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EL PRÍNCIPE DEL
CREPÚSCULO
ÍNDICE
Prólogo............................................................................... 3
Capítulo 1........................................................................... 9
Capítulo 2......................................................................... 21
Capítulo 3......................................................................... 29
Capítulo 4......................................................................... 39
Capítulo 5......................................................................... 49
Capítulo 6......................................................................... 55
Capítulo 7......................................................................... 64
Capítulo 8......................................................................... 68
Capítulo 9......................................................................... 79
Capítulo 10....................................................................... 87
Capítulo 11....................................................................... 96
Capítulo 12..................................................................... 102
Capítulo 13...................................................................... 111
Capítulo 14...................................................................... 117
Capítulo 15...................................................................... 128
Capítulo 16...................................................................... 145
Prólogo
Siglo XV
Rumania
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
soportar el dolor de un día? Te dije que volvería. ¿Por qué no pudiste creerme?
Un suave crujido acompañado de la brisa nocturna y el carraspeo de un anciano
le avisaron de que no estaba solo. Vlad se obligó a incorporarse y mirar a su padre.
No era su verdadero padre, pero el hombre había llegado a ser para él tan padre como
cualquiera, desde Utnapishtim.
El anciano rey estaba pálido y tembloroso. Había perdido a una nuera a la que
estuvo a punto de amar, y durante tres días creyó que también había perdido a su hijo.
El rey cruzó la capilla con pasos lentos e inseguros, rodeó con sus frágiles brazos
los hombros de Vlad y lo abrazó con fuerza, con toda la fuerza que le permitía su
debilitado cuerpo.
—Vivo —murmuró—. Por todos los dioses, hijo mío, estás vivo.
Vlad cerró los ojos y abrazó a su padre a su vez.
—Vivo, padre, pero en este momento no contento por estarlo —dijo Vlad
mirando de nuevo a su amada.
Su padre también lo hizo. Soltó a Vlad y se acercó al féretro.
—No sabes cuánto me apena verte sufriendo así, y cuánto más ser testigo de la
pérdida de una joven preciosa como Elisabeta.
—Lo sé.
—Tu amiga, la mujer extranjera, ¿te ha contado algo?
Vlad asintió.
—Rhiannon es una vieja amiga. Y muy querida. Me ha dicho que vino a
visitarnos y felicitarnos justo después de ser yo llamado a defender nuestras fronteras.
—Cierto. Le dimos alojamiento. Muy exigente es, por cierto, y creo que no tenía
una opinión muy favorable de la novia que habías elegido. ¿Acaso los dos...?
—Éramos lo más amigos que dos personas pueden ser —dijo Vlad—, pero sin
compromiso. No podía estar celosa.
—Dijo que la princesa era... ¿cuál fue la palabra que usó? Ah, sí, una quejica —le
contó el anciano rey—. Y se lo dijo a la cara.
Vlad asintió, sin dudarlo ni un momento.
—Cuando llegó la nueva de que habías muerto en el campo de batalla, la pobre
Elisabeta se encerró en la habitación de la torre. Ordené a mis hombres que echaran la
puerta abajo hasta que...
—Lo sé, padre. Sé que hicisteis todo lo que estuvo en vuestras manos.
El rey bajó la cabeza, quizá para ocultar las lágrimas que nublaron los ojos
azules.
—Dime qué puedo hacer para aliviar tu dolor.
Vlad lo pensó, concentrándose intensamente. Rhiannon no era una mujer
cualquiera, sino una antigua sacerdotisa de Isis e hija de Faraón, experta en las artes
ocultas. Ella le había asegurado que en el futuro volvería a reunirse con Elisabeta.
Quinientos años más tarde, en caso de que ella viviera tanto tiempo. Lo que no le
prometió fue que Elisabeta fuera después de tanto tiempo la misma mujer que amó y
perdió, ni que ella pudiera recordarlo y amarlo de nuevo.
—Hay algo que puedo hacer por ti —dijo el rey—. Lo veo en tus ojos. Habla,
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por entre las costillas del hombre. Sin embargo, en lugar de eso lo dejó en el suelo.
—¿Cuánto tiempo? ¿Cuándo, exactamente, eclipsará a Venus esa Estrella Roja
de la que habláis?
—No hasta dentro de unos... de unos quinientos veinte años, mi señor, según
nuestros cálculos.
Vlad tragó su dolor y su ira. La predicción de Rhiannon hablaba del mismo
tiempo: que él volvería a encontrar a Elisabeta pasados quinientos años. Su principal
preocupación en ese momento fue cómo lograría sobrevivir tanto tiempo sin ella;
cómo podría soportar tanto dolor.
Ahora tenía una preocupación añadida. ¿La encontraría a tiempo para realizar
el hechizo, para llevar a cabo el ritual de los magos y devolverle sus recuerdos y su
alma?
Por los dioses que tenía que ser así. Estaba resuelto a que así fuera. No podía
fallar.
De ninguna manera.
Él no era un hombre cualquiera, ni siquiera un vampiro cualquiera.
Él era Drácula.
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Capítulo 1
Época actual
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—Porque aquí es donde está —dijo Melina, mientras recorría con los ojos varios
objetos de plata protegidos en otra vitrina.
Se trataba de cuencos, urnas y distintos tipos de colgantes y brazaletes también
antiguos y totalmente faltos de lustre.
—¿Dónde está qué?
—Lo que quiero que vea. Pero no estará aquí mucho tiempo —le dijo—. Forma
parte de una exposición itinerante. Se trata de una serie de objetos descubiertos
recientemente en una excavación arqueológica en el norte de Turquía.
Stormy la miró, esperando a que la mujer continuara hablando, pero Melina
siguió caminando entre diagramas y dibujos de excavaciones enmarcados como obras
de arte, sin prestarles excesiva atención. Después, se dirigió hacia las puertas abiertas
que daban paso a una sala de mayores dimensiones.
En ella, había una serie de objetos antiguos expuestos en las paredes, todos bien
protegidos dentro de sus cajas de cristal. Objetos de latón, cuchillos con hojas
metálicas y empuñaduras de hueso y marfil elaboradamente talladas. Stormy echó un
vistazo a los objetos expuestos, y después se frotó los brazos. De repente se dio cuenta
de que estaba helada y deseó que subieran la temperatura.
—No entiendo por qué no ponen la calefacción. Hace un frío insoportable —
murmuró.
Entonces, para distraerse del frío, tomó un folleto de una estantería cercana y
empezó a leerlo. Según el folleto, los objetos encontrados no pertenecían a la cultura
de la zona donde fueron localizados, y muchos eran probablemente parte de un botín
de guerra llevado hasta allí por los soldados que los saquearon en tierras lejanas y
enemigos conquistados. Los científicos que habían descubierto el lugar creían que la
excavación arqueológica había sido un monasterio, un lugar donde los hombres iban
a estudiar magia y las artes ocultas.
—Aquí está —dijo Melina.
Stormy miró a la mujer que estaba delante de una pequeña vitrina colocada sobre
un pedestal a pocos metros de ella. En el interior del pequeño cubo de cristal y sobre
una base acrílica transparente, había un anillo. Era un anillo grande y ancho, con el aro
grabado y una piedra roja enorme incrustada. Sin lugar a dudas, la piedra era auténtica.
—Es un rubí —informó Melina confirmando las sospechas de Stormy—. Su
valor es incalculable. ¿Verdad que es increíble?
Stormy no respondió. No podía apartar los ojos del anillo. Por un momento, fue
como si estuviera viéndolo a través de un largo y oscuro túnel. A su alrededor todo se
oscureció y su campo de visión se ciñó al anillo. Y entonces oyó una voz.
—¡Inelul else al meu!
La voz... había salido de su garganta. Sus labios se movían, pero no era ella quien
los movía. La sensación era como si se hubiera convertido en una marioneta, o el
muñeco de un ventrílocuo. Su cuerpo también se movía por propia voluntad, a la vez
que sus manos sujetaron la vitrina por los lados y la elevaron de su base.
Una mano la sujetó con fuerza por el brazo y la apartó.
—Señorita Jones, ¿qué demonios está haciendo?
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Al salir precipitadamente por las puertas del museo, Stormy no recordaba con
certeza qué le había dicho a Melina Roscota al oír su propuesta, aunque sí sabía que
tenía que ver con hacer algo anatómicamente imposible. Sin detenerse, Stormy regresó
al Hotel Royal Arms, donde entregó las llaves del coche y un billete de diez dólares a
un aparcacoches.
—Cuídalo como si fuera tuyo —le advirtió—. Es muy especial.
El joven le prometió hacerlo y ella lo observó alejarse al volante de su reluciente
Nissan negro con matrícula personalizada, Bella-Donna, hacia el aparcamiento al otro
lado de la calle. Nada más perderse de vista en la oscuridad del túnel de entrada,
Stormy oyó un chirrido de ruedas y maldijo para sus adentros.
—Un arañazo, tío, y te enteras —gruñó en voz baja—. Me lo traes con un
arañazo y...
—¿Señora?
Stormy se volvió y se encontró con el portero que la miraba con extrañeza en los
ojos.
—¿Va a entrar? —le preguntó el trabajador del hotel.
—Dígale a ese imbécil cuando vuelva que si me araña el coche se las tendrá que
ver conmigo —advirtió al portero—. Y es señorita —le corrigió—. No todas las
mujeres de treinta y tantos están casadas, que lo sepa.
—Por supuesto, señorita —dijo el hombre, sin expresión en el rostro.
Stormy se dirigió a su habitación y abrió el grifo de la bañera. Quería poner a
Max al corriente de todo lo sucedido mientras se daba un baño. Estaba preocupada.
Estaba inquieta. Estaba muerta de miedo por el fuerte e inesperado impacto del anillo
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en ella.
Además, había hablado claramente en rumano. Y sabía con exactitud lo que
había dicho, aunque no hablaba ni una palabra de ese idioma.
«El anillo me pertenece».
Elisabeta. Había tenido que ser su voz.
Stormy había empezado a tener los síntomas hacía dieciséis años. Síntomas
como entrar en trance, hablar un idioma desconocido, ponerse agresiva, atacar
incluso a sus mejores amigos y, normalmente, no recordar nada después. Era como
estar poseída por un alma ajena, como si su cuerpo fuera la marioneta cuyas cuerdas
eran manipuladas por un desconocido.
Max le había dicho que durante esos momentos le cambiaban los ojos de color, y
se tornaban de su tono azul celeste y transparente como el cielo a un negro profundo
como el ébano.
A través de la hipnosis Stormy había conocido el nombre de la intrusa. Elisabeta.
Y había sabido, sin ningún género de duda, que la mujer tenía algún tipo de relación
con Vlad. Una relación íntima.
Vlad había sufrido un ataque y la había tomado como rehén para poder escapar.
Incluso entonces, Stormy sintió una profunda atracción por él, por el cuerpo
musculoso y fuerte, por los cabellos largos y negros como las alas de un cuervo.
Stormy recordó pensar en él como si fuera el único hombre del mundo. O quizá no
fueron más que imaginaciones suyas. Una fantasía deliciosamente erótica que la dejó
con un profundo dolor en el cuerpo y en el alma. Stormy recordaba había tenido la
esperanza de que él le ayudara a resolver el misterio de la identidad de Elisabeta, un
ente que no dejaba de perseguirla e intentar apoderarse de ella. Y quizá Vlad lo hizo.
Porque a su regreso, Max le dijo que había sido cautiva de Vlad durante una semana,
a pesar de que ella no recordaba nada.
Sólo sabía que desde entonces apenas había vuelto a sentir la presencia del alma
de la intrusa, y había llegado a la conclusión de que era la cercanía de Vlad lo que
despertaba a la intrusa de su letargo y la hacía cobrar vida.
Y seguía estando allí. Stormy nunca lo había dudado, a pesar de mantener la
esperanza de estar equivocada. Quería estar equivocada, por supuesto, pero sabía que
Elisabeta, fuera quien fuera, estaba siempre al acecho en su interior, agazapada,
esperando... algo.
Stormy dejó de pasear por la habitación, se detuvo delante del espejo y se sujetó
la cabeza con las manos.
—Creía que te habías ido, maldita sea —susurró—. Estaba casi convencida de que
no volverías jamás. No he sabido nada de ti en dieciséis años. ¿Y ahora vuelves? ¿Por
qué? ¿Me desharé alguna vez de ti, Elisabeta?
Unos golpes en la puerta la sorprendieron y la hicieron volver la cabeza.
—Por favor, señorita Jones —dijo Melina Roscova desde el otro lado de la
puerta—. Déme sólo diez minutos para que se lo explique. Diez minutos. Es todo lo
que necesito.
Stormy suspiró, levantó los ojos al techo con paciencia y fue al cuarto de baño a
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cerrar los grifos antes de ir a abrir la puerta. No esperó a que Melina entrara; dejó la
puerta abierta, dio media vuelta y volvió hasta la pequeña mesa en el extremo opuesto
de la habitación. Allí sacó una silla y la señaló con la cabeza, invitando a la recién
llegada a sentarse.
—Somos detectives —dijo a la mujer.
Del minibar de la habitación sacó una lata de ginger ale y una diminuta botella
de whisky. Echó el contenido de ambas en un vaso alto con hielo.
—No somos ladrones. No quebrantamos la ley, señorita Roscova. Por ningún
precio.
—Llámeme Melina, por favor —dijo la mujer sentándose—. Y sólo quiero que
escuche lo que tengo que decir. Ese anillo... tiene poderes.
—Poderes.
Stormy repitió las palabras en tono seco, sin inflexión, y después bebió un largo
trago del vaso.
—Sí, poderes que podrían, si caen en las manos equivocadas, alterar el orden
sobrenatural de manera quizá irrevocable.
—¿El orden sobrenatural?
—Sí. Escuche, es muy sencillo. Permítame que se lo explique. Prométame
primero que quedará entre usted y yo, y después, si continúa negándose, no volveré a
molestarla.
Stormy bebió la mitad del whisky con ginger ale de un trago y se sentó.
—¿Y le basta mi palabra de que esto será confidencial?
—Sí.
—¿Por qué?
Melina parpadeó, y Stormy tuvo la sensación de que la mujer, tras una breve
reflexión, se decantó por una respuesta honesta y directa.
—Porque mi organización lleva años observándola. Sabemos que siempre
cumple su palabra, y sabemos que ha guardado secretos más grandes que los
nuestros.
Otro largo trago. El vaso se estaba quedando vacío y Stormy iba a necesitar otro.
Siete dólares canadienses por un trago de whisky. Que de momento merecía la pena
pagar.
—¿Su organización?
—La Hermandad de Atenea existe desde hace siglos —explicó Melina hablando
despacio y con cuidado, meditando bien cada frase antes de decirla—. Somos un
grupo de mujeres dedicadas a observar y conservar el orden sobrenatural —se
humedeció los labios—. En realidad es el orden natural, pero nos concentramos
fundamentalmente en lo que la mayoría de la gente considera sobrenatural. Las cosas
son como tienen que ser. Los humanos tienen la mala costumbre de querer interferir,
pero nosotras no, a no ser que sea para evitar esa interferencia.
Stormy arqueó las cejas en un interrogante casi divertido.
—Los humanos, ¿eh? —miró a la mujer—. Lo dice como si hubiera seres no
humanos.
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—Las dos sabemos que los hay —afirmó la mujer de forma categórica.
Las dos mujeres se quedaron en silencio, mirándose una a otra, como
midiéndose.
¿Era posible que Melina Roscova conociera la existencia de los vampiros?, pensó
Stormy mirando a su visitante.
Por fin se aclaró la garganta.
—Esto me suena muy familiar, Melina, lo que no significa que sea positivo. ¿Ha
oído hablar de una agencia gubernamental conocida como el DIP?
—No tenemos nada que ver con la División de Investigaciones Paranormales,
Stormy. Se lo prometo. Y nuestra financiación es privada, no gubernamental —
Melina se humedeció los labios—. Nosotras protegemos el mundo sobrenatural, no
buscamos destruirlo ni experimentar con él como hace la DIP. Nosotras somos las
guardianas de lo desconocido.
Stormy asintió con la cabeza.
—¿Y para qué quiere el anillo?
—Únicamente para evitar que caiga en manos equivocadas y se utilice para hacer
el mal.
—¿Y yo tengo que creerla? —preguntó Stormy con escepticismo—. No sólo eso. Me
está pidiendo que basándome en sus palabras entre ilícitamente en el museo y robe una
joya antigua de un valor incalculable.
—Así es —asintió Medina bajando la cabeza—. Siento no poder contarle más,
pero cuantas más personas conozcan los poderes del anillo, más peligroso será.
Stormy suspiró.
—Lo siento. Tendrá que disculparme, porque yo no puedo hacerlo. Incluso si
quisiera, mis socios, Max y Lou nunca lo aceptarían.
Melina asintió con tristeza y resignación.
—Está bien. Supongo que tendremos que encontrar otra manera —dijo la mujer.
—Exactamente. Buenas noches, Melina, y buena suerte.
—Buenas noches, Stormy.
Melina se levantó y salió de la habitación del hotel. Stormy la siguió sólo para
cerrar la puerta desde dentro, y después volvió a abrir los grifos y llenarse de nuevo
el vaso con una generosa dosis de whisky y un chorro de ginger ale.
Vlad leyó por cuarta vez la breve noticia publicada en el Easton Press para
cerciorarse de que no era producto de su imaginación. En ella se hablaba de una
nueva exposición de objetos encontrados en Turquía, en ese momento en un museo
canadiense.
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Pero podía. Claro que sí. No había motivos para dudar de que fuera el anillo
que había colocado en el dedo de su amada esposa siglos atrás. Y sin embargo, no
quería creerlo. Creer entrañaba esperanza, y la esperanza podría significar dolor y
pérdida. No estaba seguro de poder sufrir más de lo que había sufrido.
A pesar de sus esfuerzos para olvidarla, no había podido. Ella tenía un poder
sobre él tan fuerte como cualquier servidumbre impuesta por él a un mortal.
Los vampiros no soñaban, pero Drácula sí. Soñaba con ella. Con Tempest... o
Elisabeta o... las dos estaban tan entrelazadas y mezcladas en su mente que no sabía
distinguir sus sentimientos hacia la una de sus sentimientos hacia la otra. No sabía
cómo distinguirlas.
Vlad había adquirido una pequeña península en la costa de Maine y había
utilizado sus poderes para ocultar el lugar a los ojos de los curiosos. Un paseante sólo
vería un lugar envuelto en brumas, nieblas y árboles, no la espectacular mansión que
se había construido. La mansión se hallaba tan sólo a treinta kilómetros de Easton
donde Tempest, que insistía en hacerse llamar Stormy, vivía con sus amigos Maxine y
Lou en otra mansión.
Durante lodos estos años la había vigilado y observado, pero a lo lejos, sin
acercarse nunca demasiado, sin tocarla ni hacerle sentir su presencia. Pero él sabía
todo lo que hacía. También sabía de los vampiros que compartían la mansión con los
mortales y les ayudaban en sus investigaciones: Morgan de Silva y Dante, que había
sido engendrado por Parafina, a su vez engendrado por Bartrone. La vampiresa
Morgan era hermana gemela de la mortal Maxine, y aunque no habían vivido juntas
durante su infancia, ahora estaban muy unidas.
También conocía a la familia de Tempest: sus padres estaban retirados y vivían
en Florida, donde ella los visitaba dos veces al año. También conocía sus relaciones
con otros hombres, aunque saberlo lo mataba. A veces Tempest salía con hombres, y
en todas aquellas ocasiones, sin excepción, a Vlad le dominaba una ira que apenas
lograba contener.
En esos momentos era peligroso, y cuando la rabia era superior a sus fuerzas se
obligaba a marcharse lejos. Era la única manera de evitar terminar con todos los
cerdos que le habían puesto la mano encima, y seguramente con ella también.
Pero todas las relaciones de Tempest habían sido pasajeras. Nunca la había
sentido enamorarse y sentir por nadie lo que quería pensar que había sentido con él.
Vlad lo sabía lodo sobre ella. Sobre su vida y sus gustos, y también que no le
quedaba mucho tiempo.
La fecha que aquellos brujos de antaño habían incluido en sus hechizos se
acercaba rápidamente. La llamada Estrella Roja del Destino iba a eclipsar a Venus en
apenas cinco días. Y cuando eso ocurriera, Elisabeta cruzaría al otro lado, junto con
Tempest, y las perdería a los dos para siempre. Cielos, la idea era insoportable.
Aunque lo cierto era que, a nivel práctico, ya las había perdido. A menos que...
Tempest no estaba en la mansión. Estaba resolviendo uno de sus casos con sus
dos colegas de agencia y esta vez no la había seguido. Afortunadamente.
Vlad permaneció de pie junto a las ventanas abovedadas del salón. La chimenea
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Stormy no sabía qué demonios hacer, aunque lo que sí sabía era que iba a tener
que conseguir aquel anillo, porque si era «el anillo» no podía arriesgarse a que cayera
en manos de nadie más. Ni siquiera de Melina y su maravillosa Hermandad de
Atenea, de la que no sabía nada y tampoco se fiaba ni un pelo.
Ni tampoco de Vlad. Cielos, él no.
El anillo tenía una especie de poder sobre ella. Era el anillo que había despertado
a Elisabeta de su letargo y le había permitido tomar las riendas de su cuerpo de
nuevo. Y era el anillo, ahora estaba más segura que nunca, al que hacía referencia el
leve recuerdo que se había abierto paso en su mente.
Si Vlad sabía que el anillo estaba allí, iría a buscarlo. Nada lo detendría si ése era
su objetivo. Y sólo Dios sabía lo que haría con él una vez en sus manos. ¿Utilizarlo
quizá, para devolver la vida a la cruel y vengativa Elisabeta que seguía habitando
aletargada en su interior? No podía volver a pasar por eso. Tenía que deshacerse de
la intrusa de una vez por todas.
Tenía que destruir el anillo. Quizá ésa fuera la solución. Sin la existencia del
anillo, sus poderes, cualesquiera que fueran, también dejarían de existir. Ésa era la
respuesta. Destruirlo, fundirlo y romper el rubí en mil pedazos.
Pero para eso necesitaba un plan. Primero decidió no decir nada a Max y a Lou;
todavía no. Primero porque estaban trabajando en otro caso fuera del país, y en
segundo lugar porque Max era muy protectora con ella. Y Stormy debía solucionarlo
sola, sin sentir la necesidad de explicar, justificar o defender sus decisiones.
Metida en la bañera, con el tercer whisky en la mano, dio vueltas y vueltas a
cómo hacerse con el anillo, no para Melina sino para ella.
Así se quedó dormida, con el vaso vacío en el suelo y tratando de ignorar las
imágenes que le atormentaban. Imágenes de Vlad.
Y entonces, en sueños, lo vio. Un recuerdo del pasado.
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Vlad la había mandado a dormir en el diminuto camarote del velero que había
utilizado para huir después de secuestrarla, diciéndole que pronto llegarían a su
destino.
Ya debían haber llegado, pensó ella al despertarse y no sentir el suave balanceo
del mar bajo ella. Pero en aquel lugar reinaba la más absoluta oscuridad, y era
imposible saber dónde estaba.
Stormy rodó hacia un lado y estiró una mano para buscar una lámpara o algo,
pero se dio contra una pared sólida. Qué raro. Lo más probable era que ya no
estuvieran en el barco, porque allí la pared estaba bastante más alejada de la cama.
Pasó la palma de la mano por la pared y comprobó que estaba empapelada en tela, una
tela tan suave como el satén.
Parpadeando por la perplejidad, movió la mano hacia arriba y encontró otra pared
suave y forrada en satén detrás de su cabeza.
Con un nudo en el estómago, rodó rápidamente hacia el otro lado con las dos
manos estiradas y encontró otra pared. Una terrible sospecha se abrió en su mente.
Respirando aceleradamente, con el corazón latiendo de desesperación, dirigió las
palmas hacia arriba, pero rápidamente se encontró con un techo forrado en satén.
«¡Estoy en un ataúd!», gritó para sus adentros. «¡Estoy atrapada en un ataúd!
¡Me voy a asfixiar!».
El pánico se apoderó de su cuerpo. Apretó los puños y golpeó el techo, dobló las
rodillas todo cuanto el espacio le permitió y pateó con fuerza los lados y el fondo. Y
empezó a gritar con todas sus fuerzas.
—¡Sácame de aquí! ¡Abre este maldito ataúd y sácame de aquí!
Sorprendida comprobó que con los golpes el techo fue alzándose poco a poco, y
se dio cuenta de que, aunque estaba en una caja, no estaba encerrada.
La tapa se abrió por completo y por fin pudo ver. y lo que vio fue a un hombre
de pie junto a la caja, mirándola. Parecía cansado, agobiado; llevaba los tres botones
superiores de la camisa desabrochados y una larga melena negra suelta y despeinada.
El hombre estiró las manos hacia ella.
Stormy las apartó con un gesto malhumorado y sujetando los lados de la caja,
se incorporó y saltó al suelo. Con un estremecimiento, se rodeó el cuerpo con los
brazos, bajó la barbilla y cerró los ojos.
Él le tocó los hombros. Su cuerpo reaccionó con calor y hambre, pero luchó para
ignorar ambas sensaciones.
—Lo siento. Tempest. Pensaba haberte sacado de ahí para cuando despertaras,
pero...
Stormy le dio un puñetazo. Con fuerza. Directamente en el plexo solar. Escuchó con
satisfacción el gruñido de dolor, y cuando abrió los ojos y lo vio tambalearse hacia atrás,
su satisfacción aumentó.
—Cerdo.
—Tempest, deja que te explique...
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Capítulo 2
Vlad se mantuvo a distancia del resto de los visitantes del museo. Mortales.
Turistas. Grupos de niños con sus profesores. Sin llamar la atención se adentró en la
pequeña sala donde estaba la exposición itinerante de Anatolia y se acercó a la vitrina
donde descansaba el anillo. Al verlo, los recuerdos afluyeron a su mente, a su alma, pero
los rechazó.
No era fácil. Recordó quitarse el anillo del dedo meñique y ponérselo a Elisabeta
en el índice, el único del que no se le caía. En su mano pequeña y delicada el anillo era
grande, fuerte y poderoso, y parecía marcarla como si fuera una posesión suya.
—¿Señor? Perdone, señor —dijo una voz de mujer.
Vlad parpadeó y miró a la mujer uniformada que se acercaba, totalmente ajeno a
su presencia y al largo rato que llevaba contemplando el anillo.
—El museo va a cerrar. Debe marcharse, señor.
—Sí, por supuesto.
La mujer se alejó y él miró el anillo por última vez. Lo había encontrado por fin,
y sí, saldría del museo, de momento. Pero nada, absolutamente nada, le impediría
hacerse con el anillo.
Cerró los ojos y salió al exterior, pero en cuanto se vio envuelto por la fresca
brisa de la noche, notó la presencia de algo más, algo que no esperaba.
—Tempest —susurró, sabiendo que estaba cerca.
Y lo estaba.
Vlad empezó a moverse, casi sin mirar, dejándose llevar por la sensación de su
presencia. Como siguiendo el rastro dejado por la estela de un cometa, enseguida
localizó su calor, su luz, su energía.
Pero no podía acercarse demasiado sin arriesgarse a que ella se diera cuenta.
Nunca se había acercado demasiado a ella, a pesar de la tentación que apenas era
capaz de resistir. Porque mientras mantenía la distancia, Elisabeta dormía, aletargada
en el interior de Tempest.
Vlad sabía que Elisabeta seguía allí, que no había muerto ni continuado su viaje
al mundo del descanso eterno. La sentía, pero ella continuaba inmóvil.
Así sería más fácil para Beta, o al menos eso esperaba él. Dejarla descansar y
esperar el momento ideal. Pero el tiempo se estaba acabando para los dos. Y ahora
que había encontrado el anillo, apenas se atrevía a albergar esperanzas de un futuro
con ella.
Y así siguió el rastro de su presencia que se fue haciendo cada vez más poderoso
e irresistible, quizá porque se estaba permitiendo acercarse a ella más que en los
últimos dieciséis años.
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Stormy despertó al sentir la fuerza de los rayos de sol en la cara. Rodó por la
cama y ocultó el rostro en la almohada, pero el recuerdo de sus sueños la despertó
con más fuerza que el sol.
Había soñado con Vlad.
Pero el sueño no eran los dos haciendo el amor, que era algo que había soñado
muchas veces en los últimos dieciséis años, sin saber si había ocurrido de verdad o si
estaba sólo provocado por el irracional anhelo que tenía de él. O algo más siniestro;
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—No —susurró.
Pero ya sabía, incluso antes de leer el artículo, de qué objeto se trataba. Y no se
equivocó,
Según el artículo, la sustracción había sido un burdo ejercicio de romper y robar.
Alguien había roto la ventana de la sala donde estaba el anillo haciendo saltar todas
las alarmas del centro, y se había marchado por el mismo sitio antes de que los
guardias de seguridad tuvieran tiempo de llegar hasta allí.
No parecía una forma de operar propia de Melina Roscova. De ella, Stormy habría
esperado un golpe más elegante y sofisticado. Pero ¿quién si no podía desear el
anillo?
La respuesta se le presentó con una clarividencia absoluta. Vlad. El ladrón.
La noche anterior había soñado con él. ¿Había sido una casualidad? ¿O había
sido su cercanía real lo que había hecho que apareciera su imagen en su mente?
¿Tenía él el anillo? ¿Y qué clase de poder poseía?
Stormy se estremeció y supo que, fuera lo que fuera, la asustaba.
—Sólo hay una manera de averiguarlo —murmuró cuadrándose de hombros y
apurando el café de un trago.
Se dio una ducha en tiempo récord, pero cuando iba a salir se detuvo. Porque...
¿no se había dormido la noche anterior desnuda en la bañera? ¿Por qué no recordaba
haber salido del agua y meterse en la cama?
Frunciendo el ceño se secó el cuerpo, se puso un par de vaqueros y una camiseta
negra con el dibujo de una moderna hada con la frase: «Confía en mí».
—Debía estar más cansada de lo que creía —se dijo—. Ya me acordaré.
Y con ésas, se echó un puñado de espuma en el pelo rubio y se lo secó en dos
minutos con el secador.
—Por esto me encanta el pelo corto —dijo.
Y después de calzarse y llenar el termo de café caliente, salió del hotel. Allí,
junto a la entrada, estaba su Bella-Donna, esperándola, aunque no recordaba haber
llamado la noche anterior para pedir que le tuvieran el coche preparado por la mañana
en la puerta del hotel. ¿O se había olvidado? No parecía probable, pero entre los
whiskies que se había tomado y el estrés de estar en la misma ciudad que el anillo, y
que Vlad, pensó que todo era posible.
Claro que ahora tenía que concentrarse en el robo. Tenía que ver a Melina
Roscova porque tenía que averiguar qué había ocurrido con el anillo.
«Mi anillo», susurró una vocecita en lo más profundo de su mente.
Una voz que no era suya.
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unas puertas de hierro forjado sobre las cuales, también en negro, se leía la palabra
Atenea. La puerta estaba cerrada, pero encima de una de las columnas laterales había
un timbre con altavoz.
Stormy bajó del coche. La enorme puerta de hierro colgaba entre dos pilares de
piedra de considerable altura. El lugar estaba rodeado por un muro de piedra de tres
metros de alto, y más allá de las puertas, Stormy pudo ver que la casa estaba también
construida en la misma piedra.
Unos buhos gigantescos de granito blanco coronaban los dos pilares y se erigían
como sendos centinelas de ojos negros que guardaban el castillo. Aquellos ojos de
ónice negro hicieron estremecer a Stormy. Demasiado parecidos a los ojos de
Elisabeta, imaginó.
Stormy puso el botón del interfono y dijo:
—Stormy Jones, de SIS. Estoy aquí para hablar con Melina Roscova.
—Bienvenida —respondió una voz conocida desde el interior—. Por favor, pase.
Las puertas se abrieron despacio. Stormy volvió al coche, se sentó en las fundas
de cuero negro con bordados de dragones japoneses rojos a juego con las alfombrillas
y la funda del volante y esperó a que la puerta se abriera del todo.
Después avanzó lentamente por el sendero circular que rodeaba una
impresionante fuente. Stormy detuvo el coche junto a la entrada principal de la
mansión y lo cerró. Después, irguiéndose cuan alta era y esperando que Melina
admitiera haber robado el anillo, subió los escalones de piedra hasta las puertas dobles
de madera con bisagras y pomos de hierro forjado, más propias de un castillo
medieval que de una residencia moderna. Para rematar el efecto, el picaporte se
sujetaba en los talones de otro búho blanco.
Las puertas se abrieron antes de poder llegar a llamar, y Melina apareció
sonriente ante ella.
—Sé que no hablamos de dinero, pero le pagaré lo que me pida. Me alegro de
que haya cambiado de opinión.
La mujer continuaba hablando mientras Stormy la seguía incrédula a través del
impresionante vestíbulo de la mansión por un amplísimo pasillo que llevaba hasta la
biblioteca. Allí pasaron junto a otras mujeres, todas ocupadas, pero curiosas que
alzaron la cabeza a su paso. Todas tenían entre veinte y cincuenta años, pensó
Stormy, todas eran muy atractivas y todas tenían una envidiable forma física. Todas sin
excepción.
—Veo que cuando toma una decisión trabaja rápido —estaba diciendo Melina
mientras cerraba las puertas de la biblioteca e invitaba a Stormy a sentarse en un sillón
de piel—. ¿Lo ha traído?
Stormy se acercó al sillón, pero no se sentó. En lugar de eso. se volvió a mirar a
la mujer y preguntó, con toda la calma que fue capaz de recabar:
—¿Si he traído qué?
Por un segundo, la sonrisa de Melina pareció desfallecer ligeramente.
—El anillo, por supuesto.
El impacto de la decepción obligó a Stormy a dejarse caer pesadamente en el
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Cuando se puso el sol, Vlad se levantó de la cripta donde había pasado el día
protegido de la mortífera luz diurna. La devastadora sensación que le embargó en el
momento en que su mente salió del sopor del sueño estuvo a punto de hacerle
desplomarse de rodillas, pero luchó contra ella. No todo estaba perdido.
Después de estar tan cerca del anillo, perderlo de aquella manera...
Sólo podía llegar a una conclusión. Tempest. Ella debía tenerlo. Había ido a
buscarlo, igual que él, y le había ganado.
Por eso todavía había una oportunidad. Sólo tenía que encontrarla y...
«Se ha ido».
Lo supo con una claridad absoluta, tan real y palpable como el aire que se
filtraba en los pulmones de los mortales. Tempest había dejado la ciudad.
Pero no importaba. No había lugar en la tierra donde él no pudiera seguirla.
Donde no pudiera encontrarla. Tempest nunca podría escapar de él.
Y así siguió el rastro de su esencia, el rastro que había entretejido con el anhelo
que sentía por él. Y la encontró.
Tempest estaba detrás de los muros de aquella mansión, al otro lado de una
barrera de piedra y una puerta de hierro marcada con una palabra,
Atenea.
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Capítulo 3
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Melina se acercó al libro y lo abrió por una sección marcada con una cinta roja.
—Esta es la referencia —dijo—. Si prefiere, puede copiarla y llevarla a un
traductor. Pero le aseguro que no encontrara una interpretación más exacta que la
nuestra. Para estas cosas sólo contratamos a los mejores lingüistas.
—La creo —dijo Stormy—. Pero si no le importa, preferiría copiarlo. O mejor...
Stormy metió la mano en la mochila que había dejado colgada en el respaldo
del sillón y sacó una cámara de fotos digital, pequeña, ligera, de 8. 5 mega píxeles. —
¿Puedo?
Melina asintió, aunque su expresión decía lo contrario.
Stormy hizo varias fotos del libro, incluidos algunos primeros planos de la
página con el texto indicado. Después, guardó la cámara y se volvió hacia Melina.
—¿Va a decirme qué es lo que pone?
—Por supuesto —dijo la mujer.
De un cajón del escritorio, bajo el mantel violeta, Melina sacó unas gafas y una
agenda y empezó a leer.
—«Por petición del príncipe hemos imbuido el anillo de la esencia de su amada y
creado un poderoso rito que hemos transcrito a un pergamino. Ambas cosas le han
sido entregadas, junto con nuestras instrucciones. Cuando encuentre a la mujer, debe
colocarle el anillo en el dedo y realizar el rito que hemos creado. En ese momento la
esencia de la amada perdida regresará. Y entonces ella recuperará sus recuerdos y su
alma. Asimismo, también recuperará algunos rasgos físicos, rasgos que son un
misterio para nosotros pero que el príncipe conoce, o eso dicen nuestras adivinaciones.
Este es probablemente el hechizo más importante que he realizado en toda mi larga
vida —Melina hizo una pausa antes de continuar—. La unión del poder de todos
nosotros, los magos más poderosos de nuestro tiempo, ha sido una experiencia
impresionante, pero, aún con todo, mi corazón queda cargado de inquietud, porque
existe un lado oscuro. El alma perdida, aunque es parte de un todo, es sólo una parte,
no un todo completo. Para su regreso, debe desplazar otra parte. Va contra natura, y
temo las repercusiones sobre el todo, sobre el inocente, y sobre mi propia alma por mi
participación en la creación de lo que no puedo por menos pensar que está mal. Sin
embargo, hemos encontrado una forma para que los dioses anulen nuestra obra. Un
límite temporal. Cuando la Estrella Roja del Destino eclipse a Venus, terminará el
tiempo del hechizo. Y todas las partes del alma dormida, tanto de la mujer como las
de sus descendientes espirituales, quedarán libres para continuar hasta el otro lado».
Melina cerró el libro y levantó la cabeza. Se quitó las gafas y las dobló con
cuidado.
Stormy miró al resto de las reunidas y se dio cuenta de que era la primera vez
que las dos mujeres escuchaban aquellas palabras en voz alta. Brooke parecía
intrigada y entusiasmada, mientras la expresión de Lupe era preocupada y cautelosa.
—¿El anillo tiene el poder de devolver la vida a alguien? —preguntó Lupe
genuinamente asombrada.
—No el cuerpo —dijo Melina—. Sólo el alma.
—¿Y crear que? ¿Un fantasma? —preguntó Lupe.
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el tiempo. Melina, ¿dice el rito que la persona cuyo cuerpo recibe el alma tiene que ser
un descendiente espiritual?
—No.
—Es obsceno —dijo Lupe—. Una bofetada en pleno rostro al orden
sobrenatural, incluso si funciona.
—Exacto —dijo Melina—. Una vida termina cuando concluye su tiempo. Es así.
No se puede interferir con algo de esa naturaleza y creer que no habrá repercusiones
graves. Y ahora... —la mujer cerró los ojos—. Alguien tiene el anillo.
—Pero ¿y el rito? —preguntó Stormy—. ¿Viene explicado en el diario?
—No —respondió Melina. Y al decirlo, su mirada se cruzó brevemente con la de
Brooke—. Ni siquiera sabemos si el rito continúa existiendo. Incluso es posible que se
haya desintegrado, como ha ocurrido con tantas otras páginas del diario.
—¿Se podría recrear? —preguntó Stormy.
Melina ladeó la cabeza hacia un lado y estudió a Stormy en silencio; otra vez
con quizá demasiado interés.
—Es posible. Un hechicero o un brujo experimentado podrían crear un hechizo
que funcionara. O al menos intentarlo, con Dios sabe qué resultados. Y seguro que hay
más de uno, por ignorante o por ambicioso, dispuesto a hacerlo —Melina sacudió la
cabeza—. Por eso es necesario recuperar el anillo. Para ponerlo en un lugar seguro.
Mientras exista, hay peligro para una vida inocente.
Stormy estaba de acuerdo. Especialmente desde que la vida inocente en cuestión
era la suya propia.
—¿Y qué significaba la última parte? —preguntó—. ¿La de la Estrella Roja de no
sé qué?
—No lo sabemos. Ni siquiera sabemos si existía en aquella época o cómo es
llamada por los astrónomos actuales —Melina devolvió el cuaderno a su sitio y lo
cerró—. Bien. Eso es todo lo que sabemos. Brooke y Lupe, mis dos directas
subordinadas, son las únicas personas que lo saben además de yo. Y ahora usted, por
supuesto —se acercó a Stormy—. ¿Cree que podrá encontrar el anillo y recuperarlo?
Humedeciéndose nerviosamente los labios, Stormy asintió.
—Creo que no me queda otro remedio.
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El dormitorio donde la alojaron tenía una pequeña terraza. Vlad saltó hasta allí
sigilosamente y oyó el ruido de la ducha en el cuarto de baño contiguo.
Por fin el sonido del agua cesó, y Vlad esperó. La vio entrar en el dormitorio
llevando sólo una toalla. Y cuando la toalla calló al suelo, todo su cuerpo se encendió
al verla, desnuda, mojada y preciosa.
Stormy cruzó el dormitorio, retiró las cubiertas, se tendió en la cama y cerró los
ojos.
Estaba cansada. Vlad sentía el cansancio en ella y esperó a que se durmiera. No
tardó mucho. Después, abrió la puerta de cristal y entró sigilosamente en el
dormitorio.
Permaneció un largo rato junto a la cama, sintiéndola. Su fragancia, tan conocida
y excitante, los sonidos de su respiración, lentos y profundos, su rostro. El pelo, antes
color platino, tenía ahora nuevas tonalidades, doradas y miel, mezcladas con mechas
más pálidas. Lo llevaba un poco más largo que antes, con un corte menos agresivo.
Deseaba acariciarla y saborearla, y saber que las sábanas eran lo único que cubría el
cuerpo femenino lo hacía arder por dentro de pasión.
Pero no estaba allí para eso. Necesitaba información. Y el anillo.
Se sentó en una silla y se concentró en la mente femenina, adentrándose
lentamente en ella, con cuidado, para que Tempest no fuera consciente de la intrusión.
Tampoco quería despertar a Elisabeta. Cerró los ojos y se hundió en sus sueños. Stormy
estaba en un velero, tumbada en cubierta, su cuerpo bañado por la luz de la luna llena
que iluminaba todo del cielo y el mar a su alrededor. Apenas llevaba una tela blanca
que la cubría desde un hombro hasta los pies.
Tempest estaba sonriendo a alguien. Con una mezcla de sorpresa y placer, Vlad se
dio cuenta de que era él. El estaba en sus sueños. Y se acercaba a ella, estirando la mano
y diciéndole que no tuviera miedo.
—No tengo miedo —le dijo ella—. De ti no —le aseguró y ladeó la cabeza—.
Elisabeta no puede entrar en mis sueños. ¿Lo sabías?
La revelación sorprendió al Vlad de verdad, pero no al Vlad soñado, que asintió
con la cabeza.
—Es el único lugar donde estás a salvo de ella —dijo él—. Por eso he venido
aquí.
¿Era cierto? ¿Era verdad? Parecía casi como si no fuera la primera vez que
Stormy soñaba con él. ¿Sería cierto?
Tenía que comprobarlo.
Vlad salió de su conciencia y la vio tendida en la cama, vio a la Tempest real, no
a la Tempest a través de los ojos femeninos dentro de su sueño.
—No despertarás. Estarás a salvo en el refugio de tus sueños —le dijo él—. ¿Lo
entiendes?
Vlad sintió su asentimiento, aunque Tempest no habló en voz alta. También
sintió el anhelo en la mente femenina, el deseo de él, de sus caricias.
—Tengo que hacerte unas preguntas, Tempest.
—Sí.
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Vlad estaba sentado al borde de la silla, inclinado hacia ella. No pudo evitar
acariciarla, ligeramente, y a la vez que le ordenaba no despertarse con el poder de su
mente, le recorrió las mejillas con las puntas de los dedos.
Stormy se estremeció de puro deseo. ¡Cómo seguía reaccionando ante él! ¡Más
incluso que antes!
—Tempest, ¿para qué buscas el anillo?
—Tengo que encontrarlo. Lo he prometido —respondió ella en voz alta, aunque
dormida.
Vlad fue a retirar la mano, pero ella la sujetó con la mano y se la acercó a la cara.
Después, lentamente, la deslizó hacia abajo, por el cuello, la garganta, bajo las sábanas
hasta el pecho.
Vlad se estremeció mientras acariciaba con la palma la piel cálida y suave y sentía
el pezón endurecido alzarse hacia él. Tan suave como antes, y más cálida y plena.
Stormy arqueó la espalda, y él rodeó y apretó el pezón entre los dedos.
—¿Por qué, Tempest? —preguntó él—. Dime por qué.
—Hazme el amor, Vlad.
—Primero dímelo. Responde a mis preguntas —insistió él.
Stormy se retorció en la cama, empujando las sábanas hasta la cintura, quedando
desnuda ante sus ojos.
Vlad se estremeció al verla. Seguía siendo increíblemente hermosa, con una piel
cremosa que casi suplicaba sus caricias. Las caderas un poco más anchas que antes, el
cuerpo un poco más formado y redondeado. Ya no era el cuerpo de una joven de
veintitrés años, sino el de una mujer, y él ardía en deseos de enterrarse en ella.
—Cuéntame por qué tienes que encontrar el anillo.
Vlad le tomó el otro seno con la mano, lo apretó y lo alzó. Después le pellizcó el
pezón suavemente, porque le encantaba verla jadear y estremecerse cada vez que sus
dedos apretaban el endurecido botón.
—Si lo encuentras, me matarás.
—Yo nunca te haría daño, Tempest.
Otro pellizco, esta vez más fuerte. Tempest sorbió una bocanada de aire. Dioses,
cómo la deseaba.
—Con la boca —susurró ella.
—Dime por qué crees que te mataré —dijo, sin poder apartar los ojos de los
senos turgentes que se alzaban hacia él.
Quería saborearlos, y no tuvo suficiente fuerza de voluntad para no hacerlo.
Vlad bajó la cabeza, a la vez que apretaba el pecho con la mano y alzaba el pezón hacia
arriba, y lo lamió con la lengua.
Tempest gimió.
—Más.
A Vlad le encantaba aquella nueva faceta de Tempest. La joven con quien había
estado años atrás habría esperado a que él tomara la iniciativa, a que él la acariciara
para después reaccionar. Pero la mujer que era ahora le decía exactamente qué era lo
que quería, y él estaba más que dispuesto a obedecer y a complacerla.
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Capítulo 4
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dicho.
¿Sería la verdad? Quizá sí. Porque si lo tuviera, ¿por qué no se lo había puesto?
¿por qué esperar?
Quizá porque todavía no había localizado el rito que necesitaba para
complementar el hechizo. Quizá sólo estaba esperando encontrar lo que le faltaba.
«De ahora en adelante, Tempest, tus noches y tu voluntad me pertenecen».
Stormy oyó el susurro apasionado, una orden, no una petición.
Alzó la cabeza y miró hacia la oscuridad de la noche.
—Nada de mí te pertenece, Vlad. Entiéndelo. Ya no soy la joven inocente de
antes. Y llevo mucho tiempo estudiando a los de tu clase para saber cómo protegerme.
Mi voluntad es demasiado fuerte para dejar que caiga en manos de un vampiro. Yo
soy mi dueña, no pertenezco a ningún hombre. Ni siquiera a ti.
Recordó que le había dicho que le amaba, pero no pensó que Vlad se tomara en
serio una declaración hecha en sueños.
—Estuvo mal, Vlad. Lo que me hiciste anoche, obligándome a seguir dormida e
intentando convencerme de que era un sueño. Estuvo mal. Me violaste.
«¡Para llegar a mí! Y lo hará una y otra vez, sin que tú puedas hacer nada al
respecto».
—Cállate, Beta.
Stormy no sintió ninguna reacción de Vlad. Tragó saliva y bajó la cabeza. Le
había encantado el momento, pero eso no significaba que estuviera bien. Vlad se había
limitado a tomar.
O mejor dicho a dar. Sin embargo...
—De acuerdo. Vlad sólo ha venido a matarme. Acéptalo, Stormy.
Porque era cierto. Vlad no había ido a visitarla por ella, sino para buscar el anillo
y a Elisabeta.
—No permitas que vuelva a ocurrir —se dijo en un susurro.
Y en el fondo supo que Vlad estaba escuchando, en algún lugar.
—No lo permitas.
Volvió al dormitorio y se metió en la cama, sabiendo que Vlad no volvería
aquella noche. El alba estaba demasiado cerca.
Stormy deseó poder estar tan segura sobre Elisabeta. La intrusa durmiente había
despertado, llena de fuerza y preparada para presentar batalla, una batalla que
Stormy prefería evitar.
Rodó en la cama con los ojos cerrados y por fin consiguió dormir, aunque no
logró el descanso reparador necesario para enfrentarse al día siguiente, sino un sueño
cargado de recuerdos del pasado.
Vlad encendió una hoguera en la chimenea y arrancó las sábanas que cubrían los
muebles del castillo para protegerlos del polvo. Así estarían más cómodos. Encontró
la poca comida que habían dejado sus criados siguiendo sus órdenes y Tempest la
devoró, hambrienta como estaba. Los encargados de cuidar el castillo sólo iban un fin
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de semana al mes, y aunque él llamó para ordenarles que prepararan una habitación
para ella, la despensa estaba bastante vacía.
—Yo no soy el Vlad Drácula original —le dijo él.
Stormy levantó los ojos para mirarlo, extrañada.
—¿No?
—No, soy mucho más antiguo. Yo ya tenía varios siglos cuando mis viajes me
llevaron a Rumania. Fue el destino lo que me llevó allí. A ella.
—¿Elisabeta?
—Sí —dijo él, con los ojos clavados en las llamas de la chimenea—. El príncipe,
el verdadero hijo del rey, murió siendo muy joven luchando en el campo de batalla, y
su cuerpo quedó allí abandonado, sin que nadie lo identificara ni lo reclamara. Su
padre nunca supo qué fue de él, y cuando yo llegué a su corte él, ya llevaba varios
años llorando su muerte. Yo conocía el destino del joven príncipe. Lo oí directamente
del enemigo que lo asesinó. El desgraciado, al darse cuenta de que había matado al
príncipe, fue presa del pánico, sabiendo que el rey buscaría venganza al enterarse. Por
eso desnudó al príncipe, le destrozó la cara y arrastró su cuerpo entre unos arbustos,
donde nunca lo encontraron.
Vlad bajó la cabeza e hizo una pausa.
—Cuando yo llegué, el rey me tomó por su hijo perdido. Yo no tuve el valor de
matar la alegría en los ojos del anciano, y acepté hacerme pasar por su hijo.
—Ya veo.
Aunque Stormy no entendía prácticamente nada, pero quería conocer más. De
él, y de Elisabeta, la mujer que la aterrorizaba, y que a veces parecía poseerla.
—Cuando la conocí llevaba cinco años viviendo como el príncipe Vlad. Nos
casamos al día siguiente.
Stormy lo miró, sin comprender.
—¿Sólo un día después de conocerla? ¿No vas a contarme nada más sobre el
cortejo?
Vlad alzó las cejas.
—¿Qué más quieres que te cuente?
—No sé. Cómo la conociste, dónde, por qué te enamoraste de ella. Debió ser...
muy intenso, si os casasteis tan deprisa.
—Intenso, sí —dijo él—. Los detalles no son importantes.
—Los detalles es lo único importante.
Vlad se encogió de hombros y Stormy supo que él no se permitiría compartir su
infierno particular con ella. Al menos en ese momento, y quizá nunca.
—El resultado es el mismo. Nuestra noche de bodas tuve que liderar a nuestros
soldados contra los enemigos que habían cruzado nuestras fronteras, y fue una batalla
muy cruenta. Muchos de mis soldados murieron. A mí me hirieron, pero mis
hombres me llevaron a refugio y me dejaron allí, protegido del sol.
Stormy suspiró. Quería conocer más detalles sobre su relación con Elisabeta.
—¿Fue suerte o sabían los soldados que debían protegerte del sol?
Vlad volvió la cabeza hacia ella.
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amarme.
Tempest se levantó de la silla y se puso de pie delante de él, obligándolo a
mirarla.
—¿Cómo pudiste hacerlo?
—Yo no pude, pero sabía quién podía. Mandé buscar a los mejores hechiceros,
magos y brujos del reino, y cuando llegaron les encargué la tarea y ellos me
aseguraron que se había conseguido. Me dieron el anillo del dedo de Elisabeta junto
con un pergamino. Me dijeron que habían vinculado la esencia de Elisabeta al anillo, y
que cuando ella regresara, sólo tenía que colocarle el anillo en el dedo y realizar el rito
contenido en el pergamino. Así la recuperaría por completo.
Vlad se quedó en silencio y observó el rostro femenino, la expresión de sus ojos,
esperando su respuesta. Stormy lo miraba con los ojos húmedos.
—Y crees que soy yo. ¿Crees que ese anillo y ese pergamino pueden... hacerme
recordar el pasado?
Él asintió despacio.
—Aún no estoy convencido de que seas ella. Todavía no. Pero si lo eres, creo
que el rito lo conseguiría, sí.
Tempest cerró los ojos y agachó la cabeza.
—El mismo ejército que nos atacó los días anteriores a su muerte volvió a atacar
después de enterrarla —continuó explicando él—. Nos tendieron una emboscada, y
mataron a todo el mundo. Al rey, a los campesinos, a los sacerdotes. A todos, incluso
a mí.
Tempest frunció el ceño un momento, pero enseguida se dio cuenta de lo
ocurrido.
—Pero tú reviviste.
—Sí, poco antes del alba. Pero me habían registrado y me habían arrebatado todo
lo que tenía de valor. El anillo y el manuscrito habían desaparecido —Vlad se acercó a
la chimenea y apoyó una mano en el alféizar de piedra—. Pensé que si te traía a
Rumania, y te enseñaba los lugares que conocías, los recuerdos volverían a tu mente.
—No los míos —dijo ella con la garganta seca—. Los de ella. Y de momento eso
no está ocurriendo.
—No, y no lo hará en este castillo. Que yo sepa, ella nunca vino aquí. Lo que
quería enseñarte son los lugares donde vivió —Vlad miró hacia la ventana—. Pero
pronto amanecerá, y debo descansar. Esta noche te llevaré a la aldea. Al castillo de mi
padre. A los lugares que ella conocía. Quizá entonces puedas recuperar algún recuerdo.
—No sé si yo podré, pero seguro que ella sí —dijo Stormy, empezando a
entender su terrible y trágica situación—. Se apoderará de mí y ya no tendré control
sobre mi cuerpo ni sobre mis actos. No tienes ni idea de la horrible sensación que es,
Vlad. No quiero volver a pasar por ello.
—Si ocurre —dijo él volviéndose despacio a mirarla—, te alejaré de lo que lo
haya instigado. Y te cuidaré hasta que vuelvas a recuperar el dominio de tu cuerpo.
Stormy no creyó sus mentiras ni por un momento.
—¿Y también me impedirás que haga lo que no haría si fuera yo?
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Stormy no pudo evitar llevar a Brooke con ella cuando volvió al museo. La
verdad, no sabía por qué se molestaba en volver a la escena del crimen. Sabía
perfectamente quién había sido el autor del robo del anillo. Vlad. Tuvo que ser él, por
mucho que lo negara. No le interesaba a nadie más. Además, ella sabía que Vlad
estaba cerca. Sentía su presencia, y seguía decidido a expulsarla de su propio cuerpo
para recuperar a la lunática gritona de su esposa.
No debería dolerle, pero le dolía.
—Ésa es la sala, ¿no? —preguntó Brooke mientras caminaban por los anchos
pasillos del museo.
—Sí, ésa es.
Aunque no había cinta de policía ni cordón de seguridad, la puerta de la sala
estaba cerrada.
Stormy miró a un lado y otro del pasillo y, al no ver a nadie, sujetó el pomo de la
puerta con una mano y lo intentó girar. Para su sorpresa, el pomo cedió.
—No está cerrada. ¿Quién lo iba a pensar?
—¿De verdad crees que...? —empezó Brooke con cierto temor.
—Sólo será un minuto —le interrumpió Stormy—. Oye, ¿por qué no vas a darte
una vuelta? No tardaré.
—Ni hablar. Si tú entras ahí, yo voy contigo.
Stormy frunció el ceño pero no perdió el tiempo y se coló en la sala, con Brooke
pegada a sus talones. Cerró la puerta y miró a su alrededor.
—Melina no se fía de mí, ¿verdad?
Brooke pareció sorprendida.
—¿Por qué lo dices?
—Te ha mandado a ti a acompañarme, y te portas como si te hubiera dado la
orden explícita de no perderme de vista ni un segundo.
Brooke sacudió la cabeza.
—No es Melina. Soy yo. El caso me interesa mucho.
—¿En serio?
Brooke asintió.
—Me parece fascinante. ¿No me digas que a ti no te lo parece? Tú te ganas la
vida investigando este tipo de cosas.
—Por supuesto que me lo parece. Por eso estoy metida en este mundo. Pero
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Capítulo 5
El día no había sido muy productivo, pero en ese momento, Stormy sabía que no
podía descartar que el ladrón del anillo fuera una persona mortal, no Vlad.
Quizá la noche le diera más respuestas.
Alegando cansancio, Stormy se retiró temprano a su habitación. Pero no estaba
cansada. Estaba nerviosa, excitada y aterrada a la vez. Stormy sabía que Vlad acudiría
a ella aquella noche. El miedo era lógico, pero no la excitación ni el anhelo.
Abrió las ventanas para que la brisa nocturna entrara en el dormitorio y se
metió en el cuarto de baño a darse un baño caliente y relajante. Cuando salió después
de secarse y completamente desnuda al dormitorio, él estaba allí. Esperándola.
Estaba sentado en un sillón, en la oscuridad de una esquina. A ella no le
sorprendió, ni siquiera se sintió cohibida por estar desnuda delante de él. Era lo más
normal y natural.
—Hola, Tempest —dijo él.
Stormy se tensó y buscó una bata.
—Sabía que vendrías, ahora que ha aparecido el anillo —dijo ella a modo de
respuesta—. Dime, Vlad, ¿lo de anoche fue real?
Vlad se puso en pie, se acercó a ella y le quitó la bata de las manos sin darle la
oportunidad de ponérsela. A ella se le hizo un nudo en el vientre, e incluso entonces
sintió la presencia ajena agitándose en lo más profundo de su ser.
—Me gusta mirarte. Concédeme al menos eso —dijo él en voz baja.
—Sabes que no puedo, Vlad. No sabes lo que significaría, lo que me haría.
Incluso ahora está despertando, tratando de dominarme. El mero hecho de estar
cerca de ti...
—Lo sé, Tempest. Créeme, lo sé.
—Claro que lo sabes. Por eso estás aquí.
Vlad pareció sorprendido ante la vehemencia de la declaración, pero continuó.
—Nunca he estado lejos de ti —le aseguró él.
Fuera cierto o una descarada mentira, Stormy prefirió creer las palabras y
almacenarlas en su corazón como un preciado tesoro.
—Te he echado tanto de menos —susurró.
Vlad agachó la cabeza y la besó, le rodeó la cintura con los brazos y apretó el
cuerpo desnudo contra el suyo vestido. Hurgó con la lengua en la boca femenina y ella
la tomó y se arqueó contra él. Pero la «otra» estaba despertando, ascendiendo poco a
poco a la superficie, exigiendo la posesión del cuerpo de Stormy.
Ésta se apartó de él.
—Te deseo —dijo él casi con un rugido.
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Stormy se oyó gemir de placer, y sintió los dientes de Vlad en el pezón, imitando
los movimientos de los dedos. Pellizcando, tirando, convirtiendo el dolor en placer.
Stormy quería arquear la espalda, ofrecerle los pechos; deseaba agitar las caderas al
ritmo de los movimientos de la mano que se hundía una y otra vez en su cuerpo. Pero
no podía moverse. Estaba paralizada.
Y entonces él empezó a deslizarse por su cuerpo, acariciándole el vientre y el
abdomen con la lengua y los labios húmedos hasta llegar por fin al centro de su ser.
La sensación fue tan intensa que Stormy quiso cerrar las piernas para poder
soportarla, pero éstas no se movieron. Al contrario, se abrieron aún más,
obedeciendo la voluntad de él, que la hizo arquear las caderas hacia arriba para darle
mejor acceso.
Con la lengua le lamió los labios y después entre los pliegues antes de hundirse
dentro de ella, y Stormy sintió que sus caderas se alzaban todavía más para frotarse
contra la boca que la poseía.
Vlad la lamió con el frenesí de un hambriento, arañándola con los dientes y
mordisqueándole la piel. Y con las manos la abrió aún más, dejándola a merced de su
lengua y su boca, a la vez que utilizaba su poder mental para hacerla acariciarse los
senos con las manos, y retorcerse y pellizcarse los pezones.
Era totalmente suya y estaba por completo en su poder. Podía hacer con ella lo
que quisiera, y eso fue precisamente lo que hizo. Ella no podía resistirse ni rechazarlo.
Aunque, de haber podido, tampoco lo habría hecho. Lo deseaba demasiado.
La mente de Vlad le susurró:
«Entrégate a mí, Tempest. Córrete en mi boca, ahora».
El cuerpo femenino reaccionó obedientemente mientras él continuaba
mordiéndola y succionándola con más fuerza que antes y la obligaba a pellizcarse los
pezones. Stormy explotó en su boca, y él bebió de ella mientras el cuerpo femenino se
convulsionaba descontroladamente. Las sensaciones eran tan abrumadoras que
Stormy quería apartarse, pero él no se lo permitió, sino que la obligó a permanecer
tumbada, abierta y totalmente a su merced, hasta dejarla reducida a una masa
jadeante de sensaciones y espasmos.
Entonces él se colocó sobre su cuerpo y se hundió en ella.
—Otra vez —susurró, moviéndose dentro de ella—. Muévete conmigo.
Stormy lo hizo, a pesar de la intensidad de las sensaciones, y la pasión renació de
nuevo incluso antes de apagarse del todo.
Sin soltarla, la penetró con fuerza una y otra vez, dejándola casi sin respiración,
y esta vez, cuando los dos alcanzaron el climax, Vlad clavó los dientes en la garganta
femenina y bebió su esencia, su sangre.
El orgasmo fue mucho más intenso y abrumador que cualquier otro en el
pasado. Stormy lo sintió todo. El cuerpo masculino duro y latiendo dentro de ella,
invadiéndola, llenándola. Los dientes clavados en la tierna carne de la garganta
mientras la boca de su amado succionaba la sangre de su cuerpo. Era suya, total y
completamente suya, y su cuerpo y su alma explotaron siguiendo sus órdenes. Con
una fuerza inesperada.
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
Con tanta fuerza que de hecho despertó del lúcido sueño y lo encontró todavía
allí, dentro de ella, abrazándola, besándola en la garganta y lamiendo las heridas que
le había dejado en la delicada y pálida carne del cuello, incluso mientras empezaba a
moverse en ella de nuevo para volver a prender la llama.
Elisabeta cobró vida de repente y Stormy apenas tuvo tiempo de susurrar una
negativa antesde desaparecer.
—No —fue todo lo que pudo balbucear.
Su tiempo con Vlad había terminado. La invasora acababa de expulsarla de su
cuerpo.
Cuando sintió las uñas que le arañaban la espalda, Vlad se dio cuenta de que ella
había cambiado. Ya no respondía a las sugerencias de su mente sino que se movía por
voluntad propia, y cuando se retiró para mirarla, preguntándose cómo había logrado
escapar al poder de su mente, vio que tenía los ojos muy abiertos...
... y que eran negros como la noche.
—Tempest...
—Ya no está, y no la dejaré volver. Esta vez no, Vlad. Este cuerpo es mío —dijo
Elisabeta, rodeándole el cuello con los brazos y pegando las caderas más a él.
Vlad se movió una, dos veces, cerró los ojos y se rindió a la pasión que surgió en
él. Temblaba de deseo y ardor, y sólo deseaba tomar lo que necesitaba, como había
hecho siempre. Esta vez no era diferente.
Y la tomó. Las tomó a las dos, a Elisabeta y a Tempest. Ninguna de las dos lo
rechazó, aunque tampoco habría importado que lo hubieran hecho.
La montó cada vez con más fuerza, sintiendo las uñas que le arañaban la
espalda, oyendo los gemidos mientras la cama golpeaba contra la pared con la fuerza
de cada empellón, y la penetró aún con más rabia. No le importaba hacerle daño.
—¡Elisabeta! —exclamó su nombre a la vez que se derramaba en ella,
embistiéndola una y otra vez.
Elisabeta gimió, quizá de dolor o quizá de placer, pero a él no le importó. Despacio
salió de ella, pero no se quedó en la cama a abrazarla ni besarla, sino que se levantó y
empezó a buscar sus ropas.
—He vuelto a ti, Vlad —susurró Elisabeta, retorciéndose en la cama como una
gata satisfecha, abrazando la almohada—. Y esta vez será para siempre.
—¿Entonces está muerta? ¿Has conseguido expulsarla del cuerpo sin mi ayuda?
Beta se sentó en la cama.
—¿Qué importa eso? Es a mí a quien amas. Yo soy tu esposa, Vlad. Tu esposa.
—No tienes que recordármelo. Llevo buscándote desde el día de tu muerte,
Elisabeta.
—Pero no morí —le dijo ella—. No del todo. Tus magos y hechiceros no me lo
permitieron. Encerraron mi esencia en un estado intermedio, y la unieron al anillo. No
podía haber seguido hasta el otro lado ni aunque hubiera querido. Pero no quería,
Vlad. No quería dejarte y no lo he hecho —lo miró con los ojos llenos de lágrimas—.
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Capítulo 6
Stormy soñó y recordó más fragmentos de su pasado. Una vez más estaba en
Rumania, en el castillo de Vlad.
Con un candelabro en la mano, Vlad la llevó al piso superior por la amplia
escalinata de madera y hasta una espectacular habitación de altos techos dominada por
una enorme cama con dosel y visillos blancos. Para su sorpresa, la cama estaba hecha,
cubierta por un grueso edredón y la habitación estaba sorprendentemente limpia.
Stormy se acercó a la cama, pasó una mano por el edredón y respiró del suave olor a
ropa limpia y recién lavada.
—Está todo limpio —dijo mirando a Vlad.
Él seguía de pie junto a la puerta.
—Llamé para que te prepararan una habitación. Espero que estés cómoda.
—Sí —dijo ella—. Está bien.
Estaba más que bien. Era un lujoso aposento salido de algún sofisticado cuento
gótico. Stormy alzó la lámpara y reparó en los muebles de madera antiguos, una
mecedora, un escritorio, una cómoda y un armario. También había una chimenea, con
leña que estaba preparada para el toque de una cerilla.
Vlad se acercó, retiró la pantalla protectora y sacó una larga cerilla de una caja de
latón de la repisa. La encendió con el pulgar y se agachó para prender el fuego.
—Para ser un vampiro juegas mucho con fuego —dijo ella.
Él se encogió de hombros.
—Tengo cuidado.
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Stormy no sabía si sentirse conmovida y halagada por las molestias que se había
tomado para que estuviera como en su casa, o asustada y preocupada al ver que él
conocía hasta los detalles más mínimos de su vida cotidiana.
Decidió darse un baño y después, tras elegir uno de los camisones de la cómoda,
se metió en la cama y pronto se quedó profundamente dormida.
Durmió durante mucho rato, con un sueño profundo, reparador y sin
interrupciones.
Hasta que llegó el sueño.
En el sueño no era ella. Era otra persona. Elisabeta. Oh, era el cuerpo de Stormy,
era su cara, desde luego, pero los ojos pertenecían a la otra mujer. Estaba sobre las
rocas que dominaban lo más alto de una profunda y ensordecedora cascada, dispuesta
a saltar.
Stormy se sintió en el interior del cuerpo de la otra mujer, pero sin tener el
control.
Lo extraño era que sabía las mismas cosas que Elisabeta, sentía las mismas
sensaciones que ella, y a pesar de todo, la veía como desde fuera de su cuerpo.
Elisabeta llevaba un sencillo vestido que le llegaba hasta los pies y su silueta se
dibujaba contra la oscuridad de la noche, sobre un fondo negro salpicado de estrellas.
En su interior había sufrimiento y soledad, acompañados de un dolor que ningún ser
humano podía soportar. Era demasiado intenso. Stormy lo sintió.
«Lo he perdido todo, a todos mis seres queridos, no me queda nada».
«La peste», pensó Stormy. La familia de Elisabeta murió a causa de la peste. Su
madre. Su padre. Sus hermanos. Su hermana pequeña.
—Alanya —Stormy susurró el nombre de la pequeña—. Sólo tenía dos años.
Se le hizo un nudo en la garganta y sintió las lágrimas en los ojos. Lágrimas por
Elisabeta.
Pero la mujer tenía algo más. No, no era una mujer. Apenas era una niña,
totalmente abrumada por el dolor físico y emocional, sin motivo para continuar
viviendo, sufriendo una misteriosa enfermedad que probablemente la mataría ahora
que su familia también había muerto.
«Es una de Los Elegidos», se dio cuenta Stormy.
Uno de esos mortales con el antígeno Belladona, los únicos que podían
convertirse en vampiros. Siempre se debilitaban y morían jóvenes, pero no tan
jóvenes.
Los vampiros eran conocedores de su condición, la percibían con sus agudizados
sentidos, y los vigilaban y protegían. ¿Dónde estaba ahora su protector?, se preguntó
Stormy.
Oyó un grito y vio a un hombre en el lado opuesto de la cascada. Aunque era
demasiado tarde para detenerla.
—Este es el fin —susurró la joven atormentada.
Abrió los brazos y se balanceó hacia delante, dejándose caer al vacío. Su cuerpo
cayó, y Stormy cayó con él. La espuma y las rocas avanzaban hacia ella a una velocidad
de vértigo.
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Y entonces algo salió disparado hacia ella, como una flecha en el cielo, y se
colocó bajo su cuerpo, recogiéndola. Cuando sus cuerpos colisionaron, Stormy creyó
oír el crujido de los huesos al partirse antes de que el agua se los tragara a los dos y
por un momento todo fue frío como el hielo y negro como la más absoluta oscuridad.
En ese momento se oyó un grito.
—¡Es mío! —gritó la joven atormentada, y Stormy volvió de nuevo los ojos de
Elisabeta.
La mujer hablaba sin mover los labios.
—Es mío. No tengo nada más. No me lo arrebatarás —le dijo, a la vez que
rodeaba la garganta de Stormy con sus manos pequeñas y apretaba.
Stormy despertó de repente, y la sensación de ser estrangulada desapareció como
si no hubiera ocurrido nunca.
Pero enseguida se dio cuenta de que no estaba en la cama de la habitación. Ni
siquiera estaba en el castillo.
Estaba sentada en un extenso prado en cuyos límites se abría un bosque. La
brisa era suave, pero fría, y cargada de humedad. A lo lejos oyó un rugido y sintió un
estremecimiento. Lentamente, se puso en pie, giró en semicírculo y, horrorizada, se
detuvo y contuvo una exclamación.
Porque no había nada, sólo un espacio vacío a sus pies. Al otro lado del
acantilado rocoso, una cascada se desplomaba con fuerza sobre el río que discurría al
fondo y provocaba una enorme nube de bruma que la envolvía.
—Oh, Dios mío. Oh, cielos.
Dio un paso atrás, apartándose del acantilado, y trató de respirar con dificultad.
Le temblaba el cuerpo, le dolía en la garganta y apenas le llegaba el oxígeno a los
pulmones. Dios, ¿cómo podía ser todo tan real? Elisabeta había tratado de
estrangularla, y ella había logrado huir, y llegar al mismo lugar que había estado en
sus sueños.
Alzó la cabeza y miró asustada a la noche que la rodeaba. Pero no había nadie.
Estaba sola.
«Sola no», pensó. «El enemigo está dentro de mí».
Apretándose las manos contra la cabeza, Stormy esperó a recuperar el aliento y
poco a poco el mareo desapareció.
Quiso llamar a Vlad, e incluso mientras se decía que era una idea ridícula, sabía
que lo necesitaba, como si fuera una droga. O quizá era Elisabeta. Sólo sabía que lo
quería allí, en aquel momento, con ella.
Y de repente Vlad estaba allí.
Le sujetó los hombros con las manos y la hizo girar lentamente hacia él, mientras
buscaba la respuesta en su rostro.
—¿Tempest?
Un gemido surgió de su garganta, y Stormy apretó la mandíbula, cerró los ojos
para evitar las lágrimas, y mantuvo el cuerpo rígido.
—He despertado y no estabas —dijo él con ternura—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo
has llegado hasta aquí?
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que no estaban cerradas del todo. La brisa que se colaba por la abertura, fría y
húmeda, balanceaba las cortinas.
—No sería tan extraño, ¿no te parece? —dijo Melina mirando a Stormy—. Vlad
necesita un cuerpo para su esposa muerta. Quizá ha elegido el tuyo. ¿Estás segura de
que no ha estado aquí?
—Creo que si Drácula viniera a hacerme una visita nocturna me daría cuenta,
Melina. No es de las cosas que se me pasan por alto —repuso Stormy con fingido
desparpajo y procurando en todo momento mantener el lado izquierdo del cuello
oculto a los ojos curiosos de las tres mujeres.
Las marcas todavía seguirían allí, y seguirían estándolo hasta que la luz del sol
le tocará la piel.
—Tiene el suficiente poder como para hacerte olvidar —dijo Brooke—. Por lo
que he leído, puede cambiar de forma y nadie puede resistirse a su poder.
—Yo sí. Llevo trabajando con vampiros dieciséis años, no lo olvides.
—¿Entonces de dónde ha salido el anillo? —preguntó Brooke—. ¿Cómo ha
llegado hasta aquí?
—No lo sé —respondió Stormy—. Me he despertado y estaba aquí. Es todo lo
que sé.
—¿En el suelo? —preguntó Melina, yendo hacia el anillo y agachándose para
recogerlo.
Stormy tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no lanzarse al suelo y
hacerse con él antes que ella. Pero sabía que el impulso no era sólo suyo, sino también
de Elisabeta.
—En mi mano —dijo Stormy—. Estaba andando sonámbula, o algo así.
Lupe la miró con curiosidad pero no hizo ningún comentario.
—Al despertar estaba de pie y tenía el anillo en la mano.
Lupe murmuró algo en voz baja y se santiguó.
—Ha debido ser aterrador —dijo Melina.
—Alguien ha tenido que traer el anillo —dijo Brooke—. ¿No has visto ni oído
nada?
—No, nada —insistió Stormy.
Brooke apretó los labios.
—Pues no ha podido aparecer solo.
—Yo no he dicho eso.
—Déjala en paz, Brookie —le espetó Lupe, acercándose a Stormy casi con un
gesto protector—. Deberíamos registrar los jardines y dejar que Stormy se recupere —
sugirió, probablemente en un intento de cambiar de conversación y relajar el nivel de
tensión entre las dos mujeres—. Iré a preparar una infusión. De manzanilla, valeriana,
quizá un poco de lavanda, y después hablaremos.
Melina asintió.
—Eres muy prudente, Lupe. Primero la seguridad, después estudiaremos lo
sucedido —dijo la jefa de la hermandad. Se volvió a mirar a Brooke—. Levanta a unas
cuantas chicas para que registren la casa, de arriba abajo. Yo levantaré a otro grupo para
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este anillo. Si es cierto, tenemos que liberarla. Con el anillo, podemos realizar un
exorcismo. Y después podremos destruir el anillo para siempre.
Melina estiró la mano con la palma abierta y hacia arriba.
—Hasta entonces, creo que será mejor que lo guardemos en una caja fuerte —
dijo—. Soy la única que tiene la llave, Stormy. Mientras el anillo esté allí, no pasará
nada, te lo prometo.
Stormy apretó los labios y tras unos momentos asintió.
—Está bien.
—Bien.
Lupe le entregó el anillo.
—Lo guardaré en una caja fuerte en cuanto haya amanecido.
—¿Por qué entonces?
Melina se humedeció los labios.
—Como medida de precaución.
Eso no era del todo cierto. Stormy lo sabía. Alguien debía haber visto algo.
Alguien sabía que Vlad había estado allí, o quizá Melina supiera detectar una mentira
con la misma destreza que Stormy. En cualquier caso, sus anfitrionas sabían que un
vampiro había estado en la hermandad y no querían arriesgarse a que supiera dónde
estaba el anillo.
—Avísanos cuando la infusión esté lista —dijo Melina—. Tengo que ir a ver al
grupo de Brooke.
Y salió de la cocina, llevándose el anillo.
Stormy fue a seguirla, pero Lupe la detuvo.
—Tienes tiempo —le dijo—. Hay un video en mi habitación, si quieres usarlo. No
tiene que saberlo nadie.
—Gracias.
Lupe asintió, y Stormy se quedó con la incertidumbre de saber por qué la estaba
ayudando. ¿Seria una trampa, o era sincera? Aunque en el fondo, Stormy sabía que no
importaba. Le dio las gracias y salió detrás de Melina.
—Melina, sólo una cosa —la llamó desde la puerta de la cocina.
Melina se volvió a mirarla.
—Ese exorcismo, ¿sabes cómo hacerlo?
Humedeciéndose los labios, la otra mujer sacudió la cabeza.
—No.
—¿Sabes de alguien que sepa?
—No, así de repente no, pero estoy segura de que podremos encontrar a alguien.
—No será necesario —le dijo Stormy—. Yo conozco a alguien. Probablemente la
mejor persona para hacerlo, quizá la única.
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Capítulo 7
Stormy volvió a su dormitorio para llamar. De todos los vampiros que había
conocido, y eran muchos, Rhiannon era la que menos confianza le daba. Cierto que
había sido quien la había ayudado cuando estuvo en Rumania, pero Stormy sabía
que era peligrosa, mucho más peligrosa que cualquier otro vampiro, excepto, quizá,
el mismísimo Drácula.
Stormy sacó la agenda electrónica y tecleó la contraseña de aquella semana,
DRAC-2006. Después abrió el archivo de contactos confidenciales y buscó el número
del móvil de Rhiannon. Ésta respondió al segundo timbrazo.
—Vaya, vaya, vaya —dijo la vampiresa—. Pero si es la mortal más valiente que
conozco. Hace mucho que no sabía nada de ti, Stormy Jones.
—Si no sospechara que tienes identificación de llamadas, tus dotes de
adivinación me habrían impresionado, Rhiannon —dijo Stormy como respuesta.
Rhiannon soltó una carcajada, lenta y sensual como su voz.
—No menosprecies tan pronto mis poderes adivinatorios. Creo que puedo
decirte por qué has llamado —dijo la vampiresa.
—De acuerdo —dijo Stormy. Cruzó la habitación, tomó la cinta de vídeo y se
dejó caer en una de las sillas junto a las puertas de la terraza—. ¿Por qué he llamado?
—Porque se acerca la fecha y el tiempo se acaba.
Stormy parpadeó y frunció el ceño.
—¿La fecha?
Rhiannon no respondió enseguida.
—¿Qué fecha, Rhiannon? —insistió Stormy—. ¿Tiene que ver con el rollo ése de
la Estrella Roja del Destino?
—Oh, pensaba que lo sabías. ¿No se ha puesto Vlad en contacto contigo para
decírtelo? —le preguntó bajando el tono de voz, más preocupada de lo que Stormy la
había visto nunca.
—No, Vlad no me ha dicho nada de ninguna fecha. Pero si tiene que ver
conmigo, creo que tengo derecho a saberlo, ¿no?
—Sin lugar a dudas. A mí no se me ocurriría ocultártelo, aunque él, por lo visto,
debe obtener algún beneficio de hacerlo. Dime una cosa. ¿Conoces el resto de la
historia? ¿Sabes dónde está el anillo que estás buscando?
—¿Cómo sabes que estoy buscando un anillo? —preguntó Stormy, dándose
cuenta de que la vampiresa sabía mucho más de lo que ella sospechaba.
Rhiannon suspiró.
—Me gusta saber de tu vida —respondió con cierta ironía—, y de la de Vlad
también. Me temo que esta situación está llegando al final. Dime, ¿sabes lo del anillo?
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—Sí —reconoció Stormy, sabiendo que sería inútil tratar de jugar al gato y al
ratón con ella. Además, no le gustaba andarse por las ramas—. Sé que si me lo ponen
en el dedo y realizan un rito, Elisabeta volverá y seguramente eso me costará la vida.
Es lo que intento evitar.
—Bien. Que lo sepas ya es un primer paso importante. Pero hay más. Stormy,
los magos pusieron un tiempo límite a la magia que utilizaron para hechizar el anillo.
Si el alma de Elisabeta no ha vuelto a la vida cuando la Estrella Roja del Destino
eclipse a Venus, la magia desaparecerá y Elisabeta será libre.
—Eso he oído.
Stormy giró la cinta de video en la mano, deseando poder verlo ya, en su
habitación.
—Los magos incluyeron en el hechizo a todas las mujeres que han sido ella. Si
tú eres su reencarnación, Stormy, y pasa la fecha, tú también serás... libre.
—¿Qué significa eso?
—Que morirás.
Stormy se quedó helada. La confirmación de sus temores respecto a la
interpretación de las crípticas palabras del diario le heló hasta los huesos.
—No te dejes llevar por el pánico, niña. Todavía hay tiempo para evitarlo.
—No suelo dejarme llevar por el pánico, Rhiannon —le recordó Stormy—. Y no
soy una niña.
—Comparada conmigo, una recién nacida.
Stormy bajó la cabeza.
—¿Y cuándo esa Estrella Roja del Sino...?
—Del Destino.
—Como se llame. ¿Cuándo eclipsa a Venus?
—Aproximadamente cada cinco siglos y medio.
—¿Y eso será cuándo?
—El martes a medianoche —dijo Rhiannon.
—No me fastidies —exclamó Stormy y cerró los ojos—. Mañana es lunes —
susurró pensando en voz alta—. ¿O sea, que voy a morir dentro de dos días y a Vlad
ni siquiera se le ha ocurrido mencionarlo?
Como lo pillara, iba a matarlo con sus propias manos.
—Por lo visto.
—¿Y si tuviéramos el anillo? —preguntó Stormy—. ¿Crees que podrías
exorcizar su espíritu de mi cuerpo?
—Claro que sí —le aseguró la vampiresa—. No te quepa la menor duda.
Stormy asintió.
—¿Y eso evitaría mi muerte?
—No estoy completamente segura, Stormy, pero creo que sí —Rhiannon hizo
una pausa—. O sea, que tienes el anillo.
¿Para que ocultárselo? A Rhiannon nunca se le pasaba nada por alto.
—Sí.
—¿Lo sabe Vlad?
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—Está en la ciudad —dijo ella—. Sabe que el anillo está aquí, que alguien lo
tiene, pero no sé si sabe que lo tengo yo.
«Ya me gustaría. Sé perfectamente que ha sido él quien ha traído el anillo a mi
habitación esta noche», se dijo para sus adentros.
—Entonces no tienes nada de qué preocuparte. Ahora ya está casi amaneciendo,
pero puedo salir al atardecer y reunirme contigo mañana mismo. ¿Dónde estás,
Stormy?
—En Edmunstun —dijo ella—. Está en...
—New Brunswick, Canadá. Por todos los dioses, dime que no te has enredado
con ese nido de víboras de Atenea.
Una vez más, Stormy sintió que se le helaba la sangre en las venas.
—¿Por qué lo dices?
—Por los dioses de ultratumba, lo has hecho, ¿no?
—Fueron las que me dijeron que el anillo estaba aquí. Intentaron contratarme
para robarlo, pero alguien se me adelantó. Accedí a ayudarlas a encontrarlo, y de
repente él anillo ha aparecido en mi habitación —explicó por fin, empezando a darse
cuenta de que Rhiannon podía ser su mejor aliada.
—¿Tu habitación dónde?
Stormy tragó saliva, cada vez tenía la garganta más seca.
—Aquí, en la mansión Atenea.
—¿Estás llamado desde su teléfono? ¡Por los dioses de Egipto, niña, seguro que
está intervenido!
—No, te llamo con mi móvil.
—No son de fiar, Stormy —le advirtió—. Sobre todo una que se llama Brooke, si
todavía sigue con ellas.
Stormy parpadeó. Ahora tenía la garganta completamente seca.
—¿Dónde está ahora el anillo?
Stormy apenas podía mover los labios. Miró a la ventana, y vio que el sol había
salido.
—Melina y Brooke lo están guardando en una caja fuerte.
—¡Por los cuernos de Isis, Stormy! ¡Ve tras ellas! ¡Ahora mismo!
Stormy cerró el móvil, metió la cinta de vídeo debajo del colchón y salió
corriendo al pasillo. A mitad de las escaleras se encontró con Lupe.
—¿Dónde están las cajas fuertes?
—No te lo puedo decir —dijo la mujer bajando la voz y mirando a ambos
lados—. Sólo un puñado de mujeres saben dónde están, y menos aún...
—No me vengas con sandeces. Eres la tercera en la jerarquía de mando,
después de Melina y Brooke. Sé que lo sabes. Llévame allí.
Lupe tensó la espalda y negó con la cabeza.
—No.
—Maldita sea, Lupe. Es posible que haya un problema.
—¿Es posible?
—Confía en mí, ¿quieres? Tengo que...
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Capítulo 8
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archivando los libros en ordenadores, uno a uno. No saben para quién trabajan o por
qué lo hacen. Se limitan a escribir y guardar, o escanear aquellos que lo pueden
soportar.
—Una decisión muy sabia. Si hubiera un incendio...
—Ya tuvimos uno. En nuestra biblioteca de Alejandría.
Stormy parpadeó, perpleja.
—¿Ésa era...?
—Por aquí —dijo Lupe.
Cruzó la espaciosa sala de la cripta y en el extremo opuesto sacó un libro de una
de las estanterías y metió la mano en el hueco. La estantería se abrió para revelar una
puerta oculta.
—Sígueme.
Stormy la siguió por otro tramo de escaleras, esta vez menos largo, y llegaron a
una sala cuadrada cuyas paredes parecían estar hechas de hileras de puertas
blindadas de distintos tamaños. Una sección tenía puertas pequeñas, otras puertas
un poco más grandes, y otras puertas más grandes todavía. Algunas eran altas y
estrechas, otras más bajas y anchas. Todas tenían dos cosas en común: una cerradura
y un número.
Dos eran distintas a las demás. Ambas eran diminutas, y ambas estaban
abiertas de par en par.
La sala estaba en penumbra, y la única luz procedía de la puerta que daba a la
escalera, todavía abierta.
De repente, un gemido llamó la atención del Stormy.
—¡Melina! —gritó Lupe, y salió corriendo a una esquina de la sala, cayendo de
rodillas junto a un punto que tenía que ser Melina.
Stormy corrió a su lado y se arrodilló junto a la mujer tendida de espaldas en el
suelo, con los ojos cerrados y una mancha oscura junto a la frente que parecía sangre.
—Melina, despierta. Dinos qué ha ocurrido.
Los ojos de Melina parpadearon ligeramente.
—El anillo —susurró la mujer casi sin fuerzas.
—Sí, el anillo. ¿Dónde está el anillo?
Melina abrió los ojos y miró primero a Stormy y después a Lupe.
—Oh, Dios, el anillo —exclamó.
La mujer se sentó con dificultad e intentó ponerse en pie, pero Lupe la sujetó
por los hombros.
—Despacio, Melina. Estás herida. Estás sangrando.
—Ayudadme, deprisa —dijo, llevándose la mano al cuello, buscando algo.
Una llave, recordó Stormy. La llevaba colgando en una cadena, pero no estaba
allí.
Lupe y Stormy la ayudaron a levantarse.
—La llave. Cielos, le ha quitado la llave.
—No. Mira, está ahí —Lupe se agachó y recogió la cadena rota con la llave de
plata todavía colgando de ella—. Y aquí están las demás —dijo recogiendo otro aro
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ganas de zarandearla—. Conocías mis vínculos con el anillo y con Elisabeta. Por eso
me contrataste. Mi vida está en el centro de la diana y tú tenías la única bala. Tenías
que habérmelo dicho.
—Habría dado igual.
—En absoluto. Es mi vida, Melina. ¡Eso tenía que haberlo decidido yo!
Melina suspiró.
—Lo siento, Stormy. Hice lo que me parecía mejor. Espero que me creas.
—Sí, lo mejor para ti y la maldita hermandad, quizá —le espetó Stormy.
Ya era demasiado tarde para los arrepentimientos.
Melina sacudió la cabeza.
—Volvamos a la casa. Tenemos que llegar al fondo de esto.
—Ya lo creo que sí —dijo Stormy.
Brooke estaba sentada en una habitación en penumbra de una casa vacía a unos
kilómetros de la mansión Atenea. La única fuente de luz procedía de una vela
encendida sobre una pequeña mesa redonda ante ella. En la mesa también había una
tabla redonda de madera con una serie de letras y números pintados, una copa de
vino boca abajo, un cuaderno y un bolígrafo.
A Brooke sólo le quedaban dos objetos por añadir: el pergamino
cuidadosamente enrollado y sujeto por una cinta amarilla y el anillo de rubí. El
Anillo del Empalador.
Brooke respiró profundamente un par de veces y después colocó los dedos
sobre el fondo de la copa.
—Elisabeta Drácula, yo te convoco. Hablame, Elisabeta. He hecho lo que me
pediste la última vez que contactamos. Tengo el anillo y el pergamino.
Al principio no ocurrió nada. Pero Brooke era paciente. La recompensa
prometida por Elisabeta merecía la pena, así que repitió las palabras y esperó un
poco más. La copa empezó a moverse, muy lentamente al principio, pero cada vez
con más fuerza hasta que fue deslizándose sobre la suave tabla de madera formando
arcos y círculos sobre la superficie. Cuando se detuvo, Brooke abrió los ojos para ver
qué letras había cubierto la copa y las anotó.
Las letras eran:
B—I—E—N.
—¿Qué quieres que haga ahora?
B—U—S—C—A deletreó el espíritu.
Brooke continuó anotando las letras que la copa invertida señalaba cada vez
con más rapidez.
A—T—E—M—P—E—S—T.
—¿Qué quieres que haga con ella?
P—O—N—L—E—E.
Brooke frunció el ceño pero continúo anotando a toda velocidad, mientras la
copa se deslizaba por el tablero a toda velocidad, como volando por encima de las
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letras.
L—A—N—I—L—L—O.
El lápiz que llevaba en la mano cayó al suelo. Brooke se agachó a recogerlo y la
copa continuó moviéndose sola, sin que ella la tocara.
Una puerta se cerró de un portazo, pero no había nadie.
T—E—N—C—U—I—D—A—D—O.
—Perdón. Sigue.
Brooke miró al cuaderno y leyó lo que había escrito.
—Ponle el anillo. ¿Quieres que busque a Stormy Jones y le ponga el anillo en el
dedo, no? Pero no me lo permitirá, Elisabeta.
A—L—A—F—U—E—R—Z—A.
—Sí, sí, entendido.
H—A—Z—E—L—R—I—T—O.
Brooke asintió, aunque empezaba a sentirse decepcionada. Elisabeta todavía no
le había dicho cómo iba a mantener la promesa que le había hecho: concederle la
inmortalidad en pago por su ayuda.
—Lo entiendo —repitió—. Le pongo el anillo y hago el rito, por la fuerza si es
necesario. Es muy sencillo —Brooke se aclaró la garganta—. Y después de todo eso,
suponiendo que pueda hacerlo, ¿qué ocurre?
Y—O—V—I—V—O.
—Lo sé, Elisabeta, pero lo que quiero saber es ¿qué pasa conmigo? Me has
prometido la inmortalidad. ¿Cuándo la consigo y cómo?
D—E—S—P—U—ÉS.
Brooke frunció el ceño. No se fiaba de Elisabeta. Desde el principio temió que
sólo fuera un engaño.
—No, de eso nada. Tienes que decírmelo ahora. Dime cómo se hará, o no hay
trato.
Una ráfaga de viento helado sopló con fuerza de nuevo y abrió de par en par la
puerta de la casa, apagando la vela.
Brooke se puso en pie.
—No te pido que hagas nada, sólo que me lo digas. Sólo quiero saber cómo lo
harás.
El viento arreció con fuerza, la vela cayó y rodó por el suelo, pero no hubo
respuesta de la tabla.
—Tú eres una de Los Elegidos, Elisabeta. Pero yo no lo soy. ¿Cómo puedo
conseguir la inmortalidad?
Tampoco obtuvo respuesta.
—Al menos dime una cosa, Elisabeta —gritó Brooke al viento —. ¿Por qué tiene
que ser el cuerpo de Stormy? Ella tampoco es una de Los Elegidos. ¿Por qué ella?
¿Por qué no puede ser alguien como yo?
La copa de vino estalló en añicos hacia fuera como impulsada por una fuerza
invisible desde su interior. Brooke dio un salto, con un breve grito de alarma.
Entonces el viento se calmó por completo, y la casa quedó en silencio, como una
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paró la imagen y esta vez pulsó la pausa en el momento en que aparecieron las
zapatillas. Deportivas verdes y turquesa. Se levantó y se miró las zapatillas que
llevaba puestas. Deportivas verdes y turquesa. Las había comprado para hacer
footing.
—No puede ser —susurró—. Yo no pude... Pero a la vez que lo decía, recordó
que aquel día se había quedado dormida en la bañera del hotel, pero había
despertado en la cama. Recordó las ropas tiradas por el suelo, y su coche al día
siguiente, que no estaba en el garaje donde lo había metido el aparcacoches del hotel
a su llegada.
Stormy cerró los ojos, incapaz de creerlo, pero consciente de que no podía negar
lo que se le presentaba con tanta claridad. Y al repasar de nuevo las imágenes,
reconoció su cuerpo y su ropa, aunque no la forma de andar ni los movimientos. Ella
fue quien robó el anillo, sí, pero sin tener el control de su cuerpo.
—Elisabeta —susurró.
Se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer hacia atrás en la cama de Lupe, con
los ojos cerrados. Y al hacerlo, una nueva oleada de recuerdos se presentó ante ella,
recuerdos que había creído perdidos para siempre.
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de cintura para arriba. Deslizó una mano entre los hombros para mantenerla
incorporada, y después le besó los senos, lamiendo y succionando con creciente
ardor hasta mordisquear y tirar de los pezones erectos, arrancando jadeos y gemidos
de su garganta y haciéndola arquear la espalda hacia él, ofreciéndose por completo a
sus caricias.
Tendiéndola del todo en el suelo, Vlad se deslizó sobre ella, besándole la
garganta con la boca y saboreándola con los labios. Stormy alzó la barbilla para darle
mejor acceso y susurró:
—Oh, Vlad, cómo te deseo.
—Yo también te deseo, Elisabeta.
Fue como si le hubieran echado un jarro de agua fría. Stormy se puso rígida y
después le apartó empujándolo con las manos.
Vlad dejó de besarla y alzó la cabeza. La miró con una mezcla de pasión y
confusión en los ojos, y Stormy notó lo excitado que estaba: su erección, fuerte y
dura, se apretaba contra su muslo.
—Levanta —ordenó ella empujándolo de nuevo.
—Tempest...
—Exacto. Soy Tempest, Stormy Jones. Pero no era a ella a quien le estabas
haciendo el amor, ¿verdad, Vlad? No es la mujer que deseas. Es ella. Elisabeta, no yo.
—Puedes ser ella. Lo serás. ¿No te das cuenta?
—No. No, no soy ella, nunca lo he sido y nunca lo seré. Ella intenta apoderarse
de mi cuerpo sin mi permiso, y eso es lo que has estado a punto de hacer tú también,
Vlad —lo acusó furiosa—. Utilizarme para poder tenerla, o engañarte y hacerte creer
que la tenías. No me deseas, ¿a que no?
Vlad se incorporó lentamente, se pasó una mano por la melena negra y paseó
delante de ella.
—Si te he hecho daño, te pido perdón.
—A mí nadie me hace daño —dijo ella colocándose el camisón y cubriéndose—.
Soy demasiado dura para eso, Vlad, así que no te castigues por eso. Yo no soy una
suicida necesitada como tu niña esposa. Ni por asomo.
Stormy se puso en pie y echó a andar a través de los árboles.
—El castillo está por ahí, Tempest —dijo él, señalando en dirección opuesta a
donde ella iba.
Pero Stormy no podía darse media vuelta y arriesgarse a que él viera las
lágrimas que le empañaban los ojos. Porque a pesar de sus palabras, Vlad acababa de
herirla profundamente. Mucho más de lo que era sensato ni razonable. ¿Cómo podía
ser tan tonta?
—Necesito un momento a solas. Vuelve tú. Luego te alcanzo.
—Hay lobos.
—Bueno, estoy muy cabreada, así que si saben lo que les conviene, no se
acercarán —dijo ella, y se alejó entre los árboles lo suficiente para limpiarse las
lágrimas y respirar profundamente, tratando de convencer a los conductos
respiratoríos para que se abrieran un poco y dejarán pasar el aire hasta los pulmones.
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Por fin se volvió y con la cabeza alta regresó hasta donde había dejado a Vlad. Y
lo encontró allí, esperando... con otra mujer.
La mujer se volvió, y Stormy parpadeó a la vez que la pregunta salió de sus
labios.
—¿Rhiannon?
Rhiannon la miró, frunció el ceño y sus ojos se clavaron acto seguido en Vlad.
—¿Ya la has hecho llorar?
—A mí nadie me hace llorar —negó Stormy.
Rhiannon se echó la larga melena negra hacia atrás con un gesto exagerado.
Llevaba un vestido de terciopelo que le caía hasta el suelo y ceñía cada curva de su
cuerpo.
—Éste puede hacer llorar a la Esfinge. No hay que avergonzarse —dijo, e
ignorando a Vlad, se volvió a Stormy—. Dicen por ahí que has sido abducida por el
mismísimo Príncipe de las Tinieblas. Y pensé venir a verlo con mis propios ojos.
—No sabía que te interesara —murmuró Stormy con evidente sarcasmo.
Rhiannon arqueó las cejas.
—Y no me interesa. Pero da la casualidad de que tú eres uno de esos pocos
mortales a los que estaría dispuesta a ayudar en un momento dado —dijo Rhiannon
mirándose las uñas, largas y pintadas de rojo—. Dado que eres amiga de algunos de
mis más queridos amigos, no podía dejar que tuvieras que defenderte sola.
—Defenderme sola es lo que mejor sé hacer.
—Es posible. Tienes fama de dura, para un mortal, claro. Pero se realista,
Stormy. Nunca podrías enfrentarte a Drácula.
—Te sorprendería —dijo Vlad sin alzar la voz.
Rhiannon lo miró, y cuando volvió a mirar a Stormy, sus ojos estaban cargados
de interrogantes.
—¿Significa que quizá he venido a rescatar a quien no lo necesita? No importa.
Vlad, ¿podemos continuar esta conversación en un lugar más apropiado? Recorrer la
mitad de los bosques de Rumania coleccionando ortigas con el dobladillo de mi
vestido de Givenchy no está entre mis actividades favoritas.
—Si llego a saber que venías...
—Lo que plantea otro interrogante. ¿Por qué no lo has sabido? Estás perdiendo
facultades, Vlad. ¿No has percibido que venía otro vampiro? Es inquietante y da que
pensar. ¿Qué te habrá tenido tan... distraído?
Vlad no respondió. Se limitó a echar a andar hacia el castillo.
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Capítulo 9
Unos pasos en el pasillo le avisaron que las otras iban a empezar la búsqueda.
No tenía tiempo para meditar sobre eso, y tuvo que luchar contra la sensación de
náusea y mareo que se apoderó de ella. Cielos, qué tonta había sido enamorándose
de un hombre que no la amaba, que no la quería más que como recipiente para la
lunática de su esposa muerta.
Pero entonces era joven. Ahora era más madura, más sabia y mucho más fuerte.
Y seguía siendo una tonta. Porque seguía deseándolo. Y amándolo.
Nunca pensó que sería una de esas mujeres que se enamoraban de un hombre
que no sentía nada por ellas. Aunque él era tan estúpido como ella, por seguir
obsesionado durante tantos años con una mujer a la que apenas conocía.
Stormy sacó la cinta de video del aparato y la dejó en su habitación antes de
reunirse con Melina y Lupe en la habitación de Brooke.
Pasaron todo el día buscándola por toda la casa, los jardines y los sótanos, e
incluso en el ordenador de Brooke, lo que no fue fácil ya que estaba protegido con
contraseñas.
De hecho, todavía seguían tratando de entrar en sus archivos cuando se puso el
sol.
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Vlad no podía creer lo que estaba viendo. Una mujer estaba a punto de clavar
un cuchillo a Tempest en el corazón. Se lanzó hacia ellas justo en el momento que
Tempest lograba asestar un certero golpe con el talón de la mano en el mentón de su
atacante, cerrándole la mandíbula y echándole la cabeza hacia atrás tan
violentamente que la mujer cayó de lado y rodó por el suelo. Tempest aprovechó el
momento para ponerse en pie y asestar una patada en las costillas de la mujer con
tanta fuerza que alzó el cuerpo de su atacante del suelo. De una segunda patada,
Tempest la tumbó de espaldas. Esta vez el cuchillo salió volando por el aire y aterrizó
en el suelo varios metros más allá.
Tempest avanzó y Vlad creyó que iba a matar a la desconocida, pero entonces la
mujer tendida en el suelo lo vio mirándolas y alzó una mano hacia él.
—Vlad, ayúdame. Por favor, no dejes que me mate.
Aquella voz. Y aquellos ojos.
Vlad parpadeó perplejo, y entonces, cuando Tempest fue a lanzarse hacia
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—¡Vlad!
Este se volvió a mirar a su esposa, que se desplomaba de nuevo en el suelo,
doblada por la cintura y apretándose el estómago, en el lugar donde Tempest la
había golpeado.
Vlad miró a Tempest otra vez, y después a Elisabeta.
—Adelante, ve con ella —dijo Tempest—. Escucha, por lo que a mí respecta,
esto se ha acabado. Ya ha salido de mi cuerpo, y es lo único que quería. El ritual ha
tenido éxito, lo que significa que ya no voy a morir. Lo que hagas con ella depende
de ti. No me importa en absoluto —Stormy miró a Elisabeta—. Pero si vuelves a
acercarte a mí, te mataré. No lo dudes. Y nadie, ni siquiera el mismísimo Drácula, me
lo podrá impedir. ¿Entendido, mala pécora?
Elisabeta no respondió sino que rompió a llorar.
—Sí, me lo imaginaba. Brooke me habría tumbado por eso —Stormy miró a
Vlad a los ojos—. No es que no merezca lo que le ha hecho tu pobrecita esposa, Vlad,
pero quizá quieras averiguar qué ha pasado con Brooke antes de que los dos os
vayáis por fin de luna de miel.
Y tras pronunciar aquellas palabras, Stormy giró sobre sus talones y se dirigió
hacia la casa.
Vlad necesitaba tiempo para procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo podía
Elisabeta estar viva en el cuerpo de esa mujer, Brooke?
Pero en ese momento sólo podía pensar en una cosa. Su esposa estaba herida, y
lo necesitaba. No podía dejarla allí tendida en la hierba, sangrando.
Dejó que Tempest se fuera y se agachó para tomar a Beta en brazos y llevársela
fuera de la mansión Atenea.
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—Según todos los informes, Stiles está muerto —dijo Rhiannon—. Por lo visto,
la fórmula no funcionó como él esperaba.
Melina asintió lentamente, quizá sospechando que ésa no era toda la verdad.
Pero en ese momento, Stormy supo con total certeza que Rhiannon jamás revelaría el
secreto de Willem Stone: probablemente la hermandad lo vería como una ruptura de
su maravilloso orden sobrenatural y podrían decidir tomar medidas para impedirlo.
—¿Por qué no me lo contaron tus amigos, si sabían que Brooke quería robar la
fórmula? Tenían que saber que eso era una traición de los principios de nuestra
orden.
Rhiannon se encogió de hombros.
—Eso tendrás que preguntárselo a ellos.
—¿Por qué no me lo explicas tú, Rhiannon?
—Porque me fío de ti tan poco como me fiaba de Brooke —respondió Rhiannon
sin andarse por las ramas—. Además, llegados a este punto, ¿qué más da?
—¿Qué más había en su ordenador? —preguntó Stormy en un intento de
cambiar de conversación—. ¿Algo más sobre el anillo o el pergamino?
Melina asintió y cambió de tema.
—Brooke creía que cuando Elisabeta volviera a la vida, le ofrecería la forma de
conseguir la inmortalidad. Pensó que si conseguía hacer entrar en su cuerpo el
antígeno Belladona que, según ella, Elisabeta tuvo que tener en vida, podría
convertirse en vampiresa.
—Eso no le ayudaría en nada —dijo Stormy.
—Brooke creía que sí —dijo Lupe—. Estaba convencida de que Elisabeta podía
coexistir con otra alma en el mismo cuerpo. Y estaba dispuesta a compartir su cuerpo
con ella a cambio de la vida eterna —Lupe bajó la cabeza—. Cielos, quiere ponerse el
anillo y hacer el ritual. Quiere que Elisabeta comparta su cuerpo.
—Ya lo ha hecho —dijo Stormy.
Las dos mujeres la miraron boquiabiertas. Stormy lo confirmó con un
movimiento de cabeza y continuó.
—Acabo de encontrármela fuera. Sólo que no era Brooke. Era Elisabeta. Y no sé
vosotros, pero yo la conozco. He vivido con ella mucho tiempo, y sé perfectamente
que no tiene la menor intención de compartir ese cuerpo con Brooke.
—No podría hacerlo ni aunque quisiera —dijo Rhiannon—. Dos almas no
pueden ocupar el mismo cuerpo durante mucho tiempo.
—El mío sí —dijo Stormy—. Llevaba años viviendo dentro de mí.
—Sí, porque el anillo le impedía ir a ningún otro sitio. Brooke no tiene ese
anclaje. Le ha entregado su cuerpo. En tu cuerpo, Tempest, Elisabeta sólo podía estar
agazapada, al acecho, esperar y tomar el control muy ocasionalmente. No era lo
bastante fuerte para expulsarte, y el poder del anillo le impedía seguir. Pero Brooke
se ha entregado a sí misma, y su alma se irá debilitando gradualmente hasta
desaparecer.
—¿En cuánto tiempo? —preguntó Melina.
—¿Melina? —preguntó Lupe.
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Capítulo 10
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—Sí.
Elisabeta asintió.
—Empiezo a sentirme mejor —le sonrió y trató de incorporarse—. ¿Cuándo me
lo harás?
—¿El qué, Beta?
—Cambiarme, por supuesto. Quiero ser inmortal. Un vampiro, igual que tú.
Vlad la miró, sacudió negativamente la cabeza y en ese momento se dio cuenta
de que ella tenía el antígeno Belladona, aunque muy debilitado. Alterado.
Antes Brooke no lo poseía. De eso estaba seguro. De haber sido una de Los
Elegidos, él lo habría notado.
—Se tiene que hacer en el momento adecuado, Beta —dijo él.
Elisabeta le sujetó por los hombros y se apretó contra él, acariciándole la
mandíbula y la mejilla con los labios.
—¿Cuándo?
—No lo sé.
La boca femenina se deslizó sobre la suya, y por un momento, Vlad la besó.
Pero después, la sujeto por los hombros y la apartó.
—Beta, tenemos que hablar.
—Pero te he echado mucho de menos, Vlad. No quiero esperar.
—No será mucho tiempo, pero tengo que saber sobre Brooke.
La cabeza de Elisabeta se alzó como disparada por un resorte.
—¿Brooke?
—Estás utilizando su cuerpo, Beta, y tengo que conocerlo. Brooke no era una de
Los Elegidos.
—Oh, no. ¿Significa que...?
—No, cielo, no. Percibo el antígeno en ti —la tranquilizó él—, pero no es fuerte
y no estoy seguro de que sea lo mismo. Es posible que la transformación no llegue a
darse.
—O sí.
—Si no se da, morirás, Beta.
Ella parpadeó deprisa.
—Pues eso desde luego no lo podemos permitir —después frunció el ceño—.
¿Seguro que me estás contando la verdad?
—¿Por qué iba a mentirte?
—Por ella, por supuesto.
—¿Quién? ¿Brooke?
—Tempest.
Vlad negó con la cabeza.
—Ella ya no tiene nada que ver con esto.
—Lo tiene si estás enamorado de ella. Si la eliges a ella en vez de a mí. He
esperado quinientos años, Vlad.
—No esperaste en absoluto, Elisabeta. Ni siquiera tres días. Cuando te dijeron
que me mataron en el campo de batalla, lo creíste y te apresuraste a darte muerte.
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Capítulo 11
La puerta se abrió de par en par y Vlad alzó la cabeza, tratando de ver quién era
a través del dolor que le nublaba los sentidos. Y lo supo incluso antes de verla. La
sintió.
Tempest.
Ésta recorrió la habitación con los ojos y vio a Vlad de rodillas en el suelo
sangrando y a Elisabeta de pie a su lado, observándolo con indiferencia.
—¿Qué demonios le has hecho? —preguntó a Elisabeta.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Elisabeta desde el cuerpo de Brooke—. ¿No
ves que estoy hablando con mi marido?
—Oh, sí, ya lo veo.
—Tiene un cuchillo, Tempest —logró decir Vlad.
—Ya lo veo —dijo ella y acto seguido dio un paso adelante, giró la mitad del
cuerpo y atacó, primero con un pie, después con el otro.
La primera patada arrebató el cuchillo de manos de Elisabeta y la segunda la
golpeó en pleno mentón, haciéndola caer violentamente contra el suelo. Tempest
corrió junto a Vlad, se arrodilló junto a él y le abrió la camisa. Al ver la fuerte
hemorragia, se quitó la camisa que llevaba y, en camiseta, le cubrió la herida con ella.
—Apriétatela fuerte, Vlad.
¡A tu espalda!, fue a decir éste, pero incluso antes de que lograra emitir un
sonido, Tempest se levantó como impulsada por un resorte y asestó un golpe a la
barbilla de Elisabeta con el lateral de la mano. La cabeza de Beta se balanceó como un
péndulo. Otro golpe de la otra mano y la nariz de Beta empezó a sangrar
profusamente.
Beta chilló, sujetándose la cara con ambas manos y echándose hacia atrás.
—Te mataré, zorra. Te mataré aunque sea lo último que haga —le amenazó,
horrorizada por el dolor y la sangre en las manos.
—Sí, mira cómo tiemblo —respondió Stormy—. Antes no podía luchar contra ti,
Elisabeta. Estabas dentro de mí, pero cometiste el error de salir, y ahora que puedo
hacerlo, es lo que pienso hacer, no lo dudes.
—Nunca lograrás ganarme.
—Ya lo he hecho —Tempest le sujetó por el brazo y se lo retorció a la espalda.
—Tempest, ¿qué le vas a hacer? —preguntó Vlad.
Tempest lo miró, con clara incredulidad, pero antes de poder responder,
Elisabeta le mordió la mano, y cuando ella la apartó con un gemido, Beta saltó sobre
sus talones y salió corriendo de la casa todo lo rápido que las piernas de Brooke
fueron capaces de llevarla.
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Después se preparó para el segundo punto. Para un mortal tres puntos habrían
sido suficientes, pero en el caso de Vlad, ella sabía que necesitaría al menos seis.
—No iba a hacer ningún daño a Elisabeta —dijo ella tras unos minutos—. Sólo
quería llevar la a la casa. Rhiannon estaba allí. Dice que si no hacemos algo, Brooke y
Elisabeta morirán. Son incompatibles.
—Elisabeta necesita tu cuerpo.
—Sí. Por suerte para mí, tú no estás en condiciones de entregarme a ella.
Vlad la miró a los ojos, pero no lo negó. Stormy continuó uniendo los bordes de
la herida hasta que terminó cubriéndola con una gasa y un poco de esparadrapo.
—Ya está —declaró por fin, sentándose sobre los talones.
Pero Vlad no respondió. Tenía los ojos cerrados y estaba muy quieto. El dolor
debía haber sido tremendo para hacerle perder la conciencia. También podía estar
causado por la pérdida de sangre. O también podía estar...
—Eh —Stormy le dio unas palmaditas en las mejillas—. Vlad, dime algo.
El parpadeó, pero apenas pudo mantener los ojos abiertos unos instantes.
—Lo siento.
—Tú no tienes la culpa —dijo ella—, pero tenemos que llevarte a un cuarto
seguro. Sé que tienes uno. Todos los vampiros tienen un lugar seguro. ¿Dónde está,
Vlad? ¿Dónde te refugias durante el día?
—Oh —Vlad apretó los labios y tragó saliva—. Abajo. En el sótano.
—Estaba segura de que no podía estar muy lejos —comentó ella.
Con Stormy sujetándolo por la cintura y apoyándose en ella, llegaron por fin a
una habitación en el sótano. Era una habitación pequeña y espartana, con una cama
de matrimonio que ocupaba prácticamente todo el espacio.
Stormy le ayudó a quitarse la camisa y tumbarse en la cama. Una pequeña
mancha roja se adivinaba en la improvisada venda sobre el vientre.
—No te muevas —dijo ella, a su lado—. Voy a ayudarte a tumbarte en la cama,
pero no hagas ningún esfuerzo, Vlad. No quiero que vuelvas a sangrar de nuevo.
Stormy se sentó en la cama a su lado y lo rodeó con los brazos, diciéndole que
dejara caer todo su peso sobre ella. Cuando por fin Vlad estuvo completamente
tumbado, Stormy lo tapó con la colcha.
—Ya está. ¿Estás cómodo?
Vlad asintió con la cabeza, con los ojos cerrados.
Stormy comprobó una vez más la herida. La hemorragia parecía controlada, y,
más tranquila, se sentó en la cama.
—Sé mucho sobre vampiros, Vlad. Yo diría que más que cualquier otro mortal.
Algunos de mis mejores amigos son vampiros. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
Vlad asintió levemente con la cabeza, de espaldas a ella sin estar muy seguro de
a donde quería ir a parar.
—Has perdido mucha sangre y morirás antes del amanecer —continuó ella.
Vlad rodó sobre la espalda y la miró.
—No creo que...
—Vas a morir —repitió ella—. Apenas puedes mantener los ojos abiertos. He
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detenido la hemorragia, pero no tienes bastante sangre para llegar con vida hasta el
alba —Stormy apretó los labios—. No sobrevivirás a menos que me dejes ayudarte. A
menos que me permitas hacer... lo que hay que hacer.
Los ojos de Vlad se clavaron en ella con incredulidad.
—¿Harías eso por mí? ¿Incluso después de...?
—¿Incluso después de elegirla a ella en lugar de a mí? Oye, Vlad, sé que
preferirías que fuera ella la que estuviera aquí contigo, ayudándote.
—Si estuviera ella aquí, ahora estaría muerto —dijo él—. Pero Elisabeta está
confusa, Tempest.
—Lo que está es loca. He intentado decírtelo —dijo Stormy cerrando los ojos—.
Tenemos que ser prácticos. Tú necesitas sangre. Yo tengo de sobra. Sólo podemos
hacer una cosa.
Stormy le ofreció la palma de la mano y con un asentimiento de cabeza, dijo:
—Adelante —al verlo titubear insistió—. Venga, hazlo.
Vlad cerró los ojos durante unos segundos, pero cuando los abrió ignoró la
muñeca que ella le ofrecía y le sujetó la nuca con la palma de la mano, a la vez que la
atraía hacia él.
—Así no —susurró ella.
—Así, Tempest. Así —repitió él.
Stormy cerró los ojos y se dejó llevar, estremeciéndose a la vez que le ofrecía la
garganta.
Vlad la besó en el cuello, y ella suspiró. Estiró las piernas y se tumbó a su lado,
pegando el pecho a él, y dejando la garganta apoyada contra la boca masculina.
Involuntariamente arqueó el cuello, deseando, necesitando que la tomara.
Vlad suspiró su nombre contra su piel, y ella sintió sus labios succionando
suavemente, hasta que por fin una punzada de dolor la recorrió cuando le clavó los
colmillos. Pero el penetrante dolor fue breve y delicioso a la vez, y despertó en ella
una oleada de sensaciones similares al sexo, con los dientes hundidos en su carne, la
lengua acariciándole la piel, y la boca succionando en su garganta.
Y entonces Vlad empezó a moverse, tendiéndola de espaldas y cubriéndola con
su cuerpo. Seguía alimentándose de su sangre mientras deslizaba la mano por dentro
de sus vaqueros.
—Vlad, no deberías moverte o...
Pero Stormy no pudo continuar hablando, porque los dedos masculinos se
estaban deslizando en su interior, y comprobando lo excitada y húmeda que estaba.
Por él. Sólo por él. Vlad la excitó con la mano, y ella separó más las piernas, deseando
lo que sólo él podía darle.
Entonces él encontró el botón que latía y pedía su atención y lo frotó con el
pulgar a la vez que continuaba succionándole en la garganta y la penetraba con los
dedos.
Stormy tuvo un orgasmo tan potente que por un momento pensó que le
arrancaría la carne de los huesos.
El orgasmo continuó mientras ella gemía, temblaba y se convulsionaba. Arqueó
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
Cuando Elisabeta dejó la casa donde estaba Vlad se sentía dolida y confusa.
¿Cómo había podido clavarle un puñal a Vlad, a su amado esposo? ¡Apenas
podía creerlo! Pero seguro que él se recuperaría. Después de todo era un vampiro.
Ahora ella tenía que lidiar con la complejidad de estar encarnada en un cuerpo
humano otra vez, algo que sólo había conocido en unas pocas ocasiones cuando
lograba hacerse con el control del cuerpo de Tempest. Ahora habitaba un cuerpo
propio, que aunque Brooke trataba de recuperar, sus esfuerzos no dejaban de ser,
como mínimo, ridículos. No suponía ninguna amenaza.
Pero, ¡cielos, las sensaciones!
¡Aquella cerda de Tempest le había hecho daño, la muy bestia! El golpe que le
había asestado, el dolor en la cara y la nariz sangrando. Todavía le dolía, a pesar del
rato que había pasado. No estaba acostumbrada al dolor físico.
Y ahora había también otras sensaciones, como el rugido que sintió en el
estómago, y se dio cuenta de que era hambre. Pero no estaba segura de qué debía
hacer al respecto. Hacía mucho, mucho tiempo que no tenía que ocuparse de
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
satisfacer las necesidades dél mundo corporal. Más de cinco siglos. Pero lo que sí
sabía era que podía acceder a los conocimientos que Brooke había adquirido a lo
largo de su vida, del mismo modo que había utilizado los almacenes de información
de Tempest.
La memoria de Brooke le dijo que tenía dinero en el bolsillo y que había un
supermercado abierto las veinticuatro horas a unos tres kilómetros de distancia. Allí
podría comprar comida.
El paseo se le hizo eterno, y para cuando llegó estaba tan cansada que apenas le
quedaban fuerzas para comer. Además, debía ocuparse de otras necesidades más
básicas y gracias a los recuerdos de Brooke fue capaz de utilizar los aseos públicos
del supermercado.
Aquello le repugnó profundamente. Se había olvidado de los aspectos menos
agradables de la existencia física.
Casi dio un salto cuando el cuenco de porcelana en el que se sentó pareció
cobrar vida en cuanto se levantó. Un fuerte chorro de agua cayó automáticamente del
interior y dejó el cuenco tan limpio como estaba antes de usarlo. Se quedó mirando al
objeto durante un largo rato, apretándose el corazón con la mano.
Después, al lavarse las manos, se miró al espejo y vio que tenía una cara
agradable. Bastante atractiva, de hecho. Se pasó las manos por la melena castaña y la
figura esbelta, aunque débil, y sonrió.
Por último, regresó a los pasillos del supermercado y buscó en las estanterías
algo de comer. La mayoría de los objetos no tenían aspecto de comida: latas y cajas
con bonitas imágenes.
Con un suspiro deseó ser ya un vampiro. Así sólo tendría que chuparle la
sangre a un estúpido mortal y terminar con aquello.
Un mortal como Tempest. Le encantaría chuparle la vida a aquella malvada
ladrona de maridos. Y lo haría.
Pero ahora necesitaba comer. Por fin encontró un mostrador con comida
preparada y lo que vio ya le resultó más comestible. Eligió un sandwich de ternera,
consciente de que necesitaba recuperar fuerzas para volver a la casa donde estaba
Vlad.
Cuando por fin regresó al lugar donde había dejado herido a su esposo, era
muy tarde, o quizá muy temprano, a punto de amanecer. Trató de abrir la puerta,
pero estaba cerrada.
¿Cómo se atrevía a dejarla fuera? ¿Todavía no se había dado cuenta de que no
debía enfurecerla? ¿Por qué la trataba así?
Elisabeta estaba cansada, y le dolían las piernas y la espalda. En aquel momento
sólo deseaba una cama caliente y el fuerte cuerpo de Vlad abrazándola, pero tuvo
que conformarse con un trozo de hierba seca a la izquierda de la puerta principal,
bajo un arce. Allí se acurrucó en el suelo para descansar un rato. Más tarde decidiría
lo que tenía que hacer. Cuando se hiciera de día, pensó, encontraría la manera de
entrar en la casa. Cuando saliera el sol.
Y Vlad no podría detenerla.
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Capítulo 12
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Vlad se deslizó más abajo y, sin dejar de acariciarle los senos con las manos,
metió la cabeza entre las piernas femeninas y la saboreó allí, succionando
profundamente. Stormy le sujetó la cabeza con las manos, manteniéndola allí, y Vlad
lo tomó como el consentimiento para poseerla y apoderarse de ella por completo.
Vlad supo cuando ella estaba al borde del orgasmo y en ese momento se detuvo
y se apartó.
Ella gimió de frustración y de deseo.
—Quiero que te corras conmigo dentro de ti —dijo él, y sus palabras sonaron
más como una orden que una petición—. Quiero que alcances el orgasmo sólo
cuando yo te posea, en cuerpo, sangre y alma.
Stormy jadeaba y temblaba.
Vlad se colocó de nuevo sobre ella y se deslizó en su interior. Stormy se tensó
ligeramente, y tuvo que acostumbrarse a su forma y tamaño, pero él no cambió el
ritmo. La penetró profundamente una y otra vez, y después le alzó y separó las
rodillas con las manos, para hundirse aún más en su cuerpo.
Stormy gimió, a punto de pedir clemencia. Pero si sentía dolor, era un dolor
delicioso que no se podía distinguir del placer más intenso imaginable.
Vlad se retiró ligeramente y la penetró de nuevo, esta vez con más fuerza. Y
otra vez, más deprisa. El ritmo se aceleró y ella movió las caderas para aceptarlo,
para seguir el ritmo del cuerpo masculino.
Stormy deslizó las manos por la espalda fuerte y lo apretó contra ella,
clavándole las uñas en la carne.
—Más fuerte, Vlad —suplicó ella, mirándolo a los ojos—. Más deprisa.
Entonces él pareció perder por completo el control y la penetró con fuerza.
Stormy le rodeó la cintura con las piernas uniendo los tobillos y alzó las caderas
hacia arriba, moviéndose para recibir cada empellón. Sin saber cómo, era capaz de
soportar la fuerza con que él la poseía, y quería más.
Vlad deslizó las manos por sus nalgas, y le alzó las caderas para poder
penetrarla incluso más profundamente y sujetarla contra cada uno de sus
movimientos.
Y justo cuando ella estaba llegando a la cima del placer, él inclinó la cabeza
hacia el cuello femenino y mordió, hundiendo los colmillos a través de la yugular y
succionando la sangre de su cuerpo mientras continuaba moviéndose con ella.
Cuando él se derramó en ella, Stormy gritó su nombre, y él la penetró un par de
veces más, llenándola con su semilla a la vez que bebía de su garganta.
Se sujetaron con fuerza el uno al otro mientras las convulsiones de un orgasmo
interminable dominaban ambos cuerpos, y ambos temblaban con la fuerza de los
espasmos.
Fue entonces cuando las piernas y los brazos de Stormy empezaron a
debilitarse y Vlad pareció darse cuenta de que continuaba succionando la sangre de
su garganta y eyaculando semen en su cuerpo, y se detuvo.
Bajo él, el cuerpo femenino se relajó sobre el colchón. Con cuidado, Vlad salió
de su cuerpo y se tendió a su lado, rodeándola con sus brazos y atrayéndola hacia el.
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los pocos pasos estaba mareada y le temblaban las rodillas. Se apretó una mano
contra la frente, cerró los ojos y apoyó una mano en un árbol para no caer.
¿Que le ocurría? Quizá estaba todavía demasiado débil en aquel cuerpo de
Brooke al que aún no se había adaptado.
Enseguida se dio cuenta de que no estaba en condiciones de matar a Tempest
sólo con sus manos. Y recordó cómo Tempest se había vuelto y le había asestado una
patada en toda la mandíbula. Ella no tenía ninguna experiencia en el combate físico,
y necesitaría una ayuda. Un arma.
Miró a su alrededor y vio el arma perfecta: una piedra más grande que un
pomelo, lisa y redonda. Se agachó a recogerla y después salió con pasos acelerados
detrás de Tempest. Probablemente se dirigía hacia la mansión Atenea, y aunque
Elisabeta no conocía el lugar, Brooke lo conocía perfectamente y ella se había
convertido en una experta en hurgar en su mente para obtener información.
Dejó el sendero y atravesó el pinar con la esperanza de interceptar a Tempest.
Al salir por el otro lado, vio el sendero que estaba a unos escasos metros del
bosquecillo y, ocultándose tras unos árboles, esperó.
Minutos después, Tempest apareció por el sendero, con pasos rápidos y
expresión preocupada en el rostro. Elisabeta sabía que debía pillarla desprevenida, y
por eso se mantuvo agazapada hasta que Tempest pasó. Entonces, con pasos rápidos
y sigilosos fue tras ella por el terreno ligeramente elevado que bordeaba el sendero
con el arma elegida en la mano. Alzó la piedra con ambas manos, sujetándola por
encima de la cabeza, y se lanzó contra Tempest.
Tempest se volvió en el último momento y se echó hacia un lato. La piedra le
golpeó el hombro en lugar del cráneo, y aunque el golpe no fue letal, Stormy dejó
escapar una exclamación de dolor y cayó de lado, aterrizando en el suelo con un
impacto seco que debió doler tanto como el golpe.
Furiosa, Elisabeta alzó de nuevo la piedra, pero Tempest movió las piernas en
un arco que levantó los pies de Elisabeta del suelo.
La mujer cayó con fuerza y se golpeó la cabeza contra la misma roca que
acababa de utilizar para intentar aplastar la de Tempest.
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
Capítulo 13
Stormy se puso de pie con una mano en el hombro y la sensación de haber sido
atropellada por un tren de carga.
—¿Qué demonios te pasa, puñetera psicópata?
La mujer que estaba en el suelo no respondió, y Tempest se acercó a ella con
cautela, pero no muy preocupada.
—Un ataque sorpresa, ¿eh? Esa no es una forma muy digna de pelear, Elisabeta.
La mujer no respondió, y Stormy vio las manchas de sangre en la roca junto a la
cabeza de la mujer.
—Vaya, te has golpeado con eso, ¿eh?
La empujó con el pie, y esta vez era el cuerpo de Brooke, no de Elisabeta.
Elisabeta estaba inconsciente.
Suspirando, y reprimiendo el deseo de patear a la muy traidora por el golpe en
el hombro, Stormy le arrancó el anillo de rubí del dedo y después rebuscó en los
bolsillos, donde encontró el pergamino.
Se metió el anillo y el pergamino en la mochila, sacó el móvil y llamó a la
mansión Atenea.
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morir desangrado. Incluso después de haberte dado mi sangre para salvarte la vida.
¿Para qué me voy a molestar? —repitió.
—Tempest...
Stormy alzó la palma de la mano y sonrió con amargura ante la ironía de la
situación.
—Paso de este rollo. Y de ti también, Vlad —dijo, y salió de la habitación dando
un portazo.
A mitad del pasillo se encontró con Rhiannon, pero no la saludó, siguió
caminando.
—¡Espera! —dijo ésta.
Al ver que Stormy no se detenía, Rhiannon cambió de dirección y salió tras ella.
—Stormy, ¿adonde vas?
—A recoger mis cosas. Me largo. Ya la he traído aquí, ¿vale? Tengo el anillo y el
pergamino —sacó ambos objetos del bolsillo y los puso en la mano de Rhiannon—.
Haz lo que tengas que hacer, exorcízala o mándala al infierno, me importa un bledo.
Pero tendrás que enfrentarte a Vlad, porque no la dejará marchar tan fácilmente, eso
te lo garantizo. Yo ya no tengo motivos para seguir aquí. Y mañana por la mañana si
me despierto, sabré que ha funcionado. Y si no, pues eso, supongo que no. De lo que
estoy segura es que no voy a pasar lo que pueden ser las últimas horas de mi vida
viendo a Vlad adular a esa lunática sanguinaria.
—Stormy, no hagas esto.
Stormy se detuvo. Estaba en la puerta de su dormitorio, pero antes de entrar
miró a Rhiannon, a pesar de que eso significara revelar las lágrimas que se agolpaban
en sus ojos.
—Gracias por querer ayudarme. Estoy en deuda contigo.
—Dame las gracias cuando haya terminado, si lo consigo.
—Espero tener esa oportunidad, Rhiannon —dijo Stormy y pestañeó para
secarse las lágrimas—. Esto se está poniendo asquerosamente sentimental. Vete, ve a
la habitación de Brooke antes de que Vlad tenga la oportunidad de llevarse a su
patética esposa de aquí.
—Es patética, ¿verdad?
—Es sanguinaria, egoísta, violenta y está loca. Pero lo peor de todo es que es
una quejica.
Rhiannon esbozó una sonrisa.
—Eso fue lo primero que pensé yo también. No ha cambiado. Adiós, Stormy.
Y dando media vuelta, se dirigió al cuarto de Brooke.
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
—Oh. ¿Todavía sigue viva? —preguntó Rhiannon con una sonrisa a la que Vlad
no pudo evitar responder con otra.
—Claro que sí.
Vlad se puso en pie y la abrazó, temiendo una reacción fría por parte de
Rhiannon, pero no fue así.
Rhiannon lo abrazó a su vez. Pasara lo que pasara entre ellos, el vínculo entre
ambos era fuerte, siempre lo había sido, y siempre lo sería.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo él.
—Sí, demasiado, y temo que este abrazo no dure, Vlad. Es posible que
terminemos en lados opuestos.
—Ojalá no sea ése el caso —dijo él, mirándola a los ojos—. Al margen de lo que
te diga después, Rhiannon, incluso si me veo obligado a destruirte, quiero que sepas
que te quiero.
—Y yo a ti. Te querré incluso cuando te esté matando, Vlad.
Vlad asintió.
—Entendido.
Rhiannon miró a Elisabeta.
—Melina dice que la herida de la cabeza no es grave.
—No te fíes de ellos, Vlad —suplicó Elisabeta desde la cama—. Mienten.
Quieren que muera.
—Eso es cierto —dijo Rhiannon—. Queremos que muera, pero no queremos
que Tempest muera, y tampoco tenemos derecho a ejecutar a Brooke, aunque
probablemente después lo hagan sus queridas hermanas.
—No podrás salvar a Brooke —dijo Elisabeta—. Ahora éste es mi cuerpo.
Rhiannon suspiró y cerró los ojos con paciencia.
—¿Te importa que hablemos en el pasillo, Vlad? Se me está acabando la
paciencia.
Elisabeta trató de sujetar las manos de Vlad.
—¡No te vayas, Vlad! ¡No me dejes!
—Tranquila, descansa, aquí estás a salvo.
Los dos vampiros salieron al pasillo y Rhiannon le contó lo que realmente había
pasado en el sendero, desmintiendo la versión de Elisabeta.
—Al menos están las dos bien —dijo él cerrando los ojos.
Las otras dos mujeres se acercaron por el pasillo y se unieron a ellos junto a la
puerta de la habitación.
—No están bien —dijo Melina—. Brooke corre peligro de morir, y Elisabeta está
enferma. No es la herida, es algo más.
—Me temo que sé lo que es —dijo Vlad bajando la cabeza.
—Y yo también —dijo Rhiannon—. Lo percibo desde aquí. Es el antígeno
Belladona. La está matando.
Melina frunció el ceño.
—Pero es imposible, Brooke no es una de Los Elegidos.
—No, pero Elisabeta sí —dijo Vlad.
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—Además, hay que considerar algo más. A menos que liberemos a Elisabeta
todos sus descendientes espirituales morirán. Así se determinó en el hechizo. Y sabes
lo que eso significa, Vlad. Stormy, la única inocente en todo este asunto, morirá. Esta
noche, Vlad. Esta medianoche.
Vlad abrió los ojos, entreabrió los labios para decir algo, pero los cerró de
nuevo, repensando sus palabras.
—Entonces tendré que encontrar la forma de salvar a Elisabeta antes de eso.
—¿Vlad? ¿Qué... que demonios te pasa?
Rhiannon lo miraba como si no lo hubiera visto en su vida, pero Vlad no podía
decirle la verdad, aunque fuera mentalmente, sin arriesgarse.
—Quiero hablar con Tempest —dijo—. ¿Dónde está?
Lupe, que había estado callada hasta entonces, lo miró con preocupación.
—Creía que lo sabías. Se ha ido.
Vlad parpadeó, perplejo.
—¿Se ha ido?
—Dice que esto ya no es asunto suyo, Vlad —dijo Rhiannon—. Estaba furiosa,
contigo, supongo.
—La he visto en su habitación, recogiendo sus cosas —añadió Lupe.
Vlad salió corriendo por el pasillo al dormitorio de Tempest. Abrió la puerta de
par en par, pero estaba vacío. Después abrió el armario, el cuarto de baño, pero todo
estaba vacío, y no quedaba ni rastro de su presencia, sólo su olor. Sólo su esencia
flotando en el aire.
Vlad bajó corriendo las escaleras y salió por la puerta principal. Fuera
comprobó que el coche de Tempest tampoco estaba. Sólo quedaba un rastro de
polvo. Debía haberse ido hacía un momento.
—¡Vlad! —gritó Rhiannon.
Vlad regresó al dormitorio de Brooke, cuya puerta estaba abierta. Las otras tres
mujeres, Rhiannon, Melina y Lupe, estaban dentro.
—Tenías razón. Lupe, Tempest se ha ido.
—Sí, y ahora podemos tener un problema de verdad —dijo Rhiannon y,
haciéndose a un lado le dejó ver la cama vacia—. Porque Elisabeta también se ha ido
—dijo, retorciéndose las manos con los ojos cerrados.
—¡Pero hace un momento estaba con la oreja pegada en la puerta,
escuchándonos! —exclamó Vlad.
Rhiannon alzó las cejas y lo miró a los ojos.
—¿Es eso cierto. ¿Por eso has...?
—Ahora no. Rhiannon —Vlad cerró los ojos—. Tenemos que encontrarlas. Y no
tenemos mucho tiempo.
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Capítulo 14
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¿Tempest se iba?
No. Ella no podía perderla. ¿Y si no la encontraba de nuevo a tiempo?
Tomando una rápida decisión, Beta corrió hasta el coche mientras Tempest
estaba de espaldas a ella y se ocultó en los asientos de atrás, agachada en el suelo con
la esperanza de que la zorra no mirara allí antes de irse.
En silencio, sin moverse y casi sin respirar, Elisabeta esperó.
Notó el movimiento del vehículo cuando Tempest metió el equipaje en el
maletero, y después el golpe al cerrarlo. A continuación la sintió abrir la puerta del
conductor, montarse, y poco después se estaban moviendo.
Elisabeta no sabía qué iba a hacer. Probablemente esperar hasta llegar a algún
lugar protegido. Tempest tenía el anillo y el pergamino, y sin duda si el ritual había
funcionado una vez, volvería a funcionar ahora. Lo único que tenía que hacer era
someter a la rubia el rato suficiente para ponerle el dedo en el anillo y realizar el rito
para transferir su alma al cuerpo de Tempest. Así se desharía para siempre de ella.
Elisabeta volvería a recuperar sus fuerzas, y Vlad sería suyo.
Con cuidado, se acomodó en el suelo del vehículo, apoyó la cabeza en el
respaldo del asiento delantero y cerró los ojos.
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—Sí, pero la torre a la que me refiero estaba aquí —dijo él, señalando un
estrecho círculo de piedra, de apenas metro y medio de alto—. Esta era la torre
donde yo vivía. Mis aposentos estaban en la parte superior.
Stormy se acercó a la base circular, a un punto que quedaba apenas a unos
metros de una caída vertical. Fue a acercarse al borde, pero Vlad la sujetó por los
hombros.
—Cuidado. El terreno es bastante inestable.
Sujetándola, Vlad avanzó un poco más hacia el borde y se detuvo. Stormy miró
hacia abajo, a un mar de bruma que parecía no tener fin. Y entonces, un viento abrió
y disipó las brumas del fondo, y ella alcanzó a ver hasta el pequeño arroyo que
descendía sobre las rocas y peñascos de abajo.
Entonces lo sintió: la poderosa sensación de su cuerpo al caer precipitadamente.
La sensación de ingravidez, de vuelo. El silencio mortal de su caída. Sintió también
los encabritados latidos de su corazón, y el doloroso impacto, más allá de toda
resistencia física, explotando en cada parte de su cuerpo. Segundos después, todo se
desvaneció y no quedó más que un bendito alivio que la envolvía. Sintió que echaba
con fuerza el aliento. El último aliento. Y sonrió al morir. Por fin, pensó. Paz. El
punto final a tanto sufrimiento. Por fin. Se acabó.
—¡Tempest!
Stormy parpadeó y abrió los ojos lentamente para encontrarse tendida en el
suelo, sostenida entre los brazos de Vlad, que la zarandeaba.
—Tempest, dime algo. Por el amor de los dioses...
—Estoy bien —logró balbucear ella—. Estoy bien.
—De eso nada —dijo él, y la abrazó con fuerza, arrodillado a su lado, y
acariciándole el pelo.
Por un momento, Stormy casi se permitió creer que él la quería. Casi.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó él.
Stormy se apoyó contra él y cerró los ojos.
—Creo que era ella, ElisSbeta. He sentido lo que sintió al caer al vacío, Vlad. Y
no era horrible. Bueno, hubo dolor cuando se dio contra las rocas, pero fue muy
breve, y nada en comparación con el dolor que sentía antes. El dolor emocional, un
dolor que la estaba matando. Pero dejó de sufrir, Vlad. Al morir, lo que la embargó
fue una profunda sensación de alivio. Beta no quería seguir sufriendo.
—Y sin embargo continuó haciéndolo, ¿no?
—Creo que todavía sigue sufriendo, Vlad. La mujer que he sentido en esos
recuerdos es una joven dulce y agradable. Es inocente e ingenua, muy débil y con
mucha necesidad de afecto. Y sufre casi todo el tiempo. No tiene nada que ver con la
de ahora, que es cruel, malvada y violenta. No estoy segura de que se trate de la
misma mujer.
—O quizá sí. Quizá ésta es en lo que se ha convertido por mi culpa —Vlad bajó
la cabeza—. Quizá Rhiannon tuviera razón. El ritual que encargué a los magos fue un
error.
—Me temo que en eso tienes razón.
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—No hay motivo para creer que les ha ocurrido algo horrible —dijo Rhiannon
por enésima vez.
Pero eso era exactamente lo que creía Vlad, y se culpaba por ello.
Melina estaba marcando una vez más el número del teléfono móvil de Tempest,
pero sólo lograba ponerse en contacto con su buzón de voz.
—Pero tú puedes encontrarla, Vlad —dijo Rhiannon.
Él miró a Rhiannon, frunciendo el ceño.
—No lo sé. Mi vínculo con Elisabeta no es tan fuerte como...
—No me refiero a Elisabeta, Vlad. Por el amor de los dioses, ¿quieres dejar de
pensar en ella un momento? ¿Tan obsesionado estás? Me refiero a Stormy. ¿Crees
que no puedo olerla en ti? —le espetó Rhiannon—. Has bebido su sangre, y más de
una vez. Su olor y su esencia siguen vivos en ti, y el vínculo creado entre los dos es
muy potente. Eres la persona más indicada para localizarla.
—Voy a buscarlas —dijo Vlad—. Es probable que Tempest vuelva a casa, a su
mansión de Easton. Iré y...
—Todavía no —dijo Rhiannon, y miró a Melina y Lupe—. ¿Alguna de las dos
conoce el arte de la adivinación física?
—Yo —dijo Lupe.
—Entonces hazte con un mapa y un péndulo e intenta localizarlas a las dos —
después se volvió a Vlad—. Tú ven conmigo, tenemos mucho que hacer.
Vlad la siguió hasta una habitación llena de esculturas y velas. Parecía un
templo espiritual, con enormes almohadas de satén repartidas por el suelo. Rhiannon
le indicó una para que se sentara y después cerró la puerta tras ellos.
Situándose en el centro de la sala, Rhiannon giró lentamente en un círculo con
la mano extendida y una a una las velas cobraron vida.
—Túmbate y relájate —le dijo ella.
Vlad la obedeció, impresionado.
—Escucha sólo mi voz —continuó Rhiannon en un tono más grave y
profundo—. No pienses en nada y concentra toda tu atención en mi voz. En mis
palabras, sólo en mis palabras.
—Lo intentaré.
—Manten los ojos abiertos, elige una vela y concéntrate en su llama. Fíjate en
cómo baila y cómo se mueve, fíjate en cómo se derrite la cera. ¿Lo ves, Vlad?
—Lo veo —dijo él.
—Siente cómo tu cuerpo se calienta y se derrite igual que la cera. Siente cómo se
derriten tus pies.
Vlad sentía las palabras y las órdenes de Rhiannon fluir en su cuerpo.
—Ahora las pantorrillas. Siente cómo se derriten en un charco de cera caliente,
y las rodillas, los muslos. Siéntelos calentándose, derritiéndose.
Vlad pensó en las mujeres mientras su cuerpo obedecía, preguntándose qué les
habría ocurrido.
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con ella?
—Yo estoy con ella.
—Sí, pero además de ti.
Despacio, Vlad se retiró de la mente de Tempest y sintió algo, una presencia
conocida. Frunció el ceño y dirigió su atención hacia la misma. Y entonces vio...
En ese momento la puerta de la habitación se abrió de par en par devolviendo a
Vlad a la realidad con tal brusquedad que tuvo que llevarse las manos a la cabeza.
Las manos de Rhiannon se cerraron en sus hombros.
—Lupe, ¿cómo se te ocurre entrar así, en mitad de una sesión de...?
—¡Maldita mortal! —rugió Vlad—. Cuando pueda ponerme en pie...
—Sé dónde está —dijo Lupe casi a la vez. Entonces miró a Vlad y al ver su
expresión, se puso rígida de pánico—. Lo siento, no era mi intención...
Vlad alzó la mano para callarla.
—Sabemos a donde va, Lupe —explicó Rhiannon—. A una ciudad llamada
Seaside.
—Yo he descubierto lo mismo, pero no sólo ella —dijo Lupe, casi sin
respiración—. También he localizado allí a Elisabeta. Creo que la está siguiendo o...
—No la está siguiendo —dijo Vlad, y sujetándose al borde de la mesa, se puso
en pie, todavía un poco tembloroso—. Está con ella.
—¿Con ella? —preguntó Rhiannon.
—Escondida en el asiento de atrás de su coche.
Una exclamación llegó desde la entrada, y todos se volvieron para ver a Melina
con los puños apretados y el rostro desencajado.
—La puerta de la sala de armas estaba abierta. He entrado a ver y falta un
revólver.
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Capítulo 15
—Ha dicho que vaya solo, y eso es lo que pienso hacer —dijo Vlad,
manteniéndose flotando ligeramente en el aire junto a la puerta principal de la
mansión.
Sus palabras iban dirigidas a Rhiannon, mientras las otras dos mujeres mortales
se mantenían a poca distancia. Parecían nerviosas, como si esperaran el estallido de
una repentina pelea entre vampiros.
—Y la verdad, ya estoy cansado de repetir lo mismo. Dame el anillo, Rhiannon.
Y el pergamino —exigió tendiendo la mano con la palma abierta a su amiga.
Rhiannon los tenía en la mano, pero no se los ofreció.
—Es mejor que te acompañe, Vlad. Ella no es una de nosotros. Nunca sabrá si
estoy oculta entre las sombras, preparada para ayudarte, en caso de que sea
necesario.
—¿Y desde cuándo Drácula necesita ayuda? —preguntó él—. Rhiannon,
Elisabeta es mortal, y además está enferma.
Rhiannon apretó los labios y lo miró con una expresión de lo más elocuente.
—Es tu esposa.
—No confías en mí —le reprochó él.
Rhiannon desvió la mirada.
—Te acompaño y no se hable más. Si quieres impedírmelo, Vlad, tendrás que
matarme, y no creo que estés dispuesto a hacerlo —Rhiannon se encogió de hombros
y lo miró, esta vez menos seria—. Más aún, no creo que pudieras ni aunque lo
intentaras.
—No te apuestes la vida.
Rhiannon le clavó los ojos con intensidad.
—Jamás pensé que llegaríamos a esto, enfrentados. Voy ayudar a Stormy, Vlad.
Y voy ahora —dijo con firmeza yendo hacia la puerta.
Pero Vlad estiró el brazo y la golpeó en el pecho con una descarga de energía
que la detuvo en seco.
—¡Cómo te atreves! —empezó Rhiannon.
—Dame el anillo y el pergamino, Rhiannon.
Rhiannon hizo un poderoso arco con el brazo y le mandó una descarga de
energía que lo empujó hacia atrás hasta lanzarlo de espaldas contra la pared. Un
cuadro cercano cayó al suelo con estrépito.
Vlad se incorporó y, rápidamente recuperado, lanzó toda la fuerza de su
voluntad contra ella, esta vez con mucha más potencia. Rhiannon salió volando por
el aire hasta aterrizar de espaldas en el suelo con un golpe seco.
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Vlad se abalanzó sobre ella, la aprisionó contra el suelo con ambas piernas y la
registró hasta encontrar los objetos que necesitaba. Se los quitó, y deteniéndose sólo
un momento para mirarla a la cara, le acarició suavemente en la mejilla mientras ella
pestañeaba.
—Lo siento, Rhiannon. No me has dado elección.
Después salió corriendo del vestíbulo y de la mansión, perdiéndose en la noche.
Vlad sentía remordimientos, pero también era consciente de que Rhiannon se
habría recuperado del golpe en menos de una hora y saldría en su persecución. Por
eso decidió darse prisa.
Y allí mismo, junto a la mansión Atenea, empezó a girar sobre sí mismo cada
vez a mayor velocidad y se concentró con gran esfuerzo para alterar su forma. Y
como un cuervo gigantesco, flexionó las alas, las batió una, dos, tres veces, a la vez
que se empujaba con las piernas y despegaba hacia el cielo estrellado. Mientras se
dirigía hacia ella, Vlad recordó cómo había terminado el tiempo que habían estado
juntos y dejó que los recuerdos fluyeran por su mente con la esperanza de que le
dieran la fuerza necesaria para hacer lo que sabía que tenía que hacer.
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—Quizás sea mejor así, Tempest. Elisabeta necesita paz, y eso se lo podemos
dar.
Tempest asintió y después miró a Rhiannon.
—¿Qué tengo que hacer?
—Tumbarte y relajarte —dijo Rhiannon señalando la chaise longue a unos metros
de la chimenea.
Con la ayuda de Roland y Vlad, Stormy se tumbó en la misma.
—Muy bien.
Rhiannon abrió el bolso que llevaba y empezó a sacar objetos, uno a uno.
Hierbas recogidas en el bosque, un puñado de tierra de la tumba de Elisabeta, una
piedra del arroyo donde cayó su cuerpo, una botellita de agua del mismo arroyo, sal
y unas cuantas velas negras. También una campana. Recogió unas cuantas velas del
castillo y las colocó con el resto de los objetos.
Fue depositando los objetos uno a uno sobre una pequeña mesa y después hizo
lo mismo con las velas negras en direcciones opuestas del salón. Una en el alféizar de
la chimenea al sur, otra en una mesa al oeste donde vació el agua del arroyo en un
cuenco. Una tercera en un hueco que hizo en la estantería al norte, y la cuarta junto a
un plato de hierbas al este.
Rhiannon miró fijamente las velas, y una a una las mechas se fueron
prendiendo bajo la fuerza de su voluntad. Después, utilizando una de las velas,
encendió el montón de hierbas, que chisporretearon y se alzaron en llamas durante
un momento hasta que se apagaron y quedaron reducidas a brasas y cenizas en una
fuente de plata.
—Sentaos a ambos lados de ella. Si Elisabeta se da cuenta de lo que estamos
haciendo, es posible que intente evitar que completemos el ritual, o si eso falla, que
intente hacerle daño. Tendréis que sujetarla para evitarlo.
Vlad miró a Tempest, que miraba a Rhiannon con los ojos muy abiertos, y le
acarició la frente.
—No permitiré que eso ocurra. Te lo prometo.
Tempest asintió y Vlad se volvió hacia Rhiannon.
—Continúa.
Rhiannon permaneció inmóvil y concentrada durante unos momentos,
conectándose a alguna fuerza en su interior, o quizá más allá. Cuando abrió los ojos,
su aspecto había cambiado visiblemente y era más poderoso que nunca.
Se movió como si flotara, alzando una mano y trazando la forma de un círculo
por todo el salón, a la vez que murmuraba palabras en lo que Vlad creyó ser egipcio.
Y también vio un éter formando una esfera a su alrededor. Una esfera apenas visible
que bailaba, y Vlad tuvo la sensación de estar dentro de una burbuja de poder.
Después, Rhiannon se dirigió a la parte más occidental del círculo y movió los
brazos, como abriendo una cortina. Detrás de la cortina imaginaria, apareció una
puerta oscura en la pared de la burbuja.
Por fin, Rhiannon se acercó a Tempest y comenzó el ritual. Declamó sobre su
cuerpo, y deslizó los dedos para salpicarla con agua del cuenco. Después alzó el
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
incienso y, con las manos, extendió el humo sobre Tempest, de la cabeza a los pies.
Continuó declamando palabras en un tono melódico e hipnótico. Los ojos de
Tempest se cerraron y ella empezó a respirar con dificultad, moviendo la cabeza de
izquierda a derecha.
Vlad la sujetó por los hombros, queriendo hablar con ella, reconfortarla, pero
Rhiannon percibió sus intenciones y con los ojos le dijo que permaneciera en silencio
mientras ella continuaba con sus cánticos.
Rhiannon dejó el cuenco de hierbas humeantes en su sitio y tomó la campana,
que pasó sobre el cuerpo de Tempest, sobre la cabeza, el pecho, el vientre, en las
caderas, las rodillas y los pies, mientras cantaba en un tono más fuerte y autoritario.
Tempest movió violentamente la cabeza. Tenía dificultades para respirar, y
empezó a agitar el cuerpo, retorciéndose de un lado a otro.
—Sal de su cuerpo, Elisabeta —ordenó Rhiannon—. Ve hasta la puerta del
Oeste y atraviésala camino de tu descanso. De tu paz. Ve, Elisabeta. Libera a esta
mujer y vete.
Los ojos de Tempest se abrieron como platos y un grito agónico salió de su
garganta a la vez que su cuerpo se alzaba de la chaise longue y su espalda se arqueaba.
Roland y Vlad la sujetaron, pero necesitaron de todas sus fuerzas para volver a
tumbarla.
—Vete —ordenó Rhiannon—. No perteneces a este plano. Vete, Elisabeta.
El cuerpo de Tempest empezó a convulsionarse, presa de un ataque
incontrolable, y Vlad miró a Rhiannon aterrado.
—Creo que no respira. No respira, Rhiannon.
Tempest tenía la cara roja y los labios azules.
—La está matando, amor mío —dijo Roland—. Esto no va a funcionar. Elisabeta
no permitirá que Tempest siga con vida una vez que ella parta.
Rhiannon titubeó apenas un momento mientras los espasmos continuaban e
inmediatamente salió corriendo hacia Tempest y la sujetó por los hombros.
—Se acabó —dijo—. Ya no más. Respira despacio, hija. Respira.
Inmediatamente el cuerpo de Tempest se relajó y dejó de temblar. Pero pasó un
largo momento antes de volver a respirar.
Rhiannon suspiró aliviada.
—Ocúpate de ella —dijo a Vlad—. Yo tengo que ocuparme del círculo.
—¿Ha resultado? —preguntó Vlad—. ¿Se ha ido Beta?
Rhiannon lo miró a los ojos y negó tristemente con la cabeza.
—Su poder sobre Tempest es más fuerte de lo que creía, Vlad. Si la hubiera
obligado a salir de ella, se habría llevado consigo su alma. Lo siento.
Vlad suspiró. No sabía si sentirse aliviado o decepcionado. Quizá ambas cosas.
Tomando a Tempest en brazos fue a la silla junto a la chimenea y se sentó con ella en
el regazo, preguntándose qué podía hacer ahora que el exorcismo había fracasado.
Rhiannon había retirado la esfera de energía, apagado las velas y arrojado las
hierbas humeantes a la chimenea.
—No podemos exorcizar el alma invasora de su cuerpo, pero podemos
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minimizar su fuerza y su poder. Ese poder, Vlad, alcanza su mayor nivel cuando está
cerca de ti. Lo sabes. Lo has visto —Rhiannon cerró los ojos, y Vlad creyó ver el
destello húmedo de una lágrima en ellos—. Tienes que alejarte de ella. Por su bien,
debes alejarte de ella.
Vlad miró a la hermosa mujer que tenía en sus brazos. Le apartó el pelo de la
cara.
—No será para siempre, Tempest. Sólo hasta que pueda localizar el anillo y el
pergamino. Sólo hasta entonces. Te lo prometo —se inclinó y depositó un beso en sus
labios—. Le será más fácil si le hago olvidar —les dijo a sus amigos—. Dadme unos
minutos con ella. Le borraré los recuerdos y después os la podréis llevar.
—¿Rhiannon?
Melina y Lupe se arrodillaron a ambos lados de Rhiannon mientras ésta
recuperaba el conocimiento y trataba de incorporarse.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Melina.
—Claro que estoy bien —respondió Rhiannon con desprecio, recogiendo los
restos de su dignidad y tratando de ponerse en pie.
Para su mayor humillación, las dos mujeres mortales la ayudaron, sujetándola
por los brazos y tirando de ella. En cuanto recuperó el equilibrio, Rhiannon les apartó
las manos con brusquedad y se sacudió el vestido.
—No deseo vuestra ayuda.
—No te lo reprocho. Sé que algunas miembros de nuestra orden ayudaron a las
sacerdotisas a retenerte contra tu voluntad hace mucho tiempo.
—Su intención era matarme. De no haberme sacado Vlad de aquel lugar y
transformado cuando lo hizo, habría muerto. Y eso era exactamente lo que querían.
Casi nos mataron a los dos tratando de impedir mi huida.
—Lo que hicieron estuvo mal —dijo Lupe—, y lo siento.
—Rhiannon —dijo Melina—, tienes que saber que esas mujeres no actuaron de
acuerdo con las leyes de la hermandad. Decidieron por su cuenta ayudar a las
sacerdotisas de Isis a cambio de unas migajas de sabiduría.
—Por supuesto. Y supongo que la hermandad las castigó por ello. ¿O les
concedieron alguna medalla?
Melina miró a Lupe, pero no dijo nada. Lupe frunció el ceño y miró a Rhiannon.
—No he encontrado ninguna mención a eso en los textos que se conservan de la
época —dijo la mujer latina.
—No guardamos documentos escritos de ese tipo de cosas —dijo Melina.
—¿Qué tipo de cosas? —preguntó Lupe sin comprender.
Melina se humedeció los labios.
—Las dos fueron ejecutadas. Ahorcadas por traicionar las leyes de la orden —
miró a Rhiannon a los ojos—. Léelo en mi mente si no lo crees, Rhiannon. Yo no estoy
orgullosa de lo que hicieron, pero tampoco estoy orgullosa del duro castigo que se les
impuso. Pero supongo que tienes derecho a saberlo. Puedes confiar en nosotras.
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cuerpo. Y cuando se vio obligado a elegir entre las dos, la eligió a ella. A Stormy.
Sin embargo, la alegría que sintió al recordarlo se apagó enseguida, cuando otra
parte de ella le recordó que eso no significaba que Vlad volviera a tomar la misma
decisión ahora. En ningún momento había puesto de manifiesto sus sentimientos, ni
tampoco dado motivos para creer que actuaría contra su esposa para salvarla.
Stormy trató de olvidar sus dudas en ese momento y evaluar la situación en la
que se hallaba. Enseguida vio que estaba paralizada, incapaz de mover las
extremidades, e instintivamente trató de moverse e incorporarse.
Algo la golpeó. Una bofetada en el rostro.
Se quedó quieta, parpadeando a través de las lágrimas que le llenaron los ojos.
Brooke... No, no era Brooke, era Elisabeta, estaba delante de ella. La luz de la
luna iluminaba su silueta, que se recortaba contra la oscuridad de la noche y el
océano a su espalda. La playa era diferente. Poco a poco, su mente se fue despejando
y Stormy se dio cuenta de varias cosas a la vez. Primero, que no estaba paralizada,
sino atada por las mismas cuerdas que llevaba siempre en el maletero del coche.
Estaba tumbada de espaldas, con los brazos abiertos y sujetos a estacas clavadas al
suelo; las cuerdas le mordían la piel. También tenía los tobillos unidos y sujetos a una
estaca, y ya no estaba en la zona rocosa junto al mar donde se había detenido para
enfrentarse a sus sentimientos y su dolor, y quizá a morir.
No, el sitio era diferente. Había árboles y arbustos, y el suelo no era tan rocoso,
sino que entre las piedras había tierra, no arena. Las olas rompían contra la costa
detrás de Elisabeta, que ahora estaba más lejos que antes.
Por último, Stormy miró a la mujer de pie sobre ella y le entró pánico al sentir
que estaba totalmente a merced de aquel ser desquiciado y vengativo, una mujer que
sólo deseaba verla muerta.
Elisabeta pareció satisfecha al ver que Stormy había dejado de retorcerse y
continuó con lo que estaba haciendo. Que no era más que colocar velas en el suelo.
Stormy deslizó la vista por las que ya estaban colocadas y vio que formaban un
círculo a su alrededor. Un círculo en el que, cuando estuviera terminado, ella no
quedaría en el medio, sino un poco ladeada, dejando sitio para otra persona, sin
duda Elisabeta.
En cuatro puntos equidistantes del círculo, Elisabeta había colocado incensarios
con hierbas que pronto arderían y desprenderían un humo denso para envolverla en
nubes de fragancia y poder. Y aunque Stormy no tenía ni idea de dónde había sacado
aquella loca las velas y las hierbas, no le cabía la menor duda de que Elisabeta sabía
muy bien lo que estaba haciendo.
Tenía que largarse de allí. Continuó tirando de las cuerdas que la sujetaban,
tratando de aflojarlas, pero Elisabeta se detuvo con una cerilla encendida en la mano,
a punto de encender una de las velas, y la miró.
—Estáte quieta. No te servirá de nada. Sólo estás malgastando tu energía.
Stormy se detuvo, pero no por las palabras de Elisabeta, sino por su aspecto a la
luz de las diminutas llamas. Tenía los ojos más hundidos que antes, con enormes
ojeras negras que le daban un aspecto tétrico. Estaba pálida y demacrada, y la piel
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estaba tan seca que parecía a punto de resquebrajarse y desprenderse de los huesos.
—Dios mío, ¿cuánto rato llevamos aquí?
Elisabeta se encogió de hombros.
—Un par de horas, ¿por qué?
Era evidente que Elisabeta no conocía los rápidos y espectaculares cambios en
su aspecto, y al observarla, Stormy se dio cuenta de que la mujer tampoco se sentía
mucho mejor. Caminaba dando pasos cortos y débiles, sin apenas separar los pies del
suelo, con la espalda inclinada y la cabeza agachada. También parecía tener
dificultades para respirar. En apenas unas horas, había envejecido cincuenta años.
—¿De dónde has sacado las velas?
—Estaban en el bolso de Brooke. Las guardó de la última vez.
—¿Y las hierbas?
—También. Una lástima que no memorizara también el rito —dijo, y se encogió
de hombros—. Pero no importa. Tengo que esperar al anillo. Va a venir Vlad con el
anillo y el pergamino.
A Stormy le hubiera gustado pensar que Vlad no le permitiría realizar el ritual,
que llegaría como una especie de caballero andante en una armadura de ónice y la
salvaría de aquella lunática. Pero la loca era su esposa. El amor de su vida, lo tenía
que reconocer. De hecho, Vlad nunca le había dicho que estuviera enamorado de ella,
ni en el pasado, ni en el presente. Quizá si Elisabeta no hubiera estado agazapada en
su cuerpo, él nunca habría sentido nada por ella.
Y sin embargo había intentedo salvarla a ella hacía dieciséis años. Quizá
intentara hacerlo de nuevo.
No, no podía contar con eso. Tenía que salvarse ella.
Stormy tiró con fuerza con el brazo derecho, pero más discretamente que antes,
para que Elisabeta no se diera cuenta. Con un esfuerzo sobrehumano, tiró con la
esperanza de aflojar un poco la estaca clavada en el suelo.
Pero no pudo.
Quizá presintiendo algo raro, Elisabeta se volvió a mirarla.
—¿Qué haces?
—Veo que nos hemos trasladado a un sitio diferente —dijo Stormy.
—Aquí estamos protegidas por los árboles y esas rocas altas de allí —dijo
Elisabeta, señalando con la cabeza los gigantescos peñascos que protegían el lugar.
—No tienes muy buen aspecto —dijo Stormy, hablando para ocultar sus
movimientos y desviar la atención de Elisabeta.
No había tenido suerte con la estaca del brazo izquierdo, y ahora estaba tirando
del derecho. Aunque de momento tampoco estaba teniendo mucha suerte.
—No importa. Pronto me desprenderé de este cuerpo.
—Sí, parece que en cualquier momento.
Stormy sintió la furibunda mirada que Elisabeta le dirigió y dejó de tirar de la
estaca derecha. Tampoco se había movido nada. Bueno, podía probar con la de los
pies. Tiró con fuerza, doblando las rodillas hacia arriba ligeramente.
—Ah, ya viene —dijo Elisabeta levantándose de la última vela y volviéndose
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despacio.
Estaba encorvada, como si fuera muy anciana, y el cambio en unas pocas horas
era sencillamente increíble.
Stormy giró la cabeza hacia donde Elisabeta miraba, y vio un cuervo gigante,
del tamaño de una águila, aterrizar ágilmente en el suelo a poca distancia de donde
se encontraban. Después, el cuervo abrió las alas y pareció incorporarse, estirarse y
por fin, delante de sus ojos, transformarse en un hombre vestido de negro. Drácula.
Sonriendo, con una expresión que daba más miedo que lástima, Elisabeta lo
llamó.
—Aquí, Vlad. Estoy aquí.
Stormy cerró los ojos y tiró con más fuerza de las cuerdas que le sujetábanlos
tobillos. Las cuerdas le arañaban y le quemaban la piel, pero no importaba. Tenía que
huir. Drácula había llegado. ¿Para salvarla o para matarla? No tenía forma de
saberlo, y tampoco quería quedarse para comprobarlo.
Cuando él llegó a la luz de las velas, la buscó con los ojos, la encontró, pero su
rostro no reflejó nada. Ni un indicio de afecto, ni un esbozo de sonrisa, nada. Sólo la
miró impasible, primero a la cara y después a las estacas que le sujetaban los brazos y
los tobillos.
Después miró a Elisabeta, y esta vez su expresión cambió, incapaz de ocultar el
horror que le producía el aspecto de la mujer.
—Por todos los dioses, Beta...
—Lo sé —dijo—. Sé que aspecto tengo. Estoy muriendo, Vlad.
Él asintió, se acercó a ella y le tocó la cara. Maldito él.
Stormy procuró no ver la ternura en los ojos masculinos, pero la vio. Estaba allí,
y su misión era probablemente arrebatarle la vida para salvar a su esposa.
Y sin embargo ella lo amaba.
Dios, qué patética. Pero lo amara o no, Stormy sabía que ella no titubearía a la
hora de degollarlo y dejarlo desangrarse si eso significaba para ella la diferencia entre
vivir y morir.
Tiró con más fuerza, y la estaca de los pies cedió ligeramente.
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—Sí.
—Dámelos.
Vlad miró a Tempest, que lo observaba con una muda súplica en los ojos, pero
él apartó la mirada y sacó el anillo y el pergamino del bolsillo del abrigo negro.
Elisabeta le arrancó el pergamino de la mano, lo desenrolló y se inclinó para ponerlo
en el suelo, sujetándolo con unas piedras. Lo colocó entre dos velas, para poder
leerlo. Después, sin alzar la cabeza, habló.
—Ponle el anillo, Vlad.
Vlad volvió a mirar a Tempest.
Ella lo miró a los ojos, haciendo un leve movimiento de cabeza, a la izquierda, a
la derecha y a la izquierda otra vez.
Vlad no se había movido. Elisabeta volvió la cabeza hacia él.
—Hazlo ya —dijo—. No tenemos mucho tiempo. Me estoy debilitando muy
deprisa.
Elisabeta se acercó al primer cuenco de hierbas y le prendió fuego con una de
las velas encendidas. Después de dejarlo arder unos momentos, sopló y lo apagó. El
humo, denso y oloroso, flotó en el aire y fue extendiéndose a su alrededor. Después
Elisabeta hizo lo mismo con los otros cuencos.
Vlad se obligó a entrar en el círculo de velas encendidas y arrodillarse junto a
Tempest, entre uno de los brazos estirados y las piernas unidas por los tobillos.
Llevaba el anillo en el dedo, y lo movió hacia ella.
Stormy dobló la muñeca, tratando de apartarse.
—No lo hagas, Vlad —le suplicó.
—Hago lo que tengo que hacer —respondió él enigmáticamente.
Las nubes de humo que se alzaban de los cuencos de hierbas se hacían cada vez
más densas e iban envolviendo la escena en una bruma más y más impenetrable.
—Oye, sé que la quieres a ella y no a mí, ¿vale? Lo entiendo perfectamente.
Quieres estar con ella, y harás todo lo que sea necesario para conseguirlo —dijo ella,
tratando de hablar con lógica y sensatez.
—Basta, Tempest.
—No. Estamos hablando de mi vida. Yo no te reprocho que quieras estar con la
mujer que amas, Vlad, pero no es justo que para ello yo deba entregar mi vida.
Vlad titubeó un segundo, con el anillo casi en la punta de su dedo. Tenía que
ponérselo, pero le temblaba la mano.
—¿Y es justo que tenga que morir yo? —dijo Elisabeta detrás de Vlad—. ¿Fue
justo tenerme atrapada entre la vida y la muerte durante quinientos años? —hizo una
pausa para respirar, agotada por el mero hecho de hablar—. Una de las dos tiene que
morir, Tempest.
—Una de las dos ya ha muerto, Elisabeta. Una de las dos decidió morir,
quitándose la vida. Tú tomaste esa decisión. Sé bastante mujer para apechugar con
las consecuencias.
—¡Ya basta! —les interrumpió Vlad con un tono de voz que sorprendió a
Stormy. Tembloroso y entrecortado—. De nada sirve discutir. La decisión está
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pegada a la de ella a la vez que utilizaba las pocas fuerzas que le quedaban para
desatarle una mano.
—¿Vlad? —susurró ella, y le apoyó la mano recién liberada en la mejilla.
—Eres tú, Tempest —le dijo él—, no ella. Siempre has sido tú. Siento haber
tardado tanto en decírtelo, pero si te lo confesaba, ella lo sabría. Tenía que hacer que
confiara en mí para salvarte.
—¡Vlad, estás sangrando de nuevo!
Stormy se desató rápidamente la otra mano y después los tobillos, y sujetó la
cabeza de Vlad en el regazo.
—Por favor, escúchame —dijo él—. Quizá no tenga mucho tiempo. Tenías
razón. Apenas conocía a Elisabeta. Nos conocimos en un momento de crisis, cuando
ninguno de los dos teníamos motivos para vivir. Pero no la conocía. A ti, sí. A ti le
conozco, Tempest. Te conocí hace dieciséis años. Tú eres la mujer que amo, no puede
haber otra, ni nunca la ha habido. Quizá la atracción que sentí por Elisabeta hace
tanto tiempo se debió a que era un antepasado de tu descendiente espiritual. Tuyo.
Tempest. Sólo tuyo.
—Vlad. tenemos que hacer algo. Estás... estás...
—No. amor mío. No puedes hacer nada. Pero dime una cosa, por favor. Dime
que esta vez me crees. He venido a salvarte, no a matarte.
—Te creo y te quiero, Vlad. Te he querido siempre. Te quiero desde hace
dieciséis años,
Vlad suspiró como si le quitaran un gran peso del alma y sonrió.
—Gracias, Tempest.
Y entonces se le cerraron los ojos.
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Capítulo 16
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—Por los dioses —susurró Rhiannon—. Stormy, mira. Abre los ojos y mira.
Stormy se obligó a obedecer y miró de nuevo a Vlad.
—Oh, cielos, ¿qué está ocurriendo?
Una especie de bruma o vapor siseaba y salía por la herida a medida que la
sangre goteaba en su interior. Stormy nunca había visto una cosa así, ni tampoco
había leído ni oído nada similar.
—¿Qué está ocurriendo, Damien? —preguntó en un susurro.
—No estoy muy seguro. Es la primera vez que hago esto, pero es el método que
utilizó Utnapishtim para darme el don de la inmortalidad. El no era vampiro. A él
fueron los dioses quienes le concedieron la inmortalidad. El no tenía colmillos, podía
caminar a la luz del día, y alimentarse de carne y verduras. Cuando accedió a
hacerme inmortal, me abrió el pecho, se cortó la muñeca y después echó su sangre en
mi herida.
—Y así creó una nueva raza.
—Solamente espero... —Damien bajó la cabeza y la sacudió, como sacudiéndose
el sueño.
—Ya basta, Damien —susurró Rhiannon—. Te estás debilitando.
—Sólo un poco más —dijo él.
—Has dado todo lo que podías —insistió Rhiannon, sujetándolo por el
hombro—. Que dé resultado no depende de que tú te desangres.
Damien se sentó sobre los talones, y su cabeza cayó ligeramente hacia delante.
Rhiannon le sujetó el brazo y le ató rápidamente un trozo de tela que arrancó de su
vestido para detener la hemorragia.
La herida de Vlad continuaba siseando y de ella seguía emanando un vapor
blanquecino, cada vez más débil, hasta que por fin desapareció por completo.
Entonces Vlad gimió, parpadeó y abrió los ojos.
¡Estaba vivo!
Stormy se inclinó sobre él, sin apenas poder creer lo que acababa de ver.
—¿Vlad?
El la miró.
—No esperaba volver a verte, amor mío.
Vlad alzó una mano y tomó con ella la mejilla femenina. Stormy se apoyó en él,
sollozando de alivio y abrazándolo.
—¡Estás vivo! Dios, Vlad, creía que te había perdido.
—Yo también —dijo él, y la rodeó con los brazos—. Quizá... exista una
oportunidad para nosotros, Tempest.
—Existe —susurró ella—. Seguro que sí.
Entonces Vlad miró a Damien y abrió desmesuradamente los ojos.
—Mi rey —susurró.
—Tu hermano y amigo —le corrigió Damien—. Me alegro de que hayas
sobrevivido, Iskur.
—¿Sobrevivido? —repitió Vlad—. Me siento con unos poderes insospechados.
Algo nuevo y poderoso corre por mis venas —parpadeó al darse cuenta de lo que
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—¿Lo has dicho en serio? —preguntó Stormy a Vlad—. ¿Lo de que te sientes
más fuerte que nunca? ¿De verdad estás bien?
Vlad respondió con una sonrisa lenta y cargada de promesas. Le tomó la cara
entre las manos y la besó en la boca con ternura, largamente.
—¿Quieres que te lo demuestre?
—Sí. Sí, Vlad. Y date prisa. Porque si Melina y Lupe...
—Shh. No fracasarán —dijo él acariciándole con los dedos la mejilla y después
la garganta.
Stormy no quiso pensar en lo que ocurriría al llegar la medianoche. No quería
estropear lo que podían ser los últimos momentos con él. Si tenía que morir, moriría
en sus brazos. Y moriría feliz.
Vlad la amaba.
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La rodeó con sus brazos, la dobló hacia atrás y la besó como si quisiera
devorarla.
—Vlad —susurró ella.
En ese momento le estaba besando la garganta.
—No me digas que pare.
—Si paras te clavo una estaca —dijo ella—. Pero preferiría que fuéramos a otro
sitio.
—¿Dónde quieres ir, Tempest?
—A la playa. A la arena. No aquí, donde han pasado cosas tan horribles.
Vlad asintió y, antes de que ella pudiera reaccionar, la tomó en brazos y la llevó
hacia la playa.
—No más retrasos, Tempest. Estás a punto de ser devorada por un vampiro.
—Y no un vampiro cualquiera. Por el mismísimo Drácula. Y no por primera vez
—dijo ella.
—Ni la última —dijo él.
Cuando llegaron casi a la playa, Vlad encontró una zona de hierba y piedras
protegida por unas rocas y la depositó allí. Después, se acercó un momento a la orilla
donde se lavó los restos de la sangre de Damien del abdomen. Sólo tardó un
momento, y apenas una décima de segundo después se arrodillaba en la arena junto
a ella.
—Te quiero —le dijo.
—Tendrías que ser bien tonto para no hacerlo —dijo ella, sonriendo.
—El vampiro más tonto de la historia —dijo él, y le abrió la blusa.
Como si no pudiera esperar, se lanzó sobre los senos femeninos y los lamió y
succionó como si no pudiera contenerse. Stormy trataba de moverse y empujarle la
cabeza, pero él no se lo permitió, sino que continuó besándola y por fin le quito los
pantalones e hizo lo mismo con los suyos.
Stormy le acariciaba el cuerpo con las manos y le besaba el pecho con los labios.
Oh, Dios, qué hermoso era. No podía dejar de acariciarlo. Y de la herida de bala
apenas quedaba una cicatriz rosada.
—Eres el hombre más guapo que he visto en mi vida —susurró ella.
—Entonces no me extraña que haya elegido la mujer más guapa. Te he
esperado, Tempest. Te he esperado durante siglos.
Vlad le dobló y separó las rodillas, se colocó entre ellas y se deslizó en ella con
una naturalidad que sólo podía significar que estaban hechos el uno para el otro.
La llevó por dos veces al orgasmo antes de alcanzarlo él, y después se tumbó a
su lado, abrazándola como si fuera la cosa más preciada y querida que jamás había
tenido entre los brazos.
Pero en el fondo los dos estaban pensando en su mortalidad, aunque ninguno
lo mencionó en voz alta. Todavía no. Aún no era medianoche. Sólo faltaban unos
minutos, pero incluso si Stormy sobrevivía a aquella noche, seguían teniendo por
delante un futuro muy oscuro, y ella pensó que ya era hora de hablar del asunto.
—¿Vlad?
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—¿Hmm?
—Oye, incluso si Lupe y Melina lo consiguen, lo nuestro no puede durar. Yo no
tengo el antígeno. No puedo convertirme en uno de los tuyos. Existe un remedio que
podría alargar mi vida, pero no hay forma de saber si funcionará en mi caso o si
puedo conseguirlo.
Vlad se quedó en silencio unos momentos y la abrazó con más fuerza, como en
respuesta a la idea de tener que separarse de ella.
—Te querré toda mi vida. E incluso después.
Stormy apoyó la cabeza en el pecho musculoso y notó los dedos masculinos en
el pelo.
—Yo me haré vieja, pero tú seguirás siendo joven.
—No tan joven, Tempest. El cuerpo no envejece, pero todo lo demás sí. Por
dentro soy viejo, aunque mi cuerpo sigue teniendo la edad que tenía cuando me
cambiaron.
—¿A qué edad fue?
Él sonrió.
—A los veinte años.
Stormy cerró los ojos con fuerza.
—Dios mío, yo tengo treinta y seis.
—Vivo desde hace miles de años, Tempest. Yo soy el más viejo de los dos.
—Oh, eso lo sé, pero físicamente, yo envejeceré. Y eso también es importante.
—Para mí no —le aseguró él—. He pasado los últimos cinco siglos creyéndome
enamorado de una mujer muerta, una que no tenía cuerpo, no lo olvides.
—Me saldrán arrugas —susurró ella.
—Y yo te querré.
—Se me pondrá el pelo canoso.
—Y yo te seguiré queriendo.
—Se me pondrá el cuerpo fofo y arrugado.
—Y yo te querré aún más —le dijo él, besándola en la cabeza.
Stormy respiró profundamente y levantó la cabeza para poder verle los ojos.
—Moriré, Vlad.
Él le sostuvo la mirada.
—Entonces quizás sabré que también es el momento de dejar esta vida —dijo él.
—¡Vlad!
Vlad le sujetó las mejillas.
—Ahora no quiero hablar de eso, Tempest. Ahora no. Ya habrá tiempo para
arreglarlo más adelante. Ahora sólo quiero estar contigo. Sentir la alegría que has
traído a mi vida. Por los dioses, ¿sabes cuánto tiempo hace que no me siento así?
—¿Cómo... así?
—Feliz, Tempest. Muy feliz —Vlad miró al cielo y movió la cabeza—. Estoy en
el paraíso, gracias a ti.
Vlad continuó hablando, pero Stormy dejó de escuchar a causa de un repentino
zumbido en los oídos. En la cabeza.
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nosotras. Todas las que hemos sido o seremos. Es nuestro ser superior.
Stormy miró a la hermosa mujer de pie dentro de la luz dorada con los brazos
extendidos y se oyó suspirar:
—La quiero.
Elisabeta se soltó de su mano y echó a caminar hacia delante. Y entonces la
mujer abrió los brazos y la recibió en ellos, y fue como si Elisabeta fuera absorbida
por la luz.
Stormy estaba atemorizada, y entonces avanzó también hacia delante,
extendiendo las manos.
La mujer la miró a los ojos.
—Tú no, Tempest. Todavía no. No por mucho, mucho tiempo. Pero al menos
ahora estarás completa. Recuperarás las partes que te faltaban.
La mujer le enseñó las manos y de ellas surgió un rayo de luz dorada que fue
directo al pecho de Stormy. Fue como un martillazo de calor y luz que la echó hacia
atrás con la fuerza de un tren a toda velocidad. Y entonces la luz se desvaneció, y ella
se quedó sola en la oscuridad, pero ya no sentía miedo. Todo lo contrario. Se sentía
maravillosamente.
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
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MAGGIE SHAYNE EL PRÍNCIPE DEL CREPÚSCULO
Vlad la llevó a la cubierta superior, sobre la que brillaba la luz de la luna que se
alzaba llena en el cielo. No tardaría en ponerse y dar paso al sol, y Vlad no perdió el
tiempo. Se quitó toda la ropa, la desnudó también a ella, y después se rodeó la
cintura con las piernas femeninas y la penetró. Y mientras se movían juntos, él clavó
los dientes en la garganta de su amada y bebió su esencia. Bebió hasta que la sintió
temblar, hasta que la sintió debilitarse, hasta que se hundió tan completamente en
sus brazos que era como si fueran uno. Y entonces, se hizo un corte poco profundo en
la yugular con la punta de un cuchillo y alzó hasta allí la cara femenina.
Stormy no se movió hasta que la sangre le rozó los labios. Y entonces entreabrió
los labios y la saboreó ligeramente. Un momento después succionó con más fuerza y
bebió, y bebió, y bebió. Mientras lo hacía, Vlad se movía dentro de ella, e inclinó la
cabeza para beber más de ella.
Así unidos, con las bocas en las gargantas, y los cuerpos en uno, moviéndose y
bebiéndose permanecieron un rato. Y para cuando él derramó su semilla en ella, su
sangre se había mezclado por completo.
Stormy quedó inerte en sus brazos, y él la recogió en brazos y la bajó al
camarote. Allí les esperaba una cama y unas sábanas. Vlad la tumbó en la cama y se
tendió a su lado.
—¡Escucha! —dijo ella de repente—. ¿Lo oyes?
—¿El qué, amor mío?
—El mar. Lo oigo...
—Normal. Estamos en un barco —dijo él con una sonrisa, aunque sabía
exactamente a qué se refería.
—Sí, pero es diferente. Oigo... cómo nadan los peces. Y los huelo, no como
antes, sino mucho más, pero es...
Vlad asintió.
—Lo sé. Tus sentidos se han agudizado, probablemente su capacidad se ha
multiplicado por cien, y es probable que pronto se haya multiplicado por mil. Serás
muy poderosa, Tempest. Tan fuerte como Rhiannon. Quizá más.
—¿Tan fuerte como Rhiannon? —a Stormy le gustó la idea.
Vlad asintió.
—Quizá. Con el tiempo. Mi sangre es muy antigua. Sólo hay un vampiro con
sangre más antigua, y ahora también corre por tus venas, al igual que por las mías.
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
MAGGIE SHAYNE
Aficionada al género de terror desde niña, reinventaba las historias
clásicas para darles un final romántico. Para ella Drácula, la momia o
el hombre lobo son novelas de amor. Lectora voraz y escritora
prolífica desde la infancia, Maggie se encontró sin un libro que leer
mientras acunaba a su hijo enfermo. De modo que en su lugar
comenzó a inventar su propia historia, creando una trama que se
desarrollaba en sus pensamientos hasta que, unos pocos días más tarde, tomó asiento
y plasmó la historia en papel.
Autora de más de 40 novelas, y ganadora del premio RITA. Sus novelas
incluyen desde westerns caseros, lujosas historias y cuentos de hadas modernos.
Pero sus mejores libros son los que se encuadran en el llamado romance paranormal.
La clave para combinar dos géneros tan dispares como el terror y el amor, es la
redención de la bestia gracias al poder del amor.
Maggie vive en Otselic Valley, en el estado de Nueva York con su marido y sus
cinco hijas.
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Editado por HARLEQUTN IBÉRICA, S. A.
Hermosilla, 21
28001 Madrid
I. S. B. N. : 978-84-671-5624-9
Depósito legal: B-37974-2007
Editor responsable: Luis Pugni
Impresión y encuadernación: LITOGRAFÍA ROSES. S. A.
C/. Energía, 11. 08850 Gavá (Barcelona)
Fecha impresión Argentina: 29. 3. 08
Distribuidor para México: CODIPLYRSA
Distribuidor exclusivo para España: LOCISTA
Distribuidores para Argentina: interior, BERTRÁN, S. A. C. Vélez
Sársfield, 1950. Cap. Fed. / Buenos Aires y Gran Buenos Aires,
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Distribuidor para Chile: DISTRIBUIDORA ALFA, S. A.