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No soy lo que esperabas

Sophie Saint Rose


Índice
Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo
Capítulo 1

Sentado en su coche de alquiler, la vio salir de la universidad. A


través de sus oscuras gafas de sol, Tevon observó cómo se apartaba su larga

melena negra para colgarse la mochila al hombro mientras hablaba con una
compañera. Era realmente preciosa. Los blancos pantaloncitos cortos

dejaban al aire unas piernas perfectas y la piel ya estaba morena,


demostrando que ya le había dado el sol a pesar de que todavía no había

llegado el verano. Y joder, se podía haber puesto sujetador. Sintió como su

cuerpo se tensaba y más aún al ver las miradas de sus compañeros, que
indicaban que estaban encantados con ella.

Cuando llegó a la acera se despidió de su amiga y fue calle abajo


haciéndole un dedo al coche que la vigilaba. Los esbirros de su padre.

Divertido vio como pasaba de ellos, aunque uno sacó la cabeza para decirle

algo. Seguramente que se subiera al coche, pero ella le ignoró como si no le

hubiera oído, demostrando que era una inconsciente. Vio como el coche se
alejaba, pero él no se movió cogiendo la carpeta que tenía sobre el asiento

del pasajero. La abrió para verla en la graduación del instituto. Simoneta

Garrido, mexicana, aunque había estudiado siempre en los mejores colegios

de Nueva York. Veintidós años, un expediente brillante, ahora estudiaba en

la universidad de Columbia. Miró la foto de nuevo. No le extrañaba que en


ella no sonriera, apenas seis meses antes habían matado a su madre con un

coche bomba. Pero era lo que tenía ser familia de uno de los capos de la

droga más importantes en el sur del continente americano, que siempre

terminaban pagando los que no debían. Pasó el pulgar por la imagen de su

rostro y sonrió irónico. Era una pena que tuviera que matarla.

Simoneta rio colgándose la toalla al cuello después de la clase de

spinning. —Ha sido genial.

—Madre mía, cómo te gusta torturarte —dijo su mejor amiga con la

respiración agitada casi arrastrándose hasta el vestuario.

—Sube la autoestima porque has conseguido terminar la clase y

encima adelgaza, ¿qué más quieres?

—¿Aire?
Rio divertida y se sentó en el banco que había ante su taquilla. —

¿Sales hoy con Will?

Samantha abrió su taquilla e hizo una mueca. —Creo que le voy a

dejar.

—¿Por qué?

—Porque me da que se está viendo con otra y ese mamón a mí no

me toma el pelo.

—¿Y cómo estás tan segura? —preguntó mientras su mejor amiga

se quitaba la goma de su cabello rubio platino.

—Porque el otro día me llamó y debió equivocarse, porque en

cuanto descolgué me llamó gatita y a mí nunca me ha llamado así. Me

descolocó tanto que me quedé callada y entonces me dice que la noche

anterior se lo pasó genial. ¡No nos habíamos visto! Cuando se dio cuenta de

que era yo, me dijo que me había gastado una broma, ¿pero tú le creerías?

—¿Con la poca fe que tengo en el sexo opuesto? Ni de broma.

—Pues eso, que le voy a dar puerta. —Gimió sentándose a su lado.

—Me gustaba mucho.

—No te desanimes. No era para ti, te lo dije desde el principio.

—¡Es lo que dices siempre! —dijo indignada—. ¡Y no quiero estar

sola los viernes por la noche! ¡Si fuera por ti me quedaría para vestir santos
como tú! —Al darse cuenta de lo que había dicho la miró arrepentida. —Lo

siento, no sé qué me pasa.

—No, si tienes razón. No es que yo salga mucho con hombres.

—No sales nada.

—Es que explicarles de dónde vengo es algo difícil y paso de dar

detalles que luego todo se sabe y empiezan a tenerme miedo.

Samantha la miró con pena. —Él no eres tú. No tiene nada que ver

contigo.

—Ya, pero lleva mi sangre. Jamás me libraré de él. Además, ¿cómo

voy a exponer a alguien a que pase por lo que yo tengo que vivir cada día?

No sería justo.

—¿Te vas a quedar virgen toda la vida por eso? —preguntó su

amiga incrédula.

—¿Quieres hablar más bajo? —Miró a su alrededor roja como un

tomate, pero al ver que estaban solas suspiró del alivio. —Habla más bajo.

—Perdona, ¿pero no te das cuenta de que con eso solo estás

alejando de tu vida a personas que pueden hacerte muy feliz? Y no solo

hablo de lo que pueden hacerte en la cama. Que algunos hacen maravillas,

te lo aseguro. Pero no solo hablo de sexo, también hablo de ternura, cariño,

amistad… No tienes más amigos de corazón que yo y aunque estoy


halagada, ¿qué harás cuando yo me case? Porque me voy a casar, ¿sabes?

Tarde o temprano encontraré a mi príncipe azul y ya no tendré tanto tiempo

libre. ¿Qué harás entonces cuando no puedas torturarme con cases de

aerobic y con esa bicicleta infernal?

La miró fijamente con sus ojos verdes. —No estaré viva para

entonces.

Samantha perdió todo el color de la cara. —Por Dios, no digas eso.

—Sabes que tengo razón.

—Tu padre está vivo.

—Porque lleva años encerrado en ese mausoleo rodeado de cuarenta

asesinos que le protegen. Yo no quiero vivir así. Lo que me quede, haré con

mi vida lo que me venga en gana.

—¡Pues líate la manta a la cabeza!

Sacó el neceser de su taquilla y susurró —Quiero que sea especial.

Quiero enamorarme, no besar a veinte ranas para llevarme un chasco tras

otro. Cuando le vea lo sabré.

—Eso pensaba yo cuando conocí a Will y mira cómo me ha ido.

—Lo sabré. Estoy segura.

Tevon tras una taquilla con la pistola en la mano entrecerró los ojos

escuchándola y sintiendo algo en la boca del estómago que le mosqueó


mucho. ¿Pena? ¿Pero qué tonterías pensaba? Es un trabajo más. Una

víctima virgen. Joder, no había vivido nada. Gruñó por dentro pensando que

si no lo hacía él terminaría por hacerlo otro. Era la víctima ideal, tan

indefensa, tan inocente. Escuchándola hablar de cómo sería su príncipe azul

pensó que era una ilusa, una soñadora. ¿Es que no se daba cuenta de que

estaba poniendo en peligro su vida? Entrecerró los ojos. ¿Y a él qué le

importaba? Hazlo y punto, hostia. Venga, es el objetivo más fácil de tu vida.

Iba a levantar el arma, pero en lugar de ello se la metió dentro de la

cartuchera bajo su chaqueta. ¿Pero qué le pasaba? Necesitaba un descanso,

eso era todo. ¿Tres trabajos en tres meses? Se había pasado. Pero ya que

estaba allí tenía que acabar. La risa de Simoneta provocó que su sexo se

endureciera con fuerza. —La madre que me… —dijo por lo bajo—.

Contrólate joder, pareces un pervertido. —Mosqueadísimo salió del

vestuario topándose con dos mujeres que entraban en ese momento y ambas

soltaron una risita admirándole.

—No te preocupes si te has equivocado, guapo. Puedes cambiarte

con nosotras.

La fulminó con la mirada antes de alejarse y esta jadeó. —Menudos

humos.
Desde otro coche alquilado la observó a través del escaparate. Sin

ganas miraba la ropa de segunda mano. Era evidente que no estaba muy

entusiasmada. ¿Por qué una niña rica compraba la ropa en una tienda de

segunda mano? Alargó la mano para mirar el expediente que había leído mil

veces. Allí fallaba algo. O igual había entrado para entretenerse. No, su

ropa era como la de cualquier estudiante, nada de marcas ni zapatos caros.

Distraído levantó la vista y juró por lo bajo porque la había perdido. Estiró

el cuello para verla caminando calle abajo y vio como el coche que la
seguía casi detenía el tráfico. Salió del coche a toda prisa y caminó por la

acera para ver a donde iba. Simoneta se detuvo ante un escaparate y al pasar
tras ella vio que era una librería, así que entró porque por intuición supo que

le seguiría. Fue directamente hasta los libros universitarios y cogiendo uno


esperó. Como suponía no tardó en entrar, pero fue hacia los libros de

misterio. Sonrió sin poder evitarlo. Dejó el libro que tenía en las manos y se
acercó cogiendo uno de la estantería. Qué bien olía. —Ese es muy bueno —

dijo antes de darse cuenta.

Ella le miró con unos increíbles ojos entre grises y verdes que le

cortaron el aliento y Simoneta separó los labios como si le hubiera


impresionado. Tevon sonrió. —El autor no te aburre con tecnicismos y va

directo al grano.

De repente entrecerró los ojos. —¿Te envía mi padre?


—¿Qué?

Se puso como un tomate. —Perdona, es que…

Tevon sacó uno de la estantería y se lo tendió. —Este es mi libro


favorito. Te lo aconsejo.

—Gracias.

Le guiñó un ojo y se alejó hasta el mostrador. Por el espejo del


fondo vio que ella le observaba. —Son dieciséis dólares —dijo la
dependienta.

Dejó un billete de cien sobre el mostrador y se volvió hacia

Simoneta. —Por los de ella. Que los disfrutes.

—Gracias —dijo atónita siguiéndole con la mirada y estirando el


cuello cuando caminó calle abajo.

—Jo tía, menudo hombre —dijo la chica levantando el billete—. Un

tío con clase. Corre tras él.

Se sonrojó con fuerza y negó con la cabeza. —No, yo…

—Qué suerte tienen algunas que pueden elegir entre hombres así.

Simoneta miró hacia el escaparate antes de agachar la mirada y

volverse. No, ella no podía elegir y ese era el problema.


—¡Me estás metiendo una trola! —dijo Samantha con una patata
frita en la mano y cara de pasmo.

—Te juro que no. Era guapísimo. Debía medir como uno noventa y

llevaba unos pantalones de vestir grises con una camisa blanca arremangada
hasta los codos. Estaba muy moreno, su cabello es castaño, pero tengo la

sensación de que se le debe aclarar cuando le da el sol. Y qué ojos. Al estar


tan moreno sus ojos azules… —Suspiró.

—O sea, un cañón. ¡Y le has dejado escapar!

—¡Es que ni sabía qué decir! ¡Me dejó sin palabras y mi corazón
casi se me salía del pecho! Hasta el hambre me ha quitado. —Gimió

apoyando la barbilla en la mano. —Y no volveré a verle.

—Pues no. Mierda, tenías que haberle pedido el teléfono.

—También me lo podía haber pedido a mí, ¿pero para qué?

—¿Para qué? Para vivir un poco, leche. Para un tío que te gusta, le

dejas escapar.

Soñadora dijo —Tenía algo especial, ¿sabes? Una seguridad en sí


mismo que era de lo más embriagadora.

—O sea, que casi se te caen las bragas del gusto.

—¡Samantha! —Su amiga se echó a reír a carcajadas y no pudo


evitar sonreír. —Pues sí.
Sam la miró con cariño. —Tengo la sensación de que volverás a

verle.

—¿Tú crees? —preguntó esperanzada.

—Si ha sentido lo mismo que tú te encontrará. La librería está en

nuestro barrio, igual se pasa por allí o vive cerca.

Pensó en ello y sí que le encantaría volver a verle. —No creo que


viva por allí, se nota que tiene dinero.

—¿Quién sabe? El destino es caprichoso.

Simoneta se levantó mostrando el uniforme de la hamburguesería.


—Tengo que regresar a mi puesto.

—Jo…

—Lo sé, pero tengo que pagar mi parte del alquiler. —La besó en la

mejilla. —Haz la colada, ¿quieres? Te toca.

—He quedado con Tom

Se detuvo en seco. —¿Quién es Tom?

—Uno de la uni…

Puso los ojos en blanco. —Ten cuidado.

—No te preocupes, que este es de los tranquilitos. A ver si le


espabilo.
Tevon con el auricular en el oído escuchó como el jefe le pedía que

se pusiera en la caja. Iba a matar a delta. Menuda información de mierda


que le había pasado. Trabajaba en la hamburguesería del barrio. Cuando

había entrado en su piso después de dejarla en la librería, había puesto los


micros. En una de las habitaciones había un uniforme impecablemente

planchado y pensó que era de su amiga, pero al ver las fotos de sus padres
sobre la mesilla se dio cuenta de que estaba en su habitación. Le puso un

micro en la gorra. Al menos ahora podía conocerla algo mejor. Recordando


su simple habitación apretó los labios, no es que tuviera muchas cosas y al
ver donde trabajaba era lógico que no las tuviera, porque no es que lo que

ganara allí diera para mucho. Era evidente que había cortado todo contacto
con su padre al que no había llamado ni una sola vez en dos semanas.

Aunque su padre sí que la hacía seguir, lo que demostraba que quería


controlarla o que se preocupaba por ella.

Miró al frente para ver a los guardaespaldas que le había buscado.

Menudos inútiles. En ese momento estaban fuera del coche ante el local
comiendo dos hamburguesas. No miraban hacia Simoneta, sino que se

miraban el uno al otro mientras daban la lengua. Apretó los labios


empezando a cabrearse. Putos inútiles. Sacó el móvil y se lo puso al oído.
—Dime.

—Tu información no es correcta.

—Eso es imposible.

—Lo he comprobado.

—Mierda, no sé qué ha podido pasar.

—Estás despedido.

—Pero…

Colgó el teléfono y siguió observando a esos mamones. Iban a


lograr que la mataran. Puso los ojos en blanco. —Tío, estás fatal. Necesitas

unas vacaciones. —Entonces vio a un hombre que daba la vuelta a la


esquina. Llevaba una gabardina con el calor que hacía y eso le puso en

guardia. Tevon salió del coche y caminó a toda prisa por la acera
deteniéndose ante él cuando iba a entrar en la hamburguesería. Este intentó
esquivarlo, pero Tevon dio un paso a un lado. Aquel capullo levantó la vista

hasta sus ojos y estos le miraron fríamente. —Te aconsejo que si quieres
llegar a mañana, te vayas a otro sitio.

—¿Qué?

—¿Eso que te metes no permite que tu neurona entienda lo que


digo? Lárgate de aquí de una puta vez antes de que pierda la paciencia.

El tipo dio un paso atrás. —Sí, claro. Hay sitios de sobra.


Se alejó a toda prisa y los guardaespaldas de Simoneta le miraron.
—¿Ocurre algo, amigo?

Se acercó a ellos. —Sí que ocurre algo.

El más grande se puso en guardia dejando caer la hamburguesa y

Tevon le miró fijamente. —¿Está buena? —El muy idiota parecía que no le
entendía. —¿La hamburguesa no está buena?

—Sí, claro, pero…

—Recógela y termínatela.

—¿Qué?

Se acercó amenazante. —Recógela y termínatela.

El tipo miró a su compañero y este metió la mano bajo la chaqueta

del traje. El codazo que le propinó Tevon en toda la cara le dejó sin sentido
en el acto y antes de que pudiera evitarlo había cogido al otro del cuello. —

Agáchate…

—Sí, sí, claro.

—No soporto a los tipos como tú —siseó viendo como cogía la


hamburguesa y se la metía en la boca hasta llenarla por completo—. Tienes
un trabajo, que es cuidar de ella. Mientras ella está fuera de casa tú no
comes, no meas, ni contestas al teléfono porque tu única misión es no

quitarle la vista de encima, puto inútil. ¿Me has entendido?


—Sí, sí, lo que diga.

—La próxima vez no tendremos esta conversación porque solo


sentirás el acero de la bala recorriendo esa cabeza vacía que tienes. —Le
soltó y como si nada caminó hacia su coche. Estaba claro que empezaba a

perder el norte.

Varios miraban hacia afuera y Simoneta estiró el cuello para ver que
uno de los hombres de su padre estaba desmayado en la calle. Por ella como
si se moría, a ver si así desaparecían de una vez.
Capítulo 2

Sentada en la cama pasó la hoja del libro que su hombre misterioso


le había comprado. Estaba tan interesante que no podía dejarlo. Trataba de

un asesino a sueldo. Qué hombre. Jamás un asesino le pareció tan atractivo.


El sonido de su móvil la sobresaltó y lo cogió de la mesilla sin dejar de leer.

—¿Diga?

—¿Te gusta el libro?

Parpadeó antes de mirar el móvil. Era un número desconocido. —

¿Quién es?

—Esperaba que me recordaras.

—Oye, si eres un pervertido…

Él rio por lo bajo. —Me llamo Tevon. Nos hemos visto esta mañana

en la librería.

Casi se le cae el teléfono de la impresión. —¿Estás ahí, Simoneta?


Madre mía, cómo decía su nombre, qué bien sonaba. —¡Sí! Sí, estoy

aquí. Es que me has sorprendido. ¿Cómo has…?

—¿Conseguido tu número? Me lo han dado en la hamburguesería

donde trabajas. Resulta que la chica de la librería te conoce y me dijo donde

podía encontrarte.

Había vuelto a la librería. ¡Por ella! Casi se muere de gusto. —Así

que fuiste para conseguir mi número. —Frunció el ceño. —¿Dices que te lo

dieron en la hamburguesería? ¿Serán idiotas? ¿Y si fueras un pervertido?

—Al parecer te rodeas de pervertidos, te veo muy preocupada por el

tema —dijo divertido.

Se puso como un tomate. —Bueno, es un decir, también puedes ser

un psicópata. Un asesino.

—¿Como el del libro? ¿Te gusta?

La manera de preguntarlo le hirvió la sangre. —Está muy bien,

gracias.

—De nada. Es un libro bastante exacto. Se nota que el autor ha

investigado mucho sobre el tema.

—Hablas como si conocieras de qué se trata.

Él rio. —Sé mucho de todo.

—Eso ha sonado a creído.


—Soy seguro de mí mismo. ¿Acaso eso no te gusta?

¿Que si le gustaba? Se estaba derritiendo. —Sí, me gusta.

—Me dio esa impresión. ¿Quieres salir conmigo mañana? Una cena.

Tendría que ir con esos dos idiotas detrás y si se daba cuenta tendría
que decirle que la seguían a ella.

—¿No te gustaría salir conmigo?

—Sí, pero…

—Una cita. Te paso a buscar a las siete.

Colgó el teléfono y con el corazón alocado se levantó a toda prisa a

ver qué se ponía. Seguro que la llevaba a un sitio fino y quería estar a la

altura. Sacó uno de sus viejos vestidos, pero lo descartó porque era negro.

Corrió a la habitación de Samantha que estaba hablando por el móvil y al

verla abrir su armario frunció el ceño. Cuando sacó un vestido rojo dijo —

Tengo que colgar. —Tiró el móvil y dijo pasmada —¡Tienes una cita!

—¡Me ha llamado! —Chilló de la alegría y su amiga chilló con ella

acercándose. Las dos dieron saltitos por la habitación.

—¡Vas a salir con el cañón!

—¡Sí! —Suspiró emocionada. —Volvió a la librería como dijiste y

la chica me conocía de la hamburguesería, así que fue allí y le dieron mi

número.
—Eso sí que es interés. —Cogió el vestido y se lo puso delante. —

Perfecto. —La agarró de la mano y la llevó hasta la cama para sentarla. —

¿Qué te ha dicho? Cuéntamelo palabra por palabra.

—Bueno, no hemos hablado mucho. Cuando me ha llamado me ha

preguntado si me gustaba el libro. —Abrió los ojos como platos. —Como si

supiera que lo estaba leyendo.

Su amiga se llevó la mano al pecho. —Estáis conectados.

—¿Tú crees?

—Claro que sí, te ha llamado justo cuando leías ese rollo de libro.

¿Qué más? ¿Qué más?

—Primero me halagó que me buscara, pero luego me mosqueé

porque en la hamburguesería le dieran mi número. ¿Y si era un pervertido?

—Siempre igual. —Samantha chasqueó la lengua. —¿Esos

pensamientos no los tendrías en alto?

—Claro.

—¡Simoneta!

—Le hizo gracia.

—Menos mal, tiene sentido del humor. Me gusta. ¿Qué más?

—No mucho más, luego me pidió una cita y cuando vio que me

resistía un poco a decir que sí, dijo que me recogía mañana a las siete.
—Un hombre decidido.

Soltó una risita. —Sí.

Su amiga suspiró dejándose caer en la cama. —Qué bonito.

—Estoy tan nerviosa que no sé si podré pegar ojo.

—Soñarás con él.

—Sí. —Se mordió el labio inferior.

—¿Qué?

—Todavía no me lo puedo creer. Estoy como en una nube.

—Tú también tienes derecho a que te pasen cosas buenas, Simoneta.

Y el amor es la mejor de todas. Disfruta de ello.

—Sí —dijo decidida—. Eso pienso hacer.

Al día siguiente estaba en la hamburguesería entregando un pedido

cuando se le acercó la encargada. —¿Puedes quedarte hoy un par de horas

más?

—Lo siento no puedo, tengo una cita.

—Vaya… —Levantó una ceja. —¿Y es guapo?

—Sí que lo es.


—Hace siglos que no tengo una cita. Al menos tres meses. ¿No

tendrá un amigo? Yendo cuatro estaréis más relajados.

—Si no te importa preferiría estar a solas con él. Pero si funciona se

lo diré.

La jefa chasqueó la lengua como si eso le molestara y se iba a ir,

pero Simoneta dijo —Y preferiría que no dierais mi número a cualquiera.

Esta vez ha salido bien, pero…

—¿De qué hablas?

—Tevon vino ayer preguntando por mí y le disteis mi número.

La encargada se acercó a ella. —No.

—Sí.

—Te digo que no. ¿Cómo vamos a hacer algo así con la cantidad

que chiflados que andan por ahí? Esa información no se puede dar a nadie.

Además, es política de la empresa.

—Pero dijo… —Miró a su alrededor. —Se lo daría alguien que lo

sabía.

—Pues me voy a cabrear. ¿Y si el que viene es un pervertido?

Llegaré al fondo del asunto.

Forzó una sonrisa porque no quería meter a nadie en problemas. —

No te preocupes, no pasa nada. Seguro que no vuelve a pasar.


—¿Seguro? Estas cosas no me gustan nada.

—Seguro.

La jefa sonrió. —Disfruta de la cita.

—Gracias.

Cuando se alejó pensó en ello. Qué raro. Bah, se lo ha dado alguno

de tus compañeros por hacerte un favor. Si alguna de las chicas le había

visto, seguro que no había querido que perdiera la oportunidad de salir con
él. Al mirar al frente y ver a los hombres de su padre gruñó por dentro. A

ver qué excusa ponía cuando les viera.

Ya eran casi las seis y estaba de los nervios.

—¿Quieres estarte quieta? Te vas a poner a sudar en cualquier

momento y no hay nada peor que ver a tu pareja sudada, te lo garantizo.


Baja la moral a tope.

—Eso, tú ponme más nerviosa. —Pulsó el botón del ventilador y se


puso delante con los brazos extendidos. —Madre mía, yo no estoy hecha

para esto.

Samantha se acercó a la puerta ya con el bolso en la mano y la abrió.


—Me da una rabia no poder echarle un ojo. Pero ese idiota quiere que
hablemos y ya me espera abajo.

—Tranquila, vete. Te lo contaré todo.

—Sácale una foto.

—Sí, claro.

Samantha soltó una risita. —Pásatelo bien. —Dejó algo sobre el

mueble de la entrada. —Y aprovéchalos.

Miró hacia allí y jadeó mientras su amiga salía del apartamento. A

toda prisa cogió los condones y los metió en el cajón de la cómoda.


Pensando en ello se mordió el labio inferior. Quizás… Negó con la cabeza.

Por Dios Simoneta, es la primera cita y se notaba que él era un caballero, no


irían más allá del beso.

El timbre de la puerta la sobresaltó y gimió interiormente mirando

hacia allí. —Vamos allá —susurró antes de respirar hondo y abrir la puerta
con una sonrisa de oreja a oreja para ver a su gruñona vecina de abajo—.

¿Sí?

—Oye maja, tengo una gotera que viene de tu baño.

¡No, no! —¿Ahora?

—Claro que ahora, ¿cuándo va a ser?

Corrió hacia el cuarto de baño, pero no había nada raro. Volvió a

correr hasta la puerta y dijo sin aliento —Allí todo está bien.
—¿No me digas? Pues será algo de las cañerías. Corta el agua.

—¿Dónde?

—¿No lo sabes?

—Pues no. ¿Dónde la corta usted? —preguntó impaciente.

—Depende.

—¿Depende?

—De si es la general o una cañería que me pertenezca porque

sino…

Jo, qué rollo tenía la vieja. —Voy a llamar al administrador. —

Corrió dejándola con la palabra en la boca y a toda prisa buscó su nombre


en la agenda del móvil. Se lo puso al oído. —Vamos, vamos… —Cuando

después de cuatro tonos saltó el contestador, juró por lo bajo antes de


recordar algo. —¡El portero!

—No te molestes, no lo coge porque está de baja y todavía no han

enviado a nadie para sustituirle.

La miró pasmada. —¿Qué le ha pasado?

—Un infarto, niña. No te enteras de nada. —Se cruzó de brazos. —

Bueno, ¿y qué hacemos? Porque como siga cayendo agua así, se me va a


derrumbar el techo.

—¿Simoneta?
Gimió estirando el cuello para ver que Tevon estaba tras la mujer,

que al verle dejó caer la mandíbula del asombro y no era para menos porque
llevaba un traje gris claro que resaltaba el color de sus ojos. Dios, era tan

guapo que quitaba el aliento. ¡Y era su cita! Y esa bruja se la iba a fastidiar.
Simoneta forzó una sonrisa. —Tenemos un problemilla.

Se detuvo al lado de la señora Henderson. —¿Qué problemilla?

—Una gotera. Al parecer le cae agua en su cuarto de baño.

—Cerrar la llave de paso.

—No sé dónde está.

Él miró a su alrededor. —Fuera no hay nada, tiene que estar dentro.

Esperanzada preguntó —¿Sabes de fontanería?

Le guiñó un ojo entrando en el apartamento y fue hacia la pequeña

cocina. La mujer suspiró. —Qué hombre, niña.

Soltó una risita. —¿Verdad que sí?

—No le dejes escapar.

Viéndole como se agachaba con su traje de diez mil pavos y abría el

mueble de debajo del lavabo, suspiró. —Pienso hacer lo que sea.

—Bien dicho, chica. Si tuviera su edad me pegaba a él como una

lapa.
Él después de mirar cerró las puertas echando un vistazo a su

alrededor y sonrió al verla porque estiró el brazo y giró una llave que hasta
ese momento ella no sabía para lo que servía. Colgaba los paños en ella,

con eso lo decía todo. —Bien, ya está.

—Muchas gracias —dijo la señora Henderson casi cayéndosele la


baba—. Eres muy amable.

—No ha sido nada. Voy a acompañar a la señora…

—Henderson —dijo esta como una niña.

—Encantado. Soy Tevon Carpenter.

—Mucho gusto.

—Simoneta, la acompaño a su casa para ver si sigue cayendo agua.

Igual es otra llave.

—¿Voy contigo?

—No hace falta.

—¿Me coges del brazo, hijo? Por si me caigo.

—Claro que sí. ¿Lleva mucho viviendo aquí?

—Oh, toda mi vida. El piso era de mis padres.

—Entonces les conoce a todos —dijo mientras se alejaban.

—¿Quieres referencias de la chica?


Él rio por lo bajo y la miró sobre su hombro provocándole un vuelco
al corazón. —Creo que no tiene nada de malo.

—Ella no, pero su amiga... Menudo pendón.

Jadeó mientras él reía. Entraron en el ascensor y la mujer pulsó el


botón. La anciana murmuró algo aunque Simoneta no llegó a oírlo, pero sí a

él que dijo —¿No me diga?

Cuando las puertas se cerraron siseó —A saber lo que le está


contando. —A toda prisa corrió hacia el espejo y se pegó un repaso. De

tanto morderse el labio inferior casi no tenía carmín, así que sacó la barra
del bolso para retocarse. Juntó los labios moviéndolos de un lado a otro y

sonrió. Hala, menuda mancha en el paleto. Se pasó el dedo. ¿Lista? Corrió


hasta su habitación y se perfumó de nuevo. Ahora estaba lista.

Bueno, al menos este episodio os dará de algo de lo que hablar.


Aunque tenía la sensación de que con él nunca faltarían conversaciones.

Cogió su bolsito y se sentó en el brazo del sofá a esperar.

Veinte minutos después aún estaba esperando. ¿Pero qué pasaba ahí

abajo? Seguro que esa mujer no le soltaba y como era un caballero no


quería cortarla. Mejor le rescataba. Decidida salió cerrando la puerta y bajó
los escalones casi corriendo. La puerta de su vecina estaba abierta y metió
la cabeza. —¿Tevon?

—¡Estamos aquí! —dijo la mujer a lo lejos.

Caminó por el pasillo y se dio cuenta de que ese piso era al menos

seis veces más grande que el suyo. Y que bien lo tenía la mujer. Al llegar al
final vio que había otro pasillo. —Increíble. —Les vio en el baño y Tevon

estaba subido a una escalera sin chaqueta ni corbata con las manos
elevadas. Se iba a poner perdido. —¿Pero qué haces?

—Ya ha encontrado la avería —dijo la mujer encantada.

—¿De veras?

—No es nada, una fisura en el desagüe de la bañera.

—Claro, como se bañan tanto… Son de esas que se quedan en la

bañera una hora con la música puesta. —La miró como si fuera un desastre.
—¿No sabes que hay que ahorrar?

—Si tuviera la pieza la cambiaba yo, pero como no es así habrá que
esperar hasta mañana y que venga el fontanero.

—No te preocupes, chico, ya has hecho mucho y no sabes cómo te


lo agradezco.

—No es nada. —Se bajó de la escalera aceptando el trapo que la

mujer le tendía y limpió las manos mirándola de arriba abajo. —¿Te he


dicho que estás preciosa?

Se sonrojó de gusto. —Pues no, pero vale más tarde que nunca.

Él rio por lo bajo. —Eso es cierto. —Se miró la camisa e hizo una
mueca al ver una mancha sobre su pecho. —Vaya.

—Oh, chico quítatela que te la lavo.

Esa mujer no se daba por vencida. —No se moleste, ya se la lavo


yo.

—Niña no es molestia.

—Lo sé, pero ya se la lavo yo.

—Muy bien, como quieras. No la plancharías como yo, pero si te


empeñas…

Tevon rio por lo bajo cogiendo la chaqueta y la corbata. —Me ha


encantado conocerla.

—Lo mismo digo. Que paséis buena noche.

Se acercó a ella y pasó una mano por su cintura. —Lo haremos.

Se sintió tan bien con la mano ahí que le miró fascinada. En cuanto
salieron él cerró la puerta y dijo —Me he manchado el traje. —Levantó una

ceja. —¿Pedimos algo y que nos lo traigan?

No podía tener tanta suerte. Todo para ella. —Claro, por mí


perfecto. Puedo lavarte...
—Para eso están las tintorerías. —Empezaron a subir los escalones.
—¿Qué te apetece?

—¿Chino?

—Me has leído el pensamiento.

Ella soltó una risita abriendo la puerta. —Me encanta la comida


china.

—Y a mí. —Dejó la chaqueta sobre el respaldo del sofá mirando a

su alrededor. —Así que eres estudiante.

—Sí, de arqueología. Ya me queda poco, pero quiero hacer el

doctorado.

—¿Quieres dar clases?

—Me fascina.

—¿Has ido a alguna excavación?

—Cada verano vamos a un sitio. Este último pude hacer un estudio

en el valle de los Reyes.

—Me encanta Egipto.

Sus ojos brillaron. —¿Lo conoces?

—He estado allí cuatro… No, cinco veces. Estoy deseando ver el

nuevo museo del Cairo. Más de cincuenta mil piezas.


—Yo pude ir. Me escapé con unos amigos para ir hasta el Cairo. Es

impresionante. ¿Por qué has ido? ¿Por trabajo?

—Sí, algo así. Soy una especie de consultor y me envían a muchos

sitios.

—Qué suerte, a mí me encanta viajar. —Se le quedó mirando como


una tonta y él sonrió. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo se puso
como un tomate dejando su bolso sobre la mesa de centro. —¿Quieres
beber algo?

—¿Tienes cerveza?

—Samantha siempre compra para su novio. —Fue hasta allí y abrió


la nevera sacando dos cervezas. La abrió y le acercó la suya. —¿Quieres un

vaso?

—No, así sabe mejor. ¿No te sientas?

—Oh. —Se sentó en el sofá y él se sentó a su lado.

Mientras bebía la miró de una manera que hasta le subió la

temperatura. Simoneta bebió acalorada y cuando se tragó media botella él


levantó una ceja. —¿Sedienta?

Tragó a toda prisa asintiendo. —Así que pedimos comida china.

—Pedimos lo que tú quieras —dijo acercándose y ella sintiendo que


le faltaba el aire se inclinó hacia atrás sin darse cuenta. ¡Madre mía, ese tío
quería sexo! Él frunció el ceño dejando la cerveza sobre la mesa. —Nena, si

no quieres esto…

—¡Sí! —Asintió con los ojos como platos dejando la cerveza al lado
de la suya. —Sí que quiero.

—¿Seguro? Parece que acabas de ver un accidente de tren o algo


así.

Gimió. —Lo siento, es que yo… —De repente él besó su boca de


una manera que hasta se le encogieron los dedos de los pies haciendo que se
le cayeran los zapatos. Tevon la abrazó cogiéndola por la cintura y acabó a

horcajadas sobre él. Saboreando su lengua se sintió mejor que en toda su


vida y al escucharle gruñir acarició su cuello hasta llegar a su nuca. Él
apartó la cara de repente mirándola como si quisiera comérsela entera, pero
medio mareada aún tenía los ojos cerrados. —Simoneta —susurró.

Abrió los ojos. —¿Sí?

Él bajó lentamente sus manos para acariciar sus glúteos y ella gimió
arqueando su cuello hacia atrás. Tevon se lo besó. —Nena, era para romper

el hielo.

Frunció el ceño y le miró. —¿Qué?

—El beso, era para romper el hielo. —Acarició su trasero de nuevo.

—Siempre hay tensión con lo que pasará al final de la cita y quería


ahorrármelo.

—¿De veras? —preguntó decepcionada.

Él reprimió la risa —Pero si quieres continuamos.

—Oh no, por mí...

—¿No?

¿Pero qué estaba diciendo? —¡Sí!

—¿Sí quieres?

Asintió vehemente. —Sí quieres tú, claro.

—¿Cómo no voy a querer? —De repente se vio a sí misma sentada a


su lado. —Pero mejor no precipitar las cosas.

—No, si no precipitas nada, te lo aseguro.

—¿Me lo prometes?

—¡Hazme el amor, leche! —Al darse cuenta de lo que había dicho


gimió tapándose el rostro con las manos. —Dios, qué vergüenza.

—¿Vergüenza por qué?

Abrió los dedos para ver que tampoco es que pareciera


escandalizado. Las dejó caer. —Te habré parecido atrevida.

—Lo que me ha parecido es que ha sido la frase más sincera que ha


salido de tus labios. Lo deseas realmente.
—¿Y?

Él se echó a reír. —Y todo. Esta noche va a haber de todo. Pero


antes deberíamos conocernos un poco, ¿no crees?

Mierda, llegaba la parte del conocimiento y esa fase nunca la


superaba. —Si quieres… Así que eres una especie de consultor.

—Me encargo de planear estrategias de financiación.

No tenía ni idea de qué significaba eso. —Ah… Parece interesante.

—Lo es. Soy freelance.

—Así que vas por libre.

—Solo escojo los trabajos que realmente me interesan. Que


representan un reto.

—Y viajas mucho.

—Bastante. Pero vivo aquí, en Manhattan. Aquí está mi casa por


decirlo de alguna manera, aunque la piso cuatro veces al año

No pudo disimular su decepción. —Qué bien.

—¿Y después del doctorado qué harás?

—Dar clases, supongo.

—No te veo dando clases.

—¿De veras? Si te digo la verdad, yo tampoco. ¿Pedimos la cena?


Él sacó su móvil y abrió una aplicación. —He descubierto un chino
que es una maravilla.

—No tengo hambre.

La miró sorprendido. —Ah, ¿no?

—Ya nos conocemos mejor, así que… —Se levantó y se bajó la


cremallera del vestido dejándolo caer ante él para mostrarle que solo
llevaba unas braguitas de encaje negras. Puede que no le viera más, pero al
menos se iba a llevar una buena ración de sexo. Eso sí que pareció

sorprenderle, la miraba como si eso no se lo esperara y de repente esos ojos


azules mostraron un deseo que la abrasó por dentro. La cogió por la cintura
con una mano y tiró de ella colocándola entre sus piernas. Sin dejar de
mirarla se acercó a su pecho y lo besó antes de lamerlo hasta la punta de su

pezón. Fue tan embriagador que gimió cerrando los ojos, entonces él se
detuvo y de la sorpresa los abrió de nuevo. —Mírame, quiero que me mires.
—Cogió los extremos de sus braguitas y las deslizó por sus piernas hasta
dejarlas caer. Sus manos acariciaron sus muslos hasta sus caderas y de ahí

hasta su cintura. Era tan increíble sentirle que suspiró de gusto mientras las
manos seguían ascendiendo hasta sus pechos para rodearlos y acariciarlos
con pasión. —Son perfectos, nena. —Elevó uno y se metió el pezón en la
boca. Simoneta al sentir que lo mordisqueaba gritó sintiendo que las piernas

no le sostenían y tuvo que apoyarse en sus hombros para evitar caer. Tevon
la agarró por las caderas sentándola sobre él y Simoneta se inclinó hacia
atrás para que no dejara de torturar sus pechos. Entonces sintió un roce
entre sus piernas y chilló mientras todo su cuerpo se tensaba. Tevon levantó

la vista y sonriendo malicioso volvió a acariciarla. El roce contra su clítoris


provocó que se retorciera sobre él, pero Tevon no se detuvo y friccionó
sobre él provocando que todo su ser explotara de placer hasta creer que
había rozado el cielo antes de caer desmadejada sobre su pecho.

—Nena, aún te queda mucho por ver. —Se levantó llevándosela con
él y entró en su habitación.

Cuando la tumbó en la cama sonrió como una gatita y abrió los ojos

para ver cómo se desabrochaba la camisa para tirarla a un lado. Su torso no


tenía un gramo de grasa y tenía los músculos bajo los pectorales muy
marcados. Tragó saliva recorriéndolo con los ojos hasta llegar a su ombligo.
Cuando él llevó las manos a su cinturón sus ojos bajaron como un resorte y

cuando dejó caer los pantalones con la ropa interior mostrando su duro sexo
se sintió la mujer más feliz del mundo. —Si sigues mordiéndote el labio
inferior… Joder nena, me pones a mil.

—¿De veras?

Él rio por la sorpresa que reflejaba su rostro. —De veras. —Hizo


una mueca por la cama. —No da para mucho, pero nos arreglaremos.
Abrió las piernas sintiéndose más sensual que en toda su vida. —
Ven aquí.

Se tumbó sobre su cuerpo cortándole el aliento por el roce de su


piel. Era realmente embriagador y al sentir su sexo rozando sus húmedos

pliegues creyó que se moriría de gusto. —Estás tan caliente, tan húmeda...
—Besó sus labios. —Me muero por sentirte. —Entró lentamente en su
interior y Simoneta no daba crédito a lo que estaba pasando. Era un placer
tan exquisito que era imposible que quisiera que eso acabara alguna vez. —

Eres maravillosa.

De repente Simoneta sintió algo de dolor y él se detuvo en seco. —


¿Te duele?

—No es nada.

Se miraron a los ojos y le avergonzó decir —Soy virgen. —Él se


deslizó hasta el fondo sorprendiéndola. —Pues no ha dolido tanto.

—Me alegro mucho, nena. Ahora viene lo mejor. —Volvió a mover


las caderas de manera más contundente.

Ella jadeó sorprendida aferrándose a sus hombros. —Sí que es


mejor, sí.

Tevon volvió a entrar en ella y Simoneta gritó de la sorpresa por el


placer que la traspasó. Todavía no se había recuperado cuando él movió de
nuevo sus caderas y así una y otra vez. Tevon sin dejar de moverse la cogió
por la nuca. —Abre los ojos, nena. Mírame mientras te corres. —Entró en

ella de nuevo y otra vez más. No podía ser, no podía superar ese
maravilloso placer, pero lo hacía con cada movimiento hasta que todo su
cuerpo se tensó con fuerza haciéndola gritar. Entró en ella una vez más y
Simoneta sintió que se quebraba, liberándose con tal fuerza que creyó que
había muerto y que estaba en el cielo. Un par de minutos después él

tumbado a su lado la abrazó. —Veo la luz.

Tevon rio por lo bajo. —Es la primera vez que alguien me dice algo
así.

Sonrió contra su hombro. —Entonces eras un poco virgen también.


—Abrió un ojo para mirarle. —Seguro que no tenías mucha experiencia.

—Será eso. Nena, ¿por qué?

—¿Por qué he aguantado tanto?

—Sí —dijo él sin entenderlo—. Eres preciosa, seguro que no te han


faltado citas.

—Debe ser que estaba esperando que llegara el adecuado y ha sido


perfecto, así que ha merecido la pena.

Él frunció el ceño. —¿Seguro que es por eso?

—Claro. —Agachó la mirada.


—¿Esos que están en el portal no tienen nada que ver?

Se tensó elevando la cabeza. —¿Qué?

—El otro día estaban ante la librería y hoy ante el portal.

Apretó los labios. —Mi padre es una persona importante y necesito


escolta.

—¿Quién es?

—¿No podemos dejar esta conversación?

La miró como si no la entendiera. —Sí claro, si es lo que quieres…

—Sí, es lo que quiero. —Molesta se sentó y alargó la mano para


coger una camiseta.

—Eh… —Él la abrazó y besó su cuello. —En la próxima cita les


despistaremos.

Que propusiera eso la tensó y le miró sobre su hombro. —¿Quién


eres?

—¿Qué?

Se levantó apartándose. —¿Quién eres?

—No sé de qué hablas, nena.

—Nadie se fijaría en dos tipos en la calle y mucho menos les


recordaría. No te lo repito más, ¿quién eres?
Tevon se tensó. —Al parecer se ha acabado el recreo, pero estoy de

tan buen humor que no voy a contártelo hoy.

—¿Qué?

Empezó a vestirse. —Mañana, saldremos a cenar de verdad y…

—¡Dímelo o me pongo a gritar!

Cogió el libro que estaba en la mesilla de noche. —¿Qué te ha


parecido?

Se le heló la sangre. —¿Qué?

Lo tiró sobre la cama y se sentó para ponerse los calcetines y los

zapatos. Se puso en pie suspirando. —Lo hablaremos mañana. —Se acercó


a ella y la besó en la mejilla. —Ha sido increíble, nena. A las seis, no te
retrases. Y no te preocupes por esos, les despistaremos.
Capítulo 3

Después de no pegar ojo en toda la noche a las seis menos cuarto ya


estaba preparada con un vestido verde agua de gasa. Se miró al espejo.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Samantha preocupada—. Es


evidente que lo de la librería fue a propósito y que en la hamburguesería no

le dieron tu número.

—Tengo curiosidad.

—Curiosidad y ganas de que te meta la lengua hasta la garganta.

—¡Samantha!

—¿Qué? ¡Es verdad! Estás fascinada con él y ya todo te da igual


porque te ha dado orgasmos de la leche. Tranquila, que ya estoy yo para

encauzarte. No te vayas con él.

—Tengo la sensación de que no se daría por vencido fácilmente


—Me asusta que ese tipo esté metido en el negocio de tu padre. ¿Y

si quiere secuestrarte?

Preocupada la miró. —¿Tú crees? Cuando dijo lo del libro me

asusté, pero después de darle muchas vueltas creo que exageré.

—Deberías llamar a tu padre por si le conoce.

—Nunca le he visto por casa. Aunque hace mucho que no voy por

allí, claro. —Hizo una mueca. —¿Y si quiere secuestrarme por qué no lo
hizo ayer en lugar de invitarme a cenar?

—¡Yo qué sé! ¡No domino el comportamiento de los capos de la


droga! Todo esto me mosquea mucho.

Cogió su bolso. —Si quisiera hacerme daño ya podría haberlo

hecho. No pasa nada.

—¿Eso me lo dices a mí o a ti misma?

—¡No me pongas nerviosa!

Sonó el timbre de la puerta y ambas se miraron con los ojos como

platos. —Es él. —Chilló corriendo hasta los zapatos. —Vete a abrir.

—Esto no me gusta nada, que lo sepas.

—¡Corre! —Se puso los tacones mientras su amiga salía y se acercó

a toda prisa hasta su bolso escuchando la profunda voz de Tevon. —Tú

debes ser Samantha, encantado.


Al no escuchar la voz de su amiga salió pitando al salón para

encontrársela mirándole con la boca abierta. Tevon sonrió. —Al parecer la

he dejado sin palabras.

—Samantha —dijo entre dientes.

Su amiga la miró. —Eh…

Exasperada se acercó. —Nada, déjalo.

Él la miró de arriba abajo —Estás preciosa.

Se sonrojó de gusto. —Gracias. —Miró su impecable traje azul

hecho a medida. —Tú…

—Yo, ¿qué?

Parecía divertido y se sonrojó aún más. —Creo que lo sabes de

sobra. —Besó a Samantha en la mejilla que aún estaba en babia sin quitarle

ojo a su cita. —No llegaré muy tarde.

Tevon rio por lo bajo. —Llegará tarde, así que no te preocupes que

está conmigo.

Su amiga soltó una risita. —Vale.

Salió él primero y su amiga la miró asombrada antes de acercarse

para susurrarle —Ahora lo entiendo todo. Yo también arriesgaría la vida por

un tío así.

—Shusss.
Salió del apartamento y antes de cerrar la puerta escuchó que Sam

gritaba —¿Llevas condones?

Se puso como un tomate y cerró de un portazo mientras Tevon reía

por lo bajo. Al volverse forzó una sonrisa. —Es una chica segura.

—Eso está muy bien. No te preocupes que yo tengo. —La miró de

arriba abajo comiéndosela con los ojos. —Y son unos cuantos.

Ni sabía dónde meterse de la vergüenza. —Esta no es ese tipo de

cita. Querías contarme algo.

—Creo que los dos tenemos mucho que contarnos. —Cogió su

mano y tiró de ella suavemente. —Vamos, preciosa. Tengo la reserva en

veinte minutos y aún tenemos que deshacernos de esos, aunque con lo

inútiles que son no será difícil.

Le miró de reojo y se detuvo. —Eres de la pasma, ¿no?

Rio como si eso le pareciera muy gracioso. —Hace unos años creí

que era del lado bueno, pero luego me di cuenta de que no hay lado bueno.
—Mirándola intensamente levantó la mano y en un acto reflejo Simoneta se

encogió haciendo que se tensara. —¿Me tienes miedo?

—Estoy alerta —dijo sinceramente.

—Eso está bien, nunca se sabe quién puede sorprenderte. Pero si

quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho, ¿no crees?


Sus preciosos ojos le miraron fijamente como si estuviera

analizándole. —¿Quién eres?

—Eso lo descubrirás durante la cena. —Tiró de su mano hacia el

ascensor y cuando entraron sonriendo con ironía sacó lo que parecía un

mando a distancia del bolsillo del pantalón. —Esto te va a encantar. —

Pulsó el botón y se escuchó como el sonido de un petardo.

Asustada le miró. —¿Qué ha sido eso?

—Tranquila nena, están bien. —Las puertas del ascensor se abrieron

para mostrar que sus dos guardaespaldas salían de su coche llenos de

pintura dorada en el rostro y rodeados de un humo rosa. Asombrada se dejó

llevar hasta su coche y se subió sin dejar de mirarles. Uno gritaba que se

había quedado ciego y Simoneta reprimió la risa mientras varios del barrio

reían por lo que pensaban que era una broma. Tevon se sentó a su lado. —

¿Te ha gustado?

—¿Cómo lo has hecho?

—Me he esforzado mucho. No creas que es fácil encontrar pintura

dorada de ese tono.

Simoneta rio relajándose mientras él aceleraba esquivando a un

coche que tenían delante. Fascinada por como dominaba el volante se le

quedó mirando.
—¿Conduces? —preguntó él sorprendiéndola.

—Sí.

—Pero hace años que no lo haces, ¿no? —Metió una marcha

acelerando. —Tendré que darte unas clases. Algún día puedes necesitar huir

y te vendrán bien. —La miró de reojo. —Nena no pongas esa cara, es

evidente que no haces nada por tu seguridad, pero eso va a cambiar.

Sintiendo una decepción enorme miró al frente cruzándose de


brazos. —Te envía mi padre.

—Ni le conozco y por la cara que pones no es que tenga muchas

ganas de conocerle.

—¡Entonces eres poli! ¡O eres de un bando o del otro!

—Soy de nuestro bando, nena.

Se le cortó el aliento. —¿Qué?

Frenó ante un semáforo y la miró divertido. —Eres muy impaciente,

¿no es cierto? ¿No puedes esperar al restaurante?

—¡Oh, suéltalo ya! ¡Este numerito a lo James Bond no me

impresiona!

—Sí que te impresiona, pero no es un numerito, soy así.

Parpadeó. —¿De veras?


Él suspiró y estiró el cuello viendo el tráfico que venía de frente. La

miró acelerando para hacer sonar el motor y Simoneta separó los labios al

entender lo que iba a hacer. —Ni se te ocurra.

—Tienes mucha prisa. —Aceleró saliendo del carril y mientras ella

gritaba como una loca que se iban a matar esquivó a los coches que venían

de frente yendo de un lado al otro hasta pasar la intersección y doblar a la

derecha frenando en seco ante el restaurante. —Listo.

Le miró como si quisiera descuartizarle y él rio por lo bajo. —Nena,


creía que no le temías a la muerte. Alguien que la espera con tanta

impaciencia no teme a la muerte.

—¡Serás capullo!

Tevon rio divertido. —¿Enfadada? Me gustan las mujeres con

carácter. —Salió dejándola con la palabra en la boca y antes de que pudiera


abrir la puerta allí estaba él abriéndosela como todo un caballero. Molesta

salió del coche. —Vamos a pedir una copita de champán para que te relajes.

—No ha tenido gracia.

—Me has retado, nena. Reconócelo.

—¿Qué quieres?

—La impaciencia de nuevo. —Cogió su mano y tiró de ella hacia el


restaurante.
—Quiero irme a casa.

Él se detuvo. —No te vas a ir a casa hasta que hayamos hablado de

todo lo que nos interesa, ¿de acuerdo? Después decidirás lo que quieres
hacer.

—Soy libre para decidir.

—No, no lo eres —dijo muy serio—. Eres quien eres y precisamente

por eso, llevas un peso sobre tus hombros del que no te librarás nunca. —
Simoneta palideció porque sabía que tenía razón. —Me necesitas, nena.

Puede que no sea el príncipe azul que soñabas, pero valdré para el papel.
Ahora vamos a cenar.

Entró en el restaurante y se acercaron al atril del maître que sonrió a


modo de bienvenida.

—Tevon Carpenter.

—Oh, señor Carpenter como pidió le hemos reservado la mesa más

alejada para dos. Es íntima y aislada. Hemos quitado las tres que la
rodeaban.

—Perfecto.

—Síganme.

Le miró de reojo y susurró —¿Por qué has hecho eso?


Se acercó a su oído y respondió —Lo que tenemos que contarnos no
puede ser escuchado por nadie, nena.

Su aliento la estremeció de arriba abajo y miró sus ojos haciéndole

sonreír. —Va a ser una cena de lo más interesante —dijo él con la voz
enronquecida.

Se dejó llevar y aún medio atontada se sentó en la silla que le

ofrecía el maître. —Una botella de Moët reserva —dijo Tevon


desabrochándose la chaqueta del traje.

Los ojos del maître brillaron. —Enseguida. —Al volverse hizo un


gesto a dos camareros y susurró —Que no les falte de nada, ¿entendido?

Tevon se sentó ante ella observándola y cuando el camarero se

acercó con la carta preguntó —¿Te gusta la langosta, nena?

Asintió sin ser capaz de hablar porque aquello no podía estar

pasando.

—Langosta y… Unas ostras.

Se puso como un tomate mientras el camarero decía —Enseguida,


señor Carpenter.

—¿Te gustan las ostras, nena?

—Eso deberías haberlo preguntado antes, ¿no crees? —dijo con


rebeldía para no parecer una estúpida.
Él rio por lo bajo. —¿Sí o no?

—No, no me gustan. Me parecen asquerosas.

Levantó una mano y el otro camarero se acercó de inmediato. —Me


acabo de enterar que a mi novia no le gustan las ostras. Sorpresas que dan

las mujeres.

—¿Puedo sugerirle un delicioso paté de marisco, señor Carpenter?

Ella asintió.

—Perfecto, parece que nos hemos puesto de acuerdo.

—Enseguida.

Otro camarero apareció con la carísima botella de champán y la

abrió ante ellos para servirles un poquito en sus copas. —Pruébalo, nena.
Dile qué te parece.

Muy nerviosa cogió la copa y se lo bebió de golpe haciéndole


sonreír. Cuando tragó le dijo al camarero —Perfecto, gracias.

Tevon bebió de su copa e hizo una mueca. —Al parecer entiendes

de champán.

—Bebí mi primera copa en mi quinto cumpleaños. —Le retó con la


mirada apoyando los codos sobre la mesa y adelantándose. —Había un

champán mucho mejor que este, así que si quieres impresionarme no vas
por el camino correcto.
—Creo que voy por el único camino. —Le hizo un gesto al

camarero que se alejó de inmediato. —Simoneta ese tipo de comentarios se


hacen en privado.

—Déjate de rollos. Ahora ya estoy aquí. Cuéntame quién eres de

una maldita vez.

—¿Quieres saber quién soy? Soy el hombre que debería haberte


matado hace ya dos semanas. —Perdió parte del color de la cara mientras él

apoyaba los codos sobre la mesa como ella y se adelantaba. —Soy como
ese del libro, nena. Mato por dinero. Y tú eres mi encargo.

Pálida de miedo porque veía en sus ojos que era cierto susurró —
¿Por qué me lo cuentas? —Él chasqueó la lengua enderezándose. —¿Por

diversión?

—¿Tan retorcido crees que soy?

—Sé que lo eres. Los hombres como tú no tienen sentimientos.

—Oh, te aseguro que los tenemos. Si nos pinchan sangramos como

los demás.

—Ganas dinero quitando vidas, no tienes escrúpulos. ¿Qué quieres


de mí? ¿Dinero? —preguntó con desprecio.

—¿Crees que necesito dinero? Tengo más del que gastaré en cien
años con este ritmo de vida.
—¿Entonces por qué me lo cuentas?

Sonrió. —¿No te ha quedado claro todavía? Te quiero en mi vida,

preciosa.

Su corazón saltó en su pecho de la sorpresa. —¿Qué?

—Ya va siendo hora de que me retire de esto y que forme una


familia. Podía haber elegido a otra, pero qué diablos contigo me excito con

solo mirarte y en la cama somos la hostia. Traes problemas contigo, pero yo


no voy a asustarme por nada, ¿no es cierto, preciosa? —La miró

intensamente. —Somos el uno para el otro.

—No hablas en serio.

—Jamás en mi vida he pensado algo tanto como esto. —Levantó la

copa. —¿Brindamos por nuestro futuro?

—¿Pero tú has perdido la cabeza? —preguntó poniéndose muy


nerviosa porque parecía que hablaba en serio. No sabía si gritar de la alegría

o salir corriendo—. ¿Qué pasa, quieres el negocio?

Él suspiró apoyando la espalda en el respaldo de la silla. —Nena, he

tratado con gente de todo tipo en mi profesión y no es que me desagrade el


negocio de tu padre. Oye, el mercado es libre y si un mamón quiere meterse

una raya por la nariz es asunto suyo. Si alguien hace negocio con ello no lo
veo mal, pero de ahí a querer llevarlo… Yo trabajo prácticamente solo, no
sé si me acostumbraría a ese tipo de vida. Bastante tendré con salvarte el
cuello a ti como para meterme en algo tan gordo.

Atónita se le quedó mirando. —¿Salvarme el cuello a mí?

—Mientras tu padre siga con vida, trabaje en eso o no, tu precioso

cuello está en peligro, nena. Eres su punto débil y estás muy expuesta. Que
me hayan enviado a mí lo demuestra. Pero en cuanto diga que rechazo el

encargo enviarán a otro y si no cumple al siguiente. Si están dispuestos a


pagar cinco millones de dólares es que no se darán por vencidos.

Perdió todo el color de la cara. —¿Cinco millones?

—En este momento tienes una diana en el centro de la frente y a


quien le encarguen el trabajo estará encantado, porque la paga es buena y

sobre todo porque eres el objetivo más fácil de cazar que he visto nunca —
dijo como si no se lo creyera—. Lo que no entiendo, es como no te han

matado antes con esos inútiles que te rodean. —Rio por lo bajo antes de
beber. —Pero tranquila, que ya estoy yo aquí.

—¿Tranquila? Cinco millones, Tevon, son capaces de matar a todos


los que estén aquí con tal de conseguirlos.

—Sí, seguramente habrá unos cuantos así. De hecho, conozco a


algunos. —Bufó molesto. —Malos profesionales, pero es lo que hay.

Sus ojos se cuajaron en lágrimas. —Yo solo quiero vivir mi vida.


Apretó los labios. —No seas ilusa, Simoneta. Eres una Garrido. Y
no una Garrido cualquiera eres la princesa Garrido. Tú lo heredarás todo.

—No quiero nada.

—¿Crees que puedes desligarte y decir quiero vivir una vida


distinta, papi? No, y tu padre lo sabe muy bien. Lo que no entiendo es como

ha permitido esto, joder.

—No le ha quedado otra opción.

Él levantó una ceja. —¿Eso piensas? Joder, eres más inocente de lo

que creía. ¿No te das cuenta de que solo tiene que enviar a sus hombres en
una avioneta y llevarte a casa?

Sonrió irónica. —Ya lo hizo una vez y no le salió muy bien.

Él se tensó. —¿Qué hiciste?

—No es asunto tuyo. —Iba a levantarse, pero él cogió su muñeca


tirando de ella y apartando la pulsera que llevaba para mostrar la cicatriz.

—Joder nena, ahora sí que me has cabreado.

—Suéltame —siseó.

Levantó la vista hasta sus ojos. —Siéntate, Simoneta.

—Que te den.

—O te sientas o mato a tu padre.


Se quedó de piedra porque era evidente que hablaba muy en serio.
Se sentó lentamente y él sonrió. —Veo que nos vamos entendiendo.

—Estás loco.

—Sí, algo debe estar pasando aquí dentro porque últimamente no

me comporto como debería. Pero tú me has obligado a esto, así que no me


lo voy a tener en cuenta. —De repente sonrió. —Oh, ahí viene nuestra cena.

—Púdrete.

Él se echó a reír y el camarero les puso el plato delante. —Cielo,


presiento que me vas a dar una vida de lo más entretenida. —Miró al
camarero. —Gracias.

—De nada, señor Carpenter. Que disfruten de la cena.

En cuanto se alejó él se puso a comer con ganas, lo que la dejó aún


más atónita. —Nena, come que esto está delicioso.

—No pienso dejar que me chantajees. —Disimuladamente cogió el


cuchillo y se lo puso sobre el regazo cubierto por la servilleta.

—Es que si no lo hago te van a matar y no pienso perderte —dijo


robándole el aliento—. Ríndete y disfruta de la velada.

—¿He dicho ya que te den?

—Sí que lo has dicho, sí. Pero no te hago ni caso. Ahora estás

rebelde porque sabes que estás entre la espada y la pared, pero no tardarás
en darte cuenta de que es lo mejor para ti. Lo mejor para todos.

—Ah, ¿sí? —preguntó con burla—. ¿Y cuál es tu plan?

—Mañana nos vamos a las Maldivas. Tengo allí una casa y no te


encontrará nadie. A partir de ahora te llamarás April Carpenter, ya está

preparado tu pasaporte. Siempre me ha gustado el nombre de April y como


no estabas para preguntártelo… Bueno, el hecho es que allí podrás llevar
esa vida que siempre has querido. Nadie te relacionará nunca más con tu
padre y podremos llevar una vida normal. Por supuesto no puedes decírselo

a nadie, ni siquiera a esa amiga tuya. Es por nuestra seguridad, entiéndelo.


Sé que la vas a echar de menos, pero hay que hacer este sacrificio. ¿Qué te
parece?

Se quedó sin palabras. Le estaba ofreciendo la libertad. Libertad a su


lado, claro, pero libertad.

Él sonrió. —Ya veo que el plan no te parece mal del todo.

Aquello no podía ser real, no podía estar pasando. —No te lo voy a


volver a preguntar. ¿Qué quieres?

—A ti, nena. Ya te lo he dicho.

—Ni siquiera te conozco.

La miró fijamente a los ojos. —¿Lo dices por el tiempo que hemos
pasado juntos? He conocido matrimonios de cuarenta años que no se
conocían en absoluto.

—¿Les conocías antes o después de matarlos?

—Ya veo que tienes curiosidad por mi modo de vida. Deja que te

explique algo. Si no lo hago yo, lo hará otro. Y te aseguro que la


desaparición de mis objetivos alivia a mucha gente. —Hizo una mueca. —
Igual por eso no te he matado a ti. Pareces tan inocente… —Alargó la mano
por encima de la mesa y antes de pensarlo Simoneta le clavó el cuchillo
traspasándole la mano y clavándosela a la mesa. No movió un gesto, solo la

miró fríamente lo que la aterrorizó.

—Nena, menos mal que es la mano izquierda. —Se arrancó el


cuchillo tirándolo en la cubitera y cubrió su mano con la servilleta riendo
por lo bajo. —Sabía que debías tener carácter para enfrentarte a tu padre. —
Como si nada siguió cenando. —El paté está delicioso. Come. —Era una

orden y asustada de veras cogió el tenedor. —Como ese tenedor no vaya del
plato a tu boca hasta terminar el paté me voy a cabrear. Y no querrás verme
cabreado, Simoneta, porque quien lo pagará será tu padre.

Se metió el paté en la boca y él sonrió. —¿A que está bueno? En las


Maldivas también hay muy buenos restaurantes, ya verás.

Dios, tenía que salir de allí cuanto antes. Ese chiflado era un
auténtico peligro. Debía avisar a su padre. —Tengo que ir al baño.
—Bien, deja el bolso.

—¿Qué?

Él suspiró. —Nena, ¿te crees que soy idiota? Ahora piensas en

llamar a tu padre para que solucione este tema.

—No, claro que no.

—Pues entonces no te importará dejar el teléfono aquí.

Muy tensa abrió el bolso dejándolo sobre la mesa. Él sonrió. —En el

baño de mujeres hay una señora mayor que lleva dentro tres minutos —dijo
como si nada—. Si no sale en dos desde que tú entres, te seguiré porque eso
significará que le has pedido el teléfono.

Furiosa fue hasta el baño mientras él reía por lo bajo. En cuanto


entró, frenética empezó a pasear de un lado a otro sin saber qué hacer. Tenía

que avisar a su padre, tenía que alertarle. La mujer mayor salió del baño y
casi se choca con una mujer con un vestido negro que entraba en ese
momento y esta le sonrió. —¿Va a entrar?

—No, no, pase.

—Gracias. —Pasó a su lado y de repente sintió el cañón de una


pistola en su sien. —Entra —susurró.

Asustada negó con la cabeza. —Hazlo aquí, puta, porque no me voy


a mover.
—Tienes razón, para qué perder el tiempo.

Ella cerró los ojos y entonces la pistola dejó de presionarle la sien


antes de escuchar que algo caía tras ella. Asombrada abrió los ojos para ver
a Tevon ante ella. —Nena, tardabas demasiado. —La cogió de la mano y
atónita miró hacia atrás para ver a la tía de negro con un cuchillo
traspasándole la garganta. En cuanto salieron la llevó hasta la mesa.

—¿Pero qué haces? Tenemos que irnos.

—Hablas como los novatos. ¿Y que se den cuenta de que hemos

sido nosotros? Disimula cielo, estás algo pálida. Sonríe un poco.

Sintiendo que hasta le temblaban las piernas se dejó llevar y cogió

su copa a toda prisa para bebérsela de golpe. Él suspiró. —Al parecer ya se


han dado cuenta de que no voy a realizar el trabajo. Es un contratiempo,
pero nada que no podamos sortear.

—Van a matarme, van a matarme… —susurró de los nervios.

—Eh… —Él se adelantó. —No voy a permitirlo, ¿vale? Cuando se


den cuenta de que Rose no va a hacer el trabajo seguramente ya no

estaremos.

—¿La conocías?

Él asintió. —Una pérdida terrible, era una profesional como la copa

de un pino.
—Dios, quiero llamar a mi padre. —Entonces se dio cuenta de algo.
—¿Quién quiere matarme?

—Nena, si lo supiera ya lo hubiera solucionado, ¿no crees? A


nuestro nivel no se conoce quien es el cliente, solo el objetivo. Así se
cubren las espaldas para el futuro.

—¿Y cómo os contratan?

—Eso no te lo puedo decir. Por tu seguridad. Nena, si no comes van


a tardar en traernos la langosta y luego se quedará tiesa. Come.

—¡Se me ha quitado el hambre!

—¿Ves como no vales para esto?

—Eso ya lo sé. Me quedó muy claro cuando vi como mi madre se

moría entre las llamas del coche —dijo con rabia.

—Te libraste por los pelos. Menos mal que te retrasaste en subir…

No salía de su asombro. —¿Cómo sabes qué ocurrió?

—Tengo mis fuentes. —Hizo una mueca. —Aunque a veces fallan,


por supuesto. Se acababa de separar de tu padre y vivíais aquí. Te fue a

recoger al instituto. Ya estabas dentro cuando saliste de repente y el coche


explotó. Es evidente que el que lo organizó esperaba que te subieras al
coche y no debió funcionar bien el remoto porque te dio tiempo a salir.
—Me había olvidado un libro en la última clase —dijo con
impotencia—. Samantha me lo traía corriendo y salí. Murieron dos
estudiantes más ese día. Nosotras lo contamos de milagro.

—Y aun así sigue siendo amiga tuya. —Hizo una mueca. —Es
valiente.

Emocionada asintió. —Sí que lo es. Siempre he podido contar con

ella. Cuando mi padre me llevó de vuelta me enviaba los deberes por mail.
—Sonrió. —Siempre me preguntaba cuándo volvía.

—Y conseguiste volver.

—Me escapé en cuanto cumplí los dieciocho. Le robé un coche a mi


padre y crucé la frontera para presentarme a los finales. Tenía dinero
ahorrado de los cumpleaños y eso, así que me matriculé en la universidad,
pero no tardaron en dar conmigo.

—De ahí lo de la muñeca.

—Desde entonces no he vuelto a hablar con mi padre.

—Le echas la culpa.

—La tiene, le rogué que lo dejara después de lo de mamá, ¿y sabes


lo que me dijo? Soy un Garrido, hija. Mi vida estaba marcada desde mi

nacimiento y la tuya también. —Le miró con rabia. —Pues le voy a


demostrar que no es así.
—Bien, entonces nos vamos en cuanto cenes.

Alguien chilló en el baño sobresaltándola y miró hacia atrás. Tevon


suspiró. —Me parece que se ha acabado la cena. ¿Por qué irán tanto las
mujeres al baño?

Los camareros corrieron hacia allí y ella le miró con los ojos como

platos. —Nos van a pillar. Aquí hay cámaras.

—Nena, eso ha estado solucionado desde el mismo momento en que

entramos por esa puerta —dijo levantándose y abriendo la cartera mientras


alguien gritaba que llamaran a la policía. Dejó varios billetes de cien sobre
la mesa y alargó la mano—. Hora de irse. El tiempo de reacción de la
policía son cuatro minutos desde la llamada.

Impresionada cogió su mano y varios clientes se les cruzaron, pero

Tevon los sorteó yendo hacia la puerta. El maître salió del baño y gritó —
¡Qué no se mueva nadie!

Tevon rio por lo bajo. —¿Has oído, nena? ¿Quieres quedarte?

—Vamos, vamos… —Al llegar afuera dijo —Tu coche.

El aparcacoches frenó en seco ante ellos y Tevon sacó otro billete de


cien dándoselo. El chico miró dentro del local. —¿Qué ha pasado ahí?

—Ni idea, pero estoy con mi amante y como comprenderás no me


puedo quedar para averiguarlo. Sube, nena.
Ella lo hizo a toda prisa y antes de cerrar le dijo al chico —Su mujer
es una bruja, ¿sabes? —Puso el dedo delante de la boca para que no dijera

nada a nadie y el chico mirando sus piernas impresionado asintió.

Cerró la puerta y Tevon aceleró saliendo de allí tan aprisa que al

chico no le dio tiempo ni a parpadear. Ella rio por lo bajo. —La cara que ha
puesto.

—Pues imagínate la que pondrá cuando se entere de lo que hay en el


baño. —Giró metiendo el coche en un callejón tan ajustado que podría rozar
el edificio con la mano, pero él no le hizo al coche ni un solo rasguño

saliendo a la carretera de nuevo.

—No aparcó tu coche, ¿no es cierto?

—Le dije que esperara dentro por si lo necesitaba, que era

cardiólogo y estaba pendiente de un trasplante. Les pagan cinco dólares la


hora, por cien pavos hasta me lo hubiera lavado.

Miró su perfil durante unos segundos. —El cardiólogo infiel a su


mujer. Estás acostumbrado a mentir, eso es evidente.

Frenó en seco y la miró. —A ti no te he mentido nunca, nena.

—¿Cómo te llamas?

Él hizo una mueca. —Tevon.

—Pero tu apellido no es Carpenter…


Él sonrió cortándole el aliento. —Me has preguntado mi nombre.

Fascinada por esa sonrisa susurró —Ni con la vida que tienes sabes
dónde te estás metiendo.

—Por supuesto que lo sé. —Se acercó más y rozó sus labios. —Y sé

la vida que vamos a tener.

—¿Por qué yo?

—Porque desde que te vi por primera vez sentí que eras mía. —

Rozó su labio inferior antes de besárselo suavemente. —Y tú sentiste lo


mismo, nena. Reconócelo. Vi en tus ojos tu necesidad por mí.

Maravillada por lo que esos labios le hacían sentir se acercó más. —


¿Te necesito?

—Sí. —Atrapó su boca saboreándola y Simoneta gimió abrazando


su cuello, pero de repente la invadió el miedo. ¿Qué estaba haciendo? Ese
hombre no le convenía, como no le convenía su padre. Había decidido vivir

como los demás y huir de todo lo que le hacía daño. Era un asesino, como
su padre, como su abuelo. No podía enamorarse de él, no podía hacerlo. ¿Es
que estaba loca? ¿Qué estaba haciendo?

Tevon sintió como se tensaba y se apartó para mirarla a los ojos. —


Simoneta…—Acarició su mejilla y vio el miedo en sus ojos. —Nena, no

tienes otra opción.


Se le cortó el aliento. —Sí que la tengo.

La cogió de la nuca y siseó —¿Vas a llamar a tu padre? Te encerrará


en su casa y tendrás esa vida que no querías. Yo te ofrezco todo lo que

deseabas, incluido yo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas de la frustración. —¡Deja de hablar


como si fueras la respuesta a mis plegarias! —Abrió la puerta del coche y
salió corriendo calle abajo esquivando a la gente.

Iba a cruzar la calle cuando el coche le cortó el paso y le vio a través


de la ventanilla del pasajero. —Simoneta sube al coche, no es seguro que

vayas por ahí tú sola.

—¡Déjame en paz!

—¿Quieres que te maten?

Echó a correr calle abajo y vio una estación de metro. Bajó las

escaleras tan rápido como podía y para sorpresa del guardia saltó el rotor.
—¡Eh!

Simoneta no se detuvo y corrió bajando hasta el andén que tenía


más cerca. Escuchó como llegaba el tren y corrió lo más rápido que pudo.
Bajando los últimos escalones vio que el tren abría sus puertas y sin aliento
se metió en su interior sujetándose a una de las barras. Miró por la ventana

por si le seguía, pero suspiró del alivio porque le había perdido.


—¿Se encuentra bien? —preguntó una anciana sentada ante ella—.

Parece que huye de alguien. ¿Quiere que llame a la policía?

Forzó una sonrisa. —No, gracias. Ha sido un susto, nada más.

El metro se detuvo en la siguiente estación y ella miró a su


alrededor, pero no vio a Tevon. Se había librado de él. Sintió una inquietud
en su interior. ¿Se había librado de él? ¿Qué iba a hacer ahora, llamar a su
padre? Ni hablar, no volvería a esa vida. Se escondería un tiempo. O podía

huir como Tevon había planeado. Un par de años fuera hasta que se
olvidaran de ella. Si regresaba con otra identidad después de un tiempo

puede que fuera libre al fin. O quizás no regresaba porque le gustaba el

sitio. La verdad es que lo de las Maldivas tenía una pinta estupenda, pero
él… Él también tiene una pinta estupenda, Simoneta, pero es un asesino.

¿No querías librarte de ese estilo de vida? ¿Pero a ti qué te pasa? ¿Acabas
de huir de él y ya estás dudando? Céntrate, quieren matarte y un tío que está

como un cañón te persigue. Necesitas pasta. Mierda, se había llevado su

móvil y el bolso. Lo que más le importaba era su móvil, pero seguramente


lo había pinchado porque sabía demasiado de su vida y eso es que la había

espiado. No, el teléfono ya no le servía de nada.

El tren se detuvo de nuevo y se le cayó la mandíbula del asombro

cuando le vio entrar. Se acercó a ella y cogió la barra. —¿Te apetecía un


viajecito? Nena, te dan unos prontos algo raros, ¿no? Irías más cómoda en

el Lamborghini.

Reaccionando le fulminó con la mirada. —Desaparece de mi vista


—siseó.

Tevon sonrió alargando la mano y cogió algo que tenía pegado en su

vestido tras su hombro. Se lo mostró, parecía un plástico transparente con

algo negro en el medio. —¿Ves esto? Es para seguirte.

—¿Estás loco? —preguntó pasmada.

—Pues nunca me habían acusado de eso —dijo a punto de reírse.

—No tiene gracia. Déjame en paz.

—Preciosa, si te dejo en paz, en dos días como mucho estarás


muerta —dijo haciéndola palidecer—. Y es algo que no pienso consentir.

—¿Por qué insistes? No me conoces.

—Claro que te conozco. Te conozco tan bien que ya tenía previsto

esto. —Se acercó. —Te asusta lo que sientes por mí y lo comprendo porque
no soy lo que esperabas. Tú querías un príncipe azul que llegara en un

caballo blanco y que te rescatara de la vida que lleva tu padre, pero he

llegado yo que de príncipe no tengo nada, que me gano la vida quitando a


gente del medio y que no critico la vida que lleva tu padre. ¿Pero sabes qué,

preciosa? Para ti soy mejor que ese príncipe de mierda.


—¿Por qué? —preguntó sin aliento.

—Porque no me asusta matar y no me asusta morir. Y haré lo que


haga falta para que estés a salvo y seas feliz.

Sus ojos se llenaron de lágrimas de la emoción, pero en su interior

seguía asustada. ¿Cómo podía pensar así si ni la conocía?

Él apretó los labios. —¿Crees que yo quería esto? ¿Crees que no

hubiera sido más fácil para mí quitarte del medio y seguir con mi vida?
Pero no puedo hacerlo. Lo he intentado mil veces, joder. —Una lágrima

cayó por su mejilla. —No llores, nena, lo solucionaremos.

—Quiero ver a mi padre.

—Si vas a ver a tu padre, no permitirá que te vayas y para sacarte


tendré que arrasar con todo. ¿Eso es lo que quieres?

—Si tanto te importo no lo harás.

Tevon se tensó. —¿Eso es lo que quieres?

El miedo le hizo responder —Sí.

—Muy bien, vamos.

—Puedo ir sola.

—No, no puedes. No sabes quién de los que te rodean te meterá una

bala en el cuerpo. Te llevaré yo. Vamos.

—¿Ahora? ¿Me llevarás ahora?


—Ahora mismo. —La cogió del brazo y tiró de ella hacia la puerta.

—Límpiate las lágrimas. Ya hemos dado bastante el espectáculo por hoy.

Se limpió la cara con la mano libre y cuando llegaron a la estación

salieron del vagón para ir hacia las escaleras, que subieron a toda prisa
como si les persiguiera alguien, lo que indicaba que Tevon no se sentía

seguro en la estación. Al llegar a la calle levantó un brazo para llamar a un


taxi. Ella iba a decir algo, pero la interrumpió —Tengo que recuperar el

coche.

—Oh, sí, claro.

Se subió y él se sentó a su lado dando la dirección de donde lo había

dejado. En silencio le miró de reojo. Estaba tenso y cuando apretó los labios
supo que también estaba decepcionado. El taxi no tardó en aparcar ante su

coche y ella salió a toda prisa mientras Tevon pagaba. El sonido le indicó
que la puerta estaba abierta, así que entró en el Lamborghini. Él sacó el

móvil de su chaqueta y cuando se sentó a su lado dijo —Llama a tu amiga y

a tu padre para decirle que vamos para allá.

Lo cogió a toda prisa y llamó a su padre primero por si después no


tenía otra oportunidad. No cogía su móvil y frustrada llamó a casa.

—Casa Garrido —dijo uno de sus hombres.

—Que se ponga mi padre, rápido.


Escuchó que corría con el teléfono en la mano y de repente gritó —

¡Jefe, su hija!

Su padre cogió el teléfono. —¿Simoneta?

Se emocionó al oír su voz. —¿Papá?

—¿Qué ha pasado? ¡Mis hombres no saben dónde estás!

—Han intentado matarme, papá.

—¿Qué dices? —gritó—. ¿Quién?

—No sé quién. Era una mujer…

Tevon le arrebató el teléfono. —Está bien, la llevo para allá.

—¡Quién coño eres tú! ¡Devuélveme a mi hija!

—Eso pretendo hacer. Llegaremos mañana.

—Llévala al aeropuerto, enviaré un avión.

—Ni de coña pienso dejarla en manos de cualquiera —siseó—. ¡La

dejaré en su casa y no crea que estoy conforme con eso!

—Pero…

—Mañana al mediodía. —Colgó el teléfono y se lo tendió. —Ahora


llama a Samantha para que no llame a la policía cuando no aparezcas.

Se puso el teléfono al oído sin dejar de mirarle. —¿Sam?

—¿Qué pasa? ¿Te ha hecho algo?


—Oh, no... Pero al parecer han contratado a alguien para matarme y

lo ha intentado en el baño del restaurante.

—¿Qué? ¿Estás bien?

—Sí, pero tengo que ir a casa de mi padre un tiempo hasta que se

solucione, ¿lo entiendes?

—Sí, sí, claro. ¿Quieres que vaya contigo?

—Están cerca los finales.

—¿Y tus exámenes?

—Hablaré con mis profesores desde Cancún. Igual puedo hacer


algún examen por videoconferencia, no sé. Ya veremos.

—Si necesitas algo avísame.

—Te llamaré cuando llegue.

—Sí, hazlo. Te quiero.

—Y yo a ti. —Reprimiendo las lágrimas colgó el teléfono.

Tevon la miró de reojo. —Es una buena amiga, siempre estará ahí

para ti.

—Lo sé. ¿A dónde vamos?

—A por el avión, pero aún tardaremos un par de horas en llegar y

saldremos por la mañana. Llegaremos al mediodía como le he dicho a tu


padre.

—Bien.

—Nena, piénsatelo, te lo pido por favor.

—No tengo nada que pensar.

Él apretó el volante asintiendo. Observándolo de reojo por si tenía

que saltar, se dio cuenta de que ya habían llegado a la autopista. Iba a


muchísima velocidad, pero en ningún momento se sintió en peligro por ello

porque era obvio que sabía lo que hacía. No, no le daba miedo, era evidente
que la protegería y que estaba empeñado en ponerla a salvo, aunque fuera

en casa de su padre. Se mordió su grueso labio inferior pensando que todo

aquello era de locos. Hace una semana ni le conocía y él había estado


vigilándola para matarla. Y no había sido capaz de hacerlo a pesar del

dineral que le daban por ello. Es más, quería llevársela con él y vivir con
ella dándole la libertad que ansiaba. Aquello no podía ser real. No, no podía

serlo. Ese hombre no le convenía, al final la defraudaría. Como había hecho

su padre.

—No soy como él.

Sorprendida le miró creyendo haberle entendido mal. —¿Qué?

—No soy como él. Te aseguro que no voy a echar de menos mi


trabajo.
¿Pero qué le pasaba a ese tío, leía las mentes o qué? —¿Cómo
sabes…?

—¿Qué estabas pensando en ello? Nena, es lo lógico. Desde que has

llamado a tu padre no has abierto la boca, lo que significa que no dejas de


darle vueltas al asunto. ¿Y por qué razón me rechazarías cuando es evidente

que te atraigo como ningún hombre lo ha hecho? Por tu padre y por cómo

vive. Crees que debido a mi profesión en algún momento te fallaré y


entonces sufrirás. —La miró a los ojos. —Y crees que ya has sufrido mucho

en la vida. Pues déjame decirte algo, preciosa. No tienes ni puta idea de lo

que es sufrir, de lo que es el verdadero sufrimiento. Has tenido una vida


privilegiada y sí, has visto morir a tu madre, pero si has huido no es porque

te desagrade a que se dedica tu padre. Si has huido es porque tienes miedo


de acabar como ella y no te has dado cuenta todavía de que estés donde

estés el peligro no desaparecerá del todo.

—¡No me conoces! No sabes…

—Te oí decirle a tu amiga que no estarías viva para su boda, nena.

En el fondo sabes que a pesar de vivir como los demás, de fingir que no
eres quién eres, tu apellido puede llevarte a la muerte en cualquier

momento. Y en lugar de prepararte para hacer frente a tus enemigos, has


escondido la cabeza fingiendo que eres como los demás. ¡Y no lo eres,

joder! —dijo alterándose—. ¡Nunca podrás ser como ellos! ¡Ni aunque
mataran a tu padre y otro se hiciera con el negocio serías libre, porque el

nuevo te vería como una amenaza!

—No, eso no es…

—¿No es así? No me puedo creer que viviendo entre asesinos seas


tan ingenua. ¡Espabila de una puta vez! ¡No solo los de otros cárteles tienen

dibujada una diana en tu frente, dentro de la casa de tu padre también tienes

enemigos! La envidia es muy dañina, nena. Y tú eres la princesita de tu


padre. ¡Te lo dejará todo a ti y muchos considerarán que no te lo mereces!

—Separó los labios de la impresión porque sabía que sus palabras eran
ciertas. —¿No te das cuenta de que allí no estarás segura? Nena, te estoy

ofreciendo un futuro.

—¡No te conozco!

La miró a los ojos. —Vuelves a dejarte llevar por el miedo.

—¡Cállate! ¡No sabes nada de mí!

—Es evidente que tendrás que darte cuenta por ti misma de hasta

qué punto tu vida está en riesgo. Espero que los hombres de tu padre sepan
protegerte porque yo no estaré allí para ayudarte. —Sintiendo un nudo en la

garganta miró al frente mientras él decía —Más les vale que no te toquen un
pelo.
Se le cortó el aliento mirando su perfil. —No puedo ser tan
importante para ti, es imposible. —Él se mantuvo en silencio. —¿Tevon?

—Siendo niño quería una bici, ¿sabes? Vivíamos en Nueva York y

cortaba el césped de los vecinos para poder comprármela. —Sonrió con

ironía. —Y cuando estaba a punto de conseguir el dinero, mi madre me lo


pidió para pagar deudas. Mi decepción fue mayúscula. Había trabajado

muchísimo por conseguirla y de repente ya no tenía nada de nuevo. ¿Qué


crees que hice, nena?

—Seguir cortando césped —susurró.

—No, porque sabía que cuando volviera a tener el dinero mi madre

me lo volvería a pedir. Así que robé la bici. —Rio por lo bajo. —La cara

que puso mi madre cuando me vio aparecer con ella. ¿Qué crees que hizo?

Empezaba a entender como había sido su vida, así que dijo —


Venderla para pagar deudas.

—Exacto. E hizo lo mismo con las seis más que robé hasta que lo

pagó todo. ¿Qué crees que hizo entonces?

—Animarte a que siguieras robando.

—Nena, eres muy lista. ¿Crees que dejó que me quedara con alguna
de ellas?

—No.
—¿Por qué? ¿Por qué no dejó que me quedara con la bici de mis

sueños?

—Para demostrarte que las cosas no se conseguían por el camino


fácil.

—Muy bien.

—Era una hipócrita.

—Sí que lo era —dijo sin tomárselo a mal—. Una hipócrita que iba

a misa los domingos mientras su hijo robaba a los vecinos. Se beneficiaba

de lo que hacía, pero me lo recriminaba. ¿Entiendes por dónde voy?

Su corazón dio un vuelco. —¿No puedes fiarte de nadie?

—¿Aparte de eso?

—Yo soy la bici.

—Eres mucho más que ese deseo que tenía de niño, nena. Jamás he

deseado algo en la vida como te deseo a ti y no pienso detenerme hasta

conseguirte. Por mucho que tu padre o esos que quieren librarse de ti se


interpongan en mi camino. Para mí ya eres mía y si por esa bici luché tanto,

no puedes ni imaginarte lo que haré por ti.

Emocionada sintió un nudo en la garganta y entonces se dio cuenta.


—¿A dónde me llevas?

—A casa de tu padre, nena.


—¡Me estás mintiendo! ¿A dónde me llevas? —preguntó
alterándose—. ¡Consideras que allí no estaré segura!

—Ya, preciosa, pero de momento no tengo otra opción que llevarte

allí. Te estás poniendo un poco rebelde, estás alterando todo lo que había

pensado y no estoy seguro de que cuando lleguemos a las Maldivas hagas


algo que te ponga en peligro de nuevo enviando todo mi plan al garete, así

que antes de irnos tengo que solucionar otras cosas.

—¿Qué cosas?

—Mejor no preguntes.

—¡No mates a mi padre! —gritó asustada.

—Desgraciadamente matar a tu padre no serviría de nada y puede


que sea un aliado poderoso. Ya veremos. De momento tengo que averiguar

quién está detrás del encargo.

—Dijiste que no podías saberlo.

—Pero conozco a quien puede saberlo. —La miró. —Cálmate, nena.

Estás muy nerviosa.

—¿No me digas? —preguntó con ironía.

Él rio por lo bajo. —¿Ha sido demasiado para una sola noche?

—Qué va…—respondió en el mismo tono.


—Contéstame a algo, ¿quieres? ¿Qué te ha impresionado más?

¿Que esa haya intentado matarte o conocerme a mí y el miedo que te

produce lo que sientes a mi lado?

—¡Eres un creído!

—Así que he sido yo.

—¡Eso es mentira!

—Es que me gusta ir directo al grano, nena —dijo ignorando su

protesta—. Ya te acostumbrarás.

Su corazón se calentó en su pecho porque no se daba por vencido y

confundida se quedó en silencio. Tevon sonrió. —Todo irá bien, nena. Te lo


prometo. Ahora descansa un poco, va a ser una noche larga.
Capítulo 4

Por supuesto no pegó ojo dándole vueltas a todo lo que le había


dicho. Y luchaba entre lo que deseaba una parte de su mente y lo que su

parte racional no dejaba de repetirle. Aléjate de él. Pero al menos se sentía


más tranquila. La llevaba a su casa y en cuanto su padre le echara, podría

pensar con claridad. Observó sus manos en el volante y durante varios


minutos dejó fluir su imaginación hacia lo que esas manos podían hacerle.

Se sonrojó y todo sintiendo unos calores que no eran normales, así que

apartó la mirada revolviéndose incómoda en su asiento. —Ya estamos


llegando.

—Genial —dijo disimulando —. Tengo que ir al baño.

Él asintió e inmediatamente después salió de la autopista.

—¿Cómo conoces este sitio?

—En algún lugar tenía que guardar el avión.


Le miró sorprendida porque había pensado que lo alquilarían. —¿Es

tuyo?

—Es muy útil para entrar en determinados países sin pasar por la

aduana. Aquí nadie sabe que lo tengo, ni el gobierno.

—No se lo digas a mi padre o…

Rio por lo bajo. —Tranquila, ese negocio no me interesa.

—Más te vale. Porque por ahí no paso.

—Lo he entendido, preciosa.

—Y por tu trabajo tampoco —dijo mientras él frenaba ante una nave

y bajaba la guantera para pulsar el botón que abría el enorme portón.

—También lo había pillado.

—Y…

—¿Pero no querías perderme de vista? —Se puso como un tomate y

divertido dijo —¿Me vas a hacer renunciar a todo sin darme nada a cambio?

Eso no es justo.

Gruñó mirando al frente. Tevon metió el coche y el portón empezó a

cerrarse. En cuanto se cerró del todo se encendieron las luces del interior

para mostrar un pequeño avión último modelo. Aquello costaba un ojo de la

cara. Era evidente que liquidar gente era de lo más productivo. Él abrió la
puerta y ella iba a abrir la suya cuando la cogió del brazo y dijo —Espera

en el coche.

Se quedó muy quieta y él se bajó mirando a su alrededor como si

algo no le gustara, sacando de la parte baja de su espalda una pistola.

Entonces se escucharon unos tacones sobre el pavimento y apareció de

detrás de un armario de herramientas una mujer con el cabello teñido de

pelirrojo intenso y unos increíbles ojos verdes. Tevon se tensó. —¿Qué

haces aquí, Iris?

—Has sido malo, Tevon. —Caminó hacia él lentamente mostrando

su vestido azul de firma y sus tacones de quince centímetros. Simoneta

impresionada vio cómo se acercaba a él. —Esto no era lo pactado —dijo


ella mirando hacia el coche—. Vamos, tampoco es para tanto.

—No te metas en esto —dijo guardando la pistola.

—Te van a matar, ¿sabes? Sol no lo permitirá, estás perjudicando su

imagen.

—Nena, sal del coche.

—¿Seguro?

—No te preocupes por ella.

—¡Sol me ha enviado a mataros! ¿Quieres escucharme?


—Pero no lo harás —dijo cerrando la puerta y yendo hacia la parte

de atrás del coche para abrir el portaequipajes.

—Tevon, ¿qué estás haciendo? ¡Cómo no la mates estaremos en un

lío monumental!

Se le cortó el aliento porque hasta ese momento no pensaba que él

también estuviera en peligro y salió del coche para verle coger una bolsa

negra de la parte de atrás. —Tienes un baño ahí. —Se volvió hacia la mujer.

—Todo va bien. Vuelve a casa y di que no me has encontrado.

—Ni de coña. Hermano, no pienso dejarte solo.

—¿Hermano?

—Oh, ella es Iris, mi hermana.

—¿Y trabaja en lo mismo que tú? —preguntó pasmada.

—¡Ya no, maja, por tu culpa! —Gimió. —¡Era el trabajo de mis

sueños! ¡No puedes hacerme esto!

—¿De veras es el trabajo de tus sueños? —preguntó sin salir de su

asombro.

—Cuando ganes un millón por diez minutos de trabajo me dices si

es el trabajo de tus sueños o no. ¡Sobre todo si trabajas cuatro veces al año!

La verdad es que no tiene mala pinta. —¿Y no te da grima matar a

la gente?
La miró como si fuera tonta. —¿Tú no has matado a nadie nunca?

¡Si eres la hija de un narcotraficante!

—¡Oye, que yo tengo principios!

—¡Y un final muy cercano como no nos espabilemos los que no

tenemos escrúpulos!

Hizo una mueca porque tenía razón. —¡Yo no le llamé! ¡Vino solo!

—Y no hizo su trabajo, eso es evidente. —Miró incrédula a su

hermano. —¿Con esta? ¿De veras?

—¡Oye! ¡Qué no estoy nada mal!

—¡Mira bonita, las tiene a puñados! ¡No entiendo que arriesgue toda

su vida por ti y como es mi hermano pregunto! ¡No me interrumpas!

—¡Estás hablando de mí e interrumpiré todo lo que me venga en

gana!

—Nena, ¿no tenías que ir al baño? —preguntó a punto de reírse.

—Espera, que tu hermana quiere guerra —dijo entre dientes.

—¡Para guerra en la que nos has metido tú! —Se volvió hacia su

hermano. —Si no tiene noticias mías en doce horas enviará al equipo.

—En doce horas Sol estará muerto.

A Iris se le cortó el aliento. —¿Tan decidido estás?


—Sí.

Apretó los labios mirando a Simoneta. —Más vale que merezcas la

pena porque sino te pienso destripar yo misma.

Jadeó. —¿Esa es tu manera de decirme bienvenida a la familia?

—Esta es tonta.

—Oye… —Dio un paso hacia ella, pero Tevon la cogió del brazo

deteniéndola.

—No te lo aconsejo —dijo esa bruja sonriendo—. Por tu bien no te

acerques más.

La fulminó con la mirada. —Yo no le pedí nada. No es culpa mía

que haya decidido dejarlo.

—Iris sube al avión y enciende motores. Nos vamos a México.

Asombrada le miró. —¿A casa de su padre?

—La dejaremos allí mientras solucionamos lo demás.

—¿Y si hay un topo en la organización? ¡Qué será lo más probable

porque los narcotraficantes no se caracterizan precisamente por su

fidelidad!

—Ella quiere ir. Al parecer allí se siente segura.

—¿Y por qué se fue? —preguntó asombrada.


—Porque no se sentía tan segura.

—¿Ves como no es para ti? ¡No se aclara!

Roja como un tomate la miró con rencor. —Me caes fatal. No

esperes regalo en Navidad, hermosa.

Iris la ignoró. —¿Esto es la crisis de los treinta y cinco? Tienes a

Mar, ella te adora y entiende tu trabajo. Que por cierto cuando se entere de
esto, va a tener tal cabreo que la desangrará con gusto.

—¿Quién es Mar? —preguntó mosqueada.

—Te va a encantar, domina el cuchillo como nadie.

—Ya está bien, Iris. Esto ya está decidido.

—¡No me lo puedo creer! —gritó furiosa antes de volverse y


disparar a la caja de herramientas varias veces con una pistola que ella ni

había visto.

Asombrada por su furia miró a Tevon que hizo un gesto sin darle
importancia. —Está en un programa para controlar su ira.

—Pues no funciona.

—Claro que sí. Hace un año te hubiera matado. —Hizo una mueca.
—Entonces yo estaría en un problema porque no puedo matar a mi

hermana.

Jadeó. —¡Así que si me mata ella, no me vengarías!


—Lleva mi sangre, entiéndelo, preciosa.

Iris se volvió mirándola maliciosa. —Ya puedes portarte bien.

—¿Y si la mato yo?

Tevon frunció el ceño. —Me cabrearía mucho.

—¿Solo eso? ¿Luego se te pasaría?

—Supongo que sí.

—¡Hermano!

—¡Tenéis que estar en igualdad de condiciones! ¡Y no me


distraigáis más! ¡Al avión!

Ambas gruñeron yendo hacia la puerta del baño. A medida que se


acercaban iban más rápido hasta salir corriendo. Llegó Simoneta primero y

le cerró la puerta en las narices. —¡Ja! ¡Eso te pasa por llevar esos
taconazos!

—Mira quien fue a hablar.

Gruñó volviéndose e hizo una mueca porque estaba bastante limpio.

Se sentó en el wáter y cogió un poco de papel. Miró a su alrededor y vio


una lucecita bajo el lavabo. Frunció el ceño agachando la cabeza para ver lo

que parecía una bomba y muy lentamente se levantó subiéndose las


braguitas. —Iris, ¿sigues ahí?

—Sí.
Abrió la puerta lentamente antes de gritar —¡Corre, hay una bomba!

Tevon que ya estaba a los mandos del avión las vio correr por el
hangar hacia él gritando, pero no oía lo que le decían con el ruido de los

motores pues estaba sacando el avión por la puerta trasera. Al ver sus
expresiones empujó la palanca a tope para sacarla más rápido y Simoneta

jadeó deteniéndose. Iris la cogió por el brazo. —¿Qué haces, idiota? ¡Corre!

Espabilándose corrió hacia el avión que se estaba alejando y de


repente se escuchó un sonido silbante muy cerca de su rostro.

—¡Corre, corre, están disparando!

La nave explotó impulsándolas hacia el avión. Simoneta cayó ante


la puerta que se abrió de golpe y Tevon se asomó disparando con una

ametralladora. —¡Nena, sube!

Se levantó sin saber cómo e intentó apoyar las palmas de las manos

al lado de sus pies para impulsarse mientras Iris tras ella disparaba con su
pistola. Antes de que pudiera subir él la agarró con la mano libre por la

espalda del vestido para subirla de un solo movimiento y cuando acabó en


el suelo del avión caminó casi a rastras para alejarse. Tevon alargó la mano

y agarró la de Iris que subió con agilidad. Tenía que hacer más ejercicio, eso
estaba claro.

—¡Ponte a los mandos! —ordenó él.


Iris pasó a su lado para sentarse en el lugar del piloto y empujó una

palanca. —¡Tevon a las dos!

Asombrada vio como giraba el arma y disparaba mientras el avión

se movía a toda velocidad. Sentada en el suelo vio el fuego de la nave y


como un hombre vestido de negro caía al suelo al lado de una camioneta.

Dios mío... Ahora no solo tenían uno que quería liquidarles, tenían a toda
una banda de asesinos tras ellos.

—¡Despega! —gritó Tevon y cuando el avión empezó a ascender él

siguió disparando hasta que estuvo lo bastante lejos. Sacando casi medio
cuerpo fuera agarró la puerta y la cerró girando la manilla.

Con el corazón aún a mil Simoneta suspiró de alivio cerrando los

ojos y cuando le sintió ante ella los abrió para ver que agachado la miraba
preocupado. —¿Estás bien?

—Sí, no ha sido nada.

—Nena, estás sangrando. —Alargó la mano para coger su brazo y


juró por lo bajo —Te lo has roto.

Ni se había dado cuenta. Atónita miraba su brazo que tenía una

protuberancia bajo el codo. —Ni me duele.

—Es la adrenalina. —Él tiró la ametralladora a un lado para cogerla

del interior del codo. Tiró de su brazo sin avisar y ella soltó un chillido de
dolor. —Ya está, nena. ¿Mejor?

—Pues no sé qué decirte, la verdad.

—No lo muevas mucho. Voy a buscar algo para entablillártelo.

—¿Se ha roto el brazo? —preguntó Iris desde delante antes de


chasquear la lengua —. Que tía más blanda. Por una explosión de nada.

La madre que la parió, que era la de las bicis y también debía ser

como para darle de comer aparte. —Cielo, ¿tienes más hermanos?

—No.

—Menos mal.

—Te he oído —dijo Iris.

Él sonrió arrodillándose a su lado. Cogió la correa de la

ametralladora y la desenganchó. —Lo has hecho muy bien, nena. No le


hagas caso. —Sacó un cuchillo de caza y lo clavó en el sillón de piel que

tenían al lado sacando toda la espuma para mostrar los muelles. Atónita vio
como los arrancaba hasta mostrar dos hierros en forma de tubos a los que
estaban enganchados. Se levantó y dio dos patadas doblándolos y en dos

tirones ya los tenía en las manos. Se arrodilló a su lado de nuevo. Dobló los
dos tubos varias veces para que se rompieran y así hacer cuatro. Rodeó su

brazo con ellos y con la correa los aseguró para que no se movieran. —
Listo.
—¿Quiénes sois vosotros? —preguntó impresionada—. ¿Los hijos
de Rambo?

Iris se echó a reír. —Ojalá.

—Ven nena, siéntate. —La cogió en brazos como si no pesara nada


y la sentó en el otro sillón. —No me fío de que no tengamos un vuelo

movido. Es evidente que saben a dónde vamos e intentan impedir que


lleguemos. Vamos a modificar nuestros planes un poco.

Iba a irse cuando ella agarró su mano. —Mi padre tiene pista de

aterrizaje.

—¿Qué?

—Está a un kilómetro de la casa. No es una pista como tal, pero la

usan algunos de sus hombres de vez en cuando.

—¿Lo has oído, Iris?

—De acuerdo. Cuando lleguemos echaremos un vistazo antes de

aterrizar.

Él acarició su mejilla. —Muy bien, nena. —La besó


apasionadamente y ella no pudo menos que responder con ganas. Tevon se

apartó con la respiración agitada. —Es una pena que no hubiéramos


desaparecido después de lo del restaurante.
Simoneta no sabía qué decir porque algo en su interior le decía que
sí que era una pena y para su sorpresa sintió miedo a que su plan no se

realizara nunca. Al ver que no contestaba nada Tevon apretó los labios antes
de incorporarse. —Llamaré a tu padre. Necesitaremos escolta desde la pista.

—Esos que nos siguen no llegarán hasta allí. Más de cien hombres

vigilan la zona. Mi padre sabe protegerse.

—No voy a correr más riesgos de los necesarios —dijo antes de


acercarse a su hermana y sentarse en el otro asiento cogiendo los cascos.

Confusa agachó la mirada hasta su brazo que ahora sí que empezaba


a doler y mucho. Dios, como podía cambiar la vida en un minuto. ¿Ahora

deseaba haberse ido con él? ¿Ahora? Estaba claro que estaba más confusa
que en toda su vida. Y ese beso... Jamás la habían besado así. Se acarició

los labios aún sintiendo los suyos. Por más besos así haría lo que fuera. Y
eso sí que la asustó porque eso significaba que le necesitaba en su vida más
de lo que nunca hubiera imaginado.
Capítulo 5

—Ahí están —dijo Iris señalándoselos a Tevon—. Vaya, ha enviado


a un ejército —dijo divertida.

—Joder, que despejen la pista, hostia.

—Ya se apartarán. —Iris miró hacia ella que seguía sumida en sus

pensamientos. —¡Oye tú! Ojito con lo que le dices a papi. No me gustaría


tener que salir de México pegando tiros, ¿me oyes?

Asintió preocupada. Pero no por su padre sino por lo que tendrían

que hacer para librarse del problema, que era evidente que era gordísimo.

—Si necesitáis hombres…

—Nena, los de tu padre no nos servirían de nada.

—Él querrá ayudar.

—Ya hablaremos de esto. Ahora tiene que verte un médico.


Iris se volvió a mirarla. —Aprieta el cinturón. La pista es demasiado

corta para este avión y tendrá que frenar con fuerza.

Miró hacia abajo y se puso el cinturón lo más rápido que podía dado

el estado en que tenía el brazo. Pero lo consiguió justo antes de que tocaran

tierra. Simoneta miró por la ventanilla para ver los jeep cargados con

hombres de su padre. En ese momento saltaron de los coches con las armas

en la mano, seguramente para rodear el avión en cuanto se detuviera.

—¡Frena!

—¡No da a más, joder!

El aparato empezó a temblar. —¡Apartad de mi camino!

Sintió como un ala rozaba con algo y asustada vio como un coche

salía despedido. Puso los ojos en blanco. Sí, puede que los hombres de su
padre no tuvieran la preparación necesaria para acompañarles.

El avión se detuvo y suspiró del alivio. Al mirar por la ventanilla vio

el coche blindado de su padre y como su hombre de confianza, Manuel, le

abría la puerta de atrás. Al verle salir sus ojos se llenaron de lágrimas.

Estaba más delgado que la última vez que le vio.

Tevon se acercó a toda prisa y le desabrochó el cinturón. —¿Estás

bien?

—Está más mayor.


—¿Hace cuánto que no le veías?

—Cuatro años.

—Entonces estará impaciente por verte.

Iris con una ametralladora en la mano se colocó al lado de la puerta.


—¿Listo?

—¡Suelta el arma! —ordenó ella—. ¿Quieres que te maten?

—¡Oye, que te traemos a casa!

—¡En las tierras de Garrido nadie va armado excepto sus hombres!

¡Lo verá como una amenaza!

—¿Estás de coña? ¡No pienso meterme entre serpientes sin ir

armada!

—Ahora tendrás que ser tú la que se fíe de mí. Quedaos detrás y

nada de movimientos bruscos, ¿entendéis? Ahora estáis en mi terreno, así

que hacedme caso.

Tevon apretó los labios antes de decir —Hermana tira el arma.

Iris apretó los labios como él. —Esto no me gusta.

—A mí tampoco, pero es lo que hay.

—Mierda. —Tiró la ametralladora a un lado. —Como le pase algo a

mi hermano ya puedes correr.


—Cierra la boca —dijo como toda una Garrido sorprendiéndola—.

Cielo abre la puerta, yo no voy a poder.

Tevon tiró de la palanca, pero antes de abrir la miró a los ojos. —

Nena, pase lo que pase en esa casa, volveré a por ti.

Se le puso un nudo en la garganta, no sabía lo que les deparaba el

destino, no sabía si lo suyo funcionaría, ni siquiera sabía si le convenía o

no, pero lo que sí sabía era que en ese momento daría lo que fuera por no

perderle. —No dejes que te hagan daño.

Él la cogió por la cintura para besarla y Simoneta se aferró a él

temiendo que fuera su último beso.

—Y a mí que me den —dijo Iris exasperada.

Cuando se apartaron se miraron a los ojos y él susurró —Cuida tus

espaldas, nena. Ten un arma contigo siempre y no te fíes de nadie excepto


de tu padre.

—De acuerdo.

—Vamos allá. —Abrió la puerta empujándola para dejarla a la vista

y varios hombres se acercaron apuntándoles con sus armas.

—¡Bajad las armas! —gritó ella—. ¡Son amigos!

Un hombre bajó la suya y Simoneta le reconoció. —Juan ayúdame a

bajar.
Este se acercó de inmediato mientras los demás seguían en guardia.

La cogió por la cintura y la dejó en el suelo. Simoneta sujetándose el brazo

miró hacia arriba. —¡Ayudadles!

No hizo falta. Iris se sentó e impulsándose con las palmas de las

manos se dejó caer. Después lo hizo Tevon que muy tenso miró a su

alrededor cogiendo la mano de Simoneta antes de caminar hacia su padre.

Que cogiera su mano era una declaración de intenciones y no supo cómo se

lo iba a tomar su padre. Mirando al frente vio que estaba furioso. Y no le

extrañaba si iba a casa después de cuatro años para que la protegiera cuando

antes no quería su ayuda ni nada de él.

Al llegar frente a su padre su rostro reflejó su emoción y Umberto

Garrido la miró a los ojos. Su rostro se relajó y preguntó —¿Estás bien,

hija?

—Sí, papá, gracias a ellos. Me han salvado la vida varias veces esta

última noche. —En un impulso le abrazó y Umberto la pegó a él. —Me

alegro de verte, papá —susurró sin poder evitar las lágrimas.

—Mi niña…Mataré a esos cabrones.

—Hablaremos de eso en otro lugar —dijo Tevon haciendo que se

separaran para mirarle. Este alargó la mano—. Tevon Carpenter.


—Quien salva la vida de un Garrido es muy bienvenido a mi casa.

—Le estrechó la mano con fuerza. —Gracias por traerla.

—Como dije no lo hago por gusto. Ella es mi hermana Iris.

—Bienvenida.

—Señor Garrido… Creo que deberíamos salir de aquí, estamos muy

expuestos.

—Tranquila, si papá temiera algo no hubiera salido del coche. ¿No

es cierto, papá?

—Tengo cincuenta hombres en el perímetro. Nadie ha visto nada

extraño. ¡Manuel!

El segundo se acercó mirando con desconfianza a los recién

llegados. —¿Sí, jefe?

—Los Carpenter son familia, que no les falte de nada. —Miró a

Tevon a los ojos. —Al parecer tenemos mucho de lo que hablar.

—Y el tiempo apremia.

—Pues vamos a la casa.

Manuel abrió la puerta del coche y sonrió a Simoneta. —Bienvenida

pequeña.

—Manuel, solo me llevas siete años.


—Como te he dicho mil veces, es todo un mundo entre nosotros. —

Miró a Tevon. —De pequeña estaba loca por mis huesos.

—Eso se acabó —dijo muy tenso.

—Nunca empezó —dijo ella entrando en el coche—. ¿Cielo? Subid.


Vamos padre, me duele el brazo.

—Un médico para mi hija, rápido.

—Ya he avisado por radio. —En cuanto Umberto entró cerró la


puerta y se volvió gritando —¡Moved el culo, inútiles! ¡A la casa!

Iris sentada ante ella levantó una ceja. —Menudo cañón de hombre.

—Hermana…

—¿Manuel se ha casado, padre?

—No, hija —dijo como si eso fuera un desastre.

Simoneta se adelantó. —Dicen que es un amante de primera.

—¿De veras? Interesante.

Tevon se relajó al ver que no estaba celosa en absoluto y miró a su

suegro que no le quitaba ojo.

—¿Fuerzas especiales?

—¿Ahora tengo que entregarle mi curriculum?


—Si quieres estar con mi hija tendrás que darme hasta tu sangre si te
la pido —dijo muy tenso.

—Papá, no empieces. Estaré con quien me dé la gana.

—Sí, claro —dijo su padre haciéndola jadear.

—¡Papá!

—¡Hija, eres una Garrido! ¡No te vas a casar con cualquiera!

—¿Pero quién ha hablado de casarse?

Miró a Tevon como si quisiera desmembrarle. —Ella es de las que

se casan.

Sonrió divertido. —Lo sé.

—¿Lo sabes? —preguntó ella pasmada.

—Claro, nena. Eres virgen. Querrás casarte por la iglesia y todo eso.

Su corazón dio un vuelco e Iris dijo —¿Manuel también es

tradicional? Porque yo de virgen tengo poco.

La fulminó con la mirada. —¿Te importa? Estamos hablando de mí.

—Siempre estamos hablando de ti.

Gruñó mirando a Tevon que reprimió la risa. —Tendremos que

acostumbrarnos a nuestras familias, nena. Cada uno tiene lo suyo.


—¿Cómo no sabía nada de esto? —preguntó su padre entre
enfadado y frustrado—. ¿Cuánto lleváis juntos?

Se puso como un tomate. —Papá... No es una relación muy larga.

Ayer fue nuestra segunda cita.

—¿Ayer? —preguntó pasmado—. ¿Cómo que vuestra…? ¿Segunda


cita? ¡Será una broma!

Miró a Tevon de reojo. —Pero parece que va en serio.

—¿Parece? —Furioso miró a Tevon. —¿Cómo que parece? Es


evidente que tienes que darme muchas explicaciones, muchacho.

—¿Te ha llamado muchacho? —preguntó Iris divertida—. No te


llamaban así desde los catorce años.

—Iris cállate —dijo Tevon entre dientes—. Como ya le he dicho a


su hija tengo intención de que sea duradero.

—¿Cómo que duradero? —preguntó pasmada—. Cuando uno se


casa es para siempre.

—Nena, mi profesión…

—¿Y qué profesión es esa?

Iris rio. —Sí, hermano, díselo a tu suegro.

—No se lo digas —dijo ella por debajo.

—Nena, es mejor que lo sepa.


—No le va a gustar nada.

Umberto entrecerró los ojos. —¿No eres de las fuerzas especiales?

—Puede que el traje esté hecho polvo, pero no es un traje que pueda
comprarse alguien que trabaje para el gobierno.

—¿No serás de la competencia?

—No papá, no te haría eso —dijo exageradamente.

—¡Sobre todo después de lo que me dijiste la última vez que nos


vimos! ¡Qué me pusiste verde!

—Pues eso. ¿Una copita? Iris ponle un whisky. Ahí tienes el bar.

—Uy… —Levantó la tapa. —Qué chulo, ¿alguien más quiere algo?

—¡En qué trabajas! —Umberto se adelantó. —Eres un empresario


de seguridad o algo de eso. Un guardaespaldas de celebridades.

—No lo acertarías en la vida, papá.

—Nena, ¿se lo dices tú? —preguntó divertido.

—No tiene gracia —dijo entre dientes.

—No debería importarle. Él lo hace por otras razones.

Pues también era verdad. Miró a su padre a los ojos. —Tevon es un


asesino a sueldo, padre.
Umberto dejó caer la mandíbula del asombro. —Y le han contratado

para matarme, pero no ha podido hacerlo. —Soltó una risita. —¿A que es
un amor?

Incrédulo miró a su futuro yerno. —¡Pero qué coño me está

contando!

—Ella era mi encargo.

—Sí, y después a mí me encargaron a mi hermano. Un lío del que

nos va a costar salir.

Umberto la ignoró. —¿Te han contratado para matar a mi hija?

—Sí, mi agencia me lo encargó.

—¿Una agencia privada?

—Exacto. Y como sé que vas a preguntarlo, la respuesta es cinco

millones.

—Hijos de puta. ¿Tenemos manera de averiguar quiénes son?

—Nuestro intermediario debe saberlo, pero para sacarle el nombre

tengo que encontrarle y no será fácil. Ha puesto a todos los que conoce a
terminar el trabajo y a liquidarnos a nosotros. Envió a mi hermana a por mí,

pero era una trampa para cogernos a los tres juntos porque sabía que mi
hermana si se enteraba más adelante de que Sol me había liquidado,
buscaría venganza. Así que puso una bomba en el hangar donde tengo mi
avión.

—¿Ese avión se puede localizar? —preguntó su padre muy serio


cortándole el aliento porque ni se le había pasado por la cabeza.

—Supongo que sí, son profesionales, pero ya sabían que veníamos

hacia aquí.

—¿Y cómo…? —Miró a su hija. —Por ella.

—Si iba a por mi avión, es lógico que pensaran que quería ponerla a

salvo y qué mejor sitio que este.

Él apretó los labios asintiendo. —¿Qué debo hacer?

Que un hombre como su padre preguntara eso demostraba que


confiaba en Tevon. —Se quedará aquí hasta que resuelva el problema.

—¿Qué necesitas? Pide lo que quieras.

—Para localizar a Sol tengo que ofrecerle algo que no pueda


rechazar.

—Entiendo. Vas a ponerle un cebo.

—Treinta millones de dólares en diamantes, eso es lo que necesito.

Yo podría conseguir el dinero, pero no los diamantes en un breve espacio de


tiempo. Supongo que tú sí puedes.

Umberto asintió. —No será problema.


—¿Por qué diamantes? —preguntó Simoneta sin entender.

—Porque esos no se pueden transferir —dijo Iris—. Esos hay que


darlos en mano, guapa. Si Sol le paga a mi hermano cinco millones es que

él gana otros cinco. Diez millones por tu cabeza. Lo que le ofrezca Tevon
debe ser muy jugoso para que decida ignorar al cliente y te dejen en paz.

Pero no lo aceptará.

—No —dijo Tevon dejándola de piedra—. Organizará una


emboscada. Sol no es de los que se quedan de brazos cruzados. Su

reputación vale mucho más de treinta millones.

—Caerás en una trampa —dijo Umberto.

—Todo depende de cómo se mire, suegro. En cuanto Sol muera ni

uno solo de sus hombres terminará el trabajo sabiendo que no van a cobrar.
Entonces solo nos quedará el cliente.

Umberto asintió. —Tendrás los diamantes esta noche.

—Pero… ¿cómo conseguirás que te diga quién es el cliente antes de

morir si estáis rodeados de asesinos? —preguntó asustada.

—Nena, mejor no entrar en detalles.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —preguntó empezando a mosquearse

—. ¡Ese plan es un suicidio!


—Menos mal que alguien más se lo dice, en el avión no me hizo ni
caso.

—Iris ya está bien —dijo muy serio—. Sé lo que tengo que hacer.

—Nunca te confíes, muchacho —dijo su padre poniéndole los pelos


de punta—. No hay peor error que confiarse demasiado. Eso siempre pasa

factura.

En ese momento enfilaron el camino de la casa y Tevon miró hacia


afuera donde cuatro hombres armados esperaban ante la puerta. —Veo que
no escatimas en seguridad.

El coche se detuvo ante el gran arco con el nombre de la propiedad.


“La esperanza”. —La vida me ha enseñado que ese es un gasto menor. Hay
cosas y sobre todo personas que son insustituibles. —Miró a Simoneta a los

ojos. —Bienvenida a casa, hija.

—Gracias, papá. Increíblemente me alegro de estar aquí.

Pasaron el arco y al entrar los hermanos vieron el gran muro que


rodeaba toda la finca, los perros guardianes y los hombres apostados cada
ciertos metros del perímetro.

—Sin embargo, Simoneta no tenía quien la protegiera —dijo Tevon


empezando a mosquearse.

—Eso es culpa mía —dijo ella.


—Mi hija no toleraba más que a esos dos que la seguían.

Tevon la miró elevando una ceja y ella se sonrojó. —Porque eran


unos inútiles que no se molestaban en hacer su trabajo, ¿no?

Ella elevó la barbilla. —Se mantenían a distancia.

—¡Eres una inconsciente!

—¿Ahora ha llegado el momento de la bronca? ¡Es mi vida para


decidir qué quiero hacer con ella!

—Vida te quedaría poca si no llega a ser por mi hermano.

—Nada, que no se calla.

Iris rio por lo bajo. —Y lo que te queda. He perdido el trabajo de


mis sueños por tu culpa.

El coche se detuvo ante la gran casa y Simoneta sonrió al ver a


Carmen esperándola impaciente. Salió del coche corriendo y la mujer que

había sido su niñera chilló de la alegría corriendo hacia ella. Se abrazaron


con fuerza. —Mi niña, estás aquí —dijo emocionada.

—Te he echado de menos.

Se apartó con lágrimas en los ojos. —Deja que te mire. Estás tan
preciosa… Oh, tu brazo.

—No es nada.

—Carmen, ¿no ha llegado el médico? —preguntó Umberto molesto.


—No, señor Garrido, no le habrá dado tiempo a llegar desde

Cancún.

—Que le llamen de nuevo —dijo antes de entrar—. ¡A mi hija le

duele!

Simoneta puso los ojos en blanco haciendo que Carmen soltara una
risita. Esta miró hacia atrás para ver a Tevon y a Iris. —¿Pero a quién
tenemos aquí…?

Sonrió encantada cogiendo el brazo del que al parecer ya era su


novio ante la familia. —Carmen, quiero presentarte a Tevon Carpenter. Mi
novio.

—Vaya gusto que tienes, niña —dijo impresionada.

—Encantado de conocerla. —Cogió su mano y se la besó como un

caballero de otra época.

Carmen soltó una risita. —El gusto es mío.

—Permítame presentarle a mi hermana Iris.

—Encantada —dijo esta inclinando la cabeza hacia la mujer.

—Pasen, pasen, por favor. Seguro que el señor Garrido les está
esperando en la piscina. Hace mucho calor y a esta hora siempre toma el

aperitivo.
—Genial, porque estoy muerta de hambre —dijo Iris

acompañándola.

Tevon se quedó a su lado y se miraron a los ojos. —Una cárcel de


oro.

—Empiezas a entenderlo. Yo quería vivir.

Él asintió cogiendo su mano y entraron en el impresionante hall. El


suelo era de distintos tipos de mármoles que brillaban impecables y
formaban una estrella polar. —¿Y esto?

—El abuelo de mi padre era marinero. Empezó el negocio a


pequeña escala. Es un homenaje a él. Jamás se perdía en el mar y jamás se
perdió en la vida. Ese es el lema de la familia. —Señaló la pared donde

ponía esa frase sobre cientos de fotos familiares. —Ahí están todos los
Garrido desde entonces.

Tevon se acercó a la pared. La primera foto en blanco y negro


mostraba a un hombre mayor rodeado de familia, eran al menos cincuenta,
pero esa familia iba mermando a medida que avanzaban las fotos hasta la

última en la que estaban Umberto con su esposa y Simoneta con unos diez
años. Tevon se quedó mirando a la mujer, una rubia preciosa que parecía
muy feliz. —¿Qué pasó con los otros? No hay más fotos de familiares.

—Lo que te imaginas.


Tevon asintió.

—Mi padre tenía cuatro hermanos más y todos murieron antes de

los treinta. Es costumbre que los Garrido empiecen desde abajo para
conocer el negocio. Demasiado peligroso para alguien con ese apellido.

—Tu madre era preciosa.

—Era americana. Mi padre la conoció en un viaje a Miami. Ella


estaba de vacaciones con unas amigas y surgió el amor. —Apretó los labios
mirando la foto, lo felices que eran esas Navidades. —Pero esto empezó a
pasarle factura y se fue marchitando hasta que era una sombra de sí misma.

Siempre estaba enfadada y todo le molestaba. Así que mi padre le dio el


divorcio y me llevó con ella a Nueva York. Tenía doce años.

—Echarías de menos esto.

—Mucho, pero allí era libre. Tenía amigas. ¿Ves algún niño por
aquí?

Él asintió. —Comprendo.

—Como has dicho era una jaula de oro. —Pensativa miró las fotos.
—Pero hubiera vuelto por él, ¿sabes? Si lo hubiera dejado me hubiera
quedado, pero jamás renunciará al honor de ser un Garrido. ¿Sabes por qué

la finca se llama La esperanza? —Él negó con la cabeza. —Porque daba


trabajo a mucha gente que no tenían nada. Que vivían en la miseria. Los
Garrido fueron la esperanza de mucha buena gente. Luego llegó el turismo
y la zona fructificó, pero antes de eso mi familia les salvó de morir de
hambre.

—En el fondo estás orgullosa.

Sonrió con tristeza. —Sí, pero a qué precio. —Se volvió tirando de
su mano. —Vamos a la piscina. Mi padre no tiene paciencia. Ese médico va
a venir sudando y todo.

—Nena… —Se detuvo para mirarle y él la cogió por la cintura. —

Cuando nos vayamos no podrás volver. Así que aprovecha el tiempo para
despedirte sin que se note.

—Pero si desaparecen…

—Vendrán otros. Como demuestra esa pared siempre habrá alguien


que querrá lo que habéis conseguido.

Sabía que tenía razón. Le estaba ofreciendo la vida que siempre


había deseado y a su lado, además. Era hora de dar un paso adelante e
intentarlo de veras. —De acuerdo.

Él sonrió y la besó suavemente en los labios antes de alejarse y


cogerla por los hombros con cuidado. —¿Te duele mucho? Estás pálida.

—Eres un médico excelente.

—No sabía que mentías tan bien.


Rio por lo bajo. —Y lo que te queda por ver, Carpenter.

Atravesando el inmenso salón llegaron a la zona de la piscina y


Tevon hizo una mueca al ver que era olímpica. Ella rio por lo bajo. —
¿Seguro que ganas tanto?

—Nena, no te faltará donde bañarte.

Rio divertida y se acercaron a la mesa de forja blanca donde Iris ya


comía a dos carrillos el brunch que estaban sirviendo para ellos. —Cielo,
come algo estarás hambriento —dijo sentándose al lado de Iris. Su padre

cerca de la piscina estaba hablando muy enfadado por teléfono y Simoneta


suspiró—. Al pobre médico le dará un infarto antes de llegar.

Iris soltó una risita. —Se nota que nadie se le sube a las barbas.

—Nadie no, hermana. —Miró al camarero. —Café solo sin azúcar.

Ella cogió la jarra que estaba en el centro de la mesa y quiso echarse


zumo, pero él se la cogió para servirla. —Nena, ¿qué quieres comer?

—No tengo hambre.

Iris levantó una ceja. —Chica, ¿vives del aire?

—No quiero vomitarle al médico encima cuando me trate, estoy


algo revuelta.

—Es de los nervios.


Umberto se acercó furioso. —Hija, nos vamos a Cancún, este
imbécil no se encuentra bien.

—Lo sabía —dijo por lo bajo—. Padre, debes dejar de intimidar a la


gente.

—¡Le he pagado la carrera!

—Creo que no se dio cuenta de que después tenía que tratarte a ti.

—Hija, veo que no has perdido tu sentido del humor —dijo


mirándola con cariño.

—Gracias papá.

Tevon se levantó. —Si hay que llevarla al hospital, la llevaré yo.

—No —dijo ella —. Tienes que descansar. Me llevará Manuel.

El hombre de su padre que estaba discretamente a unos metros se


acercó de inmediato. —El coche está preparado.

Se levantó ignorando que Tevon no estaba de acuerdo. —Rodeada


de hombres armados no me va a pasar nada, cielo.

—En Nueva York te pasó.

—Ahora soy yo quien la protege —dijo Manuel fríamente.

—Mi chico se dejará la vida por mi hija, ¿no es cierto Manuel?

—Sabes de sobra que sí. Vamos niña, que te duele mucho.


Tevon muy tenso vio cómo se alejaban y Umberto rio por lo bajo. —
Tranquilízate, ¿me ves a mí nervioso? Manuel sabe lo que hace.

—Lo dudo. Pero como se va a quedar aquí tendré que hacerme a la


idea.
Capítulo 6

En cuanto llegó a casa, medio drogada se tumbó en la cama y se


durmió de inmediato. Entre las drogas que le habían dado en el hospital y el

agotamiento durmió casi todo el día. Era de madrugada cuando se despertó


y hambrienta se levantó de la cama. Carmen había cerrado las cortinas, así

que tuvo que encender la luz.

—Has dormido mucho.

Se sobresaltó volviéndose para ver a Tevon sentado en la butaca que

tenía al otro lado de la cama. —¿Qué haces ahí?

Él se levantó. —Vengo a despedirme.

Se le cortó el aliento. —¿Cómo a despedirte? ¿Ya te vas?

—Cuanto antes empiece antes acabaré. Tu padre me ha dado los

diamantes en la cena y ya he llamado a Sol. Nos veremos pasado mañana en

Las Vegas.
—Pero…

—Volveré cuanto antes. —Se acercó a ella mirándola a los ojos. —


¿Me echarás de menos?

Sonrió con tristeza. —Sí. —Se la quedó mirando unos segundos. —

¿Qué?

—Eres preciosa.

Se sonrojó de gusto. —Si sigues diciéndome esas cosas me

acostumbraré.

—Te las diría continuamente. —La cogió por la cintura y le dio un

suave beso en los labios. Ella quiso más, pero él se apartó. —Iris me espera,

nena. No podemos seguir.

—¿Me llamarás? —preguntó preocupada.

—Claro que te llamaré. —La besó en la frente y se alejó sonriendo.

—Júrame que tendrás cuidado.

—Te lo juro, no te inquietes. Aprovecha el tiempo para estar con tu

padre.

—Sí…

Él fue hasta la puerta y sintiendo un nudo en la garganta dio un paso

hacia él. —Tevon.

Se detuvo para mirarla. —¿Sí, nena?


—Estas horas contigo han sido las más emocionantes de mi vida y

sino volvieras te recordaría siempre.

Tevon la miró incrédulo. —¿Qué clase de despedida es esa?

—Es para que sepas que seguiré con mi vida, que me casaré, tendré

hijos y todo lo demás si no regresas.

Tevon rio. —Volveré.

—Más te vale.

Le guiñó un ojo antes de salir de la habitación y angustiada se

mordió el labio inferior antes de sentarse en la cama. Se había ido y tenía un


mal presentimiento. Algo en las entrañas que le decía que se arrepentiría de

haberle dejado ir.

Dos años después

—No, ese pedido no llegará a tiempo. —Se tensó. —¡Llegará

cuando tenga que llegar, Phillip! Tú estás en tu casa de las Bermudas tan

tranquilamente y somos nosotros los que nos jugamos el cuello. ¡Ya hemos

perdido dos cargas en la frontera! Pérdidas que asumimos nosotros. —


Escuchó lo que ese capullo tenía que decir. —¿Acaso los Garrido te hemos

fallado alguna vez? ¿O quieres hablar con mi padre del asunto?

Umberto sonrió irónico y ella le guiñó un ojo. —Pues deja de

molestarnos. —Tiró el teléfono ante ella y cuando Carmen le sirvió el zumo

dijo —Gracias.

—De nada, niña. Bebe, que gritar tanto al teléfono deja la boca seca.

Manuel rio por lo bajo. —Menudo carácter se te está poniendo.

—Es toda una Garrido, sí señor.

Uno de los hombres se acercó y le hizo una señal a Manuel que fue

hacia él de inmediato. Distraída vio como hablaban en voz baja antes de

que la voz de su padre la centrara. —Hija, ¿quieres jugar al tenis?

—¿Para que te vayas de la pista rompiendo raquetas? Tienes mal

perder, papá. —Rio por lo bajo. —Aunque no me extraña después de la

paliza que te di la última vez.

—Si te gané yo.

—Tendrás cara.

El jefe rio sin cortarse y Manuel se acercó muy tenso. —Jefe,

tenemos que hablar.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella.

—Umberto, a solas.
Enderezó la espalda mirando a su padre. —¿Estoy en esto contigo o

no?

—Sí, hija. Lo que tengas que decir dilo ante ella.

—Joder jefe, que esto de lo que acabo de enterarme no debería oírlo.

—¿Habéis matado a alguien? —preguntó ella inquieta.

Manuel la miró sin disimular su rabia. —No, pero trata de alguien a

quien vamos a matar.

Umberto entrecerró los ojos. —¿Qué ha ocurrido? Habla de una vez.

—Tevon ha sido visto en París, jefe.

A Simoneta se le cortó el aliento. —¿Qué? Tevon está muerto.

—Eso creíamos porque no regresó, pero ese cabrón ha sido visto en

un restaurante de lujo en París, ¡y agárrate besaba a Iris! Esa zorra, cuando

la pille pienso estrangularla con mis propias manos.

Pálida miró a su padre cuya expresión parecía tallada en piedra. —

¿Qué me estás contando, hijo? ¿Que ese cerdo me ha robado treinta

millones de dólares en diamantes?

—Exacto, jefe. Ya me parecía que todo era muy raro, porque para

qué matar a Simoneta aparte de para darte una lección. Pero estábamos bien

con todos y no había rivalidades porque se respetaban los pactos. Y llega él

diciendo que quieren matarla, que le contrataron para liquidarla, pero como
el caballero andante renunció a todo sin conocerla y solo quería protegerla.

¿Recuerdas que estuve en aquel hangar? Estaba en medio de la nada, jefe.

Muy apropiado para montar toda una representación que pusiera los pelos

de punta a Simoneta.

—Dios mío… —Se levantó alejándose unos pasos y gimió de dolor.

—Dios mío.

—Estando allí investigué y estaba a nombre de una empresa

fantasma. Ni rastro que le relacionara con Tevon, pero lo veía lógico si era

un asesino a sueldo. Así que fui a Nueva York, al restaurante al que fuisteis

aquella noche. La chica fue llevada en una ambulancia aún con vida y

desapareció en el hospital. También lógico, ¿no? Si era una asesina como él.

¿Pero cómo pudo irse si estaba tan grave? Se esfumó apenas llegó la

ambulancia al hospital. Y no había informe de nada de lo sucedido esa

noche. Ni siquiera informe policial. Nada en sus bases de datos. Creí que
habían hecho limpieza, pero ahora sé que hay más detrás.

Se volvió rabiosa. —¡No era él! ¡No era Tevon!

—Me traen las fotos en unos minutos. Nuestro hombre allí está

seguro de que es él porque le vio aquí hace dos años. Y ella, aunque ahora
es rubia, es la misma mujer.

Rogó a su padre con la mirada. —Es imposible.


—Hija, cuando no volvió a llamar ni una sola vez… Cuando ella no

llamó…

—¡Tiene que ser un error! —gritó desgarrada.

Carmen se tapó la boca por su dolor.

—¡No era él! ¡Me quería! ¡Aunque no me lo dijo nunca, sé que me

quería! ¡Íbamos a irnos juntos! ¡Iba a darme la vida que yo ansiaba y eso es
amor! ¡Iba a renunciar a todo por mí!

Nadie dijo palabra y ese silencio cayó como una losa sobre ella,

provocando que el dolor que sentía en su pecho fuera más intenso y


profundo. Se volvió para no ver sus caras de pena. Se llevó las manos a la

cabeza diciendo que eso no podía ser. Estaban equivocados, Tevon nunca le
haría eso. Pero algo en su interior le dijo que siempre había sospechado de

él, desde el principio. Y precisamente por eso había huido de él, pero había
logrado ganarse su confianza simulando que renunciaría a ella si era lo

mejor para su vida. Entonces recordó la anécdota de la bicicleta y como


había robado para conseguir lo que quería. Sintiendo que se le rompía el

corazón ni se dio cuenta de que las lágrimas caían por sus mejillas.

—Aquí están —dijo uno de sus hombres saliendo con unos folios a

la terraza.
Frenética corrió hacia él y se los arrebató. Se le cortó el aliento.
Tenía el cabello algo más largo y estaba más moreno, pero era él. Brindaba

con una copa de champán con Iris, que con el cabello más largo y rubio
sonreía encantada. Pasó la foto sintiendo que algo se le rompía por dentro y

vio como la besaba en la mejilla. Ella cerraba los ojos como si estuviera
encantada y en la siguiente foto salían del restaurante. Tevon la cogía por la

cintura en un gesto tan íntimo que le desgarró el corazón. Dejó caer las
fotos al suelo y sollozó antes de correr hacia el interior de la casa.

Todos se quedaron en silencio y Carmen siseó con rabia —Mátelo,


jefe. Arránquele el corazón como él ha hecho con mi niña.

Umberto muy tenso se levantó para ir tras ella. —Manuel, que

preparen el avión.

—¿Vas a ir tú, jefe?

—Los Garrido toman venganza ellos mismos. Y mi hija es una

Garrido de pies a cabeza. Le matará ella misma y yo la acompañaré para


verlo con mis propios ojos.

Con seguridad entró en el hotel con los cuatro hombres que la


acompañaban y su padre.
—Bonjour bienvenue à la Princesa —dijo la recepcionista.

—Tenemos unas habitaciones reservadas —dijo Manuel.

—Oh, sí, por supuesto —dijo en inglés con un acento encantador


—. ¿Nombre?

—Garrido.

—Oh, por supuesto. La suite presidencial y siete habitaciones


colindantes. Sus habitaciones están preparadas. —Hizo un gesto al botones.

Manuel puso la foto de Tevon ante ella. —¿Le conoce?

La chica parpadeó. —No sé si estoy autorizada para dar esa

información.

Su amigo puso dos billetes de quinientos euros sobre el mostrador y

la chica abrió los ojos como platos. —Oh sí, es monsier Forrester.

—El señor Forrester —dijo ella con una sonrisa en su bello rostro
—. Sí, ese mismo. ¿Se hospeda aquí?

—Está hospedado con su esposa. Suite quinientos doce. ¿Quiere que


le avise de su llegada? —preguntó queriendo agradar.

—No hace falta. —Miró a Manuel que dejó otro billete de

quinientos sobre el mostrador. —Tú no nos has visto y no hay ningún


Garrido en este hotel. —Le guiñó un ojo.
Ella cogió los billetes discretamente. —Por supuesto, señorita. —

Miró al botones que se acercó. —Suite presidencial. Que no les falte de


nada.

—Gracias… —Miró la plaquita que tenía en su pecho. —Monique.

—De nada, señorita Garrido.

Se volvieron y Simoneta perdió la sonrisa para mirar fríamente a


Manuel. —No hagas nada de momento. Déjame a mí.

—Puede ser peligroso.

—¿Crees que hará algo con tanta gente a su alrededor? No, además
sé en el momento en que hacer acto de presencia.

—Deja que mi hija haga lo que crea oportuno —dijo Umberto

metiéndose en el ascensor

Divertido entró con ellos y pulsó el botón. —Entendido, jefe.

Vestida de rojo con un diseño exclusivo que se ajustaba a su cuerpo

como una segunda piel, entró en el restaurante donde según sus hombres
Tevon estaba reunido con tres hombres de traje, sus esposas y su hermosa

mujer. La risa de Iris llegó hasta ella y vio que estaban de espaldas a la
puerta, seguramente para que nadie les reconociera. Caminó segura sobre
sus tacones de quince centímetros siendo objeto de las miradas de varios

comensales, pero ella ni se dio cuenta. Hacía dos años que no salía de la
hacienda por culpa de ese cerdo e iba a pagar la burla a los Garrido, eso lo

juraba por sus muertos. Se acercó a la mesa e hizo que se tropezaba


apoyándose en ella y tirando un par de copas. —Uy, perdón.

—No pasa nada —dijo uno de ellos levantándose de inmediato—.

¿Se encuentra bien?

—Sí, es muy amable. —Miró a los presentes y casi ríe al ver la cara
de pasmo de Tevon e Iris. Sí, se hubiera reído si su corazón no hubiera dado

un vuelco al ver de nuevo esos ojos. —¿Pero mira quién está aquí? Si es el
señor Carpenter y su hermana.

—Debe estar equivocada —dijo uno de ellos confundido.

—Yo no me equivoco, majo —dijo fríamente—. Tevon, amor. Mi


padre se pregunta dónde están los treinta millones en diamantes. —Se

volvió hacia ellos. —Es un asesino a sueldo, ¿saben? Y muy bueno. Me


libró de un lío por un buen precio, ¿no es cierto, cariño? Lo raro es que
después de darte los diamantes desapareciste. Muchos dirían que eres un

timador, pero es porque no te conocen como yo.

—¿Pero qué es esto? —preguntó Iris levantándose—. ¿Está loca?


—Siéntate, no vengo sola —dijo entre dientes haciendo que perdiera
todo el color de la cara. Sonrió para mirar a los otros—. ¿Qué hacen aún

aquí? ¿No ven que quieren timarles?

—Vamos, cielo —dijo uno de ellos cogiendo la mano de su esposa

—. Ya sabía yo que había algo raro en ese complejo urbanístico.

Desaparecieron como por arte de magia y Simoneta sonrió. —Cómo


es el destino, ¿eh?

—¿Qué haces aquí? —dijo Tevon fríamente.

—Uy, no se te ha comido la lengua el gato. —Se sentó ante ellos y


soltó una risita cogiendo la botella de vino para servirse en una de las copas

vacías. —Qué momento. Pero voy a tener unos cuantos así. —Bebió de su
vino y vio en el rostro de Iris el miedo. Miraba a su alrededor como si

fueran a saltar sobre ella en cualquier momento. Dejó la copa de vino sobre
la mesa y acariciando la base tuvo el valor de mirar a Tevon. —Te veo bien.

—Tú estás preciosa.

—Lo sé. ¿Sois hermanos o estáis casados? Tengo curiosidad.

—Somos hermanos —dijo Iris a toda prisa.

—No sé si creerte. —Se echó a reír. —Pero es igual, ¿no es cierto?


Vais a morir.

—Nena…
Le fulminó con la mirada. —Ni se te ocurra llamarme así. ¿Dónde
están mis diamantes?

—No los tenemos.

—¿No los tenéis? Qué pena. Pues tendréis que darme algo, ¿no? Eso

si queréis vivir, claro.

—Tu padre no permitiría que siguiéramos con vida.

—¿Recuerdas que soy la princesa Garrido? Me tiene muy

consentida. Claudicará —dijo sin darle importancia—. Cincuenta millones.

—No tenemos esa cantidad —dijo Iris atropelladamente

demostrando que estaba muy asustada.

—Claro, con este tren de vida no me extraña nada. Aunque yo no sé


mucho de ello, antes estudiaba, ¿sabes? No pude terminar la carrera porque

entrasteis en mi vida, pero por entonces no gastaba mucho. —Se echó a reír.
—Por Dios, qué ridícula os debí parecer trabajando en una hamburguesería.

—Nena…

—No me interrumpas. Hablaba de lo que me gastaba… Ah sí, no sé


mucho de derrochar porque como llevo encerrada dos años en mi casa
temiendo que me peguen un tiro no gasto mucho. ¿Qué ironía, no? —

Sonrió de una manera que ponía los pelos de punta. —Teniendo todo el
dinero del mundo no podía salir de mi casa. El miedo que tenía mi padre a
que pasara algo… —Miró directamente a Tevon. —Además tenía que
esperarte, ¿no? —Se echó a reír de nuevo. —Ya podía esperar sentada.

Debo reconocerlo, fue un timo perfecto.

—Todos nuestros timos son perfectos y me acabas de joder una

operación de cien millones, nena.

—Oh, qué pena. Así podríais pagarme. —Apoyó los codos sobre la
mesa. —Porque voy a cobrar.

Manuel se sentó a su lado y miró a Iris como si quisiera


desmembrarla. —Hola palomita.

—Dios mío…

—Ya no pareces tan dura como antes —dijo Simoneta divertida


antes de mirar a Manuel—. ¿Impaciente?

—No lo sabes bien. Tevon, el jefe estará encantado de verte.

—Me lo imagino. —De repente sonrió con ironía levantando una


mano y el camarero se acercó. —Champán. Han venido unos amigos y
vamos a celebrarlo. —En cuanto se alejó la miró a los ojos. —Si hay que

morir, hacerlo con clase.

—De eso sabes mucho, cielo. Pero antes de morir pienso cobrar.
¿Cómo pensáis conseguir mis cincuenta millones?

Manuel levantó una ceja. —¿Cincuenta?


—Son los intereses de estos dos años.

—Qué bien llevas las cuentas.

—Las cuentas son lo mío, amigo.

—Tenemos veinte —dijo Iris a toda prisa—. Os los daremos y …

—Cierra la boca —dijo Tevon cortándola en seco sin dejar de mirar


a Simoneta—. Nena, también tenemos gastos. Hay que aparentar una vida
que sale muy cara.

—Tranquilo, que cuando los Garrido acaben contigo eso no tendrá


que preocuparte —dijo Manuel.

Tenso vio como ella se levantaba y con una fría sonrisa en el rostro

observó como llegaba el camarero. —No la abra. Nosotros nos vamos y no


tenemos nada que celebrar. Todavía. Cuando esto acabe pienso bañarme en
champán. —Apoyó las manos sobre la mesa. —Ni se os ocurra iros del
hotel. Quiero mi dinero y me lo vais a dar.

—¿O si no nos matarás? —preguntó Tevon divertido.

—Lo conseguirás para mí, cielo —dijo melosa—. Porque sino haré
una visita a tu madre. —Él se tensó. —Al parecer tienes hermanos,

sobrinos… —Chasqueó la lengua. —Una gran familia.

—Veo que me has investigado. —Simoneta vio en sus ojos cuando


comprendió. —La historia de la bicicleta.
—Un barrio pobre para que vivierais allí con una madre cargada de

deudas, pero con jardín y en Nueva York. Además, tenía que ser cerca de
Manhattan porque aunque vas de un lado al otro del mundo timando
incautos, conocías esa ciudad como la palma de tu mano y solo se conoce
una ciudad así si se ha vivido allí. Así que tu barrio tenía que estar lo
suficientemente cerca para que fueras a la ciudad. Aparte de eso, eres

alguien entrenado que sabe de explosivos, pilotas un avión, dominas las


armas.... No fue difícil encontrarte en las fuerzas especiales como predijo
mi padre. Los programas de reconocimiento facial hacen maravillas,
exsargento Morton de los Seal. Pero tu expediente estaba clasificado. Eso

ya no tenía importancia, ya sabíamos tu verdadero apellido, solo tuvieron


que buscar entre los nacidos en el estado de Nueva York y cribar por
barrios. Yo aposté por Queens, ¿y sabes qué? Gané.

—Muy bien, nena.

—Por cierto, tus vecinos de Foch Bulevar te echan de menos. —


Levantó una de sus cejas morenas. —¿Y sabes de qué más me he enterado?
Que no tienes hermanas.

La rabia que reflejó su voz hizo que Iris se tensara. —No somos

nada, solo amigos.

—Claro que sí, yo te creo, Iris, si ese es tu nombre. —Se enderezó.


—Tenéis una semana para conseguir mi dinero. Seguro que se os ocurre
algo. Como os acabo de decir he tomado medidas y ya tengo a mis hombres

ante la casa de tu familia. Si les avisas para que se vayan, lo sabré, tengo
todos sus teléfonos pinchados y como se intenten ir de sus casas les mataré.
—Sonrió de oreja a oreja. —Que tengas un buen día, cielito.

—Tú no eres así —dijo él con rabia.

—No lo era, pero todo ha cambiado… De repente me siento más


Garrido que nunca y los Garrido siempre cobran.

Se alejó y Manuel rio por lo bajo. —La cara que se os ha quedado.


Disfrutar de vuestros días de vida, si podéis. —Miró a Iris con desprecio

antes de levantarse y salir del comedor tras ella.

Iris y Tevon se quedaron en silencio. —Joder… —dijo ella

angustiada.

—Déjame pensar.

—¿Que te deje pensar? Estamos muertos.

—Habla más bajo —dijo entre dientes.

—Dios, vamos a morir. —Alargó la mano y se bebió su copa de

vino de golpe. —Te dije que era jugar con fuego, no son como los demás
que por vergüenza o temor no hacen nada si nos descubren. Ellos llevan la
marca de la muerte y arrasan con todo lo que encuentran cuando quieren
venganza.
—Todavía me ama.

—Lo que hace que esté todavía más cabreada.

—Me ha esperado dos años. No será capaz de matarme.

—Pero su padre sí, ¿o piensas que va a dejar que le tomes el pelo?

—Solo tenemos que hacer algo que les convenga. —Sus ojos
brillaron. —Algo que no puedan rechazar.

—Tienes un plan —dijo loca de contenta—. ¡Tienes un plan! —Se

llevó la mano al pecho de la impresión. —Dime que nos vamos a salvar.

—¿Te he fallado alguna vez?


Capítulo 7

En su suite Simoneta estaba comiendo con su padre y Manuel


cuando llamaron a la puerta. Uno de sus hombres armado con una pistola

abrió una rendija para ver quien era y cerró. —Jefe, es ese tipo. Ya deben
haberle cacheado.

Umberto con el cuchillo en la mano hizo un gesto para que pasara.

Ella sin dejar de comer el delicioso filete ni miró hacia la puerta. Tevon
entró en la habitación y Manuel se levantó pegándole un puñetazo que le

tiró al suelo. Simoneta ni se inmutó.

—¿Tienes mi dinero? —preguntó Umberto.

Él se pasó la mano por la mandíbula mirándola de reojo. —No,

todavía no.

—¿Entonces qué haces aquí?


—Recibir hostias. —Se levantó y Manuel le dio otro golpe que le

tiró al suelo.

Entonces ella levantó la vista del plato. —Basta. —Tevon sonrió por

dentro porque aún le importaba. —¿No ves que si le llenas de golpes no

podrá timar a nadie?

—Joder, nena…—Se puso en pie de nuevo y miró a Umberto. —

Tengo una propuesta.

—No hay propuestas que valgan contigo.

—Tengo entendido que tenéis un problema en la frontera con


Estados Unidos. Últimamente hay más controles y os cuesta pasar la

mercancía.

Padre e hija se miraron divertidos. —¿Y qué propones? —preguntó


Umberto.

—Yo os la puedo pasar.

Los tres se echaron a reír divertidos y a Simoneta le pareció tan

gracioso que sus ojos se llenaron de lágrimas y todo. Cogió la servilleta

para limpiarse. —¿Has oído, papá?

—Espera hija, que esto empieza a divertirme.

Tevon muy tenso siseó —Puedo hacerlo.


—¿En serio crees que te voy a dar un cargamento de cien millones

de dólares a ti?

—¿Si lo hago con éxito mi deuda estará saldada?

—¿Tu deuda económica? Puede que sí.

—Esa era la primera parte de mi propuesta.

—Ah, que hay más —dijo ella intentando no reír.

—Sí, hay más —dijo entre dientes—. Después trabajaré para ti

cuantas veces quieras.

—Este está chiflado, jefe. —Manuel dio un paso hacia él

amenazante. —O quiere delatarte a la pasma.

—Entonces toda su familia está muerta. —Simoneta se levantó

mirándole muy seria. —Porque sabes que esto no es un farol, ¿no es cierto?

—Lo sé muy bien. Y precisamente por eso no me iría con ese

cargamento.

—Igual no aprecias a tu familia. Igual la avaricia te seduce más —

dijo rodeándole—. Sabemos que eres un mentiroso compulsivo, que a tu

madre no le tienes demasiado aprecio. ¿Intentas timarnos de nuevo?

—Déjamelo a mí, Simoneta, y acabemos con esto —dijo Manuel

empezando a cabrearse.

—Un momento —dijo Umberto—. Antes que nos explique su plan.


—¿Para que lo hagáis vosotros y me matéis después? Ni hablar.

—Es un farol —dijo ella—. No tiene un plan, intenta marearnos.

Manuel, que maten a su hermano pequeño.

—¡Simoneta no! Lo haré, juro que lo haré. —Ella le rodeó para

ponerse ante su rostro y sonrió por lo tenso que estaba. —Jamás pensé que

llegaras a esto.

—Cielo, donde las dan las toman. ¿Qué plan es ese?

—Yo siempre cruzo la frontera por un punto. Lo hice para llevarte a

casa y puedo hacerlo de nuevo. Por allí no hay radares. Puedo cargar hasta

tres toneladas.

Ella entrecerró los ojos porque era cierto que ya lo había hecho y

miró a su padre que también entrecerró los ojos. —¿Qué punto es ese?

—No pienso contar nada más. Lo dejaré donde queráis en suelo

estadounidense y mi deuda económica estará saldada.

—Tres toneladas son casi doscientos millones, jefe. ¡Es una locura!

—Ya lo hizo una vez —dijo él mirándole calculador.

—Lo hizo dos veces y seguramente lo ha hecho en otras ocasiones

para saber que por ahí no le pillan —dijo Simoneta —. Pero no me fío de él.

Puede ser una trampa de la DEA o algo así. Ha tenido tiempo para

llamarles.
—Sí que lo ha tenido. —Volvió el rostro hacia su hija. —¿No estás

de acuerdo?

—No le daría ni un centavo ni aunque estuviera mendigando en la

calle, padre.

—Vaya, gracias nena.

—Muérete. —Sonrió. —Oh, que eso lo harás muy pronto.

—Estaré encantado de demostrarte que voy a seguir viviendo

muchos años. Los planes son lo mío, nena. Y creo que os lo he demostrado.

—En eso tiene razón. Es muy inteligente. Usó nuestro punto débil

para conseguir sus propósitos. —Umberto entrecerró los ojos. —Pero no

me fio de ti y no hago negocios con quien desconfío.

—Solo pido una oportunidad.

—Quieres una oportunidad —dijo ella—. Padre, estamos siendo

injustos.

—Eso parece. Él es tuyo para hacer lo que te plazca. Piensa que si le

pillan pasará el resto de su vida en una cárcel mexicana.

Ella soltó una risita como si eso le ilusionara mucho. —Tenemos

muchos amigos allí, padre.

—Muchos, lo pasará estupendamente.


—No tiene gracia. —Mosqueado dio un paso hacia ellos y Manuel

se interpuso. —¡Apártate!

Manuel le dio un puñetazo que le tiró al suelo. —Respeta. Al

parecer no has aprendido a respetar, pero yo te voy a enseñar antes de que

expires tu último aliento.

—Pégale otro —dijo ella dejándole de piedra—. Ahora que no va a

timar a nadie no necesita estar tan guapo.

Manuel sonrió malicioso antes de agarrarle de su carísimo traje para

meterle un puñetazo que le mareó y todo. —Cabrón, sabes que no puedo

defenderme por mi familia…

Otro puñetazo en el estómago le dejó sin aliento y cuando abrió los

ojos allí estaba Simoneta agachada a su lado. —Cielito, ¿duele? —Él la

miró fríamente. —Más te va a doler cuando acabemos contigo. —Se

levantó dándole la espalda. —Está bien, harás el traslado.

—¿De verdad? —preguntaron los tres a la vez atónitos.

—Sí, que lo haga. Si le pillan le cogerán solo a él y si no le pillan

habremos entregado. Pero no saldarás tu deuda con nosotros con un solo

viaje. Harás cinco. Diez millones por viaje es lo justo. —Sonrió maliciosa.

—Y cielito, no sabrás en qué cargamento estará la cocaína. ¿En todos? ¿En

ninguno? ¿En el tercero, en el segundo? ¿Quién sabe?


—Muy lista, hija —dijo Umberto divirtiéndose—. Tampoco sabrá si

alguien le delata.

—Exacto. —Le hizo un gesto a Manuel. —Encárgate de todo.

Volvemos a casa esta misma noche.

—Hija, ¿no quieres quedarte para la pasarela de París? A las

mujeres os gustan esas cosas.

Sus ojos brillaron de la ilusión. —¿No te importa?

—Es hora de que disfrutes un poco. —Miró con maldad a Tevon. —

Yo me encargaré de este.

Llegó a casa y Carmen salió a recibirla. —¿Qué tal en París? Al

final te has quedado casi un mes.

—Es que todo era tan bonito… —Los hombres empezaron a meter
sus maletas de Louis Vuitton. —Y había tanto que ver. Ha sido un sueño. —

La besó en la mejilla. —Y te he traído un regalito.

—Niña no era necesario.

—Claro que sí —dijo entrando en la casa para quedarse de piedra al

ver a Tevon ante la puerta del salón—. ¿Qué haces tú aquí?


—Bienvenida a casa, nena —dijo acercándose—. Chanel te sienta
estupendamente.

Furiosa fue hasta el salón pasando de él para ver a su padre sentado


en el sofá revisando unos papeles. —¿No te encargabas tú de él?

—Hija, es que nos ha dado una sorpresa.

—¿No me digas? ¿Cuál?

—Ha pasado los cinco cargamentos.

Esa frase la dejó de piedra. —¿Los cinco?

—¿Estás orgullosa de mí? —preguntó tras ella.

Se tensó con fuerza y se volvió lentamente. —Desaparece de mi


vista.

—Ahora vivo aquí.

Eso sí que no se lo esperaba. —¡Padre!

—Está bajo arresto domiciliario hasta que se acabe su condena.

—¡Ya ha hecho cinco, mátale de una vez!

—¿Estás loca? ¡Esto es un filón! —dijo como si no se lo creyera.

La risa de una mujer la puso alerta y estiró el cuello para ver como

Iris bajaba las escaleras con uno de sus vestidos como si fuera la dueña. Y
se reía con Manuel que se la comía con los ojos. Aquello era el colmo o
estaba soñando. Atónita miró a su padre que hizo una mueca. —Entiéndelo
caramelito, los negocios son los negocios.

Manuel le dio un beso en la mejilla. —¿Te has divertido en París?

—¿Qué es esto, Manuel? —preguntó a voz en grito. Le señaló con

el dedo—. ¿Te dejé un encargo o no te lo dejé? ¡Porque yo recuerdo que sí!


¡Antes de que os fuerais, en el hall del hotel te ordené que les liquidarais en

cuanto hiciera los viajes!

—Tu padre…

—¿Mi padre? —gritó cortándole en seco—. ¡El encargo fue mío!

—Ya, pero tu padre manda.

Entrecerró los ojos y alargó la mano. —Dame la pistola.

—Nena…

—¡Dame la pistola!

Manuel miró a su padre, que tenso asintió. Le dio la pistola a

regañadientes y ella disparó en la pierna de su amigo antes de que nadie


pudiera darse cuenta de sus intenciones. —Hostia —dijo él desde el suelo

—. Lo veía venir.

—¿De veras? —preguntó Iris pasmada —. Porque yo no. —Cuando


Simoneta la apuntó a la cara palideció dando un paso atrás. —¡Soy la

copiloto!
—Arrodíllate —dijo con ganas de sangre.

—Hija sé razonable. —Le fulminó con la mirada. —Vale, si es un


capricho.

—Garrido, esto no era lo pactado. ¡Nosotros hemos cumplido! —

gritó Tevon.

—Compréndelo, está resentida, la abandonaste y le rompiste el


corazón. Tienes que pagar. Ya tiene mucho dinero, no la impresionas

traficando para nosotros.

Simoneta inclinó la cabeza sin quitarle la vista de encima a Iris. —

¿Ese es mi vestido?

Aterrorizada asintió. —No tenía qué ponerme porque…

—¡No me cuentes tu vida!

—Nena estos dos años se te ha alterado un poco el carácter, ¿no?


¿Qué tal si nos vamos de viaje para que despejes? —Dio un paso hacia ella,
pero Simoneta disparó a sus pies haciendo que retrocediera. —Joder, no la

mates. ¡Yo daba las órdenes!

—Arrodíllate, zorra.

Iris sollozó poniéndose de rodillas y Manuel aún en el suelo se


tensó. —No la mates, Simoneta. Te lo pido por favor. Jamás te he pedido un
favor, pequeña.
Le miró incrédula. —¿Te has enamorado de ella? ¡Es una mentirosa,

no te la creas!

—Hemos hablado mucho y…

—¡Y te ha convencido como Tevon ha convencido a mi padre! ¡Se


rieron de nosotros, me utilizaron para llegar hasta aquí y se llevaron treinta

millones! ¡Dónde está vuestro maldito orgullo!

Umberto se levantó lentamente. —Tienes toda la razón.

Con los ojos llenos de lágrimas de la rabia miró a su padre. —

¿Cómo has dejado que alguien que me ha hecho tanto daño mancille mi
casa con su presencia!

—Lo siento, hija. Tomaré medidas, te lo juro.

—No, las tomaré yo. —Miró a Iris. —¿Tienes miedo, zorra?


Cuando te reías de mí en ese avión no tenías miedo. —Le hizo un gesto a

Tevon con la pistola. —Ponte a su lado.

—¿Nos vas a ejecutar?

Dos hombres que estaban en el salón dieron un paso hacia él

mostrando sus pistolas. —Arrodíllate a su lado.

Tevon impotente se arrodilló a su lado y cogió la mano de Iris. Al


ver ese gesto la recorrió la cólera y puso el cañón de su pistola en la frente
de Tevon. —Venga, ríete de mí. O no, mejor vuelve a decirme que nos
iremos de viaje para iniciar una vida juntos.

—Nena, lo siento.

—¡Te he dicho que no me llames así! —gritó fuera de sí.

—Lo siento.

—Lo sientes. Lo que sientes es que te haya descubierto. —Sorbió

por la nariz. —Dos años, he perdido dos años de mi vida por tu culpa, pero
a partir de ahora no vas a ocupar ni uno solo de mis pensamientos.

Iris temblando de miedo se desmayó, pero Tevon no dejó de mirarla

a los ojos. —Joder, hazlo de una vez.

Apretó el gatillo ligeramente, pero algo dentro de ella gritaba que no


lo hiciera. Sabiendo que no vería esos ojos nunca más si disparaba, gritó de

la rabia antes de apartar la pistola y disparar varias veces dejando a su padre


de piedra mientras Manuel gritaba que no lo hiciera.

Cuando se hizo el silencio Tevon juró por lo bajo mirando sus


piernas con un tiro cada una. —Joder, nena…

Le puso la pistola en la mejilla y siseó —Agradéceme que te haya

dejado con vida.

—Gracias.
Sonrió maliciosa. —Esto no ha acabado. —Tiró la pistola a uno de
sus hombres y se alejó con la cabeza bien alta.

Umberto suspiró del alivio antes de hacer una mueca porque Iris

había sido la peor parada. Un disparo en la mano y en las dos piernas. —


Qué buena puntería tiene mi hija—dijo orgulloso—. ¿Habéis visto? No ha

fallado uno.

Tevon gruñó. —Ha aprendido mucho en dos años, ¿no?

Manuel juró por lo bajo acercándose a Iris. —¿Y sabes por qué?

—Para saber defenderse en caso de que pudierais necesitarlo —

contestó el jefe.

Tevon apretó los labios antes de ver como perdía sangre. —

¿Alguien puede llamar a un médico? Creo que ha rozado una arteria.


Capítulo 8

Bajó a cenar sintiéndose genial y cuando llegó al salón su padre


estaba solo. Encantada se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. —

Buenas noches, papá.

—Buenas noches, cielo. ¿Has descansado algo?

—He dormido una siesta, me he dado un baño y me siento


estupendamente. —Carmen se acercó al mueble bar para servirle un jerez

como cada noche. —¿Y tú qué has hecho?

—Oh, he hablado con un par de contactos y tenemos un nuevo

cliente.

Se tensó. —¿Cómo que un nuevo cliente? No es momento de tener

nuevos clientes con toda la pasma merodeando.

—Se ha quedado sin proveedor. Mataron a su contacto en Cartagena

y siempre ha oído hablar de mí.


—No me gusta. —Se sentó en el sofá y cogió la copa de jerez. —

Gracias Carmen.

—Hija, hay que sustituir los clientes que por un motivo u otro

terminan desapareciendo.

Gruñó bebiendo de su jerez cuando sintió a alguien tras ella. —


Tevon, ¿todavía caminas?

—¡Nena, no ha tenido gracia! —Furioso rodeó el sofá cojeando y


ella reprimió la risa. —¡Sí, ríete! ¡Iris no puede levantarse de la cama y

teníamos un viaje mañana!

—Lo harás tú solo —dijo fríamente bajando la vista por sus piernas

—. Al parecer las balas salieron limpiamente para que estés tan bien.

—Qué hija tengo —dijo su padre orgulloso—. Tiene madera para


esto, no hay duda.

—¡Ya te has vengado, esto se acaba aquí!

Soltó una risita diabólica. —¿Eso crees?

Tevon se sentó a su lado. —Nena… —El jerez terminó en su cara y

gruñó pasándose la mano por los ojos.

—Ni te me acerques.

—El nuevo avión ha llegado —dijo su padre cortando la discusión.


—¿Qué nuevo avión? —preguntó ella pasmada—. ¿Le has

comprado un avión?

—Carga diez toneladas.

—Por eso necesito a Iris —dijo entre dientes.

—¿Estáis locos? ¡Un avión más grande es más fácil de localizar!

—Nena, ¿estás preocupada por mí?

Le agarró de la oreja y tiró con saña. —¿Qué me has llamado?

—¡Jefa!

Soltó su oreja. —Me estás alterando, cierra la boca que estamos

hablando los Garrido.

Él puso los ojos en blanco. —Qué mala leche tienes. Antes eras más

dócil, cielo.

—Que te den.

—Diez toneladas serán menos viajes —dijo su padre encantado—.

Con uno al mes, listo.

—¿Cómo uno al mes? ¿Cuánto tienes pensado que se quede?

—Para siempre.

—¿Qué has dicho? —dijo Tevon fríamente.

—Es tu penitencia.
—¡Me ha pegado dos tiros!

—Pero estás vivo, ¿no?

Ella sonrió maliciosa. —Ahora que te tiene no te soltará. Te van a

encantar las cárceles de México.

—Nunca me han pillado, nena. Y nunca me pillarán.

—Nosotros te pillamos.

—Hablaba de la policía —dijo entre dientes—. Al parecer ahora

estamos encerrados los dos en esta jaula de oro.

—Yo no estoy encerrada porque me voy en una semana.

Ambos se quedaron de piedra. —¿Qué has dicho? —preguntó su

padre.

—Bueno, papá, sabías que este día llegaría. Quiero volver a Nueva

York.

—¿Huyendo de nuevo, preciosa?

—Cierra el pico. —Miró a su padre. —Es hora de que regrese.

—¿Es cierto lo que dice? ¿Estás huyendo?

Se levantó y se acercó a él para abrazarle. —Te quiero, pero esta no

es la vida que quería, entiéndelo.

—Se te da muy bien.


Rio por lo bajo apartándose para mirar sus ojos. —Será que lo llevo

en la sangre, pero quiero hacer más cosas. Quiero viajar, disfrutar,

enamorarme y ser feliz. Sabes que aquí no lo sería.

Umberto apretó los labios y acarició su mejilla. —Pero ven a

visitarme más a menudo.

—Lo prometo.

—Perdón, no es que quiera interrumpir, bueno, sí quiero. ¿Qué coño

estás diciendo, Simoneta? ¡No puedes irte!

—Claro que sí.

—¡No es seguro!

—¿No lo es? Tranquilo, que ahora no confiaré tan fácilmente de

cualquier desconocido que se me acerque en una librería. Además, tengo un

arma y muy buena puntería. —Sonrió radiante. —Que disfrutes de tu

futuro. Ahora si nos disculpas, quiero cenar con mi padre a solas.

La miró con rabia antes de levantarse y salir del salón cojeando.

—No se va a dar por vencido fácilmente, hija.

Su corazón dio un vuelco. —Para librarse de su condena.

—No sé qué decirte.

Dio un paso hacia él. —¿Qué quieres decir con eso?


—He pensado mucho en ello. ¿Crees que un hombre que tima

treinta millones y planea timos de cien no podría haber buscado otra

solución? ¿Que no tenía dinero para hacer frente a la deuda? Mueve mucha

gente con él como has comprobado tú misma en aquel hangar.

Se tensó. —Padre, ¿qué me estás diciendo? ¿Que vuelve a las

andadas?

—No creo que sea eso. Creo que lo que quería era estar cerca de ti,

aunque tuviera que pagar las consecuencias.

Se le cortó el aliento. —No digas tonterías, papá.

—¿Crees que son tonterías? He hablado con el hombre que le vio en

París. La mesa estaba en medio del restaurante a la vista de todos. No es

muy lógico, ¿no crees? Para alguien que quiere ocultarse no. Felipe estaba

allí por negocios. Yo le envié y de repente se encuentra con él. Creo que

todo fue un montaje. Que quería que le encontraras y que supieras que

seguía vivo. Creo que sabía que seguías aquí, que no habías regresado a

Manhattan y… Joder, no sé qué se le pasó por la cabeza, pero por cómo te

mira pienso que siente algo por ti.

—¿Qué? —preguntó pasmada.

—Y no solo eso, creo que Iris siente algo por Manuel y por eso se

unió al plan.
—Podrían haber muerto, no digas tonterías.

—Sí, puede que sean tonterías mías. O será que no quiero que te

vayas y estoy buscando una excusa para que no me dejes.

Emocionada se acercó. —Papá seguiremos viéndonos y pienso


llamarte todos los días. No será como la otra vez.

—Prométemelo.

—Te lo prometo y la promesa de un Garrido es sagrada.

Una semana después estaba tumbada en la cama mirando el techo.

En cuatro horas se iría y seguramente no volvería a ver a Tevon nunca más.


Aunque no es que le hubiera visto mucho en esa semana porque su padre le

tenía trabajando y llegó esa misma noche justo en el momento en que ella
subía a su habitación. A pesar de que intentó hablar con ella, Simoneta ni le

dirigió la palabra.

Frunció la nariz, qué raro olía. ¿Carmen habría cambiado el


suavizante? Pues no era un cambio para mejor. Sus pensamientos volvieron

a Tevon y gruñó. Con tanto viaje le matarían o terminaría en prisión. Pero


bueno, ¿y a ella qué le importaba? ¿Eh? Si no volvía a verle, mejor.
¿Mejor? ¿Estaba segura de eso? ¿Estaba totalmente segura? Inquieta se giró
abrazando la almohada y arrugó la nariz cuando llegó a ella un olor muy
penetrante. Acercó la nariz a la almohada y respiró hondo. El olor fue tan

intenso que apartó la cara sintiendo que se mareaba antes de poner los ojos
en blanco cayendo desmayada.

Mareada abrió los ojos para ver a Iris sentada en un sillón de piel,
parecía dormida. Alguien le puso un paño sobre su rostro provocando que

se desmayara de nuevo. La siguiente vez que pudo elevar los párpados vio
lo que parecía la parte de atrás del sillón de un coche. —Para, se ha

despertado —dijo la voz de una mujer. Al abrir la puerta de atrás sintió el


viento en su rostro antes de que le pusieran el paño de nuevo sobre la nariz

y la boca.

Le estallaba la cabeza. Gimió girándose y pensando que Carmen

tenía que comprar otro suavizante. Abrió los ojos y al mirar el techo frunció
el ceño porque era de madera. Se sentó de golpe gimiendo de dolor y se

llevó las manos a las sienes cerrando los ojos con fuerza. Mierda. —Es un
sueño, es un sueño. —Abrió los ojos y al ver las ásperas sábanas de flores
casi grita del horror. ¿Dónde estaba? Elevó la cabeza lentamente para ver
una habitación decorada de manera muy austera. Solo había una cama y una

silla ante una mesa. La ventana filtraba algo de luz a través de los tablones
que tenía clavados para tapiarla. Pero aquello era imposible. ¿Cómo habían

conseguido sacarla de su casa sin que nadie se diera cuenta? Entrecerró los
ojos. —Tevon… —Furiosa se levantó y se tambaleó a un lado casi cayendo

al suelo, pero logró estabilizarse sujetándose con una mano a la pared.


Caminó insegura hasta la puerta y la golpeó débilmente. —¡Tevon!

¡Sácame de aquí!

La risa de Iris casi la hizo chillar de la rabia. —¡Sácame de aquí,

zorra!

—No hasta que tu padre nos pague, cielo.

—¿Ahora te has pasado al secuestro?

—¿Qué más da? Todo es robar.

—¿Recuerdas los tiros que te he pegado? ¡No serán nada cuando te

ponga las manos encima! ¡Eso te lo juro por mis muertos!

—No me provoques que igual la que acaba muerta eres tú.

Apretó los puños sintiéndose impotente antes de golpear la puerta de


nuevo. —¡Tevon!

—No te esfuerces, Simoneta. No está aquí.


Se le cortó el aliento al oír la voz de Manuel. —¿Pero qué diablos

estás haciendo?

—Iris me ha abierto los ojos. Me dejo la piel por vosotros por una

miseria cuando me juego el pellejo continuamente.

—¡Todo iba a ser tuyo, idiota!

Manuel se echó a reír. —No seas estúpida, tu padre te lo dejaría todo


a ti.

—¿Y quién se iba a quedar con el negocio? —gritó—. Yo me iba a


Nueva York a empezar una nueva vida.

—No la creas, está mintiendo. Tú no ibas a heredar nada —dijo Iris

—. Solo quiere que la saques.

—No te esfuerces, pequeña. Si todo va bien regresarás con tu padre


en un par de días.

—¡Te están utilizando, idiota!

—¡Cierra la boca!

La risa de Iris le hizo jurarse a sí misma que le quitaría esa risa a


golpes. —¿Dónde está Tevon?

—¿Ahora te interesa Tevon? —preguntó ella divertida.

Sintió que la recorría el miedo. —¿Dónde está? —Golpeó la puerta.


—¡Dónde está Tevon!
—Allí.

Esa palabra le robó el aliento. —¿Cómo que allí?

—En “La esperanza”.

No, no. Cuando su padre supiera que no estaba en la casa, le


mataría. Se volvió llevándose las manos a la cabeza. Le echaría la culpa

como había hecho ella en cuanto se había despertado. Se acercó a la puerta.


—¿Tiene algo que ver en esto?

—¿Tevon?

—¡Sí, Tevon! —gritó furiosa.

—No, no sabe nada de esto.

—¡Estás loca, mi padre le va a matar!

—Que se fastidie —dijo Iris—. ¡Por su culpa me has pegado tres


tiros y he tenido que traficar! ¡Yo que soy una de las timadoras más buenas

del país!

—Lo que te jode es que no eres nadie sin él.

—Cierra la boca.

—Es eso, ¿no es cierto? ¡Iris no es nada sin Tevon! Todos vuestros

timos los planea él. Y como no iba a volver a hacerlo, has querido vengarte.

—¡Lo he dado todo por él y me arrastra a esto! ¡Ha sido culpa suya!

¡Y tú vas a pagar los agujeros que tengo en el cuerpo, eso te lo juro!


—Deja de hablar con ella —dijo Manuel fríamente.

—¡Manuel, todavía podemos arreglarlo! ¡Diré que fue cosa mía, que

quería darle una lección a Tevon!

—¡Cállate de una puta vez!

Apretó los labios mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Le
mataría, su padre le mataría. Puede que ya estuviera muerto porque en

cuanto Carmen diera la voz de alarma su padre se enfurecería. Las excusas


que pusiera a la falta de Iris no se las creería y la desaparición de Manuel

solo indicaría que le habían hecho algo porque su padre confiaba en Manuel
plenamente. Angustiada se apretó las manos y miró hacia la ventana

acercándose para mirar entre las tablas. Solo había desierto. Dios, ¿dónde
estaban?

El sonido de un teléfono la alertó y se acercó corriendo a la puerta


para pegar la oreja. —¿Diga? —preguntó la voz burlona de Iris—. Claro

que la tengo yo. ¿Dónde? Antes de decirte dónde, transfiere cien millones al
número de cuenta que te enviaré a tu teléfono en los próximos cinco

minutos. En cuanto reciba el dinero te enviaré un mensaje de donde está y


te devolveré a tu princesa con mucho gusto. —Se echó a reír. —¿Que estoy

muerta? Muerta estará tu hija como no reciba el dinero de inmediato, viejo.


Así que te aconsejo que te des prisa. —Soltó una risita. —Está cagado.
—Envíale la cuenta bancaria —dijo Manuel muy tenso.

—¿Crees que sabe que tú tienes algo que ver?

—Claro que lo sabe —dijo para alivio de Simoneta—. Os saqué en


coche y hay cámaras por toda la casa. Seguro que me grabaron desde veinte

puntos distintos.

Se le cortó el aliento. El coche. Todos los coches de la casa, incluso

los de empleados, estaban conectados a un dispositivo de seguimiento por si


había algún problema con ellos saber dónde estaban. Y Manuel tenía que

saberlo. Se acercó a la ventana intentando ver el coche. El Porche que


conducía su amigo lo tenía. Recordando sus sueños negó con la cabeza. Era

un coche de cuatro plazas. Eran tres y recordaba un asiento rojo. Rojo. No


recordaba ningún coche con los asientos rojos. Fue hasta la ventana y tiró

de una de las tablas. Uno de los clavos chirrió en la madera podrida del
marco y se detuvo en seco, pero les oía murmurar así que no debían haberse
enterado de nada. Tiró de nuevo y un extremo se desprendió. Al ver las

puntas en la tabla se dijo que al menos tenía un arma. Tiró con fuerza y casi
cayó al suelo con la tabla en las manos. De puntillas se acercó a la cama y
gritó —¡Me duele la cabeza!

—¡Se te pasará! —dijo Iris.


—¡Al menos dadme agua! —Se puso detrás de la puerta levantando
el tablón y escuchó como se abría la puerta. Manuel cojeando entró en la

habitación con una botella de plástico en la mano y ella gritó golpeándole


con la tabla. Este gritó cuando se le clavó en el pecho y la miró horrorizado
mientras ella se tiraba sobre él cogiendo la pistola que tenía en la cinturilla
del pantalón.

—¡No, no! —gritó él intentando coger su brazo, pero ella apuntó a


la puerta donde Iris gritaba del horror antes de tirarse a un lado porque

Simoneta empezó a disparar.

—¡Es mentira! —gritó Manuel.

Sin aliento le miró. —¿Qué?

—¡Es todo mentira! ¡Tu padre no quería que te fueras y nos pidió

que hiciéramos esto para que Tevon y tú os acercarais! ¡Es todo mentira!

—¿Nos acercáramos? —Volvió el arma hasta su rostro. —Explícate.

—¡Joder, llamad a emergencias! —gritó mirando el tablón en su


pecho.

—¡Habla!

—¡Haría que en cuanto te hubiera rescatado te quedaras un tiempo


hasta que se le pasara el susto! ¡Te lo rogaría y tú no podrías decirle que no!
¡Eso le daría tiempo a Tevon para seducirte! ¡Planea que le deis un nieto y
eso te ate a La esperanza!

—¿Y tú?

—Yo me voy.

Se sentó en sus talones sin poder creérselo. —¿Qué?

—Lo he hablado con Umberto, quiero irme con Iris, tener otra vida.
Hacer esto era el precio por su libertad.

Escuchó que Iris gritaba al teléfono —¡Envía un helicóptero!


¡Manuel se muere! ¡Tu hija le ha herido! —Sollozó. —Por favor ayudadle.

Horrorizada por lo que había hecho miró a su amigo que de repente

tosió sangre y Simoneta reculó hacia atrás en shock. Manuel tosió de nuevo
volviendo la cara hacia ella como rogándole ayuda. Sin poder soportar su
mirada se abrazó las piernas enterrando la cabeza en ellas. —No, no…—
Los gritos de Iris la hicieron gemir de dolor y no dejaba de susurrar —No,

por favor.

Ni supo cuánto tiempo pasó hasta que escuchó —¿Nena?

Ella no levantó la vista sin dejar de moverse adelante y atrás

mientras repetía una y otra vez —No, por favor.

—¿Qué le pasa? —preguntó Umberto pálido.


—Que está en shock, ¿no te das cuenta? —La cogió en brazos

pegándola a él. Cojeando la llevó hasta el coche y fulminó a Umberto con la


mirada. —Mira lo que has hecho.

—¿Tú me das lecciones? ¡Lo que he hecho ha sido por amor! ¡Tú lo
hiciste por dinero! —La metió en el coche y lo rodeó lo más rápido que
podía para sentarse tras el volante. —¿A dónde vas?

—¡Al hospital!
Capítulo 9

Sentada en su cama miró hacia la puerta y suspiró. Se levantó y fue


hasta la ventana para ver los jardines de la casa de reposo donde estaba

ingresada en Suiza. Los picos estaban nevados. Le encantaba la nieve. La


puerta se abrió dando paso a su enfermera privada. —Buenos días,

Simoneta. ¿Cómo has descansado hoy?

—No he dormido nada —dijo sin dejar de mirar por la ventana.

—Vaya, le diré al doctor Schneider que la medicación no funciona.

Estarás agotada. —La enfermera que estaba haciendo la cama vio el vasito
con la medicación de la noche anterior y estaba sin tocar. —Pero no te has

tomado las pastillas, Simoneta.

—No las necesito. Quiero salir de aquí.

—¿Volvemos a lo mismo? Has pasado por mucho estrés y tienes que

descansar.
Se volvió para mirarla furiosa. —¡Dile al doctor que no pienso estar

aquí ni un día más! —gritó sobresaltándola.

Asustada dio un paso hacia la puerta. —Sí, claro se lo digo ahora.

Cuando casi salió corriendo suspiró. —Genial, ahora has pasado de

maniaca depresiva por un shock postraumático a psicópata. Ahora seguro


que no te sueltan. —Al ver que había dejado la puerta abierta se le cortó el

aliento y a toda prisa salió de la habitación. Las enfermeras debían estar con

los pacientes, así que caminó hacia el mostrador sin hacer ruido por sus pies

descalzos. Se pegó a la pared y sacó la cabeza para echar un vistazo al

control de enfermería. Una enfermera estaba dentro del cuarto de las


medicinas, pero Simoneta caminó hasta la oficina de la enfermera jefe. Se

escondió tras el escritorio y alargó la mano para coger el teléfono. A toda


prisa marcó el número con el prefijo de Nueva York y esperó impaciente.

—¿Diga? —preguntó la voz adormilada de Samantha—. ¿Quién es?

—Necesito que me ayudes.

—¿Simoneta? —Pareció espabilarse de golpe. —¿Qué pasa?

¿Dónde estás? Llamo a tu teléfono y no responde nadie. Tenías que haber

venido hace un mes.

—Han pasado mil cosas, ahora no puedo explicarme. Me mantienen

encerrada en un centro de reposo de Suiza.


—¿Qué?

—Por favor, necesito ayuda.

—¿Cómo se llama ese sitio?

—Residencia Schneider.

—Lo he apuntado. No te preocupes llamaré a la embajada, a quien

sea para que te saquen de ahí.

Emocionada sollozó. —Gracias, gracias.

—Te sacaré de ahí, te lo juro.

—Dicen que hasta que mi padre no dé el consentimiento no pueden

dejarme ir, pero no me dejan ni llamarle. He estado en shock y debe creer

que sigo igual porque no me ha visitado ni una sola vez. Es evidente que le

dicen que no puede verme o que estoy muy mal… No sé.

—Vale, no te preocupes. Hablaré con quien haga falta.

—Te quiero, tú eres una amiga de verdad.

—Eso no lo dudes nunca.

Colgó el teléfono y se limpió las lágrimas a toda prisa antes de

colocarlo en su sitio. Estiró el cuello y al ver el camino despejado salió

corriendo. Su enfermera estaba en la habitación. —¿Dónde estabas?

—Dando un paseo, nunca me dejáis salir de aquí.


—No es seguro que salgas hasta que te trasladen de planta. Por aquí

hay pacientes que son peligrosos. Venga, tómate la medicación que ahora te

traigo el desayuno. —Sonrió. —Son bollos de chocolate, sé que te gustan


mucho.

Más tranquila porque Samantha no la dejaría en la estacada sonrió.

—Gracias, Elsa.

Esta sonrió. —Enseguida vuelvo.

Se acercó a la medicación y fue con el vasito hasta el baño para


tirarla por el wáter. Respirando hondo se sentó en la cama mirando la

ventana. —Sí, no tardarían en ir a por ella.

Una semana más tarde ya no estaba tan esperanzada y sentada ante

su estirado psiquiatra gruñó porque la miraba fijamente. —No estás

haciendo progresos, Simoneta. No te abres a nosotros.

—Ya se lo he contado todo. —Le miró maliciosa. —Si le contara el

resto tendría que matarle.

Este carraspeó. —Sé que la profesión de tu padre...

—Usted no conoce una mierda de mi padre, así que no hable de él.


En ese momento llamaron a la puerta y el doctor Schneider dijo que

pasaran. Una mujer vestida con traje dijo —Doctor, tenemos un problema

en la recepción. —La miró de reojo y a Simoneta se le cortó el aliento.

—¿Qué ocurre?

—Mejor venga a hablar con ellos. Han traído a la prensa.

—¿Qué?

Se levantó a toda prisa y salió de la consulta. —Muy bien, amiga.

Sabía que no me fallarías.

En ese momento entró Tevon con una bata blanca y se quedó de

piedra. —¿Qué haces tú aquí?

Él cerró la puerta y sonrió. —Hola, nena. —Se quitó la bata a toda

prisa. —Tenemos que irnos cagando leches. Los míos intentarán retenerle,

pero no será por mucho tiempo. Tenemos cuatro minutos para salir de la

finca. —Fue hasta la ventana y clavó un destornillador al lado del marco

sacando un cable rojo. Sacó unos alicates del bolsillo del pantalón y lo cortó

antes de abrir la ventana. —Vamos, vamos… —Alargó la mano y ella la

cogió para acercarse. —Tengo que dejarte caer. Al menos es un primer piso.

Siéntate en el marco con las piernas hacia afuera. —Ella lo hizo y agarró

sus manos para que la bajara todo lo posible. Al mirar hacia abajo vio que

aún había una buena altura. —¿Lista? Dobla las rodillas al caer.
—Vale.

La soltó y cayó doblando las rodillas como él había dicho. Rodó a

un lado para ver que Tevon ya estaba sujeto en el alfeizar con ambas manos.

Se dejó caer y Simoneta suspiró del alivio cuando se levantó sin heridas. Se

acercó a Simoneta corriendo y cogió su mano tirando de ella. —Corre nena,

los guardias nos verán a través de las cámaras.

Corrió todo lo que pudo atravesando el jardín y en ese momento

sonó una alarma. —Vamos, vamos… —Saltaron un seto y vieron el muro.

Escucharon los ladridos de un perro, pero Simoneta no miró hacia atrás.

Alguien tiró una escala desde el otro lado y se agarró a ella subiendo lo más

rápido que podía. Al pasar la pierna al otro lado vio a Iris que sonriendo le

guiñó un ojo antes de gritar —¡Tírate! —Lo hizo sin dudar y gimió por el

dolor en el codo, pero Iris la ayudó a levantarse mientras Tevon se tiraba a

su lado. Al ver el coche no lo pensó y entró a toda prisa sentándose en el


asiento del pasajero mientras Tevon se ponía tras el volante. Iris en el

asiento de atrás dijo a un teléfono —Listo, podéis iros.

Simoneta miró hacia Tevon. —¿Cómo…?

—Cuando tu padre decidió ingresarte no estuve de acuerdo. He


estado esperando semanas una llamada de este sitio, pero nada. Y tú

tampoco llamabas. Eso me mosqueó aún más porque se me pasó por la

cabeza que igual ya no querías saber nada de tu padre después de lo que


había pasado, así que llamé a Samantha. Fue cuando me contó que estaba a

punto de llamar a un tío suyo que es senador para que la embajada hiciera

algo.

—¿Mi padre no ha querido sacarme? —preguntó pasmada.

Él apretó el volante. —Está tan asustado por si repites lo que hiciste

en el pasado que no quiso escucharme. Manuel está bien, ¿sabes?

Le dio un vuelco al corazón. —¿De veras? —Miró hacia atrás. —

¿Está bien?

—Bueno, ahora tiene una cicatriz más y dos agujeritos en el pecho,


pero sí, está bien. —Iris bufó. —No se le notan demasiado con el montón

de cicatrices que tiene. Dice que te dé un beso, pero eso mejor lo dejamos,
¿no?

—No entiendo nada, ¿mi padre os ha dejado salir de la casa para


sacarme?

—Eso es lo mejor, nena. Nos hemos escapado con una de las cargas.

—¿Estás loco?

—¡Tenía que venir a por ti! ¡Está justificado!

—Dios mío, ¿dónde está Manuel?

—En la finca.

—Genial, eso de que quería alejase del negocio era mentira, ¿no?
—¿Con todo lo que ha trabajado? ¿Estás loca? —dijo Iris desde
atrás.

—Mierda.

—Nena, tu padre lo ha pasado mal con todo esto. No sabe cómo


comportarse. Lo que menos quiere es perderte, ¿entiendes? No deja de

repetir que eres lo único que tiene y que estos dos años han sido los mejores
que habéis compartido nunca. Teme que no le perdones, que te hagas daño

y no piensa razonablemente.

—Es que menuda crisis tuviste después de lo de Manuel. Chica,


tampoco fue para tanto.

Pasmada miró hacia atrás. —¿No fue para tanto? ¡Creía que había
matado a mi amigo por un plan absurdo!

—Un plan que organizaron sin mi consentimiento, quiero que lo

sepas —dijo Tevon a toda prisa—. Si no hubiera salido de otra manera.

Iris chasqueó la lengua. —Claro que sí, jefe. Tus planes nunca
fallan.

—¿Qué quiere decir?

—Nada —dijeron los dos a la vez.

—¡Esa ironía de que tus planes nunca fallan es por algo y quiero
saberlo!
—Bueno nena… Cuando os timamos hubo un par de problemas.

—¿Un par? —preguntó Iris—. ¡Nada salió como habíamos planeado


por tu culpa!

—Explícate —dijo Simoneta volviéndose lo que podía.

—Iris…

—Aquí el jefe perdió mucho tiempo siguiéndote.

—¡La información no era la correcta! —dijo él furioso.

—Ya, pero tu misión era asustarla tanto, meterle tanto miedo en el


cuerpo que cuando te plantaras ante ella y le dijeras que era tu objetivo

corriera a los brazos de su padre como una descosida. Pero no, en lugar de
pegarle un tiro a la taquilla del gimnasio como tenía previsto no hizo nada.

¡En lugar de acojonar a tus guardaespaldas con cosas que pusieran en


peligro tu vida, les dice que se espabilen! ¡Cada paso que daba lo
complicaba todo más y de repente entra en esa librería como un galán a

sonreírte para que se te cayera la baba! ¡No daba una!

Asombrada miró a Tevon que carraspeó. —Decidí seguir otra


táctica.

—¡Y te pide una cita! —dijo Iris sin salir de su asombro—. ¿Cómo
ibas a temerle cuando dijera que era un asesino a sueldo? Casi se te caían

las bragas a su paso.


—¡Oye! —dijo como un tomate.

—¡Ese no era el plan! ¡Tenías que temerle tanto que corrieras a tu


padre tú sola! ¡Sin embargo, Tevon se empeñó en acompañarte por si te

pasaba algo! ¡Mejor dicho, te acompañamos!

—¿Y cómo ibais a conseguir los diamantes sino veníais conmigo a


México?

—Llamaríamos a tu padre para decir que el encargado de darnos el

cliente pedía esa cantidad por olvidarse del asunto. ¡En lugar de eso nos
metimos en la boca del lobo exponiéndonos demasiado! Tevon fue

cambiando el plan a medida que sucedían las cosas y no se puede hacer así.
¡Siempre hay que seguir el plan, porque si no hay heridos! —Le puso la

mano delante mostrando la cicatriz en su palma. —¡Cómo esto! El dedo


índice no es que lo mueva mucho, ¿sabes?

—¡Suerte tuviste de que solo ha sido eso!

—¡Encima que te sacamos de ese sitio!

Ignorándola miró a Tevon que estaba muy tenso. —Pero te fuiste.

—No tenía otra opción, nena. Manuel nunca se fio de nosotros. Tu

padre me hubiera matado si nos hubiera descubierto. Si estamos vivos es de


milagro.

—¡Entonces qué haces aquí! —gritó.


—¿Ahora que Umberto lo sabe todo? —La miró incrédulo—¡Creo

que está claro!

—¡No, no está nada claro!

—¡Joder nena, te quiero!

Le dio un vuelco al corazón y sin aliento dijo —¿Qué?

—¿Por qué crees que lo organicé todo para que nos encontraras? —

dijo Iris divertida dejándola pasmada—. Porque Tevon sabía que te había
hecho daño y jamás daría el paso de acercarse a ti de nuevo. Su traición te

dolió tanto que se notaba en tus ojos. Llevaba dos años hecho polvo, así que
le hice un favor. Y cuando dije que no tenía los cincuenta millones él se

calló siguiéndome la corriente. Siempre supe que se le ocurriría un plan que


nos satisficiera a todos y nos salvara el pellejo. Además, yo también lo hice

por Manuel. Una noche a su lado y no había hombre que pudiera


comparársele, así que… Qué diablos, en la vida hay que arriesgarse un

poco.

—¡Así que él no puede cambiar los planes, pero tú sí! —dijo

fulminándola con la mirada.

—Bueno, visto así…

—¡Según tu versión ha sido así! ¿Pero sabéis qué? Ya no me creo


nada —dijo furiosa. Entrecerró los ojos—. ¿A dónde me lleváis?
—A La esperanza, nena. Tu padre tiene que ver que estás bien para
que no envíe a todos sus hombres por nuestras cabezas. En este momento

Manuel estará intentando aplacarle por lo de la droga. No creo que sepa aún
que has escapado de esa clínica. Esos mamones no querrán reconocer su
error hasta que se den cuenta de que no te encontrarán. Y para eso aún

faltan horas. Pero en cuanto se entere sabrá que nosotros te hemos ayudado,
lo que no mejorará nuestra situación.

—Dame el teléfono.

—Nena…

—¡Dame el teléfono, tengo que llamarle!

Iris le pasó el suyo. —Este no tiene huella ni nada de eso.

—Gracias. —Marcó el teléfono de la finca y esperó. En cuanto


contestaron dijo —Ponme con mi padre.

—¿Simoneta?

—¿Manuel?

—¿Ya estás fuera?

—Sí, ¿él sabe algo?

—Está pegando gritos sin ton ni son porque cree que se han largado
con la carga. Doscientos millones.

—Que se ponga.
—Enseguida —dijo divertido.

—¡Oye!

—¿Sí?

—Lo siento.

—Pequeña, tú no tuviste ninguna culpa de lo que pasó. Todos te

manipulamos. Eres tú quien tienes mucho que perdonar.

Entrecerró los ojos. —Pues tienes razón. Creo que ya me han

manipulado bastante y es hora de que viva mi vida.

Tevon se tensó mirándola de reojo, pero no dijo palabra.

Al cabo de unos segundos escuchó como su padre cogía el teléfono.


—¿Hija? Qué alegría. ¿Cómo te encuentras?

—Estoy fuera.

—¿Te han dado el alta? ¿Y cómo no me han avisado?

—No querían que te llamara, papá.

—¿Cómo?

—Llevo semanas bien y no dejaban que te llamara.

—¿Seguro que estás bien? Si lo hacían por tu bien…

—Me ha sacado Tevon.


Escuchó como se le cortaba el aliento. —¿Está contigo? —preguntó
fríamente.

—Pues sí. Así que no te preocupes que tenemos el cargamento y


vamos para allá.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí, papá.

—¡Pues dile a ese mamón que ya puede estar bien la mercancía,


porque como no llegue todo a su destino que se dé por muerto!

Suspiró. —No pienso decirle eso.

—¿Ves como no estás bien?

—Sí estoy bien, papá. Pero estoy harta. Lo de Manuel me ha hecho


darme cuenta de que nunca valdré para esto, que quiero otra vida lejos de

La esperanza. ¡Y tienes que comprenderlo! ¡Quiero tener una relación


normal con mi padre sin tener que preocuparme por si te pegan un tiro! ¡Lo
siento papá, pero no puedo vivir así! Se acabó. O lo dejas o te olvidas de
mí.

—Volvemos a lo mismo de hace dos años —dijo apenado.

—Algo que nunca hubiera cambiado si no hubiera sido por Tevon.

Este apretó los labios.

—Hija no digas eso.


—Esta vida no es para mí —dijo emocionada—. Te quiero, pero no
puedo, lo siento mucho.

Él suspiró. —Te comprendo muy bien. Por eso quería que lo

tuvieras todo a mi lado. El hombre que amabas te haría feliz. Por eso hice lo
que hice, ¿me entiendes?

—Sí papá, lo entiendo, pero como muchas cosas en nuestra vida no


ha salido bien. Nunca saldrá bien. Pienso irme y tienes que respetarlo.

—Te ayudaré en lo que pueda. Hija nunca dudes que te quiero.

—Y yo a ti. —Colgó el teléfono y se limpió las lágrimas. No dudaba


que la quisiera, pero no la quería por encima de todo, de su trabajo, de esa
vida que había creado a su alrededor. Y como él tenía que respetar que ella

no quería vivir así, ella tenía que respetar su decisión. Pero la apenaba, la
apenaba mucho.

—Pues a mí me gusta esa vida —dijo Iris dejándola de piedra.

Volvió la cabeza. —¿Qué has dicho? —preguntó sin poder


creérselo.

—Es menos trabajo que ser timadora. Un viajecito y somos ricos. —


Se encogió de hombros. —Cuando no se tiene nada no se puede elegir, pero
si puedo elegir me quedo con esto. ¿Tú qué opinas, Tevon? Nada de planes,
seguimientos, mentir a los pardillos, fingir continuamente… Esto es mucho
más sencillo. ¿No crees? Total, de pena nos iba a caer más o menos lo

mismo.

Él apretó los labios sin contestar lo que hizo un silencio bastante

incómodo. Simoneta exasperada gritó —¡Di algo!

—Cualquier cosa que diga te la vas a tomar a mal.

—¡Solo quiero que digas lo que piensas, no lo que crees que yo


quiero oír!

—¡Ya te lo dije una vez! ¡Nunca podrás librarte de tu vida! ¿En qué
crees que basamos los timos, Simoneta? ¡En la verdad! ¡Sino no son
creíbles! ¡Tu vida nunca será esa que ideé para ti! ¡Nunca tendrás un lugar
seguro donde refugiarte porque ahora el mundo es muy pequeño! ¡Cómo

crees que me encontraron a mí! ¡Solo tuve que ir a un restaurante en el


centro de París!

—Bueno, yo sabía que el hombre de Garrido estaba allí. No fue


difícil camelarte para que nos reuniéramos en ese local y que así nos vieran
los pringados a los que íbamos a timar —dijo Iris tan contenta.

—Jamás sabrás si un conocido anda cerca, Simoneta. ¡Amigo o


enemigo!

—Me da igual, yo vuelvo a Nueva York y esta vez sin escolta.


—No digas tonterías —dijo entre dientes—. Puede que tu padre no

quiera que te cabrees con él después de lo que ha pasado, pero eso es una
locura.

—¡Pienso hacerlo y si tanto me quieres respetarás mi decisión!

—¡Pues entonces es que no te quiero tanto porque esto me parece


absurdo!

—¡No hay más que hablar!

—Eso ya lo veremos —dijo entre dientes.

Furiosa cogió el móvil de nuevo y marcó el número de Samantha.


—¿Diga? —preguntó su amiga al segundo tono.

—Gracias. Ya estoy fuera.

—¿Tevon ha podido hacer algo?

—Me ha sacado él.

Suspiró del alivio. —Menos mal.

—Te llamaré en cuanto llegue a Nueva York. —Hubo un silencio al


otro lado. —¿Samantha?

—No te lo había dicho antes porque quería que fuera una sorpresa
para cuando llegaras, pero…

—Sam, ¿qué pasa?


—Me voy a casar.

Se llevó la mano al pecho de la impresión. —¿De veras?

—Le conocí hace un año y hace un mes me pidió matrimonio.

—Me alegro muchísimo por ti.

—Sé que lo haces. Estaba deseando presentártelo cuando llegaras,


pero al suceder esto me pilló haciendo unas llamadas.

—Te escuchó hablar con Tevon.

—Sí. Es fiscal del distrito y se mosqueó mucho al escuchar lo de la

clínica en Suiza y que había que rescatarte. Al escuchar el apellido Garrido


me pidió explicaciones. Al no querer dárselas se cabreó muchísimo
conmigo, hasta el punto de romper el compromiso. —Su amiga sollozó. —
Lo siento, pero le quiero.

—Te ha pedido que no me veas más.

—Le he dicho que eres una amiga desde hace muchos años, pero se
niega en redondo a que se me relacione contigo —dijo entre lágrimas—.

Dice que eso puede ponerme en peligro y que no piensa formar una familia
a mi lado, para que un día me peguen un tiro cuando esté tomando algo
contigo en una cafetería. Lo siento.

Reteniendo las lágrimas por el dolor que traspasaba su corazón


susurró —No tienes que preocuparte, Samantha. Entiendo lo que quiere
decir tu prometido y no te lo recrimino.

—Quería que fueras mi dama de honor principal y… Lo siento, lo


siento. —Samantha colgó el teléfono. Apretando los labios dejó caer la
mano que sujetaba el teléfono mirándolo unos minutos.

—Eso te pasa por no tener amigos del gremio.

—Iris ahora no —dijo Tevon muy serio. Él alargó la mano y cogió


la suya. Una lágrima cayó sobre ellas y Simoneta vio como recorría su
pulgar hasta caer sobre el pantalón del chándal que llevaba. —Lo siento,

nena.

—Bah, está mejor sin ella.

—No digas eso —susurró sintiéndose impotente—. Ella siempre ha

estado ahí. No se separó de mi lado durante diez días después de la muerte


de mi madre. Estaba presente en ese momento y aun así no se separó de mi
lado a pesar de las protestas de sus padres. Siempre ha sido una buena
amiga y no puedo culparla por tener miedo a perder a su novio. Se va a

casar, eso quiere decir que le ama muchísimo. Ella sí que ha demostrado
que le ama por encima de todo.

—Al contrario que tu padre, al contrario que yo que me fui con los
diamantes.

Apartó la mano. —Pues ya que lo dices…


Tevon juró por lo bajo. —Genial nena.

—Él también se ha arriesgado para estar a tu lado, ¿sabes? Jamás


nos hubierais encontrado si no hubiera sido por mí.

—Iris déjalo.

—¡No, tiene que entrarle en la mollera! ¡Puede que vosotros fuerais


a París, pero si nos encontrasteis es porque yo lo organicé a sus espaldas!

Simoneta la fulminó con la mirada. —Lo había entendido la primera


vez.

—¿No te das cuenta de que ha arriesgado la vida por ti?

—¡Perdona, pero que yo sepa lo único que hizo fue idear un plan
para salvaros el cuello cuando tú lo descubriste todo para recuperar a

Manuel!

—No maja, porque si no quería estar metido en esto, si no quería

regresar a México como ordenaste y arriesgar el cuello, lo único que tenía


que haber hecho era largarse por la vía de escape que siempre tenemos en
nuestros planes.

—Mis hombres os vigilaban.

—¿Y?

Miró a Tevon. —¿Es cierto?


—Nada de lo que te diga va a cambiar tu opinión sobre mí, ¿qué
más da, nena?

—¿Tenías una vía de escape? ¿Cuál? —Como él no respondía miró


a Iris. —¿Cuál?

—Ese edificio era de los cuarenta. De después de la segunda guerra


mundial, así que tenía túneles subterráneos construidos por si la cosa se

repetía. Ahora estaban sellados, pero antes de iniciar el plan abrimos dos de
ellos para largarnos si había problemas. Uno daba directamente al Sena
donde teníamos una barca preparada para huir.

Se le cortó el aliento. Había ido a México de nuevo porque había


querido. Por ella. —¿Y creías que si seguías mintiéndome podrías

recuperarme?

—¡En aquel momento no es que tuviera muchas opciones! ¡Te

quedaste en París y después me pegaste dos tiros!

Se sonrojó. Sí, era mejor que no volviera a tocar un arma. De ningún


tipo. Estaba claro que la cosa se le iba de las manos cuando estaba armada.
—No pienso disculparme por eso —dijo entre dientes.

—Entonces yo no me disculparé por todo lo demás.

—¡Pues muy bien!

—¡Perfecto!
Se cruzó de brazos mirando al frente. —Y gracias por sacarme de
ese sitio horrible.

—De nada. —La miró de reojo. —Aunque tu padre te ingresó, no


tuvo nada que ver en no sacarte, quiero que te quede claro. Si hubiera

sabido que ya estabas bien hubiera venido a buscarte él mismo.

—Lo sé.

—Porque estás bien, ¿no?

Le fulminó con la mirada.

—Vale, solo era una pregunta. Cuando te vi la última vez en el


hospital de Cancún no estabas en tu mejor momento.

—¡Estaba drogada!

—Te bababas y todo —dijo Iris haciéndola jadear del horror y esta

soltó una risita—. Hice una foto, ¿quieres verla?

—Bórrala —dijo entre dientes.

—Y una leche. —Dio la vuelta a un móvil y horrorizada se vio

sentada en una silla de ruedas con la cabeza cayendo a un lado y pelos de


loca. Tenía la boca torcida con la baba cayendo hasta la barbilla. Iris rio por
lo bajo. —¿Cómo no iba a meterte tu padre en un psiquiátrico después de
ver esto? —Rio a carcajadas.
Entrecerró los ojos y se levantó en su asiento para agarrarla de los
pelos. —¡Dame el móvil!

—¡Nena, para! —Tevon tiró de su pantalón para sentarla, pero este


se bajó mostrando su trasero. Asombrado vio el tatuaje que tenía en la

nalga. Un diablillo con un tridente.

—¡Ay, ay! —gritó Iris—. ¡Serás burra!

—¡Dame el móvil!

Tevon mirando su trasero hizo una mueca y con curiosidad estiró el

cuello a ver si tenía algo en la otra nalga. Sonrió al ver al ángel. —Nena,
bonitos tatuajes.

Miró hacia él y chilló al darse cuenta donde tenía el pantalón. —¡No


mires!

—Sí, por supuesto.

Se subió el pantalón todo lo que podía y siseó —Dile que la borre.

—Iris bórrala.

—Jo, pero es que me encanta. Cuando estoy de bajón, la miro y me


parto de la risa.

—Será cabrona. —Tevon rio por lo bajo. —¡No tiene gracia!

—Claro que no. Una crisis la tiene cualquiera. Iris bórrala.

Bufó. —Ya está, ¿de acuerdo?


—No me fío —dijo por lo bajo.

—Nena, si dice que hace algo lo hace.

—¿De veras? —preguntó con burla.

Iris le tendió el móvil. —Míralo.

—Como si no hubieras podido enviarla a algún sitio.

—Pues también tienes razón. Tendrás que confiar en mí.

—Entonces sí que estaría loca. —Miró a Tevon. —¿De dónde


sacaste a esta?

—¡Eh!

—Era mi vecina, nena.

Se quedó de piedra.

—Me di cuenta de inmediato de que tenía madera cuando una tarde


apareció con una bici rosa y su madre puso el grito en el cielo preguntando
de dónde la había sacado.

—¡Te imitó!

—Sí, creo que fui un referente en su vida. Cuando me licencié del


ejército, ella era una ratera de poca monta y se vino conmigo.

Iris chasqueó la lengua. —Pero como hermanos, ¿eh? No te vayas a


pensar...
—En algunos timos es importante que piensen que tengo pareja.

—¿No me digas? —preguntó Simoneta con burla. —¿A dónde


vamos?

—Anda esta, a por el avión. —Iris soltó una risita. —A ver si

piensas que puede aparcarse en cualquier sitio.

Temiéndose lo peor dijo —¿Dónde habéis aterrizado?

Iris hizo un gesto con la mano sin darle importancia. —En un campo

de golf que hay a diez kilómetros de aquí. Tranquila, que enseguida


llegamos.

—¡Con la carga! ¡Habéis dejado solo el avión con la carga en medio


de un campo de golf!

—Pues sí. Pero tranquila, que hay unos árboles muy majos que le
cubren.

—¿Y si pasa uno jugando al golf?

—Nena, tenía algo de prisa. ¡Tu amiga iba a llamar a la guardia


nacional y solo podíamos ir en el avión! ¡He tenido que llamar a unos

amigos para que nos llenaran el depósito con una cuba y que hagan el
paripé en la clínica para poder largarnos!

—¡Pues a ver si no tienen que sacarnos de prisión!


Tevon sonrió. —¿En serio crees que aterrizaría en un campo de golf

que estuviera abierto al público?

Iris se echó a reír. —Pringada.

—No la soporto.

—Está en unas pistas de esquí que en este momento están cerradas.


Capítulo 10

Cuando el coche llegó al avión vieron a dos tipos a su lado


rascándose la cabeza mientras miraban hacia el aparato con asombro.

—Mierda —dijo Iris.

—¿Qué esperabais? Son los guardeses.

—Espero que no les moleste que hayamos robado su coche.

Simoneta gimió por lo bajo y Tevon dijo —Iris, el numerito del

enfermo terminal. Nena hazte la desmayada.

—¿Qué?

—Finge que estás desmayada.

—Lo había entendido, ¿pero para qué? —Abrió la puerta del coche

exasperada y Tevon gruñó cuando la vio ir hacia el avión. —Guten Tag.

Vielen Dank, dass Sie sich um unser Flugzeug gekümmert haben. Wir
hatten ein mechanisches Problem, aber wir haben bereits das Ersatzteil.

Gleich werden wir gehen.

Iris asombrada miró a Tevon. —¿Sabe alemán?

—Mi chica es una caja de sorpresas. —Salió del coche y para su

asombro ambos sonreían de oreja a oreja mientras ella no dejaba de


parlotear.

—¿Qué les dice?

—Ni idea, pero funciona. Sube al avión.

Iris subió la escalerilla a toda prisa y abrió la puerta mientras Tevon

se acercaba a Simoneta y la cogía por la cintura. —Oh, das ist mein Mann,

Paul Carpenter.

—Seine Frau spricht sehr gut Deutsch —dijo uno de los hombres.

—¿Qué ha dicho?

—Sonríe —dijo entre dientes.

Tevon sonrió asintiendo. —Tenemos que irnos.

—Vielen Dank, dass Sie ein Auge auf unser Flugzeug geworfen

haben. Ach ja, und für das Auto. Sie waren sehr freundlich.

Ambos sonrieron y a toda prisa subieron en el avión. Tevon tiró de

la escalerilla y cerró la puerta para mirarle asombrado. —¿Qué les has

dicho?
—Nada del otro mundo, que nos faltaba una pieza y que tuvimos

que ir a buscarla. —Se encogió de hombros y miró tras ella suspirando del

alivio al ver la carga allí. —Y les he agradecido que nos vigilaran el avión.

¿Nos vamos?

Tevon levantó una ceja. —¿Que nos vigilaran el avión?

—En Suiza casi no hay criminalidad. No se esperarían lo que hay en

el avión, así que dije lo de la pieza. —Los motores se encendieron y miró

hacia la cabina. —Ah, que lo lleva ella. —Como no contestaba volvió la

vista hacia él para ver que la miraba como si quisiera comérsela entera, lo

que la puso en guardia a la vez que se excitaba como nunca en su vida. —

¿Tevon?

—Nena, creo que deberíamos hablar —dijo dando un paso hacia

ella.

—¿De qué? —Retrocedió un paso mientras la sangre ardía en sus

venas.

—De nosotros. No sé por qué, pero esos tatuajes y escuchar como

hablas alemán me ha excitado muchísimo.

Sintió que se quedaba sin aire. —Ah, ¿sí?

Dio otro paso hacia ella y Simoneta chocó con la gran carga al

intentar alejarse. Él apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo. —Nena,


hace tiempo que no me excito así, dime algo en alemán.

—Dass wir es vermasseln werden…

Acercó sus labios provocándole un estremecimiento. —¿Y eso qué

significa?

—Da igual. —Antes de darse cuenta de lo que hacía atrapó sus

labios y Tevon la cogió por la cintura entrando en su boca de una manera

que ya no pudo ni pensar. Mareada de placer se abrazó a su cuello y se

saborearon el uno al otro mientras él bajaba las manos metiéndolas por


dentro del pantalón para acariciar sus suaves nalgas. Los pantalones

cayeron al suelo y Simoneta ansiosa se los quitó con los pies. Él impaciente

se abrió los pantalones dejándolos caer y la cogió por los glúteos para

elevarla. Aquello era increíble. Todo lo que ese hombre le hacía sentir la

volvía loca y desesperada por más metió la mano entre los dos cortándole el

aliento. Tevon se apartó para mirarla a los ojos y se dejó llevar por ella

hasta la entrada de su sexo. La punta entró ligeramente haciéndola suspirar

de placer. —Sí…

—Nena, tu padre va a matarme. —Entró en ella de un solo empellón

y Simoneta gritó de placer arqueando su cuello hacia atrás. Él se lo besó

con ansias llenándola por completo. —¿Más, preciosa? —Salió de su ser

lentamente y cuando regresó Simoneta creyó que no podía ser más feliz,
pero lo repitió y esa felicidad, ese placer aumentaba una y otra vez. Pensó
que se volvería loca porque a medida que el placer se intensificaba, crecía

la necesidad de él, hasta un punto que todo su ser se tensó aferrándose a su

cuerpo. Tevon sintiendo lo mismo aumentó sus embestidas y de pronto todo

a su alrededor desapareció estallando en mil pedazos y dándole una

felicidad inmensa.

Aferrada a él sintió las caricias en su espalda por debajo de la

sudadera. Esa mano bajó hasta su nalga y Simoneta sintió como su sexo

crecía de nuevo en su interior. —Nena, menos mal que tenemos que cruzar

el Atlántico porque necesito horas para saciarme de ti.

Abrazados en el suelo parecía que no podían dejar de tocarse y

Simoneta besó su clavícula bajando por su pecho. Él rio por lo bajo. —

Nena, ¿qué haces? ¿No has tenido bastante?

—Nunca —dijo haciéndole reír. Sus labios pasaron por su pecho y

vio algo que no había visto antes—. ¿Qué es esto?

Miró hacia abajo. —Una cicatriz.

—Eso ya lo veo, ¿pero de qué?

—No has sido la primera que me dispara, ¿sabes?

Sorprendida le miró. —Está donde el pulmón, ¿no?


—Sí, fue una herida jodida. Casi no lo cuento. Un tío que llevaba

apuestas no se tomó bien que intentáramos timarle. Era de la mafia.

—¿Y eso no te enseñó a no meterte con los del gremio?

—Pues no porque una morena de grandes ojos verdes era demasiado

tentadora como para dejarla pasar.

Soltó una risita. —Te calé hondo, ¿eh?

—No lo sabes bien. —Besó sus labios. —Nena, tengo que

levantarme, Iris tiene que descansar.

—Antes dime que me quieres.

—Te quiero. —Encantada Simoneta se sentó y cogió su sudadera

poniéndosela a toda prisa. Tevon frunció el ceño. —¿No tienes nada que

decirme tú a mí?

—Tengo hambre, ¿hay algo de comer por ahí?

—¿Que si hay algo de comer?

Ella se levantó poniéndose los pantalones. —Y necesito unas

zapatillas o algo. Menos mal que esos hombres no se dieron cuenta de que

no las llevaba.

—Nena, ¿me quieres o no? —preguntó molesto.

Le miró sorprendida. —¿Qué?

Él gruñó levantándose. —Déjalo.


Mordiéndose el labio inferior se preocupó por si se molestaba, pero

es que habían pasado tantas cosas que no sabía qué decir. Vio una bolsa y

pensando que igual tenía algo de comer fue hasta allí y tiró de la cremallera

abriéndola del todo. En la bolsa había dinero, una pistola y algo de ropa.

Cogió las deportivas que era evidente que eran de Iris y algo se cayó al

suelo. Al mirar hacia abajo vio que era una pequeña agenda. Tevon que se

estaba vistiendo y rumiando algo por lo bajo no la había visto, así que la

cogió discretamente y volviéndose la abrió. Había una foto de ella con otro
tío mostrando un anillo de compromiso. Se le cortó el aliento y al volver la

foto vio la fecha y las palabras que había escritas. Amor de mi vida, siete de
marzo del dos mil veintidós. Justo un año antes. Se había comprometido

con otro. Al mirar la agenda vio que lo que había escrito en la foto lo había
escrito ella. En esa agenda había datos de personas, fechas, cantidades que

se le pagaban, timos, estrategias… Era increíble, lo apuntaba todo. Miró


sobre su hombro para ver que Tevon se ponía la camisa que estaba muy

arrugada porque se habían tumbado encima. A toda prisa pasó a las últimas
hojas. Al parecer esos dos últimos años habían estado muy ocupados. Pasó

la hoja y vio que ponía último golpe, pero nada más. Ni planes ni nada que
indicaran cómo iban a hacerlo. Volvió a dar la vuelta a la hoja hacia atrás y
leyó que era un timo en Venecia. ¿Y después de ese iba el último? Pero el
último debería ser el de París, el que les interrumpieron y que Tevon no
pudo terminar.

—Si quieres agua… —dijo volviéndose para detenerse en seco—.


Nena, eso es personal.

—¿Y qué es exactamente?

—La agenda de Iris. Por favor, déjala en su sitio.

Le mostró la foto. —¿Y este quién es?

—Yo no tengo nada que ver en eso y no es asunto nuestro.

Se le cortó el aliento. —¿No es asunto nuestro? —Le mostró la


agenda. —¡Dice último timo y aquí no hay nada ni siquiera lo de París! O

me lo cuentas todo ya mismo o esto tiene pinta de que va a acabar muy mal.

—Chris murió, ¿vale?

No se lo podía creer. —¿Este es Chris?

—Sí. Murió por culpa de un trabajo que hicimos hace seis meses, se

hirió al caer por una ventana. No se curó la herida y se le infectó hasta el


punto que ya fue irremediable.

—¿Qué historia me estás contando?

—Nena, es la verdad.

—¿Y Manuel?
Dio un paso hacia ella. —Manuel le importaba una mierda hasta que
Chris murió. Y después también. Me encontré en París con la movida que

había organizado y le seguí la corriente porque no me quedaba otra. Pero


tranquila, la he vigilado y no está haciendo nada raro.

—Eso que tú sepas. —Le señaló la página. —Aquí dice último timo.

—Y no tiene nada escrito, así que no ideó nada.

—No sabías que me había secuestrado. —Él apretó los labios. —


Cariño, llevamos doscientos millones en este avión.

—Jamás me haría daño. No te preocupes, todo está bien.

Teniendo un mal presentimiento miró la agenda hasta el final y se


quedó sin aliento al ver la última hoja. La volvió para mostrar el quinientos

escrito en grande. Él frunció el ceño. —No sabemos qué significa.

—¿Sabes lo que significa? Más o menos el dinero que tiene mi


padre en una cuenta en las Caimán.

Tevon se tensó. —Será una coincidencia. Quiere a Manuel.

—Sí, le quiere tanto que no le ha dicho lo de Chris —siseó—. ¿O lo


sabe?

—No lo sé. ¿Crees que le pregunto sus intimidades?

—Me ha mentido. Dijo que después de Manuel no había sentido

algo igual por un hombre.


Él juró por lo bajo. —Lo sé, pero a veces no hay que tomársela en

serio.

—¿Y si su intención era secuestrarme de verdad? Manuel me sacaba

de la finca ya se encargaría de él y de asegurarse de que mi padre pagaba.

—No viste el estado de nervios en que se encontraba cuando le


estaban operando.

—Ya, en un estado de nervios tal que no se cortó en sacarme una

foto cuando estaba drogada.

—Nena…

—Escúchame, por favor. Sabía que sentías algo por mí todavía, así

que en París puso el cebo para atraernos. Como dijo sabía que a ti se te
ocurriría algo. Algo para llevaros de nuevo a mi casa. Ya en el terreno

seduce a Manuel y convence a mi padre que lo mejor es un secuestro para


asustarme y que no me vaya. Manuel me saca de allí, pero su verdadera

intención era pedir los quinientos millones de las Caimán. Pero yo hiero a
Manuel y cojo su pistola. Ella aún está herida por mis disparos y no le dio

tiempo a llegar al arma. Además, no podía matarme, si quería que mi padre


pagara yo tenía que estar viva por si pedía una prueba. Sabía que el plan se
había ido a la mierda antes de tiempo, así que cuando Manuel confesó que
todo era mentira, hizo el drama de la llamada pidiendo ayuda y siguió el

juego. Pero yo no podía regresar a casa.

—¿Por qué?

—Porque Manuel no estaba en condiciones de ayudarla todavía.


Además, ese plan ya no podría repetirse, ya no podría sacarme de La

esperanza porque Manuel jamás traicionaría a mi padre. Tenía que


conseguir que me internaran y después sacarme de allí. —Sus ojos

brillaron. —Con tu ayuda.

—Nena estás algo estresada.

—¿Cómo voy a estar estresada con todo lo que me has hecho el

amor? —preguntó pasmada.

—Pues entonces estás agotada. Duerme un poco.

—Te digo que no es trigo limpio.

—Fue idea mía sacarte de Suiza. Ella no tuvo nada que ver.

—Te apuesto lo que quieras a que ella llamaba a la clínica diciendo


que lo hacía de parte de mi padre. Que era un familiar o algo así. Es una

mentirosa de campeonato, no les costaría nada convencerles.

—¿Y así te retenía allí?

—Hasta que tú dijeras que ibas a por mí, para no levantar tus
sospechas.
—Es tan rebuscado…

—Lo dice el asesino a sueldo que pretendía seducirme cuando lo

que tenía en mente era aterrorizarme para que regresara a casa. ¡El mismo
asesino que después pensaba pedir treinta millones para que me dejaran en

paz!

—Los planes cambian.

—Como los de ella. ¿Para qué quiere la pistola?

—¿Qué? —Él abrió la bolsa y al ver el arma se tensó. Sacó el

cargador y vieron que estaba vacío. —Tu padre jamás nos dio armas. Ni
siquiera para hacer las entregas. ¿Por qué tiene una pistola descargada? ¿Y

de dónde la ha sacado?

—La tiene descargada para que no la usemos si la encontramos.


Apuesto que los cargadores están por el avión. Y la ha sacado de la

habitación de Manuel. Carmen siempre se queja porque tiene un arsenal en


su habitación. Que desaparezca una pistola no lo iba a notar, te lo aseguro.

—Nena deja la agenda dentro de la bolsa. Las zapatillas también.

Dejó la foto donde la había encontrado dentro de la agenda y lo


guardó dentro de la bolsa antes de cerrar la cremallera. Él cogió su mano

alejándola de la bolsa y fue hasta otra que había colgada de un gancho. —


Creo que tengo unos calcetines de deporte.
—¿Tú tienes agendas? —La miró como si fuera a soltarle cuatro
gritos. —Vale, cómo te pones.

—Sé que no te fías de mí, pero te aseguro que nunca haría algo que

te pusiera en riesgo.

Soltó una risita. —Sí, de eso ya me he dado cuenta. ¿Ahora por qué
no me cuentas tus razones para llevarme a casa de mi padre la primera vez?

—No entiendo lo que dices.

—Vamos, no seguías el plan, tenías a Iris desconcertada. Apuesto


que aquella que apareció en el restaurante fue toda una sorpresa. Una idea

de Iris para aterrorizarme. Como lo que ocurrió en el hangar. No contabas


con ella, ¿no es cierto? No estaba en tu plan que ella nos acompañara.

Tevon se tensó. —Tengo que ir a pilotar. No hables de nada de esto


con ella. Duérmete.

Él se iba a ir, pero le agarró del brazo. —Dime si tengo razón.

La miró a los ojos durante varios segundos. —¿Quieres saber la


verdad? Pues la verdad es esta, desde que te vi por primera vez todo se fue a

la mierda. Cada vez que te veía dejaba de lado todos mis planes. ¡Eras tan
inocente, habías sufrido tanto que no podía hacerte más daño! Si entré en
esa librería fue porque no pude evitarlo como no pude evitar llevarte a ese
restaurante. Iris perdió la paciencia, sí. Sabía que lo de Kimberly había sido
idea suya, ya estabas muy asustada y quisiste volver con tu padre a pesar de
que te di otra alternativa.

—Las Maldivas. ¿Él o tú? Y le elegí a él.

—No puedo negar que fue una decepción, nena. Pero te entendí.
Aparece un tío que dice que es un asesino y que quiere llevársete al otro

lado del mundo. Yo también hubiera salido corriendo. Si no quería perderte


no me dejabas opción.

—Tenías que acompañarme.

—Y ella apareció en el hangar. Me dejó de piedra cuando vi como


explotaba.

—¿Qué explicación te dio?

—Que había entendido lo que me ocurría contigo y que quería


apoyarme, pero que ella no iba a perder su parte. Lo comprendí.

—Le pediste los diamantes a mi padre.

—Antes de eso hubo otra cosa.

—¿El qué?

—En el avión hablamos sobre lo que haríamos a partir de ese


momento y decidimos separarnos después de ese trabajo.

—Tú decidiste separarte.

Él asintió. —Tú querías otra vida y estaba decidido a conseguírtela.


Emocionada susurró —Cielo… ¿Qué hizo ella?

—Me amenazó con contártelo. ¿Cómo crees que le sentará a la


princesita de hielo que te hayas burlado de ella desde el principio? Eso fue

lo que me dijo. Sabía que como tu padre se enterara de la verdad no


saldríamos de allí vivos.

—¿Y todavía confías en ella? —preguntó incrédula.

—Durante estos dos años no dejaba de decirme que lo había hecho


por mí. Que jamás hubiera funcionado. Y la creí, joder. ¿Sabes todas las
experiencias que hemos pasado juntos desde hace años? ¿Las veces que
hemos salvado el pellejo del otro? ¿Cómo no iba a creerla? Pensaba que lo

había hecho por mi bien. —Apretó los labios. —Pero cuando volví a
verte…

Le abrazó. —Estoy aquí.

La pegó a él. —Nena, tenemos que llegar a México como sea.

—Tú puedes pilotar.

—Sí, pero si planea algo puede ser impredecible.

—Cómo me conoces, amigo.

Él se apartó para mostrar a Iris que con un arma en la mano sonreía

con ironía. —Aléjate de ella, Tevon.

—¿Qué te propones? —preguntó él sin moverse.


—Oh, es muy sencillo. Estamos a dos horas de América. Pero antes

de llegar haremos una llamada. —La miró a los ojos. —Tu padre transferirá
el dinero. Quinientos millones a una cuenta mía, de Suiza precisamente. Y
lo hará porque sino Tevon te matará.

—¿Qué?

Levantó el arma y disparó a Tevon en un hombro haciéndole caer al


suelo. —¡No! —gritó aterrorizada mientras Iris la apuntaba a ella.

—Ahora le dirás a tu padre que Tevon te ha secuestrado y que pide


que transfiera ese dinero antes de que lleguemos al continente o sino te
tirará del avión y se quedará con la carga. ¿Veamos qué tiene más valor?

¿Los doscientos millones que hay aquí más su princesita o los quinientos
que tiene en el banco?

Asustada por como sangraba taponó la herida. —¿Estás loca? —


gritó histérica.

—Sí —dijo convencida—. Perdí la cabeza cuando mi hombre


murió, pero he decidido ser una loca rica, muy rica.

—Va a matarte, nena. Va a matarnos a los dos —susurró él—. Sabe


que no le perdonaré esto. Y tu padre siempre pensará que el secuestro es

cosa mía.
Iris se acercó a su bolsa y abrió una cremallera lateral para sacar un

teléfono vía satélite que le tiró encima. —Llama ahora.

—¿Y si me niego?

—Verás cómo se desangra antes de hacer un salto de diez mil


metros. Te encantará, se ve todo estupendamente. —Le apuntó a la cabeza.
—Llama.

Reteniendo las lágrimas marcó el número de casa, pero tiró el


teléfono contra la pared reventándolo en mil pedazos. —Llama tú, puta.

—¿Qué has hecho? —gritó fuera de sí—. ¿Qué coño has hecho?

—¿Tienes plan alternativo? —preguntó levantándose—. Porque lo


vas a necesitar.

—¡Arrodíllate!

—Vamos a ver como haces para llamar a mi padre sin mí, hija de
puta. ¡Dispara!

Iris bajó el arma para dispararle en la pierna, pero Simoneta se lanzó


sobre ella haciéndola caer al suelo. La pistola se deslizó por el suelo e Iris

estiró el brazo para cogerla, pero Simoneta le dio un puñetazo antes de


sentarse a horcajadas sobre ella. —¿Sabes lo que he hecho en los últimos
dos años por tu culpa, zorra? ¡Aprender a defenderme! —Le pegó otro
puñetazo que le volvió la cara. —¿A que lo hago bien? Mi padre dice que lo
llevo en la sangre. —La agarró del cabello para darle otro que le rompió la

nariz. —Y esto no es nada. —Se levantó agarrándola de la melena. —Por


cierto, te queda mucho mejor el pelirrojo. —Le dio una patada en la barriga
que la hizo gemir de dolor. —¿Duele? Duele mucho más pensar que la
persona que amas te ha traicionado, te lo aseguro. —Se agachó para sisear

—¿Que pasó, Iris? ¿Eres tan egoísta que no podías dejarle ir? Porque sabías
que se acababa, ¿no?

—Puta —dijo con rencor—. ¡Tú lo tienes todo!

—Y con todo me voy a quedar. —Estiró el brazo para coger la


pistola y le apuntó a la cabeza.

—¡Simoneta no!

Se le cortó el aliento volviendo la vista hacia él. —¿Cómo que no?


Esto me parece que ya lo he vivido y como me digas que todo era mentira
me voy a cabrear.

—Nena, no la mates. Nunca has matado a nadie.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Algún día tenía que ser el


primero. Soy una Garrido, lo llevamos en la sangre.

—No lo hagas, como le has dicho a tu padre esta vida no es para ti.

Déjame a mí.
—¿A ti que la has creído siempre? ¿Que ha sido tu cómplice durante
años?

—Déjame a mí. Dame la pistola.

Entrecerró los ojos. —Pues tienes razón, mátala tú que la has metido
en mi vida.

—¿Ahora me echas la culpa?

—¡Es que la tienes, la has metido en mi casa!

—¡Confiaba en ella!

—Pues eso, mucho ojo no tienes. ¿No decías que no me fiara de


nadie?

—Eso lo decía tu padre.

—¡Y tú también!

Iris se levantó corriendo e intentó abrir la bolsa. Simoneta puso los


ojos en blanco antes de pegarle un tiro en la pierna. Esta chilló cayendo al
suelo. —Serás puta…

—¡Oh cállate, estoy discutiendo con mi novio! —Le miró. —


Bueno, ¿lo haces o no?

Él gruñó cogiendo su pistola. —Nena vete a la cabina.

Bufó yendo hacia allí y él apuntó a Iris. —Joder, eres la decepción


más grande que he tenido en la vida.
—Lo mismo digo.

—¿Cuándo te he fallado yo?

—¡Me cambiaste por esa! ¡Y lo hubieras hecho hace dos años! —De
repente sacó el arma de su espalda apuntándole.

Tevon sonrió. —Está descargada.

—Eso es mentira.

—La descargué yo mismo al subir al avión.

—Lo sabías.

—¡Lo sabías! —Simoneta le miró pasmada desde la puerta de la

cabina. —¡Y tú diciéndome que me lo estaba imaginando! ¡Qué descansara!

—Nena, no quería que te asustaras.

—Claro, porque cuando me secuestró no fue para tanto. ¡O cuando

mandó a esa para fingir que iba a matarme! —Se acercó furiosa. —Dame la
pistola.

—Nena, vuelve a la cabina.

—¡Tú no te la vas a cargar!

—¡Claro que sí!

Iris disparó y asombrada miró a Tevon. —¡Pero no la habías


descargado!
—Joder, joder se me olvidó la de la recámara.

—¡Pues no hay que olvidarse, guapo! —Se miró el costado. —¡Esta


zorra me ha dado!

—Nena siéntate.

Se volvió levantando la sudadera. —¿Ha salido? —Él hizo una


mueca. —¡La madre que la parió!

Iris rio por lo bajo. —¿A que duele?

La fulminó con la mirada y dio dos pasos hacia ella para arrebatarle
la pistola.

—Nena, no sé si es buena idea matarla.

—¿Y eso por qué?

—Porque me estoy mareando por la pérdida de sangre.

Palideció. —No, no… —Corrió hacia él y le ayudó a sentarse. —


¡Pero tapónala, hombre!

—¿Con qué mano? ¡Antes tenía la pistola en la mano!

Iris se echó a reír a carcajadas. —La ironía de la vida. Ahora vuestro


destino depende de mí.

—Esta mamona también está herida.

—Su herida es limpia. Véndasela.


—¿Que haga qué? —preguntó incrédula.

—Mira tú por donde, puede que esto salga bien. —Iris se levantó y
cojeando se acercó a ellos, pero Simoneta la apuntó con el arma cargada. —
No me vas a matar, estúpida. —Le arrebató el arma y la apuntó a la cabeza.

—Podría matarte ahora mismo.

—Pero no lo harás porque sino perderás esos quinientos millones.


¿Quieres que haga esa llamada?

—¡Los móviles aquí no funcionan!

—Pero cuando lleguemos a tierra sí. Una transferencia se hace en


un minuto, no se necesita más. Haré esa llamada.

Iris apretó los labios y dijo —Sentaos y pegad la espalda a la pared.


¡Ahora!

Ignorando el dolor en el costado se arrastró hacia atrás y Tevon hizo


lo mismo apoyándose en el brazo sano. —¡Eleva los brazos! —dijo
apuntándole a él.

—¡Le has disparado en el hombro, no puede hacerlo!

—Claro que puede. Porque ahora es prescindible.

—Nena ayúdame a levantarlo.

Sin dejar de apuntarles Iris fue cojeando hasta la carga y cogió una
cuerda que había en el suelo y unas bridas. Se acercó de nuevo y se los tiró
a Simoneta. —Ata la cuerda a ese saliente y las bridas a sus muñecas.
¡Rápido! —Elevó el arma. —Y más te vale que el nudo esté bien apretado.

Simoneta se levantó para meter la cuerda por un hierro del fuselaje y


la ató lo más holgada que podía para que Tevon no tuviera que elevar los

brazos demasiado. Se agachó y con una brida sujetó su brazo sano a la


cuerda. Cogió su otro brazo y él gimió cuando se lo elevó. —Lo siento, lo
siento

—¡Rápido!

—Ya está.

—Ahora átate tú una muñeca.

Aún de pie lo hizo. —¡Siéntate a su lado! —Lo hizo y como sabía lo


que le iba a pedir elevó el brazo. Esa zorra se acercó y agarró su mano antes
de meter la pistola entre las piernas y atarle la muñeca. Sintiendo que la

rabia la recorría le mordió en el muslo haciéndola aullar. Cuando consiguió


apartarse Simoneta sonrió de satisfacción antes de escupir su sangre en el
suelo. Iris furiosa le dio un bofetón que le reventó la mejilla por dentro.

—¡Iris no! —gritó Tevon.

—¡Díselo a ella! —Tiró de la cuerda con fuerza y cogió la pistola


que había caído al suelo. —No os muráis. —La señaló a ella. —Sobre todo
tú.
—Tú procura que lleguemos. —Observaron como se alejaba hasta
la cabina del piloto y como cerraba la puerta de acero con el cierra de

seguridad para evitar que entraran. Estupendo.

Simoneta le fulminó con la mirada. —Míranos. Llevábamos ventaja


y míranos ahora.

—Nena…—Tiró de las bridas y gruñó de dolor.

—Oh, para de una vez. ¿No ves que te haces daño?

—No me había dado cuenta.

—¿Pero a que sí te das cuenta de que desde que has entrado en mi

vida no vivo tranquila?

—¡Estuvimos juntos dos días! —dijo incrédulo—. Y creo que me


paso con las horas.

—Pues eso, hasta ese punto has marcado mi vida.

Tevon sonrió. —Es lo más bonito que me has dicho hasta ahora.

—¿De veras?

—Te quiero, nena.

—No me vas a querer mucho tiempo como sigamos así. —Miró


hacia arriba y se levantó empezando a deshacer el nudo. —Muy lista no es.

Él hizo una mueca. —Tengo que reconocer que no me he dado


cuenta de eso hasta ahora.
—Estás mareado, cielo. Ya pienso yo por ti.

El avión vibró. —Ha quitado el piloto automático.

—Bien, eso significa que no soltará los mandos. —Le costó abrir el
nudo y deslizó las bridas por la cuerda antes de hacer lo mismo con Tevon.

—Nena estás sangrando mucho.

Ignorando la sangre que ya manchaba sus pantalones y la falta de


fuerza buscó a su alrededor algo para abrir las bridas. —¿Dónde pusiste las

balas?

—Están en la cabina bajo el asiento.

Ella juró por lo bajo, pero casi chilla de la alegría al ver una caja de
herramientas casi escondida por la carga. La abrió procurando no hacer
ruido y cogió un cúter. Se cortó las bridas a toda prisa y se acercó a Tevon
haciendo lo mismo. —Bien, nena.

—Hay un martillo. Algo es algo.

Él rasgó su camisa y mostró la herida que la dejó sin aliento porque


no estaba en el hombro sino más abajo, demasiado cerca del corazón para

su gusto. —¿Tevon?

—No te preocupes, nena. He sido seal, ¿recuerdas? Conocemos muy

bien nuestro cuerpo. Esto no es nada. —La miró a los ojos lo que la
aterrorizó aún más porque estaba mintiendo. —Me preocupas más tú. ¿Te

mareas?

—Un poco.

—Ven siéntate, cuanto menos te muevas mejor. Activa bombeas más


sangre.

—No podemos quedarnos parados.

—Si la matamos y me desmayo no llegaremos a ningún sitio.


Utilicémosla para acercarnos a casa lo máximo posible. Déjame ver tu

herida. —Ella se levantó la sudadera y Tevon se puso de rodillas

apoyándose en la pared. —No ha dañado nada importante, pero hay que


vendarla. —Se levantó lentamente mirando hacia la cabina y fue hasta su

bolsa sacando una camiseta. Para su sorpresa sacó unos sobres grises con

unos calcetines. Volvió hasta ella y se sentó a su lado. —Ponte los


calcetines.

Simoneta lo hizo lo más aprisa que pudo mientras él empezaba a

hacer tiras la camiseta. —¿Qué vas a hacer? —preguntó asustada mirando


hacia la cabina por si le oía.

—Nena, tenemos que detener la hemorragia. Aún quedan unas horas

para llegar. Túmbate.


Ella lo hizo y se levantó la sudadera. Tevon abrió el sobre y tiró el

contenido, que eran unos polvos blancos, sobre la herida hasta cubrirla

totalmente y entonces con un pedazo de camiseta entre la mano y la herida


presionó con fuerza haciéndola gemir de dolor. Simoneta cerró los ojos

rogando porque ese dolor cesara. —Lo siento, preciosa, pero solo hay esta
manera de detener la hemorragia.

No fue capaz de contestar, el dolor era tan intenso que ardía. Apenas

dos minutos después pudo recuperar el aliento. —¿Aprendiste esto en el

ejército? —preguntó con esfuerzo.

—Allí se aprenden muchas cosas.

Abrió los ojos. —¿Por qué lo dejaste?

—No tenía vocación.

—Si fuiste a los Seal sí que la tenías, deja de mentirme.

—Es más fácil decir eso que explicar cómo vi morir a todos mis

amigos en una emboscada.

—Lo siento mucho.

Tevon hizo una mueca. —No has sido la única que ha pasado por un

psiquiatra, ¿sabes? Y lo aproveché.

—Para que te dieran la baja.


—No pensaba volver al desierto a jugarme el tipo para que el
gobierno tuviera el petróleo más barato.

—Y seguiste robando.

—Esa sí que era mi vocación.

Sonrió. —Se te da bien.

—Para algo tenía que servir robar tantas bicis. —Apartó la mano y

asintió. —¿Has entendido el proceso?

—Sí.

Se quitó la camisa y ella cogió el sobre mientras se tumbaba. Cogió


un pedazo de camiseta y lo dejó al lado de la herida para estar preparada. —

Prefiero esto a ponerte puntos. —Echó el contenido en la herida y presionó

a toda prisa, pero él no pareció sentir nada. —¿Estoy apretando bien?

—Sí.

—Tienes un umbral del dolor muy alto, ¿no? A vosotros os preparan


para esto.

—Tú no te quedas corta, nena. Lo has hecho muy bien. —Se

miraron a los ojos. —Siendo seal no te hubiera conocido.

—Lo sé. Eso demuestra que todo pasa por una razón. Tenías que ser
como eres para comprender mi vida.

—Y tú tenías que ser como eres para comprender la mía.


—Sí la comprendo, pero lo vas a dejar.

Él rio por lo bajo. —¿Y qué haré todo el día?

—¿Aparte de hacerme el amor?

—Aparte de eso.

—Pues llevar los niños al colegio, hacer la compra, cuidar el jardín,

pescar para la cena. —Se encogió de hombros. —Esas cosas.

—Suena bien.

—Sí, ¿verdad? Seré de esas mujeres pesadas que cambian la


decoración cada cinco años y tú amenazarás con el divorcio, pero después

me darás el gusto. Y celebraremos nuestros aniversarios yendo a París. O a

Venecia, que también es muy romántico.

—¿Y los niños?

Entrecerró los ojos. —No los podemos dejar con tu madre y que
luego les roben las bicis a los vecinos.

—Ni con tu padre a ver si cogen ideas…

—Qué difícil...

—Ya está, nena.

Ella apartó la mano y Tevon se volvió cerrando los ojos. —¿Te

mareas?
—No es nada. Tapona el orificio de salida.

Como se habían acabado los polvos de esa bolsa abrió la otra y muy

nerviosa porque estaba empeorando preguntó —¿Niñera?

—Qué remedio. Pero tu padre va a insistir en conocer a los niños,


preciosa. Eso no podremos evitarlo.

Hizo una mueca tirando el contenido en la herida. —Pues sí. Lo de

las ametralladoras va a ser difícil de explicar cuando los peques pregunten


qué es eso.

—Ya buscaremos una solución.

—Sí, tenemos tiempo. —Apretando susurró —Lo de las Maldivas

me gustaba.

Volvió la cabeza hacia ella. —Y a mí, nena.

—Había pensado…

—¿De veras?

—Bueno, cuando te fuiste para no volver hubo unos días que pensé
en ello.

—¿No me digas?

—Tengo algo de dinero de mi madre, lo que le dio mi padre por el

divorcio… He visto en internet que se venden islas.


Él separó los labios de la impresión. —El colegio nos quedará un

poco lejos.

Soltó una risita. —Hay lanchas y educación a distancia para cuando

haga mal tiempo.

—Cada vez me gusta más la idea.

—Y a mí.

—Pero eso es un poco solitario, ¿no? Sería como encerrarse de


nuevo.

—Hay una que me gusta mucho cerca de Martinica.

—No demasiado lejos de tu padre.

—Si tenemos avioneta…

—Nena tendrías que aprender a pilotar. ¿Y si un día pasa algo?

—Sí, que pena que en esos dos años no me hubiera sacado la

licencia —dijo con ironía—. Tenía tiempo de sobra, pero es que pensé que
no volvería a verte.

Él carraspeó. —Creo que lo mejor es que dejemos el tema.

—Sí. —Sus ojos brillaron. —¿Me enseñarás?

—Claro que sí, nena.


Ella apartó las manos. —Creo que ya está, los polvos se han puesto

más compactos e impiden salir la sangre.

—Bien. —Se sentó con mucho esfuerzo y se levantó para ir hasta la


caja de herramientas agarrando el martillo.

—Cielo, tenemos que comprar de esto para tener en casa de mi

padre —dijo mirando el sobre. Él sonrió divertido yendo hacia una caja y
sacando una botella de agua. Se sentó a su lado gruñendo de dolor y se la

tendió escondiendo el martillo tras él. —Sí, creo que le darán buen uso

hasta que llega el doctor.

Simoneta bebió sedienta. —Eso es, nena. Tienes que estar hidratada.
—Cuando bebió la mitad le dio la botella a él que bebió con ganas.

Se le quedó mirando. —¿Te encuentras mejor?

—Sí, no te preocupes. —Acarició su mejilla. —¿Y tú estás bien?

—Sí. —Sonrió. —Lo conseguiremos. Si lo vemos crudo podemos

saltar.

—No hay paracaídas.

—Mi padre siempre deja paracaídas para las emergencias y…

—Con nosotros no.

Ella gimió por lo bajo. —Vaya.


—Sí, vaya. Tiene toda la pinta de que se va a fiar un montón de su
yerno.

Rio por lo bajo. —Tú te lo has buscado, Morton. Por cierto, ¿cómo

me apellidaré?

—También hay que cambiarte el nombre.

—No, el nombre no. Además, me gusta mucho el tuyo —susurró.

Pasó su brazo sano por sus hombros y la atrajo a él. —Nena, es un


riesgo.

—Tú nunca te lo has cambiado.

—Simoneta no es un nombre muy común.

—El tuyo tampoco. —Miró hacia él y Tevon sonrió. —Y te pega

mucho.

—Sí, ¿verdad? Debió ser en lo único que se esforzó mi padre, en


ponernos el nombre.

—¿Qué le ocurrió?

—Se largó cuando yo tenía diez años. No he vuelto a saber nada de

él ni me importa.

Asintió. —Debió ser duro.

—Los recuerdos de las palizas que nos había metido desde


pequeños provocaron que casi saltáramos de la alegría cuando se fue, te lo
aseguro. Saber que llegabas a casa y no estaba era una liberación. Para mi

madre también lo fue.

—Lo siento.

—Nena, no tienes por qué sentirlo. Además, tú también has tenido


lo tuyo viviendo en La esperanza. Sobre tu nombre...

Sí, mejor cambiar de tema que no era el momento ni el lugar. —Los

nombres no se cambian. ¿Cómo nos apellidaremos?

—Serás cabezota.

Sonrió. —Me gusta Garrigues.

La miró como si le hubieran salido cuernos. —Ni hablar.

—¿Porque se parece al mío?

—Pues sí. ¿Por qué no nos llamamos Carpenter? Solo lo usé


contigo.

Se le cortó el aliento. —¿De veras?

Él sonrió. —Sí, nena. Solo contigo.

—Debo estar muy mal si eso me hace ilusión, ¿no?

Rio por lo bajo antes de cerrar los ojos y apoyar la cabeza en el

fuselaje. —Seguro que te hace más ilusión el anillo de compromiso que voy
a comprarte.
—¿Ya sabes cómo es? —preguntó ilusionada.

Abrió los ojos. —Sí, pero eso no voy a decírtelo. Es una sorpresa.

Tevon apretó los labios en un gesto de dolor y ella se enderezó. —


¿Qué ocurre?

—La bala ha rozado un músculo, no te preocupes —dijo forzando

una sonrisa.

—¿Seguro?

—Sí, casi no puedo mover el cuello, pero es normal.

—Ponte cómodo. Túmbate.

—Nena…

—No seas cabezota, por favor —dijo preocupada.

Él se tumbó boca arriba y dijo irónico —Menudo seal.

Precisamente por eso le preocupaba tanto, porque tenía que sentirse


fatal para estar así y eso era porque algo no iba bien. —Si sobreviviste en

aquella ocasión en el ejército es porque no había otro mejor que tú.

—Me salvé por pura suerte.

—¿Ahora eres modesto?

Él sonrió disimulando el dolor. —Te parecí un creído, ¿no es cierto?


Acarició su cabello y susurró —No digas eso de mi prometido. Me

fascinaste, jamás había conocido alguien como tú. Tan seguro de sí mismo,

tan guapo y esa sonrisa…

—¿Te impresionó mi sonrisa? —dijo con esfuerzo.

Se agachó y susurró —Nunca olvidaré ese momento, cielo. —Besó

sus labios suavemente sintiendo un miedo atroz.

Cuando se apartó él acarició su mejilla hasta llegar al lóbulo de su

oreja. —Me hubiera gustado hacer las cosas de otra manera, haber sido otra
persona.

—No hubieras sido tú.

—Haber tenido más tiempo a tu lado.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —No digas eso, te vas a poner

bien. Parece que te estás despidiendo.

—Eso nunca.

—Dime qué ocurre.

—Por cómo me siento tengo una hemorragia interna.

—No, no.

—Nena, tienes que ser fuerte. Tienes que volver a casa. Escúchame
—dijo cuando ella negó con la cabeza—. Mi móvil está en la bolsa. Vete a

por él.
Corrió hasta la bolsa y lo sacó para regresar a su lado tan rápido
como podía. Puso su dedo ensangrentado sobre la pantalla, pero no

funcionó porque lo tenía lleno de sangre. Ella se lo limpió a toda prisa y se

lo colocó sobre el círculo para desbloquearlo. —Bien, nena.

—¿Qué quieres que haga?

—No tenemos cobertura, ¿no es cierto?

—Hay una rayita —dijo ilusionada.

—Venditos satélites. Busca las coordenadas de La esperanza. En


Google Maps las encontrarás.

A toda prisa entró en internet y tecleó la dirección. —Ya las tengo.

—Apréndetelas, nena. Es muy importante —dijo como si le faltara

el aliento.

—Te cuesta respirar.

—Dentro de poco perderé la consciencia. —Respiró hondo. —


Cuando veas tierra por la ventanilla quiero que cojas ese martillo, debes

llamar su atención y esperar a que se abra esa puerta. Tienes que matar a
Iris.

—¿Pero quién pilotará?

—En cuanto lleguemos a tierra tomará otro rumbo para alejarse de

tu padre todo lo posible y no puedes permitirlo. Tienes que poner esas


coordenadas en el panel de control. Las ruedas están en frente de los

mandos, allí las verás. Gira las ruedas hasta poner la posición a la que

quieres ir y después conectas el piloto automático, está a tu derecha en una


pestaña negra que debes elevar para encontrar un botón. Lo activas y el

avión te enviará solo hasta la posición, ¿entendido?

—Sí.

Él cerró los ojos. —Ahora viene lo difícil, preciosa. Cuando llegues


tiras la carga, pero antes debes atarte a ella. Los paneles están sobre raíles,

en cuanto sueltes las correas que sujetan la carga esta irá directa hacia la

puerta trasera.

—¿Qué?

—La carga sí tiene paracaídas. Así la soltamos en el lugar


apropiado.

Se le cortó el aliento. —Pues en cuanto avistemos tierra nos tiramos.

—Nena, si en cuanto lleguemos a la costa nos tiramos, no sabremos

dónde vamos a caer y cuando lleguemos abajo, si sobrevivimos, nos


encerrarían. Nos pasaríamos en la cárcel el resto de nuestra vida. Y yo no

quiero vivir así.

Simoneta apretó los labios. —Quieres que caiga cerca de casa de mi

padre porque no hay nada en los alrededores.


—Exacto. Tú podrás seguir tu vida.

—¡Podemos hacerlo los dos!

La miró emocionado. —Mi vida, no aguantaré la hora que queda de

viaje hasta la casa de tu padre.

—No digas eso. —Su labio inferior tembló mientras intentaba

retener las lágrimas. —¡No lo digas! ¡Eres un seal, sobrevivirás!

—Shusss… —Cogió su mano. —Tranquila. Todo está bien.

Sollozó. —Nada estará bien sin ti, tienes que luchar. ¿Y la vida que

nos hemos inventado? Tienes que hacer que sea real. Tú puedes hacerlo.
Siempre tienes planes y finges ser quien no eres, pero esta vez no vas a

defraudarme, sé que no.

Sonrió con tristeza. —Nada me gustaría más que hacer que ese
futuro se haga realidad para ti.

—Has hecho que te ame más que a nada, no puedes hacerme esto.

—Las lágrimas corrieron por sus mejillas. —No voy a dejar que lo hagas.

—No está en nuestras manos.

—Sí que lo está. —Se abrazó a él. —Te amo, te amo, no me dejes.

—Él acarició su cabello. —Haré lo que sea, te lo juro. Después de dos años
sin ti sé que no podré olvidarte. Por favor lucha…
Su mano dejó de moverse y cayó a un lado provocando que
Simoneta retuviera el aliento. Lentamente se apartó para ver que había

cerrado los ojos. —¿Tevon? —Muerta de miedo se acercó a su rostro y al


sentir su aliento cerró los ojos del alivio provocando que las lágrimas de sus

pestañas cayeran por sus mejillas. —Estás vivo. Aún estás vivo. —Cogió su

mano y volvió a desbloquear el móvil buscando su ubicación exacta.


Amplió el mapa y sonrió porque estaban a seiscientos kilómetros de las

Bermudas. A toda prisa marcó el número de teléfono y se lo puso al oído.


—Vamos, vamos.

—¿Qué pasa, tío? —preguntó Manuel. Se oía muy mal como

entrecortado.

—¿Manuel? ¿Me oyes? —susurró.

—¿Simoneta? ¿Eres tú?

—Manuel escucha, tenemos que saltar.

—¿Qué?

—Vamos a saltar. Avisa a Phillip.

—¿Por qué?

—Porque todavía está en su casa de las Bermudas, ¿no?

—Sí, sí. He hablado con él hace cuatro horas.


—Tiene que estar allí en media hora con varios barcos para recoger

la carga y necesitamos un médico. Tevon ha perdido mucha sangre.

—¿Allí dónde?

—Apunta, rápido. No te equivoques al apuntar, amigo.

—Tranquila, estamos apuntando dos, estás en el manos libres.

Ella empezó a dar la localización lentamente para asegurarse de que


podrían encontrarles y cuando terminó hizo que la repitieran. —Sí, es

correcta.

—Simoneta, ¿qué ocurre? ¿Iris está bien?

Entrecerró los ojos mirando hacia la puerta de la cabina. —Sí, está


bien. Dile a mi padre que le quiero.

—Cielo, estoy aquí.

Emocionada susurró —¿Papá? No te preocupes, lo voy a conseguir.

—Ya están avisando a Phillip.

—No tengo tiempo, pero quiero que sepas que a pesar de todo lo

que ha ocurrido entre nosotros te quiero.

Emocionado dijo —Y yo a ti, mi niña.

Iris colgó el teléfono y se acercó a la carga cogiendo unas cuerdas


para ponerlas sobre las bolsas de cocaína. La carga estaba rodeada de un

plástico de burbujas muy grueso que incluía el palé. A este plástico lo


rodeaban varias correas de nailon para asegurarlo aún más, seguramente
para cuando lo soltaban en el aire. Y aparte de esas tenía varias correas que

sujetaban la carga al fuselaje del avión por distintos puntos. Pero sus ojos
brillaron al ver un cierre que debía abrir todos los agarres. Muy lógico si se

quería tirar desde el avión. —Bien, Simoneta. —Se volvió hacia Tevon y

susurró —Esto va a ser lo más difícil. —Se agachó y le cogió por debajo de
las axilas para tirar de él. Gimió arrastrándole hasta el alijo y sollozó porque

no sabía si sería capaz de subirlo. El cargamento era casi tan alto como ella.

¡Casi no tenía tiempo! —Se agarró a una de las correas con una mano y
metió el pie en otra tirando de Tevon, pero era imposible, se le resbalaba y

terminó cayéndole al suelo. —Dios, ayúdame. —Miró hacia la carga. —


Diez toneladas. ¿Cómo la habían subido? —Su pie chocó con uno de los

rieles. —La han deslizado. —Corrió rodeando la carga y entonces vio el

motor con el cable de acero que tenía el enorme mosquetón. A toda prisa
agarró el mosquetón y se sujetó a las cintas de nailon para subir escalando

la carga. Al llegar arriba caminó a gatas para no dar con el techo. Dejó caer

el mosquetón por el otro lado bajando lo más rápido que podía. Tirando del
cable enganchó el mosquetón en el cinturón de Tevon y corrió hacia la

pared detrás de la carga para pulsar el botón. Cuando vio como el cable se
enrollaba en una bobina casi chilla de la alegría. Escuchó un golpe y gimió

imaginándose que era el cuerpo de Tevon chocando con la carga. Bueno,


era blandita tampoco pasaría nada. Se agarró a las cintas de nailon y se

estiró para ver que ya estaba sobre la carga, así que pulsó el botón con el pie
deteniendo el mecanismo. Volvió a subir y le desenganchó. Con las cuerdas

le ató lo mejor que pudo a la carga dejando espacio con lo que debía ser el

paracaídas porque tenía una argolla naranja del tamaño de su mano. Se


imaginó que venía de serie porque cuando tiraban la carga desde el avión

seguramente accionaban el paracaídas por control remoto, pero no tenía ni

idea de donde estaba y tendría que utilizar esa argolla cuando se tiraran.

Cuando se aseguró de que Tevon estuviera seguro bajó de nuevo y

cogió el martillo, tomando aire antes de gritar para hacerse oír por encima

de los motores —¡No, no! ¡No me mates! ¡Tevon no! ¡Os daré el dinero, os
lo juro!

Se acercó a la puerta y se pegó a la pared. La puerta se abrió de

golpe e Iris apareció apuntando hacia el otro lado del avión. Ni vio venir el

martillazo que la hizo caer redonda al suelo. Se agachó para coger la pistola
y furiosa le pegó un tiro en la nuca. —Eso por traicionar a mi hombre,

zorra.

Entró en la cabina y se sentó tras los mandos, pero no encontraba lo


de las coordenadas hasta que se dio cuenta de que no estaba sentada en el

sitio correcto. Se sentó en el otro sillón y empezó a girar las ruedas. —

Hostia, qué difícil —dijo desesperada. Cuando encontró el treinta y dos


chilló de la alegría y luego los siguientes fueron más fáciles. —Es como un
reloj, Simoneta. —Cuando terminó miró hacia abajo para ver la pestaña

negra y la elevó. Iba a pulsar el botón cuando se dio cuenta de que el mando

que se suponía que era para pilotar giraba solo hacia su izquierda. Claro,
Iris lo había puesto ya en piloto automático para levantarse. Suspiró del

alivio. —Ahora a esperar.

Miró el móvil y vio que según la aplicación no quedaba mucho para


llegar. Estiró el cuello mirando, pero allí no se veían más que nubes. —

Mierda, tienes que descender. —Sollozó de la frustración. —¿Pero cómo se

hace? —Se pasó las manos por la cara pensando en ello y se dijo que lo
primero era quitar el piloto automático. Reteniendo el aliento pulsó el botón

y para su sorpresa aparte de una ligera vibración no pasó nada. —Esto está
chupado —dijo loca de contenta. Agarró los mandos con ambas manos y

empujó hacia adelante ligeramente. El avión se inclinó hacia abajo

demasiado rápido y asustada volvió a ponerlo en la posición anterior. —


Vale, hay que ser más delicada. —Apenas lo inclinó hacia adelante y ni

notó la diferencia, pero vio que uno de los marcadores pitaba. Sin aliento

miró hacia allí para ver que sí que descendía y cuando atravesó las nubes
rio. —Sí cielo, vamos a conseguirlo. —Se levantó y corrió hacia la zona de

carga para atravesar el avión y pulsar el botón que abría la compuerta


trasera. Se sujetó a una correa y después de pasar unas nubes vio el mar.
Corrió hasta la cabina de nuevo y volvió a poner los mandos en la posición

anterior antes de encender el piloto automático. Con el móvil en la mano

corrió hacia la carga y agarró una cuerda atándosela a la cintura. Miró el


móvil de nuevo, a esa velocidad estarían allí en cinco minutos. Rogaba

porque a Phillip le hubiera dado tiempo. A medida que veía como se


aproximaban estiró la mano del móvil hacia el cierre de seguridad mientras

estiraba la otra para coger una de las correas del cargamento. —Enseguida

estamos abajo, mi amor. —Cuando llegaron casi al punto del mapa soltó el
móvil, tiró de la palanca y el propio peso de la carga hizo que se deslizara

por los raíles mientras ella gritaba sujetándose con la otra mano a la correa.
—¡Mierda, mierda! —gritó cuando salieron por la puerta de carga y esta

giró haciendo que soltara una mano, pero volvió a girar y ella quedó

encima, así que se agarró como pudo y de un solo impulso llegó a la


esquina viendo la cara de Tevon cayendo sobre su pecho, pero aún sujeto a

la carga. Gritó tirando de su propio cuerpo y llegó hasta él. —Ya estoy aquí,

cielo. —La carga giró de nuevo y consiguió agarrarse, pero al ver que se
acercaban a toda prisa al agua, frenética miró a su alrededor para ver que la

correa con la argolla naranja volaba de un lado al otro. —¡Estate quieta,


joder! —Alargó la mano de nuevo y consiguió coger el cordón tirando con

fuerza. El paracaídas salió despedido y la carga se elevó colocándolos en la

parte de arriba. Simoneta tumbada al lado de Tevon suspiró del alivio. —Ya
está, cielo. —Estiró el cuello para ver varios barcos por la zona y rio. —¡Ya
está! ¡Lo conseguimos! ¡Leche, yo también podría haber sido seal! Si me

viera mi padre. —Rio mirando hacia abajo de nuevo y entonces se le

ocurrió algo. —No, no. ¡El peso nos va a hundir! —Frenética empezó a
soltar sus cuerdas y después la que ella tenía en la cintura. Agarró a Tevon

de la mano y gritó —¡Respira hondo!

La carga cayó al agua hundiéndose completamente y fueron

arrastrados con ella. Simoneta agarrando una de las correas no soltaba la


mano de Tevon, pero de repente la carga se elevó de golpe llevándoselos

con ella. Sin aliento miró el cielo totalmente azul y sollozó de la alegría
antes de mirar a un lado para ver un gran globo amarillo. Vio que una de las

barcas se acercaba y un hombre les apuntó con lo que parecía un rifle para

disparar a la carga. Otro globo amarillo se infló dándoles estabilidad. Estaba


claro que pensaban en todo. Rio y se acercó a Tevon. —Lo hemos

conseguido, mi amor. —Le besó en los labios y no sintió su aliento. Un


terror lacerante atravesó su corazón y se apartó lentamente para mirar su

rostro totalmente pálido. Gritó del horror antes de arrodillarse para darle un

masaje cardiaco. Desesperada empujó con ambas manos sobre su pecho una
y otra vez. El sonido del helicóptero la hizo mirar hacia arriba. Un hombre

sacaba una camilla metálica. —No vas a dejarme, no lo permitiré. ¡No vas a

dejarme!
Capítulo 11

Abrió los ojos y sonrió a su padre que estaba sentado a su lado en la


cama. —Hola.

—Hola, cielo. —Cogió su mano. —¿Cómo te encuentras?

—Adormilada. —Se llevó la otra mano al costado. —¿Me han

operado?

—Sí, han sacado la bala.

Mirando sus ojos sintió miedo. —¿Y Tevon?

Umberto apretó los labios y ella gimió de dolor apartando la mirada.

—No, cielo. Aún está vivo.

—¿Qué? —preguntó con sorpresa.

—Aún está vivo. En coma inducido, pero vivo. Me ha dicho el

médico que si no hubiera sido por tu reanimación no hubiera habido nada

que hacer.
—¿En coma? —Sin saber que lloraba sorbió por la nariz. —¿Pero se

pondrá bien?

—La bala dañó algo del corazón. Apenas lo rozó, pero tocó algo de

una membrana que lo rodea. Eso hizo que se inflamara. Dicen que es un

milagro que esté vivo. Y en parte es gracias a ti.

—Dime que se despertará —dijo impaciente—. Llama a quien sea,

secuéstrale si es necesario, pero solo quiero oír que se despertará.

—Le mantienen sedado porque ha sido una operación delicada. Está

en la UCI. Tranquila, cielo, es fuerte y has luchado mucho por salvarle. Ha

sido increíble lo que has hecho y él hará su parte.

—Sí que lo hará.

—¿Ahora me cuentas qué ocurrió? Manuel se teme lo peor.

Suspiró cerrando los ojos. —Esa zorra… Ella lo complicó todo

desde el principio.

—Explícate.

Cuando terminó de contar lo que sabía, Umberto apretó los labios.

—Entiendo. ¿Ves lo vulnerable que eres?

—Papá, ¿me prestas dinero? No creo que con el dinero de mamá me

llegue —dijo sin escucharle.

—¿Qué?
—Con cien millones creo que será suficiente.

—¿Será suficiente? —preguntó sin entender.

—Has recuperado una carga que vale muchísimo más, la mitad

debería ser mío.

Umberto sonrió. —¿Para qué quieres el dinero?

—Para crear un sueño, papá. Para crear nuestro sueño.

Impaciente llamó al timbre de nuevo y la enfermera que había

contratado su padre exclusivamente para ella no tardó en llegar. En cuanto

cerró la puerta dijo —No lo han subido todavía.

—No fastidies, Clara. ¡Llevo esperando una hora!

—Y más que va a esperar porque al parecer le tienen que curar antes

de subirle de la UCI.

Gruñó molesta. —Serán lentos.

—Creo que al cardiólogo está a punto de darle un infarto. En cuanto

le ha llamado el señor Garrido se ha puesto a temblar y a gritar como loco,

así que no tardarán en subirle.

Simoneta soltó una risita. —Nada como una llamada a mi padre

para que se espabilen.


—No abuse de su poder, señorita Garrido.

Chasqueó la lengua. —Esto es importante. —Sonrió. —Me muero

por verle. No me han dejado bajar y he sido muy paciente esperando una

semana a que le subieran. ¡Pues que le suban ya, leche!

La enfermera reprimió una risita. —Le quiere mucho, ¿verdad?

—Mucho. Aunque no ha sido fácil, no creas. Mi hombre es un poco

especial.

—¿Tanto como usted?

Hizo una mueca. —No, me da mil vueltas. Ya verás que labia tiene.

—Estoy deseando conocerle.

Soltó una risita apartando su cabello negro sobre su hombro. —

¿Cómo estoy?

—Preciosa.

Se volvió a perfumar. —Me he pasado, abre la ventana, Clara.

—Será posible —dijo por lo bajo yendo hacia ella para abrirla de
par en par.

—Vale, cierra la ventana, no vaya a ser que coja frío.

—Cobro poco, cobro muy poco —dijo por lo bajo cerrándola de

nuevo.
—¿Qué has dicho?

—Que no se resfriará.

—Eso espero —dijo impaciente apretándose las manos—. Con lo

malito que ha estado.

—¿Malito? Cuando alguien se pone malito, se pone malito solo, no

le traspasa una bala.

La fulminó con la mirada. —¿Qué bala? ¿Dónde has oído tú eso de

la bala? Se puso malito.

Clara puso los ojos en blanco. —Como diga. Igual lo he imaginado,

como he imaginado la que le sacaron a usted.

—Eso fue un accidente.

—Ya, claro.

—¿Acaso sabes tú más que la policía?

—No, claro que no.

—Que ganas de volver a México, allí no se meten en lo que no les

importa. Que pesados están con los interrogatorios —dijo molesta—. Mira

a ver si ya le suben.

La puerta se abrió y apareció su padre con una sonrisa en los labios.

—Ah, eres tú —dijo decepcionada.


—Yo también me alegro de verte. —Le guiñó un ojo a la enfermera

que se sonrojó. —Es evidente que ya no soy el hombre de tu vida.

La enfermera pasó a su lado comiéndoselo con los ojos. —Los hijos

vuelan, señor Garrido. Tenemos que vivir nuestra vida.

—Eso pienso hacer. —Se volvió para seguirla con la mirada y esta

soltó una risita. Cuando salió la miró ilusionado. —Hija, he ligado.

Entrecerró los ojos. —No me gusta para ti.

—A ti no te gustaría ninguna.

Jadeó. —Qué mentira.

—Hija eres muy celosa. En estos dos últimos años no te ha gustado

ninguna.

—¡Porque son unos pendones de veinte años que solo quieren tu

dinero! —dijo indignada.

—Esta no tiene veinte años. Le calculo treinta y cinco.

—Papá, que tienes cincuenta y cinco.

—¿Qué? Tevon te saca a ti diez años. ¿Qué importan veinte?

—Si tú lo dices… ¿Cómo va Manuel?

—No sabe si está furioso o disgustado.

—Las dos cosas.


—Seguramente.

—No deja de trabajar, ¿eh?

—Ha repasado la seguridad tres veces hombre por hombre. Ha

puesto más cámaras aún y ya ha encargado el nuevo avión.

Parpadeó. —¿El nuevo avión para qué? ¡Mi hombre no hace más

viajes!

—Ya he contratado un piloto.

Suspiró del alivio. —Genial, papá. Mi chico te dirá la ruta y así


podrá librarse de ti.

—Vaya, gracias. Al parecer ahora soy un apestado.

—Papá…

—Lo sé. No lo decías con esa intención.

—Pues no. —Sus preciosos ojos brillaron de la ilusión. —Ya viene,

ya viene…

—Sí, está al llegar. Cielo, no te pongas tan nerviosa a ver si te va a


dar algo —dijo a punto de reírse.

—Muy gracioso.

La puerta se abrió y Clara muy seria entró en la habitación


provocando que ella perdiera la sonrisa poco a poco. —¿Qué ocurre?
—Me acaban de llamar por si ya le habían subido. Al parecer no le
encuentran.

—¿Cómo que no le encuentran? ¡Si seguro que va en una camilla!


—dijo Umberto asombrado.

—¡Ay, papá que este no se acuerda de mí y al verse en el hospital ha

salido por patas!

—¡Tomás! —gritó al hombre que estaba en la puerta—. ¡Qué le


busquen!

Él salió corriendo y Simoneta gritó —¡Qué miren donde haya


avionetas! —Bufó exasperada. —Este hombre va a hacer que envejezca

antes de tiempo. —Miró a su padre que estaba muy tenso. —Padre, tienes
que encontrarle, no está bien y necesita su medicación.

—Tranquila, hija. Le encontraré.

Pero no le encontró. Seis horas después Clara se llevó la bandeja de


la cena sin probar. Su padre se había ido hacía horas porque no le gustaba

volar de noche y había dejado a muchos de sus hombres para que buscaran
a Tevon, pero no tenían noticias de su paradero. Y eso que Phillip, que era
el dueño de los bajos fondos de la isla también se había afanado en
buscarle.

—Cielo, espero que esto merezca la pena. —Se levantó de la cama y

se acercó a la ventana. Entonces vio como Manuel se bajaba de un coche


con otros tres hombres y les ordenaba algo haciendo que se dispersaban.

Suspiró del alivio porque su padre le había enviado.

Se sentó en la cama para esperarle, pero no apareció. Igual pensaba


que estaba dormida. ¿Cómo iba a dormir en una situación así? Impaciente

cogió el móvil que su padre le había llevado y marcó su número. Contestó


de inmediato. —Deberías estar dormida.

—Sube.

—Enseguida voy.

Colgó dejando el teléfono sobre la cama y se levantó impaciente

caminando de un lado al otro. La puerta se abrió sin que llamaran y Manuel


entró en la habitación. No tenía muy buena cara y parecía más delgado, lo

que la alertó sobre sus sentimientos hacia Iris. Parecía una persona que
estuviera pasando un duelo.

—Todavía no sabemos nada —dijo como si estuviera agotado.

Se sentó en la cama. —Lo siento.


Él no disimuló que no sabía de lo que hablaba. —No fue culpa tuya.

La culpa fue mía que no me di cuenta de que me utilizaba. Mira, tengo que
hacer y…

—Si no me echas la culpa, ¿por qué no has venido a verme?

—No me sentía capaz. Esto es responsabilidad mía, encontraré a


Tevon y…

—¿Y? —Sacó su arma de la bata apuntándole. —¿Qué piensas

hacerle a mi hombre, Manuel?

La miró incrédulo. —¿Yo? ¿Qué haces con una pistola? ¿Tu padre

te ha dado un arma? ¡Tienes a dos tíos en la puerta!

—Es que me he dado cuenta de que tengo que empezar a sacarme


yo las castañas del fuego, porque siempre habrá gente como tú, gente que

nos traicione.

—¿Estás loca?

—Me preguntaba cómo Tevon había pillado a Iris, cuál había sido la

clave para que la descubriera. Era lista y le conocía muy bien, sabía cómo
esquivarle. De hecho, durante dos años la creyó y se dejó influenciar para

alejarle de mí, pero hubo algo que tuvo que llamarle la atención para que le
pusiera en alerta. Al principio pensé que había sido la pistola que se suponía
que no debía tener en el avión, pero luego me di cuenta de que no había

sido eso, había sido la agenda.

—No sé de qué hablas.

—Claro que lo sabes. Entre los nervios de huir y todo lo que estaba
pasando no me di cuenta, creí que lo había escrito ella, pero no era así. Ese

número quinientos lo escribiste tú

—Sigo sin saber de qué me hablas.

La puerta del baño se abrió mostrando a Tevon vestido de médico

con un arma en la mano. —Hola, cielo —dijo ella levantándose—. Se


escapó porque estaba convencido de que vendrías a por nosotros, porque no

sabías exactamente lo que había ocurrido en ese avión. Y yo estuve de


acuerdo. Al fin y al cabo, eres la mano derecha de mi padre. Muchas veces

revisas sus papeles, así que no te era difícil saber cuánto tenía en su cuenta
de las Caimán.

—Sí fui yo, yo se lo dije después de acostarme con ella, ¡pero fue un
comentario! ¿En serio crees que querría robar a tu padre?

—No es que lo crea ella, es que yo lo sé. —Tevon caminó

rodeándole. —Tira el arma.

—Tú no sabes una mierda.

—Tira el arma —siseó.


—¿Quieres otro tiro? —ordenó Simoneta—. Tira el arma y
escucharé lo que tengas que decir.

—¡Esto es una puta locura! —dijo indignado—. Tu padre jamás me


trataría así.

—¿No? Entonces por qué me ha dado las pistolas. —Metió la mano

bajo la almohada sacando la otra. —Ese número quinientos lo escribiste tú,


conozco como escribes y he visto tus números mil veces. Y si tú lo

escribiste es que viste la agenda. Iris te manipuló, pero tú te dejaste


manipular por ella. Sabías lo de su prometido muerto, tuviste que ver la

foto. Según Tevon nunca se separaba de ella y cuando os fuisteis de París


ellos se llevaron su equipaje. Sé lo concienzudo que eres, seguro que lo

registraste para comprobar que no tenían armas. Así que la agenda estaba
allí si después yo la encontré en el avión. Estaba en su equipaje y por lo

tanto viste la foto.

—Me dijo que había muerto. ¡Claro que sabía lo de su prometido!

—Pero hiciste que no era así, nunca se lo mencionaste a nadie —

dijo Tevon—. Como ella aparentó ante los de la hacienda que no te había
olvidado. Iris creyó que te embaucaba a ti, pero eras tú quien tiraba de los

hilos, ¿no es cierto? Tú le diste la clave del dinero, incluso escribiste


quinientos al final de la agenda. ¡Cómo Simoneta reconoció tus números,

yo supe de inmediato que no eran los de Iris! Tú le diste las armas y el


teléfono vía satélite. Nuestros móviles estaban restringidos. Solo podíamos
llamar a tres números. A ti, a la casa o al cliente. Nada más. Y resulta que

ella encuentra un teléfono vía satélite. Mucha casualidad, ¿no?

—No sé de dónde lo sacó —dijo muy tenso.

—¿Cómo pensabas hacerlo, Manuel? ¿Al no funcionar lo del


secuestro en la cabaña el rencor por Simoneta aumentó?

—¡Ese secuestro fue falso! ¡Umberto no habría pagado!

—Ya, pero Simoneta te hirió, te humilló ante tus hombres. La hija


del jefe no solo te había pegado un tiro por desobedecerla, sino que casi te

mata en un juego que os salió muy mal. Una vergüenza ante tus hombres,
¿no es cierto?

Él apretó los puños demostrando su rabia y Tevon sonrió. —Bingo.


Hemos dado con el premio gordo. Lo has hecho por orgullo. Para ti fue muy
fácil. Cuando saliste del hospital te pusiste de acuerdo con Iris. Sabías lo

que ella pretendía, le dijiste cuánto dinero había en la cuenta y escribiste la


cifra en la agenda para que no lo olvidara. Era una cifra muy tentadora y era
una manera de recordársela. Cuando Umberto llegó de Suiza, tú le diste el
número a Iris de la clínica y se hizo pasar por su secretaria, incluso

escribisteis mails para que no se pusieran en contacto con Umberto


alegando que estaba débil de salud y que toda esa situación le estresaba
demasiado. La clínica temiendo una posible demanda ha reenviado esos
mails a Simoneta para demostrar que ellos sí que mantienen contacto con

las familias.

—¡Yo no tengo nada que ver en eso, joder!

—Cuando Tevon se puso nervioso después de hablar con Samantha

y esta le dijo cómo estaba yo en la clínica, empezó el plan. Sería sencillo,


estábamos desarmados y no sería difícil para Iris hacerse con el control del
avión.

—Con el teléfono vía satélite haríamos la llamada y ya te


encargarías tú de que Umberto pagara. Eres su mano derecha, pondrías las
cosas muy negras y le dirías que la vida de su hija estaba en peligro. —Rio

por lo bajo. —Eres un pringado, después de cobrar Iris jamás se


reencontraría contigo.

Le miró con rabia. —No dices más que estupideces.

Tevon sonrió con ironía. —Sabías que no te quería. Te mintió desde


el principio y tú eras muy consciente de ello. Te acostabas con ella para ver
si le sacabas algo y después de lo que sucedió en la cabaña decidiste unirte
a ella para sacarle a Umberto la pasta. Ambos pensabais que sería muy fácil

deshacerse del otro cuando ya tuvierais el dinero.

—¡Ella me quería! —gritó con rabia.


A Simoneta se le cortó el aliento porque sus sospechas eran ciertas.
La quería. —No puedo creer que seas tan estúpido. ¡Te utilizó desde el

principio!

—Eso es mentira. Cuando llegó de París me habló de Chris, nunca


le amó porque nunca me olvidó, creía que yo no la perdonaría. ¡Pero sí que
la perdoné! Entendí que temía por su vida y que tuvo que irse por eso,
porque nos habían mentido desde el principio. No tuvo otra opción, Tevon
quería los diamantes y tuvo que desaparecer. ¡Y lo de la cabaña fue idea de

tu padre! ¡Jamás pensamos en robar nada! ¡Éramos felices juntos y eso nos
bastaba! Pero me heriste y todo cambió. Algo cambió en mí. Me dije que
podíamos largarnos y vivir tranquilos como ella quería. Lo pasó muy mal
cuando me heriste, temió perderme y…

—Qué estúpido eres —dijo Tevon—. Era una mentirosa. ¡Su

profesión era engañar, sonsacar y desplumar! Cuando murió Chris, pasó una
depresión severa. ¡Eso no ocurre porque sí! Me dijo mil veces que era la
persona que más había amado en la vida. ¡Y no tenía por qué mentirme!

Le miró como si quisiera matarle. —Jamás vuelvas a decir eso.

Simoneta susurró —Dios mío… Manuel, no te quería.

—Yo sé que sí. ¡Y si no me quería no es asunto vuestro!

—Has arruinado tu vida por ella. Mi padre nunca te perdonará.


—¡Mátame de una vez!

La puerta se abrió mostrando a Umberto y este mirando a Manuel


cerró la puerta. Los ojos de su amigo se llenaron de lágrimas mostrando su

dolor y furioso se volvió como si no soportara su mirada. —¿Sabes, hijo?


—dijo Umberto acercándose—. No vas a morir esta noche. Por mi mano
no.

A Simoneta se le cortó el aliento. —¿Qué? —preguntó incrédula.

—Hija, es tan hijo mío como tú, aunque no lleve mi sangre. Le


quiero como a ti y tú también has cometido el error de enamorarte de
alguien que te ha traicionado. Me ha robado como Iris pretendía hacer.

¿Qué diferencia hay?

—¡Pues una muy gorda! —exclamó Tevon furioso—. ¡Iris intentó


matarnos! ¡Y este iba a hacer lo mismo esta noche para eliminar testigos!

—Manuel jamás hubiera hecho eso. Te mataría a ti, ¿pero a mi niña?


A mi niña no le tocaría un pelo porque la quiere mucho más de lo que
pudiera querer a Iris. Se han criado juntos. Son más que hermanos y mi hija
lo sabe.

Tevon pasmado la miró y esta se sonrojó ligeramente. —Bueno,

debo reconocer que lo de la cabaña me sorprendió mucho, no daba crédito.


¿Manuel amenazando mi vida? Pero papá, tuve dudas.
—Eso me quedó claro, hija. Le clavaste la tabla. Y eso hizo flaquear

a mi chico, ¿no es cierto? Pensabas que Simoneta no te quería como tú a


ella.

Tevon puso los ojos en blanco. —A ver si ahora todo va a ser culpa
de Simoneta.

—No, todo fue culpa tuya.

Asombrado la miró.

—No pongas esa cara, chico, es la verdad. Tú llegada a su vida


provocó una serie de acontecimientos que nos han traído hasta aquí. Ella
desconfiaba de todo por tu culpa y dudó de Manuel en esa cabaña. Y
Manuel la perdonó, yo lo sé, pero algo en su interior se quebró e Iris lo

aprovechó para poner a nuestro chico en nuestra contra.

—¡Esto es el colmo! —gritó Tevon—. ¡Yo no tengo responsabilidad


de lo que hagan otras personas!

Manuel se volvió y asintió. —Eso es cierto. Jefe, ya no puedes


confiar en mí.

—Ahora puedo confiar en ti más que nunca, hijo.

Simoneta preguntó pasmada —Ah, ¿sí?

—Esta es la prueba que Manuel necesita para saber que le quiero,


¿no es cierto, hijo? Y nunca se abandona a un hijo, se le ayuda, se le levanta
cuando se cae y eso es lo que le ha ocurrido. Ha tenido un tropiezo, pero de

mi mano se levantará y será el hombre que espero de él.

Emocionado le abrazó y Tevon levantó las manos exasperado


mientras Simoneta ni sentía que sus ojos se llenaban de lágrimas de la
emoción. Se levantó a toda prisa y les abrazó a los dos. —Mis hijos —dijo
Umberto orgulloso—. Os han puesto pruebas muy duras en el camino, pero

los Garrido siempre sobrevivimos. Siempre salimos victoriosos. —Miró a


Tevon. —Tú todavía estás a prueba.

—Increíble —dijo entre dientes.

Emocionada se apartó y Manuel la miró. —¿Me perdonas?

—¿Me perdonas tú a mí?

—Esto es el colmo, ¿por qué tiene que perdonarte? —preguntó


Tevon furioso.

—Por desconfiar de él.

—¡Con razón!

—¡En la cabaña no tenía razones!

—¡Creías que te había secuestrado! —gritó indignado.

Levantó la barbilla. —Pero no me hizo ningún daño. Tenía que

haber confiado en él. —Miró a Manuel a los ojos. —¿Me perdonas?

—No merezco esto, no merezco vuestro perdón ni vuestro amor…


—Yo fui injusta cuando te pegué el tiro…

—Tenías los ánimos alterados por su culpa.

Entrecerró los ojos. —Pues tienes razón. —Los tres le fulminaron


con la mirada.

—Estoy soñando —dijo pasmado—. ¡Aún estoy bajo el efecto de


las drogas porque esto no es normal!

—Bienvenido a la familia Garrido. —Le dio una palmada a Manuel


en la espalda. —Hijo, ya es hora que formalicemos que eres de la familia.

—¿Hablas en serio?

—¿Quieres ser mi hijo legalmente?

—Jefe…

—A partir de ahora me llamarás padre.

Emocionada les vio salir de la habitación y sollozó. Tevon la besó


en la sien acariciando su hombro y ella intentó abrazarle, pero él dio un
paso atrás. —Nena, la cicatriz del pecho.

—Oh…

—Tengo que sentarme.

Agotado se sentó en la cama y ella se preocupó. —Enseguida viene


el médico.
—No, espera, no le llames todavía. Quiero estar a solas contigo. —
Se sentó a su lado y él cogió su mano. —Antes cuando llegué casi no
pudimos hablar. —Se miraron a los ojos. —Eres la persona más increíble
que he conocido nunca.

—¿Por qué dices eso?

—Me has perdonado y no solo eso, has luchado por mí y me sacaste

del avión.

—Y volvería a hacerlo mil veces.

—Cuando te dije que te quería mentí, nena.

Se le cortó el aliento. —¿Qué?

—A ti te amo, te has metido en mi piel, en mi corazón y mi vida

nunca será la misma sin ti. No sé qué haría sin ti.

—Pero nunca te dejaría, mi amor. A partir de ahora siempre

estaremos juntos. —Se acercó para besar sus labios. —A todo lo que nos
enfrentemos, lo haremos juntos.

—Esos dos años…

—Ambos sufrimos, así que los dejaremos atrás como si no hubieran


ocurrido. Aunque han tenido cosas buenas, mi relación con mi padre es mil
veces mejor y ahora siento que tengo una familia. Y no creas lo que ha
dicho mi padre, ahora tú formas parte de ella. Has demostrado que eres un
Garrido como los demás. Con sus defectos, con sus virtudes, pero mereces
ese apellido porque me amas tanto como yo a ti.

Hizo una mueca. —Es una pena que tengas que cambiar de apellido.

Sus preciosos ojos brillaron. —Eso no importa. Ambos sabemos


quiénes somos y eso no cambiará. Te amo.

—Y yo a ti, mi amor. —Besó sus labios con ternura. —¿Te casarás


conmigo?

—Vete preparándote, cielo, que esta vez seré yo quien te va a dejar


con la boca abierta con mis planes

—¿Eso es un sí?

—Eso es un para siempre.


Epílogo

Tumbada en la hamaca de la terraza bajo una gran sombrilla, se


apartó un mechón de pelo de la mejilla y pasó la hoja del libro haciendo

resplandecer su anillo de compromiso. Simoneta lo miró con una sonrisa en


los labios y con el pulgar lo colocó recto al lado del de boda. Una boda

preciosa en la finca, con los que amaba. Hasta había ido Samantha, que
había convencido a su reticente marido para que la acompañara. Incluso

Víctor, que así se llamaba, se lo pasó bien a pesar de estar algo tenso al

principio con tanta seguridad, pero Manuel le dio dos copas de tequila y
antes de darse cuenta estaba bailando una ranchera con su mujer. Sonrió con

cariño, era una pena que después de eso solo pudiera llamarles si estaba

fuera de la isla.

—Señora Carpenter. Tiene una llamada de su esposo. —Su doncella

se acercó a ella con el teléfono de la casa. La extrañó que le llamara al fijo y


entonces se dio cuenta de que se había dejado el teléfono móvil en la

habitación. Gimió por dentro porque pondría el grito en el cielo.

Lo cogió a toda prisa. —Gracias Sara. —Se puso el teléfono al oído.

—Mi amor, te retrasas.

—Nena…

—Lo sé, lo siento. Se me ha olvidado en la habitación, pero estoy

muy bien. Siento haberte preocupado.

Él suspiró como si fuera un desastre. —Tu padre me ha retenido. Ya

estoy en el avión.

—¿Y ese retraso por qué?

Rio por lo bajo. —Es una sorpresa. Ni te la imaginas.

—Le ha comprado algo al niño. —Entrecerró los ojos. —¿Un pony?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó pasmado.

—Me compró uno con cinco años.

—Alberto aún tiene tres.

—Ya, pero es un chico. Y su nieto tiene que aprender cuanto antes a

montar a caballo. ¿A que te dijo eso?

—Pues sí. Y no veas la movida que se organizó para subirlo al

avión.
Rio por lo bajo. —Me lo imagino. ¿Llegarás para la cena?

—Sí, de hecho, llegaré un poco antes.

—¿Habéis arreglado el problema?

—Todo está listo, nena. No te preocupes. Cuando des a luz él estará


allí contigo como todos. Tendrá que salir disfrazado dar varias vueltas hasta

llegar a Martinica, pero llegará como lo hicimos con Alberto. Manuel ya se

ha encargado de todo. —Sonriendo satisfecha acarició su gran vientre. —

Por cierto, la esposa de tu padre le ha hecho a la niña un montón de ropita

de lana rosa.

Gruñó. —¿De veras?

Su marido rio por lo bajo. —En algún momento tendrás que

tragarla. Clara es agradable y a él le hace muy feliz.

Chasqueó la lengua. —Igual el año que viene si siguen las cosas así.

—No la tragarás nunca, ¿no?

—¡Eh, que todavía estoy intentando digerirlo!

—Se casó hace dos años.

—Pues eso, es muy pronto.

Riendo dijo —Te he echado de menos.

—Y yo a ti, mi amor.
—Enseguida estaré contigo.

—Tevon…

—¿Sí?

Se mordió el labio inferior temiendo hacer esa pregunta, pero hacía

días que le rondaba por la cabeza porque cuando le había dicho que había

que ir a ver a su padre casi había corrido a subirse al avión. —¿Eres feliz en

la isla? ¿Conmigo?

Él suspiró. —Nena, te has dado cuenta, ¿no?

—Estabas impaciente por irte —susurró preocupada—. Si no te

gusta vivir aquí…

—Tenía una sorpresa y quería ir a buscarla. —Rio por lo bajo. —Y

yo pensando que no te habías dado cuenta de nada, estoy perdiendo mi

toque.

Se le cortó el aliento. —¿Una sorpresa?

—Esta sí que te va a dejar con la boca abierta.

—¿Qué es? ¿Qué es? —preguntó excitada.

—La verás llegar —dijo antes de colgar.

¿La vería llegar? Entrecerró los ojos mirando a su alrededor. —

¿Cuándo?
Una hora después allí seguía y miraba a su alrededor comiendo un
sándwich de huevo a dos carrillos. Alberto sentado entre sus piernas cogió

una patata frita metiéndosela en la boca. —Papá está al llegar —dijo con la

boquita llena.

—Sí, cielo. No puede quedar mucho. —Cogió el vaso de agua y se

lo acercó a la boca para que bebiera con ganas. Cuando no quiso más,

apartó la cara para coger otra patata. —Eh, ese no era el trato. Una patata y

un poco de sándwich.

La miró con sus inocentes ojitos azules. —Una patata y algo. —

Señaló el vaso con su grasiento dedo. —Agua, así que toca patata.

Rio porque era tan listo como Tevon y le besó en la frente antes de

acariciar sus rizos castaños. Era la viva imagen de su padre y se iba a poner

loco de la alegría cuando viera el caballo. Estaba deseando verlo. De hecho,

ya tenía la cámara preparada.

Entonces escucharon un motor y Alberto chilló bajándose de la

tumbona para señalarla. —¡Papá, es papá! —gritó excitadísimo.

Se tensó porque la avioneta era blanca y la de Tevon era negra. —

No hijo, no es papá.

—¡Sí mamá, tiene nuestra letra!


Al ver en la cola la C y la G entrelazadas se le cortó el aliento. ¡Era

su avioneta! ¡Le había comprado una avioneta! Chilló de la alegría y

cuando se acercó vieron como sacaba la mano por la ventanilla para saludar.

—¡Es mi avioneta, cielo!

—¡Yo quiero una!

—Ya. Cuando seas mayor —dijo sin dejar de observarla. Era

preciosa.

—Jo.

—Pero seguro que papá te traerá algo del abuelo. ¿Vamos a verlo?

El niño corrió hacia el carrito de golf que ya tenían preparado y

riendo se subió con él. Recorrieron el camino que llevaba a la pista de


aterrizaje y llegaron justo a tiempo de verle detener la avioneta frente al

hangar. Detuvo el carrito a su lado y Tevon abrió la puerta. —¿Te gusta?

—¿Que si me gusta? ¡Me encanta! —dijo loca de contenta. Alargó


la mano para tocar el logo en letras doradas—. Es preciosa.

Él bajó por la escalerilla y cogió a su hijo que chilló de la alegría

abrazándole por el cuello. —¿Cómo está mi campeón?

—¿Y mi regalo? Mamá tiene regalo, yo también quiero.

—Es un regalo del abuelo —dijo Tevon divertido.


—Vale. —Su padre le elevó para que mirara por la ventanilla y

Alberto abrió los ojos como platos pegando las manitas al cristal. —Hala.

Rieron encantados. —Enseguida te lo bajo, hijo.

—¿Es para mí? Yo quería un perrito, pero esto es mejor —dijo


asombrado.

Emocionada por su sorpresa sacó una foto y Alberto la miró. —


¡Mamá, un caballito de verdad!

—Y todo para ti. Yo te enseñaré a montar.

—¡Sí!

Tevon se acercó a ella y la besó en los labios. —Gracias, cielo. Me

encanta mi regalo.

—Ha sido un placer.

—Saca el caballo que tenemos que irnos.

—¿Irnos? No habrás organizado una cena en Martinica, nena, estoy


agotado.

Gimió acariciándose la tripa. —Lo siento, pero con tantas

emociones la niña quiere salir.

Se quedó de piedra. —¿Ahora?

—¡Sorpresa!
—Hostia, hostia… —Dejó al niño en el suelo y caminó hacia la
escalerilla, pero al darse cuenta de que no podía sacar el caballo por allí fue

hasta la puerta de carga. —Tú aguanta, nena, que enseguida está. Y si no


nos lo llevamos. Mientras tenga agua y comida…

—Cielo tranquilo, aún queda mucho. Pero tú no te relajes.

—Genial, sin presiones. Se nota que eres una Garrido con todas las
letras.

Le guiñó un ojo. —No lo sabes bien, cielo. Y me amas por ello.

Él la cogió por la cintura pegándola a su cuerpo. —Tanto que duele


cuando no estás a mi lado.

Emocionada le miró. —¿De veras?

—Y la respuesta a tu pregunta de antes es sí, jamás he sido más feliz

que estando contigo y no querría vivir en otro sitio que no fuera aquí.

—Nuestros sueños se han hecho realidad.

—Aún quedan muchos sueños por venir. —Besó sus labios y

susurró —E intentaremos conseguirlos juntos.

FIN
Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva varios años
publicando en Amazon. Todos sus libros han sido Best Sellers en su

categoría y tiene entre sus éxitos:

1- Vilox (Fantasía)

2- Brujas Valerie (Fantasía)


3- Brujas Tessa (Fantasía)

4- Elizabeth Bilford (Serie época)


5- Planes de Boda (Serie oficina)
6- Que gane el mejor (Serie Australia)

7- La consentida de la reina (Serie época)


8- Inseguro amor (Serie oficina)

9- Hasta mi último aliento


10- Demándame si puedes

11- Condenada por tu amor (Serie época)


12- El amor no se compra

13- Peligroso amor


14- Una bala al corazón

15- Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje en el tiempo.


16- Te casarás conmigo

17- Huir del amor (Serie oficina)


18- Insufrible amor

19- A tu lado puedo ser feliz


20- No puede ser para mí. (Serie oficina)

21- No me amas como quiero (Serie época)


22- Amor por destino (Serie Texas)

23- Para siempre, mi amor.


24- No me hagas daño, amor (Serie oficina)
25- Mi mariposa (Fantasía)

26- Esa no soy yo


27- Confía en el amor

28- Te odiaré toda la vida


29- Juramento de amor (Serie época)

30- Otra vida contigo


31- Dejaré de esconderme

32- La culpa es tuya


33- Mi torturador (Serie oficina)

34- Me faltabas tú
35- Negociemos (Serie oficina)

36- El heredero (Serie época)


37- Un amor que sorprende

38- La caza (Fantasía)


39- A tres pasos de ti (Serie Vecinos)

40- No busco marido


41- Diseña mi amor

42- Tú eres mi estrella


43- No te dejaría escapar

44- No puedo alejarme de ti (Serie época)


45- ¿Nunca? Jamás

46- Busca la felicidad


47- Cuéntame más (Serie Australia)

48- La joya del Yukón


49- Confía en mí (Serie época)

50- Mi matrioska
51- Nadie nos separará jamás

52- Mi princesa vikinga (Serie Vikingos)


53- Mi acosadora
54- La portavoz

55- Mi refugio
56- Todo por la familia

57- Te avergüenzas de mí
58- Te necesito en mi vida (Serie época)

59- ¿Qué haría sin ti?


60- Sólo mía
61- Madre de mentira

62- Entrega certificada


63- Tú me haces feliz (Serie época)
64- Lo nuestro es único

65- La ayudante perfecta (Serie oficina)


66- Dueña de tu sangre (Fantasía)

67- Por una mentira


68- Vuelve

69- La Reina de mi corazón


70- No soy de nadie (Serie escocesa)

71- Estaré ahí


72- Dime que me perdonas

73- Me das la felicidad


74- Firma aquí

75- Vilox II (Fantasía)


76- Una moneda por tu corazón (Serie época)

77- Una noticia estupenda.


78- Lucharé por los dos.

79- Lady Johanna. (Serie Época)


80- Podrías hacerlo mejor.
81- Un lugar al que escapar (Serie Australia)
82- Todo por ti.

83- Soy lo que necesita. (Serie oficina)


84- Sin mentiras

85- No más secretos (Serie fantasía)


86- El hombre perfecto

87- Mi sombra (Serie medieval)


88- Vuelves loco mi corazón

89- Me lo has dado todo


90- Por encima de todo

91- Lady Corianne (Serie época)


92- Déjame compartir tu vida (Series vecinos)

93- Róbame el corazón


94- Lo sé, mi amor
95- Barreras del pasado
96- Cada día más

97- Miedo a perderte


98- No te merezco (Serie época)
99- Protégeme (Serie oficina)
100- No puedo fiarme de ti.

101- Las pruebas del amor


102- Vilox III (Fantasía)
103- Vilox (Recopilatorio) (Fantasía)

104- Retráctate (Serie Texas)


105- Por orgullo
106- Lady Emily (Serie época)
107- A sus órdenes
108- Un buen negocio (Serie oficina)

109- Mi alfa (Serie Fantasía)


110- Lecciones del amor (Serie Texas)
111- Yo lo quiero todo
112- La elegida (Fantasía medieval)

113- Dudo si te quiero (Serie oficina)


114- Con solo una mirada (Serie época)
115- La aventura de mi vida
116- Tú eres mi sueño

117- Has cambiado mi vida (Serie Australia)


118- Hija de la luna (Serie Brujas Medieval)
119- Sólo con estar a mi lado
120- Tienes que entenderlo

121- No puedo pedir más (Serie oficina)


122- Desterrada (Serie vikingos)
123- Tu corazón te lo dirá
124- Brujas III (Mara) (Fantasía)

125- Tenías que ser tú (Serie Montana)


126- Dragón Dorado (Serie época)
127- No cambies por mí, amor
128- Ódiame mañana

129- Demuéstrame que me quieres (Serie oficina)


130- Demuéstrame que me quieres 2 (Serie oficina)
131- No quiero amarte (Serie época)
132- El juego del amor.

133- Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas)


134- Una segunda oportunidad a tu lado (Serie Montana)
135- Deja de huir, mi amor (Serie época)
136- Por nuestro bien.
137- Eres parte de mí (Serie oficina)

138- Fue una suerte encontrarte (Serie escocesa)


139- Renunciaré a ti.
140- Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas)
141- Eres lo mejor que me ha regalado la vida.

142- Era el destino, jefe (Serie oficina)


143- Lady Elyse (Serie época)
144- Nada me importa más que tú.

145- Jamás me olvidarás (Serie oficina)


146- Me entregarás tu corazón (Serie Texas)
147- Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)
148- ¿Cómo te atreves a volver?
149- Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1 (Serie

época)
150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie época)
151- Me has enseñado lo que es el amor (Serie Montana)
152- Tú no eres para mí

153- Lo supe en cuanto le vi


154- Sígueme, amor (Serie escocesa)
155- Hasta que entres en razón (Serie Texas)
156- Hasta que entres en razón 2 (Serie Texas)

157- Me has dado la vida


158- Por una casualidad del destino (Serie Las Vegas)
159- Amor por destino 2 (Serie Texas)
160- Más de lo que me esperaba (Serie oficina)

161- Lo que fuera por ti (Serie Vecinos)


162- Dulces sueños, milady (Serie Época)
163- La vida que siempre he soñado
164- Aprenderás, mi amor

165- No vuelvas a herirme (Serie Vikingos)


166- Mi mayor descubrimiento (Serie Texas)
167- Brujas IV (Cristine) (Fantasía)
168- Sólo he sido feliz a tu lado

169- Mi protector
170- No cambies nunca, preciosa (Serie Texas)
171- Algún día me amarás (Serie época)
172- Sé que será para siempre

173- Hambrienta de amor


174- No me apartes de ti (Serie oficina)
175- Mi alma te esperaba (Serie Vikingos)
176- Nada está bien si no estamos juntos
177- Siempre tuyo (Serie Australia)

178- El acuerdo (Serie oficina)


179- El acuerdo 2 (Serie oficina)
180- No quiero olvidarte
181- Es una pena que me odies

182- Si estás a mi lado (Serie época)


183- Novia Bansley I (Serie Texas)
184- Novia Bansley II (Serie Texas)
185- Novia Bansley III (Serie Texas)

186- Por un abrazo tuyo (Fantasía)


187- La fortuna de tu amor (Serie Oficina)
188- Me enfadas como ninguna (Serie Vikingos)
189- Lo que fuera por ti 2

190- ¿Te he fallado alguna vez?


191- Él llena mi corazón
192- Contigo llegó la felicidad (Serie época)
193- No puedes ser real (Serie Texas)

194- Cómplices (Serie oficina)


195- Cómplices 2
196- Sólo pido una oportunidad
197- Vivo para ti (Serie Vikingos)

198- Esto no se acaba aquí (Serie Australia)


199- Un baile especial
200- Un baile especial 2
201- Tu vida acaba de empezar (Serie Texas)

202- Lo siento, preciosa (Serie época)


203- Tus ojos no mienten
204- Estoy aquí, mi amor (Serie oficina)
205- Sueño con un beso
206- Valiosa para mí (Serie Fantasía)
207- Valiosa para mí 2 (Serie Fantasía)
208- Valiosa para mí 3 (Serie Fantasía)
209- Vivo para ti 2 (Serie Vikingos)

210- No soy lo que esperabas

Novelas Eli Jane Foster

1. Gold and Diamonds 1


2. Gold and Diamonds 2
3. Gold and Diamonds 3
4. Gold and Diamonds 4

5. No cambiaría nunca
6. Lo que me haces sentir

Orden de serie época de los amigos de los Stradford, aunque se


pueden leer de manera independiente

1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna
3. Con solo una mirada
4. Dragón Dorado
5. No te merezco
6. Deja de huir, mi amor

7. La consentida de la Reina
8. Lady Emily
9. Condenada por tu amor
10. Juramento de amor

11. Una moneda por tu corazón


12. Lady Corianne
13. No quiero amarte
14. Lady Elyse

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