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Áyax

La tragedia se desarrolla en los alrededores de la tienda de Áyax Telamonio durante la guerra de


Troya. Alguien mató el ganado y a los que lo cuidaban. Algunos dicen que vieron a Áyax, y Odiseo
se propone ir a investigar el asunto. La tragedia empieza con Odiseo espiando dentro de la tienda.
Se le aparece Atenea y le dice que, efectivamente, había sido Áyax el culpable de la faena pero que
su verdadero propósito era matar a los Atridas y demás generales griegos. Como ella lo sabía,
había impedido la matanza infundiéndole al héroe una furiosa locura que le hacía creer que los
animales eran los griegos. Para probárselo, la diosa llama a Áyax. Éste dice que mató a los Atridas,
que tiene a Odiseo dentro de la tienda y que lo está matando a latigazos (Atenea no deja que Áyax
vea a Odiseo).

Tecmesa, esposa de Áyax, habla con el Coro (marineros de Salamina, tierra de Áyax). Cuenta que
su marido estaba recobrando la conciencia y, al ver su obra, experimenta un profundo dolor
porque se ve deshonrado. Se oyen los gemidos del desgraciado, abren la puerta y se lo ve sentado
en medio de las reses muertas. Entre sollozos manifiesta su deseo de “destruir al muy astuto y
odioso truhán (Odiseo) y a los dos poderosos reyes” y de morir finalmente él. Tecmesa y el Coro
tratan de consolarlo. En su lamento, el héroe contrasta su situación con la de su padre que había
obtenido gloria de otro enfrentamiento con Troya, y asegura que “si Aquiles viviera y fuera a
adjudicar a alguien con sus armas el premio del heroísmo, ningún otro que no fuera yo se lo
hubiera llevado” (es necesario contar de dónde provenía el enojo de Áyax: después de que Aquiles
cayó en la batalla, Áyax y Odiseo creyeron, cada uno por su lado, que habían sobresalido más en la
recuperación del cuerpo; haciendo un juicio en torno a las armas, Odiseo resultó vencedor). Áyax,
viéndose rodeado de enemigos (por un lado, los troyanos y, por otro, su mismo ejército), evalúa lo
que puede hacer; si vuelve a su casa sin galardones, no podría soportar ver el rostro de su padre, y
si se lanza a la fortificación troyana a combatir solo para realizar alguna proeza y luego morir,
estaría ayudando a los Atridas. Concluye que tiene encontrar una solución que muestren a su
padre Telamón que no es un cobarde. A continuación, Tecmesa ruega a su esposo que no se quite
la vida porque de esa forma tanto su hijo como ella serían arrebatados por algún griego y vivirían
como esclavos. Áyax manda a llamar a su hijo Eurísaces y nombra como su protector a su hermano
por el lado del padre, Teucro.

Vuelve a aparecer Áyax diciendo que las palabras de su mujer lo habían ablandado, que había
abandonado la idea de suicidarse y que estaba dispuesto a respetar a los Atridas ya que al fin y al
cabo eran los jefes. Se va a purificar sus manchas a las praderas junto al mar y a enterrar la espada
que había ganado de Héctor porque “los dones de los enemigos no son tales y no aprovechan”.

El Coro festeja las palabras de su jefe. Llega un mensajero anunciando que Teucro había regresado
y había sido insultado por ser “el hermano del loco”. También dice que Calcas, el adivino, había
dicho a Teucro que si quería ver vivo a Áyax no lo dejara salir de la tienda. Cuenta que Áyax al
abandonar su tierra para dirigirse a la guerra, se había mostrado inconsciente a los consejos de su
padre que le decía: “Hijo, desea la victoria con la lanza, pero siempre con la ayuda de la divinidad.”
Él le respondía: “Yo, sin ellos (los dioses) estoy seguro de conseguir la fama.” El mensajero
también narra otra ocasión en que Atenea lo venía animando en la batalla pero él le contestaba:
“Señora, asiste a otros argivos, que por mi lado nunca flaquearé en la lucha.” Y concluye (el
mensajero): “Con estas palabras, se ganó la cólera hostil de la diosa”. Al oír estas noticias, tanto el
coro como Tecmesa se lamentan y deciden salir a buscar a Áyax.

Mientras, Áyax clava la espada de Héctor en tierra con la punta hacia arriba. Ruega a Zeus que
Teucro sea el primero en encontrarlo para poder recibir el entierro que corresponde. Invoca a las
Erinias para que los Artridas perezcan aniquilados por sus más queridos familiares. Se lanza sobre
la espada y muere, quedando oculto entre la maleza.

Entran el Coro y Tecmesa buscándolo, y es ella quien lo encuentra y lo cubre con un manto. Llega
Teucro y se lamenta. Llega Menelao y le ordena que no entierre al muerto porque era un traidor
que había querido matar a todos y no había sabido obedecer sus órdenes nunca. Teucro cuestiona
su autoridad sobre Áyax al ser ambos líderes pares de pueblos distintos que se habían embarcado
a la guerra. Siguen discutiendo hasta que Menelao opta por regresar. Teucro va a buscar un lugar
para enterrar a su hermano, pero antes insiste en que Eurísaces ponga la mano en el cuerpo de su
padre en actitud suplicante porque, de esa forma, nadie podría tocar el cuerpo sin ofender a Zeus,
dios de
los suplicantes.

Vuelve Teucro porque ve venir a Agamenón. El Atrida se queja de las palabras dichas a su hermano
por un “esclavo, hijo de esclava”. Discuten y se amenazan. Llega Odiseo y expone su opinión: dejar
sepultar a Áyax porque, a pesar de que era su enemigo, había sido el más valiente de ellos después
de Aquiles, y porque, si no, estarían deshonrando las leyes de los dioses. Además, Áyax era un
enemigo de noble raza. Agamenón cree que de esa forma aparecerían como cobardes pero Odiseo
responde que serían hombres justos. Agamenón opta por dejarlos hacer lo que quieran pero que
esa acción no sería considerada como suya sino de Odiseo. Agamenón se retira. Odiseo le dice a
Teucro que a partir de ese momento lo considera su amigo y que le gustaría participar en el
funeral de Áyax. Éste, sorprendido por su comportamiento, lo deja participar en lo que desee
menos en el entierro para evitar hacer algo enojoso para el muerto. El Corifeo cierra la tragedia
con estas palabras: “Ciertamente que a los mortales les es posible conocer muchas cosas al verlas.
Pero antes nadie es adivino de cómo serán las cosas futuras.”
Filoctetes

Oriundo de Tesalia y, particularmente, de la península de Magnesia. Hijo de Peante y Demonasa


(o Metone). En la epopeya homérica, Filoctetes es el custodio del arco y las flechas de Heracles.
Según la versión, las recibió del mismo Heracles, en compensación por encender su pira en el Eta.
Eso sí, Heracles le pidió a Filoctetes que no revelara el lugar de su muerte, y él juró no hacerlo.
Pero tiempo después, acosado por las interrogantes, Filoctetes subió al Eta y golpeó con el pie el
sitio donde se levantó la hoguera de Heracles. Así, aunque no pronunció palabra, Filoctetes
rompió su promesa. Fue castigado con una terrible herida en el pie, la que llegaría más adelante.

Filoctetes fue uno de los pretendientes de Helena, por lo que se unió a la expedición contra Troya.
Poseía siete naves con cincuenta arqueros cada una. Aun así, Filoctetes no llegó a Troya. En la
escala a Ténedos, mientras celebraba un sacrificio, una serpiente le mordió un pie. La herida se
infectó y comenzó a desprender un horrible hedor. Por esto, Ulises convenció al resto de los jefes
de abandonar al herido en la isla de Lemnos, cuando la flota pasaba por las cercanías. Filoctetes
vivió diez años allí, alimentándose de aves que cazaba con las flechas de Heracles. Sobre la herida
de Filoctetes y su abandono en la isla hay diferentes versiones. En la tragedia de Sófocles,
Filoctetes, explica que la herida no llegó en Ténedos, sino en Crisa, un islote que desapareció en el
siglo II de nuestros tiempos y donde había un altar de Filoctetes con la imagen de una serpiente de
bronce, a la manera de arco. La serpiente, escondida entre las hierbas, habría mordido al héroe
mientras él limpiaba el altar de Crisa, la divinidad que había dado nombre a la isla. Otra versión
explica que la herida no se produjo por una serpiente, sino que por una flecha envenenada de
Heracles. Filoctetes la habría dejado caer accidentalmente sobre su pie, dejando una herida
incurable. El accidente de esta versión se considera la venganza de Heracles por el juramento roto.

En otras versiones, el abandono de Filoctetes no se adjudica a la peste de su herida, sino a los


gritos de dolor, los cuales el herido era incapaz de reprimir. Tales gritos turbaban el orden de los
sacrificios, así que no hubo más alternativa que abandonarlo a su suerte. El rol de instigador y
perpetrador en este abandono suele caer en Ulises, pero en realidad fue Agamenón quien tomó la
decisión en nombre de todo el ejército. Otra historia cuenta que en realidad los griegos dejaron a
Filoctetes en la isla para curar sus heridas, pues había en Lemnos un culto de Hefesto que sabía
tratar heridas de serpiente. Y efectivamente, Filoctetes fue curado, volvió a la flota y llegó a Troya.
El médico responsable fue un tal Pilio, hijo de Hefesto. Filoctetes, en compensación por el
tratamiento, le enseñó a Pilio cómo usar el arco.

A pesar de todo, pasaron diez años sin que los griegos se apoderaran de Troya. Paris había muerto,
y Héleno, a quien negaron la mano de Helena, había sido capturado por los griegos. El prisionero
reveló al ejército que no se podía conquistar Troya a menos que usaran las flechas de Heracles. En
el pasado ya se había logrado de esta forma, y solo dichas flechas podían repetir la conquista.
Entonces Ulises partió como embajador a Lemnos, solo o —según Sófocles— acompañado por
Neoptólemo o —según Eurípides— por Diomedes. El objetivo: encontrar a Filoctetes y
convencerlo de volver a Troya. Sobre cómo Ulises logró su cometido, las leyendas vuelven a diferir.
En Eurípides, por ejemplo, Ulises y Diomedes roban las armas al héroe y así lo obligan a seguirlos.
Otra versión afirma que se le habla al herido de patriotismo o deber, o le prometen que al llegar a
Troya será curado por los hijos de Ascelepio, los médicos de las tropas griegas. Al llegar al campo
de batalla, Filoctetes fue curado por Macaón o Podalirio y pudo volver al combate. Se dice que, en
el proceso de curación, Apolo habría sumido a Filoctetes en un sueño profundo. Mientras tanto,
Macaón sondaba la herida, removía la carne muerta, lavaba la llaga con vino y finalmente aplicaba
una planta secreta que Ascelepio recibió del centauro Quirón. Así, Filoctetes es el primer ejemplo
de una cirugía con anestesia.

Muchas veces se afirma que Filoctetes mató a Paris, aunque esto contradecía muchas cosas de la
profecía de Héleno. Para solucionarlas, se decía que la profecía era de Calcante, no de Héleno, lo
que daba a entender que Filoctetes había llegado a Troya antes de la muerte de Paris.

Tras la conquista de Troya, Filoctetes volvió a su país de origen. Es uno de los héroes de La Odisea
con un regreso feliz y exitoso. Otras leyendas afirman que Filoctetes, en medio de sus aventuras,
habría fundado varias ciudades en Italia meridional, en la región de Crotona. Se le atribuía la
fundación de Petelia y Macala, donde entregó a Apolo las flechas de Heracles. Murió ayudando a
los rodios, que habían llegado al país comandados por Tlepólemo, y eran atacados por indígenas.
Electra (Sófocles)

La historia inicia cuando el Pedagogo, antiguo ayo del palacio en Argos, le muestra a Orestes lo
que hay allí, pues siendo él pequeño, Electra, su hermana mayor, se lo entregó por miedo a no ser
asesinado al igual que su padre, Agamenón, por Clitemestra (madre de Orestes, Electra y
Crisótemis) y Egisto (actual esposo de Clitemestra y rey en Argos). Oresetes fue enviado a Fócide
junto con Estrofio, sobrino de su padre, 20 años atrás y ahora está a punto de llevar a cabo la
venganza de su padre, ya que a través del oráculo pítico, Orestes debe planear la muerte justiciera
por su mano, sin escudo ni ejército. Orestes explica su plan de acción, el cual consiste en que el
Pedagogo tendrá que hacerse pasar por extranjero de Fócide y notificar en el palacio la muerte de
Orestes, de esta manera, con astucia y engaños, podrán asesinar a Clitemestra y Egisto; pero no
sin antes, presentar ofrendas a la tumba de su padre.

Electra se encuentra dentro del palacio lamentándose y exigiendo justicia por el asesinato de su
padre. El coro, conformado por doncellas del lugar, entra en escena durante sus lamentos e inicia
un largo diálogo lírico que representa la reflexión de Electra y queda resuelta su actitud de
fidelidad a su padre y la esperanza de venganza de Orestes.

Crisótemis, hermana menor de Electra, entra en escena y ambas comienzan a discutir, pues Electra
cree que Crisótemis está defraudando la memoria de su padre por carecer de ávidos deseos de
venganza, sin embargo, Crisótemis refleja prudencia y cordura en sus palabras. Ante una discusión
sin resolución alguna entre ambas, Crisótemis se retira de escena para presentar sus ofrendas a la
tumba de su padre.

Electra permanece en escena y el coro anuncia que Clitemestra ha tenido una visión nocturna que
predice que pronto será vengado el espíritu de Agamenón. Clitemestra entra en escena y sostiene
una fuerte discusión con Electra, pues ella se justifica al mencionar que Agamenón había
sacrificado a su hija ante los dioses y por ello debía de morir, sin embargo, Electra le recrimina su
deslealtad, asesinato y complot con Egisto (actual esposo de Clitemestra) para degollar a su padre
y apoderarse de Argos. Mientras ambas se recriminan, el pedagogo entra en escena, haciéndose
pasar por el extranjero de Fócide que anuncia la supuesta muerte de Orestes. Ante esta noticia,
Clitemestra se siente mucho más tranquila y confiada e invita al pedagogo a pasar al palacio.
Electra permanece desconsolada y frustrada ante su deseo de venganza.

Crisótemis entra en escena y le comenta a Electra que Orestes permanece vivo, pues encontró
otras ofrendas en la tumba de su padre, sin embargo, Electra le da la noticia y le pide que lleven a
cabo la venganza juntas. Crisótemis se niega a ayudarla y se retira de la escena.

Mientras Electra continúa lamentándose, Orestes entra en escena y tras ver su enorme pesar, le
confiesa quién es él y su plan justiciero. Electra se llena de dicha, pero sabe que debe disimular,
pues Egisto estaba por llegar al palacio. Orestes entra al palacio mientras Electra permanece
afuera esperando la llegada del traidor. Egisto sostiene un enfrentamiento verbal con Electra y se
burla de ella. Electra, por el contrario, le contesta de forma evasiva y lo envía al palacio. Egisto,
confiado, entra al palacio y se encuentra con la muerte, tanto suya, como de Clitemestra.
Las traquinias de Sófocles

Deianeira, la esposa de Heracles, se presenta en la obra diciéndole a su niñera sobre sus primeros
años y describiendo sus luchas para adaptarse a la vida matrimonial. Ella lamenta el hecho de que
el héroe Heracles está constantemente en una aventura mientras ella descuida vergonzosamente
a su familia y solo les hace visitas poco frecuentes. El coro de la obra, compuesto por un grupo de
mujeres jóvenes de la ciudad de Trachis (las «mujeres trakinesas» del título), se dirige
directamente a la audiencia y ayuda a preparar la escena (de acuerdo con las convenciones de la
tragedia griega antigua). ), pero también se involucra emocionalmente en la acción y con
frecuencia trata de dar consejos a Deianeira. Deianeira envía a su hijo Hyllus a buscar a Heracles
por consejo de su niñera y coro porque está preocupada por una profecía que ha escuchado sobre
Heracles y la isla de Eubea, donde se dice que está. Sin embargo, poco después de que Hilius se
vaya, aparece un mensajero con la noticia de que el victorioso Heracles ya regresa a casa.

Un heraldo llega con las esclavas que Heracles capturó recientemente durante su asedio a
Oechalia, incluida Iole, la hermosa hija del rey Eurytus. El heraldo inventa una razón para el asedio
de la ciudad por parte de Heracles, diciéndole a Deianeira que Heracles había jurado vengarse de
Eurito y su pueblo después de haber sido convertido en su esclavo. Deianeira descubre
rápidamente, sin embargo, que Heracles en realidad asedió la ciudad específicamente para
obtener a la joven Iole como concubina. Ella decide lanzarle un hechizo de amor y hace una túnica
impregnada con la sangre del centauro Nessus, quien una vez le dijo mientras moría que su sangre
impediría que Heracles amara. Está angustiada ante la idea de que su esposo se enamore de una
mujer más joven. cualquier cosa menos ella, una mujer.

Como Nessus le había aconsejado, envía al heraldo Lichas a Heracles con la túnica y le da
instrucciones estrictas de que no permita que nadie más la use mientras la mantiene en la
oscuridad hasta que él se la ponga. Pero cuando comienza a sentirse mal por el amuleto, descubre
que Nessus la había engañado con él porque cuando parte del material sobrante de la túnica se
expone a la luz solar, reacciona como ácido hirviendo. Afirmó que su sangre era un amuleto de
amor, derramado únicamente para vengarse de Heracles. Poco después, Hyllus aparece para
hacerle saber que su padre, Heracles, yacía en agonía como resultado de su regalo y mató a Lichas,
el destinatario del regalo, en su dolor y rabia.

Deianeira se suicida después de escuchar los comentarios mordaces de su hijo. Toda la patética
historia se le revela a Hyllus en ese momento, y se da cuenta de que en realidad no tenía la
intención de matar a Heracles. Le traen a un Heracles moribundo que sufre un dolor insoportable
y está furioso por lo que cree que fue el intento de asesinato de su esposa. Las profecías sobre la
muerte de Heracles, sin embargo, se han cumplido, ya que iba a ser asesinado por alguien que ya
estaba muerto (en concreto, el centauro Nessus), ya que Hyllus le revela la verdad. Cuando la obra
llega a su fin, Heracles algo arrepentido suplica por el fin de su sufrimiento y pide que su alma
encuentre su final en alegría. Hace una última solicitud, a la que Hilio (en contra de su buen juicio)
accede: que Hilio se case con Iole. Heracles es ejecutado al final de la obra al ser quemado en la
hoguera.
Edipo rey

La maldición sobre Tebas


El rey Edipo sale de su palacio en Tebas y se encuentra con una muchedumbre encabezada por un
sacerdote que le pide que remedie la plaga que pesa sobre Tebas como maldición divina, ya que,
desde que Edipo liberó a la ciudad de un monstruo, la Esfinge, tiene la fama de ser el mejor y más
brillante de los hombres y que por ello, además, es evidente que disfruta de la ayuda de los dioses.
Edipo replica que ya ha enviado a su cuñado Creonte al oráculo de Delfos para que averigüe cómo
puede eliminar la maldición. Poco después se presenta Creonte, quien recuenta que en Delfos
recibió la respuesta del dios Apolo a su clamor: la maldición que asola a Tebas y a su pueblo se
levantará tan pronto como el asesino de Layo, que todavía se encuentra en el país, sea localizado y
haya sido ejecutado o desterrado de Tebas. Layo fue el predecesor de Edipo en el trono real.

Cómo llegó Edipo a Tebas


El niño Edipo se crio como el heredero del trono del reino de Corinto. Un día, un corintio borracho
le dijo que probablemente no era el hijo biológico del rey Pólibo. En vista de que este y su esposa
Mérope le testimoniaron su gran amor, pero al mismo tiempo solo dieron respuestas evasivas a las
preguntas sobre su origen, Edipo viajó en secreto al oráculo de Delfos en busca de la verdad
acerca de su nacimiento y ascendencia. Pero en lugar de responder a la pregunta sobre su origen,
el oráculo le profetizó cosas terribles: será culpable de parricidio y de incesto con su madre.
Horrorizado, decidió no regresar más a Corinto para evitar así el cumplimiento de la profecía del
oráculo y, en cambio, viajó en dirección a Tebas. En el camino hacia allá, en una disputa sobre el
derecho de paso, mató a un viajero rico desconocido y a su acompañante. Solo un sirviente pudo
escapar de él.

“¡Oh hijos, descendencia joven del antiguo Cadmo! / ¿Por qué estáis aquí sentados en esta plaza /
en actitud suplicante adornados con ramas? / La ciudad está llena de incienso, a la vez que de
cantos de súplica y gemidos. / Hijos, puesto que no considero justo enterarme de esto / por
mensajeros, o por otros, he venido en persona, yo, / el llamado Edipo, famoso entre todos””.
Cuando Edipo llegó a Tebas, resolvió el acertijo que planteó la Esfinge y liberó a la ciudad del
terrorismo de esta bestia. En agradecimiento por la liberación, los tebanos convirtieron a Edipo en
el heredero del trono del rey Layo, que había sido asesinado recientemente. Edipo tomó como
esposa a su viuda Yocasta. Con el correr de los años, procreó cuatro hijos con ella. Ahora, de
repente, la ciudad parece estar bajo una maldición.

Pesquisa para descubrir al asesino


Puesto que, según el oráculo, solo el castigo del asesino de Layo puede anular la maldición, Edipo
empieza de inmediato la investigación correspondiente. El único sobreviviente del conflicto en el
que Layo encontró la muerte informó, en aquel entonces, que habían sido atacados por una banda
de ladrones numéricamente superior. Pero Creonte no había podido seguir el asunto debido a las
dificultades causadas por la Esfinge. Edipo se dirige al coro –que representa a los más ancianos de
los tebanos– y les pide su ayuda para aclarar el regicidio. El coro implora ayuda a los dioses para la
condenación del perpetrador. Edipo le promete al asesino que, si se entrega, lo dejará vivir y solo
lo enviará al exilio, mientras que amenaza con castigar a quien aloje al asesino o mantenga trato
con él, y maldice al propio asesino si no se entrega. Se compromete a hacer todo lo que esté a su
alcance para que la investigación tenga éxito.

“¡Ea, oh el mejor de los mortales! ¡Endereza la ciudad! / ¡Ea! Ayuda y protégete, porque esta tierra
ahora / te elogia como su salvador por lo que lograste antaño””.
El corifeo propone que consulten al vidente ciego Tiresias, ya que él conoce la voluntad de los
dioses. Edipo contesta que, por consejo de Creonte, ya había mandado llamar al vidente. Pero
cuando este llega, al principio se niega a revelar sus conocimientos. Insinúa que así sería mejor
para Edipo. Solo cuando Edipo lo acusa de complicidad en el asesinato de Layo, Tiresias rompe su
silencio: revela que nadie más que el propio Edipo es el perpetrador al que buscan.

“Hablas con razón. Pero ningún hombre podría / obligar a los dioses a algo que no quieran””.
Edipo rechaza esta acusación como una provocación. Tiresias le dice, además, que vive en incesto
con Yocasta. En consecuencia, Edipo sospecha de una conspiración de Creonte para derrocarlo.
Pone en duda el don visionario de Tiresias: después de todo, a pesar de sus habilidades, Tiresias no
había logrado liberar a la ciudad de la Esfinge, sino que fue él mismo, Edipo, quien lo había
conseguido. Tiresias responde a Edipo que es él quien está verdaderamente ciego y le pronostica
un amargo final. El vidente se va y deja la profecía de que el asesino de Layo es alguien nacido en
Tebas, que es culpable de parricidio e incesto y que eso se revelará ese mismo día. Pero incluso el
coro no le da crédito; después de todo, Edipo liberó a los ciudadanos de la Esfinge y se aferran a él
en tanto no se pruebe claramente su culpabilidad. Además, no pueden imaginar cómo un hombre
con tanta inteligencia y virtud, como lo es Edipo, podría ser condenado por semejante atrocidad.

La verdad sale poco a poco a la luz


Creonte se defiende de la acusación de haber fraguado una intriga en contra de Edipo. Mientras
tanto, Edipo piensa que es extraño que Layo lleve tantos años muerto y que ahora sea acusado
repentinamente de su muerte por el vidente. Además, habían consultado al vidente por consejo
de Creonte. Creonte responde que, como cuñado del rey, había tenido bastante poder e influencia
sin tener que cargar con el lastre del puesto del rey. No sabía por qué tenían que acusarlo de
planes más ambiciosos. El tiempo demostrará quién es inocente. Pero Edipo se mantiene en sus
acusaciones.

“¡Ay, ay! ¡Qué malo es saber cuando eso no es provechoso / para el que sabe! Yo lo sabía bien,
pero / lo olvidé. De lo contrario, no habría venido aquí””.
Entonces, aparece Yocasta para mediar en el pleito entre su esposo y su hermano. Tanto ella como
el coro le piden a Edipo que cese su ataque contra Creonte. Pero Yocasta también quiere saber
qué provocó toda la disputa. Edipo le relata la acusación del vidente y sus sospechas sobre
Creonte. A lo cual Yocasta le asegura que el arte de la profecía humana no es confiable. Le admite
que también a su anterior esposo Layo le habían profetizado que lo mataría su hijo; en cambio, lo
habían matado unos ladrones en un cruce de caminos. Añade que el hijo, al que la pareja real
había abandonado en aquel entonces por temor al oráculo, de todos modos no habría podido
sobrevivir con los pies atravesados y atados. Así evitaron que fuera parricida.

“Yo no quiero afligirme a mí mismo ni a ti. ¿Por qué / indagas en vano? Por mí no te enterarás””.
Cuando Edipo se entera de la muerte de Layo en un cruce de caminos, lo invade un extraño
presentimiento. Le pregunta a Yocasta por el lugar del hecho, el aspecto de Layo y el número de
sus acompañantes. Con cada respuesta, Edipo suspira profundamente. Le cuenta a Yocasta de sus
dudas sobre su origen, de su viaje a Delfos y también de la disputa mortal por el derecho de paso.
Edipo empieza a ver claro la realidad: él mismo es el asesino de Layo. Ahora quiere irse de Tebas,
pero no desea regresar a Corinto, para no convertirse ahí en el asesino de su padre y el esposo de
su madre. Pero Yocasta tranquiliza a Edipo: el criado, que en ese entonces escapó del conflicto,
habló frente a la ciudad reunida de una banda completa de ladrones que había atacado a los
viajeros. Una vez más surge en Edipo la esperanza de que el asesinato de Layo y su propia pelea en
el cruce de caminos sean dos sucesos diferentes.

“Después de esto, solo ultraja a Creonte, lanza a mi boca / inmundicias: ningún mortal será
aniquilado peor que tú””.
Yocasta quiere dar por satisfecha la investigación, pero Edipo insiste en mandar llamar a ese
sirviente. Por propio deseo, a ese sirviente lo habían empleado como pastor muy lejos de la ciudad
después de que Edipo sucediera a Layo. Entonces aparece otra vez el coro, que habla en defensa
de la omnipotencia de los dioses: con toda seguridad, un criminal no podría escapar de su justo
castigo. En caso contrario, sería inútil servir a los dioses. Si la predicción de los dioses hecha a
través del oráculo con respecto a Layo no se cumpliera, eso significaría una desgraciada pérdida de
poder para los dioses.

Mensaje de Corinto
Se presenta un mensajero de Corinto y le anuncia a Edipo que los corintios quieren designarlo rey,
ya que su padre Pólibo ha muerto a causa de su vejez. Yocasta está encantada, porque ahora
Edipo ya no tiene que temer el parricidio profetizado. En general, piensa, las predicciones de los
videntes resultarían cada vez más engañosas y sin sentido. Pero Edipo aun teme que, en Corinto,
al menos pueda perpetrar incesto con su madre Mérope. El mensajero de Corinto le explica que él
no es hijo biológico de la pareja real. Relata que fue él mismo quien, en ese entonces, llevó al bebé
Edipo con la pareja sin hijos. Al niño se lo había dado un pastor, un criado de Layo. Según se
comprobó, se trata del mismo pastor al que Edipo había mandado llamar y que fue el único que
sobrevivió a la lucha en la que Layo perdió la vida. Yocasta le implora a Edipo que no prosiga con el
asunto; pero él insiste en traer claridad sobre su origen y ella entra apurada al palacio. El coro
expresa la esperanza de que el origen de Edipo sea noble, incluso quizá divino.

Resolución del enigma


Entonces traen al pastor tebano, el antiguo criado de Layo. Si bien reconoce al mensajero corintio,
al principio quiere evitar que este cuente la vieja historia sobre el bebé. Después de muchos
ruegos y bajo amenazas, relata lo que aconteció en ese entonces: el oráculo de Delfos le había
profetizado a Layo que un día sería asesinado por su propio hijo. La propia reina Yocasta le había
entregado a su hijo recién nacido al criado para que lo abandonara. Los tobillos del niño habían
sido perforados y le habían atado los pies. La madre quería enviar a su propio hijo a la ruina,
porque esperaba evitar así el parricidio profetizado. El criado compasivo le entregó al niño a un
pastor de Corinto porque creía que la fatal profecía no podría cumplirse debido a la gran distancia.
Edipo reconoce ahora las relaciones: en realidad, él había matado a su padre Layo y había tomado
por esposa a su madre Yocasta. El coro lamenta el destino de Edipo, representativo de la suerte de
todas las personas: todos los que agradecen su suerte viven en una ilusión, de la cual algún día
tendrán un duro despertar.

El escalofriante final
Un criado informa lo sucedido en el palacio real de Tebas después de estas revelaciones: Yocasta
se suicidó. Corrió hacia el palacio, desesperada y tirando de sus cabellos se dirigió hacia el
dormitorio y cerró la puerta tras de sí. Ahí, le reclamó su destino al difunto Layo. Después, Edipo
entró en el palacio con gran agitación, exigió una espada y preguntó por Yocasta. Ninguno de los
hombres quiso darle información, pero los dioses deben haberle mostrado el camino.
Impetuosamente abrió la doble puerta del dormitorio y allí encontró a Yocasta, ahorcada. Con un
fuerte grito, soltó a la mujer de la cuerda y la tendió en el suelo. Después tomó los broches de oro
de su túnica y se sacó los ojos con ellos. Gritó que sus ojos ya no podían ver el mal que se había
cernido sobre él y que él mismo había causado. Una y otra vez se picó los ojos hasta que la sangre
le corría a raudales por la barba. Edipo y Yocasta fueron alguna vez realmente felices, comenta el
criado, pero ahora solo les ha quedado la deshonra y el sufrimiento.

“Es evidente que en el odio cedes; pero será difícil para ti / cuando pase la ira: las naturalezas
como la tuya / son, con razón, a las que más les duele soportarse a sí mismas””.
El ciego Edipo es conducido fuera del palacio. Acatando su propio veredicto sobre el asesino de
Layo, Edipo exige ahora que lo expulsen de Tebas. El coro se lamenta al ver a Edipo que se había
infligido sufrimiento adicional cegándose a sí mismo. Edipo insiste en que no tenía otra opción y
preferiría también ser sordo. Cuando aparece Creonte, que mientras tanto se ha apoderado del
gobierno de Tebas, Edipo le pide que lo destierre del país. Pero Creonte quiere esperar primero el
veredicto del dios Apolo. Edipo le pide que cuide a sus dos hijas, Antígona e Ismene; sus hijos
podrían cuidarse a sí mismos, pues son hombres. Cuando Creonte le lleva a las niñas, Edipo las
abraza y lamenta su destino deshonroso, antes de que las conduzcan de regreso a casa.

“¡Ay de mí! Parece que acabo de implicarme a mí mismo, / sin saberlo, en terribles maldiciones””.
El coro advierte que se reflexione sobre el destino de Edipo, quien pudo resolver el enigma de la
Esfinge, obtuvo mucho poder, fue envidiado por todos y ahora ha tenido que sufrir semejante
desgracia. Ningún mortal debería considerarse dichoso hasta que llegue al final su vida sin haber
sufrido.
Edipo en colono

La obra comienza con Edipo y su hija Antígona llegando a Colono, un pequeño pueblo cerca de
Atenas. Edipo está cansado, ciego y en busca de un lugar donde morir en paz. Al llegar, se
encuentran con un hombre local que les advierte que están en un lugar sagrado y deben
abandonarlo. Edipo insiste en quedarse y pide hablar con Teseo, el rey de Atenas.

Mientras esperan a Teseo, Ismene, la otra hija de Edipo, llega con noticias desde Tebas. Explica
que su hermano Polinices está luchando con su hermano Eteocles por el trono de Tebas, y que
ambos hermanos quieren reclutar a Edipo para su causa. Además, Ismene revela que el oráculo de
Delfos ha profetizado que el lugar donde descanse Edipo después de su muerte será bendecido.
Edipo, sin embargo, sigue determinado a no regresar a Tebas.

Cuando Teseo llega, Edipo le pide asilo en Colono, a cambio de bendiciones para Atenas. Teseo
acepta y promete proteger a Edipo y a sus hijas. Mientras tanto, un mensajero llega de Tebas y
anuncia que Creonte, el cuñado de Edipo, ha secuestrado a Ismene y planea tomar a Antígona
también. Teseo interviene y rescata a las hijas de Edipo, confrontando a Creonte y asegurándose
de que no vuelva a intentar secuestrarlas.

Después, Polinices llega a Colono para rogarle a Edipo que lo apoye en la guerra contra Eteocles. A
pesar de las súplicas de Antígona, Edipo se niega a ayudar a Polinices y lo maldice, profetizando
que los dos hermanos se matarán el uno al otro en la batalla. Polinices acepta su destino y se va a
enfrentar a su hermano en la guerra.

Finalmente, llega el momento de la muerte de Edipo.

La muerte de Edipo
La muerte de Edipo es un evento que tiene lugar fuera de la escena, como era común en las
tragedias griegas. Edipo y su hija Antígona, que lo ha acompañado durante su exilio, llegan a
Colono, una aldea cerca de Atenas, donde buscan asilo. A lo largo de la obra, varios personajes
intentan persuadir a Edipo para que vuelva a Tebas o se una a otra ciudad, ya que su presencia y
su muerte están profetizadas para traer bendiciones divinas a la tierra en la que finalmente
descanse.

La muerte de Edipo en Edipo en Colono es simbólica y marca el fin de su vida trágica y tortuosa. Su
muerte es también un acto de redención, ya que su sacrificio traerá bendiciones a la tierra en la
que ha encontrado refugio. La obra explora temas como el destino, la justicia y la relación entre
los dioses y los mortales.

Final
Al final de la obra, Edipo es guiado por un misterioso personaje, que algunos interpretan como
Teseo (rey de Atenas) o como un ser divino, hacia su lugar de descanso final. Edipo desaparece en
una grieta en la tierra, lo que sugiere que ha sido llevado al inframundo o ha sido elevado a un
estado divino.
Antigona

Después de que el Rey Edipo fue exiliado de la ciudad de Tebas cuando se enteró de que había
cometido incesto y parricidio, su hijo menor Etéocles alegó que el reino le pertenecía a él,
enviando al exilio a su hermano mayor Polinices. Polinices luego atacó Tebas con un ejército
masivo, pero ninguno de los hijos ganó porque se mataron mutuamente en la batalla. El nuevo rey
tebano, Creonte, declara que Etéocles será enterrado y se le brindarán los honores de un héroe,
mientras que el cadáver de Polinices será arrojado lejos para que se pudra y sea comido por los
perros, la pena por tratar de enterrar el cuerpo es la muerte. Al enterarse de estas noticias, una
enojada Antígona insiste en que el cuerpo de su hermano debe ser enterrado para que su espíritu
pueda descansar en paz, a pesar de los prudentes consejos de su hermana menor, Ismene.

Antígona va al campo de batalla en frente de Tebas, vierte arena sobre el cadáver de Polinices y
realiza los ritos funerarios. Ella se deja capturar después de salir de su escondite cuando algunos
guardias intentan limpiar el polvo, y una desafiante Antígona es llevada ante Creonte. Sorprendido
de que una mujer se atreviera a desobedecer sus órdenes, él encarcela tanto a Antígona como a
Ismene, en calidad de cómplice, declarando que serían ejecutadas. Poco después, el hijo de
Creonte, Hemón, aboga por la liberación de Antígona, porque él está comprometido para casarse
con ella, aunque su arrogante padre se burla de él, haciendo caso omiso de sus preocupaciones.
Un enojado Hemón huye, herido porque su padre lo ha tratado de esa manera.

Luego Creonte cambia de opinión repentinamente, decidiendo ejecutar solamente a Antígona, ya


que es evidente la inocencia de Ismene, y la hermana mayor es enviada a las afueras de Tebas
para que muera de hambre en una cueva. Mientras Antígona está sufriendo esta lamentable
situación, el profeta ciego Tiresias le advierte a Creonte que los dioses están muy enojados porque
le ha negado el entierro a Polinices, ya que los mismos perros y los pájaros que comen su carne se
utilizan posteriormente para sacrificios. Como resultado de ello, el hijo de Creonte pronto morirá
como castigo, le vaticina. Burlándose de Tiresias, Creonte no escucha este consejo, indicando que
Tiresias solo quiere asustarlo. Sin embargo, finalmente acepta enterrar al hombre asesinado luego
que el Coro de ciudadanos tebanos le recuerda que Tiresias nunca se ha equivocado en nada.

Ahora, preocupado por su hijo, Creonte limpia el cadáver de Polinices, realiza los ritos funerarios, y
crema los restos del cadáver. Luego va a liberar a Antígona de la cueva donde está encarcelada,
pero es demasiado tarde para evitar la tragedia: ella se ha ahorcado con una cuerda, y Hemón está
llorando debajo de ella. Después de intentar atacar a Creonte, Hemón se apuñala a sí mismo y
muere sosteniendo el cuerpo de Antígona en sus brazos. Creonte, completamente destrozado,
vuelve a palacio, donde se entera que su esposa Eurídice también se ha suicidado después de
conocer sobre la muerte de su hijo. Creonte es llevado lejos por sus ciudadanos, lamentándose y
deseando que se le libere del sufrimiento que sólo la muerte puede darle. La historia de Antígona
se centra en el papel del gobernante en una ciudad, brindando un modelo para todos de las malas
cualidades que un rey no debe tener, a fin de no ser castigados terriblemente como Creonte lo fue
al final. Además, los dioses siempre deben ser respetados por todos.

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