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volumen, Natalie Zemon Davis rinde tributo a su esposo por haberle III

aconsejado economía en la expresión y por haberle exigido que prac-


ticara el arte de la persuasión. A hora bien, ellibro sólo esbozaba esta
preocupación propiamente !iteraria, esta atención ai relato y ai domj-
nio de lo escrito. i, POr qué razón? Porque este hecho narrativo se con-
sumaría y se llevaóa hasta sus últimas consecueocias más tarde, EL TALLER PARISINO
cuando la propia autora enfrentara la posibilidad literal de contar una
historia, de tratar un caso particular en el que aunar imaginación y
pruebas, documentación y evocacióu, algo que ya estaba presente
entre aquellos grandes historiadores de los que Zemon Davis se sen-
tía muy cercana: Thompson y Hobsbawm.
i,Natalie Zemon Davis? La influencia del marxismo británico entre
los historiadores culturales que hemos identificado (Davis, Burke,
Darnton, Ginzburg o Chartier) no se reduce a esta autora nOiteameri-
cana, aunque pueda ser ella e! engarce entre dos generaciones de inves-
tigadores de diferente edad: es e!la quien mejor y más tempranamente
se vincula a dicha tradición. En realidad, el cambio que los Hobsbawm, PARfS, CAPITAL DEL SIGLO XX
Williams o Thompson favorecido afecla a una generalidad de
autores y a varias generaciones de estudiosos. Asf pues., que algunos de Los historiadores que hemos escogido reúnen la circunstancia
los historiadores culturales no rindan un homenaje expreso a esos pio- común de haberse inspirado en la historiografia francesa e incluso de
neros o no los reconozcan como sus maestros no significa que estén tan haber tomado la Francia moderna como objeto principal de sus inves-
alejados de lo que aquéllos hicieron. Evidentemente, en los anglosajo- tigaciones. Este último aspecto no es meramente circunstancial o irre-
nes esa influencia es mayor. Sirva como ejemplo que Peter Burke levante, puesto que el estudio de esta cultura les ha obligado a com-
recordará de manera explícita a Raymond Willíams al parafrasear el partir o a discutir los presupuestos de la disciplina, los objetos particulares
rótulo de uno de sus libros (Culture and Society) en el epígrafe que que tratan y su relevancia o los procedimientos metodológicos que uti-
daba título a otro de los suyos (Culture and Society in Renaissance lizao. En otros casos, quizá esa coincidencia de historiadores no obli-
ltaly). Ahora bien, ese clima de fondo que reinaba en la historiografía gue a enfrentarse y a asumir las discusiones propias dei país investiga-
britânica en los aiios sesenta y setenta no es suficiente para entender a do. En cambio, eso no ba ocurrido entre aquellos que, procediendo de!
dicho grupo de hist01iadores culturales. De hecho, hay un indicio fun- mundo anglosajón o de otros lugares, se ban adentrado en la cultura
damental en la obra de Natalie Zcmon Davis que nos puede ayudar a francesa. La razón es evidente. De existir una esctiela historiográfica,
raslrearlo. Como hemos visto, el objeto de estudio estaba localizado con sus centros de invesligación, revistas, promoción, difusión, etcéte-
expresamente en Francia. i,Por qué una historiadora norteamericana se ra, ésta seria, sin duda, la de los Annales. Las razones de este éxito son
ocupaba de temas europeos? En realidad, ese becho no era tan excep- múltiples y sobradamente conocidas, puesto que existen numerosos
cional, a pesar de la condición pionera de esta investigadora, y sus cole- estudios sobre su significado, su trayectoria, sus disúntas épocas y su
gas también tomarían la sociedad y la cultura fnmcesas como objeto de peso dentro de la disciplina. Pero un par de cosas han sido decisivas
estudio, como marco general de sus análisis o como estímulo historio- en el conocimiento internacional de esta corriente.
gráfico de sus respectivas investigaciones. Pero és te es otro asunro, por- La primera, la creación de la Sección VI de la École des Hautes
que Paós y su revolución historiográfica serán absolutamente decisivas Études, que a partir de 1975 afíadiría a ese nombre el predicado en
en el desmroUo de la histeria cultural. Sciences Sociales (EHESS), y por tanto el apoyo institucional recibi-
do de! Estado galo para la investigación y difusión de las obras his-
tóricas. El segundo aspecto ha sido la tarea de promoción de la cul-
t'Jra francesa en e! extranjero. Y ello se ha logrado con distintos
medios: la subvención de traducciones a otras lenguas, las becas de
viaje y de intercarnbio de universitruios. :a implantación de distintos
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centros e instituciones en múltiples países, etcétera. A este conjunto oír en la esccna pública, ue supieron presentarse ante sus conciuda-
ele iniciativas, que se desarrollan dentro y fuera de la República, sele con legitimiclad y con oltat(e, Zola o Sartre
ha denominado Élat culturel. Consiste, entre otras cosas, en la inter- son los nombres propios de esa tradici ón, son los nombres que se nos
vención activa y en el desembolso de grandes capitales para el culti- antojan comunes y. evidentes de aquellos que hicieron valer su cuali-
vo de la virtud republicana,.en la difusión de sus valores, un patri- dad !iteraria o el respeto que su pensamiento merecía para hablar de
monio que se ve como herencia universal y en el que se inviene para otras cosas, para enjuiciar la actividad política o para alajar los desas-
obtener réditos materiales y simbólicos, relativos a su posición cultu- tres colectivos. Levantaron su voz, se empecinaron en causas justas o
ral y geopolítica en e! mundo. equivocadas, irritaron a los poderes o lograron el aplauso ele los ciu-
Desde hace muchas décadas. Francia ejerce una suerte de tutela o dadanos, pero nadíe les disputó el papel que desempefiaban. A fina-
atracción intelectual. Los aJbores de la contemporaneidad son franceses, les de los aiíos cíncuenta, en el momento en que la guerra de Argelia
la gloriosa Revolución que dio inicio a nuestra época es francesa, los estaba conmoviendo a los franceses, cuando se cruzan manifiestos a
grandes debates políticos que definieron e! liberalismo de! Ochocientos favor y en contra, cuando se hacen públicas posiciones extremas
son franceses. En fin, como bellamente nos advirtió Walter Benjamin, sobre la liz,a que envuelve a la colonia, Sartre adopta la voz más radi-
París es la capital dei siglo xrx, el núcleo en el que se concentran las cal, la voz que más incomoda ai Gobierno francés. El diario Paris-
novedades de la centuria, el escenario de las revueltas, de los conflictos, Jour tituló aquel día: «De Gaulle: Je pardonne à Voltaire, mais pas
de los choques más violentos y llamativos, la ciudad de los passages en au.x serviteurs de l 'État>>.
la que se introduce y se inaugura el confort, la ciudad de Haussmann y Esta generosidad soberana, este gesto de apaciguamiento gaullis-
dei desorden, dei trasicgo. Qué mejor descripción, en efecto, del París ta, constituía la plirnera etapa de la canonización de Sartre, apostilla
de aquel tiempo que la que nos diera Walter Benjamin. Lo que él nos Annie Coben-Sollll, su biógrafa. No hay hipérbole en estas palabras,
relata no es otra cosa que retazos, fragmentos de interior a partir de la hay casi una descripción literal de los hechos, del encumbramiento de
vida contenida en las galerias comerciales, en las grandes avenidas o Sartre y dei papel que se Je tiene reservado a los intelectuales en
dentro de cuaiquiera de sus casas. Aunque el Novecientos haya confir- Francia, dei respeto que se merece un bien que es patrimonio nacio-
mado la hegemonía estadounidense, lo cierto es que de París aún se nal y que se exporta. En efecto, a no se le encarcela, puesto
espera cl hallazgo, la novedad que choca y que se acoge, que deslumbra que una agresión a la figura egregia dei intelecrual abate los cimien-
y que incomoda. Las vanguardias del arte, las modas en la indumenta- tos de la política francesa, de ese Estado cultural, dei hechizo gue
Iia, las reivíndicaciones politicas o el mandarinato cultural que Francia provoca lo parisino allí y fuera de allí. Las muertes de Jean-Paul
exporta y que son logros de la inteligcncia y de la audacia ejercen toda- Sartre, de Roland Barthes, de Michel Foucault y de otros grandes
vía un efecto de sentido sobre el resto de los occident.alcs, y en especial autores a comienzos de los aiíos ochenta, el silencio y posterior falle-
sobre aquellos países que le son próximos o vecinos. Desde 1789, una cimiento de Louis Althusser y, en fin, el repliegue de otros, han
creencia común nos hace aceptar lo francés como dotado de universa- un vacío evidente en la Francia actual. 1ànto es así, gue las revistas de
lismo, y sus gestores, sus intelectuales y sus innovadores se empenao en pensamienlo y los sernanarios se preguntan periódicamente, desde hace
presentarse ante el mundo como portadores de un mensaje ciertarnente varias lustros, qué ha sido de la cultura francesa, qué ha sido de la figu-
mundial. Los contemplamos con admiración o con antipatia o con envi- ra àel intelectual, de ese mandarí.n que en los aledaiíos del Estado, en
dia y, cn efecto, de ellos apreciamos su tradición y su audacia, su inteli- la cátedra o en la tribuna de prensa manifiesta su incomodidad, su desa-
gencia, su temeridad, su arrogancia, su suficiencia, su atrevimiento o su zón y, adem<í.s, lo hace invocando los princípios republicanos. Pero
olfato. En fin, Pruís es bastante más que una ciudad universitaria, bas- estas pérdidas sólo son un hccho reciente. Hasta hace unas pocas déca-
tante más que Oxford o Cambridge, como confiesa Peter Burke a! ser das, ese patrimonio se hacía valer universalmente.
entrevistado por Maria Lúcia G. Pallares-Burke, y su capitalidad ofi·ece Así pues, la Francia de la última posgucrra fue, en efecto, una grai]_
no sólo la Sorbona o el Coilege de France como centros académicos, productora d'ê"pei1sãmientoJie.
sino todo un muestrario de instituciones culturales y de personajes que ':§_hâsta
deslumbran al transeúnte. decíf,lõêl'ã epoca dei dei estruç,.:_
Por eso, una ·uslísima, podríamos decir ue la. turaiismo v dei marxismo;ãsnOmõ
intelectual es propiamente mejor, es uno Quien se ha acercado a Annales sabe inmediatameme que lo que se
- ·- ____ ________
..encamado
.. en autores que suE_ieron... hacerse ver y debate allf snpone àe alguna manerél dialogar con todos los pensado-

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res franceses, con esos intelectuales que se erigen en conciencia de la cente Minelü lo lleva a la pantalla grande con éxito mundial. La
República. Quien ha frecuentado sus páginas sabe que los historiado- música de Gershiwn y la coreografíá de Gene Kelly expresaban de
res gaios toman a los filósofos, a los sociólogos o a los antropólogos manera plástica el atractivo que los cafés, los bulevares y las gentes
como sus interlocutores o como sus contendientes. Y esto no só lo por- de aquella capital tenían.
que en aque!la revista haya· referencias a esos maltres à penser, sino
porque éstos fueron requeridos para publicar o para encabezar núme-
ros que renían que ver con lo que ellos mismos abordaban o inspira- LAS AFINIDADES ELECffVAS
ban. (.Puede un investigador leer a los grandes hislotiadores franceses
f siD. encontrarse directa o indirectamente con Claude Lévi-Strauss, Realizar e! sueõo de visitar Paris no era diffcil, al menos para los
Michel Foucault, Roland Barthes, Piene Bourdieu o con Paul Ricoeur? estadounidenses, habitantes de un país gue se imponía hegemónica-
(.Puede uno adentrarse en las páginas de Los reyes taumaturgos, de mente y que disfiutaba en los aiios cincuenta de una época de esplen-
J Marc Bloch, sin oír la resonancia de Émile Durkheim? dor económico y material. Por ejeroplo, el historiador Robert Darnton
Por tanto, no debe sorprendernos que historiadores como la esta- da cuenta 'de eso mismo en uno de sus textos más C()nocidos, inclui do
dounidense Natalie Zemon Davis, el inglés Peter Burke, el italiano finalmente en The Kiss of Lamourette. Allí, insiste Uteraimente en que
Carlo Ginzburg o el norteamericano Robert Damton hayan llegado a la proliferación de b<>veas, la aparición de los vuelos chárter y e] domí-
Francja en un detenninado momento de sus vidas para visitar sus nio de un dólar fuerte hicieron que a los estudiantes americanos, como
archivos, inspirados por el cosmopolitismo, o hayan llegado atraídos a cualquier otro turista, les fuera muy accesible realizar viajes al conti-
por la influencia de aguella escuela o por invítación institucional. nente europeo y, en su caso, completar su formación académica. Pero,
Sean cuales fueren sus razones, lo cierto es que todos ellos empeza- además, Damton sefiala otros aspectos gue nos informan de los mutuos
ron o acabaron i nmersos en las discusiones que esta revista generaba préstamos culturales que se daban en aquel periodo, en patticular inte r-
y en las controversias en que el pensamiento francés se difundía. En cambies historiográficos. Así, cita la influencia de E. P. Thompson y de
efecto, esas discusiones no se agotan en las cuestiones propias de! ia histeria social británica, pera. sobre todo resefia la condición de
quehacer cotidiano del historiador, sino que han ido más allá y han misioneros de algunos franceses, que empezaron a viajar a los Estados
establecido un debate cosmopolita que debe mucbo a la circunstan- Unidos, gracias muchas veces al prbpio patrocínio americano, ayudap-
cia europea de posguen·a. Por un lado, a pesar del convulso pasado, do así a crear ..de...la._tradición
o precisamente por él, italianos, ingleses u otros continentales com- localizados en Pri!lÇ.eJ.On,.Ann Arhor.o Binghamton.
partían en aquel tiempo ese sentimiento creciente de unidad cultural contexto, la revista Annales y su entorno institucional se
europea. Pero es que, además, dicha vivencia no excluía a los ameri- convirtieron en un polo de atracción y con ella se difundieron debates
canos, sino que intensificaba los contactos en ambos lados del Atlán- propiamente historiográficos e intelectuales de gran repercusión. Des-
tico, contactos ya antiguos gracias a las fundaciones Rockefeller o de antiguo, esta publicación había proclamado su fe en la interdiscipli-
Forçl y renovados tarobién con los apoyos dei Gobierno estadouni- nariedad y había fomentado, pues, aproximaciones a las disciplinas
dense en una época de Guerra Fría. Entre los numerosos testimonios cercanas, a aquellos saberes vecinos de los que podían obtenerse méto-
que podrían aportarse, hay muchos que son suficientemente conoci- dos, técnicas u objetos. Ahora bien, más allá de esto, Paris, esa capital
dos y de diferente signÍficación, unos de corte intelectual y otros con cultural, ha sido un escenario privilegiado para el debate de ciertas
un sentido más popular. Del lado francés, entre otros, se podrían citar, cuestiones que ban trastornado e] mundo filosófico. Por edad, por
por ejemplo, los vínculos de Fcmand Braudel con esas fundaciones generación, estos historiadores culrurales, los Burke, Cbartier, Dml1-
norteamericanas, tal como ha analiza.do Giuliana Gemelli; o los inten- ton, Davis o Ginzburg, llegaban a su madurez intelectual en los anos
tos de Raymond Aron de reconstruir puentes entre ambas orillas del sesenta y setenta, justamente en un momento de gran agitación y con-
océano a pesar de las diferencias que provocaba el atlantismo, tal troversias en París y, desde allí, en parte difundidas al resto de la cul-
como podemos 'leer en sus Memorias. Del otro lado, quiz.á la mejor tura occidental. Prácticamente no bubo certezas que no fueran puestas
prueba, la más popular, del he.chízo que la capital francesa provocara en discusión. hasta a salvo del 1
entre los estadounidenses fuera la de George Gershwin. Como se debate se conv1rtJ.eroilei1õb cto ãe cnt1ca o de 1mpugnacton y asuntos il\
sabe, ese encanto le había hecho componer en 1928 Un americano en ' asa · rei · o oue simplemente ha 1an sido
PGrfs, un encanto que se renueva en los anos cincuenta, cuando Vin- o una centralidad crecientes. 1

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Se discutia en aquellas fechas sobre el sujeto y aparecían las fica italiana y la francesa. Además, en este sentido, es bien conocida
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41 lasmujeres; y
se impugnaba la legitimación del Estado. se radicalizabal).
formas de hacer política; se rechazaba la sociedad burguesa y se
la relación gue en ios anos setenta mantendría Ginzburg con Jacgues
Le Goff, cuyo seminarió parisino -como veremos más adelante-
<li reclamaba la subversión de la vida cotidiana; se cuestionaba la auto- habría de convertirse en un polo de atracción de los historiadores más
Jf !1idad y se socavaban las jerarquías; se apoyaban los procesos .de des- inquietos de aquel momento. Allí acudiría este investigador ]taliano,
1 colonización y, en fin, se repensaba el modelo de. cultura occ1dental. pero también estos otros autores de la historia cultural cuya renova-
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Eso no sólo ocurría en Pruis, desde luego, dado que en Estados Uni- ción se estaba gestando por entonces.
dos la revuelta cultural contemporánea había comenzado cone! rock. Sabemos, por otra pa1te, que Robert Damton estudió periodismo,
Pero la capital francesa fue el lugar en donde mayor trascendencia una profesión con mayor prestigio en los Estados Unidos que en
adquirió, ai menos para eJ continente europeo. Por eso, algunos de Europa, vinculada a las humanidades, y que le llevaría indirectamcn-
estas historiadores se habían formado intelectualmente estableciendo te a París. Según le revela a Maáa Lúcia G. Pallares-Burke, cuando
evidentes vínculos con la cultura gala, antes inc luso de sus estanc ias en 1963 realizaba su tesis en la vieja Universidad de Oxford, se dio
académicas en París. de bruces' con la huella de uno de los líderes de la Revolución fran -
Sabemos, por ejemplo, que la familia de Ginzburg siempre se sin- cesa, Jacques Pierre Brissot.· Le sorprendió particularmente la refe-
tió cercana a su literatura, a esos escritores de la tradición francesa rencia a las numerosas misivas que este último había escrito o recibi -
que, como Proust y los clásicos de la novela de aquel país, fucron do, ai parecer un caudal in formativo copioso sobre la Francia
algunas de sus lecturas más comunes, significativas. El ámbito fami- finisecu lar. Ha de recordru·se que las cartas en el Setecientos no sólo
liar Je facilitó esa aproximación, entre otras cosas porque la editorial vinculaban personal o afectu'osamente a los corresponsales, sino que
Einaudi, aquella de la que su padre fue cofundador y aguella en don- eran, además, uno de los medios más frecuentes de difusión de la
de su madre sería asesora, era probablemente un núcleo de sensibili- información. Que un estudioso como Darnton, preocupado por el
dad y de afinidades afrancesadas. Proust le vino a Ginzburg de su periodismo, pudiera ncceder a ese patrimonio epistolar era toda una
madre, corno ha confesado en repetidas ocasiones, y desde entonces promesa. Sin embargo, cuando la estancia oxoniense acabó, Darnton
y gracias a ella aprendió dos cosas: de un lado, el aprecio por una cul- vo!vió a su país empezando a trabajar como redactor en la sección de
tura, la gala, tan influyente, tan decisiva, en el Piamonte turinés, en sucesos en el New York Times, cosa que se prolongá entre 1964 y
donde nació y vivían; de otro, la admiración por los grandes narra- 1965. Así, este futuro historiador comenzaría ejerciendo de publicis-
dores, tantos de ellos franceses, desde Ba!zac hasta Raymond Que- ta, siguiendo una tradición familiar gue había iniciado su padre, aguel
neau, pasando por Flaubert. Hacia mediados de los ai'ios cincuenta, aguerrido .periodista que murió en combate y al que ya hicimos alu-
revel a Ginzburg en el prefacio de Mitos, emblemas, indicias, «yo leía sión , y que siguieron si.l madre y su célebre hermano, e! escritor John
novelas; la idea de que pudiera llegar a convertirme en historiador ni Darnton. Sin embargo, aquel hallazgo oxoniense acabada por impo-
siquiera me pasaba por la cabeza>>. Algo muy semejante a lo que el nerse, llevándole, según confiesa, a trasladarse tiempo después a la
propio Hobsbawm indica en su autobiografía, cuando celebra ba las localidad suiza de Neuchâtel, en cuyo archivo se guardaban la corres-
ficciones y la escritura narrativa como algo propio, personal, pero pondencia de Brissot así como miJes de cartas de aquel período. Pero
también característico de sus colegas más próximos. Sin embargo, ese depósito documental, Jejos de reforzar su idea inicial de hacer una
fin almente Ginzburg se hizo historiador. biografía de dicho personaje, le orientó en otro sentido.
En ese sentido, alguno de los maestros de profesión a quienes más Su objeto, gracias a esas otras fuentes epistolares, pasó a ser el
debe, como Delio Cantimori, estaban estrechamente ligados a Anna- gran libro dei sigla xvm, la Enciclopedia, examinada como si de un
les. Por eso, no es extrmío que uno de los primeros artículos de Ginz- enigma se tratara a través de las cartas que sus contemporáneos, res-
burg versara sobre Marc Bloch. en concreto el que apareciera en ponsables o destinatarios, se dirigieron. Sus primeros artículos datan,
1965; no es tampoco insólito, pues, que en 1973 pro1ogara la edición pues, de la segunda mitad de los sesenta y, además de aguel tema,
itali ana de Los reyes wumaturgos, un clásico de la historiografía que, toman el París de 1789 como asunto, pero haciendo especial hincapié
precisamente, volvía por entonces a rceditarse o a traducirse en las en la historia policial de aquel tiempo. es decir, prolongando el inte-
ler.guas europeas; o que en 1979 fuera coautor de una célebre ponen- rés que como periodista de sucesos había cultivado poco tiempo
cia. tituiada entre nosotros «EI nombre y el cómo», dedicada a estu- atrás. Desde cntonces, loda su producción historiográfíc11·está centra-
diar 01 intercnmbio que se habría dado entre la tradición historiográ- da en Francia o tiene como motivo ei enciclopedismo. los intel&tua-

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les y, en fin, los debates, las noticias, los rumores, la literatura sub- que procedía de París, como Maiguashca, que había estado en con-
versiva y la agitación cultural. Desde entonces, sus múltiples lecturas tacto con los miembros de esa corriente y que conocía sus interiori-
Ie llevarán tambíén a frecuentar las obras de Annales y a ser conside- dades, algunas de las cuales, las lucbas por la hegemonía, eran anti-
rado uno de los máximos exponentes de esta corriente en suelo ame- páticas para e! propio Burke. Por eso, ha dicho en más de una ocasión
ricano. E! propio Darnton nunca se ha sentido incómodo con esa que entró en Annales de la mano de un. discípulo latinoamericano de
identificación, sobre todo porque le asocia con algunos de sus auto- Pierre Chaunu, ese de la historia serial. Pero, para todos
res predilectos . Sin embargo, de todos ellos hay uno indiscutible: nosotros, es conocídísimo el manual de introducción a lo que Burke
«for anyone working on French history our god is, of course, March mismo llama La revolución historiográfica francesa, publicado en
Bloc», le revela a Pallares-Burke, y ello no sólo por razones políticas, 1990, obra que fue posible gracias a aquel temprano
por el coraje de Bloch frente ai fascismo, sino por haber escrito algu- to y a los estrechos !azos que había mantenido y mantcndria con algu-
nos de los textos más origínales de todos los tiempos, en particular nos de sus más destacados representantes, incluído Fernand Braudel.
Los reyes taumaturgos. AJ menos en este punto, Darnton coincide Sin embargo, a pesar de este aprecio, a pesar de que se Je c<;msidere
plenamente con Ginzburg. la principal conexión británica de los Annales, é! se toma por un out-
Sabemos que Peter Burke, que había iniciado sus estudios en sider; un inglés que observa con simpatia y con distancia a sus cole-
Oxford, llegatia a la cultma historiográfica francesa en fecha pareja gas de! continente, hasta el ponto de admitir que no tiene muchos
a los de los orros autores que hemos citado. Cuando eso se dio fue amigos entre los franceses. Ahora bien, interrogado por su esposa
para él todo un descubrimiento. Su maestro había sido un Keith Tho- acerca de las lecturas que recomendaria a un futuro historiador, su
mas todavía muy joven, ese académico fuertemente iufltiido a su vez primera elección, como en el caso de Ginzburg o Damton, vuelve a
por Christopber HiU. Oyendo a Thomas, confiesa Burke, creía escu- ser Marc Blocb, también el Bloch de Los. reyes taumaturgos.
char e! eco de! propio Hill. EI caso es que este joven profesor le Sabemos, no obstante, que de todos los mencionados fue nueva-
oríentó hacia la historia dela cultura y de las religiones, su especia- -mente Natalie Zemon Davis la pionera, la primera que llegó a Francia
lidad. A principias de los anos sesenta fue cuando Burke descubrió con fines académicos, así como la que antes comenzó a publicar textos
los Annales, justamente en la Universidad de Oxford, en el Saint An- enmarcados en su período moderno, según vimos. En efecto, fue en la
tbony's College. Ese hallazgo le llevó a sentirse identificado con los primavera de 1952 cuando ella se ti-asladó a Lyon con cl finde acopiar
padres fundadores de aquella revista, sobre todo porque el tipo ele material par·a su tesis. Allí pasaría seis meses, justo antes de que, a la
historia contra el que Juchaban era precisamente el que aún domina- vuelta, los agentes de! FBI le confiscaran el pasaporte. Sin embargo,
ba en las aulas inglesas. De hecbo, Burke le ha confesado a su espo- ese interé$ por la cultura frar1cesa le venía de antiguo, de su época de
sa, Maria Lúcia G. Pallares-Burke, que tuvo en mente trasladarse a estudiante. Cuando ingresó en el exclusivo Smith College, de North-
estudiar a París y que, aunque finalmente lo desechara, su primer ampton (Massacbusetts), un célebre colegio femenino fundado en 1871,
libro intentaba seguir ese modelo. ;.A qué modelo se refiere? Parti- pudo acceder a una de las plazas que se ofrecían en la Maison Françai-
, cularmente, a lo que en los Annales se llamó historia serial Afios se, y esa oportunidad la puso en contacto con dicba cultura. Como ella
después, el propio Burke definía esta expres1ón, que tanto le sedujo, rnisma reconoce en A life of Learning, aquello fue un privilegio que le ·
';f- diciendo que era una fórmula empleada originariamente por Pierre permjtió descublir a los grandes nombres de entreguen·as y
.0 X · Chaunu, retomada inmediatamente después por Femand Braudel y y discutir vivamente sobre Ias obras y las ideas de André Gide o de
j;' [f utilizada para designar e! análisis de tendencias en la larga duración. Albert Camus, de Jean-Paul Sartre o de Marc Bloch. Ese hecho, esa
Es decir, la la corta duración, a la his:- mezcla, es muy propio de la cultura intelectual parísina, esa hibrida-
por los narrativos ingte:-· ción de referencias !iterarias, filosóficas o históricas. La joven Natalie
ses, gracias a uestudio delas continuidaâes- discontinUldades a Zemon Davis aprendió con Marc Bloch que un historiador puede ser
as permitia al historia or también un héroe, aiiade en A life of Learning. Esa admiración la llevó
act1vamente en la elaboración de su marco temporal. ai punto de decidir que si el último de sus hijos hubiera sido varon,
Por aquel entonces, además , el puro azar Hevó a Burke a compar- entonces le habda puesto Marc Bloch, así, con el apellido incluído
tir Collcge con el futuro historiador ecuatoriano Juan Maiguashca. como segundo nombre, según le confiesa a Denis Crouzer en una
Como él ha reconocido, no era lo mismo baber leído a Femand Brau- reciente entrevista. A la postre, ese pat.imonio de intelectuales, esos
del. seguirlo a través de sus obras, que conversar a diarío con alguien ejernplos sobresalientes, la llevarían a su vez a la Francia real y a su

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pasado, a ese inmenso patrirnonio que la deshunbró. Por eso, ingenua velocidad y de intimidaciórl'llevada a cabo por las tropas enemigas.
y equivocadamente, cuando llegó a Lyon empezó a dar vueltas por la Pero, en segundo lugar, es un libro justamente valorado por ser un
c iudad. esperando encontrar en cualquier plaza el inevitable monu- análisis detallado de la contribución de la sociedad civil a aquel
mento que, seguro, tendda el héroe Marc Bloch. Lo que halló fue otra desastre. Efectivamente, lejos de reprochar a la Francia castrense la
realización escultórica que homenajeaba a todos los fusilados. Pero exclusiva responsabiliclad de la derrota, el ciudadano Marc Bloch
Francia, como finalmente admitirán Davis y sus colegas, no sólo era la hace un examen de conciencia y aborda una a una las razones de la
gastronomía, los intelectuales, e! arte, el pasado o Iafinesse de la polí- parálisis, dcl desistimiento: desde la educación hasta e! funcionaria-
tica, sino Lambién Vichy o Klaus Barbie. do, desde la burguesía hasta los obreros, todos los factores decisivos
del declive francés son expuestos. Pero, tal vez, lo que de ese libro
más ha llamado la atención es el arrojo, el coraje resistente de un ciu-
EL MITO DE MARC BLOCH dadano que era ya una persona de edad y un académico bien instala-
do y apreciado cuando hacía este llamamiento clandestino, una exal-
Hemos realizado brevísimos esbozos biográficos de estos histo- t.ación de la fiereza g uerrera frente al invasor, dei derramamiento de
riadores, de su deslumbramiento por Ft·ancia, bosquejos muy impre- sangre inevitable.
cisos o incompletos, pero en todo caso hechos a partir de sus propias En definitiva, lo que ha admirado a tantos, y tantos han celebrado,
declaraciones. por ejemplo las. que se recogen en The New History. es el patriotismo de un judío laico, un ciudadano nacido en una fami-
Confessions anel Conversations, de Maria Lúcia G. Pallares-Burke. Jia mosaica pera ajeno a las creencias religiosas, un francés para quien
De todo e! patrimonio cultural francés, ;,qué destacao, en qué coinci- no ·hubo problemas de doble fidelidad o pertenencia, porque su tradi-
clen? Hay numerosas. afinidades electivas, por supuesto, pero la úni- ción hebraica no era contradictoria con su identidad nacional. Ésta es,
ca constante, aquello por lo que profesan admiración cívica e histo- por otra pa11e, una condicíón que muchos judíos ban afirmado, incluso
riográfica, es March Bloch, y ello por dos razones: por haber sido un tras la fundación dei Estado de Israel. Una condición que, para el caso
resistente que murió torturado ante el ocupante nazi y por baber sido que nos ocupa, podtía predicarse de Natalie Zemon Davis o Carla
el autor de Los reyes taumaturgos. Son importantísimas estas alusio- Ginzburg, y de forma más lejana de Peter Burke, cuya madre nació en
nes porque su reiteración es reveladora de la idca que estos autores el seno de una família de ascendencia hebraica. Pero todos ellos ven
tienen de su profesión y es indicio claro de cuál sea el referente fran- también en Bloch ai resistente, ai luchador que no se amilana ante la
cés más remoto e indiscutible de la historia cultural. fiereza y la tecnología bélica del invasor, una figura épica, de dimen-
Como se sabe, el capitán Marc Bloch, el resistente Marc Bloch, siones mflicas incluso, que debió de atraer indudablemente ai hijo ele
cuyos alias fueron Arpajon, Chevreuse y Narbonne, murió a manos Byron Damton, aquel periodista que falleció en el frente.
de la Gestapo. Primero fue torturado y finalmente fusilado el 16 de AI margen de lo anterior, en La extraiía derrota hay repartidos por
junio de 1944, un expeditivo y brutal ajusticiamiemo en e! que mori- aquí y por a!lá párrafos en los que Marc Bloch dictamina acerca de la
ría g titando «jViva Francia!». Hay un valiosísimo testimonio ele su disciplina histótica y acerca dei papel que les corresponde a sus prac-
experiencia resistente o, mejor, de sus análisis acerca de la ocupa- ticantes. Para empezar, todo el libro es el estudio de un histotiador, la
c ión. Se titula La extrafía derrota y es uno de los libros más venera- obra de quien evita dejarse llevar por la fascinación de los conceptos
dos por la memoria de los historiadores. Se trata de su testimonio, abstractos intentando «restablecer [así] las únicas realidades concretas
escríto en 1940, un documento que permanecerfa inédito hasta 1946, que se escondeu tras ellos, los hombres». Por eso, en algún momento
sie ndo su segunda edició n en 1957. <,Por qué es un volumen tan apre- habla con gran exaltación de la histeria como de la
ciado por tantos y tan diferentes lectores? En primer lugar, por cia». Aungue medievalista, su autor detalla en este libro la sucesión
ser una radiografía sin contemplaciones de las causas que llevaron de la sociedad contemporánea: por eso, en algún que otro
a la ocupación alemana de Francia y, según se dice, a la altura de pasaje babla con gran precisión de la historia como (<ciencia dei cam-
-o incluso mejor que- los volúmenes equivalentes de Léon B lum o bio» . De un modo u otro, y al margen de las palabras que emplee,
Cbades de Gaulle. En efecro. se trata dei examen minucioso hecho por Bloch nos da una muestra de cómo examinar la vida y el presente sien-
un capitán, el capitán Marc Bloch, de la descomposición burocrática do a la ve7 testigo y parcial protagonista. Para ello. como admite ai
del Ejército francés. una tropa curtida en la viejíl contienda de 19 i 4. principio, espera poner en práctica los mejorcs bl1bitos que tie ne ei his-
ignorante e incapaz de la estrategia con que afrontar la guerra de toriador. los mismos que aprendió de sus la crítica, la obser-

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vación y la honestidad. Como se comprenderá fácilmeote, un testimo- remotos, la magia como forma de física errónea o el alma primitiva
nio tan vívido y un académico que expresa una y otra vez su odio a la como repertorio de carencias. Pues bien, esos europeos que creyeron
mentira (Dilexit veritatem, ordenó que fuera su epitafio) habían de tan obstinadamente en la curación milagrosa atribuída a los reyes
impresionar a unos historiadores que accedian a la profesión bajo el eran en este sentido muy parecidos a los salvajes de los antropólogos.
recuerdo de la guerra y que maduraban éon e! aprecio de Francia y de Así, la etnografia comparada !e ensei'íó a encontrar, como el propio
su cultura. Pero, más aliá de La extraiw derroTa, aparte dei ejemplo de Bloch reconoce en el segundo capítulo, los vínculos ocultos que
civismo resistente y republicano, lo que cautivó a Natalie Zemon habría entre concepciones primitivas sobre la naturaleza de las cosas
Davis, a Pe.ter Burke, a Robert Darnton o a Carlo Ginzburg fue la y las prirneras instituciones políticas de la humanidad.
maestria pionera con que Bloch escribió Los reyes taumaturgos. Visto de esta perspectiva, Los reyes taumaturgos puede contem-
(,Qué clase de libro era éste, tan perdurabie? i..Qué efectos tan plarse como un precedente de los estudios acerca de la cultura, preci-
duraderos ba tenido si su primera edición se remonta a 1924? Ha samente porque la conducta de los pueblos formaria parte de ese con-
sido, como puede suponerse, un volumen afortunadísimo cuya vici- cepto cada vez más laxo y que la antropologia se encargaría de dilatar
situd receptora dice mucho de la circunstancia histórica de sus Iecto- aún más. ·Sin embargo, al margen de sus contenidos, de su erudición
res, un texto que ha sido reeditado después en francés en 1961 y en histórica y de sus resultados (la idea de que la sanación· milagrosa fue
1983. i Cuáles son sus contenidos para haberse convertido en un clá- aigo así como un «error colectivo» persistente), aquello que llama la
sico? Lo primero que llaroa la atención es su ticulo, puesto que enun- atención en dicho libro es su misma retórica expositiva. Como ocurre
cia un objeto extraiio, extravagante, un mito para nuestra concepción cuando el objeto es extrai'ío y escurridizo, una de las características de
actual: cierta capacidad sanadora atribuída a los reyes franceses e este volumen es la escasez de fuentes y los vacíos informativos a los
ingleses. En efecto, que estudia Bloch es el poder sobrenatu- que Marc Bloch tuvo que hacer frente. Es esta última la razón que obli-
ral Y transitaria que habrían tenido esos monarcas justo en el momen- ga a! historiador a recurrir permanentemente a las hipótesis interpreta-
to de su coronación y que permitiria curar las escróf1llas de sus súb- tivas para completar lo que de otro modo quedaria sin respuesta. Esa
ditos. Esa manifestación habna tenido su esplendor sobre todo en el elección impone un determinado tipo de estrategia en la escritura, con
medioevo, pero la creencia habría persistido a lo largo de la Edad un uso reiterado de la interrogación, que vendría a demostrar la capa-
Moderna hasta finalmente desaparecer, teniendo un tíJtimo episodio cidad inquisitiva de Bloch, su bagaje cultural y su domínio de la histo-
en el Ocbocientos con motivo de la con.sagración de Carlos X. <<Des- ria comparada, sobre todo a partir de las presuntas analogfas o afinida-
pués de! 31 de mayo de 1825», concluye Bloch, «ningún rey en Euro- des que se darían entre procesos distintos.
pa posó ya su mano en las heridas de los escrofulosos)). Leído dicho libro en nuestro presente, sus contenidos y su forma
Más aliá de la anécdota, aparentemente irrelevante, lo que el his- de escritura nos pareceo de una modemidad obvja. i.,Pero fue siempre
toriador estudia es una institución, la Monarquía, y lo hace a través así? En absoluto. Los reyes taumaturgos fue un libro que cuvo una
de las representaciones colectivas y mediante el examen de la con- buena acogida entre los colegas de profesión y que incluso fue cele-
ciencia también colectiva, como exprcsamente indica Bloch con un brado efusivamente por alguno de ellos cuando apareci6. Sin embar-
lenguaje próximo al de tmile Durkheim. De este modo, analizando go, el número de sus lectores no fue muy alto y quedó circunscrito ai
lo que tantos vieron corno un milagro y los ritos y Jeyendas que lo âmbito de la disciplina. Ello pudo deberse á distintas razones. Entre
acompai'íaron, el historiador construye una histeria· política muy ale-. otras, a la propia complejidad de sus contenldos, al tratamiento de las
jada dei modelo tradicional, tan apreciado por los metódicos, sus fuentes , al objeto mismo, tan raro, y, en fín, a la propia extensión
maestros. Es, pues, una histeria en la que el acontecimiento no es la material y cronológica dei volumen. A todo ello habría que afiadirse,
base de su relato: la política es aquí, sobre todo, una manifestación de quiz.á, el hecho de que este historiador jamás volviera sobre este
ciettas creencias que producen efectos en la vida de las personas de asunto en ai'íos posteriores, quedando relegado en e! conjunto de su
aquellos tiempos. Por eso, puede verse este estudio como un examen obra. De este modo, el Bloch que en fechas siguientes alcanzó gran
antropológico y un· análisis cultural. Él mismo era consciente de los celebridad lo fue por otros motivos. En primer lugar, por haber sido
préstamos que la etnología le hacía y, por eso, se serda de autores cofundador de la revista An.nales. aparecida cinco anos después de
como Lucien Lévy-Bruhl y particularmente James Frazer. (,Por qué Los reyes taumaturgos. Una empresa tan afortunada como ésta sin
razón? Porque estos antropólogos trataban de desmenuzar en sus duda Je di o una reputación que jamás le abandonaría, como pionero
obras los valores y las formas de compottamiento de los puebios más de lo que algunos identificarían anos después como una escuela. En

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segundo término, por haber publicado algunas obras que conseguirían En efecto, a diferencia de lo que ocurría con otros volúmenes de
un éxito inrnediato y duradero, ai ser más específicas y ai ser más Bloch, este había tenido escasa repercusión editorial. Tras su
generales a la vez. apari ción en 1924 habrían de pasar casi cuatro décadas hasi.a que la
Eso es lo que ocurre con el volumen que se ocupa de estudiar los editorial Armand Colin lo recuperara en 1961, y otras dos décadas
caracteres originales de La. historia rural francesa o, sobre todo, lo más, p ara que Gallimard lo volviera a publicar en 1983, y esta vez
que sucede con La sociedad feudal . Pero, en cualquier caso, que estos con un prefacio de Jacques Le Goff. Estas vaivenes editoriales de Los
libras hayan tenido mayor f01tuna editorial se debe, en fin, a que reyes taumaturgos son parejos a los experimentados por la historio-
podían tomarse muy bien como referentes de esa histmia social y grafia francesa. Que finalmente la edición proiogada por Le Goff sea
económica que durante tantos ai'ios dominó en la historiografía fran- la definitiva, al menos de momento, es suficiente indicjo de! cambio.
cesa. Frente ·a Los reyes taumaturgos que, a la postre, trataba un obje- Si para mucbas generaciones el nombre de Bloch se asociaba con sus
to que parecía marginal, de índole política o cultural, sus otros textos obras de historia social y económica, con Duby y con Le Goff, este
se adentraban en asuntos capitales, ya fueran el feudalismo o la geo- historiadores ya el investigador de Losreyes taumaturgos. Los jui-
grafia rural de Francia. Más fortuna tuvo aún, el texto con el que más cios gue ambos formulao, más que identificar a sus autores, precisan
sele ha identificado: la Apología, su librito acerca del oficio de his- la fecha en que se pronuncian. En lbs anos setenta sé celebra esta
toriador. Aunque el volumen fue publicado tras su muerte y a pesar obra como referente remoto de la bistoria de las mentalidades; en los
de quedar inconcluso, e! número de las ediciones y reediciones en ochenta, Los reyes taumarurgos es visto como un volumen que anun-
distintas lenguas supera, con mucho •. a lo ocurrido con el resto de su cia la antropologia histórica y que nos haría pensar en ou·o tipo de
producción. Son numerosas las razones que explicarían ese éxilo y no historia política, más próxima a la perspectiva cultural. Así pues, es
podemos detenernos en detallarlas. Por ejemplo, el tono con gue está lógico que, más aliá del ejemplo heroico de B loch, los Burke. Darn-
escrito, la pasión por el oficio y el estilo vibrante que se adivina en ton, Davis o Gínzburg consideren ese libro como uno de sus veneras
quien sabemos que seria poco tiempo después asesinado. O, por intelectuales imprescindibles.
ejemplo también, el esmero con que se precisan el objeto, las fuentes t,Historia de las mentalidades, antropologia histórica, perspectiva
y los métodos dei historiador, de un historiador implicado en el pre- culturaP Habrá que averiguar qué tiene que ver todo esto con ese
sente y sabedor de los efectos de su profesión. En tercer lugar, en fin, volumen tan antiguo, qué es lo que hace que ahora se rescale por his-
la fama de Bloch se agiganta con la muerte heroica que, como veía- toriadores ajenos a dicha tradición. j.Qué ha pasado para que un autor
mos, sufrió, torturado y fusilado por los nazis a los cincuenta y siete de hoy pueda destacar de este libro, por ejemplo, sus «maneras total-
anos, una fama que va más allá de cualquiera de sus obras. mente actuales de pensar las contaminaciones y prácticas cultura-
Entre Los reyes taumaturgos y la Apología hay, por supuesto, afini- les»? Esas palabras, tributarias de una perspectiva que nos es muy
dades y vínculos obvios y, en ambos casos, su misma originalidad próxima, en cuyo eco se perciben las ínclinaciones de la historiogra-
conspira contra el contexto en que dichas obras fueron escritas. De. fía de nuestro tiempo, corresponden a Roger Chartier. Se trata de la
hecho, el regreso de ambos volúmenes está asociado a circunstancias resefía elogiosa que, con motivo de la reedición de Los reyes tauma-
bien particulares que dicen mucho de cómo fueron recibidos y de qué turgos de 1983, publicó en L ibération y que ahora podemos leer en
pensaban quienes los leían o los publicaban en época posterior a la su volumen E/ juego de las regias. Así pues, quizá no haya mejor guía
que fueron redactados. El ejemplo más significativo es lá introducción que volver a este último historiador, a quien teníamos muy abando-
que Georges Duby hiciera a la edición francesa de 1974, de aquella nado, para poder responder a algunos de esos in lerrogantes, comple-
Apología tan celebrada de Bloch. Sorprende que el j uicio de Duby fue- tando, además, la red de relaciones personales que a todos ellos, a
ra tan clitico con este texto, ai que considera decepcionante, lleno de Burke, a Darnton, a Davis o a Ginzburg, les ha vinculado a Francia.
una anticuada capa de tradiciones y costumbres. Ahora bien, si ese
volumen había envejecido mal, según este historiador, había otro que
él mismo invitaba a revisar: Los reyes taumaturgos. La razón de Duby LA NUEVA MENTALIDAD DE L'ÉCOLE
era obvia: con la recuperación de ese clásico prosegufa la tarea de hacer
la historía de las menl:alidades, una historia que para cuando Bloch Eu el caso de Roger Chartier, la relación con Francia se impone
escribió Los reyes aún no tenía ese nombre pero de la que él habría sido por razones obvias: es su misma naturaleza, la base de su formación
uno de los inventores, concluye. y el centro de su identiclad. pero una formación y una identidad que

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se han hecho de múltiples proyecciones y aleaciones, con una aper- re sorpresa alguna. Si los observamos con detalle, el crecimiento y la
tura intelectual a otras tradiciones o culturas extrafrancesas. Nacido hegemonía intelectual que sucesiv.amente han hecho de Anrwles un
en Lyon en 1945, se formó en la École Normale Supérieure de Saint referente imprescindible se han realizado así: con invocaciones a la
Cloud de 1964 a 1969. Dedicó su primera ínvestigacíón ai estudío de tradición para dar un giro, cambiando un itinerario al tiempo que se
la Academia de Lyon en el síglo xvm, texto que sería publicado en proclama el reconocimiento al pasado glorioso de los maestros. La
1969 bajo los auspícios de Daniel Roche, uno de sus maestros. Tras «escuela» habría pervivido bien, entre otras cosas gracias a esa mez-
obtener el título de agregado en histeria, desempefiaría un puesto de cla de heterodoxia y fidelidad, a ese híbrido entre «revolución» y tra-
profesor en la Sorbona entre 1970 y 1975, afio en que entraría en la dición, a la que se guardaria un respeto agradecido.
École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), en donde en Sin embargo, el giro de los setenta implicó algo más . .Fue enton-
1984 sería designado director de estudios de su centro de investiga- ces, precisamente, cuando empezó a cuestionarse la existencia mis-
ciones históricas. Es comú:n insistir en la importancia de esta institu- ma de dicha «escuela». Desde la EHESS, esa presunta impugnación,
ción. Como se sabe, la EHESS se ha convertido en uno de los ejes de lamentada por tantos otros, tenía su lado positivo, puesto que permi-
la renovación y de la difusión historiográfica europea. La coyuntura tía disipai la confusión que se babía dado entre la particular corrien-
intelectual y su relieve intemacional, pues el centro acoge a investi- te annalísta y la tradición general de la historiografía francesa. En
gadores procedentes de distintos países, han multiplicado su repercu- cualquier caso, és ta es la historia que ellos han construido sobre dicha
sión. Para lo que ahora nos interesa, esta circunstancia es decisiva, institución, sobre sí mismos y sobre las afinidades y cambies que se
dado que la totalidad de los historiadores de los que nos ocupamos darian entre historiadores diversos, histoliadores que aspiraban a
han pasado por dicha institución. Este hecho no es una coincidencia rebasar la ortodoxia dictada por Fernand Braudel, su proyecto de his-
o un dato menor de la círculación de las ideas y de los académicos, toria total, su plan de geohistoria y su énfasis en la vertiente econó-
sino que es un asunto capital, constituyendo uno de los polos de difu- mica. Lo cie1to es, no obstante, que en 1969 Braudel abandonaba la
sión de la historia cultural, un punto de intersección entre investiga- çiirección deAnnales. Como decíamos, los afíos sesenta son un perío-
dores de distinta procedencia, con sus particulares diferencias y opi- do de gran convulsión historiográfica, de agitación política, de reno-
rúones, pero con afinidades relevantes. Convendrá, hacer un vaç:ión intelectual. La segunda edición de El Mediterrâneo y el mun-
alto en la EHEES y verificar la contribución irúcial de Roger Char- do mediterráneo en la época de F'elipe I!, en 1966, coincide con la
tier. No pretendemos hacer un examen de dicha institución ní tampo- máxima eclosión del estructuraiísmo. Por eso no resulta extrafío que
co un estudio de sus contribuciones. De lo que se trata es de com- los afiadidos que su autor introducirá, y que él mismo había anticipa-
probar cómo ese organismo se convierte en el centro de difusión de do en su artículo de 1958 dedicado a <<La larga duración», aproxíma-
la renovación historiográfica, un centro al que Uegó un joven histo- ban aquelia gran obra de los al lenguaje de ,los sesenta y a
riador llamado Roger Chartier. los temas antihumanistas y antiindividualistas que eran norma común
Como h a recordado Antoine Prost en Doce lecciones sobre la his- entre los llamados maftres a penser dei estructuralismo. Esa segunda
toria, la disciplina tuvo que afrontar. a lo largo de los afios sesenta los edición corroboraba el éxito de la empresa braudeliana, reforzada con
desafios lanzados por la antropología, la sociología y la lingüística, Civilización material y capitalismo, cuya edición original es de 1967,
retos que cuestionaban su insuficiencia teórica y sus objetos de cono- y con la traducción al inglés dei Mediterrâneo en 1971. Sin embargo,
cirniento. En ese contexto, la EHESS, presidida en aquellos afíos por este renovado interés por la obra braudeliana tenía de algo de espe-
Jacques Le Goff, fue el centro que pennitió a los-historiadores apro- jismo. <,Por qué razón? Porque el estructuralismo reinante en las cien-
vechar esa ofensiva, ensayar una apertura, darle cobijo institucional a cias sociales y que este historiador había visto encarnado en Claude
un proceso de renovaciÓn que debía basarse en Annales superando a Lévi-Strauss, un viejo amigo, no conducía a la historia que él defen-
la vez cie1tos aspectos de esa tradición. Dado el colapso y la masifi- dia, sino que subrayaba y hacía más compleja la hístoria de las men-
cación que. afectaban a las universidades -afíade Prost-, sólo un orga- talidades, esa histeria que él había visto en las obras de Lucien Febvre
nismo como éste; e.nteramente dedicado a la investigación, podía asu- y Robert Mandrou y por Ia que sentia una evidente prevención. Una
mir esa tarea de remoción de algunos hábitos de la revista y de la paradoja semejante se da en e! caso de Michel Foucault, otro de los
«escuela», labor paradójicamente emprendida por muchos de los que pensadorés ql)e entonces se asociaba a! estructuralismo.
eran habituales colaboradores de dicha publicación y miembros de la Cuando en 1962 publica una resena de la Historia de la locura en
corriente. O tal vez no haya contradicción ni esta circunstancia depa- la época clásica, de Foucault, Robert Mand.rou critica con una cierta

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severidad su análisis y sus ambigüeclades. Sin embargo, Fernand En ese texto, Braudel dejá constancia de que sus sucesores ban privi-
Braudei anade una nota ez1 ese mismo número de Amzales en la que legiado el estudio de las mentalidades y considera que esa elección se
muestra su admirada aceptación dei trabajo de este filósofo. Lo que ha producido en perjuicio del análisis de la esfera económica. Su sen-
celebra en dicha obra es el acento en lo cstrucrural y en lo profundo tencia no deja lugar a dudas: jpeor para ellos!, puesto que está en total
que hay en esa mirada, así co-mo en los fenómenos de exclusión y de desacuerdo con ese proyecto. Así pues, sólo le queda la resignación,
depuración que Foucault supo ver en cl proceso histórico moderno. dejar que conlinúen su camino y admitir que a cada una de las gene-
Es decir, subrayaba las afinidades que pudieran darse entre la historia raciones le tocará siempre asumir sus propias responsabilidades.
de larga duración, casi invisible, que Braudel defendía, con el antihu-
manismo de este f!lósofo. Y, sin embargo, como ocm-re en el caso de
Lév i-Strauss, las lecturas que se extraigan de las ensenanzas de Fou- .l/\CQiJEs LE GOFF HACE LA NUEVA lllSTORIA
cault desmentirán e incluso contradirán las apreciaciones iniciales de
Braudel, de modo que las obras de este pensador scrán referenciales <,Pero qué son esos nuevos Annales cuyo itineratio parece recha-
y polémicas para la historia de las mentalidades, pero también para la zar Braude!? E n réalidad, no es sólo en la revista en donde mejor se
nueva historia cultural que se estaba fraguando. observa dicho cambio, sino que· hay otros textos que lo expresan de
Pero hay más, hay algo que tiene que ver no ya con esos dom.inios manera más rotundà y que forman parte de los cimientos de esa his-
de la investigación. sino también con la propia metarreflexión de los teria cultural de lâ que venimos habl<mdo. Por eso y por otras razo-
historiadores. Eso mismo lo podemos ilustrar si recordamos un dibujo nes que se verán,-la EHESS y Chartier, este último como eficaz pro-
muy famoso. Aquel estructuralismo, que entonces se venerá y de! que pagador, serán puntos decisivos. <,Qué textos son éstos, que están
Brauclel se sentía tan cercano, quedó inmortalizado en la célebre vifíe- relacionados con dicha institución y con este historiador? Son un par
ta de Maurice Henry, titulada «El almuerzo estructuralista» y apareci- de libros sobradamente conocidos. El primero de ellos, publicado en
da en La Quinzaine littéraire de\ 1 de julio de 1967. En ella podíamos 1974 bajo la direccíón de Jacgues Le Goff y Pierre Nora, miembros
ver de izquierda a derecha a Michel Foucaull, a Jacques Lacan, a Clau- -de fãdirección de Annales, llevabà por título f/acer la historiay con-
de Lévi-Strauss y a Roland Barthes. Pues bien, si tornamos ai ptimero tenía tres volúmenes dedicados a los «nuevos problemas», «nuevos
y ai último veremos en ellos la fuente de esa metarreflexividad, de esa y «nuevos te mas». Pero , además, incorporaba en la
conciencia de la escritura histórica, que cristalizaria cn los afios seten- sentación un breve manifiesto que proclamaba los supuestos del Gam-
ta y que tan desconcettado dejó también a Braudel. bio que proponían. La forma misma, el manifiesto, no constituye un
Una tras ot.ra, estas circunstancias desmintieron las posiciones de estilo inhabitual en los Annales. Desde su apaticíón y por diversas
aquélllegando a cuestionar en determinados momentos la hegemonía razones y coyunturas, la revista dio impulso a su expansión haciendo
que había hecho suya desde Annales, desde la Sección VI de la École proclamas de este tenor y presentando batalla contra un adversario
Practique des Hautes Études y desde otras importantísimas institucio- implícito o explícito. Además, esos manifiestos solían venir acompa-
nes. Esta situación crítica se plasmá no só lo en la renuncia de Braudel íiados de rótu los precisos que daban nombre a los avances historio-
a su privilegiado puesto en la revista, sino también en su creciente gráficos. No se trataba sólo de completar grandes obras de investiga-
extraiieza y desacuerdo con las directrices que se siguieron tras su ción, sino también de darles la cobertura y los epígrafes adccuados
marcha. En 1972, Braudel fue convocado para relatar su proceso de que permitieran su inmediata identificación. Por eso, curu1do este
formación intelectual. Sus confesiones, que podemos leer en los manifiesto de 1974 dice promover «Un tipo nuevo de historia>), no es
Escritos sobre la historia, pueden tomarse como indicio de ese males- sólo que pueda patrocinar tal cosa, sino que emplea el adjetivo como
lar. En el último párrafo se preguntaba si hizo bien en baber abando- rótulo de fácil reconocimiento, como una imagen de marca. Dicha
nado la dirección de Annales dejándola en manos de un joven equipo imagen se consolidará en 1978 con la aparición dei volumen-mani-
encabezado por Jacques Le Goff y su respuesta era senaladamente ficsto titulado La nueva historia, una colección de contribuciones
lacónica: «a veces, francamente, no estoy de acuerdo con ellos». Seis dirigida por el propio Jacques Le Goff, al que entonces se unieron
afíos después, en una contribución hecha en J977 a la Re11iew de Roger Chartier y Jacques Revel. Ahora bien. además dei argumento
lmmanuel Wallerstein, su afamado discípulo norteamericano de Bing- de la novedad, hay otros que es preciso destacar en Hacer la historia.
hamton, la conclusión a la que llegaba era aún más crítica. En ella La nueva histeria no se presentaba como una escuela, rechazando,
mostraba una mayor distancia expresándose en términos muy duros. por tanto, cua lquie:r ortodoxia y, en última instancia. su identificación

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concreta y exclusiva con Annales. En segundo lugar, y como conse- anterior, a lo que por el paso dei tiem o ó or las rutinas heredadas
cuencia de lo anterior, se rehusaba también la vinculación expresa con es _ereciso rebasar. Sin embargo, esa imagen no se correspon e con a
la historiografia nacional francesa, huyendo de un posible nacionalis- argumentación que Jacques Le Goff, su responsable, presenta en el
mo y defendiendo un proyecto abierto a otras influencias foráneas. En apartado titulado con ese epígrafe. Por un lado, recupera las ideas ya
tercer 1érmino, la colección· de textos invocaba el «desmenuzamien- expuesras en el volumen de 1974 y, como en aquél, las entronca lite-
to», algo que es evidente sobre todo en el último volumen, en donde ralmente con la escuela de los Annales, al ser ésta su propia tradición.
se recogen estudios ya muy célebres sobre el clima, e! inconsciente, el Pero, en esta ocasión, el autor, que había sido presidente de la EHESS
mito, las mentalidades, la 1engua, el Jibro, los jóvenes, e! cuerpo, la y era codirector de esa revista, va más lejos e invoca ou·os nombres
cccina, la opinión pública, el cine y el festival. Es ésta, en fin, una lis- para respaldar ese proyecto de «nueva histeria». En ,concreto, se
ta que podemos ver ahora como el inkio de la histeria social en miga- remonta a Voltaire y sus célebres Nuevas consideraciones sobre la
jas·(según la fórmula difundida después por François Dosse) o el ger- historia (1744). En esa obra estaria ya en esbozo, en embrión, la gran
men de esa retahíla que al principio de este libro enumerábamos como renovaci6n: por un lado, los objetos nuevos que el propio ilustrado
. propia de la histeria cultural. En cuarto lugar, esta nueva perspectiva plantea (el estudio histórico de la población y la 1iqueza frente a la
plantea una redefinición de la disciplina frente a «lá agresión de las mera anécdota o el acontecimiento aislado); por otro, 'e] apoyo de los
ciencias sociales» y sobre todo frente la <<atracción» particular que poderes públicos que el asesor áulico de Federico li de Prusia recla-
ejerce la antropología. Así, el avasallamiento de estos saberes modifi- ma. Incorporar nuevos objetos de investigación y servirse del auxilio
caría la histeria social prolongándola hacia el campo de las represen- estatal, de ese Estado cultural que forma parte de la tradición gala,
taciones, las ideologías y las mentalidades. Todo ello sin olvidar, ade- son, pues, rasgos de una historiografía francesa que empezando en
más, una «provocación más grave», precisamente porque se produce Voltaire llegaría a Le Goff. ·
dentro de la propia disciplina, y que !leva a cuestionar su considera- Por eso, desmintiendo en parte lo que en 1974 se había procla-
ción como conocimiento que se ocupa del pasado: se referían literal- mado con un cierto apresuramiento, Le Goff acaba afirmando la filia-
mente a la h.istoria inmediata o dei presente. En último lugar, esta cíón gala y entiende que en buena medida esa renovación se corres-
<<nueva histeria» se afirmaba reflexionando en voz alta sobre «la con- pende esencialmente con la historiografia francesa. "Qué significa
ciencia de su sujeción a sus condiciones de producción», es decir, se eso? En realidad, para mayor paradoja, la «nueva historia» no tiene
inten·ogaba sobre los procedimientos, pero también sobre los recursos un precedente en Voltaire, sino que ya estaba totalmente encarnada en
de la escritura, sobre la disciplina y sobre el autor. este filósofo , desde e! Setecientos y habría ido cambiando y adaptán-
Es éste un autorretraio de :grupo, posible y parcial, inestable, dose !legar a esta enésima renovaci6n que e! propio Le Goff
hecho de rasgos viejos y nuevos, un trazado perfilado, pero sobre encabezaría. Tendría, pues, varies siglos y se habría desarrollado en
todo un proyecto de futuro. Por un lado, se aprecia esa confesada suelo francés con el concurso de aquel'primer ilustrado, pero también
volunt.ad de renovación, con un programa que expresa ciertas posi- con el de Chateaubriand, Guizot, Michelet, Simiand o Berr hasta lle-
ciones radicales en aquel momento e incomprensibles desde la ópti- gar a los Annales. Si ésa es la filiación, "cuáles son las tradiciones
ca braudeliana, pero apelando de nuevo a los grandes maestros, a también nacionales que no se mencionan? Si echamos un simple vis-
Bloch, a Febvre y ai propio Braudel incluso. Otra vez, la revolución tazo ai siglo XIX, observaremos que son muy significativos el silencio
hístoriográfica se emprende paradójicamente haciendo protestas de que se guarda sobre otros historiadores decisivos de la Revolución,
. conlinuidad, invocando a un autor ajeno en particular a lo que ahora particulam1ente Tocqueville, y la exclusión a que aún se somete a los
se programa. Por ou·o, había en ese libro textos nuevos elaborados metódicos. Que a estos últimos se les ignore no es extraiio, puesto
para la ocasión, pero había otros previamente publicados en Annales que obedece a la retórica annalista, en particular la que hizo suya
o en Communicarions, por ejemplo, con lo que el retrato final com- Febvre, contra la llamada histeria positivista. Mucho más sorpren-
bina la instantánea de! momento con el retoque afiadido de lo viejo. dente, en principio, es la exclusión de! autor de El Antiguo Régimen
Cuatro afios después, en 1978, un nuevo volumen aparece en el y la Revolucíón. Sin embargo, no es tan raro si pensamos que Toc-
mercado historiográfico con el rótulo sugerido por los responsables queville fue un liberal escasamente francés, distante de! estatalismo
de Hacer la historio. En este caso, el título es claro y ambíguo a la continental, muy próximo por tanto a! mundo anglosajón, como reve-
vez. (.Por qué razón? calificar un proyecto historiográ- Ja su correspondencia con John Stuart Mil!. En cualquier caso, esta

-fico como <<nueva histeria» es postular una oposición a lo viejo, a lo

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operación propuesta por Le Goff es una forma de Jabrarse un deter-

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minado pasado, eligiendo a aquellos precursores que mejor se adap- o foráneos, pero en cualquier caso afrancesados. Ahora bien, su
tan retrospectivamente· al plan que se defiende y dándole a la etique- intención última era esclarecer lo que entonces fuera la «nueva histe-
ta la suficiente antigüedad, prestigio y ambigüedad para que quepan ria», lo que Ia hacía diferente de la que habrían practicado Voltaire,
maneras muy distintas de hacer histoda. Bloch o Febvre. No obstante, no hay ninguna novedad, puesto que se
Al margen de esa rrayectoria nacional, poco queda de la «nueva reiteran los argumentos y los rótulos fijados en Hacer la historia,
histotia>>en otros lugares que permita ser asimi1ado. De manera algo cuatro anos antes. A partir de ahí, Le Goff establece lo que conside-
confusa y en parte arbitraria, Le Goff incluye y excluye otras tradi- ra la perspectiva más fecunda: la larga duración. Esta teoria, como
ciones, autores y referentes que son decisivos. A su parecer, en Gran expresamente la llama, habría favorecido e! acercamiento a aquellas
Bretaíia, pera también Alemania c en !ta!ia, la posibilida.d de una disciplinas que tienen por objeto precisamente e! estudio de socieda-
«nueva histeria» babría quedado truncada por una perniciosa influen- des casi inmóviles, como la antropología (que é! ve encamàda en
cia. Se refiere a la mala compaiíía de la filosofía de la historia, al Marcel Mauss y Claude Lévi-Strauss), sin olvidar la influencia de la
influjo poco provechoso de autores como Vico, Hegel, Carlyle, Cro- sociología, representada por la obra de Érnile Durkheim, y de otras
ce, Spengler y Toynbee. Incluso Francia se habría visto contaminada, disciplinas cuyos referentes son vagamente enunciados.
aunque dicho país habría podido reponerse del contagio y esa sería la De todo ello, de esa balumba dé alusiones y de tributos que Le
razón de la limitada influencia en la profesión histórica gala de Hyp- Goff menciona, y que hacen prácticamente imposible el estableci-
polite Taine en el Ochocientos y de Raymond Aron en la centuria miento de una coberencia o de una filiación congruente, hay, sin
siguiente. Uno y otro son presentados por Le Goff como filósofos de embargo, q ue destacar dos cosas: el reconocimienro de la antropolo-
la historia y ajenos, pues, a la tradición que él reivindica. Eso expli- gía como hcrramienta o influencia plincipal de la «nueva historia» y
caría, además, que la figura de Max Weber quedara excluída en este la adrnisión dei clásico·estuclio de las mentalidades como el campo
recorrido. De hecho, sólo el rescate de Paul Veyne anos antes lo había más fértil sobre et que aplicar la investigacióil de vanguardia. Ade-
situado dentro de las preocupaciones de ciertos historiadores anna- más de todo ello, en paralelo a esta operación, la iniciativa historio-
listas, aunque es verdad que la genealogía que reconstruía el autor de gráfica aparece vinculada a productos editoriaJes que hay que difun-
Cómo se escribe la historia en 1971 poco o nada Liene que ver con la dir, como las colecciones y libros de Gallimard y de la EHESS, entre
que hilvana Le Goff anos después. Precisamente, los referentes de otras empresas; aparece también relacionada con los medios audiovi-
Veyne son entre o tros Henri Irénée Marrou y Raymond Aron, aque- suales, unos medi os en los que estos historiadores expresan sus ideas o
Jlos que Je Jlevan a Weber, así como Paul Ricoeur o, evidentemente, en los que sus obras son comentadas, promocionadas o tomadas
Michel Foucault, uno de sus grandes amigos. como motivo para realizar algunas producciones cinematográficas o
Por el contrario, Le Goff indica que la aportación foránea que él televisivas; aparece, en fin, aliada a la tarea de extender hegemonías
acepta como propia finalmente quedaría circunscrita en el pasado a institucionales, como fue, en efecto, la presencia crecienre de la
asimilados como Henri Pirenne y Johan Huizinga, al margen, claro EHESS en el mundo académico francés. Una explicación reduccio-
está, de Karl Marx. En cuanto ai presente, e! de aquellos anos seten- nista de todo ello nos podría !levar a concebir simplemente la <<nue-
ta, Le Goff cita la revistas Past and Present y Compara tive Studies in va histeria» deLe Goff como un recurso habilidoso. Pero en el caso
Sociology anel Hist01y, la escuela histórica polaca de B1:onislaw Gere- de ser así, no sólo sería una operación mercantil bien presentada y
mek y Witold Kula, así como lo que él llama la etnóhistoria, que bien difundida. (.Por qué razón? Porque adem{lS de este programa
practicarían la americana Natalie Zcmon Davis y el italiano Carlo abierto, taxo, que incluye a muchos y excluye a otros tantos, se publi-
1 Ginzburg. Es dccir, menciona a historiadores que podríamos consi- can obras, monografías de investigación que son en efecto de van-
Í derar adaptados por su afinidad con lo que representaban los Annales guardia, obras formalmente muy cuidadas, obras que tratan aspectos
1
I
de aquellos aiios, justamente algunos de esos autores que habían esta- insólitos que habían pasado inadvertidos, y obras, en fin, que acaban
r do en Francia, que habían visitado la EHESS y que incluso habían encajando en los domínios de esta nueva etiqueta: la antropología
estudiado su cultura. histórica y e l estudio de las mentalidades.
Sin embargo, no acaba ahí, por supuesto, la declaración de prin- En cuanto a la etnología, conviene subrayar que el apartado que
cípios de Le Gofr. Hemos visto cuáles eran los antecedentes que se se Je dedica en 1978 no sólo es una de las voces mayores que com-
había dado, una filiación que se remontaba ai siglo xvm. Hemos ponen esa enciclopedia. sino que, aàemás, es una novedad con res-
mencionado también los compaiíeros que se había buscado, vecinos pecto ai volumen de 1974. En aquella ocasión anterior. la segunda

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""
.
parte de la obra, ded1cada a los «nuevos enfoques», incluia la arqueo- mitir el acomodo de quienes presuntament.e se adeiantaron a esa for-
logía, la economía, la religión, la literatura, el arte, las ciencias, la ma de hacer histeria_ Aceptando que los nombres propuestos se.an
y la aspecto este t1ltimo que cmna a cargo de imprescindibles, (.qué decir, entonces, de los que no apa.recen simple-
Andre Burgmere. Cuat.ro anos después, este mismo historiador será mente por penenecer a otra trad..ición o a otras nacíonçilidades? (.ES
el encargado de redactar la entrada dedicada a «La antropolooía his- provincianismo? La etiq ueta antropología histórica le sirve, en rodo
lóiica». Especializado en el análisis de las estructuras y de com- caso, de comodín, al no tener dominio propio y por tanto sus perfiles
familiares: obvio d..icho encargo por Ia aparente son bOtTosos pudiéndose acoplar a los intereses de quien la use, aque-
prox1mtdad de ambas diSCiplinas y era comprensible que, por tanto, jada, pues, de! mismo mal, su imperialismo inclusivo, que la voces
p<!.s!!ra de !o demográfico a lo antropológico. De todos modos, el ses- «cultura» e «hisloria cultura», según veía.mos al principio.
go que le otorgaba y los precedentes que encontraba a este nuevo Sin embargo, a pesar de esa laxitud, Burguiere se vi obligado a
saber histórico estaban concebidos en unos semejantes a los presentar estas perspectivas en el contexto de ·e sa <<riueva histeria» de
que antes veíamos ai abordar el concepto de <<nueva historia». De confines también muy dilatados. Quizá eso sea lo más interesante,
nuevo, aparece Voltaire, pero junto a él reclaman su lugar M ontes- porque la. imprecisión le lleva a valorar ciertas virtudes propias dei
quieu, Mably o Condo.rcet, ilustrados que proyectaron una mirada antropólogo y ciertos dominíos suficientemente vastos para poderios
e tnológica sobre la sociedad. Más aún, Jules Michelet cobraba un investigar. Por un lado, en efecto, sefíala la perspectiva dei extraiía-
obvio en la voz becha por Burguiere, dada la empatia miento, es decir, cómo los historiadores han acabado descubriendo en
de aquel para penetrar en los modos de ver y sentir de una época, su el pasado un mundo ajeno, utilizando al modo de! etnólogo la distan-
para describir lo oscuro, su perspectiva etnológ ica. y ese cia que perciben entre su propia cultura y aquella que estudian. Por
rebeve se Je daba de nuevo por oposició n a los metódicos a Charles otro, la etnologia habría conquistado la histolia QOr abajo, por las
Seignobos en particular, declarado literalmente oficial de expresiones menos acabadas y tmmales de la vida cultural, esto es, las
pues este autor encarnaba una concepción jerárquica de la creencias populares, ios ntos, el folclore. Es por eso por lo que enuen-
h1stona, atenta en exclusiva a los dirigentes y a las instituciones, y de que es en el estudio de las mentalidades en donde .la antropología
que sólo otorgaba dimensión histórica a estas elites y a su visión de resulta más fecunda para el historiaçlor. Así pues, la diferencia entre
Ia sociedad. los primeros Anfi-Oles y esta renovac1ón que e ntonces se proponía se
Por tanto, ya no sorprende.rá que la «escuela de los A nnales» hallaría sobre todo en la disciplina escogida como interlocutora. Si
hubiera tenido la responsabilidad de! <(re nacimiento» de una historia Bloch y Febvre habían elegido dialogar sobre todo con la economía y
Los reyes taumaturgos y Civilización material y capi- la sociologia, la <<nueva historia>> se vuelve en particular hacia la
senan, desde la perspectiva de Burguiere, dos ejemplos espe- antropología, razón por la cual, como veíamos, Los reyes taumaturgos
Cialmente afortunados de esa nueva disciplina. El libro de Marc adquiere un papel imprevisto. Por es·o, tiempo después, en 1989, con
se presenta ahora como una muestra ejemplar de antropología motivo de la celebración de los setenta anos de Annales, Jacques Le
h1stonca sobre todo por su tratamiemo, por la manera de abordar el Goff afirmaba que la expresión «nueva histeria», a la gue él tanto
por la relevancia dada ai folclore, portador de sentido, pre- empuje había dado desde la década anterior, era sinónirno de la voz
CISamente por su propia· marginalidad; por su parte, volumen de «antropologia histórica>>. (.Le falta r.azón a Burguiere en 1978? ;,Acer- ·
Fernand Braudel se valora como un ejemplo destacable al haber mos- taba, Le Goff en 1989? Justificar esa aleación era dar una salida a unos
trado la cultura material, y ai haber investigado los cornportamiemos historiadores, la mayoría, desconce1tados con sus propios avances y
y los hábitos de vida. . con las mezclas fértilcs que lograban; era también un equilibrismo
(.Qué vaJor pueden tener estas filiaciones? (.Qué sentido cabe atri- entre el respeto a las disciplinas, de un lado, y las barreras y la auda-
buir a la designación «antropología histórica»? En ambas operaciones c ia analítica, investigadora, de otro; pero, a la vez, reivindicar las men-
podemos ver de nuevo algo arbitraria, una licencia que e l autor se da talidades, un concepro también vasto, extenso y de uso comente entre
para incluir y excluir algunos nombres dentro de su propia tradición. los annalistas. era así un viaje de ida y vuelta, un modo de demarcar
Con ello, lo que parece muy novedoso se afirma invocando preceden- un territorio ya explorado, pero que ahora exigiria nuevos métodos y
tes franceses y, por tanto, la revolución historiográfica se arraiga sobre aparejos, otros equipos y técnicas.
bases poco sorprende ntes y hasta previsibles. AI hacerlo así y, además, Aquellos argumentos, la relación de la disciplina con la antropo-
ai respetar la fidelidad de escuela, e! concepto se toma laxo para per- Iog.ía y e! cooce pto «emergente» de mentalidad como domínio privi-

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legiado de Ia nueva histeria, se reproducen en uno de los textos más anschauung o al domínio clásico del Common. Sense, que tanto empu-
afamados de Hacer la historia. En efecto, en aqueila obra de 1974 se je tuvó en la filosofía britânica contemporánea. Las evidencias que
ocupaba Jacques Le Goff de un apartado que lievaba por título «Las son comunes, que son colectivas, se imponen sobre una sociedad
mentalidades. Una histeria ambígua». En ese texto, su autor empeza- detemünaqa en un momento histórico y son resultado de un proceso
ba por reconocer la imprecisión del vocablo, una voz que derivaría de no siempre visible para quienes son sus usuarios. Se comparten
la expresión «mental» y que se empleaba para designar una cualidad modos de vida,. pero sobre todo maneras de ver el mundo, de perci-
de eso mismo. Sin embargo, ese término es un neologismo en e! fran- bir la realidad, ele designaria, desde un campesino hasta un noble de!
cés de! síglo :XlX y sólo cobrará el sentido actual a comienzos del xx mismo tiempo, de la misma sociedad. Por eso algunos de los histo-
con Mareei Proust, dice Le Goff. Pese a lo que pueda parecer, la pala- liadores que emplearon esta voz pudieron I legar a acercarse voluntaria
bra «mentabdad» no es de uso corriente en aquellas disciplinas que, o involuntariamente a1 estmcturalismo, o a1 menos a no sehtirse incó-
en principio, poddan emplearla. Ni en la psicología, ni en la psiquia- modos con algunos de sus presupuestos: las evidencias de la mental!:_
tría ni en la antropología habría un domínio de invcstigación dedica- dad, los modos de ver y de actuar serían así un factor semejante a los
do expresamente a este objeto. Sólo en los anos veinte, el psicólogo ãlitomausmos<:íêlaest.ructura profunda, uedando en ambos casos el
francés Henri Wallon y el etnólogo Lucien Lévy-Bruhl habrían titu- mdjyjd_ltÕ .. porta or e algo que lo sobrepasa O que lleva en
lado sus obras con ese vocablo. Las raíces de este objeto y de este tér- el interior. Este aspecto no es incompatible con la versión justamente
mino son varias, pero hay en ellos una evidente influencia de1 clima estructurnlista que empezaban a tener aquellos estudios culturales a los
durkbeimiano que por entonces dominaba una parte de la culmra que nos hemos referido cuando hablábamos de la historiografia ingle-
francesa. Si Émile Durkheim aspiraba a superar el postulado antro- sa. Así pues, aunque en los anos setenta unos hablaran de mentalidades
procéntrico, relegando la intención del individuo a una posición y otros apelaran a la voz cultura , existia una cierta sintonía ambiental
secundaria, entonces los factores extrasubjetivos, los préstamos socia- que habría de permitir en el futuro alguna coincidencia entre represen-
les y los automatismos de la conducta adquióan un papel decisivo en tantes de una y otra tradición. Como veremos, el caso de Roger Char-
su discurso. La psicología infantil y la etnología de aquellas fechas tier es ejemplar a este respecto.
hicieron suya esta idea. Pues bien, ese hallazgo es el que pasará a Por otra parte, en 1978, cuando se publica La nueva h.istoria. los
cierlos historiadores de los Annales, justamente cuando las otras disci- argumentos no eran muy distintos a los de Hacer la historio, pero se
plinas no iban por esa dirección, al menos en el sentido de aprovechar introducían algunos m atices relevantes. En esta ocasión fuc a Philippe
esa expresión ambígua llamada «rnentalidad>>. Podemos preguntar- Aries a quien se le encargó la elaboración del capítulo «HistOiia de
nos, por nuestra parte, si eso significaba que la historia de Febvre, las mentalidades». Lo primero que hay que destacares a su autor, un
Mandrou o Duby, entre otros, llevaba un camino autista, ajeno a la viejo historiador «dominical», un investigador que babía hecho obra
renovación de las ciencias sociales o si era éste un extravío. No e ra ai margen del mundo universitario, pero que había abordado y abor-
tal cosa porque la conclusión a la que llegaba la investigación histó- daría asuntos nuevos que no habían sido tratados corrientemente por
tica era semejante a la que, por ejemplo, el estructuralismo estaba los Annales: la infancia, la muerte, etcétera. Su presencia pública: más
proponiendo. Wallon o Lévy-Bruhl eran referentes antiguos, lejanos, destacada babía sido la de responsable de una de las colecciones de
prácticamente olvidados, e incluso analíticamente condenados por la editorial Plon y sería en los setenta cuando alcanzaría su máxima
Claude Lévi-Strauss: eran p rescindibles para los historiadores, pero re levancia académica ai ser nombrado D irector de Estudios en la
su idea perduraría. EHESS, concretamente en 1978, el mismo afio en que apareció La
Según recuerda Le Goff, la mentalidades eminenteme!lte colecti- nueva his10ria. En esa voz que sele encarga, Aries recupera la genealo-
va y, por eso mismo. proporciona un estudio de la lentitúd, es decir, gía ofrecida por Le Goff, la tradición propiamente anHalista de la que
se aclara con ello la larga duración que el propio amor atribuía como éi no había formado parle, aunque ahora incluya especialmente a tres
rasgo predominante de la <<nueva histeria» . Y ésa es la razón. asimis- personalidades «solit<u·ias» e «independientes»: Mario Praz, Johan
mo, de que él entienda que el historiador que la practica habrá de Huizinga y Norbert Elias. E n cualquier caso, más allá de estas afini-
aproximarse al del antropólogo, pues su pretensión será la de dades, que regresarán en algunos de los historiadores culturales que
alcanzar el nível más inmóvil. más cstable de la sociedad. A la pos- estamcs tratando, lo que interesa destacar ahora es cómo entienden
tre, podemos aiiadir nosotros, esa concepción de la mentalidad, algo y esta enciclopedia del saber histórico ese objeto particular que
desleícln c imprcsionisl<1, e.."taba próxima a la noción alemana de We/1- son mentalidades. -:' cn csle punto sí que bailamos un cambio de

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tono con respecto a Le Goff, que insistía en la larga duración, es dad es un factor capital. Como quiera que nuestro mundo contempo-
decir, en las persistencias. En cambio, Aries i.ndica que la preocupa- ráneo se plasma sobre todo en la escritura, aquel viaje a lo pretérito
ción fundamental de los hisloriadores que se ocupan de las mentali- nos hace ver la importancia que todavía hoy tendría ese sustrnto de
dades debería situarse en la comprensión de la modemidad, en cómo las voces: algo para lo que Freud y su acceso ai inconsciente, a tra-
captar e! advenimiento de nuestra época, pero baciénàolo a partir dei vés de la palabra como representante de pulsiones, sería de gran uti- I
concepto o la idea de la diferencia. lidad. Con unos objetos de esta naturaleza, no resulta extrano, por un
Este aspecto es decisivo y tiene su propia cronología. Serían los Jado,que los historiadores subrayaran lo sincrónico o. por otro, que
historiadores surgidos a finales de los sesenta, los que fueron testigos, las restantes ciencias admitieran la perspectiva de la larga duración,
\
contemporáneos, protagonistas dei sesenta y ocho, los que habrían encontrando así puntos en común a mitad de camino. En e:sa tarea, y I
cuestíonado algunas de las creencias clásicas del pensamiento: la de sobre todo para eluà ir el teleologismo que denunciaba, Aries men-
o l
la acción benefactora e irreversible de! progreso y la de los modelos ciona çlos formas alternativas qe hacer este tipo de histeria. La pri-
de sociedad y autoridad de sus mayores. Es altamente significativo inera, la más frecuente, la que se está imponiendo en esas fechas,
quién d ice eso y en qué circunstancia lo indica. Quien habla es un consistiria 'en pulverizar los modelos de mentalidad, es decir, hacer
historiador identificado en algún momento por sus ideas conservado- justamente lo contrario de lo que emprendíera Febvre. Eso significa-
ras, incluso reaccionarias, por su vieja adhesión a la causa monárqui- ría, además, oponerse a la presentación de sistemas coherentes, váb-
ca y a .los postulados de Maurras y la Action Française. Cuando lo dos para toda la sociedad, sustituyéndolos por una const.elación de
dice es en 1978, en plena crisis energética, en pleno proceso reflexi- microelem.entos poco consistentes, de ac uerdo con las esferas parti-
vo sobre la condición misma de la cultura occidenta l, en un momen- culares de cada sector o grupo, según ai'íade de manera literal. A su
to en que ai indusl1ialismo se le ponen serias reparos y en una etapa modo de ver, quien mejor habría representado hasta entonces esa
en que la modernidad parece efectivamente acabada. No es extra:fío, opción, o bien alentándola o bien llevándola a cabo él mismo, habría
pues, que aquel q ue fuera un reaccionario, e! joven Phi!ippe Aries, sido Lawrence Stone.
estuviera ahora bien preparado para captar ese cambio y lo que pare- La segunda de las formas queAries concibe, menos habitual, con.-
da .s er una crisis estructural de sociedad. Los progresistas quedaban sistiría e n adoptar una perspectiva sincrónica; hecho que no está en
perplejos, pero nuestro historiador no estaba roejor dispuesto. Su dis- contradicción necesariamente con el modo anteriormente descrito.
curso se llenaba de inten·ogantes, algunos verdaderamente capitales: En este caso, e! investigador aislaría un pedazo de ese pasado que
«i.,el fin de la llustración?» Es lógico, pues, que atribuyera a los nue- estudia y lo haría desentendiéndose del antes y del después. Tom an-
vos historiadores una rebeldía contemporánea a la crisis y que viera do como referente la antropología, aquello que se elaboraría seria
en ellos una sensibilidad distinta que ponía en j aque algunas de las algo así como una elnohistoria de ese fragmento exhumado, y quien
evidencias progresistas de siempre. La modemidad no seria inelucta- mejor lo habría plasmado en aquel momento sería Emmanuel Le Roy
ble y la historia no tendría un sentido, una dirección, como tantos Ladurie en su obra Montaillou. Ahora bien, si hubiera que buscar un
profesaron, de modo que incluso la diacronía se convertiría en una ejemplo especialmente significativo de los caminos que est.aba
perspectiva sospechosa de fatalidad, de teleologismo. (..Qué respues- emprendiendo la histeria de las mentalidades, de su ruptura y reno-
tas habrían ofrecido los historiadores a esta crisis? vación, y de esa sensibilidad interdisciplinaria, en ese caso habría que
La historia de las mentalidades era en parte esa respuesta, relo- c itar, concluye ..o\ries, al filósofo Michel Foucault.
mando lo que ya era un antiguo domínio historiográfico, cultjvado Tres nombres destacao, pues, de esa radiografia. Reparemos en
por Febvre, por ejemplo, pero ampliando ahora sus márgenes. Así, el ellos sin ningún afán exhaustivo, sólo como exponentes de Aries,
investigador buscaria sistemas de valores, organizaciones colectivas, como esos indicadores que le sirven (y nos sirvcn) para detectar los
estrategias comunitarias, en suma conductas que pennitieran mostrar cambios que entonces se estaban dando y que se percibían en Fran-
una determinada cultura: popular o elitista, urbana o tural. Con un cia. lmbu ido de su tràdición historiogrática, la britânica, Lawrence
proyecto como éste, era inevitable, decía Aries, el acercamiento a Stone habría predicado, en efeclo, el estudio de lo concreto, con esa
otras ciencias humanas tras décadas de interdisciplinariedad procla- prevención a la sistematización o hacia lo teórico a la que serían tan
mada y no vivida o no praclicada, o incluso a perspectivas teóricas en propensos, sin embargo, sus colegas franceses. Lo pequeno, lo micro,
principio muy a lejadas de la historia, como el psicoanálisis. Según no sería en el discurso de Stone una estrecha histeria local a la que
senala Aries, la mirada al pasado descubre hasta qué punto la orali- faltaran perspectiva o complejidad, sino el modo particular que ten-

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drían los historiadores de dar sentido a la conducta humana, siempre que e l concepto de meotalidad ha supuesto el ensanchamiento del
circunstancial, siempre arrajgada en un contexto. Stone había sido territorio del historiador y que uno de los temas antafio infrecuente
uno de los pioneros que se habían asociado a Past and Presenr, la que ha dado mayores réditos habría sido precisamente el estudio de
revista británica más renovadora y que, desde 1952, tanto había hecho la religión popular. <,Por qué razón? Porque a través de la creencia
por a mpliar y adensar las relaciones entre historiadores y antropólo- religiosa, así como a través de las herejías, los campesinos, por ejem-
gos, entre marxistas y no marxistas. Este investigador habría disec- plo, obtienen un modo de expresión y una manera de configurar el
cionado con precisión el atTanque de lo que él mismo llamaba ya mundo eu términos c ulturales que les son accesibles. Ahora bien, en
entonces, en los anos setenta, la nueva histeria, una designación idên- segundo lugar, el otro aspecto decisivo es propiamente el análisis de
tica a la francesa, pero cuyos no serían exactamcnte coin- una comunidad campesina. Eso significa que el estudio se detiene en
cidentes. aspectos de la vida interior, en las relaciones que se dao entre los
En su libro El pasado y el presente se recogen algunos de esos miembros de una población y que fundamentao la estabilidad del
ensayos que el propio Aries cita y que son un examen preciso de la orden ruraL
orientación reciente de la historiografia. Los microelementos a los En ese sentido, Le Roy Ladurie emplea profusamente las obras
que hacía mención Aties son, en la perspectiva de Stone, aquel hecho esenciales de lo que ya entonces se denominaba los Peasant Studies,
u objeto que, por tener múltiples dimensiones (económica, política, es decír, los libros de los antropólogos y sociólogos ocupados de exa-
cultural, etcétera), cxigen una reconstrucción variada, rica, compleja, minar los valores y la existencia material de la família campesina. .!
respetuosa con las vertientes simultáneas de! asunto abordado. Por tan- Alexander Chayanov, Emest Gellner o Teodor Shanin eran, así, los
to, lo que el historiador británico aprecia en la nucva histeria (e inclu- convocados implicitamente en su examen. Pero, además, también
ye libras de muy diferentes historiadores, de distintas tradiciones eran utilizados otros grandes estudiosos de las economías primitivas:
nacionales) es el prog1:esivo, el creciente escepticismo frente a la idea Karl Polanyi o Marshall Sahlins. Bl propósito era mostrar la inextri-
misrna de sistema o de modelo. El diagnóstico de Stone sobre e! futu- cable relación que habría entre una sociedad, en este caso una micro-
ro de la histeria, sobre <<La histmia y las ciencias sociales en el siglo XX», sociedad, y la economia como esfera atravesada por valores moxales.
era de 1976 y Aries no podía sino tenerlo en cuenta porque una parte Sin embargo, su minuciosa reconstrucción iba más allá de los aspec-
de esa orienlación se debía a los franceses. Justamente por eso men- tos meramente econ6micos, del trabajo, de la explotación de la tierra.
ciona a Emmanuel Le Roy Ladmie, aunque con fines distimos de los Por eso, evaluaba el ocio, la sexualidad, las relaciones personales de
guiaban al propio Stone. aquellos campesinos tomando la aldea como un fragmento de un todo
Le Roy Ladurie era ya, por entonces, autor de una abundante más extenso, la Francia rural, la misma que preocupó a Marc Bloch
obra, incluso de una polémica obra, con una orientación cuantitati- y a quien cita, verificando los modos en que se ejercía el poder y las
vista, un pionero del ordenador, un humanista abietto a las nuevas maneras en que vivían aquelios lugareií.os. Justamente por eso, uua
tecnologías. De todas las suyas, la obra que Aries cita es Montaillou, obra como Un pueblo de [{J Sierra: Grazalema, de Julian Pitt-Rivers,
aldea occitana de 1294 a 1324. <,Qué tenía este libro, aparecido en aparecía entre sus referentes: como ya no había sido
1975, para convertírse en el mejor ejemplo de la «nueva histeria» de éste un libro de un medievalista, por supuesto, sino un examen antro-
las mentalidades que clestacaba Aries? Entre otras características, pológico de un etnólogo britânico que estudiaba la vida cornunitaria
este volumen aunaba varias virtudes. En primer lugar, era especial- en un aldea gaditana en pleno franquismo. Si Pitt-Rivers pudo hacer-
mente relevante el objeto mismo que trataba, la v-ida comunitaria de lo fue gracias a las fuentes orales, a las minuciosas consultas con los
una pequena aldea bajomedieval durante un período relativamente Jugarcfios. <,C6mo pudo hacerlo Le Roy Ladruie si él no podía con-
corw. Un objeto en cuyo interior hallamos el estudio de la herejía tar cone! auxilio verbal de un informante?
cátara o albigense, pues Montaillou fue la última localidad que apo- Para emprender su reconstrucción, el historiador se valió de un
yó de modo activo esa «desviación». Desde este punlo de vista, pues, hombre que había concedido la palabra a los aldeanos, incluso a toda
es un estudio de la religiosidad popular, que en aquellos anos comen- la a!dea como tal. El hombre en cuestión era Jacgues Pournier, que si
zaba a interesar a quienes se ocupaban de las clases subalternas, tan- bien fue obispo e inquisidor encargado del examen de la berejía, era
to en ia tradición británica que !lega a Keith Thomas. como en su ver- también, como concluye metafóricamente Le Roy Ladurie. etnógra-
tiente francesa. el estudio de la mentalidad y de la creencia, que se fo y poticía. Por eso. el prefacio dei volumen tiene un tfrulo bien sig-
remomaría ai propio Lucien Febvre. Por eso, Philippe Aries indica nificativo: «De la Inquisición a la etnografia». Este inquisitivo Four-

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nier, que interrogaba con minucia y torturaba poco, no sólo se preo- han extendido los biógrafos de! filósofo y han subrayado las dificul-
cupó de la desviación herética, sino que se interesó por la vida mate- tades que tuvo que afrontar este autor para ver publicada la que fue
r ial de aquellas gentes, por su cultura, por sus relaciones familiares, su tesis, dadas la extensión del volumen, la rareza de) objeto que
por todo aquello, en fin, que bacia distinta a esa aldea occitana de abordaba y la manera particular de examinado. Tratar la locura como
ot.ras tantas comunidades de aquel tiempo. Pero este libro, de enorme un hecho histórico, docume ntaria con una erudicjón exhaustiva,
éxito editorial en la Francia de los afios setenta, debió una parte de su escribir, en fin, como historiador no eran hábitos comunes entre los
filósofos y tenían, además, una implicación epistemológica de pri-
fortuna ai modo en que Le Roy Ladurie le diera forma, a la escritura
en clave narrativa con la que presentaba la vicisítud de los campesi-
l mera magnitud. No era só lo que Foucault. abordara este tema precisan-
y del inquisidor que los interrogó. ·I do las diferentes etapas de su tratamiento represivo, médico, psiquiá-
trico. Es que, sobre todo, en su examen, el objeto locura dej."aba de ser
Este volumen, pero también e1 propio autor, son una muestra del
cambio decisivo que la lústoriografía francesa experimentaba enton- evidente y, por tanto, su designación, los contenidos de que estuvie.-
ces. Como Antoine Prost nos ha recordado, Le Roy Ladurie defendía ra revestido dicho .térmirJIJ en cada tíempo, eran igualmente cambian-
a fi.nales de los afios sesenta el modelo de historia serial que, por tes. Los furiosos medievales, aquellos que se hacinaban en la nave de
aquellas fechas patrocinaba Annales, una historia que precisaría, cada los ]ocos, no tenían el mismo perfil que los dementes dei gran en cie-
vez más, de la sofisticación técnica y de la estadística. Conocido es rro manicomial, ni que los avenados que liberó Pinel en Francia
su tajante dictamen de 1968 según el cual el historiador del mafiana imbuído como estuvo de las ideas dei Selecientos ilustrado. Su pre-
babría de ser programador. Y luego se nos fue a Montaillou ... , con- cisa reconstrucción es lo que hizo decir a Aries ai'ios después, en ese
cluye irónicamente Prost Para observar lo que eso significa y el cam- texto de 1978 dedicado a las mentalidades, que, a diferencia de otros
bio que se ha basta con hojear ef volurnen de Le Roy filósofos que construían sus sistemas intelectuales fuera del tiempo,
Ladurie. Coando, por ejemplo, ba de descifrar la personalídad de Pie.- Foucault hacía todo lo contrruio. Por eso, era literalmente «uno de
rre Maury, uno de los pastores que frecuentan sus páginas, el autor nueslros mejores histor iadores», según apostillaba.
nos indica la necesidad de ir más aliá de sus lazos económicos y pro- Además, cuando en 1978 Aries celebraba este tipo de análisis mos-
fesionales, atendiendo a su posición social y a su mentalidad. Así, traba con ello el regreso a la filosofia y de la filosofia entre los histo-
Pierre seria pobre materialmente hablando, en realídad es muy riadores: retomando así algunas de sus preocupaciones al âmbito de la
rico, concluye Le Roy Ladurie, por las satisfacciones que recibe, por historiografia francesa, ese domínio que Le Goff creía refractario a
su interesante vida, tan excitante. De ese modo, a Le Roy ya no le aquella influencia. Foucault no era estrictamente un filósofo de la his-
preocupan las cifras, los índices; lo que persigne, dice al final del toria, ai menos no lo era eu la acepción de quien postula un sentido al
libro, es ese catarismo inerte y oprimido durante tantos siglos con el devenir. A ntes al contrario, la obra de este pensador, en clave nietz-
que reconstruir el temblor de la vida de las gentes modestas, una pre- scheana, clesestructuraba la idea básica del teleologismo, esa precisa-
tensión que, con lenguajes y procedimientos distintos, estaba presen- mente sobre la que diagnosticaba Aries, y por tanto mostraba el acce-
te también y desde fecha ant.etior en aquellos historiadores británicos so a la modernidad, a partir de las diferencias, sin esa fuerza fatal que la
que se habían ocupado de los rebeldes o de los tejedores. racionalidad retrospectiva impone al pasado, según expresión que este
Pero, aparte de Stone o de Le Roy Ladurie, Philippe Aries citaba · fiJósofo lomó de A.urora. Invocando a· precisamente, Fou-
expresamente a Michel Foucault, en este caso como responsable o cault destruía la noción misma de sentido histórico, de hilo conductor,
inspirddor de los cambios que se daban en la nueva historia. Resulta y revelaba los procesos particulares que dan nombre a las cosas, la
extraordinariamente revelador que Aries dé el nombre de este afama- fragmentación, el curso discontinuo, destapando así la constitución
do intelectual, que por entonces, a finales de los setenta, estaba en la moderna de los a prioris occidentales que los propios europeos toma-
cima de su producción teórica. Que Aries lo cite tiene que ver con el rán como evidentes o como universales. Por eso, tal vez, el mejor ejem-
contexto de la época, pero liene relación también con otras razones, plo de esto sea ese volumen que el filósofo dedicara al nacimiento de
incluso personales, puesto que existia entre ambos una cierta afinidad la locura, el libro en donde mostraba de qué manera y cuándo se desíg-
que venía de antiguo. De hecho, había sido el propio Aries quien naba como Lal esa contraparte de la razón. La «época clásica» de Fou-
había facilitado la publicación de la primera gran obra de Foucault en cault cs la etapa moderna, en este caso observada sincrónicamente
la colecci6n que dirigía en la editorial Plon. Nos referimos otra vez a según lo apontado después por A.ries, y la Jocura poci.Jía ser, por
la Historia de la locura en la época clásica. Sobre este particular se plo, uno de esos microelementos que tienen su propia historia y que

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rompen el majestuoso y teleológico. de! clevenir. El tributo (cronológicas o sociales). En ese sentido, pues, la tarea del hísto1iador
Aries rinde a Foucau t está, pues, JUSlt5cado por la gran repercus1ón consistiría en sei'íalar los límites de lo gue es pensable en una sociedad
que sus obras estaban tcniendo, dado que marcaban un modo de mirar Y en un tiempo dados. Con esas premisas, Febvre habría desarrollado
el pasado gracias ai cual se examinaban y se develaban los universales sin saberlo una auténtica antropologia ai'íade Chartier.
antropológicos, esos modelos coherentes de los que los propios histo- Quizá llegados a este punto convenga demorarse mínimamente en
riadores se estaban desprendiendo. un aspecto de la obra de Lucien Febvre. En particular, en aquello que
Como se puede observar, la aproxímación que Aries plameaba en se refiere a la tradición francesa en tomo ai concepto de cultura o,
1978 sobre la historia de las mentalidades tiene deudas previsibles más bien, la ornisión sobre este particular. A diferencia de lo que
con la tradición a la que se incorpora. la de los Annales. Sin embar- hemos visto para el caso anglosajón, donde esta categoría teníll una
go, comparada con la propuesta de Jacques Le Goff de 1974, hay larga tradición, una genealogía que afíos después recorrería· en parte
novec!ades verdaderamente interesantes, que nos permiten incluso Raymond Williams, en Francia no hubo un uso similar. La razón aca-
vislumbrar.ya lo que será la evolucíón posterior de ese campo de so haya que buscaria en el hecho de que el término cultura fue susti-
estudi o. Podemos, en efecto, apreciar algunos de lo? referentes bási- tuido aquí per el de civilización y en este punto Febvre fue uno de los
cos en que se apoyarán quienes la practiquen y el desplazamiento que primeros en insistir en su importancia. En 1929, el misrno afio en que
se irá produciendo. ai menos en Francia, desde las mentalidades se fundara la revista Annales, este historiador francés convocó un
hacia esa denominada historia cultural que por entonces despuntaba seminario bajo el significativo rótulo de Civilisation: le mot et l'idée,
o se refundaba. Además, en ese mismo volumen de 1978, bay otro en el que parliciparon diversos especialistas de aquel momento. En el
artículo decisivo, complementario de la voz de Aries, y que resulta texto que inauguraba aguel seminatio, Febvre trazó una breve genea-
muy significativo para los fines que aquí nos proponemos, otro alto Jogía dei término, una suerte de histeria conce ptuàl de la que extrajo
en el camino en este viaje, en esta reconstrucción que Jlevamos a dos sentidos distintos. La palabra civilización lendría, por un lado, un
cabo. Nos referimos ai término «equipo mental», traducción dei fran- significado genérico, derivado de su uso antropológico, que permiti-
cés <{Oufillage mental», pero sobre todo nos interesa reparar en su ría referirse a los rasgos que definen la vida cn común de cualquier
autor, Roger Chanier, ese guía ai que convocábamos páginas atrás y agrupación humana, de modo que su uso remitida a los aspectos
del que abora nos serviremos finalmente para continuar esta incur- materiales, políticos, morales o intelectuales de todo colectivo. En
sión en la Francia historíográfica. cambio, por otro lado, civilización sería carnbién sinônimo de pro-
greso, un término que se asociaba a los europeos por oposición a
otros pueblos pri mitivos, bárbaros o salvajes. Esa idea queda refor-
LA HlSTORlA SOCIOCULTURAL zada por otro de los textos presentados a ese seminru.io, en particular
e! que elaborara Mareei Mauss. Este antropólogo también advertía
Ante todo, deberíamos seõalar que haber escogido esta voz de la una dualidad evidente en el concepto. En principio, existiría una
enciclopedia parece ser una suerte ele homenaje de Cbru.tier a los acepción universal, racional y progresiva, no referida a ningún pue-
padres fundadores, y en particular a Fcbvre, que fue quien utilizá por blo en particular, y que se manifestaría en los avances propios de
primcra vez este término en los anos treinta en la Encyclopédie aquel tiempo. En segundo lugar, tendríamos un uso vulgar, relativis-
Française. inclufa? Bajo esa expresión, hay domínios variados, ta, que permiliría asoci.arlo localmente a cualquier pueblo, de forma
según Febvre, e! vocabulario, la sintaxis, los tópicos y evidencias de que podríamos hablar de civilización francesa del mismo roodo que
sentido común, las nociones de espacio y tiempo o las concepciones podríamos decir civilización islámica. Ahora bien, este segundo sen-
lógicas. La entrada que, por su parte, Cbartier en J978 no se tido se referida a modos pru.·ticulru.·es de pensamiento, esquemas men-
extiende con ponnenor en la noción de «e ui o mental» ue define tales específicos, para lo cual, aiíadía Mauss, era preferible utilizar
como e.J conjunto de so es_(percepciones), lingüísticos y otra palabra: mentalidad.
a De inmediato con- Pero la polisemia del término ha acabRdo por complicar su
ducc s u argumento ai concepto de mentalidad, que habría sido elabo- empleo, de modo que hay ambigüedades no resueltas y cruces de sig-
rado inicialmente por el Marc Bloch de Los reyes taumaturgos y sobre nificados. Así, por ejemplo, cn el ámbito ele Annales, algunos de sus
todo por Lucien Febvre, y que tendría un doble sentido: una acepción usaron la exprcsión material». Braudel en
iotalizadora y, a pesar de ello, el reconocimienlo de las diferencias particular. Sin embargo, andando e! tiempo el término desaparecería,

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hasta el punto de que en el volumen de La nueva historia hay una voz sino más precisamente .el que va de El nacimiento de la clínica
que recoge la genealogía de la «cultura material», pera ya no hay nin- (1963) haSta Vigilar y castigar (1975). Su importancia radicaria en
guna que expresamente aluda a la primera. Esas apariciones, reapari- buena medida en que sus obras habrian ampliado el temario de \a his-
ciones y desapariciones de categorías historiográficas ban sido muy toria de las mentalidades revelando los códigos y los saberes, las
comunes en la tradición de los Annales y por esos vaivenes se ha vis- representaciones y las prácticas de la modernidad. Son éstas, voces
to igualmente afectada la voz misma de mentalidad. Así, como que dicen tanto dei filósofo como de Roger Chartier, quien en sus
advierte el propio Chartier, el estudio de las mentalidades se habría obras maduras, las de los anos ochenta y noventa, desarrollará y apli-
ido difuminando hasta los aiios sesenta. Por entonces, la histeria se cará estas categorias a sus estudios particulares sobre la lecrura y la
vería sacudida por la impugnación a la que la sometían otras disci- circulación de los textos. Sín embargo, más allá de lo que.el propio
plinas, en particular la sociologia y la antropología, y por el empuje historiador haga después, lo significativo es nuevamente la relevancia
general de la perspectiva estructuralista. Los historiadores rcspondie- que le da a Foucault. Su mirada destaca la reflexión original que
ron a esta demanda de dos formas distintas. aquél sobre el poder en Vigilar y castigar, en ellibro que dedi-
En primer lugar, fueron ampliando el campo de la investigadón ca ai nacimiento de la prisión. Veamos, por nuestra parte, qué babía
con nuevos temas y objetos, en general con aquellos que, aun no s'ien- en dicho volumen que tanto impacto tuvo en Chartier y en otros his-
do totalmente extraiios, eran mucho más familiares para los antropó- toriadores de aquellos aíios, incluso posteriores, que tanta polémica
logos (la actitud ante la muerte, la familia, etcétera), asuntos estas despe1tó entre quienes no simpatizaban con los modos de Foucault.
que, por ejemplo, Aries había hecbo propios. En segundo término, los AI tiempo que bace la genealogía de la punición carcelada, el filó-
historiadores dejaron de lado enfoques bíen establecidos· y se centra- sofo tenía la pretensión de definir el poder en unos términos diferen-
ron en el análisis de las relaciones entre indivíduos y grupos, aten- tes de los convencionales. Una concepción clásica del poder hacía
diendo en particular a sus múltiples significados (ya no s6lo econ6- depender el sistema penal de un aparato político estatal del que sería
micos, sino sobre todo simbólicos). La conclusión de ese doble emanación. Sin embargo, la reflexión contemda cn Vigilar )'castigar
esfuerzo scría la paulatina ·aparición de lo que Roger Chartier deno- es bien distinta, y, más aún, sus planteamientos son contraries a la
mina una «hisloria sociocultural». Y éste es e! cambio decisivo que evidencia de un poder represor, del que se apropia1ían determinadas
nos interesa destacar en su discurso. Aun siendo un rótulo todavía clases o agentes, y que se impondría sobre la sociedad a partir de
ambíguo, sociocultural exEresa ya el abandono de la mentalidad unos mecanismos exclusivamente coercitivos. El poder concebido así
como objeto preferente y apunta en Ta dirección auglosajona que sefã no sería una propiedad política de la que estaría desprovista la mayo-
en el propio Cbartter. En este sentido hay dos aspec- ria, sino que sería una cualídad general que afectaría microfisica-
tos importantíslmos, a su juicio, que fundamentao esa nueva forma de mente a todas las relaciones humanas. Como tantas veces se ha repe-
investigar. Son, por un lado y otra vez, la aportación de Michel Fou- tido desde entonces, una de las tareas más innovadoras que Foucault
cault y, por otro, la orientación microanalítica que estarían adaptan- emprendió en este libro fue la de mostrar las prácticas sociales que
do los historiadores, aspecto este también mencionado por Aries. El preceden a la cárcel y que, procedentes de otras instituciones, con-
nuevo campo, segúo leemos en su contribución a La nueva hisroria, vergen en la prisión, condensándose en su interior y reemplazando a
estaria caracterizado por tres elementos bien defin· : la ampliación otras formas punitivas anteriores. Ésta seria su contribución más his-
IOj la e tdad a los avances e a istoria tórica, J11áS convincente. Numerosos documentos, libras raros y una
ahora el arlâlists según íãSairêrentes esferas; y, en- erudición obstinada serían el capital exhibido en la investigación. Son
fin, la coexistencia de métodõSCfistintos que recorrenan de forma. éstas unas páginas ocasionalmente vibrantes y de gran hondura; otras
ãlversa ro gue fue er dOrmmo ae Ias mental.:Jdades. chaitler veces; son páginas de fría belleza expresiva, que tanto sorprendieron
""nos· propone una genea ógi'a francesa muy partkulargue va de a los historiadores que las leyeron; o, en algún momento, son páginas
Lucien Goldmann a Philippe Alies, pasando por Robert Mandrou, con desc1ipciones minuciosas y sobrecogedoras. <,Quién puede olvi-
pero sobre todo sefiala la extraordinaria influencia que en est.a reno- dar, por ejemplo, el detallismo con e! que Foucault nos mostraba el
vación estaría teniendo Michel Foucault. ajusticiamiento atroz de Damiens, el regicida francés, y e! dolor inde-
En efecto, a! mencionaria aparece el primer gran fundamento de cible que precede a la agonía? Si lo que queria era indicamos la exu-
esa nueva historia sociocultural. Pero el Foucault que Chartier desta- berancia y la cmeldad punitivas del Antiguo Régimen, el autor podría
ca ya no es sólo el de la Historia. de la locura, al que antes aludíamos, haberlo hecho sin mostrar la imagen misma de! espectáculo supli-

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ciante. Ahora bien, ese cuerpo brutalmente danado, amputado, asistentes y terapeutas espoleados por las mejores intenciones, y por
coyuntado, es objeto de relato para alarmamos, para violentar e! buen los propios delincuentes arrepentidos y convencidos ellos mjsmos de
juicio cartesiano, nucstra buena conciencia de ilustrados tardíos. la bondad de una corrección, una corrección que ya no es atroz y que
Frente a csas imágenes que nos lúeren insopm1ablemente, las tiene como fin la normalización social.
páginas que le siguen son un lenitivo deliberado y textual para ese La .tarea histórica a la que se aplicaba Foucault despertó un
buen juicio cartesiano: son la transcripción literal dei reglamento dente interés y suscitó, con algunos cargos, simpatía por la proximi-
contemporâneo de un centro penitenciaria. Ya no hay más dano ni dad de un filósofo. Mostraba a los historiadores una forma de
mortificación de! cuerpo, hay, por el contrario, regularidad, ra en la que el análisis de lo concreto no ímpedía la profundidad
na. El volumer. se concibe come una exp!icación del cambio, y e! reflexiva y la hondura teórica: de hecho, lo concreto era e! objeto de
tránsito de la atrocidad penal·a la sobriedad punitiva de! Ochocientos expresión y a ello se entregaba quien tenía la condición de filósofo.
es su hilo conductor. Ahora bien, ese tránsito no se describe según la Además, enseõaba también el coraje especulativo ·de quien no se con-
interpretac ión benevolente que los humanismos alumbraron. z.Por tentaba con explicaciones perezosas, con explicaciones que tan fre-
qué? Porque, a juicio de se trata de una concepción que cuentemente racionalizan tradiciones o instituciones. Así, los historia-
racionaliza la c rueldad, que otorga sentido aliá donde no lo hubo o dores no tendrían por qué resignarse a lo ya sabido o a las evidencias
que elimina el fo ndo irracional que tuvo y que mantíene. Su obra dictadas por e! sentido común de nuestra disciplina. Podrían afrontar
ta de mostrar que la dirección de la reforma no fue la benignidad de con arrojo la creación de nuevos objetos, exclu ídos o no tenidos en
las penas, como sostuvieron los ilustrados, sino la eficacia de su cuenta hasta entonces. Podrían ensayar nuevos métodos, en los que
cación. EI humanitarismo penal justificó contemporânea y aquel objeto estaría constituído por series ternporales distintas de las
mente la reforma en vircud de la benignidad. Ahora bien, ese argu- previsibles, series en las que la idea misma de continuidad sería des-
mento era sólo un ejercicio de razón ulterior en virtud del cual un cartada por ser el modo propio de la racionalídad retrospectiva. Podrían,
sentido positivo serviria para ocultar la mezquindad irreparable en la en fin, crear nuevas formas discursivas en las que la dcnotación no
que se funda nuestra sociedad y todas las sociedades. Si hemos de creer seda ya Ia única meta expresiva.
ese argumento benevolente, esa mentira piadosa, el suplício de Damiens Por eso, justamente, la máxima eclosión de la nueva historia
seria repugnante por un exceso punitivo, y por tanto el sistema que le c ide en Francia con los efectos más difundidos de Vigilar y castigar,
sucedió habría sido una altemativa menos odiosa. como e! propio Chartier anotaba. En cualquier caso, conviene retener
Sin embargo, aõade Foucault, la cárcel no fue concebida por los no sólo el contenido de esta obra de Foucault, sino también lo que se
reformistas como la solución penal: para los reformistas, en efecto, el entendía como su proyecto de investigacíón, dada la influencia que
nuevo sistema debía basarse en una variedad punitiva que, tendría entre los historiadores. En principio, habían sido los discur-
da en sus formas, fuera más eficaz. i. Y cuál fue el curso seguido en sos el objeto de su atención, algo que está, por ejemplo, cn Las pala-
realidad? Frente a la multiplicidad penal, en los códigos bras y las cosas (1 966) y en La arqueología de/ saber (1968). Con
ráneos acabó por aceptarse la privación de libertad como posteridad, y sobre todo con el ingreso de Foucaull en el College de
to básico. La prisión será un sistema más «eficaz» en la medida en France, e! énfasis se pondría en el estudio de las prácticas, esos hace-
que sus fines no serían los de! dano corporal, aquellos que res sociales no siempre definidos ni contenidos en la enunc iación de
ran Voltaire y Beccaria, sino los de la punición de las almas, un discurso y que acabao creando realidad, para luego quedar inscri-
tidas ahora en casos susceptibles de corrección. ·El infractor no só lo tos en un texto. El ejemplo de Vigilar y castigar sería la mejor
cumple una pena, sino que, además, se le bace víctima de un tra de esto último.
mento penitenciaria que va más aliá de la expiación b de la estricta Sin embargo, más aliá de estas obras y de su autor, la nueva
reparación: se le hace víctima de sus propias inclinaciones, a las que ria sociocultural que Cha1tier clestacaba incluía una segunda orienta-
se ve como reformables o extirpables . Con ello, e! sistema ción, la perspectiva microanalítica. En efecto, además de otros
poráneo es o aspira a ser mejor, porque no sólo se impone la repre- mentos, una de las conclusiones más sig:nificalivas a las que llega
sión del delito o la intimidación simple, sino que se marca la meta de Chartier es la de! problema de la escala de observación. Y aqui, fren-
sojuzgar corrigicndo. Hablamos, en efecto, de la disciplina aplicada te a la larga duración, a las ambiciones globaliz.adoras de A ries o
para enmienda de! desviado, emprendida y llevada a cabo no por un inch;so de Foucault. é! contrapone aquellos otros esmdios que redu-
poder extemo que aplasta o somete, sino por una red formada por cen la perspectiva de análisis y detallan su objeto en un contexto más

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local. A esto, Chartier lo denomina expresamente como microanálisis las relaciones), en ese caso la aldea campesina o el barrio urbano, que
y lo personaliza en tres historiadores bien conocidos: Natalie Zemon se manifieslan como formas diversas de comunidad, son las áreas pri-
Davis, de la que c ita Cultura y sociedad en la Francia moderna, Car- vilegiadas de dicho análisis. Es ésta una idea que él defendía a partir
lo Ginzburg, de qu.ien menciona El queso y los gusanos, y Jacques Le de unos referentes muy concrelos, escasamente coincidentes con los
Goff, del que destaca Tiempo, lrabajo y cultura en el Occidente que Chmtier, por su parte, pudiera expresar. Por un lado, la etnología,
medieval. Estos datos sobre la última historiografia de aquellas fechas, pero no la estructuralista francesa, sino la antropología sustantivista de
estas alusiones a los referentes que trazan la genealogía del estudio de la tradición anglosajona. Por otro, la obra de dos outsiders que se
las mentalidades y esa mención explícita a la historia soc.iocultural, habían convertido en referencías inevitables de la investigación britá-
son los elementos decisivos de lo dicbo por Chartier. nica: Karl Polanyi y E. P. Thompson.
Además, para los fines que aquí nos proponemos, constituyen un pun- Estas menciones de unos y otros, estas genealogías, estas bases teó-
to de iuflexión, pues nos permitcn vislumbrar qué sea eso que se ha ricas, muestran una gran variedad y reflejan la perplejidad, incluso el
convenido en denominar histeria cultural. Aunque Chartier no usa esta desconcierto de una disciplina que estaba cambiando las bases mismas
voz de manera expresa, sí que nos sitúa tanto. en los antecedentes de su investigación. Que Le Goff o Chartier invocaran a unos o a otros,
como en algunos de los desan·ollos que posteriormente tendría. que subrayaran la aportación de la antropología, que pusieran el énfa-
Es muy significativo que Chartier, un historiador francés vinculado a sis en las mentalidades, que tomaran e! Case Study como posibilidad
la EHESS, hable, por ejemplo de histeria sociocultural, justamente en analítica, son aspectos de una renovación tentativa que entonces se
un momento en que para estos investigadores la dimensión social es atín ensayaba, que ya se hab.ía adelantado en parte duranle los anos anle-
la clave decisiva de la renovación de la disciplina, algo que después·será riores y que se iba a desarrollar en las décadas siguientes. Era entonces
puesto en cuestión. Ha de tenerse en cuenta que la revolución historio- cuando se esbozaban nuevas formas de histeria sin una ortodoxia que
gráfica francesa había sido la de una histeria social y las menciones de disciplinara y con unos ecos aún annalistas, unas nuevas formas que pre-
Chartier son tributarias de esa tradición. Ahora bien, no menos relevante dicaban la tradición a] tiempo que la superaban. En ese contexto, y bajo
es que mencione la voz microanálisis para calificar el trabajo de estos la influencia sobre todo de la anlropología (lo extrafio, lo diferente, lo
historiadores. Sin embargo, a pesar de que mencione El queso y los gusa- anómalo), estos historiadores se movieron y se moveóan entre dos
nos, e! uso de cse térnúno no se corresponde exactamente con lo que hoy polos: subrayando lo social con el nuevo aporte etnológico, aquel que
entenderíamos por tal cosa. Con el paso de los anos, ha sido la expresión permite abordar las relaciones y la esfera de lo cotidiano; o haciendo
rnicrohistoria, asociada sobre todo a Carlo Ginzburg, la que ha acabado hincapié en lo cultural, en ese domínio de valores y de recursos mate-
por 1mponerse y su em leo alude, entre otras cosas, a una reducción de riales e inmateriales con que los humanos actúan.
la escala de obseryación y a pre erentemente cultural de Eran varies los lugares, los laboratorios en que se planteaban estas
pasado, dándose a entender ue la cultura es e! marco en que se desen- transformaciones historiográficas, centros asociados a personas espe-
las acciones, las emociones y_ las ideas umanas. o .obstante, cialmente relevantes. Entre ellos, quizá el más significativo de aque-
en aquellos momentos, el enfoque micro aludía más bien a aquellos estu- llos anos fuera precisamente e! Seminario parisino que durante tanto
dios en que el objetoera un caso localizado a partir del cual se intentaba tiempo Jacques Le Goff d irigiera en la EHESS, un seminario por el
reconstruir la cómplejidad o estructura social a la que pertenecía. que pasaron. un sinfín de historiadores europeos y norteamericanos.
Además, la dimensión social de! enfoque micro, la reflexión teóri- Como se sabe, ·ésta era una reunión semanal que se inauguró a prin-
ca sobre su significado, eran e! hallazgo particular dei modernista ita- cípios de los setenta y que en su primer afio se dedicó a la historia de
liano Edoardo Grendi. Para este historiador, el microanáJisis era una las ideas religiosas y de los grupos sociales en la Edad Media. Sin
forma particular de hacer hisroria social. En efecto, bacia 1977 había embargo, más aliá de los títulos que tuviera en anos sucesivos, lo que
defendido expresamente este tipo de perspectiva para abordar aquellas interesa destacares su dedicación ai folclore y a la cultura popular.
otras formas de agregación social y política más reducidas que las que De hecho, a partir del curso 1973- 1974 tomó como objeto la antro-
· podían representai: el Estado o la nación: <,por gué debe ser la nación pología cultural dei Occidente medieval y dos aiios después se tituló
-y no la comunidad o la ciudad o el oficio- ellugar de elección para simplemente antropología histórica. Por eso no es extrafio que en
el estudio de las grandes transformaciones históricas?, se preguntaba. 1975 Le Goff fundara un núcleo de investigacíón bajo el nombre de
Si, a su juicio, la historia social había de tener por objeto la recons- Groupe d'Antropologie historique de l'Occiden1 médieval que dirigi-
Lrucción de la dinámjca de los comportamientos sociales (es decir, de ria hasta su retirada en 1992.

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A finales de los aõos setenta, pues, una obra como La riueva his-
toria, que consuma y expresa parte de las inquietudes que Le Goff IV
había estimulado, refíejaba en buena medida los cambies que se habían
ido produciendo aunque todavía dentro dei espacio y de las coorde-
nadas de la propia tradición francesa. De hecho, para entonces no
existía una propuesta clara ele trabajo que se reconociera dentro de EL LABORATORIO DE PRINCETON
esa etiqueta de bistoria cultural. El propio Chartier, como hemos vis-
to, se sentía más cómodo utilizando el rótulo sociocultural, y esto es
significativo puesto que él sería uno de los abanderados de esa nueva
práctica, cuyo nombre acaba.ría perdiendo ese prefijo tan francés. A nues-
tro modo de entender, y aparte de! magisterio de Le Goff, aoarte de
la intluencia estrictamente parisina, Roger Chartier es una d; las cla-
ves definítivas para entender la trabazón de! grupo de historiadores
culturales a los que hicimos mención a] identificarias como un cole-
gio invisible de distintas nacionalidades: Natalie Zemon Davis, Robert
Damton, Peter Burke y Carla Ginzburg. Será Charlier la persona que
de algún modo relacionará a unos y a otros, en parte porque es fran- EL AM100 AMERICANO
cés y en parte porque aguellos otros historiadores estuvieron en París,
creándose así vínculos de amistad y de camaradetía académica entre Como decíamos al principio, los rasgos ·comunes que comparten
ellos. Sin embargo, hay otro elemento en Chartier que nos interesa estos historiadores son de distinta naturaleza, la proximidad genera-
destacar para comprender la relación que mantiene con el resto de cional, la cercanía a la histeria e historiografia francesas, etcétera.
miembros de ese colegio fnv isible que se constituye por aquellos Pero hay otro aspecto, también decisivo, que podemos tomar como
anos. A diferencia de muchos de sus colegas annalistas, que se nutren indicio aííadido de esa afinidad transoceânica. Nos refetimos al influ-
de propia tradición francesa, este historiador ha mostrado siempre jo, incluso al impacto, de la cultura anglosajona en todos ellos, un
un mterés extraordinario por la historiografia anglosajona, y este ele- influjo obvio en quienes son norteamericanos y británicos, pero que
mento refuerza sus víncuios con Davis, con Darnton, con Burke o es plural, con diferentes polos, y que afecta a éstos y a otros historia-
con Ginzburg. dores que les son cercarios. De todos los centros de influencia .
podemos'singularizar; de todos los sítios adonde podríamos llegar,_Q? Y1í::
la Universidad de Princeton el lugar que creemos más
\
1., Y cómo desplazarnos hasta alli? Entre los medws posibles, optare- \
mos por tomar a Chartier como introductor, a quien habíamos dejado
en el capítulo anterior indicando precisamente su destino atlántico,
sus intensas relaciones con los colegas americanos.
Tras su etapa académica en la Sorbona, que se extiende de 1970 a
1975, este joven histoliador accedía a un puesto en la EHESS, ese
ámbito de! que parte la edición y las contribuciones de la nueva his-
teria. Como hemos visto, Chartier no sólo redacta voces significati-
vas («Equipo menta]>,), sino que es junto con Jacgues Revel codirec-
tor de ese diccionario de 1978 que coordinó Jacgues Le Goff. Por eso
no es extrafío que su firma aparezca reiteradamente a lo largo de!
volumen y gue se ocupe de entradas como «Lucien Febvre», «Histe-
ria social» , «Libro» , «Popular>}, «Educación» o <<Annales». La parti-
cipación tan activa en dicha obra sólo puede entenderse a partir ele su
decisiva instalación en la EHESS , a partir de su acceso a dicha insti-

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