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Maggie Shayne

SERIE ALAS DE LA NOCHE, 12

EL PRÍNCIPE DEL
CREPÚSCULO
ÍNDICE

Prólogo............................................................................... 3
Capítulo 1........................................................................... 9
Capítulo 2......................................................................... 21
Capítulo 3......................................................................... 29
Capítulo 4......................................................................... 39
Capítulo 5......................................................................... 49
Capítulo 6......................................................................... 55
Capítulo 7......................................................................... 64
Capítulo 8......................................................................... 68
Capítulo 9......................................................................... 79
Capítulo 10....................................................................... 87
Capítulo 11....................................................................... 96
Capítulo 12..................................................................... 102
Capítulo 13...................................................................... 111
Capítulo 14...................................................................... 117
Capítulo 15...................................................................... 128
Capítulo 16...................................................................... 145

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA......................................................... 155


MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Prólogo

Siglo XV
Rumania

—Tenemos que enterrarla, hijo mío.


Vlad permanecía de pie en la pequeña capilla de piedra al lado de su recién
fallecida esposa. La piel de Elisabeta estaba fría como el féretro de piedra sobre el que
yacía. Iba ataviada con el vestido de novia verde pálido que los criados lograron
encontrar para ella el día de su precipitada boda. La falda caía a ambos lados de la losa
pétrea, envolviéndola en un aura de indescriptible belleza. Los cabellos, pálidos como
la plata hilada e interminablemente largos, se desparramaban alrededor de su cabeza
como una almohada de nubes.
—Hijo mío...
Esta vez la voz del anciano sacerdote fue acompañada de su mano, que sujetó el
hombro de Vlad.
Vlad se volvió hacia el hombre como si le quemara.
—¡No! —exclamó conteniendo la rabia a duras penas—. No quiero que la
entierren. Todavía no. No lo permitiré.
Un destello de temor se unió a la compasión en los ojos del anciano. Todavía no.
—Sé que es muy duro, lo sé, pero Elisabeta merece descansar en paz.
—He dicho que no —repitió Vlad, la voz cansada, el corazón muerto.
Vlad dio la espalda al sacerdote y concentró su atención en lo que debía, en ella,
en su amada esposa. El tiempo compartido había sido demasiado breve. Una noche
después de las nupcias y parte de la segunda, hasta que a él lo llamaron de nuevo a
defender su país del invasor enemigo. No era suficiente.
El sacerdote continuaba allí.
—Marchaos si no queréis que desenvaine la espada y os descuartice.
Las palabras de Vlad fueron apenas un susurro ronco pero tan cargadas de
amenaza que el clérigo dio un breve respingo.
—Mandaré a vuestro padre. Quizá él pueda...
Vlad volvió la cabeza para dirigirle una fulminante mirada de advertencia.
—Me voy, mi señor —dijo el sacerdote, y con una ligera reverencia se retiró de
espaldas por las puertas de la capilla.
Vlad respiró aliviado cuando las puertas volvieron a cerrarse, dejándolo sólo con
su amada y su dolor. Se inclinó sobre el cuerpo de Elisabeta, apoyó la cabeza en su
pecho y dejó que sus lágrimas empaparan el vestido verde.
—¿Por qué, amor mío? ¿Por qué lo has hecho? ¿No merecía nuestro amor

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soportar el dolor de un día? Te dije que volvería. ¿Por qué no pudiste creerme?
Un suave crujido acompañado de la brisa nocturna y el carraspeo de un anciano
le avisaron de que no estaba solo. Vlad se obligó a incorporarse y mirar a su padre.
No era su verdadero padre, pero el hombre había llegado a ser para él tan padre como
cualquiera, desde Utnapishtim.
El anciano rey estaba pálido y tembloroso. Había perdido a una nuera a la que
estuvo a punto de amar, y durante tres días creyó que también había perdido a su hijo.
El rey cruzó la capilla con pasos lentos e inseguros, rodeó con sus frágiles brazos
los hombros de Vlad y lo abrazó con fuerza, con toda la fuerza que le permitía su
debilitado cuerpo.
—Vivo —murmuró—. Por todos los dioses, hijo mío, estás vivo.
Vlad cerró los ojos y abrazó a su padre a su vez.
—Vivo, padre, pero en este momento no contento por estarlo —dijo Vlad
mirando de nuevo a su amada.
Su padre también lo hizo. Soltó a Vlad y se acercó al féretro.
—No sabes cuánto me apena verte sufriendo así, y cuánto más ser testigo de la
pérdida de una joven preciosa como Elisabeta.
—Lo sé.
—Tu amiga, la mujer extranjera, ¿te ha contado algo?
Vlad asintió.
—Rhiannon es una vieja amiga. Y muy querida. Me ha dicho que vino a
visitarnos y felicitarnos justo después de ser yo llamado a defender nuestras fronteras.
—Cierto. Le dimos alojamiento. Muy exigente es, por cierto, y creo que no tenía
una opinión muy favorable de la novia que habías elegido. ¿Acaso los dos...?
—Éramos lo más amigos que dos personas pueden ser —dijo Vlad—, pero sin
compromiso. No podía estar celosa.
—Dijo que la princesa era... ¿cuál fue la palabra que usó? Ah, sí, una quejica —le
contó el anciano rey—. Y se lo dijo a la cara.
Vlad asintió, sin dudarlo ni un momento.
—Cuando llegó la nueva de que habías muerto en el campo de batalla, la pobre
Elisabeta se encerró en la habitación de la torre. Ordené a mis hombres que echaran la
puerta abajo hasta que...
—Lo sé, padre. Sé que hicisteis todo lo que estuvo en vuestras manos.
El rey bajó la cabeza, quizá para ocultar las lágrimas que nublaron los ojos
azules.
—Dime qué puedo hacer para aliviar tu dolor.
Vlad lo pensó, concentrándose intensamente. Rhiannon no era una mujer
cualquiera, sino una antigua sacerdotisa de Isis e hija de Faraón, experta en las artes
ocultas. Ella le había asegurado que en el futuro volvería a reunirse con Elisabeta.
Quinientos años más tarde, en caso de que ella viviera tanto tiempo. Lo que no le
prometió fue que Elisabeta fuera después de tanto tiempo la misma mujer que amó y
perdió, ni que ella pudiera recordarlo y amarlo de nuevo.
—Hay algo que puedo hacer por ti —dijo el rey—. Lo veo en tus ojos. Habla,

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hijo mío, y se hará, sea lo que sea.


Vlad miró a su padre a los ojos y sintió su amor. Amor verdadero, aunque el rey no
era su verdadero padre.
—No puedo permitir que la entierren. Todavía no. Necesito que enviéis a
nuestros más diestros jinetes en nuestras monturas más veloces, padre, a buscar a los
mejores brujos y hechiceros del reino. A los adivinos más sabios, a los más grandes
magos y magas. Deben estar aquí antes de enterrar a mi amada en la fría tierra.
El rey lo miró a los ojos con preocupación.
—Hijo mío, debes saber que ni el mago más grande podrá devolverla a la vida.
Enterrada o no, ahora vive entre los muertos.
Vlad asintió una vez, y cerró los ojos para evitar la inquisidora mirada de su
padre.
—Lo sé, padre. Sólo necesito saber que descansa en paz.
—Pero el sacerdote...
—Sus oraciones no son suficientes. Quiero estar seguro. Por favor, padre. Dijisteis
que haríais cualquier cosa para mitigar mi dolor. Esto lo hará, más que nada.
El rey asintió con firmeza.
—En ese caso que así sea.
—Y, padre, hasta que vengan, evitad que entre nadie. E incluso entonces,
cuando lleguen, que entren sólo por la noche.
El anciano, que estaba acostumbrado a la naturaleza nocturna de Vlad, asintió, y
Vlad supo que el rey mantendría la promesa.
El rey se fue y Vlad desenfundó la espada ensangrentada y permaneció entre el
féretro y la puerta de la capilla. Al alba, cerró la puerta, arrancó un tapiz de la pared y
se envolvió en él. Cuando el sol se puso de nuevo se vio obligado a cubrir el cuerpo de
Elisabeta con el tapiz para no ver cómo la muerte empezaba a hacer estragos en el
cuerpo de su amada. Pero al principio de la tercera noche, el olor a muerte y
podredumbre flotaba intensamente en el aire.
Por fin, a medianoche de la tercera noche, las puertas de la capilla se abrieron de
par en par y entraron varios hombres. Entre ellos no había ninguna mujer. Entraron
acompañados de una ráfaga de viento, todos envueltos en ásperas capas de lana de
tono blanquecino excepto uno, que vestía un paño más fino en un tono marrón rojizo
con un bordado de viñas verdes entrelazadas que recorría todo el borde de la prenda.
Todos se arrodillaron ante él y bajaron la cabeza.
—Mi príncipe, hemos venido lo antes posible —dijo uno de ellos—. Nuestros
corazones están llenos de dolor por la pérdida de la princesa.
—Sí —dijo él—. Levantaos. Necesito vuestra ayuda.
Los hombres se miraron entre sí con nerviosismo. Eran cinco, y por su aspecto
físico y sus rasgos parecían ser de la zona, aunque uno tenía rasgos orientales y otro
tenía cierto aspecto moruno.
—Nos sentimos grandemente honrados por poder ayudar —dijo el que se había
erigido en portavoz del grupo—. Pero no sé qué podemos hacer. Contra la muerte ni
siquiera nosotros podemos hacer nada.

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Vlad asintió y pensó en Gilgamesh, el legendario rey de Sumeria. Su


desesperada búsqueda de la clave de la vida resultó en la creación de toda una raza,
los muertos vivientes. Los vampiros. Como Vlad, como Rhiannon, como tantos otros.
Pero nunca consiguió recuperar de la muerte a Endiku, el querido amigo del gran rey.
Quizá sus propios deseos eran también descabellados, pensó Vlad. Pero tenía
que intentarlo.
—No es mi intención pediros que conquistéis a la muerte. Sólo deseo que
cuando vuelva a encontrarla, sea capaz de reconocerla, y ella a mí. Y también deseo
que me recuerde, y me ame otra vez.
Los hechiceros y los magos fruncieron el ceño y se miraron entre sí sin acabar de
comprender.
—Un poderoso vidente me ha dicho que la princesa regresará a mí en otra
época, pero será en un futuro lejano.
—Pero, mi señor, vos seréis un anciano y ella una niña.
—Eso no debe preocuparos, hechicero. Sólo quiero asegurarme de que cuando
regrese recuerde todo lo que ocurrió antes, que sea la mujer que ha sido ahora.
¿Podéis hacer realidad mi deseo o no? —inquirió.
Uno de los hombres empezó a susurrar a otro al oído, y Vlad escuchó palabras y
expresiones como «no natural» e «inmoral», pero el portavoz del grupo alzó una mano
para silenciarlos. Después, el hombre de la capa marrón rojiza se acercó a Vlad con
pasos lentos y una gran cautela, y por fin asintió.
—Podemos y lo haremos, mi señor. Id a tomar algo de sustento y descansad —le
dijo—. En nuestras manos estará a salvo, os lo prometo.
Vlad miró la forma humana que se adivinaba bajo el tapiz. Ya no era su
Elisabeta, sino el caparazón de lo que anteriormente había acarreado su esencia.
Después miró de nuevo a los hombres.
—No temáis intentarlo. Sé que os pido mucho, y os doy mi palabra de que no os
castigaré exactamente si fracasáis, siempre y cuando os esforcéis al máximo. Os lo juro
sobre su recuerdo.
Los hombres hicieron una profunda reverencia y Vlad vio el alivio reflejado en
sus rostros. El no era conocido por su comprensión ni su misericordia. Salió y los dejó
trabajar, pero no descansó, ni tampoco ingirió ningún alimento. No podía, al menos
hasta que supiera algo.
A las cuatro de la madrugada un criado fue a buscarlo y Vlad corrió a la capilla.
La puerta estaba abierta y por ella salía el anciano sacerdote balanceando un
incensario delante de él y envuelto en una espesa nube de humo negro. Detrás, unos
hombres portaban una litera sobre la que yacía el cadáver cubierto de flores.
Y para cerrar la silenciosa procesión fúnebre, los brujos y hechiceros que miraron
a Vlad a los ojos y asintieron en silencio con la cabeza para informarle del éxito del
ritual. El hombre de la capa marrón rojiza se acercó a él mientras los demás caminaban
despacio detrás del cortejo fúnebre.
El criado del sacerdote tocó una campana, y el clérigo empezó a entonar sus
oraciones en voz muy alta para que las gentes del castillo y de la aldea se unieran a la

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procesión. Muchos lo hicieron portando velas y antorchas, y aquella noche no durmió


nadie. Todos esperaban el entierro de la princesa, y así la procesión se fue haciendo
cada vez más numerosa, avanzando lentamente en la oscuridad como una serpiente
salpicada de puntos luminosos.
—Mi príncipe —dijo el hombre de la capa rojiza—, lo hemos hecho. Tomad.
El hombre entregó a Vlad un pergamino que iba firmemente enrollado y sujeto
con un anillo de rubí, el anillo que él había regalado a Elisabeta con motivo de su
boda. El anillo que Elisabeta llevaba en el dedo en el momento de su muerte. Al verlo,
Vlad contuvo una exclamación de dolor.
—No lo entiendo —dijo—. Le habéis quitado el anillo de bodas. ¿Por qué?
—Hemos realizado un poderoso rito, ordenando a parte de su esencia
mantenerse unida a la tierra. El anillo es la clave que la vincula y que algún día la
liberará. Cuando la futura reencarnación de Elisabeta vuelva a vos, sólo será necesario
que le pongáis el anillo en el dedo y realicéis el rito que se explica en este manuscrito.
Entonces lo recordará todo y volverá a amaros.
—¿Estáis seguro? —preguntó Vlad, temeroso de creer y albergar esperanzas en
vano.
—Por mi vida, mi príncipe, os juro que es cierto —le aseguró el hombre—.
Aunque existe una salvedad que no hemos podido evitar, debido a que al tratar de
alterar asuntos de vida y muerte arriesgamos nuestras almas. Por eso, es imprescindible
permitir que los dioses hablen y decidan.
—¡¿Los dioses?! —repitió Vlad encolerizado—. ¡Los dioses fueron quienes
decidieron arrebatármela de esta manera! Al infierno con los dioses.
—¡Mi príncipe!
El hechicero miró a su alrededor como temiendo que la blasfemia de Vlad
hubiera sido escuchada por las mismísimas deidades a las que tanto temía.
—Habladme de esa salvedad —le ordenóVlad—. Pero daos prisa, debo asistir al
entierro de mi esposa.
El hombre sujetó a Vlad por el brazo y echó a caminar a su lado, tirando de él
hasta alcanzar al resto del cortejo fúnebre aunque manteniéndose a cierta distancia.
—Si el rito no se ha realizado cuando la Estrella Roja del Destino eclipse a
Venus, la magia desaparecerá.
—¿Y qué le ocurrirá entonces a Elisabeta?
—Su alma quedará libre. Todas las partes de su alma, la parte que hemos
retenido vinculada a la tierra, y cualquier otra parte que pueda haber renacido en el
reino de lo físico. Toda ella quedará libre.
—Y por libre queréis decir... muerta —susurró Vlad comprendiendo la amenaza
que se cernía sobre su amada. Sujetó al hombre por la pechera de la capa marrón rojiza
y lo alzó del suelo—. ¡No habéis hecho nada! —gritó encolerizado.
—La muerte no es más que una ilusión, mi señor —trató de apaciguarlo el
hombre—. La vida es eterna. Y tendréis tiempo, tiempo más que de sobra, para
encontrarla de nuevo, os lo juro.
Vlad clavó los ojos en el hechicero, tentado a desenvainar su espada y deslizarla

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por entre las costillas del hombre. Sin embargo, en lugar de eso lo dejó en el suelo.
—¿Cuánto tiempo? ¿Cuándo, exactamente, eclipsará a Venus esa Estrella Roja
de la que habláis?
—No hasta dentro de unos... de unos quinientos veinte años, mi señor, según
nuestros cálculos.
Vlad tragó su dolor y su ira. La predicción de Rhiannon hablaba del mismo
tiempo: que él volvería a encontrar a Elisabeta pasados quinientos años. Su principal
preocupación en ese momento fue cómo lograría sobrevivir tanto tiempo sin ella;
cómo podría soportar tanto dolor.
Ahora tenía una preocupación añadida. ¿La encontraría a tiempo para realizar
el hechizo, para llevar a cabo el ritual de los magos y devolverle sus recuerdos y su
alma?
Por los dioses que tenía que ser así. Estaba resuelto a que así fuera. No podía
fallar.
De ninguna manera.
Él no era un hombre cualquiera, ni siquiera un vampiro cualquiera.
Él era Drácula.

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Capítulo 1

Época actual

—Melina Roscova —dijo la esbelta mujer rubia tendiéndole la mano—. Usted


debe ser Maxine Stuart.
—Es Maxine Malone, y no, no soy ella —Stormy estrechó la mano de la mujer,
una mano fría que apretó la suya con firmeza—. Stormy Jones —se presentó—. Max y
Lou están ocupados con otro caso, y no creímos necesario estar presentes los tres para
la entrevista inicial.
—Ya veo —Melina le soltó la mano y sacó una tarjeta de visita del bolsillo—.
Supongo que esto está un poco anticuado.
Stormy tomó la tarjeta y la miró. El logotipo SIS se superponía a las palabras
Servicios de Investigaciones Supernaturales. En letras más pequeñas, los nombres de los
tres socios de la agencia de investigación, Maxine Stuart, Lou Malone, Tempest Jones y
debajo, con letra pequeña y elegante: experiencia, profesionalidad y discreción seguido de
un número de teléfono gratuito.
Stormy le devolvió la tarjeta.
—Sí, es bastante vieja. Maxie y Lou se casaron hace dieciséis años. Claro que no
hicimos tarjetas nuevas hasta que terminamos de utilizar todas las antiguas. Hay que
ser práctico, ya sabe.
—Por supuesto.
—¿A qué se debe todo este misterio? —preguntó Stormy—. ¿Y por qué ha
querido que nos veamos aquí?
Mientras hablaba, las dos mujeres atravesaron la puerta principal y se adentraron
por el vestíbulo abovedado del Museo Nacional de Canadá. Sus pasos resonaban en
el suelo de piedra mientras avanzaban hacia las taquillas.
Melina pagó dos entradas en metálico y las dos mujeres entraron en el edificio.
—No hay ningún misterio. Quiero que se ocupe de un caso muy sensible. La
discreción es imprescindible —dijo la mujer llamada Melina mientras se golpeaba la
desgastada tarjeta de visita contra los nudillos.
—En eso puede estar tranquila —aseguró Stormy—. Si no supiéramos tener la
boca cerrada no seguiríamos trabajando.
Stormy contempló un raído tapiz antiguo que se exponía en el interior de una
vitrina. Los colores estaban prácticamente desteñidos y el tiempo los había reducido a
un tono grisáceo. Daba la sensación de que la mínima ráfaga de viento sería capaz de
reducirlo a un montón de pelusa.
—¿Pero por qué aquí?

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—Porque aquí es donde está —dijo Melina, mientras recorría con los ojos varios
objetos de plata protegidos en otra vitrina.
Se trataba de cuencos, urnas y distintos tipos de colgantes y brazaletes también
antiguos y totalmente faltos de lustre.
—¿Dónde está qué?
—Lo que quiero que vea. Pero no estará aquí mucho tiempo —le dijo—. Forma
parte de una exposición itinerante. Se trata de una serie de objetos descubiertos
recientemente en una excavación arqueológica en el norte de Turquía.
Stormy la miró, esperando a que la mujer continuara hablando, pero Melina
siguió caminando entre diagramas y dibujos de excavaciones enmarcados como obras
de arte, sin prestarles excesiva atención. Después, se dirigió hacia las puertas abiertas
que daban paso a una sala de mayores dimensiones.
En ella, había una serie de objetos antiguos expuestos en las paredes, todos bien
protegidos dentro de sus cajas de cristal. Objetos de latón, cuchillos con hojas
metálicas y empuñaduras de hueso y marfil elaboradamente talladas. Stormy echó un
vistazo a los objetos expuestos, y después se frotó los brazos. De repente se dio cuenta
de que estaba helada y deseó que subieran la temperatura.
—No entiendo por qué no ponen la calefacción. Hace un frío insoportable —
murmuró.
Entonces, para distraerse del frío, tomó un folleto de una estantería cercana y
empezó a leerlo. Según el folleto, los objetos encontrados no pertenecían a la cultura
de la zona donde fueron localizados, y muchos eran probablemente parte de un botín
de guerra llevado hasta allí por los soldados que los saquearon en tierras lejanas y
enemigos conquistados. Los científicos que habían descubierto el lugar creían que la
excavación arqueológica había sido un monasterio, un lugar donde los hombres iban
a estudiar magia y las artes ocultas.
—Aquí está —dijo Melina.
Stormy miró a la mujer que estaba delante de una pequeña vitrina colocada sobre
un pedestal a pocos metros de ella. En el interior del pequeño cubo de cristal y sobre
una base acrílica transparente, había un anillo. Era un anillo grande y ancho, con el aro
grabado y una piedra roja enorme incrustada. Sin lugar a dudas, la piedra era auténtica.
—Es un rubí —informó Melina confirmando las sospechas de Stormy—. Su
valor es incalculable. ¿Verdad que es increíble?
Stormy no respondió. No podía apartar los ojos del anillo. Por un momento, fue
como si estuviera viéndolo a través de un largo y oscuro túnel. A su alrededor todo se
oscureció y su campo de visión se ciñó al anillo. Y entonces oyó una voz.
—¡Inelul else al meu!
La voz... había salido de su garganta. Sus labios se movían, pero no era ella quien
los movía. La sensación era como si se hubiera convertido en una marioneta, o el
muñeco de un ventrílocuo. Su cuerpo también se movía por propia voluntad, a la vez
que sus manos sujetaron la vitrina por los lados y la elevaron de su base.
Una mano la sujetó con fuerza por el brazo y la apartó.
—Señorita Jones, ¿qué demonios está haciendo?

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Stormy parpadeó rápidamente y entonces vio a Melina sujetándola por el brazo a


la vez que miraba a su alrededor, como esperando la repentina aparición de la versión
canadiense de un equipo especial de seguridad.
Stormy se aclaró la garganta.
—¿He disparado alguna alarma?
—Creo que no —dijo Melina—. Hay sensores en el pedestal. Sólo suenan si se
quita el anillo.
Stormy frunció el ceño y la miró.
—¿Cómo lo sabe?
—Es mi trabajo saberlo. ¿Se encuentra bien?
Asintiendo, Stormy evitó la mirada de la otra mujer.
—Sí, estoy bien. Ha sido un mareo momentáneo, nada más.
Pero no era así. Y no estaba bien. Todo lo contrario. Hacía dieciséis años que no
había experimentado un episodio similar, pero conocía perfectamente la sensación que
se había apoderado de ella.
La conocía demasiado bien. Nunca la olvidaría. Nunca. Hacía dieciséis años que
no la sentía, desde la última vez que estuvo con él. Con Drácula. El auténtico Drácula
desde tiempos inmemoriales. Y aunque el recuerdo de los detalles de aquel encuentro
era un vacío absoluto en su mente, los recuerdos de... ser poseída por él eran
imborrables. Y al margen de esos recuerdos, Stormy acababa de oír su voz hacía apenas
un momento, susurrando cerca de ella.
«Sin el anillo y el pergamino, me temo que no hay esperanza».
¿A que se refería? ¿Dónde estaba? ¿Cerca de allí? ¿Y por qué, si apenas
recordaba nada del tiempo que estuvieron juntos, había llegado aquella frase a su
memoria en ese momento?
No. Él no volvería sabiendo el efecto que tenía en su cuerpo y en su mente. La
dejaría tranquila para evitar obligarla a pasar por aquella locura otra vez. O eso era lo
que Stormy quería creer.
Sólo recordaba haber despertado en el avión privado de Rhiannon que la llevaba
de regreso a los Estados Unidos. Y, como todas las víctimas de Vlad antes que ella, el
recuerdo de su encuentro había desaparecido por completo de su mente. O casi.
Porque lo que no desaparecieron fueron sus sentimientos por él. Inexplicablemente,
tras separarse de él sintió una profunda sensación de pérdida, y desde entonces, Stormy
sentía que había ido muriendo por dentro un poco cada día que vivía sin él.
Vlad no estaba allí. No la haría pasar por aquello otra vez. A no ser que...
Stormy miró de nuevo el anillo. Cielos, ¿sería el anillo del que le había hablado?
¿Y qué había querido decir con aquella críptica frase? Era horrible no ser capaz de
recordar. Debería odiarlo por jugar con su mente de aquella manera. Una y otra vez,
Stormy luchó por recordar el tiempo que estuvo con él, después de ser secuestrada en
mitad de la noche hacía tanto tiempo. Incluso lo intentó con la hipnosis, sin
conseguirlo. No lo consiguió con nada. Vlad le había arrebatado unos recuerdos que
ella tenía la sensación de que podían ser los mejores de su vida.
—¿Señorita Jones? ¿Stormy?

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Stormy se volvió lentamente y se encontró con la curiosidad y extrañeza


reflejadas en los ojos de Melina.
¿El anillo es la razón por la que desea contratar nuestros servicios? —preguntó
en un esfuerzo de volver a la realidad y al presente.
—Así es —confirmó Melina—. ¿Cuál es su relación con él?
Stormy frunció el ceño.
—No la entiendo. No tengo ninguna relación.
—No lo parece. Parece que sólo el hecho de verlo le ha impactado.
Stormy negó con la cabeza.
—Oh, no, no. No son más que pérdidas temporales de memoria. La secuela de
una vieja contusión.
—¿Y hablar en un idioma extranjero también es otra secuela? —preguntó
Melina.
—Son balbuceos sin importancia —le aseguró Stormy, restando importancia a lo
que acababa de suceder—. No significan nada. Oiga, no me ha hecho venir para
hablar de mi estado mental, ¿verdad? ¿Va a decirme en qué consiste el trabajo o no?
Melina la miró, apretó los labios y bajó la voz.
—Quiero que lo robe —susurró.

Al salir precipitadamente por las puertas del museo, Stormy no recordaba con
certeza qué le había dicho a Melina Roscota al oír su propuesta, aunque sí sabía que
tenía que ver con hacer algo anatómicamente imposible. Sin detenerse, Stormy regresó
al Hotel Royal Arms, donde entregó las llaves del coche y un billete de diez dólares a
un aparcacoches.
—Cuídalo como si fuera tuyo —le advirtió—. Es muy especial.
El joven le prometió hacerlo y ella lo observó alejarse al volante de su reluciente
Nissan negro con matrícula personalizada, Bella-Donna, hacia el aparcamiento al otro
lado de la calle. Nada más perderse de vista en la oscuridad del túnel de entrada,
Stormy oyó un chirrido de ruedas y maldijo para sus adentros.
—Un arañazo, tío, y te enteras —gruñó en voz baja—. Me lo traes con un
arañazo y...
—¿Señora?
Stormy se volvió y se encontró con el portero que la miraba con extrañeza en los
ojos.
—¿Va a entrar? —le preguntó el trabajador del hotel.
—Dígale a ese imbécil cuando vuelva que si me araña el coche se las tendrá que
ver conmigo —advirtió al portero—. Y es señorita —le corrigió—. No todas las
mujeres de treinta y tantos están casadas, que lo sepa.
—Por supuesto, señorita —dijo el hombre, sin expresión en el rostro.
Stormy se dirigió a su habitación y abrió el grifo de la bañera. Quería poner a
Max al corriente de todo lo sucedido mientras se daba un baño. Estaba preocupada.
Estaba inquieta. Estaba muerta de miedo por el fuerte e inesperado impacto del anillo

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en ella.
Además, había hablado claramente en rumano. Y sabía con exactitud lo que
había dicho, aunque no hablaba ni una palabra de ese idioma.
«El anillo me pertenece».
Elisabeta. Había tenido que ser su voz.
Stormy había empezado a tener los síntomas hacía dieciséis años. Síntomas
como entrar en trance, hablar un idioma desconocido, ponerse agresiva, atacar
incluso a sus mejores amigos y, normalmente, no recordar nada después. Era como
estar poseída por un alma ajena, como si su cuerpo fuera la marioneta cuyas cuerdas
eran manipuladas por un desconocido.
Max le había dicho que durante esos momentos le cambiaban los ojos de color, y
se tornaban de su tono azul celeste y transparente como el cielo a un negro profundo
como el ébano.
A través de la hipnosis Stormy había conocido el nombre de la intrusa. Elisabeta.
Y había sabido, sin ningún género de duda, que la mujer tenía algún tipo de relación
con Vlad. Una relación íntima.
Vlad había sufrido un ataque y la había tomado como rehén para poder escapar.
Incluso entonces, Stormy sintió una profunda atracción por él, por el cuerpo
musculoso y fuerte, por los cabellos largos y negros como las alas de un cuervo.
Stormy recordó pensar en él como si fuera el único hombre del mundo. O quizá no
fueron más que imaginaciones suyas. Una fantasía deliciosamente erótica que la dejó
con un profundo dolor en el cuerpo y en el alma. Stormy recordaba había tenido la
esperanza de que él le ayudara a resolver el misterio de la identidad de Elisabeta, un
ente que no dejaba de perseguirla e intentar apoderarse de ella. Y quizá Vlad lo hizo.
Porque a su regreso, Max le dijo que había sido cautiva de Vlad durante una semana,
a pesar de que ella no recordaba nada.
Sólo sabía que desde entonces apenas había vuelto a sentir la presencia del alma
de la intrusa, y había llegado a la conclusión de que era la cercanía de Vlad lo que
despertaba a la intrusa de su letargo y la hacía cobrar vida.
Y seguía estando allí. Stormy nunca lo había dudado, a pesar de mantener la
esperanza de estar equivocada. Quería estar equivocada, por supuesto, pero sabía que
Elisabeta, fuera quien fuera, estaba siempre al acecho en su interior, agazapada,
esperando... algo.
Stormy dejó de pasear por la habitación, se detuvo delante del espejo y se sujetó
la cabeza con las manos.
—Creía que te habías ido, maldita sea —susurró—. Estaba casi convencida de que
no volverías jamás. No he sabido nada de ti en dieciséis años. ¿Y ahora vuelves? ¿Por
qué? ¿Me desharé alguna vez de ti, Elisabeta?
Unos golpes en la puerta la sorprendieron y la hicieron volver la cabeza.
—Por favor, señorita Jones —dijo Melina Roscova desde el otro lado de la
puerta—. Déme sólo diez minutos para que se lo explique. Diez minutos. Es todo lo
que necesito.
Stormy suspiró, levantó los ojos al techo con paciencia y fue al cuarto de baño a

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cerrar los grifos antes de ir a abrir la puerta. No esperó a que Melina entrara; dejó la
puerta abierta, dio media vuelta y volvió hasta la pequeña mesa en el extremo opuesto
de la habitación. Allí sacó una silla y la señaló con la cabeza, invitando a la recién
llegada a sentarse.
—Somos detectives —dijo a la mujer.
Del minibar de la habitación sacó una lata de ginger ale y una diminuta botella
de whisky. Echó el contenido de ambas en un vaso alto con hielo.
—No somos ladrones. No quebrantamos la ley, señorita Roscova. Por ningún
precio.
—Llámeme Melina, por favor —dijo la mujer sentándose—. Y sólo quiero que
escuche lo que tengo que decir. Ese anillo... tiene poderes.
—Poderes.
Stormy repitió las palabras en tono seco, sin inflexión, y después bebió un largo
trago del vaso.
—Sí, poderes que podrían, si caen en las manos equivocadas, alterar el orden
sobrenatural de manera quizá irrevocable.
—¿El orden sobrenatural?
—Sí. Escuche, es muy sencillo. Permítame que se lo explique. Prométame
primero que quedará entre usted y yo, y después, si continúa negándose, no volveré a
molestarla.
Stormy bebió la mitad del whisky con ginger ale de un trago y se sentó.
—¿Y le basta mi palabra de que esto será confidencial?
—Sí.
—¿Por qué?
Melina parpadeó, y Stormy tuvo la sensación de que la mujer, tras una breve
reflexión, se decantó por una respuesta honesta y directa.
—Porque mi organización lleva años observándola. Sabemos que siempre
cumple su palabra, y sabemos que ha guardado secretos más grandes que los
nuestros.
Otro largo trago. El vaso se estaba quedando vacío y Stormy iba a necesitar otro.
Siete dólares canadienses por un trago de whisky. Que de momento merecía la pena
pagar.
—¿Su organización?
—La Hermandad de Atenea existe desde hace siglos —explicó Melina hablando
despacio y con cuidado, meditando bien cada frase antes de decirla—. Somos un
grupo de mujeres dedicadas a observar y conservar el orden sobrenatural —se
humedeció los labios—. En realidad es el orden natural, pero nos concentramos
fundamentalmente en lo que la mayoría de la gente considera sobrenatural. Las cosas
son como tienen que ser. Los humanos tienen la mala costumbre de querer interferir,
pero nosotras no, a no ser que sea para evitar esa interferencia.
Stormy arqueó las cejas en un interrogante casi divertido.
—Los humanos, ¿eh? —miró a la mujer—. Lo dice como si hubiera seres no
humanos.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Las dos sabemos que los hay —afirmó la mujer de forma categórica.
Las dos mujeres se quedaron en silencio, mirándose una a otra, como
midiéndose.
¿Era posible que Melina Roscova conociera la existencia de los vampiros?, pensó
Stormy mirando a su visitante.
Por fin se aclaró la garganta.
—Esto me suena muy familiar, Melina, lo que no significa que sea positivo. ¿Ha
oído hablar de una agencia gubernamental conocida como el DIP?
—No tenemos nada que ver con la División de Investigaciones Paranormales,
Stormy. Se lo prometo. Y nuestra financiación es privada, no gubernamental —
Melina se humedeció los labios—. Nosotras protegemos el mundo sobrenatural, no
buscamos destruirlo ni experimentar con él como hace la DIP. Nosotras somos las
guardianas de lo desconocido.
Stormy asintió con la cabeza.
—¿Y para qué quiere el anillo?
—Únicamente para evitar que caiga en manos equivocadas y se utilice para hacer
el mal.
—¿Y yo tengo que creerla? —preguntó Stormy con escepticismo—. No sólo eso. Me
está pidiendo que basándome en sus palabras entre ilícitamente en el museo y robe una
joya antigua de un valor incalculable.
—Así es —asintió Medina bajando la cabeza—. Siento no poder contarle más,
pero cuantas más personas conozcan los poderes del anillo, más peligroso será.
Stormy suspiró.
—Lo siento. Tendrá que disculparme, porque yo no puedo hacerlo. Incluso si
quisiera, mis socios, Max y Lou nunca lo aceptarían.
Melina asintió con tristeza y resignación.
—Está bien. Supongo que tendremos que encontrar otra manera —dijo la mujer.
—Exactamente. Buenas noches, Melina, y buena suerte.
—Buenas noches, Stormy.
Melina se levantó y salió de la habitación del hotel. Stormy la siguió sólo para
cerrar la puerta desde dentro, y después volvió a abrir los grifos y llenarse de nuevo
el vaso con una generosa dosis de whisky y un chorro de ginger ale.

Vlad leyó por cuarta vez la breve noticia publicada en el Easton Press para
cerciorarse de que no era producto de su imaginación. En ella se hablaba de una
nueva exposición de objetos encontrados en Turquía, en ese momento en un museo
canadiense.

El objeto más excepcional es un anillo con sendos corceles encabritados grabados


en oro a ambos lados de un impresionante rubí de 20 quilates.

—No puede ser —susurró él.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Pero podía. Claro que sí. No había motivos para dudar de que fuera el anillo
que había colocado en el dedo de su amada esposa siglos atrás. Y sin embargo, no
quería creerlo. Creer entrañaba esperanza, y la esperanza podría significar dolor y
pérdida. No estaba seguro de poder sufrir más de lo que había sufrido.
A pesar de sus esfuerzos para olvidarla, no había podido. Ella tenía un poder
sobre él tan fuerte como cualquier servidumbre impuesta por él a un mortal.
Los vampiros no soñaban, pero Drácula sí. Soñaba con ella. Con Tempest... o
Elisabeta o... las dos estaban tan entrelazadas y mezcladas en su mente que no sabía
distinguir sus sentimientos hacia la una de sus sentimientos hacia la otra. No sabía
cómo distinguirlas.
Vlad había adquirido una pequeña península en la costa de Maine y había
utilizado sus poderes para ocultar el lugar a los ojos de los curiosos. Un paseante sólo
vería un lugar envuelto en brumas, nieblas y árboles, no la espectacular mansión que
se había construido. La mansión se hallaba tan sólo a treinta kilómetros de Easton
donde Tempest, que insistía en hacerse llamar Stormy, vivía con sus amigos Maxine y
Lou en otra mansión.
Durante lodos estos años la había vigilado y observado, pero a lo lejos, sin
acercarse nunca demasiado, sin tocarla ni hacerle sentir su presencia. Pero él sabía
todo lo que hacía. También sabía de los vampiros que compartían la mansión con los
mortales y les ayudaban en sus investigaciones: Morgan de Silva y Dante, que había
sido engendrado por Parafina, a su vez engendrado por Bartrone. La vampiresa
Morgan era hermana gemela de la mortal Maxine, y aunque no habían vivido juntas
durante su infancia, ahora estaban muy unidas.
También conocía a la familia de Tempest: sus padres estaban retirados y vivían
en Florida, donde ella los visitaba dos veces al año. También conocía sus relaciones
con otros hombres, aunque saberlo lo mataba. A veces Tempest salía con hombres, y
en todas aquellas ocasiones, sin excepción, a Vlad le dominaba una ira que apenas
lograba contener.
En esos momentos era peligroso, y cuando la rabia era superior a sus fuerzas se
obligaba a marcharse lejos. Era la única manera de evitar terminar con todos los
cerdos que le habían puesto la mano encima, y seguramente con ella también.
Pero todas las relaciones de Tempest habían sido pasajeras. Nunca la había
sentido enamorarse y sentir por nadie lo que quería pensar que había sentido con él.
Vlad lo sabía lodo sobre ella. Sobre su vida y sus gustos, y también que no le
quedaba mucho tiempo.
La fecha que aquellos brujos de antaño habían incluido en sus hechizos se
acercaba rápidamente. La llamada Estrella Roja del Destino iba a eclipsar a Venus en
apenas cinco días. Y cuando eso ocurriera, Elisabeta cruzaría al otro lado, junto con
Tempest, y las perdería a los dos para siempre. Cielos, la idea era insoportable.
Aunque lo cierto era que, a nivel práctico, ya las había perdido. A menos que...
Tempest no estaba en la mansión. Estaba resolviendo uno de sus casos con sus
dos colegas de agencia y esta vez no la había seguido. Afortunadamente.
Vlad permaneció de pie junto a las ventanas abovedadas del salón. La chimenea

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

a su espalda estaba apagada y fría. Él no la necesitaba. No necesitaba calor, ni


tampoco comodidades. En el exterior, una fuerte tormenta iluminaba de vez en
cuando las encabritadas olas del océano, zarandeadas a merced de las fuertes ráfagas
de viento. A él le encantaban aquellas noches.
Volvió a echar un vistazo al periódico y se fijó en la ubicación de la exposición. El
Museo Nacional canadiense en Edmunston, a menos de trescientos kilómetros.
En coche podría estar allí en cuatro horas o menos.
Pero él era Drácula, y tenía medios de transporte mucho más rápidos y eficaces.
Se puso el abrigo de piel negra que le llegaba hasta los pies, abrió la ventana central y
empujó los paneles hacia fuera. Entonces empezó a girar sobre sí mismo cada vez a más
velocidad, como un ciclón, concentrándose y alterando la forma de su cuerpo.
Cuando remontó el vuelo para adentrarse en la noche y la tormenta, lo hizo con
la forma de un gigante cuervo negro. Pronto averiguaría si el anillo expuesto en
Canadá era el suyo.
El de ella.

Stormy no sabía qué demonios hacer, aunque lo que sí sabía era que iba a tener
que conseguir aquel anillo, porque si era «el anillo» no podía arriesgarse a que cayera
en manos de nadie más. Ni siquiera de Melina y su maravillosa Hermandad de
Atenea, de la que no sabía nada y tampoco se fiaba ni un pelo.
Ni tampoco de Vlad. Cielos, él no.
El anillo tenía una especie de poder sobre ella. Era el anillo que había despertado
a Elisabeta de su letargo y le había permitido tomar las riendas de su cuerpo de
nuevo. Y era el anillo, ahora estaba más segura que nunca, al que hacía referencia el
leve recuerdo que se había abierto paso en su mente.
Si Vlad sabía que el anillo estaba allí, iría a buscarlo. Nada lo detendría si ése era
su objetivo. Y sólo Dios sabía lo que haría con él una vez en sus manos. ¿Utilizarlo
quizá, para devolver la vida a la cruel y vengativa Elisabeta que seguía habitando
aletargada en su interior? No podía volver a pasar por eso. Tenía que deshacerse de
la intrusa de una vez por todas.
Tenía que destruir el anillo. Quizá ésa fuera la solución. Sin la existencia del
anillo, sus poderes, cualesquiera que fueran, también dejarían de existir. Ésa era la
respuesta. Destruirlo, fundirlo y romper el rubí en mil pedazos.
Pero para eso necesitaba un plan. Primero decidió no decir nada a Max y a Lou;
todavía no. Primero porque estaban trabajando en otro caso fuera del país, y en
segundo lugar porque Max era muy protectora con ella. Y Stormy debía solucionarlo
sola, sin sentir la necesidad de explicar, justificar o defender sus decisiones.
Metida en la bañera, con el tercer whisky en la mano, dio vueltas y vueltas a
cómo hacerse con el anillo, no para Melina sino para ella.
Así se quedó dormida, con el vaso vacío en el suelo y tratando de ignorar las
imágenes que le atormentaban. Imágenes de Vlad.
Y entonces, en sueños, lo vio. Un recuerdo del pasado.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad la había mandado a dormir en el diminuto camarote del velero que había
utilizado para huir después de secuestrarla, diciéndole que pronto llegarían a su
destino.
Ya debían haber llegado, pensó ella al despertarse y no sentir el suave balanceo
del mar bajo ella. Pero en aquel lugar reinaba la más absoluta oscuridad, y era
imposible saber dónde estaba.
Stormy rodó hacia un lado y estiró una mano para buscar una lámpara o algo,
pero se dio contra una pared sólida. Qué raro. Lo más probable era que ya no
estuvieran en el barco, porque allí la pared estaba bastante más alejada de la cama.
Pasó la palma de la mano por la pared y comprobó que estaba empapelada en tela, una
tela tan suave como el satén.
Parpadeando por la perplejidad, movió la mano hacia arriba y encontró otra pared
suave y forrada en satén detrás de su cabeza.
Con un nudo en el estómago, rodó rápidamente hacia el otro lado con las dos
manos estiradas y encontró otra pared. Una terrible sospecha se abrió en su mente.
Respirando aceleradamente, con el corazón latiendo de desesperación, dirigió las
palmas hacia arriba, pero rápidamente se encontró con un techo forrado en satén.
«¡Estoy en un ataúd!», gritó para sus adentros. «¡Estoy atrapada en un ataúd!
¡Me voy a asfixiar!».
El pánico se apoderó de su cuerpo. Apretó los puños y golpeó el techo, dobló las
rodillas todo cuanto el espacio le permitió y pateó con fuerza los lados y el fondo. Y
empezó a gritar con todas sus fuerzas.
—¡Sácame de aquí! ¡Abre este maldito ataúd y sácame de aquí!
Sorprendida comprobó que con los golpes el techo fue alzándose poco a poco, y
se dio cuenta de que, aunque estaba en una caja, no estaba encerrada.
La tapa se abrió por completo y por fin pudo ver. y lo que vio fue a un hombre
de pie junto a la caja, mirándola. Parecía cansado, agobiado; llevaba los tres botones
superiores de la camisa desabrochados y una larga melena negra suelta y despeinada.
El hombre estiró las manos hacia ella.
Stormy las apartó con un gesto malhumorado y sujetando los lados de la caja,
se incorporó y saltó al suelo. Con un estremecimiento, se rodeó el cuerpo con los
brazos, bajó la barbilla y cerró los ojos.
Él le tocó los hombros. Su cuerpo reaccionó con calor y hambre, pero luchó para
ignorar ambas sensaciones.
—Lo siento. Tempest. Pensaba haberte sacado de ahí para cuando despertaras,
pero...
Stormy le dio un puñetazo. Con fuerza. Directamente en el plexo solar. Escuchó con
satisfacción el gruñido de dolor, y cuando abrió los ojos y lo vio tambalearse hacia atrás,
su satisfacción aumentó.
—Cerdo.
—Tempest, deja que te explique...

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a meterme en una asquerosa caja como


ésta? ¿Y por qué por el amor de Dios? ¿En qué narices estabas pensando?
Con el puño apretado hacia atrás. Stormy avanzó hacia él, con la intención de
golpearlo de nuevo, esta vez entre ceja y ceja.
Pero antes de poder lanzar el puño, Vlad la sujetó por ambos brazos, por lo que
ella le dio una patada en la espinilla. Vlad gritó de dolor, pero no la soltó.
—¿Sabes que te digo? Qué esto es lo que me gusta más de vosotros los
vampiros. Que sentís el dolor mucho más que los humanos.
—¡Ya basta!
Vlad gritó con todas sus fuerzas, o al menos eso creyó ella, aunque quizá no,
quizá todavía quedaba mucho más fuerza de lo que ella había visto hasta entonces.
Pero fuera como fuera, el sonido de su voz fue tan profundo y tan potente que resonó
en su interior como el repicar de una campana gigante.
Stormy se llevó las manos a los oídos y cerró los ojos hasta que el eco dejó de
resonar en su cerebro. Después, despacio, bajó las manos, abrió los ojos y alzó la
cabeza. Vlad seguía delante de ella, mirándola con dureza y un destello de cólera en
los ojos negros.
—Ya te lo he dicho. Siento lo del ataúd. Era la única manera.
Stormy entrecerró los ojos, a punto de soltar otra larga retahíla de insultos,
acusaciones y seguramente alguna que otra palabrota, cuando vio el espacio detrás de
él y enmudeció.
Altos muros de piedra ascendían hacia techos abovedados: de las cúpulas
invertidas colgaban gigantescas lámparas de araña, y los apliques de las paredes tenían
todo el aspecto de estar allí para sostener largas antorchas. Las ventanas eran enormes,
arqueadas y con gruesos paneles de cristal tan antiguos que la noche al otro lado
aparecía distorsionada. El único mobiliario eran las formas cubiertas de sábanas
blancas distribuidas por distintos puntos, y al fondo una escalinata en espiral que
llevaba al piso de arriba.
—¿Ésta es... tu casa?
Stormy tragó saliva. Todo parecía cubierto por una capa antigua de polvo y
telarañas. Se volvió despacio y casi dio un respingo al ver los dos ataúdes uno al lado
del otro, los dos abiertos.
—No parece que haya estado muy habitada últimamente —comentó.
—Hace mucho que nadie vive aquí, es cierto.
Parpadeando, Stormy se acercó a la ventana más cercana y limpiando el polvo
del cristal con la palma de la mano, miró al exterior.
La luna llena resplandecía en el cielo e iluminaba con su luz los acantilados y
rocas que se alzaban casi como suspendidos en el aire, aunque más allá de los
acantilados cercanos se adivinaba la silueta de una cadena montañosa y otros
acantilados.
Sin embargo, allí no había más que oscuridad. Incluso los pocos y raquíticos
árboles que se aferraban con fuerza a las laderas rocosas que se precipitaban hacia el
mar parecían moribundos.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Stormy tragó la sequedad en la garganta. Estaba deshidratada, sedienta,


hambrienta y un poco asustada.
Aquello no parecía una isla frente a las costas de Carolina del Norte como le
había dicho él.
—¿Dónde demonios estamos, Vlad?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Capítulo 2

Vlad se mantuvo a distancia del resto de los visitantes del museo. Mortales.
Turistas. Grupos de niños con sus profesores. Sin llamar la atención se adentró en la
pequeña sala donde estaba la exposición itinerante de Anatolia y se acercó a la vitrina
donde descansaba el anillo. Al verlo, los recuerdos afluyeron a su mente, a su alma, pero
los rechazó.
No era fácil. Recordó quitarse el anillo del dedo meñique y ponérselo a Elisabeta
en el índice, el único del que no se le caía. En su mano pequeña y delicada el anillo era
grande, fuerte y poderoso, y parecía marcarla como si fuera una posesión suya.
—¿Señor? Perdone, señor —dijo una voz de mujer.
Vlad parpadeó y miró a la mujer uniformada que se acercaba, totalmente ajeno a
su presencia y al largo rato que llevaba contemplando el anillo.
—El museo va a cerrar. Debe marcharse, señor.
—Sí, por supuesto.
La mujer se alejó y él miró el anillo por última vez. Lo había encontrado por fin,
y sí, saldría del museo, de momento. Pero nada, absolutamente nada, le impediría
hacerse con el anillo.
Cerró los ojos y salió al exterior, pero en cuanto se vio envuelto por la fresca
brisa de la noche, notó la presencia de algo más, algo que no esperaba.
—Tempest —susurró, sabiendo que estaba cerca.
Y lo estaba.
Vlad empezó a moverse, casi sin mirar, dejándose llevar por la sensación de su
presencia. Como siguiendo el rastro dejado por la estela de un cometa, enseguida
localizó su calor, su luz, su energía.
Pero no podía acercarse demasiado sin arriesgarse a que ella se diera cuenta.
Nunca se había acercado demasiado a ella, a pesar de la tentación que apenas era
capaz de resistir. Porque mientras mantenía la distancia, Elisabeta dormía, aletargada
en el interior de Tempest.
Vlad sabía que Elisabeta seguía allí, que no había muerto ni continuado su viaje
al mundo del descanso eterno. La sentía, pero ella continuaba inmóvil.
Así sería más fácil para Beta, o al menos eso esperaba él. Dejarla descansar y
esperar el momento ideal. Pero el tiempo se estaba acabando para los dos. Y ahora
que había encontrado el anillo, apenas se atrevía a albergar esperanzas de un futuro
con ella.
Y así siguió el rastro de su presencia que se fue haciendo cada vez más poderoso
e irresistible, quizá porque se estaba permitiendo acercarse a ella más que en los
últimos dieciséis años.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad se detuvo en la acera junto a un hotel, y levantó la mirada hacia la


habitación donde estaba seguro de que estaba ella.
¡Cielos, cómo deseaba escalar la pared e ir a ella!
Antes siempre había estado preparado para resistirse a sus impulsos. Antes
siempre había tenido tiempo para fortalecerse antes de entrar en su campo de energía.
Pero esta vez su presencia era totalmente inesperada y no estaba preparado. Esta vez
no había ido allí por ella, sino por el anillo, pero para poder llevar a cabo sus
objetivos necesitaba también el pergamino. Sin el pergamino, el anillo no servía de
nada.
¿Qué hacía Tempest allí? ¿También había ido a buscar el anillo? ¿Por qué?
¿Cómo lo sabía?
No podía permitir que ella se hiciera con él, si ésa era su intención. Era demasiado
peligroso.
Mientras permanecía de pie en la acera mirando a su habitación, Tempest salió a
la terraza, se apoyó en la barandilla y contempló la noche a su alrededor.
Ya no había rubor juvenil en el cuerpo de la mujer en cuyo interior dormía su
amada esposa. En lugar de eso, los ángulos de una mujer en la flor de la vida, con el
rostro más delgado y los ojos más duros que antes. El pelo seguía siendo rubio, pero
no tan pálido. Corto, pero no tanto. Ahora, la corta melena le enmarcaba suavemente
la cara y se movía con la caricia de la brisa. Seguía teniendo un gran parecido con
Elisabeta, y Vlad deseó deslizar los dedos entre los mechones dorados; deseó hundirse
en ella y sentirla estremecerse bajo el poder de sus caricias. Ella lo deseaba.
Cielos, podía sentir el deseo de Tempest por él. Y supo que ella había advertido
su presencia, quizá no con la claridad que él la sentía a ella, pero sí. Y
conscientemente o no, lo estaba llamando. Lo seguía deseando.
Vlad tuvo que controlarse. Tenía que saber qué hacía ella allí. Había esperado
dieciséis años para volver a estar con ella, y antes de eso más de quinientos. Sin duda
podía esperar una noche más. Aunque no mucho más.
Estaba hambriento. Necesitaba sustento, sangre para satisfacer su cuerpo y
calmar el violento deseo en sus venas. Para no ir a ella. Aún no. Y después, poco
antes del alba, iría a buscar el anillo.
Eso fue precisamente lo que hizo. Pero cuando llegó al museo, se encontró una
ventana rota, las alarmas sonando y el anillo...
Desaparecido.

Stormy despertó al sentir la fuerza de los rayos de sol en la cara. Rodó por la
cama y ocultó el rostro en la almohada, pero el recuerdo de sus sueños la despertó
con más fuerza que el sol.
Había soñado con Vlad.
Pero el sueño no eran los dos haciendo el amor, que era algo que había soñado
muchas veces en los últimos dieciséis años, sin saber si había ocurrido de verdad o si
estaba sólo provocado por el irracional anhelo que tenía de él. O algo más siniestro;

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

quizá el anhelo de la intrusa o uno de sus recuerdos.


No. El sueño había sido más como un recuerdo. Hasta el final. Después se había
convertido en una visión. Él estaba de pie junto a la orilla del Endover, con la
espectacular mansión al estilo de un castillo medieval alzándose a su espalda y el mar
bramando entre ellos.
Vlad sólo la miraba.
Deseándola.
Llamándola.
El viento le azotaba la melena negra, y ella recordó la sensación de deslizar los
dedos entre los oscuros mechones.
Vlad estaba desnudo de cintura para arriba, seguramente porque así era como
ella prefería recordarlo. Su pecho era, junto con sus ojos, la boca y el pelo negro, lo
que más le gustaba de él. En sueños le acarició el pecho y después el vientre. ¿Era real?
¿Lo había sido alguna vez?
—Dios —gimió ella rodando sobre la cama con desesperación—. ¿Lograré
olvidarlo algún día?
Pero ya conocía la respuesta. Si había sido incapaz de olvidar a Drácula en dieciséis
años, tampoco iba olvidarlo ahora.
El ejercía un fuerte poder sobre ella, de eso estaba segura, pero lo que no sabía
era si ése era el motivo, o simplemente el hecho de que él había sido el único hombre
que la había hecho sentirse... desesperada por él. Hambrienta de él.
Como ningún otro hombre, ni en el pasado ni en el futuro.
Ni siquiera había logrado nunca alcanzar un orgasmo con otro hombre que no
fuera él.
Seguramente él no tendría ese problema. No había vuelto a ponerse en contacto
con ella en dieciséis años. Y eso le dolía más de lo que debería. A veces se decía que
Vlad lo hacía para protegerla del dolor que provocaría Elisabeta si se acercaba a ella.
Pero casi siempre terminaba diciéndose que la verdadera razón era que Vlad amaba a
Elisabeta, no a Stormy. Y puesto que no podía tener a su amada, ¿para qué molestarse
con ella?
Stormy cerró los ojos y recordó las partes iniciales del sueño. Entonces supo que
había sido un recuerdo. Un fragmento de las semanas que Vlad borró de su memoria,
cuando la llevó a Rumania, no a Carolina del Norte, metida dentro de un ataúd.
Recordó despertarse en su castillo, furiosa.
¿Pero por qué? ¿Qué ocurrió allí? ¿Por qué la dejó marchar?
Dios, ¿por qué la había dejado marchar?
Con un gemido, Stormy se levantó de la cama y se acercó a la puerta, esperando
encontrar la orden que había dado en recepción para todos los días de su estancia en el
hotel.
Así era. En el pasillo había un carrito con una jarra de café recién hecho y un
plato de bollería recién horneada; al lado un ejemplar del periódico local.
Stormy metió el carrito en la habitación, se sirvió una taza de café, probó uno de
los bollos rellenos de queso y mermelada y se sentó a leer el periódico.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Lo primero que vio fue el titular en letras mayúsculas:

Espectacular robo en el museo nacional. Desaparecido objeto de incalculable valor.

—No —susurró.
Pero ya sabía, incluso antes de leer el artículo, de qué objeto se trataba. Y no se
equivocó,
Según el artículo, la sustracción había sido un burdo ejercicio de romper y robar.
Alguien había roto la ventana de la sala donde estaba el anillo haciendo saltar todas
las alarmas del centro, y se había marchado por el mismo sitio antes de que los
guardias de seguridad tuvieran tiempo de llegar hasta allí.
No parecía una forma de operar propia de Melina Roscova. De ella, Stormy habría
esperado un golpe más elegante y sofisticado. Pero ¿quién si no podía desear el
anillo?
La respuesta se le presentó con una clarividencia absoluta. Vlad. El ladrón.
La noche anterior había soñado con él. ¿Había sido una casualidad? ¿O había
sido su cercanía real lo que había hecho que apareciera su imagen en su mente?
¿Tenía él el anillo? ¿Y qué clase de poder poseía?
Stormy se estremeció y supo que, fuera lo que fuera, la asustaba.
—Sólo hay una manera de averiguarlo —murmuró cuadrándose de hombros y
apurando el café de un trago.
Se dio una ducha en tiempo récord, pero cuando iba a salir se detuvo. Porque...
¿no se había dormido la noche anterior desnuda en la bañera? ¿Por qué no recordaba
haber salido del agua y meterse en la cama?
Frunciendo el ceño se secó el cuerpo, se puso un par de vaqueros y una camiseta
negra con el dibujo de una moderna hada con la frase: «Confía en mí».
—Debía estar más cansada de lo que creía —se dijo—. Ya me acordaré.
Y con ésas, se echó un puñado de espuma en el pelo rubio y se lo secó en dos
minutos con el secador.
—Por esto me encanta el pelo corto —dijo.
Y después de calzarse y llenar el termo de café caliente, salió del hotel. Allí,
junto a la entrada, estaba su Bella-Donna, esperándola, aunque no recordaba haber
llamado la noche anterior para pedir que le tuvieran el coche preparado por la mañana
en la puerta del hotel. ¿O se había olvidado? No parecía probable, pero entre los
whiskies que se había tomado y el estrés de estar en la misma ciudad que el anillo, y
que Vlad, pensó que todo era posible.
Claro que ahora tenía que concentrarse en el robo. Tenía que ver a Melina
Roscova porque tenía que averiguar qué había ocurrido con el anillo.
«Mi anillo», susurró una vocecita en lo más profundo de su mente.
Una voz que no era suya.

Varias horas después, Stormy detenía su reluciente vehículo negro delante de

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

unas puertas de hierro forjado sobre las cuales, también en negro, se leía la palabra
Atenea. La puerta estaba cerrada, pero encima de una de las columnas laterales había
un timbre con altavoz.
Stormy bajó del coche. La enorme puerta de hierro colgaba entre dos pilares de
piedra de considerable altura. El lugar estaba rodeado por un muro de piedra de tres
metros de alto, y más allá de las puertas, Stormy pudo ver que la casa estaba también
construida en la misma piedra.
Unos buhos gigantescos de granito blanco coronaban los dos pilares y se erigían
como sendos centinelas de ojos negros que guardaban el castillo. Aquellos ojos de
ónice negro hicieron estremecer a Stormy. Demasiado parecidos a los ojos de
Elisabeta, imaginó.
Stormy puso el botón del interfono y dijo:
—Stormy Jones, de SIS. Estoy aquí para hablar con Melina Roscova.
—Bienvenida —respondió una voz conocida desde el interior—. Por favor, pase.
Las puertas se abrieron despacio. Stormy volvió al coche, se sentó en las fundas
de cuero negro con bordados de dragones japoneses rojos a juego con las alfombrillas
y la funda del volante y esperó a que la puerta se abriera del todo.
Después avanzó lentamente por el sendero circular que rodeaba una
impresionante fuente. Stormy detuvo el coche junto a la entrada principal de la
mansión y lo cerró. Después, irguiéndose cuan alta era y esperando que Melina
admitiera haber robado el anillo, subió los escalones de piedra hasta las puertas dobles
de madera con bisagras y pomos de hierro forjado, más propias de un castillo
medieval que de una residencia moderna. Para rematar el efecto, el picaporte se
sujetaba en los talones de otro búho blanco.
Las puertas se abrieron antes de poder llegar a llamar, y Melina apareció
sonriente ante ella.
—Sé que no hablamos de dinero, pero le pagaré lo que me pida. Me alegro de
que haya cambiado de opinión.
La mujer continuaba hablando mientras Stormy la seguía incrédula a través del
impresionante vestíbulo de la mansión por un amplísimo pasillo que llevaba hasta la
biblioteca. Allí pasaron junto a otras mujeres, todas ocupadas, pero curiosas que
alzaron la cabeza a su paso. Todas tenían entre veinte y cincuenta años, pensó
Stormy, todas eran muy atractivas y todas tenían una envidiable forma física. Todas sin
excepción.
—Veo que cuando toma una decisión trabaja rápido —estaba diciendo Melina
mientras cerraba las puertas de la biblioteca e invitaba a Stormy a sentarse en un sillón
de piel—. ¿Lo ha traído?
Stormy se acercó al sillón, pero no se sentó. En lugar de eso. se volvió a mirar a
la mujer y preguntó, con toda la calma que fue capaz de recabar:
—¿Si he traído qué?
Por un segundo, la sonrisa de Melina pareció desfallecer ligeramente.
—El anillo, por supuesto.
El impacto de la decepción obligó a Stormy a dejarse caer pesadamente en el

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

sillón a su espalda y bajar la cabeza.


Maldita fuera, sus esperanzas por tierra. Porque no pensó que Melina estuviera
fingiendo.
—Yo no lo tengo, Melina.
—¿Entonces qué ha hecho con él?
—Nada.
Stormy se obligó a levantar la cabeza, a mirar a la mujer que en ese mismo
momento se dejaba caer en un sillón frente a ella, con una expresión tan devastada
como ella se sentía por dentro.
—O sea, que puedo decir sin temor a equivocarme que usted no entró en el
museo y lo robó —dijo Stormy.
—Yo no, se lo aseguro —dijo Melina, cerrando brevemente los ojos—. Pensé que
había sido usted. Pensé que había cambiado de idea, o algo así.
—Yo no fui —dijo Stormy, repitiendo la misma negativa que su anfitriona.
—Lo que significa...
—Significa que lo tiene otra persona —dijo Stormy.
Melina se incorporó despacio, fue hasta un armario y lo abrió. Allí se sirvió tres
dedos de vodka. Stolichanya.
«Buen vodka», pensó Stormy,
La vio apurar el vaso de un trago y después sostener la botella en el aire,
ofreciéndosela.
—No, gracias. Tengo que conducir —rechazó Stormy la invitación.
—Espero que todavía no.
—¿No? ¿Por qué razón?
Melina sacó otro vaso, lo sirvió y después volvió a llenar el suyo. Guardó la
botella y cruzó la sala para entregarle uno de los dos vasos con una generosa dosis del
líquido transparente a Stormy.
—Porque necesito su ayuda. Ahora más que nunca, Stormy. Tiene que aceptar el
trabajo.
—El trabajo consistía en robar el anillo —dijo Stormy—. Eso ya lo han hecho.
—Sí. Y ahora el trabajo consiste en encontrar al ladrón y quitárselo. Antes de que
sea demasiado tarde.
Stormy estaba bastante segura de saber quién lo tenía. Y no tenía ninguna gana
de enfrentarse a él, aunque tenía la sensación de que no tendría elección. Quizá con el
dinero y los recursos de la Hermandad tendría la oportunidad de sobrevivir a las
malévolas intenciones de Vlad. Al menos de intentarlo. Dios sabía que no podía
permitir a Vlad decidir qué hacer con el anillo.
Stormy no sabía qué tipo de poder poseía el objeto en cuestión, pero tenía la
certeza de que podía destruirla.
Melina suspiró.
—Tengo que poner a mis Primeras al corriente de lo ocurrido para que podemos
iniciar la búsqueda.
—¿Sus Primeras?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Mis... lugartenientes, a falta de una expresión mejor. Por no mencionar a mis


superiores —al decirlo se secó lo que bien podía ser una gota de sudor de la frente—.
Por favor, quédese a cenar. En cuanto lo haya organizado todo, le hablaré del anillo.
Se lo contaré todo, Stormy. Aunque...
Stormy arqueó las cejas, expectante, y al ver que Melina no continuaba, insistió:
—¿Aunque?
Melina se encogió de hombros.
—Tengo la sensación de que sabe tanto como yo —dijo sin levantar la voz—. ¿A
qué se debe eso, Stormy?
Stormy se encogió de hombros.
—Ayer fue la primera vez que vi ese anillo, Melina. Creo que su imaginación
está un poco acelerada.
Melina la estudió en silencio durante un largo momento, y después pareció
aceptar sus palabras con un movimiento de cabeza.
—¿Me ayudará?
—Mantenga su palabra y cuénteme todo lo que sabe, absolutamente todo, Melina,
y haré todo lo que esté en mi mano para encontrar y «adquirir» el anillo.
Melina sonrió.
—Gracias, Stormy. Muchísimas gracias —repitió y le estrechó brevemente la
mano.
Stormy sintió ciertos remordimientos al aceptar tanta gratitud de la mujer.
Después de todo, no le había dicho nada de entregarle el anillo a ella una vez lograra
hacerse con él. Porque era algo que no pensaba hacer.

Cuando se puso el sol, Vlad se levantó de la cripta donde había pasado el día
protegido de la mortífera luz diurna. La devastadora sensación que le embargó en el
momento en que su mente salió del sopor del sueño estuvo a punto de hacerle
desplomarse de rodillas, pero luchó contra ella. No todo estaba perdido.
Después de estar tan cerca del anillo, perderlo de aquella manera...
Sólo podía llegar a una conclusión. Tempest. Ella debía tenerlo. Había ido a
buscarlo, igual que él, y le había ganado.
Por eso todavía había una oportunidad. Sólo tenía que encontrarla y...
«Se ha ido».
Lo supo con una claridad absoluta, tan real y palpable como el aire que se
filtraba en los pulmones de los mortales. Tempest había dejado la ciudad.
Pero no importaba. No había lugar en la tierra donde él no pudiera seguirla.
Donde no pudiera encontrarla. Tempest nunca podría escapar de él.
Y así siguió el rastro de su esencia, el rastro que había entretejido con el anhelo
que sentía por él. Y la encontró.
Tempest estaba detrás de los muros de aquella mansión, al otro lado de una
barrera de piedra y una puerta de hierro marcada con una palabra,
Atenea.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad reconoció el lugar: era una de las sedes de la Hermandad de Atenea.


Aquellas brujas. ¿Qué tenían que ver con Tempest? ¿Y con el anillo? Por todos
los dioses, ¿cómo? ¿por qué? ¿por qué se relacionaba Tempest con personajes como
ellas?
Vlad se plantó en el exterior del muro de piedra que rodeaba el lugar, aunque
hubiera podido entrar sin ningún problema. Pero no lo necesitaba. El poder que tenía
sobre Tempest era suficiente para meterse dentro de su mente, ver lo que ella veía y
oír lo que ella oía. Podía sentir sus pensamientos como si fueran propios.
Y al infierno con las consecuencias. Stormy había robado el anillo... ¿Para qué?
¿Para entregárselo a unas mortales entrometidas? ¿Cómo se atrevía a traicionarlo de
aquella manera?
No. Haría lo que fuera necesario para llegar al fondo del asunto, para encontrar el
anillo y recuperarlo. Por eso se acomodó lo mejor que pudo en la oscuridad y se
deslizó con sumo cuidado en el interior de la mente de la mujer.

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Capítulo 3

La cena en la Hermandad de Atenea se sirvió tarde, pero la espera mereció la


pena: asado de cerdo glaseado con zanahorias y patatas, acompañado de varios platos
de variadas guarniciones y postre.
Mientras cenaba, Stormy intentó recordar los nombres de las mujeres que se
sentaban a su alrededor, aunque no era fácil. A tres de ellas las conocía. Melina, por
supuesto. Después estaba la que parecía ser su mano derecha, Brooke, con una melena
pelirroja que le caía hasta el hombro y tan lisa como si estuviera mojada. Parecía recién
salida del rodaje de un vídeo de Roben Palmer y estaba tan delgada que Stormy pensó
que no debía comer nada. Llevaba una falda de tweed ceñida desde las caderas hasta
las rodillas, con una blusa de seda color marfil abrochada hasta el cuello. Y la tercera era
Lupe, una sudamericana de curvas sinuosas que cada vez que abría la boca, a Stormy
le recordaba a Rosie Pérez. De metro cincuenta y cinco de estatura, era mucho más baja
que sus dos colegas, y gozaba de una figura totalmente curvilínea. Tenía los labios
gruesos y carnosos y la piel color terracota; llevaba una melena no muy larga, similar a
la de Brooke, pero de un tono negro azabache y que se ondulada sobre los hombros.
Los ojos castaños oscuros tenían el tono dulzón del chocolate con leche. Iba ataviada
con unos vaqueros de diseño y un suéter de felpilla que probablemente costaban más
que todo el vestuario de Stormy.
De esas tres se acordaba. Y fueron las tres que entraron con ella en la biblioteca
después de la cena. Y sí, pensó Stormy, Brooke había comido; lo suficiente para
alimentar a un pajarito.
Una cuarta mujer entró con una bandeja de café que dejó en una mesa y salió sin
decir una palabra.
—Este sitio es... raro —dijo Stormy.
—¿Usted cree?
Melina sirvió café en cuatro tazas, tomó una y se sentó. Stormy se fijó en que lo
tomaba con leche y sin azúcar. Suave pero fuerte.
—Parece una mezcla entre un barracón del ejército y un convento.
—Porque eso es lo que es —dijo Lupe con una sonrisa en su típico acento latino
de Brooklyn, mientras se servía cuatro cucharadas de azúcar en el café.
Caliente y dulce, pero solo; pensó Stormy.
Stormy recorrió la sala con los ojos. Era grande, de techos altos y las cuatro
paredes estaban totalmente cubiertas de libros y manuscritos encuadernados, muchos
de los cuales parecían muy antiguos. El lugar olía a papel viejo y cuero. En el extremo
opuesto había una mesa que parecía un escritorio, aunque estaba cubierta por un
mantel de satén violeta. Sobre él había un par de candelabros de peltre con velas

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

doradas a ambos lados de un desgastado libro de cuero.


Stormy miró el libro, fijándose a la vez en Brooke, que se sirvió una taza de café a
la que no añadió nada. Solo y amargo.
Después ella se sirvió el suyo con unas gotas de leche para quitar el amargor y un
poco de azúcar para intentar olvidar que la cafeína podía ponerla por las nubes y no
dejarla pegar ojo en toda la noche.
Entonces Melina habló.
—Conocimos la existencia del anillo en 1516 —empezó con su explicación la jefa
de la hermandad—, cuando una miembro de la hermandad compró el diario de una
presunta maga que vivió un siglo antes.
—¿Tan antigua es la Hermandad de Atenea? —preguntó Stormy.
—Más incluso —dijo Melina mirando el libro entre candelabros sobre el mantel
violeta.
—¿Ése es el diario? ¿Ese diario tan antiguo? —preguntó Stormy, dando unos
pasos hacia el libro que descansaba en la mesa.
—Sí.
Stormy dejó la taza y se acercó al libro, deteniéndose sólo cuando Brooke le puso
una mano sorprendentemente helada sobre la suya.
—Es muy delicado. Tenga cuidado.
—¿Qué crees, que quiere robar la cubierta? —preguntó Lupe, sacudiendo la
cabeza—. No seas tan histérica, Brookie.
Era evidente que el apodo no era un término cariñoso.
Stormy miró a ambas mujeres. Tan diferentes y quizá tan iguales. Había tensión
entre ellas, pero ése no era su problema. Relajándose, tocó el libro con gran cuidado;
levantó la tapa de cuero y observó la página amarillenta y quebradiza con interés.
Las palabras fluían a lo largo de la página en un alfabeto desconocido, del que
apenas podía distinguir las palabras. Muchas no eran más que meras sombras. Quería
volver la página, pero no se atrevió por temor a que se desintegrara.
—No está en nuestro idioma.
Después de decirlo se dio cuenta de que su observación era más que evidente.
—No —dijo Melina—. Faltan muchas páginas, y de otras sólo hay una parte.
Muchas no se pueden leer, pero hemos traducido las que hemos podido. Está escrito
en un idioma olvidado, por lo que algunas de las traducciones son poco sistemáticas
o simplemente suposiciones. Pero el diario habla de «El Anillo del Empalador».
—Se refiere a Vlad el Empalador, alias Drácula.
—Es a la conclusión que hemos llegado, sí. Las fechas coinciden, y puesto que
se encontró en Turquía y los turcos estuvieron en guerra con los rumanos en la época
del reinado de Drácula, no es una conclusión en absoluto descabellada.
Stormy sintió un estremecimiento. Era el anillo al que Vlad se había referido
hacía dieciséis años. Si en algún momento había tenido alguna duda, ésta desapareció
por completo. Era el anillo que Vlad llevaba más de cinco siglos buscando. Stormy se
obligó a levantar la taza, beber despacio y procurar ocultar el temblor de sus manos.
—¿Y el diario dice algo del anillo? —preguntó.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Melina se acercó al libro y lo abrió por una sección marcada con una cinta roja.
—Esta es la referencia —dijo—. Si prefiere, puede copiarla y llevarla a un
traductor. Pero le aseguro que no encontrara una interpretación más exacta que la
nuestra. Para estas cosas sólo contratamos a los mejores lingüistas.
—La creo —dijo Stormy—. Pero si no le importa, preferiría copiarlo. O mejor...
Stormy metió la mano en la mochila que había dejado colgada en el respaldo
del sillón y sacó una cámara de fotos digital, pequeña, ligera, de 8. 5 mega píxeles. —
¿Puedo?
Melina asintió, aunque su expresión decía lo contrario.
Stormy hizo varias fotos del libro, incluidos algunos primeros planos de la
página con el texto indicado. Después, guardó la cámara y se volvió hacia Melina.
—¿Va a decirme qué es lo que pone?
—Por supuesto —dijo la mujer.
De un cajón del escritorio, bajo el mantel violeta, Melina sacó unas gafas y una
agenda y empezó a leer.
—«Por petición del príncipe hemos imbuido el anillo de la esencia de su amada y
creado un poderoso rito que hemos transcrito a un pergamino. Ambas cosas le han
sido entregadas, junto con nuestras instrucciones. Cuando encuentre a la mujer, debe
colocarle el anillo en el dedo y realizar el rito que hemos creado. En ese momento la
esencia de la amada perdida regresará. Y entonces ella recuperará sus recuerdos y su
alma. Asimismo, también recuperará algunos rasgos físicos, rasgos que son un
misterio para nosotros pero que el príncipe conoce, o eso dicen nuestras adivinaciones.
Este es probablemente el hechizo más importante que he realizado en toda mi larga
vida —Melina hizo una pausa antes de continuar—. La unión del poder de todos
nosotros, los magos más poderosos de nuestro tiempo, ha sido una experiencia
impresionante, pero, aún con todo, mi corazón queda cargado de inquietud, porque
existe un lado oscuro. El alma perdida, aunque es parte de un todo, es sólo una parte,
no un todo completo. Para su regreso, debe desplazar otra parte. Va contra natura, y
temo las repercusiones sobre el todo, sobre el inocente, y sobre mi propia alma por mi
participación en la creación de lo que no puedo por menos pensar que está mal. Sin
embargo, hemos encontrado una forma para que los dioses anulen nuestra obra. Un
límite temporal. Cuando la Estrella Roja del Destino eclipse a Venus, terminará el
tiempo del hechizo. Y todas las partes del alma dormida, tanto de la mujer como las
de sus descendientes espirituales, quedarán libres para continuar hasta el otro lado».
Melina cerró el libro y levantó la cabeza. Se quitó las gafas y las dobló con
cuidado.
Stormy miró al resto de las reunidas y se dio cuenta de que era la primera vez
que las dos mujeres escuchaban aquellas palabras en voz alta. Brooke parecía
intrigada y entusiasmada, mientras la expresión de Lupe era preocupada y cautelosa.
—¿El anillo tiene el poder de devolver la vida a alguien? —preguntó Lupe
genuinamente asombrada.
—No el cuerpo —dijo Melina—. Sólo el alma.
—¿Y crear que? ¿Un fantasma? —preguntó Lupe.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Stormy dejó la taza.


—Es una transmisión de almas. El espíritu muerto entra en el cuerpo de una
persona viva y se apodera de él —dijo. Un estremecimiento la recorrió—. ¿No es así?
Melina asintió.
—Es también mi interpretación, efectivamente.
—¿Y por descendiente espiritual se refiere a una especie de reencarnación? —
preguntó Stormy, aunque pensó que ella conocía la respuesta.
—¿Pero no sería una reencarnación del alma de la persona muerta? —preguntó
Lupe.
Stormy negó con la cabeza.
—No necesariamente. Algunos dicen que cuando morimos nuestra alma vuelve
para fundirse en el alma colectiva, un alma superior. Allí se comparten todas las
experiencias y surge una nueva alma. Eso es la reencarnación. Es parte de un todo,
pero no es el mismo todo que existió anteriormente, sino uno renovado.
Lupe asintió, como si lo entendiera.
A Stormy se lo había explicado el hipnotizador que fue a ver a Salem, aunque al
principio no lo creyó. No había querido creer que el enemigo estaba dentro de ella, y
que era su antepasado espiritual. Una parte de ella.
Ahora tenía que intentar entender una nueva pesadilla. Elisabeta era la esposa de
Vlad. Su esposa muerta, oculta en el cuerpo de Stormy, esperando la oportunidad de
apoderarse de él. Y el anillo que probablemente él había robado la noche anterior era
lo único que podía devolverle la vida en el cuerpo de Stormy.
—Así que la pregunta es —se preguntó Stormy—, ¿qué le pasa a la persona
viva? ¿Al propietario actual del cuerpo? ¿La expulsan de su cuerpo... cuando
Elisabeta se apodera de él?
Melina se humedeció los labios.
—¿Cómo sabe que su nombre es Elisabeta?
Los ojos de Stormy miraron a la mujer, y por una décima de segundo, Stormy se
sintió tambalearse por dentro, pero rápidamente se recuperó y controló el posible
daño causado con su revelación.
—Vamos, Melina. Ha dicho que lleva años observándome. Tiene que saber que
soy experta en todo lo relacionado con vampiros, especialmente en Drácula.
Melina asintió, pero continuó mirando a Stormy con expresión de extrañeza
durante un segundo más. Después suspiró.
—No sé lo que le ocurriría al propietario del cuerpo, pero el rito del que se habla
en este diario podría ser la receta perfecta para el asesinato metafísico.
—No necesariamente —dijo Brooke—. Hay gente, entre las que me incluyo, que
creemos que dos almas pueden coexistir perfectamente dentro del mismo cuerpo, en el
caso de que ambas así lo acuerden.
—Eso sería como tener una doble personalidad —dijo Stormy—. Lo que implica
un conflicto continuo y la lucha por el control —hablaba por experiencia personal—.
No terminaría hasta que uno de los dos muriera.
—Siento discrepar —dijo Brooke—. Pueden compartir. Quizá incluso unirse con

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

el tiempo. Melina, ¿dice el rito que la persona cuyo cuerpo recibe el alma tiene que ser
un descendiente espiritual?
—No.
—Es obsceno —dijo Lupe—. Una bofetada en pleno rostro al orden
sobrenatural, incluso si funciona.
—Exacto —dijo Melina—. Una vida termina cuando concluye su tiempo. Es así.
No se puede interferir con algo de esa naturaleza y creer que no habrá repercusiones
graves. Y ahora... —la mujer cerró los ojos—. Alguien tiene el anillo.
—Pero ¿y el rito? —preguntó Stormy—. ¿Viene explicado en el diario?
—No —respondió Melina. Y al decirlo, su mirada se cruzó brevemente con la de
Brooke—. Ni siquiera sabemos si el rito continúa existiendo. Incluso es posible que se
haya desintegrado, como ha ocurrido con tantas otras páginas del diario.
—¿Se podría recrear? —preguntó Stormy.
Melina ladeó la cabeza hacia un lado y estudió a Stormy en silencio; otra vez
con quizá demasiado interés.
—Es posible. Un hechicero o un brujo experimentado podrían crear un hechizo
que funcionara. O al menos intentarlo, con Dios sabe qué resultados. Y seguro que hay
más de uno, por ignorante o por ambicioso, dispuesto a hacerlo —Melina sacudió la
cabeza—. Por eso es necesario recuperar el anillo. Para ponerlo en un lugar seguro.
Mientras exista, hay peligro para una vida inocente.
Stormy estaba de acuerdo. Especialmente desde que la vida inocente en cuestión
era la suya propia.
—¿Y qué significaba la última parte? —preguntó—. ¿La de la Estrella Roja de no
sé qué?
—No lo sabemos. Ni siquiera sabemos si existía en aquella época o cómo es
llamada por los astrónomos actuales —Melina devolvió el cuaderno a su sitio y lo
cerró—. Bien. Eso es todo lo que sabemos. Brooke y Lupe, mis dos directas
subordinadas, son las únicas personas que lo saben además de yo. Y ahora usted, por
supuesto —se acercó a Stormy—. ¿Cree que podrá encontrar el anillo y recuperarlo?
Humedeciéndose nerviosamente los labios, Stormy asintió.
—Creo que no me queda otro remedio.

Había pasado mucho tiempo. Demasiado tiempo.


Elisabeta seguía viva. Vlad la sentía, viva y alerta, en lo más profundo de la
conciencia de Tempest, esperando que él la rescatara.
Y quizá lo que había oído desde lo más profundo de la mente de Tempest exigía
su intervención.
La mujer llamada Melina, la jefa de la pequeña congregación, invitó a Tempest a
pasar allí la noche y Vlad suspiró aliviado. No podía esperar mucho más. Necesitaba
estar con ella.
Pero tenía que tener cuidado. No sabía cómo reaccionaría al verlo por primera
vez en dieciséis años, pero no podía irse sin verla.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

El dormitorio donde la alojaron tenía una pequeña terraza. Vlad saltó hasta allí
sigilosamente y oyó el ruido de la ducha en el cuarto de baño contiguo.
Por fin el sonido del agua cesó, y Vlad esperó. La vio entrar en el dormitorio
llevando sólo una toalla. Y cuando la toalla calló al suelo, todo su cuerpo se encendió
al verla, desnuda, mojada y preciosa.
Stormy cruzó el dormitorio, retiró las cubiertas, se tendió en la cama y cerró los
ojos.
Estaba cansada. Vlad sentía el cansancio en ella y esperó a que se durmiera. No
tardó mucho. Después, abrió la puerta de cristal y entró sigilosamente en el
dormitorio.
Permaneció un largo rato junto a la cama, sintiéndola. Su fragancia, tan conocida
y excitante, los sonidos de su respiración, lentos y profundos, su rostro. El pelo, antes
color platino, tenía ahora nuevas tonalidades, doradas y miel, mezcladas con mechas
más pálidas. Lo llevaba un poco más largo que antes, con un corte menos agresivo.
Deseaba acariciarla y saborearla, y saber que las sábanas eran lo único que cubría el
cuerpo femenino lo hacía arder por dentro de pasión.
Pero no estaba allí para eso. Necesitaba información. Y el anillo.
Se sentó en una silla y se concentró en la mente femenina, adentrándose
lentamente en ella, con cuidado, para que Tempest no fuera consciente de la intrusión.
Tampoco quería despertar a Elisabeta. Cerró los ojos y se hundió en sus sueños. Stormy
estaba en un velero, tumbada en cubierta, su cuerpo bañado por la luz de la luna llena
que iluminaba todo del cielo y el mar a su alrededor. Apenas llevaba una tela blanca
que la cubría desde un hombro hasta los pies.
Tempest estaba sonriendo a alguien. Con una mezcla de sorpresa y placer, Vlad se
dio cuenta de que era él. El estaba en sus sueños. Y se acercaba a ella, estirando la mano
y diciéndole que no tuviera miedo.
—No tengo miedo —le dijo ella—. De ti no —le aseguró y ladeó la cabeza—.
Elisabeta no puede entrar en mis sueños. ¿Lo sabías?
La revelación sorprendió al Vlad de verdad, pero no al Vlad soñado, que asintió
con la cabeza.
—Es el único lugar donde estás a salvo de ella —dijo él—. Por eso he venido
aquí.
¿Era cierto? ¿Era verdad? Parecía casi como si no fuera la primera vez que
Stormy soñaba con él. ¿Sería cierto?
Tenía que comprobarlo.
Vlad salió de su conciencia y la vio tendida en la cama, vio a la Tempest real, no
a la Tempest a través de los ojos femeninos dentro de su sueño.
—No despertarás. Estarás a salvo en el refugio de tus sueños —le dijo él—. ¿Lo
entiendes?
Vlad sintió su asentimiento, aunque Tempest no habló en voz alta. También
sintió el anhelo en la mente femenina, el deseo de él, de sus caricias.
—Tengo que hacerte unas preguntas, Tempest.
—Sí.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad estaba sentado al borde de la silla, inclinado hacia ella. No pudo evitar
acariciarla, ligeramente, y a la vez que le ordenaba no despertarse con el poder de su
mente, le recorrió las mejillas con las puntas de los dedos.
Stormy se estremeció de puro deseo. ¡Cómo seguía reaccionando ante él! ¡Más
incluso que antes!
—Tempest, ¿para qué buscas el anillo?
—Tengo que encontrarlo. Lo he prometido —respondió ella en voz alta, aunque
dormida.
Vlad fue a retirar la mano, pero ella la sujetó con la mano y se la acercó a la cara.
Después, lentamente, la deslizó hacia abajo, por el cuello, la garganta, bajo las sábanas
hasta el pecho.
Vlad se estremeció mientras acariciaba con la palma la piel cálida y suave y sentía
el pezón endurecido alzarse hacia él. Tan suave como antes, y más cálida y plena.
Stormy arqueó la espalda, y él rodeó y apretó el pezón entre los dedos.
—¿Por qué, Tempest? —preguntó él—. Dime por qué.
—Hazme el amor, Vlad.
—Primero dímelo. Responde a mis preguntas —insistió él.
Stormy se retorció en la cama, empujando las sábanas hasta la cintura, quedando
desnuda ante sus ojos.
Vlad se estremeció al verla. Seguía siendo increíblemente hermosa, con una piel
cremosa que casi suplicaba sus caricias. Las caderas un poco más anchas que antes, el
cuerpo un poco más formado y redondeado. Ya no era el cuerpo de una joven de
veintitrés años, sino el de una mujer, y él ardía en deseos de enterrarse en ella.
—Cuéntame por qué tienes que encontrar el anillo.
Vlad le tomó el otro seno con la mano, lo apretó y lo alzó. Después le pellizcó el
pezón suavemente, porque le encantaba verla jadear y estremecerse cada vez que sus
dedos apretaban el endurecido botón.
—Si lo encuentras, me matarás.
—Yo nunca te haría daño, Tempest.
Otro pellizco, esta vez más fuerte. Tempest sorbió una bocanada de aire. Dioses,
cómo la deseaba.
—Con la boca —susurró ella.
—Dime por qué crees que te mataré —dijo, sin poder apartar los ojos de los
senos turgentes que se alzaban hacia él.
Quería saborearlos, y no tuvo suficiente fuerza de voluntad para no hacerlo.
Vlad bajó la cabeza, a la vez que apretaba el pecho con la mano y alzaba el pezón hacia
arriba, y lo lamió con la lengua.
Tempest gimió.
—Más.
A Vlad le encantaba aquella nueva faceta de Tempest. La joven con quien había
estado años atrás habría esperado a que él tomara la iniciativa, a que él la acariciara
para después reaccionar. Pero la mujer que era ahora le decía exactamente qué era lo
que quería, y él estaba más que dispuesto a obedecer y a complacerla.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Dímelo, Tempest, y te daré lo que quieres —susurró él bañándole la piel


sensible con el aliento.
—Si consigues el anillo me lo pondrás y ejecutarás el rito —dijo ella—. Por favor,
Vlad.
Vlad cerró la boca sobre el pezón y succionó profundamente. Stormy le sujetó la
cabeza contra ella. Él la mordió ligeramente, y ella se arqueó hacia él, suplicando
más.
Vlad se detuvo.
—Sigue hablando, Tempest. Cuéntame lo que quiero saber.
Sin respiración, ella susurró:
—Si realizas el rito, moriré. Mi alma desaparecerá, y ella se apoderará de mi
cuerpo, y de ti. —dijo Tempest, apretando el pecho contra sus labios.
Él lo volvió a tomar, lo besó, lamió y succionó mientras ella se retorcía bajo él
hasta que la sábana cayó al suelo, dejándola desnuda y totalmente vulnerable.
Que los dioses me ayuden, pensó Vlad.
Deslizó la mano por el cuerpo femenino, sobre el vientre, hasta el suave vello
rizado entre las piernas. Stormy separó los muslos y arqueó las caderas contra la
mano masculina.
—¿Qué harás con el anillo cuando lo encuentres? —preguntó él.
—No puedo decírtelo. Me lo impedirás.
Vlad deslizó los dedos entre sus pliegues. Estaba húmeda, empapada, y muy
excitada.
—Dímelo, Tempest —susurró él, y deslizó los dedos en su interior.
Stormy se estremeció de la cabeza a los pies, y se apretó más contra él.
—¿Se lo darás a esa mujer? ¿A Melina?
—No la conozco. No me fío de ella —dijo ella. Y después—: Más fuerte.
Vlad hundió los dedos más profundamente en su cuerpo, los retiró y repitió el
movimiento una vez más.
—Dime qué harás con el anillo.
—Destruirlo —susurró ella.
Vlad se quedó inmóvil. Perplejo. ¿Destruirlo? No, no podía hacerlo. No se
atrevería.
Los ojos femeninos parpadearon levemente.
Vlad lo vio, y supo que estaba empezando a salir del sueño, por lo que recurrió a
todo el poder de su mente.
—No te atrevas a despertar, Tempest. Duerme. Sueña. Goza.
Ella se relajó un poco, y él se lo recompensó introduciéndole de nuevo los dedos.
Una y otra vez.
—Entrégate al placer, mi hermosa Tempest. Entrégate a mí.
—Tú me harás daño, me destruirás.
—Si es mi voluntad, de nada sirve tratar de resistirse. Ríndete a mí, Tempest.
Se inclinó hacia adelante y volvió a tomarle el pecho con la boca, con los dientes,
usando el pulgar para atormentar el clítoris a la vez que los dedos se hundían en ella y

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

la acariciaban hasta que la sintió al borde del climax.


Tempest gimió y se retorció con un poderoso orgasmo mientras él le ordenaba
continuar dormida y no recordar lo sucedido más que como un placentero sueño. El
cuerpo femenino se convulsionó y estremeció y Tempest susurró su nombre una y otra
vez mientras se desplomaba por un abismo de placer.
Vlad la acarició hasta que remitieron los últimos estremecimientos, hasta que las
convulsiones terminaron y ella se calmó. Le acarició el cuerpo y hablándole al oído le
susurró que era suya, que le pertenecía. También le ordenó confiar en él, creer en lo que
le dijera y obedecer sus órdenes. Siempre. Después la cubrió con las sábanas.
—Me has hecho daño —susurró ella—. No volviste a verme, Vlad. Sólo has
venido ahora, por el anillo. Y lo tienes tú.
Estaba empezando a ponerse nerviosa. Vlad la tranquilizó, acariciándole el pelo y
las mejillas.
—Yo no lo tengo, Tempest. Yo no lo robé.
—¿No? Pero lo quieres. Y tienes que saberlo, incluso Melina lo sabe.
—¿Qué es lo que saben?
Tempest sacudió la cabeza de lado a lado, aunque no llegó a abrir los ojos.
—No te importa, ¿verdad? Sólo quieres el camino despejado para que ella
vuelva, incluso si eso significa mi muerte. Me quieres muerta. Nada puede hacerme
más daño que eso.
—Confía en mí, Tempest. Tu voluntad es mía. Tu alma es mía. Lo sabes y debes
dejar de luchar contra ello. Harás lo que yo te ordene, sea lo que sea. Pero ahora,
duerme, Tempest. Sólo duerme.
Tempest se tranquilizó una vez más mientras él le acariciaba los hombros y el
cuello.
—Te quiero, Vlad —susurró—. Nunca quise enamorarme de ti, pero lo hice.
Vlad no supo cómo responder a semejante declaración. Tenía la esperanza de
que ella continuara sintiendo algo por él, porque sería más fácil hacer lo que tenía que
hacer si contaba con su cooperación.
Pero nunca imaginó que los sentimientos femeninos fueran tan intensos, sobre
todo teniendo en cuenta que había borrado de su memoria el tiempo que habían
estado juntos.
Stormy se relajó y cayó en un sueño aún más profundo.
Vlad se levantó, fue al cuarto de baño, se lavó las manos de su olor y su esencia,
sin el menor atisbo de remordimiento, y después se echó agua fría en la cara.
Al margen de lo sucedido entre ellos, se había enterado de muchas cosas. De que
Tempest no trabajaba para la Hermandad de Atenea, ni tampoco había robado el
anillo. También supo que estaba enamorada de él, aunque ella sabía que él elegiría a
Elisabeta, incluso a costa de su vida.
Pero también había sabido algo mucho más importante. Tempest se creía
inmune a la invasión de Elisabeta en sus sueños, pero estaba equivocada. Elisabeta
había estado allí, y lo había oído, sentido y experimentado todo. ¿Por qué no se había
manifestado? Quizá por estar demasiado débil después de tanto tiempo, o quizá para

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

conseguir la misma información que él buscaba. Quién tenía el anillo y cómo


conseguirlo.
Ahora él sabía que podía visitarla cuando quisiera, y hacerles el amor a las dos,
Tempest y Elisabeta aunque sólo fuera en sueños.
Y sabía que volvería, noche tras noche si podía. Era como un adicto que había
encontrado la fuente interminable de su droga y que no podía dejarlo, especialmente
siendo consciente del poco tiempo que quedaba. Cuatro días. Cuatro breves noches
hasta que la Estrella Roja del Destino eclipsara a Venus. Y entonces las dos morirían.
Vlad volvió al dormitorio, se inclinó sobre ella y le susurró al oído:
—Recuérdame sólo como un sueño, Tempest. Y no lo olvides. Volverás a soñar
conmigo. Pero de ahora en adelante, hermosa Tempest, tus noches y tu voluntad me
pertenecen.
—No te vayas —susurró ella—. No me dejes otra vez.
Vlad se inclinó sobre ella, la besó en la boca y deseó mucho más, pero tenía que
irse. Tenía que encontrar una víctima que le diera la sangre cálida y rica que necesitaba
antes de que le fallara la fuerza de voluntad y bebiera de Tempest.
Eso le haría vulnerable a ella, fortalecería el potente vínculo que había entre ellos
y significaría cierta debilidad en él. Una debilidad que podría impedirle hacer lo que
tenía que hacer.
Y no podía fallar. Tenía que continuar con su plan o todo estaría perdido.

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Capítulo 4

Con una agradable sensación de calidez, Stormy empezó a despertar. Rodó de


costado, abrazó la almohada y suspiró satisfecha con una sonrisa en los labios. Hasta
que se despertó por completo y la sonrisa se heló en sus labios a la vez que un
estremecimiento la recorría de la cabeza a los pies.
Vlad había estado allí.
Se sentó en la cama y recorrió con los ojos la oscuridad de la habitación. Las
puertas de la terraza estaban cerradas y en el reloj digital junto a la cama eran las
cuatro y cuarto de la madrugada. Encendió la luz y no vio a nadie, pero los sintió: un
par de ojos que la observaban.
La sensación era tan real que giró en redondo y miró a su espalda, pero no había
nadie. Sin embargo, era como si alguien estuviera a su lado, respirando junto a su
nuca.
Se acercó a las puertas del balcón y comprobó que estaban cerradas. Después
encendió la luz del cuarto de baño y vio que estaba vacío.
Volvió a la cama, pero dejó la luz encendida.
Estaba sola, sí.
Pero Vlad había estado allí. Estaba segura. No había sido sólo un sueño. Ella
conocía bien la diferencia. Llevaba dieciséis años soñando con él, y nunca se había
sentido así al despertar, tan relajada, tan satisfecha y tan saciada.
Tragó saliva y, sin dejarse amedrentar, abrió las puertas de la terraza y salió a la
oscuridad de la noche.
—¿Vlad? ¿Dónde estás?
La única respuesta fue el suave susurro de la brisa nocturna a través de los
árboles que rodeaban la casa.
—Sé que estás ahí, Vlad. Sé que quieres el maldito anillo. No intentes
ponérmelo, Vlad. Ni se te ocurra, te lo advierto.
Tampoco hubo respuesta. Permaneció allí un largo rato, y fue recordando partes
de un sueño que no era un sueño. Recordó las caricias masculinas, el placer que sus
manos y su boca provocaron en su cuerpo.
«¡No seas tonta! Me estaba acariciando a mí. ¡Es a mí a quién desea, no a ti! ¡A ti
nunca!».
La voz, tan conocida y odiada, gritó las palabras dentro de su mente, y Stormy
contuvo una exclamación, se sujetó la cabeza y cerró los ojos. Suyos eran los ojos que
la estaban observando. De Elisabeta, que estaba despertando de nuevo en su interior,
cobrando cada vez más fuerza.
Stormy recordó las palabras de Vlad. Que él no tenía el anillo, eso le había

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

dicho.
¿Sería la verdad? Quizá sí. Porque si lo tuviera, ¿por qué no se lo había puesto?
¿por qué esperar?
Quizá porque todavía no había localizado el rito que necesitaba para
complementar el hechizo. Quizá sólo estaba esperando encontrar lo que le faltaba.
«De ahora en adelante, Tempest, tus noches y tu voluntad me pertenecen».
Stormy oyó el susurro apasionado, una orden, no una petición.
Alzó la cabeza y miró hacia la oscuridad de la noche.
—Nada de mí te pertenece, Vlad. Entiéndelo. Ya no soy la joven inocente de
antes. Y llevo mucho tiempo estudiando a los de tu clase para saber cómo protegerme.
Mi voluntad es demasiado fuerte para dejar que caiga en manos de un vampiro. Yo
soy mi dueña, no pertenezco a ningún hombre. Ni siquiera a ti.
Recordó que le había dicho que le amaba, pero no pensó que Vlad se tomara en
serio una declaración hecha en sueños.
—Estuvo mal, Vlad. Lo que me hiciste anoche, obligándome a seguir dormida e
intentando convencerme de que era un sueño. Estuvo mal. Me violaste.
«¡Para llegar a mí! Y lo hará una y otra vez, sin que tú puedas hacer nada al
respecto».
—Cállate, Beta.
Stormy no sintió ninguna reacción de Vlad. Tragó saliva y bajó la cabeza. Le
había encantado el momento, pero eso no significaba que estuviera bien. Vlad se había
limitado a tomar.
O mejor dicho a dar. Sin embargo...
—De acuerdo. Vlad sólo ha venido a matarme. Acéptalo, Stormy.
Porque era cierto. Vlad no había ido a visitarla por ella, sino para buscar el anillo
y a Elisabeta.
—No permitas que vuelva a ocurrir —se dijo en un susurro.
Y en el fondo supo que Vlad estaba escuchando, en algún lugar.
—No lo permitas.
Volvió al dormitorio y se metió en la cama, sabiendo que Vlad no volvería
aquella noche. El alba estaba demasiado cerca.
Stormy deseó poder estar tan segura sobre Elisabeta. La intrusa durmiente había
despertado, llena de fuerza y preparada para presentar batalla, una batalla que
Stormy prefería evitar.
Rodó en la cama con los ojos cerrados y por fin consiguió dormir, aunque no
logró el descanso reparador necesario para enfrentarse al día siguiente, sino un sueño
cargado de recuerdos del pasado.

Vlad encendió una hoguera en la chimenea y arrancó las sábanas que cubrían los
muebles del castillo para protegerlos del polvo. Así estarían más cómodos. Encontró
la poca comida que habían dejado sus criados siguiendo sus órdenes y Tempest la
devoró, hambrienta como estaba. Los encargados de cuidar el castillo sólo iban un fin

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de semana al mes, y aunque él llamó para ordenarles que prepararan una habitación
para ella, la despensa estaba bastante vacía.
—Yo no soy el Vlad Drácula original —le dijo él.
Stormy levantó los ojos para mirarlo, extrañada.
—¿No?
—No, soy mucho más antiguo. Yo ya tenía varios siglos cuando mis viajes me
llevaron a Rumania. Fue el destino lo que me llevó allí. A ella.
—¿Elisabeta?
—Sí —dijo él, con los ojos clavados en las llamas de la chimenea—. El príncipe,
el verdadero hijo del rey, murió siendo muy joven luchando en el campo de batalla, y
su cuerpo quedó allí abandonado, sin que nadie lo identificara ni lo reclamara. Su
padre nunca supo qué fue de él, y cuando yo llegué a su corte él, ya llevaba varios
años llorando su muerte. Yo conocía el destino del joven príncipe. Lo oí directamente
del enemigo que lo asesinó. El desgraciado, al darse cuenta de que había matado al
príncipe, fue presa del pánico, sabiendo que el rey buscaría venganza al enterarse. Por
eso desnudó al príncipe, le destrozó la cara y arrastró su cuerpo entre unos arbustos,
donde nunca lo encontraron.
Vlad bajó la cabeza e hizo una pausa.
—Cuando yo llegué, el rey me tomó por su hijo perdido. Yo no tuve el valor de
matar la alegría en los ojos del anciano, y acepté hacerme pasar por su hijo.
—Ya veo.
Aunque Stormy no entendía prácticamente nada, pero quería conocer más. De
él, y de Elisabeta, la mujer que la aterrorizaba, y que a veces parecía poseerla.
—Cuando la conocí llevaba cinco años viviendo como el príncipe Vlad. Nos
casamos al día siguiente.
Stormy lo miró, sin comprender.
—¿Sólo un día después de conocerla? ¿No vas a contarme nada más sobre el
cortejo?
Vlad alzó las cejas.
—¿Qué más quieres que te cuente?
—No sé. Cómo la conociste, dónde, por qué te enamoraste de ella. Debió ser...
muy intenso, si os casasteis tan deprisa.
—Intenso, sí —dijo él—. Los detalles no son importantes.
—Los detalles es lo único importante.
Vlad se encogió de hombros y Stormy supo que él no se permitiría compartir su
infierno particular con ella. Al menos en ese momento, y quizá nunca.
—El resultado es el mismo. Nuestra noche de bodas tuve que liderar a nuestros
soldados contra los enemigos que habían cruzado nuestras fronteras, y fue una batalla
muy cruenta. Muchos de mis soldados murieron. A mí me hirieron, pero mis
hombres me llevaron a refugio y me dejaron allí, protegido del sol.
Stormy suspiró. Quería conocer más detalles sobre su relación con Elisabeta.
—¿Fue suerte o sabían los soldados que debían protegerte del sol?
Vlad volvió la cabeza hacia ella.

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—Nadie conocía mi verdadera identidad, pero para entonces todo el mundo


estaba acostumbrado a mis andanzas nocturnas. Sabían que antes del alba me
encerraba en mis aposentos y no salía hasta por la noche —se encogió de hombros—.
Quizá sospechaban algo más. Desde luego había rumores sobre mí ya en aquella
época.
—Algunas de las cosas que se cuentan sobre ti son bastante desagradables.
Vlad permaneció en silencio unos momentos.
—No me siento orgulloso de algunas de las cosas que he hecho, pero no pediré
perdón. Regresé al castillo para encontrar a mi esposa muerta, y entonces fui brutal
con mis enemigos. Pero eso ya está hecho, y no se puede cambiar.
—¿Los culpabas de su muerte? —preguntó ella—. ¿La mataron tus enemigos
durante tu ausencia...?
Stormy se interrumpió al ver que él negaba con la cabeza.
—¿Cómo murió Elisabeta, Vlad?
Vlad apretó la mandíbula y clavó los ojos en la hoguera.
—Le dijeron que yo había muerto en el campo de batalla, y en su dolor, se lanzó
desde una de las torres del castillo.
Stormy no pudo contener una exclamación de horror y se llevó la mano a los
labios involuntariamente.
—Lo siento —susurró con los ojos empañados de lágrimas.
Vlad se encogió de hombros y miró hacia otro lado.
—¿Por qué haces eso? —preguntó ella.
—¿Hacer qué? —repitió él sin mirarla.
—Fingir que no te afecta, que no te duele.
—Ocurrió hace mucho tiempo.
—Y desde entonces te ha comido por dentro.
—No finjas que me entiendes, Tempest. Ni siquiera te imaginas...
—Has pasado todos estos años esperando su regreso, buscándola. No intentes
decirme que tu obsesión no se basa en un dolor insoportable, Vlad. No desaparecerá.
—Mi dolor no es el tema de esta conversación. Me has preguntado sobre
Elisabeta y te lo he dicho.
—No me has contado mucho —dijo ella—, pero quizá pueda hacerme una idea
con lo poco que estás dispuesto a contarme. Continúa, Vlad. Termina la historia. ¿Qué
ocurrió después?
—Su cuerpo yacía en la capilla. Mi querida amiga Rhiannon llegó en mi ausencia
y me contó lo ocurrido. También me dijo que volvería a mí al cabo de cinco siglos.
Stormy asintió despacio.
—He oído hablar de Rhiannon. Es muy versada en las artes ocultas. Magia,
profecías, adivinación.
—Fue una sacerdotisa de Isis.
—¿Y tú creíste sus palabras?
—Por supuesto que sí, pero su regreso no era suficiente. Quería asegurarme de
que Elisabeta me recordaría, que seguiría siendo la mujer que amaba, y que volvería a

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amarme.
Tempest se levantó de la silla y se puso de pie delante de él, obligándolo a
mirarla.
—¿Cómo pudiste hacerlo?
—Yo no pude, pero sabía quién podía. Mandé buscar a los mejores hechiceros,
magos y brujos del reino, y cuando llegaron les encargué la tarea y ellos me
aseguraron que se había conseguido. Me dieron el anillo del dedo de Elisabeta junto
con un pergamino. Me dijeron que habían vinculado la esencia de Elisabeta al anillo, y
que cuando ella regresara, sólo tenía que colocarle el anillo en el dedo y realizar el rito
contenido en el pergamino. Así la recuperaría por completo.
Vlad se quedó en silencio y observó el rostro femenino, la expresión de sus ojos,
esperando su respuesta. Stormy lo miraba con los ojos húmedos.
—Y crees que soy yo. ¿Crees que ese anillo y ese pergamino pueden... hacerme
recordar el pasado?
Él asintió despacio.
—Aún no estoy convencido de que seas ella. Todavía no. Pero si lo eres, creo
que el rito lo conseguiría, sí.
Tempest cerró los ojos y agachó la cabeza.
—El mismo ejército que nos atacó los días anteriores a su muerte volvió a atacar
después de enterrarla —continuó explicando él—. Nos tendieron una emboscada, y
mataron a todo el mundo. Al rey, a los campesinos, a los sacerdotes. A todos, incluso
a mí.
Tempest frunció el ceño un momento, pero enseguida se dio cuenta de lo
ocurrido.
—Pero tú reviviste.
—Sí, poco antes del alba. Pero me habían registrado y me habían arrebatado todo
lo que tenía de valor. El anillo y el manuscrito habían desaparecido —Vlad se acercó a
la chimenea y apoyó una mano en el alféizar de piedra—. Pensé que si te traía a
Rumania, y te enseñaba los lugares que conocías, los recuerdos volverían a tu mente.
—No los míos —dijo ella con la garganta seca—. Los de ella. Y de momento eso
no está ocurriendo.
—No, y no lo hará en este castillo. Que yo sepa, ella nunca vino aquí. Lo que
quería enseñarte son los lugares donde vivió —Vlad miró hacia la ventana—. Pero
pronto amanecerá, y debo descansar. Esta noche te llevaré a la aldea. Al castillo de mi
padre. A los lugares que ella conocía. Quizá entonces puedas recuperar algún recuerdo.
—No sé si yo podré, pero seguro que ella sí —dijo Stormy, empezando a
entender su terrible y trágica situación—. Se apoderará de mí y ya no tendré control
sobre mi cuerpo ni sobre mis actos. No tienes ni idea de la horrible sensación que es,
Vlad. No quiero volver a pasar por ello.
—Si ocurre —dijo él volviéndose despacio a mirarla—, te alejaré de lo que lo
haya instigado. Y te cuidaré hasta que vuelvas a recuperar el dominio de tu cuerpo.
Stormy no creyó sus mentiras ni por un momento.
—¿Y también me impedirás que haga lo que no haría si fuera yo?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad la miró, pero no dijo nada, y ella cerró los ojos.


—Cuando ella toma el control, Vlad, ya sabes lo que ocurre. Entre nosotros. ¿Me
vas a obligar a decirlo?
Vlad tampoco respondió, y Stormy recordó las cosas que había hecho durante esos
intervalos: se lanzaba a sus brazos, lo besaba y bebía de su boca a la vez que susurraba
palabras de amor en rumano. Se arqueaba hacia él, pegaba las caderas a las suyas y le
decía lo mucho que lo deseaba. Sólo que no era ella. Era Elisabeta. Stormy no era más
que una testigo muda e inmóvil de la situación. Y, sin embargo, ardía con el mismo
deseo que la otra sentía por él.
—Necesito tu promesa, Vlad. Prométeme que no me harás el amor... a menos que
estés seguro de que soy yo.
Vlad la sujetó por los hombros y la volvió hacia él. Después le alzó la barbilla y la
obligó a mirarlo.
—¿Y si estoy seguro de que eres tú? —preguntó—. En ese caso, ¿piensas
acostarte conmigo, Tempest?
—No lo sé. No sé si lo que siento por ti es real, es mi deseo o algo que Elisabeta
ha plantado en mí. No lo sé.
—Y no quieres entablar una relación sexual hasta que lo sepas —dijo él.
—Sé que no tienes que esperar si no quieres. Puedes tomarme cuando quieras,
bien a la fuerza, bien utilizando el poder de tu mente para someterme a tu voluntad.
Ni siquiera voy a mentirte y decirte que te odiaría por ello. Lo deseo —le confesó
ella—. Con todas mis fuerzas. Pero te pido que no lo hagas. Te pido que esperes.
Vlad le sujetó un mechón de pelo con la mano, le echó la cabeza hacia atrás y le
tomó la boca aunque sólo brevemente. Fue un beso hambriento, y por un breve instante
le metió la lengua en la boca para saborearla. Después apartó la cabeza.
Stormy estaba temblando.
—Incluso si se apodera de mí. Incluso si te suplica que la hagas tuya.
—Será una prueba difícil que no puedo prometer poder cumplir —Vlad le
acarició la mejilla con el dedo, y después la mandíbula y el cuello—. Pero ten por
seguro, Tempest, que si esto no es más que un juego, si me estás mintiendo, si intentas
convencerme de que eres mi Elisabeta como tantas otras mujeres lo han intentado a lo
largo de los años, me apoderaré por completo de ti y te convertiré en mi esclava, un
guiñapo sin voluntad propia —la amenazó él—. Sólo existirás para mi placer y sólo
durante el tiempo que yo lo desee.
Stormy alzó los ojos y susurró:
—¿Eso es una amenaza, Vlad? Porque no suena tan horrible.
Vlad alzó las cejas, pero no dijo nada. Sin embargo, ella vio la pasión en sus ojos,
y por un momento creyó que la sentía por ella y no por la mujer que la poseía.
Stormy le rozó el hombro sin apartar la mirada de sus ojos.
—Quiero volver a ser yo de nuevo, por completo. Quiero entender esto y más
aún... Siento algo por ti, Vlad. Algo muy fuerte, y me mata no saber si son mis
sentimientos o los de ella. Quiero aclararlo, y por primera vez tengo el presentimiento
de que ahora tendré la oportunidad de hacerlo. Sí, iré contigo a visitar esos lugares.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad desvió la vista a la vez que sus facciones se endurecían visiblemente.


—No tienes elección —dijo él.
—No, eso es cierto, no tengo elección —repuso ella, bajando los ojos—. Pero dime
una cosa, Vlad. Si ella logra volver a la vida, ¿qué será de mí?
Vlad miró hacia la ventana de nuevo.
—Va a salir el sol, lo noto.
La respuesta fue para Stormy como una cuchilla clavada en el corazón porque se
dio cuenta de que a Vlad no le importaba en absoluto lo que le ocurriera. En absoluto.

Stormy no pudo evitar llevar a Brooke con ella cuando volvió al museo. La
verdad, no sabía por qué se molestaba en volver a la escena del crimen. Sabía
perfectamente quién había sido el autor del robo del anillo. Vlad. Tuvo que ser él, por
mucho que lo negara. No le interesaba a nadie más. Además, ella sabía que Vlad
estaba cerca. Sentía su presencia, y seguía decidido a expulsarla de su propio cuerpo
para recuperar a la lunática gritona de su esposa.
No debería dolerle, pero le dolía.
—Ésa es la sala, ¿no? —preguntó Brooke mientras caminaban por los anchos
pasillos del museo.
—Sí, ésa es.
Aunque no había cinta de policía ni cordón de seguridad, la puerta de la sala
estaba cerrada.
Stormy miró a un lado y otro del pasillo y, al no ver a nadie, sujetó el pomo de la
puerta con una mano y lo intentó girar. Para su sorpresa, el pomo cedió.
—No está cerrada. ¿Quién lo iba a pensar?
—¿De verdad crees que...? —empezó Brooke con cierto temor.
—Sólo será un minuto —le interrumpió Stormy—. Oye, ¿por qué no vas a darte
una vuelta? No tardaré.
—Ni hablar. Si tú entras ahí, yo voy contigo.
Stormy frunció el ceño pero no perdió el tiempo y se coló en la sala, con Brooke
pegada a sus talones. Cerró la puerta y miró a su alrededor.
—Melina no se fía de mí, ¿verdad?
Brooke pareció sorprendida.
—¿Por qué lo dices?
—Te ha mandado a ti a acompañarme, y te portas como si te hubiera dado la
orden explícita de no perderme de vista ni un segundo.
Brooke sacudió la cabeza.
—No es Melina. Soy yo. El caso me interesa mucho.
—¿En serio?
Brooke asintió.
—Me parece fascinante. ¿No me digas que a ti no te lo parece? Tú te ganas la
vida investigando este tipo de cosas.
—Por supuesto que me lo parece. Por eso estoy metida en este mundo. Pero

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

también lo estás tú, en cierto modo. Al igual que vuestra... hermandad.


Brooke asintió, pero no explicó a qué se debía el interés de la hermandad.
—Y dime, ¿a qué viene el especial interés en este caso? —insistió Stormy al no
obtener respuesta.
Brooke se encogió de hombros y miró a su alrededor, después señaló con el
dedo.
—Debieron entrar por ahí, ¿no crees?
Stormy miró a la ventana, que había sido cubierta con una lámina de plástico
azul, seguramente hasta que cambiaran el cristal. Se acercó y levantó el plástico. Sin
duda el autor del robo había roto el cristal sin muchos miramientos y todavía
quedaban restos puntiagudos clavados en el marco.
—Es el punto de entrada, sí —confirmó. Con cuidado se asomó al exterior—.
Aquí hay una cornisa. Supongo que el intruso pudo escalar por ese árbol, deslizarse
por la cornisa hasta la ventana y entrar.
«A menos», le susurró una vocecita en su interior, «que saltara directamente
desde el suelo. Nada difícil para un vampiro».
Brooke trató de asomarse, pero Stormy dejó caer el plástico de nuevo en su sitio.
—Bien, te lo pregunto otra vez, ¿a qué se debe el especial interés que tienes en el
caso, Brooke?
Brooke pareció darse cuenta de que no iba a eludir tan fácilmente la pregunta y
tras pensar un momento dijo:
—No suelo discrepar con Melina, pero esta vez tenemos teorías distintas, y
quiero encontrar pruebas que demuestren cuál de las dos tiene razón.
—¿Tan importante es para ti tener razón? —preguntó Stormy—. ¿O lo es más
demostrar que es ella quien está equivocada?
Brooke se encogió de hombros sin dejar entrever nada.
—Sólo quiero saber, sea lo que sea.
—Bien.
Stormy archivó la información y continuó examinando la sala. En una de las
esquinas había una cámara de seguridad y deseó poder hacerse con una copia de la
grabación. Lo que no se viera en las imágenes le diría tanto como lo que se viera.
Unas voces acercándose por el pasillo la sobresaltaron y las dos mujeres se
acercaron sigilosas a una pared, tratando de ocultarse a los ojos de una posible visita,
pero las voces no tardaron en alejarse.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Stormy—. Creo que ya hemos visto todo
lo que hay que ver.
Brooke asintió y Stormy se acercó a la puerta, pegó la oreja a ella un momento, y
tras una rápida ojeada al pasillo, salió. Brooke la siguió sin que nadie las viera.
—¿Y ahora qué? —preguntó Brooke—. ¿Nos vamos ya?
—Todavía no —dijo Stormy—. Quiero ver el punto de entrada desde el exterior.
Las dos mujeres salieron del museo y rodearon el edificio hasta el lateral donde
estaba la ventana rota. Stormy estudió la calle de extremo a extremo, sin perder ni un
solo detalle, a la vez que continuaba interrogando a Brooke.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—¿Cuánto tiempo llevas en la hermandad, Brooke?


—Dieciocho años. ¿Cuánto llevas tú investigando casos sobrenaturales?
—¿Oficialmente? Unos dieciséis años. Pero Max y yo éramos detectives
aficionadas de adolescentes. Un poco como la pandilla de Scooby Doo.
—Qué curioso —dijo Brooke, sonriente, alejándose un poco.
—Debías de ser muy joven cuando te uniste ala hermandad, ¿no? —preguntó
Stormy, a la vez que se fijaba en un cubo de basura que parecía fuera de lugar.
El cubo estaba pintado de verde, llevaba el símbolo de una hoja de arce en un
lateral y estaba colocado bajo un árbol con una larga rama baja junto al edificio del
museo.
—Tenía diecisiete años.
—¿En serio? ¿Y Melina?
Alguien podía haberse encaramado a la rama desde el cubo de basura, pensó
Stormy, y desde la rama no le debía haber costado mucho encaramarse hasta la
cornisa y llegar a la ventana.
—¿Qué quieres saber de ella?
—Supongo que las dos tenéis más o menos la misma edad, ¿no?
—Ella es un año mayor que yo, y entró en la hermandad un año antes.
—Hmm.
Brooke la miró.
—¿Qué?
—Nada.
Stormy había localizado otros cubos de basura. Todos eran verdes, con el mismo
logotipo de la hoja de arce en el lateral, pero no en la acera, sino al otro lado de la
calle, en un pequeño parque. Allí los cubos estaban distribuidos a intervalos regulares
a lo largo del sendero.
—Venga, ese «humm» significaba algo —dijo Brooke.
Stormy se encogió de hombros.
—Bueno, no sé. Es que no entiendo muy bien por qué la jefa es ella, y no tú.
¿Tiene que ver con la edad o...?
Ya no había más cubos de basura en el resto de la calle ni tampoco en la acera.
Todos estaban en el parque. Por lo que alguien había colocado aquel expresamente
debajo del árbol. Claro que un vampiro no necesitaría mover un cubo de basura desde el
otro lado de la calle, encaramarse a un árbol ni caminar por la cornisa de un edificio
para llegar a esa ventana. Sólo tenía que echar a volar.
Por primera vez, Stormy pensó que quizá Vlad le había dicho la verdad. Quizá él
no tenía el anillo.
—La jefa anterior elige a la nueva. Para ser sincera, Eleonore nos estaba
preparando a las dos para ocupar su lugar, pero tuvo que elegir a una.
—Y eligió a Melina.
—Sí.
—Eso no debió hacerte mucha gracia.
Brooke le dirigió una mirada seria, con el ceño fruncido.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—No seas ridícula. Si no me gustara, no seguiría aquí.


—No, supongo que no.
—Bueno, ¿has descubierto algo? ¿Alguna pista o lo que sea que busquéis cuando
investigáis un robo?
Stormy pensó que había descubierto muchas cosas. Sobre todo una. Si Vlad no
tenía el anillo, ¿quien lo tenía? ¿Y por qué se sentía de repente más vulnerable que
nunca, cuando sabía perfectamente que no había mayor amenaza contra ella que él?
—¿Qué te parece si vamos a comer algo? —sugirió en voz alta—. Después
podemos pasar por la comisaría a ver si conseguimos que nos cuenten algo sobre lo
que ha descubierto la policía hasta el momento.
—¿Crees que nos dirán algo? —preguntó Brooke con evidente escepticismo.
—Voluntariamente por supuesto que no.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Capítulo 5

El día no había sido muy productivo, pero en ese momento, Stormy sabía que no
podía descartar que el ladrón del anillo fuera una persona mortal, no Vlad.
Quizá la noche le diera más respuestas.
Alegando cansancio, Stormy se retiró temprano a su habitación. Pero no estaba
cansada. Estaba nerviosa, excitada y aterrada a la vez. Stormy sabía que Vlad acudiría
a ella aquella noche. El miedo era lógico, pero no la excitación ni el anhelo.
Abrió las ventanas para que la brisa nocturna entrara en el dormitorio y se
metió en el cuarto de baño a darse un baño caliente y relajante. Cuando salió después
de secarse y completamente desnuda al dormitorio, él estaba allí. Esperándola.
Estaba sentado en un sillón, en la oscuridad de una esquina. A ella no le
sorprendió, ni siquiera se sintió cohibida por estar desnuda delante de él. Era lo más
normal y natural.
—Hola, Tempest —dijo él.
Stormy se tensó y buscó una bata.
—Sabía que vendrías, ahora que ha aparecido el anillo —dijo ella a modo de
respuesta—. Dime, Vlad, ¿lo de anoche fue real?
Vlad se puso en pie, se acercó a ella y le quitó la bata de las manos sin darle la
oportunidad de ponérsela. A ella se le hizo un nudo en el vientre, e incluso entonces
sintió la presencia ajena agitándose en lo más profundo de su ser.
—Me gusta mirarte. Concédeme al menos eso —dijo él en voz baja.
—Sabes que no puedo, Vlad. No sabes lo que significaría, lo que me haría.
Incluso ahora está despertando, tratando de dominarme. El mero hecho de estar
cerca de ti...
—Lo sé, Tempest. Créeme, lo sé.
—Claro que lo sabes. Por eso estás aquí.
Vlad pareció sorprendido ante la vehemencia de la declaración, pero continuó.
—Nunca he estado lejos de ti —le aseguró él.
Fuera cierto o una descarada mentira, Stormy prefirió creer las palabras y
almacenarlas en su corazón como un preciado tesoro.
—Te he echado tanto de menos —susurró.
Vlad agachó la cabeza y la besó, le rodeó la cintura con los brazos y apretó el
cuerpo desnudo contra el suyo vestido. Hurgó con la lengua en la boca femenina y ella
la tomó y se arqueó contra él. Pero la «otra» estaba despertando, ascendiendo poco a
poco a la superficie, exigiendo la posesión del cuerpo de Stormy.
Ésta se apartó de él.
—Te deseo —dijo él casi con un rugido.

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Y Stormy se dio cuenta de que no pronunció su nombre, por lo que sospechó


que en realidad se dirigía a Elisabeta, no a ella.
—No sería yo —dijo ella—. Le estarías haciendo el amor a ella. Mi cuerpo, su
alma —le miró a los ojos y le sostuvo la mirada—. Quizá a ti no te importaría tanto.
Ella es a la que de verdad quieres.
—¿Qué más da, Tempest? No creo que tú me rechazaras, y sé que ella no lo haría.
—Entonces hazlo —dijo.
Stormy lo vio fruncir el ceño.
—¿Tempest?
—Sí, sigo siendo yo, maldita sea. Hazlo. Tómame y veamos lo que pasa. Pero te
lo advierto, Vlad, si me pones ese anillo en el dedo...
—Yo no tengo el anillo.
—Por favor, no me mientas, Vlad. Por favor...
—Yo no lo tengo, Tempest. Vine a buscarlo, pero alguien se me adelantó. Hasta
anoche, pensaba que lo tenías tú.
Stormy cerró los ojos, deseando poder creerlo.
—Anoche descubrí una cosa, Tempest —dijo él—. Y sabes de qué se trata, ¿no?
Elisabeta no puede invadir tus sueños. Puede invadir todo tu ser, todo, excepto tus
sueños. Anoche, me presenté en tus sueños, y ella no pudo apoderarse de tu mente.
Tus sueños son tuyos. Por lo visto es un terreno seguro.
Stormy parpadeó y lo miró.
—Pero sólo invadiste mi mente.
—No, Tempest. Fue real. Te acaricié, te besé. Te de... —Vlad cerró los ojos.
—No sabía que conseguir el permiso de la mujer fuera una de tus prioridades,
Vlad.
Vlad bajó la cabeza.
—Te oí maldecirme poco antes del alba, pero aún no sé si eras del todo sincera.
Aunque creo que los dos sabemos que te tomaré de una manera u otra.
Stormy tampoco quería pensar en eso.
—Me parece que no te creo —dijo.
—Recházame y lo sabrás.
Stormy bajó los ojos y no respondió. Su cuerpo lo deseaba con toda su pasión.
Quería aceptar y qué él la tomara de todas las formas imaginables. Quería rechazarlo
y disfrutar de ser sometida por su voluntad.
—Te he traído una cosa —dijo él, ofreciéndole un objeto que había dejado en la
mesita de noche.
Era una cinta de video.
—¿Qué es?
—Las grabaciones de seguridad del museo. Las he sacado de la comisaría.
Stormy levantó las cejas, pero no tuvo que preguntar cómo las había
conseguido.
—¿Se ve algo?
—No lo sé, no las he visto. Dejaré que lo hagas tú y me cuentes lo que averigües.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Stormy parpadeó, con una mezcla de rabia y perplejidad.


—¿Qué te hace pensar que te lo contaré?
—Al menos así sabrás que yo no tengo el anillo. Yo no tengo ni el tiempo ni el
deseo de repasar horas de grabaciones, ni acceso a un equipo audiovisual. Y si decides
no contarme lo que averigües, no me costará nada ordenarte que me lo cuentes o
simplemente invadir tu mente para leerlo directamente.
—¿Tan seguro estás de tu poder?
Vlad la miró a los ojos y sonrió despacio con un destello diabólico en los ojos.
—¿Contigo? Sí, Tempest, por supuesto que sí. Harás todo lo que yo te ordene.
Vlad miró a la cama, y ella también, y supo en qué estaba pensando. Ella estaba
pensando lo mismo. Su orgullo quería rechazarlo, pero decidió mandar al orgullo al
infierno. Lo deseaba; era una fuerza a la que ni siquiera se intentó resistir. ¿Era él
quien le obligaba a sentirse así, incluso en ese momento? ¿O era el deseo de Elisabeta
lo que había en su interior? ¿O acaso podría ser el suyo?
Stormy lo deseaba tanto que temblaba. Respiraba entrecortadamente a la vez que
el corazón le retumbaba con acelerados latidos en el pecho.
Se acercó a la cama, dejó la cinta sobre la mesita y se metió bajo las sábanas.
Después de taparse cerró los ojos.
—Ahora voy a dormir. Eres bienvenido en mis sueños. Siempre lo has sido.
Vlad se acercó a la cama y se sentó en el borde.
—Abre los ojos, Tempest.
Ella así lo hizo y se encontró mirando a los de él.
—No parpadees y no desvíes la mirada. Mírame a los ojos, siente mi voluntad.
¿La sientes?
—Sí —susurró ella.
—Bien. Ahora cierra los ojos y duerme. Duerme. Estáte alerta y consciente, y
recuérdalo todo, pero duerme. Y no despiertes hasta que yo te lo diga.
—Sí —Stormy se humedeció los labios a lavez que los últimos vestigios de
control desaparecieron por completo—. Hazme tuya, Vlad.
Estaba dormida, aunque sintió como Vlad retiraba las sábanas, se inclinaba sobre
ella y la acariciaba. Percibía perfectamente todas sus caricias, pero no podía moverse ni
reaccionar. Era como una marioneta en sus manos. Sólo se movía cuando él quería,
pero no por propia voluntad.
Las manos masculinas le acariciaron el pecho, frotando y apretándola. Y después
siguió el mismo sendero con los labios, besándola y lamiéndola.
Stormy deseó sujetarle la cabeza y mantenerla contra su pecho, pero no podía
moverse.
Vlad deslizó una mano entre sus piernas.
«Sepáralas», susurró dentro de su mente.
De repente, las piernas femeninas pudieron moverse, separarse, y separarse aún
más cuando la voluntad masculina así se lo indicó. Stormy quedó allí tendida,
totalmente expuesta a él, y él la exploró con los dedos, adentrándolos en su cuerpo y
pellizcando el centro de su deseo primero ligeramente y después con más fuerza.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Stormy se oyó gemir de placer, y sintió los dientes de Vlad en el pezón, imitando
los movimientos de los dedos. Pellizcando, tirando, convirtiendo el dolor en placer.
Stormy quería arquear la espalda, ofrecerle los pechos; deseaba agitar las caderas al
ritmo de los movimientos de la mano que se hundía una y otra vez en su cuerpo. Pero
no podía moverse. Estaba paralizada.
Y entonces él empezó a deslizarse por su cuerpo, acariciándole el vientre y el
abdomen con la lengua y los labios húmedos hasta llegar por fin al centro de su ser.
La sensación fue tan intensa que Stormy quiso cerrar las piernas para poder
soportarla, pero éstas no se movieron. Al contrario, se abrieron aún más,
obedeciendo la voluntad de él, que la hizo arquear las caderas hacia arriba para darle
mejor acceso.
Con la lengua le lamió los labios y después entre los pliegues antes de hundirse
dentro de ella, y Stormy sintió que sus caderas se alzaban todavía más para frotarse
contra la boca que la poseía.
Vlad la lamió con el frenesí de un hambriento, arañándola con los dientes y
mordisqueándole la piel. Y con las manos la abrió aún más, dejándola a merced de su
lengua y su boca, a la vez que utilizaba su poder mental para hacerla acariciarse los
senos con las manos, y retorcerse y pellizcarse los pezones.
Era totalmente suya y estaba por completo en su poder. Podía hacer con ella lo
que quisiera, y eso fue precisamente lo que hizo. Ella no podía resistirse ni rechazarlo.
Aunque, de haber podido, tampoco lo habría hecho. Lo deseaba demasiado.
La mente de Vlad le susurró:
«Entrégate a mí, Tempest. Córrete en mi boca, ahora».
El cuerpo femenino reaccionó obedientemente mientras él continuaba
mordiéndola y succionándola con más fuerza que antes y la obligaba a pellizcarse los
pezones. Stormy explotó en su boca, y él bebió de ella mientras el cuerpo femenino se
convulsionaba descontroladamente. Las sensaciones eran tan abrumadoras que
Stormy quería apartarse, pero él no se lo permitió, sino que la obligó a permanecer
tumbada, abierta y totalmente a su merced, hasta dejarla reducida a una masa
jadeante de sensaciones y espasmos.
Entonces él se colocó sobre su cuerpo y se hundió en ella.
—Otra vez —susurró, moviéndose dentro de ella—. Muévete conmigo.
Stormy lo hizo, a pesar de la intensidad de las sensaciones, y la pasión renació de
nuevo incluso antes de apagarse del todo.
Sin soltarla, la penetró con fuerza una y otra vez, dejándola casi sin respiración,
y esta vez, cuando los dos alcanzaron el climax, Vlad clavó los dientes en la garganta
femenina y bebió su esencia, su sangre.
El orgasmo fue mucho más intenso y abrumador que cualquier otro en el
pasado. Stormy lo sintió todo. El cuerpo masculino duro y latiendo dentro de ella,
invadiéndola, llenándola. Los dientes clavados en la tierna carne de la garganta
mientras la boca de su amado succionaba la sangre de su cuerpo. Era suya, total y
completamente suya, y su cuerpo y su alma explotaron siguiendo sus órdenes. Con
una fuerza inesperada.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Con tanta fuerza que de hecho despertó del lúcido sueño y lo encontró todavía
allí, dentro de ella, abrazándola, besándola en la garganta y lamiendo las heridas que
le había dejado en la delicada y pálida carne del cuello, incluso mientras empezaba a
moverse en ella de nuevo para volver a prender la llama.
Elisabeta cobró vida de repente y Stormy apenas tuvo tiempo de susurrar una
negativa antesde desaparecer.
—No —fue todo lo que pudo balbucear.
Su tiempo con Vlad había terminado. La invasora acababa de expulsarla de su
cuerpo.

Cuando sintió las uñas que le arañaban la espalda, Vlad se dio cuenta de que ella
había cambiado. Ya no respondía a las sugerencias de su mente sino que se movía por
voluntad propia, y cuando se retiró para mirarla, preguntándose cómo había logrado
escapar al poder de su mente, vio que tenía los ojos muy abiertos...
... y que eran negros como la noche.
—Tempest...
—Ya no está, y no la dejaré volver. Esta vez no, Vlad. Este cuerpo es mío —dijo
Elisabeta, rodeándole el cuello con los brazos y pegando las caderas más a él.
Vlad se movió una, dos veces, cerró los ojos y se rindió a la pasión que surgió en
él. Temblaba de deseo y ardor, y sólo deseaba tomar lo que necesitaba, como había
hecho siempre. Esta vez no era diferente.
Y la tomó. Las tomó a las dos, a Elisabeta y a Tempest. Ninguna de las dos lo
rechazó, aunque tampoco habría importado que lo hubieran hecho.
La montó cada vez con más fuerza, sintiendo las uñas que le arañaban la
espalda, oyendo los gemidos mientras la cama golpeaba contra la pared con la fuerza
de cada empellón, y la penetró aún con más rabia. No le importaba hacerle daño.
—¡Elisabeta! —exclamó su nombre a la vez que se derramaba en ella,
embistiéndola una y otra vez.
Elisabeta gimió, quizá de dolor o quizá de placer, pero a él no le importó. Despacio
salió de ella, pero no se quedó en la cama a abrazarla ni besarla, sino que se levantó y
empezó a buscar sus ropas.
—He vuelto a ti, Vlad —susurró Elisabeta, retorciéndose en la cama como una
gata satisfecha, abrazando la almohada—. Y esta vez será para siempre.
—¿Entonces está muerta? ¿Has conseguido expulsarla del cuerpo sin mi ayuda?
Beta se sentó en la cama.
—¿Qué importa eso? Es a mí a quien amas. Yo soy tu esposa, Vlad. Tu esposa.
—No tienes que recordármelo. Llevo buscándote desde el día de tu muerte,
Elisabeta.
—Pero no morí —le dijo ella—. No del todo. Tus magos y hechiceros no me lo
permitieron. Encerraron mi esencia en un estado intermedio, y la unieron al anillo. No
podía haber seguido hasta el otro lado ni aunque hubiera querido. Pero no quería,
Vlad. No quería dejarte y no lo he hecho —lo miró con los ojos llenos de lágrimas—.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad, ¿por qué no te alegras? ¿No era esto lo que querías?


—Es lo que siempre he querido —dijo él, vistiéndose.
Pero ella continuaba llorando y él no pudo darle la espalda por completo. Se
sentó en la cama y la abrazó.
—Nunca he dejado de quererte, Beta. Ni he dejado de desear tu regreso. Pero
tengo que saberlo. ¿Está muerta?
Elisabeta lo miró, y él supo, antes de oír la respuesta, que ella iba a mentir. Por
eso la besó, para impedirlo, y al hacerlo se adentró en su mente y leyó lo que allí había
con total facilidad.
Pero no había respuestas y pensamientos específicos, sólo una sensación de
vehemencia, odio y rabia que lo sorprendió, y Vlad interrumpió el beso como si
quemara. También sintió a Tempest allí, viva pero atrapada. Cautiva dentro de su
propio cuerpo.
—¿Amor mío? —preguntó Elisabeta—. ¿No puedes quedarte conmigo? ¿Sólo un
rato más?
—No, Beta. Debo irme. Y tú también. Las amigas de Tempest vendrán a buscarla
pronto, y sabrán lo que has hecho a menos que... te retires. Vuelve a dormir en su
interior y espera al momento oportuno.
Los labios de Elisabeta se tensaron.
—No —se negó con rabia—. Es muy difícil conseguir el control. Si lo cedo ahora
quizá no vuelva a recuperarlo nunca.
—Lo recuperarás —dijo él—. Te lo prometo. ¿No confías en mí? —le tomó la
mejilla en la palma de la mano—. Por favor, Beta. Déjala salir de nuevo. De momento.
Por un momento, Vlad vio rabia e ira brillar en el fondo de los ojos negros, pero
Elisabeta enseguida parpadeó y accedió.
—Está bien. Haré lo que dices. De momento.
Elisabeta se tendió en la cama, se cubrió y cerró los ojos. En unos momentos
respiraba acompasadamente.
Vlad le tocó el pelo, la cara.
—¿Tempest?
Ella no respondió, continuó durmiendo. Intentó adentrarse en su mente pero no
pudo. Una barrera se lo impidió.
Elisabeta. No era la mujer que recordaba, pero Vlad sabía que él era el
responsable de aquel cambio. Prisionera y atrapada durante cientos de años, ¿cómo
no perderse en un mar de rabia, ira e incluso locura?
—Lo siento. Beta. Siento lo que te hice, pero te prometo que te lo compensaré.
Depositando un beso en la frente de la mujer, Vlad se levantó, fue a la ventana y
saltó a tierra, pero no llegó a aterrizar. En lugar de eso, cambió de forma y sobrevoló
por encima de los muros de la mansión Atenea.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Capítulo 6

Deseaba a otra mujer.


El corazón prestado de Elisabeta parecía haberse convertido en un trozo de
hielo. Su príncipe, su marido, el que le había prometido la vida eterna, seguía
amándola, sí, pero también amaba a aquella Tempest.
Claro que ella le engañó. Fingió obedecer sus deseos, retraerse y devolver el
control a Tempest, pero lo cierto era que sólo había fingido estar dormida hasta que él
había salido de la habitación.
Pero no más.
La mujer cuyo cuerpo poseía, Tempest, que se hacía llamar Stormy, se revolvió
en su interior, luchando para recuperar el control, y Elisabeta supo que tenía que
trabajar deprisa y hacer lo necesario para vencerla. Porque además no podía confiar en
que Vlad lo hiciera por ella. Tenía que hacerlo sola.
—No volverás —dijo a la que había desplazado—. Esta vez no.

Stormy soñó y recordó más fragmentos de su pasado. Una vez más estaba en
Rumania, en el castillo de Vlad.
Con un candelabro en la mano, Vlad la llevó al piso superior por la amplia
escalinata de madera y hasta una espectacular habitación de altos techos dominada por
una enorme cama con dosel y visillos blancos. Para su sorpresa, la cama estaba hecha,
cubierta por un grueso edredón y la habitación estaba sorprendentemente limpia.
Stormy se acercó a la cama, pasó una mano por el edredón y respiró del suave olor a
ropa limpia y recién lavada.
—Está todo limpio —dijo mirando a Vlad.
Él seguía de pie junto a la puerta.
—Llamé para que te prepararan una habitación. Espero que estés cómoda.
—Sí —dijo ella—. Está bien.
Estaba más que bien. Era un lujoso aposento salido de algún sofisticado cuento
gótico. Stormy alzó la lámpara y reparó en los muebles de madera antiguos, una
mecedora, un escritorio, una cómoda y un armario. También había una chimenea, con
leña que estaba preparada para el toque de una cerilla.
Vlad se acercó, retiró la pantalla protectora y sacó una larga cerilla de una caja de
latón de la repisa. La encendió con el pulgar y se agachó para prender el fuego.
—Para ser un vampiro juegas mucho con fuego —dijo ella.
Él se encogió de hombros.
—Tengo cuidado.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Ella señaló las ventanas.


—¿Y ésas? ¿Son bastante gruesas las cortinas para...?
Vlad se volvió a mirarla con una pregunta en los ojos y Stormy no terminó la
frase.
—No había pensado descansar aquí contigo, Tempest. Aunque si prefieres que
lo haga...
—No. No, no me refería a eso —ella apartó los ojos, negando con la cabeza,
aunque era exactamente a lo que se refería—. La verdad, te agradecería un poco de
intimidad. Tengo mucho en qué pensar. Pero es que, no estoy acostumbrada a dormir
de día y temo que el sol me despierte.
—Entiendo.
Lo que temía era que él la despertara.
Vlad se acercó a las ventanas, soltó los cordones y unió bien las cortinas,
bloqueando por completo la luz grisácea del exterior.
—¿Mejor?
—Sí, pero podía haberlo hecho yo.
Lo miró a la cara y vio que los ojos del hombre empezaban a cerrarse.
—Vete, ve a acostarte. Yo me las arreglaré sola.
Él asintió, pero titubeó un momento antes de salir.
—Vete tranquilo, Vlad. No me escaparé. Tenemos un trato. Yo siempre mantengo
mi palabra.
—Me alegra saberlo, Tempest. Que descanses.
—Tú también. Te veo al anochecer.
Vlad asintió y la dejó sola en el dormitorio.
Las llamas de la chimenea prendieron iluminando la habitación y Stormy la
exploró con más detenimiento. Había un tocador con un juego de cepillo, peine y
espejo en plata, y Stormy se preguntó si estaba allí antes o si Vlad lo había hecho
comprar para ella. También pensó que podían haber pertenecido a Elisabeta, aunque
tenían un aspecto bastante nuevo. Curiosa, abrió algunos cajones y vio que no estaban
vacíos, sino que contenían una variada selección de ropa interior, camisones y
camisolas. En el armario encontró toda una colección de pantalones vaqueros y
blusas, así como un abrigo. En una estantería había un par de zapatillas y unos
zapatos. Levantó uno y miró el número en la suela. Era su pie. En la cómoda había
jerséis y camisetas que sin duda Vlad había encargado comprar para ella. Una cosa
era evidente: Vlad conocía perfectamente sus tallas y su forma de vestir.
Otra puerta reveló un cuarto de baño sorprendentemente moderno, al menos en
comparación con el resto del castillo. La bañera era antigua, de hierro fundido con
patas, y todos los accesorios eran de latón reluciente. En una estantería, toda una
selección de toallas nuevas, y en un pequeño estante una colección completa de botes y
artículos de tocador.
Productos para el pelo, crema hidratante, jabón e incluso maquillaje. Todo de las
mismas marcas y colores que ella utilizaba.
Cielos, ¿cómo sabía tanto de ella?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Stormy no sabía si sentirse conmovida y halagada por las molestias que se había
tomado para que estuviera como en su casa, o asustada y preocupada al ver que él
conocía hasta los detalles más mínimos de su vida cotidiana.
Decidió darse un baño y después, tras elegir uno de los camisones de la cómoda,
se metió en la cama y pronto se quedó profundamente dormida.
Durmió durante mucho rato, con un sueño profundo, reparador y sin
interrupciones.
Hasta que llegó el sueño.
En el sueño no era ella. Era otra persona. Elisabeta. Oh, era el cuerpo de Stormy,
era su cara, desde luego, pero los ojos pertenecían a la otra mujer. Estaba sobre las
rocas que dominaban lo más alto de una profunda y ensordecedora cascada, dispuesta
a saltar.
Stormy se sintió en el interior del cuerpo de la otra mujer, pero sin tener el
control.
Lo extraño era que sabía las mismas cosas que Elisabeta, sentía las mismas
sensaciones que ella, y a pesar de todo, la veía como desde fuera de su cuerpo.
Elisabeta llevaba un sencillo vestido que le llegaba hasta los pies y su silueta se
dibujaba contra la oscuridad de la noche, sobre un fondo negro salpicado de estrellas.
En su interior había sufrimiento y soledad, acompañados de un dolor que ningún ser
humano podía soportar. Era demasiado intenso. Stormy lo sintió.
«Lo he perdido todo, a todos mis seres queridos, no me queda nada».
«La peste», pensó Stormy. La familia de Elisabeta murió a causa de la peste. Su
madre. Su padre. Sus hermanos. Su hermana pequeña.
—Alanya —Stormy susurró el nombre de la pequeña—. Sólo tenía dos años.
Se le hizo un nudo en la garganta y sintió las lágrimas en los ojos. Lágrimas por
Elisabeta.
Pero la mujer tenía algo más. No, no era una mujer. Apenas era una niña,
totalmente abrumada por el dolor físico y emocional, sin motivo para continuar
viviendo, sufriendo una misteriosa enfermedad que probablemente la mataría ahora
que su familia también había muerto.
«Es una de Los Elegidos», se dio cuenta Stormy.
Uno de esos mortales con el antígeno Belladona, los únicos que podían
convertirse en vampiros. Siempre se debilitaban y morían jóvenes, pero no tan
jóvenes.
Los vampiros eran conocedores de su condición, la percibían con sus agudizados
sentidos, y los vigilaban y protegían. ¿Dónde estaba ahora su protector?, se preguntó
Stormy.
Oyó un grito y vio a un hombre en el lado opuesto de la cascada. Aunque era
demasiado tarde para detenerla.
—Este es el fin —susurró la joven atormentada.
Abrió los brazos y se balanceó hacia delante, dejándose caer al vacío. Su cuerpo
cayó, y Stormy cayó con él. La espuma y las rocas avanzaban hacia ella a una velocidad
de vértigo.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Y entonces algo salió disparado hacia ella, como una flecha en el cielo, y se
colocó bajo su cuerpo, recogiéndola. Cuando sus cuerpos colisionaron, Stormy creyó
oír el crujido de los huesos al partirse antes de que el agua se los tragara a los dos y
por un momento todo fue frío como el hielo y negro como la más absoluta oscuridad.
En ese momento se oyó un grito.
—¡Es mío! —gritó la joven atormentada, y Stormy volvió de nuevo los ojos de
Elisabeta.
La mujer hablaba sin mover los labios.
—Es mío. No tengo nada más. No me lo arrebatarás —le dijo, a la vez que
rodeaba la garganta de Stormy con sus manos pequeñas y apretaba.
Stormy despertó de repente, y la sensación de ser estrangulada desapareció como
si no hubiera ocurrido nunca.
Pero enseguida se dio cuenta de que no estaba en la cama de la habitación. Ni
siquiera estaba en el castillo.
Estaba sentada en un extenso prado en cuyos límites se abría un bosque. La
brisa era suave, pero fría, y cargada de humedad. A lo lejos oyó un rugido y sintió un
estremecimiento. Lentamente, se puso en pie, giró en semicírculo y, horrorizada, se
detuvo y contuvo una exclamación.
Porque no había nada, sólo un espacio vacío a sus pies. Al otro lado del
acantilado rocoso, una cascada se desplomaba con fuerza sobre el río que discurría al
fondo y provocaba una enorme nube de bruma que la envolvía.
—Oh, Dios mío. Oh, cielos.
Dio un paso atrás, apartándose del acantilado, y trató de respirar con dificultad.
Le temblaba el cuerpo, le dolía en la garganta y apenas le llegaba el oxígeno a los
pulmones. Dios, ¿cómo podía ser todo tan real? Elisabeta había tratado de
estrangularla, y ella había logrado huir, y llegar al mismo lugar que había estado en
sus sueños.
Alzó la cabeza y miró asustada a la noche que la rodeaba. Pero no había nadie.
Estaba sola.
«Sola no», pensó. «El enemigo está dentro de mí».
Apretándose las manos contra la cabeza, Stormy esperó a recuperar el aliento y
poco a poco el mareo desapareció.
Quiso llamar a Vlad, e incluso mientras se decía que era una idea ridícula, sabía
que lo necesitaba, como si fuera una droga. O quizá era Elisabeta. Sólo sabía que lo
quería allí, en aquel momento, con ella.
Y de repente Vlad estaba allí.
Le sujetó los hombros con las manos y la hizo girar lentamente hacia él, mientras
buscaba la respuesta en su rostro.
—¿Tempest?
Un gemido surgió de su garganta, y Stormy apretó la mandíbula, cerró los ojos
para evitar las lágrimas, y mantuvo el cuerpo rígido.
—He despertado y no estabas —dijo él con ternura—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo
has llegado hasta aquí?

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—No lo sé —susurró ella—. No lo sé.


Y entonces se derrumbó. No pudo mantenerse rígida y fuerte ni un segundo más.
Relajó el cuerpo, y le permitió hacer lo que más anhelaba: caer contra el fuerte pecho
masculino, descansar en sus poderosos brazos y sujetarse a él con fuerza.
Apoyó la cara en el hombro masculino y dio rienda suelta a las lágrimas.

El recuerdo se desvaneció y Stormy trató de despertar, pero le resultó imposible.


Estaba atrapada en una horrible pesadilla, en una tumba sin aire y sin luz que era su
propio cuerpo.
No podía ver, oír ni moverse, pero sentía que su cuerpo se movía, despierto y
caminando como si todo fuera normal. Sólo que otra persona llevaba el timón.
Elisabeta.
«Mala pécora. Devuélveme mi mente».
Stormy luchó, moviéndose contra la oscuridad, y tuvo la sensación de que
Elisabeta debía estar debilitándose, porque un empujón más y la oscuridad cedió.
Al instante recuperó todos sus sentidos, que cobraron vida, aunque todavía no
tenía equilibrio ni sentido de la orientación.
Stormy se encontró de pie cerca de la ventana en su habitación de la mansión
Atenea, envuelta sólo en la bata, con las rodillas temblando y el cuerpo tratando de
recuperar el equilibrio. Parpadeó para enfocar la mirada y lo que vio le golpeó al alma.
El enorme anillo de rubí. Lo llevaba en la mano, colocado en la punta del dedo,
e incluso en aquel momento se lo estaba deslizando hacia dentro.
Se quedó inmóvil y se miró las manos, ordenándoles detenerse. Sujetaba el gran
rubí con la mano derecha y estaba a punto de deslizárselo en el índice de la izquierda.
Un grito espeluznante salió de su garganta a la vez que lanzaba el anillo al otro
extremo de la habitación. El anillo chocó contra la pared y rebotó en el suelo hasta
detenerse.
En ese momento la puerta de su habitación se abrió de par en par y Melina se
precipitó al interior.
—¡Stormy! ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?
Ésta fue incapaz de responder. No sabía qué decir ni cómo disimular, y antes de
poder articular palabra, Melina vio el anillo y se llevó la mano al pecho.
—¿Es el...?
—¡Cielos! —musitó Brooke desde la puerta—. ¿De dónde demonios ha salido?
—¡No lo sé! ¡No lo sé!
A Stormy se le doblaron las rodillas y al instante Lupe estaba a su lado,
pasándole un brazo por la cintura y sujetándola, con más fuerza de lo que su aspecto
físico aparentaba. Lupe la llevó a la cama y la ayudó a sentarse.
—¿Ha sido el Empalador? —preguntó Melina sin mirar a Stormy sino al anillo—.
¿Ha estado aquí?
—No, claro que no —logró musitar Stormy—. ¿Cómo se te ocurre pensar eso?
Vio que Melina y Brooke y después Lupe miraban hacia las puertas de la terraza,

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que no estaban cerradas del todo. La brisa que se colaba por la abertura, fría y
húmeda, balanceaba las cortinas.
—No sería tan extraño, ¿no te parece? —dijo Melina mirando a Stormy—. Vlad
necesita un cuerpo para su esposa muerta. Quizá ha elegido el tuyo. ¿Estás segura de
que no ha estado aquí?
—Creo que si Drácula viniera a hacerme una visita nocturna me daría cuenta,
Melina. No es de las cosas que se me pasan por alto —repuso Stormy con fingido
desparpajo y procurando en todo momento mantener el lado izquierdo del cuello
oculto a los ojos curiosos de las tres mujeres.
Las marcas todavía seguirían allí, y seguirían estándolo hasta que la luz del sol
le tocará la piel.
—Tiene el suficiente poder como para hacerte olvidar —dijo Brooke—. Por lo
que he leído, puede cambiar de forma y nadie puede resistirse a su poder.
—Yo sí. Llevo trabajando con vampiros dieciséis años, no lo olvides.
—¿Entonces de dónde ha salido el anillo? —preguntó Brooke—. ¿Cómo ha
llegado hasta aquí?
—No lo sé —respondió Stormy—. Me he despertado y estaba aquí. Es todo lo
que sé.
—¿En el suelo? —preguntó Melina, yendo hacia el anillo y agachándose para
recogerlo.
Stormy tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no lanzarse al suelo y
hacerse con él antes que ella. Pero sabía que el impulso no era sólo suyo, sino también
de Elisabeta.
—En mi mano —dijo Stormy—. Estaba andando sonámbula, o algo así.
Lupe la miró con curiosidad pero no hizo ningún comentario.
—Al despertar estaba de pie y tenía el anillo en la mano.
Lupe murmuró algo en voz baja y se santiguó.
—Ha debido ser aterrador —dijo Melina.
—Alguien ha tenido que traer el anillo —dijo Brooke—. ¿No has visto ni oído
nada?
—No, nada —insistió Stormy.
Brooke apretó los labios.
—Pues no ha podido aparecer solo.
—Yo no he dicho eso.
—Déjala en paz, Brookie —le espetó Lupe, acercándose a Stormy casi con un
gesto protector—. Deberíamos registrar los jardines y dejar que Stormy se recupere —
sugirió, probablemente en un intento de cambiar de conversación y relajar el nivel de
tensión entre las dos mujeres—. Iré a preparar una infusión. De manzanilla, valeriana,
quizá un poco de lavanda, y después hablaremos.
Melina asintió.
—Eres muy prudente, Lupe. Primero la seguridad, después estudiaremos lo
sucedido —dijo la jefa de la hermandad. Se volvió a mirar a Brooke—. Levanta a unas
cuantas chicas para que registren la casa, de arriba abajo. Yo levantaré a otro grupo para

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registrar los jardines.


—Yo prepararé la infusión —dijo Lupe. Y después se acercó a Melina y le tendió
la mano abierta—. Creo que será mejor que lo guarde yo hasta que vuelvas. Por si
acaso te encuentras con... con quien sea.
Melina abrió la palma de la mano y miró el anillo.
Brooke la miró a los ojos.
—Puedo guardarlo yo, si quieres —se ofreció.
Melina negó con la cabeza.
—Lupe tiene razón, estará más seguro aquí con ella. Después decidiremos qué
hacer —dijo, y entregó el anillo a Lupe, que se lo guardó en el bolsillo de la bata.
Después Lupe se volvió a mirar a Stormy.
—No deberías quedarte aquí sola. Será mejor que vengas a la cocina conmigo.
—Gracias.
Las cuatro mujeres salieron al pasillo. Melina y Brooke tomaron direcciones
opuestas para ir a buscar ayuda y registrar toda la mansión. Stormy no estaba
preocupada. Vlad se había ido hacía mucho rato.
Pero ¿había sido él quien había dejado el anillo en su habitación? ¿Cómo si no
había podido llegar hasta allí?
Y ella, ¿cómo podía estar tan ciega? Era evidente que Vlad relajó su poder sobre
ella y continuó haciéndole el amor, a sabiendas de que eso despertaría a Elisabeta en
su interior. Y después le había dado el anillo para que se lo pusiera. Para sacarla a
ella de su cuerpo, para matarla. Vlad la quería muerta.
¿Por qué entonces continuaba deseándolo con tanta intensidad?
Caminó detrás de Lupe con pasos lentos y pesados, como si tuviera las piernas
de plomo, hasta que ésta la miró un momento con cierto nerviosismo y, deteniéndose,
le dijo:
—Saben quién eres, Stormy.
Stormy casi se dio de bruces contra ella. El brazo fuerte y bronceado de Lupe la
sujetó, y ella se asió a la barandilla.
—¿Qué saben?
—Vamos —Lupe la sujetó con la mano por el antebrazo y la llevó escaleras abajo
hasta la enorme cocina de la mansión, en la parte posterior de la casa.
Allí puso agua a hervir en un cazo de metal y después sacó una tetera, tazas y
platos de un armario.
—¿Qué es lo que saben?
—Saben lo tuyo con Vlad. Que te secuestró hace dieciséis años y te tuvo retenida
un par de semanas, dos semanas que no recuerdas. Y... —Lupe se interrumpió y se
afanó en la tarea de mezclar las hierbas para preparar la infusión.
—¿Y qué? —insistió Stormy.
—Y... no es fácil. Decirlo en voz alta es aterrador —confesó la mujer—. Pero
creen que tú eres Elisabeta Drácula. Su reencarnación, o algo así.
—¿Creen? —Stormy se dejó caer en una silla y sacudió la cabeza—. ¿Y qué crees
tú, Lupe?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Que me aspen si lo sé —dijo la latina metiendo la bolsa de hierbas en la


tetera—. He visto el retrato, al menos en fotografía. En nuestro expediente sobre
Drácula.
—¿Tenéis un expediente sobre Drácula?
Lupe dirigió una mirada a Stormy que decía claramente que aquello era un
secreto de la hermandad del que no pensaba revelar nada más.
—Eso explicaría lo del secuestro. Si pensara que eres Elisabeta.
Stormy bajó la cabeza.
—Por eso Melina os contrató para encontrar el anillo —continuó Lupe con una
franqueza inesperada—. Sabía que sería más fácil encontrarlo si tú nos ayudabas. Tú
tienes un poderoso vínculo con él, y un interés especial en que no caiga en manos
equivocadas. Si sus teorías son ciertas, el anillo es tuyo.
—Te prometo, Lupe, que no soy Elisabeta Drácula. Soy Tempest Jones.
—¿Sí? —Lupe suspiró—. ¿Entonces cómo conseguiste el anillo?
—No lo sé.
El agua hirvió en el cazo y Lupe lo echó en la tetera. El olor de las hierbas flotó
rápidamente por la cocina.
—Está bien. Entonces, ¿qué hay en la cinta?
La cabeza de Stormy se levantó como impulsada por un resorte y sus ojos se
clavaron en Lupe.
—La he visto en la mesita —explicó sin andarse por las ramas—. ¿Qué es? ¿Y
cómo ha llegado hasta aquí? ¿Igual que el anillo o...?
Stormy alzó una mano.
—No sé si quiero hablar de la cinta. Al menos todavía no.
—No te fías de mí —Lupe se encogió de hombros—. No te lo reprocho. No me
conoces, y no tienes ni idea de lo que he arriesgado al contarte lo que te acabo de
contar. Si se enteran...
—No se enteraran.
Lupe esbozó una sonrisa, bajó la cabeza y puso la tapa de la tetera.
—Hay que dejarlo reposar unos minutos —dijo, y miró a Stormy—. Tú tienes
más derecho a esto que nadie —dijo sacándose el anillo del bolsillo y alzándolo en el
aire.
Stormy sacudió la cabeza, tratando de hacer un esfuerzo para que el miedo no
se apoderara de nuevo de ella.
—Es mejor que lo mantengas alejado de mí. Al menos hasta que lo
destruyamos.
—No podemos destruirlo —dijo Melina desde la entrada.
Las dos mujeres dieron un respingo y se volvieron a mirarla. Stormy no sabía
cuánto rato llevaba allí ni cuánto había escuchado de la conversación y, a juzgar por
la expresión de su cara, Lupe tampoco.
—Pero me dijiste que el anillo es peligroso —dijo Stormy—. Que si cae en
manos equivocadas...
—Es peligroso, pero la leyenda dice que el alma de Elisabeta está vinculada a

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

este anillo. Si es cierto, tenemos que liberarla. Con el anillo, podemos realizar un
exorcismo. Y después podremos destruir el anillo para siempre.
Melina estiró la mano con la palma abierta y hacia arriba.
—Hasta entonces, creo que será mejor que lo guardemos en una caja fuerte —
dijo—. Soy la única que tiene la llave, Stormy. Mientras el anillo esté allí, no pasará
nada, te lo prometo.
Stormy apretó los labios y tras unos momentos asintió.
—Está bien.
—Bien.
Lupe le entregó el anillo.
—Lo guardaré en una caja fuerte en cuanto haya amanecido.
—¿Por qué entonces?
Melina se humedeció los labios.
—Como medida de precaución.
Eso no era del todo cierto. Stormy lo sabía. Alguien debía haber visto algo.
Alguien sabía que Vlad había estado allí, o quizá Melina supiera detectar una mentira
con la misma destreza que Stormy. En cualquier caso, sus anfitrionas sabían que un
vampiro había estado en la hermandad y no querían arriesgarse a que supiera dónde
estaba el anillo.
—Avísanos cuando la infusión esté lista —dijo Melina—. Tengo que ir a ver al
grupo de Brooke.
Y salió de la cocina, llevándose el anillo.
Stormy fue a seguirla, pero Lupe la detuvo.
—Tienes tiempo —le dijo—. Hay un video en mi habitación, si quieres usarlo. No
tiene que saberlo nadie.
—Gracias.
Lupe asintió, y Stormy se quedó con la incertidumbre de saber por qué la estaba
ayudando. ¿Seria una trampa, o era sincera? Aunque en el fondo, Stormy sabía que no
importaba. Le dio las gracias y salió detrás de Melina.
—Melina, sólo una cosa —la llamó desde la puerta de la cocina.
Melina se volvió a mirarla.
—Ese exorcismo, ¿sabes cómo hacerlo?
Humedeciéndose los labios, la otra mujer sacudió la cabeza.
—No.
—¿Sabes de alguien que sepa?
—No, así de repente no, pero estoy segura de que podremos encontrar a alguien.
—No será necesario —le dijo Stormy—. Yo conozco a alguien. Probablemente la
mejor persona para hacerlo, quizá la única.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Capítulo 7

Stormy volvió a su dormitorio para llamar. De todos los vampiros que había
conocido, y eran muchos, Rhiannon era la que menos confianza le daba. Cierto que
había sido quien la había ayudado cuando estuvo en Rumania, pero Stormy sabía
que era peligrosa, mucho más peligrosa que cualquier otro vampiro, excepto, quizá,
el mismísimo Drácula.
Stormy sacó la agenda electrónica y tecleó la contraseña de aquella semana,
DRAC-2006. Después abrió el archivo de contactos confidenciales y buscó el número
del móvil de Rhiannon. Ésta respondió al segundo timbrazo.
—Vaya, vaya, vaya —dijo la vampiresa—. Pero si es la mortal más valiente que
conozco. Hace mucho que no sabía nada de ti, Stormy Jones.
—Si no sospechara que tienes identificación de llamadas, tus dotes de
adivinación me habrían impresionado, Rhiannon —dijo Stormy como respuesta.
Rhiannon soltó una carcajada, lenta y sensual como su voz.
—No menosprecies tan pronto mis poderes adivinatorios. Creo que puedo
decirte por qué has llamado —dijo la vampiresa.
—De acuerdo —dijo Stormy. Cruzó la habitación, tomó la cinta de vídeo y se
dejó caer en una de las sillas junto a las puertas de la terraza—. ¿Por qué he llamado?
—Porque se acerca la fecha y el tiempo se acaba.
Stormy parpadeó y frunció el ceño.
—¿La fecha?
Rhiannon no respondió enseguida.
—¿Qué fecha, Rhiannon? —insistió Stormy—. ¿Tiene que ver con el rollo ése de
la Estrella Roja del Destino?
—Oh, pensaba que lo sabías. ¿No se ha puesto Vlad en contacto contigo para
decírtelo? —le preguntó bajando el tono de voz, más preocupada de lo que Stormy la
había visto nunca.
—No, Vlad no me ha dicho nada de ninguna fecha. Pero si tiene que ver
conmigo, creo que tengo derecho a saberlo, ¿no?
—Sin lugar a dudas. A mí no se me ocurriría ocultártelo, aunque él, por lo visto,
debe obtener algún beneficio de hacerlo. Dime una cosa. ¿Conoces el resto de la
historia? ¿Sabes dónde está el anillo que estás buscando?
—¿Cómo sabes que estoy buscando un anillo? —preguntó Stormy, dándose
cuenta de que la vampiresa sabía mucho más de lo que ella sospechaba.
Rhiannon suspiró.
—Me gusta saber de tu vida —respondió con cierta ironía—, y de la de Vlad
también. Me temo que esta situación está llegando al final. Dime, ¿sabes lo del anillo?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Sí —reconoció Stormy, sabiendo que sería inútil tratar de jugar al gato y al
ratón con ella. Además, no le gustaba andarse por las ramas—. Sé que si me lo ponen
en el dedo y realizan un rito, Elisabeta volverá y seguramente eso me costará la vida.
Es lo que intento evitar.
—Bien. Que lo sepas ya es un primer paso importante. Pero hay más. Stormy,
los magos pusieron un tiempo límite a la magia que utilizaron para hechizar el anillo.
Si el alma de Elisabeta no ha vuelto a la vida cuando la Estrella Roja del Destino
eclipse a Venus, la magia desaparecerá y Elisabeta será libre.
—Eso he oído.
Stormy giró la cinta de video en la mano, deseando poder verlo ya, en su
habitación.
—Los magos incluyeron en el hechizo a todas las mujeres que han sido ella. Si
tú eres su reencarnación, Stormy, y pasa la fecha, tú también serás... libre.
—¿Qué significa eso?
—Que morirás.
Stormy se quedó helada. La confirmación de sus temores respecto a la
interpretación de las crípticas palabras del diario le heló hasta los huesos.
—No te dejes llevar por el pánico, niña. Todavía hay tiempo para evitarlo.
—No suelo dejarme llevar por el pánico, Rhiannon —le recordó Stormy—. Y no
soy una niña.
—Comparada conmigo, una recién nacida.
Stormy bajó la cabeza.
—¿Y cuándo esa Estrella Roja del Sino...?
—Del Destino.
—Como se llame. ¿Cuándo eclipsa a Venus?
—Aproximadamente cada cinco siglos y medio.
—¿Y eso será cuándo?
—El martes a medianoche —dijo Rhiannon.
—No me fastidies —exclamó Stormy y cerró los ojos—. Mañana es lunes —
susurró pensando en voz alta—. ¿O sea, que voy a morir dentro de dos días y a Vlad
ni siquiera se le ha ocurrido mencionarlo?
Como lo pillara, iba a matarlo con sus propias manos.
—Por lo visto.
—¿Y si tuviéramos el anillo? —preguntó Stormy—. ¿Crees que podrías
exorcizar su espíritu de mi cuerpo?
—Claro que sí —le aseguró la vampiresa—. No te quepa la menor duda.
Stormy asintió.
—¿Y eso evitaría mi muerte?
—No estoy completamente segura, Stormy, pero creo que sí —Rhiannon hizo
una pausa—. O sea, que tienes el anillo.
¿Para que ocultárselo? A Rhiannon nunca se le pasaba nada por alto.
—Sí.
—¿Lo sabe Vlad?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Está en la ciudad —dijo ella—. Sabe que el anillo está aquí, que alguien lo
tiene, pero no sé si sabe que lo tengo yo.
«Ya me gustaría. Sé perfectamente que ha sido él quien ha traído el anillo a mi
habitación esta noche», se dijo para sus adentros.
—Entonces no tienes nada de qué preocuparte. Ahora ya está casi amaneciendo,
pero puedo salir al atardecer y reunirme contigo mañana mismo. ¿Dónde estás,
Stormy?
—En Edmunstun —dijo ella—. Está en...
—New Brunswick, Canadá. Por todos los dioses, dime que no te has enredado
con ese nido de víboras de Atenea.
Una vez más, Stormy sintió que se le helaba la sangre en las venas.
—¿Por qué lo dices?
—Por los dioses de ultratumba, lo has hecho, ¿no?
—Fueron las que me dijeron que el anillo estaba aquí. Intentaron contratarme
para robarlo, pero alguien se me adelantó. Accedí a ayudarlas a encontrarlo, y de
repente él anillo ha aparecido en mi habitación —explicó por fin, empezando a darse
cuenta de que Rhiannon podía ser su mejor aliada.
—¿Tu habitación dónde?
Stormy tragó saliva, cada vez tenía la garganta más seca.
—Aquí, en la mansión Atenea.
—¿Estás llamado desde su teléfono? ¡Por los dioses de Egipto, niña, seguro que
está intervenido!
—No, te llamo con mi móvil.
—No son de fiar, Stormy —le advirtió—. Sobre todo una que se llama Brooke, si
todavía sigue con ellas.
Stormy parpadeó. Ahora tenía la garganta completamente seca.
—¿Dónde está ahora el anillo?
Stormy apenas podía mover los labios. Miró a la ventana, y vio que el sol había
salido.
—Melina y Brooke lo están guardando en una caja fuerte.
—¡Por los cuernos de Isis, Stormy! ¡Ve tras ellas! ¡Ahora mismo!
Stormy cerró el móvil, metió la cinta de vídeo debajo del colchón y salió
corriendo al pasillo. A mitad de las escaleras se encontró con Lupe.
—¿Dónde están las cajas fuertes?
—No te lo puedo decir —dijo la mujer bajando la voz y mirando a ambos
lados—. Sólo un puñado de mujeres saben dónde están, y menos aún...
—No me vengas con sandeces. Eres la tercera en la jerarquía de mando,
después de Melina y Brooke. Sé que lo sabes. Llévame allí.
Lupe tensó la espalda y negó con la cabeza.
—No.
—Maldita sea, Lupe. Es posible que haya un problema.
—¿Es posible?
—Confía en mí, ¿quieres? Tengo que...

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Yo iré, pero no contigo —Lupe le dio la espalda.


—Pero...
Lupe se volvió a mirarla una vez más.
—Maldita sea, Stormy, ¿sabes lo que les ocurre a las mujeres que traicionan la
confianza depositada en ellas por la Hermandad de Atenea?
—No, no lo sé —dijo Stormy—. ¿Qué les ocurre, Lupe?
Lupe clavó los ojos en ella con una mirada más que elocuente. Pero de sus
labios no salió ni una palabra.
—No importa. Vamos.
Lupe llevó a Stormy escaleras abajo y después, a través de la mansión, hasta la
biblioteca.
—El teléfono funciona como un teletransmisor en ambas direcciones. Hay otro
en la cripta donde están las cajas fuertes.
Lupe se inclinó sobre el teléfono y estiró la mano para pulsar una tecla, pero
antes de hacerlo se oyó un ruido por el altavozdel teléfono.
—¿Melina? ¿Brooke? ¿Estáis ahí? —preguntó al micrófono del aparato,
pulsando la tecla de hablar.
Soltó la tecla y miró a Stormy. De nuevo, un sonido llegó por el altavoz con una
única palabra.
—Socorro —se oyó una débil y lejana voz de mujer.
—¿Melina?
Stormy apretó la tecla de hablar sin esperar a que le hiciera Lupe.
—¿Melina? ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Soltó la tecla pero, al no obtener respuesta, la pulsó de nuevo.
—Melina, ¿dónde está el anillo?
Stormy esperó, pero tampoco hubo respuesta, y miró a Lupe.
—Tenemos que ir. Y creo que bajo esta circunstancia, no creo que tengas
muchos problemas para llevarme contigo.
—Es posible que sí, pero en este punto estoy dispuesta a arriesgarme. Vamos.

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Capítulo 8

Stormy siguió a Lupe a través de la mansión hasta los amplios y cuidados


jardines que rodeaban la casa y que parecían extenderse interminablemente. Allí,
siguieron un sendero serpenteante que les guió hasta lo que Stormy supuso era el
centro del jardín y donde había una escultura gigante de granito de la diosa Atenea.
La diosa se alzaba orgullosa con una lechuza en el hombro, un cetro en la mano y
una corona de estrellas alrededor de la cabeza. La tela de piedra que la cubría caía
desde un hombro hasta los pies y cubría parte del pedestal sobre el que se alzaba. El
pedestal estaba decorado con viñas entrelazadas talladas que se mezclaban con otras
auténticas que crecían desde el suelo.
—Dios —susurró Stormy.
—Diosa, querrás decir.
Lupe se arrodilló junto al pedestal de la estatua, de al menos metro y medio de
altura y tocó una de las hojas de parra allí talladas. Inmediatamente, una parte del
pedestal se deslizó hacia afuera.
—Por aquí —dijo Lupe, entrando por el hueco.
En cuanto Stormy entró detrás de ella, la pieza se deslizó de nuevo a su lugar y
las dos quedaron a oscuras en el interior.
—Quédate quieta un momento —dijo Lupe, poniéndole una mano en el
hombro, como para asegurarse de que obedeciera.
Entonces se hizo una luz, y Stormy vio que Lupe llevaba una linterna en la
mano y que estaban en la parte superior de unas estrechas escaleras que se perdían
hacia la oscuridad, hundiéndose en la profundidad de la tierra.
—Ya veo que os tomáis muy en serio el rollo éste del secretismo —comentó.
—No nos queda otro remedio. Sígueme —dijo Lupe, y echó a andar escaleras
abajo.
Después de bajar las interminables escaleras, las dos mujeres llegaron a un
túnel de unos cien metros de longitud. Al final de éste, había una puerta. Cuando por
fin llegaron a ella, Lupe tecleó un código en un panel y la puerta se abrió. Dentro, fue
dando a varios interruptores que revelaron la magnificencia de la sala donde
estaban.
Se trataba de un espacio enorme y redondo, con el techo cóncavo que tenía
todas las paredes cubiertas de libros. Miles de libros, quizá decenas de miles de libros
antiguos.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Stormy en un susurro.
—La biblioteca de Atenea —respondió Lupe—. Aquí tenemos documentación
prácticamente de todo. En una instalación aparte, hay unas cien mujeres copiando y

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archivando los libros en ordenadores, uno a uno. No saben para quién trabajan o por
qué lo hacen. Se limitan a escribir y guardar, o escanear aquellos que lo pueden
soportar.
—Una decisión muy sabia. Si hubiera un incendio...
—Ya tuvimos uno. En nuestra biblioteca de Alejandría.
Stormy parpadeó, perpleja.
—¿Ésa era...?
—Por aquí —dijo Lupe.
Cruzó la espaciosa sala de la cripta y en el extremo opuesto sacó un libro de una
de las estanterías y metió la mano en el hueco. La estantería se abrió para revelar una
puerta oculta.
—Sígueme.
Stormy la siguió por otro tramo de escaleras, esta vez menos largo, y llegaron a
una sala cuadrada cuyas paredes parecían estar hechas de hileras de puertas
blindadas de distintos tamaños. Una sección tenía puertas pequeñas, otras puertas
un poco más grandes, y otras puertas más grandes todavía. Algunas eran altas y
estrechas, otras más bajas y anchas. Todas tenían dos cosas en común: una cerradura
y un número.
Dos eran distintas a las demás. Ambas eran diminutas, y ambas estaban
abiertas de par en par.
La sala estaba en penumbra, y la única luz procedía de la puerta que daba a la
escalera, todavía abierta.
De repente, un gemido llamó la atención del Stormy.
—¡Melina! —gritó Lupe, y salió corriendo a una esquina de la sala, cayendo de
rodillas junto a un punto que tenía que ser Melina.
Stormy corrió a su lado y se arrodilló junto a la mujer tendida de espaldas en el
suelo, con los ojos cerrados y una mancha oscura junto a la frente que parecía sangre.
—Melina, despierta. Dinos qué ha ocurrido.
Los ojos de Melina parpadearon ligeramente.
—El anillo —susurró la mujer casi sin fuerzas.
—Sí, el anillo. ¿Dónde está el anillo?
Melina abrió los ojos y miró primero a Stormy y después a Lupe.
—Oh, Dios, el anillo —exclamó.
La mujer se sentó con dificultad e intentó ponerse en pie, pero Lupe la sujetó
por los hombros.
—Despacio, Melina. Estás herida. Estás sangrando.
—Ayudadme, deprisa —dijo, llevándose la mano al cuello, buscando algo.
Una llave, recordó Stormy. La llevaba colgando en una cadena, pero no estaba
allí.
Lupe y Stormy la ayudaron a levantarse.
—La llave. Cielos, le ha quitado la llave.
—No. Mira, está ahí —Lupe se agachó y recogió la cadena rota con la llave de
plata todavía colgando de ella—. Y aquí están las demás —dijo recogiendo otro aro

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enorme con un montón de llaves.


—No lo entiendo. Que alguien me explique qué es lo que está pasando —dijo
Stormy —. ¿Y dónde demonios está Brooke?
—Oh, Brooke. Oh, Dios, Brooke —Melina bajó la cabeza—. Hemos bajado las
dos con el anillo. Yo iba a abrir la caja número uno —señaló con la cabeza una de las
diminutas puertas abiertas de par en par—. Es la caja donde guardamos las llaves. Yo
soy la única que tiene la llave.
Mientras ella hablaba, Lupe colocó el enorme llavero en su caja y la cerró.
Utilizó la llave de plata de Melina para girar la cerradura y después se la entregó a su
superiora.
—Me ha golpeado con algo, un par de veces —continuó explicando Melina—,
He caído al suelo, y he notado cómo me arrancaba la cadena del cuello. Y ya no sé
nada más, he perdido el conocimiento.
—¿Dónde estaba en ese momento el anillo? —quiso saber Stormy.
—Lo tenía yo en mi mano —dijo Melina. Alzó la mano, la abrió y parpadeó al
comprobar que estaba vacía—. No puedo creer que Brooke me haya traicionado, que
haya traicionado a la hermandad.
—Se ha llevado el anillo, ¿no? —preguntó Stormy.
—Seguramente —dijo Lupe, que estaba mirando a la segunda puerta diminuta,
que todavía estaba abierta.
—¿Qué había en esa caja? —preguntó Stormy.
Lupe miró a Melina, y miró a la puerta abierta. Entonces su expresión cambió.
Lo que había en su rostro era auténtico pánico. Melina se acercó a la caja y miró al
interior, pero no había nada.
—¿Qué había en esa caja? —repitió Stormy.
Melina apretó los labios.
—No lo sé con certeza —dijo Lupe—, pero si es lo que me imagino... —Lupe
miró a Melina—. Tenemos que decírselo.
Suspirando, Melina bajó la cabeza.
—El rito.
—¿El... rito? —Stormy tardó un momento en comprender el auténtico
significado de la terrible revelación—. ¿El rito que se tiene que utilizar con el anillo?
¿El que debe devolver a Elisabeta a la vida? ¿Estaba aquí desde el principio, y ahora
lo tiene Brooke?
—Sí, eso es lo que parece —dijo Melina.
Melina cerró la puerta, pero no con llave.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué demonios me lo habéis ocultado? ¿Cómo habéis
podido jugar así conmigo? ¿Qué era lo que pretendíais? —exigió saber Stormy,
furibunda.
Melina desvío la mirada.
—Eres una empleada, contratada para encontrar el anillo. No tenías necesidad
de saber...
—No me vengas con tonterías, Melina —le interrumpió Stormy, que sentía

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

ganas de zarandearla—. Conocías mis vínculos con el anillo y con Elisabeta. Por eso
me contrataste. Mi vida está en el centro de la diana y tú tenías la única bala. Tenías
que habérmelo dicho.
—Habría dado igual.
—En absoluto. Es mi vida, Melina. ¡Eso tenía que haberlo decidido yo!
Melina suspiró.
—Lo siento, Stormy. Hice lo que me parecía mejor. Espero que me creas.
—Sí, lo mejor para ti y la maldita hermandad, quizá —le espetó Stormy.
Ya era demasiado tarde para los arrepentimientos.
Melina sacudió la cabeza.
—Volvamos a la casa. Tenemos que llegar al fondo de esto.
—Ya lo creo que sí —dijo Stormy.

Brooke estaba sentada en una habitación en penumbra de una casa vacía a unos
kilómetros de la mansión Atenea. La única fuente de luz procedía de una vela
encendida sobre una pequeña mesa redonda ante ella. En la mesa también había una
tabla redonda de madera con una serie de letras y números pintados, una copa de
vino boca abajo, un cuaderno y un bolígrafo.
A Brooke sólo le quedaban dos objetos por añadir: el pergamino
cuidadosamente enrollado y sujeto por una cinta amarilla y el anillo de rubí. El
Anillo del Empalador.
Brooke respiró profundamente un par de veces y después colocó los dedos
sobre el fondo de la copa.
—Elisabeta Drácula, yo te convoco. Hablame, Elisabeta. He hecho lo que me
pediste la última vez que contactamos. Tengo el anillo y el pergamino.
Al principio no ocurrió nada. Pero Brooke era paciente. La recompensa
prometida por Elisabeta merecía la pena, así que repitió las palabras y esperó un
poco más. La copa empezó a moverse, muy lentamente al principio, pero cada vez
con más fuerza hasta que fue deslizándose sobre la suave tabla de madera formando
arcos y círculos sobre la superficie. Cuando se detuvo, Brooke abrió los ojos para ver
qué letras había cubierto la copa y las anotó.
Las letras eran:
B—I—E—N.
—¿Qué quieres que haga ahora?
B—U—S—C—A deletreó el espíritu.
Brooke continuó anotando las letras que la copa invertida señalaba cada vez
con más rapidez.
A—T—E—M—P—E—S—T.
—¿Qué quieres que haga con ella?
P—O—N—L—E—E.
Brooke frunció el ceño pero continúo anotando a toda velocidad, mientras la
copa se deslizaba por el tablero a toda velocidad, como volando por encima de las

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letras.
L—A—N—I—L—L—O.
El lápiz que llevaba en la mano cayó al suelo. Brooke se agachó a recogerlo y la
copa continuó moviéndose sola, sin que ella la tocara.
Una puerta se cerró de un portazo, pero no había nadie.
T—E—N—C—U—I—D—A—D—O.
—Perdón. Sigue.
Brooke miró al cuaderno y leyó lo que había escrito.
—Ponle el anillo. ¿Quieres que busque a Stormy Jones y le ponga el anillo en el
dedo, no? Pero no me lo permitirá, Elisabeta.
A—L—A—F—U—E—R—Z—A.
—Sí, sí, entendido.
H—A—Z—E—L—R—I—T—O.
Brooke asintió, aunque empezaba a sentirse decepcionada. Elisabeta todavía no
le había dicho cómo iba a mantener la promesa que le había hecho: concederle la
inmortalidad en pago por su ayuda.
—Lo entiendo —repitió—. Le pongo el anillo y hago el rito, por la fuerza si es
necesario. Es muy sencillo —Brooke se aclaró la garganta—. Y después de todo eso,
suponiendo que pueda hacerlo, ¿qué ocurre?
Y—O—V—I—V—O.
—Lo sé, Elisabeta, pero lo que quiero saber es ¿qué pasa conmigo? Me has
prometido la inmortalidad. ¿Cuándo la consigo y cómo?
D—E—S—P—U—ÉS.
Brooke frunció el ceño. No se fiaba de Elisabeta. Desde el principio temió que
sólo fuera un engaño.
—No, de eso nada. Tienes que decírmelo ahora. Dime cómo se hará, o no hay
trato.
Una ráfaga de viento helado sopló con fuerza de nuevo y abrió de par en par la
puerta de la casa, apagando la vela.
Brooke se puso en pie.
—No te pido que hagas nada, sólo que me lo digas. Sólo quiero saber cómo lo
harás.
El viento arreció con fuerza, la vela cayó y rodó por el suelo, pero no hubo
respuesta de la tabla.
—Tú eres una de Los Elegidos, Elisabeta. Pero yo no lo soy. ¿Cómo puedo
conseguir la inmortalidad?
Tampoco obtuvo respuesta.
—Al menos dime una cosa, Elisabeta —gritó Brooke al viento —. ¿Por qué tiene
que ser el cuerpo de Stormy? Ella tampoco es una de Los Elegidos. ¿Por qué ella?
¿Por qué no puede ser alguien como yo?
La copa de vino estalló en añicos hacia fuera como impulsada por una fuerza
invisible desde su interior. Brooke dio un salto, con un breve grito de alarma.
Entonces el viento se calmó por completo, y la casa quedó en silencio, como una

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tumba. Elisabeta se había ido.


Brooke se tranquilizó y fue por la casa, abriendo las cortinas y dejando las cosas
como estaban.
—No me fío ni un pelo de esa arpía —dijo pensando en voz alta—. Creo que me
ha prometido lo que sabe que deseo por encima de todas las cosas sólo para que la
ayude a volver al mundo de los vivos. Pues no pienso darle mi recompensa a Stormy
Jones, cuando soy yo la que está haciendo todo el trabajo para ganárselo.
Brooke recogió los trozos de cristal, metió el tablero, la vela y el pergamino en
una bolsa, y recogió el anillo. Lo miró y, sonriendo despacio, se lo puso en el dedo.
—Vaya, qué casualidad —murmuró—. Ni que me lo hubiera hecho a medida.
Creo que intentaremos hacer esto a mi manera, Elisabeta. ¿Qué te parece?
Con el anillo en el dedo, Brooke sacó el pergamino del bolso, soltó con cuidado
la cinta que lo enrollaba y lo abrió. Iba a hacer el rito, tal y como le había pedido
Elisabeta, sólo que con una pequeña diferencia.
—Ahora veamos qué necesitamos para el ritual —dijo.

Cuando volvieron a la casa, Melina se negó a ir a su dormitorio y se dirigió al


comedor donde una docena de mujeres estaban desayunando. Al ver a su superiora
en aquel estado, todas enmudecieron.
—Hemos sido traicionadas por una de las nuestras —dijo Melina—. Eso nos
pone a todas en peligro. Pasamos al plan D inmediatamente. No os retraséis, a menos
que sepáis algo que pueda ayudarme a localizar a Brooke.
Hubo una exclamación colectiva de sorpresa al escuchar el nombre de Brooke,
pero todas las mujeres se levantaron y salieron obedientemente del comedor.
—¿Cuál es el plan D?
—Dejar inmediatamente la sede. Estarán fuera de aquí en veinte minutos, junto
con sus notas, cualquier objeto personal que pueda identificarlas como miembros de
la hermandad, sus ordenadores, y cualquier indicio de haber estado aquí.
Stormy alzó las cejas.
—Muy impresionante.
En ese momento apareció Lupe con un botiquín en la mano y obligó a Melina, a
sentarse a pesar de sus protestas.
—Tenemos que registrar la habitación de Brooke y su ordenador.
—Lo haremos —dijo Lupe—, pero primero hay que curarte esa herida.
Stormy estaba todavía furiosa, pero necesitaba acción, no rabia. De momento. Y
también necesitaba pensar. Nada de aquello tenía sentido. Por un momento pensó
que había sido Brooke quien había robado el anillo, pero ¿para qué dejarlo en su
habitación si quería volver a robarlo?
Entonces recordó la cinta de seguridad del museo que le había dado Vlad.
Todavía no la había visto.
—Tengo que cambiarme de ropa —dijo—. Después me reuniré con vosotras en
la habitación de Brooke.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Espéranos en el pasillo —dijo Melina—. No entres en su habitación sola.


Stormy la miró perpleja, sin poder creer que la mujer siguiera dando órdenes.
—No pienso esperar a nadie. Si no estás allí cuando llegue yo, empezaré sin ti.
Pero antes de ir, hay algo que creo que debes saber. Esta mañana he llamado a una
mujer para que nos ayude a exorcizar el espíritu de Elisabeta y liberarla del poder del
anillo. Llegará esta noche.
Lupe levantó el algodón con el que estaba limpiando la sangre de la herida de
Melina y se volvió a mirarla.
—¿Quién es? —preguntó Melina.
—Una vampiresa llamada Rhiannon.
Las dos mujeres de la hermandad abrieron desmesuradamente los ojos, y
Stormy sonrió para sus adentros con satisfacción.
—Sí, ya me imaginaba que la conocíais. Ella desde luego os conoce. Y debo
decir que tengo mucho interés en saber lo que ella sabe.
Stormy dio media vuelta y salió del comedor. Subió las escaleras abriéndose
paso entre la marea de mujeres que bajaban llevando mochilas, maletas y bolsas de
viaje. Era un éxodo masivo, rápido y ordenado.
Cuando llegó al segundo piso las escaleras estaban vacías, y desde el exterior
del edificio llegaba el ruido de motores y puertas de coches.
Stormy fue a su dormitorio y sacó la cinta de video de debajo del colchón.
Respuestas, necesitaba respuestas, y las necesitaba ya y en privado. Ya no estaba
segura de poder confiar en Melina y la hermandad. Al menos Rhiannon no confiaba
en ellas, y quizá tuviera un buen motivo para no hacerlo. Con Brooke al menos no se
había equivocado.
Se tomó un momento para cambiarse de ropa y quitarse el camisón.
Rápidamente se puso unos vaqueros, una camiseta y sus zapatillas deportivas verdes
y turquesa. Llevó la cinta a la habitación de Lupe y enseguida localizó el pequeño y
anticuado televisor con video incorporado en una esquina de la habitación.
Metió la cinta en el vídeo y lo puso en marcha. En la esquina inferior izquierda
ponía la hora: las nueve de la noche. Según los informes de la policía, las alarmas
saltaron sobre la una de la mañana, así que Stormy buscó el mando a distancia y
aceleró la imagen hasta esa hora.
Entonces vio algo. Fragmentos de algo volando por el aire. Cristales, pensó.
Habían roto la ventana del museo. Un momento después, una pequeña figura
apareció ante la cámara.
No era un vampiro. Los vampiros no aparecían en fotografías y grabaciones. Se
trataba de un mortal, y sin duda era una mujer. Pequeña y ágil, con un jersey de
cuello alto negro y una gorra de punto negro en la cabeza. Sin perder tiempo, la
mujer arrancó la vitrina de plexiglás del pedestal, sacó el anillo, se lo metió en los
pantalones de los vaqueros, caminó hacia la ventana y desapareció de la imagen.
Por un momento, Stormy la vio de la cabeza a los pies, desde la gorra negra a
las deportivas verdes y turquesa.
Contuvo el aliento. Buscó el mando sin apartar los ojos de la pantalla, rebobinó,

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

paró la imagen y esta vez pulsó la pausa en el momento en que aparecieron las
zapatillas. Deportivas verdes y turquesa. Se levantó y se miró las zapatillas que
llevaba puestas. Deportivas verdes y turquesa. Las había comprado para hacer
footing.
—No puede ser —susurró—. Yo no pude... Pero a la vez que lo decía, recordó
que aquel día se había quedado dormida en la bañera del hotel, pero había
despertado en la cama. Recordó las ropas tiradas por el suelo, y su coche al día
siguiente, que no estaba en el garaje donde lo había metido el aparcacoches del hotel
a su llegada.
Stormy cerró los ojos, incapaz de creerlo, pero consciente de que no podía negar
lo que se le presentaba con tanta claridad. Y al repasar de nuevo las imágenes,
reconoció su cuerpo y su ropa, aunque no la forma de andar ni los movimientos. Ella
fue quien robó el anillo, sí, pero sin tener el control de su cuerpo.
—Elisabeta —susurró.
Se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer hacia atrás en la cama de Lupe, con
los ojos cerrados. Y al hacerlo, una nueva oleada de recuerdos se presentó ante ella,
recuerdos que había creído perdidos para siempre.

—Es aquí —dijo Vlad con la voz enronquecida.


La había llevado a la entrada de una cueva cerca del borde de las cascadas, bajo
los acantilados rumanos donde Stormy se había encontrado de repente hacía apenas
un rato. También le enseñó la cuadra donde Elisabeta le ayudó a encontrar refugio
para pasar la noche, y ahora la había llevado al lugar donde los dos consumaron su
amor, todo en un intento de hacerla recordar. De que se convirtiera en Elisabeta.
Stormy sólo quería descubrir la verdad y librarse de la mujer.
—Aquella noche fui a los acantilados por la misma razón que Elisabeta —dijo
Vlad—. Para poner fin a mi vida. Oh, yo no me habría arrojado desde arriba como
ella. Pensaba esperar a la salida del sol junto a la cascada, el lugar más poderoso que
conocía. Pero cuando la vi, cuando se lanzó desde el borde, sentí el impulso de
salvarla.
—¿Lo hiciste? Vlad asintió.
—Me lancé como un misil por el aire e intenté amortiguar la caída antes que
darnos contra las rocas y el agua.
Stormy no estaba mirando al lugar donde se había detenido, sino viendo lo que
él trataba de ocultar, un dolor intolerable que se reflejaba en todo. Su forma de andar
y sus zancadas, menos poderosas y seguras que antes; su postura física: hombros
anchos, espalda recta y mentón alto, se había suavizado, como si el acero en su
interior se estuviera fundiendo gradualmente. Y sus ojos, el dolor reflejado en sus
ojos y que no podía disimular.
—Me lesioné gravemente y ella me ayudó a entrar en la cueva, se quedó allí
conmigo, y le conté mis secretos. Le conté qué era yo, y le dije que ella era una de Los
Elegidos. También le aseguré que podía curar la enfermedad que le estaba

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arrebatando la vida, a condición de que fuera mía para siempre. Y aceptó.


—¿Así que dos suicidas se conocen una noche y deciden casarse? Vlad, ¿no te
das cuenta de lo retorcido que es? No os conocíais, y ninguno de los dos estabais en
un estado mental favorable.
Vlad la miró serio.
—Nadie ha cuestionado jamás mi cordura, Tempest —le advirtió en tono
amenazante.
—La gente cuerda no se suicida, Vlad.
—No tienes ni idea de lo que es vivir miles de años. Vivir solo.
—No, eso es cierto, pero conozco a muchos vampiros, Vlad, y ninguno se
dedica a caminar hacia la salida del sol, por muy viejos que sean.
Obligándose a apartar los ojos de él, Stormy miró el lugar donde estaban. Era
un claro en medio de una pequeña arboleda, un lugar recogido y acogedor, tranquilo
y hermoso. Y supo que fue el lugar donde Elisabeta y él consumaron su amor.
Una noche. Eso fue todo lo que tuvieron.
Conmovida hasta las lágrimas, Stormy le puso una mano en el hombro.
—Siento que esto sea tan difícil para ti.
Vlad le clavó los ojos con rabia.
—No sientas lástima de mí, Tempest. No quiero eso de ti. Sólo quiero...
—Sí, lo sé, lo sé, que recuerde —Stormy se humedeció los labios y miró a su
alrededor, pero no recordaba nada. El lugar no le resultaba conocido—. ¿Ha
cambiado mucho?
—Los árboles son más grandes, algunos han muerto, y hay otros nuevos —dijo
él señalando algunos arbolillos cercanos—. Aparte de eso, está prácticamente igual.
La miró a los ojos y buceó en ellos, buscando respuestas.
—¿No recuerdas nada? —preguntó él.
—Lo siento —dijo ella—, pero no.
—Tienes que recordar. Y recordarás.
Stormy vio la desesperación en sus ojos justo antes de que él la rodeara con sus
brazos y la apretara contra su pecho, sujetándole la cabeza con una mano para evitar
que se apartara. Algo que ella no pensaba hacer.
Entonces la besó.
Y a ella, muy a su pesar, le encantó, sí. Quería sus besos, y mucho más.
Vlad abrió la boca sobre la de ella y la cerró ligeramente, devorando su sabor. Y
cuando usó la lengua, Stormy sintió una oleada de excitación que le fluyó de la
cabeza a los pies. Todo pensamiento coherente, todo argumento racional para
rechazarlo se esfumó de su mente, y sólo quedaron las sensaciones de sentirse
deseada con una fuerza y una pasión irracional y completa. Y la sensación de él en
ella. Una sensación tan embriagadora y poderosa que no se pudo resistir.
Stormy le rodeó el cuello con los brazos y se abrió a él, besándolo tan
apasionada y desesperadamente como él a ella. Cielos, iba a ser maravilloso. Iba a ser
increíblemente alucinante.
Vlad la tendió en la hierba y le bajó el camisón por los hombros, desnudándola

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

de cintura para arriba. Deslizó una mano entre los hombros para mantenerla
incorporada, y después le besó los senos, lamiendo y succionando con creciente
ardor hasta mordisquear y tirar de los pezones erectos, arrancando jadeos y gemidos
de su garganta y haciéndola arquear la espalda hacia él, ofreciéndose por completo a
sus caricias.
Tendiéndola del todo en el suelo, Vlad se deslizó sobre ella, besándole la
garganta con la boca y saboreándola con los labios. Stormy alzó la barbilla para darle
mejor acceso y susurró:
—Oh, Vlad, cómo te deseo.
—Yo también te deseo, Elisabeta.
Fue como si le hubieran echado un jarro de agua fría. Stormy se puso rígida y
después le apartó empujándolo con las manos.
Vlad dejó de besarla y alzó la cabeza. La miró con una mezcla de pasión y
confusión en los ojos, y Stormy notó lo excitado que estaba: su erección, fuerte y
dura, se apretaba contra su muslo.
—Levanta —ordenó ella empujándolo de nuevo.
—Tempest...
—Exacto. Soy Tempest, Stormy Jones. Pero no era a ella a quien le estabas
haciendo el amor, ¿verdad, Vlad? No es la mujer que deseas. Es ella. Elisabeta, no yo.
—Puedes ser ella. Lo serás. ¿No te das cuenta?
—No. No, no soy ella, nunca lo he sido y nunca lo seré. Ella intenta apoderarse
de mi cuerpo sin mi permiso, y eso es lo que has estado a punto de hacer tú también,
Vlad —lo acusó furiosa—. Utilizarme para poder tenerla, o engañarte y hacerte creer
que la tenías. No me deseas, ¿a que no?
Vlad se incorporó lentamente, se pasó una mano por la melena negra y paseó
delante de ella.
—Si te he hecho daño, te pido perdón.
—A mí nadie me hace daño —dijo ella colocándose el camisón y cubriéndose—.
Soy demasiado dura para eso, Vlad, así que no te castigues por eso. Yo no soy una
suicida necesitada como tu niña esposa. Ni por asomo.
Stormy se puso en pie y echó a andar a través de los árboles.
—El castillo está por ahí, Tempest —dijo él, señalando en dirección opuesta a
donde ella iba.
Pero Stormy no podía darse media vuelta y arriesgarse a que él viera las
lágrimas que le empañaban los ojos. Porque a pesar de sus palabras, Vlad acababa de
herirla profundamente. Mucho más de lo que era sensato ni razonable. ¿Cómo podía
ser tan tonta?
—Necesito un momento a solas. Vuelve tú. Luego te alcanzo.
—Hay lobos.
—Bueno, estoy muy cabreada, así que si saben lo que les conviene, no se
acercarán —dijo ella, y se alejó entre los árboles lo suficiente para limpiarse las
lágrimas y respirar profundamente, tratando de convencer a los conductos
respiratoríos para que se abrieran un poco y dejarán pasar el aire hasta los pulmones.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Por fin se volvió y con la cabeza alta regresó hasta donde había dejado a Vlad. Y
lo encontró allí, esperando... con otra mujer.
La mujer se volvió, y Stormy parpadeó a la vez que la pregunta salió de sus
labios.
—¿Rhiannon?
Rhiannon la miró, frunció el ceño y sus ojos se clavaron acto seguido en Vlad.
—¿Ya la has hecho llorar?
—A mí nadie me hace llorar —negó Stormy.
Rhiannon se echó la larga melena negra hacia atrás con un gesto exagerado.
Llevaba un vestido de terciopelo que le caía hasta el suelo y ceñía cada curva de su
cuerpo.
—Éste puede hacer llorar a la Esfinge. No hay que avergonzarse —dijo, e
ignorando a Vlad, se volvió a Stormy—. Dicen por ahí que has sido abducida por el
mismísimo Príncipe de las Tinieblas. Y pensé venir a verlo con mis propios ojos.
—No sabía que te interesara —murmuró Stormy con evidente sarcasmo.
Rhiannon arqueó las cejas.
—Y no me interesa. Pero da la casualidad de que tú eres uno de esos pocos
mortales a los que estaría dispuesta a ayudar en un momento dado —dijo Rhiannon
mirándose las uñas, largas y pintadas de rojo—. Dado que eres amiga de algunos de
mis más queridos amigos, no podía dejar que tuvieras que defenderte sola.
—Defenderme sola es lo que mejor sé hacer.
—Es posible. Tienes fama de dura, para un mortal, claro. Pero se realista,
Stormy. Nunca podrías enfrentarte a Drácula.
—Te sorprendería —dijo Vlad sin alzar la voz.
Rhiannon lo miró, y cuando volvió a mirar a Stormy, sus ojos estaban cargados
de interrogantes.
—¿Significa que quizá he venido a rescatar a quien no lo necesita? No importa.
Vlad, ¿podemos continuar esta conversación en un lugar más apropiado? Recorrer la
mitad de los bosques de Rumania coleccionando ortigas con el dobladillo de mi
vestido de Givenchy no está entre mis actividades favoritas.
—Si llego a saber que venías...
—Lo que plantea otro interrogante. ¿Por qué no lo has sabido? Estás perdiendo
facultades, Vlad. ¿No has percibido que venía otro vampiro? Es inquietante y da que
pensar. ¿Qué te habrá tenido tan... distraído?
Vlad no respondió. Se limitó a echar a andar hacia el castillo.

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Capítulo 9

Unos pasos en el pasillo le avisaron que las otras iban a empezar la búsqueda.
No tenía tiempo para meditar sobre eso, y tuvo que luchar contra la sensación de
náusea y mareo que se apoderó de ella. Cielos, qué tonta había sido enamorándose
de un hombre que no la amaba, que no la quería más que como recipiente para la
lunática de su esposa muerta.
Pero entonces era joven. Ahora era más madura, más sabia y mucho más fuerte.
Y seguía siendo una tonta. Porque seguía deseándolo. Y amándolo.
Nunca pensó que sería una de esas mujeres que se enamoraban de un hombre
que no sentía nada por ellas. Aunque él era tan estúpido como ella, por seguir
obsesionado durante tantos años con una mujer a la que apenas conocía.
Stormy sacó la cinta de video del aparato y la dejó en su habitación antes de
reunirse con Melina y Lupe en la habitación de Brooke.
Pasaron todo el día buscándola por toda la casa, los jardines y los sótanos, e
incluso en el ordenador de Brooke, lo que no fue fácil ya que estaba protegido con
contraseñas.
De hecho, todavía seguían tratando de entrar en sus archivos cuando se puso el
sol.

Las tres mujeres estaban sentadas en el escritorio de la biblioteca de la mansión,


no la biblioteca secreta sino la otra, la que había en la casa, tratando de entrar en el
portátil de Brooke.
—Necesito descansar —dijo Stormy a Melina y a Lupe—. Seguid vosotras, yo
voy a tomar un poco el aire.
Stormy las dejó allí, pensando que seguramente las dos mujeres serían tan
capaces de averiguar las contraseñas utilizadas por Brooke con su ayuda que sin ella.
Después de todo, ellas conocían a Brooke.
Salió de la casa y fue hasta el césped bajo la ventana de su dormitorio. Porque
allí iría Vlad aquella noche, a su ventana, en cuanto despertara, estaba segura.
Tenía que hablar con él, tenía que contarle lo de Brooke y la desaparición del
anillo y el pergamino. Además, necesitaba ayuda para encontrar a Brooke, y sabía
que con sus poderes, era la persona más indicada. Cuando encontraran el anillo, ella
buscaría la manera de ocultárselo a Vlad, anular el hechizo y devolvérselo cuando no
fuera dañino.
Stormy se acercó a un enorme sauce llorón cuyas ramas caían hasta el suelo por
todas partes. Curiosa, apartó la cortina de ramas y entró al interior.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Sabía que vendrías —susurró una voz.


Pero no era la voz de Vlad. No era la voz de un vampiro, y tampoco era la voz
de un hombre. Era una voz de mujer.
La mujer se levantó del banco de piedra que había junto al tronco del árbol.
—¿Brooke? —preguntó Stormy.
Pero la mujer que se levantó no era Brooke, aunque sí era su cuerpo. La mujer
no se movía como Brooke, ni tenía la misma forma de estar. Y sus ojos eran negros
como la noche.
—Ya no —dijo la mujer—. ¿No me reconoces, Tempest? Estaba segura de que lo
harías. Después de todo, hemos estado muy unidas durante mucho tiempo.
Un estremecimiento helado recorrió la columna vertebral de Stormy cuando
ésta miró la mano de la mujer, donde brillaba el anillo de rubí.
—¿Elisabeta? —susurró—. ¿Pero cómo?
—El cómo no tiene importancia —dijo la mujer con una amplia sonrisa—. ¿No
te sientes aliviada, Tempest? A fin de cuentas, no he tenido que arrebatarte el cuerpo.
Stormy dio un paso atrás, consciente del peligro.
—Sí, muy aliviada.
—Pues no deberías —Elisabeta dio un paso hacia adelante, y Stormy continuó
retrocediendo otros dos—. Voy a matarte de todos modos, Tempest. Te has estado
acostando con mi esposo, y no pienso continuar permitiendo que seas una
distracción en mi matrimonio.
La mujer estiró la mano hacia atrás y, rauda como un rayo, sacó un enorme y
afilado cuchillo y se lanzó contra Stormy.
Stormy esquivó el golpe con agilidad, pero al hacerlo tropezó con una raíz del
árbol que sobresalía de la tierra y cayó de espaldas al suelo. Un segundo más tarde,
la otra mujer estaba sentada a horcajadas sobre ella, con el cuchillo alzado en el aire y
preparado para clavárselo en el pecho.

Vlad no podía creer lo que estaba viendo. Una mujer estaba a punto de clavar
un cuchillo a Tempest en el corazón. Se lanzó hacia ellas justo en el momento que
Tempest lograba asestar un certero golpe con el talón de la mano en el mentón de su
atacante, cerrándole la mandíbula y echándole la cabeza hacia atrás tan
violentamente que la mujer cayó de lado y rodó por el suelo. Tempest aprovechó el
momento para ponerse en pie y asestar una patada en las costillas de la mujer con
tanta fuerza que alzó el cuerpo de su atacante del suelo. De una segunda patada,
Tempest la tumbó de espaldas. Esta vez el cuchillo salió volando por el aire y aterrizó
en el suelo varios metros más allá.
Tempest avanzó y Vlad creyó que iba a matar a la desconocida, pero entonces la
mujer tendida en el suelo lo vio mirándolas y alzó una mano hacia él.
—Vlad, ayúdame. Por favor, no dejes que me mate.
Aquella voz. Y aquellos ojos.
Vlad parpadeó perplejo, y entonces, cuando Tempest fue a lanzarse hacia

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delante, la sujetó por los hombros y la detuvo.


Tempest giró en redondo y lo miró con rabia.
—¡Acaba de intentar matarme!
—¿Quién eres? —preguntó él en un susurró.
La mujer en el suelo hizo un esfuerzo para incorporarse.
—Soy yo, Vlad. Soy Elisabeta. ¿No me reconoces? Soy tu esposa.
—¿Cómo... cómo has podido...?
—Se llama Brooke —dijo Tempest, jadeando—. Es miembro de la hermandad
de Atenea. Vlad...
Él tenía los ojos clavados en la mujer, la desconocida. ¿Su esposa?
Tempest lo sujetó por los hombros y lo sacudió obligándolo a volverse a
mirarla.
—Escúchame, Vlad. Yo robé el anillo del museo. Fui yo.
—¿Tú?
—Sí, pero sólo porque ella tenía el control. Fue Elisabeta. No lo he sabido hasta
que me he despertado esta mañana y la he encontrado a punto de ponerme el anillo.
Vlad frunció el ceño y buscó en sus ojos.
—Íbamos a guardarlo en una caja fuerte, pero Brooke lo robó, y también el rito,
que estaba aquí guardado. Brooke creyó que le daría la inmortalidad, y ha debido
realizar el ritual.
Vlad no podía dejar de mirar a las dos mujeres, a Stormy y a la desconocida con
la voz y los ojos que conocía bien.
—O sea que mi Beta... vive en ese cuerpo. No en el tuyo.
Tempest se lo quedó mirando durante un largo momento. Vlad sintió sus ojos
en él, pero no la miró, porque su mirada estaba clavada en la otra mujer.
—Sí, Vlad. Ya no está en mi cuerpo. Ya no se apoderará de mí cada vez que te
acerques a mí.
Elisabeta esbozó una sonrisa dirigida a Vlad, y éste sintió un nudo en el pecho.
La sonrisa también le resultaba familiar. Muy familiar.
—Cuánto tiempo —susurró ella—. Te quiero, Vlad. Siempre te he querido. Y
ahora te necesito, más que nunca. Por favor, no me abandones.
—Yo nunca te abandonaré, Beta.
—Estoy herida. Ella me ha herido.
Vlad dio un paso hacia adelante y le ofreció una mano para ayudarla a
levantarse.
—Pobrecita, no debería haberlo hecho, ¿verdad, Vlad? —preguntó Stormy.
El sarcasmo en su voz era más que evidente, y por fin, Vlad miró hacia ella.
Stormy estaba furiosa.
—Supongo que tenía que haberle dejado clavarme la cuchilla en el corazón —
continuó Stormy. Se encogió de hombros—. Aunque eso ya lo estás haciendo tú
sólito perfectamente.
Se dio media vuelta para alejarse.
Vlad soltó la mano de Elisabeta.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—¡Vlad!
Este se volvió a mirar a su esposa, que se desplomaba de nuevo en el suelo,
doblada por la cintura y apretándose el estómago, en el lugar donde Tempest la
había golpeado.
Vlad miró a Tempest otra vez, y después a Elisabeta.
—Adelante, ve con ella —dijo Tempest—. Escucha, por lo que a mí respecta,
esto se ha acabado. Ya ha salido de mi cuerpo, y es lo único que quería. El ritual ha
tenido éxito, lo que significa que ya no voy a morir. Lo que hagas con ella depende
de ti. No me importa en absoluto —Stormy miró a Elisabeta—. Pero si vuelves a
acercarte a mí, te mataré. No lo dudes. Y nadie, ni siquiera el mismísimo Drácula, me
lo podrá impedir. ¿Entendido, mala pécora?
Elisabeta no respondió sino que rompió a llorar.
—Sí, me lo imaginaba. Brooke me habría tumbado por eso —Stormy miró a
Vlad a los ojos—. No es que no merezca lo que le ha hecho tu pobrecita esposa, Vlad,
pero quizá quieras averiguar qué ha pasado con Brooke antes de que los dos os
vayáis por fin de luna de miel.
Y tras pronunciar aquellas palabras, Stormy giró sobre sus talones y se dirigió
hacia la casa.
Vlad necesitaba tiempo para procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo podía
Elisabeta estar viva en el cuerpo de esa mujer, Brooke?
Pero en ese momento sólo podía pensar en una cosa. Su esposa estaba herida, y
lo necesitaba. No podía dejarla allí tendida en la hierba, sangrando.
Dejó que Tempest se fuera y se agachó para tomar a Beta en brazos y llevársela
fuera de la mansión Atenea.

El dolor que arremetía contra su corazón era casi insoportable. Stormy


caminaba con pasos firmes hacia la casa, pero en cuanto cruzó la puerta, se detuvo,
se sujetó en el marco y esperó a que dejaran de temblarle las rodillas. Llevaba
dieciséis años albergando la esperanza de que Vlad se diera cuenta de que ella era la
mujer de su vida, de que si pudiera estaría con ella.
Pero ahora que podía, Vlad había elegido estar con Elisabeta.
—Bien —dijo alzando la cabeza y secándose las lágrimas con un gesto furioso—
. Espero que se pudran juntos. Estoy harta de este rollo.
—Ésta es la valiente mortal que con el tiempo he llegado a... tolerar —era
Rhiannon, la vampiresa, que la observaba desde el medio de la sala—. Ahora deja de
llorar y cuéntame qué ha pasado.
Stormy se secó las lágrimas y sacudió la cabeza.
—Ya ha terminado todo, por fin. Siento que hayas venido hasta aquí para nada.
—¿Tú crees?
Stormy asintió con la cabeza, irguió la espalda y alzó la barbilla.
—Sí. Tenías razón sobre Brooke, Rhiannon. ¿Cómo lo sabías?
—Ya te lo explicaré. ¿Qué ha hecho esta vez la muy traidora?

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—Robar el anillo y el pergamino. Resulta que la maldita hermandad lo tenía


desde hace un montón de tiempo en una de sus cajas fuertes. Supongo que Elisabeta
decidió que Brooke era un blanco fácil, porque se ha apoderado de su cuerpo.
Rhiannon arqueó las cejas.
—¿Ahora Elisabeta es corpórea?
—Desde luego es la sensación que me ha dado cuando ha intentado clavarme
un cuchillo en el pecho hace unos minutos.
Rhiannon contuvo una exclamación, pero Stormy restó importancia a la
situación.
—Tranquila. Le he dado una paliza que no olvidará.
—Bueno, eso no hace falta ni que lo digas. ¿Y dónde está Vlad? —preguntó
Rhiannon.
—La última vez que lo he visto se la llevaba en brazos. Seguramente
ayudándola a lamerse las heridas. He acabado con los dos.
—No sabes cómo me gustaría que fuera cierto. Por tu bien, si no por el de Vlad
—dijo Rhiannon.
Stormy sacudió la cabeza.
—Es la verdad. Voy a recoger mis cosas y me largo. Ya no tengo motivos para
seguir con este mal rollo.
—Stormy, aún no ha terminado.
En ese momento, Rhiannon se interrumpió y se volvió hacia la puerta.
—Tenemos compañía.
Melina y Lupe estaban entrando en ese momento, y se detuvieron de repente al
ver Rhiannon.
—Bien, bien, bien —dijo la vampiresa con un ronroneo que podía convertirse en
un gruñido sin avisar—. Volvemos a encontrarnos. Hola, Melina.
—Rhiannon.
Lupe contemplaba la escena con los ojos muy abiertos, y por fin logró apartar la
mirada de Rhiannon para fijarse en Stormy.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó.
—Luego te lo cuento. ¿Habéis conseguido entrar en el ordenador de Brooke?
—Sí. La contraseña era inmortalidad.
Rhiannon se tensó.
—Brooke llevaba mucho tiempo obsesionada con conseguirla —dijo—. Y
supongo que en parte la responsabilidad de lo ocurrido es mía y de mis amigos, por
no hablaros de su doble juego.
—El incidente Stiles —dijo Melina —. Acabamos de encontrar sus notas en el
ordenador. Quería robar la fórmula desarrollada por Frank Stiles, la que según él
podía convertir a un mortal en inmortal.
—Sí —Rhiannon esperó, sin decir nada más.
—¿Hubiera funcionado?
Había funcionado. Stormy lo sabía porque los vampiros la había utilizado para
salvarle la vida a Willem Stone. Y había aprendido a recrear la fórmula.

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—Según todos los informes, Stiles está muerto —dijo Rhiannon—. Por lo visto,
la fórmula no funcionó como él esperaba.
Melina asintió lentamente, quizá sospechando que ésa no era toda la verdad.
Pero en ese momento, Stormy supo con total certeza que Rhiannon jamás revelaría el
secreto de Willem Stone: probablemente la hermandad lo vería como una ruptura de
su maravilloso orden sobrenatural y podrían decidir tomar medidas para impedirlo.
—¿Por qué no me lo contaron tus amigos, si sabían que Brooke quería robar la
fórmula? Tenían que saber que eso era una traición de los principios de nuestra
orden.
Rhiannon se encogió de hombros.
—Eso tendrás que preguntárselo a ellos.
—¿Por qué no me lo explicas tú, Rhiannon?
—Porque me fío de ti tan poco como me fiaba de Brooke —respondió Rhiannon
sin andarse por las ramas—. Además, llegados a este punto, ¿qué más da?
—¿Qué más había en su ordenador? —preguntó Stormy en un intento de
cambiar de conversación—. ¿Algo más sobre el anillo o el pergamino?
Melina asintió y cambió de tema.
—Brooke creía que cuando Elisabeta volviera a la vida, le ofrecería la forma de
conseguir la inmortalidad. Pensó que si conseguía hacer entrar en su cuerpo el
antígeno Belladona que, según ella, Elisabeta tuvo que tener en vida, podría
convertirse en vampiresa.
—Eso no le ayudaría en nada —dijo Stormy.
—Brooke creía que sí —dijo Lupe—. Estaba convencida de que Elisabeta podía
coexistir con otra alma en el mismo cuerpo. Y estaba dispuesta a compartir su cuerpo
con ella a cambio de la vida eterna —Lupe bajó la cabeza—. Cielos, quiere ponerse el
anillo y hacer el ritual. Quiere que Elisabeta comparta su cuerpo.
—Ya lo ha hecho —dijo Stormy.
Las dos mujeres la miraron boquiabiertas. Stormy lo confirmó con un
movimiento de cabeza y continuó.
—Acabo de encontrármela fuera. Sólo que no era Brooke. Era Elisabeta. Y no sé
vosotros, pero yo la conozco. He vivido con ella mucho tiempo, y sé perfectamente
que no tiene la menor intención de compartir ese cuerpo con Brooke.
—No podría hacerlo ni aunque quisiera —dijo Rhiannon—. Dos almas no
pueden ocupar el mismo cuerpo durante mucho tiempo.
—El mío sí —dijo Stormy—. Llevaba años viviendo dentro de mí.
—Sí, porque el anillo le impedía ir a ningún otro sitio. Brooke no tiene ese
anclaje. Le ha entregado su cuerpo. En tu cuerpo, Tempest, Elisabeta sólo podía estar
agazapada, al acecho, esperar y tomar el control muy ocasionalmente. No era lo
bastante fuerte para expulsarte, y el poder del anillo le impedía seguir. Pero Brooke
se ha entregado a sí misma, y su alma se irá debilitando gradualmente hasta
desaparecer.
—¿En cuánto tiempo? —preguntó Melina.
—¿Melina? —preguntó Lupe.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—¿En cuánto tiempo? —repitió Melina, ignorando la pregunta de su


subordinada.
Rhiannon se encogió de hombros.
—Unos días como máximo.
—¿Podemos salvarla?
—¿Para qué quieres salvarla? —gritó Lupe—. Melina, nos ha traicionado. Ha
traicionado a la hermandad. Te ha agredido con saña. ¿Por qué quieres ayudarla?
Melina bajó los ojos.
—No espero que lo entiendas.
—Nadie puede entenderlo. No tiene ninguna lógica.
—Para mí sí —Melina miró a Rhiannon de nuevo—. ¿Podemos salvar a Brooke?
—Sólo exorcizando a Elisabeta. Y sólo después de anular el poder del anillo
sobre ella, para que pueda descansar definitivamente —dijo Rhiannon y bajó la
cabeza.
—Creía que el poder del anillo se había debilitado ahora que Brooke ha
realizado el ritual —dijo Stormy.
—Me temo que no del todo —respondió Rhiannon—. Si liberamos a Elisabeta
del cuerpo de Brooke, es posible que el anillo continúe impidiéndole descansar como
debería ser. Es posible que vuelva a tu cuerpo, Stormy. Los poderes del anillo son
muy fuertes. Tenemos que estar seguras.
—¿Y si no podemos hacerlo? —preguntó Stormy.
Rhiannon se mordió el labio.
—Entonces las dos morirán. Pero Elisabeta quedará otra vez atrapada por el
poder del anillo. Stormy, Elisabeta necesita tu cuerpo. Tú eres su descendiente
espiritual, estoy segura de eso. Las dos habéis salido de la misma alma colectiva. Tú
has salido de su misma alma.
Stormy bajó la cabeza.
—Bueno, yo me largo de aquí. Esto ya no tiene nada que ver conmigo.
—Me temo que sí, Stormy.
Stormy miró a Rhiannon, rezando para que la vampiresa no tuviera ningún
argumento racional para defender sus palabras.
—Elisabeta pronto se dará cuenta de que no puede vivir en el cuerpo de Brooke.
No son compatibles. Y cuando eso ocurra, irá a buscarte. No olvides que sigue
teniendo el anillo y el pergamino.
«Y a Vlad», pensó Stormy. También tenía a Vlad. Y cuando él se diera cuenta de
que su queridísima esposa estaba muriendo en el cuerpo de Brooke, de que
necesitaba el suyo para sobrevivir, seguro que iba a buscarla personalmente y se
encargaba de llevar a cabo el maldito ritual.
Por fuerte y valiente que fuera, Stormy sabía que no podría enfrentarse a ellos.
Y mucho menos a los dos.
—Además, debes tener en cuenta la fecha. Si su alma no está en paz, ya sea
reestablecida en un cuerpo vivo o totalmente liberada de la carga de la vida física,
morirá. Y tú con ella, Stormy. El martes, a medianoche.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Stormy cerró los ojos y bajó la cabeza.


—Está bien —accedió por fin muy a su pesar—. Cuenta conmigo. Pero no tengo
ningún interés en salvar a Brooke. Por lo que a mí respecta, se lo ha ganado a pulso
—miró a Lupe y a Melina—. Y por lo que sé de la Hermandad, terminará siendo
ejecutada de todos modos. ¿No es así?
Melina contuvo una exclamación, pero apartó la mirada y se negó a responder.
—O sea, que tengo razón —continuó Stormy—. Nadie deja esta organización. Y
tampoco tengo ningún interés en liberar a Elisabeta, para que su alma pueda vivir
eternamente y ser feliz. Lo único que quiero es matarla. De una vez por todas. La
quiero muerta.
—En el fondo es lo mismo —dijo Rhiannon.
—Entonces hagámoslo.
—Primero tendremos que traerla aquí —dijo Rhiannon—. Tenemos que
convencer a Vlad. Y creo, Stormy, que tú eres la única que puede hacerlo.
Stormy bajó la cabeza.
—A mí no me hará caso.
—Yo creo que sí —afirmó la vampiresa. Contempló a Stormy en silencio unos
momentos y después continuó—. Nunca he llegado a entender muy bien por qué me
caes tan bien, Stormy, considerando que tengo tan poca tolerancia hacia los de tu
clase. Aunque había llegado a la conclusión de que era porque, en el fondo, me
recordabas a mí.
Stormy la miró a los ojos.
—¿Eso es un cumplido?
—Al menos lo era, aunque empiezo a pensar que quizá esté equivocada. Porque
la verdad, yo nunca dejaría que otra mujer me arrebatara al hombre que amo. Yo
lucharía por él.
Stormy suspiró.
—Llevo dieciséis años luchando con Elisabeta.
—Efectivamente. ¿Por qué no una noche más?
Stormy se quedó pensativa unos momentos, y por fin asintió, dándose cuenta
de que Rhiannon tenía razón. Ganara o perdiera siempre estaría enamorada de Vlad,
y valía la pena intentarlo una última vez. Al infierno el orgullo. Además, su vida
también estaba en juego.
—¿Qué quieres que haga?
—Ve a verlo. Está en una casa vacía a unos tres kilómetros al norte de aquí. He
sentido su presencia al llegar. Ve a verlo, Stormy. Habla con él. Hazle ver que es la
única manera.
Stormy se humedeció los labios y asintió.
—Iré dando un paseo. El aire fresco me vendrá bien.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Capítulo 10

Mientras Stormy caminaba en la noche cálida y despejada, sintió llegar a su


mente los recuerdos de sus momentos con Vlad dieciséis años atrás.
Vlad y ella habían regresado al castillo con Rhiannon donde encontraron a
Roland, el compañero de Rhiannon, esperándolos. Éste insistió en llevar a Stormy al
pueblo más cercano para que tomara una comida decente, probablemente para dejar
a Vlad y Rhiannon hablar en privado, y también para asegurarse de que Vlad no la
retenía contra su voluntad.
Pero en el camino de regreso por la serpenteante carretera que llevaba hasta el
castillo, Stormy vio algo que le impactó. Un prado, con una vieja fuente en ruinas en
una esquina. Sin poder evitarlo, detuvo el coche y se apeó, y entonces perdió el
conocimiento.
Cuando recobró el sentido de nuevo, Roland la llevaba en brazos al castillo de
Vlad. Y entonces...
Se sentía débil, enferma y dolorida, con el cuerpo inerte apoyado contra el
hombro de Roland y sin apenas poder mantener los ojos abiertos más que una
décima de segundo.
—¿Qué demonios ha ocurrido? —quiso saber Vlad.
—No tengo ni idea, amigo mío —dijo Roland.
Vlad tomó a Stormy de los brazos y la metió en el castillo. Allí la tendió en la
chaise longue y le dio unas palmaditas en las mejillas mientras Stormy lo sentía
hurgando en su mente.
—Cuéntamelo todo, Roland.
—Por supuesto. Hemos cenado, hablado un poco, y parecía perfectamente. Pero
a la vuelta...
En ese momento entró Rhiannon y contuvo una exclamación.
—Por todos los dioses, Roland, ¿qué te ha pasado en la cara? —exclamó al
verlo.
Stormy abrió los ojos y miró al vampiro.
Roland se tocó la cara, y por primera vez Stormy vio los cuatro largos arañazos
que iban desde el pómulo hasta la mandíbula.
—¿Roland? —insistió Vlad.
—No sé qué ha pasado, Vlad. Se ha bajado del coche y ha salido corriendo a un
prado a ver una fuente en ruinas. Yo la he seguido, por supuesto, y ella no paraba de
decir: «ya viene, ella viene». Y después ha cambiado.
—¿En qué sentido? —preguntó Rhiannon.
—En todos —susurró Roland—. La voz, la postura, el olor. Los ojos se han

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vuelto negros, y ha empezado a hablar en un idioma que no conozco.


—Rumano —dijo Vlad acariciándole el pelo e instándola mentalmente a
despertarse por completo.
Stormy lo sentía, pero estaba demasiado débil para reaccionar y obedecer.
—No ha sido la primera vez —dijo Vlad—. ¿Ella te ha hecho esos arañazos en la
cara?
—Sí, cuando he intentado impedir que se fuera corriendo al bosque —explicó
Roland y frunció el ceño—. Era fuerte, Vlad. Mucho más fuerte que un mortal.
—Igual que la descripción de Maxine —dijo Rhiannon—. ¿Así es como el
espíritu de tu querida Elisabeta se une con el de Stormy? ¿Dominándolo, atacando a
un amigo?
Vlad continuaba acariciando la cara y el cuello de Stormy.
—Despierta, Tempest. Despierta —le dijo. Y después a Rhiannon —. Beta está
confundida y frustrada. Lleva quinientos años intentando volver a mí, y ahora que
cree que ha encontrado la forma, Tempest insiste en plantarle batalla.
—Quizá por una buena razón.
Tempest parpadeó lentamente y abrió los ojos por completo.
—Estoy... estoy bien —se sentó y se llevó las manos a frente—. Recuerdo ver
una fuente en un prado, y salir corriendo a examinarla más de cerca. Roland... —se
detuvo al ver el rostro arañado de Roland—. Yo te he hecho eso. Lo siento.
—No creo que fueras tú, Stormy —dijo Roland.
—No, no era yo —Stormy miró a Vlad—. ¿Por qué ha surgido con tanta fuerza?
Vlad cerró los ojos, pero no respondió.
—La casa —dijo Stormy, comprendiéndolo todo—. Era su casa. La de Elisabeta,
¿verdad?
—Sí —Vlad miró a Rhiannon—. ¿Sigues creyendo que estoy equivocado?
—En muchas cosas —respondió la vampiresa—. Si ese espíritu invasor es el de
Elisabeta, Vlad, no es la mujer que tú recuerdas. Ha cambiado mucho.
—Tú eres la que te equívocas.
Rhiannon se acercó a Stormy, se inclinó sobre ella y le tomó la mano.
—Vuelve con nosotros, Tempest, y encontraré la forma de exorcizar a esa
criatura de tu cuerpo de una vez por todas.
Tempest se incorporó y bajó las piernas al suelo. Buscó en el rostro de Vlad, que
no pudo mantener su mirada. ¿Tenía remordimientos? ¿Era consciente de lo que le
estaba haciendo? ¿Sabía que Rhiannon tenía razón?
—Enseguida amanecerá —dijo él por toda respuesta—. Ahora no queda tiempo
para irse.
—A ella el alba no le afecta —le recordó a Roland—. Nuestro avión espera a
veinte kilómetros de aquí con instrucciones de que la lleven de vuelta a casa con o sin
nosotros —miró a Tempest—. Puedes irte si lo deseas, Stormy. Nosotros nos
reuniremos contigo en cuanto podamos.
Vlad se pasó las manos por el pelo y se alejó unos pasos.
—Maldita sea, ¿por qué no os mantenéis al margen?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Porque la destruirás, Vlad —dijo Rhiannon—. ¿Cuántos episodios más como


éste crees que podrá soportar? ¡Mírala!
Vlad giró en redondo y la miró furioso.
—Te destruiré si continúas entrometiéndote.
Roland se interpuso entre los dos, y Vlad le asestó un único y potente golpe que
lo mandó al extremo opuesto de la sala, contra una pared y al suelo. Entonces
Rhiannon se lanzó contra Vlad, rugiendo como una gata salvaje, y lo arrojó al suelo.
Iba a montarse sobre él para continuar golpeándolo cuando Tempest se levantó y
gritó con fuerza a pesar de la debilidad que todavía invadía su cuerpo.
—¡Basta! ¡Quietos de una vez!
Rhiannon se paralizó y se volvió lentamente a mirarla. Vlad continuó donde
estaba, tendido de espaldas en el suelo, y Roland levantó la cabeza, pero no el
cuerpo, de donde había caído.
—¿No creéis que eso lo debo decidir yo?
Stormy cruzó la sala hasta Vlad y le tendió la mano. Él la tomó y la miró a los
ojos. Stormy sabía perfectamente que Vlad no tenía la menor intención de dejarla
marchar, al menos hasta que recordara lo que él quería. Estaba obsesionado con su
maldita esposa muerta, pero Stormy tenía sus propias razones para quedarse.
Necesitaba resolver aquel asunto de una vez por todas.
Y albergaba la esperanza de que él decidiera dejar marchar a Elisabeta y llegara
a amarla a ella.
Después de ayudar Vlad a levantarse, se acercó a Roland.
—¿Estás bien? —dijo ayudándole también.
Roland asintió.
—Tiene un corte en la cabeza, Rhiannon —informó Stormy a la vampiresa—.
Será mejor que lo cures antes de dormir. ¿Tenéis un lugar donde pasar la noche?
La intención de la pregunta era evidente. No podían quedarse allí.
—Podemos dormir en el avión —dijo Rhiannon a la vez que estudiaba la herida
de Roland.
Rhiannon la palpó ligeramente con un dedo, y Roland contuvo una
exclamación de dolor. Rhiannon se volvió a mirar a Vlad.
—Te mataré por esto.
—Nadie va a matar a nadie —dijo Tempest y miró a la pareja de vampiros—.
Será mejor que os vayáis antes del amanecer. Yo me quedo. Una noche más. Le di mi
palabra —después se volvió a mirar a Vlad—. Igual que tú me diste la tuya de
devolverme sana y salva y espero que la mantengas como yo mantengo la mía —le
recordó. Miró a los otros dos—. Estaré bien, ¿lo veis?
—Oh, yo lo veo, Stormy. ¿Pero tú? —preguntó Rhiannon mientras presionaba
con la punta de los dedos la cabeza de Roland para contener la hemorragia—. Él es
Drácula, y si decide retenerte aquí, nada podrá evitarlo.
Stormy parpadeó y después se volvió a mirar a Vlad.
—Confío en él —mintió—. Mantendrá su palabra.
—¿Y si no lo hace?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Entonces me habré equivocado, ¿no?


Rhiannon la miró furiosa.
—Que el cielo nos libre de mortales con más agallas que cerebro —murmuró—.
El valor no te sacará de ésta, Stormy.
—Nunca me ha fallado antes.
Con un suspiro, Rhiannon pareció tirar la toalla.
—Si alguien nos da unas vendas, nos iremos enseguida —dijo.
Vlad señaló con la cabeza un armario visible a través de una puerta abierta al
fondo de la sala.
—Siempre tengo un botiquín a mano.
—Y nosotros también —le espetó Rhiannon—. Pero lo hemos dejado en el
avión. Ni en sueños se nos ocurrió que lo necesitaríamos aquí, en casa del vampiro
que me transformó.
—¿Tú la transformaste? —preguntó Stormy sorprendida—. Vlad, ¿fuiste tú
quien convirtió a Rhiannon en vampiresa?
—Sí —dijo él—. Aunque hay veces que me arrepiento profundamente.
Rhiannon se fue y volvió un momento más tarde con vendas y esparadrapo.
Tras curar la herida de Roland, los dos se tomaron de la mano y, sin despedirse, se
dirigieron hacia la puerta.
Allí Rhiannon se detuvo y se volvió un momento para decir unas últimas
palabras a Tempest, no a Vlad.
—Si no estás de regreso en los Estados Unidos en un tiempo razonable,
volveremos —miró de soslayo a Vlad—. Y no vendremos solos.
—¿Oh? —Vlad arqueó las cejas y habló en tono sarcástico—. ¿Con quién, con
un ejército de vampiros para ponerle las pilas a Drácula?
—No necesitaremos traerlos, Vlad. Hay vampiros por todas partes. Más de los
que una criatura tan antisocial como tú puede imaginar. Y aunque son diferentes,
tienen una cosa en común. Un principio que compartimos: no lesionamos a mortales
ni nos metemos en sus vidas. Y tampoco toleramos a quienes lo hacen.
—Proteger a Los Elegidos. ¿No es eso interferir?
—Tempest no es una de Los Elegidos.
—Y sin embargo estás aquí, interfiriendo.
—Estoy aquí para evitar que la destruyas. Y en el proceso te destruyas a ti
mismo.
Vlad apartó la mirada.
—Eso no importa.
—Sí, Vlad. Claro que importa —Rhiannon abrió la puerta y salió, aunque con
una última advertencia—. Lo que has hecho esta noche no se podrá deshacer. Adiós,
Vlad.
Vlad no respondió, se limitó a observar cómo se cerraba la puerta y después se
volvió a mirar a Tempest.
—Gracias —le dijo.
—¿Por qué?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Por confiar en mí.


—¿Crees que soy tonta? —le espetó ella—. Por supuesto que no confío en ti,
Vlad. No cuando sé perfectamente de qué lado estás. Sólo quería librarme de ellos
para que pudiéramos continuar. Sigo pensando que las respuestas que busco están
aquí, en este lugar, y quizá en ti.
El rostro masculino se enfureció. Vlad la tomó del brazo y la llevó hacia las
escaleras.
—Esta noche compartimos la cama —dijo él.
—Por mí bien —dijo ella.
Era consciente de que Vlad ya sabía lo que le había querido ocultar: el destello
de deseo, de anhelo, de ardor en sus ojos. Lo deseaba, incluso en aquel momento.
Stormy trató de ocultar el deseo y enterrarlo bajo un tono sarcástico.
—De todos modos, estarás casi muerto dentro de veinte minutos —dijo.
—Pero muy vivo otra vez al anochecer, Tempest —le recordó.

Vlad llevó a Elisabeta, en el cuerpo de Brooke, a la casa a unos kilómetros de allí


donde se había refugiado para pasar la noche y dónde había sentido la presencia de
un mortal al despertar aquella misma tarde. Incluso sin la ayuda de sus agudizados
sentidos habría sabido que alguien había estado allí. Había restos de cristales rotos en
el suelo, curvados, como de una copa. Además, alguien había movido la destartalada
mesa de madera en la que había restos de cera negra, sin duda indicación de algún
ritual de magia negra.
El olor en el aire era de una mujer.
La mujer que llevaba en brazos. Aunque no la misma. Ahora era diferente.
Ahora era Elisabeta.
En lugar de llevar a Elisabeta al sótano donde él tenía montado un refugio
seguro, la llevó a la parte posterior de la casa y la tendió en un sofá.
—Descansa —le dijo—. ¿Te sigue doliendo? —le alzó la blusa para ver las
marcas de la piel que le cubrían las costillas.
—Ya no tanto —dijo ella—. Había olvidado lo mucho que duele estar... viva.
Vlad la miró a la cara. Sabía que sus palabras no se limitaban al dolor físico que
había experimentado aquella noche.
—¿A ti también te duele?
—Más.
—¿Más?
—En los vampiros —explicó él bajándole la blusa—, las sensaciones se
magnifican. También el dolor.
—¿Y cómo puedes soportarlo?
—Es inevitable.
—Pero os curáis deprisa, ¿verdad? Todos los dolores desaparecen en cuanto
sale el sol, y cuando despertáis de nuevo al anochecer estáis totalmente recuperados.
¿No es así?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Sí.
Elisabeta asintió.
—Empiezo a sentirme mejor —le sonrió y trató de incorporarse—. ¿Cuándo me
lo harás?
—¿El qué, Beta?
—Cambiarme, por supuesto. Quiero ser inmortal. Un vampiro, igual que tú.
Vlad la miró, sacudió negativamente la cabeza y en ese momento se dio cuenta
de que ella tenía el antígeno Belladona, aunque muy debilitado. Alterado.
Antes Brooke no lo poseía. De eso estaba seguro. De haber sido una de Los
Elegidos, él lo habría notado.
—Se tiene que hacer en el momento adecuado, Beta —dijo él.
Elisabeta le sujetó por los hombros y se apretó contra él, acariciándole la
mandíbula y la mejilla con los labios.
—¿Cuándo?
—No lo sé.
La boca femenina se deslizó sobre la suya, y por un momento, Vlad la besó.
Pero después, la sujeto por los hombros y la apartó.
—Beta, tenemos que hablar.
—Pero te he echado mucho de menos, Vlad. No quiero esperar.
—No será mucho tiempo, pero tengo que saber sobre Brooke.
La cabeza de Elisabeta se alzó como disparada por un resorte.
—¿Brooke?
—Estás utilizando su cuerpo, Beta, y tengo que conocerlo. Brooke no era una de
Los Elegidos.
—Oh, no. ¿Significa que...?
—No, cielo, no. Percibo el antígeno en ti —la tranquilizó él—, pero no es fuerte
y no estoy seguro de que sea lo mismo. Es posible que la transformación no llegue a
darse.
—O sí.
—Si no se da, morirás, Beta.
Ella parpadeó deprisa.
—Pues eso desde luego no lo podemos permitir —después frunció el ceño—.
¿Seguro que me estás contando la verdad?
—¿Por qué iba a mentirte?
—Por ella, por supuesto.
—¿Quién? ¿Brooke?
—Tempest.
Vlad negó con la cabeza.
—Ella ya no tiene nada que ver con esto.
—Lo tiene si estás enamorado de ella. Si la eliges a ella en vez de a mí. He
esperado quinientos años, Vlad.
—No esperaste en absoluto, Elisabeta. Ni siquiera tres días. Cuando te dijeron
que me mataron en el campo de batalla, lo creíste y te apresuraste a darte muerte.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Muerte viviente —susurró ella—. Atrapada, enterrada viva. Eso me lo hiciste


tú.
—Quería salvarte.
—Me destruíste. Para poder recuperarme. Si has decidido que ya no me quieres
después de todo lo que he pasado...
—No. Es la verdad, Beta. Tenemos que hablar y asegurarnos primero de que
sobrevivirás. ¿Dónde está ahora Brooke?
Beta suspiró.
—Aquí, Vlad. Dentro de este cuerpo. Pero no por mucho tiempo. Eso lo sé.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé —dijo, y se tendió en el sofá a la vez que se desabrochaba los botones
de la blusa—. Pero eso ya no tiene importancia. Ahora estoy aquí. Por fin estamos
juntos. Como hemos esperado todos estos años —se incorporó y le trazó la
mandíbula con el dedo—. Tómame, Vlad. Bebe mi sangre y hazme inmortal.
Vlad se humedeció los labios, viendo cómo se abría la blusa y se descubría el
pecho... No, el pecho de otra mujer. Y la deseó. Pero se inclinó para cubrirla con la
tela.
—Aún no. Aún no estás lo bastante fuerte. Hay algo... raro.
Algo cambió en los ojos de Elisabeta. Algo oscuro que ensombreció también su
rostro. Y súbitamente se echó hacia atrás, sacó un cuchillo que llevaba oculto entre la
ropa y se pasó el filo con fuerza por la palma de la mano.
—¡Beta, no! —exclamó él.
Pero ella se apartó y alzó la mano. Un charco de sangre roja se estaba
acumulando en la palma, y cuando ella se acercó a él y se lo acercó a los labios, él no
pudo resistirse.
Vlad cerró los ojos y saboreó la sangre de la mano de Elisabeta. Le sujetó la
muñeca y bebió hasta la última gota.
Después se apartó y entrecerró los ojos.
—Es parcialmente tu sangre. Beta. Tiene el antígeno Belladona, lo que te hacía
ser una de Los Elegidos cuando vivías en tu cuerpo, pero lo tienes en muy poca
cantidad. Lo que corre por tus venas sigue siendo la sangre de Brooke, y ella no tenía
el antígeno.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque de haberlo tenido lo habría sentido. De la misma manera que ahora sé
que tiene algo, pero muy poco.
—Es suficiente, tiene que ser suficiente. Cambíame, Vlad. Hazme como tú —
suplicó ella.
—Beta, es la verdad. Si intento cambiarte ahora, el cuerpo que has robado
morirá, estoy seguro.
—No lo he robado, me ha sido entregado, Vlad —exclamó Elisabeta—. Vlad,
demuéstrame que me quieres —insistió deslizando las manos por la camisa
masculina, una de ellas envuelta en un pañuelo—. Demuéstrame que me quieres a
mí y no a ella —le besó y mordisqueó el cuello—. Demuéstramelo —susurró,

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

apretando las caderas contra él.


Vlad cerró los ojos y bajó las manos a los hombros femeninos, y después a la
cintura. Sin poder rechazarla, la besó. Elisabeta le retorció un mechón de pelo entre
los dedos y aspiró su lengua, deseándole con una pasión que Vlad no había sentido
nunca en ella.
Y cuando ella interrumpió el beso, apretó la cabeza masculina contra su
garganta.
—Me quieres a mí, lo sabía. Tómame, querido. Ha pasado tanto tiempo.
Vlad se apartó de ella.
—No puedo hacerlo, Beta. Estás demasiado débil —dijo—. No es tu cuerpo.
Brooke...
—Olvídate de Brooke. Pronto morirá. Ya la siento debilitarse ahora que mi alma
ha tomado posesión de su cuerpo. Estará muerta en cuestión de unos días. No puede
durar.
—¿Por qué no? —preguntó Vlad—. Tú has vivido durante años en el cuerpo de
Tempest, aunque aletargada.
—Sí, pero yo no podía salir de allí. Estaba dominada por el poder del anillo.
—Entiendo. Pero es parte de ti —dijo Vlad—. Parte de todo esto.
—La odio —dijo Elisabeta—. Ojalá estuviera muerta. Cuando sea una
vampiresa, será mi primera presa —dijo sonriendo lentamente, pero su sonrisa
desapareció de repente, quizá al ver la sorpresa y extrañeza en los ojos de Vlad.
—Oh, Vlad, no pongas esa cara. La muerte no es tan horrible. Yo también lo
pensaba, cuando era joven e ingenua —recordó ella—. ¡Cómo grité de dolor por la
muerte de mi familia, de mis hermanos, de mi hermana pequeña! ¡Cómo quise morir
con ellos! Pero la muerte es una mentira. No hay que temerla. Cuando matas a
alguien, no dejan de existir. Digamos que sólo los quitas de en medio —Elisabeta
sonrió—. Ser un vampiro debe ser como ser un dios —susurró.
—No, Beta, no lo es.
—Oh, ya lo creo que sí. Durante todos estos años que he estado dentro de
Tempest la he visto tratar con vampiros continuamente. Y todos vivís eternamente.
—Podemos morir, igual que los demás, pero por distintos medios. El fuego, la
pérdida de sangre, la luz del sol...
—Los vampiros tenéis el poder de la vida y la muerte en vuestras manos —
insistió Elisabeta.
—Pero no somos animales —le dijo él —. No matamos simplemente por placer.
—No recuerdo esa parte de ti —dijo ella, estudiándolo con el ceño fruncido—.
Tú no eres así.
—Beta, han pasado cinco siglos. Quizá he cambiado.
—No, no es sólo eso. Te niegas a hacerme el amor, y no tiene nada que ver con
el ridículo espíritu que sigue vinculado a este cuerpo. Es ella. Es Tempest.
—Tempest no tiene nada que ver con esto. Te lo dije, he cambiado —le aseguró
Vlad—. Tú también has cambiado.
—No me extraña, después de llevar quinientos años encerrada —dijo ella. Se

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

puso en pie y se dirigió hacia la puerta—. Si tú no me cambias, Vlad, encontraré a


otro vampiro que lo haga. Créeme, sé dónde encontrarlos. He aprendido mucho
mientras estuve atrapada en el cuerpo de Tempest Jones.
Vlad fue tras ella y la sujetó por los hombros.
—Maldita sea, Beta, no te vayas así.
Elisabeta se giró tan rápidamente hacia el que Vlad no vio el cuchillo que
llevaba en la mano, pero lo sintió. Sintió la hoja afilada hundirse en su vientre
atravesándole la carne.
El cuerpo de Vlad se desplomó sobre el suelo, presa de un dolor insoportable.
—Vaya, en eso me has dicho la verdad. Sientes el dolor más intensamente que
los mortales —Elisabeta ladeó la cabeza a un lado—. ¿Es cierto eso que cree Tempest,
que cuanto más viejo es el vampiro más agudizados tiene los sentidos? Porque si es
cierto, a tu edad, eso debe de doler —añadió con sorna, y se encogió de hombros.
Después, se arrodilló junto a él para poder mirarlo a los ojos. Vlad trató de
hablar, pero el dolor se lo impidió.
—Puedo ayudarte, Vlad. Puedo curarte la herida y alimentarte con mi sangre. Si
me transformas. Hazme como tú.
—Te mataría —le dijo él casi sin voz.
Elisabeta se encogió de hombros de nuevo y se puso en pie.
—En ese caso, adiós.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Capítulo 11

La puerta se abrió de par en par y Vlad alzó la cabeza, tratando de ver quién era
a través del dolor que le nublaba los sentidos. Y lo supo incluso antes de verla. La
sintió.
Tempest.
Ésta recorrió la habitación con los ojos y vio a Vlad de rodillas en el suelo
sangrando y a Elisabeta de pie a su lado, observándolo con indiferencia.
—¿Qué demonios le has hecho? —preguntó a Elisabeta.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Elisabeta desde el cuerpo de Brooke—. ¿No
ves que estoy hablando con mi marido?
—Oh, sí, ya lo veo.
—Tiene un cuchillo, Tempest —logró decir Vlad.
—Ya lo veo —dijo ella y acto seguido dio un paso adelante, giró la mitad del
cuerpo y atacó, primero con un pie, después con el otro.
La primera patada arrebató el cuchillo de manos de Elisabeta y la segunda la
golpeó en pleno mentón, haciéndola caer violentamente contra el suelo. Tempest
corrió junto a Vlad, se arrodilló junto a él y le abrió la camisa. Al ver la fuerte
hemorragia, se quitó la camisa que llevaba y, en camiseta, le cubrió la herida con ella.
—Apriétatela fuerte, Vlad.
¡A tu espalda!, fue a decir éste, pero incluso antes de que lograra emitir un
sonido, Tempest se levantó como impulsada por un resorte y asestó un golpe a la
barbilla de Elisabeta con el lateral de la mano. La cabeza de Beta se balanceó como un
péndulo. Otro golpe de la otra mano y la nariz de Beta empezó a sangrar
profusamente.
Beta chilló, sujetándose la cara con ambas manos y echándose hacia atrás.
—Te mataré, zorra. Te mataré aunque sea lo último que haga —le amenazó,
horrorizada por el dolor y la sangre en las manos.
—Sí, mira cómo tiemblo —respondió Stormy—. Antes no podía luchar contra ti,
Elisabeta. Estabas dentro de mí, pero cometiste el error de salir, y ahora que puedo
hacerlo, es lo que pienso hacer, no lo dudes.
—Nunca lograrás ganarme.
—Ya lo he hecho —Tempest le sujetó por el brazo y se lo retorció a la espalda.
—Tempest, ¿qué le vas a hacer? —preguntó Vlad.
Tempest lo miró, con clara incredulidad, pero antes de poder responder,
Elisabeta le mordió la mano, y cuando ella la apartó con un gemido, Beta saltó sobre
sus talones y salió corriendo de la casa todo lo rápido que las piernas de Brooke
fueron capaces de llevarla.

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Tempest iba a ir tras ella, pero se detuvo y se volvió hacia él.


—Debería dejar que te desangraras.
Vlad asintió despacio.
—Dame unos minutos y te daré el gusto.
—Mierda.
Vlad se desplomó, demasiado mareado para seguir de rodillas e incapaz de
mantenerse despierto.

Stormy deseó tener su coche y el botiquín de primeros auxilios que llevaba


siempre en el maletero. En su línea de trabajo, era importante tenerlo siempre cerca.
Los vampiros sangraban profusamente. Muchos de ellos eran amigos suyos, y la
mayoría de los mortales que sabían de su existencia preferían verlos muertos.
Pero aquella noche había decidido ir andando, por lo que no tenía el coche, así
que iba a tener que arreglárselas con las pocas cosas que llevaba en la mochila.
Corrió por la casa en busca de la cocina o del cuarto de baño, echando un
vistazo al reloj. Todavía no eran las once. Aún quedaba mucho tiempo hasta el
amanecer, el momento en que la herida cicatrizaría y sanaría por sí sola. Demasiado
tiempo. Si no hacía nada, Vlad moriría antes del alba.
Encontró la cocina. Excelente. Se quitó la camiseta de algodón que llevaba y con
los dientes le arrancó las mangas y las mojó en agua después de volver a ponerse la
camiseta.
De vuelta en lo que suponía que debía ser el salón de la destartalada mansión
vio a Vlad tratando de incorporarse.
—No te muevas —le dijo—. Quédate tumbado o no harás más que empeorar las
cosas.
—Creía que te habías ido detrás de ella —dijo él.
—¿Y dejarte morir? Estoy muy enfadada contigo, pero no tanto —Stormy
suspiró—. Túmbate y déjame echar un vistazo a la herida.
Stormy le bajó la camisa por los hombros y empezó a limpiarle la sangre con los
trapos húmedos. Las manos le temblaban, pero la sangre no paraba de brotar.
—Toma, sujétalo con fuerza —le dijo entregándole un trozo de tela enrollada.
De la pequeña mochila que había dejado junto a la puerta al entrar, Stormy sacó
un paquete donde había agujas curvadas e hilo de seda. Vlad vio la aguja cuando ella
la sacó del paquete, desvió la vista y maldijo en voz baja.
—Lo sé —dijo Stormy—. Te va a doler muchísimo, pero si no te pongo unos
puntos, no durarás hasta el alba. No veo otra manera de detener la hemorragia.
Vlad asintió.
—Lo sé. No importa, hazlo.
Stormy se inclinó hacia adelante y empezó a unir los bordes de la herida,
todavía sangrando. El cuerpo de Vlad se tensó. El dolor era a duras penas soportable.
—Lo siento —dijo ella cuando terminó con el primer punto e hizo un nudo en el
hilo de seda.

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Después se preparó para el segundo punto. Para un mortal tres puntos habrían
sido suficientes, pero en el caso de Vlad, ella sabía que necesitaría al menos seis.
—No iba a hacer ningún daño a Elisabeta —dijo ella tras unos minutos—. Sólo
quería llevar la a la casa. Rhiannon estaba allí. Dice que si no hacemos algo, Brooke y
Elisabeta morirán. Son incompatibles.
—Elisabeta necesita tu cuerpo.
—Sí. Por suerte para mí, tú no estás en condiciones de entregarme a ella.
Vlad la miró a los ojos, pero no lo negó. Stormy continuó uniendo los bordes de
la herida hasta que terminó cubriéndola con una gasa y un poco de esparadrapo.
—Ya está —declaró por fin, sentándose sobre los talones.
Pero Vlad no respondió. Tenía los ojos cerrados y estaba muy quieto. El dolor
debía haber sido tremendo para hacerle perder la conciencia. También podía estar
causado por la pérdida de sangre. O también podía estar...
—Eh —Stormy le dio unas palmaditas en las mejillas—. Vlad, dime algo.
El parpadeó, pero apenas pudo mantener los ojos abiertos unos instantes.
—Lo siento.
—Tú no tienes la culpa —dijo ella—, pero tenemos que llevarte a un cuarto
seguro. Sé que tienes uno. Todos los vampiros tienen un lugar seguro. ¿Dónde está,
Vlad? ¿Dónde te refugias durante el día?
—Oh —Vlad apretó los labios y tragó saliva—. Abajo. En el sótano.
—Estaba segura de que no podía estar muy lejos —comentó ella.
Con Stormy sujetándolo por la cintura y apoyándose en ella, llegaron por fin a
una habitación en el sótano. Era una habitación pequeña y espartana, con una cama
de matrimonio que ocupaba prácticamente todo el espacio.
Stormy le ayudó a quitarse la camisa y tumbarse en la cama. Una pequeña
mancha roja se adivinaba en la improvisada venda sobre el vientre.
—No te muevas —dijo ella, a su lado—. Voy a ayudarte a tumbarte en la cama,
pero no hagas ningún esfuerzo, Vlad. No quiero que vuelvas a sangrar de nuevo.
Stormy se sentó en la cama a su lado y lo rodeó con los brazos, diciéndole que
dejara caer todo su peso sobre ella. Cuando por fin Vlad estuvo completamente
tumbado, Stormy lo tapó con la colcha.
—Ya está. ¿Estás cómodo?
Vlad asintió con la cabeza, con los ojos cerrados.
Stormy comprobó una vez más la herida. La hemorragia parecía controlada, y,
más tranquila, se sentó en la cama.
—Sé mucho sobre vampiros, Vlad. Yo diría que más que cualquier otro mortal.
Algunos de mis mejores amigos son vampiros. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
Vlad asintió levemente con la cabeza, de espaldas a ella sin estar muy seguro de
a donde quería ir a parar.
—Has perdido mucha sangre y morirás antes del amanecer —continuó ella.
Vlad rodó sobre la espalda y la miró.
—No creo que...
—Vas a morir —repitió ella—. Apenas puedes mantener los ojos abiertos. He

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detenido la hemorragia, pero no tienes bastante sangre para llegar con vida hasta el
alba —Stormy apretó los labios—. No sobrevivirás a menos que me dejes ayudarte. A
menos que me permitas hacer... lo que hay que hacer.
Los ojos de Vlad se clavaron en ella con incredulidad.
—¿Harías eso por mí? ¿Incluso después de...?
—¿Incluso después de elegirla a ella en lugar de a mí? Oye, Vlad, sé que
preferirías que fuera ella la que estuviera aquí contigo, ayudándote.
—Si estuviera ella aquí, ahora estaría muerto —dijo él—. Pero Elisabeta está
confusa, Tempest.
—Lo que está es loca. He intentado decírtelo —dijo Stormy cerrando los ojos—.
Tenemos que ser prácticos. Tú necesitas sangre. Yo tengo de sobra. Sólo podemos
hacer una cosa.
Stormy le ofreció la palma de la mano y con un asentimiento de cabeza, dijo:
—Adelante —al verlo titubear insistió—. Venga, hazlo.
Vlad cerró los ojos durante unos segundos, pero cuando los abrió ignoró la
muñeca que ella le ofrecía y le sujetó la nuca con la palma de la mano, a la vez que la
atraía hacia él.
—Así no —susurró ella.
—Así, Tempest. Así —repitió él.
Stormy cerró los ojos y se dejó llevar, estremeciéndose a la vez que le ofrecía la
garganta.
Vlad la besó en el cuello, y ella suspiró. Estiró las piernas y se tumbó a su lado,
pegando el pecho a él, y dejando la garganta apoyada contra la boca masculina.
Involuntariamente arqueó el cuello, deseando, necesitando que la tomara.
Vlad suspiró su nombre contra su piel, y ella sintió sus labios succionando
suavemente, hasta que por fin una punzada de dolor la recorrió cuando le clavó los
colmillos. Pero el penetrante dolor fue breve y delicioso a la vez, y despertó en ella
una oleada de sensaciones similares al sexo, con los dientes hundidos en su carne, la
lengua acariciándole la piel, y la boca succionando en su garganta.
Y entonces Vlad empezó a moverse, tendiéndola de espaldas y cubriéndola con
su cuerpo. Seguía alimentándose de su sangre mientras deslizaba la mano por dentro
de sus vaqueros.
—Vlad, no deberías moverte o...
Pero Stormy no pudo continuar hablando, porque los dedos masculinos se
estaban deslizando en su interior, y comprobando lo excitada y húmeda que estaba.
Por él. Sólo por él. Vlad la excitó con la mano, y ella separó más las piernas, deseando
lo que sólo él podía darle.
Entonces él encontró el botón que latía y pedía su atención y lo frotó con el
pulgar a la vez que continuaba succionándole en la garganta y la penetraba con los
dedos.
Stormy tuvo un orgasmo tan potente que por un momento pensó que le
arrancaría la carne de los huesos.
El orgasmo continuó mientras ella gemía, temblaba y se convulsionaba. Arqueó

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la espalda hacia la mano masculina y echó la cabeza hacia atrás mientras él


continuaba acariciándola sin piedad.
Vlad la poseía por completo, con los dientes en la garganta, y los dedos en la
vagina, sin darle ni un momento de descanso, lanzándola en una espiral de placer
que no disminuía, al contrario, aumentaba segundo a segundo, hasta proporcionarle
un placer casi insoportable. E incluso el dolor era la fuente de placer. Pero era
demasiado. Demasiado.
Por fin, las sensaciones alcanzaron el climax, Vlad retiró los dedos y después los
colmillos y dejó de beber de ella para empezar a besarle el cuello con una ternura que
era en sí una cura. Y después, se tendió en la cama de nuevo, sin soltarla, y
pegándola a su lado, la abrazó.
Stormy había quedado debilitada por la potencia del orgasmo y quizá también
por la sangre que él había bebido de su cuerpo. Todavía sentía los temblores del
orgasmo, un orgasmo sobrehumano que no había sentido nunca. No era la primera
vez que compartían sangre, pero Stormy sabía, por mucho que lo negara, que cada
vez que ocurría, el vínculo entre ellos se hacía más potente y más poderoso.
Y a pesar del riesgo que eso suponía, le encantaba. Y lo amaba.
Con gesto perezoso, Stormy estiró los brazos y cubrió ambos cuerpos con la
colcha. Vio una mancha de sangre en el abdomen de Vlad, pero no mucho, y supo
que su sangre había servido para devolverle la vida. Vlad se salvaría.
Pero ¿y ella? ¿Sería capaz de salvarse ella?
Se sentía mareada, agotada y tremendamente débil, y a la vez era consciente de
que Vlad podía hacer lo que quisiera con ella. No se resistiría.
Apoyó la cabeza en el hombro masculino y se acurrucó contra él.
—Gracias, Vlad —susurró.
Y se quedó dormida en sus brazos.

Cuando Elisabeta dejó la casa donde estaba Vlad se sentía dolida y confusa.
¿Cómo había podido clavarle un puñal a Vlad, a su amado esposo? ¡Apenas
podía creerlo! Pero seguro que él se recuperaría. Después de todo era un vampiro.
Ahora ella tenía que lidiar con la complejidad de estar encarnada en un cuerpo
humano otra vez, algo que sólo había conocido en unas pocas ocasiones cuando
lograba hacerse con el control del cuerpo de Tempest. Ahora habitaba un cuerpo
propio, que aunque Brooke trataba de recuperar, sus esfuerzos no dejaban de ser,
como mínimo, ridículos. No suponía ninguna amenaza.
Pero, ¡cielos, las sensaciones!
¡Aquella cerda de Tempest le había hecho daño, la muy bestia! El golpe que le
había asestado, el dolor en la cara y la nariz sangrando. Todavía le dolía, a pesar del
rato que había pasado. No estaba acostumbrada al dolor físico.
Y ahora había también otras sensaciones, como el rugido que sintió en el
estómago, y se dio cuenta de que era hambre. Pero no estaba segura de qué debía
hacer al respecto. Hacía mucho, mucho tiempo que no tenía que ocuparse de

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satisfacer las necesidades dél mundo corporal. Más de cinco siglos. Pero lo que sí
sabía era que podía acceder a los conocimientos que Brooke había adquirido a lo
largo de su vida, del mismo modo que había utilizado los almacenes de información
de Tempest.
La memoria de Brooke le dijo que tenía dinero en el bolsillo y que había un
supermercado abierto las veinticuatro horas a unos tres kilómetros de distancia. Allí
podría comprar comida.
El paseo se le hizo eterno, y para cuando llegó estaba tan cansada que apenas le
quedaban fuerzas para comer. Además, debía ocuparse de otras necesidades más
básicas y gracias a los recuerdos de Brooke fue capaz de utilizar los aseos públicos
del supermercado.
Aquello le repugnó profundamente. Se había olvidado de los aspectos menos
agradables de la existencia física.
Casi dio un salto cuando el cuenco de porcelana en el que se sentó pareció
cobrar vida en cuanto se levantó. Un fuerte chorro de agua cayó automáticamente del
interior y dejó el cuenco tan limpio como estaba antes de usarlo. Se quedó mirando al
objeto durante un largo rato, apretándose el corazón con la mano.
Después, al lavarse las manos, se miró al espejo y vio que tenía una cara
agradable. Bastante atractiva, de hecho. Se pasó las manos por la melena castaña y la
figura esbelta, aunque débil, y sonrió.
Por último, regresó a los pasillos del supermercado y buscó en las estanterías
algo de comer. La mayoría de los objetos no tenían aspecto de comida: latas y cajas
con bonitas imágenes.
Con un suspiro deseó ser ya un vampiro. Así sólo tendría que chuparle la
sangre a un estúpido mortal y terminar con aquello.
Un mortal como Tempest. Le encantaría chuparle la vida a aquella malvada
ladrona de maridos. Y lo haría.
Pero ahora necesitaba comer. Por fin encontró un mostrador con comida
preparada y lo que vio ya le resultó más comestible. Eligió un sandwich de ternera,
consciente de que necesitaba recuperar fuerzas para volver a la casa donde estaba
Vlad.
Cuando por fin regresó al lugar donde había dejado herido a su esposo, era
muy tarde, o quizá muy temprano, a punto de amanecer. Trató de abrir la puerta,
pero estaba cerrada.
¿Cómo se atrevía a dejarla fuera? ¿Todavía no se había dado cuenta de que no
debía enfurecerla? ¿Por qué la trataba así?
Elisabeta estaba cansada, y le dolían las piernas y la espalda. En aquel momento
sólo deseaba una cama caliente y el fuerte cuerpo de Vlad abrazándola, pero tuvo
que conformarse con un trozo de hierba seca a la izquierda de la puerta principal,
bajo un arce. Allí se acurrucó en el suelo para descansar un rato. Más tarde decidiría
lo que tenía que hacer. Cuando se hiciera de día, pensó, encontraría la manera de
entrar en la casa. Cuando saliera el sol.
Y Vlad no podría detenerla.

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Capítulo 12

Stormy permaneció en brazos de Vlad, preguntándose hasta dónde podía llegar


aquella locura. Cierto que Vlad todavía la deseaba hasta cierto punto, a pesar de que
Elisabeta ya no habitaba en el interior de su cuerpo, aunque lo más probable era que
su deseo estuviera alimentado por la necesidad de sangre. Stormy conocía bien a los
vampiros, y sabía que para ellos el deseo sexual y la sed de sangre eran la misma
cosa. Además, estaba el vínculo creado por él cuando bebió de su sangre.
Y ella estaba enamorada de él, algo que él tenía que percibir cada vez que se
adentraba en su mente.
Tendida en la cama y abrazándolo, Stormy buscó en su mente más recuerdos
del pasado que habían compartido, y comprobó con cierta extrañeza que estaban allí.
¿Por qué? ¿Acaso Vlad quería que ahora recordara lo que le había hecho olvidar?
Pero el motivo no importaba. Lo importante era que estaban allí, esperando a
que ella los recordara. Y más importante aún era que Stormy los necesitaba para
saber qué había ocurrido exactamente entre los dos tanto tiempo atrás.

Cuando Rhiannon y Roland dejaron el castillo de Vlad, Tempest se duchó, se


puso un camisón y fue a la cama donde Vlad estaba tumbado de costado, mirándola
y con la cabeza apoyada en una mano. Estaba desnudo, al menos de cintura para
arriba. El resto de su cuerpo quedaba cubierto por la colcha.
Stormy no sabía por qué se había quedado. Quedarse no podía más que
empeorar la situación. Allí, en su tierra natal, Elisabeta era más fuerte y tenían más
posibilidades de hacerse con el control de su cuerpo.
Entonces, ¿por qué no había aceptado la invitación de Rhiannon de irse con
ellos?
La respuesta era sencilla, aunque terriblemente arriesgada: se estaba
enamorando de Drácula. Lo que sin duda confirmaba que estaba loca. ¿Qué sentido
tenía que una tía mortal normal y corriente se enamorara de un vampiro, y mucho
menos del mismísimo Drácula?
—¿Te da miedo venir a la cama, Tempest?
Tempest dejó a un lado sus meditaciones y se dio cuenta de que llevaba un par
de minutos con los ojos pegados al pecho masculino.
—¿Debería tenerlo?
—Teniendo en cuenta dónde terminaste la última vez, no me extrañaría que lo
estuvieras.
—Oh, eso —Tempest se encogió de hombros y trató de contener el

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estremecimiento al recordar haber despertado al borde de un acantilado.


—He cerrado las puertas y las ventanas —dijo él—. Esta vez no podrás ir más
lejos de los confínes de esta habitación.
Stormy se acercó a la cama, y él echó la cubierta hacia atrás. El camisón que
llevaba era como los demás de la cómoda, transparente, corto, sólo que éste en vez de
blanco era negro.
Se metió en la cama de espaldas, sin tocarlo, se tapó y miró el techo. Vlad se
incorporó para apagar la lámpara de la mesita de noche y después volvió a colocarse
como estaba, de costado. Pero no era justo. La habitación estaba sumida en la más
absoluta oscuridad, y ella no podía ver nada, aunque él sí.
—Antes te has equivocado —dijo él—. Sobre desear a Elisabeta y no a ti.
Algo recorrió el rostro femenino, y su mejilla. Stormy pensó que era el dorso de
los dedos.
—¿Sí? —dijo con la voz entrecortada, casi sin respiración.
—Sí —los dedos descendieron por la mandíbula y después la garganta—.
Estaba rodeado por recuerdos del pasado, Tempest: Decir su nombre ha sido un
lapsus sin importancia.
—Lo dudo mucho —dijo Stormy, consciente de que sólo lo hacía para
mantenerla allí el tiempo suficiente de conseguir lo que deseaba.
Que no era otra cosa que su querida Elisabeta se hiciera con el control de su
cuerpo.
—Sólo quisiera que tuviéramos más tiempo antes del alba, para poder
demostrártelo —la mano continuó deslizándose despacio por el pecho y el escote,
donde se detuvo—. Ahora sólo tenemos unos veinte minutos.
—No creas que haríamos otra cosa si tuviéramos más tiempo.
—No me rechazarías.
—No estés tan seguro.
—Sé cuando una mujer me desea, Tempest.
Ella se encogió de hombros.
—Lo que deseo y lo que me conviene son dos cosas muy distintas, Vlad. De
hecho, en este caso, son diametralmente opuestas.
La mano masculina continuó deslizándose en una caricia casi imperceptible
sobre el cuerpo femenino.
—Veinte minutos, ¿eh? Supongo que podemos hablar —dijo ella.
—Por supuesto.
Stormy se tendió de costado, aunque manteniendo una prudente distancia.
—Háblame de Rhiannon. Has dicho que tú la transformaste.
Vlad permaneció en silencio durante un largo rato, y por un momento Stormy
pensó que no obtendría respuesta. Pero por fin habló.
—Ella era una de Los Elegidos. Ya sabes el instinto tan fuerte que tienen los
vampiros de protegerse mutuamente.
—Sí.
—Y también sabes que para cada vampiro hay uno de Los Elegidos con quien el

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vínculo es incluso más fuerte.


Stormy asintió en la oscuridad, sabiendo que él la veía.
—¿Y ella era tu elegida?
—Sí. Percibí su necesidad viajando cerca de Egipto y fui hasta allí. Era la hija
del faraón, pero éste había querido un hijo y la consideraba una maldición de los
dioses, un castigo por algún crimen, imaginado o real. Por eso la sacó de palacio y la
mandó a ser educada y formada por las sacerdotisas del Templo de Isis, pero nunca
la dejaban salir de allí, ni siquiera cuando estaba enferma. Era prácticamente una
prisionera.
—Los Elegidos siempre mueren jóvenes si no son transformados —musitó
ella—. Debió de ser muy joven cuando notó los síntomas.
—Sí. El caso es que me la llevé de allí. Estuvimos a punto de morir cuando otra
organización intervino en nombre de las sacerdotisas. Sin embargo, logramos escapar
con vida. Le dije quién era yo, en qué se iba a convertir, y aceptó.
Stormy deseó poder ver el rostro masculino en la oscuridad, porque estaba
segura de que ésa no era toda la historia.
—He visto el vínculo de unión entre los vampiros y sus elegidos. Es bastante
fuerte.
—Sí.
—Incluso si no tienen una relación sexual...
—¿Me lo estás preguntando, Tempest?
Stormy se humedeció los labios, y bajó los ojos.
—No. Me refería a que debíais de estar muy unidos.
—Así es. Y lo estamos.
—Y aún con todo estabas dispuesto a romper ese vínculo por Elisabeta.
Vlad no dijo nada. Y su silencio fue tan elocuente como si lo hubiera admitido
abiertamente.
Stormy se humedeció los labios y se quedó un momento en silencio, tratando de
armarse de valor para plantear la pregunta que ardía en su mente. Los minutos
pasaban lentamente, y por fin, respiro hondo, cerró los ojos y la soltó.
—¿Me harás el amor cuando se ponga el sol esta noche?
Stormy esperó la respuesta con los ojos cerrados, pero ésta no llegó. Después, se
tendió de costado y lo tocó.
—¿Vlad?
Nada. Probablemente el sol ya había salido en el exterior y Vlad estaba
descansando. Probablemente ni siquiera había oído la pregunta. Ella ni siquiera sabía
cuál era la respuesta que quería oír en ese momento.
Qué demonios, claro que lo sabía. Lo deseaba. Ardía por él, y la espera no
estaba sirviendo más que para aumentar su frustración y su anhelo.
Quizá debería aceptar y rendirse a lo que ambos querían; hacer el amor con él y
ver qué ocurría.
Quizá era el momento de dejar a un lado la lógica y escuchar las demandas y
deseos de su propio cuerpo.

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Sí, era el momento.


Cuando se puso el sol, Stormy no había pegado ojo, pero estaba lista. Aquella
sería su última noche juntos, suponiendo que Vlad mantuviera su palabra y la dejará
marchar después. Ella lo deseaba y sabía que podría continuar viviendo sin él si
tuviera un recuerdo al que aferrarse en el futuro.
Vlad alzó la cabeza de las almohadas y se volvió a mirarla. Ella estaba tendida
boca arriba, tapada hasta los hombros, que habían quedado al descubierto. Vlad los
miró, y después miró el cuello.
Tragando saliva y maldiciéndose por estar tan nerviosa, Stormy se obligó a
permanecer sin moverse cuando el levantó la sábana y miró debajo.
Ella estaba desnuda. Para él. Y ahora él lo sabía, si no lo había presentido antes.
Vlad echó las mantas hacia atrás y ella rodó de costado, acurrucándose
ligeramente en reacción al frío de la habitación. Vlad no parecía capaz de apartar los
ojos de ella, que se deslizaron por la curva de la cadera, y a lo largo del muslo.
Le puso una mano en el hombro y la deslizó por el brazo hasta la cintura.
Stormy se estremeció por el contacto. Después, él bajó un poco más la mano, le tomó
la cadera, y deslizó suavemente la palma sobre el muslo.
Vlad dejó la mano ahí, pero volvió los ojos a los senos y por fin a la cara
femenina.
—Sorpresa —susurró ella, con la voz pastosa.
Vlad la empujó ligeramente hasta que ella se tendió de nuevo de espaldas y el
cuerpo masculino se movió con ella, empujándole el pecho con el suyo hacia el
colchón hasta que por fin le tomó la boca. Stormy se abrió al beso y reaccionó con
pasión. Las bocas se unieron y sus lenguas se entrelazaron, succionando y
soltándose, en un movimiento que imitada el que iban a hacer sus cuerpos poco
después. Vlad la sujetó por la cadera y la pegó contra él mientras se colocaba entre
sus piernas. Se movió contra ella, frotándola con su erección a la vez que se
alimentaba de su boca. Después deslizó una mano hacia abajo y le acarició los
pliegues, sintiendo la humedad provocada por la excitación.
—Tempest —susurró.
—Sí, Tempest, no Elisabeta. Recuerda algo, Vlad. Estás haciendo el amor
conmigo, no con ella.
Los dedos de Vlad la penetraron y ella contuvo la respiración.
—Sé quién eres —le dijo él.
—Esperar y desearte tanto ha sido una tortura, Vlad —susurró ella.
Él la penetró aún más con los dedos, la besó de nuevo y se deslizó hacia abajo
para tomarle un seno en la boca y excitar el pezón, que se endureció. Stormy se
estremeció de placer.
—Tómame ahora, Vlad —dijo ella—. Ahora.
—Quiero que disfrutes.
—No creo que eso sea ningún problema —dijo ella, moviendo las caderas y
frotándose contra sus dedos.
—Te prometo que no lo será.

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Vlad se deslizó más abajo y, sin dejar de acariciarle los senos con las manos,
metió la cabeza entre las piernas femeninas y la saboreó allí, succionando
profundamente. Stormy le sujetó la cabeza con las manos, manteniéndola allí, y Vlad
lo tomó como el consentimiento para poseerla y apoderarse de ella por completo.
Vlad supo cuando ella estaba al borde del orgasmo y en ese momento se detuvo
y se apartó.
Ella gimió de frustración y de deseo.
—Quiero que te corras conmigo dentro de ti —dijo él, y sus palabras sonaron
más como una orden que una petición—. Quiero que alcances el orgasmo sólo
cuando yo te posea, en cuerpo, sangre y alma.
Stormy jadeaba y temblaba.
Vlad se colocó de nuevo sobre ella y se deslizó en su interior. Stormy se tensó
ligeramente, y tuvo que acostumbrarse a su forma y tamaño, pero él no cambió el
ritmo. La penetró profundamente una y otra vez, y después le alzó y separó las
rodillas con las manos, para hundirse aún más en su cuerpo.
Stormy gimió, a punto de pedir clemencia. Pero si sentía dolor, era un dolor
delicioso que no se podía distinguir del placer más intenso imaginable.
Vlad se retiró ligeramente y la penetró de nuevo, esta vez con más fuerza. Y
otra vez, más deprisa. El ritmo se aceleró y ella movió las caderas para aceptarlo,
para seguir el ritmo del cuerpo masculino.
Stormy deslizó las manos por la espalda fuerte y lo apretó contra ella,
clavándole las uñas en la carne.
—Más fuerte, Vlad —suplicó ella, mirándolo a los ojos—. Más deprisa.
Entonces él pareció perder por completo el control y la penetró con fuerza.
Stormy le rodeó la cintura con las piernas uniendo los tobillos y alzó las caderas
hacia arriba, moviéndose para recibir cada empellón. Sin saber cómo, era capaz de
soportar la fuerza con que él la poseía, y quería más.
Vlad deslizó las manos por sus nalgas, y le alzó las caderas para poder
penetrarla incluso más profundamente y sujetarla contra cada uno de sus
movimientos.
Y justo cuando ella estaba llegando a la cima del placer, él inclinó la cabeza
hacia el cuello femenino y mordió, hundiendo los colmillos a través de la yugular y
succionando la sangre de su cuerpo mientras continuaba moviéndose con ella.
Cuando él se derramó en ella, Stormy gritó su nombre, y él la penetró un par de
veces más, llenándola con su semilla a la vez que bebía de su garganta.
Se sujetaron con fuerza el uno al otro mientras las convulsiones de un orgasmo
interminable dominaban ambos cuerpos, y ambos temblaban con la fuerza de los
espasmos.
Fue entonces cuando las piernas y los brazos de Stormy empezaron a
debilitarse y Vlad pareció darse cuenta de que continuaba succionando la sangre de
su garganta y eyaculando semen en su cuerpo, y se detuvo.
Bajo él, el cuerpo femenino se relajó sobre el colchón. Con cuidado, Vlad salió
de su cuerpo y se tendió a su lado, rodeándola con sus brazos y atrayéndola hacia el.

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—Ahora eres mía —le susurró acariciándole el pelo con la mano.


Stormy no respondió, no podía. Pero le oyó. ¿Qué significaba? ¿Qué le había
hecho?
¿Cuánto rato había estado a merced del orgasmo? ¿Cuánta sangre había
bebido? ¿Se estaba muriendo? Porque ésa era la sensación que tenía.
Vlad le dio unas palmaditas en la mejilla, despacio primero, después con más
fuerza.
—¿Tempest? Tempest, abre los ojos. Mírame.
Tempest abrió los ojos. Los sintió abrirse, pero ella no los abrió. Estaba atrapada
dentro, y de repente entendió por qué. El orgasmo, y quizá la pérdida de sangre, la
habían debilitado, y ahora era la otra quien tenía el control.
—No me llames por el nombre de esa zorra —dijo con una voz más grave que
la de Tempest.
Pero Tempest, debilitada y temblando, atrapada dentro de su propio cuerpo, lo
oyó todo.
—¿Elisabeta? —Vlad se echó ligeramente hacia atrás.
—Sí, soy yo —le sujetó la cara con las manos y le besó en la boca—. Oh, Vlad,
amor mío, ¿todavía me quieres? Dime que sí.
—Claro que sí —susurró él.
Por dentro Stormy sintió que se le partía el corazón.
—Entonces encuentra la forma de tener este cuerpo. Si no, moriré.
—Lo estoy intentando, Beta —le dijo él.
—Tú fuiste quien empezó todo esto —le dijo Elisabeta, en tono de reproche, con
dureza—. Tú con tus hechiceros y magos. ¿Sabes lo que ha sido estar atrapada entre
dos mundos todos estos años, sin poder regresar y sin poder continuar?
—No era así como tenía que ser, Beta —le aseguró él—. Te juro que nunca fue
mi intención...
—Ahora tu intención importa poco. Ya está hecho. Mi sufrimiento, mi entierro
en vida ya está hecho. Y ahora lo tienes que terminar, Vlad.
—No sé dónde encontrar el anillo y el pergamino con el rito —dijo él.
—Entonces moriré —dijo ella, cerrando los ojos.
—No permitiré que eso ocurra, pequeña.
Una lágrima se deslizó por la mejilla femenina.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo. Lo arreglaré, te lo juro. Como sea.
—Gracias, Vlad. Gracias —dijo Elisabeta y lo besó.
—Ahora quiero que descanses. Duérmete y deja que Tempest vuelva a su
cuerpo. Tú espera mi llamada.
—Sí. Sí, Vlad, lo haré.
—Bien. Bien.
Elisabeta se desvaneció, o algo así, y Stormy notó como recuperaba poco a poco
el control. Pero aquella noche había aprendido algo, sin ninguna duda.
Vlad amaba a Elisabeta, y estaba dispuesto a decir y hacer cualquier cosa,

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incluso a costa de la vida de Stormy, para recuperarla.

El recuerdo se desvaneció y, en ese momento, Stormy tenía lágrimas en las


mejillas. Ahora sabía lo que significaba, lo que Vlad le había hecho. Al succionar su
sangre, Vlad había creado un vínculo entre ellos inquebrantable, y lo había hecho
para mantenerla vulnerable a su poder, a su control, hasta que lograra robarle el
cuerpo para su querida esposa muerta.
Ahora entendía por qué lo amaba tanto.
Stormy permaneció con él hasta la salida del sol, un sol que no pudo ver, pero
que adivinó al notar el cambio en él. Tenía que salir de allí y pensar.
Vlad no la amaba a ella, nunca la amaría. Cielos, ahora entendía el total
dominio que él ejercía sobre ella. Nadie podía despertar en su cuerpo las sensaciones
que despertaba él.
Por eso él le había dicho que sólo alcanzaría un orgasmo siendo poseía por él en
cuerpo, alma y sangre. ¿Explicaría eso por qué nunca había logrado un orgasmo con
ningún otro hombre? ¡El muy cerdo!
Stormy encendió la vela y con cuidado retiró el vendaje que había colocado
sobre la herida del vientre masculino. Con sorpresa comprobó cómo cambiaba la piel
a lo largo de los bordes; cómo palidecía y cómo los bordes se unían lentamente.
También sabía que el cuerpo rechazaría los puntos que le había puesto en cuestión de
días, pero probablemente sería molesto, incluso doloroso, y con el deseo de querer
evitarle incluso eso, buscó las tijeras de su bolso y fue cortando cada punto y
arrancando los hilos. Los diminutos agujeros dejados por los puntos se cerraron casi
al mismo tiempo que tiró de los hilos.
Cuando terminó, la herida era prácticamente imposible de detectar. Una fina
línea roja marcaba el lugar donde había estado, y en cuestión de unos pocos
momentos, incluso eso desapareció.
Suspirando profundamente, Stormy lo contempló unos momentos antes de irse.
Pasó las manos por el pecho musculoso y el vientre liso, le acarició los hombros. Su
cuerpo no era como el de los demás vampiros, que en general solían ser delgados y
nervudos, incluso flacos, debido probablemente al antígeno Belladona, que con el
tiempo solía hacerlos débiles y enfermizos, sobre todo cuando su transformación a
vampiros tardaba bastante tiempo.
Probablemente Vlad no sintió los efectos del antígeno cuando el vampiro
Anthar lo transformó.
Sí, Anthar. Otro recuerdo en la larga lista de recuerdos de aquellos días en
Rumania cuando ella habló de sus verdaderos orígenes. Vlad fue el ayudante de un
hombre sumerio llamado Utnapishtim, un hombre cuyo nombre todavía se conocía
en la actualidad. Su historia fue la precursora de la de Noé, el personaje bíblico, y
según la leyenda, Utnapishtim sobrevivió al gran diluvio enviado por los dioses y le
fue concedido el don de la inmortalidad. Pariente de Vlad, éste fue enviado a vivir
con él como sirviente y compañero.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Un día, el gran rey Gilgamesh fue a visitarlos suplicando al anciano el secreto


de la inmortalidad. Después de ordenar a Vlad que los dejara solos, Utnapishtim
concedió la petición al rey, desobedeciendo los dictados de los dioses.
Más adelante, un malvado hombre llamado Anthar llegó en busca de
Gilgamesh con oscuras intenciones. Él también pidió al anciano el secreto de la
inmortalidad, pero éste se lo negó. Anthar lo obligó a punta de cuchillo y después lo
decapitó, dejándolo muerto en el suelo y llevándose al joven Vlad cautivo para que
fuera su esclavo.
Vlad estuvo prisionero del vampiro durante años, fortaleciéndose para poder
escapar algún día. Cuando Anthar decidió que necesitaba que su esclavo fuera como
él, es decir un vampiro, Vlad ya era un joven fuerte con una salud de hierro.
Y por eso, cuando fue transformado, tenía el mismo aspecto que ahora:
musculoso, fuerte y bello.
Stormy le besó el abdomen. Quiso besar cada centímetro de su cuerpo, pero se
detuvo. Tenía cosas que hacer, y necesitaba encontrar la forma de librarse de él, de
romper el vínculo y el poder que tenía sobre ella, y de poner fin al amor que la
poseía. Poniéndose en pie, Stormy lo cubrió de nuevo con la colcha.
Después se llevó la mano a la garganta, a las dos marcas diminutas que él le
había dejado, y su cuerpo reaccionó una vez más al recordar las sensaciones que
había despertado en ella.
Pero no debía olvidar que la pasión que Vlad sentía por ella no era amor.
Porque amaba a Elisabeta, y estaba dispuesto a cambiar la vida de Stormy por la de
ella. No debía olvidarlo.
Con cuidado abrió la puerta y cerró desde el exterior. Hizo lo mismo con la
puerta del sótano al final de las escaleras y después salió de la casa por la puerta
principal, asegurándose de dejarla cerrada también. Tenía que volver a la mansión
Atenea y formular un plan para capturar a Elisabeta y que Rhiannon realizara en ella
el ritual.
A Vlad no le gustaría. De hecho, seguramente no se lo perdonaría nunca.

Elisabeta estaba todavía medio dormida sobre la hierba cuando un ruido la


despertó. Lo primero que pensó fue que era Vlad, que salía a buscarla, pedirle
perdón por su comportamiento y decirle lo mucho que la amaba.
Pero enseguida se dio cuenta de que no podía ser Vlad. El sol ya había salido
por el horizonte.
Entonces la vio, y su ira se convirtió en auténtica furia.
¡Era ella! Tempest. Había pasado la noche con su marido. Sí, lo había sabido
desde el principio. Vlad estaba enamorado de ella, y demasiado confuso para darse
cuenta de que la atracción que sentía por ella se debía únicamente a que ella,
Elisabeta, había estado dentro de su cuerpo.
—Voy a tener que matarla —dijo en voz baja—. Es la única manera.
Elisabeta se levantó y la siguió por el sendero con los puños apretados, pero a

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los pocos pasos estaba mareada y le temblaban las rodillas. Se apretó una mano
contra la frente, cerró los ojos y apoyó una mano en un árbol para no caer.
¿Que le ocurría? Quizá estaba todavía demasiado débil en aquel cuerpo de
Brooke al que aún no se había adaptado.
Enseguida se dio cuenta de que no estaba en condiciones de matar a Tempest
sólo con sus manos. Y recordó cómo Tempest se había vuelto y le había asestado una
patada en toda la mandíbula. Ella no tenía ninguna experiencia en el combate físico,
y necesitaría una ayuda. Un arma.
Miró a su alrededor y vio el arma perfecta: una piedra más grande que un
pomelo, lisa y redonda. Se agachó a recogerla y después salió con pasos acelerados
detrás de Tempest. Probablemente se dirigía hacia la mansión Atenea, y aunque
Elisabeta no conocía el lugar, Brooke lo conocía perfectamente y ella se había
convertido en una experta en hurgar en su mente para obtener información.
Dejó el sendero y atravesó el pinar con la esperanza de interceptar a Tempest.
Al salir por el otro lado, vio el sendero que estaba a unos escasos metros del
bosquecillo y, ocultándose tras unos árboles, esperó.
Minutos después, Tempest apareció por el sendero, con pasos rápidos y
expresión preocupada en el rostro. Elisabeta sabía que debía pillarla desprevenida, y
por eso se mantuvo agazapada hasta que Tempest pasó. Entonces, con pasos rápidos
y sigilosos fue tras ella por el terreno ligeramente elevado que bordeaba el sendero
con el arma elegida en la mano. Alzó la piedra con ambas manos, sujetándola por
encima de la cabeza, y se lanzó contra Tempest.
Tempest se volvió en el último momento y se echó hacia un lato. La piedra le
golpeó el hombro en lugar del cráneo, y aunque el golpe no fue letal, Stormy dejó
escapar una exclamación de dolor y cayó de lado, aterrizando en el suelo con un
impacto seco que debió doler tanto como el golpe.
Furiosa, Elisabeta alzó de nuevo la piedra, pero Tempest movió las piernas en
un arco que levantó los pies de Elisabeta del suelo.
La mujer cayó con fuerza y se golpeó la cabeza contra la misma roca que
acababa de utilizar para intentar aplastar la de Tempest.

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Capítulo 13

Stormy se puso de pie con una mano en el hombro y la sensación de haber sido
atropellada por un tren de carga.
—¿Qué demonios te pasa, puñetera psicópata?
La mujer que estaba en el suelo no respondió, y Tempest se acercó a ella con
cautela, pero no muy preocupada.
—Un ataque sorpresa, ¿eh? Esa no es una forma muy digna de pelear, Elisabeta.
La mujer no respondió, y Stormy vio las manchas de sangre en la roca junto a la
cabeza de la mujer.
—Vaya, te has golpeado con eso, ¿eh?
La empujó con el pie, y esta vez era el cuerpo de Brooke, no de Elisabeta.
Elisabeta estaba inconsciente.
Suspirando, y reprimiendo el deseo de patear a la muy traidora por el golpe en
el hombro, Stormy le arrancó el anillo de rubí del dedo y después rebuscó en los
bolsillos, donde encontró el pergamino.
Se metió el anillo y el pergamino en la mochila, sacó el móvil y llamó a la
mansión Atenea.

Al atardecer, Stormy vigilaba a la mujer que yacía inconsciente en la cama de


Brooke, en la mansión Atenea. Lupe, Melina y ella llevaban todo el día turnándose, a
la espera de que llegara Rhiannon para realizar el ritual. Pero si el alma de Beta no
quedaba pronto libre, Stormy moriría con ella.
En ese momento la paciente abrió los ojos, unos ojos grandes y azules, que eran
los ojos de Brooke, no de Elisabeta.
—No pensé... que sería así —balbuceó Brooke en un susurro.
Stormy se inclinó hacia adelante y le sujetó una mano.
—Lo sé. Sé por lo que estás pasando, créeme. Y haremos todo lo posible para
sacarla de ti, Brooke, te lo prometo.
Brooke cerró los ojos.
—Quiere... quiere...
—¿Qué, Brooke? ¿Qué es lo que quiere?
—Te quiere muerta.
Stormy ya lo sabía, pero al oírlo sintió un estremecimiento que le recorrió la
columna vertebral. Sin embargo, no fue el mismo tipo de estremecimiento que sintió
una décima de segundo después cuando la mano de Brooke le apretó con más fuerza
la suya, y la otra la sujetó por la cabeza acercándola a su cara.

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—Y te veré muerta, te lo prometo. Vlad es mío.


Los ojos que se clavaban en los de Stormy ahora eran negros. Stormy se zafó de
ella.
—De momento te está costando, ¿verdad. Elisabeta? Querías abrirme la cabeza
con una piedra, y has sido tú la que ha terminado con una brecha. Y créeme, no vas a
ninguna parte.
—Vlad me salvará. Me quiere.
—Sí, claro. Y tú le quieres a él, ¿no? Por eso intentaste matarlo anoche
clavándole un cuchillo en el vientre.
—No, no quería matarlo. Él no puede morir. Es un vampiro, es inmortal.
—La inmortalidad no existe. Los vampiros también mueren, aunque les cuesta
un poco más que a nosotros —Stormy sujetó con fuerza la muñeca de Elisabeta y la
retorció—. Si vuelves a hacerme daño te mataré. ¿Lo has entendido? Te mataré, y que
sea lo que los dioses quieran.
Beta parpadeó, hizo una mueca de dolor y miró a Stormy con expresión
repentinamente inocente.
—¿De verdad me matarías? —preguntó.
—Sin ningún género de dudas. Hoy tenía que haber levantado esa piedra y
abrirte el cráneo. Si no lo he hecho, es porque...
—Porque Melina te lo ha impedido —dijo Beta con vocecita de niña asustada y
lágrimas en las mejillas—. Me haces daño.
Elisabeta mentía. No había sido eso lo que había ocurrido. Fue ella quien llamó
a Melina y le pidió que fuera a buscarlas con un coche para llevar a Elisabeta de
vuelta a la mansión. ¿Qué interés podía tener en acusarla de algo que no era cierto
estando las dos solas en la habitación?
Una décima de segundo después, Stormy supo la razón, al oír la voz de Vlad a
su espalda.
—Suéltala, Tempest.
Tempest, que ya la estaba soltando, se levantó y se volvió a mirarlo.
—Gracias a Dios que has venido, Vlad —dijo Elisabeta desde la cama.
Estupendo. Ahora Vlad había oído al menos su amenaza, y probablemente
también la confesión de intento de asesinato.
—¡Ha intentado matarme! —continuó la muy zorra sollozando desde la cama—
. ¡Esta mañana, cuando te ha dejado, he intentado hablar con ella, Vlad, pero me ha
atacado! —gimoteó, con un reguero de lágrimas de cocodrilo por las mejillas.
Stormy bajó la cabeza y suspiró profundamente. Vlad pasó junto a ella, en línea
recta hacia la actriz que yacía en la cama, y se inclinó sobre ella para ver la herida en
la cabeza de su amada.
—Tempest, ¿es eso cierto? —preguntó incorporándose y mirando a Stormy.
Stormy abrió la boca para negarlo todo y darle una explicación completa de lo
ocurrido, pero se interrumpió. Ladeó la cabeza a un lado.
—¿Para qué voy a molestarme? De todos modos vas a creer lo que te diga esta
zorra psicótica, incluso después de que te clavara un cuchillo en las tripas y te dejara

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morir desangrado. Incluso después de haberte dado mi sangre para salvarte la vida.
¿Para qué me voy a molestar? —repitió.
—Tempest...
Stormy alzó la palma de la mano y sonrió con amargura ante la ironía de la
situación.
—Paso de este rollo. Y de ti también, Vlad —dijo, y salió de la habitación dando
un portazo.
A mitad del pasillo se encontró con Rhiannon, pero no la saludó, siguió
caminando.
—¡Espera! —dijo ésta.
Al ver que Stormy no se detenía, Rhiannon cambió de dirección y salió tras ella.
—Stormy, ¿adonde vas?
—A recoger mis cosas. Me largo. Ya la he traído aquí, ¿vale? Tengo el anillo y el
pergamino —sacó ambos objetos del bolsillo y los puso en la mano de Rhiannon—.
Haz lo que tengas que hacer, exorcízala o mándala al infierno, me importa un bledo.
Pero tendrás que enfrentarte a Vlad, porque no la dejará marchar tan fácilmente, eso
te lo garantizo. Yo ya no tengo motivos para seguir aquí. Y mañana por la mañana si
me despierto, sabré que ha funcionado. Y si no, pues eso, supongo que no. De lo que
estoy segura es que no voy a pasar lo que pueden ser las últimas horas de mi vida
viendo a Vlad adular a esa lunática sanguinaria.
—Stormy, no hagas esto.
Stormy se detuvo. Estaba en la puerta de su dormitorio, pero antes de entrar
miró a Rhiannon, a pesar de que eso significara revelar las lágrimas que se agolpaban
en sus ojos.
—Gracias por querer ayudarme. Estoy en deuda contigo.
—Dame las gracias cuando haya terminado, si lo consigo.
—Espero tener esa oportunidad, Rhiannon —dijo Stormy y pestañeó para
secarse las lágrimas—. Esto se está poniendo asquerosamente sentimental. Vete, ve a
la habitación de Brooke antes de que Vlad tenga la oportunidad de llevarse a su
patética esposa de aquí.
—Es patética, ¿verdad?
—Es sanguinaria, egoísta, violenta y está loca. Pero lo peor de todo es que es
una quejica.
Rhiannon esbozó una sonrisa.
—Eso fue lo primero que pensé yo también. No ha cambiado. Adiós, Stormy.
Y dando media vuelta, se dirigió al cuarto de Brooke.

Vlad estaba sentado junto a Elisabeta. Deseaba poder curarla, y le destrozaba


verla sufrir así.
Rhiannon entró en la habitación y se sentó en el lado opuesto de la cama.
—Hola, Vlad. Me sorprende que las mujeres de Atenea te hayan dejado entrar.
—La que llaman Lupe ha intentado impedirlo.

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—Oh. ¿Todavía sigue viva? —preguntó Rhiannon con una sonrisa a la que Vlad
no pudo evitar responder con otra.
—Claro que sí.
Vlad se puso en pie y la abrazó, temiendo una reacción fría por parte de
Rhiannon, pero no fue así.
Rhiannon lo abrazó a su vez. Pasara lo que pasara entre ellos, el vínculo entre
ambos era fuerte, siempre lo había sido, y siempre lo sería.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo él.
—Sí, demasiado, y temo que este abrazo no dure, Vlad. Es posible que
terminemos en lados opuestos.
—Ojalá no sea ése el caso —dijo él, mirándola a los ojos—. Al margen de lo que
te diga después, Rhiannon, incluso si me veo obligado a destruirte, quiero que sepas
que te quiero.
—Y yo a ti. Te querré incluso cuando te esté matando, Vlad.
Vlad asintió.
—Entendido.
Rhiannon miró a Elisabeta.
—Melina dice que la herida de la cabeza no es grave.
—No te fíes de ellos, Vlad —suplicó Elisabeta desde la cama—. Mienten.
Quieren que muera.
—Eso es cierto —dijo Rhiannon—. Queremos que muera, pero no queremos
que Tempest muera, y tampoco tenemos derecho a ejecutar a Brooke, aunque
probablemente después lo hagan sus queridas hermanas.
—No podrás salvar a Brooke —dijo Elisabeta—. Ahora éste es mi cuerpo.
Rhiannon suspiró y cerró los ojos con paciencia.
—¿Te importa que hablemos en el pasillo, Vlad? Se me está acabando la
paciencia.
Elisabeta trató de sujetar las manos de Vlad.
—¡No te vayas, Vlad! ¡No me dejes!
—Tranquila, descansa, aquí estás a salvo.
Los dos vampiros salieron al pasillo y Rhiannon le contó lo que realmente había
pasado en el sendero, desmintiendo la versión de Elisabeta.
—Al menos están las dos bien —dijo él cerrando los ojos.
Las otras dos mujeres se acercaron por el pasillo y se unieron a ellos junto a la
puerta de la habitación.
—No están bien —dijo Melina—. Brooke corre peligro de morir, y Elisabeta está
enferma. No es la herida, es algo más.
—Me temo que sé lo que es —dijo Vlad bajando la cabeza.
—Y yo también —dijo Rhiannon—. Lo percibo desde aquí. Es el antígeno
Belladona. La está matando.
Melina frunció el ceño.
—Pero es imposible, Brooke no es una de Los Elegidos.
—No, pero Elisabeta sí —dijo Vlad.

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—¿Y si lo ha pasado a Brooke? —preguntó Melina—. ¿Lo ha transmitido a otro


cuerpo? ¿Es eso posible?
—No sé cómo ha ocurrido, pero así es —dijo Vlad—. El antígeno es diferente en
ella, está alterado.
Rhiannon asintió.
—Está en un cuerpo que no estaba preparado para alojarlo —explicó Rhiannon
—. Según lo que he leído en textos antiguos los receptores del antígeno tienen un
antepasado común. Dicen que eres tú, Vlad, pero sospecho que se remonta a mucho
más atrás.
—A Utnapishtim —dijo Vlad en voz baja—. El primer inmortal. Yo fui su
criado, pero también un pariente lejano.
—Aunque no estoy segura de que tenga que ser un descendiente de sangre —
continuó Rhiannon.
—¿Qué otro tipo de descendiente puede ser? —preguntó Melina.
Rhiannon la miró a los ojos.
—Una encarnación futura de la misma alma —dijo—. Todos nosotros tenemos
un alma matriz común. Algo así como un ser superior. Cuando morimos, volvemos a
fundirnos con ese ser superior, para compartir con él la sabiduría y la experiencia de
nuestra vida mortal. Su fuerza y sabiduría aumenta, y a la vez desprende partes que
viven otra vida.
—¿Y qué ocurre, Rhiannon, si esa fusión no se da? —preguntó Vlad.
Rhiannon se encogió de hombros.
—Yo tengo la sospecha de que cada encarnación futura es menos completa que
la anterior, porque le falta una parte de su pasado espiritual que es lo que la haría
completa.
Vlad frunció el ceño.
—¿Qué crees que supone eso para nosotros, Rhiannon? Nunca nos hemos...
fundido.
—Tengo mis teorías al respecto —susurró ella—, pero creo que es una
conclusión a la que tiene que llegar cada uno por sí solo.
Vlad bajó la cabeza, sacudiéndola lentamente.
—¿Qué vamos a hacer para ayudar a Elisabeta?
—Creo que ya conoces la respuesta, Vlad —Rhiannon le puso ambas manos en
los hombros—. Tenemos que exorcizarla. Tenemos que liberar su alma de la
influencia del anillo, para que pueda continuar al otro lado y fundirse con su ser
superior, algo que debía haber hecho hace tiempo.
—Podríamos transformarla —sugirió Vlad.
—Sinceramente, Vlad, no sé ni cómo se te ocurre semejante despropósito. Sabes
perfectamente que Beta está loca. No puedes darle el poder de un vampiro y dejarla
suelta en el mundo de los mortales. Sería un gran peligro, y al final terminaríamos
teniendo que destruirla.
Rhiannon suspiró, y al ver que Vlad no argumentaba nada en contra ni trataba
de defender a su esposa, continuó.

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—Además, hay que considerar algo más. A menos que liberemos a Elisabeta
todos sus descendientes espirituales morirán. Así se determinó en el hechizo. Y sabes
lo que eso significa, Vlad. Stormy, la única inocente en todo este asunto, morirá. Esta
noche, Vlad. Esta medianoche.
Vlad abrió los ojos, entreabrió los labios para decir algo, pero los cerró de
nuevo, repensando sus palabras.
—Entonces tendré que encontrar la forma de salvar a Elisabeta antes de eso.
—¿Vlad? ¿Qué... que demonios te pasa?
Rhiannon lo miraba como si no lo hubiera visto en su vida, pero Vlad no podía
decirle la verdad, aunque fuera mentalmente, sin arriesgarse.
—Quiero hablar con Tempest —dijo—. ¿Dónde está?
Lupe, que había estado callada hasta entonces, lo miró con preocupación.
—Creía que lo sabías. Se ha ido.
Vlad parpadeó, perplejo.
—¿Se ha ido?
—Dice que esto ya no es asunto suyo, Vlad —dijo Rhiannon—. Estaba furiosa,
contigo, supongo.
—La he visto en su habitación, recogiendo sus cosas —añadió Lupe.
Vlad salió corriendo por el pasillo al dormitorio de Tempest. Abrió la puerta de
par en par, pero estaba vacío. Después abrió el armario, el cuarto de baño, pero todo
estaba vacío, y no quedaba ni rastro de su presencia, sólo su olor. Sólo su esencia
flotando en el aire.
Vlad bajó corriendo las escaleras y salió por la puerta principal. Fuera
comprobó que el coche de Tempest tampoco estaba. Sólo quedaba un rastro de
polvo. Debía haberse ido hacía un momento.
—¡Vlad! —gritó Rhiannon.
Vlad regresó al dormitorio de Brooke, cuya puerta estaba abierta. Las otras tres
mujeres, Rhiannon, Melina y Lupe, estaban dentro.
—Tenías razón. Lupe, Tempest se ha ido.
—Sí, y ahora podemos tener un problema de verdad —dijo Rhiannon y,
haciéndose a un lado le dejó ver la cama vacia—. Porque Elisabeta también se ha ido
—dijo, retorciéndose las manos con los ojos cerrados.
—¡Pero hace un momento estaba con la oreja pegada en la puerta,
escuchándonos! —exclamó Vlad.
Rhiannon alzó las cejas y lo miró a los ojos.
—¿Es eso cierto. ¿Por eso has...?
—Ahora no. Rhiannon —Vlad cerró los ojos—. Tenemos que encontrarlas. Y no
tenemos mucho tiempo.

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Capítulo 14

Elisabeta se había arrastrado desdo la cama hasta la puerta, pegando el oído a la


madera para escuchar lo que estaban diciendo al otro lado. Asi había sido como
había descubierto que necesitaba a la rubia que quería arrebatarle a su esposo,
porque según las palabras de Rhiannon, ella misma la necesitaba.
Necesitaba su cuerpo. Todavía seguían hablando al otro lado de la puerta
cuando Elisabeta huyó. En el momento en que Rhiannon declaró que la única
solución era exorcizarla y matarla, Elisabeta decidió que debía ponerse a buen
recaudo de aquellas arpías.
El cuerpo que tenía ahora, el que había arrebatado a Brooke se estaba
debilitando, y por fin entendió el motivo. Por culpa del antígeno Belladona, por
supuesto. Aunque era más que eso. El cuerpo de Brooke no era para ella, y en él no
lograría sobrevivir mucho más tiempo. Por eso necesitaba el cuerpo de Tempest.
¿Pero cómo? Tempest le había quitado el anillo y el pergamino.
En primer lugar sabía que tenía que irse de allí antes de que aquellas malas
pécoras la mataran definitivamente. Incluso si Vlad trataba de protegerla, no podría
enfrentarse a todas ellas. Y la vampiresa Rhiannon, estaba segura, era una poderosa
enemiga.
Escapar tan debilitada como estaba habría sido más difícil de no haber podido
hurgar en la memoria de Brooke en busca de una solución. Brooke conocía el lugar
como la palma de su mano, y sobre todo sabía donde se guardaban las armas, las
armas que ella necesitaba para derrotar a Tempest.
El cuerpo de la mujer era débil, pero todavía servía. Elisabeta fue a la ventana,
la abrió y se deslizó pared abajo, al igual que Brooke había hecho muchas veces
antes. Después rodeó la casa por la parte posterior y se coló al vestíbulo principal sin
ser vista. Todos estaban en la primera planta, planificando su destrucción. Los muy
cerdos.
Elisabeta llegó a la habitación donde se almacenaban las armas y, tras meter el
código en el panel de seguridad para abrir la puerta, se hizo con un revólver, una
caja de munición y un cuchillo pequeño de doble filo que sujetó a la cinturilla de los
vaqueros que llevaba.
Después corrió hacia la puerta y se escondió detrás de un arbusto justo a tiempo
de ver un reluciente coche negro detenerse delante de la puerta principal. Agazapada
tras el arbusto, Elisabeta vio cómo el maletero del coche se abría y una mujer se
apeaba del coche y corría hacia las escaleras del porche.
Era Tempest, quien se apresuró a recoger una maleta y una bolsa de viaje del
último peldaño.

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¿Tempest se iba?
No. Ella no podía perderla. ¿Y si no la encontraba de nuevo a tiempo?
Tomando una rápida decisión, Beta corrió hasta el coche mientras Tempest
estaba de espaldas a ella y se ocultó en los asientos de atrás, agachada en el suelo con
la esperanza de que la zorra no mirara allí antes de irse.
En silencio, sin moverse y casi sin respirar, Elisabeta esperó.
Notó el movimiento del vehículo cuando Tempest metió el equipaje en el
maletero, y después el golpe al cerrarlo. A continuación la sintió abrir la puerta del
conductor, montarse, y poco después se estaban moviendo.
Elisabeta no sabía qué iba a hacer. Probablemente esperar hasta llegar a algún
lugar protegido. Tempest tenía el anillo y el pergamino, y sin duda si el ritual había
funcionado una vez, volvería a funcionar ahora. Lo único que tenía que hacer era
someter a la rubia el rato suficiente para ponerle el dedo en el anillo y realizar el rito
para transferir su alma al cuerpo de Tempest. Así se desharía para siempre de ella.
Elisabeta volvería a recuperar sus fuerzas, y Vlad sería suyo.
Con cuidado, se acomodó en el suelo del vehículo, apoyó la cabeza en el
respaldo del asiento delantero y cerró los ojos.

Mientras conducía, Stormy trataba de apartar a Vlad de su mente, pero no


podía. Cuanto más intentaba no pensar en él, más invadía él su alma. Recuerdos del
pasado juntos, recuerdos tanto tiempo olvidados de unos días prohibidos
compartidos con él en Rumania, esperaban a ser descubiertos por ella. Por eso, en
lugar de seguir pensando en su amor no correspondido, por no mencionar su
inminente muerte, dejó que fluyeran hasta su conciencia y recordó.
—No estás bien, ¿verdad? —preguntó Vlad mientras conducía por los caminos
polvorientos y serpenteantes de Rumania.
—Estoy bien —respondió ella, aunque no era cierto.
Era Elisabeta. La presencia de la mujer allí era más fuerte, y la lucha constante
por mantener el control de su cuerpo estaba agotando a Stormy.
—Estás pálida —dijo Vlad.
Más preocupado por Elisabeta que por ella, pensó Stormy.
—Tú también —dijo ella; tratando de hacer una broma.
—¿Seguro que podrás soportar esta excursión?
—¿Cuándo si no ahora? —preguntó ella—. Sigue conduciendo, Vlad. Llévame
al castillo de Drácula.
Vlad detuvo el coche y se apeó.
—Me temo que en coche sólo podemos llegar hasta aquí.
Estaban al pie de un elevado pico, y el camino de acceso era prácticamente
vertical. En la cima, envuelto en bruma y oscuridad, Stormy apenas pudo adivinar la
silueta de lo que podía ser un castillo.
Stormy suspiró, temiendo no tener la fuerza suficiente para subir hasta la cima.
Pero entonces Vlad la miró.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Ven, Tempest. Rodéame el cuello con los brazos.


Stormy frunció el ceño, pensando que no era el momento ni el lugar, pero
obedeció.
—Sujétate —susurró él, levantándola en el aire.
De repente, hubo un movimiento tan rápido que Stormy apenas tuvo tiempo de
absorberlo, y mucho menos de seguirlo. Segundos después, Vlad la dejaba de nuevo
en el suelo. Afortunadamente continuó sujetándola por la cintura, porque las rodillas
no la sostenían. Se doblaron en cuanto intentó ponerse en pie, y el mareo de antes se
multiplicó por mil.
Stormy le apretó la cabeza con las manos a la vez que trataba de enfocar la
vista.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó ella.
—No me ha parecido que estuvieras en condiciones de subir sola —dijo él—. Y,
además, no era necesario. Ya hemos llegado.
Frunciendo el ceño, Stormy miró a su alrededor. En realidad no era un castillo,
eran un montón de ruinas, un montón de enormes bloques de piedra milenarios,
apilados unos sobre otros formando paredes que la erosión había ido desgastando.
Entre ellos se abría un camino, y alguien había colocado una barandilla moderna,
probablemente para proteger a los turistas de lo que sería una caída mortal.
—¿Es esto? Creía que el castillo de Drácula era grande y más sofisticado, por no
decir en mucho mejor estado de conservación.
—Eso es el castillo de Bran. Yo apenas viví allí, pero a los turistas les encanta.
Yo vivía aquí, en el castillo de Poenari, aunque ya queda poco que ver, me temo.
—¿Es seguro?
—Ven.
Vlad le tomó la mano, no por ella, se recordó Stormy una vez más, sino para
evitar que cayera y no pudiera salvar a su querida Elisabeta. Fueron hacia la parte
más alta del castillo, una torre redonda y Vlad le fue señalando donde habían estado
antaño los patios, las cuadras y los jardines.
A Stormy no le resultaba ni vagamente familiar, pero por fin suspiró y le tocó el
hombro.
—Vlad, ¿dónde está la torre? ¿El lugar donde murió?
Él se detuvo y bajó la cabeza.
—¿Crees que te resultará demasiado duro? Si lo prefieres, puedo ir sola —dijo
ella.
—No. Estoy bien. Vamos.
Vlad le tomó la mano y la llevó por un sendero a través de las piedras en ruinas,
y se detuvo por fin junto a otras ruinas.
—¿Ves aquella torre? —preguntó, señalando con una mano—. Según la
leyenda, aquí es donde murió. Dicen que se lanzó al vacío al saber que se acercaban
los turcos, para evitar ser hecha prisionera. Pero como sabes, eso no fue exactamente
lo que ocurrió.
—Supongo que eso la convierte en una figura histórica y heroica —dijo Stormy.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Sí, pero la torre a la que me refiero estaba aquí —dijo él, señalando un
estrecho círculo de piedra, de apenas metro y medio de alto—. Esta era la torre
donde yo vivía. Mis aposentos estaban en la parte superior.
Stormy se acercó a la base circular, a un punto que quedaba apenas a unos
metros de una caída vertical. Fue a acercarse al borde, pero Vlad la sujetó por los
hombros.
—Cuidado. El terreno es bastante inestable.
Sujetándola, Vlad avanzó un poco más hacia el borde y se detuvo. Stormy miró
hacia abajo, a un mar de bruma que parecía no tener fin. Y entonces, un viento abrió
y disipó las brumas del fondo, y ella alcanzó a ver hasta el pequeño arroyo que
descendía sobre las rocas y peñascos de abajo.
Entonces lo sintió: la poderosa sensación de su cuerpo al caer precipitadamente.
La sensación de ingravidez, de vuelo. El silencio mortal de su caída. Sintió también
los encabritados latidos de su corazón, y el doloroso impacto, más allá de toda
resistencia física, explotando en cada parte de su cuerpo. Segundos después, todo se
desvaneció y no quedó más que un bendito alivio que la envolvía. Sintió que echaba
con fuerza el aliento. El último aliento. Y sonrió al morir. Por fin, pensó. Paz. El
punto final a tanto sufrimiento. Por fin. Se acabó.
—¡Tempest!
Stormy parpadeó y abrió los ojos lentamente para encontrarse tendida en el
suelo, sostenida entre los brazos de Vlad, que la zarandeaba.
—Tempest, dime algo. Por el amor de los dioses...
—Estoy bien —logró balbucear ella—. Estoy bien.
—De eso nada —dijo él, y la abrazó con fuerza, arrodillado a su lado, y
acariciándole el pelo.
Por un momento, Stormy casi se permitió creer que él la quería. Casi.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó él.
Stormy se apoyó contra él y cerró los ojos.
—Creo que era ella, ElisSbeta. He sentido lo que sintió al caer al vacío, Vlad. Y
no era horrible. Bueno, hubo dolor cuando se dio contra las rocas, pero fue muy
breve, y nada en comparación con el dolor que sentía antes. El dolor emocional, un
dolor que la estaba matando. Pero dejó de sufrir, Vlad. Al morir, lo que la embargó
fue una profunda sensación de alivio. Beta no quería seguir sufriendo.
—Y sin embargo continuó haciéndolo, ¿no?
—Creo que todavía sigue sufriendo, Vlad. La mujer que he sentido en esos
recuerdos es una joven dulce y agradable. Es inocente e ingenua, muy débil y con
mucha necesidad de afecto. Y sufre casi todo el tiempo. No tiene nada que ver con la
de ahora, que es cruel, malvada y violenta. No estoy segura de que se trate de la
misma mujer.
—O quizá sí. Quizá ésta es en lo que se ha convertido por mi culpa —Vlad bajó
la cabeza—. Quizá Rhiannon tuviera razón. El ritual que encargué a los magos fue un
error.
—Me temo que en eso tienes razón.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Cielos, ¿qué le he hecho?


Stormy se incorporó, apartándose el pelo de la cara.
—Quizá Rhiannon tenía razón. Tenemos que encontrar la manera de
exorcizarla. De dejarla libre.
Vlad la miró con un destello de rabia en los ojos.
—Quieres decir matarla.
—Vlad, no está viva.
—Oh, ya lo creo que está viva. Ahora la veo en ti. Incluso ahora la veo. Está
intentando hablarme a través de ti, ¿verdad, Tempest?
Stormy se tensó y cuadró la mandíbula.
—Sí, desde que... —pero no terminó la frase—. No sé cuánto tiempo más podré
continuar conteniéndola. Es agotador.
—Tú también sufres por lo que hice —dijo él.
—Los remordimientos no resolverán nada —dijo Tempest—. Y yo no puedo
continuar así, Vlad. No por mucho tiempo. Al menos cuando no estoy contigo,
permanece aletargada, dormida. Pero aquí...
Vlad suspiró con impaciencia, y quizá rabia y frustración. Todavía continuaba
albergando la esperanza de que Stormy recordara de repente y se convirtiera en la
mujer que él deseaba. Sin embargo, ella sólo quería encontrar la forma de librarse de
ella.
Y también convencerlo de que la amaba.
Stormy tragó saliva.
—¿Quieres llevarme a su tumba?
—¿Estás segura de que tienes fuerzas para soportarlo?
—No, pero quiero hacerlo.
—No lo hagas por mí, Tempest.
—No, lo hago por ella, Vlad. Parte de mí la quiere tanto como tú. Al menos a la
mujer que era, no a la presencia que me persigue continuamente.
—Eres una mujer generosa.
Stormy endureció la mirada.
—Quiero ayudarla haciéndola libre, no devolviéndola de nuevo al mundo de
los vivos.
Las facciones masculinas se endurecieron, pero Vlad se puso en pie y le ofreció
la mano para ayudarla a levantarse.
—No queda mucho tiempo.
—No —dijo ella y le deslizó los brazos por el cuello—. Entonces, no perdamos
más tiempo.
Vlad asintió y los dos se perdieron en un remolino en la noche.
Stormy salió de sus recuerdos. Tenía la sensación de que lo había recordado
prácticamente todo. Ahora sabía cuándo se había enamorado de él, y por qué había
estado tanto tiempo a su merced. Por Elisabeta, no por ella. Vlad nunca la había
amado.
Y nunca la amaría.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—No hay motivo para creer que les ha ocurrido algo horrible —dijo Rhiannon
por enésima vez.
Pero eso era exactamente lo que creía Vlad, y se culpaba por ello.
Melina estaba marcando una vez más el número del teléfono móvil de Tempest,
pero sólo lograba ponerse en contacto con su buzón de voz.
—Pero tú puedes encontrarla, Vlad —dijo Rhiannon.
Él miró a Rhiannon, frunciendo el ceño.
—No lo sé. Mi vínculo con Elisabeta no es tan fuerte como...
—No me refiero a Elisabeta, Vlad. Por el amor de los dioses, ¿quieres dejar de
pensar en ella un momento? ¿Tan obsesionado estás? Me refiero a Stormy. ¿Crees
que no puedo olerla en ti? —le espetó Rhiannon—. Has bebido su sangre, y más de
una vez. Su olor y su esencia siguen vivos en ti, y el vínculo creado entre los dos es
muy potente. Eres la persona más indicada para localizarla.
—Voy a buscarlas —dijo Vlad—. Es probable que Tempest vuelva a casa, a su
mansión de Easton. Iré y...
—Todavía no —dijo Rhiannon, y miró a Melina y Lupe—. ¿Alguna de las dos
conoce el arte de la adivinación física?
—Yo —dijo Lupe.
—Entonces hazte con un mapa y un péndulo e intenta localizarlas a las dos —
después se volvió a Vlad—. Tú ven conmigo, tenemos mucho que hacer.
Vlad la siguió hasta una habitación llena de esculturas y velas. Parecía un
templo espiritual, con enormes almohadas de satén repartidas por el suelo. Rhiannon
le indicó una para que se sentara y después cerró la puerta tras ellos.
Situándose en el centro de la sala, Rhiannon giró lentamente en un círculo con
la mano extendida y una a una las velas cobraron vida.
—Túmbate y relájate —le dijo ella.
Vlad la obedeció, impresionado.
—Escucha sólo mi voz —continuó Rhiannon en un tono más grave y
profundo—. No pienses en nada y concentra toda tu atención en mi voz. En mis
palabras, sólo en mis palabras.
—Lo intentaré.
—Manten los ojos abiertos, elige una vela y concéntrate en su llama. Fíjate en
cómo baila y cómo se mueve, fíjate en cómo se derrite la cera. ¿Lo ves, Vlad?
—Lo veo —dijo él.
—Siente cómo tu cuerpo se calienta y se derrite igual que la cera. Siente cómo se
derriten tus pies.
Vlad sentía las palabras y las órdenes de Rhiannon fluir en su cuerpo.
—Ahora las pantorrillas. Siente cómo se derriten en un charco de cera caliente,
y las rodillas, los muslos. Siéntelos calentándose, derritiéndose.
Vlad pensó en las mujeres mientras su cuerpo obedecía, preguntándose qué les
habría ocurrido.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Mis palabras, Vlad. Escucha mi voz. Concéntrate en la vela, siente su calor.


En las caderas, en la pelvis, el abdomen. Todo va calentándose, derritiéndose.
Rhiannon continuó hablando en un tono hipnótico hasta convencerlo de que
todo su cuerpo era un charco de cera caliente sobre las almohadas.
—Ahora relaja la vista. Mira ahora con tu ojo interior. Puedes ver a Tempest.
Saborea de nuevo su sangre. Siéntela en tus venas. Está dentro de ti, Vlad. Es parte
de ti. Estáis unidos. Puedes verla a través de sus ojos.
A Vlad se le nubló la vista y se le cerraron los ojos.
—¿Dónde está, Vlad?
—En su coche. Está conduciendo —respondió él, medio en trance.
—Sí, bien. No te esfuerces, Vlad. Deja que las imágenes fluyan en ti, al igual que
la cera caliente, llenándote. ¿Qué más ves?
Vlad dejó de esforzarse y se relajó.
—Está llorando.
—No dejes que las lágrimas te distraigan. Fluyen cálidas como la cera, fluyen
por ti, te muestran su corazón. Son las aguas de la verdadera emoción y están
limpiando y curando el alma de la mujer.
—Me quiere —susurró él, sintiendo la emoción que llenaba por completo el
corazón femenino.
—Sí, y quiere que sepas dónde está. Quiere que vayas a ella, Vlad. Escucha sus
pensamientos. Deja que sus pensamientos entren en ti. Déjalos llegar a tu mente.
La voz de Rhiannon se desvaneció, y fue sustituida por la voz del corazón de
Tempest, de sus pensamientos.
«No me quiere, nunca me ha querido. La quiere a ella. Yo sólo he sido el medio
para recuperarla. Me ha utilizado. He malgastado mi vida, amándolo, deseándolo,
esperando, y él nunca...
Tengo que dejar de pensar en él. Dios, ¿por qué no me lo puedo quitar de la
cabeza? Tengo que volver a casa. No, a casa no. Todavía no quiero ver a Maxine y a
Lou, no quiero contarles lo tonta que he sido. No quiero estar con nadie, todavía no.
Necesito estar sola y superar esto.
No sé si Vlad permitirá a Rhiannon exorcizar a Elisabeta del cuerpo de Brooke.
Probablemente no. Sé que no. Ojalá Rhiannon pudiera exorcizarlo a él de mi corazón.
Quizá pueda, se lo preguntaré. Aunque la verdad, tampoco importará. Si Rhiannon
no puede mandar a Elisabeta al otro lado estaré muerta».
Tempest miró a través del parabrisas, y vio el cartel.
Seaside, 80 km.
«¿Será lo suficiente lejos de él? Quizá. Sólo me queda una hora. Me quedaré allí,
me encanta el mar. Si he de morir esta noche, que sea allí, junto a la orilla, con las olas
rompiendo a mis pies. Un buen lugar para morir».
—Seaside —dijo Vlad en voz alta—. Una ciudad llamada Seaside. Es a donde se
dirige.
—Bien, Vlad —dijo Rhiannon—. Muy bien. Ahora quiero que salgas de su
cuerpo, de su mente, y veas lo que hay a su alrededor, en el coche. ¿Hay alguien más

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

con ella?
—Yo estoy con ella.
—Sí, pero además de ti.
Despacio, Vlad se retiró de la mente de Tempest y sintió algo, una presencia
conocida. Frunció el ceño y dirigió su atención hacia la misma. Y entonces vio...
En ese momento la puerta de la habitación se abrió de par en par devolviendo a
Vlad a la realidad con tal brusquedad que tuvo que llevarse las manos a la cabeza.
Las manos de Rhiannon se cerraron en sus hombros.
—Lupe, ¿cómo se te ocurre entrar así, en mitad de una sesión de...?
—¡Maldita mortal! —rugió Vlad—. Cuando pueda ponerme en pie...
—Sé dónde está —dijo Lupe casi a la vez. Entonces miró a Vlad y al ver su
expresión, se puso rígida de pánico—. Lo siento, no era mi intención...
Vlad alzó la mano para callarla.
—Sabemos a donde va, Lupe —explicó Rhiannon—. A una ciudad llamada
Seaside.
—Yo he descubierto lo mismo, pero no sólo ella —dijo Lupe, casi sin
respiración—. También he localizado allí a Elisabeta. Creo que la está siguiendo o...
—No la está siguiendo —dijo Vlad, y sujetándose al borde de la mesa, se puso
en pie, todavía un poco tembloroso—. Está con ella.
—¿Con ella? —preguntó Rhiannon.
—Escondida en el asiento de atrás de su coche.
Una exclamación llegó desde la entrada, y todos se volvieron para ver a Melina
con los puños apretados y el rostro desencajado.
—La puerta de la sala de armas estaba abierta. He entrado a ver y falta un
revólver.

Tempest aparcó y bajó del coche. Durante un momento contempló el litoral


escarpado y el mar embravecido que rompía contra las rocas del acantilado. Le gustó
que la playa no fuera arenosa y llana, sino adusta e imponente, dura bajo el manto
aterciopelado y salpicado de estrellas que la envolvía.
Echándose la mochila a los hombros, Stormy bajó por la pequeña pendiente
hasta la playa y permaneció allí durante un momento, contemplando el mar. Incluso
mientras trataba de encontrar algo positivo a la situación, las lágrimas le empañaron
los ojos y rodaron lentamente por sus mejillas.
—Al menos me he librado de ella —se dijo.
Se tomó un momento pasa sentir la ligereza de su alma. Ya no tenía la sensación
de algo ajeno acechando y deseando apoderarse de ella, lo que resultaba un gran
alivio.
Y, sin embargo, había otro peso en su interior, uno que le aplastaba por
completo el corazón. Lo amaba. Lo amaba incluso ahora. Por muy ridículo y patético
que fuera amar a un hombre sin ser correspondida. Pero no podía hacer nada al
respecto. Qué lástima pensar que ella, la independiente y luchadora Stormy Jones,

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

iba a morir por un hombre que pasaba olímpicamente de ella.


—Patético —murmuró y se agachó para hacerse con una piedra del suelo y
lanzarla a las olas.
—Desde luego. De lo más patético.
Tempest se giró en redondo al oír la voz a su espalda, sabiendo quién era antes
de verla. Elisabeta, en el cuerpo de Brooke, con un revólver en la mano y
apuntándola directamente al pecho.
Stormy se tensó, reprimiendo las palabras que estuvo a punto de soltar. Estaba
ante una lunática que la apuntaba con un arma y la quería muerta. Mejor tratar de
relajar la situación.
—Me he ido porque no quiero saber nada más de él, Beta —dijo Stormy—. Es
todo tuyo. No volveré.
—Por desgracia, eso no es suficiente.
Frunciendo el ceño, Stormy trató de calibrar la situación. Ella no tenía ningún
arma, y aunque llevaba el móvil en el bolso, Elisabeta podía apretar el gatillo antes
de que ella tuviera tiempo de sacarlo. Además, allí no había nadie. Y probablemente
tampoco en muchos kilómetros a la redonda.
—¿Entonces qué es lo que quieres de mí? —preguntó.
—No mucho. Sólo tu cuerpo.
Stormy se tensó. ¿Sabría la mala pécora que no podría sobrevivir mucho tiempo
en el cuerpo de Brooke? Ya estaba bastante pálida y ajada, por no hablar de las ojeras
oscuras alrededor de los ojos que hacían resaltar aún más las órbitas blancas y
saltonas.
—Ya tienes uno.
—Se está muriendo —dijo Elisabeta—. Por eso necesito el tuyo.
—Lo siento, pero en este momento lo estoy usando —dijo Stormy, en un tono
cargado de sarcasmo e insolencia.
En cuanto las palabras salieron por su boca sintió ganas de darse una patada
por haberlo dicho y trató de serenarse. De nada serviría provocar aún más a
Elisabeta.
—A lo mejor... puedo ayudarte de alguna manera, Elisabeta —sugirió en un
tono más amable.
—Ya lo creo que sí. Necesito tu cuerpo antes de medianoche, o las dos
moriremos —declaró Elisabeta—. Para hacerlo, necesito recuperar el anillo y el
pergamino. Dámelos.
Necesitaba el anillo y el pergamino para el ritual, y esta vez, Stormy se dio
cuenta de que quería realizarlo en ella.
—Lo siento, pero no puedo...
—Dámelos o te mato.
Stormy tragó saliva y alzó la mano para calmar a la mujer.
—Si me matas, nunca tendrás mi cuerpo.
—Si no me los das, moriré de todas maneras —dijo Elisabeta—. Dámelos.
Stormy esperó un momento, tratando de decidir cuál era la mejor respuesta, y

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

al final decidió no tentar a su suerte.


—No los tengo.
—¡Mientes!
—No. Al irme me he lavado las manos de todo el caso. No quería saber nada
más de ti, ni de Vlad, ni de ese maldito anillo. Te digo la verdad, Beta, yo no los
tengo.
Elisabeta cerró los ojos, pero los abrió desmesuradamente antes de que Stormy
tuviera tiempo de pensar incluso en arrebatarle el arma.
—¿Quién los tiene?
Stormy casi sonrió. Casi. Porque de todas las mentiras que se le ocurrieron
como respuesta, la verdad era la mejor opción.
—Rhiannon —dijo—. No te será fácil quitárselos.
Elisabeta se quedó en silencio un largo momento, en una actitud como si
estuviera escuchando algo o a alguien, y por fin parpadeó y la miró.
—¿Tienes un teléfono... movible, no?
—¿Un móvil? Sí, lo tengo en el bolso.
—Sácalo —le ordenó Elisabeta—. Despacio —dijo, blandiendo el arma.
—Vale, vale. Tranquila con eso.
Muy despacio, Stormy sacó el móvil del bolsillo lateral de la mochila.
—Está aquí.
—Llámala.
—¿A quién? ¿A Rhiannon?
Elisabeta asintió, pero la mano que empuñaba el arma empezaba a temblar.
Estaba cada vez más cansada y débil.
—Vale. Está apagado —advirtió, para que la mujer no se asustara e hiciera algo
irreparable—. Tengo que encenderlo.
Tras unos momentos, marcó el número de la mansión Atenea, pero no obtuvo
respuesta.
—No contestan —dijo.
—¿No tiene ella un móvil que lleva siempre encima? ¿Como el tuyo?
—Sí. ¿Quieres que la llame a ése?
Elisabeta asintió, y Stormy marcó el número. Pero no fue Rhiannon quien
respondió, sino Vlad.
—¿Tempest? —preguntó él, hablando como si de verdad quisiera que fuera ella.
Sí, seguramente era lo que quería, se recordó Stormy. Todavía la necesitaba
para salvar a la lunática de su esposa.
—Sí, soy yo.
—¿Estás bien? ¿Dónde estás?
—Estoy con Beta, que me está apuntando con un arma.
—¡Dámelo! —le ordenó Elisabeta.
—Un momento. Tu esposa quiere hablar contigo —dijo Stormy y le ofreció el
móvil.
Elisabeta se lo arrancó de la mano sin dejar de apuntarla.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Consigue el anillo y el pergamino de Rhiannon y tráemelos. Si quieres


salvarme, Vlad, hazlo por mí. Si no, Tempest y yo pronto estaremos muertas. Y sabes
que es la verdad. Y si vienes, Vlad, y no vienes solo, la mataré, sólo para asegurarme
de que no intentas salvar a quien no debes.
Sin esperar respuesta, Elisabeta devolvió el móvil a Stormy.
—Dile dónde estamos para que pueda venir.
Stormy asintió y se llevó el móvil al oído.
—Estamos en una playa desierta junto a la salida de Seaside. Gira a la derecha,
a unos tres kilómetros, y verás mi coche en el camino —miró a Elisabeta y dijo—. Va
a intentar apoderarse de mi cuerpo. Si fuera yo, dejaría morir a esta zorra, aunque
supongo que tú no piensas lo mismo.
Elisabeta le arrancó el teléfono de la mano y lo lanzó al mar.
—Debería matarte ahora mismo.
—Adelante. No tengo nada urgente que hacer.
Stormy se balanceó. De repente. No lo esperaba. El revólver le asestó un duro
golpe en la cabeza, junto al ojo izquierdo. Stormy sintió una fuerte explosión de dolor
y acto seguido se desplomó en el suelo.
Su último pensamiento fue que lo que le había dicho a Vlad eran una inútil
pérdida de tiempo. Vlad jamás dejaría que su amada Elisabeta muriera. Seguramente
no tardaría en llevarle el anillo y el pergamino y colaborar en su ejecución.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Capítulo 15

—Ha dicho que vaya solo, y eso es lo que pienso hacer —dijo Vlad,
manteniéndose flotando ligeramente en el aire junto a la puerta principal de la
mansión.
Sus palabras iban dirigidas a Rhiannon, mientras las otras dos mujeres mortales
se mantenían a poca distancia. Parecían nerviosas, como si esperaran el estallido de
una repentina pelea entre vampiros.
—Y la verdad, ya estoy cansado de repetir lo mismo. Dame el anillo, Rhiannon.
Y el pergamino —exigió tendiendo la mano con la palma abierta a su amiga.
Rhiannon los tenía en la mano, pero no se los ofreció.
—Es mejor que te acompañe, Vlad. Ella no es una de nosotros. Nunca sabrá si
estoy oculta entre las sombras, preparada para ayudarte, en caso de que sea
necesario.
—¿Y desde cuándo Drácula necesita ayuda? —preguntó él—. Rhiannon,
Elisabeta es mortal, y además está enferma.
Rhiannon apretó los labios y lo miró con una expresión de lo más elocuente.
—Es tu esposa.
—No confías en mí —le reprochó él.
Rhiannon desvió la mirada.
—Te acompaño y no se hable más. Si quieres impedírmelo, Vlad, tendrás que
matarme, y no creo que estés dispuesto a hacerlo —Rhiannon se encogió de hombros
y lo miró, esta vez menos seria—. Más aún, no creo que pudieras ni aunque lo
intentaras.
—No te apuestes la vida.
Rhiannon le clavó los ojos con intensidad.
—Jamás pensé que llegaríamos a esto, enfrentados. Voy ayudar a Stormy, Vlad.
Y voy ahora —dijo con firmeza yendo hacia la puerta.
Pero Vlad estiró el brazo y la golpeó en el pecho con una descarga de energía
que la detuvo en seco.
—¡Cómo te atreves! —empezó Rhiannon.
—Dame el anillo y el pergamino, Rhiannon.
Rhiannon hizo un poderoso arco con el brazo y le mandó una descarga de
energía que lo empujó hacia atrás hasta lanzarlo de espaldas contra la pared. Un
cuadro cercano cayó al suelo con estrépito.
Vlad se incorporó y, rápidamente recuperado, lanzó toda la fuerza de su
voluntad contra ella, esta vez con mucha más potencia. Rhiannon salió volando por
el aire hasta aterrizar de espaldas en el suelo con un golpe seco.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Vlad se abalanzó sobre ella, la aprisionó contra el suelo con ambas piernas y la
registró hasta encontrar los objetos que necesitaba. Se los quitó, y deteniéndose sólo
un momento para mirarla a la cara, le acarició suavemente en la mejilla mientras ella
pestañeaba.
—Lo siento, Rhiannon. No me has dado elección.
Después salió corriendo del vestíbulo y de la mansión, perdiéndose en la noche.
Vlad sentía remordimientos, pero también era consciente de que Rhiannon se
habría recuperado del golpe en menos de una hora y saldría en su persecución. Por
eso decidió darse prisa.
Y allí mismo, junto a la mansión Atenea, empezó a girar sobre sí mismo cada
vez a mayor velocidad y se concentró con gran esfuerzo para alterar su forma. Y
como un cuervo gigantesco, flexionó las alas, las batió una, dos, tres veces, a la vez
que se empujaba con las piernas y despegaba hacia el cielo estrellado. Mientras se
dirigía hacia ella, Vlad recordó cómo había terminado el tiempo que habían estado
juntos y dejó que los recuerdos fluyeran por su mente con la esperanza de que le
dieran la fuerza necesaria para hacer lo que sabía que tenía que hacer.

Había empezado a perder la esperanza de encontrar la forma de solucionar el


enigma en que se había convertido su vida. Estaba de pie junto a Tempest sobre lo
que había sido la tumba de su esposa, una tumba que ahora era víctima de los
estragos del tiempo, cubierta por árboles y maleza junto al arroyo que seguía
pasando a su lado. Las estrellas seguían brillando como siempre sobre el lugar donde
descansaba su amada.
No, no descanso. Nunca hubo descanso para su amada. Ni tampoco paz en
todos aquellos años. ¿Por qué no había tenido la fuerza de dejarla marchar?
Tempest no tenía buen aspecto. Estaba pálida y temblaba de vez en cuando. Se
frotó los brazos con las manos, como si tuviera frío, y él la rodeó con un brazo, para
transmitirle un poco de calor.
—No has comido nada —dijo él—. Quizá deberíamos...
Ella se volvió hacia él, alzando las manos, y clavando los ojos en los suyos, unos
ojos negros como el carbón.
—¡No te atrevas a dejarme aquí, Vlad! ¡Ni lo pienses!
Vlad retrocedió unos pasos, sorprendido ante el cambio repentino. Pero sabía
que ya no era Tempest, sino su amada esposa, su Elisabeta. Alzó una mano
temblorosa y le rozó la cara.
—No te dejaré.
—¡Ya lo has hecho! —lo acusó ella, pero no se apartó, sino que le cubrió la mano
con la suya, y se apoyó en ella—. Me has abandonado a esta existencia, atrapada,
incapaz de volver, incapaz de continuar. Quiero volver, Vlad. Quiero estar contigo.
Nunca me rendiré.
—No debiste suicidarte. Beta. Debiste esperar mi regreso. Oh, por todos los
dioses, si me hubieras esperado.

- 129 -
MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Te he esperado todos estos siglos. Y ahora hemos vuelto a encontrarnos. No


dejes que ella se interponga entre nosotros, Vlad. No permitas que te aleje de mí.
—Yo... —Vlad buscó en el rostro femenino, incapaz de hablar, porque era como
si ella supiera exactamente lo que estaba pensando.
—Ella te quiere para ella. Y quiere forzarme a volver a ese mundo que no es
vida. Quiere mi muerte. Esa presión entre los dos mundos. No puedo volver allí,
Vlad. No volveré.
—Yo no lo permitiré, Beta.
—Te quiere para ella —susurró Elisabeta.
Vlad bajó la cabeza.
—Nunca se lo permitiré, nunca le permitiré que seas suyo —insistió Elisabeta.
Vlad alzó la cabeza al escuchar el veneno en el tono de voz. El odio. No parecía
la Elisabeta que él conoció.
—Antes la mataré, Vlad. Te juro que la mataré.
—Beta, no pienses eso. No... —pero se interrumpió porque Elisabeta había
salido corriendo hacia el bosque.
Vlad salió tras ella.
—¡Beta, maldita sea, espera!
Y en ese momento la horrible escena se abrió ante sus ojos. Beta se había
lanzado, no, había lanzado a Tempest al punto más profundo del arroyo, y allí
estaba, boca abajo en el agua, moviendo los brazos como si quisiera levantarse, pero
algo la atrajera irremisiblemente hacia el fondo. ¡Se estaba ahogando!
Vlad la sujetó por la cintura y el pecho y la sacó del agua. La depositó en la
orilla y escuchó su respiración, pero no oyó nada. Hasta que de repente, Tempest
levantó la cabeza y empezó a toser, escupiendo agua por la boca y la nariz.
—Gracias a los dioses —murmuró él y la tendió de costado para ayudarla a
expulsar el agua helada de los pulmones.
Mientras ella trataba de recuperar la respiración, Vlad se quitó el abrigo y se lo
echó por los hombros.
—¿Tempest?
Ella levantó la cabeza, con ojos cansados.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—No... no lo sé.
A su espalda crujió una rama, y Vlad se volvió. Allí estaba Rhiannon de pie, con
expresión furiosa. Roland estaba a su lado.
—Sabes perfectamente lo que ha pasado, Vlad. Elisabeta acaba de intentar
asesinar a Tempest. Lo has visto. Sabes que es la verdad.
Vlad cerró los ojos y bajó la cabeza.
Rhiannon se acercó y se arrodilló junto a Tempest.
—¿Ha ocurrido esto antes, Stormy?
Todavía temblando, Stormy se apretó el abrigo que llevaba por los hombros y
asintió.
—Sí, creo que sí. Bueno, no estaba segura hasta ahora, pero...

- 130 -
MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Otro ataque de tos interrumpió sus palabras.


—Tenemos que llevarla al castillo —dijo Roland—. Es imprescindible que se
quite esa ropa mojada y se seque. Los cuerpos de los mortales no toleran fácilmente
este tipo de trauma.
Asintiendo, Vlad se puso en pie y fue a tomar a Tempest en brazos, pero Roland
lo detuvo poniéndole una mano en el hombro.
—Déjame, amigo mío. La llevaré enseguida, la pondré delante de la chimenea y
cuidaré de ella hasta que vuelvas.
—¿Por qué? —preguntó Vlad.
Fue Rhiannon quien respondió.
—Creo que ya lo sabes. Sabes lo que debemos hacer, Vlad. Necesitamos cosas
para el exorcismo.
Vlad dejó escapar un grito ahogado, y su mirada pasó de Rhiannon a Tempest
cuando Roland alzó el cuerpo inerte y debilitado de la joven. Tempest no estaba bien,
y no soportaría muchos más ataques. Sin el anillo y el pergamino no tenía esperanza
de ayudarla a encontrar la unión y la armonía con el alma que creía ser parte de ella.
Pero así tampoco podía continuar y sobrevivir.
Con los ojos llenos de unas lágrimas que ya no reprimió, Vlad susurró:
—Entonces que así sea.
Cuando Rhiannon y Vlad regresaron al castillo, Tempest se había quitado la
ropa mojada y llevaba un camisón y una bata de terciopelo. Envuelta en una manta y
sentada delante de la chimenea encendida, bebía a sorbos la sopa caliente de un
cuenco humeante. Empezaba a tener el pelo seco, pero su expresión de agotamiento
dejaba claro en qué estado de debilidad se encontraba.
Rhiannon le había explicado que Roland y ella, conscientes de que la temeridad
de Vlad sólo podía conducir al desastre, decidieron quedarse un día más, una noche
más, por si los necesitaban.
Vlad sabía que tenía que despedirse del objetivo que perseguía desde hacía casi
seiscientos años. Tenía que despedirse de Elisabeta. Quizá entonces hubiera una
oportunidad para él y Tempest. No lo sabía, no sabía si los sentimientos de ella hacia
él eran propios o se debían tan sólo a la posesión de su cuerpo por su esposa muerta.
De hecho, ni siquiera estaba seguro de que los sentimientos que tenía hacia ella
fueran realmente por ella o por la mujer que fue en otro tiempo y en otro lugar.
Pero fuera como fuera, el fin era inevitable. Ella era mortal. No era una de Los
Elegidos. Iba a morir, mientras que él continuaría viviendo.
—¿Estamos listos para hacerlo? —preguntó Rhiannon.
Vlad miró a Tempest.
—¿Estás segura de que lo soportará?
—No creo que le afecte mucho, Vlad. Sólo es un ritual.
Él asintió. Tempest lo miró.
—Estoy preparada —dijo—. Lo siento, Vlad. Siento no ser lo bastante fuerte
para darle una oportunidad.
Vlad se acercó a ella y le acarició la mano.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Quizás sea mejor así, Tempest. Elisabeta necesita paz, y eso se lo podemos
dar.
Tempest asintió y después miró a Rhiannon.
—¿Qué tengo que hacer?
—Tumbarte y relajarte —dijo Rhiannon señalando la chaise longue a unos metros
de la chimenea.
Con la ayuda de Roland y Vlad, Stormy se tumbó en la misma.
—Muy bien.
Rhiannon abrió el bolso que llevaba y empezó a sacar objetos, uno a uno.
Hierbas recogidas en el bosque, un puñado de tierra de la tumba de Elisabeta, una
piedra del arroyo donde cayó su cuerpo, una botellita de agua del mismo arroyo, sal
y unas cuantas velas negras. También una campana. Recogió unas cuantas velas del
castillo y las colocó con el resto de los objetos.
Fue depositando los objetos uno a uno sobre una pequeña mesa y después hizo
lo mismo con las velas negras en direcciones opuestas del salón. Una en el alféizar de
la chimenea al sur, otra en una mesa al oeste donde vació el agua del arroyo en un
cuenco. Una tercera en un hueco que hizo en la estantería al norte, y la cuarta junto a
un plato de hierbas al este.
Rhiannon miró fijamente las velas, y una a una las mechas se fueron
prendiendo bajo la fuerza de su voluntad. Después, utilizando una de las velas,
encendió el montón de hierbas, que chisporretearon y se alzaron en llamas durante
un momento hasta que se apagaron y quedaron reducidas a brasas y cenizas en una
fuente de plata.
—Sentaos a ambos lados de ella. Si Elisabeta se da cuenta de lo que estamos
haciendo, es posible que intente evitar que completemos el ritual, o si eso falla, que
intente hacerle daño. Tendréis que sujetarla para evitarlo.
Vlad miró a Tempest, que miraba a Rhiannon con los ojos muy abiertos, y le
acarició la frente.
—No permitiré que eso ocurra. Te lo prometo.
Tempest asintió y Vlad se volvió hacia Rhiannon.
—Continúa.
Rhiannon permaneció inmóvil y concentrada durante unos momentos,
conectándose a alguna fuerza en su interior, o quizá más allá. Cuando abrió los ojos,
su aspecto había cambiado visiblemente y era más poderoso que nunca.
Se movió como si flotara, alzando una mano y trazando la forma de un círculo
por todo el salón, a la vez que murmuraba palabras en lo que Vlad creyó ser egipcio.
Y también vio un éter formando una esfera a su alrededor. Una esfera apenas visible
que bailaba, y Vlad tuvo la sensación de estar dentro de una burbuja de poder.
Después, Rhiannon se dirigió a la parte más occidental del círculo y movió los
brazos, como abriendo una cortina. Detrás de la cortina imaginaria, apareció una
puerta oscura en la pared de la burbuja.
Por fin, Rhiannon se acercó a Tempest y comenzó el ritual. Declamó sobre su
cuerpo, y deslizó los dedos para salpicarla con agua del cuenco. Después alzó el

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incienso y, con las manos, extendió el humo sobre Tempest, de la cabeza a los pies.
Continuó declamando palabras en un tono melódico e hipnótico. Los ojos de
Tempest se cerraron y ella empezó a respirar con dificultad, moviendo la cabeza de
izquierda a derecha.
Vlad la sujetó por los hombros, queriendo hablar con ella, reconfortarla, pero
Rhiannon percibió sus intenciones y con los ojos le dijo que permaneciera en silencio
mientras ella continuaba con sus cánticos.
Rhiannon dejó el cuenco de hierbas humeantes en su sitio y tomó la campana,
que pasó sobre el cuerpo de Tempest, sobre la cabeza, el pecho, el vientre, en las
caderas, las rodillas y los pies, mientras cantaba en un tono más fuerte y autoritario.
Tempest movió violentamente la cabeza. Tenía dificultades para respirar, y
empezó a agitar el cuerpo, retorciéndose de un lado a otro.
—Sal de su cuerpo, Elisabeta —ordenó Rhiannon—. Ve hasta la puerta del
Oeste y atraviésala camino de tu descanso. De tu paz. Ve, Elisabeta. Libera a esta
mujer y vete.
Los ojos de Tempest se abrieron como platos y un grito agónico salió de su
garganta a la vez que su cuerpo se alzaba de la chaise longue y su espalda se arqueaba.
Roland y Vlad la sujetaron, pero necesitaron de todas sus fuerzas para volver a
tumbarla.
—Vete —ordenó Rhiannon—. No perteneces a este plano. Vete, Elisabeta.
El cuerpo de Tempest empezó a convulsionarse, presa de un ataque
incontrolable, y Vlad miró a Rhiannon aterrado.
—Creo que no respira. No respira, Rhiannon.
Tempest tenía la cara roja y los labios azules.
—La está matando, amor mío —dijo Roland—. Esto no va a funcionar. Elisabeta
no permitirá que Tempest siga con vida una vez que ella parta.
Rhiannon titubeó apenas un momento mientras los espasmos continuaban e
inmediatamente salió corriendo hacia Tempest y la sujetó por los hombros.
—Se acabó —dijo—. Ya no más. Respira despacio, hija. Respira.
Inmediatamente el cuerpo de Tempest se relajó y dejó de temblar. Pero pasó un
largo momento antes de volver a respirar.
Rhiannon suspiró aliviada.
—Ocúpate de ella —dijo a Vlad—. Yo tengo que ocuparme del círculo.
—¿Ha resultado? —preguntó Vlad—. ¿Se ha ido Beta?
Rhiannon lo miró a los ojos y negó tristemente con la cabeza.
—Su poder sobre Tempest es más fuerte de lo que creía, Vlad. Si la hubiera
obligado a salir de ella, se habría llevado consigo su alma. Lo siento.
Vlad suspiró. No sabía si sentirse aliviado o decepcionado. Quizá ambas cosas.
Tomando a Tempest en brazos fue a la silla junto a la chimenea y se sentó con ella en
el regazo, preguntándose qué podía hacer ahora que el exorcismo había fracasado.
Rhiannon había retirado la esfera de energía, apagado las velas y arrojado las
hierbas humeantes a la chimenea.
—No podemos exorcizar el alma invasora de su cuerpo, pero podemos

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minimizar su fuerza y su poder. Ese poder, Vlad, alcanza su mayor nivel cuando está
cerca de ti. Lo sabes. Lo has visto —Rhiannon cerró los ojos, y Vlad creyó ver el
destello húmedo de una lágrima en ellos—. Tienes que alejarte de ella. Por su bien,
debes alejarte de ella.
Vlad miró a la hermosa mujer que tenía en sus brazos. Le apartó el pelo de la
cara.
—No será para siempre, Tempest. Sólo hasta que pueda localizar el anillo y el
pergamino. Sólo hasta entonces. Te lo prometo —se inclinó y depositó un beso en sus
labios—. Le será más fácil si le hago olvidar —les dijo a sus amigos—. Dadme unos
minutos con ella. Le borraré los recuerdos y después os la podréis llevar.

—¿Rhiannon?
Melina y Lupe se arrodillaron a ambos lados de Rhiannon mientras ésta
recuperaba el conocimiento y trataba de incorporarse.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Melina.
—Claro que estoy bien —respondió Rhiannon con desprecio, recogiendo los
restos de su dignidad y tratando de ponerse en pie.
Para su mayor humillación, las dos mujeres mortales la ayudaron, sujetándola
por los brazos y tirando de ella. En cuanto recuperó el equilibrio, Rhiannon les apartó
las manos con brusquedad y se sacudió el vestido.
—No deseo vuestra ayuda.
—No te lo reprocho. Sé que algunas miembros de nuestra orden ayudaron a las
sacerdotisas a retenerte contra tu voluntad hace mucho tiempo.
—Su intención era matarme. De no haberme sacado Vlad de aquel lugar y
transformado cuando lo hizo, habría muerto. Y eso era exactamente lo que querían.
Casi nos mataron a los dos tratando de impedir mi huida.
—Lo que hicieron estuvo mal —dijo Lupe—, y lo siento.
—Rhiannon —dijo Melina—, tienes que saber que esas mujeres no actuaron de
acuerdo con las leyes de la hermandad. Decidieron por su cuenta ayudar a las
sacerdotisas de Isis a cambio de unas migajas de sabiduría.
—Por supuesto. Y supongo que la hermandad las castigó por ello. ¿O les
concedieron alguna medalla?
Melina miró a Lupe, pero no dijo nada. Lupe frunció el ceño y miró a Rhiannon.
—No he encontrado ninguna mención a eso en los textos que se conservan de la
época —dijo la mujer latina.
—No guardamos documentos escritos de ese tipo de cosas —dijo Melina.
—¿Qué tipo de cosas? —preguntó Lupe sin comprender.
Melina se humedeció los labios.
—Las dos fueron ejecutadas. Ahorcadas por traicionar las leyes de la orden —
miró a Rhiannon a los ojos—. Léelo en mi mente si no lo crees, Rhiannon. Yo no estoy
orgullosa de lo que hicieron, pero tampoco estoy orgullosa del duro castigo que se les
impuso. Pero supongo que tienes derecho a saberlo. Puedes confiar en nosotras.

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Rhiannon seguía escéptica.


—Estamos perdiendo el tiempo —dijo Lupe—. Tenemos que ir tras él si
queremos salvar a Stormy.
—Iré sola —afirmó Rhiannon.
Melina dio un paso adelante y se aclaró nerviosa la garganta.
—Tenemos que ir, Rhiannon. Y me temo que no puedo aceptar una negativa. Si
Brooke sobrevive, nos necesitará, y tendremos que traerla aquí.
Rhiannon la miró con desprecio.
—Donde sin lugar a dudas acto seguido será juzgada, condenada y ejecutada
por traicionar a la orden.
—No quieras entender nuestra forma de hacer las cosas, Rhiannon. Si hay una
forma de salvarla, lo haré. Pero tendrá que enfrentarse a las repercusiones de sus
actos.
Lupe se acercó a Melina.
—No quiero deciros cómo hacer esto, pero me temo que necesitamos un plan.
En eso tenía razón, pensó Rhiannon, aunque detestaba tener que reconocerlo.
—Si venís conmigo, supongo que será mejor que vayamos en coche. He copiado
el ritual que necesitaremos para exorcizar a Elisabeta del cuerpo de Brooke, para
liberarla de los poderes del anillo. Está aquí... —se metió la mano en el bolsillo, pero
la sacó vacía.
—Tengo la copia que me diste —dijo Melina.
Rhiannon tragó saliva.
—Sólo hay una cosa que debo deciros, y en eso soy categórica. No haremos
nada hasta que estemos seguras de las intenciones de Vlad.
—Ya conocemos sus intenciones —dijo Melina—. Ayudar a Elisabeta a
apoderarse del cuerpo de Stormy. La va a matar, Rhiannon.
—Quizá —dijo Rhiannon, pero en el fondo esperaba estar equivocada.
Unos años atrás, Vlad había tomado la decisión acertada, y ahora tenía que
creer que haría lo mismo, a pesar de que su obsesión por Elisabeta sólo parecía haber
empeorado en los últimos dieciséis años. Por él, tenía que darle la oportunidad de
actuar correctamente.
Y después le pensaba dar su merecido por lo que le había hecho aquella noche.
—No intervendremos —dijo de nuevo Rhiannon—, hasta que esté segura. Si
alguna de las dos intenta hacer algo antes de que yo dé la orden, os prometo que no
veréis el amanecer de mañana.
Las mujeres se miraron a los ojos con temor.
—Entendido —dijo Melina.

Tendida allí, en un estado de semi inconsciencia, Stormy se vio abrumada una


vez más por los recuerdos, los fragmentos que faltaban de los momentos que pasó
con Vlad dieciséis años atrás. Los recuerdos que él borró de su memoria.
Vlad intentó salvarla. Permitió a Rhiannon tratar de exorcizar a Elisabeta de su

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cuerpo. Y cuando se vio obligado a elegir entre las dos, la eligió a ella. A Stormy.
Sin embargo, la alegría que sintió al recordarlo se apagó enseguida, cuando otra
parte de ella le recordó que eso no significaba que Vlad volviera a tomar la misma
decisión ahora. En ningún momento había puesto de manifiesto sus sentimientos, ni
tampoco dado motivos para creer que actuaría contra su esposa para salvarla.
Stormy trató de olvidar sus dudas en ese momento y evaluar la situación en la
que se hallaba. Enseguida vio que estaba paralizada, incapaz de mover las
extremidades, e instintivamente trató de moverse e incorporarse.
Algo la golpeó. Una bofetada en el rostro.
Se quedó quieta, parpadeando a través de las lágrimas que le llenaron los ojos.
Brooke... No, no era Brooke, era Elisabeta, estaba delante de ella. La luz de la
luna iluminaba su silueta, que se recortaba contra la oscuridad de la noche y el
océano a su espalda. La playa era diferente. Poco a poco, su mente se fue despejando
y Stormy se dio cuenta de varias cosas a la vez. Primero, que no estaba paralizada,
sino atada por las mismas cuerdas que llevaba siempre en el maletero del coche.
Estaba tumbada de espaldas, con los brazos abiertos y sujetos a estacas clavadas al
suelo; las cuerdas le mordían la piel. También tenía los tobillos unidos y sujetos a una
estaca, y ya no estaba en la zona rocosa junto al mar donde se había detenido para
enfrentarse a sus sentimientos y su dolor, y quizá a morir.
No, el sitio era diferente. Había árboles y arbustos, y el suelo no era tan rocoso,
sino que entre las piedras había tierra, no arena. Las olas rompían contra la costa
detrás de Elisabeta, que ahora estaba más lejos que antes.
Por último, Stormy miró a la mujer de pie sobre ella y le entró pánico al sentir
que estaba totalmente a merced de aquel ser desquiciado y vengativo, una mujer que
sólo deseaba verla muerta.
Elisabeta pareció satisfecha al ver que Stormy había dejado de retorcerse y
continuó con lo que estaba haciendo. Que no era más que colocar velas en el suelo.
Stormy deslizó la vista por las que ya estaban colocadas y vio que formaban un
círculo a su alrededor. Un círculo en el que, cuando estuviera terminado, ella no
quedaría en el medio, sino un poco ladeada, dejando sitio para otra persona, sin
duda Elisabeta.
En cuatro puntos equidistantes del círculo, Elisabeta había colocado incensarios
con hierbas que pronto arderían y desprenderían un humo denso para envolverla en
nubes de fragancia y poder. Y aunque Stormy no tenía ni idea de dónde había sacado
aquella loca las velas y las hierbas, no le cabía la menor duda de que Elisabeta sabía
muy bien lo que estaba haciendo.
Tenía que largarse de allí. Continuó tirando de las cuerdas que la sujetaban,
tratando de aflojarlas, pero Elisabeta se detuvo con una cerilla encendida en la mano,
a punto de encender una de las velas, y la miró.
—Estáte quieta. No te servirá de nada. Sólo estás malgastando tu energía.
Stormy se detuvo, pero no por las palabras de Elisabeta, sino por su aspecto a la
luz de las diminutas llamas. Tenía los ojos más hundidos que antes, con enormes
ojeras negras que le daban un aspecto tétrico. Estaba pálida y demacrada, y la piel

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estaba tan seca que parecía a punto de resquebrajarse y desprenderse de los huesos.
—Dios mío, ¿cuánto rato llevamos aquí?
Elisabeta se encogió de hombros.
—Un par de horas, ¿por qué?
Era evidente que Elisabeta no conocía los rápidos y espectaculares cambios en
su aspecto, y al observarla, Stormy se dio cuenta de que la mujer tampoco se sentía
mucho mejor. Caminaba dando pasos cortos y débiles, sin apenas separar los pies del
suelo, con la espalda inclinada y la cabeza agachada. También parecía tener
dificultades para respirar. En apenas unas horas, había envejecido cincuenta años.
—¿De dónde has sacado las velas?
—Estaban en el bolso de Brooke. Las guardó de la última vez.
—¿Y las hierbas?
—También. Una lástima que no memorizara también el rito —dijo, y se encogió
de hombros—. Pero no importa. Tengo que esperar al anillo. Va a venir Vlad con el
anillo y el pergamino.
A Stormy le hubiera gustado pensar que Vlad no le permitiría realizar el ritual,
que llegaría como una especie de caballero andante en una armadura de ónice y la
salvaría de aquella lunática. Pero la loca era su esposa. El amor de su vida, lo tenía
que reconocer. De hecho, Vlad nunca le había dicho que estuviera enamorado de ella,
ni en el pasado, ni en el presente. Quizá si Elisabeta no hubiera estado agazapada en
su cuerpo, él nunca habría sentido nada por ella.
Y sin embargo había intentedo salvarla a ella hacía dieciséis años. Quizá
intentara hacerlo de nuevo.
No, no podía contar con eso. Tenía que salvarse ella.
Stormy tiró con fuerza con el brazo derecho, pero más discretamente que antes,
para que Elisabeta no se diera cuenta. Con un esfuerzo sobrehumano, tiró con la
esperanza de aflojar un poco la estaca clavada en el suelo.
Pero no pudo.
Quizá presintiendo algo raro, Elisabeta se volvió a mirarla.
—¿Qué haces?
—Veo que nos hemos trasladado a un sitio diferente —dijo Stormy.
—Aquí estamos protegidas por los árboles y esas rocas altas de allí —dijo
Elisabeta, señalando con la cabeza los gigantescos peñascos que protegían el lugar.
—No tienes muy buen aspecto —dijo Stormy, hablando para ocultar sus
movimientos y desviar la atención de Elisabeta.
No había tenido suerte con la estaca del brazo izquierdo, y ahora estaba tirando
del derecho. Aunque de momento tampoco estaba teniendo mucha suerte.
—No importa. Pronto me desprenderé de este cuerpo.
—Sí, parece que en cualquier momento.
Stormy sintió la furibunda mirada que Elisabeta le dirigió y dejó de tirar de la
estaca derecha. Tampoco se había movido nada. Bueno, podía probar con la de los
pies. Tiró con fuerza, doblando las rodillas hacia arriba ligeramente.
—Ah, ya viene —dijo Elisabeta levantándose de la última vela y volviéndose

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

despacio.
Estaba encorvada, como si fuera muy anciana, y el cambio en unas pocas horas
era sencillamente increíble.
Stormy giró la cabeza hacia donde Elisabeta miraba, y vio un cuervo gigante,
del tamaño de una águila, aterrizar ágilmente en el suelo a poca distancia de donde
se encontraban. Después, el cuervo abrió las alas y pareció incorporarse, estirarse y
por fin, delante de sus ojos, transformarse en un hombre vestido de negro. Drácula.
Sonriendo, con una expresión que daba más miedo que lástima, Elisabeta lo
llamó.
—Aquí, Vlad. Estoy aquí.
Stormy cerró los ojos y tiró con más fuerza de las cuerdas que le sujetábanlos
tobillos. Las cuerdas le arañaban y le quemaban la piel, pero no importaba. Tenía que
huir. Drácula había llegado. ¿Para salvarla o para matarla? No tenía forma de
saberlo, y tampoco quería quedarse para comprobarlo.
Cuando él llegó a la luz de las velas, la buscó con los ojos, la encontró, pero su
rostro no reflejó nada. Ni un indicio de afecto, ni un esbozo de sonrisa, nada. Sólo la
miró impasible, primero a la cara y después a las estacas que le sujetaban los brazos y
los tobillos.
Después miró a Elisabeta, y esta vez su expresión cambió, incapaz de ocultar el
horror que le producía el aspecto de la mujer.
—Por todos los dioses, Beta...
—Lo sé —dijo—. Sé que aspecto tengo. Estoy muriendo, Vlad.
Él asintió, se acercó a ella y le tocó la cara. Maldito él.
Stormy procuró no ver la ternura en los ojos masculinos, pero la vio. Estaba allí,
y su misión era probablemente arrebatarle la vida para salvar a su esposa.
Y sin embargo ella lo amaba.
Dios, qué patética. Pero lo amara o no, Stormy sabía que ella no titubearía a la
hora de degollarlo y dejarlo desangrarse si eso significaba para ella la diferencia entre
vivir y morir.
Tiró con más fuerza, y la estaca de los pies cedió ligeramente.

Vlad no podía creer el cambio en Elisabeta, aunque supuso que en realidad el


espectacular deterioro físico estaba afectando al cuerpo de Brooke, no a Elisabeta.
Sólo al cuerpo que estaba ocupando en ese momento. Su aspecto era débil y
agonizante, y a él le dolió verla así.
Tempest, por otro lado, parecía estar bien. Sus ojos azules destellaban con el
mismo fuego y la misma intensidad de siempre, y aunque tenía un golpe en la
cabeza, estaba bien. Fuerte. Entera. Aunque asustada, y también furiosa.
Vlad había sentido los ojos femeninos en él, tratando de hurgar en su mente,
buscando indicios de sus intenciones. Era evidente que no se fiaba de él. ¿Por qué iba
a hacerlo?
—¿Has traído el anillo y el manuscrito? —preguntó Elisabeta.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Sí.
—Dámelos.
Vlad miró a Tempest, que lo observaba con una muda súplica en los ojos, pero
él apartó la mirada y sacó el anillo y el pergamino del bolsillo del abrigo negro.
Elisabeta le arrancó el pergamino de la mano, lo desenrolló y se inclinó para ponerlo
en el suelo, sujetándolo con unas piedras. Lo colocó entre dos velas, para poder
leerlo. Después, sin alzar la cabeza, habló.
—Ponle el anillo, Vlad.
Vlad volvió a mirar a Tempest.
Ella lo miró a los ojos, haciendo un leve movimiento de cabeza, a la izquierda, a
la derecha y a la izquierda otra vez.
Vlad no se había movido. Elisabeta volvió la cabeza hacia él.
—Hazlo ya —dijo—. No tenemos mucho tiempo. Me estoy debilitando muy
deprisa.
Elisabeta se acercó al primer cuenco de hierbas y le prendió fuego con una de
las velas encendidas. Después de dejarlo arder unos momentos, sopló y lo apagó. El
humo, denso y oloroso, flotó en el aire y fue extendiéndose a su alrededor. Después
Elisabeta hizo lo mismo con los otros cuencos.
Vlad se obligó a entrar en el círculo de velas encendidas y arrodillarse junto a
Tempest, entre uno de los brazos estirados y las piernas unidas por los tobillos.
Llevaba el anillo en el dedo, y lo movió hacia ella.
Stormy dobló la muñeca, tratando de apartarse.
—No lo hagas, Vlad —le suplicó.
—Hago lo que tengo que hacer —respondió él enigmáticamente.
Las nubes de humo que se alzaban de los cuencos de hierbas se hacían cada vez
más densas e iban envolviendo la escena en una bruma más y más impenetrable.
—Oye, sé que la quieres a ella y no a mí, ¿vale? Lo entiendo perfectamente.
Quieres estar con ella, y harás todo lo que sea necesario para conseguirlo —dijo ella,
tratando de hablar con lógica y sensatez.
—Basta, Tempest.
—No. Estamos hablando de mi vida. Yo no te reprocho que quieras estar con la
mujer que amas, Vlad, pero no es justo que para ello yo deba entregar mi vida.
Vlad titubeó un segundo, con el anillo casi en la punta de su dedo. Tenía que
ponérselo, pero le temblaba la mano.
—¿Y es justo que tenga que morir yo? —dijo Elisabeta detrás de Vlad—. ¿Fue
justo tenerme atrapada entre la vida y la muerte durante quinientos años? —hizo una
pausa para respirar, agotada por el mero hecho de hablar—. Una de las dos tiene que
morir, Tempest.
—Una de las dos ya ha muerto, Elisabeta. Una de las dos decidió morir,
quitándose la vida. Tú tomaste esa decisión. Sé bastante mujer para apechugar con
las consecuencias.
—¡Ya basta! —les interrumpió Vlad con un tono de voz que sorprendió a
Stormy. Tembloroso y entrecortado—. De nada sirve discutir. La decisión está

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

tomada —dijo, y sujetó la mano de Tempest para inmovilizarla.


Stormy cerró el puño.
—¡No! ¡No te lo permitiré!
—Dame la mano, Tempest.
—¡No!
Dioses, cómo detestaba aquello. Si el dolor emocional pudiera matar, ése sería
su fin, sin duda. Vlad la miró a los ojos a través de un denso humo que le hacía llorar
y por un momento le dejó entrever su corazón.
—Por favor, Tempest. Abre la mano.
Stormy le sostuvo la mirada, con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Vlad?
«Confía en mí una vez más». Vlad no sabía si la fuerza del vínculo que los unía
era suficiente para que ella pudiera oír sus pensamientos, pero entonces ella abrió
lentamente la mano y estiró los dedos.
—Maldito seas por esto, Vlad —susurró ella—. Maldito seas. Te quiero.
—Lo siento —dijo él deslizándole el anillo en el dedo.
Después volvió la cara, incapaz de seguir mirándola a los ojos.
Elisabeta tomó de la mano a Vlad y lo llevó al lugar donde estaba el pergamino
abierto en el suelo.
—Aquí. Aquí puedes leer el pergamino. Sigue exactamente las instrucciones.
Asintiendo con la cabeza, Vlad se arrodilló y se inclinó para ver las palabras
escritas; después se volvió para observar qué hacía Elisabeta.
Se había tumbada junto a Tempest en el interior del círculo.
—Empieza —dijo.
—No me hagas esto, Vlad —le suplicó Tempest.
Vlad la ignoró, aunque no fue fácil. No cuando había lágrimas deslizándose por
las mejillas femeninas.
—Beta, este ritual no va a funcionar.
—Claro que funcionará —le aseguró ella—. Empieza de una vez, por el amor de
los dioses. No tenemos mucho tiempo.
Con los ojos cerrados, Elisabeta esperó. Vlad miró a Tempest, pero no se atrevió
a hacerlo mucho rato.
—No. Según las palabras aquí escritas, te liberará del poder del anillo y te hará
entrar en el cuerpo de quien lo lleve puesto, pero tú ya te liberaste del poder del
anillo para entrar en el cuerpo de Brooke.
—Tenemos que intentarlo, Vlad.
—He venido preparado —dijo él—. He localizado otro ritual, diseñado para
hacer exactamente lo que queremos que haga.
Stormy abrió los ojos pero no lo miró.
—¿Qué es lo que queremos que haga?
—Liberar a tu espíritu del cuerpo de Brooke —dijo él—. Una vez conseguido
procederemos con el rito original, el que te hará entrar en el cuerpo de Tempest.
Elisabeta respiró penosamente y trató de incorporarse con dificultad.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Ya. ¿Y de dónde has sacado ese ritual? —preguntó.


Vlad se apresuró a ayudarla sujetándola por los hombros.
—Lo he robado de los archivos de la hermandad de Atenea. Nadie sabe que lo
tengo.
Era mentira. No lo había robado de la hermandad, sino del bolsillo de
Rhiannon.
Una vez sentada, Elisabeta se inclinó hacia adelante, abrazándose por la cintura.
—Gracias, Vlad. Es que... no estoy segura de...
Y antes de que él pudiera reaccionar, Vlad oyó una explosión y sintió un calor
abrasador que le atravesaba el abdomen. La culata de un arma se clavó en su cuerpo
en el mismo momento en que ella apretó el gatillo, metiéndole la bala en el cuerpo. El
dolor era insoportable, y Vlad cayó de rodillas oyendo los gritos de Tempest y
sintiendo cómo la sangre fluía a borbotones de su cuerpo.
Elisabeta le arrancó el ritual de la mano y se acercó a la vela a leerlo.
—¡Lo sabía! —bramó furiosa—. ¡Sabía que era mentira! Este ritual es para
exorcizarme. Ibas a matarme.
—No, Beta, no —dijo Vlad con los dientes apretados—. Iba a liberarte.
—Ibas a salvarme —susurró Stormy—. Me has elegido a mí.
Vlad la miró a los ojos, aunque se le empezaba a nublar la vista.
—Te elegí hace mucho tiempo, Tempest. Te quiero. Todo este tiempo te he
querido.
—¡Cerdo! —gritó Elisabeta.
Furiosa, estrujó el ritual que Rhiannon había copiado para Vlad y lo acercó a la
llama de una vela hasta que el papel prendió fuego y ardió. Después, se inclinó sobre
el pergamino original, el que tenía el rito antiguo que condenaría a Tempest a
muerte, y empezó a leerlo en voz alta.
—¡Poderes de los Antiguos y de los Dioses de Ultratumba, abrid las puertas
entre la vida y la muerte! ¡Abrid las puertas y tomad a ésta, tomad a Tempest Jones
porque su cuerpo me pertenece a mí, Elisabeta Drácula!
Vlad levantó la cabeza, consciente de que iba perdiendo fuerzas por segundos.
—No funcionará, Elisabeta. No funcionará. Así no.
Ella se detuvo un momento y le dirigió una mirada cargada de odio.
—¿Cómo sé que no estás mintiéndome otra vez, print, ul meu?
—Te lo juro por su vida.
—¿Por su vida? Sí, ya veo que te importa mucho, ¿eh? Lo único por lo que se te
ocurre jurar es por su vida. No importa, Vlad. Su vida está a punto de terminar.
—No funcionará, te lo aseguro. Si lo haces, las dos moriréis.
—Yo estoy muerta de todos modos —dijo ella—. Mejor morir tratando de
salvarme a mí que simplemente rendirme. Mejor que muera ella conmigo, así no
moriré sola. Nunca te tendrá, Vlad.
—Lo tengo ahora, Elisabeta —dijo Stormy—. Lo he tenido durante dieciséis
años, sólo que no lo sabía. Siento no haber confiado en ti, Vlad.
—No te di motivos para que lo hicieras. Y, sin embargo, a pesar de todo, lo has

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

hecho cuando me has dejado ponerte el anillo en el dedo.


—¡Callaos los dos! ¡Me estáis poniendo enferma!
Elisabeta fue donde estaba Tempest y se agachó para sujetarle los tobillos con
fuerza.
—¡Sînge la sînge! ¡Minte la minte! ¡Corp la suflet! ¡Al tu la al meu!
Gritó las palabras una y otra vez mientras sujetaba con las manos los tobillos de
Tempest. Alrededor de Stormy empezó a formarse una bruma grisácea.
—Funciona —susurró Elisabeta.
—¡No! —grito Vlad—. No continúes, Elisabeta. Te lo suplico, para de una vez.
—Alma a alma, mente a mente, cuerpo a cuerpo, el tuyo al mío —continuó
cantando Elisabeta—. ¡Tempest fuera! ¡Elisabeta dentro! ¡Por los poderes de
ultratumba, yo te lo ordeno! ¡Tempest, fuera! ¡Vete! ¡Cruza el velo! ¡Hazlo ahora!
La bruma que rodeaba a Tempest empezó a extenderse por las piernas y el
torso. Y era como su propia sombra transparente alzándose de su cuerpo, mientras
ella se revolvía y luchaba por detenerla. Al momento, una bruma similar envolvió a
Elisabeta.
—¡Aguanta, Tempest! —gritó Vlad—. ¡Elisabeta, no lo hagas, te lo suplico!
—¡Fuera, fuera, fuera! —exclamó Elisabeta, echando la cabeza hacia atrás, con la
voz más suave y un destello nuevo en los ojos—. ¡Guardianes de Ultratumba,
lleváosla!
Vlad utilizó la poca fuerza que le quedaba para abalanzarse sobre ella,
golpearla y tumbarla en el suelo, obligándola a soltar los tobillos de Tempest.
Sus cantos también quedaron silenciados, pero mientras Vlad luchaba contra el
insoportable dolor, Elisabeta se zafó de él, se puso en pie, empuñó de nuevo el arma
y lo apuntó contra él.
Vlad estuvo a punto de perder las esperanzas, pero en ese momento sintió la
presencia de Rhiannon. Lo había seguido. Tal y como él sabía que haría. Volvió la
mirada hacia donde percibía la presencia de su querida amiga, entre las sombras. La
sintió allí, esperando. Y encontró su mente con el poder de la suya y le dijo.
—Haz lo que debes hacer.
Entonces Rhiannon habló.
—Ahora, Melina.
El repentino grito de Elisabeta fue el único sonido que desgarró el silencio de la
noche a la vez que su cuerpo era lanzado hacia atrás, lejos de Tempest.
Tambaleándose, Elisabeta cayó de costado en el suelo, mirando con incredulidad el
dardo que tenía clavado en el pecho. Con manos temblorosas, lo sujetó y se lo
arrancó con un gemido de dolor; después lo arrojó con rabia a un lado.
Melina salió de entre las sombras con un arma en la mano, una pistola de
dardos tranquilizantes. A su lado estaba Lupe con otra pistola. Rhiannon echó a
correr hacia Vlad y apretó un trozo grande de tela a la herida del pecho.
—No pierdas tiempo conmigo. Ocúpate de Tempest —exclamó él. Miró a
Stormy y vio que la bruma que se había alzado sobre su cuerpo parecía asentarse de
nuevo—. Por favor, Rhiannon. ¿Está bien?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Con evidentes reticencias, Rhiannon se acercó a Tempest, y la palpó para


cerciorarse de su estado. Después regresó junto a Vlad.
—Stormy sobrevivirá, aunque no estoy tan segura sobre ti —dijo. Levantó los
ojos y miró a Melina, que estaba arrodillada junto a Elisabeta—. ¿Y ella?
—¿Brooke? —dijo Melina inclinándose sobre el cuerpo de Brooke—. Brooke,
¿estás ahí?
Una mano se alzó de repente y le arañó la cara. Melina se echó hacia atrás. Lupe
apuntó con la pistola y disparó al cuerpo de Brooke, pero falló. Al oír el ruido,
Elisabeta dio un respingo, y después se quedó muy quieta.
—¿Quieres matarla? —grito Melina volviéndose hacia Lupe y arrancándole el
arma de las manos.
—Elisabeta sigue estando en su cuerpo —dijo Rhiannon.
—No importa. Tenemos el ritual que necesitamos, Rhiannon —dijo Melina—. El
que nos escribiste. Ahora sabemos cómo liberar a Elisabeta.
Vlad cerró los ojos y gimió.
—¿Qué ocurre, Vlad?
—Yo me he llevado el ritual. Pensaba usarlo, pero Elisabeta se ha dado cuenta y
lo ha quemado.
—No importa —dijo Rhiannon—. Sabía que había desaparecido, y esperaba con
todas mis fuerzas que lo hubieras robado tú —Rhiannon miró a Melina—. Hay otra
copia del ritual en el escritorio de la biblioteca. Utilízala.
—Lo haremos —dijo Melina—. Esta noche. Todavía tenemos tiempo para llevar
a Brooke a casa y realizar el ritual. Nosotras nos ocuparemos de todo, te lo prometo.
Melina se arrodilló junto a Vlad mientras Lupe sacaba un par de esposas y unos
grilletes de una bolsa y los usaba para inmovilizar las muñecas y tobillos de
Elisabeta.
—Si no sobrevives —dijo Melina a Vlad—, te prometo que tu amor estará
esperándote al otro lado. Me ocuparé de ello.
Vlad sacudió negativamente la cabeza y miró a Tempest, que seguía en el suelo,
apenas consciente, con la mirada perdida y los ojos húmedos.
—No —dijo él—. La mujer que amo está aquí.
Melina asintió y miró a Rhiannon.
—Lleváosla y terminad con esto —ordenó Rhiannon—. Yo aún tengo que hacer
aquí.
—Espero que ahora no haya más rencillas entre nosotras —dijo Melina.
—Mi enfrentamiento es contra la hermandad, no contra ti, Melina. Y eso sigue
siendo así —dijo Rhiannon—. Aunque debo admitir que la hermandad tiene algunos
miembros que dejan mucho que desear.
Rhiannon levantó el cuerpo desmadejado de Brooke en brazos.
—La llevaré al coche —dijo y miró a Vlad—. No te muevas. Y por todos los
dioses, no te desangres.
Vlad deseó poder prometérselo, pero en cuanto Rhiannon desapareció de su
vista, se arrastró hacia donde estaba Tempest. Allí se tendió con la cabeza casi

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pegada a la de ella a la vez que utilizaba las pocas fuerzas que le quedaban para
desatarle una mano.
—¿Vlad? —susurró ella, y le apoyó la mano recién liberada en la mejilla.
—Eres tú, Tempest —le dijo él—, no ella. Siempre has sido tú. Siento haber
tardado tanto en decírtelo, pero si te lo confesaba, ella lo sabría. Tenía que hacer que
confiara en mí para salvarte.
—¡Vlad, estás sangrando de nuevo!
Stormy se desató rápidamente la otra mano y después los tobillos, y sujetó la
cabeza de Vlad en el regazo.
—Por favor, escúchame —dijo él—. Quizá no tenga mucho tiempo. Tenías
razón. Apenas conocía a Elisabeta. Nos conocimos en un momento de crisis, cuando
ninguno de los dos teníamos motivos para vivir. Pero no la conocía. A ti, sí. A ti le
conozco, Tempest. Te conocí hace dieciséis años. Tú eres la mujer que amo, no puede
haber otra, ni nunca la ha habido. Quizá la atracción que sentí por Elisabeta hace
tanto tiempo se debió a que era un antepasado de tu descendiente espiritual. Tuyo.
Tempest. Sólo tuyo.
—Vlad. tenemos que hacer algo. Estás... estás...
—No. amor mío. No puedes hacer nada. Pero dime una cosa, por favor. Dime
que esta vez me crees. He venido a salvarte, no a matarte.
—Te creo y te quiero, Vlad. Te he querido siempre. Te quiero desde hace
dieciséis años,
Vlad suspiró como si le quitaran un gran peso del alma y sonrió.
—Gracias, Tempest.
Y entonces se le cerraron los ojos.

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Capítulo 16

Rhiannon se arrodilló junto a Vlad, que estaba apoyado en el regazo de Stormy.


Con lágrimas en los ojos, le acarició la cara.
—Mi señor —susurró—. Mi querido amigo, mi padre preternatural. Dios, cómo
odio verle morir.
—¡No! —exclamó Stormy sujetando a Vlad por los hombros y zarandeándolo—
. No puede morir. No puedes permitir que muera. Rhiannon, tenemos que hacer
algo.
—Es demasiado tarde.
—No, no lo es. Dale sangre. Dale mi sangre, y después taparemos la herida y lo
mantendremos vivo hasta el amanecer.
—Lo siento —dijo Rhiannon, casi sin voz, y volvió la cara—. No tienes ni idea
de cuánto lo siento.
—Aparta, Rhiannon.
Stormy dejó escapar un grito ahogado al escuchar la voz grave y profunda que
llegó desde la oscuridad. El hombre que estaba allí de pie poseía un aura palpable de
fuerza y poder. Stormy lo había visto sólo una vez, pero lo conocía. Era Damien,
quien fuera el antiguo gran rey Gilgamesh. Era el más antiguo y el más poderoso de
todos. El único vampiro vivo más antiguo que Vlad. El primero.
—Damien —susurró Rhiannon, poniéndose en pie—. ¿Cómo lo has sabido?
Stormy no podía dejar de mirar al vampiro. Éste parecía profundamente
afligido y se arrodilló inmediatamente junto a Vlad. Le tomó la mano.
—Aunque hace años que no nos vemos, Iskur es mi hermano. Nuestro vínculo
es muy poderoso.
—¿Iskur? —susurró Stormy.
—Ese era su nombre, antes de adoptar la nueva identidad. Es el nombre de...
—El dios sumerio de las tormentas —terminó Stormy. Con los ojos llenos de
lágrimas miró a Damien—. ¿Puedes ayudarlo, Damien?
—Sí. Si yo no puedo, nadie podrá.
Damien se subió la manga de la camisa, sacó una navaja y se hizo un corte en la
muñeca.
—¿Qué haces? —preguntó Stormy al verlo agacharse—. ¿No vas a...?
—Está demasiado débil para beber, Stormy —murmuró Damien—. Mi única
esperanza es que la sangre sea lo bastante poderosa para alcanzarlo así.
Damien sostuvo la muñeca con el tajo hacia abajo sobre la herida de bala en el
vientre de Vlad. Stormy le rasgó la camisa para darle mejor acceso a la herida, pero
eso también le hizo ver mejor el terrible agujero dejado por la bala y cerró los ojos.

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—Por los dioses —susurró Rhiannon—. Stormy, mira. Abre los ojos y mira.
Stormy se obligó a obedecer y miró de nuevo a Vlad.
—Oh, cielos, ¿qué está ocurriendo?
Una especie de bruma o vapor siseaba y salía por la herida a medida que la
sangre goteaba en su interior. Stormy nunca había visto una cosa así, ni tampoco
había leído ni oído nada similar.
—¿Qué está ocurriendo, Damien? —preguntó en un susurro.
—No estoy muy seguro. Es la primera vez que hago esto, pero es el método que
utilizó Utnapishtim para darme el don de la inmortalidad. El no era vampiro. A él
fueron los dioses quienes le concedieron la inmortalidad. El no tenía colmillos, podía
caminar a la luz del día, y alimentarse de carne y verduras. Cuando accedió a
hacerme inmortal, me abrió el pecho, se cortó la muñeca y después echó su sangre en
mi herida.
—Y así creó una nueva raza.
—Solamente espero... —Damien bajó la cabeza y la sacudió, como sacudiéndose
el sueño.
—Ya basta, Damien —susurró Rhiannon—. Te estás debilitando.
—Sólo un poco más —dijo él.
—Has dado todo lo que podías —insistió Rhiannon, sujetándolo por el
hombro—. Que dé resultado no depende de que tú te desangres.
Damien se sentó sobre los talones, y su cabeza cayó ligeramente hacia delante.
Rhiannon le sujetó el brazo y le ató rápidamente un trozo de tela que arrancó de su
vestido para detener la hemorragia.
La herida de Vlad continuaba siseando y de ella seguía emanando un vapor
blanquecino, cada vez más débil, hasta que por fin desapareció por completo.
Entonces Vlad gimió, parpadeó y abrió los ojos.
¡Estaba vivo!
Stormy se inclinó sobre él, sin apenas poder creer lo que acababa de ver.
—¿Vlad?
El la miró.
—No esperaba volver a verte, amor mío.
Vlad alzó una mano y tomó con ella la mejilla femenina. Stormy se apoyó en él,
sollozando de alivio y abrazándolo.
—¡Estás vivo! Dios, Vlad, creía que te había perdido.
—Yo también —dijo él, y la rodeó con los brazos—. Quizá... exista una
oportunidad para nosotros, Tempest.
—Existe —susurró ella—. Seguro que sí.
Entonces Vlad miró a Damien y abrió desmesuradamente los ojos.
—Mi rey —susurró.
—Tu hermano y amigo —le corrigió Damien—. Me alegro de que hayas
sobrevivido, Iskur.
—¿Sobrevivido? —repitió Vlad—. Me siento con unos poderes insospechados.
Algo nuevo y poderoso corre por mis venas —parpadeó al darse cuenta de lo que

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había ocurrido—. Me has dado tu sangre.


—Y te ha curado —dijo Rhiannon, ofreciéndole una mano para ayudarle a
ponerse en pie—. Supongo que ahora que tienes la sangre del primero corriendo por
tus venas, podrás ganarme en una pelea.
—Ya te he ganado antes, no lo olvides.
—No te engañes, Vlad. Te dejé ganar.
Vlad arqueó una ceja.
—¿Os habéis peleado? —preguntó Stormy.
—Me ha pedido el anillo y el pergamino —dijo Rhiannon—. No estaba segura
de si pensaba usarlos para salvarte o para matarte.
—¿Y te has enfrentado a él por mí?
—Brevemente —dijo Rhiannon—. Pero que no se te suba la cabeza, mi pequeña
mortal. Al final he decidido confiar en él y poner en riesgo tu vida —se volvió hacia
Vlad y le sonrió—. Me alegro de que no me hayas defraudado.
Vlad miró a Stormy, y sus ojos se encontraron.
Damien carraspeó.
—Será mejor que nos vayamos, Rhiannon. Estos dos tienen cosas... de qué
hablar.
Rhiannon asintió, abrazó a Vlad, le dio un beso en la mejilla y después lo soltó.
—A un par de kilómetros de aquí hay un barco atracado —le dijo ella—. Nos
refugiaremos allí hasta el amanecer. Aun te quedan unas horas.
—¿Ya es medianoche? —preguntó Stormy. Se había olvidado del poco tiempo
que le quedaba.
—Son las once y media —dijo Damien—. ¿Por qué?
—Será mejor que los dejemos solos —dijo Rhiannon, dándose cuenta de que si
Melina y Lupe fracasaban en su intento de liberar el alma de Elisabeta del cuerpo de
Brooke, era posible que a Stormy sólo le quedará media hora de vida—. Te lo
explicaré por el camino —dijo pasando el brazo por el codo de Damien y
llevándoselo de allí.

—¿Lo has dicho en serio? —preguntó Stormy a Vlad—. ¿Lo de que te sientes
más fuerte que nunca? ¿De verdad estás bien?
Vlad respondió con una sonrisa lenta y cargada de promesas. Le tomó la cara
entre las manos y la besó en la boca con ternura, largamente.
—¿Quieres que te lo demuestre?
—Sí. Sí, Vlad. Y date prisa. Porque si Melina y Lupe...
—Shh. No fracasarán —dijo él acariciándole con los dedos la mejilla y después
la garganta.
Stormy no quiso pensar en lo que ocurriría al llegar la medianoche. No quería
estropear lo que podían ser los últimos momentos con él. Si tenía que morir, moriría
en sus brazos. Y moriría feliz.
Vlad la amaba.

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La rodeó con sus brazos, la dobló hacia atrás y la besó como si quisiera
devorarla.
—Vlad —susurró ella.
En ese momento le estaba besando la garganta.
—No me digas que pare.
—Si paras te clavo una estaca —dijo ella—. Pero preferiría que fuéramos a otro
sitio.
—¿Dónde quieres ir, Tempest?
—A la playa. A la arena. No aquí, donde han pasado cosas tan horribles.
Vlad asintió y, antes de que ella pudiera reaccionar, la tomó en brazos y la llevó
hacia la playa.
—No más retrasos, Tempest. Estás a punto de ser devorada por un vampiro.
—Y no un vampiro cualquiera. Por el mismísimo Drácula. Y no por primera vez
—dijo ella.
—Ni la última —dijo él.
Cuando llegaron casi a la playa, Vlad encontró una zona de hierba y piedras
protegida por unas rocas y la depositó allí. Después, se acercó un momento a la orilla
donde se lavó los restos de la sangre de Damien del abdomen. Sólo tardó un
momento, y apenas una décima de segundo después se arrodillaba en la arena junto
a ella.
—Te quiero —le dijo.
—Tendrías que ser bien tonto para no hacerlo —dijo ella, sonriendo.
—El vampiro más tonto de la historia —dijo él, y le abrió la blusa.
Como si no pudiera esperar, se lanzó sobre los senos femeninos y los lamió y
succionó como si no pudiera contenerse. Stormy trataba de moverse y empujarle la
cabeza, pero él no se lo permitió, sino que continuó besándola y por fin le quito los
pantalones e hizo lo mismo con los suyos.
Stormy le acariciaba el cuerpo con las manos y le besaba el pecho con los labios.
Oh, Dios, qué hermoso era. No podía dejar de acariciarlo. Y de la herida de bala
apenas quedaba una cicatriz rosada.
—Eres el hombre más guapo que he visto en mi vida —susurró ella.
—Entonces no me extraña que haya elegido la mujer más guapa. Te he
esperado, Tempest. Te he esperado durante siglos.
Vlad le dobló y separó las rodillas, se colocó entre ellas y se deslizó en ella con
una naturalidad que sólo podía significar que estaban hechos el uno para el otro.
La llevó por dos veces al orgasmo antes de alcanzarlo él, y después se tumbó a
su lado, abrazándola como si fuera la cosa más preciada y querida que jamás había
tenido entre los brazos.
Pero en el fondo los dos estaban pensando en su mortalidad, aunque ninguno
lo mencionó en voz alta. Todavía no. Aún no era medianoche. Sólo faltaban unos
minutos, pero incluso si Stormy sobrevivía a aquella noche, seguían teniendo por
delante un futuro muy oscuro, y ella pensó que ya era hora de hablar del asunto.
—¿Vlad?

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—¿Hmm?
—Oye, incluso si Lupe y Melina lo consiguen, lo nuestro no puede durar. Yo no
tengo el antígeno. No puedo convertirme en uno de los tuyos. Existe un remedio que
podría alargar mi vida, pero no hay forma de saber si funcionará en mi caso o si
puedo conseguirlo.
Vlad se quedó en silencio unos momentos y la abrazó con más fuerza, como en
respuesta a la idea de tener que separarse de ella.
—Te querré toda mi vida. E incluso después.
Stormy apoyó la cabeza en el pecho musculoso y notó los dedos masculinos en
el pelo.
—Yo me haré vieja, pero tú seguirás siendo joven.
—No tan joven, Tempest. El cuerpo no envejece, pero todo lo demás sí. Por
dentro soy viejo, aunque mi cuerpo sigue teniendo la edad que tenía cuando me
cambiaron.
—¿A qué edad fue?
Él sonrió.
—A los veinte años.
Stormy cerró los ojos con fuerza.
—Dios mío, yo tengo treinta y seis.
—Vivo desde hace miles de años, Tempest. Yo soy el más viejo de los dos.
—Oh, eso lo sé, pero físicamente, yo envejeceré. Y eso también es importante.
—Para mí no —le aseguró él—. He pasado los últimos cinco siglos creyéndome
enamorado de una mujer muerta, una que no tenía cuerpo, no lo olvides.
—Me saldrán arrugas —susurró ella.
—Y yo te querré.
—Se me pondrá el pelo canoso.
—Y yo te seguiré queriendo.
—Se me pondrá el cuerpo fofo y arrugado.
—Y yo te querré aún más —le dijo él, besándola en la cabeza.
Stormy respiró profundamente y levantó la cabeza para poder verle los ojos.
—Moriré, Vlad.
Él le sostuvo la mirada.
—Entonces quizás sabré que también es el momento de dejar esta vida —dijo él.
—¡Vlad!
Vlad le sujetó las mejillas.
—Ahora no quiero hablar de eso, Tempest. Ahora no. Ya habrá tiempo para
arreglarlo más adelante. Ahora sólo quiero estar contigo. Sentir la alegría que has
traído a mi vida. Por los dioses, ¿sabes cuánto tiempo hace que no me siento así?
—¿Cómo... así?
—Feliz, Tempest. Muy feliz —Vlad miró al cielo y movió la cabeza—. Estoy en
el paraíso, gracias a ti.
Vlad continuó hablando, pero Stormy dejó de escuchar a causa de un repentino
zumbido en los oídos. En la cabeza.

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Frunciendo el ceño se sentó y se puso la camisa. Era bastante larga y no se


molestó en ponerse los vaqueros.
Vlad se incorporó sin comprender. La llamó, pero ella apenas lo oyó, por culpa
del zumbido.
Con los ojos clavados en la oscuridad, Stormy trató de adivinar qué era lo que
se movía en las sombras. Vio una mujer, y la reconoció. Era Elisabeta, y su aspecto
era el mismo que tenía en el retrato. Al principio, Stormy temió que Elisabeta hubiera
vuelto para terminar lo que había tratado de empezar.
Pero no. Su aspecto no era amenazador ni cruel. Había algo frágil en ella, y
miedo en sus ojos. Y Stormy se dio cuenta una vez más del gran parecido físico que
tenía con ella. Hubieran podido ser hermanas. Quizá lo fueran.
—¿Beta? —susurró Stormy.
—Me obligan a irme —exclamó Elisabeta—. Y no quiero irme.
El dolor en la voz de la joven encogió el corazón de Stormy, y en ese momento
se dio cuenta de que la Elisabeta que estaba viendo no era corpórea. Era opaca, casi
transparente. Melina y Lupe debían haber realizado ya el ritual.
Stormy sintió un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos.
—Es lo que hacemos todos al morir. Beta —dijo a la asustada joven—. Es algo
que tenemos que hacer. Mira, mira detrás de ti.
Elisabeta se volvió lentamente y vio lo que estaba mirando Stormy. Detrás de
ella, sobre el agua, brillaba una luz dorada. Su textura era como de oro líquido, y la
atraía como un imán. Tenía algo increíblemente hermoso, algo magnético, que
también atrajo a Stormy. Esta se acercó involuntariamente, y aún con todo no tuvo
miedo.
—Es preciosa —susurró Elisabeta.
—Sí.
Elisabeta se detuvo, tragó saliva, y después sujetó a Stormy de la mano.
—¿Me acompañas hasta allí?
Stormy asintió y caminó con ella hacia el resplandor. A medida que se
acercaban, algo se hizo visible en el interior de la luz: era una mujer. Probablemente
una diosa, un ángel, o una virgen. Pero parecía mucho más personal. Y su aspecto
era...
—Se parece a nosotras —susurró Stormy, mirando a su compañera.
Un reguero de lágrimas caía por las mejillas de Elisabeta. La mujer parecía estar
hablándole a ella, pero Stormy no podía oírlo. La expresión de la mujer dorada era
increíble; tranquila, cariñosa y trascendente.
—Lo sé —dijo Elisabeta en respuesta a las palabras de la mujer—. Sé que tenía
que haberme ido antes, pero estaba atrapada. Y después tenía miedo.
La mujer alzó una mano y se la ofreció a Elisabeta.
Elisabeta se volvió a Stormy y se secó las lágrimas.
—Ahora lo entiendo —dijo Elisabeta.
—Yo no. ¿Quién es, Beta?
—Es... es nosotras. Es tú, y yo y todas las mujeres que hemos sido. Es todas

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nosotras. Todas las que hemos sido o seremos. Es nuestro ser superior.
Stormy miró a la hermosa mujer de pie dentro de la luz dorada con los brazos
extendidos y se oyó suspirar:
—La quiero.
Elisabeta se soltó de su mano y echó a caminar hacia delante. Y entonces la
mujer abrió los brazos y la recibió en ellos, y fue como si Elisabeta fuera absorbida
por la luz.
Stormy estaba atemorizada, y entonces avanzó también hacia delante,
extendiendo las manos.
La mujer la miró a los ojos.
—Tú no, Tempest. Todavía no. No por mucho, mucho tiempo. Pero al menos
ahora estarás completa. Recuperarás las partes que te faltaban.
La mujer le enseñó las manos y de ellas surgió un rayo de luz dorada que fue
directo al pecho de Stormy. Fue como un martillazo de calor y luz que la echó hacia
atrás con la fuerza de un tren a toda velocidad. Y entonces la luz se desvaneció, y ella
se quedó sola en la oscuridad, pero ya no sentía miedo. Todo lo contrario. Se sentía
maravillosamente.

Vlad llevó Tempest a bordo del yate en un estado de pánico.


—¡Rhiannon! ¡Damien! ¡Ayuda!
Rhiannon corrió hacia él y lo alcanzó en la escotilla que llevaba al camarote.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Rhiannon, tomando a Vlad por el brazo y
llevándolo por la escotilla y las escaleras hasta uno de los camarotes.
Allí lo guió hasta un pequeño sofá, donde Vlad depositó a Tempest y se inclinó
sobre ella. Le acarició el pelo y la cara.
—No lo sé —respondió Vlad—. Estaba bien, y de repente ha echado a caminar
hacia el mar. Estaba... hablando con alguien. Con Elisabeta, creo. No paraba de
repetir su nombre, y de repente ha salido disparada hacia atrás y ha caído de
espaldas al suelo —Vlad se sujetó la cabeza con las manos—. Dioses, ¿ya ha pasado
la medianoche? ¿No han podido las mujeres de Atenea liberar a Elisabeta? ¿Se está
muriendo? —cerró los ojos—. No puede ser. Dioses, no puedo perderla ahora.
Rhiannon se inclinó hacia adelante y tocó a Stormy, palpándola y buscando
indicios de vida. Stormy estaba viva, eso lo sabía, pero entonces Rhiannon se detuvo
y, con los ojos muy abiertos, susurró:
—Por los dioses.
Vlad se asustó incluso más de lo que estaba.
—¿Qué, Rhiannon? ¿Qué ocurre? Por los dioses, dime que no he esperado todo
este tiempo sólo para volver a perderla.
—¿Perderla? —Rhiannon batió las largas pestañas un par de veces—. ¿No lo
notas? Vlad, ¿no lo hueles en ella?
Damien se acercó y susurró:
—El antígeno Belladona.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

Rhiannon lo miró a los ojos y asintió. Después miró a Vlad.


Y él lo sintió. Lo sintió como todos los vampiros podían sentir siempre a uno de
Los Elegidos. Aquella energía procedía de ella, de Tempest.
Alzó los ojos hacia la vampiresa que antaño él mismo transformó.
—Pero, ¿cómo puede ser?
En ese momento, Tempest parpadeó, abrió los ojos y susurró su nombre,
sonriendo.
—Es feliz —dijo Tempest—. Elisabeta es feliz.
Vlad no pudo hacer más que mirarla sin comprender.
—Melina y Lupe han debido llevar a cabo el ritual y la han liberado. La he
visto, Vlad. He caminado con ella. Dios, era precioso. Había una mujer, envuelta en
una magnífica luz dorada, o quizá ella fuera la luz. Beta fue a sus brazos y las dos...
se fundieron.
Vlad se dejó caer en el sofá para abrazarla con ternura.
—Me alegro de que haya encontrado la paz. Pero, Tempest, ¿estás bien?
—Estoy maravillosamente —respondió ella con una amplia sonrisa—. Mejor
que nunca. Esa mujer me ha dado algo. Me ha llenado con... algo.
Rhiannon apoyó una mano en el hombro de Vlad, y repitió despacio lo que le
había dicho en otra ocasión.
—Cuando morimos, nuestra alma se funde con nuestra alma colectiva, nuestro
ser superior. Este ser es nuestra fuente. Todo lo que somos se funde y se combina
para generar el alma siguiente, y la siguiente, y la siguiente. A Stormy le faltaba una
parte de sí. Esa parte era Elisabeta. La parte que nunca pudo fundirse con la fuente.
Ahora la tiene.
—¿Y esta parte incluye...? —preguntó él.
—El antígeno Belladona —susurró Rhiannon.
Stormy, que estaba mirando a Vlad, desvió los ojos a Rhiannon.
—¿Qué?
—Ahora eres una de Los Elegidos —le dijo Rhiannon—. Puedes transformarte
en uno de nosotros cuando lo desees.
Stormy miró a Vlad, y este asintió.
—No aspiro a comprenderlo como una sacerdotisa de Isis —dijo él—. Pero sí,
ahora tienes el antígeno. Y no está debilitado, ni diluido, ni diferente como ocurrió en
el caso de Brooke. Probablemente porque debió haber sido parte de ti desde siempre.
—Entonces... —Stormy parpadeó y buscó en los ojos masculinos—. ¿Entonces
podremos estar juntos, para siempre?
—Si quieres, Tempest.
Stormy le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó.
—Claro que quiero. Ya lo sabes.
Rhiannon sonrió.
—Oh, que los dioses se apiaden de nosotros. Stormy la miró sin entender.
—Eh, no me mires así. Como mortal, ya te gusta bastante ir de listilla. Detesto a
los listillos.

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—Tú eres el mejor ejemplo —dijo Damien riendo.


—No, yo soy un ejemplo de arrogancia —dijo ella—. Y con razón. No es lo
mismo.
—Entendido.
—Nos llevará a todos de calle —dijo Rhiannon a Damien mientras los dos se
dirigían a la puerta del camarote.
Pero al llegar al umbral, volvió la cabeza, miró a Stormy y le guiñó un ojo.
Stormy lo tomó como una bienvenida a la familia.

Vlad la llevó a la cubierta superior, sobre la que brillaba la luz de la luna que se
alzaba llena en el cielo. No tardaría en ponerse y dar paso al sol, y Vlad no perdió el
tiempo. Se quitó toda la ropa, la desnudó también a ella, y después se rodeó la
cintura con las piernas femeninas y la penetró. Y mientras se movían juntos, él clavó
los dientes en la garganta de su amada y bebió su esencia. Bebió hasta que la sintió
temblar, hasta que la sintió debilitarse, hasta que se hundió tan completamente en
sus brazos que era como si fueran uno. Y entonces, se hizo un corte poco profundo en
la yugular con la punta de un cuchillo y alzó hasta allí la cara femenina.
Stormy no se movió hasta que la sangre le rozó los labios. Y entonces entreabrió
los labios y la saboreó ligeramente. Un momento después succionó con más fuerza y
bebió, y bebió, y bebió. Mientras lo hacía, Vlad se movía dentro de ella, e inclinó la
cabeza para beber más de ella.
Así unidos, con las bocas en las gargantas, y los cuerpos en uno, moviéndose y
bebiéndose permanecieron un rato. Y para cuando él derramó su semilla en ella, su
sangre se había mezclado por completo.
Stormy quedó inerte en sus brazos, y él la recogió en brazos y la bajó al
camarote. Allí les esperaba una cama y unas sábanas. Vlad la tumbó en la cama y se
tendió a su lado.
—¡Escucha! —dijo ella de repente—. ¿Lo oyes?
—¿El qué, amor mío?
—El mar. Lo oigo...
—Normal. Estamos en un barco —dijo él con una sonrisa, aunque sabía
exactamente a qué se refería.
—Sí, pero es diferente. Oigo... cómo nadan los peces. Y los huelo, no como
antes, sino mucho más, pero es...
Vlad asintió.
—Lo sé. Tus sentidos se han agudizado, probablemente su capacidad se ha
multiplicado por cien, y es probable que pronto se haya multiplicado por mil. Serás
muy poderosa, Tempest. Tan fuerte como Rhiannon. Quizá más.
—¿Tan fuerte como Rhiannon? —a Stormy le gustó la idea.
Vlad asintió.
—Quizá. Con el tiempo. Mi sangre es muy antigua. Sólo hay un vampiro con
sangre más antigua, y ahora también corre por tus venas, al igual que por las mías.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

—Damien —susurró ella.


—Gilgamesh —confirmó él.
Stormy suspiró y se apretó contra él.
—No me importa no ser tan fuerte, Vlad —le aseguró ella.
—¡Qué mentirosa eres, Tempest!
Stormy sonrió y le besó el pecho.
—Bueno, vale, me importa. Me encanta ser poderosa. Y pienso provocar a
Rhiannon con eso el resto de nuestras vidas y disfrutar de cada minuto —dijo
Stormy, y se echó a reír sólo de pensarlo.
Le gustaba la relación provocadora y casi amistosa que había desarrollado con
la vampiresa a la que en el pasado consideró la más altiva de cuantos vampiros tuvo
la oportunidad de conocer.
—Pero más que eso —susurró, concentrando su atención en lo importante—,
más que nada, Vlad, me encanta estar contigo.
—Estarás conmigo —le prometió él—. Para siempre.
Vlad la besó profundamente, y cuando interrumpió el beso, Stormy se acurrucó
en sus brazos y supo que seguiría estando allí cuando despertara. Y de nuevo una y
otra vez, cada atardecer, durante el resto de la eternidad.

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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
MAGGIE SHAYNE
Aficionada al género de terror desde niña, reinventaba las historias
clásicas para darles un final romántico. Para ella Drácula, la momia o
el hombre lobo son novelas de amor. Lectora voraz y escritora
prolífica desde la infancia, Maggie se encontró sin un libro que leer
mientras acunaba a su hijo enfermo. De modo que en su lugar
comenzó a inventar su propia historia, creando una trama que se
desarrollaba en sus pensamientos hasta que, unos pocos días más tarde, tomó asiento
y plasmó la historia en papel.
Autora de más de 40 novelas, y ganadora del premio RITA. Sus novelas
incluyen desde westerns caseros, lujosas historias y cuentos de hadas modernos.
Pero sus mejores libros son los que se encuadran en el llamado romance paranormal.
La clave para combinar dos géneros tan dispares como el terror y el amor, es la
redención de la bestia gracias al poder del amor.
Maggie vive en Otselic Valley, en el estado de Nueva York con su marido y sus
cinco hijas.

EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO


Vlad Dracul era más viejo que su propia leyenda, pues llevaba siglos surcando
la tierra en busca de la reencarnación de su esposa, Elisabeta. Ahora creía haber
encontrado a quien albergaba el alma de su amada y deseaba hacerla suya para
siempre.
Tempest Jones era mortal, pero hacía mucho que sentía que había algo dentro
de ella tratando de controlarla, una sensación que se hacía más intensa cuando estaba
cerca de aquel oscuro príncipe. Al mismo tiempo que negaba la pasión que la atraía a
él, Stormy se resistía a que Elisabeta se apoderara de su mente y de su cuerpo para
estar con Vlad.
Los sentimientos de Vlad por Stormy desencadenaron en Elisabeta una ira
incontrolable. Exigía alcanzar su destino y amenazaba con destruir a su rival,
dejando a Vlad con la angustia de saber lo que habría podido ser. Ahora sólo él podía
elegir quién viviría y quién moriría.

***

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Editado por HARLEQUTN IBÉRICA, S. A.
Hermosilla, 21
28001 Madrid

© 2006 Margaret Benson. Todos los derechos reservados.


EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO, N° 188 - 1. 10. 07
Título original: Prince of Twilight
Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

I. S. B. N. : 978-84-671-5624-9
Depósito legal: B-37974-2007
Editor responsable: Luis Pugni
Impresión y encuadernación: LITOGRAFÍA ROSES. S. A.
C/. Energía, 11. 08850 Gavá (Barcelona)
Fecha impresión Argentina: 29. 3. 08
Distribuidor para México: CODIPLYRSA
Distribuidor exclusivo para España: LOCISTA
Distribuidores para Argentina: interior, BERTRÁN, S. A. C. Vélez
Sársfield, 1950. Cap. Fed. / Buenos Aires y Gran Buenos Aires,
VACCARO SÁNCHEZ y Cía, S. A.
Distribuidor para Chile: DISTRIBUIDORA ALFA, S. A.

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