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200 años de Marx, nuestro

joven contemporáneo
¿Por qué Marx es apenas un joven de 200 años?

Guillermo Iturbide

Sábado 5 de mayo de 2018






Su visión de la sociedad y de la historia

“Para producir, los hombres contraen determinados vínculos y


relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo a
través de ellos, es cómo se relacionan con la naturaleza y cómo se
efectúa la producción. Estas relaciones sociales que contraen los
productores entre sí, las condiciones en que intercambian sus
actividades y toman parte en el proceso conjunto de la producción
variarán, naturalmente según el carácter de los medios de
producción” (Marx, Trabajo asalariado y capital, 1849).

Esta es la definición básica del concepto de clase social en Marx que


fue un adelanto científico enorme, ya que permitió desenredar la
madeja del problema de las relaciones humanas durante el siglo XIX,
cuando las ciencias sociales recién estaban naciendo.

De allí que “el conjunto de estas relaciones de producción forma la


estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se
levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de
la vida material condiciona el proceso de la vida social política y
espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que
determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que
determina su conciencia”. (Marx. Contribución a la crítica de la
economía política, 1859). Estas distintas condiciones materiales de
existencia determinan relativamente el comportamiento de estos
distintos agrupamientos, las clases sociales. Sin embargo, esta relación
no es automática. Es decir, la situación social de las clases,
particularmente del proletariado, no hace que mecánicamente haya
una correspondencia inmediata entre sus privaciones materiales y la
conciencia que tienen de ello. “Las ideas de la clase dominante son
las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la
clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al
mismo tiempo, su poder espiritual dominante (…) lo que hace que se
le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes
carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”
(Marx y Engels, Tesis sobre Feuerbach, 1845). Su misma situación de
clase dominada, despojada de la propiedad sobre los medios de
subsistencia, condiciona su toma de conciencia de su situación: “La
conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el
ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la
ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en
una cámara oscura, este fenómeno responde a su proceso histórico de
vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina
responde a su proceso de vida directamente físico” (Marx y Engels,
La ideología alemana, 1845).

Su teoría de las clases hoy en día sigue siendo tan revolucionaria


como antes, ya que en el discurso del sentido común se busca
constantemente negarla de manera de considerar a las clases sociales
como grupos según sus ingresos, abstraídas de toda relación material y
de su relación con respecto a la propiedad de los medios de
producción. Entonces las 24 hs. del día nos bombardean con los
conceptos de “clase alta”, “clase media” y “clase baja”. Los medios de
comunicación en manos de la burguesía buscan reforzar el “poder
espiritual dominante” de esta clase a través del “sentido común”. Por
ejemplo, una parte importante de este es la idea típicamente
periodística de que casi toda la sociedad está dentro de la “clase
media”, concepto dentro del cual pretenden diluir a la verdadera
inmensa mayoría de la sociedad, el proletariado, junto con la
pequeñoburguesía e incluso con los “pequeños empresarios”. Es que
el imaginario social de la pequeñoburguesía, sus aspiraciones y
visiones de sí misma, por su situación de clase intermedia,
frecuentemente ha sido utilizado como un vehículo de la ideología
burguesa hacia la clase trabajadora.

La “ciudadanización”, un discurso mundial de la política capitalista,


que en Argentina es fomentada como una “ideología de la derrota” de
la insurgencia obrera de los ’70 e impulsada tanto desde el peronismo
como desde el republicanismo-macrismo (con su variante de
“meritocracia”, haciendo hincapié en el esfuerzo puramente
individual, separado de todo proyecto colectivo) es el nombre de
fantasía de la “clasemediatización” de la política, del abandono de
toda interpelación de clase, incluso por parte de partidos que
anteriormente supieron tener cierto discurso “obrerista”, como la
socialdemocracia europea o aquí el peronismo. Algo nada inocente,
teniendo en cuenta a la clase obrera y sus poderosas organizaciones
como el verdadero “hecho maldito” de nuestra historia nacional, pero
que también fue pensado desde la época del boom de la industria
cultural de masas, a mediados del siglo XX, cuando la clase
trabajadora venía de protagonizar enormes revoluciones y combates.

Hoy en día, lejos del fin del proletariado, tan mentado en los ’90,
estamos ante una extensión inédita en la historia de las condiciones
que según Marx caracterizaban al proletariado. El conflicto entre
clases está fundado en la división del excedente social, y constituye el
antagonismo fundamental en toda clase:

“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una


historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos,
barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra,
opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una
lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en
una lucha que conduce en cada etapa a la transformación
revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas
clases beligerantes” (Marx y Engels, Manifiesto Comunista, 1847).

Las injurias de la sociedad de clases y las opresiones

Marx no solo se dedicó a estudiar la explotación de la clase obrera


sino también sus consecuencias derivadas y asociadas, como las
distintas formas de opresión. Entre sus primeros escritos, por ejemplo,
se encuentra un estudio sobre el problema de la opresión a los judíos
(Sobre la cuestión judía, 1843), donde discute contra aquellos que
postulan el fin de dicha opresión por medio de la “emancipación
política”, en la simple conquista de derechos y avances parciales,
contra lo cual Marx opone la “emancipación social” y eleva la lucha
contra el antisemitismo a una pelea de conjunto contra el Estado y por
el objetivo del comunismo, algo que resuena hoy como método para
plantearse, por ejemplo, cómo luchar por una sociedad que envíe el
patriarcado y la opresión de la mujer al basurero de la historia. Por
cierto, en un breve escrito llamado “Sobre el suicidio” también se
dedica a estudiar las causas sociales que se encuentran detrás de él y,
por la recurrencia de una serie de casos de mujeres, realiza un estudio
pionero sobre las dobles cadenas que impone la sociedad de clases a
las mujeres.
En sus escritos sobre las revoluciones de mediados del siglo XIX,
Marx (junto a Engels) también se ocupa de las demandas
democráticas, como los movimientos de emancipación nacional de
distintos pueblos de Europa.

Comunismo o por qué todavía estamos en la prehistoria

Sin embargo, el propio Marx no consideraba que su teoría sobre las


clases fuese su principal aporte a la teoría del comunismo: “Mucho
antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el
desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas
burgueses la anatomía de estas. Lo que yo he aportado de nuevo ha
sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a
determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que
la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del
proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el
tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad
sin clases”. (Carta de Marx a J. Weydemeyer, 5/3/1852).

En las formulaciones originales como desarrolladas sobre estos temas


en torno a las revoluciones de 1848, que se encuentran
en “Revolución”, el libro que recientemente hemos publicado desde
Ediciones IPS, ellos tenemos la fundamentación de la clase obrera
como sujeto político revolucionario y cómo este se puede ubicar a la
vanguardia de los movimientos peleando por las libertades
democráticas y al mismo tiempo por reivindicaciones que van más
allá, cuestionando la propiedad privada. Al mismo tiempo, que se une
a otras capas sociales en función de las reivindicaciones democráticas,
no se diluye en ellas y se organiza en forma independiente en la
perspectiva de llevar la revolución hasta el final y hacerla
“permanente”: “Este socialismo es la declaración de la revolución
permanente (...) como punto necesario de transición para la
supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de
todas las relaciones de producción en que estas descansan, para la
supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas
relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que
brotan de estas relaciones sociales”.
Marx fue el teórico definitivo del comunismo. Es decir, de una
sociedad sin Estado -entendiéndolo como órgano de dominación- y sin
clases sociales, libre de toda explotación y opresión. Fue el que por
primera vez le dio bases científicas a este proyecto, no derivando una
sociedad superior de un plan utópico ideal a implantarse, creado en la
cabeza de ciertos hombres redentores, sino de las profundas premisas
y contradicciones del propio capitalismo.

El comunismo es exactamente lo opuesto al estalinismo y los Estados


policiales y carcelarios, sin libertades, que instauró y que pretendieron
hablar en nombre de Marx, para luego desaparecer ignominiosamente.

Tras su aparición, el capitalismo naciente ya mostraba la tendencia a


reducir el tiempo de trabajo necesario para producir mercancías. En la
actualidad, casi tres siglos después, el avance sin igual en la historia
de las nuevas tecnologías de la informática y la robótica, la
inteligencia artificial y todo lo que promueve la productividad del
trabajo, permitiría acabar definitivamente con la miseria y la pobreza
en el mundo. Pero este cambio social de raíz se puede dar solo a
condición de reorganizar la sociedad en base a las necesidades
sociales y no en base a las ganancias de los capitalistas.

La transición hacia el comunismo, para Marx, pasaba también por la


drástica reducción de la jornada laboral y el aumento considerable del
tiempo libre, aquel que verdaderamente permite no solo la
participación masiva de los trabajadores en los asuntos públicos, sino
también el ocio creativo dedicado a la ciencia y la cultura, para que las
capacidades humanas puedan desplegarse multiplicando las
potencialidades de hombres y mujeres: la superación del carácter
alienado del trabajo humano en una sociedad de clases, así el trabajo
podrá ser por primera vez una actividad verdaderamente productiva y
la autorrealización del ser humano, reconciliándolo con el arte.
Si bien la moda de “El fin de la historia” de los ´90 ha pasado
rápidamente “al basurero de la historia”, algunos teóricos desde
posiciones nacionalistas y escépticas plantean que no es posible
superar el umbral del capitalismo o que hay que conformarse con un
capitalismo “más humanizado”. Dicen también que “es más fácil
pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

Sin embargo, las terribles penurias que genera el capitalismo hacia las
grandes mayorías, la tendencia a la destrucción del planeta, la crisis
económica que avanza, la decadencia de valores y la ausencia de
cualquier perspectiva de mejora de la vida a futuro, son algunas de las
causas que brindan y retroalimentan al comunismo como proyecto de
emancipación. Como planteaba Marx, como “movimiento real que
anula y supera el estado de cosas actual” para conquistar una sociedad
de “productores libres asociados”. Una sociedad verdaderamente libre
y liberada donde comience verdaderamente la historia, saliendo de
esta “prehistoria” que es el capitalismo, para desarrollar plenamente al
ser humano sin ningún límite infranqueable.

***

Marx dijo en su momento que “Hasta hoy, los filósofos no han hecho
más que interpretar de diversos modos el mundo. Sin embargo, de lo
que se trata es de transformarlo”. El punto más atacado de Marx fue
su búsqueda de trascender el comunismo como un “ideal” al que
ajustar al mundo, para encarnarlo en “el movimiento real que suprime
el estado actual de cosas”, su toma de partido, la fundación ni más ni
menos que de la primera Internacional de trabajadores y del marxismo
como corriente militante organizada. Sus críticos de hoy tal vez
estarían hasta dispuestos a perdonarlo si se hubiera mantenido en
calidad de “interpretador del mundo”. Por eso hoy golpearía la mesa y
se enojaría con quienes pretenden que su obra terminó en la tumba del
cementerio de Highgate, y seguramente suscribiría las palabras de
Jean-Paul Sartre, quien dijo alguna vez que su teoría está aún en su
infancia, que sigue siendo la filosofía de nuestro tiempo porque no
hemos trascendido las circunstancias que la engendraron.

Por eso seguramente hoy Marx aparezca en el Soho a festejar su


cumpleaños, como quería Howard Zinn, pero también entre los
obreros de la zona norte del Gran Buenos Aires que empiezan a pensar
en una vida y un mundo distintos más allá de dejar el cuerpo y la vida
en las fábricas; entre los ceramistas de Zanon en Neuquén; entre los
ferroviarios y los estudiantes universitarios de París; en Río de Janeiro
enfrentando las bandas mafiosas policiales del gobierno golpista; entre
las mujeres de todo el mundo que en las calles se empiezan a ver
como feministas y socialistas de la clase trabajadora; seguramente
gracias a las redes sociales, como hacemos nosotros, como hace él,
que al fin y al cabo es simplemente otro contemporáneo nuestro.

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