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A mis queridos amigos Nicolás, David, Astrith y Sofí, por su valiosa amistad
y por haberme ofrecido una voz de aliento en esta compleja etapa.
A todos los maestros que, con sus enseñanzas, su apoyo y sus consejos
contribuyeron a formarme académicamente y para la vida.
ÍNDICE
I. Introducción …………………………………………………………………. 4
I. Introducción
4
modernas2. La filosofía, y en particular la filosofía política contemporánea, al
advertir los límites de la capacidad y autoridad de la razón para orientar el
comportamiento de la totalidad de individuos, tuvo que empezar a reconocer
como alternativas válidas de sentido fuentes que, si bien no eran consideradas
“racionales”, tenían el poder de orientar a los individuos en el acontecer del
mundo.
Los escritos de origen religioso fueron una de las primeras fuentes que
contempló la filosofía. El valor que la filosofía les concedió a estos textos
obedeció, en parte, al protagonismo que estaba asumiendo en la esfera pública
el debate sobre la pervivencia del paradigma de la secularidad3 y, más
concretamente, al contenido normativo de sus marcos de sentido y su
capacidad para formar subjetividades que pueden afirmarse en una identidad
históricamente respaldada. Desde entonces, el interés por los contenidos
teológicos hizo que un segmento de la filosofía virara su labor hacia la
interrogación de escritos de carácter religioso con el objetivo de descubrir, no
solo la herencia de lo teológico en la historia política y cultural de Occidente,
sino, además, posibles preguntas y respuestas a los principales problemas de
la Era Corriente.
2 Ibid., 87-121.
3 A partir década de los años 70, la ocurrencia de discursos y manifestaciones
religiosas de trascendencia internacional en el ámbito público-político (tales como
como la revolución islámica iraní, el influjo del catolicismo en la revolución
Sandinista y de la Teología de la Liberación en diversas disputas en América Latina,
el surgimiento del movimiento “Solidaridad” en Polonia y la reaparición del
fundamentalismo protestante como una fuerza en la política norteamericana),
originó un trastocamiento en el paradigma de la secularidad que situaba lo religioso
dentro de lo “primitivo, tradicional o por lo menos premoderno que estaba llamado a
decrecer, sino a desaparecer y perder su relevancia pública a medida que avanzaba
la modernidad secular y laica”. Este renovado interés por la validez explicativa del
paradigma secularización condujo, no solo a un cuestionamiento de los fundamentos
racionalizantes de las sociedades modernas, sino, también, a que el pensamiento
occidental declarara un renovado interés por desentrañar, tanto la influencia del
cristianismo en la Historia de Occidente, como el nexo entre lo teológico y lo político.
Para mayor profundidad sobre este tema véase: José Casanova, Genealogías de la
Secularización, (Barcelona: Anthropos, 2012), 5-476.
5
filosofía política contemporánea. Saulo de Tarso, Pablo de Tarso o San Pablo,
judío fariseo, perseguidor de cristianos, convertido en el camino a Damasco al
cristianismo y desde entonces uno de los más fervientes seguidores del
resucitado por Dios, es considerado el auténtico fundador del cristianismo y
una de las claves en el desarrollo de la cultura occidental. La historia de
Occidente está tan vinculada a Pablo que no es posible entender sus valores,
conflictos y aporías sin esta referencia4. Alrededor del apóstol convergen
temas que desbordan lo estrictamente religioso y permiten trascender épocas
y estructuras sociales específicas: solidaridad e integración, liberación e
igualdad, justicia y verdad, responsabilidad y fidelidad, “universalismo y
singularidad, ley y espíritu, don y gratuidad, (…) relación entre lo antiguo y
lo moderno, lo político y lo impolítico”5. Por ello, tampoco es de extrañar que
en más de una ocasión las consignas paulinas quebrantaran con éxito las
fronteras de los estudios teológicos y se colocaran en la reflexión de autores
tan distantes como Immanuel Kant, Martin Heidegger, Carl Schmitt, Karl
Barth, los intelectuales marxistas Walter Benjamin y Ernst Bloch, sin olvidar
a Friedrich Nietzsche (quien se autoproclama su mayor rival).
En las últimas décadas del siglo XX y los primeros años de nuestro siglo,
nuevos intérpretes han acudido a las Epístolas paulinas por considerarlas
“una referencia ineludible [al momento de] desmontar y revisar críticamente
los marcos categoriales fundamentales del pensamiento occidental”6. Este
renovado interés por el pensamiento paulino responde al ya mencionado
entusiasmo de la filosofía política actual por desentrañar el nexo —en
apariencia oculto— entre lo teológico y lo político.
6
Entre otros, Hannah Arendt, Jacob Taubes, Enrique Dussel, Alain
Badiou, Franz Hinkelammert y Giorgio Agamben, se han volcado sobre la
figura de Pablo con el propósito de esclarecer qué implicaciones políticas
podrían tener las dilucidaciones teológicas del apóstol y, hasta qué punto,
dichas declaraciones religiosas permanecerían ocultas por un “velo secular”
dentro de algunos discursos políticos y económicos actuales7. Adelantándonos,
es posible afirmar que, para el pensamiento filosófico político contemporáneo,
Pablo de Tarso se erigiría como el sujeto que pensó críticamente las
condiciones materiales e ideales de su sociedad y formuló, a raíz de ello,
ciertas categorías e ideas políticas que originaron una cultura (la de las
cristiandades oriental y occidental, incluyendo la moderna europea)8, y que
pueden construirse como categorías e ideas políticas críticas de gran
pertinencia para la época actual.
7Ibid., 472.
8 Dussel, Pablo de Tarso en la filosofía política actual y otros ensayos (México:
Ediciones Paulinas, 2012), 11.
7
político y cultural del Imperio romano y de las comunidades judías de la época
paulina. Se espera que con esta breve exposición el lector o lectora pueda
introducirse, aunque sea medianamente, en el contexto opresivo, colmado de
situaciones de sufrimiento, desigualdad, discriminación y persecución en el
que el apóstol vivió y desde el cual escribió sus Epístolas. Con este ejercicio,
se intentará subrayar que las ideas políticas de Pablo, lejos de ser ideaciones
inspiradas en reflexiones meramente espirituales, son consignas que
responden a un contexto particular, a un compendio específico de relaciones
sociales y que, por ende, es imprescindible tener presente dicho panorama si
se desea comprender adecuadamente la génesis del pensamiento paulino.
Paralelamente, en este capítulo se expondrán de manera sucinta las tres
ideas ético-políticas paulinas, sin embargo, en este caso, el objetivo será
emparentarlas con su contexto. Es decir, se expondrán las tres consignas
paulinas haciendo énfasis en que estas fueron, en su momento, una respuesta
crítica a un contexto minado por la injusticia, la opresión y la exclusión. Las
tres consignas que en este acápite se exponen son: i) la consigna paulina de
la universalidad de la dignidad humana, la de liberación del sujeto y la del
sujeto autónomo socialmente responsable.
8
II. Las ideas políticas de Pablo de Tarso
9
y, en tanto ciudadano romano libre de nacimiento, pudo dedicarse a su oficio
de manera independiente. Los días de Pablo, antes y después de su
conversión, sobrevinieron incontables veces en su taller, trabajando largas
horas con sus manos, soportando el rechazo y la marginación de una sociedad
que consideraba indigno su oficio. Sin embargo, como arguye la teóloga Elsa
Tamez, aunque la vida del apóstol no estuvo libre de padecimientos,
ciertamente pudo ser más holgada que la de los esclavos y libertos pobres
dedicados al trabajo en las minas y los sembradíos agrícolas11.
11Ibid., 60-61.
12 La Ley mosaica (Torá) o Ley judía, consiste en el compendio de leyes divinas
reveladas por Dios a Moisés en el Monte Sinaí: “Moisés recibió la Torá en el Sinaí y
se la transmitió a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, y los
profetas se las transmitieron a los hombres de la Gran Sinagoga”. En el judaísmo, la
Torá constituye el referente central para regular y orientar la totalidad de las
relaciones humanas con el prójimo, la naturaleza y Dios. Esta Ley, en consecuencia,
trasciende las cuestiones meramente religiosas (rituales, ceremonias, etc.) y abarca
las leyes civiles, administrativas y penales al interior del pueblo judío. Véase:
Gershom Scholem, Conceptos básicos del judaísmo: Dios, creación, revelación,
tradición, salvación (Madrid: Editorial Trotta, S.A., 1998), 75-99.
10
relativas a la circuncisión, al descanso sabático y al contacto con personas y
cosas contaminantes”13.
suscitaba asumir una misión predicadora nueva, que rebatía sus antiguos valores, le
llevaba por los caminos de la incertidumbre y le hacía enfrentar a sus hermanos de
carne (los judíos): “Verdad digo en Cristo (…) que tengo gran tristeza y dolor en mi
11
distintas poblaciones y sinagogas del Imperio proclamando la salvación, el
perdón y el amor de Cristo. Propuso, a todo aquel que se vinculara a la nueva
alianza, la implementación de nuevos marcos de sentido y la transformación
de sus modus vivendi. En carne propia vivió las injusticias del sistema legal
romano y, por provocar “tumultos al hablar de otro Señor, otro reino y otra
justicia”16, padeció el suplicio de la cárcel. Sin embargo, el judío converso de
Tarso, sin atender a las constantes críticas, encarcelamientos y persecuciones,
continuó llevando su mensaje de salvación, igualdad, perdón y amor entre las
distintas comunidades del Imperio hasta su muerte, convirtiéndose así, en
uno de los principales fundadores de la Iglesia de Cristo.
corazón. Porque deseara yo mismo ser apartado de Cristo, por amor a mis hermanos,
los que son mis parientes según la carne, que son los Israelitas”.
16 Tamez, Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos, 65.
17 En diversos estudios sobre la obra paulina se sostiene que, aunque Pablo se
12
2.2.1. Imperio Romano: pobreza, desigualdad y dominación
18 Ibid., 73-75.
19 Ibid., 61.
20 Ibid., 70-75.
13
el Imperio. En su taller, el apóstol interactuó con esclavos, libertos pobres,
comerciantes y clientes ricos que le permitieron distinguir las diferencias
radicales entre las condiciones de vida de aquellos ciudadanos que tenían
propiedades y riquezas, y las de aquellos que soportaban las fatigas propias
de los que se dedicaban, ya fuera en condición de servidumbre o
independientemente, a oficios considerados indignos21. Paralelamente, en los
continuos viajes de su misión evangelizadora, el apóstol pudo percibir las
constantes tribulaciones que, en las distintas provincias romanas,
sobrellevaba una mayoría pobre frente a una minoría opulenta y poderosa22.
21 Ibid., 61.
22 Ibid., 61.
23 Para las autoridades judías, “la ley no representaba un medio sino un fin en sí
14
con otros pueblos, no lograron impedir que ciertos aspectos de la cultura
grecorromana se insertaran en las prácticas sociales de sus comunidades y
que, con el tiempo y como consecuencia de ello, el entrelazamiento entre el
judaísmo y el helenismo suscitara tensiones y escisiones importantes entre
las comunidades judías fieles a las tradiciones y aquellas que estaban
dispuestas a reconocer e integrar la lengua y la filosofía helenísticas.
15
un impuesto (el de laographia) por no poseer la ciudadanía romana24. Al
crecer en la ciudad romana de Tarso, Pablo tuvo que vivir en carne propia la
segregación y la injusticia que sufrió la diáspora judía de su época.
*****
24 Tamez, Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos, 56.
25 Ibid, 52.
26 Ibid, 53
27 Dussel, Pablo de Tarso en la filosofía política actual y otros ensayos, 15.
16
certificaba la consumación de la vida buena, sino, más bien, que el ser
humano, en tanto imperator de su propia conducta, era quien debía asumir
responsablemente un trato bueno hacia los otros.
Para Elsa Tamez, es imposible comprender por qué Pablo pedía abolir
las divisiones entre unos y otros (Gál 3, 28), por qué afirmaba que con Cristo
ahora todos quedaban liberados (Gál 5, 1) y por qué era indispensable ser
solidarios y amarse unos a otros como a sí mismos (Rom 13, 8), sin tener
presente el contexto altamente discriminatorio, esclavista, desigual e injusto
que caracterizaba a la sociedad grecorromana de la época28. En tanto sujeto
colectivo con una conciencia colectiva, que había asumido una actitud crítica
y reflexiva frente a la realidad de su sociedad, Pablo respondía ante estas
situaciones de injusticia anunciando que el orden imperante y la Ley (romana
- judía) sobre la que éste se cimentaba debían derogarse para poder asumir
marcos de sentido nuevos y más justos. Como veremos, la idea paulina del
sujeto autónomo socialmente responsable, así como la de la necesidad de
fundar una comunidad universalmente digna y la de la liberación del sujeto,
no son más que alegatos frente a las condiciones de vida que se gestaban en
el mundo paulino y provocaban los padecimientos de quienes lo habitaban.
28 Tamez, Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos, 53.
17
2.3.1 De participar de la separación entre los distintos pueblos,
Pablo pasó a integrar en una única comunidad universal, a
judíos y paganos, ricos y pobres
18
que Pablo proclamaba como el modus vivendi más justo, terminaba
cuestionando el supuesto que colocaba al orden imperante como el único orden
posible: la estructura de clases no podía seguir siendo, para quienes
escuchaban al apóstol, un orden legítimo e incuestionable, sino, más bien, un
orden que admitía y requería su abandono para adoptar marcos de sentido
más justos. El mensaje paulino, que se proponía abolir las diferencias y
abogaba por la integración, se convirtió en su época en una diatriba que
confrontaba directamente la legitimidad de la estructura de clases romana e
impulsaba a los humiliores a renunciar al sufrimiento que les proporcionaba
dicho sistema30.
Ahora bien, cuando Pablo declaró: «no hay diferencia entre judío y
griego (…) porque todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo»
(Rom 10, 12-13), provocó, a su vez, el escándalo del pueblo judío31 que vio
arrebatado su privilegio como “pueblo elegido de Dios” y refutada la vigencia
del pacto hecho por Moisés32. En la Ley judía se pertenecía al pueblo de Dios
únicamente por nacimiento y por el cumplimiento estricto de la Ley, sin
embargo, estas prescripciones, que habían suscitado un sectarismo religioso
y un moralismo perfeccionista al interior de las comunidades judías, fueron
cuestionadas por la consigna del apóstol que integraba ahora a los paganos
en el pueblo salvífico. Para Pablo, la separación discriminatoria que
establecían los judíos entre ellos y los demás pueblos debía derogarse porque
en la nueva comunidad de Dios, todo aquel que creyera y deseara recibir el
mensaje de salvación, perdón y justicia, sin importar su identidad histórico-
cultural y si cumplía estrictamente la Ley, podía ser incluido. El amor y la
justicia de Dios estaban garantizados gratuitamente a todos los que tuvieran
fe, sin importar si se era circunciso, se guardaba el día sagrado o se había
30 Franz Hinkelammert, Las armas ideológicas de la muerte (San José: Editorial DEI,
1981), 188.
31 En su Carta a los Corintios (1 Cor 1, 22-24) Pablo se refiere a las diversas ocasiones
en que tuvo que confrontar a los judíos y paganos que consideraban sus ideas
escándalo o locura: “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría,
mientras que nosotros anunciamos un mesías crucificado, para los judíos escándalo,
para los paganos locura”.
32 Tamez, Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos, 58.
19
educado en las enseñanzas de la Ley: «Porque en Cristo Jesús, no importa
estar o no circuncidados; lo que cuenta es la fe que obra por amor» (Gál 5, 6).
Por otro lado, una de las proclamas más cautivadoras del apóstol es su
exhortación a las comunidades cristianas primitivas para que abandonaran
el antiguo nomos (la Ley romana—judía) y se adhirieran a un nuevo modus
vivendi en el que prevaleciera la vida y la justicia. En su Epístola a los
Romanos el apóstol expone:
El pecado lo llegué a conocer solo por la ley. (…) Pues donde no hay ley,
el pecado está muerto. Yo vivía un tiempo sin ley; llegó el precepto,
revivió el pecado y yo morí; y la ley destinada para la vida me resultó
para la muerte (7, 7-10). Posteriormente comenta: Esta es nuestra tesis:
el hombre recibe la justicia por la fe, independientemente de las obras
de la ley (3, 28) y finalmente: ¿No sabéis que, si os entregáis a obedecer
como esclavos, sois esclavos de aquel a quien obedecéis? (…) Erais
esclavos del pecado [la antigua Ley]; pero gracias a Dios os habéis
sometido de corazón al modelo de enseñanza que os han propuesto [el
20
nuevo modus vivendi], y emancipados del pecado [la antigua Ley], sois
siervos de la justicia (6, 16-18)
Estas aserciones, muy posiblemente fueron formuladas por el apóstol
como una consigna crítica a la Ley romana y judía que, dentro del orden
establecido, se habían convertido en instrumentos de injusticia, desigualdad
y muerte33. Así, por una parte, la Ley mosaica se había tornado el marco de
referencia absoluto para el pueblo judío que lo condujo, progresivamente, a
construir un fetichismo de la Ley y a rechazar a los pueblos que no compartían
sus preceptos. Por otra parte, el nomos romano, encargado de legitimar la
estructura de dominación del Imperio a través del establecimiento de
estrictas divisiones sociales, exacerbaba las injusticias y los sufrimientos de
aquellos marginados dentro del orden existente. Sin embargo, este carácter
salvífico de la Ley mosaica y la importancia de su seguimiento, junto a la
legitimidad y la vigencia del nomos grecorromano, fueron trastocados cuando
Pablo anunció que el ser humano recibía «la justicia por la fe,
independientemente de las obras de la ley».
21
amor al prójimo y no por temor a quebrantar lo ordenado: «No debáis a nadie
nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido
la Ley» (Rom 13, 8). La liberación que proporcionaba la nueva consigna
devenía, en últimas, del hecho de asumir una postura crítica frente a la
legitimidad de la Ley y la injusticia que producía su cumplimiento.
estad firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis
sujetos al yugo de la esclavitud» (Gál 5, 1), porque «él se entregó a sí
mismo por nuestros pecados, para librarnos de este perverso mundo
presente» (Gál 1, 4).
La libertad que Cristo confería provenía, más allá de su mensaje de amor,
justicia, perdón y solidaridad, del acontecimiento de su muerte y posterior
resurrección. Jesús de Nazareth fue muerto por desafiar las prescripciones de
la Ley y por proponer una cuyo fundamento último era la vida y, este hecho,
entre otras cosas, terminó develando el despotismo de la Ley y de sus
observadores: si el Justo había muerto por causa de la Ley, la Ley no podía
22
sino conducir a la muerte al transformar la injusticia en “justicia”36. La
resurrección de Cristo le reveló a Pablo la injusticia de una Ley que había
condenado al Justo a muerte y, además, le confirmó la necesidad de
transformar el orden establecido de una sociedad que sufría bajo el imperio
de una Ley cuya continuidad era garantizada a través de la muerte.
23
una actitud preocupada y responsable frente a las consecuencias que
conllevan sus acciones para sí y para los otros. Pablo sería, entonces, el
precursor de la idea del sujeto autónomo socialmente responsable.
24
Ahora bien, en Romanos (7, 7-25) es posible denotar que el apóstol, en
tanto podía establecer un diálogo interno consigo mismo, era capaz de juzgar
el decurso de sus acciones y formar, así, una conciencia moral sobre las
mismas. La culpa que afligía a Pablo por las ofensas que había cometido y que
podía llegar a cometer, evidencia que era un sujeto pensante, reflexivo y con
una moral determinada que le impedía traspasar los límites de la acción.
Además, demuestra que era un individuo capaz de “dirigir su atención hacia
cualquiera de sus hechos pasados y considerarlos, reinterpretarlos, y si se
[daba] el caso de haber cometido faltas, en la medida de lo posible,
enmendarlas”39. De hecho, es muy probable que fuera esta preocupación y
reflexividad paulina respecto a la insoslayable capacidad humana de realizar
el mal, lo que lo llevó a exponer con especial empeño e interés cuáles debían
ser los criterios que orientarían por “el sendero del bien” la praxis de quienes
se adherían a la nueva Alianza. En sus Epístolas40, Pablo se muestra
continuamente inquieto por responder a las comunidades qué podía hacerse
y qué era lo que en ningún caso y por ningún motivo debía realizarse. Sin
lugar a dudas, el apóstol estaba consciente de que en el nuevo proyecto ético-
político que fundaba era tan imprescindible la libertad, como la necesidad de
asumir una actitud responsable, ciertos marcos de orientación y reconocer los
límites de la propia autonomía, si lo que se quería era, precisamente habitar
una comunidad solidaria, armoniosa y justa.
25
para que no impere el mal y la libertad que nos ha sido otorgada no nos
conduzca al abismo de la oscuridad. Solo basta con el amor para que por la
libertad no pueda operar el mal, pues el amor es «es benigno, no tiene envidia,
no es orgulloso ni jactancioso; no se comporta con rudeza, no es egoísta, no se
enoja fácilmente, no es rencoroso. No se goza de la injusticia, más se goza de
la verdad» (1 Cor 13, 4-6).
26
II. Pablo de Tarso en la Filosofía política contemporánea
27
exterior y, al espíritu o mente, los pensamientos e ideas del ser humano que
no se relacionan directamente con los acontecimientos del presente, lo real o
las sensaciones físicas del cuerpo —como los conceptos filosóficos, las visiones
a futuro o las creaciones imaginarias—4142. Sin embargo, para que el espíritu
pueda tratar con dichos pensamientos requiere, en principio, que confluyan
en su vida tres actividades o facultades mentales básicas: el pensamiento, la
voluntad o querer y el juicio. El pensamiento, primera actividad del espíritu
y tratado de la obra de Arendt, es el encargado de conferir comprensión y
significado a las experiencias de vida del ser humano. El juicio, tercera
actividad y capítulo inconcluso, consiste, como señala Agustín Serrano de
Haro, en la “extraña capacidad humana de comprender y valorar con verdad
pero sin conceptos —es decir, con penetración en los hechos pero sin conceptos
«determinantes»— las situaciones y acontecimientos humanos”43.
Finalmente, la voluntad, segundo tratado de la obra y una de las actividades
más importantes del espíritu, es la responsable crear y elegir entre uno o más
proyectos a futuro sobre los cuales, posteriormente, ordenará el inicio de una
acción que los concretice. El trasfondo del interés arendtiano por el apóstol de
los gentiles surge del análisis que la autora efectúa sobre de la facultad de la
voluntad. Sin embargo, para comprender cuál es el rol que Arendt le asigna a
Pablo en la historia de la voluntad humana, es indispensable advertir
primeramente por qué la libertad, tal como es concebida en la modernidad,
estaba completamente ausente en el pensamiento griego de la época
precristiana.
58, https://www.jstor.org/stable/191647
43 Agustín Serrano de Haro, “La Epístola a los romanos según Arendt”, en Nuevas
28
Según Arendt, antes de la emergencia de la cristiandad en el primer
siglo de nuestra Era Corriente, la idea de la libertad no era concepto,
pensamiento o motivo de reflexión para los griegos porque la libertad era
libertad de movimiento en la pólis, una realidad por entero tangible en la
experiencia cotidiana colectiva, al punto de no admitir controversia44. Como
expone Agustín Serrano de Haro, en la pólis la libertad adquiría un carácter
intersubjetivo, comunitario y no individual, es decir, no se originaba in
individuum sino en convivencia con los otros. A su vez, la libertad tenía
“condición ontológica mundana, no íntima”: se manifestaba en el mundo y no
en el interior del individuo; más que un ejercicio de la interioridad individual,
la libertad era una experiencia mundana transindividual. Finalmente, la
libertad estaba emparentada con la acción, con el movimiento sin
restricciones del cuerpo en el mundo, y no con la toma de decisiones en el fuero
interno de la consciencia45. Para Arendt, lo que condujo al declive de esta
experiencia originaria de la libertad griega, de libertad «en» la comunidad
política fue, además de la crisis de la pólis y el surgimiento de la filosofía
platónica46, el advenimiento de experiencias de vida —judías en su origen—
aisladas del mundo exterior y de los hechos y acciones humanas, que se
situaron exclusivamente en el interior del sujeto y le permitieron descubrir,
tanto su capacidad para formar voliciones, como la libertad que ello
implicaba47.
29
Epístola a los romanos (7, 7- 25) el apóstol se tropieza con que, aun queriendo
cumplir la ley para alcanzar la justicia y la vida eterna, el adherirse a esta
nueva ley (la Ley de Cristo) lo arrastra inevitablemente, y contra todo sentido,
a una tensión interior, a un quiero-pero-no-puedo que le dificulta hacer el
bien:
Pues donde no hay ley, el pecado está muerto. Yo vivía un tiempo sin
ley; llegó el precepto, revivió el pecado y yo morí; y la ley destinada para
la vida me resultó para la muerte. De modo que lo que realizo no lo
entiendo, pues no ejecuto lo que quiero, sino que hago lo que detesto. (…)
Querer el bien lo tengo al alcance, pero no el realizarlo (Rom 7, 7-25)
Para Arendt, lo que Pablo descubre en esta angustiante elucidación es que en
su interior existe una disposición que, sin estar sujeta a las necesidades y
obligaciones del mundo exterior, le impide desplegar a cabalidad sus acciones,
y esta disposición no es otra que la facultad de la Voluntad. La voluntad que
encuentra Pablo limita su deseo de hacer el bien porque ésta se halla inmersa
en una insuperable escisión que revierte siempre en una pugna íntima consigo
misma: el deseo paulino de cumplir los mandamientos de la ley activa
necesariamente una contravoluntad (un no-querer), la voluntad de pecar, y
ambas voluntades (querer-cumplir la ley y no-querer-cumplirla) son
inseparables.
30
tal, como la instancia que asiste a ese debate y que aprueba y ordena cierto
curso de acción”49.
Por otra parte, la nueva ley, que según el apóstol revive el pecado: «llegó
el precepto, revivió el pecado y yo morí» (Rom 7, 9), más que avivar en él
cualquier impiedad, intensifica la lucha interna de la voluntad. La voluntad
percibe la ley como una voz que exige un acto de sumisión voluntaria: la nueva
ley ordena «tú debes querer cumplir la ley voluntariamente» y la voluntad,
ordenándose a sí misma el querer obedecer el dictamen de la ley, se enfrenta
a un no-querer que surge y se rebela instantáneamente contra ese mandato50:
“todo velle enciende por principio una contravoluntad, un nolle, que dice «no»
(o «no del todo») al sí inicial, y que en realidad [tiene tanta legitimidad] como
el primero”51. El querer-hacer de la voluntad paulina se enfrenta siempre a la
contravoluntad del no-querer-hacer, no porque la contravoluntad se oponga al
propósito de la acción o a las razones para quererlo, sino porque en la voluntad
subyace una repulsión natural al mandato de otros. La voluntad paulina se
subleva contra la ley de Cristo, no porque disienta del contenido de la ley o
porque en su interior habite el pecado, sino porque ella es en esencia reacia a
doblegarse irreflexivamente ante cualquier precepto que se le impone. Frente
a cada imperativo, antes que obedecer automáticamente, la voluntad termina
«aceptando», «cediendo» e impulsando, a la postre, una acción que concretice
su elección.
49 Ibid., 99.
50 Arendt, La vida del espíritu, 300-301.
51 Serrano de Haro, “La Epístola a los romanos según Arendt”, 100.
31
cual (…) puede decir sí o no, estar de acuerdo o en desacuerdo con lo
fácticamente dado, incluido su propio yo y su existencia y que esta facultad
puede determinar qué es lo que se hará”52. La escisión constitutiva de la
voluntad le permite al ser humano disentir, empezar una acción radicalmente
nueva y saber, en el fuero interno de la consciencia, que “podríamos haber
dejado sin hacer lo que realmente hicimos”53. La libertad que descubre Pablo
luego de su atribulada conversión ya no significará, en más, movimiento sin
restricciones del cuerpo «en» la comunidad política, en convivencia con los
otros en la pólis, sino “voluntad libre en el foro íntimo, o sea, liberum
arbitrium”54. La libertad paulina no emergería, en más, al interior de la
comunidad sino, por principio, en el interior del sujeto (in individuum),
individualizando “a cada hombre (en el pecado y en la gracia)”55.
32
3.2. Jacob Taubes: Pablo como fundador de una nueva comunidad
universal
La obra que el filósofo judío alemán Jacob Taubes elabora sobre Pablo
de Tarso es, por su originalidad y rigurosidad, fuente de ineludible reflexión
para quienes deseen profundizar en el estudio del apóstol de los gentiles.
Taubes, visible conocedor del pensamiento judío, el griego antiguo y la cultura
hebrea, en su proclamada obra: La teología política de Pablo, realiza una
lectura hermenéutica y filosófica desde la que pretende desentrañar “el
potencial político que esconden las metáforas teológicas”57 contenidas en las
Epístolas paulinas. El centro de la reflexión del filósofo es la Carta a los
Romanos de Pablo porque desde su perspectiva, esta escritura, destinada a
las congregaciones cristianas de la ciudad sede del Imperio, constituye una
“teología política, una declaración política de guerra”58 contra el poder
imperante que le permite, precisamente, desplegar el ejercicio exegético que
se ha propuesto.
2004), 16.
59 Pablo aludía insistentemente al llamado que el propio Cristo le había hecho para
reafirmar su autoridad: «De Pablo, siervo de Jesús Mesías, llamado a ser apóstol»
(Rom 1, 1)
33
el Imperio y entre los judeocristianos que se aferraban a las antiguas
costumbres, procuró expresar cautelosamente sus proclamas en su Carta.
cuestión”, 476.
63 Taubes, The Political Theology of Paul, 51.
34
Taubes, sin embargo, comenta que esta crítica paulina al nomos
imperante suscitó la emergencia de ciertos cuestionamientos: ¿podía Dios
apartarse de su propio juramento? ¿podía Dios revertir el antiguo pacto que
había hecho con Moisés e incluso y como consecuencia de ello, desestimar la
elección de Israel como el pueblo elegido? El argumento que expuso el apóstol
para responder a esta controversia, más que cristiano, era profundamente
judío. Para demostrarlo, Taubes señala que en su Epístola a los Romanos
Pablo utilizó diversos pasajes de la Torá para indicar que la transfiguración
del antiguo pacto, así como la apertura del pueblo de Dios estaban signadas
desde antaño y, por ende, no debían ser motivo de escándalo para Israel.
Aunque la justificación por la fe ponía en entredicho el pacto mosaico (que se
demandaba la observancia de los preceptos y la pertenencia al pueblo de Dios
únicamente por la carne), éste era en realidad un criterio tan antiguo que
inclusive el primero de los patriarcas del pueblo judío había llegado a
atestiguarlo: «Abraham tuvo fe en la promesa de Dios y por eso Dios lo aceptó
y le dijo: Yo soy tu Dios, y tú eres mío porque crees en mí» (Gén 15, 6-7). De
igual forma, la posibilidad de una ruptura de la Alianza y la apertura del
pueblo de Dios había estado siempre presente y, si ninguno de estos
fenómenos había acontecido, era por la misericordia de Dios y por la
efectividad de los ritos judíos en los que se imploraba a Dios el perdón de los
pecados y las infidelidades64. Para Taubes, Pablo formuló estos supuestos
apoyado en la Torá porque así podía justificar la legitimidad de su mensaje
entre los judíos y conversos que se mostraban escépticos ante la buena nueva
y, al mismo tiempo, garantizaba que en el nuevo pueblo se incluyera a todos,
64 Taubes asegura que en la consumación del rito del Yom Kippur es desde donde
Pablo respalda la legitimidad de su argumentación (Dios ha sido misericordioso con
los judíos y por ello el pacto seguía vigente): “En esta fiesta hay dos figuras centrales
Moisés y Jonás. La plegaria del primero tiene el poder de amansar la cólera divina y
de esa forma revisar el juicio divino contra su pueblo. Jonás por el contrario quiere
ser el ejecutor de la cólera divina y no le hace gracia que Dios se arrepienta. Pero
ahora Dios mismo es el que cuestiona el derecho a la cólera al recordar a Jonás que
el creador está obligado a velar por sus creaturas. (…) El Yom Kippur dramatiza ese
enfrentamiento entre cólera y misericordia a favor del perdón”. Véase: Mate,
“Retrasar o acelerar el final. Occidente y sus teologías políticas”, 57.
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pues sus proclamas cuestionaban la Ley judía y, en últimas, terminaban
dejando a Israel por fuera del pueblo elegido65.
65Ibid.,56-57.
66 Dussel, “Pablo de Tarso en la filosofía política actual”, 38.
67 Giancarlo Gatea, “Jacob Taubes: Mesianismo y fin de la historia”, en Nuevas
36
insistencias más poderosas y disruptivas del apóstol: el amor al prójimo, al
diferente, al oprimido. Como menciona Reyes Mate:
37
paulinas, para extraer de ella sus categorías teórico-universales críticas y
ponerlas al servicio de una comunidad política. Para Dussel, este ejercicio no
consiste en una “recuperación filosófica de la teología, sino en la recuperación
para la filosofía de textos fundacionales que poseen implícitamente categorías
críticas (...) de gran pertinencia para el presente”75.
75 Ibid., 14.
76 Dussel, Política de la liberación, 73.
77 Dussel, Pablo de Tarso en la filosofía política actual y otros ensayos, 12.
78 Ibid., 17.
79 Ibid., 18.
38
romanos es la crítica paulina de la Ley: la Ley (romana — judía)80, al legitimar
la muerte y el sufrimiento de los oprimidos del sistema, se había fetichizado,
corrompido y caído en contradicción consigo misma. En el Imperio romano y
al interior de las comunidades judías, la Ley era el criterio de justificación de
toda praxis cumplida81. Ella era el imperativo que, además de otorgar
conciencia sobre lo bueno (lo que cumplía la Ley) y lo malo (lo que operaba en
contra de la Ley)82, servía como criterio para justificar justas o injustas las
acciones de los individuos. La Ley se había convertido en referencia absoluta
de la acción, se había fetichizado y, como muestra de ello, Dussel trae a
colación la experiencia de Jesús de Nazareth, quien habiendo sanado a un
ciego en sábado —día sagrado en el que la Ley prohibía la ejecución de
cualquier obra—, fue juzgado por los observadores judíos de la Ley que
consideraron su acción una transgresión a la misma.
80 Cabe aclarar que Dussel en su texto se refiere a Ley romana y judía de manera
casi indistinta. Considero que el filósofo no ejecuta una separación tajante entre
estas dos leyes porque ambas constituían los marcos de referencia que justificaban,
legitimaban y juzgaban las manifestaciones de la acción en la época del apóstol. Así
pues, cuando Pablo propuso un nuevo criterio de justificación, no solo controvirtió los
preceptos de la tradición judía, sino, además, terminó cuestionando los fundamentos
(la Ley romana) sobre los que se erigía todo el orden establecido. La Ley, entonces,
puede entenderse como una: los marcos que orientaban el hacer de todos los grupos
sociales y que, en la época de Pablo, se habían convertido en un instrumento de
injusticia.
81 Dussel, Pablo de Tarso en la filosofía política actual y otros ensayos, 23.
82 Ibid., 22.
83 Ibid., 24-25. Es importante mencionar que Dussel se inspira en las reflexiones del
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esclavitud y servidumbre, las acciones militares expansivas del Imperio y una
intransigente diferenciación por estatus de los individuos. Por su parte, el
minucioso cumplimiento de la Ley mosaica no solo producía, legitimaba y
exacerbaba las divisiones entre los judíos (los “justos”) y los paganos (los
“injustos” o “impíos”), entre los fariseos (élites judías) y la masa (el resto de
los judíos que no podía cumplir a cabalidad los mandamientos, por ejemplo,
el del diezmo) sino, también, castigaba y juzgaba como injustas las acciones
que se desviaban, aunque fuera medianamente, de los designios de la Ley
(como sucedió con Jesús de Nazareth). Desde la óptica de Dussel, lo que
condujo a Pablo a cuestionar la legitimidad de la Ley como fundamento último
de la acción y, con ello, las bases sobre las que se cimentaba el sistema de
dominación imperante, fueron las experiencias de injusticia que el apóstol
atestiguó y experimentó y que se ejecutaron con el beneplácito de la Ley: “si
la Ley «mataba» a los oprimidos, y en primer lugar al Justo, [terminaba
revelándose a Pablo] y a la nueva comunidad mesiánica el fetichismo, [la
corrupción y las contradicciones] de la Ley”84. La Ley, que se había convertido
en instrumento de injusticia al interior del orden establecido, no podía ser, en
más, el criterio desde el que se juzgaran justas o injustas las acciones de
quienes integraban la nueva comunidad mesiánica (cristiana). Inspirándose
en las enseñanzas de Jeshúa ben Josef, Dussel añade: “ser del linaje de
Abraham es saber que hay ocasiones en que no hay que cumplir con la Ley
cuando está en riesgo la Vida”85.
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simultáneamente, la emergencia de un segundo tiempo: el tiempo de la nueva
Ley, del nuevo criterio de justificación. En la Carta a los romanos, el apóstol
de los gentiles expone: “Esta es nuestra tesis: el hombre recibe la justicia [se
justifica] por la fe, independientemente de las obras de la ley” (Rom 3, 28) y,
posteriormente, proclama: “¿No sabéis que, si os entregáis a obedecer como
esclavos, sois esclavos de aquel a quien obedecéis?” (Rom 6, 16 -18). Dussel,
siguiendo a Gramsci, comenta que la obediencia irrestricta de la Ley conduce
a la esclavitud dentro de la Totalidad del sistema vigente: “es el dominado el
que presta consenso a la clase dirigente bajo la hegemonía de la Ley”86. La
emunáh87 o la «fe», que Pablo propone como el nuevo referente de la acción —
como el nuevo criterio de justificación— es el pronunciamiento crítico que
socava la legitimidad de la antigua Ley y termina liberando a la comunidad
mesiánica de la esclavitud de la Ley. La emunáh, según Dussel, puede
interpretarse desde una lectura filosófico-política como el “nuevo consenso
crítico de la comunidad mesiánica ante el derrumbe de la Ley”88. Para la
comunidad mesiánica, la emunáh es la certeza de poseer una convicción o
criterio (“la justificación por la fe”) que puede transformar la totalidad de la
realidad; es el fundamento que conduce al pueblo a deslegitimar y enfrentar
el dominio de las instituciones imperantes (el del Imperio romano, el de
Templo de Israel, la tradición y las antiguas costumbres)89. La emunáh es “ese
consenso crítico de la propia comunidad, (…) que podría describirse como la
fidelidad intersubjetiva [entre los] miembros de una tal comunidad,
convencidos de la responsabilidad solidaria en la realización de un nuevo
acuerdo, contrato o alianza, que legitima o justifica (“juzga como justo”) la
86 Ibid., 27.
87 “Esta palabra hebrea es normalmente traducida por pistis en griego y por fe en
español. Dussel se opone a esta última traducción aduciendo que, tras veinte siglos
de interpretaciones superpuestas, se ha vuelto equívoca. Amparándose en la
necesidad de la “doble hermenéutica”, propone reemplazar “fe” por “nuevo consenso
crítico” o “convicción de poder transformar la totalidad de la realidad”. Véase:
Liceaga, “San Pablo en la filosofía política contemporánea: un estado de la cuestión”,
481.
88 Dussel, Pablo de Tarso en la filosofía política actual y otros ensayos, 27.
89 Ibid., 27-28.
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arriesgada praxis en el extremo peligro del “tiempo mesiánico” 90. Desde la
óptica de Dussel, el descubrimiento de la ilegitimidad de la Ley injusta libera
a los individuos de la esclavitud de la Ley y los reviste de la libertad como
responsabilidad. Al convertirse a la nueva Ley, al nuevo criterio de
justificación (la emunáh), la libertad implica para los individuos de la
comunidad mesiánica una responsabilidad creadora con la comunidad y con
su nuevo modus vivendi que, en el tiempo de Pablo, constituía asumir el riesgo
de la muerte producida por un sistema que castigaba la emergencia de
cualquier consenso que negara el orden establecido. Liberarse de la antigua
Ley (romana — judía), del primer tiempo, del antiguo orden, no solo
comprometía a los sujetos con la nueva misión de la comunidad, sino, además,
les permitía irrumpir en el segundo tiempo: el tiempo mesiánico, tiempo en el
que todas las funciones que se cumplían en el antiguo sistema cambiaban su
sentido y se orientaba el rumbo hacia un proyecto distinto, un futuro más
justo91. Los seguidores de Jeshúa Ben Josef que asumieron el nuevo criterio
de justificación (el ser humano recibe la justicia por la emunáh,
independientemente de las obras de la Ley), lograron fundar una comunidad
que se escindió de la Totalidad del sistema vigente y se convirtió en una parte
del Todo que podía existir desde la Exterioridad de la Ley. Los oprimidos, los
excluidos, el pueblo que permaneció obediente a la antigua Ley, continuó
esclavo del fetichismo de la Ley y, en contraposición, los que creyeron en el
nuevo consenso, en la nueva alianza, quedaron libres ante la Ley y se
convirtieron en los “convocados” a fundar un nuevo orden.
90 Ibid., 28.
91 Ibid., 29-31.
42
de los fundamentos del orden imperante condujo a las primitivas
comunidades cristianas a conformar y habitar un “nuevo sistema”, uno en el
que la injusticia no estaba oculta tras la “justicia” de la Ley, y en el que el
fundamento último de la praxis era la Vida y la libertad como responsabilidad
intersubjetiva.
92 Ibid., 34.
93 Ibid., 34.
43
IV. Consideraciones finales
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del antiguo orden implicaba el abandono de los antiguos paradigmas y la
asunción de otros. Para ser verdaderamente libres e ingresar al nuevo pacto,
todos debían reconocerse igualmente vulnerables y pecadores,
universalmente dignos y valiosos, dadivosos del perdón, el amor y la
solidaridad. Las ideas políticas de Pablo presentadas en el segundo acápite,
en ese sentido, no son más que el conjunto de consignas lanzadas por el
apóstol para orientar e impulsar a quienes lo escuchaban a liberarse del
antiguo orden y adherirse fielmente a la nueva causa asumiendo una actitud
responsable y comprometida.
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consignas de Pablo si el pretexto es encontrar posibles respuestas a los
principales problemas de nuestra época.
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V. Bibliografía
Jacobitti, Suzanne. “Hannah Arendt and the Will”. Political Theory 16, n° 1
(1998): 53-76, https://www.jstor.org/stable/191647
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Mate, Reyes., José A. Zamora (eds.). Presentación a Nuevas teologías
políticas: Pablo de Tarso en la construcción de Occidente, de Reyes Mate
y José Antonio Zamora (eds.), 7-10. Barcelona: Anthropos, 2006.
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