débil, y si logra hacer vaci­
lar la razón de congruência, se jactará de haber hecho

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190 La Apologética

vacilar el mistério. Paréceme que lo más prudente, en


tales casos, seria adaptarse poco más ó menos al méto­
do prescrito en el siguiente diálogo:
»In créd u lo.—<:Cómo es posible creer las cosas que
creen ustedes? Tres personas y, sin embargo, un solo
Dios; Dios hecho hombre; la substancia del pan con­
vertida en el cuerpo de este Dios-Hombre, y otras cosas
semejantes; á ver £cómo me explica usted estos misté­
rios?
^Católico.-—Ningún católico pretende poder expli­
cados ni entenderlos; reconocemos que son mistérios y
por lo mismo ya confesamos que son incomprensibles.
»In créd u lo.—Pero, y entonces jcómo lo creen uste­
des ?
^Católico.—Es muy sencillo: lo creemos, porque nos
consta que Dios los ha revelado.
»In créd u lo.—Pero esto de creer cosas que el enten­
dimiento no alcanza, ,;qué mérito puede tener delante
de Dios?
vCatôlico.—Si fueran cosas que comprendiéramos
con la sola razón, poco mérito tendria la fe; creyéndolas
sujetamos nuestro débil entendimiento á la sabiduría
infinita.
* In créd u lo.—Pero yo quisiera que usted me expli-
case, por ejemplo, <[cómo puede ser un solo Dios y tres
personas?
^Católico.—No lo sabría explicar bien. Repito que
para mí es un mistério; le acato profundamente, y me
juzgaría culpable si tuviese el orgullo de querer com-
prenderle.
In créd u lo—E sa sumisióntan ciegadel entendimien­
to en cosas que no comprende, me parece insoportable.
»Católico.—A mí me parece muy llevadera y está
muy lejos de parecerme ciega. Si usted me permite, le

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Apologética popular 191

manifestará que yo concibo esta sumisión del entendi­


miento, y para el efecto me tomaré la libertad de diri­
gir le algunas preguntas.
»In créd u lo.—Usted la tiene; le escucharé con mu­
cho gusto.
vC atólico.— Hay cosas que nuestro entendimiento
no puede comprender, y el no comprenderlas, {es razón
bastante para negarias?
»In créd u lo .—E sta es una pregunta tan general... y
tan vaga...
vCatólico.—[Cómo general y cómo vaga! Antes es
muy precisa. No tema usted. Para manifestar que hay
cosas que no podemos comprender no me será necesario
subir al cielo, ni descender á las entraftas de la tierra,
ni atenerme á cosas generales y vagas, sino que aqui
mismo tengo hechos que usted no podrá negarme. {Ig­
nora usted que el hombre casi nada comprende de todo
cuanto le rodea? {Nos comprendemos acaso á nosotros
mismos? Esos ojos con que vemos, y el oído, el tacto,
el gusto, todos nuestros sentidos de que nos servimos
continuamente, {sabemos acaso en qué consisten? {Ha
podido explicarlo hasta ahora ningún filósofo del mun­
do? {Ignora usted que los más grandes sábios andan á
tientas cuando tratan de explicar los fenómenos más
comunes de la naturaleza?
»In créd u lo. — Efectivamente es así; la naturaleza
está llena de arcanos, y nosotros mismos á nuestros ojos
somos un gran mistério. Pero {qué infiere usted de esto?
»C atólico.—Lo que infiero es que hay muchas cosas
que nosotros no entendemos, y que el no entenderias no
es suficiente razón para negarias; y que para creerse
una cosa, la dificultad no debe ponerse en si la entende­
mos ó no, sino únicamente en si tenemos motivo para
creerla ó no. Si bien se mira, eso que extrana usted

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192 La Apologética

tanto en los católicos, lo está viendo practicar por todo


el mundo, y lo practica usted mismo todos los dias. Cuan­
do nos cuentan que en tal país hay un animal muy ex-
trano, que hay una mina muy abundante de este ó de
aquel metal, que hay una planta rara de esta ó de aque­
lla naturaleza, que acaecen allí extranos fenómenos que
no vemos entre nosotros; para creerlo ó no, nunca mira­
mos si entendemos cómo se verifican aquellas extrane-
zas y por qué causas, sino quién lo refiere, si la tal per-
sona es digna de crédito, ya por su inteligência, ya por
su experiencia, ya por su veracidad, y tendríamos por
ridículo al que saliera diciendo que no cree, por ejem-
plo, que en tal país tienen los hombres tal color, porque
no concibe cómo puede esto verificarse.
»Haga usted la aplicación á nuestro caso. Cuando
tratemos de mistérios en una religión, lo que debemos
mirar es si efectivamente aquella religión tiene los ca­
racteres de divina, y si los tiene, si nos constare que
efectivamente nos ha venido de Dios, £qué importa que
no entendamos los mistérios? ^Acaso Dios no sabe mu­
chas cosas que nosotros ignoramos? ,:Y por qué no po-
dría revelárnoslas? Y dándonos El á conocer que en rea­
lidad es El mismo quien nos las revela, £cómo se podrá
negar la obligación que tenemos de creerlas? Creemos
á un hombre de bien, aunque nos reiiera cosas que nos­
otros no entendemos, <y no creeríamos á Dios, que no
puede engafíarse ni engafiarnos? Las sefíales de que
nuestra religión es divina las tenemos en los milagros,
en el cumplimiento de las profecias y en vários otros
hechos que no es necesario enumerar ahora. <:Qué más
queremos; qué tiene, pues, de extrafto nuestra fe?»
Otro librito escribió Balmes de apologética popular,
en lengua catalana, titulado Conversa de un p a g é s de
la m ontanya sobre lo P a p a . Así como en la R eligión

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Apologética popular 193

d em ostrad a ensena al pueblo sencillo los fundamentos


de la fe, así en este otro le ilustra sobre aquéllos puntos
que tienen conexión con la sociedad y la política. En
forma de diálogo, y en lenguaje claro y sencillísimo,
inculca las verdades capitales de la estabilidad de la
Iglesia católica á través de tantas luchas, su firmeza
eterna en medio de la sucesión y ruina de todas las hu­
manas instituciones, la armonía perfecta que ella guar­
da con toda forma política, y con todos los pueblos y na­
ciones nuevas montados diferentemente de los antiguos,
la razón histórica del poder de los papas, por qué en los
tiempos antiguos el clero tuvo tantas riquezas é influen­
cia, cómo esto fué la salvación de la sociedad en la
irrupción de los bárbaros, cómo educó en su infancia á
los pueblos de Europa, ensenándoles el respeto á la
propiedad, la reverencia al poder, la pureza de costum-
bres, el amor al trabajo y á la cultura, y el modo cómo
se habían de constituir en naciones civilizadas; es decir,
pone al alcance de los ninos y de los ignorantes aque­
llas mismas verdades que después tan brillantemente
inculcó á los ilustrados de toda Europa.
No es necesario decir una palabra más para que se
entienda la gran idea de Balmes, de que hasta los niríos
y el pueblo sencillo tengan su apologética, tan sólida en
sus fundamentos como la más científica, pero expuesta
con aquella misma llaneza que tiene la verdad en las
almas espontâneas. Algo pudieron contribuir á desper­
tar en él este pensamiento aquéllos conatos de intru-
sión protestante, contra los que levanta la voz en sus
E scritos p olítico s; pero indudablemente, y él mismo lo
dice, le guió el gran ideal del apóstol San Pedro, propio
de todo apologista, de que todo creyente pueda dar ra­
zón de su fe, para que sea razonable nuestro obséquio
delante de Dios, y no nos arrebate cualquiera torbellino
13

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194 L a Apologética

de falsas doctrinas. Este pensamiento de la apologética


popular es ahora universal entre los católicos, como lo
prueba evidentemente el catecismodel Papa; pero,;cuán-
tos se hubieran encontrado en tiempos de Balmes que
sintieran este ideal, mayormente en una nación donde
no había controvérsia religiosa, porque carecia de todo
culto y de toda escuela que no fuera católica? No le pu-
dieron guiar sino dos pensamientos, propios ambos de
su clara inteligência: primero, el que la certeza previa
de credibilidad, hasta cierto grado es una exigencia de
la misma fe, y en todo grado una perfección suya; y se­
gundo, una previsión despierta de que la transforma-
ción de la sociedad haría indispensable esta cultura para
preservar á muchos del naufragio, y para guardar el
público decoro de la doctrina católica.

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C A PÍTU LO II

Apologética del genio

El talento y el genio.—Los momentos de visión.—Pas-


S u m ario :
teur, Poincaré, Hermite.—Balmes.—Ascensión hasta la unidad
de todo lo real é ideal en Dios.—Descenso hasta las cosas por
la visión de su armonía en Dios.—Comunicación íntima de lo
finito con lo infinito.—Luz de la revelación sobre todas las
cosas.

Lo dicho hasta aqui puede ser obra del ta len to ; pero


según la doctrina balmesiana, por encima está el gen io,
que corre por órbitas muy diferentes en todo ramo de
investigación cientifica. No hay duda que Balmes per-
tenece á esta raza privilegiada, y por esto teorizó con
tanto acierto sobre ella, y nos dió en sus obras pruebas
prácticas tan ejemplares. No podia faltar esta gloria á
sus trabajos apologéticos, y de ella vamos á ocupamos
brevemente en este capítulo, cerrando con él la segun­
da parte de nuestro trabajo.
Estudiando los génios, y sorprendiéndolos en los mo­
mentos sublimes de su contemplación, y, por las voces
que se les escapan, penetrando en el santuario de sus
espíritus, se encuentra uno con un mundo nuevo, supe­
rior al que gozan ordinariamente nuestros vulgares sen­
tidos y nuestras vulgares inteligências, y superior tam-

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196 La Apologética

bién al ordinário ambiente en que respiran aquellas


mismas almas privilegiadas, un mundo donde la luz es
más brillante que en las esferas inferiores, donde el
lenguaje es más intenso, más cálido, más indefinido,
pero de sentido verdaderamente trascendental. Por
falta de otro nombre, yo le Ilamaría el misticismo de
la ciência, como al estado análogo que gozan los es­
tetas le Ilamaría el misticismo de a belleza, tomando
excusa de la semejanza que en este estado tienen el sá­
bio y el artista con el santo, á quien Dios hace merced
de levantar á aquellas luminosas tinieblas donde todo
vive en unidad. Efectivamente, cuando después de fa-
tigosas ascensiones por las vias del discurso, ó bien
arrebatados instantáneamente por as olas de fuego de
la inspiración, contemplamos el genio dominar allá en
la serena cumbre, desde donde con luminosa facilidad
descubre distancias inconmensurables, penetra ciegos
abismos, concuerda las más discordes ideas y relacio­
nes; vemos, admirados, que todos se arrodillan, todos
balbucean palabras inefables de infinito, todos adoran
á Dios, y nos dan la impresión de una mística de la apo­
logética, que abraza la de la belleza, la de la ciência y
la de la santidad.
En la solemne recepción de Past.eur en la Academia
francesa, explicaba este sabio sus laboriosas jornadas
por la vía experimental, y con una humilde sinceridadi
que no puede menos de tener el iluminado, decía cómo
había llegado á la cumbre, cómo allí había visto brotar
una nueva luz divinamente magnífica, que le daba la
clave misteriosa de todo, que le descubría el infinito. Y
decía: «Aquel que proclama la idea del infinito, acumu­
la en esta afirmación más sobrenatural que no hay en
todos los milagros de todas las religiones, porque la
noción del infinito tiene este carácter, que siendo in-

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Apologética del genio 197

comprensible se impone. Cuando esta noción se apode­


ra del entendimiento ino hay sino postrarse! jEs fuerza
suplicar alguna dispensa á la razón! iLos resortes de la
vida intelectual amenazan aflojarse! E l espíritu se sien-
te á punto de ser herido por la sublime locura de Pas­
cal...»
Estas palabras pronunciadas con un tono de profun­
da emoción, electrizaron de entusiasmo á toda la asam-
blea, que de todos lados aplaudió fervorosamente.
El matemático Poincaré, á quien no podemos poner
al lado de Pasteur en línea de catolicismo, escribía el
ano 1890: «El sabio digno de este nombre, el geómetra
sobre todo, delante de su obra siente la misma impre­
sión que el artista: su fruición es tan grande como la
de éste y de la misma naturaleza. Si no escribiera sólo
para un público aficionado á la ciência, yo no me atre­
veria á expresarme así, temeria la incredulidad de los
profanos. Pero aqui ya puedo decir todo mi pensamien-
to. Nuestro trabajo se dirige menos á obtener esos re­
sultados positivos que el vulgo senala por blanco de
nuestras aspiraciones, que á llegar á sentir esta emo­
ción estética, y comunicaria á los que son capaces de
experimentaria» (1).
M. Pautonnier, apelando al testimonio de los discí­
pulos de M. Hermite, escribe: «Cuando él, brillantes los
ojos, emocionada su voz, como un poeta, como un vi­
dente, hablaba de las funciones, sentíamos que real­
mente existían para él y que estaba lleno de admiración
por ellas. Después de esto adelantâbamos un poco más
en el pensamiento de Aquel que todo lo ha dispuesto
con número y medida; el entusiasmo de este maestro
incomparable se comunicaba á sus oyentes, que llega-
(1) Notice sur H alphen. Journal de 1’École P olytechnique, 1890, p á­
gina 143.

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198 La Apologética

ban á olvidar las conveniências del lugar rompiendo en


aplausos» (1).
Pero nadie lo dice mejor que el mismo Balmes en un
fragmento póstumo, donde, entreviendo las íntimas re­
laciones que tienen entre sí todas las ciências derivadas
de un centro común en lo infinito, sorprende visiones
semejantes en los demás sábios, y exclama: «Entonces
es cuando Newton llamará á Dios el gran geómetra;
entonces es cuando Descartes, Pascal, Malebranche y
Leibnitz cuentan, con el lenguaje de un hombre inspi­
rado, que observando la Naturaleza han encontrado por
todas partes el dedo del Todopoderoso, y que, desco-
rriendo el velo de la Naturaleza, han visto el trono de
la divinidad, y que interrogando al Universo para que
les revelara sus arcanos, han oído que los cielos y la
tierra entonaban al Criador un himno de gloria y ala-
banza» (2).
L a virtud arrebatadora de estos espíritus es mara-
villosa; más que de persuasión es de simpatia, de con­
tagio, de seducción, de iluminación. de revelación hu­
mana; es una apologética superior, algo semejante á la
fuerza divina con que la palabra y la mirada de Jesus
transfundían á sus oyentes eflúvios de divinidad.
Y Balmes es ciertamente del número de estos elegi­
dos. Con frecuencia, en la serena altura de su discurrir,
se le ve súbitamente transfigurado, y en medio de una
nube de luz murmura palabras, en las que se nota el
sublime estremecimiento de un espíritu al contacto con
la divinidad. Escogeré algunos de estos pasajes, que tal
vez en ningún escritor abundan tanto como en Balmes,
lo cual nos dice—lo que por otra parte ya es evidente—
(l) U enseignem ent secondaire scientifique,—L'enseignem ent chré-
tien, 1894, pág. 271.
(2i E scritos P óstum os , pág. 71.

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Apologética del genio 199

que más que talento era genio, y que su facultad carac-


terística, más que el discurso, era la intuición ó la ins-
piración, como él mismo la llama.
En su F ilo s o fia F u n d am en tal es donde abundan
más estos raptos sublimes de la inteligência, y es natu­
ral que sea así, porque en esta obra busca los primeros
princípios de lo verdadero, que forzosamente han de
estar más cerca de la divinidad.
Así una de las cuestiones capitales que propone en
el primer libro es la de la ciência trascendental, ó sea,
la de aquella verdad de la cual dimanan todas las ver­
dades. Y contesta: «En el orden de los seres hay una
verdad origen de todas; porque la verdad es la realidad,
y hay un Ser autor de todos los seres. Este ser es una
verdad, la verdad misma, la plenitud de la verdad; por­
que es el ser por esencia, la plenitud del ser.
»Esta unidad de origen la han reconocido en cierto
modo todas las escuelas filosóficas. Los ateos hablan de
la fuerza de la naturaleza; los panteístas, de la subs­
tancia única, de lo absoluto, de lo incondicional; unosy
otros han abandonado la idea Dios, y trabajan por re-
emplazarla con algo que sirva de origen á la existência
del universo y al desarrollo de sus fenómenos.
»En el orden intelectual universal hay una verdad
de la cual dimanan todas; es decir, que esa unidad de
origen de todas las verdades, no sólo se halla en las
verdades realizadas ó en los seres considerados en sí
mismos, sino también en el encadenamiento de ideas que
representan á estos seres. Por manera que si nuestro
entendimiento pudiese elevarse al conocimientode todas
las verdades, abrazándolas en su conjunto, en todas las
relaciones que las unen veria que, á pesar de la disper-
sión en que se nos ofrecen en las direcciones más remo­
tas y divergentes, en llegando á cierta altura van con-

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200 La Apologética

vergiendo á un centro, en el cual se enlazan, como


las madejas de luz en el punto luminoso que las des-
pide.
»Los teólogos, al paso que explican los dogmas de
la Iglesia, siembran á menudo en sus tratados doctrinas
filosóficas muy profundas. Así Santo Tomás, en sus
cuestiones sobre el entendimiento de los ángeles y en
otras partes de sus obras, nos ha dejado una teoria mu3r
interesante y luminosa. Según él, á proporción que los
espíritus son de un orden superior, entienden por un
menor número de ideas; y así continua la disminución
hasta llegar á Dios, que entiende por medio de una idea
única, que es su misma esencia. De esta suerte, según
el santo doctor, hay no sólo un ser autor de todos los
seres, sino también una idea única, infinita, que las en-
cierra todas. Quien la posea plenamente lo verá todo en
ella; pero como esta plenitud, que en términos teológi­
cos se llama comprensión, es propia únicamente de la
inteligência infinita de Dios, las criaturas, cuando en la
otra vida alcancen la visión beatífica, que consiste en la
intuición de la esencia divina, verán más ó menos obje­
tos en Dios, según sea la mayor ó menor perfección con
que le posean. ;Cosa admirable! El dogma de la visión
beatífica, bien examinado, es también una verdad que
derrama torrentes de luz sobre las teorias filosóficas.
E l sueno sublime de Malebranche sobre las ideas
era quizás una reminiscência de sus estúdios teoló­
gicos» (1).
Analiza después los sistemas absurdos á que ha con-
ducido á los filósofos el ansia desorientada de dar con la
fuente de toda verdad, y llega al panteísmo, al sistema
de la identidad universal. Aqui se ilumina su espíritu al
oir la palabra unidad, tan amada del genio, y exclama:
(1) Filosofia F undam ental, I, pág. 36.

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Apologética del genio 201

«Estos sistemas tan absurdos como funestos, y que bajo


formas distintas y por diversos caminos van á parar al
panteísmo, encierran, no obstante, una verdad profun­
da, que, desfigurada por vanas cavilaciones, se presen-
ta como un abismo de tinieblas, cuando en sí es un rayo
de vivísima luz.
»E1 espíritu humano busca con el discurso lo mismo
á que le impele un instinto intelectual: el modo de re-
ducir la pluralidad la unidad, de recoger, por decirlo
así, Ia variedad infinita de las existências en un punto
del cual todas dimanen y en que se confundan. El en­
tendimiento conoce que lo condicional ha de refundirse
en lo incondicional, lo relativo en lo absoluto, lo finito
en lo infinito, lo múltiple en lo uno. En esto convienen
todas las religiones, todas las escuelas filosóficas. La
proclamación de esta verdad no pertenece á ninguna
exclusivamente; se la encuentra en todos los países del
mundo, en los tiempos primitivos, junto á la cuna de la
humanidad. Tradición bella, tradición sublime, que,
conservada al través de todas las generaciones, entre
el flujo y reflujo de los acontecimientos, nos presenta la
idea de la divinidad presidiendo al origen y al destino
del universo.
»Sí; la unidad buscada por los filósofos es la Divini­
dad misma, es la Divinidad cuya gloria anuncia el fir­
mamento, y cuya faz augusta nos aparece en el interior
de nuestra conciencia con resplandor inefable. Sí; ella
es la que ilumina y consuela al verdadero filósofo, y
ciega y perturba al orgulloso sofista; ella es la que el
verdadero filósofo llama Dios, á quien acata y adora en
el santuario de su alma, y la que el filósofo insensato
apellida el y o, con profanación sacrílega; ella es la que,
considerada con su personalidad, con su conciencia, con
su inteligência infinita, con su perfectísima libertad, es

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202 La Apologética

el cimiento y la cúpula de la religión; ella es la que, dis­


tinta del mundo, le ha sacado de la nada, la que le con­
serva, le gobierna, le conduce por misteriosos senderos
al destino sefialado en sus decretos inmutables» (1).
No se cansa de emprender repetidas veces este vuelo
al infinito como centro de unidad y armonía. En el mismo
libro 1 de la F ilo s o fia F u n d am en tal (2) tropieza con una
teoria de Santo Tomás sobre las condiciones de la inteli-
gibilidad, la cual, según el Santo, es superior á la misma
inteligência, y en su plenitud propia de sólo Dios. Esta
teoria, dice Balmes, será más ó menos sólida; pero se
ve que le entusiasma aquella subliraidad magnífica de
encontrar únicamente en Dios la ciência verdadera-
mente universal y trascendental por la identidad de la
inteligência y lo inteligible, todo en su plenitud abso­
luta, y que las criaturas, para encontrar la razón de
nuestra pequefia ciência, hayamos de subir más arriba
del universo y llegar â una actividad primera, infinita,
que sea el centro de toda relación y armonía intelec­
tual.
Al bajar de estas alturas, con los ojos llenos de luz
divina, entonces sí que contempla la armonía de todas
las cosas. «La verdad completa, como el bien perfecto,
no existen sin la armonía; ésta es una ley necesaria, y
á ella está sujeto el hombre. Como nosotros no vemos
intuitivamente la verdad infinita en que todas las ver­
dades son una, en que todos los bienes son uno, y como
estamos en relación con un mundo de seres infinitos y
por consecuencia múltiplos, hemos menester diferentes
potências que nos pongan en contacto, por decirlo así,
con esa variedad de verdades y bondades infinitas; pero
como éstas á su vez nacen de un mismo principio y se
(1) Filosofia F u n d a m e n ta l, I, pág. 90.
(2) Capítulo X I I .

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Apologética del genio 203

dirigen á un mismo fin, están sometidas á la armonía,


que es la unidad de la multiplicidad» (1).
Así como en el orden de los seres no encuentra la
ciência trascendental, es decir, el origen y armonía de
toda verdad real, sino en Dios; así en el reino de las
ideas no puede descansar sino en el seno de la divinidad,
tanto si mira el contenido de verdad objetiva, como
el orden admirable del pensar universal entre los hom­
bres.
Tal vez dirán que ésta no es verdadera demostra-
ción científica, ó, si lo es, supone ya la existência de
Dios alcanzada por las pruebas comunes, y que á éstas
no afiade sino vislumbres de platonismo ó ejemplarismo
divino. Sea así, según los moldes científicos; mas no hay
duda que en estos momentos sublimes la verdad adquie-
re una luz de belleza, un calor de adhesión, que da al
espíritu la impresión de algo superior, no sentido en los
fatigados pasos del discurso. Unos pocos momentos de
esta espiritual iluminación, ;cómo arrebatan el alma, y
dejan una huella que no pueden borrar todos los azares
de la vida! Y esta luz que tan inefablemente esclarece
y recrea al genio privilegiado, se comunica también
á sus lectores, aumque sólo por atenuado reflejo, los
cuales adquieren por este camino una eonfirmación ó
ultrademostración de las verdades poseídas ya por el
raciocínio. Oigamos otra vez cómo nos describe la
armonía que despierta en su espíritu el concierto inte­
lectual.
«Y aqui observaré de paso que esa comunidad de
razón entre todos los hombres de todos los países, de
todos los siglos; esa admirable unidad, que se halla en
medio de tanta variedad; ese acuerdo fundamental que
no destruyen la diversidad y contradicción de opinio-
(1) F ilosofia F undam ental, I, pág. 330.

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204 La Apologética

nes, es una prueba evidente de que las almas humanas


tienen un origen común, que el pensamiento no es obra
del acaso, que más arriba de las inteligências humanas
hay otra inteligência que les sirve de apoyo, que las
ilumina, dotándolas, desde el prinier momento de su
existência, de las facultades que necesitan para perci-
bir y cerciorarse de lo que perciben. El orden admirable
que reina en el mundo material, el concierto, la unidad
de plan que se descubre en él, <ino son una prueba más
concluyente de la existência de Dios que el orden, el
concierto, la unidad que nos ofrece la razón en su asen-
timiento á las verdades necesarias?
»Por mi parte, confieso ingenuamente que no en-
cuentro prueba más sólida, más concluyente, más lumi­
nosa, de la existência de Dios, que la que se deduce del
mundo de las inteligências. Ella tiene sobre las demás
una ventaja, y consiste en que su punto de partida es el
hecho más inmediato á nosotros: la conciencia de nues­
tros actos. Es verdad que la prueba más acomodada á
la capacidad del común de los hombres es la que se
funda en el orden admirable que reina en el universo
corpóreo; pero es porque no se han acostumbrado á me­
ditar sobre los objetos insensibles, sobre lo que experi-
mentan dentro de sí propios, y por consiguiente abun-
dan más de conocimiento directo que de fuerza de
reflexión.
»Pregunta el ateo qué medio tenemos para cercio-
rarnos de la existência de Dios, y como que exige una
aparición de la divinidad para creer en ella: pues bien,
esa aparición existe, y no fuera de nosotros, sino dentro
de nosotros; y si es perdonable que no la vean los hom­
bres poco reflexivos, no lo es el que no acierten á des-
cubrirla los que se precian de entendidos en ciências
metafísicas. E l sistema de Malebranche de que el hom-

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Apologética del genio 205

bre lo ve todo en Dios, es insostenible, pero revela un


pensador muy profundo» (1).
«Un hecho real ha de tener un principio real; un fe­
nómeno universal ha de tener una causa universal; un
fenómeno, independiente de todo entendimiento finito,
ha de nacer de alguna causa independiente de todo en­
tendimiento finito. Luego existe una razón universal,
origen de todas las razones finitas, íuente de toda ver­
dad, luz de todas las inteligências, lazo de todos los
seres- Luego sobre todos los fenómenos, sobre todos los
indivíduos finitos, existe un ser, en el cual se halla la
razón de todos los seres, una grande unidad, en la cual
se halla el lazo de todo orden, de toda comunidad de los
demás seres.
»Luego la unidad de la razón humana da una cum-
plida demostración de la existência de Dios. La razón
universal no existe; y la razón universal es una pala­
bra sin sentido, si no significa un sér por esencia, inte­
ligente, activo, productor de todos los seres, de todas
las inteligências, causa de todo, luz de todo» (2).
Hecha ya esta ascensión admirable hasta el trono
de la divinidad, vuelve á bajar por esta escala de Ja-
cob hasta las criaturas, dejando bien marcados los
grados para guia de los demás. «Partiendo de los fenó­
menos observados en la razón individual, hemos llega-
do á la razón universal; hagamos, por decirlo así, la
contraprueba: tomemos esta razón universal subsisten­
te, y veamos si se explican las razones individuales en
sí, y en sus fenómenos.
»^Qué son las verdades necesarias? Son las relacio­
nes de los seres, tales como están representadas en el
sér, que contiene la plenitud del sér. Ninguna razón
(1) Filosojia F undam ental, I I I . pág. 127.
(2) Filosofia F u n dam ental, III. pág, 134.

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206 La Apologética

individual finita es entonces necesaria para estas ver­


dades; la razón de ellas se halla en un ser infinito.
»La esencia de todas las cosas, abstraída de todos
los seres particulares, es algo real, no en sí y por se­
parado, sino en el ser donde se halla la plenitud de
todo.
*En este supuesto, las ciências no se ocupan de va-
nas ideas, ni de meras creaciones de nuestra razón,
sino de relaciones necesarias representadas en un sér
necesario, conocidas por El desde la eternidad.
*La ciência es posible: hay algo necesario en los
objetos contingentes; la destrucción de éstos no des-
truye los tipos eternos de todo sér, único que considera
la ciência.
» I odas las razones individuales, nacidas de un mis­
mo origen, participan de una misma luz; todas viven
de una misma vida, de un mismo património, indivisi-
ble en el principio creador, divisible en las criaturas.
Luego la unidad, ó mejor la uniformidad ó comunidad
de la razón humana, es posible, es necesaria.
»Luego la razón de todos los hombres tiene por lazo
común la inteligência infinita: luego Dios está en nos­
otros; y encierran profundísima filosofia aquellas pa­
labras del Apóstol: «in ipso vivim u s, m ovem ur et
sum us».
*Así se concibe por qué no podemos sefialar la ra ­
zón dc muchas cosas: las vemos; son así; son necesa­
rias; nada más podemos decir. El triângulo no es círcu­
lo; ;qué razón senalaremos? ninguna. Es así, y nada
más. Y ipor qué? Porque efectivamente existe una
necesidad inmediata en la relación representada en el
sér infinito, que es verdad por esencia. La misma inte­
ligência infinita no ve más razón de sí misma que á sí
misma. En la plenitud de su sér lo encuentra todo, y

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Apologética de! genio 207

las relaciones de todo; más allá, no hay nada. Al crear


las razones individuales, les ha dado una intuición de
esas relaciones; no hay discurso para probarlas; las ve­
mos, y nada más.
»Con Dios todo se aclara; sin Dios, todo es un caos.
Esto es verdad en el orden de los hechos, y no lo es
menos en el orden de las ideas. Nuestra percepción es
también un hecho; nuestras ideas son hechos también:
á todo preside un orden admirable, en todo hay un en­
lace que no podemos destruir; y ni este enlace, ni este
orden, depende de nosotros. La palabra razón , tiene
un significado profundo: porque se refiere á la inteli­
gência infinita. No puede haber dos razones humanas,
siendo verdadero para uno, lo que sea falso para otro:
independientemente de toda comunicación entre los
espíritus humanos, y de toda intuición, hay verdades
necesarias para todos. Si queremos explicar esta uni­
dad, es necesario salir de nosotros, y elevamos á la
grande unidad de donde sale todo, y á donde se dirige
todo.
»Este punto de vista es alto, pero es el único: si nos
apartamos de él, no vemos nada; estamos precisados á
emplear palabras que nada significan. iPensamiento
sublime y consolador! aun cuando el hombre no se
acuerda de Dios, y quizás le niega, tiene á Dios en su
entendimiento, en sus ideas, en todo cuanto es, en todo
cuanto piensa; la fuerza perceptiva se Ia ha comunicado
Dios: la verdad objetiva se funda en Dios: no puede afir­
mar una verdad, sin que afirme una cosa representada
en Dios. E sta comunicación íntima de lo finito con
lo infinito, es una de las verdades más ciertas de la
metafísica: aunque las investigaciones ideológicas no
produjesen más resultado que el descubrimiento de una
verdad tan importante, deberíamos tener por muy

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208 La Apologética

aprovechado el tiempo que hubiésemos consumido en


ellas» (1).
Esto es razón. Veamos estas iluminaciones en Ias
mismas verdades de revelación.
Acaba el libro tercero de la F ilo s o fia F u n dam en ­
ta l que versa sobre la extensión y el espacio, con el
capítulo X X X III titulado Un triu n fo de la relig ió n en
el terren o de la filo s o fia : este triunfo es el mistério de
la Eucaristia. Del estúdio de los objetos externos ha
resultado la multiplicidad y la continuidad, y analizan-
do las condiciones esenciales de los cuerpos, se conclu-
ye que es necesaria la primera, pero no la segunda.
Ciertamente que esto no da la explicación del mistério,
que por ser tal supera todas las fuerzas humanas; pero
nos certifica al menos de su no repugnância, é ilumina
con luz nueva y superior el profundo abismo de las
esencias de las cosas. Con este fulgor se enciende su
espíritu, y se levanta â las alturas de la fe, y de allí ve
cómo los dogmas religiosos proyectan resplandores vi-
vísimos sobre el universo científico, y precisamente en
el punto donde más urge su dificultad.
«Con profunda verdad dijo Bacón de Verulamio
que poca filosofia aparta de la religión y que mucha
filosofia conduce á ella; un estúdio detenido de las di­
ficultades que se objetan al cristianismo manifiesta una
verdad, que además está confirmada por la historia de
diez y ocho siglos: las dificultades contra la religión
católica, cuando se presentan muy graves, lejos de
probar nada contra ella, encierran alguna prueba que
la confirma más y más; el secreto para que esta prueba
se manifieste, es esforzar la dificuitad misma, y exa­
minaria profundamente bajo todos sus aspectos. El pe­
cado original es un mistério, pero este mistério explica
(1) Filosofia F undam ental, U I, pág. 141.

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Apologética del genio 209

el mundo entero; la Encarnación es un mistério, pero


este mistério explica las tradiciones del humano linaje;
la fe está llena de mistérios, pero esta fe satisface una
de las más grandes necesidades de la razón; la historia
de la creación es un mistério, pero este mistério escla­
rece el caos, alumbra el mundo, descifra la historia de
la humanidad; todo el cristianismo es un conjunto de
mistérios, pero esos mistérios se enlazan por ocultos
senderos, con todo lo que hay de profundo, de grande,
de sublime, de bello, de tierno en el cielo y en la tierra;
se enlazan con el indivíduo, con la familia, con la so­
ciedad, con Dios, con el entendimiento, con el corazón,
con las lenguas, con la ciência, con el arte. E l investi­
gador que no se acuerda de la religión, y que tal vez
busca médios para combatirla, la encuentra en la en­
trada y en la salida de los caminos misteriosos, junto á
la cuna del nino, como al umbral de los sepulcros, en
el tiempo como en la eternidad, explicândolo todo con
una palabra, arrostrando impasible los despropósitos
de la ignorância y los sarcasmos del incrédulo, y espe­
rando tranquila que el curso de los siglos venga á dar
la razón al que para tenerla no necesitaba que los si­
glos comenzaran á correr» (1).
Cl) Filosofia F u ndam ental ,U , pág. 331.

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PARTE TERCERA
La apologia

Introducción

El haber escrito en la introducción general que esta


tercera parte contendrá las pruebas apologéticas no
reducidas á sistema científico, no quiere decir en ma­
nera alguna que la obra de Balmes, que resta después
de lo poco que hemos examinado hasta aqui, no tenga
un plan perfecto y eficaz; solamente excluye un orden
razonado, que así por la naturaleza intrínseca de las
pruebas, como por el método, sea propio de la apologé­
tica científica, es decir que inmediatamente y con evi­
dencia pruebe el hecho de la revelación. Generalmente
son argumentos tomados del orden moral, en toda su
vastísima amplitud, tienen una virtud magnífica de
probar la excelencia de la religión ó de alguna de sus
cualidades, y sirven maravillosamente ó como confir-
mación de la verdad ya adquirida, ó finalmente corno
encomio de honor y alabanza humana á la obra de J e ­
sucristo. La sociedad y el hombre: he aqui las dos fuen-

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212 L a Apologia

tes inagotables, á donde acuden sedientos todos los


sábios, y á donde corre Balmes con sed inexhausta; pero
él quiere penetrar en las entrafias graníticas de donde
mana el agua regalada, para llevar á todos hasta su
primitivo origen que es la religión.
Para dar completa esta empresa apologética, ha-
bríamos de trasladar aqui toda la obra de Balmes, por­
que en la aureola con que quiere ceftir la frente de la
Iglesia no quiso poner menos que todos los rayos de su
claro entendimiento y de su bellísimo corazón: siendo
esto imposible, agruparé en dos series los principales
argumentos con que dignifica ó la religión en general,
ó alguno de sus aspectos particulares.

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SECCIÓN PRIMERA

Apologia general del Catolicism o

Aunque no se encontrará obra de Balmes que di-


recta ó indirectamente no resulte una apologia del Ca­
tolicismo, siempre según su sistema particular y modo
de ver característico social y humano, tiene una so­
bre todo, donde, como en vasta enciclopédia, acumuló
todos los materiales, y los ordenó en un sistema fácil y
universal. E s E l P rotestan tism o com parado con el
C atolicism o, en sus relacion es con la civilización eu ­
ropea.
En su riquísima inteligência vivia el ideal de muchas
obras que abarcaban todo el hombre y toda la sociedad.
E l ideal religioso, en primer término, aquel fundamento
divino que él veia en el fondo de todas las cosas, y en la
perfección suprema de nuestros actos; el desarrollo in­
tegral de todas las energias espirituales del hombre,
comprendidas en el nombre sugestivo de civilización,
y que él veia posible encerrar en una historia del espí­
ritu humano, que varias veces indica en sus escritos; el
orden intelectual en particular, que contemplaba en dos
cuadros maravillosos, aunque absolutamente opuestos,

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214 L a Apologia

uno del concierto armónico de todas, las ciências, y otro


del caos monstruoso de todas las humanas aberraciones:
he aqui el horizonte casi infinito, per donde se esplaya-
ban sus privilegiadas facultades. Pues todo esto es lo
que redujo á matéria de apologia, con orden completo,
con mirada profunda, con exposición brillante, con in-
vencible efecto de persuasión.
Cuatro partes tiene el libro: orden religioso, orden
social ó de civilización, orden polhico, orden intelec­
tual. Aunque según la corteza exterior podría parecer
una obra única ó principalmente polémica y negativa,
toda vez que, conforme á sus mismas palabras, quiere
demostrar «que ni el indivíduo, ni la sociedad, nada le
debían al Protestantismo, bajo el aspecto religioso,
bajo el social, bajo el político y literário» (1); pero la
verdad es que esto no es sino una conclusión deducida
espontáneamente del hecho positivo de la cultura ca­
tólica que todo lo invade y penetra. La savia poderosa
que ha nutrido y nutre todavia el mundo civilizado,
se deriva del Catolicismo; bajo su influencia, activando
él la circulación, y regenerándola continuamente de
las impurezas humanas, se desarrolló este hermoso es­
píritu europeo en todos los órdenes de la vida; y si no
llegó á asimilarse el mundo entero, y no hemos podido
contemplar realizado el ideal, cúlpese al Protestan­
tismo, que en mal hora interrumpió la corriente vital,
desorientó el espíritu de Europa, separó sus energias,
é introdujo en la sociedad los gérmenes de todas las
infecciones que amenazan desorganizar todo el orga­
nismo, y no alcanzan á lograrlo todavia, porque aún
resiste poderosamente la levadura del Catolicismo.
Este es el pensamiento total de la obra, al cual hace
contribuir la teologia, la filosofia, toda la cultura cien-
(1) Cap. L X X I I I .

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Apologia general del Catolicismo 215

tífica y literaria, la complicada ciência social, los pro­


fundos conocimientos humanos, y sobre todo la his­
toria y la filosofia de la historia, que, si no viéramos
á Balmes eminente en todo, creeríamos ser su vo-
cación.
Con una idea, si no completa, á lo menos aproxi­
mada del plan de las cuatro partes en que se divide la
obra, y con un desarrollo de sus argumentos que nos
permita medir la fuerza de cada uno, podemos for­
mamos una idea de la Apologia balmesiana. En el
capítulo primero daremos una síntesis de todo el libro,
para que de una mirada se pueda dominar su bellísimo
conjunto; y en los demás iremos explanando las gran­
des ideas que forman el esqueleto que le da robustez y
elegancia. Así responderemos en lo posible al doble
fin teórico y práctico que nos hemos propuesto.
En cuatro partes principales se divide la grande
obra de Balmes en que hace su apologia del Catoli­
cismo: carácter religioso, influencia civilizadora, doc­
trina política, fomento intelectual.

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CAPÍTULO PRIMERO

Síntesis de toda la obra

Art. I

P a r t e p r im e r a . C a r á c t e r relig io so

L a primera parte (1) mira el Catolicismo como doc­


trina religiosa, no precisamente buscando su verdad
por demostraciones filosóficas ó teológicas, sino en su
aspecto humano, como en toda la obra, buscando el
carácter que la hace aptísima para contener al hombre
dentro de la religión. Este carácter lo encuentra en la
eterna firmeza de su verdad, sustentada en el funda­
mento indestructible de la autoridad, que es divina por
su esencia ó por delegación de poder. Es una con-
dición tristísima de nuestro espíritu la movilidad: el
dia que se escribiera la historia de las observaciones
humanas, nos horrorizaríamos de ese monstruo pro­
teico (2). Contra este defecto natural, que haría im­
posible toda construcción normal, el Criador nos ha
dado entre otros recursos un providencial instinto de
te, esencial al indivíduo (3), más necesario aún á la so-
(1) Cap. i - X II.
(2) Cap. II.
(3) Cap. V .

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Síntesis de toda la obra 217

ciedad, y sobre todo á las más adelantadas, por la obs­


cura vaguedad que tienen las ciências en sus últimos
princípios (1).
El Protestantismo es esencialmente la destrucción
de este fundamento, un ataque ciego á este instinto
racional, la libertad desenfrenada de la aberración, no
tiene nada positivo de que pueda afimar «esto es mío»,
es una confusión, es una anarquia (2). De aqui habían de
nacer necesariamente en el orden religioso dos vicios
extremos, á cual más nocivos á la religión: el fana­
tismo y el indiferentismo. Nació primero el fanatismo,
y ]con qué fiereza! (3), y no producido al acaso ó por
condición humana, sino criado por ley interna de los
mismos princípios protestantes, y fomentado hasta al
delirio (4). E l segundo hijo fué el indiferentismo y
ateísmo, con todas sus consecuencias, que todavia per-
duran, y se van desarrollando pavorosamente (5). Ha
llegado al limite de la deíormación humana, negando
la humana libertad, después de haberla halagado hasta
la idolatria. La sociedad, ni aun en los pueblos que
han adoptado la secta protestante, por instinto de con-
servación no ha seguido aquéllos princípios disol-
ventes; sino que se ha atenido á la voz firme y serena
del Catolicismo, que no cesa de vindicar la libertad.
jQué gran servicio ha sido éste para la dignidad hu­
mana! (6)
Este es el nervio doctrinal de la primera parte,
revestido espléndidamente de reflexiones filosóficas,
de hechos históricos, y sobre todo de aplicaciones apo-
(1) C ap. V I.
(2) C ap. IV .
(3) Cap. V II.
(4) Cap. V III.
(5) Cap. IX .
(6) Cap. II.

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218 La Apologia

logéticas, que hacen agradable al mismo tiempo que


robusta su expresión.

A r t . II

P a rte seg u n d a . In flu en cia c iv iliz a d o ra

L a segunda parte (1) es una apologia del Catoli­


cismo por su influencia en la civilización. En dos
capítulos (2) nos presenta vivientes las dos civiliza-
ciones, la antigua y la moderna, la pagana y la cris-
tiana. £De dónde viene un contraste que subyuga
invenciblemente al más protervo? Viene de que el Ca­
tolicismo ha poseído y dado en património á la huma­
nidad las verdaderas doctrinas sobre el indivíduo, la
familia y la sociedad, absolutamente ignoradas por
el paganismo (3).
El paganismo había reducido la humanidad á la
esclavitud, para servir al placer de unos pocos: Ia pri­
mera batalla del Catolicismo fué detrolver al indivíduo
su libertad material. Conflicto trágico, porque ni podia
telerarse aquella degradación, ni era posible resol-
verlo con violência y de golpe, sin precipitar la so­
ciedad y los mismos infelices en una situación todavia
más miserable. La Iglesia se constituye en escu ela de
doctrina y en asociación regeneradora, para llegar á
la abolición de la esclavitud, usando prudente y eficaz­
mente todos los médios de doctrina y de acción.
jCuánto tanteo! jqué variedad de procedimientos! iqué
larga serie de siglos de lento obrar, pero qué pertinácia
en tender al fin hasta lograrlo! (4)
(1) Cap. X I I I - X L V I I .
(2) Cap. X I V y X X .
(3) Cap. X X .
(4) Cap. X 1 V -X IX .

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Síntesis de toda la obra 219

Esta libertad material fué acompafiada de otra


muy superior, espiritual, fundamento de la primera,
que es la conciencia de la dignidad del hombre como
tal, y el aprecio consiguiente, hecho ley universal é
inviolable de todos los pueblos. Aqui no hubo términos
médios en la doctrina, ni lentitudes de procedimiento:
desde el primer momento proclamó el Catolicismo la
liberación de la humanidad delante de Dios y delante
de los hombres. Al hombre se le ha de apreciar por
ser tal, y además por ser redimido por Jesucristo, y
aqui no hay distinción de senor y esclavo, de sabio é
ignorante; no hay poder humano superior á esta no-
bleza esencial. De esto nadie supo una palabra antes
de Jesucristo; ahora es património de toda la huma­
nidad (1).
Después del indivíduo viene la fa m ília , y ésta
también ha sido restaurada por el Catolicismo. ^Cómo?
Por el matrimonio, único, indisoluble, y elevado á la
santidad de sacramento (2). L a mujer, abyecta y de­
gradada entre los paganos, es elevada á la dignidad de
madre, y al honor sagrado de la virginidad (3).
Pasemos á la socied ad . La civilización moderna
posee una serie de ideas y sentimientos nobilísimos
que la distinguen de la antigua, elevándola á un
grado inmensamente superior de perfección. Las prin-
cipales son: una conciencia pública llena de mora­
lidad (4), una suavidad de costumbres correspondiente
á la dignidad humana (5); un notable espíritu de amor
y beneficencia (6); una grande inclinación á la mutua
(1) C»p. X X I - X X I I I .
(2) Cap. X X I V , X X V .
(3) Cap. X X V I y X X V I I .
(4) Cap. X X V I I I , X X I X .
(5) Cap. X X X I , X X X I I .
(6) Cap. X X X I I I

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220 L a Apologia

tolerância (1). Todo esto es cristiano; mejor dicho, es


católico, porque el protestantismo no hizo sino destruir
las doctrinas é instituciones en que se apoyaban
estas preciosísimas cualidades (2). Una institución
hay acusada de contraria al espíritu de la civiliza­
ción moderna: la inquisición. En el cap. 37 la vin­
dica completamente con una serenidad y verdad que
enamora.
Es ley enteramente balmesiana, que ninguna doc­
trina tiene permanente eficacia social, mientras no en­
carna en instituciones. Por esto después de estudiar
las doctrinas y sentimientos inoculados por el Catoli­
cismo en la nueva civilización, pasa revista á las insti­
tuciones eclesiásticas que han realizado en la sociedad
los grandes ideales católicos: los institutos religiosos.
Dificilmente se habrá escrito otra apologia de las ór-
denes religiosas más amplia, más intensa, más conven­
cida, y que se imponga con más eficacia á todo espíritu
amante de la civilización. Estudia sus móviles y su
acción, no solamente con relación á la vida religiosa,
sino muy especialmente en orden al desarrollo de todo
el espíritu humano (3). Pasa revista de todos los gra­
dos diversísimos con que se han presentado estas insti­
tuciones, siempre respondiendo á una necesidad social:
los solitários (4), los monasterios de Oriente (5), los
monasterios de Occidente (6), las órdenes militares y
las cruzadas (7), las órdenes mendicantes (8), las de

(1) Cap. X X X I V - X X X V I
(2) Cap. X X X .
(3) Cap. X X X V III.
(4) Cap. X X X I X .
(5) Cap. X L .
(6) Cap. X L I.
(7) Cap. X L II.
(8) Cap. X L III.

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Síntesis de toda la obra 221

redención (1), los Jesuítas (2), las futuras órdenes reli­


giosas conforme al estado actual de los pueblos, donde
predice con previsión admirable lo que nosotros vemos
realizado (3). La apologia máxima de los institutos re­
ligiosos, él la ve en una obra colosal que llevara para­
lelamente la historia de las religiones y la de los
pueblos donde se han establecido, demostrando la in­
fluencia social que de ellas se ha derivado.
Delante de estos ejércitos de la santidad y de la civi­
lización, que después de educar á Europa, empezaban en
el siglo xvi la epopeya de conquistar los pueblos bárba­
ros, no puede contener una explosión de ira contra el
Protestantismo, que desvió y dividió el espíritu de
Europa, con evidente dafio de esta grande empresa.
Pocas páginas habrá escrito tan vibrantes y de tan alto
vuelo como este capítulo X L V , con que interrumpe la
serie histórica que venía desarrollando, y lo pone como
introducción á la bellísima y amorosa vindicación que
en el siguiente hace de la Companía de Jesús.

A r t . III

P a r te te r c e r a .—D o c trin a po lítica

En la tercera parte de su grande obra (4) analiza


Balmes las relaciones del Catolicismo con la política.
El resumen sintético es el siguiente:
Origen y naturaleza del poder civil (5); condiciones
de la obediência (6) y la resistência (7); formas políti-
(1) Cap. X L I V .
(2) Cap. X L V I .
(8) Cap. X L V II.
(4) Cap. X L V III-L X V III,
(5) Cap. X L V III-L IIi,
(6) Cap. L IV .
(7) Cap. L V , L V I.

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222 La Apologia

cas de la monarquia ó la democracia (1); libertad polí­


tica del ciudadano (2). Todo esto es estudiado con tanta
profundidad de conceptos y copia de erudición, como si
se tratara de una obra técnica. Pero siempre resulta su
ideal apologético. Nadie ha dado la verdadera noción
del poder, sino el Catolicismo; nadie ha acertado con
su verdadero origen; nadie ha conocido la armonía de
la fuerza con la benignidad; nadie ha sabido dar firme­
za á la autoridad sin hacerla despótica, ni al amor sin
hacerle débil; nadie ha sabido distinguir teórica y prác-
ticamente la obediência del servilismo, ni la justa re­
sistência de la rebelión. La libertad política es una
consecuencia ó una condición de la libertad humana,
hija legítima del Catolicismo. El fué quien debilitó el
tirânico poder feudal para fundar los antiguos estados
europcos, esencialmente democrát:cos, riquísimos en
libertades populares, amparadas por el poder eclesiás­
tico, amigo del pueblo é independiente de la autoridad
real y de la fuerza militar. El Protestantismo es quien,
adulando la soberbia y la codicia real por un lado, y
por otro fomentando rebeliones fanáticas de la multi-
tud, creó el regalismo, tirano de las libertades popu­
lares. Hasta Espana, donde no llegó el torbellino
protestante, sufrió la influencia cesarista que invadió
la Europa, y fué ahogando la vida espontânea de sus
reinos, hasta acabar en una copia del centralismo
francês (3). Recapitula en el L X V IL toda esta matéria
tan simpática al espíritu moderno, y tan sentida por
una de las almas más enamoradas de la libertad.
«Antes del Protestantismo, dice, la civilización euro­
pea colocada bajo la égida de la religión católica, ten­

di Cap. LVII-LX.
(2) Cap. L X I.
(3) Cap. L X I I -L X V I I .

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Síntesis de toda la obra 223

día evidentemente á esa armonía general, cuya falta


ha producido la necesidad de un excesivo empleo de la
fuerza. Desapareció la unidad de la fe, y con esto se
introdujo la licencia del pensamiento y la discórdia
religiosa; se destruyó en unas partes y se debilitó en
otras la influencia del clero, y con esto se rompió el
equilíbrio de las clases, y se inutilizó la que por su na­
turaleza estaba destinada á ser mediadora; se enfla-
queció el poder de los Papas, y con esto se quitó á los
pueblos y á los gobiernos un freno suave que los tem-
plaba sin abatirlos y corregía sin humillarlos; así que-
daron frente á frente los reyes y los pueblos, sin una
clase autorizada que pudiese interponerse en caso de
conflicto, sin un juez que, amigo de todos y desintere-
sado en las contiendas, pudiese terminar imparcial­
mente las desavenencias: el gobierno contó con los
ejércitos regulares que á la sazón se organizaron, el
pueblo con la insurrección» ( 1 ).
«Creo haber demostrado que la Iglesia no se ha
opuesto al legítimo desarrollo de ninguna forma polí­
tica, que ha tomado bajo su protección á todos los
gobiernos, y que por consiguiente es una calumnia
cuanto se ha dicho de que era naturalmente enemiga
de las instituciones populares.
»He dejado también fuera de duda, que las sectas
separadas de la Iglesia católica, fomentando una demo­
cracia impía ó cegada por el fanatismo, lejos de con­
tribuir al establecimiento de una justa y razonable
libertad, colocaron á los pueblos en la alternativa de
optar entre el desenfreno de la licencia y las ilimitadas
facultades del poder supremo.
»Esta lección de la historia la confirma la experien-
cia, y no la desmentirá el porvenir. E l hombre es tanto
(1) P ro tts ta n tism o , c»p. IV, pàg, 128.

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224 La Apologia

más digno de libertad, cuanto es más religioso y mo­


ral; porque entonces necesita menos el freno exterior,
á causa de llevarlo muy poderoso en la conciencia
propia. Un pueblo irreligioso é inmoral ha menester
tutores que le arreglen sus negocios; abusará siempre
de sus derechos, y por tanto merecerá que se los
quiten» ( 1 ).

A r t . IV

P a rte c u a r ta .—F o m e n to in te le ctu al

La cuarta parte de la obra de Balmes (2) la ocupa


la inteligência en sus relaciones con la religión, y es­
pecialmente con el Catolicismo y el Protestantismo.
«Si esta cuestión, dice, ha de ser examinada cual me­
rece, necesítase, á mi juicio, tomar en manos el princi­
pio católico y el protestante, desentranarlos hasta en
sus más recônditos pliegues, para ver hasta qué punto
pueden envolver algo que ayude ó embarace el des­
arrollo del espíritu humano. No contento con este exa­
men el observador, debe hacer todavia más: debe
recorrer la historia del entendimiento, pararse muy en
particular sobre aquellas épocas en que habrá podido
ser mayor el influjo del principio cuyas tendências y
efectos se quieren conocer; y entonces, si no se hace
caso de excepciones extrafías que nada prueban en
pro ni en contra, si se desprecian aquéllos hechos que
por su pequenez y aislamiento nada influyen en el
curso de los sucesos, si se eleva la mirada á la altura
correspondiente, con espíritu de observación, con sin­
cero deseo de encontrar la verdad, se descubrirá si las
(1) Protestantism o, cap IV , pág. 129.
(2) Cap. L X I X -L X X I I.

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Síntesis de toda la obra 22S

consideraciones filosóficas están de acuerdo con los


hechos, y se habrá resuelto cumplidamente el pro­
blema» (1 ).
Efectivamente, emprende este examen filosófico é
histórico, y de él resulta evidente que la fe no cohibe
ninguna expansión legítima del humano entendi­
miento (2 ), y los hechos demuestran lo mismo, á pesar
de las afirmaciones gratuitas de Guizot (3). La verdad
es lo contrario: el Catolicismo desarrolla ei entendi­
miento europeo; la amplitud y la rapidez que se nota
en este desplegamiento moderno comparado con los
pueblos antiguos, se debe á la dirección religiosa; los
entorpecimientos vinieron de los espíritus rebeldes á
esta dirección. «Si el entendimiento humano hubiese
seguido en su desarrollo el camino por el cual le guiaba
la Iglesia, se habría adelantado la civilización europea
cuando menos dos siglos: el siglo xiv hubiera podido
ser el siglo xvi» (4). Después del desarrollo iniciado en
el siglo xi, sigue el período de la erudición, el de la
crítica, el de la filosofia: en todos ellos, y en todas sus
ramificaciones científicas y literárias, va demostrando
históricamente cuánto debe la inteligência al Catoli­
cismo, cuán poco ó nada al Protestantismo. «Luego es
una calumnia, concluye, cuanto se ha dicho sobre la
tendencia de nuestra religión á esclavizar y obscurecer
la mente. No, no podia ser así: la que ha nacido del
seno de la luz, no puede producir las tinieblas; la que
es obra de la misma verdad, no ha menester huir de los
rayos del sol, no necesita ocultarse en las entraíias de
la tierra; puede marchar á la claridad del dia, puede

1; P rotestantism o, pág. 133.


('31 Cap. L X I X .
(3) Cap. L X X .
(4) Cap. L X X I .

15

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226 La Apologia

arrostrar la discusión, puede llamar al rededor de sí


á todas las inteligências con la seguridad de que han
de encontraria tanto más pura, más hermosa y embe-
lesante, cuanto la contemplen con más atención, cuanto
la miren más de cerca» (1 ).
Acaba con el capítulo L X X I I I , resumen brevísimo
de toda la obra, sujetándola al juicio de la Iglesia ca­
tólica.
(1) Cap- LXXU.

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C A PÍTU LO II

Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo

No trata Balmes, en esta primera parte, todos ios


caracteres propios del Catolicismo que le hacen grande
y perfecto en el orden religioso, sino solamente de
aquéllos que se oponen á los defectos del Protestantis­
mo, con quien lo compara. En este sentido, encuentra
que la nota característica del Protestantismo es la vo-
lubilidad, y la cualidad contraria del Catolicismo es la
firmeza.
L a debilidad ó volubilidad es un defecto demasiado
real del espíritu humano, para que sea necesaria mucha
ponderación. En el orden de las ciências ha producido
este conjunto de aberraciones sabias, que nos dan la
impresión tristisima de la locura; en el orden religioso,
y singularmente en el católico, tenemos las herejías,
verdadero retrato de la debilidad intelectual. No hay
ramo en el que el espíritu ligero se desborde con mayor
facilidad y con más ciega locura, que el religioso, cuair
do no tiene una norma firme y constante que le oriente
y refrene. Esta norma ha de ser externa al hombre, que
no puedan torceria á su capricho los entendimientos
aviesos, ni hacerla vacilar las fluctuaciones comunes á

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228 La Apologia

nuestras débiles facultades. Es el principio de autori­


dad que, por providencia especial de Dios, es como ins­
tintivo en el hombre. La Iglesia lo ha mirado siempre
como guarda segura de su fe; el Protestantismo lo des-
truyó por su misma base: por consecuencia necesaria,
nuestra religión había de permanecer firme como una
roca, mientras los protestantes habían de andar batidos
por las olas que se agitan entre el indiferentismo y el
fanatismo. He aqui todo el proceso lógico y real del es-
píritu de ambas religiones: apologia esplêndida para el
Catolicismo, y vergonzoso anatema de la secta protes­
tante, que ha deformado al hombre y perdido la religión.

Art. 1

D e b ilid a d d e l h u m a n o e n te n d im ie n to

«Si tiene el espíritu del hombre un concepto dema­


siado alto de sí mismo, estudie su propia historia, y en
ella verá, palpará que, abandonado á sus solas fuerzas,
tiene muy poca garantia de acierto. Fecundo en siste­
mas, inagotable en cavilaciones, tan rápido en concebir
un pensamiento, como poco á propósito para madurarle;
semillero de ideas que nacen, hormiguean y se destru-
yen unas á otras como los insectos que rebullen en un
lago; alzándose tal vez en alas de sublime inspiración,
y arrastrándose luego como el reptil que surca el polvo
con su pecho; tan hábil é impetuoso para destruir las
obras ajenas, como incapaz de dar á las suyas una cons-
trucción sólida y duradera; empujado por la violência
de las pasiones, desvanecido por el orgullo, abrumado
y confundido por tanta variedad de objetos como se le
presentan en todas direcciones, deslumbrado por tantas

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Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo 229

luces falsas, y enganosas apariencias; abandonado en-


teramente á sí mismo, el corazón humano presenta la
imagen de una centella inquieta y vivaz, que recorre
i sin rumbo íijo la inmensidad de los cielos, traza en
I vario y rápido curso mil extranas figuras, siembra en
j el rastro de su huella mil chispas relumbrantes, en­
canta un momento la vista con su resplandor, su agi-
lidad y sus caprichos, y desaparece luego en la obscu­
ridad, sin dejar en la inmensa extensión de su camino
una ráfaga de luz para esclarecer las tinieblas de la
noche.
»Ahí está la historia de nuestros conocimientos: en
: ese inmenso depósito donde se hallan en confusa mez-
cla las verdades y los errores, la sabiduría y la neee-
í dad, el juicio y la locura, ahí se encontrarán abundantes
pruebas de lo que acabo de afirmar, ellas saldrán en mi
abono, si se quisiera tacharme de haber recargado el
cuadro» ( 1 ).
«Hay en la historia del espíritu humano un hecho
universal y constante, y es su vehemente inclinación á
imaginar sistemas, que prescindiendo completamente
de la realidad de las cosas, ofrezcan tan sólo la obra de
un ingenio, que se ha propuesto apartarse del camino
común, y abandonarse Iibremente al impulso de sus
propias inspiraciones. L a historia de la filosofia apenas
presenta otros cuadros que la repetición perenne de
este fenómeno; y en cuanto cabe en las otras matérias,
no ha dejado de reproducirse bajo una ú otra forma.
Concebida una idea singular, mírala el entendimiento
con aquella predilección exclusiva y ciega, con que
suele un padre distinguir á sus hijos; y desenvolviéndola
con esta preocupación, amolda en ella todos los hechos,
y le ajusta todas las reflexiones. Lo que en un principio
(l) P rotestantism o, I, cap. IV , pá£. 48.

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230 La Apologia

no era más que un pensamiento ingenioso y extrava­


gante, pasa luego ã ser un gertnen del cual nacen vas­
tos euerpos de doctrina; y si es ardiente la cabeza donde
ha brotado ese pensamiento, si está senoreada por un
corazón lleno de fuego, el calor provoca la fermenta-
ción, y ésta el fanatismo, propagador de todos los
delírios.
»Acreciéntase singularmente el peligro cuando el
nuevo sistema versa sobre matérias religiosas, óse roza
con ellas por relaciones muy inmediatas: entonces las
extravagancias del espíritu alucinado se transforman
en inspiraciones del cielo, la íermentación del delirio
en una llama divina, y la inania de singularizarse en
vocación extraordinária. El orgullo, no pudiendo sufrir
oposición, se desboca furioso contra todo lo que encuen­
tra establecido; é insultando la autoridad, atacando to­
das las instituciones, y despreciando á las personas
disfraza la más grosera violência con el manto del ceio,
y encubre la ambición con el nombre del apostolado.
Más alucinado á veces que seductor el miserable maniá-
tico, llega quizás á persuadirse profundamente de que
son verdaderas sus doctrinas, y de que ha oído la pala­
bra del cielo; y presentando en el fogoso lenguaje de la
demencia algo de singular y extraordinário, transmite
á sus oyentes una parte de su locura, y adquiere en
breve un considerable número de prosélitos. No son á
la verdad muchos los capaces de representar el primer
papel en esa escena de locura; pero desgraciadamente
los hombres son demasiado insensatos para dejarse
arrastrar por el primero que se arroje atrevido á aco­
meter la empresa: pues que la historia y la experiencia
harto nos tienen ensenado que para fascinar un gran
número de hombres basta una palabra, y que para for­
mar un partido, por malvado, por extravagante, por

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Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo 231

ridículo que sea, no se necesita más que levantar una


bandera.

A r t . II

P ro v id e n c ia l In stin to d e fe q u e n o s h a d ado el C ria d o r

»Tanta verdad es lo que acabo de decir sobre la de­


bilidad del humano entendimiento, que aun prescin-
diendo del aspecto religioso, es muy notable que la
próvida mano del Criador ha depositado en el fondo de
nuestra alma un preservativo contra la excesiva volu-
bilidad de nuestro espíritu, y preservativo tal, que sin él
se hubieran pulverizado todas las instituciones sociales,
ó más bien no se hubieran jamás planteado; sin él, las
ciências no hubieran dado jamás un paso; y si llegase
jamás â desaparecer del corazón del hombre, el indiví­
duo y la sociedad quedarían sumergidos en el caos.
Hablo de cierta inclinación á deferir á la autoridad; del
in stin to d e f e , digámoslo así, instinto que merece ser
examinado con mucha detención, si se quiere conocer
algún tanto el espíritu del hombre, estudiar con prove-
eho la historia de su desarrollo y progresos, encontrar
las causas de muchos fenómenos extranos, descubrir
hermosísimos puntos de vista que ofrece bajo este as­
pecto la religión católica, y palpar en fin lo limitado y
poco filosófico del pensamiento que dirige al Protestan­
tismo» ( 1 ).
«Tal es el hombre: tal nos lo muestran la historia y
la experiencia de cada dia. La inspiración del genio,
esa fuerza sublime que eleva el entendimiento de algu­
nos seres privilegiados, ejercerá siempre, no sólo sobre
los sencillos é ignorantes, sino también sobre el común
(1) P rotestantism o , cap. V.

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232 La Apologia

de los sábios, una acción fascinadora. -Dóndeestá, pues,


el ultraje que hace á la razón humana la religión cató­
lica, cuando, al propio tiempo que le presenta los títulos
que prueban su divinidad, le exige ja fe? Esa fe que el
hombre dispensa tan fácilmente á otro hombre, en to­
das matérias, aun en aquellas en que más presume de
sabio, ;no podrá prestaria, sin mengua de su dignidad,
á la Iglesia católica? £Será un insulto hecho á su razón
el sefialarle una norma fija, que le asegure con respecto
á los puntos que más le importan, dejándole por otra
parte amplia libertad de pensar lo que más le agrade
sobre aquel mundo que Dios ha entregado á las dispu­
tas de los hombres? Con esto r;hace acaso más la Iglesia
que andar muy de acuerdo con las lecciones de la más
alta filosofia, manifestar un profundo conocimiento del
espíritu humano, y librarle de tantos males como le
acarrea su volubilidad é inconstância, su veleidoso or­
gullo, combinados de un modo extrano con esa facilidad
increíble de deferir á la palabra de otro hombre? iQuién
no ve que con ese sistema de la religión católica se pone
un dique al espíritu de p roselitism o que tantos daftos
ha causado á la sociedad.' Ya que el hombre tiene esa
irresistible tendência á seguir los pasos de otro, r-no
hace un gran beneficio á la humanidad la Iglesia cató­
lica, seftalándole de un modo seguro el camino por
donde debe andar, si quiere seguir ias pisadas de un
Hombre Dios? ^No pone de esta manera muy á cubierto
la dignidad humana, librando al propio tiempo de terri-
ble naufragio los conocimientos más necesarios al indi­
víduo y á la sociedad?» ( 1 )
La civilización no lo hace inútil, antes lo reclama
con mayor fuerza.
«En contra de la autoridad que trata de ejercer su
(1) Protestantism o , pág;. 57.

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Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo 233

jurisdicción sobre el entendimiento, se alegará sin duda


el adelanto de las sociedades; y el alto grado de civili­
zación y cultura á que han llegado las naciones moder­
nas se producirá como un título de justicia para lo que
se apellida emancipación del entendimiento. A mi jui­
cio, está tan distante esta réplica de tener algo sólido,
está tan mal cimentada sobre el hecho en que pretende
apoyarse, que antes bien del mayor adelanto de la so­
ciedad debiera inferirse la necesidad más urgente de
una regia viva, tal como lo juzgan indispensable los
católicos.
»Decir que las sociedades en su infancia y adoles­
cência hayan podido necesitar esa autoridad como un
freno saludable, pero que este freno se ha hecho inútil
y degradante cuando el entendimiento humano ha lle­
gado á mayor desarrollo, es desconocer completamente
la relación que tienen con los diferentes estados de
nuestro entendimiento, los objetos sobre que versa se­
mejante autoridad.
»La verdadera idea de Dios, el origen, el destino y
la norma de conducta del hombre, y todo el conjunto
de médios que Dios le ha proporcionado para llegar á
su alto fin, he aqui los objetos sobre que versa la fe, y
sobre los cuales pretenden los católicos la necesidad de
una regia infalible; sosteniendo que, á no ser así, no
fuera dable evitar los más lamentables extravios, ni po-
ner la verdad á cubierto de las cavilaciones humanas.
»Esta sencilla consideración bastará para conven­
cer, que el examen privado seria mucho menos peli-
groso en pueblos poco adelantados en la carrera de la
civilización, que no en otros que hayan ya adelantado
mucho en ella. En un pueblo cercano á su infancia hay
naturalmente un gran fondo de candor y sencillez, dis­
posiciones muy favorables para que recibiera con doci-

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234 L a Apologia

lidad las lecciones esparcidas en el sagrado Texto,


saboreándose cn las de fácil comprensión, y humillando
su frente ante la sublime obscuridad de aquéllos luga­
res, que Dios ha querido encubrir con el velo del mis­
tério. Hasta su misma posición crearia, en cierto modo,
una autoridad; pues como no estuviera aún afectado
por el orgullo y la mania del saber, se habría reducido
á muy pocos el examinar el sentido de las revelaciones
hechas por Dios al hombre, y esto produciría natural­
mente un punto céntrico de donde dimanara la ense-
nanza.
»Pero sucede muy de otra manera en un pueblo
adelantado en la carrera del saber; porque la extensión
de los conocimientos á mayor número de indivíduos,
aumentando el orgullo y la volubil dad, multiplica y
subdivide las sectas en infinitas fracciones, y acaba por
trastornar todas las ideas, y por corromper las tradi-
ciones más puras. El pueblo cercano á su infancia,
como está exento de la vanidad científica, entregado á
sus ocupaciones sencillas y apegado á sus antiguas
costumbres, escucha con docilidad y respeto al anciano
venerable que, rodeado de sus hijos y nietos, refiere con
tierna emoción Ia historia y los consejos que él á su vez
había recibido de sus antepasados: pero cuando la so­
ciedad ha llegado á mucho desarrollo, cuando debilitado
el respeto á los padres de familia, se ha perdido la ve-
neraeión á las canas, cuando nombres pomposos, apa­
ratos científicos, grandes bibliotecas, hacen formar al
hombre un gran concepto de la fuerza de su entendi­
miento, cuando la multiplicación y actividad de las co-
municaciones esparcen á grandes distancias las ideas, y
haciéndolas fermentar por medio del calor que adquie-
ren con el movimiento, les dan aquella fuerza mágica
que senorea los espíritus; entonces es precisa, indispen-

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Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo 235

sable una autoridad, que siempre viva, siempre pre­


sente, siempre en disposición de acudir donde lo exija
la necesidad, cubra con robusta égida el sagrado depó­
sito de las verdades independientes de tiempos y cli­
mas, sin cuyo conocimiento flota eternamente el hom­
bre á merced de sus errores y caprichos, y marcha con
vacilante paso desde la cuna al sepulcro; aquellas ver­
dades sobre las cuales está asentada la sociedad como
sobre firmísimo cimiento; cimiento que una vez conmo-
vido, pierde su aplomo el edifício, oscila, se desmorona,
y se cae á pedazos. La historia literaria y política de
Europa de tres siglos á esta parte nos ofrece demasia­
das pruebas de lo que acabo de decir, siendo de lamen­
tar que cabalmente estalló la revolución religiosa en el
momento en que debía ser más fatal: porque encon­
trando á las sociedades agitadas por la actividad que
desplegaba el espíritu humano, quebrantó el dique
cuando era necesario robustecerlo» ( 1 ).

A r t . III

El f a n a t i s m o , c o n s e c u e n c l a d e d e s t r u i r la a u t o r i d a d

«Rechazada por el Protestantismo la autoridad de


la Iglesia, y estribando sobre este principio como único
cimiento, ha debido buscar en el hombre todo su apoyo:
y desconocido hasta tal punto el espíritu humano, y su
verdadero carácter, y sus relaciones con las verdades
religiosas y morales, le ha dejado ancho campo para
precipitarse, según la variedad de situaciones, en dos
extremos tan opuestos como son el fa n a tis m o y la in ­
d iferen cia .
(1) Protestantismo, cap. V I, pág. 59.

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236 La Apologia

»Extrano parecerá quizás enlace semejante, y que


extravios tan opuestos puedan dimanar de un mismo
origen, y sin embargo, nada hay más cierto; viniendo
en esta parte los ejemplos de la historia á confirmar
las lecciones de la filosofia. Apelando el protestantismo
al solo hombre en las matérias religiosas, no le quedan
sino dos médios de hacerlo: ó suponerle inspirado del
cielo para el descubrimiento de la verdad, ósujetar to­
das las verdades religiosas al examen de la razón, es
decir, ó la in sp iración ó la f i l o s o f i a . El someter las ver­
dades religiosas al fallo de la razón, debía acarrear
tarde ó temprano la indiferencia, así como la inspira­
ción particular, ó el espíritu privado, había de engen­
drar el fanatismo» ( 1 ).
«Tocante á extravagancias y delírios del fanatismo,
por cierto que no está nada escasa la historia de Euro­
pa, de tres siglos á esta parte; monumentos quedan
todavia existentes, v por doquiera que dirijamos nues­
tros pasos, encontraremos que las sedas fanáticas na-
cidas en el seno del Protestantismo, y originadas en
su principio fundamental, han dejado impresa una hue-
lla de sangre. Nada pudieron contra el torrente de­
vastador, ni la violência de carácter de Lutero, ni los
furibundos esfuerzos con que se oponia á cuantos ense-
flaban doctrinas diferentes de las suyas; á unas impie­
dades sucedieron presto otras impiedades, á unas extra­
vagancias otras extravagancias, á un fanatismo otro
fanatismo; quedando luego la falsa reforma fraccionada
en tantas sectas, todas á cual más violentas, cuantas
fueron las cabezas que, á la triste fecurididad de engen­
drar un sistema, reunieron un carácter bastante resuel-
to para enarbolar una bandera. Ni era posible que de
otro modo sucediese; porque, cabalmente, á más del
(1) P rotestantism o, cap. V I I, p. 66.

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Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo 237

riesgo que traía consigo el dejar solo al espíritu huma­


no encarado con todas las cuestiones religiosas, había
una circunstancia que debía acarrear resultados funes-
tísimos: hablo de la interpretación de los libros santos
encomendada al espíritu privado» ( 1 ).
«Injusticia íuera tachar una religión de falsa, sólo
porque en su seno hubieran aparecido fanáticos: esto
equivaldría á desecharlas todas; pues que no seria dable
encontrar una que estuviese exenta de semejante plaga.
No está el mal en que se presenten fanáticos en medio
de una religión, sino en que ella los forme, en que
los incite al fanatismo, 6 les abra para él anchurosa
puerta» (2 ).

A r t. IV

El I n d if e r e n t is m o f r u t o d e l m is m o p rin o ip io

«El fanatismo de secta, nutrido y avivado en Euro­


pa por la in sp iración p riv a d a del Protestantismo, es
ciertamente una llaga muy profunda y de mucha gra-
vedad; pero no tiene sin embargo carácter tan malig­
no y alarmante como la incredulidad y la indiferencia
religiosas: males funestos que las sociedades modernas
tienen que agradecer en buena parte á la pretendida
reforma. Radicados en el mismo principio que es la
base del Protestantismo, ocasionados y provocados por
el escândalo de tantas v tan extravagantes sectas que
se apellidan cristianas, empezaron á manifestarse con
sintomas de gravedad y a en el mismo siglo xvi. An­
dando el tiempo llegaron á extenderse de un modo te-
d) P rotestantism o, p. 68.
(2) lb ., cap . VITI, p. 74.

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238 La Apologia

rrible , filtrándose en todos los ramos científicos y lite­


rários, comunicando su expresión y sabor á los idiomas,
y poniendo en peligro todas las conquistas que en pro
de la civilización y cultura había hecho por espacio de
muchos siglos el linaje humano» ( 1 ).
«Tanto disputar sobre religión, tanta muchedumbre
y variedad de sectas, tanta animosidad entre los adver­
sários que figuraban en la arena, debieron por fin dis-
gustar de la religión misma á aquéllos que no estaban
aferrados en el âncora de la autoridad; y para que la
indiferencia pudiera erigirse en sistema, el ateísmo en
dogma, y la impiedad en moda, sólo faltaba un hombre
bastante laborioso para recoger, reunir y presentar en
cuerpo los infinitos materiales que andaban dispersos en
tantas obras; que supiera banarlos con un tinte filosófico
acomodado al gusto que empezaba á cundir entonces»
comunicando al sofisma y á la declamación aquella fiso-
nomía seductora, aquel giro enganoso, aquel brillo des-
lumbrador, que aun en medio de los raayores extravios
se encuentran siempre en las producciones del genio.
Este hombre se presentó: era B a y le ; y el ruido que
metió en el mundo su célebre D iccion ario, y el curso
que tuvo desde luego, manifestaron bien á las claras
que el autor había sabido comprender toda la oportu-
nidad del momento» (2 ).
«Necesario ha sido conducir al lector hasta la época
que acabo de apuntar, porque tal vez no se hubiera
imaginado la influencia que tuvo el Protestantismo en
engendrar y arraigar en Europa la irreligión, el ateís­
mo y esa indiferencia fatal que tantos danos acarrea á
las sociedades modernas» (3 .

(1) P rotestantism o, c a p . IX , p. 81.


(2) Ib ., p. 87. *
(3) Ib ., p. 88.

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Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo 239

Art. V

F ir m e z a d e la d o c trin a c a tó lic a

En frente de tanta ligereza y de tanta aberración,


encontramos el Catolicismo con «esa idea fija, esa vo­
luntad entera, ese plan tan sabioy constante, ese siste­
ma tan trabado, esa conducta tan regular y coherente,
ese marchar siempre con seguro paso hacia objeto y fin
determinado, ese admirable conjunto reconocido y con-
fesado por M. Guizot, y que tanto honra á la Iglesia
católica, mostrando su profunda sabiduría y revelando
la altura de su origen» (1). Llega al verdadero prodigio,
y en este sentido volveremos más tarde á este argu­
mento. Ahora notemos su fijeza admirable en la doc­
trina.
«Se ha observado como cosa muy admirable la du­
ración de la Iglesia católica por espacio de diez y ocho
siglos, y eso á pesar de tantos y tan poderosos adver­
sários; pero quizás no se ha notado bastante, que, aten­
dida la índole del espíritu humano, uno de los grandes
prodigios que presenta sin cesar la Iglesia, es la unidad
de doctrina en medio de toda clase de enseftanzas, y
abrigando siempre en su seno un número considerable
de sábios.
»Es decir, que de diez y ocho siglos á esta parte,
hay una serie no interrumpida de sábios que son cató­
licos, ó que están acordes en un cuerpo de doctrina, for­
mado de la reunión de las verdades ensenadas por la
Iglesia católica. Prescindiendo ahora de los caracteres
de divinidad que la distinguen, y considerándola única-
(1) P rotestantism o , cap. IV .

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240 La Apologia

mente como una escuela ó como ur a secta cualquiera,


puede asegurarse que presenta, en el hecho que acabo de
consignar, un fenómeno tan extraordinário, que ni es
posible hallarle semejante en otra parte, ni es dable
explicarle como comprendido en el orden regular de las
cosas.
«Seguramente que no es nuevo en la historia del
espíritu humano, el que una doctrina más ó menos ra-
zonable haya sido profesada algún tiempo por un cierto
número de hombres ilustrados 3' sábios; este espectácu-
lo lo hemos presenciado en las sectas filosóficas antiguas
y modernas; pero que una doctrina se haya sostenido
por espacio de muchos siglos, conservando adictos á
ella á sábios de todos tiempos y países, y sábios por
otra parte muy discordes en sus opiniones particulares,
muy diferentes en costumbres, muy opuestos tal vez en
intereses, y muy divididos por sus rivalidades; este fenó­
meno es nuevo, es único, sólo se encuentra en la Igle-
sia católica.
»A1 reparar en esos terribles elementos de disolu-
ción que tienen su origen en el espíritu del hombre, y
que tanta fuerza han adquirido en las sociedades moder­
nas, al notar cómo destrozan y pulverizan todas las es­
cuelas filosóficas, todas las instituciones religiosas, so-
ciales y políticas, pero sin alcanzar á abrir una brecha
en las doctrinas del Catolicismo, sin alterar ese sistema
tan fijo y consecuente, ^nada se inferirá en favor de la
religión católica? Decir que la Iglesia ha hecho lo que
no han podido hacer jamás ninguna escuela, ningún go-
bierno, ninguna sociedad, ninguna religión, £no es con-
fesar que es más sabia que la Humanidad entera? ;Y
esto no prueba que no debe su origen al pensamiento
del hombre y que ha bajado del mismo seno del Criador
del Universo? En una sociedad formada de hombres, en

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Carácter de la doctrina religiosa del Catolicismo 241

un gobierno manejado por hombres, que cuenta diez y


ocho siglos de duración, que se extiende á todos los
países, que se dirige al salvaje en sus bosques, al bár­
baro en su tienda, al hombre civilizado en medio de ias
ciudades más populosas, que cuenta entre sus hijos al
pastor que se cubre con el pellico, al rústico labrador,
al poderoso magnate, que hace resonar igualmente
su palabra al oído del hombre sencillo ocupado en sus
mecânicas tareas, como al del sabio, que encerrado en
su gabinete está absorto en trabajos profundos; un go­
bierno como éste, tener, como ha dicho M. Guizot,
«siempre una idea fija, una voluntad entera, y guardar
una conducta regular y coherente, ;no es su apologia
más victoriosa, no es su panegírico más elocuente, no
es una prueba de que encierra en su seno algo de mis­
terioso?» (li

0) Protestantism o, cap. í l l .

16

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CAPÍTU LO III

Regeneración del indivíduo

En la E tica toda la moralidad, asi la absoluta como


la relativa, la deriva Balmes del amor. Por otra parte,
escribe entre sus pensamientos: «el hombre tiene nece­
sidad de amar, y la base de la religión es el amor» (1).
Dar â la moralidad la misma base de la religión, y en­
contraria también como condicióri necesaria de la vida
humana, es hacer la apologia de la religión por la mo­
ralidad, y una apologia bellamente humana.
En el orden de los hechos demuestra que el Catoli­
cismo ha regenerado moralmente todo el hombre, de­
lante de la sociedad y delante de sí mismo.

Art. I

R eg en eració n e x te rn a

Es verdad tristísima que, en la antigua civilización,


el hombre, como hombre, era desconocido delante de
la sociedad, y también delante de si mismo. Dice B a l­
mes: «Lo que faltaba á las civilizaciones antiguas era
la comprensión de toda la dignidad del hombre, era el
(1) La Sociedad, IV .

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r

Regeneración del indivíduo 243

alto concepto que de nosotros mismos nos ha dado el


cristianismo, al paso que con admirable sabiduría nos
ha manifestado también nuestras flaquezas; lo que fal-
taba sí a las sociedades antiguas, lo que ha faltado y
faltará á todas en las que no reine el cristianismo, era
ese respeto, esa consideración de que entre nosotros
está rodeado un individuo, un hom bre, sólo p o r ser
hom bre. Entre los griegos el griego lo es todo; los ex-
tranjeros, los bárbaros, no son nada; en Roma el título
de ciudadano romano hace al hombre; quien carece de
este título, es nada. En los países cristianos, si nace
una criatura deforme ó privada de algún miembro,
excita la compasión, es objeto de más tierna solicitud,
bástale para ello el ser hombre, y sobre todo, hombre
desgraciado; entre los antiguos era mirada esa criatu­
ra como cosa inútil, despreciable, y en ciertas ciuda-
des, como, por ejemplo, en Lacedemonia, estaba prohi-
bido alimentaria, y por orden de los magistrados encar-
gados de la policia de los nacimientos, ihorror causa
decirlo! era arrojada á una sima. E ra un hombre: pero
esto iqué importa? era un hombre que para nada podia
servir, y una sociedad sin entraftas, no queria impo-
nerse la carga de mantenerle. Léase á Platón (L. 5
de Rep.), á Aristóteles (Pol. 7, c. 15, 16) y se verá los
médios crueles que sabían excogitar esos filósofos para
precaver el excesivo progreso que ha hecho la sociedad
bajo la influencia del cristianismo, en todo lo que dice
relación al hombre.
»iLos juegos públicos, esas horrendas escenas en que
morían á centenares los hombres, para divertir á un
concurso desnaturalizado, no son un elocuente testimo-
nio de cuán en poco era tenido el hombre, pues que tan
bárbaramente se le sacrificaba por motivos los má,s
livianos ?

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244 La Apologia

»E1 derecho del más fuerte estaba terriblemente


practicado por los antiguos, y ésta es una de las causas
á que debe atribuirse esa absorción, por decirlo así, en
que vemos al indivíduo con respecto á la sociedad. La
sociedad era fuerte, el indivíduo era débil; y así la so­
ciedad absorbía al indivíduo, se arrogaba sobre él cuan-
tos derechos puedan imaginarse; y si alguna vez servia
de embarazo, podia estar seguro de ser aplastado con
mano de hierro» (1).
«A ese anonadamiento del indivíduo, que notamos
en los antiguos, contribuían también la escasez y la im-
perfección de su desarrollo moral, la falta de regias en
que se hallaba con respecto á su dirección propia, por
cuyo motivo la sociedad se entrometía en todas sus
cosas, como si la razón pública hubiese querido suplir el
defecto de la razón privada. Si bien se observa, se no­
tará que aún en los países en que metia más ruido la
libertad política, era harto desconocida la libertad civil;
de manera que mientras los ciudadanos se lisonjeaban
de ser muy libres, porque podían tomar parte en las de-
liberaciones de la plaza pública, eran privados de aque­
lla libertad que más de cerca interesa al hombre, cual
es la que ahora se denomina civil» (2).
«Tan profundamente se ha grabado en el corazón de
las sociedades modernas ese sentimier to de la dignidad
del hombre, con tales caracteres se halla escrita por do-
quiera la verdad de que el hombre, ya por sólo este
título, es muy respetable, muy digno de alta considera-
ción, que aquellas escuelas que se han propuesto real-
zar al indivíduo, aunque sea con inminente riesgo de un
espantoso trastorno en la sociedad, toman siempre por
tema de su enseflanza esa dignidad, esa nobleza, dis-
(1) P rotestantism o, cap. X X I I .
(2) Ib., pág:. 35.

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Regeneración del indivíduo 245

tinguiéndose sobremanera de los antiguos demócratas,


en que éstos se agitaban en un círculo reducido, mez-
quino, sin pasar más allá de un cierto orden de cosas,
sin extender su vista fuera de los limites del propio
país; cuando en el espíritu de los demócratas modernos,
se nota un anhelo de invasión en todos los ramos, un
ardor de propagación que abarca todo el mundo: nunca
invocan nombres pequefíos, el h om bre, su ra z ó n , sus
d erechos im p rescrip tibles, he aqui sus temas. Pregun-
tadles iqué quieren? y os dirán que quieren pasar el
nivel sobre todas las cabezas, para defender la santa
causa de la humanidad. Esta exageración de ideas, mo­
tivo y pretexto de tantos trastornos y crímenes, nos
revela un hecho precioso, cual es, el progreso inmenso
que á las ideas sobre la dignidad de nuestra naturaleza
ha comunicado el cristianismo, pues que en las socieda­
des que le deben su civilización, cuando se trata de
extraviarias, no se encuentra medio más á propósito
que el invocar esa dignidad» (1).

A r t . II

R eg e n e ra c ió n de la m u j e r

E l Catolicismo muy particularmente ha dignificado


á la mujer. «Antes del Cristianismo la mujer estaba
oprimida bajo la tirania del varón, poco elevada sobre
el rango de esclava: como débil que era, veíase conde­
nada á ser la víctima del fuerte. Vino la religión cris*
tiana, y con sus doctrinas de fraternidad en Jesucristo>
y de igualdad ante Dios, sin distinción de condiciones
ni sexos, destruyó el mal en su raiz, enseflando al hom-
(t) P rotestantism o , pág-. 36,

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246 La Apologia

bre que la mujer no debía ser su esclava sino su com-


paâera. Desde entonces la mejora de la condición de la
mujer se hizo sentir en todas partes donde iba difun-
diéndose el cristianismo; y en cuanto era posible, aten­
dido el arraigo de las costumbres mtiguas, la mujer
recogió bien pronto el fruto de una ensenanza que venía
á cambiar completamente su posición, dándole, por de-
cirlo así, una nueva existência. He aqui una de las pri-
meras causas de la mejora de la condición de la mujer:
causa sensible, patente, cuyo senalamiento no pide
ninguna suposición gratuita, que no se funda en conje­
turas, que salta á los ojos con sólo dar una mirada á los
hechos más conocidos de la historia.
» Además: el Catolicismo con la severidad de su mo­
ral, con la alta protección dispensada al delicado senti­
miento del pudor, corrigió y purificó as costumbres; así
realzó considerablemente á la mujer, cuya dignidad es
incompatible con la corrupción j 7 la licencia. Por fin, el
mismo Catolicismo ó la Iglesia catóiica, y nótese bien
que no décimos el cristianismo, con su firmeza en esta-
blecer y conservar la monogamia y la indisolubilidad
del matrimonio, puso un freno á los caprichos del varón,
y concentró sus sentimientos hacia la esposa única é
inseparable. Así con este conjunto de causas pasó la
mujer del estado de esclava al rango de companera del
hombre; así se convirtió el instrumento de placer en
digna madre de familia rodeada de la consideración y
respeto de los hijos y dependientes; así se creó en las
famílias la identidad de intereses, se garantizó la edu­
cación de los hijos, resultando esa intimidad en que se
hermanan marido y mujer, padres é hijos, sin el dere-
cho atroz de vida y muerte, sin facultad siquiera para
castigos demasiado graves; y todo vinculado por lazos
robustos pero blandos, afianzados en los princípios de

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Regeneración det indivíduo 247

la sana moral, sostenidos por las costumbres, afirmados


y vigilados por las leyes, apoyados en la reciprocidad
de intereses, asegurados con el sello de la perpetuidad
y endulzados por el amor. He aqui descifrado el mis­
tério, he aqui explicado á satistacción el origen del
realce y de la dignidad de la mujer europea, he aqui de
dónde nos ha venido esa admirable organización de la
familia, que los europeos poseemos sin apreciaria, sin
reconocer bastante, sin procurar cual debiéramos su
conservación» (l).

A r t . III

R eg e n e ra c ió n in te rn a

Pasemos de esta consideración, que podríamos 11a-


mar exterior, á la dirección íntima del corazón que es
propia exclusivamente de cada indivíduo delante desu
conciencia.
En aquel admirable capítulo X X I I , último del Cri­
tério, explica Balmes lo que él llama el entendimiento
práctico, el que dirige en el obrar, el que ensefía el fin
que nos hemos de proponer, y los médios que son nece-
sarios para alcanzarlo. Puede aplicarse á la dirección de
las cosas, ó á la dirección de sí mismo, venciendo los in-
numerables obstáculos que nacen de la complicación de
los objetos, y de la complicación aún maj'or que las pa­
siones despiertan en el corazón. Pues bien: para ambos
fines que, se puede decir, encierran todo el hombre, no
encuentra él guia más segura que los princípios de la
moral católica.
(1) Protestantism o, cap. X X V I Í .

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248 La Apologrí?

§ l.° L a m ejor norm a dc la s cosas

«La moral es el mejor guia del entendimiento prác-


tico. En el gobierno de las naciones, la política pequena
es la política de los intereses bastardos, de las intrigas,
de la corrupción; la política grande es la política de la
conveniência pública, de la razón, del derecho. En la
vida privada, la conducta pequena es la de los manejos
innobles, de las miras mezquinas, del vicio; la conducta
grande es la que inspiran la generosidad y la virtud.
»Lo recto y lo útil á veces parecen andar separados;
pero no suelen estarlo sino por un corto trecho; llevan
caminos opuestos en apariencia, y sin embargo el
punto á que se dirigen es el mismo. Dios quiere, por
estos médios, probar la fortaleza del hombre; y el pré­
mio de la constância no siempre se hace esperar todo
en la otra vida. Que si esto sucede una que otra vez,
;e s acaso ligera recompensa el descender al sepulcro
con el alma tranquila, sin remordia iento, y con el co­
razón embriagado de esperanza?
»No lo dudemos: el arte de gobernar no es más que
la razón y la moral aplicadas al gobierno de las nacio­
nes; el arte de conducirse bien en la vida privada, no es
más que el Evangelio en práctica
»Ni la sociedad ni el indivíduo olvidan impunemente
los eternos princípios de la moral; cuando lo intentan
por el aliciente del interés, tarde ó temprano se pier-
den, perecen en sus propias combinaciones. E l interés
que se erigiera en ídolo, se convierte en víctima. La
experiencia de todos los dias es una prueba de esta ver­
dad, en la historia de todos los tiempos la vemos escrita
con caracteres de sangre» (1).
tlj Critério, cap. X X IT , § 32.

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Regeneración del indivíduo 249

§ L a m ejor n orm a de la s accion es

«La religión cristiana al llevarnos á esa vida moral,


íntima, reflexiva sobre nuestras inclinaciones, ha hecho
una obra altamente conforme con la más sana filosofia,
y que descubre un profundo conocimiento del corazón
humano. La experiencia ensena que lo que le falta al
hombre para obrar bien, no es conocimiento especula­
tivo y general, sino práctico, detallado, con aplicación
á todos los actos de la vida. Quién no sabe y repite mil
veces que las pasiones nos extravían y nos pierden? La
dificultad no está en eso, sino en saber cuál es la pasión
que influye en este ó aquel caso, cuál es la que, por lo
común, predomina en las acciones; ba jo qué forma, bajo
qué disfraz se presenta al espíritu, y de qué modo se
deben rechazar sus ataques, ó precaver sus estratage­
mas. Y todo esto, no como quiera, sino con un conoci­
miento claro, vivo, y que por tanto se ofrezca natural­
mente al entendimiento, siempre que se haya de tomar
alguna resolución, aun en los negocios más comunes.
»La diferencia que en las ciências especulativas me­
dia entre un hombre vulgar y otro sobresaliente, no
consiste á menudo sino en que éste conoce con claridad,
distinción y exactitud, lo que aquél sólo conoce de una
manera inexacta, confusa y obscura; no sólo consiste
en el número de las ideas, sino en la calidad; nada dice
éste sobre un punto, de que también no tenga noticia
aquél; ambos miran el mismo objeto, sólo que la vista
del uno es mucho más perfecta que la del otro. Lo
propio sucede en lo relativo á la práctica. Hombres
profundamente inmorales hablarán de la moral, de tal
suerte que manifiesten no desconocer sus regias; pero
estas regias las saben ellos en general, sin haberse cui­

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250 La Apologia

dado de hacer aplicaciones, sin haber reparado en los


obstáculos que impiden el ponerlas en planta en tal ó
cual ocasión, sin que se les ocurrau de una manera clara
y viva, cuando se ofrece oportunidad de hacer uso de
ellas. Quien está en posesión de su entendimiento, de
la voluntad, del hombre entero, son las pasiones; esas
regias morales las conservan, por decirlo así, archivadas
en lo más recôndito de su conciencia; ni aun gustan de
mirarias como objeto de curiosidad, temerosos de en­
contrar en ellas el gusano del remordimiento. Por el
contrario, cuando la virtud está arraigada en el alma,
las regias morales llegan á ser una idea familiar, que
acompana todos sus pensamientos y acciones, que se
aviva y agita al menor peligro, que impera y apremia
antes de obrar, que remuerde incesantemente si se la
ha desatendido. L a virtud causa esa continua presencia
intelectual de las regias morales; y esta presencia, á su
vez, contribuye á fortalecer la virtud; así es que la reli­
gión no cesa de inculcarias, segura de que son preciosa
semilla que tarde ó temprano dará algún fruto» (1).

§ 3.° L a m ejor n orm a da las pasion es

En el capítulo X X V del P rotestan tism o entra en


polémica sobre el sistema más sabio de regir las pasio­
nes. «Cuando se trata, dice, de dirigir las pasiones, se
ofrecen dos sistemas de conducta. Consiste el uno en
condescender, el otro en resistir. En el primero se re­
trocede delante de ellas á medida que avanzan; nunca
se les opone un obstáculo invencible, nunca se las deja
sin esperanza; se les seftala, en verdad, una línea para
que no pasen de ciertos limites, pero se les deja conocer
que, si se empefian en pisaria, esta línea se retirará un
(I Critério, cap. XXTT, § 45.

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Regeneración del indivíduo 251

poco más; por manera que la condescendência está en


proporc.ión con la energia y la obstinación de quien la
exige. En el segundo, también se marca á las pasiones
una línea de la que no pueden pasar; pero esta línea es
hja, inmóvil, resguardada en toda su extensión por un
muro de bronce. En vano lucharían para salvaria; no
les queda ni una sombra de esperanza; el principio que
las resiste no se alterará jamás, no consentirá transac-
eiones de ninguna clase. No les queda recurso de nin­
guna especie, á no ser que quieran pasar adelante por el
único camino que nunca puede cerrarse á la libertad hu­
mana: el de la maldad. En el primer sistema, se permite
el desahogo para prevenir la explosión; en el segundo
no se consiente que principie el incêndio, para no verse
obligado á contener su progreso; en aquél se teme á las
pasiones cuando están en su nacimiento, y se confia
limitarias cuando hayan crecido; en éste se conceptúa,
que si no es fácil contenerlas cuando son pequeftas, lo
será mucho menos cuando sean grandes; en el uno se
procede en el supuesto de que las pasiones, con el des­
ahogo, se disipan y se debilitan, en el otro se cree que
satisfaciéndose no se sacian, y que antes bien se hacen
más sedientas.
»Generalmente hablando, puede decirse que el Cato­
licismo sigue el segundo sistema; es decir que, en tra­
tando con las pasiones, su regia constante es atajarlas
en los primeros pasos, dejarlas en cuanto cabe, sin
esperanza; ahogarlas si es posible, en la misma cuna.
»£Cuál de las dos religiones es más sabia en este
punto? jCuál procede con más acierto? Para resolver
esta cuestión, prescindiendo, como prescindimos aqui,
de las razones dogmáticas y de la moralidad intrínseca
de los actos humanos que forman el objeto de las leyes
cuyo examen nos ocupa, es necesario determinar cuál

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252 L a Apologia

de los dos sistemas arriba descritos es más á propósito


para el manejo y dirección de las pasiones. Meditando
sobre la naturaleza del corazón del hombre, y atenién-
donos á lo que nos ensefía la experiencia de cada dia,
puede asegurarse que el medio más adaptado para en-
frenar una pasión, es dejarla sin esperanza; y que e!
condescender con ella, el permitirle contínuos desaho-
gos, es incitaria más y más, es juguetear con el fuego
alrededor del combustible, dejarle que prenda en él una
y otra vez, con la vana confianza de que siempre será
fácil apagar el incêndio* (1).

§4 ° L a m ejo r norm a en el am or

«Hay en el corazón humano una pasión forinidable,


que ejerce poderosa influencia sobre los destinos de la
vida, y que con sus ilusiones enganosas y seductoras la-
bra no pocas veces una larga cadena de doloryde infor­
túnio. Teniendo un objeto necesario para la conserva-
eión del humano linaje, y encontrándose en cierto modo
en todos los vivientes de la naturaleza, revístese, sin
embargo, de un carácter particular con sólo abrigarse
en el alma de un sér inteligente. En los brutos animales
el instinto la gula de un modo admirable, limitándola á
lo necesario para la conservación de las especies; pero
en el hombre el instinto se eleva á pasión, y esta pasión,
nutrida y avivada por el fuego de la fantasia, refinada
con los recursos de la inteligência, y veleidosa é incons*
tante por estar bajo la dirección de un libre albedrío, no
puede entregarse á tantos caprichos cuantas son las im-
presiones que reciben los sentidos y el corazón; se con-
vierte en un sentimiento vago, volub.le, descontentadizo,
insaciable; parecido al malestar de un enfermo calentu-
íl> P rotestantism o, pág. 58.

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Regeneración dei indivíduo 25»

riento, al frenesi de un delirante, que ora divaga por un


ambiente embalsamado de purísimos aromas, ora se
agita convulsivo con las ansias de la agonia» (1).
«Ahora bien: £cuâl es el sistema que conviene se­
guir para enfrenar esa pasión y encerrada en sus
justos limites, para impedir que no acarree al indivíduo
la desdicha, á las famílias el desorden, á las sociedades
el caos? L a regia invariable del catolicismo, así en la
moral que predica, como en las instituciones que plan-
tea, es la rep resión . Ni siquiera el deseo le consiente,
y declara culpable á los ojos de Dios á quien mirare á
una mujer con pensamiento impuro. Y esto £por qué?;
porque A más de la moralidad intrínseca que se encierra
en la prohibición, hay una mira profunda en ahogar el
mal en su origen, siendo muy^ cierto que es más fácil
impedir al hombre el que se complazca en maios deseos,
que no el que se abstenga de satisfacerlos después de
haberles dado cabida en su abrasado corazón; porque
hay una razón muy profunda en procurar de esta suerte
la tranquilidad del alma, no permitiéndole que, cual se-
diento Tántalo, sufra con la vista del agua que huye de
sus lábios, Quid vis v id ere qnod non licet h ab ere?
é P a r a qué q u ieres ver lo que no pitedes obtenerP dice
sabiamente el autor del admirable libro D e In im itación
d e Je s u c r is to , compendiando así en pocas palabras la
sabiduría que se encierra en la santa severidad de la
doctrina cristiana» (2).
Y no retrocede Balmes en su apologia del catolicis­
mo por la moralidad, cuando se presenta con toda su as-
querosidad la corrupción de costumbres que ha reinado
en ciertos períodos; antes de aqui saca un argumento,
á la vez divino y humano, en favor de la misma Reli-
(t) Protestantism o, pág. 61.
(2) Ib id ., pág. 63.

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254 La Apologia

gión. «La corrupción, dice, se había extendido por todas


partes de una manera lamentable; los ministros de la
religión se dejaban arrastrar de la corriente y se olvi-
daban de la santidad de su ministério; pero el fuego
santo ardia siempre en el santuario; allí se proclamaba,
se inculca.ba sin cesar la ley; y aquéllos mismos hom­
bres, jcosa admirable! aquéllos mismos hombres que la
quebrantaban, se reunían con frecuencia para conde-
narse á sí mismos, para afear su propia conducta, ha.
ciendo de esta manera más sensible, más público el con­
traste entre su enseííanza y sus obras. La simonía y la
incontinência eran los dos vicios dominantes; pues bien,
abrid las colecciones de los concílios y por donde quiera
los encontraréis anatematizados. Jamás se vió tan pro­
longada, tan constante, tan tenaz lucha del derecho
contra el hecho; jamás como entonces se vió, por espa-
cio de largos siglos, á la ley colocada cara á cara con­
tra las pasiones desencadenadas, y mantenerse allí fir­
me, inmóvil, sin dar un paso atrás, sin permitirles tré­
gua ni descanso hasta haberlas sojuzgado» (1).

§ 5.° L a m ejor n orm a exterior

En fin, tiene un fragmento póstumo, que no pudo


desarrollar enteramente, titulado E l E v an g elio y las
p asion es (2), en el cual hay unas apuntaciones preciosí-
simas sobre la urbanidad (3), donde pretende despojar
esta virtud social de los convencionalismos, para redu-
cirla á dos leyes verdaderamente generales: no incomo­
dar y conciliarse la simpatia de los demás. Explica los
hechos particulares en que se actúan estas leyes; pero la
(1) Protestantism o, cap. II.
(2) Escritos Póstumos, pág-. 109.
(3) P á g s. 106-107.

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Regeneración del indivíduo 255

conclusión es demostrar «el concierto admirable de las


máximas evangélicas con la sola verdadera urbanidad»;
y que «una persona sólidamente virtuosa es urbana aun
sin pensarlo; una persona muy corrompida tiene mucha
dificultad en ser urbana». Y acaba el fragmento con es­
tos dos enunciados: «razones de conveniência que indu-
cen á la virtud; enlace de la moral con la misma utili-
dad», las cuales sin duda responden á aquella máxima
publicada en L a S ociedad (1): «Si dijéramos que el único
resorte del corazón del hombre es el propio interés,
se seguirá que la Religión ha dado también en el
blanco».
No quiere dejar á la religión sin la aureola de la utili-
dad, tan poderosa en el hombre. Véase, por ejemplo, la
eficacia que en el Critério (2) atribuye á la humildad
cristiana para el acierto en los negocios mundanos.

§ 6 .° R esu m en . F orm ación d el carácter

Resumiendo. La formación moral del hombre es lo


que se llama un carácter. En los últimos párrafos del
C ritério se describen maravillosamente las cualidades
que lo forman, y las reduce á lo siguiente: «Conciencia
tranquila, designio premeditado, voluntad firme; he aqui
las condiciones para llevar á cabo las empresas. Esto
exige sacrifícios, es verdad; esto demanda que el hombre
se venza á sí mismo, es cierto; esto supone mucho
trabajo interior, no cabe duda; pero en lo intelectual,
como en lo moral, como en lo físico, en lo temporal
como en lo eterno, está ordenado que no alcanza la co-
rona quien no arrostra la lucha» (3). Y en el P ro testá n ■

fl) IV , pág. 295.


(2) Cap. X X I I I , § 18.
(3) §58.

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256 L a Apologia

tism o (1) demuestra que esta formación no la da sino el


catolicismo con la u n idad y fijez a de su dirección.
«Los protestantes y los filósofos, examinando las
doctrinas y las instituciones de la Iglesia católica al tra ­
vés de sus preocupaciones rencorosas, no han acertado
â concebir á qué servían los dos grandes caracteres que
distinguen siempre por doquiera los pensamientos y las
obras del catolicismo: u nidad y f i je z a ; u n idad en las
doctrinas, f i je z a en la conducta: senalando un objeto y
marchando hacia él, sin desviarse jamás. Esto los ha
escandalizado, y después de declamar contra la u nidad
de la doctrina, han declamado también contra la fije z a
en la conducta. Si meditaran sobre el hombre, conocie­
ran que esta fijeza es el secreto de dirigirlé, de domi-
narle, de enfrenar sus pasiones cuando convenga, de
exaltar su alma cuando sea menester, haciéndola capaz
de los mavores sacrifícios, de las acciones más heroicas.
Nada hay peor para el hombre que la in certidu m bre,
que la in d ecisión , nada que tanto le debilite y esteri-
lice. Lo que es el escepticismo al entendimiento, es la
indecisión á ia voluntad. Prescribidle al honrbre un ob­
jeto fijo, y haced que se dirija hacia él; á él se dirigirá
y le alcanzará. Deiadle vacilando entre vários, que no
tenga para su conducta una norma fija, que no sepa
cuál es su porvenir, que marche sin saber á dónde va,
y veréis que su energia se relaja, sus fuerzas se enfla-
quecen, hasta que se abate y se para. ^Sabéis el secreto
con que los grandes caracteres dominan el mundo? ^Sa-
béis cómo son capaces ellos mismos de acciones heroi­
cas, y cómo hacen capaces de ellas á cuantos los rodean?
Porque tienen un objeto fijo para sí y para los demás;
porque le ven con claridad, le quieren con firmeza, y se
encaminan hacia él sin dudas, sin rodeos, con esperan-
(1) Cap. X X V .

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Regeneración del indivíduo 257

za firme, con fe viva, sin consentir la vacilación, ni en


sí mismos ni en los otros. Alejandro, César, Napoleón
y los demás héroes antiguos y modernos, ejercían sin
duda, con el ascendiente de su genio, una acción fasci-
nadora; pero el secreto de su predomínio, de su pujan-
za, de su impulso, que todo lo arrollaba, era la unidad de
pensamiento, la fijeza del plan, que engendraban un ca­
rácter firme, aterrador, dándoles sobre los demás hom­
bres una superioridad inmensa. Así pasaba Alejandro
el Granico, y empezaba y llevaba á cabo su prodigiosa
conquista del Asia; así pasaba César el Rubicón y ahu-
yentaba á Pompeyo, y vencia en Farsalia, y se hacia
seflor del mundo; así dispersaba Napoleón á los habla-
dores que estaban disertando sobre la sucrte de la Fran-
cia, vencia en Marengo, se cenía la diadema de Cario
Magno, y aterraba y asombraba al mundo con los triun­
fos de Austerlitz y de Jena.
»Sin u n id ad no hay orden, sin f i je z a no hay e.stabi-
lidad; y en el mundo moral como en el Íísico nada puede
prosperar que no sea ordenado y estable. Así el Pro­
testantismo, que ha pretendido hacer progresar al in­
divíduo y á la sociedad, destruyendo la unidad religiosa,
é introduciendo en las creencias y en las instituciones
la m u ltip licid ad y m ov ilid ad del pensamiento privado,
ha acarreado por doquiera la confusión y el desorden, y
ha desnaturalizado la civilización europea, inoculando
en sus venas un elemento desastroso, que le ha causado
y causará todavia gravísimos males. Y no puede infe-
rirse de esto que el catolicismo esté renido con el ade­
lanto de los pueblos, por la u nidad de sus doctrinas y
la fije z a de las regias de su conducta, pues también
cabe que marche lo que es uno, también cabe movi-
miento en un sistema que tenga f i jo s algunos de sus
puntos. Ese universo que nos nsombra con su grandor,
17

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258 La Apologia

que nos admira con sus prodigios, que nos encanta con
su variedad y belleza, está sujeto á la u n id ad , y está
regido por leyes f i j a s y constantes.
»Ved ahí algunas de las razones que justifican la
severidad del Catolicismo; ved ahí por qué no ha podido
mostrarse condescendiente con esa pasión, que, una vez
desenfrenada, no respeta linde ni barrera, que introdu-
ce la turbación en los corazones y el desorden en las
famílias, que gangrena la sociedad, quitando á las cos­
tumbres todo decoro, ajando el pudor de las mujeres 3'
rebajándolas del nivel de dignas conipafíeras del hom­
bre. En esta parte el Catolicismo es severo, es verdad;
pero esta severidad no podia renunciaria sin renunciar
al propio tiempo sus altas funciones de depositário de la
sana moral, de vigilante atalaya por los destinos de la
humanidad.»

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C A P Í T U L O IV

Regeneración de la família

Después del indivíduo viene Ia familia, y de ésta


debe decirse, con igual verdad que del primero, que ha
sido enteramente regenerada por el Catolicismo. Lo
primero que hizo el Catolicismo fué enseflar la verda­
dera doctrina moral, que ha de regir al hombre en par­
ticular, y las relaciones mutuas del matrimonio, funda­
mento de la sociedad doméstica; pero no se contentó
con ensenar, sino que desplegó toda su autoridad y
fuerza para llevar aquellas doctrinas á la realidad. Tres
palabras lo dicen todo: monogamia, indisolubilidad, sa­
cramento.
«A pesar del benéfico influjo que por sí mismas ha-
bían de ejercer las doctrinas cristianas, no se hubiera
logrado cumplidamente el objeto, si la Iglesia no tomara
tan á pecho el llevar á cabo la obra más necesaria, más
imprescindible para la buena organización de la familia
y de la sociedad: hablo de la reforma del matrimonio. La
doctrina cristiana es, en esta parte, muy sencilla: uno
con una y p a ra siem p re; pero la doctrina no era bas­
tante, á no encargarse de su realización la Iglesia, á no
sostener esa realización con firmeza inalterable; porque

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260 La Apologia

las pasiones, y sobre todo Ias del varem, braman contra


semejante doctrina y la hubieran pisoteado sin duda, á
no estrellarsc contra el insalvable valladar que no les
ha dejado vislumbrar ni la más remota esperanza de
victoria» (1 ).

§ 1° M onogam ia

«Los escritores parciales pueden registrar los ana-


les de la historia eclesiástica para encontrar desavenen-
cias entre papas y príncipes, y eehar en cara á la corte
de Roma su espíritu de terca in tolerân cia con respecto
á la santidad del matrimonio; pero si no les cegara el
espíritu de partido, comprenderían que si esa terca in ­
tolerân cia hubiera aílojado un instante, si el pontífice
de Roma hubiese retrocedido ante la impetuosidad de
las pasiones un solo paso, una vez dado el primero,
encontrábase una rápida pendiente. y al fin de ésta un
abismo; comprenderían el espíritu dc verdad, la honda
convicción, la viva fe de que está animada esa augusta
Cátedra, ya que nunca pudieron consideraciones ni te ­
mores de ninguna clase hacerla emnudecer, cuando se
ha tratado de recordar á todo el mundo, y muy en par­
ticular ã los potentados y á los reyes: serán dos en una
carne, lo qu e D ios unió no lo sep a re el hom bre; com­
prenderían que si los papas se han mostrado inflexibles
en este punto, aun á riesgo de los desmanes de los re-
ves, además de cumplir con el sagrado deber que les
imponía el augusto carácter de jefes del cristianismo,
bicieron una obra maestra en política, contribuyeron
grandemente al sosiego y bienestar de los pueblos:
«porque los casamientos de los príncipes, dice Voltaire,
forman en Europa el destino de los pueblos, y nunca
(i) P rotestantism o, cap. X X IV ’ , pág. 49.

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Regeneración de la tamilia 261

se ha visto una corte libremente entregada á la prosti-


tución sin que hayan resultado revoluciones y sedi-
ciones» ( 1 ).

§ 2.° In d isolu b ilid ad d el m atrim on io

«Al lado de la monogamia, puede decirse que figura


por su alta importância la indisolubilidad del matrimo­
nio. Aquéllos que se apartan de la doctrina de la Igle-
sia, opinando que es útil, en ciertos casos, permitir el
divorcio, de tal manera, que se considere, como suele
decirse, disuelto el vínculo, y que cada uno de los con­
sortes pueda pasar á segundas núpcias, no me podrán
negar que miran el divorcio como un remedio, y reme-
dio peligroso, de que el legislador echa mano á duras
penas, sólo en consideración á la malicia ó á la flaqueza;
no me podrán negar que el multiplicarse mucho los
divorcios acarrearia males de gravísima cuenta, y que
para prevenirlos en aquéllos países donde las leyes ci-
viles consienten este abuso, es menester rodear la per­
misión de todas las precauciones imaginables; y por
consiguiente tampoco me podrán disputar, que el esta-
blecer la indisolubilidad como principio moral, el cimen­
taria sobre motivos que ejercen poderoso ascendiente
sobre el corazón, el seguir la marcha de las pasiones
teniéndolas de la mano para que no se desvíen por tan
resbaladiza pendiente, es un eficaz preservativo contra
la corrupción de costumbres, es una garantia de tran-
quilidad para las familias, es un firme reparo contra
gravísimos males que vendrían â inundar la sociedad;
y por tanto, que obra semejante es la más propia, la
más digna de ser objeto de los cuidados y del ceio de
la verdadera religión. iY qué religión ha cumplido con
(1) Protestantism o, pág. 50.

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262 La Apologia

este deber sino la católica? iCuál ha desempenado más


cumplidamente tan penosa y saludable tarea? ;Ha sido
el Protestantismo, que ni alcanzó á penetrar la profun­
didad de las razones que guiaban, en este particular, la
conducta de la Iglesia católica?» (1)

§ 3.° E l m atrim on io sacram en to

«El considerar el matrimonio, no como un mero


contrato civil, sino como un verdadero sacramento, era
ponerle bajo la augusta sombra de la religión, y ele-
varle sobre la turbulenta atmósfera de las pasiones:
;quién puede dudar que todo esto se necesita cuando se
trata de poner freno á la pasión más viva, más capri­
chosa, más terrible del corazón del hombre? iQuién
duda que para producir este efecto no son bastante las
leyes civiles, y que son menester motivos que, arran­
cando de más alto origen, ejerzan más eficaz influen­
cia?» (2 )
(1) Protestantism o, pág;. 53.
(2) Ib .t pág. 54.

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CAPÍTULO V

Regeneración de la sociedad

Después de la familia viene la sociedad. Aqui es


donde Balmes triunfa en toda la línea, porque puede
esplayarse libremente por aquéllos ideales de civiliza­
ción de que estaba tan enamorado, y demostrar no sólo
la concordia absoluta que tienen con nuestra religión,
sino la perfección que todos reciben de la influencia
católica. Es una apologia del Catolicismo por la civili­
zación. Desarrollemos con sus palabras algunas de las
notas más principales, completando lo que dice en el
P rotestan tism o con otros pasajes de sus obras.
Entre sus pensamientos, hallamos estos dos: «;Decís
que el Cristianismo ha civilizado el mundo? Esto es de­
cir que el Cristianismo es una verdad.
»Si bien se mira, la única religión de los pueblos
civilizados es el Cristianismo. Esto dice mucho» (1).
Aqui se apuntan dos caminos para la apologia social:
el primero es ir á la civilización por el Cristianismo,
de la causa al efecto; el segundo es ir al Cristianismo
por la civilización, del efecto á la causa. Lo primero,
tiene más de examen histórico; lo segundo, de discurso
filosófico.
(1) La Sociedad, I V , pág. 295.

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264 La Apologia

A rt. I

P ro c e s o h istó rico

Empecemos por el proceso histórico.


Es indudable que se parten la historia del mundo
dos civilizaciones, no sólo diferentes, sino opuestas,
casi como cosas contradictorias. Voamos cómo nos Ias
pinta Balmes en dos magníficos cuadros, donde por
cierto no se exageran las tintas.

§ 1. Cuad ro de la civilización p ag an a

«;En qué estado encontro al mundo el Cristianismo?


Pregunta es ésta en que debemos f ja r mucho nuestra
atención, si queremos apreciar deb damente los bene-
ficios dispensados por esa religión divina al indivíduo y
A la s°ciedad; si deseamos conocer el verdadero carác­
ter de la civilización cristiana.
»Som brio cuadro por cierto presentaba la sociedad
en cuyo centro nació el Cristianismo. Cubierta de be­
ijas apariencias, y herida en su corazón con enfermedad
e muerte, ofrecía la imagen de la corrupción más as­
querosa, velada con el brillante ropaje de la ostentación
y de la opulência. La moral sin base, las costumbres
sin pudor, sin freno las pasiones, las leyes sin sanción
la religión sin Dios, flotaban las ideas á merced de las
preocupaciones, del fanatismo religioso y de las cavi-
laciones filosóficas. Era el hombre un hondo mistério
para sí mismo, y ni sabia estimar su dignidad, pues que
consentia que se le rebajase al nivel de los brutos; ni
cuando se empenaba en ponderaria, acertaba á conte-
nerse en los lindes seftalados por la razón y Ia natura-

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Regeneración de la sociedad 265
I
leza: siendo á este propósito bien notable, que mientras
una gran parte del humano linaje gemia en la más ab-
yecta esclavitud, se ensalzasen con tanta facilidad los
héroes, y hasta los más detestables monstruos, sobre
las aras de los dioses.
»Con semejantes elementos debía cundir, tarde ó
temprano, la disolución social; y aun cuando no hubiera
sobrevenido la violenta arremetida de los bárbaros,
mâs ó menos tarde aquella sociedad se hubiera trastor-
nado: porque no había en ella ni una idea fecunda, ni
un pensamiento consolador, ni una vislumbre de espe­
ranza que pudiese preservaria de la mina.
»La idolatria había perdido su fuerza: resorte gas­
tado con el tiempo y por el uso grosero que de él
habían hecho las pasiones, expuesta su frágil contex­
tura al disolvente fuego de la observación filosófica,
estaba en extremo desacreditada; si por efecto de arrai­
gados hábitos ejercía sobre e! ânimo de los pueblos
algún influjo maquinal, no era éste capaz ni de resta-
blecer la armonía de la sociedad, ni de producir aquel
fogoso entusiasmo inspirador de grandes acciones: en­
tusiasmo que, en tratándose de corazones vírgenes,
puede ser excitado hasta por la superstición más irra­
cional y absurda. A juzgar por la relajación de costum-
bres, por la flojedad de los ânimos, por la afeminación
y el lujo, por el completo abandono á las más repug­
nantes diversiones y asquerosos placeres, se ve claro
que las ideas religiosas nada conservaban de aquella
majestad que notamos en los tiempos heroicos; y que,
faltas de eficacia, ejercían sobre el ânimo de los pueblos
escaso ascendiente, mientras servían de un modo la-
mentable como instrumentos de disolución. Ni era po­
sible que sucediese de otra manera: pueblos que se
habían levantado al alto grado de cultura de que pue-

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266 La Apologia

dcn gloriarse griegos y romanos, que habían oído dis­


putar á sus sábios sobre las grandes cuestiones acerca
de la Divinidad y el hombre, no era regular que per-
maneciesen en aquella candidez que era necesaria para
creer de buena fe los intolerables absurdos de que re-
bosa el paganismo: y sea cual fuere la disposición de
animo dela parte más ignorante de. pueblo, á buen se­
guro que no lo creyeran cuantos se levantaban un poco
sobre el nivel regular, ellos que acababan de oir filóso­
fos tan cuerdos como Cicerón, que se estaban sabo­
reando en las maliciosas agudezas de sus poetas satí­
ricos» (1 ).

§ 2.° Ciiadro de la civilización cristian a

Veamos ahora la nueva civilización. «Será bien


echar una ojeada sobre el vasto é interesante cuadro
que nos presenta la civilización europea, resumiendo
en pocas palabras sus principales perfecciones; pues
que de esta manera podre mos más fácil mente darnos
razón á nosotros mismos de la admiración que nos cau­
sa, y del entusiasmo que nos inspira. El indivíduo con
un vivo sentimiento de su dignidad, con un gran caudal
de laboriosidad, de acción }r energia, y con un desarrollo
simultâneo de todas sus facultades; la mujer elevada al
rango de companera del hombre, y compensando, por
decirlo así, el deber de la sujeción con las respetuosas
consideraciones de que se la rodea; la blandura y fir­
meza de los lazos de familia, con poderosas garantias
de buen orden y de justicia; una admirable conciencia
pública, rica de sublimes máximas morales, de regias
de justicia y equidad, y de sentimientos de pundonor y
decoro, conciencia que sobrevive al naufragio de la
(l) Protestantism o, cap. X I V .

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Regeneración de la sociedad 267

moral privada, y que no consiente que el descaro de la


corrupción llegue al exceso de los antiguos; cierta sua-
vidad general de costumbres, que en tiempo de guerra
evita grandes catástrofes, y en medio de la paz hace la
vida más dulce y apacible; un profundo respeto al hom­
bre y á su propiedad, que hace tan raras las violências
particulares, y sirve de saludable freno á los gobernan-
tes en toda clase de formas políticas; un vivo anhelo de
perfección en todos ramos; una irresistible tendencia,
errada á veces, pero siempre viva, á mejorar el estado
de las clases numerosas; un secreto impulso á proteger
la debilidad, á socorrer el infortúnio, impulso que á
veces se desenvuelve con generoso ceio, y cuando no,
permanece siempre en el corazón de la sociedad cau-
sándole el malestar y desazón de un remordimiento; un
espíritu de universalidad, de propagación, de cosmopo­
litismo; un inagotable fondo de recursos para remo-
zarse sin perecer, para salvarse en las mayores crisis;
una generosa inquietud que se empena en adelantarse
al porvenir, y de que resultan una agitación y un mo-
vimiento incesantes, algo peligroso á veces, pero que
son comúnmente el germen de grandes bienes, y senal
de un poderoso principio de vida; he aqui los grandes
caracteres que distinguen â la civilización europea, he
aqui los rasgos que la colocan en un puesto inmensa-
mente superior á todas las demás civilizaciones anti-
guas y modernas.
»Leed la historia, desparramad vuestras miradas
por todo el orbe, y donde quiera que no reina el Cris­
tianismo, si no prevalece la vida bárbara ó la salvaje,
hallaréis por lo menos una civilización que en nada se
parece á la nuestra, que ni aun remotamente puede
comparársele» ( 1 ).
(1) Protestantism o, cap. X X .

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258 La Apologia

A r t . II

F ru to s p re sen te s

dEn qué consiste esta regeneración social que ha


ti aído el Catolicismo? Dejando todo j o que pertenece á
la dignificación del indivíduo y á la restauración de la
lamilia, que es fundamento sólido y necesario de una
renovación en la sociedad, toma Balmes tres cualidades
características de la civilización nueva, de que todos se
glorían, y demuestra que se deben ;í la influencia cris-
tiana.

§ l.° Conciencia pública

Es Ia primera «una ad m irab le concien cia pú blica,


rica d e su blim es m áx im as m orales, d e re g ia s d e j u s ­
ticia y equ id ad , y de sen tim ien tos d e pu ndonor y
decoro, conciencia que sobrevive a i n a u fra g io de la
m oral p riv a d a , y no con sien te que el descaro de Ia
corrupción lleg u e al exceso de los a n tig u o s» ( 1 ).
«Es innegable que en esta conciencia dominan, ge­
neralmente hablando, la razón y la justicia. Revolved
los códigos, observad los hechos, y ri en las leyes ni en
las costumbres descubriréis aquellas chocantes injusti-
cias, aquellas repugnantes inmoralidades que encontra-
réis en otros pueblos. Ha37 males por cierto, y muy
graves; pero al menos nadie los desconoce, y se los 11a-
ma con su nombre. No se apellida bien al mal y mal al
bien; es decir, que está, en ciertas matérias, la sociedad
como aquéllos indivíduos de buenos princípios y de ma­
las costumbres, que son los primeros de reconocer que
(l) Protestantismo, cap. X X V III.

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Regeneración de la sociedad 269

su conducta es errada, que hay contradicción entre sus


doctrinas y sus obras.
»La moral cristiana en lucha primero con las diso-
lutas costumbres del império 3' después con la brutali-
dad de los bárbaros, tuvo que atravesar muchos siglos
sufriendo rudas pruebas; pero al fin triunfó de todo, y
llegó á dominar la legislación y las costumbres públi­
cas. Y no es esto decir que ni aquélla ni estas pudiera
elevarias al grado de perfección que reclama la pureza
de la moral evangélica; pero sí que hizo desaparecer las
injusticias más chocantes, desterro los usos más fero-
ces, enfrenó la procacidad de las costumbres más des-
envueltas, y logró por fin que el vicio fuera llamado en
todas partes por su nombre, que no se le disírazase con
mentidos colores, que no se le divinizase con la impu­
dência intolerable con que se hacia entre los antiguos.

§ 2.° S u avidad d e costu m bres

iC ierta su av id ad g en era l de costu m bres que, en


tiem po de g u erra , ev ita g ra n d es ca tá stro fes y cn m e­
dio de la pua hace la vida m ás dulce y apacible, es
otra de las cualidades preciosas que llevo seõaladas
como características de la civilización europea. Este es
un hecho que no necesita la prueba; se le ve, se le siente
por todas partes, al dar en torno de nostros una mirada:
resalta vivamente abriendo las páginas de la Historia,
3' comparando nuestros tiempos con otros tiempos, sean
los que fueren.
»Supuesto que la suavidad de costumbres proviene
de que en el trato de los hombres sólo se emplean la
convicción, la p ersu asión ó la seducción, claro es que
las sociedades más adelantadas, es decir, aquellas donde
la inteligência ha llegado á gran desarrollo, deben par­

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270 La Apologia

ticipar más ó menos de esta suavidad, En ellas la inte­


ligência domina porque es fuerte, así como la fuerza
material desaparece porque el cuerpo se enerva, Ade­
más, en sociedades muy adelantadas, que por precisión
acarrean mayor número de relaciones y mayor compli­
cación en los intereses, son necesarios aquéllos médios
que obran de un modo universal y duradero, siendo
además aplicables á todos los pormenores de la vida.
Estos médios son sin disputa los intelectuales y mora­
les: la inteligência obra sin destruir, la fuerza se estre-
11a contra el obstáculo, ó le remueve ó se hace pedazos
ella misma; y he aqui un eterno manantial de pertur-
bación que no puede existir en una sociedad de rela­
ciones numerosas y complicadas, so pena de convertir-
se ésta en un caos, y perecer.
»La esclavitud, que era uno de los elementos consti­
tutivos de la organización doméstica y social, era un
eterno obstáculo para introducirse en los antiguos pue­
blos esa preciosa cualidad... {Quién removió este obs­
táculo? {No fué la Iglesia católica aboliendo la esclavi­
tud, después de haber suavizado el trato cruel que se
daba á los esclavos?
»Los juegos públicos eran también entre los roma­
nos otro elemento de dureza y crueldad. {Qué puede
esperarse de un pueblo cuya principal diversión es asis-
tir fríamente á un espectáculo de homicídios, que se
complace en mirar cómo perecen en la arena á cente­
nares los hombres, ó luchando entre sí, ó en las garras
de las bestias?
»En los pueblos modernos, por corrompidas que sean
las costumbres, no es posible que se toleren jamás es-
pectáculos semejantes. E l principie de la caridad ha
extendido demasiado sus domínios para que puedan re-
petjrse tamafios excesos. Verdad es que no recaba de

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Regeneración de la sociedad 271

los hombres que se hagan recíprocamente todo el bien


que deberían, pero al menos impide que se hagan tan
fríamente el mal, que puedan asistir tranquilos á la
muerte de sus semejantes, cuando no les impele á ello
otro motivo que el placer causado por una sensación
pasajera. Y a desde la aparición del cristianismo comen-
zaron á echarse las semillas de esta aversión ã presen­
ciar el homicídio. Sabida es la repugnância de los cris­
tianos á los espectáculos de los gentiles, repugnância
que prescribían y avivaban las santas amonestaciones
de los primeros pastores de la Iglesia. Era cosa reco-
nocida que la caridad cristiana era incompatible con la
asistencia á unos juegos donde se presenciaba el homi­
cídio bajo las formas más crueles y refinadas. «Nos­
otros, decía bellamente uno de los apologistas de los
primeros siglos, hacemos poca diferencia entre matar
á un hombre ó ver que se le mata» ( 1 ).
«Las enemistades particulares tenían á la sazón un
carácter violento; el derecho se decidia por el hecho, y
el mundo estaba amenazado de no ser otra cosa que el
património del más fuerte. El poder público que, ó no
existia, ó andaba como confundido en el torbellino de
las violências y desastres, que su mano endeble no al-
canzaba á evitar ni á reprimir, era impotente para dar
á las costumbres una dirección pacífica, haciendo que
los hombres se sujetasen á la razón y á la justicia. Así
vemos que la Iglesia, á más de la ensefianza y de las
amonestaciones generales, inseparables de su augusto
ministério, adoptaba en aquella época ciertas medidas
para oponerse al torrente devastador de la violência
que todo lo asolaba y destruía.
»Una de las regias de conducta de la Iglesia católi­
ca ha sido el no doblegarse jamás ante el poderoso.
(1) Protestantism o, cap. X X X I .

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272 La Apologia

Cuando ha proclamado una ley la ha proclamado para


todos, sin distinción de clases. En las épocas de la pre­
potência de los pequenos tiranos, que bajo distintos
nombres vejaban los pueblos, esta conducta contribuyó
sobremanera á hacer populares las leyes eclesiásticas;
porque nada más propio para hacer llevadera al pueblo
una carga, que ver su jeto á ella al noble y hasta al
mismo rey.
»Yo no sé con qué espíritu han Lido algunos la his­
toria eclesiástica, que no hayan sentido la belleza del
cuadro que se ofreee en las repetidas disposiciones que
no he hecho más que apuntar, todas dirigidas á prote­
ger al débil contra el fuerte, Si al clérigo y al monje,
como débiles que son por pertenecer á una profesión
pacífica, se les protege de una manera particular en los
cânones citados, notamos que se dispensa la misma pro-
tección á las mujeres, á los peregrinos, á los mercado­
res, á los aldeanos que van de via je y se ocupan en los
trabajos del campo, á los animales de cultivo; en una
palabra, á todo lo débil. Y cuenta, cue esta protección
no es un mero arranque de generosidad pasajera, es un
sistema seguido en lugares muy diferentes, continuado
por espacio de siglos, desenvuelto v aplicado por los
médios que la caridad sugiere, inagotable en recursos
y artifícios cuando se trata de hacer el bien y de evitar
el mal» ( 1 ).

§ 3.° B en eficen cia

«Las costumbres no serán jamás suaves, si no existe


la beneficencia pública. De suerte que la suavidad y
esta beneficencia, si bien no se confunden, no obstante
se hermanan. La beneficencia pública, propiamente tal,
<1) P rotestan tism o, cap. X X X II.

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Regeneración de la sociedad 273

era desconocida entre los antiguos. El indivíduo podia


ser benéfico una que otra vez, la sociedad no tenía en-
trafías. Así es que la fundación de establecimientos
públicos de beneficencia no entró jamás en su sistema
de administración. ^Quéhacían, pues, de los desgracia-
dos? se nos dirá; y nosotros responderemos á esta pre-
gunta con el autor del Genio d el C ristianism o: «tenían
dos conductos para deshacerse de ellos, el infanticídio
y la esclavitud» ( 1 ).
Todo lo que es beneficencia y amor al prójimo, la
Iglesia lo ha mirado siempre como propio: fundación
de hospitales, matrícula de pobres, cuidado de los pre­
sos, protección de los desamparados; á ejemplo del
divino Salvador, que p ertra n siit b en efacien d o et s a ­
nando om n es; pero á pesar de activar en este sentido
toda acción individual con una superior prudência,
procuro radicado todo en instituciones.
«Por más que pudiese esperarse de la caridad cris-
tiana, entregada á sus propias inspiraciones y obrando
en la esfera meramente individual, no era conveniente
dejarla en semejante estado, sino que era menester
realizaria en instituciones permanentes, por medio de
las cuales se evitase que el socorro de las necesidades
estuviese sujeto á las contingências inseparables de
todo lo que depende de la voluntad del hombre y de
circunstancias de momento. Por este motivo, fué suma­
mente cuerdo y previsor el pensamiento de plantear un
gran número de establecimientos de beneficencia. La
Iglesia fué quien lo concibió y lo realizó; y en esto no
hizo otra cosa que aplicar á un caso particular la regia
general de su conducta: no dejar nunca á la voluntad
del indivíduo lo que puede vincularse á una institución.
Y es digno de notarse que ésta es una de las razones de
(1) P rotestantism o , cap. X X X 1 IÍ.
18

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274 La Apologia

la robustez que tiene todo cuanto pertenece al Catoli­


cismo; de manera, que así como el principio de la auto­
ridad en matérias de dogma le conserva la unidad y la
firmeza en la fe, así la regia de reducirlo todo á ins­
tituciones, asegura la solidez y duración á todas sus
obras.»
Y no se satisface todavia con esta multitud innume-
rable de instituciones católicas que eubren la tierra; él
prevê una organización más vasta, si no hubiera venido
á estorbarla el Protestantismo.
«Llegando á tiempos más cercanos, son en muy cre-
cido número los institutos que se fundaron con objetos
de beneficencia; siendo de admirar la fecundidad con
que brotaban por doquiera los médios de socorrer las
necesidades que se iban ofreciendo. No es dado calcular
á punto fijo lo que hubiera sucedido sin la aparición del
Protestantismo; pero discurriendo por analogia, se pue­
de conjeturar que si el desarrollo de la civilización eu­
ropea se hubiese llevado á su complemento bajo el prin­
cipio de la unidad religiosa, y sin las revoluciones y
reacciones en que se halló sumida la Europa, merced á
la pretendida reforma, no habría dejado de nacer del
seno de la religión católica algún sistema general de
beneficencia, que, organizado en grande escala y con­
forme á lo que han ido exigiendo los nuevos progresos
de la sociedad, quizás hubiera prevenido ó remediado
esa plaga del pauperismo, que es el câncer de los pue­
blos modernos. ;Qué no podia esperarse de los esfuerzos
de toda la inteligência, y de todos los recursos de Euro­
pa, obrando de concierto para lograi" este objeto?
»Tres siglos han pasado desde el funesto aconteci-
miento que lamentamos, y la Europa, que durante este
tiempo ha estado sujeta en buena parte á la influencia
del Protestantismo, no ha dado un solo paso más allá

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Regeneración de la sociedad 275

de lo que estaba ya hecho antes de aquella época. No


puedo creer que si estos tres siglos hubiesen transcu-
rrido bajo la influencia exclusiva del Catolicismo, no
hubiese brotado en su seno alguna invención caritativa,
que hubiese elevado los sistemas de beneficencia á toda
la altura reclamada por la complicación de los nuevos
intereses. Echando una ojeada sobre los vários sistemas
que fermentan en el espíritu de los que se ocupan de
esta cuestión gravísima, figura la asociación bajo una
ú otra forma. Cabalmente éste ha sido siempre uno de
los princípios favoritos del Catolicismo, el cual, así
como proclama la u n idad en la fe, así proclama tam­
bién la u nión en todo. Pero hay la diferencia, que mu­
chas de las asociaciones que se conciben y plantean no
son más que ag lom eración de intereses, faltándoles la
unión de voluntades, la u n idad de fin, circunstancias
que no se encuentran sino por medio de la caridad cris-
tiana; y, no obstante, son necesarias estas circunstan­
cias para llevar á cabo las grandes obras de beneficen­
cia, si en ella se ha de encontrar algo más que una
medida de administración pública. Esta administración
de poco sirve cuando no es vigorosa; y desgraciada-
mente, cuando alcanza este vigor, su acción se resiente
un poco de la dureza y tirantez de los resortes. Por
esto se necesita la caridad cristiana, que filtrándose por
todas partes á manera de bálsamo, suavice lo que tenga
de duro la acción del hombre.»

§ 4.° A m plitud del bien

En esta obra de regeneración social que ha produ-


cido el cristianismo en todos los órdenes de la vida,
tanto como su profundidad, llama la atención su ampli­
tud, la comunicación de los bienes de la vida á una

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276 La Apologia

parte tan numerosa de la sociedad, que á los antiguos


hubiera parecido cosa de fábula.
«Examínese ã fondo las civilizaciones antiguas, y
se palpará, que aquéllos grandes pueblos que han lle-
nado el mundo con la fama de su nombre, se reducen á
un pequeno número, que, teniendo á sus órdenes una
inmensa muchedumbre, ora con el título de esclavos,
ora con el de plebeyos, se aprovechr.ba de sus trabajos
y fatigas, explotando en propia y exclusiva utilidad los
sudores y la sangre de aquéllos infelices. H um anum
p au cis vivit gen tis, dijo profundamente Julio César.
»Con la nueva orgauización social introducida por
el cristianismo, con lentitud, pero con justicia 3? suavi­
dad, se han remediado en parte esos males; y si bien
bajo ciertos aspectos es todavia verdadera la sentencia
que acabamos de citar, no puede negar se que la suerte
de la humanidad ha mejorado en gran manera, y que
participa de las ventajas de la sociedad un número tan
crecido, que á los gentiles les hubiera parecido fabulo­
so. Abolida la esclavitud, mejor distribuída la propie-
dad, organizado sobre otras bases el trabajo, quitada la
nota de ignominia á las profesiones manuales, estable-
cida y generalizada la beneficencia pública, se ha mejo­
rado considerablemente el estado de las clases más nu­
merosas; que por más que se ponderen sus males pre­
sentes, que repetidas veces hemos también deplorado,
es cierto que no salieran gananciosas, si cambiaran su
suerte con la de los esclavos de la antiguedad ó de los
negros de las colonias» ( 1 ),
(1) L a Sociedad, I í. L a poblacián, art. l.°, p á ?. 36.

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A r t . III

L o q u e h u b i e r a h e c h o la I g l e s i a

No se contenta Balmes con ponderar lo que ha hecho


la Iglesia en pro de la civilización; ve fulgurar un ideal
más sublime, que sin duda hubiéramos logrado, á no
haberlo estorbado el Protestantismo, dividiendo las
fuerzas y poniendo obstáculos á la acción civilizadora.
«La Europa, dice, estaba al parecer destinada á ci­
vilizar el orbe entero. La superioridad de su inteligên­
cia, Ia pujanza de sus fuerzas, la sobreabundancia de su
población, carácter emprendedor y valiente, sus arran­
ques de generosidad y heroísmo, su espíritu comunica­
tivo y propagador, parecían Ilamaría á derramar sus
ideas, sus sentimientos, sus lejms, sus costumbres, sus
instituciones, por los cuatro ângulos del Universo.
;Cómo es que no lo haya verificado? ^Cómo es que la
barbarie está todavia á sus puertas? {Cómo es que el
islamismo conserva aún su campamento en uno de los
climas más hermosos, en una de las situaciones más
pintorescas de Europa? El Asia con su inmovilidad, su
postración, su despotismo, su degradación de Ia mujer,
y con todos los oprobíos de la humanidad, está ahí, á
nuestra vista, y apenas se ha dado un paso que prome­
ta levantaria de su abatimiento. El Asia menor, las
costas de la Palestina, de Egipto, el África entera,
están delante de nosotros, en la situación deplorable, en
la degradación lastimosa, que contrastan vivamente
con sus grandes recuerdos. La América, después de
cuatro siglos de perenne comunicación con nosotros, se
halla todavia en tal atraso, que gran parte de sus fuer-

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278 La Apologia

zas intelectuales v de sus recursos naturales, están aún


por explotar.
»Llena de vida la Europa, rica de médios, rebosante
de vigor y energia, <;cómo es posible que haya quedado
circunscrita á los limites en que se encuentra? Si fija-
mos profundamente nuestra consideración sobre este
lamentable fenómeno, el cual es bien extrano que no
haya llamado la atención de la filosofia de la historia,
descubriremos su causa en que la Eluropa ha carecido
de unidad; por consiguiente su acción al exterior se ha
ejercido sin concierto, y por tanto sin eficacia. Se está
ensalzando continuamente la utilidad de la asociación,
se está ponderando su necesidad para alcanzar grandes
resultados; y no se advierte, que siendo aplicable este
principio á las naciones como á los indivíduos, tampoco
pueden aquéllas prometerse el producir grandes obras,
si no se someten á esta ley general. Cuando un con­
junto de naciones, nacidas de un mismo origen, y so-
metidas por largos siglos á las mismas influencias, han
llegado á desenvolver su civilización dirigidas y domi­
nadas por un mismo pensamiento, la asociación entre
ellas llega á ser una verdadera necesidad: son una fa­
milia de hermanos: y entre hermanos la división y la
discórdia producen peores efectos que entre personas
extranas.
»No quiero yo decir, que fuera posible una concór­
dia tal entre las naciones de Europa, que viviesen en
paz perpetua unas con otras, y procediesen con entera
armonía en todas las empresas que acometieran sobre
las demás partes del globo; pero sin entregarse á tan
hermosas ilusiones, imposibles de realizar, queda no
obstante fuera de duda que, á pesar de las desavenen-
cias particulares entre nación y nación, á pesar de la
mayor ó menor oposición de intereses en lo interior y

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Regeneración de la sociedad 279

exterior, podia la Europa conservar una idea civili-


zadora, que levantándose sobre todas las misérias y
pequefieces de las pasiones humanas, la condujese á
conquistar mayor ascendiente, asegurando y aprove-
chando la influencia sobre las demás regiones del
mundo ( 1 ).»

A r t . IV

M éd io s d e q u e s e valió

Para esta obra de regeneración social el Catolicis­


mo tomó los médios más acomodados, aquéllos que
ahora son património de todas las ideas que pueden in­
fluir: la invasión de doctrina, y la invasión de hechos;
con lo cual viene á decirnos Balmes, que el gran siste­
ma de las revoluciones sociales, es esencialmente eris-
tiano.

§ l.° P ro p a g a ció n de la doctrina

El paganismo no tenía espíritu propagandista de


sus doctrinas; las reservaba para los cenáculos de ini­
ciados, dejando al pueblo en la más embrutecedora ig­
norância. E l Cristianismo, desde un principio, es la
escuela de todos, predica á la luz del dia y desde los
terrados (2). No se contenta con que ensenen el padre
y la madre en el santuario de la familia, ni el maestro
en el encerramiento de la escuela; sino que lanza al
sacerdote, al apóstol á que predique oportune et im ­
p ortu n e, y que á ejemplo de Jesucristo, en todas par-
(1) P rotestantism o, cap. X L V .
(2) Mat. 10, Ti.

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280 La Apologia

tcs encuentre una cátedra. «Y es tan importante, dice


Balmes, para la instrucción y moralidad de los pue­
blos ese sistema de continua predicación y ensenanza,
practicado en todas épocas y lugares por la Iglesia
Católica, que debe juzgarse como un gran bien el que,
en medio del prurito que atormento á los primeros
protestantes de desechar todas las prácticas de la
Iglesia, conservase sin embargo la de la predica­
ción ( 1 ).»
Fijémonos en lo nueva y trascendental que era esta
acción de doctrina introducida por el Cristianismo.
«Estamos tan acostumbrados A ver entorno de nos­
otros los prodígios del Cristianismo, y nos hemos con-
naturalizado de tal suerte á las prácticas por él esta-
blecidas, que apenas si reparamos en el alto mérito
que encierran, y en los inmensos efectos que producen.
Si Sócrates, si Platón, si Cicerón, si Séneca,si Epicteto
y demás filósofos de la antiguedad aficionados á la mo­
ral, se levantaran de sus sepulcros, y recorriesen un
país cristiano, no volverían de su sorpresa y asombro
á Ia vista del espectáculo que se presentaría á su vista.
Si se los introdujera en alguna de nuestras magníficas
catedrales, donde oradores elocuentes desenvuelven
con maestria las máximas evangélicas, haciendo de
ellas innumerables aplicaciones á todos los actos de la
vida humana, donde un numeroso auditorio escucha
atento y conmovido las palabras del ministro de Dios,
que descienden de la cátedra del Espíritu Santo, ora
como raudales de benéfica lluvia sobre una tierra
agostada, ora como rayos del Eterno que se complace
en amedrentar el mundo, para apartarle del camino de
la maldad, llenáranse de admiración al ver cuál se de-
rraman sobre todo un pueblo, sin distinción de edades,
(1) P rotestantism o, cap. X IV .

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Regeneración de la sociedad 281

sexos, condiciones ni clases, princípios que ellos tuvie-


ran allá reservados cual recônditos secretos, cual ine-
fables arcanos, accesibles unicamente á un reducido
número de sábios. Avergonzaríanse de su filosofia al
ver que lo que ellos se imaginaron tocar á los últimos
confines de la sabiduría humana, se hallaba excedido,
eclipsado por el raudal de máximas sublimes que salen
de la boca de aquel hombre, y de quien conocieran
desde luego que no las ha bebido en ninguna de sus es­
cuelas. (Y cuál no fuera su pasmo, si se les anadiese
que la escena que acaban de presenciar nada tiene de
desusado ni extraordinário, que se repite á un mismo
tiempo en muchos puntos de una misma ciudad, y en
todas las regiones del globo; si se les dijese que desde
Ia población más opulenta, hasta la aldea más misera­
ble, están distribuídos hombres encargados de llenar
el mismo objeto, obligados estrictamente por su insti-
tución á repetir á los pueblos aquellas altas lecciones;
si se les advirtiese que á más de esto circulan, así
entre las clases ricas como entre las pobres, entre los
sábios como entre los ignorantes, una muchedumbre
de libros, donde en vários estilos, en distintas formas,
en todas las lenguas, encontrarán explicadas y desen-
vueltas de mil maneras aquellas mismas máximas que
acaban de oir de la boca del orador sagrado? Llorarían,
llorarían sin duda de enternecimiento, si se los condu-
jera á una de esas aldeas retiradas, pobres, donde se
albergan un escaso número de infelices, que alcanzan
apenas á ganar con el sudor de su rostro el alimento de
sus famílias y los groseros trajes con que se cubren, y
se los introdujese un domingo en la pequena iglesia,
donde un hombre revestido con los hábitos sacerdota-
les, en pie, junto al ara del sacrifício, está explicando á
los sencillos feligreses un punto del Evangelio, algún

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282 La Apologia

pasaje de la vida de Jesucristo, ó algún trozo de sus


sermones, y deduciendo en seguida mil y mil regias de
conducta á que debe acomodarse la vida del cristiano,
y reprendiendo los vicios que contra ella se han tal vez
introducido, y senalando los remedios de que pueden
echar mano para curarse los que adolezcan de aquellas
enfermedades del alma. Confesarían á no dudarlo que
su ciência era vana, que en sus escuelas se malgastaba
inútilmente el tiempo, que ven realizado lo que ellos ni
siquiera habían concebido como posible; exclamarían
que sin duda ha bajado del cielo algún Dios para ense­
nar esas cosas á los hombres, que sin duda él les ha
dado la pauta que debían seguir para perpetuar por
los siglos de los siglos tan sublime doctrina; dirían que
á tanto no podia llegar el pensam iento del mortal, y
que una organización semejante, donde se hallan esta-
blecidas por todo el universo, abiertas para todas las
clases de la sociedad, cátedras de tan elevada filosofia,
sólo puede haber dimanado de un Diós, que, compade
eido de las tinieblas en que yacía el mundo, habrá que­
rido ilustrarle renovando de esta manera la faz de la
tierra ( 1 ).»

§. 2 .° L a prensa

La propaganda doctrinal, el espíritu de controvér­


sia, la difusión de las ideas por la prensa, sin dejar de
reconocer los grandes males que fmn causado y causa á
la Religión, cuando los poderosos médios modernos son
explotados por el espíritu del mal, los vindica Balmes
como sistemas amigos del Catolicismo, y como distin­
tivos de esta religión de luz, en contraposición de todas
las demás que siempre han amado y aman las tinieblas.
(1) I.a Civilización, III. L a influencia relig io sa , pág. 364.

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Regeneración de Ia sociedad 283

En L a S ociedad (1) publica un artículo sobre L a


P r e n s a , donde se entusiasma con este invento, y
hace la apologia del Catolicismo por el amor que ha
tenido siempre á la propaganda doctrina! en todos los
sentidos.
«La Religión Católica, dice, no ha menester envol-
verse en tinieblas para conservar el legítimo ascen-
diente que le aseguran los títulos celestiales que puede
presentar; jamás ha esquivado la discusión, antes al
contrario, se ha esforzado en promoveria por cuantos
médios han estado á su alcance. Siglos antes que apa-
reciese la imprenta se habían escrito ya innumerables
volúmenes sobre todos los puntos de la religión, y
sobre los fundamentos en que estriba; pero menester
es confesar que .sin este descubrimiento no hubieran
logrado los escritos antiguos la asombrosa propaga­
ción que obtienen ahora, ni habría sido dable tampoco
multiplicar de la manera que se ha hecho en los tiem­
pos modernos, las obras de historia eclesiástica, de
controvérsia dogmática, de teologia escolástica, de
crítica, de filosofia, de ciências naturales y exactas,
formando ese admirable conjunto de erudición y sabi­
duría que nos han legado tantos insignes escritores, y
del cual brota un raudal de vivísima luz, bastante á
convencer â todo hombre sensato de que la religión
católica es la única verdadera.
»En todas épocas, y particularmente después de la
invención de la imprenta, se ha podido notar cuán di­
ferente es la religión de Jesucristo, de las demás que
han existido y existen todavia. En éstas, la discusión
religiosa no ha tenido jamás un desarrollo considera-
ble. Obscuras en su origen, enigmáticas en sus expre-
siones, tortuosas en su conducta, tirânicas en su go-
(1) I, p á g . 282.

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284 La .Apologia

bierno, han tendido su férrea mano sobre la miserable


humanidad, condenándola á vivir en el ilotismo, ó ce-
gándola y corrompiéndola con dar rienda suelta á las
pasiones más vergonzosas. La luz era para ellas temi-
ble, porque obraban m a l; y así procuraban desterraria
del espíritu de sus prosélitos, inclinando al goce los
corazones, y pegando al polvo las frentes que debieran
mirar al cielo. Muy al contrario nuestra augusta reli­
gión: sin admitir el desatentado y funesto principio de
examen, tal como lo entienden los protestantes, pues
que no le era posible sin negarse á sí misma, faltando á
la institución del divino Fundador, ha procurado no
obstante que no cesase nunca la discusión sobre las
matérias más graves, fomentando ella misma la fun­
dación v progresos de aquéllos establecimientos, cuyo
objeto era la conservación y el lustre de los estúdios
religiosos.
»Lejos pues de que sea justo decir que la imprenta
ha sido para el catolicismo un golpe de muerte, por
haber promovido con mayor extensión las controvér­
sias sobre las cuestiones más importantes, puede afir-
marse con el testimonio de los hechos, que ese nuevo
medio de propagación secundaba los desígnios de la
Iglesia Católica; sin que valga lo que en contrario pu-
diera alegarse, fundándose en el latnenfable abuso que
de él han hecho y hacen todavia las falsas sectas, la in­
credulidad y las pasiones bastardas» (1 ).

§. 3.° L a acción

Después de la propaganda, y juntamente con


ella, pondera Balmes como medio católico la acción,
el influir activamente en todo: e) intervencionismo,
(1) La Sociedad, pág. 292.

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Regeneración de la sociedad 285

el imperialismo moderno tienen aqui mucho que


aprender.
«Por grande que íuese la importância dada por la
Iglesia á la propagación de la verdad, y por más con­
vencida que estuviera de que, para disipar esa informe
masa de inmoralidad y degradación que se ofrecía á su
vista, el prirner cuidado había de dirigirse á exponer
el error al disolvente fuego de las doctrinas verdade­
ras, no se limitó á esto; sino que descendiendo al
terreno de los hechos, y siguiendo un sistema lleno de
sabiduría y cordura, hizo de manera que la humanidad
pudiese gustar el precioso fruto, que hasta en las co­
sas terrenas dan las doctrinas de Jesucristo. No fué la
Iglesia sólo una escu ela g ra n d e y fe c u n d a , f u é una
asociación reg e n e r a d o ra ; no esparció sus doctrinas
generales arrojándolas como al acaso, con la esperan­
za de que fructiílcaran con el tiempo, sino que las
desenvolvió en todas sus relaciones, las aplicó á todos
los objetos, procuró inocularias á las costumbres y á
las leyes, y realizarias en instituciones que sirviesen
de silenciosa pero elocuente ensenanza á las genera­
ciones venideras. Veíase desconocida la dignidad del
hombre, reinando por do quiera la esclavitud; degra­
dada la mujer, ajándola la corrupción de costumbres y
abatiéndola la tirania del varón; adulteradas las rela­
ciones de familia, concediendo la ley al padre unas fa­
cultades que jamás le dió la naturaleza; despreciados
los sentimientos de humanidad en el abandono de la in­
fancia, en el desamparo del pobre y del enfermo; lle-
vadas al más alto punto la barbarie y la crueldad en el
derecho atroz que regulaba los procedimientos de la
guerra; veíase por fin, coronando el edifício social ro­
deada de satélites y cubierta de hierro, la odiosa tira­
nia, mirando con despreciador desdén á los infelices

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286 La Apologia

pueblos que yacían ásus plantas, amarrados con rema-


chadas cadenas.
»En tarnaúo conflicto no era pequefta empresa la de
desterrar el error, reformar y suavizar las costum­
bres, abolir la esclavitud, corregir los vicios de la le-
gislación, enfrenar el poder y armonizarle con los
intereses públicos, dar nueva vida al indivíduo, reor­
ganizar la familia y la sociedad; y sin embargo, esto,
y nada menos que esto ejecutó la Iglesia (1).»
Por aqui se ve cuán moderna ha sido siempre la
Iglesia. L a diferencia que la separa de los nuevos re­
volucionários, consiste no solamente en el fin regene­
rador que ella se propone, sino también en los médios
que emplea. Así la Iglesia emprende, desde el primer
instante, la obra máxima de redimir á la humanidad de
la esclavitud. Los revolucionários que antes y después
de ella han intentado obras semejantes, no saben ha-
cerlo sin promover conflictos, peores muchas veces
que el mismo mal que se pretende remediar. La Igle-
sia no, procede lenta, pero seguramente; con suavidad,
pero con eficacia; vence todas las dificultades, que pare-
cían insuperables, pero sin promover ningún conflicto
social, político ni económico. Es imposible ir siguiendo
las abundantes pruebas positivas que va desarrollando
por los capítulos X V I, X V II, X V III y X IX .

§ 4.° C arácter positivo de su acción

Una de las principales causas de la eficacia regene­


radora que tiene el Catolicismo, es su maravilloso ca­
rácter positivo y de acomodación á roda necesidad.
«Esta religión divina, dice, que bajada del cielo le­
vanta de continuo el entendimiento del hombre á medi-
(l) Protestantism o, cap. 15.

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Regeneración de la sociedad 287

taciones sublimes, tiene sin embargo un carácter sin­


gular que la distingue de las escuelas y sectas que han
pretendido imitaria. A pesar del espíritu de abstracción
que la mantiene despegada de las cosas terrenas, nada
se encuentra en ella de vago, de ocioso, de puramente
teórico. Todo es especulativo y práctico, sublime y
llano; á todo se acomoda, á todo se adapta, con tal que
sea compatible con la verdad de sus dogmas y la seve­
ridad de sus máximas. Con los ojos fijos en el cielo, no
se olvida de que está sobre la tierra, de que trata con
hombres mortales, sujetos á calamidades y misérias:
con una mano les senala Ia eternidad, con la otra so­
corre sus infortúnios, alivia sus penas, enjuga sus lá­
grimas. No se contenta con palabras estériles: para ella
el amor del prójimo no es nada, si no se manifiesta dan­
do de comer al hambriento, de beber al que tiene sed,
cubriendo al desnudo, consolando al afligido, visitando
al enfermo, aliviando al preso, rescatando al cautivo.
Por valerme de una expresión favorita del siglo actual,
es p ositiv a en grado eminente. Así es, que sus pensa­
mientos procura realizarlos por medio de instituciones
benéficas, fecundas; distinguiéndose en esto de la filo­
sofia humana, cuyas pomposas palabras y gigantescos
proyectos contrastan tan miserablemente con la peque­
nez, con la nada de sus obras. La religión habla poco,
pero medita y ejecuta mucho: digna hija del Sér infi­
nito, que abismado en la contemplacíón del piélago de
luz que encierra en su esencia, no ha dejado de criar
ese universo que nos asombra, no deja de conservarle
con inefable bondad, y de regirle con inconcebible
sabiduría» ( 1 ).

(1) P ro testa n tism o , cap. X L I V .

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288 La Apologia

§ 5.° R esu m en

«En el rápido bosquejo que acabo de trazar, he cum-


plido, según creo, con lo que al principio insinué, de
que no adelantaría una proposidón, que no la apoyara
en irrecusables documentos, sin dejarme extraviar por
el entusiasmo á favor del Catolicismo, hasta atribuirle
lo que no le pertenezca. Velozmente, á la verdad, hemos
atravesado el caos de los siglos, pero se nos han pre-
sentado en diversísimos tiempos y lugares, pruebas
convincentes de que el Catolicismo es quien ha abolido
la esclavitud, á pesar de las ideas, de las costumbres,
de los intereses, de las leyes que formaban un reparo
al parecer inveneible; y todo sin in usticias, sin violên­
cias, sin trastornos, y todo con la más exquisita pru­
dência, con la más admirable templanza. Hemos visto
á la Iglesia Católica desplegar contra la esclavitud un
ataque tan vasto, tan variado, tan eficaz, que para que-
brantarse la ominosa cadena no se ha necesitado
siquiera un golpe violento; sino que, expuesta á la ac­
ción de poderosísimos agentes, se ha ido aflojando, des-
haciendo, hasta caerse á pedazos. Primero se ensenan
en alta voz las verdaderas doctrinas sobre la dignidad
del hombre, se marcan las obligacíones de los amos y
de los esclavos, se los declara iguales ante Dios, redu-
ciéndose á polvo las teorias degradantes que manchan
los escritos de los mayores filósofos de la antiguedad;
luego se empieza la aplicación de las doctrinas, procu­
rando suavizar el trato de los esclavos, se lucha con
el derecho atroz de vida y muerte, se les abren por
asilo los templos, no se permite que á la salida sean
maltratados, y se trabaja por substituir á la vindicta
privada la acción de los tribunales; al propio tiempo se

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Regeneración de la sociedad 289

garantiza la libertad de los manumitidos, enlazándola


con motivos religiosos se defiende con tesón y solicitud
la de los ingénuos, se procura cegar las fuentes de la
esclavitud, ora desplegando vivísimo ceio por la reden-
ción de los cautivos, ora saliendo al paso á la codicia
de los judios, ora abriendo expeditos senderos por
donde los vendidos pudiesen recobrar la libertad; se da
en la Iglesia el ejemplo de la suavidad y del desprendi-
miento, se facilita la emancipación admitiendo á los
esclavos á los monasterios y al estado eclesiástico, y
por otros médios que iba sugiriendo la caridad: y así,
á pesar del hondo arraigo que tenía la esclavitud en la
sociedad antigua, á pesar del trastorno traído por la
irrupción de los bárbaros, á pesar de tantas guerras y
calamidades de todos géneros, con que inutilizaba, en
gran parte, el efecto de toda acción reguladora y be­
néfica, se vió, no obstante, que la esclavitud, esa lepra
que afeaba á las civilizaciones antiguas, fué disminu-
yendo rápidamente en las naciones cristianas, hasta
que al fin desapareció» ( 1 ).

A r t . V
T odo e sto es del C ato licism o

Aqui ha}7 que huir de una vaguedad, que fácil­


mente aceptan los enemigos del Catolicismo, conce-
diendo de buen grado que la doctrina de Cristo ha
tenido su influencia en el progreso de la civilización,
pero negándolo, ó regateándolo á la Iglesia Católica.
El Cristianismo fué desde el principio, y ha sido siem­
pre indivisiblemente, una escuela y una institución
(1) P rotestantism o, cap. X I X .
19

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290 La Apologia

regeneradora: de aqui ha manado todo; y esta fuente


perenne no es más que una. De suerte que, al hacer la
apologia del Cristianismo, se hace la de la Iglesia Cató­
lica. «Es de la mayor importância, dice, en la época
actual, el distinguir entre el Cristianismo y el Catoli­
cismo, siempre que se trata de poner en claro y de pre-
sentar á la gratitud de los pueblos los inefables benefí­
cios de que son deudores á la religión cristiana. Con­
viene demostrar que lo que ha regenerado al mundo no
ha sido una idea lanzada, como al acaso, en medio de
tantas otras que se disputaban la preferencia y el pre­
domínio; sino un conjunto de verdades y de preceptos
bajados del cielo, transmitidos ai género humano por
un Hombre-Dios por medio de una sociedad formada y
autorizada por El mismo, para continuar hasta la con-
sumación de los siglos la obra que E l estableció con su
palabra, sancionó con sus milagros y selló con su san­
gre. Conviene por tanto mostrar á esa sociedad, que
es la Iglesia católica, realizando en sus leyes y en sus
instituciones las aspiraciones y la enseiianza del divino
Maestro, y cumpliendo al mismo tiempo el alto destino
de guiar á los hombres hacia la felicidad eterna, y el
de mejorar su condición y consolar y disminuir sus ma­
les en esta tierra de infortúnio. De esta suerte se con­
creta, por decirlo así, el Cristianismo, ó mejor diremos,
se le muestra tal cual es, no cual lo finge el vano pen­
samiento del hombre.
»Y cuenta, que no debemos temer jamás por la
suerte de la verdad, á causa de un examen detallado y
profundo de los hechos históricos: que si en el vasto
campo á que nos conducen semejantes investigaciones
encontramos de vez en cuando la obscuridad, andando
largos trechos por caminos abo vedados donde no pene-
tran los rayos del sol, donde sonoroso el terreno que

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Regeneración de la sociedad 291

pisamos amenaza con abismos á nuestra planta, mar­


chemos todavia con más aliento y brio; á la vuelta
de la sinuosidad más medrosa descubriremos en lon-
tananza la luz que alumbra la extremidad del ca­
mino y la verdad sentada á sus umbrales, sonrién-
dose apaciblemente de nuestros temores y sobresal-
tos» ( 1 ).
Así lo hace él. Con la historia en la mano demuestra
que la transformación social realizada en las nuevas
civilizaciones, no pueden atribuírsela por igual las sec-
tas disidentes que se denominan cristianas, sino que
es propia del espíritu genuino que vive en la Iglesia
Católica. Para esto basta comparar los países donde
reinó el cisma y la h erejía, con aquéllos otros que
no se apartaron de su primitivo tronco. «El Oriente
y el Occidente, ambos sujetos á grandes trastornos,
ambos profesando el Cristianismo, pero de manera que
el principio católico se halló débil y vacilante allí,
mientras estuvo robusto y profundamente arraigado
entre los occidentales, hubieran ofrecido dos puntos de
comparación muy á propósito para estimar lo que vale
el Cristianismo sin el Catolicismo, cuando se trata de
salvar la civilización y la existência de las naciones.
En Occidente los trastornos fueron repetidos y espan­
tosos, el caos llegó á su complemento, y sin embargo,
del caos han brotado la luz y la vida. Ni la barbarie de
los pueblos que inundaron estas regiones, y que adqui-
rieron en ellas asiento, ni las furiosas arremetidas del
islamismo. aun cuando estaba en su mayor brio y pu-
janza, bastaron para que se ahogase el germen de una
civilización rica y fecunda: en Oriente todo iba enveje-
ciendo y caducando, nada se remozaba, y á los embates
del ariete que nada había podido contra nosotros, todo
(1) P rotestantism o, cap. X X V I I .

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292 La Apologia

cayó. Ese poder espiritual de Roma, esa influencia en


los negocios temporales, dieron por cierto frutos muy
diferentes de los que produjeron, en semejantes cir­
cunstancias, sus rencorosos ri vales.
»Si un dia estuviese destinada la Europa á sufrir de
nuevo algún espantoso y general trastorno, ó por un
desorden universal de las ideas revolucionarias, ó por
alguna violenta irrupción del pauperismo sobre los po­
deres sociales y sobre la propiedad; si ese coloso que
se levanta en el Norte en un trono asentado entre eter­
nas nieves, teniendo en su cabeza la inteligência 3^ en
su mano la fuerza eiega, que dispone á la vez de los
médios d ela civilización y de la barbarie, cu3ms ojos
van recorriendo de continuo el Oriente, el Mediodía 3’
el Occidente, con aquella mirada codiciosa y astuta,
senal característiea que nos presenta la historia en to­
dos los impérios invasores; si acechado el momento
oportuno se arrojase á una tentativa sobre la indepen­
dência de la Europa; entonces quizás se veria una
prueba de lo que vale en los grandes apuros el princi­
pio católico, entonces se palparia el poder de esa uni-
d ad proclamada 3Tsostenida por el Catolicismo, enton­
ces, recordando los siglos médios, se veria una de las
causas de la debilidad del Oriente 3’ de la robustez del
Occidente, entonces se recordaria un hecho que, aun­
que es de ayer, empieza y a á olvidarse, y es que el
pueblo contra cu3 'o denodado brio se estrelló el poder
de Napoleón, era el pueblo proverbialmente católico.
Y ;quién sabe si en los atentados cometidos en Rusia
contra el Catolicismo, atentados que ha deplorado en
sentido lenguaje el Vicário de Jesucristo; quién sabe si
influye el secreto presentimiento, ó quizás la previsión,
de la necesidad de debilitar aquel sublime poder que,
en tratándose de la causa de la humanidad, ha sido

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Regeneración de la sociedad 293

en todas épocas el núcleo de los grandes esfuerzos?


Pero volvamos al intento» (1).
«Es evidente que la falta de unidad ha sido una de
las causas de fiaqueza de los orientales. No negaré que
la situación en que se encontraron fuese muy diferente
de la nuestra; el enemigo que tuvieron al frente en
nada se parecia á los bárbaros del Norte; pero yo dudo
que fuera más fácil habérselas con éstos, que con los
pueblos conquistadores de Oriente. Allí quedó la vic-
toria por los que atacaban, como quedó también aqui;
pero un pueblo vencido no es muerto, no carece toda­
via de grandes ventajas, que pueden darle un ascen-
diente moral sobre el vencedor, preparando en silencio
una transformación, cuando no la expulsión. Los bár­
baros del Norte conquistaron el mediodía de Europa,
pero el mediodía triunfó de ellos á su vez, con la ayuda
de la religión cristiana: no fueron arrojados, pero sí
transformados. La Espafta fué conquistada por los ára­
bes; los árabes no pudieron ser transformados, pero al
fin fueron arrojados. Si el Oriente hubiese conservado
la unidad, si Constantinopla y las demás sillas episco-
pales hubiesen continuado sumisas á Roma como las de
Occidente; en una palabra, si el Oriente todo se hubiese
contentado con ser miembro del gran cuerpo en vez de
la ambiciosa pretensión de ser por sí solo un gran
cuerpo, tengo por indudable, que aun suponiendo las
conquistas de los sarracenos, se habría trabado una
lucha á la vez intelectual, moral y íísica, que al fin
hubiera acabado, ó por producir un cambio profundo
en el pueblo conquistado, õ por rechazarle á sus anti­
guos desiertos» (2 ).
«Esto es lo que ha faltado al Oriente: la empresa no
(1) P r o t e s t a n t is m o , cap. X I I I .
(2) Ib., cap, X L .

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294 L a Apologia

era más difícil allí que aqui. Si el Occidente porsí solo


rescató el santo sepulcro, el Occidente y Oriente uni­
dos, ó no le hubieran perdido nunca, ó después de resca-
tado le habrían conservado para siempre. La misma
causa produjo que los monasterios de Oriente no alcan-
zaran la vida y la robustez que distinguió á los de Occi­
dente; y por esto anduvieron debilitándose con el tiem­
po, sin hacer nada grande que sirviese á prevenir la
disolución social, que preparase en silencio y elaborase
lentamente una regeneración de que pudiera aprove-
charse la posteridad, ya que la Providencia había que­
rido que las generaciones presentes viviesen abruma-
das de calamidades y catástrofes. Cuando se ha visto
en la historia el brillante principio de los monasterios
de Oriente, estréchase el corazón al notar cómo van
perdiendo de su fuerza y lustre con el transcurso de los
siglos, al observar cómo, después de los estragos sufri-
dos por aquel desgraciado país á causa de las invasio-
nes, de las guerras, y finalmente por la acción mortí­
fera del cisma de Constantinopla, las antiguas moradas
de tantos varones eminentes en sabiduría y santidad
van desapareciendo de las páginas de la historia, cual
antorchas que se extinguen, cual fuegos dispersos y
amortiguados, que se descubren acá y acullá en un cam-
pamento abandonado» ( 1 ).

(1) P rotestantism o, pág. 37.

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Regeneración de la sociedad 295

A r t . VI

A c c i ó n q u e l e e s t á r e s e r v a d a e n lo p o r v e n i r

No se contenta Balmes con lo que ha hecho el Cato­


licismo en las pasadas edades. En el conflicto actual de
las sociedades, en el bullir de las nuevas ideas y aspi-
raciones, él ve para lo porvenir una acción ordenadoray
directora del espíritu cristiano. Véase cómo pinta el es­
tado de las actual es sociedades.
«Sociedades inmensas, orgullosas con su poderio,
engreídas de su saber, disipadas por los placeres, refi­
nadas con el lujo, expuestas de continuo á la poderosa
acción de la imprenta, disponiendo de unos médios de
comunicación que hubieran parecido fabulosos á nues­
tros mayores; donde todas las grandes pasiones encuen-
tran su objeto, todas las intrigas una sombra, toda co-
rrupción un velo, todo crimen un título, todo'errorun in­
térprete, todo interés un pábulo, trocados los nombres,
socavados todos los cimientos, cargadas de escarmien-
tos y desenganos, flotando entre la verdad y la mentira
con horrorosa incertidumbre, dando de vez en cuando
una mirada á la antorcha celestial para seguir sus res-
plandores, y contentándose luego con fugaces vislum­
bres, haciendo un esfuerzo para dominar la tormenta, y
abandonándose luego á merced de los vientos y de las
ondas: presentan las sociedades modernas un cuadro
tan extraordinário como interesante, donde pueden
campear con toda amplitud y libertad las esperanzas y
temores, los pronósticos y conjeturas, pero sin que sea
dable lisonjearse de acierto, sin que el hombre sensato
pueda tomar más cuerdo partido, que esperar en silen­

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296 L a Apologia

cio el desenlace que está senalado en los arcanos del


Senor, á cuyos ojos están desplegados con toda clari-
dad los sucesos de todos los tiempos y los futuros des­
tinos de los pueblos» ( 1 ),
Da luego la solución del conflicto. «<<Y quién sabe si
en los arcanos del Eterno no le está reservado (á la
Iglesia) otro triunfo más difícil y no menos saludable
y brillante? Instruyendo la ignorância, civilizando la
barbarie, puliendo la rudeza, amansando la ferocidad,
preservo á la sociedad de ser víctima, tal vez para
siempre, de la brutalidad más atroz, y de la estupidez
más degradante; pero £qué timbre más glorioso para
ella, si rectificando las ideas, centralizando y purifican­
do los sentimientos, asentando los eternos princípios de
toda sociedad, enfrenando las pasiones, templando los
enconos, cercenando las demasias, y senoreando todos
los entendimientos y voluntades, pudiera levantarse
como una reguladora universal, que estimulando todo
linaje de conocimientos y adelantos, inspirara la de-
bida templanza á esta sociedad, agitada con tanta furia
por tan poderosos elementos, que, privados de un pun­
to céntrico }7 atrayente, le están de continuo amena-
zando con la disolución y el caos?» (2 ),
Más aún: él no ve otra solución que ésta. «El Cris­
tianismo, dice, á más de traer á los hombres la salud
eterna, salvó al mundo de una ruina completa; solo él
puede salvarle por segunda vez de los males que le
amenazan. No le salvarán esos diplomáticos, que no
alcanzan á prevenir ni á curar los males de su propio
país; no le salvarán los reyes, que las revoluciones lle-
van como leve paja; no le salvarán esos demagogos,
que esparcen por doquiera sangre y ruínas; sólo puede
(1) P rotestantism o, cap. X II.
(2) Ib ., pág. 109.

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Regeneración de la sociedad 297

salvarle el enlace del espíritu de progrcso con la reli­


gión» ( 1 ).
Llegados ya á la realidad social por el camino del
Catolicismo, hagamos ahora el viaje inverso, viendo
cómo la civilización misma ha de conducir á la Religión.
Este estúdio, que entra de lleno en el modo de ser
de Balmes, lo hizo él en L a C ivilización, en aquéllos
artículos admirables donde contempló el problema so­
cial con una amplitud de mirada, tal vez desconocida
antes de él, y ciertamente por nadie superada.

(1) Pio IX , pág. 13.

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C A PÍTU LO V I

Regeneración política

Las condiciones políticas de un pueblo siempre bro-


tan espontáneamente de su vida social. Por lo tanto,
habiendo demostrado la regeneración que el Catoli­
cismo trajo á la civilización europea, con toda razón
dice Balmes que podría excusarse de estudiar esas cua-
lidades más exteriores, que llamamos políticas. «Pero
no quiero que se diga, dice, que he esquivado una cues­
tión delicada por temor de que saliese mal parado el
Catolicismo, ni que pueda sospeebarse que no le es da-
ble sostener el parangón, en este terreno, con tanta
ventaja como en los otros» ( 1 ).
«Levántase el pecho con generosa indignación, al
oir que se achaca á la religión de Jesucristo una ten­
dência á esclavizar. Cierto es que si se confunde el es­
píritu de verdadera libertad con el espíritu de los de­
magogos, no se le encuentra en el Catolicismo; pero si
no se quiere trastocar monstruosamente los nombres; si
se da á la palabra lib ertad su acepeión más razonable,
más justa, más provechosa, más dulce, entonces la re­
ligión católica puede reclamar la gratitud delh umano
(1) P rotestantism o, cap. X L V I I I .

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Regeneración política 299

linaje: e lla h a civ ilizad o las n acion es que la han pro-


f e s a d o , y la civ ilización es la v erd ad era libertad. El
lector ha podido juzgar, por lo que se lleva demostrado
hasta aqui, si el Catolicismo ha sido favorable ó contra­
rio á la civilización europea; y por tanto si la verdade­
ra libertad ha recibido de él ningún dafio. En la varie-
dad de puntos en que le hemos comparado con el Protes­
tantismo, han resaltado las nocivas tendências de éste,
así como los benefícios que produce aquél: el falio de
una razón ilustrada y justa no puede ser dudoso» ( 1 ).

A r t. I
D o ctrin a cató lica so b re el p o d e r

«Los calumniadores del Catolicismo creen haber


dado una demostración evidente de su aserto con pro­
nunciar irónicamente las palabras derecho divino, tra­
tando del poder, contraponiéndoles con hinchadas bocas
los d erechos d el pueblo. ^Cuál es la doctrina de la Igle-
sia en esta matéria?
»La Iglesia ensena que el poder civil viene de Dios:
y esta doctrina está de acuerdo con los textos expresos
de la Sagrada Escritura, y además con la razón natu­
ral. L a Iglesia se contenta con asentar este dogma, con
fundar con él la inmediata consecuencia que de él re­
sulta, á saber, que la obediência á las potestades legí­
timas es de derecho divino.
»En cuanto al modo con que este derecho divino se
comunica al poder civil, la Iglesia nada ha determina­
do, y la opinión común de los teólogos es que la socie-
(t) P rotestantism o, cap. X L V I I I .

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300 La Apologia

dad lc recibe de Dios, y que dc ella se traspasa, por


médios legítimos, á la personas que le ejercen.
»Para que el poder civil pueda exigir la obediência,
para que pueda suponérsele investido de este derecho
divino, es necesario que sea legítimo; esto es, que la
persona ó personas que le poseen le hayan adquirido
legítimamente, ó que, después de adquirido, se haya
legitimado en sus manos por los médios reconocidos,
conforme á derecho. En lo tocante á las formas polí­
ticas, nada ha determinado la Iglesia; y en cualquiera
de ellas debe el poder civil cenirse á los limites legíti­
mos; así como el súbdito, por su parte, está obligado á
obedecer.
»La conveniência y legitimidad de esta ó aquella
persona, de esta ó aquella forma, no son cosas com-
prendidas en el círculo del derecho divino; son cues­
tiones particulares que dependen de mil circunstancias
donde nada puede decirse en tesis general» ( 1 ).

A r t. II
Lo hace fu e rte y suave

«Explicada de esta suerte la doctrina católica, en


nada se opone á la verdadera libertad; afirma el poder,
y no prejuzga las cuestiones que ofrecerse puedan entre
gobernantes y gobernados. Ningún poder ilegítimo
puede afianzarse en el derecho divino; porque, para la
aplicación de semejante derecho, es necesaria la legiti­
midad. Esta la determinan y declaran las leyes de cada
país, de lo que resulta que el órgano del derecho divino
es la ley. Con él sólo se afirma lo que es justo; y por
(1) P rotestantism o, cap L .

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Regeneración política 301

cierto que no puede tacharse de tender al despotismo


lo que asegura en el mundo la justicia; porque nada
hay más contrario á la libertad y á la dicha de los pue­
blos que la ausência de la justicia y de la legitimidad.
»La libertad de un pueblo no peligra por estar bien
afianzados los títulos de legitimidad del poder que le
gobierna; muy al contrario, pues que la razón, la his­
toria y la experiencia nos enseflan que todos los pode­
res ilegítimos son tirânicos. La ilegitimidad lleva nece-
sariamente consigo la debilidad; y los poderes opreso-
res no son los fuertes, sino los débiles. La verdadera
tirania consiste en que el gobernante atiende á sus in­
tereses propios y no â los del común, y cabalmente esta
circunstancia se cumple cuando, sintiéndose flaco y va­
cilante, se ve precisado á cuidar de conservarse y ro-
bustecerse. Entonces no tiene por fin la sociedad, sino
á sí mismo; y cuando obra sobre aquélla, en vez de
atender al bien que puede acarrear á los gobernados,
calcula de antemano la utilidad que puede sacar de sus
propias disposiciones.
»Lo he dicho en otro lugar, y lo repetiré aqui; re-
corriendo la historia se encuentra escrita por doquiera
con letras de sangre esta importante verdad: /A y de
los pu eblos g obern ad os por un p od er que ha de p o is a r
en la conservación p ro p ia ! Verdad fundamental en la
ciência política, 3T que sin embargo ha sido lastimosa­
mente desconocida en los tiempos modernos. Se ha
discurrido prodigiosamente y se discurre todavia para
garantizar la libertad; con esta mira se han derribado
innumerables gobiernos y se ha procurado enflaque-
cerlos á todos, sin advertir que éste era el medio más
seguro para introducir la opresión. <:Qué importan los
velos con que se cubra el despotismo, y las formas con
que intente hacer su existência menos notable? La his­

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302 La Apologia

toria que va recogiendo en silencio los atentados come­


tidos en Europa de medio siglo á esta parte; la verda­
dera historia digo, no la escrita por los autores, ni los
cómplices, ni los explotadores, ella dirá á la posteridad
las injusticias y los crímenes perpretados en medio de
las discórdias civiles, por gobiernos que veían aproxi­
mar su fin, que sentían su extrema flaqueza á causa de
su conducta tirânica y de su origen ilegítimo.
»E1 secreto de la suavidad de la monarquia europea
se encontraba en gran parte en su seguridad, en su ro­
bustez misma, fundadas en la ele nación y legitimidad
de sus títulos; así como en los peligros que rodean el
trono de los emperadores romanos y de los soberanos
orientales, se halla una de las razones de su monstruoso
despotismo. No temo asegurar, y en el discurso de la
obra lo iré confirmando más y más, que una de las cau­
sas de las calamidades sufridas por la Europa en la tra-
bajosa resolución del problema de aliar el orden con la
libertad, está en el olvido de las doctrinas católicas
sobre este punto: se las ha condenado sin entenderias,
sin tomarse la pena de investigar en qué consistían; y
los enemigos de la Iglesia se han copiado unos á otros,
sin cuidar de recurrir á las verdaderas fuentes, donde
les hubiera sido fácil encontrar la verdad.»

A r t . III

Lo limita

Además de que, en sus princípios, nada tiene el


Catolicismo, no sólo que fomente la tirania, sino que
no asegure sólidamente la libertad, directamente sefia-
la esferas que no puede invadir el poder civil sin ser
despótico. Oigamos á Balmes.

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Regeneración política 303

«Justo es advertir aqui, cuánto ha contribuído el


Catolicismo á mantener ese principio que es una ro­
busta garantia para la libertad de los pueblos. La se-
paración de los dos poderes temporal y espiritual, la
independencia de éste con respecto á aquél, el estar
depositado en manos diferentes, ha sido una de las cau­
sas más poderosas de la libertad, que bajo diferentes
formas de gobierno disfrutan los pueblos europeos.
Esta independencia del poder espiritual, á más de lo
que es en sí por su naturaleza, origen y objeto, ha sido
desde el principio de la Iglesia un perenne recuerdo de
que el civil no tiene ilimitadas sus facultades, de que
hay objetos á que no puede llegar, de que hay casos en
que el hombre puede y debe decir: no te obedeceré.
»Este es otro de los puntos en que el Protestantis­
mo falseó la civilización europea; y lejos de abrir el
camino á la libertad, forjó las cadenas de la esclavitud.
Su primer paso fué abolir la autoridad del Papa, echar
á tierra la jerarquia, negar á la Iglesia toda potestad,
y colocar en manos de los príncipes la supremacia re­
ligiosa: es decir, que su obra consistió en retroceder á
la civilización pagana, donde se hallaban reunidos el
cetro y el pontificado. Cabalmente la obra maestra en
política se cifraba en separar estas dos atribuciones,
para que la sociedad no se hallara sojuzgada por un
poder único, ilimitado, que ejerciendo sus facultades
sin ningún contrapeso, llegase á vejarla y oprimiria.
Sin miras políticas, sin desígnio por parte de los hom­
bres, resultó esta separación, donde quiera que se es-
tableció el Catolicismo: dado que así lo demandaba su
disciplina y lo ensenaban sus dogmas.
»Es singularidad bien notable que los amantes de
las teorias de equilíbrios y contrapesos, los que tanto
han ensalzado la utilidad de la división de los poderes,

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304 La Apologia

para que, compartida entre ellos, la autoridad no dege­


nere en tirânica, no hayan advertido la profunda sabi
duría que se encierra en esta doctrina católica, aun
mirándola únicamente bajo el aspecto social y político.
Lejos de esto se ha observado, al contiario, que todas
las revoluciones modernas han manifestado una deci­
dida tendencia á reunir en una sola mano la potestad
civil y la eclesiástica. Prueba evidente de que esas
revoluciones han procedido de un origen opuesto a!
principio generador de la civilización europea, y que,
en vez de encaminarla á su perfección, la han extra­
viado» ( 1 ).
Hace una larga excursión histórica por diversas na­
ciones, demostrando cómo cl poder, al hacerse tirâni­
co, ha tendido siempre á invadir la esfera eclesiástica; y
anade: «La gravedad é importância de la matéria recla-
maba esta breve digresión, para manifestar cuánto
puede contribuir á la verdadera ibertad el principio
católico de la independencia del poder espiritual; pues
que en él se encuentra la proclamación de que las fa ­
cultades del poder civil reconocen limites, y por tanto
es una perenne condenación del despotismo. Volviendo
pues á la cuestión primitiva, ha de quedar por asentado,
que la potestad civil debe ser obedecida cuando manda
en el círculo de sus atribuciones; no hay ninguna doc­
trina católica que prescriba la obediência, cuando esta
potestad sale de la esfera que le pertenece» (2 ).
Analiza finalmente la suavísimi definición de la ley
dada por Santo Tomás y tradicional en las escuelas
católicas; explica cómo nosotros rtunca glorificamos la
fuerza reconociendo el derecho en su favor por el mero
hecho; explica cuándo y cómo es licito resistir el poder
(1) I\o te sta n tism o , cap. L IV .
(2) Ib ., pág. 12.

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Regeneración política 305

y aun opugnarlo, y exclama: «Fatigado el ânimo de


leer tantas y tan insulsas declamaciones contra la t ir a ­
n ia de los reyes, y fastidiado por otra parte con el len­
guaje adulador y rastrero empleado en los tiempos
modernos para lisonjear al poder, ensánchase y com-
plácese al encontrar la expresión pura, sincera, des-
interesada, en que con tanta sabiduría como recta in­
tención y generosa libertad, se senalan los derechos y
deberes de los gobiernos y de los pueblos. ;Qué libros
habían consultado los hombres que hablaban así? La
Sagrada Escritura, los Santos Padres, las colecciones
de los documentos eclesiásticos.
»;Recibían por ventura sus inspiraciones de la socie­
dad que los rodeaba? No; muy al contrario: en ella rei-
naba el desorden, la confusión; ora campeaba una des­
obediência turbulenta, ora dominaba el despotismo. Y
sin embargo, ellos habían con una discreción, con un
pulso, con una calma, cual si vivieran en medio de la
sociedad más bien ordenada. L a divina revelación era
su guia, y ésta les ensenaba la verdad; tenían muy
á menudo el disgusto de veria desatendida y contraria­
da; pero iqué importan las circunstancias, por calamito­
sas que sean, cuando se escribe en esfera superior á la
atmósfera de las pasiones? La verdad es de todos tiem­
pos; decirla siempre; Dios hará lo demás» (1).

A r t . IV

L a d e m o c r a c ia h ija d e la Ig le s ia

La palabra que sintetiza todas las libertades políti­


cas es la dem ocracia. Demuestra Balmes cómo eshija de
la Iglesia. Ella abolió las castas; ella abrió las puertas
(1) P r o t e s t a n t is m o , pág. 15.

20

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306 La Apologia

de la ciência y de los más altos honores eclesiásticos á


todas las clases de la sociedad, hasta las más bajas; ella
creó la clase media, nervio de las libertades populares,
alentando, dignificando y protegiendo la industria y
comercio; ella abatió el feudalismo absorbente, desper­
tando, con las cruzadas, las energias de la multitud; ella
quitó la nota militar de los reyes, haciéndoles hombres
de paz y de gobierno; ella creó aquella monarquia eu­
ropea dignamente templada, por el gran desarrollo de
la vida municipal y por las cortes que tenían á raya las
ambiciones del poder; ella creó una riueva aristocracia,
la del clero, que aliada con las clases populares, las pu-
siese en armonía con la otra aristocracia y con el po­
der real; ella finalmente fué la primera que no temió
el despertar del pueblo llamándole al gobierno de sí
mismo. «Hasta entonces, dice, se había tenido siempre
el cuidado de asegurar la tranquilidad pública, y hasta
la existência de la sociedad, separando del juego de la
máquina á gran parte de los hombres por medio de la
esclavitud; y esto probaba, á la vez, la degradación y
la flaqueza intrínseca de las constiuiciones antiguas.
L a religión cristiana, con el animoso aliento que inspi-
ran el sentimiento de las propias fuerzas y el ardiente
amor de la humanidad, no dudando de que tenía á la
mano muchos otros médios para contener al hombre,
sin que necesitase apelar á la degradación y á la fuer­
za, había resuelto el problema del modo más grande y
generoso. Ella había dicho á la sociedad: «£temes esa
inmensa turba que no cuenta con bastantes títulos para
poseer tu confianza? pues yo salgo fiador por ella; tú la
sojuzgas con una cadena de hierro al cuello, yo dome-
ftaré su mismo corazón; suéltala libremente, y esa mu-
chedumbre que te hace temblar como manada de bes-
tias feroces, se convertirá en clase útil para sí y para

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Regeneración política 307

ti misma». Y había sido escuchada esta voz; y libres


y a del férreo yugo todos los hombres, trabábase aque­
lla noble lucha que debía equilibrar la sociedad, sin
destruiria ni desquiciarla» (1 ).
«La organización de la sociedad europea, tal como
la encontró el Protestantismo, no era ciertamente lo
que debía ser; pero era sí todo lo que podia ser. A me­
nos que la Providencia hubiera querido conducir el
mundo por medio de prodígios, no era dable que, en
aquella sazón, se hallase la Europa constituída de otra
manera más ventajosa. Los elementos de adelanto, de
felicidad, de civilización y cultura, estaban en su seno,
eran abundantes y poderosos; con la acción del tiempo
iban desenvolviéndose de un modo verdaderamente ad­
mirable; y ya que, á fuerza de dolorosas experiencias,
las doctrinas disolventes van menguando en prestigio
y crédito, tal vez no esté lejos el dia en que todos los
filósofos que examinen desinteresadamente esa época
de la historia, convengan en que la sociedad había re­
cibido entonces el movimiento más acertado; y que
viniendo el Protestantismo á torcerle el curso, no hizo
más que precipitaria por un rumbo sembrado de esco-
llos, donde ha estado ya á pique de zozobrar, y donde
zozobraría tal vez, si la mano del Altísimo no fuese
más poderosa que el débil brazo del hombre» (2 ).
«La democracia europea de los últimos tiempos se
ha seftalado tristemente por sus criminales atentados
contra la religión, y esto, lejos de favorecer su causa,
la ha dafiado sobremanera. Porque un gobierno más ó
menos lato puede concebirse cuando hay virtudes en
la sociedad, cuando hay moral, cuando hay religión:
pero en faltando éstas es imposible. Entonces no hay
(1) P rotestantism o, cap. L X V I I , pág. 117.
(2) lb ., p á g . 120.

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308 La Apologia

otro medio de gobierno que el despotismo, que el im­


pério de la fuerza; porque ésta es ia única que puede
regir á los hombres sin conciencia y sin Dios» (1).
«Las doctrinas disolventes del .Protestantismo hi-
cieron necesario un poder más fuerte, precipitaron las
ruinas de las antiguas libertades, é hicieron que la
autoridad hubiese de estar continua mente en acecho y
en actitud de herir. Debilitada la influencia del Cato­
licismo, fué preciso llenar el vacío con el espionaje y
la fuerza. No olvidéis este ejemplo, oh vosotros que ha-
céis la guerra á la religión apellicando libertad; no
olvidéis que las mismas causas producen idênticos efec-
tos; que si no existen las influencias morales, será me­
nester suplirlas con la acción física; que si quitáisá los
pueblos el suave freno de la religión, no dejáis otros
médios de gobierno, que la vigilância de la policia y la
fuerza de las bayonetas. Meditad y eseoged» (2).

A rt. V

Ei Catolicismo en !a democracia moderna y e n l a f u t u r a

No faitan ejemplos modernos de la eficacia que tie-


nen las doctrinas democráticas guiadas por el Catoli­
cismo. En una preciosa biografia que escribe de 0 ’Con-
nell, consigna el hecho nunca visto de un pueblo de siete
millones de hombres pobres y perseguidos, perfecta-
mente organizados, llenos de entusiasmo por su hom­
bre ideal, con los ojos puestos en él esperando una
palabra suya para lanzarse á las armas, y no obstante
esta palabra ni la dice el caudillo, siendo de tempera­
'!) P rotestantism o, cap. L X V I I I .
(2) lb-, pág. 128.

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Regeneración política 309

mento robusto y entusiasta, ni el pueblo la pide, ni


mucho menos se Ia toma, antes á medida que crece Ia
fuerza y el calor, disminuyen las pequenas insurreccio-
nes antiguas. óDe dónde viene este hecho único? «A
nuestro juicio, contesta, es el resultado natural de ha-
berse combinado en Irlanda ei elemento democrático
con el religioso-católico; y de que la fogosidad del pri­
mero ha sido templada y detenida por el espíritu pací­
fico y prudente del segundo. En efecto: la norma de
conducta del catolicismo en la civilización de los pue­
blos, es ésta: reformar sin destruir; regenerar, pero
contando con la acción del tiempo, nunca con trastor­
nos, nunca con banos de sangre» ( 1 ).
Delante del espíritu de libertad que transforma las
sociedades, y anuncia para lo porvenir desconocidas
situaciones, Balmes no teme, porque sabe que el Cato­
licismo es superior á toda forma humana, y ha probado
ya con su historia que todo se lo asimila. Pregunta en
su célebre opúsculo P io IX (2), que tanto hizo temer á
los pusilânimes: «Por este espíritu de libertad que in­
vade el mundo civilizado y se dilata por todas partes
como un rio que se desborda ;hemos de temer que pe-
rezca la Religión? No.» El Catolicismo es trascendente
sobre toda forma humana, propicia ó contraria; él fo­
menta todo lo honesto, y endereza lo que no lo es. Con
este espíritu amplísimo hace siempre su apologia social.
Dice, al concluir el tercer volumen del P rostestan -
tism o (3). «He procurado que la causa de la religión se
deíendiese con sus propias fuerzas, sin mendigar el
apoyo de auxiliares que no necesita. Como he procedi­
do hasta aqui, procederé en adelante; porque estoy

(1) La C ivilización , I, pág. 174.


(2) § I X .
:í) P r o t e s t a n t is m o , cap. L I Li.

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310 La Apologia

profundamente convencido de que el Catolicismo sale


perjudicado cuando, al hacer su apologia, se le identifi­
ca con intereses políticos intentando encerrarle en es-
trecho espacio donde no cabe su amplitud inmensa.
Los impérios pasan y desaparecen, y la Iglesia de J e ­
sucristo durará hasta la consumación de los siglos; las
opiniones sufren câmbios y modificaciones, y los au­
gustos dogmas de nuestra religión permanen inmuta-
bles; los tronos se levantan y se hunden; y la p ied ra
sobre la cual edificó Jesucristo su Iglesia, atraviesa la
corriente de los siglos sin que prevalezcan contra ella
las puertas del infierno. Cuando salgamos en su defen-
sa, penetrémonos del grandor de nuestra misión: nada
de exageraciones, nada de lisonjas; la verdad pura,
con lenguaje mesurado, pero severo y firme. Ora nos
dirijamos á los pueblos, ora hablemos á los reyes, no
olvidemos que sobre la política está la religión, sobre
los pueblos y reyes está Dios.»

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C A PITU LO V II

El catolicismo en el desarrollo del entendimiento

Llegamos á la cuarta parte del P rotestan tism o,


donde Balmes hace la apologia del Catolicismo por su
benéfica influencia en el orden intelectual. No podia
ser que aquel hombre tan enamorado de la inteligên­
cia, que fué su vida y su muerte, no la tomara como
matéria apologética de la religión. A pesar de que ya
en la primera parte había hecho preciosas excursiones
por este reino espiritual, le dedicó toda la postrera
parte de su grande obra, capítulos importantísimos de
sus libros científicos, y otros muchos escritos esparci-
dos por las revistas. Dejando de todo esto lo más su­
bido, ó sea aquéllos vuelos de genio que he tocado en el
último capítulo de la segunda parte, daré aqui un breve
desarrollo de sus ideas sobre la acción cultural del
Catolicismo.
Dice en una de sus máximas publicadas en L a So­
cied ad (1): «Estamos sedientos de saber y de conocer
la verdad, y el prémio que promete la religión es el
conocimiento de una verdad infinita.» Aqui está en toda
su plenitud el ideal de verdad á que conduce el Catoli­
cismo. Pero Balmes sabe bien que estos ideales lejanos,
(1) I V , p. 298

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312 La Apologia

aun siendo divinos é infinitos, no convenceu á muchos


descreídos, y no mueven tanto á los mismos convenci­
dos, como otros más limitados sí, pero más actual -
mente sentidos. Por esto quiere demostrar que el
Catolicismo ama enamoradamente y fomenta cuanto
puede esta nuestra pequena ciência actual, las luces de
este entendimiento nuestro, tan anubladas como se
quiera, pero muy simpáticas á todo hombre amante de
su excelencia y dignidad.

Art. I

El C a t o l i c i s m o q u i e r e r e g i r al hombre por la i n t e l i g ê n c i a

El Catolicismo, que pretende dirigir al hombre,


sabe que lo primero que para esto necesita, es apode-
rarse de su entendimiento, y para lograrlo invade toda
la esfera intelectual. «No hay religión que se haya
igualado al cristianismo, ni en conocer el secreto de
dirigir al hombre, ni cuya conducta en esa dirección
sea un testimonio más solemne del reconocimiento de
la alta dignidad humana. E l cristianismo ha partido
siempre del principio de que el prime - paso para apo-
derarse de todo el hombre es apoderarse de su enten­
dimiento; que cuando se trata de extirpar un mal, ó de
producir un bien, es necesario tomar por blanco prin­
cipal las ideas, dando de esta manera un golpe mortal
á los sistemas de violência, que tanto dominan donde
quiera que él no existe, y proclamando la saludable
verdad de que, cuando se trata de dirig ir á los hombres,
el medio más indigno y más débil es la fuerza. Verdad
benéfica y fecunda, que abria á la humanidad un nuevo
y venturoso porvenir.

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 313

»Sólo desde el cristianismo se encuentran, por de-


cirlo así, cátedras de la más sublime filosofia, abiertas
á todas horas, en todos lugares, para todas las clases
del pueblo: las más altas verdades sobre Dios y el hom­
bre, las regias de la moral más pura, no se limitan ya
á ser comunicadas á un número escogido de discípulos
en lecciones ocultas y misteriosas: la sublime filosofia
del cristianismo ha sido más resuelta, se ha atrevido á
decir á los hombres la verdad entera y desnuda, y eso
en público, en alta voz, con aquella generosa osadía
companera inseparable de la verdad.
»Lo que os digo de noche decidlo á la luz de! dia, y
lo que os digo al oído, predicadlo desde los terrados.»
Así hablaba Jesucristo á sus discípulos (1).»

A r t . II

A p r e c io d e l C a t o lic i s m o p o r la a r i s t o c r a c i a d e i s a b e r

De aqui pasa Balmes â hacer la apologia de la Iglesia


Católica por el aprecio en que ha tenido siempre la aris­
tocracia del saber, gloria de las civilizaciones moder­
nas. «Recordaré, dice, un hecho, en el que quizás no se
ha reparado bastante, y que sin embargo manifiesta
bien á las claras que el buscar la sabiduría donde
quiera que se hallare, y el concederle influencia en los
negocios públicos, lo ha concebido y ejecutado antes
que nadie la Iglesia católica. Pasaré por alto el espíritu
que la ha distinguido constantemente de las otras so­
ciedades, cual es el buscar siempre el mérito y nada
más que el mérito, para elevarle á los primeros pues-
tos; espíritu que nadie le puede disputar, y que ha con-
'! ) Matt., c. 10, v. 27. P r o t e s t a n t is m o , I , cap. L X I .

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314 La Apologia

tribuído mucho á darle brillo y preponderância; pero


lo que hay notable es, que este espíritu ha ejercido su
influencia hasta allí donde á primera vista parecia no
deber ejercerla. En efecto: nadie ig;nora que, según las
doctrinas de la Iglesia, ningún derecho tiene un simple
particular á intervenir en las decisiones y deliberacio-
nes de los concílios: y así es que, por más grande que
sea el saber de un teólogo, ó de un jurista, no tiene por
eso derecho alguno á tomar parte en aquellas augustas
asambleas. Sin embargo es bien sabido que ha cuidado
siempre la Iglesia de que, con éste ó aquél título, asis-
tiesen á ellos los hombres que más descollaban por sus
talentos y saber. iQuién no ha recorrido con placer la
lista de sábios que, sin ser obispos, figuraron en el de
Trento?
»iEn las sociedades modernas, no es el talento, no
es el saber, no es el genio, quien levanta su erguida
frente, quien exige consideración y respeto, quien pre­
tende elevarse á los altos puestos, dirigir los negocios
públicos, ó ejercer sobre ellos influencia? Sepan pues
ese talento, ese saber, ese genio, que en ninguna parte
se han respetado tanto sus títulos como en la Iglesia,
en ninguna parte se ha reconocido más su dignidad
que en la Iglesia, en ninguna sociedad se los ha busca­
do tanto para elevar los, para consultarlos en los nego­
cios más graves, para hacerlos brillar en las grandes
asambleas, como se ha hecho en la Iglesia católica..
»E1 nacimiento, las riquezas, nada significan en la
Iglesia: £no deslustras tu mérito con desarreglada con­
ducta, y al propio tiempo brillas por tus talentos y sa­
ber? esto basta: eres un grande hombre: serás mirado
con mucha consideración, serás siempre tratado con
respeto, serás escuchado con deferencia; y ya que tu
cabeza salida de en medio de la obscuridad se ha pre-

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 315

sentado adornada con brillante aureola, no se desdena-


rán de asentarse sobre ella ni la mitra, ni el capelo, ni
la tiara. Lo diré en los términos del dia: la aristocracia
del saber, debe mucho de su importância á las ideas y
costumbres de la Iglesia (1).»

A r t . III

F o r ta le c e el e n te n d im ie n to con la a u to rid a d

Siempre que se declama contra el Catolicismo que


impide el vuelo de la inteligência, se acude á los dog­
mas inmutables, á la fe, principio extracientífico, á la
autoridad que decide sin apelación en las matérias de
orden religioso y moral. No huye Balmes esta dificul­
tad, sino que embistiéndola de frente, y penetrando
mucho más adentro de la naturaleza humana y de los
princípios científicos que los adversários, muestra cuán
natural y provechoso es al espíritu este principio de
conocer, independiente de las fluctuaciones 3^debilida­
des del entendimiento. Para esto hemos de volver á los
primeros capítulos del P rotestan tism o.
Lo primero, pues, que hace para contestar al repa­
ro, es reconocer sí la alteza de nuestro entendimiento,
pero notando con sinceridad y con el testimonio de los
sábios, su debilidad é inconstância. «Goce enhorabuena
de sus derechos el espíritu del hombre, gloríese de po-
seer la centella divina que apellidamos entendimiento,
recorra ufano la naturaleza, y observando los demás
seres que le rodean, note con complacência la inmensa
altura á que sobre ellos se encuentra elevado; coló-
quese en el centro de las obras con que ha embellecido
(1) P rotestantism o , IV . cap. X IV .

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316 La Apologia

su morada, y sefiale como muestras de su grandeza y


poder las transíormaciones que se ejecutan donde
quiera que estampare su huella, llegando á fuerza de
inteligência y de gallarda osadía, á dirigir y senorear
la naturaleza; mas £por reconocer la dignidad y eleva-
ción de nuestro espíritu, mostrándonos agradecidos al
beneficio que nos ha dispensado el Criador, deberemos
llegar hasta el extremo de olvidar nuestros defectos y
debilidad? <:A qué enganamos á nosotros mismos, que-
riendo persuadimos que sabemos lo que en realidad
ignoramos? £A qué olvidar la inconstância y volubilidad
de nuestro espíritu? qué disimularnos que en mu­
chas matérias, aun de aquellas que son objeto de las
ciências humanas, se abruma y confunde nuestro enten­
dimiento, y que hay mucho de ilusión en nuestro saber,
mucho de hiperbólico en la ponderación de los adelau­
tos de nuestros conocimientos? ^No viene un dia á des­
mentir lo que asentamos otro dia? {No viene de continuo
el curso de los tiempos burlando todas nuestras previ-
siones, deshaciendo nuestros planes, y manifestando lo
aéreo de nuestros proyectos?
»;Qué nos han dicho en todos tiempos aquéllos g é­
nios privilegiados á quienes fué concedido descender
hasta los cimientos de nuestras creencias, alzarse con
brioso vuelo hasta la región de las más sublimes inspi­
raciones, y tocar, por deeirlo así, los confines del espa-
cio que puede recorrer el entendimiento humano? Sí,
los grandes sábios de todos tiempos, después de haber
tanteado los senderos más ocultos de la ciência, des­
pués de haberse arrojado á seguir los rumbos más atre­
vidos, que en el orden moral y físico se presentaban á
su actividad y osadía en el anchuroso mar de las inves-
tigaciones, todos vuelven de sus viajes llevando en su
fisonomía aquella expresión de desagrado, fruto natu­

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 317

ral de muy vivos desengafios; todos nos dicen que se


ha deshojado á su vista una bella ilusión, que se ha des­
vanecido como una sombra la hermosa imagen que
tanto los hechizaba; todos refieren que, en el momento
en que se figuraban que iban á entrar en un cielo inun­
dado de luz, han descubierto con espanto una región
de tinieblas, han conocido con asombro que se hallaban
en una nueva ignorância. Y por esta causa todos á
una miran con tanta desconfianza las fuerzas del enten­
dimiento, ellos que tienen un sentimiento íntimo que no
les deja dudar que las fuerzas del suyo exceden á las
de los otros hombres. «Las ciências, dice profunda­
mente Pascal, tienen dos extremos que se tocan: el
primero es la pura ignorância natural en que se en-
cuentran los hombres al nacer; el otro es aquel en que
se hallan las grandes almas, que habiendo recorrido
todo lo que los hombres pueden saber, encuentran que
no saben n a d a .»
»E1 Catolicismo dice al hombre: «tu entendimiento
es muy flaco, y en muchas cosas necesita un apo3’o y
una guia»; y el Protestantismo le dice: «la luz te rodea,
marcha por doquiera, no hay para ti mejor guia que
tú mismo.» <[Cu:U de las dos religiones está de acuerdo
con las lecciones de la más alta filosofia?
»Ya no debe, pues, parecer extrano que los talentos
más grandes que ha tenido el Protestantismo, todos
hayan sentido cierta propensión á la Religión católica,
y que no haya podido ocultárseles la profunda sabidu­
ría que se encierra en el pensamiento de sujetar en al­
gunas matérias el entendimiento humano al fallo de
una autoridad irrecusable. Y en efecto: mientras se
encuentre una autoridad que en su origen, en su esta-
blecimiento, en su conservación, en su doctrina y con­
ducta, reúna todos los títulos que puedan acreditaria

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318 L a Apologia

de divina, {qué adelanta el entendimiento con no querer


sujetarse á ella? iQué alcanza divagando á merced de
sus ilusiones, en gravísimas matérias, siguiendo cami-
nos donde no encuentra otra cosa que recuerdos de
extravios, escarmientos y desengaftos?» (1).
Dejando todas las demás necesidades humanas, las
cuales no podrían dar el primer paso sin la autoridad,
sobre todo en la política donde más se proclama la liber­
tad y donde sólo hay proselitismo, y pasando al campo
intelectual, la misma historia de las ciências no es sino
la aplicación del dominio de la autoridad. «Recorriendo
la historia de los conocimientos humanos y echando una
ojeada sobre las opiniones de nuestros contemporâneos,
nótase constantemente que aun aquéllos hombres que
más se precian de espíritu de examen y de libertad de
pensar, apenas son otra cosa que el eco de opiniones
ajenas. Si se examina atentamente ese grande aparato
que tanto ruido mete en el mundo con el nombre de
ciência, se notará que, en el fondo, encierra una gran
parte de autoridad, y al momento que en él se introdu-
jera un espíritu de examen enteramente libre, aun con
respecto á aquéllos puntos que sólo pertenecen al racio­
cínio, hundiríase en su mayor parte d edifício científico
y serían muy pocos los que quedarian en posesión de
sus mistérios. Ningún ramo de conocimientos se excep-
túa de esta regia general, por mucha que sea la clari-
dad y exactitud de que se glorie. Ricas como son en
evidencia de princípios, rigurosas en sus deducciones,
abundantes en observaciones y experimentos, las ciên­
cias naturales y exactas, £no descansan acaso muchas de
sus verdades en otras verdades más altas, para cuyo
conocimiento ha sido necesaria aquella delicadeza de
observación, aquella sublimidad de cálculo, aquella
(1) Protestantism o, cap I V .

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ojeada perspicaz y penetrante á que alcanza tan sólo


un número de hombres muy reducido?» (1)
«Apélese confiadamente al testimonio, no de los ig­
norantes, no de aquéllos que han desflorado ligeramente
los estúdios científicos, sino de los verdaderos sábios, de
los que han consagrado largas vigílias á los vários ra­
mos del saber; invíteselos á que se concentren dentro
de sí mismos, á que examinen de nuevo lo que apellidan
sus convicciones científicas, y que se pregunten con en-
tera calma y desprendimiento, si aun en aquellas maté­
rias en que se conceptúan más aventajados, no sienten
repetidas veces sojuzgado su entendimiento por el as-
cendiente de algún autor de primer orden, y no han de
confesar que si á muchas cuestiones de las que tienen
más estudiadas les aplicasen con rigor el método de
Descartes, se hallarían con más creen cias que convic­
ciones.
»Así ha sucedido siempre y siempre sucederá así;
esto tiene raíces profundas en la íntima naturaleza de
nuestro espíritu, y por lo mismo no tiene remedio. Ni
tal vez conviene que lo tenga; tal vez entra en esto
mucho de aquel instinto de conservación que Dios, con
admirable sabiduría, ha esparcido sobre la sociedad; tal
vez sirve de fuerte correctivo á tantos elementos de
disolución como ésta abriga en su seno.
»Malo es en verdad muchas veces, maio es y muy
maio, que el hombre vaya en pos de la huella de otro
hombre; no es raro el que se vean por esta causa lamen-
tables extravios; pero peor fuera aún que el hombre
estuviera siempre en actitud de resistência contra todo
otro hombre para que no le pudiese engafiar, y que se
generalizase por el mundo la filosófica mania de querer
sujetarlo todo á riguroso examen; [pobre sociedad en-
(1) P rotestantism o, cap. V .

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320 La Apologia

tonces! jpobre hombre! ipobres ciências, si cundiese á


todos los ramos el espíritu de rigurcso, de escrupuloso,
de independiente examen!
»Admiro el genio de Descartes, reconozco los gran­
des benefícios que ha dispensado á las ciências; pero he
pensado más de una vez, que si por algún tiempo pudiera
generalizarse su método de duda, se hundiría de repente
la sociedad; y aun entre los sábios entre los filósofos
imparciales, me parece que causaria grandes estragos;
por lo menos es cierto que en el mundo científico se
aumentaria considerablemente el número de los orates.
»Afortunadamente. no hay peligro de que así suce­
da, y si el hombre tiene cierta tendencia á la locura,
más ó menos graduada, también posee un fondo de buen
sentido de que no le es posible desprenderse, v la socie­
dad, cuando se presentan indivíduos de cabeza volcá-
nica que se proponen convertirla en delirante, ó les
contesta con burlona sonrisa, ó si se deja extraviar por
un momento, vuelve luego en sí, y rechaza con indigna-
ción á aquéllos que la habían descaminado» (1).
«En cada época se presentan algunos pocos, poquí-
simos entendimientos privilegiados, que, alzando su
vuelo sobre todos los demás, les sirven de guia en las
diferentes carreras; precipítase tras ellos una numerosa
turba que se apellida sabia, y con los ojos fijos en la en-
seflanza enarbolada, va siguiendo afanosa los pasos del
aventajado caudillo. Y ;cosa singular! todos claman
por la independencia en la marcha, todos se precian de
seguir aquel rumbo nuevo, como si ellos le hubieran
descubierto, como si avanzaran en él guiados única­
mente por su propia luz é inspiraciones. Las necesida-
des, la afición ú otras circunstancias nos conducen á
dedicamos á este ó aquel ramo de conocimientos; nues-
(1) P rotestantism o , pág. 50.

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 321

tra debilidad nos está diciendo de continuo que no nos


es dada la fuerza creatriz; y ya que no podemos ofrecer
nada propio, ya que nos sea imposible abrir un nuevo
camino, nos lisonjeamos de que nos cabe una parte de
gloria siguiendo la ensena de algún ilustre caudillo, y
en medio de tales suenos llegamos tal vez á persuadir-
nos que no militamos bajo la bandera de nadie, que sólo
rendimos homenaje á nuestras convicciones, cuando, en
realidad, no somos más que prosélitos de doctrinas aje-
nas.
»En esta parte, el sentido común es más cuerdo que
nuestra enfermiza razón; y así es que el lenguaje (esta
misteriosa expresión de las cosas, donde se encuentra
tanto fondo de verdad y exactitud sin saber quién se lo
ha comunicado), nos hace una severa reconvención por
tan orgulloso desvanecimiento, y, á pesar nuestro, 11a-
ma las cosas por sus nombres, clasificándonos á nosotros
y á nuestras opiniones del modo que corresponde, según
el autor á quien hemos seguido por guia. La historia
de las ciências ^es acaso más que la historia de los com­
bates de una escasa porción de aventajados caudillos?
Recórranse los tiempos antiguos y modernos, extiénda-
se la v sta á los vários ramos de nuestros conocimientos,
y se verán un cierto número de escuelas planteadas por
algún sabio de primer orden, dirigidas luego por otro
que por sus talentos haya sido digno de sucederle; y du­
rando así hasta que, cambiadas las circunstancias, falta
de espíritu de vida, muere naturalmente la escuela, ó
presentándose algún hombre audaz, animado de indo-
mable espíritu de independencia, la ataca y la destruye,
para asentar sobre sus ruinas la nueva cátedra, del
modo que á él le viniera en talante» (1).
(1) P rotestantism o, pág. 54.

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322 La Apologia

A rt. IV
P ro d íg io in te le c tu a l q u e p r e s e n t a la Ig le sia

Dada esta contestación, indireeta sí, pero tan pro-


íundamente filosófica como se acaba de ver, y que por
sí sola } u p n o r i haría, no sólo tolerable, sino deseable
un principio firme de autoridad, se puede, en segundo
lugar, contestar con un argumento bien positivo, que es
c ^testimonio de los hechos. E l hecho que presenta B al­
mes no es vulgar, es un prodigio, pero innegable, evi­
dente como la luz del dia. Mirando la Iglesia católica
como una pura escuela filosófica, se nos presenta la ma-
ravilJa de una serie no interrumpida en muchos siglos
ae ê iandes sábios católicos: son de toda época, son
de todo país, son de opiniones diversisimas en todo lo
demás, y sólo en la fe se les ve admirablemente confor­
mes y absolutamente serenos y libres dentro de esta
unidad. Esto es nuevo.
«Seguramente que no es nuevo en la historia del
espíritu humano el que una doctrina, más ó menos ra-
zonable, haya sido profesada algún tiempo por un cierto
número de hombres ilustrados y sábios; este espectáculo
lo hemos presenciado en sectas filosóficas antiguas y
modernas; pero que una doctrina se haya sostenido por
espacio de muchos siglos, conservando adictos á ella á
muchos sábios de todos tiempos y países, y sábios, por
otia parte, muy discordes en sus opiniones particulares,
muy diferentes en costumbres, muy opuestos, tal vez,'
en intereses, y muy divididos por sus rivalidades; este
fenómeno no es nuevo, es único, sólc se encuentra en la
Tglesia católica. Exigir fe, unidad en la doctrina, y fo­
mentar de continuo la enseflanza, y provocar la discu-

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 323

sión sobre toda clase de matérias; incitar y estimular el


examen de los mismos cimientos en que estriba la fe,
preguntando para ello á las lenguas antiguas, á los mo­
numentos de los tiempos más remotos, á los documentos
de la historia, á los descubrimientos de las ciências ob­
servadoras, á las lecciones de las más elevadas y ana­
líticas; presentarse siempre con generosa confianza en
medio de esos grandes liceos, donde una sociedad rica de
talentos y de saber, reúne, como en focos de luz, todo
cuanto le han legado los tiempos anteriores y lo demás
que ella ha podido reunir con sus trabajos, he aqui lo
que ha hecho siempre y está haciendo todavia la Igle-
sia, y, sin embargo, la vemos perseverar firme en su
fe, en su unidad de doctrina, rodeada de hombres ilus­
tres, cuyas frentes, cefiidas de los laureies literários
ganados en cien palestras, se le humillan serenas y
tranquilas, sin que lo tengan á mengua, sin que crean
que deslustre las briilantes aureolas que resplandecen
sobre sus cabezas.
»Los que miran al Catolicismo como una de tantas
sectas que han aparecido sobre la tierra, será menester
que busquen algún hecho que se parezca á éste; será
menester que nos expliquen cómo la Iglesia puede de
continuo presentarnos ese fenómeno, que tan en oposi-
ción se encuentra con la innata volubilidad del espíritu
humano; será necesario que nos digan cómo la Iglesia
romana ha podido realizar este prodigio, qué imán se­
creto tiene en sus manos el Sumo Pontifice para que él
pueda hacer lo que no ha podido otro hombre. Los que
inclinan respetuosamente sus frentes al oir la palabra
salida del Vaticano, los que abandonan su propio pare­
cer para sujetarse á lo que les dieta un hombre que se
llama Papa, no son tan sólo los sencillos é ignorantes;
miradlos bien, en sus frentes altivas descubriréis el sen-

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324 La Apologia

timientò de sus propias fuerzas,y en sus ojos vivos y pe­


netrantes veréis que se trasluce la Uaraa del genio que
oscila en su mente, En ellos reconoceréis á los mismos
que han ocupado los primeros puestos de las academias
europeas, que han llenado el mundo con la fama de sus
nombres, nombres transmitidos á las generaciones ve-
nideras entre corrientes de oro. Recorred la historia
de todos los tiempos, viajad por todos los países del
orbe, y si encontráis en ninguna parte un conjunto tan
extraordinário, el saber unido con la fe, el genio sumiso
á la autoridad, la discusión hermanada con la unidad,
presentadle; habréis hecho un descubrimiento impor­
tante, habréis ofrecido á la ciência un nuevo fenómeno
que explicar. ;Ah! Esto será imposible, bien lo sabeis,
y por esto apclaréis á nuevos efugios, por esto procu-
raréis obscurecer con cavilaciones la luz de una obser­
vación que sugiere á una razón imparcial y hasta al
sentido común la legítima consecuencia de que en la
Iglesia hay algo que no se encuentra en otra parte» (1).
«Mil veces he contemplado con asombro ese estu­
pendo prodígio; mil veces he fijado mis ojos sobre ese
árbol inmenso que extiende sus ramas desde Oriente
á Occidente, desde el Aquilón al Mediodía; véole cobi-
jando con su sombra á tantos v tan diferentes pueblos,
y encuentro descansando tranquilamente debajo de ella
la inquieta frente del Genio» (2),
«jQué prodígio es éste! ;Dónde se ha visto jamás una
escuela, una secta, una religión semejante? Todo lo es-
tudian, de todo disputan, á todo responden, todo lo sa­
ben, pero siempre acordes en la unidad de doctrina,
siempre sumisos á la autoridad, siempre inclinando res-
petuosamente sus frentes, siempre humillándolas en
U) P rotestantism o, cap. Ií 1. pág-. 31.
(2) Ib ., pág. 39.

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 325

obséquio de la fe; esas frentes donde brilla el saber,


donde imprime sus rasgos un sentimiento de noble in­
dependencia, de donde salen tan generosos arranques.
iNo os parece descubrir un nuevo mundo planetário,
donde globos luminosos ruedan en vastas órbitas por la
inmensidad del espacio, pero atraídos por una misterio­
sa fuerza hacia el centro del sistema? Fuerza que no les
permite el extravio, sinquitarles empero nada, ni de la
magnitud de su mole, ni de la grandiosidad de su mo-
vimiento, antes inundándolos de luz y dando á su mar­
cha una regularidad majestuosa» (1).
Pero aqui más bien es el genio quien presta honor á
la Iglesia; Balmes quiere demostrar la acción del Ca­
tolicismo en favor del entendimiento.

A rt. V

L a fe n o l im it a el e n t e n d i m i e n t o e n la c i ê n c i a d e D ios

Y , en primer lugar, rechaza noblemente la preten­


dida esclavitud de nuestra inteligência bajo las cadenas
de la fe. «No puede negarse que quien oiga hablar de
sujeción del entendimiento á una autoridad, quien oiga
pronunciar esta palabra sin que se explique su verda­
dero significado, sin que se determinen los objetos con
respecto á los cuales se entiende dicha sujeción, recelará
que no haya aqui algo que se oponga al desarrollo del
entendimiento, y si es amante de la dignidad del hom­
bre, si es entusiasta de los adelantos científicos, si le
agrada ver cuál desplega sus hermosas alas el espíritu
humano para lucir su vigor, agilidad y osadía, no dejará
de sentir un tanto de aversión hacia un principio que
parece entranar la escluvitud, abatiendo el vuelo de la
(t) P rotestantism o, pág. 40.

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326 La Apologia

mente, dejándola cual ave débil y rastrera. Pero si se


examina el principio tal como es en sí, si se le aplica á
todos los ramos científicos, y se observa cuáles son los
puntos de contacto que con ellos tiene, <-qué se encon­
trará de fundado en esos temores y sospechas? iQué de
verdadero en las calumnias de que ha sido blanco el
Catolicismo? jCuánto no se hallará de vacío, de pueril,
en las declamaciones que á este propósito se han publi­
cado?
«Entremos de lleno en la ventilación de esa dificul­
tad, tomemos en manos el principio católico, examinán-
dole á los ojos de una filosofia impa rcial; llevémosle lue­
go al través de todas las ciências, interroguemos el tes-
timonio de los hombres más grandes; y si hallamos que
se haya opuesto al verdadero desarrollo de algún ramo
de conocimientos, si al presentarnos ante las tumbas de
los génios más insignes, ellos levantan su cabeza del
sepulcro para decirnos que el principio de la sujeción á
ja autoridad encadenó su entendimiento, obscureció su
fantasia ó secó su corazón, entonces tendrán razón los
protestantes en los cargos que por esta causa se dirigen
de continuo á la Religión católica.
»Dios, el hombre, la sociedad, la naturaleza, la crea-
ción entera, he aqui los objetos en que puede ocuparse
nuestro espíritu, no cabe salir de esa región porque es
infinita y, además, porque fuera de ella no hay nada.
Ni por lo que toca á Dios, ni al hombre, ni á la sociedad,
ni â la naturaleza, embaraza el principio católico el
progreso del entendimiento, en nada le embarga, en
nada se le opone; lejos de serie danoso puede conside-
rarse como un gran faro que, en vez de contrariar la li­
bertad del navegante, le sirve de guia para no extra-
viarse en las tinieblas de la noche» (1).
(1) P rotestantism o, cap. L X I X , pag. 134.

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 327

«Bajo dos aspectos pueden ser consideradas las doc­


trinas católicas sobre la divinidad: en cuanto se refieren
á mistérios que sobrepujan la comprensión humana, ó
en cuanto nos enseflan lo que está al alcance de la ra­
zón. Lo primero se halla en región tan elevada, versa
sobre objetos tan superiores á todo pensamiento criado,
que aun cuando éste se abandonara á las investigacio-
nes más dilatadas, más profundas y al propio tiempo
más libres, no fuera posible, á no preceder la revela­
ción, que le ocurriese ni la más remota idea de tan ine-
fables arcanos. Mal pueden embarazarse cosas que no
se encuentran, que pertenecen á un orden del todo di­
ferente, que se hallan á inmensa distancia. El entendi­
miento puede meditar sobre una de ellas, abismarse,
sin ni aún pensar en la otra; la órbita de la luna iqué
tiene que ver con la del astro que gira en la más lejana
región de las estrellas fijas?» (1)

A r t. VI

L a fe n o lim it a el e n t e n d i m i e n t o e n la c iê n c ia d e l h o m b r e

«Tampoco alcanzo cómo puede el Catolicismo cortar


el vuelo á la inteligência en lo que tiene relación con el
espíritu del hombre.
»Tan distante se halla el dogma católico dc contra­
riar en nada los adelantos filosóficos, que antes bien es
de todos ellos fecunda semilla. No es poco cuando se
trata de adelantar en alguna ciência, el tener un polo
alrededor del cual, como punto seguro y fijo, pueda gi­
rar el entendimiento; no es poco evitar ya desde el prin­
cipio una muchedumbre de cuestiones, de cuyos labe-
(l) Protestantism o, pág. 136.

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328 La Apologia

rintos ó no se saldría jamás, ó se saldría para caer en


los mayores absurdos; no es poco, si se quieren exami­
nar estas mismas cuestiones, el tenerlas ya resueltas de
antemano en lo que encierran de más importante, el
saber dónde está la verdad, dónde el peligro de extra­
vios. Entonces el filósofo es como aquel que, seguro de
la existência de una mina en algún lugar, no gasta el
tiempo en vano para descubrirla; sino que fijándose
luego sobre el verdadero terreno, aprovecha ya desde
un principio todas sus investigaciones y trabajos» (1).
«Si tal es la influencia del Catolicismo con respecto
á ciências que, limitándose al orden puramente especu­
lativo, dan lugar á que campee ccn mayor libertad y
lozanía el ingenio del filósofo; si con respecto á esas
cienicias, lejos de limitar en nada la extensión del en­
tendimiento, le ensancha sobremanera; si lejos de aba-
tir su vuelo, sólo hace que sea éste más alto, más osado,
pero más seguro, más libre de vaguedad y extravio;
<;qué diremos si fijamos nuestra consideración en las
ciências morales? Todos los filósofos juntos, iqué han
descubierto en moral que no se halle en el Evangelio?
En pureza, en santidad, en elevacíón, ihay doctrina
que se aventaje á la enseftada por la Religión católica?
Preciso es, en esta parte, hacer justicia á los filósofos,
aun á los más enemigos de la religión cristiana: han
atacado sus dogmas, se han burlado de su divinidad;
pero en llegándose á tratar de la moral, la han respe-
tado. No sé qué fuerza secreta los ha impelido á hacer
una confesión que debía series muy dolorosa. «Sí, han
dicho todos, no puede negarse.. su moral es exce­
lente» (2).
«Por lo que toca á las ciências que versan sobre la
(1) P rotestantism o , pág. 139.
(2) Ib ., pág. 141.

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E l catolicismo en el desarrollo del entendimiento 329

sociedad, me parece que podré excusarme de vindicar


á la Religión católica del cargo de opresora del enten­
dimiento humano, cuando las extensas consideraciones
en que llevo expuestas sus doctrinas, y su influencia
con respecto á la naturaleza y extensión del poder, y á
la libertad civil y política de los pueblos, dejan más
claro que la luz del dia que la Religión católica, sin
descender al terreno de pasiones y pequenez en que se
agitan los hombres, enseba la doctrina más á propósito
para la verdadera civilización y bien entendida libertad
de las naciones.

A r t . V II

L a fe n o lim it a el e n t e n d i m i e n t o e n la c le n o ia d e l m u n d o

«Trataré, pues, brevemente de las relaciones del


principio católico en lo que toca al estúdio de la natu­
raleza. Ciertamente que no es fácil ver en qué puede
daftar dicho principio al adelanto del espíritu humano
en las ciências naturales. Digo que no es fácil verlo, y
podría afiadir que es imposible atinarlo; y todo esto por
una razón muy sencilla, fundada en un hecho que está
al alcance de todo el mundo, y es que la Religión cató­
lica se manifiesta en extremo reservada en todo cuanto
pertenece á conocimientos puramente naturales. Di-
ríase que Dios se propuso dar una severa lección á
nuestra excesiva curiosidad: leed la Biblia, y os queda-
réis convencido de cuanto acabo de asentar» (1).
(1) P rotestantism o , pá}?. 143.

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330 L a Apologia

A r t . V III
La su p erio rld ad del en ten d im ien to m o d ern o se debe
al C ato licism o

Pero el fin que persigue Balmes no es puramente


negativo, ó sea de refutar la calumnia que supone una
oposiciún del Catolicismo con el talento; ni tampoco un
fin indiferente, como si la ilustración y el genio vivie-
ran solamente tolerados dentro de la Iglesia: quiere
demostrar una influencia positiva, directa y buscada de
la religión en el desenvolvimiento y cultura del es­
píritu.
<jA quién se debe la ínnegable superioridad del en­
tendimiento moderno comparado con el antiguo? Sin
negar otras causas, que de buen grado admite, dice re-
sueltamente: «sabemos muy bien que la causa primaria
se encuentra en el Cristianismo, el cual, dando ideas
grandiosas, verdaderas v exactas sobre Dios, sobre el
hombre y sobre la sociedad, ha generalizado esa subli-
midad del pensamiento que distingue A los pueblos que
le profesan. Así es de notar, que la srperioridad de los
modernos sobre los antiguos, se hace sentir especial­
mente en lo que concierne al fondo de: las cosas: con el
solo catecismo se han hecho comunes entre el pueblo
ideas que se hubieran mirado como altas concepciones
de recôndita filosofia; y el entendimiento de la genera-
lidad de los hombres ha llegado, por decirlo así, á fami-
liarizarse con objetos cuya existência no pudieron los
antiguos ni aun sospechar» (1).
«Aqui está la razón de la inmensa ventaja que llevan
(1) L a Sociedad, I, La prensa , pág. 299.

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 331

en estas matérias los filósofos modernos á los antiguos:


éstos marchaban en tinieblas, á tientas; aquéllos cami-
nan precedidos de brillante luz, con paso firme y segu­
ro, en derechura al objeto. No importa que digan tan
á menudo que prescinden de la Revelación; no importa
que á veces la miren con desvio, ó quizás la combatan
abiertamente: aun en este caso la Religión los alumbra,
ella guia con frecuencia sus pasos, porque no pueden
olvidar mil y mil ideas luminosas tomadas de la Reli­
gión, ideas que han encontrado en los libros, aprendido
en los catecismos, chupado con la leche; ideas que andan
en boca de todos, que se han esparcido por todas partes,
y que como un elemento vivificante y benéfico, impreg-
nan, por decirlo así, la atmosfera que respiramos.
Cuando los modernos desechan la Religión, llevan muy
allá su ingratitud, porque al propio tiempo que la in-
sultan, se aprovechan de sus benefícios.
»No es aqui el lugar de entrar en pormenores sobre
esta matéria: fácil seria aducir abundantes pruebas
para confirmar cuanto acabo de establecer, bastándome
abrir las obras de un filósofo cualquiera de los moder­
nos, y cotejarlo con los antiguos. Pero semejante tra­
bajo no fuera suficiente para los que no estén versados
en tales matérias, y seria inútil para los que se han
ocupado en ellas. A la inteligência y á la imparcialidad
abandono la cuestión con entera confianza, y estoy se­
guro de que convendrán conmigo en que, siempre que
los filósofos modernos habían del hombre con verdad y
dignidad, se encuentra en su lenguaje el sabor de las
ideas cristianas» (1).
(1) P rotestantism o , cap. L X I X , pag. 140.

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332 La Apologia

A r t. IX
D el C ato licism o v ie n e al e n te n d im ie n to m o d e rn o su c a r á c te r
cien tífico

Es tan evidente Ia influencia del Catolicismo en la


formación del entendimiento europeo, que sólo ella ex­
plica el carácter científico y universal que tomaron
pronto sus ideas, y aun el que brotaran éstas antes de
tiempo.
Comparando las gentes medioevales (mezcla con­
fusa de razas salvajes que destruyen una raza decré­
pita) con las primeras organizaciones sociales, se les ve
convenir en ser pueblos que nacen; pero se nota á pri­
mera vista la diferencia, de que en los primitivos sólo
se despliegan la imaginación y las pasiones, mientras
en los medioevales, junto con una fantasia y sentimien­
to muy poderosos, se desarrolla una gran potência inte­
lectual. Un cruzado romântico y un dialéctico en eter­
na disputa, son dos símbolos períectos, que viven de
lado, y á veces compenetrados en un mismo individuo.
<;Razón de esta diferencia? El primitivo no tiene sino lo
que le dicen los sentidos, carece de ideas, que no ad-
quiere sino después de larga y fatigosa elaboración; el
medioeval está repleto de los más altos pensamientos,
que no ha trabajado por sí mismo, sino que le han sido
comunicados. ^Por quién? Por la Religión. Por esto nace
de repente una metafísica perfecta [Qué adelanto de
siglos! Conforme al carácter sentimental de la época, la
misma ciência se hace caballeresca, se aguza el pensa­
miento, y se disputa por el gusto de lo arduo, como se
ve en el caso de Abelardo. Esto es pueril, el entendi-

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 333

miento desbarra, y llega á punto de desviar toda la


marcha metafísica. Entonces vuelve la Iglesia, y mien­
tras separa á los génios maléficos, nos da los tipos más
acabados del sabio perfecto, como San Bernardo y
como Santo Tomás, verdadero dictador de todo el im­
pério científico.
He aqui en síntesis la formación del entendimiento
europeo. Leamos algunos pârrafos de Balmes.
«Entre los pueblos antiguos y los europeos, había
una diferencia muy notable, y es que aquéllos marcha-
ron hacia la civilización saliendo de su infancia, y éstos
se dirigían al mismo punto saliendo de aquel estado in-
definible, que resultó de la confusa mezcla que en la
invasión de los bárbaros se hizo de una sociedad joven
con otra decrépita, de pueblos rudos y feroces con
otros civilizados y cultos, ó más bien afeminados. De
aqui provino que, en los pueblos antiguos, se desplegó
primero la imaginación que el entendimiento, y entre
los europeos se desplegó primero el entendimiento que
la imaginación. En aquéllos, lo primero que se encuen­
tra es la poesia; en éstos, al contrario, lo primero que
hallamos es la dialéctica y la metafísica.
v P o r qué un pueblo, en su infancia, abunda de ima­
ginación y de sentimientos? Porque abundan los obje­
tos que excitan estas facultades, y porque éstos pueden
ejercer su acción con más fuerza, á causa de que el in­
divíduo se halla expuesto de continuo á la influencia de
las cosas exteriores. El hombre primero siente é ima­
gina, después entiende y piensa; así lo exigen en su
naturaleza el orden y dependencia de las facultades. Y
he aqui la razón de que primero se desarrollen en un
pueblo la imaginación y Ias pasiones, que no el enten­
dimiento: aquéllas encuentran desde luego su objeto y
su pábulo, éstas no; y por lo mismo precedió siempre la

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334 L a Apologia

edad de los poetas á la de los filósofos. Infiérese de aqui,


que los pueblos niflos piensan poco, porque carecen de
ideas; y en esto se halla una diferencia capital que los
distingue de los de Europa en la época de que habla-
raos. En Europa abundaban las ideas. Lo que explica
por qué se hacia tanto aprecio de lo puramente intelec­
tual, aun en medio de la más profunda ignorância; y
por qué se esforzaba el entendimiento en descollar tam­
bién, cuando parece que no había llegado su hora. Las
verdaderas ideas de Dios, del hombre y de la sociedad,
estaban ya esparcidas por todas partes, merced á la
incesante enseftanza del Cristianismo; y como queda-
ban muchos rastros de la sabiduría antigua, ya cristia-
na ya gentil, resultaba que el entendimiento de un
hombre de alguna instrucción se hallaba en realidad
Ileno de ideas» (1).

A rt . X

L a R elig ió n d ló á la c iê n c ia su e fic a c ia s o cia l

No cabe duda que la inteligência es uno de los fac-


tores primários de Ia civilización. Pocos hombres lo
habrán sentido y expuesto con tanta eficacia como
nuestro Balmes en los admirables artículos con que
inauguró su revista L a C ivilización. Pero hace notar,
muy acertadamente, que la ciência, para influir en la
sociedad, no se basta á sí misma, necesita un punto de
inserción, necesita otra corriente de segura eficacia so­
cial, con la cual mezcle el caudal de sus aguas, para que
así se difundan por toda la vida humana. No hay duda
que la ciência medioeval tuvo una influencia popular
extraordinária: dirigió el pensamiento y la voluntad,
(1) Protestantism o, cap. L X X l.

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reguló las costumbres particulares y públicas, creó ins­


tituciones poderosas, se apoderó de los principales ar­
tistas, y hasta modeló el lenguaje de los pueblos. iFué
aquello debido á su propia eficacia? No, sino á la Reli­
gión. Es que los únicos poseedores de la ciência eran
entonces los religiosos y clérigos, es decir, los que re-
gían verdaderamente el pueblo y la sociedad por me-
dió de la Religión, y éste fué el conducto por donde la
filosofia se infiltró en la masa social (1). «^Por qué,
pregunta, la inteligência del clero era tan fecunda yT
poderosa? ;Lo era por sí sola? Es bien claro que no; y
á poco que se reflexione, se echará de ver que lo debía
en gran parte á su íntimo enlace con las ideas religio­
sas á la sazón tan prepotentes, que lo debía á su traba-
zón con instituciones que, miradas por los pueblos como
descendidas del cielo, eran objeto de una veneración y
acatamiento sin limites. Todavia más: aquella inteli­
gência se hermanaba admirablemente con todos los
intereses de la sociedad, era un germen fecundo de es­
tablecimientos de beneficencia, de progreso en la legis-
lación, de mejoras administrativas, de organización so­
cial en todos los ramos; y los pueblos, que aunque igno­
rantes, no carecían de aquel saludable instinto que
jamás abandona á la humanidad, advertían fácilmente
que en la inteligência del clero tenían un inagotable
manantial de bienes, y por esto se prestaban dóciles al
movimiento y dirección que se les comunicaba. Por
estas causas pudo la inteligência, en aquéllos tiempos,
ser tan poderosa y ejercer en la sociedad una saludable
dictadura. Fué saludable porque era fecunda, y fué fe­
cunda, porque siendo su alma la religión, llevaba en
su seno el espíritu de vida.»
Cl) La Civilización, T, pág:. 56.

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336 La Apologia

A r t . XI
L a c u l t u r a c o n d u c e á la R elig ió n

Hasta aqui ha demostrado que li Religión conducc


á la ilustración. También toma la inversa, probando
que la ilustración conduce al Catolicismo. Estudiando
las causas del Protestantismo, encuentra una muy prin­
cipal en la volubilidad del espíritu humano; y como
aquella secta nació en una sociedad culta y civilizada,
ésta no ha podido permanecer estacionaria en el error,
sino que va recorriendo todas las monstruosidades doc-
trinales, hasta que vuelva á la clara fijeza de la verdad
católica, ó muera la civilización. Oigamos sus enérgicas
palabras:
«Sacudido el yugo de la autoridad en países donde
era tan vasta, tan activa la investigación, donde fer-
mentaban tantas discusiones, donde bullían tantas ideas,
donde germinaban todas las ciências, ya no era dable
que el vago espíritu del hombre se mantuviera fijo en
ningún punto, v debían por precisión pulular un hormi-
guero de sectas, marchando cada una por su camino á
merced de sus ilusiones y caprichos. Aqui no hay medio;
las naciones civilizadas, ó serán católicas, ó recorrerán
todas las fases del error; ó se mantendrán aferradas al
âncora de la autoridad, ó desplegarán un ataque gene­
ral contra ella, combatiéndola en sí misma, y en cuanto
ensefía ó prescribe. El hombre cuyo entendimiento está
despejado y claro, ó vive tranquilo en las apacibles re­
giones de la verdad, ó la busca desasosegado é inquie­
to; y como estribando en princípios falsos siente que no
está firme el terreno, que está mal segura y vacilante

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 337

su planta, cambia continuamente de lugar, saltando de


error en error, de abismo en abismo. El vivir en me­
dio de errores y estar satisfecho de ellos y transmitir-
los de generación en generación sin hacer modificación
ni mudanza, es propio de aquéllos pueblos que vejetan
en la ignorância y envilecimiento; allí el espíritu no se
mueve porque duerme» (1).
Toda la historia de la brillantísima civilización mo­
derna es una prueba positiva de este principio, del cual
saca Balmes esta consecuencia altamente apologética:
ó el espíritu ilustrado se condena á correr desorientado
sin poder llegar nunca á la posesión armónica y quie-
tadora de la verdad, ó la misma civilización ó ilustra­
ción habrá de conducirle de nuevo al Catolicismo; ó no
hay paz espiritual sino en la ignorância y degradación,
ó haj7 que buscaria en la doctrina católica. Esto no es
un argumento, es una teoria magnífica propia de Bal­
mes y digna de su ingenio, es matéria de una grande
obra, fruto de alta especulación y de la experiencia his­
tórica.
En el capítulo X , investigando las causas por que no
ha muerto el Protestantismo como conjunto de sectas
(como unidad de doctrinas nunca ha existido), vuelve
otra vez al mismo argumento, aunque aqui cae más
ampliamente sobre el cristianismo.
«A pesar de la disolución que ha cundido de un modo
tan espantoso entre las sectas protestantes, á pesar de
que en adelante irá cundiendo todavia más, no obstan­
te, hasta que llegue el momento de reunirse los disiden-
tes de la Iglesia católica, nada extrafto es que no desapa-
rezca enteramente el Protestantismo, mirado como un
conjunto de sectas que conservan el nombre y algún
rastro de cristianas. Para que esto no sucediera así,
(1) P rotestantism o, cap. II.
32

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338 L a Apologia

seria menester, ó que los pueblos protestantes se hun-


diesen completamente en la irreligión y en el ateísmo,
6 bien que ganase terreno entre ellos alguna otra reli­
gión de las que se hallan establecídas en otras partes
de la tierra. Uno y otro extremo es imposible, y he
aqui la causa porque se conserva y se conservará, bajo
una ú otra forma, el falso cristianismo de los protestan­
tes, hasta que vuelvan al redil de la Iglesia.
»Desenvolvamos con alguna extensión estos pensa­
mientos. ,-Por qué los pueblos protestantes no se hun-
dirán enteramente en la irreligión y en el ateísmo, ó
en la indiferencia? Porque todo esto puede suceder con
respecto á un indivíduo, mas no con respecto á un
pueblo» (1).
«No, mil veces no; un indivíduo puede ser irreligio­
so, la familia y la sociedad no lo serán jamás. Sin una
base donde pueda encontrar su asiertto el edifício social;
sin una idea grande, matriz, de donde nazcan las de ra­
zón, virtud, justicia, obligación, derecho, ideas todas
tan necesarias á la existência y conservación de la so­
ciedad como 1a, sangre y el nutrimiento á la vida del
indivíduo, la sociedad desapareceria; y sin los dulcísi-
mos lazos con que traban á los miembros de la familia
las ideas religiosas, sin la celeste armonía que esparcen
sobre todo el conjunto de sus relaciones, la familia deja
de existir, ó cuando más es un nudo grosero, momen­
tâneo, semejante en un todo á la comunicación de los
brutos. Afortunadamente ha favorecido Dios á todos
los seres con un maravilloso instinto de conservación,
y guiadas por ese instinto la familia y la sociedad, re-
chazan indignadas aquellas ideas degradantes, que se­
cando con .su maligno aliento todc jugo de vida, que­
brantando todos los lazos y trastornando toda economia,
(1) P rotestantism o, pág. 92,

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 339

las harían retrogradar de golpe hasta la más abyecta


barbarie, y acabarían por dispersar sus miembros,
como al impulso del viento se dispersan los granos de
arena por no tener entre sí ni apego ni enlace» (1).
«La sociedad, y cuenta que no digo el pueblo ni la
plebe, la sociedad, si no es religiosa será supersticiosa;
si no cree cosas razonables las creerá extravagantes;
si no tiene una religión bajada del cielo la tendrá forja­
da por los hombres; pretender lo contrario es un delirio;
luchar contra esa tendencia, es luchar contra una ley
eterna; esforzarse en contenerla es interponer una dé­
bil mano para detener el curso de un cuerpo que corre
con fuerza inmensa: la mano desaparece y el cuerpo
sigue su curso. Llámesela superstición, fanatismo, se-
ducción, todo podrá ser bueno para desahogar el des-
pecho de verse burlado, pero no es más que amontonar
nombres y azotar el viento.
»Siendo como es la religión una verdadera necesi­
dad, tenemos ya la explicación de un fenómeno que nos
ofrece la Historia y la experiencia: y es que la religión
nunca desaparece enteramente, y que en llegando el
caso de una mudanza, las dos religiones rivales luchan
más ó menos tiempo sobre el mismo terreno, ocupando
progresivamente la una los domínios que va conquis­
tando de la otra. De aqui sacaremos también que, para
desaparecer enteramente el Protestantismo, seria ne­
cesario que se pusiese en su lugar alguna otra religión;
y que, no siendo esto posible durante la civilización ac­
tual, á menos que no sea la católica, irán siguiendo las
sectas protestantes ocupando, con más ó menos varia-
ciones, el país que han conquistado.
»Y, en efecto, en el estado actual de civilización
de las sociedades protestantes, ;es acaso posible que
(1) P rotestantism o , pág. 93.

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340 L a Apologia

ganen terreno entre ellas, ni las necedades del Aleorán,


ni las groserías de la idolatria?
«Derramado como está el espirit a del cristianismo
por las venas de las sociedades modernas, impreso su
sello en todas las partes de la legislación, esparcidas sus
luces sobre todo linaje de conocimientos, mezcladosu
lenguaje con todos los idiomas, reguladas por sus pre-
ceptos las costumbres, marcada su iàsonomía hasta en los
hábitos y modales, rebosando de sus inspiraciones todos
los monumentos del genio, comunicando su gusto á to­
das las belias artes; en una palabra, iiltrado, por decir-
lo así, el cristianismo en todas las partes de esa civili­
zación tan grande, tan variada y fecunda, de que se
glorían las sociedades modernas; ;cómo era posible que
desapareciese hasta el nombre de una religión, que á
su venerable antiguedad reúne tantos títulos de grati-
tud, tantos lazos, tantos recuerdos? ;Cómo era posible
que encontraran acogida en medio de las sociedades
cristianas ninguna de esas otras religiones, que á pri­
mera vista muestran desde luego el dedo del hombre;
que á primera vista manifiestan como distintivo un sello
grosero, donde está escrito d eg rad a ción y en v ileci-
rniento? Aun cuando el principio fundamental del Pro­
testantismo zape los cimientos de la religión cristiana,
por más que desfigure su belleza, y rebaje su majestad
sublime; sin embargo, con tal que se conserven algunos
vestígios de cristianismo, con tal que se conserve la
idea que éste nos da de Dios, y algunas máximas de su
moral, estos vestígios valen más, se elevan á mucha
mayor altura que todos los sistemas filosóficos, que
todas las otras religiones de la tierra» (1).
Este análisis que acabamos de hac er de la obra má­
xima de la apologética balmesiana, no dispensa cierta-
(1) P rotestantism o, pág. 95.

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El catolicismo en el desarrollo del entendimiento 341

mente de su lectura, que habría de ser familiar á todo


católico de nuestros tiempos, pero puede ser suficiente
para abrir el vasto horizonte por donde se espacia aquel
gran genio, y para orientar y hacer más provechosa la
lectura del mismo libro. Dentro de lo humano, que,
como he dicho repetidas veces, es el ambiente donde se
mueve nuestro apologista, no cabe mayor amplitud, ni
más armónica complejidad de relaciones, resueltas en
un ideal más completo y más bello. Este libro es Bal­
mes, y creo que sin exorbitância se puede también de­
cir en el orden humano: este libro es el Catolicismo.

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SECCIÓN SEGUNDA

Apologia de algunas instituciones católicas

C A PÍTU LO PRIM ERO

Apologia de las órdenes religiosas

Uno de los puntos particulares del Catolicismo que


Balmes vindica y ensalza con más amor, son los insti­
tutos religiosos. E sta apologia resulta natural, miran­
do las circunstancias individuales de nuestro sabio,
puesto que había gozado plenamente en su ciudad
natal de la influencia espiritual y científica, fuerte y
suave á la vez, que salía de los conventos, para ordenar
y dirigir los espíritus y la pública vida social. E l mis­
mo nos confiesa, que las casas religiosas fueron uno de
los pocos lugares que le eran familiares, en unas líneas
brevísimas que nos dan en compendio todas las causas
educadoras de su alma. «Nadie, dice, me vió en otro

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Apologia de las órdenes religiosas 343

lugar, que en mi casa, en la iglesia, en el colégio, en


algunas casas de los regulares con quienes tenía fre-
cuentes relaciones, y en la biblioteca episcopal, donde
me hallaba mientras estaba abierta» (1). Quien tenía
plena conciencia de lo que valían las religiones por el
bien que en sí había experimentado, era natural que
sintiera impulsos de defenderias, y que acudieran á su
pluma, llenas de simpatia, las grandes razones que las
abonan.
Pero mirando á lo exterior, esta defensa tomaba ca­
rácter de lucha. Espana estaba desolada y desierta de
institutos por el vendabal de la revolución; muchos es-
taban fanatizados por el interés particular ó por una
falsa ilusión económica y social; el intelectualismo de
la época daba como postulado evidente que el régimen
antiguo no se avenía bien con l a nueva civilización, y
casi no conservaba más que una imagen romântica del
solitário monasterio. En estas circunstancias una apo­
logia tan fervorosa, tan insistente, como la de Balmes,
y hecha según la manera suya, por razones humanas y
sociales, supone un gran esfuerzo de vencer conven­
cionalismos j r prevenciones, con la franqueza y since-
ridad de la persuasión.

A rt. I

Son in stitu c io n e s e m in e n te m e n te so ciales

Para defender los institutos religiosos toma de muy


atrás y de lo más profundo de las entranas sociales la
corriente de sus razones. La esclavitud pagana, en
medio de la degradación con que estigmatizaba una
(1) Escritos Políticos , Vitidicaciôn p er sanai, pág. 728.

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344 La Apologia

gran parte de la humanidad, tenía la ventaja social dc


que el amo, por brutal egoísmo, atendia á las necesida-
des materiales de sus esclavos, al menos como si fue-
ran bestias de carga; con lo cual una multitud inmensa
y la más necesitada, quedaba atendida en lo esencial
de la vida, sin providencia de la sociedad y hasta sin
cuidado de los mismos esclavos. jBien caro pagaban
aquel bocado de pan!
Viene la proclamación de la dignidad humana en-
sefiada por el Catolicismo, y de aqui la liberación
universal del hombre; y por más que el Catolicismo
procedió evolutivamente para evitar un conflictosocial,
llega un momento en que la turba pierde con las cade-
nas el sustento, y cae sobre la sociedad con todas sus
necesidades. Esto no era un problema nacional, sino
una condición inherente á toda sociedad. Abandonar
eternamente este problema á las vieisitudes de la cir-
culación de la riqueza, es agravarlo más; el legislador
tiene la obligación de proveer y remediar en lo posible
tanta desgracia. Y véase por aqui qué clarividência
tenía Balmes de la justicia social tan cacareada de no-
vedad.
La Religión se adelantó muchísimo al Estado en
esta matéria, creando instituciones protectoras, edu­
cadoras y benéficas de toda clase, mirando especial­
mente como propio todo lo más envilecido y repugnan­
te de la humanidad, sobre todo lo que no puede ser
objeto de ninguna ley humana, ni de ninguna fuerza
natural, porque necesita un amor fortalecido por prin-
cipios superiores á todo lo criado. Y esto hizo el Cato­
licismo, no como un acto singular y transitório de una
ó muchas personas heroicas, pero siempre inseguro y
perecedero, sino de la manera que hace él siempre todas
las cosas, por instituciones, que tienen personalidad per-

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Apologia de las órdenes religiosas 345

durable, y virtud superior á las veleidades y flaquezas


del indivíduo. Tampoco lo hizo de una manera buro­
crática, mecânica, apriorística; sino por producción
espontânea, viva, acomodada á cada tiempo, á cada
lugar, á cada necesidad social. Así, cuando fué nece­
sario crear oásis para aislar los restos de la civiliza­
ción y cultura, en medio de una devastación general
de la barbarie, nacieron los grandes monasterios;
cuando las guerras musulmanas invaden la civilización
y multiplican los cautivos, vienen las órdenes militares
y redentoras; cuando se abi'e un nuevo mundo á la ci­
vilización, brotan los institutos conquistadores. He aqui
las religiones (1).
Su grande y verdadera apologia, la ve él en una
historia paralela de su desarrollo y de la vida de los
pueblos donde nacieron y se propagaron, porque de
aqui resultaria evidente aquella su idea, de que toda
orden religiosa responde á una necesidad social. ;Quién
puede rehusar el entrar en este terreno, y quién puede
negar á esta obra su aprobación y simpatia, con tal que
ame la civilización? (2) Pero ya que no hizo esta vasta
historia universal de la sociedad, que tan vivamente
le sugestionaba, dedicó diez capítulos del Protestantis­
mo (3) & esta apologia. Demos al menos en extracto
sus razones.
(1) La Sociedad , I I I, p. 348-358. P orvenir de las Comunidades re­
ligiosas en Espaiia. a rt. 3.°
(2) Protestantismo, vol. I I I . nota l.a
(3) Ib ., cap. X X X V I I I - X L V I I I .

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346 L a Apologia

A r t . II
Los so litário s

Empieza por los S olitários de Oriente. Contempla


una línea de grutas y monasterios ocupando toda la
zona, donde un pueblo enervado por la molicie se
deshacía, delante precisamente de aquellas escuelas
filosóficas que habían agitado inútilmente todos sus
recursos para regenerarle.
E l primer efecto había de ser de elevación inte­
lectual. «Necesario es no perder de vista que el en­
tendimiento del hombre se hallaba, por decirlo así,
materializado, á causa de la corrupción y grosería,
entranadas por la religión pagana. E l culto de la na­
turaleza, de las formas sensibles, había echado raíces
tan profundas, que para elevar los espíritus á la con-
cepción de cosas superiores â la matéria, era necesaria
una reacción fuerte, extraordinária, era indispensable
anonadar en cierto modo la matéria, y presentar al
hombre nada más que el espíritu. L a vida de los soli­
tários era lo más á propósito para producir este efecto:
al leer la interesante historia de aquéllos hombres, pa­
rece que uno se halla fuera de este mundo: la carne
ha desaparecido, no queda más que el espíritu; y tanta
es Ia fuerza con que se ha procurado sujetarla, tanto
se ha insistido sobre la vanidad de las cosas terrenas,
que en efecto diríase que la misma realidad va trocán-
dose en ilusión, el mundo físico se disipa para ceder su
puesto al intelectual y moral; y rotos todos los lazos
de la tierra, pónese el hombre en íritima comunicación
con el cielo. Los milagros se multiplican asombrosa-

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Apologia de las órdenes religiosas 347

mente en aquellas v id as, las apariciones son incesan-


tes, las moradas de los solitários son una arena donde
no entran para nada los médios terrenos; allí luchan los
ángeles buenos con los ángeles maios, el cielo con el
infierno, Dios con Satanás; la tierra no está allí sino
para servir de campo al combate; el cuerpo no existe
sino para ser un holocausto en las aras de la virtud,
en presencia del demonio que lucha furioso para hacer-
le esclavo del vicio.
»iDonde está ese culto idólatra que dispensara la
Grécia á las formas sensibles, esa adoración que tribu­
tara á la naturaleza cuando divinizaba todo lo volup­
tuoso, todo lo bello, todo cuanto pudiera interesar los
sentidos, la fantasia, el corazón? jQué cambio más pro­
fundo! esos mismos sentidos están sujetos á las priva-
ciones más terribles; una circuncisión la más dura se
está aplicando al corazón; y el hombre, que poco antes
no levantara su mente de la tierra, la tiene sin cesar
fija en el cielo» (1).
El segundo efecto debía ser un gran impulso moral.
«Bajo el aspecto moral el efecto debía ser inmenso.
Hasta entonces el hombre no había imaginado siquiera
que le fuese posible resistir al ímpetu de sus pasiones;
en la fria moralidad de algunos filósofos, se encontra-
ban algunas máximas de conducta para oponerse al
desbordamiento de las inclinaciones peligrosas; pero
esta moral se hallaba sólo en los libros, el mundo no la
miraba como posible; y si algunos se propusieron rea­
lizaria, lo hicieron de tal manera, que lejos de daria
crédito, lograron hacerla despreciable. ,;Qué importa el
abandonar las riquezas, 3Tel manifestarse desprendido
de todas las cosas del mundo, como quisieron aparentar
algunos filósofos, si al propio tiempo se muestra el
(1; Protestantism o, cap, X X X I X , pág. 30.

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348 L a Apologia

hombre tan vano, tan tleno de si mismo, que todos sus


sacrifícios no se ofrezcan á otra divinidad que al orgu-
11o? Esto es derribar todos los ídolos para colocarse á
sí mismo sobre el altar, reinando allí sin dioses riva-
les; esto no es dirigirias pasiones, no es sujetarlas Ala
razón, es criar una pasión monstruo, que se alza sobre
todas las demás y las devora. La humildad, piedra fun­
damental sobre la que levantaban los solitários el edi­
fício de su virtud, los colocaba de golpe en una posición
infinitamente superior á la de los filósofos antiguos,
que se entregaron á una vida más ó menos severa: así
se ensenaba al hombre á huir el vicio y ejercer la vir­
tud, no por el liviano placer de ser visto y admirado,
sino por motivos superiores, fundados en sus relacio­
nes con Dios, y en los destinos de un eterno porve­
nir» (1).
Y esto en las circunstancias más difíciles, bajo un
clima deprimente, opuesto á tar heroica energia.
«Hasta parece que la Providencia quiso escoger un
clima particular donde la humanidad pudiese hacer un
ensayo de sus fuerzas, vindicadas y sostenidas por la
gracia. En el clima más pestilente para la corrupción
del alma, allí donde la relajación de los cuerpos condu­
ce naturalmente á la relajación de los espíritus, allt
donde el aire mismo que se respira está incitando á la
voluptuosidad, allí fué donde se desplegó la mayor
energia del espíritu, donde se practicaron las mayores
austeridades, donde los placeres de los sentidos fueron
arrancados y extirpados con más rigor y dureza. Los
solitários fijaron su morada en desiertos á donde llegar
podían los embalsamados aromas que se respiraban en
las comarcas vecinas; y desde sus montaftas y arena-
les alcanzaban sus ojos á mirar las amenas y apacibles
(1) P rotestantism o , pág. 31.

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Apologia de las órdenes religiosas 349

campifias, que convidaban al goce y al placer: seme-


jantes á aquella virgen cristiana, que dejó su obscura
gruta para irse d colocar en la quiebra de una roca,
desde donde contemplaba el palacio de sus padres re-
bosando de riquezas, de comodidades y de regalos,
mientras ella gemia allí cual solitaria paloma en las
hendiduras de una piedra. Desde entonces todos los
climas eran buenos para la virtud; la austeridad de la
moral no dependia de la mayor ó menor aproximación
á la línea del Ecuador; la moral del hombre era como
el hombre mismo, podia vivir en todos los climas. Pues
que la continência más absoluta se practicaba de un
modo tan admirable en tan voluptuosos países, bien
podia establecerse y conservarse en ellos la monoga­
mia del cristianismo; y cuando en los arcanos del E te r­
no sonase la hora de llamar un pueblo á la luz de la
verdad, nada importaba que este pueblo viviese entre
las escarchas de la Escandinavia, ó en las ardorosas
llanuras de la índia. El espíritu de las leyes de Dios no
debía encerrarse en el estrecho círculo que intentara
senalarle el E sp íritu de las leyes de Montesquieu» (1).

A r t . III

M o n aste rio s de O ccid en te

l.° Fueron el principio de la organización social.


«Entre nosotros, á más del espíritu evangélico que
presidió á su fundación, tomaron el carácter de asocia-
ciones conservadoras, reparadoras y regeneradoras.
Los monjes no se contentan con santificarse á sí mis­
mos, sino que influyen desde luego sobre la sociedad.
(1) P rotestantism o , pág. 33.

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350 La Apologia

La luz y la vida que se encierran en sus santas mora­


das, procuran abrirse paso para alumbrar y fecundar
el caos en que yace el mundo.
»No sé que haya en la historia un punto de vista
más hermoso y consolador que el ofrecido á nuestros
ojos por la fundación, extensión y progreso de los ins­
titutos religiosos en Europa. La sociedad necesitaba
de grandes esfuerzos para resistir, sin anonadarse, las
terribles crisis que debía atravesar: el secreto de la
fuerza social está en la reunión dc las fuerzas indivi-
duales, en la asociación; y es por cierto admirable que
este secreto fuese conocido de la sociedad europea,
como por una revelación del cielo. Todo se desmorona
en ella, todo se cae á pedazos, todo perece. La reli­
gión, la moral, el poder público, las leyes, las costum­
bres, las ciências, las artes, todo ha sufrido pérdidas
enormes, todo está zozobrando; y en el porvenir del
mundo, si se calcula por probabilidades humanas, los
males son tantos y tan graves que el remedio se halla
imposible.
»A1 hombre observador, que fija aterrado su mirada
en aquéllos tiempos, cuando se le ofrece san Benito
dando impulso á los institutos monásticos, preseribién
doles su sabia regia, parécele que un ángel de luz surge
de en medio de las tinieblas. La inspiración sublime
que guió á este hombre extraordinário era lo más con­
veniente que podia imaginarse para depositar en el
seno de la sociedad disuelta un principio de vida v
reorganización (1).»
«Menguada inteligência manifestaria, quien se ne-
gase á reconocer el ventajosísimo efecto que debían
de producir semejantes instituciones. Cuando la socie­
dad se disuelve, lo que se necesita ro son palabras, no
(1) P rotestantism o, cap. X L I.

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son proyectos, no son leyes tampoco; son instituciones


fuertes que resistan al ímpetu de las pasiones, á la in­
constância del espíritu humano, á los embates del curso
de los acontecimientos; instituciones, que levanten el
entendimiento, que purifiquen y ennoblezcan el cora­
zón, produciendo así en el fondo de la sociedad un mo-
vimiento de reacción y de resistência contra los maios
elementos que la llevan á la muerte. Entonces, si
existe un entendimiento claro, un corazón generoso,
un alma poseída de sentimientos de virtud, se apresura
á refugiarse en el sagrado asilo. No siempre les es dado
cambiar la corriente del mundo; pero á lo menos traba­
jan en silencio para instruirse, para purificarse; derra-
man una lágrima de compasión sobre las generaciones
insensatas que se agitan estrepitosamente en derredor;
de vez en cuando alcanzan todavia á que se oiga su
voz en medio del tumulto, y que sus acentos hieran el
corazón del perverso, como terrible amonestación des­
cendida de lo alto de los cielos. Así disminuyen la
fuerza del mal, ya que no les sea dable remediarlo del
todo; protestando sin cesar contra él, le impiden que
prescriba; y transmitiendo á las generaciones futuras
un testimonio solemne de que en medio de las tinieblas
y de la corrupción existían hombres que se esforzaban
en ilustrar el mundo, y en oponer una barrera al des-
bordamiento del vicio y del crimen, conservan la fe en
la verdad y en la virtud, sostienen y animan la espe­
ranza de los presentes y de los venideros que puedan
encontrarse en circunstancias parecidas.
»Esta fué la obra de los monjes en los calamitosos
tiempos á que nos referimos; así cumplieron la misión
más bella y sublime en pro de los grandes intereses de
la humanidad (l).»
(1) P rotestantism o , pág-. 44.

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352 La Apologia

2. ° Los tnonjes infundieron en Europa el respeto


á la propiedad. «Las propiedades de los monjes, á más
de su utilidad material, produjeron otra; que quizás no
ha llamado cual debe la atención. La situación de buena
parte de los pueblos de Europa en el tiempo de que
vamos hablando, estaba muy cerca de la fluctuación y
movilidad en que se hallan las naciones que no han
dado todavia ningún paso en la carrera de la civiliza­
ción y cultura. Por esta causa, la idea de la propiedad,
que es una de las más fundamentales en toda organiza-
ción social, se hallaba muy poco arraigada. En aquellas
épocas eran muy frecuentes los ataques contra la pro­
piedad, así como contra las personas; y del mismo
modo que el hombre se encontraba á menudo obligado
á defender lo que poseía, así también se dejaba llevar
fácilmente á invadir la propiedad de los otros. E l pri-
mer paso para remediar un mal tan grave, era dar
asiento á los pueblos por medio de ta vida agrícola, y
luego acostumbrarlos al respeto de la propiedad, no
tan sólo por razones de moral y de interés privado,
sino también por el hábito: lo que se lograba poniéndo-
les á la vista propiedades extensas, pertenecientes á
establecimientos que se miraban como inviolables, y
que no podían atacarse sin cometer un sacrilégio. Así
las ideas religiosas se ligaban con las sociales, y prepa-
raban lentamente una organización que debía llevarse
á término en dias más bonancibles ( 1 ).»
3. ° Derivaron la vida de las ciudades á los cam­
pos. «Aõádase á esto una nueva necesidad acarreada
por el cambio que se estaba verificando en aquella
época. Entre los antiguos, apenas se ve otra vida que
la de las ciudades; la habitación en los campos, ese
desparramamiento de una población inmensa que ha
Çl) P rotestantism o, pág. 46.

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Apologia de las órdenes religiosas 353

formado en los tiempos modernos una nueva nación en


las campiftas, no se conocía entre ellos; y es bien nota­
ble, que ese cambio en la manera de vivir se realizó
cabalmente, cuando circunstancias calamitosas y tur­
bulentas parecían hacerle más difícil. Debido es á la
existência de los monasterios en los campos y lugares
retirados, el que pudiese arraigarse este nuevo género
de vida, que sin duda se habría hecho imposible sin el
ascendiente benéfico y protector ejercido por las gran­
des abadias. Ellas tenían al propio tiempo todas las
riquezas y el poderio de los seftores feudales, con la in­
fluencia benéfica y suave de la autoridad religiosa ( 1 ).»
4.° Constituyeron centros de cultura donde se
guardaron los tesoros antiguos, y se preparó el nuevo
florecimiento de las letras y ciências. «A más del ser-
vicio que hicieron los monjes á la sociedad bajo el as­
pecto religioso y moral, es inapreciable el que dispen-
saron á las ciências y á las letras. Y a se ha observado
repetidas veces, que éstas se refugiaron en los claus­
tros, y que los monjes conservando y copiando los an­
tiguos manuscritos, preparaban los materiales para la
época de la restauración de los conocimientos humanos.
Pero es menester no limitar el mérito de los monjes
considerándolos como meros copiantes; muchos de ellos
se elevaron á un alto punto de sabiduría, adelantándose
algunos siglos á la época en que vivian. Además, no
contentos con Ia penosa tarea de conservar y ordenar
los manuscritos antiguos, dispensaban á la historia un
beneficio importante por medio de las crónicas: con
éstas, al paso que cultivaban un ramo tan importante
de estúdios, recogían la historia contemporânea, que
quizás sin sus trabajos se hubiera perdido (2 ).»
(1) t^o testa n tism o , pág. 46.
(2) Ib. pág. 47.
28

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354 La Apologia

A r t, IV
O rd e n e s m ilitares

Fueron híjas de las Cruzadas, de aquellas cruza­


das que «son justamente miradas como una obra
maestra de política, que aseguró la independencia de
Europa, adquirió á los pueblos cristianos una decidida
preponderância sobre los musulmanes, fortificó y
agrandó el espíritu militar en las naciones europeas,
les comunicó un sentimiento de fraternidad que hizo
de ellas un solo pueblo, desenvolvió en muchos senti'
dos el espíritu humano, contribuyó á mejorar el es­
tado de los vasallos, preparó Ia entera ruina del feu­
dalismo, creó la marina, fomentó el comercio y la in­
dustria, dando de esta suerte un poderoso impulso para
adelantar por diferentes senderos en la carrera de 1a,
civilización ( 1 ).»

A r t. V

O rd en es m en d ican tes

Para apreciar su valor social hay que conocer


la crítica situación en que se encontraba Europa
al tiempo de su aparición. «En una organización po­
lítica, donde el trono no tenía bastante fuerza para
ejercer la necesaria acción enfrenadora, donde los
sefiores conservaban todavia los médios suficientes
para resistir á los reyes y atropellar á los pueblos;
(1) P rotestantism o , cap. X L11.

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Apologia de las órdenes religiosas 355

cuando difundido por todas partes un indócil espíritu


de agitación y movimiento entre las raasas, no se
veia ningún medio para contenerlas, excepto la reli­
gión; cuando cabalmente el ascendiente mismo ejercido
por las ideas religiosas era aprovechado de los fanáti­
cos y perversos, para extraviar la muchedumbre con
violentas peroratas en que se hacia una confusa mezcla
de religión y política, y se afectaba hipócritamente el
espíritu de austeridad y desinterés; cuando los nuevos
errores no se limitaban ã sutiles ataques contra este ó
aquel dogma, sino que empezando á trastornar las
ideas más fundamentales de la religión, penetraban
hasta el santuario de la familia, condenando el matri­
monio, y provocando de otra parte abominaciones in­
fames; cuando por fin el mal no se circunscribía á los
países, que ó por haber recibido más tarde el cristia­
nismo, ó por otras causas, no habían participado tanto
del movimiento europeo; cuando la arena principal­
mente escogida era el mediodía, donde se desplegaba
con más vivacidad y presteza el espíritu humano; en
semejante conjunto de funestas circunstancias, consig­
nadas en la historia de una manera incontestable, ,mo
era negro, no era proceloso el porvenir de la Europa?
cNo existia el inminente riesgo de que tomando las
ideas y las costumbres una dirección errada, quebran­
tados los lazos de la autoridad, rotos los vínculos de la
familia, arrastrados los pueblos por el fanatismo y la
superstición, no volviese la Europa á sumergirse en el
caos de que andaba saliendo á duras penas? Cuando el
estandarte de la Media Luna tremolaba poderoso en
Espafla, dominante en África, victorioso en Asia, <;era
conveniente que la Europa perdiese su unidad religio­
sa, que cundiesen los nuevos errores, sembrando por
todas partes el cisma, y con él la discórdia y la guerra?

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356 La Apologia

^Tantos elementos de civilización y cultura creados


por el cristianismo, debían dispersarse, inutilizarse
para siempre? r;Las grandes naciones que se iban for­
mando bajo la influencia católica, las leyes é institucio­
nes empapadas en esta religión divina, todo debía co-
rromperse, perecer, con la alteración de las antiguas
creencias? ;EI curso de la civilización europea debía
torcerse con violência? ^Las naciones, que se abalan-
zaban á un porvenir más tranquilo, más próspero, más
grande, debían ver disipadas en un instante sus espe-
ranzas más halagíiefias, y retroceder lastimosamente
hacia la barbarie?
»Este era el inmenso problema social que se ofrecía
en aquéllos tiempos: y yo me atrevo á asegurar, que el
movimiento religioso desplegado á la sazón de una ma­
nera tan extraordinária, que los nuevos institutos ta­
chados tan ligeramente de simple2;a y extravagancia,
fueron un medio muy poderoso de que la Providencia
se valió para salvar la religión, y con ella la sociedad.
Sí: el ilustre espafíol santo Domingo de Guzmán, y el
hombre admirable de Asís, cuando no ocuparan un lu­
gar en los altares recibiendo por su. eminente santidad
el acatamiento de los fieles, merecerian que la sociedad
y la humanidad agradecidas les hubiesen levantado es­
tatuas (1 ).»
Las instituciones fundadas, por los hombres que
las componen, y por su misma organización, son demo­
cráticas, aptas para una eficaz influencia en el pueblo.
Son numerosísimas, dispuestas á derramarse por las
ciudades y por los campos, y combatir en todas partes
la turbulência, dominar las pasiones, infiltrar piedad
ordenada y afición al estúdio.
«De aqui se infiere para todos los hombres sensatos,
( 1) Protestantism o, cap. X L Í I L

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Apologia de las órdenes religiosas 357

una de las dos consecuencias siguientes, ;i saber, ó que


la aparición de esos nuevos institutos (ué la obra de
Dios que queria salvar su Iglesia, sosteniéndola contra
los nuevos ataques y escudando la autoridad del Pontí­
fice romano; ó bien que existió en el Catolicismo un
instinto salvador que le condujo á crear aquellas insti­
tuciones que le eran convenientes para salir airoso de
la terrible crisis en que se encontraba. A los ojos de
los católicos las dos proposiciones vienen á parar á lo
mismo; pues que no vemos aqui otra cosa que el cum-
plimiento de aquella promesa: sobre esta. p ied ra f u n ­
d a r è m i Ig le s ia , y la s pu ertas del infierno no preva-
lecerân contra ella. Los filósofos que no miren los ob­
jetos A la luz de la fe: podrán explicar el fenómeno con
los términos que fueren de su gusto; pero no podrán
menos de convenir que en el fondo de los hechos se
descubre una sabiduría admirable, la más elevada pre-
visión. Si se empenan en no ver aqui el dedo de Dios,
en descubrir el curso de los acontecimientos más que
el fruto de planes bien concertados, ó el resultado de
una organización bien combinada, imposible les ha de
ser el negar el debido homenaje á esos planes, á esa
organización; así como confiesan que el poder del
Pontífice romano, aun mirado con ojos puramente filo­
sóficos, es el más admirable de los poderes que se vie-
ron jamás sobre la tierra, así tampoco les será permiti­
do el negar que esta sociedad llamada Iglesia católica,
muestra en su conducta, en su espíritu de vida, en su
instinto para sostenerse contra los mayores enemigos,
el más incomprensible conjunto que nunca se vió en
sociedad alguna. Que esto se liame instin to, secreto,
esp íritu , ó con otros nombres, poco importa á la ver­
dad; el Catolicismo desafia á todas las sociedades, á
todas las sectas, á todas las escuelas, á que realieen lo

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358 La Apologia

que él ha realizado, á que triunfen de lo que él ha


triunfado, á que atraviesen las formidables crisis que
él ha atravesado. Podrán presentarse algunas muestras
en que se remede más ó menos la obra de Dios; pero
los magos de Egipto colocados en presencia de Moisés,
encontrarán un término á sus artifícios; el enviado de
Dios hará milagros á que ellos no podrán llegar; ve-
ránse precisados á decir: D igitu s Dei est h ic; aqu i
hay el d ed o de D ios (11.»

A r t. VI
O rd e n e s de red en ció n

Delante de todo corazón bien nacido, éstas no nece-


sitan para su apologia más que su presentación.
«A causa de ias dilatadas guerras con los infieles,
gemían en poder de éstos un sinnúmero de cristianos,
privados de su patria y libertad, y expuestos á los pe-
ligros en que su penosa situación los colocaba á me-
nudo, de apostatar de la fe de sus padres. Ocupando
todavia los moros una parte considerable de Espafta,
dominando exclusivamente en las costas de África, pu­
jantes 5' orgullosos en Oriente á causa de los reveses
sufridos por los cruzados, tenían los infieles cenido el
mediodía de Europa con una línea muy extendida y cer-
cana, desde donde podían acechar el momento opor­
tuno, y procurarse considerable número de esclavos
cristianos. Las revoluciones y vai\ enes de aquéllos
tiempos les ofrecían á cada paso coyunturas favora-
bles; y el odio y la codicia estimulaban de consuno sus
corazones á satisfacer su venganza en los cristianos
(1) Protestantism o, pág-. 75.

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Apologia de Ias órdenes religiosas 359

desapercibidos. Puede asegurarse, que era éste uno de


los gravísimos males que afligían la Europa. Si la pa­
labra ca rid a d no había de ser un nombre vano; si los
pueblos europeos no querían olvidarse de sus lazos de
fraternidad y de comunidad de intereses, era necesa­
rio, urgente, tratar del remedio que debía aplicarse á
calamidad tan dolorosa» ( 1 ).
«Para acudir al socorro de los infelices cautivos hu­
biera parecido sin duda pensamiento muy feliz, el de
una vasta asociación que, extendida por todas las co­
marcas de Europa, se hallase en relaciones con cuan-
tos cristianos pudiesen contribuir con sus limosnas á
obra tan santa; y que además tuviera siempre á la
mano una porción de indivíduos prontos á surcar los
mares, y resueltos, si fuera menester, á arrostrar por
el rescate de sus prójimos el cautiverio y la muerte.
De esta manera se lograba la reunión de muchos mé­
dios, se aseguraba la buena inversión de los caudales;
las negociaciones para la redención de los cautivos te-
nían la seguridad de ser conducidas por hombres celo-
sos y experimentados; es decir, que esta asociación
llenaba cumplidamente su objeto, y desde su planteo
podían los cristianos esperar socorros más prontos y
eficaces. He aqui cabalmente el pensamiento realizado
en la institución de las órdenes para Ia redención de
cautivos.
»Los religiosos que las profesan, se ligan con voto
de atender á esa obra de caridad. Libres de los emba-
razos que consigo traen las relaciones de familia y el
cuidado de los negocios mundanos, pueden consagrar-
se á esta tarea con todo el ardor de su ceio. Los viajes
dilatados, los peligros del mar, los riesgos de climas
mal sanos, la ferocidad de los infieles, nada los arredra;
(l) Protestantismo, cap. X L IV .

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360 La Apologia

en sus propios vestidos, en las oraciones de su institu­


to, hallan el recuerdo continuo del voto con que se
ligaron en presencia de Dios. Su reposo, sus comodi­
dades, su vida misma, ya no les pertenecen, son de los
infelices cautivos que gimen en un calabozo, ó arras-
tran á los pies de sus amos una pesada cadena allende
el Mediterrâneo. Las famílias de las desgraciadas vícti-
mas tienen fijos sus ojos sobre el religioso, y le exigen
el cumplimiento de la promesa, obligándole á excogi-
tar arbítrios, y á exponer, si necesario fuere, la vida,
para devolver el padre al hijo, el hijo al padre, el es­
poso á la esposa, la inocente doncella á la madre de­
solada» ( 1 ).

A r t. VII
Jesu íta s

No puede ocultarse á quien lea los escritos de Bal­


mes la profunda simpatia que tenía por los jesuítas. En
la biografia que hace de Ravignan, y, sobre todo, en la
de Mariana, hay notas muy intensas de admiración y
carifio. Algo romântico debió de ser este afecto la ma­
yor parte de su vida, como de cosa más ideada que sen­
tida, pues no es de creer que tuviera gran trato con
ellos, hasta que en Madrid intimó con el P. Carasa. No
se enfrió ciertamente con esta comunicación. Por sus
papeies particulares se ve que tenía trato con los P a­
dres de Paris; en su viaje á Londres nota igualmente
la existência de los jesuítas, y cuando á lo último de su
vida planeaba aquella vasta asociación de cultura cató­
lica, en la lista de notabilidades que para este fin tenía
(1) Protestantismo, pág. 79.

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Apologia de las órdenes religiosas 361

anotadas, no incluye más religiosos que dos jesuítas, los


Padres Carasa y Puyal. Los jesuítas procuraban co-
rresponderle.El entusiasmo que en las casas de Madrid,
Paris, Bélgica y Roma reinaba por Balmes era muy
ferviente. E l mismo P. General tomó con indecible em-
peiio la propagación de su obra el P rotestan tism o, y
salvó de un gran riesgo la F ilo s o fia F u n d am en tal (1).
Pero la distinción mayor de aprecio la hizo Balmes
en su grande obra E l P rotestan tism o dedicando á la
Compaflía de Jesús todo un capítulo. Justifica esta de-
mostración con las siguientes palabras: «Tratándose de
los institutos religiosos, no es posible dejar de recordar
esa orden célebre, que á los pocos anos de su existência
había tomado ya tanto incremento, que se presentaba
con las formas de un coloso, y desplegaba las fuerzas de
un gigante; á esa orden, que pereció sin que antes sin-
tiese el desfallecimiento, que no siguió el curso regular
de las demás, ni en su fundación ni desarrollo, ni tam­
poco en su caída; de esa orden, que como se hadicho con
mucha verdad y exactitud, no tuvo ni infancia ni vejez:
bien se entiende que hablo de los jesuítas. Este solo
nombre bastará para poner en alarma á cierta clase de
lectores; por lo mismo me apresuro á tranquilizarlos,
advirtiéndoles que no me propongo escribir aqui la apo­
logia de los jesuítas. Esta tarea no corresponde al
carácter de la obra: además, otros la han tomado á su
cargo, y no debo yo repetir lo que nadie ignora. Como
quiera, es imposible mentar los institutos religiosos, ni
dar una mirada á la historia religiosa, política y litera­
ria de Europa de tres siglos á esta parte, sin tropezar
á menudo con los jesuítas; es imposible viajar por tie-
rras las más remotas, surcar mares desconoeidos, abor­
dar á playas las más distantes, penetrar en los desier-
(1) Cf. R elíquias literárias.

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362 La Apologia

tos más espantosos, sin que ocurra el recuerdo de los


jesuítas; es imposible acercarse en ningún estante de
nuestras bibliotecas, sin que se ofrezcan á los ojos los
escritos de algún jesuíta; y siendo esto así, bien pueden
perdonar los lectores enemigos de los jesuítas, el que
se fije por algunos momentos la atención sobre un ins­
tituto, que ha llenado el mundo con la fama de su
nombre» (1 ).
jCosa singular! El primer argumento en su alaban-
za lo saca del odio violento que siempre se les ha te ­
nido. «Algo habrá, dice, muy .singular y extraordinário
en ese instituto, que de tal manera excita la atención
pública, y cuyo solo nombre desconcierta á sus enemi­
gos. A los jesuítas no se los desprecia, se los teme; una
que otra vez se quiere ensayar de echar sobre ellos el
ridículo, pero desde luego se conoce, que cuando se
maneja contra ellos esa arma, el que la emplea no dis-
fruta de calma bastante para esgrimiria felizmente.
Vano es que se quiera aparentar el desprecio; al tra­
vés del disimulo se trasluce la inquietud y el sobresal-
to; échase de ver, que quien los ataca no cree estar en
presencia de adversários de poca monta, pues que la
bilis se le exalta, sus facciones se contraen, sus pala­
bras salen bafladas de una amargura terrible, como
destilan las gotas de una copa emponzonada; se conoce
al instante, que toma el negocio á pecho, que no mira
la matéria como cosa de chanza, y parece que le esta­
mos oyendo que se dice á sí mismo: «todo lo tocante á
los jesuítas es negocio grave en extremo; con ellos no
se puede jugar; nada de miramientos, nada de indul­
gência, nada de consideraciones de ninguna clase; es
necesario tratarlos siempre con rigor, con dureza, con
execración: el menor descuido podría sernos fatal.
(1) P ro tes ta n tism o , cap. X L V I, pág. 98.

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Apologia de las órdenes religiosas 363

» 0 yo me engafto mucho, ó ésta es la mejor demos-


tración que pueda darse del eminente mérito de los je ­
suítas. A las clases y corporaciones les ha de suceder
lo propio que á los indivíduos; es decir que un mérito
muy extraordinário ha de acarrearles precisamente
enemigos en crecido número, por la sancilla razón de
que un mérito semejante es siempre envidiado, y no
pocas veces temido. Para formar concepto sobre el
verdadero origen de ese odio implacable contra los je ­
suítas, basta considerar quienes son sus enemigos prin-
cipales. Sabido es, que los protestantes y los incrédulos
figuran en primera línea; notándose en la segunda,
todos aquéllos hombres que con más ó menos claridad,
con más ó menos decisión, se muestran poco adictos ó
afectos á la autoridad de la Iglesia romana. Unos y
otros andan guiados por un instinto muy certero en ese
odio que profesan á los jesuítas; porque, en realidad, no
encontraron jamás adversários más temibles. Esta es
una reflexión sobre la que deben meditar los católicos
sinceros, que por una ú otra causa abriguen preven-
ciones injustas. Recordemos que cuando se trata de
formar concepto sobre el mérito y conducta de un hom­
bre, es muy á menudo un seguro expediente para de-
cidirse entre opiniones encontradas, el preguntar, quié-
nes son sus enemigos» ( 1 ).
Su encomio positivo lo hace por la acomodación al
espíritu de adelanto científico, literário y de conquista,
propio de la época en que nació Ia Companía. «El es-
píritu de los siglos que iban á comenzar, era esencial-
mente de adelanto científico y literário; el instituto de
los jesuítas no desconoce esta verdad, la comprende
perfectamente; es necesario marchar con rapidez, no
quedarse rezagado en ningún ramo de conocimientos;
(1) P rotestantism o , pág. 99.

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364 La Apologia

y así lo ejecuta, y los conduce todos de frente, y no


permite que nadie le aventaje. Se estudian las lenguas
orientales, se hacen grandes tr abajos sobre la Biblia,
se revuelven las obras de los antiguos padres, los mo­
numentos de las tradiciones y decis ones eclesiásticas:
los jesuítas se hallan en su puesto, y obras sobresalien-
tes sobre estas matérias salen en abundancia de sus
colégios. Se ha difundido por Europa el gusto de las
controvérsias sobre el dogma, en muchas partes se
conserva todavia la afición á las discusiones escolásti­
cas; obras inmortales de controvérsia salen de los je ­
suítas, al propio tiempo que á nadie ceden en la habili-
dad y la sutileza de las escuelas. Las matemáticas, la
astronomia, todas las ciências naturales van tomando
vuelo, fúndanse en las capitales de Europa sociedades
de sábios para cultivarias y fomentarias; los jesuítas se
distinguen en esta clase de estúdios, y brillan con alto
renombre en las grandes academias. El espíritu de los
siglos es de suyo disolvente, y el instituto de los jesuí­
tas está pertrechado de preservativos contra la disolu­
ción; y á pesar de la velocidad de su carrera, marcha
compacto, ordenado, como la masa de un grande ejér-
cito. Los errores, las eternas disputas, el sinnúmero
de opiniones nuevas, los mismos prcgresos de las ciên­
cias, exaltan los ânimos, comunicando al espíritu hu­
mano una volubilidad funesta; un impetuoso torbellino
lo lleva todo agitado v revuelto; el instituto de los je ­
suítas figura en medio de ese torbellino, pero no se
resiente de esa inconstância y volubilidad, antes sigue
su rumbo sin extraviarse, sin ladearse; y cuando en sus
adversários sólo se descubre la irregularidad de una
conducta vacilante, ellos marchan con paso seguro, se
enderezan á su objeto, semejantes ai planeta que reco­
rre bajo leyes constantes el curso de su órbita. La

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Apologia de las órdenes religiosas 365

autoridad pontifícia era combatida con encarnizamien-


to por los protestantes, y atacada indirectamente por
otros con disimulo y cautela; los jesuítas se le muestran
fielmente adictos, la defienden donde quiera que se
halle amenazada, y cual celosos atalayas están velan­
do siempre por la conservación de la unidad católica.
Su saber, su influencia, sus riquezas, nunca disminuyen
la profunda sumisión á la autoridad de los Papas con
que desde un principio se distinguieron. Con el descu-
brimiento de nuevas regiones en Oriente y Occidente,
se ha desplegado en Europa el gusto de los viajes, de
la observación de tierras lejanas, y del conocimiento de
las lenguas, usos y costumbres de sus habitantes; los
jesuítas desparramados por la faz del globo, mientras
predican el Evangelio á todas las naciones, no olvi-
dan el estúdio de cuanto pueda interesar á la culta
Europa; y al regresar de sus colosales expediciones,
enriquecen con preciosos tesoros el caudal de la ciência
moderna» ( 1 ).

A r t . V III

L as fu tu r a s ó rd e n e s relig io sas

Finalmente puede decirse que hace la apologia aun


de las futuras órdenes religiosas (2). Fundado en su
grande idea de que la Iglesia tiene una vitalidad omní­
moda y perenne, que infiltrándose en todo el organismo
social, lo regenera, creando aquellas instituciones que
son necesarias en cada caso, predice con una seguridad
admirable la resurrección de las órdenes religiosas,
(1) Protestantism o, pág:. 101.
(2) Cap. X L V II.

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366 La Apologia

pero remozadas según las nuevas necesidades y conve­


niências. Aqui tenemos un caso de clarividência, y al
mismo tiempo una prueba experimental de la doctrina
teórica de Balmes. Lejos de pensar en un próximo flo-
recimiento de la vida claustral, la mayor parte apenas
creían posible una restauración lânguida de lo antiguo;
Balmes no duda, llega como á sentir el nuevo adveni-
miento, con Ia misma esencia antigua, pero con condi­
ciones accidentales diversísimas. Sigámosle de lejos en
su discurso, }?a que no es posible trasladar todas sus
palabras, y veâmosle sacar de las entrafias sociales la
renovación de los institutos religiosos, como de ellas
también había derivado la necesidad de su primer na-
cimiento.
Las nuevas sociedades no tienen los médios que ne-
cesitan para acudir á las necesidades que les afligen.
Crecen con inmenso desarrollo los intereses materiales,
ideal sofíado por la escuela materialista como perfec­
ción de la sociedad; mas por otro lado se multiplica la
miséria con la misma proporción. He aqui el dualismo:
acumulación de la riqueza en manos de unos pocos, y
explotación de muchedumbres infinitas; arriba, teorias
capitalistas, yabajo, utopias de nivelación. Y todo esto
sin cultura, sin educación moral, con una ansia violenta,
por uno y otro lado, de resolver todos los conflictos por
la fuerza.
No hay estabilidad; las mismas clases directoras no
son estables como la antigua nobleza; son una serie de
famílias que ayer salieron de la obscuridad y pobreza, y
que corren rápidamente á sumergirse de nuevo en el
abismo de donde salieron. Acumulan hoy, para disfru-
tar hoy; y el presentimiento de que ha de ser corta la
duración, parece aumentar el vértigo disipador.
Falta armonía y equilíbrio entx-e las fuerzas sociales.

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Apologia de las órdenes religiosas 367

Los mundanos piensan emplear tres médios, que son: el


interés privado bien entendido, la fuerza pública bien
empleada y el enervamiento de los cuerpos y enflaque-
cimiento del ânimo para alejar las tentativas de vio­
lência. Aqui llevan la voz la filosofia, la política y el
egoísmo privado. Los filósofos acuden á la conveniência
particular, persuadiendo al trabajador que su mismo in­
terés exige el respeto de la propiedad ajena; los políti­
cos arman batallones dispuestos á reprimir toda revuel-
ta; los amos sin corazón intentan rendir los cuerpos con
el trabajo y embotar los espíritus con el desenfreno del
placer.
Nada de esto puede equilibrar la sociedad; triunfará
ó la ley del amor ó el império de la fuerza. Para que
reine la ley del amor, que es de armonía, se necesita
educación, instrucción, moralización del pueblo. Pero
todo esto es imposible sin la religión, sin un ideal supe­
rior al interés y al placer; y dentro mismo de la religión,
no se puede alcanzar este fin sin organizaciones vastas,
sólidas y perdurables. Se necesita una actividad pode­
rosa, que, desentendiéndose de toda otra ocupación,
aplique grandes inteligências y grandes corazones á
esta obra trascendental. Estas instituciones sólo pueden
crearlas, dirigirias y conservarias corporaciones reli­
giosas destinadas á este fin. E l prevê este nuevo flore-
cimiento y lo anuncia como una prueba de vitalidad pe-
renne del Catolicismo.
En los artículos que en L a S ociedad dedicó á estu­
diar el P o rv en ir d e las com u n idades relig io sa s en Es-
patla, concreta más sus ideas y plantea los nuevos ins­
titutos según una ley que es á la vez científica y social:
la ley de la división del trabajo. Hay, por ejemplo, ra­
mos de la ciência que no necesitan contacto con la so­
ciedad y sí con la naturaleza: como la agricultura, la

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368 La Apologia

horticultura, la selvicultura, la quínnca aplicada á estas


empresas, la botânica, la geologia; y todo esto fuera
muy á propósito para las órdenes más contemplativas.
En los monasterios se formarían escuelas con maestros
encanecidos en una especialidad, relacionados con todas
las eminências, y que al morir dejarían una tradición de
médios y conocimientos, nunca interrumpida y siempre
perfeccionada. A este tenor se podrían distribuir los
trabajos históricos, educativos, etc.
Evidentemente dentro del sistema de Balmes no se
podia hacer una apologia de los institutos religiosos,
más acomodada á los intelectuales de su tiempo, ni con
argumentos de más perdurable eficacia para quien ame
de veras la sociedad. Ho)’’ son tan actuales como el pri-
mer dia.

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C A PÍTU LO II

Apologia del clero católico

Después de las órdenes religiosas, la institución que


más conmueve las iras sectarias es el clero católico. No
podia ser que Balmes no tomara por su cuenta el vindi­
car á sus hermanos de sacerdócio, y que, estudiando la
sociedad tan integralmente como lo hizo, no tropezara
con este elemento tan eficaz, y no encontrara en las
mismas relaciones humanas razones poderosas para
hacer su apologia.
Tres acusaciones se echan en cara á los ministros
del Evangelio: su in flu en cia, su sb ien es, su celibato.
A cada uno de estos puntos dedicó su obra propia, siem­
pre dentro del espíritu humano y social que le carác­
ter iza.

A rt. I
In flu en cia del clero

L a in flu en cia del clero la estudió en dos copiosos


artículos que publicó en L a civ ilisa ción (1).
L a primera causa de su influencia social la encuen-
(1) I I I , págs. 289-319 y 337-380.
24

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370 La Apologia

tra en la independencia que siempre ha tenido el clero


católico de toda potestad civil. «La religión que no
asiente por uno de sus princípios furidamentales la in­
dependencia de sus ministros en lo tocante al ejercicio
de las funciones que les pertenecen, no alcanzará jamás
á procurarles tanta influencia como otra que esté asen-
tada sobre este firme y anehuroso cimiento. A la ver­
dad, cuando los ministros de la religión se encuentran
sujetos â un poder de orden diferente, sin que puedan
llenar sus atribuciones privativas de otra manera que
resignándose á ser los instrumentos de dicho poder, ab-
dican en cierto modo su carácter religioso, y, lejos de
presentarse á los ojos del pueblo como enviados de Dios,
sólo se le muestran cual delegados de los hombres.
Desde entonces cesa la principal causa de la eficacia
del influjo religioso, que es el que este influjo se consi­
dera como una emanación del poder divino, y los hom­
bres que lo ejercen como órganos de la voluntad del
cielo. En el caso en que los ministros de la religión han
perdido su independencia, la parte principal de la fuerza
religiosa no queda en manos de ellos, sino de aquel que
los domina y dirige, por cuyo motivo sucede que esta
influencia se debilita considerablemente y lo que de ella
queda el poder civil es quien lo absorbe y explota» (1 ).
Celoso el poder civil, siempre ha querido invadir este
poder ó al menos sujetarlo á sus órdenes. La Iglesia
Católica siempre ha resistido, las sectas separadas han
cedido hasta la adulación; mas así como su firmeza ha
valido al sacerdócio católico el conservar su prestigio é
influencia, aun cuando en los grandes trastornos ha pa­
recido que todo sucumbia, así los ministros de las demás
religiones se han degradado á sí mismos delante de la
multitud, y el mismo poder civil no ha sacado de ello
(1) La Civilización, I I I, pág. 296.

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Apologia del clero católico 371

ningún provecho. Esto no son teorias, son lecciones


evidentes de la historia. Los ministros de las sectas ve-
getan entre el desprecio ó la indiferencia de los suyos;
el clero católico ó es muy amado, ó mirado con suspica-
cia y perseguido,
L a segunda causa la encuentra en la incesante co­
municación que tiene el clero con la conciencia y vida
entera de los fieles, superior absolutamente á la de cual-
quiera otra religión. Este es un hecho que está á la vista
de todos y de aqui dimanan muchas veces las invectivas
de los impíos. Examina Balmes atentamente de dónde
proviene esta más íntima convivência con el espíritu
popular y la encuentra en las causas siguientes:

§ l.° P rim era causa. — Unidad y fi je z a d el d og m a

«Esta propiedad característica de la Iglesia católica,


y que en vano se buscaria en ninguna de las otras reli­
giones, ha debido contribuir sobremanera á proporcio­
nar al clero católico una influencia sólida y eficaz donde
quiera que haya podido establecerse esta religión divina.
»Cuando las creencias son diferentes, cuando varían
á cada paso, cuando se las ve seguir el mismo flujo y
reflujo de las opiniones humanas, teniendo por absurdo
la generación de hoy lo que reputaba como verdad la
generación de ayer, los ministros encargados de la en-
seflanza no pueden presentarse á los ojos de los pueblos
como enviados de Dios, y por más que procuren acre­
ditar su misión con vanos esfuerzos, por más que se
empenen en pretenderse legítimos sucesores de los que
los precedieron, traslúcese siempre la tosca trama de la
obra del hombre, cubierta con el velo de la hipocresía
y de la mentira» ( 1 ).
(1) L a Civiliaación, pág, 337.

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372 La Apologia

«El sacerdote católico no ensena lo que él ha inven­


tado, sino que comunica lo que ha recibido; no es un
filósofo, sino un enviado del Sefior, que lleva en una
mano el depósito que se le ha confiado, mostrando en la
otra los títulos que justifican la legitimidad de su mi-
sión» ( 1 ).

§ 2.° S eg u n d a c a u sa .—D ecisión , d eclaración y en -


sen a n sa d el m ism o d og m a, exclu sivam en te r e s e r ­
v ad a s a l clero.

«La constante separación que se ha hecho en la Igle-


sia católica entre los ministros y los fieles, quedando á
cargo de los primeros el ensenar los dogmas y la moral
y el resolver las dificultades que en este punto se sus-
citasen, ha contribuído sobretnanera á ligarlos íntima­
mente; pues que no ha sido posible tener fe, ni por con-
siguiente pertenecer á lacomunión católica, sin recibir
de la boca del sacerdote continuas instrucciones. Esto
engendra, naturalmente, la veneraeión hacia el minis­
tério religioso y establcce una incesante comunicación
entre los que dan 3' reciben la ensenanza. De la propia
suerte que el simple fiel se halla en continua relación
con el párroco, comenzando desde el catecismo, que
aprende en su infancia, hasta los últimos consejos en la
hora de la muerte, así las parroquias enteras se hallan
ligadas con respecto á sus obispos, de quienes reciben
el pan de la divina palabra, ora por pastorales, ora por
instrucciones verbales, ora por correspondência episto­
lar; como todas las diócesis lo están con el Sumo Pon­
tífice, á quien recurre el obispo siempre que alguna ocu-
rrencia grave, alguna disputa refiida ú otra causa cual-

(1) L a C iv iliz a c ió n , pág. 340.

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Apologia del clero católico 373

era reclaman el auxilio de las luces de la Cátedra de


.n Pedro» (1).

§ 3.° Tercera causa.

L a sabia org an ización d e la je r a r q u ia eclesiástica

«Es modelo de buen gobierno, donde se encuenti an


odas las garantias de orden con las debidas precaueio-
tes contra todo linaje de arbitrariedad; donde la multi-
fiicidad y complicación de las relaciones se simplifica
,r desenlaza con la admirable unidad que les comunica
,u invariable centro, donde el fiel ve de una ojeada todos
os trâmites que ha de seguir para la aclaración de una
luda ó la resolución de un negocio, donde no se ve una
tutoridad aislada que ose obrar por su capricho, sin que
;e pueda exigirle la debida responsabilidad ante un le­
gítimo superior, subiendo de unos á otros jueces hasta
legar al Sumo Pontífice, que ha recibido su autoridad
lei mismo Dios; esta organización, repetimos, ha hecho
Jel clero católico ese cuerpo tan compacto, tan uno,
:uyo semejante en vano se buscaria en todas las demás
torporaciones que han existido» (2 ).
«Así ocultándose á los ojos del hombre la acción
le otro hombre, sólo se le presenta la acción de la
iglesia, ó mejor diremos, la acción de Dios; ni se en-
:uentra humillado en la sumisión, ni envilecido en la
tbediencia; porque se cumple de un modo admirable
a condición necesaria para facilitar la obediência y
tacer espontânea la sumisión. cual es, el que no se
talle el hombre en presencia de otro hombre, y obli-
(1) L a Civiliaación, pkg. 340.
(2) Ib., pájf. 342.

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374 La Apologia

gado á someterse á la simple razón, â la sola voluntad


de otro de sus semejantes, sino en aquel que ensefía,
decide ó manda, vea la personificación de un poder su­
perior, de un grande interés ó de u:i gran principio, ó
lo que vale más que todo, un representante del mismo
Dios» (1).

§ 4.° Cuarta ca u sa .—E l n ervio de la disciplin a

«El nervio d e la d iscip lin a ha debido por consi-


guiente ser cosa desconocida entre los protestantes; y
dejando aparte las virtudes más ó menos severas que
hayan podido encontrarse en algunos ministros de la
pretendida reforma, y la mayor ó menor asiduidad con
que se hayan dedicado al ejercicio de sus funciones,
puédese no obstante asegurar, que la disciplina, como
tal, no ha existido ni es dable que exista en las Iglesias
disidentes: no hay disciplina sin autoridad, ni autoridad
sin jerarquia, ni jerarquia sin cabeza. En la Iglesia
católica ha sucedido todo lo contrario: hasta en aque­
llas épocas cuya turbación traía consigo el trastorno
de las ideas y el olvido de los deberes, no careció nunca
de disciplina: á veces se Ia desatendia, se la con-
culcaba; mas por esto no dejaba de existir, no faltaba
quien la proclamase, quien protestase contra las in-
fracciones, quien alzase enérgica voz para demandar
la extirpación del mal y el castigo de los culpables.
Particularidad notable que sólo en la Iglesia católica
se encuentra, el que nunca la ley sea tan impunemente
hollada, que no se adelanten ânimos esforzados á de­
fenderia; el que la ley nunca sea tan abatida que se la
fuerce á la prostitución doblegándose á las insaciables
exigências de las pasiones. En la Iglesia la ley á veces
(1) L a Civilistación, pág. 344.

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Apologia del clero católico 375

se quebranta, pero no se dobiega; ei mismo legislador


obra quizás mal, pero legisla bien; por un efecto de la
debilidad humana, no está exento de ser injusto en
algunas de sus obras; pero aun en este lamentable
caso, proclama la justicia; desordenado en las costum­
bres, ensalza la pureza de la moral, y la predica á la
faz del mundo, aun á riesgo de hacerse subir él propio
los colores al rostro; y sin temor á los poderosos, sin
consideración á la humana flaqueza, sin indulgência
para sí mismo, muestra á todos los fieles la regia infle-
xible, sin curarse de que haya de resultar así muy pal-
pable, este ó aquel escândalo, y excitar la execración
de la conciencia pública» ( 1 ).

§ 5.° Quinta ca u sa .—E l Celibato

«E l Celibato d el clero, tan combatido con osten­


toso aparato de razones político-económicas, cuya futi-
lidad han venido á demostrar los adelantos de la eco­
nomia política, es un elemento tan precioso en el
ministério eclesiástico, que su desaparición relajaría
de golpe los lazos de la disciplina, y entibiando la con-
fianza y la intimidad con que los fieles están ligados
con el ministro de la Religión, y despojando su sagrado
carácter de la santa austeridad que le embellece y
realza, acabaria por dejarse en la clase de los hombres
honrados, y si se quiere influyentes, pero en grado muy
poco superior al que le granjearían sus cualidades
personales» (2 ).
«Por de pronto échase de ver á la primera ojeada,
que es el celibato un sacrifício en las aras de la R eli­
gión y de la salud de sus semejantes, emblema sublime
(1) L a Civiliaación, pág:. 345.
(2) Ib ., pág. 347.

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del desprendimiento que acompaíiar debe el ministério


eclesiástico, pues que encierra nada menos que la ri-
gurosa obligación de una virtud, cuya práctica no fué
prescrita en el Evangelio más que por vía de consejo,
y de la que hablando la sagrada Escritura nos la pinta
como uno de los rasgos característicos de la vida
angélica» ( 1 ).
«Por lo mismo que el hombre no pertenece enton­
ces á ninguna familia, es por decirlo así el padre de
todas; y viviendo en medio del mundo, solo y aislado
como peregrino en tierra extranjera, representa mejor
â Jesucristo, quien proponiéndose ensenarnos que el
hombre debe anteponer las cosas del cielo á todas las
consideraciones de familia, dijo: «íQuién es mi madre y
quiénes son mis hermanos?» Y que extendiendo la
mano sobre sus discípulos continuó: «He aqui mi madre
y mis hermanos, pues cualquiera que hiciere la volun­
tad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi her-
mano, mi hermana y mi madre» (2 ).
»A un hombre que no está ligado con una mujer se
le abren con menos dificultad los arcanos del corazón;
y el fiel que lleva oculta en su pecho una afición an­
gustiosa, que quizás no osara revelar á sus más ínti­
mos allegados, la deposita sin el menor receio en el
ânimo del sacerdote, seguro de que no hará traición á
la confianza quien no tiene más vínculos sobre la tierra
que los impuestos por la ley de la caridad. |Cuántos
secretos no se lleva al sepulcro el sacerdote que ha
ejercido por algún tiempo las funciones de su ministé­
rio en el sacramento de la penitencia! Y aun fuera de
él, icuántos son los delicados y espinosos asuntos, que
no salen del círculo de una familia, sino para pedir
(1) La Civiliaación, pág;. 348.
(") San M ateo, cap. X III.

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Apologia del clero católico 377

consejo al ministro de Dios, ó para constituirie media-


nero en circunstancias críticas!» (1 )

§ 6 .° Sexta ca u sa .— V igilância sobre la s costum bres


d e los fieles

«La Iglesia católica ha conocido profundamente el


corazón humano teniendo por regia de su conducta
el insistir sin descanso sobre la práctica de la virtud, el
inculcar constantemente los princípios de la sana mo­
ral, no contentándose con una ensenanza estéril, sino
procurando que aplicada la doctrina á todos los actos,
se realizase en la vida del cristiano. La religión pa-
gana no tenía ni cátedras donde se ensenase la moral, .
ni médios prácticos para hacerla poner en planta;
y limitándose á una que otra máxima saludable,
á uno que otro ejemplo personificado en alguna de
sus divinidades, dejaba al hombre abandonado á sí
mismo» (2 ).
«De esta suerte están sin cesar los fieles pendientes
de los lábios del sacerdote, y éste se muestra digno re­
presentante del Senor que le ha enviado, ensalzando
las bellezas de la virtud, pintando el vicio con los
negros colores que le son propios, y amenazando al
impenitente con la justicia de un Dios vengador. A
este elevado fin se consagra principalmente la predica-
ción de la divina palabra, hecha sin cesar en todos los
puntos del orbe católico. Institución hermosa, alta­
mente saludable, necesaria para perpetuar entre los
hombres la práctica de la virtud, con el vivo recuerdo
de una sana moral; institución propia del cristianismo,
desconocida de toda la antiguedad, y que si se ha
(1) L a Civiliaación, pág-. 340.
(2) Ib., pág. 361.

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puesto en planta fuera de la Iglesia, ha sido imitando


el ejemplo que ella antes que nadie había ofrecido» ( 1 ).

§ 7.° S éptim a ca u sa .—E l esplen dor y m agn ificên cia


d el culto católico

«Es otra de las causas que poderosamente contribu-


yen al aumento de la autoridad del clero y de su ascen-
diente sobre el ânimo de los fieles, haciendo sensible la
religión de tal suerte, que sus más altos mistérios se
ofrezcan como de bulto aun á los espíritus más limi­
tados» (2 ).
«Es innato en el hombre el manifestar en lo exte-
. rior sus pensamientos y afectos; esta sencilla conside­
ración basta para legitimar el culto externo; y si á
esto afiadimos que dicha manifestación es naturalmente
proporcionada á la intensidad y viveza con que pensa­
mos y sentimos, resulta bien claro que siendo las ideas
y sentimientos religiosos los que más fuertemente im-
presionan nuestro espíritu, y embargan y absorben to­
das sus facultades, los actos que revelan en lo exterior
lo que pasa en nuestra alma con respecto á los altos
objetos de la Religión deben dist nguirse de los de­
más y elevarse sobre ellos, cuanto se eleva sobre lo
pegado á la tierra lo que se encamina con derechura al
cielo» (3).
«Dejadle, pues, al fiel que asista á las augustas cere-
monias de la Iglesia, y que contemple allí representa­
dos al vivo los arcanos y los hechos que forman el
objeto de sus creencias; dejadle que se postre ante una
imagen implorando el auxilio del cielo, ó rindiéndole

(1) La Civiliaación , pág. 364.


(2) Ib ., pág. 367.
(S) Ib ., pág. 368.

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gracias por algún beneficio: dejadle que busque al sa­


cerdote, y que lleno de fe y de confianza le entregue el
E xvoto que recuerda el auxilio recibido en algún gran­
de infortúnio, ó el cirio misterioso que ha de arder
sobre un altar durante alguna crisis terrible; dejadle
que ofrezca á una imagen de la Virgen ó de algún
santo tutelar el precioso vestido, ofrenda de fe, de
amor y de agradecimiento; dejad que así derrame con
tierna expansión los sentimientos del alma en actos tan
sencillos como inocentes; si no comprendéis lo que en
semejantes casos experimentan los corazones religio­
sos, si no sabéis los grados que anaden á una santa
alegria, y el bálsamo que vierten sobre un pecho des­
consolado, confesad al menos que hay aqui algo de
bello y de sublime, y que la religión católica abunda
en inefables armonías con los más delicados afectos de
nuestro corazón» ( 1 ).

§ 8 .° Octava ca u sa .—L o s sacram en tos y p a rtic u la r -


m en te el d e la pen iten cia

«Recorriendo los santos usos, las venerables prácti­


cas que á semejantes actos acompaflan, notaríamos
por doquiera suaves y poderosos resortes obrando
sobre el corazón del fiel, y ligándole íntimamente con
el ministro del santuario, á quien confiara Dios la dis-
tribución de sus gracias; y cada uno de los siete sacra­
mentos que conserva la Iglesia como sellos misteriosos
de que la hiciera el Seflor depositaria, podría darnos
ocasión á extensas y gravísimas consideraciones. Pero
toda vez que nos vemos obligados á circunscribirnos á
estrechos limites, pasaremos por alto lo mucho que
sobre esto se podría decir, contentándonos con parar-
(1) La Civiliaación, pág. 370.

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380 La Apologia

nos algunos momentos en el sacramento de la peni­


tencia» ( 1 ).
«Es el sacerdote, en la administración del sacra­
mento de la penitencia, médico y doctor, á más de
juez: hermosa distinción que hacen los teólogos, y muj’
fundada en la naturaleza misma de tos objetos á que se
la aplica. Las dolências del alma no son menos tena-
ces y de difícil curación que las del cuerpo; y así como
éstas han menester un médico conoeedor de las causas
de que dimanan y de los remedios que deben aplicár-
seles, así aquéllas lo necesitan también. Si el arte que
se ocupa del cuerpo está sujeto á innumerables difi­
cultades que el doliente entregado á sí mismo no es
capaz de superar, se verifica lo propio con respecto
al alma. Es complicada la composición de nuestro
cuerpo, y difícil analizar y clasificar cual conviene las
partes que le forman; pero no presenta un conjunto
menos inexplicable el espíritu humano, habiéndose te­
nido siempre por un timbre de alta sabiduría el pro­
fundo conocimiento de los resortes que hacen obrar
nuestro corazón. Este arte admirable es el que se prac-
tica de continuo en la administración del indicado sa­
cramento: y por cierto que los filósofos que tanto peso
atribuyen álas ciências que tienen por objeto el hom­
bre, debieran ensenar alguna mayor importância á una
institución en que millares de indivíduos se ocupan mu­
chas horas al dia, no sólo en la parte teórica, sino
también en la práctica de dicho conocimiento» (2 ).
«Pero donde se deja sentir el influjo saludable del
Sacramento de la Penitencia, es eri lo concerniente á
aquellas situaciones apuradas en que angustiado el
espíritu necesita un consuelo con tanta urgência como
( 1) L a C ivilización, pág. 371.
(2) Ib., pág. 871.

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el cuerpo su alimento, como el viviente la respi-


ración» (1).
«Pero concluyamos, resumiendo lo dicho. Hallamos
la influencia religiosa en todos los tiempos, en todos los
países, bajo todas las formas sociales, en todas las
fases del desarrollo de los pueblos; pero notamos que
la religión se distingue de una manera muy particular
aventajando á todas las otras, no sólo en alcanzar
mayor grado de esta influencia, sino también en adqui­
riria más sólida y duradera; analizadas las causas de
dicho fenómeno, las hemos encontrado en la esencia
misma de esta religión. Es falso por consiguiente el
que se deba á intrigas ni á desígnios particulares,
el ascendiente que el catolicismo disfruta sobre el
ânimo de los pueblos; pues que son tantos los manan-
tiales de donde dimana dicho ascendiente, que no es
menester buscarlos en causas heterogéneas, las que
además son de un orden circunscrito en demasia, para
que puedan producir efectos tan generales y perma­
nentes» (2).

A r t . II

L os b ie n e s del C lero

A este asunto destinó Balmes la primera obra suya


que tuvo gran resonancia, y volvió á tocar el punto en
el P rotestan tism o.
Después de la influencia desmedida achacan al clero
sus riquezas. Esta acusación carece ya de todo funda­
mento, y para encontrar matéria hay que volver la mi-
(1) L a Civilización , pájr. 373.
(2) Ib ., pág. 375.

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rada á la historia de los pasados siglos. Y sobre esta


realidad pasada discurre Balmes, no delante de un se­
nado de canonistas ó simplemente de filósofos amantes
del derecho natural, sino en la plaza pública, por de-
cirlo así, delante de todos los que aprecien las leyes
sociales.

§ l.° F u é un hecho n atu ral

Y primeramente encuentra que la acumulación de


bienes en manos eclesiásticas, era en los primeros tiem­
pos un hecho n atu ral. jQuién se rebela contra los he­
chos necesarios? ;No son por lo mismo una ley de la
historia?
Pongámonos en la realidad de un pueblo sumido en
la barbarie, sin organización social, casi sin dignidad
individual; y delante de él veamos levantarse la Iglesia
con una ley divina en la mano, que al mismo tiempo
que descubre á las multitudes un ideal eterno, las va
ordenando temporalmente, infundiéadoles hábitos ra-
cionales, regulando sus mutuas relaciones, organizando
la vida familiar y social con leyes llenas de suavidad
desconocida, y abriendo los tesoros de la ilustración
allí refugiados en medio del universal naufragio. «Ya
que esta Religión divina, dice Balmes, era el elemento
poderoso y benéfico que había de rejuvenecer, ó más
bien reengendrar á la sociedad, y como quiera que no es
la Religión una teoria científica encerrada en los limites
de una escuela ceftida á ilustrar, propagando las doc­
trinas por medio de la ensefíanza, sino que está reali­
zada, y hecha sensible en la sociedad llamada Iglesia,
la que tiene un cuerpo de ministros para ejercer sus
funciones, y llenar sus miras, infiero yo de aqui, que el
influjo, el ascendiente de estos ministros sobre el ânimo

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de los pueblos fué un hecho, no solamente muy saluda­


ble y provechoso á la sociedad, sino también muy natu­
ral, muy necesario, enteramente inevitable: el saber,
la virtud, la enseftanza y el consejo, es un conjunto tan
precioso, que quien le reúna puede estar seguro de ins­
pirar respeto y veneración, y de alcanzar influjo y defe-
rencia; y el consuelo en las aflicciones, y el alivio y re-
medio en los grandes males, son benefícios sobrado
dulces al corazón humano, para que dejen de granjear
á quienes los dispensa, el amor y la gratitud de los fa­
vorecidos. Así ha sido siempre, y así será, en no tras-
tocándose monstruosamente la naturaleza de la cosas.
«Colocado el observador en este elevado punto de
vista, ve desplegarse ante sus ojos un espacioso terreno,
donde descubre clara y distintamente un sinnúmero de
abundantes manantiales de que debieron brotar ;l porfia
las preeminencias, los privilégios, los honores, la con­
sideración, el influjo en todos sentidos, de que se halló
colmado el Clero; y entonces se pregunta á sí mismo:
iqué quieren decir esas violentas invectivas contra los
abundantes bienes con que se quedó enriquecido? Dadas
tales circunstancias, <;podia acaso suceder lo contrario?
,;No hubiera sido una monstruosa anomalia? iQ ué filo­
sofia es ésta tan maligna, que á trueque de poder de­
rramar su bilis contra una clase respetable, echa por
cualquier atajo, aunque sea forcejeando contra el curso
natural de los hechos?» ( 1 )
«El Clero adquirió grandes riquezas, es verdad;
pero iqué resulta de aqui contra el Clero? La influencia
é intervención en todo género de negocios, la inteligên­
cia en todas matérias, la dirección en todos los ramos,
la gratitud de las famílias y de los pueblos, las propor -
cionan siempre y en abundancia; y el Clero tuvo por
(1) Observaciones, 9 2, p á g . 19.

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384 La Apologia

espacio de muchos siglos esa influencia é intervención


en todos los negocios, esa inteligência en todas las ma­
térias, esa dirección en todos los ramos, en tal punto,
que dejaba muy atrás á todas las demás clases: y cuan­
do nadie pensaba en aliviar y consolar los infortúnios
de las famílias y de los pueblos, él á fuerza de inesti-
mables benefícios se granjeaba por todas partes la gra­
titud y el amor. iE s esto lo que dice la historia? ^Sí ó
no? Si no es así desmentidme; y si es así declamad
cuanto os pluguiere contra las grandes adquisiciones
del Clero, pero yo os responderé tranquilamente que
borreis, si os es posible, las páginas de la historia, que
trastoquéis el orden natural de las cosas; y si esto no
es dable, os anadiré, que no es de verdaderos filósofos
el deshacerse en invectivas contra una clase, por la
culpa, por el horroroso crimen de haberse verificado
con respecto á ella, las eternas leyes de la sociedad y
de la naturaleza» ( 1 ).

§ 2.° F u é un hecho provechoso d la socied ad

Este hecho natural fué por otra parte altam en te


p rovechoso A la sociedad. Por confesión de todos la
Iglesia era la única fuerza civilizadora que en sus co-
mienzos tenía la nueva sociedad; la primera condición
que necesita una fuerza social para influir normalmente
en toda la masa, es estabilidad é independencia; esta
estabilidad é independencia de un organismo vasto y
complicado como la Iglesia, es imposible sin bienes ma­
teriales. «En tiempos regulares, cuando encaminada la
sociedad por un carril determinado, bastan aquéllos in-
flujos suaves que semejan al impulso necesario para
mantener el movimiento, podría ser bastante la propie-
(1) Observaciones, pág. 21.

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dad que asegurase estabilidad é independencia; pero si


así no fuere, si fuere menester variar enteramente el
rumbo de la sociedad, ora empujándola con fuerza hacia
diferente dirección, ora oponiéndose de frente ásu per­
niciosa carrera, entonces no bastaria la sola propiedad;
se necesitaría propiedad abundante, porque no fueran
suficientes la estabilidad é independencia, sino que seria
necesaria además mucha robustez, un gran caudal de
fuerza» ( 1 ).
Otro de los frutos de los bienes eclesiásticos fué el
implantar el respeto á la propiedad. Se encontraba la
Iglesia en medio de pueblos salvajes, acostumbrados á
la movilidad, v á satisfacer sus necesidades por el pi-
llaje. E ra necesario darles asiento, aficionándolos al
terrufto, que producía para su sustento, v por medio de
este vínculo, desarrollar los hábitos pacíficos 3' amoro­
sos de la vida familiar 3’ social. En estos casos no basta
una doctrina; más que todo vale el ejemplo. Y jqué
ejemplo se podia desear más eficaz que el tener siempre
delante grandes propiedades, fuente de bienestar para
todos, y además intangibles por su carácter sagrado?
Un sentimiento del todo desconocido antes del Cato­
licismo, y ahora património de toda civilización, es el
de ben eficen cia, de que ya antes hemos tratado. Porque
es altísimo, porque exige grandes sacrifícios, no es po­
sible derivar este sentimiento sino de la religión, de un
amor sobrenatural y de un ejemplo tan divino como el
que nos da Jesucristo. Pero tampoco puede hacerse
esto sin grandes riquezas, y éste fué el destino que daba
á las suyas la Iglesia católica. «Al recorrer la historia
de aquéllos tiempos, en que las leyes estaban sin fuer­
za, las costumbres sin freno, las violências sin dique,
los corazones sin compasión ni ternura, { quién no se ha
(1) Obstrvaciones, pág. 86.
25

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386 La Apologia

detenido con placer en aquel hermoso hecho que nos


consigna la historia, de que casi todos los monasterios
y casas de canónigos regulares tenían anejos hospícios,
que ofrecían un asilo al pobre, un albergue al pere­
grino, y hospitales donde el desvalido enfermo encon-
traba consuelo y remedio? Quien conozca que para la
instrucción y educación de los pueblos pueden más los
ejemplos que las palabras, y los hábitos que las leyes
i podrá dudar que por semejantes establecimientos, que
eran como una lección continua y elocuente de amor y
fraternidad, no ejercieran un eficacísimo influjo para
suavizar las costumbres, y hermanar los ânimos, y pre­
parar dias más apaciblesy venturosos? <;Quién no ben-
dice entonces á la previsora y bondadosa Providencia
que había dispuesto en beneficio de la humanidad, que
las riquezas pararan á manos de aquéllos hombres, que
conservaban luz en su entendimiento, virtudes y ter­
nura en su corazón? A no ser así ;qué pudiera hacer la
Iglesia en favor del pobre y del enfermo? <;Cómo pu­
diera enlazarse su nombre con el de ninguna fundación
de establecimientos de beneficencia? jO h! y jcómo ca-
reciera de uno de los más bellos adornos de su frente,
en no pudiendo honrarse con el título de aliviadora de
todas las desgracias!» ( 1 )
L a fuerza espiritual de la Iglesia unida á su fuerza
material fué el único dique que pudo oponerse al to­
rrente devastador del salvajismo, del bárbaro indivi­
dualismo, de la independencia anárquica, y detenerlo
para educarlo en los rudimentos de la civilización.
«Este individualismo brutal, ese feroz sentimiento de
independencia, que ni podia conciliarse con el bienestar
del indivíduo, ni con su verdadera dignidad; que entra-
fíando un principio de guerra eterna, v de vida errante,
ti) Observocfones, $ 3. pá?. S3.

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debía acarrear necesariamente la degradación del hom­


bre, y la completa disolución de la sociedad, tan lejos
estaba de acarrear un germen de civilización, que antes
bien era lo más á propósito para conducir la Europa al
estado salvaje, ahogando en su misma cuna á toda so­
ciedad, desbaratando todas las tentativas encaminadas
á organizaria, y acabando de aniquilar cuantos restos
hubiesen quedado de la civilización antigua.
»Para neutralizar un elemento tan poderoso, para
combatirle y enflaquecerle, para obligarle á que se en-
cerrase en estrechos limites, y no ejerciera sobre la so­
ciedad toda su funesta influencia, necesario era opo-
nerle otro elemento regenerador, organizador, y que
en nada cediese á su contrario, ni en extensión, ni en
fuerza y consistência. E ra menester que el elemento
civilizador se hallara en todas partes, porque todo lo
había invadido la barbarie, que contase con un gran
caudal de resistência, con hondo arraigo, vastas rela­
ciones, para que no alcanzara á disiparle un ímpetu
violento, y no se perdieran nunca las esperanzas de su
prevalecimiento y completa victoria, aun en medio de
parciales derrotas: y bien se echa de ver que era, para
este fin, una combinación muy á propósito la unión de los
médios morales con los físicos, el hallarse la verdad di­
vina y las llaves del cielo, en unas manos que dispu-
sieran al propio tiempo de grandes riquezas, que no
sólo sufragasen para el bienester é independencia, sino
que hasta llevasen consigo la facultad de hacer el bien
en abundancia, de alcanzar predomínio y poderio, y
desplegar, en el culto y en todos los edifícios, majestad
y magnificência. Así se concibe cómo pudo presentar
la Iglesia una resistência sorda, pero firme, inalterable,
universal que fatigaba, debilitaba, quebrantaba aquella
bárbara impetuosidad que atacaba sin cesar toda clase

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388 La Apologia

de propiedades, que acababa de desmoronar y pulve­


rizar todas las instituciones: así se concibe cómo el
cuerpo de los ministros de la Iglesia se convirtió en una
asociación organizadora y cívilizadora, tan vasta como
compacta, que trabajaba sin cesar para el logro de su
objeto, dirigida en su espíritu por las inspiraciones de
su alto ministério, y estimulada su divinidad humana
por el acicate de los intereses propios» (1 ).
Finalmente, entrando en considei aciones democrá­
ticas, el acumular los bienes en manos de la Iglesia fué
el único modo de asegurar la independencia de la mul-
titud, preparando el camino para llegar á una justa
proporción en la participación de la riqueza. Dado el
estado social de aquéllos tiempos, el ndividuo no podia
defender sus bienes, y por tanto nc podia pensar en
adquirirlos. Para sustraerlos de la devastación, no
había sino dos extremos: ó los sefiores feudales ó la
Iglesia. Delante de la tirania de los sefiores era nece­
sario otra fuerza amiga del pueblo, que se hiciera res-
petar, no sólo por su carácter divino, sino también por
su poder temporal. Y esto hizo la Iglesia, y con esto
preparó una verdadera revolución social en favor del
pueblo, no sólo dándole una sombra donde cobijarse
contra las iras del castillo, sino abriendo desde luego
la puerta á cualquier indivíduo, por humilde que fuese
á la dignidad y poder eclesiástico. Con razón dice B a l­
mes, que cualesquiera que sean las opiniones, si un
hombre es instruído y es imparcial, necesariamente le
habrá de dar Ia mano en este punto (2 ).
Acaba con esta reflexión: «Es un hecho incontesta-
ble, que á la época en que tomó el mayor vuelo el espí­
ritu humano, es decir, cuando renacieron todas las
(1) O b servaciones, § 4, pág. 45.
(2) Jb ,; § 5.

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Apologia del clero católico 389

artes y ciências, cuando se hicieron los descubrimien-


tos que tanto movimiento moral y físico provocaron,
como son el de la imprenta y del Nuevo Mundo, cuando
se desplegó aquella actividad, aquella increíble laborio-
sidad para desenterrar los monumentos del antiguo sa­
ber, cuando se vieron salidas del seno de la Europa
bárbara esas grandes sociedades, con sus formas regu­
lares, con la organización de toda clase de poderes,
entonces conservaba todávía el clero de Europa todas
sus riquezas. Y esta sola coincidência manifiesta bien á
las claras, que la sociedad no estaba embarazada en su
movimiento por las riquezas del clero, â la sazón abun­
dantes, que había marchado continuamente sin tener
embargados sus miembros y facultades; y si á esto se
aftade otro hecho de igual certeza y bulto, á saber, que
los más esclarecidos sábios y los artistas más distingui­
dos, fueron al propio tiempo favorecidos por el clero, y
que no se puede dar un paso por la historia de aquella
época, sin encontrar á los obispos, á los cardenales, á
los papas, alentando con aplausos y estimulando con
recompensas todo linaje de mérito, quedarán entera­
mente disipadas tantas preocupaciones como ha espar-
cido la mala fe y ha tan fácil mente acogido la crédula
ignorância» ( 1 ).

A r t . 111

El c elib ato e cles iá stic o

Y a hemos visto cómo lo estudia en relación con la


influencia del clero; pero más ampliamente expuso las
(1) Observaciones, pág. 59.

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390 La Apologia

razones humanas y sociales que lo abonan en el primero


de sus trabajos apologéticos ( 1 ).

§ l.° L o p id e e l carácter sacerd otal

Para defender el celibato del clero analiza el carác­


ter del amor y el sentimienio del sacerdócio, y demues-
tra que son antitéticos, que por fuerza el primero ha de
destruir el segundo. La pasión amorosa lleva un sello
de vulgar realidad, de debilidad, de nivelación con las
necesidades más materiales de la vida, de esclavitud,
que no bastan á quitarle, delante de los demás, todos los
sue&os é ilusiones en que se adormece. Al contrario, el
sacerdócio se presenta con un carácter ideal, sublime,
participante de aquella veneración propia de la divini­
dad. Todos los pueblos de la tierra han buscado elevar
moralmente á sus sacerdotes por la continência. Esto
es un hecho. Han mezclado con este sentimiento mil
monstruosidades, supersticiones, hasta verdadera cruel-
dad; pero estas supersticiones no extinguen aquella
dignidad que se siente en lo más profundo del alma,
como no ahogan la idea de divinidad las aberraciones
de que la han vestido todos los pueblos paganos.
Al Catolicismo estaba reservada la gloria de darnos
puro y bellísimo este universal sentimiento que la Hu­
manidad ha tenido del sacerdócio, concretándolo en una
realidad toda ideal, pero al mismo tiempo absolutamen­
te racional, equilibrada, llena de veneración. Quitad el
celibato, y queda una vulgaridad despojada de todo el
perfume del santuario.

(.1) R eflexiones sobre el celibato del clero católico, $ l.° y Ji.° Fu é


publicado en E l Católico, de Madrid, el afio 1839, y reproducido en el
tom o I I de La Sociedad , pág. 134 seqq.

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Apologia del clero católico 391

§ 2.° Lo p id e el espíritu católico

Especialmente exige el celibato el espíritu católico.


El Catolicismo ha dado una aspiración en todo orden de
virtud que se acerca cuanto puede á la divinización;
sobre todo, el sentimiento amoroso lo ha apartado lo
más posible de las vibraciones del sentido, para elevar-
lo á una esfera de luz espiritual. Dentro de este am­
biente es natural, es necesario que florezca la virgini-
dad. O hay que matar el Catolicismo, ó hay que mutilar
su espíritu, ó él se coronará siempre de un coro de
vírgenes. Ahora bien: toda institución comunica su
vida y espíritu con más plenitud á los elementos que le
son más íntimos y consubstanciales. Pues si la Historia
y la experiencia diaria nos dice que brotan lirios donde
quiera qué el Catolicismo pone sus plantas, que todos
los estados adquieren dentro de él un ideal superior de
pureza; {seria posible que el sacerdócio, que es su en-
carnación más perfecta, no se coronara de esta aureola,
y la cediera á otros estados que le son muy inferiores?
Al espíritu católico anadamos sus empresas. jQué
magnitud vemos en ellas, qué idealismo, qué fuerza de
transcender todo otro ideal, qué impulso de subordi­
nado todo á aspiraciones divinas! Y esto {cómo puede
comprenderse en un hombre atado con los lazos ener­
vantes de la belleza femenina, sujeto con las cadenas
del afecto paternal, y esclavo de las necesidades impe­
riosas de la vida de familia? ( 1 )

§ 3.° L o p id e el bien social

Otro argumento muy poderoso toma de Guizot para


(1) R eflexiones sobre el celibato, etc., § 4.

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392 La Apologia ^

defender socialmente el celibato del clero, y es: que


así se impidió la formación de una casta.
«Sabido es, dice, cuánto han declamado contra el ce­
libato religioso los afectados defensores de la humani­
dad; pero es bien extraftoque no hayan visto cuán exacta
es la observación de M. Guizot de que el celibato ha im­
pedido que el clero cristiano llegase á ser una casta. En
efecto, veamos lo que hubiera sucedido en el caso con­
trario. En los tiempos á que nos refenmos era limitado
el ascendiente del poder religioso, y muy cuantiosos los
bienes de la Iglesia; es decir, que ésta poseía todo cuan­
to se necesita para que una casta pueda afianzar su
preponderância y estabilidad. ^Qué le faltaba, pues? La
sucesión hereditária, nada más; y esta sucesión se ha­
bría establecido en el matrimonio de los eclesiásticos.
»Lo que acabo de afirmar no es una vana conjetura,
es un hecho positivo que puedo evidenciar con la His­
toria en la mano. L a legislación eclesiástica nos pre­
senta notables disposiciones por las cuales se echa de
ver que fué necesario todo el vigor de la autoridad pon­
tifícia para impedir que se introdujese la indicada suce­
sión. L a misma fuerza de las cosas tendia visiblemente
á este objeto; y si la Iglesia se libró de semejante cala-
midad, fué por el verdadero horror que siempre tuvo á
tan funesta costumbre (1 ).
«Ahora, suponed que la Iglesia no se hubiese opues-
to con todas sus fuerzas á semejante abuso, y que la
costumbre se hubiese generalizado; si además recordáis
que en aquéllos siglos reinaba la más crasa ignorância,
que los privilegiados lo eran todo y el pueblo tenía ape­
nas existência civil, ved si no hubiera resultado una
casta eclesiástica al lado de la casta noble, y si, unidas
ambas con vínculos de familia y de interés común, no
(t) P rotestantism o, cap. L X .

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Apologia del clero católico 393

se habría opuesto un invencible obstáculo al ulterior


desarrollo de la clase popular, sumiéndose Ia sociedad
europea en el mismo envilecimiento en que yacen las
asiáticas» (1 ).
(1) P rotestantism o, pág. 58.

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SECCIÓN TERCERA

Apologia de doctrinas especiales

C A P ÍT U L O Ú N IC O

El dogma del pecado original en la apologia de Balmes

Así como por su singular imponancia he recogido


en este trabajo la apologia que hizo Balmes de algunas
institucion es singulares, así no pueclo menos de fijarme
en una d octrin a especial, por el lugar principalísimo
que ocupa en sus escritos, y por la trascendencia que
tiene dentro de la apologética. Es el terrible problema
del mal, la teoria de las desgracias cue padece el hom­
bre y de las perturbaciones de la sociedad, como prue­
ba de uno de los dogmas más fundamentales del Cato­
licismo, el pecado original.
Para dilucidar este punto como conviene, juzgo in-
dispensable entrar en algunas consideraciones previas
sobre la cuestión.

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El dogma del pecado original en la apologia de Balmes 395

Art. 1
D o c trin a te o ló g ic a

Tanto como la misma esencia del pecado original,


es objeto del más vivo interés teológico, filosófico, mo­
ral y humano en toda su amplitud, el estado en que
aquella caída dejó la naturaleza. Con una palabra muy
familiar á San Agustín, y después de él casi técnica en
muchos tratados, se ha llamado n atu ra corrupta, ó co-
rru pción d e la n atu raleza , la situación de la humani­
dad después del pecado. Evidentemente que la explica-
ción que se dé de esta condición real de nuestra actual
naturaleza, ha de ser de una trascendencia inmensa
para resolver los mayores problemas que agitan los en-
tendimientos en todo orden de matérias.
;En qué consiste, pues, esta corrupción? Los protes­
tantes primero, y después Bayo y Jansenio, dicen que
importa un vicio ó mutilación real en la substancia
misma del hombre ó en sus propiedades naturales. Esta
es una deducción lógica en quien defienda la doctrina
herética y absurda, de que la gracia y demás dones so-
brenaturales eran perfecciones con naturales ó debidas
al hombre. Las consecuencias, lógicas también, de di-
cha doctrina, son las que con tanta fruición agitan y
ponderan los mismos herejes: ruina de nuestra libertad;
estado permanente de pecado, identificado con la con­
cupiscência; impotência de obrar moralmente bien, y
necesidad de pecar en todo lo que no es gracia. Calcú-
lese qué religión, qué ética, qué sociologia, qué filosofia
del hombre y de la Historia, y por tanto, qué aplicacio-
nes apologéticas habían de resultar de tales doctrinas.
Con razón las condenó explícitamente la Iglesia.

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396 La Apologia

En el campo católico, y sobre todo en los apologis­


tas, ha habido exageraciones hijas del buen deseo de
explicar los males morales del hombre y de la sociedad,
ó bien filtraciones del veneno de la herejía. Algunos
autores, por otra parte muy excelentes, no admiten
ciertamente esta mutilación interna ó vicio esencial de
la naturaleza; pero ie afladen como efecto del pecado
original, una cualidad positiva, derivada de lo exterior,
que corrompe la naturaleza inclinándola al mal. Así
Laeordaire nos dice, que el efecto del pecado fué «un
estado permanente de desorden que afecta substancial­
mente el alma y el cuerpo, y se transmite hereditaria-
mente de una manera fisiológica, lo mismo que una en-
íermedad» (1). Bossuet nos habla también de la concu­
piscência como de una enfermedad que «infecta la san­
gre de donde salimos, y nos inclina violentamente al
mal desde nuestro nacimiento» (2). Bougaud igual­
mente defiende «una sangre viciada, una sangre re­
belada» (3).
Los teólogos agustinianos, para defender las expre-
siones duras de San Agustín, dicen que el estado de
pura naturaleza es posible mirando solamente la omni­
potência divina ó, á lo más, unida á su justicia, porque
no dice ninguna repugnância á estos divinos atributos;
pero que si atendemos á la sabiduría y bondad infinitas
y á la providencia suavísima con que rige á las criatu­
ras racionales, ya no es posible aquel estado, porque se
opondría á estas perfecciones de Dios- Otros huyen la

(1) Conferencia 65.


(2) Conf. D èfense de la Tradition , V III, 22 y I X , 2. E lévations su r
les m ystêres. 7.* — Sem. 3.® — E le v. Trai té de la Concupiscente , ca ­
pítulo I V .
(3) E l C ristianism o y los tiem pos presentes, parte 2.a, libro I I I, ca­
pítulos 6 y 7.

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El dogma del pecado original en la apologia de Balmes 397

dureza de las palabras, diciendo que el estado de pura


naturaleza es p osib le, pero no conven iente, según la
misma distinción que acabamos de hacer; mas la doc­
trina es sin duda la misma, porque no puede ser posible
en Dios aquello que dice una positiva inconveniência
nacida de alguno de sus atributos. Según esto, el estado
presente de la naturaleza humana es inferior y más dé­
bil que el que naturalmente le corresponde.
No hay duda que en San Agustín, en algún concilio
y en los autores eclesiásticos, se encuentran frases am­
bíguas, como la de n atu raleza corrom pida, libertad
aten u ad a, h erid a s n atu rales, Ias cuales necesitan ex-
plicarse para que no induzcan al error y exageración.
De San Agustín nótese que, por coníesión propia, va-
cilaba en algún punto esencial sobre esta matéria, como
el de la creación inmediata del alma humana.
En rig o r filo só fico es cierto que no puede llamarse
n atu ral, respecto del hombre, sino su misma esencia
y las cualidades que en sí radica. Mas considerando
que nunca el hombre estuvo ni un instante en este es­
tado de pura naturaleza, puesto que Dios le elevó desde
un principio al orden sobrenatural, y que h istó rica ­
m ente se puede ampliar el nombre de natural á todo lo
que se posee por virtud del mismo origen ó principio,
podrían en este sentido y por ampliación llamarse na­
turales algunos efectos que, en realidad, no son sino del
orden sobrenatural. O quizás más exactamente se ha
de decir, que aquella vulneración ó corrupción natural
de que nos habían los autores antiguos, hay que refe­
riria á los efectos de armonía y equilíbrio que, aun en
lo puramente natural, se derivaban de los dones sobre-
naturales con que Dios gratuitamente había enriqueci­
do la naturaleza, y que por el pecado original se perdie-
ron para siempre. Estas explicaciones no son gratuitas:

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398 La Apologia

primero, porque se apoyan en la verdad de las cosas;


segundo, por el sentido mismo que tienen en la mente
del autor y que pedían las circunstancias de la contro­
vérsia, como demuestran largamente los que tratan de
propósito este punto.
Síguese de aqui, que el hombre, después del pecado
original, ni en su esencia, ni en sus facultades propias,
ni en luz, ni en energia, ni en libertad, ni en propensión
al pecado, ha quedado en situación diferente de la que
tuviera, si Dios al principio le hubiera querido criar
sin gracia; ó viceversa, que si Dios al criar al hombre
no le hubiera dado más que lo que pide su pura natura­
leza, tendriamos al hombre intrinsecamente tal como lo
tenemos hoy (prescindiendo también de lo que es sobre­
natural ó pecado propiamente). Y digo in trin seca m en ­
te, porque no quiero entrar en disputas con algunos
teólogos sobre si extrín secam en te, por ejemplo, respec­
to á la influencia que pueden ejercer los demonios en
su vida, está hoy el hombre en peores circunstancias
de las que hubiera tenido en un primitivo estado de
pura naturaleza.
La doctrina agustiniana casi con las mismas pala­
bras la ensefta Jansenio (1), y, no obstante, fué conde­
nada su doctrina, y casi lo mismo puede afirmarse de
Bayo. La razón fundamental es que, según ella, los do-
nes sobrenaturaies serían una exigencia natural del sér
humano, y por lo mismo dejarían de ser tales, ya que
del concepto y esencia de lo sobrenatural es que supere
toda virtud activa ó exigitiva de la naturaleza. Por más
que digan que en aquella opinión, no es la naturaleza
quien los demanda, sino Dios por razón de su sabiduría,
amor y providencia, nada adelantan; toda vez que si lo
piden dichos atributos divinos, respecto del hombre, y
(1) D e S tatu N a tu ra e p u r a e , cap. X X .

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El dogma del pecado original en la apologia de Balmes 399

no respecto de otras criaturas inferiores, es por las


perfecciones naturales que Dios en él quiso poner.
Luego siempre se pone una vinculación entre lo natu­
ral y lo sobrenatural, que repugna á la perfección altí-
sima de este sér.
E l resumen de la verdadera doctrina nos lo da B e ­
larmino en estas palabras: «El estado del hombre caído
no se diferencia del estado de pura naturaleza más de
lo que difiere un hombre completamente despojado de
un hombre completamente desnudo. L a ignorância y
las flaquezas no habrían sido menos profundas en el es­
tado puramente natural. Nuestra situación actual, por
lo tanto, no es efecto de la privación de alguna perfec­
ción natural, ni tampoco de una cualidad mórbida que
afecte á nuestra alma; no es sino el despojo de los dones
sobrenaturales, causado por el pecado de Adán. Esta es
la opinión general de los doctores escolásticos antiguos
y modernos» (1). Y mejor tal vez lo resume todo, y con
mayor autoridad, la condenación de la proposición de
Bayo: «En el principio Dios no hubiera podido crear al
hombre tal como ahora nace.» Luego hubiera podido
crearle con las mismas condiciones naturales, lo cual no
fuera posible si ellas encerraran en sí algo maio.
Todas estas consideraciones son absolutamente ne-
cesarias para entender el valor apologético del pecado
original 3' el uso que de este argumento hizo nuestro
Balmes.
(1) CoHtrov. de g ralia pvim i h o m inis, cap. V .

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400 La Apologia

A rt. II
D os c o n se c u en c ia s e x tre m a s

Evidentemente, que un hecho tan íntimamente liga­


do con los principales dogmas religiosos, cuyos efectos
se extienden á toda la humanidad y á todos los tiempos,
que muda tan radicalmente el valor de nuestros actos, y
de tan trascendentales consecuencias individuales é his­
tóricas, ha de ser un punto que absorba poderosamente
la atención de todo el que defienda ó ataque la religión
católica. Y así ha sucedido y sucede constantemente.
Dos corrientes extremas, ambas erróneas, aunque
salidas de muj' diferente disposición de la voluntad, se
lanzan al campo apologético, y como no hay ataque ó
defensa más eficaz que la que parte del hecho, ambas
pretenden llegar á la afirmación ó ã la negación de la
causa por los efectos que creen encontrar en el mundo.
E l racionalismo niega el pecado original, porque pre­
tende que las conclusiones de las ciências naturales se
oponen á la unidad de naturaleza, unidad de origen y
perfección primitiva del hombre, que necesariamente
se necesitarían, y que en realidad afirma la doctrina ca­
tólica. La corriente apologética extremamente opuesta
afirma, que en la naturaleza humana y en la vida social
de los pueblos se encuentran tales trastornos, que no
tienen explicación satisfactoria sin el dogma del pecado
original. Los primeros exaltan desmesuradamente la
naturaleza, atribuyéndole, como los antiguos pelagia-
nos, toda aquella perfección real que el dogma mira
como sobrenatural; los otros la calumnian injustamente
de mala y corrompida. Ahora no me toca á mí comba-

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Ei dogma del pecado originai en la apologia de Balmes 401

tir los errores racionalistas, que casi siempre nacen de


un falso supuesto ó de una extralimitación en la conse-
cuencia; pero sí que entra de lleno en este trabajo el
poner á raya las exageraciones apologéticas, por más
que nazcan de hombres eminentes y de la mejor inten­
ción religiosa.
Aquel proceso que deduce la verdad histórica del
pecado original por las condiciones en que ahora en­
cuentra al indivíduo y á la sociedad, no es legítimo, y es
contrario á la condición del mismo dogma. Es contrario
á la naturaleza del dogma, porque éste es de revelación
y solamente por ésta puede ser conocido, ya que se
trata de perfecciones absolutamente sobrenaturales.
Verdades tiene la fe que también son objeto de demos-
tración por parte de la inteligência, como son las cues­
tiones de teologia natural; pero la elevación de la na­
turaleza humana al orden sobrenatural y su universal
caída por el pecado, es cosa que trasciende todas las
fuerzas naturales, descansa en la voluntad libre de Dios,
y de consiguiente sólo puede manifestársenos por su in-
falible palabra. La razón podrá demostrar que no re­
pugna á sus pr incípios, pero nada más.
En segundo lugar, he dicho que aquel proceso lógico
no es legitimo. Para que de las condiciones de pertur-
bación individual y social que ahora encontramos en el
mundo, se dedujera con legítima consecuencia la verdad
de una primera dignidad más alta y de la consiguiente
caída con un gravísimo trastorno, seria necesario que
esta lucha y miséria actual no pudiera tener otra expli-
cación dentro de la naturaleza, y así realmente lo su-
ponen dichos autores. Pero esto no es verdad. Dios,
como hemos visto, podia haber criado al hombre en las
mismas condiciones naturales en que ahora nace, por
una parte sin la gracia sobrenatural, y por otra sin pe-
‘áÓ

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402 La Apologia

cado, y del hombre puramente natural se derivarían


naturalmente todos estos errores, todas estas confusio-
nes, esta lucha, estas caídas, la muerte, estos trastor­
nos individuales y sociales que ahora lamentamos, no
ciertamente con necesidad física, pero sí con certeza
moral, mirando la generalidad de la especie humana.
La maravilla, si la hay, no está en que puesta nuestra
naturaleza, mixta de espíritu y matéria, con esta depen-
dencia de los sentidos que tenemos en todas nuestras
acciones, resulten tantas aberraciones y conflictos en
que naufraga la razón y la moralidad, sino en que Dios
quisiese crear este compuesto maravilloso, síntesis de
todo el mundo y enigma insoluble para quien no tenga
una idea bien clara de la libertad en el orden moral y
del mérito y demérito que de ella resulta. Harto veia
Dios todas las consecuencias que de hecho se seguían de
esta lucha interna entre Ia razón y el sentido, entre los
sentimientos espirituales y la pasión, entre el alma y el
cuerpo, entre el mundo interior y el exterior; pero veia
también que en todo esto no se extinguia generalmente
la libertad del hombre espiritual, y para dar al universo
este espectáculo de la libertad espiritual, elevándose
como reina por encima de todo, y para coronar el mé­
rito que de aqui resulta, la más grande gloria del uni­
verso, por esto quiso esta nuestra constitución, y podia
haberla querido en toda su pureza si:i mezcla de ningún
elemento sobrenatural.

A r t . III

Los ap o lo g istas

Vengamos ya á los apologistas. Eis tentador el poder


demostrar inductivamente por los hechos la existência

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El dogma del pecado original en la apologfa de Balmes 403

del pecado original, como por los efectos se prueba la


causa; ó ya que esto sea imposible, como lo es, al menos
la expiación, que pesa sobre la humanidad, de una falta
primera, sea cual fuere, mayormente cuando con esto se
encontraria una llave maestra para la psicologia y para
la filosofia de la historia. £Es, pues, verdad que tenemos
en nuestra mano esta prueba doctrinalPPascal abrió una
escuela, donde se ensefia que el estado actual de la na­
turaleza humana no puede tener otra explicación satis-
factoria sino el pecado original, y á ella se han afiliado
después otros discípulos más ó menos contagiados de
tradicionalismo. «Sin este mistério, dice el autor de los
P en sam ien tos, de todos el más incomprensible, somos
incomprensibles para nosotros mismos.E l nudo de nues­
tra condición se pliega y repliega en este abismo, de
suerte que el hombre es más inconcebible sin este mis­
tério, de lo que este mistério es inconcebible al hombre.»
Cuando ya no se trata de decir generalidades, ni de
hacer juegos de palabras, sino que se pide concreta­
mente, qué hay en nosotros actualmente que exija como
explicación única posible, no ya la noción precisa de la
elevación sobrenatural y de la caída consiguiente, que
esto es imposible según hemos dicho, sino un trastorno
primitivo que haya desviado la naturaleza humana de
su primer estado; hay quien contesta, presentándonos
alternativamente el cuadro desolador de los males físi­
cos, presidido por la muerte temporal, ó el más triste
todavia de la degradación moral de la humanidad, pre­
sidido por la muerte eterna. Así Augusto Nicolás de­
lante del cuadro del dolor, nos dice esta sentencia:
«Esta miserable condición de la humanidad ó acusa á
Dios, ó acusa al hombre: hay que admitir ó la monstruo-
sidad del ateísmo, ó el mistério del pecado original; no
hay médios.» Con mayor razón lo repite delante de la

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404 La Apologia

depravación moral(l).Bougaud 1lega ála misma conclu-


sión por el argumento de la actual inarmoníadel univer­
so, que dice advierten los pensadores, hasta los mismos
paganos. «No solamente, dice, han visto estos dolores,
esta muerte, tan in ex p licable b ajo el im pério de un
D ios bu eno; no sólo han notado esta inclinación al mal y
esta repugnância para el bien, au n m ás in explicable
bajo el im pério d e un D ios san to ; sino que lo que más
les ha herido, es esta especie de desorden y desconcierto
que se nota en el conjunto, no sé qué desarmonia abso­
lu tam en te incom prensible dentro de la armonía univer­
sal.» (2 )
Lacordaire reconoce explícitamente que nada prue-
ban en este sentido los males físicos, y admite sin re­
serva la doctrina de la Iglesia, de que Dios hubiera
podido crear al hombre tal como nace ahora, salvo el
pecado, salvo el mal moral del que nunca puede ser
autor Dios. r;Y no es un mal moral, exclama, la debi-
litación de nuestro libre albedrío para el bien, y su
inclinación al mal? (3) Con toda razón se niega eficacia
de probar á los males físicos, pues esto supondría que
la constitución de nuestra naturaleza por ley propia los
rechaza; y con esto no se hace más que dar ocasión á
los racionalistas de atacar el dogma del pecado origi­
nal, demostrando que dichos males son una consecuen-
cia natural de nuestra constitución. EI pecado mismo
no puede achacarse sino á la libertad que abusa de sus
fuerzas. L a atenuación de la libertad, la inclinación al
mal, ó la concupiscência, como dicen otros, en sí no es
pecado, es ocasión del pecado: y en esto se habría de

(1) E stúdios filosóficos, parte I.a , lib. II, cap. III.


(2) E l C ristianism o y los tiem pos p re se n tes , parte I I .a, tomo II I, c a ­
pitulo V I.
(3) Conferencia 64.

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El dogma del pecado origina! en la apologia de Balmes 405

probar, primero que intrinsecamente es ahora mayor


de lo que hubiera sido en el estado de pura naturaleza;
segundo que, en caso de serio, viene esta intensidad de
la caída primera, y no de inclinaciones y disposiciones
físicas adquiridas con el tiempo, y propagadas por he-
rencia; tercero que Dios no puede querer en sí misma
esta ley natural (no el pecado), para dar ocasión al
triunfo de la libertad y del mérito. Mientras no se re-
suelvan claramente estos tres puntos, se podrán hacer
descripciones más ó menos exactas de nuestros males,
se podrá dar vuelo oratorio á la fantasia y á la pala­
bra; pero no una demostración apologética.

Art. IV
V alo r d e e s te a rg u m e n to

iNo tiene pues valor alguno el argumento apologé­


tico tomado del pecado original?
A esta prueba se le puede dar un doble valor: el
primero es el de demostrar que todos estos hechos tie­
nen una explicación de hecho en el dogma del pecado
original; el segundo es el de atribuirles la ú nica ex p li­
cación de derecho que la razón puede encontrar. El
primer proceso es verdadero. Realmente lo que ahora
padecemos es una p en a impuesta por un pecado, que
nos revela la fe: y en este sentido, el teólogo, supuesta
ya la prevaricación del linaje humano en Adán, puede
tomar los males de la humanidad como confirmación
externa de sus razones sobrenaturales; y el apologista,
supuesta la condición de pena, que según la misma fe
tienen nuestros trabajos, puede tomarlos como me­
dio de llegar á su causa. Sobre todo, el argumento

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406 La Apologia

tiene el carácter precioso de la facilidad para toda cla­


se de personas. Aun cuando es verdad que la natura­
leza, por sí misma, puede explicar el estado miserable
de la humanidad, pero esto es á condición de conocer
bien la naturaleza, y de discurrir con serenidad: lo
cual es dificilísimo aun en los hombres cultos, como lo
demuestra la triste historia de las aberraciones de los
sábios del paganismo; al paso que el dogma de la ele-
vación y de la prevaricación, aceptados por la fe, dan
un sentido á nuestras penas asequible á los entendi-
mientos más sencillos. En este aspecto, algunos apolo­
gistas, Weiss por ejemplo y Gerbet, han procurado
explicar sus propias teorias pesimistas, hasta hacerlas
tolerables.
Pero seria absolutamente intolerable el segundo pro­
ceso, ó sea el dar el pecado original como explicación
única posible del estrago que vemos en el mundo, y por
tanto el ascenso de éste á aquél como una verdadera
demostración. Con toda razón levantaron su voz sabia
y elocuente contra estas exageraciones los Padres Fe-
lix y Monsabré.

A rt. V

Textos de Balmes

Ahora ya podemos venir á nuestro Balmes.


Dado el carácter humano y social de su apologé­
tica, era imposible que en ella no entrara por mucho
aquel trastorno que cambió radicalmente las condicio­
nes del hombre y de la sociedad; y realmente es tan
frecuente en él este recurso, que llega á constituir un

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El dogma del pecado original en la apologia de Balmes 407

verdadero tópico con que resuelve los más árduos pro­


blemas psicológicos y sociales.
Presentaré algunos de los principales lugares de
sus obras donde trata de esta matéria, para que el lec-
tor forme por sí mismo juicio de sus palabras.
Tiene en su revista L a S ociedad (1) un trabajo titu­
lado E stú d ios históricos fu n d a d o s en la R elig ió n ,
que casi todo versa sobre el asunto. Empieza por sen­
tar los hechos.
«Hay en la vida del humano linaje un hecho tan do­
loroso como incontestable: la lucha del bien con el mal,
la frecuente preponderância de éste sobre aquél, así
en lo moral como en lo físico; los horrendos crímenes
que manchan las páginas de la historia de la prole de
Adán, los indecibles padecimientos á que se halla con­
denada. iCuál es el origen de tan triste fenómeno?
,;Cómo es compatible con la existência de un Dios infi-
tamente sabio y bondadoso? La antiguedad creyó dar
una explicación satisfactoria admitiendo bajo diferen­
tes formas dos princípios: uno autor del bien, otro del
mal. El dualismo de Manes era quizás una adultera-
ción de las tradiciones sobre la caída del primer ángel,
pero indicaba también un esfuerzo para explicar el
enigma que nos presenta el mundo. Moisés asienta otro
principio ,más sencillo: p ecado y pen a, es decir j u s t i ­
cia. Con esto todo se explica, sin esto nada. Es un mis­
tério, pero dichoso mistério que nos aclara tantos mis­
térios; dichosa obscuridad de donde salen raudales de
luz. Abramos la historia, recorramos su páginas, con-
ducidos por esa guia, que en su bondad nos enviará el
mismo cielo» (1 ).
Prescindiendo de las durezas del lenguaje, parece
indicar que no quiere dar sino una explicación de he-
(l) La Sociedad, I, pág. 78.

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408 La Apologia

cho. «Inagotable caudal de reflexiones suministran al


filósofo cristiano los primeros capítulos del Génesis;
ellos, y sólo ellos, rasgan el velo que cubre el mundo;
ellos, y sólo ellos, nos explican los secretos de nuestra
existência, y aclaran los incomprensibles mistérios de
la historia del género humano.
»E1 mundo antiguo comenzó con el paraíso, siguió
con una maldición, y acabó con el diluvio; el mundo
nuevo coinienza con la maldición c.e Cham, continua
con la torre de Babel, y sigue con una interminable
serie de calamidades y desastres hasta el día en que
llegado el fin del humano linaje, rodará la tierra por
la inmensidad de los cielos como un globo hecho ascua.
Fijando la consideración en el colosal hecho del diluvio,
clave de la explicación de grandes fenómenos terres­
tres, y padrón eterno de la cólera de un Dios Todopo-
deroso, asómbrase el espíritu y se sobrecoge de un
religioso pavor. iQué trastorno más espantoso resulta
de aquella catástrofe en el hombre y en cuanto le ro­
deai L a vida se abrevia, la naturaleza pierde sufecun-
didad, se marchita su hermosura; y el hombre que an­
tes del horroroso cataclismo era un proscrito ilustre á
quien se permite gozar de algunas comodidades en
clima templado y bajo un cielo sereno y apacible, es
en adelante un desterrado sobre cuya frente pesa toda
la execración de su crimen, y que relegado á hórridos
países arrastra una vida de miséria y de dolor, cuyo
único consuelo es la esperanza de la muerte.
»Siguiendo á grandes pasos la historia de la huma­
nidad, hallamos por do quiera la traza lamentable que
nos recuerda la degeneración primitiva: en todo la
maldad, en todo el delito, en todo la pena, en todo la
tremenda huella de la expiación á que está condenada
la descendencia de Adán, en todo el no alcanzar la

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El dogma del pecado original en la apologia de Balmes 409

verdad sino después de tropezar en mil errores, de no


obtener el bien sino después de haber sufrido el mal;
en todo la ley inflexible de no llegar á la perfección ni
á la mejora, sino á costa de las más crueles fatigas (1 ).»
Y así, en una vastísima mirada sintética, reduce
toda la historia del mundo á la ley: de expiación, ha-
ciendo notar que igualmente se realiza en las edades
primitivas como en las civilizadas, en los justos como
en los pecadores; y de aqui deduce su conclusión apo­
logética, demostrando la sabiduría del Cristianismo
que, por la gracia, restaura en lo posible la primitiva
armonía del universo.
«Así vemos que ya en los más remotos tiempos la
civilización y la cultura no se extienden, no se propa-
gan sino á fuerza de sangre, á fuerza de calamidades
que hacen llorar torrentes de lágrimas á la triste hu­
manidad: así vemos cuán terriblemente se cumple, en
todo el linaje humano, lo mismo que en el indivíduo se
verifica, de comer el pan con el sudor de su rostro, de
cultivar una tierra que en vez de frutos le da abrojos y
espinas, de no alcanzar mejora y perfección en ningún
género sino á costa de los mayores sufrimientos, de los
trabajos más árduos y constantes, de no disfrutar él
propio de los bienes que produce, sino de legarlos á
sus hijos, si se limita á la esfera doméstica, ó de tras-
mitirlos á las generaciones venideras, si sus tareas
trascienden á los intereses públicos.
»Terrible consecuencia del desorden introducido en
el indivíduo y la sociedad por la prevaricación prime­
ra; formidable resultado de la pérdida de aquella ine-
fable armonía en que el mundo estaba sujeto al hom­
bre, las pasiones á la voluntad y á la razón, y la razón
y la voluntad á Dios. Quebrantóse el primer eslabón
(1) L a Sociedad, pág. 81.

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410 La Apologia

de esa cadena de oro, el hombre se rebelo contra Dios,


y las pasiones se levantaron contra la razón, y el
mundo entero se alzó y se puso en combate con el hom­
bre. Faltó la ley de armonía, y le sucedió la ley de lu­
cha; ley que se presenta bajo mil formas diferentes,
según lo son los objetos sobre que versa; ley de que no
se exime ningún período de la vida, á que está sujeta
la infancia como la adolescência, la juventud como la
vejez; ley indeclinable al fuerte como al débil, al rico
como al pobre, al magnate como al pequefio, al sabio
como al ignorante, al monarca más poderoso como el
más ínfimo de sus vasallos.
»Echase de ver por ahí la profunda sabiduría y la
verdad entrafladas por el cristianismo, por esa religión
divina que en las primeras palabras que dice al hombre
le íntima la existência de esta ley: que la vida del hom­
bre es una milicia sobre la tierra; que le predica ince-
santemente la vanidad de sus esfuerzos para sustraerse
á las terribles consecuencias de la maldición del Cria­
dor; que endereza todos sus trabajos á restablecer por
medio de la gracia la armonía perdida por la culpa;
que en la abnegación cristiana, en la sujeción de las
pasiones á una voluntad ilustrada por la razón y por la
íe, y dirigida y movida por la gracia, en la sumisión
del entendimiento á la revelación divina, en la confor-
midad de la voluntad humana á la voluntad de Dios,
en ese admirable conjunto que nos presenta realizado
en sus grandes santos, muestra el sublime tipo de lo
que el hombre debe ser, de lo que fuera un dia antes
que entrase el pecado en el mundo, y por el pecado la
muerte. Tipo sublime, repetimos, que nos trae á la
memória lo que fuimos en Adán en el Edén, pero con
las sefiales de la tremenda expiación, con la sangre que
brota de los golpes descargados por la cólera divina:

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El dogma de! pecado original en la apologia de Balmes 411

todo conforme al segundo Adán, al Hijo del hombre que


cargado con nuestros pecados, y conducido á morir por
la salud de los hombres, se dirigió cual manso cordero
á la cima de Gólgota á consumar la más terrible de las
expiaciones» ( 1 ).
En la misma revista publica sus artículos sobre E l
S ocialism o, y hablando de las desigualdades sociales
que lo provocan, escribe estos párrafos, donde á veces
parece no reconocer más luz que la de la revelación, á
veces solamente pondera su resplandor y fijeza sobre
la de nuestra razón flaca y enfermiza.
«No nos cansaremos de repetirlo: sin las luces de la
revelación, el hombre, la sociedad, el universo entero,
son un mistério incomprensible; sin ese faro que escla­
rece las tinieblas, no es dable explicar el conjunto de
verdad y de error, de bien y de mal, de grandor y
de pequefiez, de elevación y de vileza, de felicidad y de
desdicha, de goce y de dolor que se nota por todas
partes, en todas las edades, en todos los sexos y condi­
ciones; no es dable concebir cómo, sin una caída de que
haya sufrido todo el humano linaje, éste vive sobre la
tierra tan colmado de infortúnio. Al contrario si nos
atenemos á lo que nos ensefta la augusta Religión del
Crucificado; si recordamos que el hombre no salió de
las manos del Supremo Hacedor tal como ahora se en­
cuentra, sino con la luz en el entendimiento, la rectitud
en el corazón, inundada de gracia su alma, colmado su
cuerpo de bienestar, rodeado de prosperidad y de ven­
tura, con las pasiones sujetas á la voluntad, la volun­
tad sometida á la razón, y todo el hombre sujeto á Dios;
si no olvidamos que el pecado destruyó esta hermosa
obra, y que indignado el Sefior contra su criatura, le
dijo que moriría, que comeria el pan con el sudor desu
(1) La Sociedad, pág:. 93.

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412 La Apologia

rostro, y que la tierra le produciría espiuas y abrojos;


si tenemos presente esa admirable historia donde se
contiene la clave para descifrar el enigma del mundo,
entonces nada de lo que vemos nos asombra: en la serie
de los acontecimientos aflictivos que se nos ofrezca,
contemplamos la mano de la Providencia conducién-
dolo todo á sus altos desígnios, y no nos atrevemos á
blasfemar contra los arcanos del Omnipotente.
»Por esto habíamos dicho en otro lugar, y repetimos
aqui, que la Religión es la verdadera filosofia de la
historia; porque sin esta lumbrera rio hay ideas fijas,
no hay princípios seguros en ninguna parte: el hombre
vacila, duda, avanza, retrocede, camina incierto y al
acaso; aun cuando su razón natural le ensefía muchas
verdades, siente no obstante un vacío, experimenta la
necesidad de un punto de apoyo más firme, de algo que
le corrobore en su languidez, que le fije en su paso
fluctuante, que le aliente y sostenga cuando desfallece.
tQuién no ha probado mil veces ese estado indefinible
del alma, cuando se abandona á medirar sobre los pro­
fundos arcanos del universo, dejando á un lado la en-
sefianza de la Religión? ^Quién no se ha retirado de
esas regiones de vaguedad y de tinieblas con aquella
postración y abatimiento que resultan de grandes es-
fuerzos para alcanzar lo imposible? ;Quién no se ha
convencido por esta triste experiencia, de que son tím i­
dos los p en sam ien tos d el m ortal, d e que son incier-
tas n uestras p rov iden cias? Cuando la Religión no nos
proporcionara otras ventajas que la fijeza de principios
con cuyo auxilio resolvemos sin trabajo los más difící-
les problemas sobre el origen y destino de la humani­
dad, debiéramos estarle agradecidos por un beneficio,
que á un mismo tiempo que nos comunica la luz de la
ciência, tranquiliza nuestros espíritus en medio del in-

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E! dogina del pecado original en la apologia de Balmes 413

fortunio, infundiéndoles la resignación y la esperanza.


«Considerada la humanidad desde el punto de vista
en que nos coloca la Religión, vemos un magnífico con­
junto con todas sus partes, con todas sus relaciones,
con todos sus lunares y bellezas; en ella, todo viene del
cielo y va á parar al cielo; el bien dimana de la mise­
ricórdia infinita; los sufrimientos son castigos; la igno­
rância es la pena que ha seguido al orgullo del saber;
la muerte es el resultado de haber querido el hombre
ser igual á Dios; y la vida llena de afanes, de trabajos
y misérias, es el fruto de haber tenido en poco otra
vida sosegada, placentera, feliz, encantada con los he-
chizos de la inocência. Los desgraciados que carecen
de estas luces ó se obstinan en despreciarias, ó no ven
en el hombre otra cosa que un sér que lucha incesante-
mente consigo mismo, lleno de necesidades que no pue­
de satisfacer, de pasiones que no le es dable saciar, de
caprichos que no le es permitido contentar; ansioso de
saber y sumido en la ignorância, sediento de felicidad
y abrumado de desdichas: por esto claman como insen­
satos contra la sociedad entera, blasfeman contra la
bondad divina, ó le atribuyen falsos desígnios; viven en
las tinieblas del error en todos sentidos; divagan por es-
pacios imaginários; andan de continuo tras mentidas
sombras que se les desvanecen como humo en el mo­
mento de estrecharlas en sus brazos, y no alcanzan
otro resultado de sus trabajos que las estériles satisfac-
ciones de la vanidad y del orgullo» ( 1 ).
Por el pecado original explica muy en particular
las aberraciones de la inteligência.
«Si no existieran otros motivos para convencer que
la naturaleza del hombre ha sufrido algún quebranto,
el cual le ha rebajado de su dignidad primitiva, y ha
U) L a Sociedad, IV , págs. 26-28.

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414 La Apologia

obscurecido la mente y torcido la voluntad, bastarían


sin duda á probarlo los inconcebibles extravios á que
se abandona nuestro espíritu. Se escribe la historia de
las naciones, se pintan sus revoluciones y sus guerras,
en las que vemos retratada ciertamente la miséria y la
iniquidad del hombre; pero quizás en ninguna parte se
presente tan negro el cuadro como en la historia del
espíritu, es decir, de las ciências. E r esa región subli­
me, donde al parecer debiera reinar seíiora la cuerda
sabiduría, donde las pasiones no debieran tener en­
trada ni ser toleradas en los alrededores, para que no
contaminasen la atmósfera con su apestado aliento;
allí campean también la locura, el orgullo, la ciega
presunción, manifestando al hombre en toda su desnu­
dez, llenando de cruel amargura á quien crevera que
había de encontrar á los sábios á manera de coros de
ángeles. Pero nunca, nunca como en el pasado siglo
se vió al genio del mal insultar con tanta impudência
al buen sentido de la humanidad; nunca se le vió con
tan perversos desígnios, cubierto con las ínfulas de la
ciência para extraviar á los inçamos; nunca se vió
tamaíio esfuerzo para reducir á sistema la irreligión,
estableciéndola sobre su digna base: el ateísmo» (1).
Finalmente en la segunda Carta á un escéptico,
contestando á la objeción de la multitud y confusión de
las religiones, contraria á la bondad de Dios y á las
necesidades más esenciales del hombre, acude al mismo
tópico, y reúne casi todas sus ideas sobre la matéria.
«Veamos ahora si se puede encontrar la razón de
que Dios permita tal muchedumbre de religiones, tal
masa de informes errores en el punto que más interesa
al humano linaje. La explicación de este mistério, yo
no alcanzo que pueda encontrarse sino en otro miste-
(1) La Sociedad, II, E x istê n cia de Dios, pág. 'J97.

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El dogma del pecado original en la apologia de Balmes 415

rio, en el dogma de la Religión Católica sobre la pre-


varicación y consiguiente degeneración de la descen­
dência de Adán. E l pecado y, como su consiguiente
castigo, las tin ieblas en el en ten dim ien to, la corrnp-
ción en la v olu n tad ; he aqui la fórmula para resolver
el problema: revolved la historia, consultad la filosofia,
nada os dirán que pueda-ilustraros, si no se atienen á
este hecho misterioso, obscuro, pero que, como ha dicho
Pascal, es menos incomprensible al hombre que no lo
es el hombre sin él.
»Esta es la única clave para descifrar el enigma;
sólo por ella alcanzamos á explicar esas lamentables
aberraciones dela mayor parte de la humanidad; no hay
otro medio de dar una explicación plausible á esta cala-
midad inmensa, como ni á tantas otras que afligen ia in­
fortunada prole de los primeros prevaricadores. El dog­
ma es incomprensible, es verdad; pero atreveos á des-
echarle, y el mundo se convierte en un caos, y la histo­
ria de la humanidad no es más que una serie de catás­
trofes sin razón ni objeto, y la vida del individuo es
una cadena de misérias; y no encontráis por doquiera
sino el mal, y el mal sin contrapeso, sin compensación;
todas las ideas de orden, de justicia, se confunden en
vuestra mente, y renegando de la creación, acabáis
por negar á Dios.
»Sentad, al contrario, este dogma como piedra fun­
damental, el edifício se levanta por sí mismo, vivísima
luz esclarece la historia del género humano, divisáis
razones profundas, adorables desígnios, allí donde no
vierais sino injusticia, ó acaso; y la serie de los acon-
tecimientos, desde la creación hasta nuestros dias, se
desarrolla á vuestros ojos como un magnífico lienzo
donde encontráis las obras de una justicia inflexible, y
de una misericórdia inagotable, combinadas y herma-

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416 La Apologia

nadas bajo el inefable plan trazado por la sabiduría


infinita.
»Si entonces me preguntáis por qué tan conside­
rable porción de la humanidad está sentada en las
tinieblas y sombras de la muerte; os diré que el primer
padre quiso ser como un Dios sabiendo el bien y el
mal, que su pecado se ha transmitido á toda su descen­
dência, y que en justo castigo de tanto orgullo está el
género humano tocado de ceguera. Esta calamidad,
grande como es, no necesita que se le sefiale otro ma-
nantial que á todas las otras que nos afligen. Las terri-
bles palabras que siguieron al llamamiento de Adán
cuando le dijo Dios: «Adán, <;dónde estás?» resuenan
dolorosamente todavia después de tantos siglos: y en
todo el curso de la vida, siempre se trasluce el terrible
fulgor de la espada de fuego, colocada á la entrada del
paraíso. El su d or d el rostro, la m uerte, se os ofrece-
rán por doquiera: en ninguna parte notaréis que las
cosas sigan el camino ordinário; siempre herirá vues-
tros ojos la formidable ensefía del castigo y de la
expiación.
«Cuanto más se medita sobre es:as verdades, más
profundas se las encuentra: in su d ore vu ltus tui ves-
ceris parte, comerás el pan con el sudor de tu rostro,
dijo Dios al primer padre; y con este sudor lo come
toda su descendencia. Recordad esa pena, y haced las
aplicaciones á cuantos objetos os plazca, no hallaréis
nada que de ella se exceptúe. No vive e l hom bre de
solo p an , sino d e toda p a la b ra que p rocede d e la boca
d e D ios; no se verifica, pues, la terrible pena sólo con
respecto al pedazo de pan que nos sustenta, sino en
todo cuanto concierne á nuestra perfección. En nada
adelanta el hombre sin penosos trabajos, no llega jamás
al punto que desea, sin muchos extravios que le fati-

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El dogma del pecado original en la apologia de Balmes 417

gan; en todo se realiza que la tierra, en vez de frutos,


le da espin as y abrojos. <;Ha de descubrir una verdad?
No la alcanza sino después de haber andado largo
tiempo tras extravagantes errores. iHa de períeccio
nar un arte? Cien y cien inútiles tentativas fatigan á
los que en ello se ocupan, y á buena dicha puede te-
nerse, si recogen los nietos el fruto de lo que sembra-
ron los abuelos. ^Ha de mejorarse la organización
social y política? Sangrientas revoluciones preceden la
deseada regeneración; y á menudo, después de prolon­
gados padecimientos, se hallan los infelices pueblos en
un estado peor del en que antes gemían. ^Se ha de
comunicar á un pueblo la civilización ó cultura de otro?
La inoculación se hace con hierro y fuego: generacio­
nes enteras se sacrifican para alcanzar un resultado
que no verán sino generaciones muy distantes. No ve-
réis el genio sin grandes infortúnios; no la gloria de un
pueblo sin torrentes de sangre y de lágrimas; no el
ejercicio de la virtud sin penosos sinsabores; no el he­
roísmo sin la persecución; todo lo bello, lo grande, lo
sublime, no se alcanza sin dilatados sudores, ni se con­
serva sin fatigosos trabajos; la ley del castigo, de la
expiación, se muestra por todas partes de una manera
terrible. Esta es la historia del hombre y de la huma­
nidad: historia dolorosa ciertamente, pero incontesta-
ble, autêntica, escrita con letras fatales donde quiera
que los hijos de Adán hayan fijado su planta» (1).
Cl) L a S o c ie d a d , pág-. 30.

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418 La Apologia

Am VI
Conclu&ión

Concluyamos. iQué valor apologético concedia B al­


mes A las desgracias humanas como prueba del pecado
original? Yo creo que realmente ct. su espíritu no le
atribuía sino el valor justo de nua explicación de
hecho, fácil y luminosa, de todas ! c-, lesgracias huma­
nas, delante del mar de eonfusionc > n que se pierden
v nauíragan los entendimiento-; privados de la fe. No
obstante hav que eonfesar que n ubundan demasia­
do expresiones d* resabío liei u tradicionalista,
contagio sin duda dc- los aut v- tu -c-ses que le eran
familiares, y tal vez de haber tom,iro demasiado lite­
ralmente frases y argumentos S m Agustín. Si hu­
biera -.atado la cuestión cientííiv;,mente, en la teolo­
gia que nos eo n st. pensaba escribi:, sin duda hubiera
purificado su lenguaje de estas Bébiilc -idades con la luz
de su discurrir tan justo y mesurado, como lo es el de
su filosofia; ahora nos vemos obimudos á disimular este
único lunar, á su velo apologético v al calor oratorio
de las obras de propaganda.
Mas ya que concluímos este lib o de la apologética
balmesiana con el terrible problema de la existência
del mal moral en el mundo, que tantos entendimientos
ha desviado, y qu:- tan ciara explic; ión encuentra en
la verdadera filosofia, sobre todo m orada en la revela­
ción, nada más â propósito qu-.- alim 'arnos sólidamente
en estas dos columnas de verdad rie na, apoyadas en
el mismo Dios. Nebulosidades, useilaciones, flaquezas,
siempre las sentirá nuestro pobre en .endimiento, sujeto

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ahora á tantas iraprosiones internas y externas que le


distraen y perturban. Por otro lado leyes hay de Pro
vidência divina, que por su misma alteza escapan á los
cortos alcances de nuestra mirada. La paz espiritual
solamente podrá alcanzarla el que por una parte sepa
deshacer ias nieblas del mundo sensible que enturbian
la luz serena de la razón, y por otra tenga humildad
suficiente para dominar el orgullo engendrado por
nuestra propia miséria, y fiarse incondicionalmente de­
la revelación divina.

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ÍN D IC E

Págs.

Prólogo.............................................................................................. í

PARTE PRIMERA
El apologista
CapI tulo I.—P ro fu n d id ad .................................................. II
• II.—C u ltu ra ............................................................ 20
■ III.—Armonía........................................................... 29
• IV .—Actualidad....................................................... 35
» V .—Realismo............................................................ 46
» VI.—Flexibilidad y tolerância.............................. 56
• V I I .— E q u ilíb rio ......................................................... 67
. V III.—Amplitud............................................................. 75
. IX .-U n id ad ................................................................ 85
- X .—Previsión............................................................ 92
> X I.—E x p a n sió n ........................................................ 99
• X II.—S o b re n atu ra lism o ........................................107
• X III.—Práctica de la t e o r i a .......................................... i ll

P A R T E SE G U N D A
L a a p o lo g é tic a

In tro d u cció n ................................................................................................. 121


S ección p r i m e r a . —P o l é m i c a . . ............................................. 126
C a p ít u l o I . — E n s e f i a r ..................................................................................126
A rt. I . —-P e n e tra r en e l alm a del e s c é p t i c o ....................... 127
• I I . — D e ja r le h a b la r ad virtión d o ie sus e r r o r e s . . . 127
» I I I . —S e g u irle incu lcand o v erd ad es.......................................... 129
C a p ít u l o I I . — C o r r e g ir ..................................................................................131
A rt. I . — C o rrig e su m é to d o .................................................................131
> 11.—L e d em u estra su p a r e ia l i d a d ..........................................133
» I I I .— L a im p o tên cia de c r e e r ........................................ í36
C a p ít u l o I I I . — F ru to p r á c t i c o ......................................................... 139

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422 índice

Pãjts.

S ección sEiiWiiiA.—D i ã â c t i ç a ...................... 142


C apítulo I . —T e o r ia ................................................................................ Í42
» I I .— D e m o s tra ció n p re lim in a r ..............................149
A rt. tin ico.—No se puede ser ir.d :le r r n t e .................................. 149
5 I.— Im p ortaisciâ o b je tiv a d e-la n . a t u i a .......................149
8 I I . — E x te rn a autoridad hum ana ......................................... 150
8 I I I .—V a lo r de e ste testim o n io . . . . . 152
C apítulo I I I . —D e m o stra ció n de ia E c iig ió n N a tu r a l. . . 157
A rt. 1.— E x is tê n c ia de D ios. . . .................................. 157
8 I . — P ru e b a del orden del m undo........................................ 157
S I I . —P ru e b a de la com unidad de Ia . r.zón hum ana . 158
' s 111.—P ru e b a d el sen tim ien to de la n •no n ia m o ral del
m u n d o ................................... 159
A rt. I I . —In m o rta lid ad del a lm a . 160
8 1.— E l d e se o d S 3 a in m o rtalid ad ........................................ 161
9 IX.—So lu ció n de los co n flicto s de la lib ertad . . . 162
9 I I I .—C a r á c te r de n u e s tra s i d e a s ........................................ 164
9 I V .—S o lu ció n de los co n flicto s s ....................... 164
8 V .—E l a d e la n to so cial no s a t i s f a o c ............................ 167
9 V I .—A rm on ía del sér hum ano, .................................. 168
§ V I I .—C o n tra p r u e b a ....................... 169
A rt. I I I . —E x is tê n c ia de la re lig ió n . . ...................................170
> IV .—'U nidad de Ia r e l g i ó n \ erdade.ut............................ 172
C apítulo IV .—D e m o stra ció n de la e x r te .i. a de la rev e la *
c i ó n .......................................................................... 176
A rt. I.—P osib ilid ad de la revel.arió n . ....................................176
» I I .—E x is tê n c ia de la re v e la c ió n . . . . . . 178
8 !.— P rcsu n ció n filosófica. 178
8 I I .— P ru e b a s h is tó ric a s . . . 179
§ I I I .—C o n g ru ên cias hum anas. 183
A rt. I I I . — D em o stració n in y eistt ..................................................... 184
S kcc ón tercera . —E x le n s i ó n a p o l o g é t i c a ..........................................186
C a p ítu i .o I . —A p o lo g ética popular . . . . . . 187
* I I . —A p o lo g ética del g e m o . ...................................196

PA R T E TERCERA .

L a a p o lo g ia
In tro d u cció n ........................................................................................................ 211
S ección pxim eka . - A p o l o g i a g e n e r a l d c ! C a t o lic is m o . . 213
C a pítu i . o I . —S ín te sis de tod a la o b r a ............................................... 216
A rt. I .— P a r te p rim e ra .—C a r á c te r re lig io so . . . 216
> I I .— P a r te seg u n d a,—In flu en cia ei tiiiz a d o r: . . 218
> I I I . —P a r t e t e r c e r a .—D o ctrin a o : : a .......................221
• I V .— P a r te C uarta. —F o m en to i i . t t : tu ai . . . . 224
C apítulo I I . —C a r á c te r de la d o ctrin a e i j i o s a del C a to li­
cism o . . . . . . . 226
A rt. I . — D ebilid ad del hu m ano eoten ra ie n to . . . . 228
> I I .—P ro v id e n cia! in s tin to úe Ec c; le nos h a dado e!
C r i a d o r .................................. 231

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Índice 423

Págs.

A rt. I I I .—E t fa n a tism o , co n se c u e n cia de d estru ir la a u ­


torid ad ................................................................................. 235
• I V . —E l in d ifere n tism o fru to del m ism o p rin cip io . 237
. V .— F irm e z a de la d o ctrin a c a t ó l i c a ..............................239
C apítulo I I I . —R e g e n e ra c ió n del in d iv íd u o .............................242
A rt. !.— R e g e n e ra ció n e x t e r n a ..................................................... 242
» I I . — R e g e n e ra c ió n de la m u je r ..................................... 245
» I I I . — R e g e n e ra c ió n i n t e r n a ..................................................... 247
6 I . —L a m e jo r n o rm a de la s c o s a s ........................................ 248
9 I I . — L a m e jo r n o rm a de la s a c c i o n e s .................................. 249
s I I I .— L a m e jo r n o rm a de ia s p a s i o n e s .................................. 250
9 I V .— L a m e jo r n o rm a en él a m o r ..............................................252
§ V .— L a m e jo r n o rm a e x t e r i o r .........................................254
§ V I.— R esum en. F o r m a c ió n del c a r á c t e r ............................ 255
C apítulo I V . — R e g e n e ra c ió n de la fa m ilia ................................. 259
§ I . —M o n o g a m ia .......................................................................260
S I I . —In d isolu bilid ad del m a trim o n io ......................................... 261
s I I I .— E l m atrim on io S a c r a m e n t o ............................................... 262
C apítu lo V .—R e g e n e ra c ió n de la s o c i e d a d ............................ 263
A rt. T.—P ro ce s o h is tó r ic o ...................................................................... 264
§ 1.— Cuadro de la civ ilizació n p a g a n a ........................ 264
s SI.—Cuadro de la c iv iliz a ció n crisC am *....................................266
A rt. I I . — F ru to s p r e s e n t e s ........................... 268
§ I . —C o n cie n cia p ú b l i c a ...................................................... 268
s I I . —Su avidad de c o s t u m b r e s ........................................ 269
§ I I I , —B e n cá ce r.. a. . . . . . . . . . . . . 272
% IV .— Amplitud d e!.b ien . 275
A rt. I I I . — Lo que h u biera h ech o la Ig lt-> ia ........................ 277
■ I V .—M édios de qtte se v a l i ó .................... . . . 279
§ I .— P ro p a g a ció n de la d o ctrin a . . . . . . . . 279
§ I I . — L a p re n sa .......................................................................................282
§ I I I .— L a a c c ió n . . . . . . . . . . . . 284
8 I V .— C a r á c te r p o sitiv o de Su ac u m ............................ 286
8 V .—R e s u m e n .......................................................................................2S8
A rt. V .—Todo e sto es de! C a t o lic is m o ......................................... 289
• V I .— A cción que le e stá re s e rv a d a eu lo p o rv en ir 295
C apítulo V I .—R e g e n e ra ció n p o l í t i c a ............................................... 298
A rt. í.— D o etrin á c a tó lic a so b re ei pod er....................................299
> I I .— Lo h a ce fu e rte y su av e , ............................................... 300
» I I ! . —Lo l i m i t a ............................. . . . . . . . 302
• I V .— L a d e m o cra cia b ija de la Ig le s ia ................................... 305
» V .— El C a to licism o en la d e m o cra cia m od erna y en
la f u t u r a .................................. 308
C apítulo V I I .— E l C atolicism o en el d esarro llo del enten
d im iento . . . . . . 311
A rt. I . —E! C atolicism o q u iere r e g ir al hom bre por la
in t e lig ê n c ia ......................................................................312
» I I . —A p recio del C a to licism o por la a r is to c r a c ia
del s a b e r ........................................................................... 313
• I I I .— F o r ta le c e ei en ten d im ien to con ia au to rid ad . 315
> I V .— P ro d íg io in telectu a l que p re sen ta Ia Ig le s ia , 322

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424 índice

P 4 g s.

A rt. V .— L a fe no lim ita el en ten d im ien to en la c iê n ­


c ia de D io s . ....................................................325
. V I .— L a fe no lim ita el entendim ento en la c iê n ­
c ia del h o m b r e .........................................................327
» V I I .—L a fe no lim ita el en ten d im ien to en ia c iê n ­
c ia del m u n d o ................................................................329
■ V I I I . —L a su periorid ad del en ten d im ien to m oderno
se debe ai C a t o lic is m o ............................................... 330
> I X . —D e l C ato licism o viene a l encend im iento m o ­
derno su c a r á c te r cie n tifico . . . . . . 332
. X . —L a R e lig ió n d ió á la ciê n c ia su eficacia so c ia l. 334
» X I . — L a cu ltu ra conduce á la R el g i ó n ...............................336
S ección segunda .— A p o l o g i a d e a l g u n a s i n s t i t u c i o n e s c a ­
t ó l i c a s ......................................................................342
CAPfTCLO I . — A p o lo g ia de las órd en es re lig io s a s . . . . 342
A rt. I . —Son in stitu cio n e s em iu en teraen te s o c ia le s . 343
• I I . — L os s o l it á r i o s ...................................................................... 346
• I I I . —M o n a sterio s de O c c i d e n t e .........................................349
> I V .—O rd enes m i l i t a r e s .......................................................... 354
. V .—O rd en es m e n d ic a n t e s ..................................................... 354
. V I .—O rd en es de r e d e n c ió n ..................................................... 358
» V I I .—J e s u í t a s ..................................................... 360
> V I I I .—L a s fu tu ra s órd en es r e lig io s a s ................................... 365
C apítulo 11.—A p o lo g ia del c le ro c a tó lic o ......................................... 369
A rt. I . —In flu e n cia dei c le ro .......................................................... 369
§ I . — P rim e r a cau sa . 371
S I L - S e g u nda c a u s a .................................. 372
§ I I I . —T e r c e r a c a u s a ......................................................................373
§ I V . —C u a rta c a u sa ............................................................................374
4 V .—Q uin ta c a u s a . . 375
$ V I .— S e x ta cau sa . . 377
§ V I I .—Sé p tim a c a u s a .................................................................... 378
8 V I I I .—O cta v a cau sa. . 379
A rt. 11.— L o s b ien es del c le r o ............................................................... 381
§ I . —F u é un h ech o n a tu ra l..............................................................382
8 I I . — F u é un hecho p ro v ech oso á ia so cied ad . . . . 384
A rt. I I I .— E l c e lib a to e c l e s i á s t i c o ....................................................389
8 I . — Lo pide el c a r á c te r s a c e r d o t a l......................................... 390
8 I I .— L o pide el esp íritu c a tó lico . 391
8 I I I . — Lo pide el bien s o c i a l ....................................................391
S ección tercera ,— A p o l o g i a d e d o c t r i n a s e s p e c i a l e s . . . 394
Capítulo único.—E l dogm a del pecado o r ig in a l en lá A po­
lo g ia de B a lm es ..................................................... 394
A rt. I . — D o ctrin a t e o ló g ic a ................................................................395
* I I . — Dos co n secu en cia s e x tre m a s . . . . . . . 400
» I I I . — L o s a p o lo g is ta s .....................................................................402
» I V .—V a lo r de e ste a r g u m e n t o .............................................. 405
* V .—T e x to s de B a l m e s ................................................................406
» V I .—C o n c lu s ió n .................................................................................418

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