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IGLESIAS CALVO, Iago

Ignacio Sánchez Cuenca, Atado y Mal Atado. El suicidio institucional del franquismo y el
surgimiento de la democracia. Madrid: Alianza Editorial. 2014

Si bien es cierto que existe una extensa bibliografía sobre la época de la Transición Española,
poca de ella la consigue estudiar de forma tan empírica como la obra de Ignacio Sánchez-Cuenca,
Atado y mal atado. El autor, profesor de Ciencia Política y director del Instituto Juan March de la
Universidad Carlos III de Madrid, así como, fiel seguidor de Juan Linz, ha conseguido desmitificar,
quizás, la época más mitificada de la historia de España, presentando un mapa claro, de gran
riqueza bibliográfica, historiográfica y cuantitativa, de lo realmente ocurrido durante los primeros
años de Transición. Es exactamente esta época (desde la muerte de franco en noviembre de
1975, hasta la aprobación de nuestra carta magna en Octubre del 78) la época más desconocida
para el grueso de la población española, así como la menos estudiada por nuestros intelectuales.

Como objetivos de la obra, debemos resaltar el ánimo del autor por mostrarnos en el primer y en
el último capítulo, el papel que desempeñó la oposición al régimen como grupo de presión para el
cambio político de “ruptura democrática”, que se vio truncado por el bajo nivel de movilización
política de la España reciente a la muerte de Franco. Asimismo, conforma un esquema en el que
nos muestra las distintas fases de apertura del régimen, desde la reforma Arias-Navarro, hasta la
Ley para la Reforma Política de Fernández-Miranda y Suárez. Todo ello, deteniéndose en el perfil
de los principales implicados. Asimismo, trata de responder a la gran pregunta que todo interesado
en la materia se formula: ¿Por qué los procuradores franquistas accedieron a hacerse el
haraquiri? Referido este concepto, al suicidio institucional de la dictadura. Un término prestado del
japonés, referido a una forma de suicidio ritual practicado en el país nipón por razones de honor,
consistente en abrirse el vientre. Todos estes objetivos los iremos desglosando a lo largo del
escrito.

En cuanto al rol de la oposición en la etapa de la Transición, presentado en el primer capítulo,


Sánchez-Cuenca realiza un minucioso trabajo cuantitativo junto a Paloma Aguilar en el que poder
apoyar empíricamente sus palabras, un trabajo que, pese a su gran complejidad, el autor ha
sabido presentar de tal manera, que fuese inteligible para el lector general. Este, consta de una
base de datos sobre huelgas, manifestaciones y violencia política, clasificados cronológicamente y
geográficamente, en los cuales podemos ver reflejado el progreso de la conflictividad laboral y
ciudadana. Con ello, el autor llega a una conclusión sustancial, y es que la gran mayoría de las
manifestaciones, en su contenido, eran meramente laborales, incluso la más importante, Vitoria, la
cual alcanzó un nivel cuasi-revolucionario, fue por motivos laborales. Sin embargo, pese a los
intentos de la oposición por intentar convertir esta multitud de reivindicaciones laborales en
políticas, la moderación del pueblo, la brutal represión estatal y el afán por parte de los
trabajadores de mejorar sus condiciones y no por derribar el régimen, imposibilitó la tan ansiada
ruptura democrática a la que aspiraba la oposición, así como, suavizar sus expectativas hasta una
ruptura pactada con el régimen. Con todo, el autor no olvida un aspecto también sustancial, y es
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que el cúmulo de manifestaciones no fueron en vano, si no que demostró a buena parte del núcleo
franquista, incluido Arias-Navarro, la inviabilidad de mantener el statu quo. Ello será lo que impulse
al presidente del gobierno a formular la Ley Arias-Fraga.

En ningún momento, las reformas llevadas a cabo por Arias-Navarro y el ministro de la


gobernación, Manuel Fraga, contaron con ningún tipo de negociaciones con la oposición ni,
tampoco, suponían un cambio radical de las instituciones. Fraga, proponía más bien, un cambio
gradual que mantenía la esencia del régimen, un híbrido al que Fraga se refirió como
<<democracia a la española>>, un proyecto que, pese a su prudencia y timidez al cambio, fue
duramente contestado por los procuradores franquistas. Esto se materializa en el libro en el
capítulo dos, en el cual el Profesor Sánchez-Cuenca, realiza una meticulosa reproducción de las
decisiones, comportamientos y discursos reproducidos en la cámara, desde los inmovilistas
(también llamados “el búnker”) hasta los más reformistas. La ley en cuestión, proponía un sistema
bicameral compuesto por un congreso con representación popular y un senado orgánico con
poder de veto a las decisiones del primero. Un plan, como dijimos, tímido y que además
preservaba los intereses de las élites franquistas. El detonador de las quejas en la cámara fueron
esencialmente dos. Por un lado, la eliminación del Movimiento Nacional, que desaparecería como
organización constitutiva del sistema político y, por otra parte, la desaparición de los 40 de Ayete,
cuarenta diputados designados por el jefe de estado y reconocidos en las Leyes Fundamentales
del Reino. Esta reforma encalló en el Consejo Nacional y en las Cortes y su devenir se vio
verdaderamente truncado por la dimisión de Arias a petición del Rey Juan Carlos y la irrupción de
Adolfo Suárez en el panorama político.

El autor, presenta a Suárez como un actor camaleónico, pues sus posturas antes de ser
nombrado presidente por el Rey, eran de tendencia inmovilista. Según el autor, su “mezcla de
ambición y pragmatismo ideológico” explica su giro doctrinal. Suárez, junto con el presidente de la
cámara, Torcuato Fernández-Miranda, van más un paso más allá y presentan un proyecto de
reforma corto, conciso y muy innovador, pues este devolvía la soberanía al pueblo al abrir la
puerta a unas elecciones verdaderamente democráticas. Esta, tuvo éxito en las Cortes,
declarando oficial el suicidio institucional del franquismo.

La incongruencia en si misma que supone el hecho de que las cortes aprobasen la reforma de
Suárez, realmente democratizadora y rupturista, y no la reforma Arias-Fraga, cauta y tímidamente
aperturista, es explicada a lo largo del capítulo 4. En este, el autor hace un examen sociológico de
los de los motivos que llevaron a que los procuradores aceptasen esta situación, así como un
examen psicológico a nivel individual. El primer argumento, en el que casi no incide, es en el
hecho de que Suárez era apoyado por el Rey, lo que para los procuradores conllevaba que las
decisiones que defendía Suárez eran las que defendía el Rey, el legítimo sucesor de Franco.
Pienso que el autor debería de dar más peso a este argumento, pues, a mi parecer, casi cuarenta
años de sumisión de las cortes a los dictados de Franco, suponían que, aunque a regañadientes,
los procuradores por inercia iban a apoyar toda iniciativa que estuviera vinculada al sucesor y
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depositario de la confianza de Franco, el Rey Juan Carlos. Del mismo modo, el autor también
resalta que “el espaldarazo de la cúpula militar a la LRP resultó de extraordinaria importancia para
rebajar la resistencia de las Cortes” (p.181) Sin embargo, el autor concede más peso a otros
argumentos más relacionados con la incertidumbre. Según el autor, fue este ambiente de
incertidumbre política el que llevó a los procuradores a ceder ante la LRP ante la inevitabilidad de
la democracia y el temor de quedar marginados en el nuevo sistema. Por ello, estes, se dejaron
arrastrar por la decisión de la mayoría, en un juego de votar según lo que pensaban que votaría el
resto, por el que antepusieron sus propios temores a la afinidad ideológica del Régimen del 18 de
julio. Se resaltan en la obra factores que favorecieron este juego, siendo el más importante el
hecho de que los votos eran uninominales y no secretos. Con ello, se sabría públicamente que
procuradores votaran en contra, corriendo estes el riesgo de quedar marginados en el nuevo
sistema. Un factor que, aunque determinante, arriesgado, pues en caso de que el ambiente no
fuese favorable a la LRP o hubiese mayores indicios de disconformidad, conllevaría a un
escenario totalmente opuesto al sucedido. Con todo, aún cabe resaltar un aspecto que el autor
intenta refutar y que, sin embargo, creo central en toda esta explicación: La ambición política. El
autor nos muestra en la tabla 4.2 (p.216) que la ambición de los procuradores por seguir en el
panorama político en el nuevo régimen no era un factor explicativo en su decisión de apoyar la
LRP, pues tan solo una minoría de los procuradores estuvieron presentes en las listas de partidos
democráticos para las Cortes Constituyentes de 1977, tan solo un 27%. A diferencia de la reforma
Arias-Fraga, en los tiempos de la reforma de Fernández-Miranda y Suárez, había factores que
denotaban un ambiente más proclive a la democracia, comenzando por las preferencias
democratizadoras del Rey hasta las de Suárez. Además, el propio autor deja patente que de entre
todos ellos, los procuradores más proclives a adoptar posiciones camaleónicas al votar en contra
a la reforma de Arias y votar a favor de la de Suárez, son justamente los procuradores peor
cualificados y que fuera de la política, difícilmente podrían encontrar un espacio donde asentarse.
Así pues, en mi opinión, la ambición e interés de todos ellos, los cuales podría encontrar un hueco
en la recién conformada Alianza Popular, les motivó a votar a favor de la LRP.

El cierre del libro se materializa en el capítulo cinco, en el cual, el autor vuelve sobre el rol de la
oposición, esta vez, en los tiempos de la inminente redacción de la Constitución de 1978. Un
capítulo de lo más esclarecedor en cuanto al espíritu negociador del 78 que, tras la lectura del
capítulo queda en entredicho, pues pese a que Suárez mantuvo reuniones informales con la
oposición, las decisiones verdaderamente importantes como la normativa electoral fueron
tomadas unilateralmente por el gobierno. El Profesor Sánchez-Cuenca, sin embargo, recalca que
sin la oposición, ciertos hitos como la legalización del PCE no hubieran sido posibles. En suma, a
todas las fuerzas, desde la oposición hasta el gobierno les convenía mostrar un afán reconciliador
y pactista que perdura hasta nuestros días, aunque últimamente cada vez más cuestionado.

Pese a algunas vagas discrepancias con el autor, en la lectura de Atado y Mal Atado, he
encontrado una obra entretenida, de asequible lectura e intelectualmente enriquecedora. Una obra
que, valga la redundancia, contiene una riqueza bibliográfica, historiográfica y cuantitativa
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verdaderamente apabullante. En esta obra, el lector encuentra una visión realista de una
transición tan vanagloriada como, sobretodos en los últimos años, cuestionada. Pues la presenta
como un continuum de aspiraciones rotas entre la oposición, la cual no consiguió llevar a término
su tan ansiada <<ruptura democrática>>, así como, también, las aspiraciones rotas de los
continuistas franquistas, en su intento de un franquismo sin Franco. Del mismo modo, presenta a
los primeros intentos de apertura como un juego cauto entre aperturistas e inmovilistas para llegar
hasta el sistema democrático de nuestros días. Cabe también, resaltar, la habilidad con la que el
autor consigue interpretar y presentar de forma tan meticulosa toda la maraña de sucesos que
acontecieron en tan poco tiempo. Una trabajo de gran riqueza metodológica y, sin duda, un gran
exponente de como la ciencia política puede ser un gran aliado de las investigaciones
historiográficas.

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