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LA BATALLA DE AUSTERLITZ

2 DE DICIEMBRE DE 1805
Por el GENERAL MICHEL FRANCESCHI - Comendador de la Legión de Honor - Consultor Militar Especial
del Instituto Napoleónico México-Francia

« La batalla de Austerlitz es la más bella de todas las que di… » Napoleón

« Podemos permitirnos todo en la empresa contra Francia. Hay que destruir la anarquía en Francia.
Debemos impedir que retome su antigua preponderancia. Parece que ambos objetos bien pueden
ejecutarse a la vez. Apoderémonos de las provincias francesas que nos son convenientes (…). Una vez
esto hecho, trabajemos todos de concierto para dar a lo que quede de Francia un gobierno estable y
permanente. Se convertirá en una potencia de segundo orden que ya no será temible para nadie y haremos
desaparecer de Europa el foco de democracia que ha pensado abrasar a Europa ». Carta del Conde de
Markov, plenipotenciario ruso.

AUSTERLITZ
2 DE DICIEMBRE DE 1805
Obra maestra del arte de la guerra, la legendaria batalla de Austerlitz corona una resplandeciente campaña
militar y pone fin a la guerra declarada a Francia por la tercera coalición, que reunía a las principales
monarquías de Europa.
Esta primera guerra del Imperio tiene valor general. Constituye, en efecto, la quintaesencia de la Historia del
Imperio, obligado a defender por las armas a la Francia nueva derivada de la Revolución contra las viejas
monarquías europeas legitimistas, temerosas por su supervivencia, e instrumentadas por Inglaterra, eterna
rival de Francia. El génesis de este primer afrontamiento contiene el guión de guerra tipo que será renovado
a saciedad por cinco veces hasta Waterloo en una inmutable secuencia:
- violación de un tratado de paz existente bajo un pretexto falaz.
- campaña victoriosa de Napoleón.
- conclusión de un nuevo tratado de paz, la mayoría de las veces generoso para el vencido.
- reinicio de la guerra por otro motivo mendaz, así sucesivamente hasta 1815…

I – SITUACIÓN GENERAL EN 1805


Consagrado Emperador el 2 de diciembre de 1804, Napoleón no aspira en 1805 a nada más que a la
tranquilidad para perfeccionar la obra colosal de paz que condujo como Primer Cónsul en cuatro años de
una fenomenal intensidad creadora. Recordémosla sucintamente.
En el exterior, Bonaparte ha logrado el prodigio de hacer la paz con todos los enemigos de Francia. Las
victorias de Marengo, el 14 de junio de 1800, y de Hohenlinden, el 3 de diciembre, permitieron la firma del
tratado de Lunéville con Austria el 9 de febrero de 1801. Un tratado de paz franco-rusa fue firmado en París
el 8 de octubre de 1801. Inglaterra, aislada, consintió a su vez el cese de hostilidades por medio del tratado
de Amiens del 25 de marzo de 1802. Por primera vez desde hace trece años, Francia no está en guerra con
ninguna gran monarquía europea:
La obra de paz internacional se manifestó por la extinción de todos los demás focos belígeros. Una
impresionante compilación de dieciséis tratados y convenciones concluidos entre 1800 y 1802 han
reconciliado a Francia con Turquía, las regencias de Argel y de Túnez, España, Portugal y los jóvenes
Estados Unidos de América. Para reforzar las buenas relaciones de Francia con la joven república pujante
americana, el Primer Cónsul le ha vendido la Luisiana el 30 de abril de 1803 en condiciones muy
ventajosas. La desdichada expedición de Santo Domingo se ha acabado en noviembre de 1803.
Pero los pergaminos no bastan para asegurar la paz. La política de defensa de Napoleón se funda sobre el
principio de prevención de los conflictos. Ya ha logrado un gran paso en este sentido con el
reconocimiento internacional de las fronteras de la nueva Francia, objetivo de seguridad perseguido desde
siempre por el Antiguo Régimen, retomado por la Revolución. Realista, no se ha contentado sin embargo de
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este amparo, ciertamente precioso pero no obstante precario. Lo ha prolongado por medio de un glacis
protector en consolidación constante, compuesto de reinos y de estados, amigos, aliados o familiares. De
este modo encontramos:
 en el norte, Holanda, ácida manzana de discordia con Inglaterra.
 más allá de los Alpes, el Piamonte, los reinos de Italia y de Nápoles.
 del otro lado de los Pirineo, la alianza con España
 y sobre todo, frente a la Alemania austro-prusiana, la Confederación del Rin, en vías de realizarse.
La acción pacificadora exterior del Primer Cónsul se hizo en paralelo con una no menos edificante obra de
concordia nacional entre franceses, trágicamente divididos por la Revolución: reintegración generosa de
los emigrados (paz de los corazones), reducción magnánima de la chuanería (paz de los bravos), y
reconciliación religiosa por el Concordato (paz de las almas).
Y el Primer Cónsul todavía encontró el tiempo para construir un Estado moderno sobre las cenizas del
Antiguo Régimen. Como verdadero arquitecto de una Francia nueva, no hay un ámbito en el que no haya
incansablemente dejado impresa su marca indeleble: estructuras administrativas, derecho y justicia,
enseñanza y cultura, economía y finanzas, grandes trabajos, etc., etc… ¡El magistral Código Civil emerge
como una joya de esta prodigiosa obra civil sin precedentes!
Fiera para el trabajo, el Primer Cónsul había consagrado sus días y sus noches a esta titánica acción
pacificadora, todavía lejos de su término en 1805. En estas condiciones, la idea de la guerra no podía más
que serle totalmente ajena, como mínimo porque no tenía ni un minuto que consagrarle. Convertido en
Emperador, seguía no aspirando más que a la paz para perfeccionar su tarea inmensa. Creía sinceramente
que el tratado de Amiens había aportado un apaciguamiento durable a Francia y a Europa. Era subestimar
la ambición hegemónica de Inglaterra que, atizando el temor del contagio democrático de las monarquías
europeas, va a sacrificar la tranquilidad del mundo a sus intereses imperialistas…

II - INGLATERRA VUELVE A ENCENDER LA HOGUERA DE LA GUERRA


« Nunca hice la guerra por espíritu de conquista. Acepté las guerras que el Ministerio inglés levantó contra
la Revolución francesa ». Napoleón.
Inglaterra no firmó el tratado de Amiens en 1802 más que a su pesar. Lo lamenta muy pronto dándose
cuenta de que la paz trabaja a favor de Francia. Decide de inmediato reiniciar las hostilidades, esforzándose
por hacerle cargar a Napoleón la responsabilidad de la ruptura de la paz. El Primer Ministro William Pitt
encarna en ese entonces el partido de la guerra.
La tesis usualmente sostenida de una responsabilidad compartida en la ruptura de la paz de Amiens no
resiste a un examen serio. El reinicio de la guerra resulta de la sola voluntad deliberada del gabinete inglés.
Napoleón no tiene más que desventajas en hacer la guerra. ¿Sería acaso tonto hasta el punto de jugarse en
un campo de batalla la suerte de una Francia convaleciente, por fin apaciguada, que goza de instituciones
estables, detrás de fronteras por fin seguras? La refundación del país, ya muy avanzada, está lejos de ser
terminada. Reclama su presencia asidua en París y no puede más que sufrir por ausencias prolongadas en
los campos de batalla. Napoleón ya dio a conocer a sus enemigos potenciales que su sola y única ambición
era el desarrollo y la prosperidad de Francia, y que toda su política de defensa era exclusivamente
defensiva, sin ningún espíritu de conquista. Entrevistándose con el embajador ruso Markov, le declara,
recalcando sus palabras: « ¡Es con horror que hago la guerra! ».
Del lado británico, en cambio, existen dos razones mayores de hostilidades. La Francia nueva surgida de la
Revolución representa un ejemplo democrático contagioso para el conjunto de las monarquías absolutistas
reinantes. Para Inglaterra, por lo demás, constituye el principal obstáculo a su ambición mundial. El
embajador de Rusia en Londres en 1803, Woronzov, dejó un testimonio sin equívoco en ese sentido: « El
sistema del gabinete inglés será siempre aniquilar a Francia como a su único rival, y reinar después,
despóticamente, sobre el universo entero ».
La propaganda de Londres para hacerle endosar a Francia la responsabilidad de la guerra no reposa más
que sobre argucias falaces. La conservación de la paz depende esencialmente del respeto de las cláusulas
del tratado de Amiens que la restauró en 1802. El gobierno británico encuentra toda clase de pretextos para
no cumplir con sus promesas, en particular la evacuación de Malta que tenía que haberse producido
septiembre de 1802. A principios de 1803, todavía no manifiesta señales de partida. No obstante, por su
parte, Francia ya ha evacuado los puertos napolitanos, cláusula ligada a la retirada inglesa de Malta.

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Cuando Napoleón le hace la observación de esta circunstancia al gabinete inglés, éste último trata de
justificarse reprochándole la anexión del Piamonte y la permanencia de tropas en Holanda. Pero el
Piamonte se ha hecho francés por petición de sus representantes. Y las dos cuestiones no tienen
absolutamente nada que ver con el tratado de Amiens. ¿En qué puede el Piamonte francés representar una
amenaza militar para Inglaterra? La presencia de las tropas francesas en Holanda es legítima en un
territorio concedido por un tratado internacional, el de Lunéville, independiente del de Amiens.
Acostumbrada a dominar, Inglaterra querría simplemente dictar a Francia su política exterior.
¡Si al menos mostrara un mínimo de cortesía! Napoleón es al contrario víctima de una innoble campaña de
prensa que lo arrastra en el lodo. En Londres, se humilla abiertamente a la Francia nueva. Se le hace al
Conde de Artois el honor de pasar en revista a un regimiento inglés. El Príncipe de Gales ofrece una cena al
embajador de Francia, el general Andreossy, e invita al duque de Orleáns, futuro Luis Felipe, que luce el
cordón azul real. ¿Es este el comportamiento de un gobierno que aspira a la paz?
¡Demasiado es demasiado! El 18 de febrero de 1803, Napoleón convoca a Lord Whitworth, embajador
británico, para llevar a cabo una indispensable puesta a punto. Desde hace tiempo está ansioso por decirle
sus cuatro verdades a este diplomático lleno de arrogancia que no hace ningún esfuerzo por ocultar su
desprecio por Francia. Ordena muy firmemente a Inglaterra cumplir con sus compromisos y de dar fin a los
ataques innobles contra su persona.
La respuesta del gabinete británico consiste en pedir al Parlamento, el 8 de marzo, créditos militares
suplementarios. Inglaterra ya ha decidido volver a encender la hoguera de la guerra...
El 13 de marzo, Napoleón dirige una nueva reprobación personal a Lord Whitworth: « ¡Conque los ingleses
quieren la guerra! (…) ¡Malhaya a quienes no respetan los tratados! ¡Ellos serán responsables ante toda
Europa! ».
El 26 de abril, el embajador británico tiene la caradura de proponer a Talleyrand un trato increíble,
visiblemente concebido para ser rechazado, sobre todo porque está presentado en forma de ultimátum que
expira siete días más tarde.
Inglaterra propone conservar Malta durante diez años, y la isla vecina de Lampedusa para siempre,
mientras que Francia evacuaría Holanda y Bélgica. ¡Dicho de otra forma, Inglaterra conserva lo que hubiera
debido dejar, al mismo tiempo que Francia debe regresar lo que no estaba previsto! ¡Qué desdeñoso
descaro!
Deseoso de dejarle a la paz una última oportunidad, Napoleón reprime su tentación de romper
inmediatamente y encarga a Talleyrand proseguir las negociaciones. Su fracaso es total. El gabinete inglés
no quiere cambiar absolutamente nada de sus exigencias exorbitantes. Talleyrand da cuenta a Napoleón de
su convicción que Inglaterra se encuentra ya en estado de guerra contra Francia.
A pesar de ello, el Emperador le encarga sin hacerse una última tentativa por salvar la paz concediendo
neutralizar de Malta, dada en garantía a una potencia (Rusia) del tratado de Amiens. Whitworth le opone
una desdeñosa inadmisibilidad. ¡La paz no existe más!
Un mano a mano se entabla entonces. El 12 de mayo de 1803 el embajador inglés regresa a su país. El día
siguiente, el gabinete británico confirma su voluntad de conservar Malta durante diez años, en violación
abierta del tratado de Amiens. Para enfatizar su determinación, Napoleón manda entonces ocupar en Italia
por Gouvion-Saint-Cyr los puertos de Otranto, Brindisi y Tarento.
El 17 de mayo, sin declaración de guerra, el gobierno británico del ultra belicista Pitt hace incautar todos los
navíos franceses y holandeses que se encuentran en los parajes de Gran Bretaña. Se apodera así de 1 200
barcos y 200 millones de mercancías, por un acto de piratería de Estado a gran escala. Aquí se trata de una
agresión abierta. ¡La máscara cae!
Napoleón replica el 22 de mayo con el arresto de todos los sujetos británicos que se hayan en Francia y en
sus posesiones.
Al día siguiente, Pitt declara oficialmente la guerra a Francia, una guerra total que no se terminará hasta
el 18 de junio de 1815 en Waterloo.
Inglaterra saca provecho de su superioridad marítima para ejecutar sus primeros golpes en las colonias
francesas. Santa Lucía y Tobago, San Pedro y Miquelón y las factorías de la India son inmediatamente
ocupadas.
Francia responde el 27 de mayo apropiándose de Hanover, propiedad personal del rey de Inglaterra Jorge
III. Asegura de este modo el control de los estuarios del Weser y del Elba, puertas de entrada de las
mercancías inglesas en Alemania, inicio de una guerra económica que no cesará de intensificarse.

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La guerra será igualmente clandestina y terrorista. El gobierno inglés no retrocederá ante ningún medio para
abatir a Napoleón, incluso por medio del crimen. No tendrá ningún escrúpulo en contratar asesinos a sueldo
o fanáticos. ¿No fue ya sorprendido con las manos en la masa en ocasión de la conjura de Cadoudal en
1802?
¿Cuál es la política de defensa de Napoleón en esta guerra impuesta?
Antes que nada, le es preciso prevenir una nueva coalición Europa.
En Rusia, Francia no está en olor de santidad. El embajador del zar, Markov, le es abiertamente hostil. Pero
por el momento, Rusia, aislada, no puede más que quedarse tranquila. Se sabe sin embargo que agentes
británicos y traidores franceses ya están a la obra en la corte de San Petersburgo.
Con Prusia, las relaciones son momentáneamente buenas. Duroc, embajador en Berlín, hace buen trabajo.
Para consolidar estas buenas disposiciones, se le obsequia al rey Federico Guillermo Hanover, arrebatado a
los ingleses. Rechaza el regalo, por miedo a desavenirse con Londres. Pero permanece favorable a Francia.
El acercamiento franco-prusiano neutraliza sin embargo a Austria que espera la hora de la revancha por sus
derrotas en Italia y en Alemania.
Detrás de su glacis protector, la frontera del este está en seguridad por algún tiempo. Napoleón tiene
entonces las manos libres ante Inglaterra, pero está consciente de que esta situación no podrá durar mucho.
Así, le es preciso derrotar al ejército inglés antes de que el gabinete británico logre formar una tercera
coalición. No considera en la hipótesis de un desembarque inglés en Francia, cuya superioridad militar y
reputación de invencibilidad hacen muy improbable. No le queda entonces más que la solución de librar
batalla en la misma Inglaterra, adelantándose a la ofensiva diplomática inglesa al este.
El tiempo está en su contra. Dejando de lado todos los asuntos, se consagra a este proyecto audaz, que
exige largos preparativos marítimos.
Para compensar su inferioridad naval aplastante, Napoleón obtiene el concurso, primero de la marina
holandesa, y luego, en enero de 1805, de la flota española. Portugal se declara neutro. Se pone en obra en
todos los puertos, comprendidos los fluviales, una flotilla de 2000 embarcaciones de fondo plano y armadas,
capaces de transportar un ejército de 150 000 hombres, 450 cañones y 11 000 caballos.
Todos estos medios se concentran progresivamente alrededor de Boloña, de ahí la apelación de Campo de
Boloña, que el Emperador visita frecuentemente para asegurarse de que todo se pone bien en su lugar. En
el otoño de 1804, el ejército francés está por fin listo. Pronto tomará el nombre de Grande Armada. Ya no
hay tiempo que perder…

III- LA OPORTUNIDAD PERDIDA DEL CAMPO DE BOLOÑA - TRAFALGAR


Para permitir el cruce de la Mancha a la Grande Armada, es preciso que los almirantes tomen el control del
brazo de mar durante dos a tres días. Pero, decididamente, las relaciones de Napoleón con sus almirantes
se hallan bajo el signo de una persistente fatalidad desde Egipto. El valeroso almirante Latouche-Tréville,
comandante en jefe de la operación naval, muere súbitamente en Tolón el 19 de agosto de 1804. No hay
más alternativa que remplazarlo en el lugar mismo por Villeneuve, quien se había mostrado muy endeble
durante el desastre de Abukir. Es un mal presagio.
La misma desgracia se abate en marzo de 1805 sobre el almirante Bruix, comandante de la flota de
desembarco en Boloña. Todo parece ligarse para hacer fracasar la operación. El plan de Napoleón consiste
en atraer la flota de Nelson a las Antillas por medio de la amenaza que hará pesar sobre las colonias
inglesas la concentración de la flota francesa. Hecho esto, regresar enseguida a todas velas fuera de la
Mancha, con el objetivo de conseguir una superioridad naval durante los pocos días necesarios para la
travesía.
Una primera tentativa tiene lugar en enero de 1805. Se da la orden a las escuadras de Tolón (Villeneuve) y
Rochefort (Missiessy), de aparejar hacia las Antillas, operación que la escuadra de Brest (Ganteaume) debe
aprovechar para desembarcar un cuerpo expedicionario en Irlanda, diversión estratégica.
El fracaso es inmediato. Aparejando el 17 de enero, Villeneuve vuelve a Tolón cuatro días más tarde, tras
haber sido sacudido por una fuerte tempestad. Missiessy sí llega a la Martinica el 20 de febrero, pero, al no
encontrar ahí a Villeneuve, vuelve a partir el 28 de marzo para estar de regreso el 20 de mayo en Rochefort.
Ganteaume no ha podido moverse de Brest, al estar bloqueando los ingleses la salida.
Es asunto es reiniciado a principios de marzo, postergando la iniciativa de desembarco al verano, último
plazo compatible con la situación internacional. Para ese efecto, Villeneuve debe salir del Mediterráneo con
la escuadra de Tolón, reunirse en Cádiz a la flota española del almirante Gravina, y enseguida dirigirse con
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hacia la Martinica. Ahí, deben encontrar la escuadra del almirante Missiessy proveniente de de Rochefort, y
la del almirante Ganteaume salida de Brest. Todas sus fuerzas reunidas tendrán entonces la misión de
lanzarse a toda velocidad a la Mancha bajo el mando de Ganteaume, para encontrarse listos para la obra
entre el 10 de junio y el 10 de julio de 1805. Napoleón envía para ello la directiva siguiente a Ganteaume: «
Confiándoos el mando de un ejército tan importante cuyas operaciones tendrán tanta influencia sobre los
destinos del mundo, contamos con vuestra dedicación, con vuestros talentos, y con vuestro apego a mi
persona ».
A lo largo de los preparativos, no cesará de estimular a los almirantes, implorándoles asegurarle el dominio
de la Mancha durante solamente dos días: « Resistid dos días solamente, Ganteaume. No perdáis de vista
los grandes destinos que tenéis en las manos. Si no os falta audacia, el éxito es infalible ».
La audacia es lo que más faltará a los almirantes, como petrificados de inhibición ante la reputación de la
marina británica.
No se maneja, por desgracia, a los almirantes y a las escuadras como a los generales de divisiones. El plan
de invasión, no obstante totalmente realizable según la opinión misma de los especialistas de la guerra
marítima, no tuvo para ejecutarla, manifiestamente, almirantes a la altura.
Villeneuve apareja de Tolón el 30 de marzo... con quince días de retraso. Mientras Nelson, obnubilado por
Egipto, le espera en Cerdeña y Túnez, él cruza sin estorbo el estrecho de Gibraltar el 9 de abril. Hace su
junción con el almirante español Gravina en Cádiz, y singla hacia la Martinica a la que llega el 14 de mayo.
Instrucciones con fecha del 29 de abril le ordenan esperar hasta finales de junio, a Ganteaume proveniente
de Brest, y a Missiessy de Rochefort. Pero el primero no puede, de nuevo, salir de Brest después de una
tímida tentativa, y el segundo está en camino de vuelta cuando la orden de esperar en la Martinica llega a
Fort-de-France. Así toda la responsabilidad de la operación va a recaer sobre los deleznables hombros de
Villeneuve.
Enterándose el 7 de junio que Nelson llegó a Barbados desde hacía algunos días, Villeneuve entra en
pánico y, desobedeciendo las órdenes recibidas, vuelve a salir para Europa el 11 de junio, perseguido de
lejos por Nelson. Hace rumbo hacia Le Ferrol. Es interceptado el 22 de julio por el almirante Calder.
Después de un cañoneo indeciso en la neblina, Villeneuve va a fondear el 2 de agosto en la Coruña,
reuniendo ahí a todos los navíos franceses y españoles de la región.
Napoleón hace expresar su descontento a Villeneuve por medio de un mensaje severo del almirante
Decrès, ministro de la Marina: « Su Majestad quiere apagar esa circunspección que reprocha a la Marina,
ese sistema de defensiva que mata la audacia y que redobla la del enemigo. ». Decrès ha edulcorado el
furor verbal del Emperador: « Villeneuve es un miserable que hay que echar ignominiosamente. ¡Sacrificaría
todo con tal de salvar su pellejo! ». Pensaba en Abukir…
Por una nueva directiva, le ordena alcanzar en alta mar a la escuadra de Rochefort, ahora capitaneada por
Allemand, para tratar juntos de desbloquear a Ganteaume en Brest en caso de imposibilidad de salida, y
luego de penetrar en la Mancha una vez reunidas todas las escuadras.
Ganteaume no logra ejecutar la orden de salida después de muchas tentativas timoratas. Allemand lo logra
en Rochefort, pero no consigue reunirse con Villeneuve el 14 de agosto. Las dos escuadras se perciben
pero no se atreven a acercarse, pensando estar viéndoselas con el enemigo. ¡Increíble pero cierto!
El día siguiente, cada vez más inquieto de toparse con la flota inglesa, Villeneuve se refugia en Cádiz,
donde atraca el 18 de agosto. Nombrado entre tanto almirante en jefe, Nelson se apresura a bloquear el
puerto.
Después de todos estos retardos, el plan de invasión de Inglaterra se ha vuelto caduco. La Gran Armada ya
está en camino a Alemania cuando Napoleón se entera el 2 de septiembre de que Villeneuve se encuentra
todavía en Cádiz. Confirmándole su pusilánime incuria, esta noticia lo saca de quicio. Y para que su
escuadra sirva para algo, le confía el 15 de septiembre la misión de operar una diversión naval frente a las
costas del reino de Nápoles, tentado de unirse a la coalición en formación. Pero, estimando que Villeneuve
sería incapaz de llevara a bien esta operación, decide el 17 de septiembre remplazarle por el almirante
Rosily, quien no tendrá el tiempo de tomar su mando antes de Trafalgar.
Cuando se entera de su destitución el 18 de octubre, Villeneuve todavía no se ha movido. Es verdad que la
orden de maniobra de salida de Cádiz iba acompañada por la restricción: « salvo en caso de obstáculos
invencibles ». El almirante Gravina le aconsejaba igualmente una comprensible prudencia.
Sintiéndose deshonrado por haber sido dejado fuera, el neurasténico Villeneuve pierde la cabeza y decide
entonces salir el 20 de octubre. El 21 al alba, se topa con la flota de Nelson en mar abierto del cabo de
Trafalgar. La batalla se entabla al final de la mañana. Cerrando su línea sin idea táctica bien definida,
Villeneuve se contenta con ordenar que « todo capitán que no estuviese en el fuego no estaría en su puesto
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». ¡Orgullosa pero insuficiente encantación! La confrontación se lleva a cabo con una violencia extrema
hasta el final de la tarde.
Villeneuve dispone 33 navíos (18 franceses y 15 españoles) y 6 fragatas, armadas con 2,856 cañones.
Nelson comanda 27 navíos y 6 fragatas, armados con 2,314 cañones. Esta ligera superioridad de la
escuadra franco-española, y la incontestable bravura de sus marinos, nada pueden contra el
profesionalismo superior de los equipajes ingleses, y sobre todo el genio de Nelson, quien halla en la muerte
una gloria eterna salvando a Inglaterra.
Aislado y muy maltrecho, Villeneuve baja pabellón a media tarde. Sucediéndole al mando, Gravina halla la
muerte en su puesto poco después, así como el contralmirante Magon. El desastre se consume hacia las 18
horas.
La desproporción de las pérdidas mide la amplitud de la derrota. Del lado franco-español se deplora 4,408
muertos, 2,549 heridos, más de 7,000 prisioneros. Con excepción de un bastimento que logra regresar a
Cádiz, todos los demás son destruidos o capturados. Del lado inglés, se enumeran 449 muertos, 1,241
heridos y pérdidas navales mínimas, compensadas por las apresas.
El desdichado Villeneuve será liberado por los ingleses en abril de 1806 pero, desesperado, pondrá fin a sus
días poco después en una taberna de Rennes.
Las consecuencias de Trafalgar son catastróficas. Napoleón no volverá nunca a tener la posibilidad de
reducir por las armas a Inglaterra, foco de la hostilidad contra Francia. Trafalgar, de hecho, ha sellado ya el
destino del Imperio…Por ahora, los sinsabores marítimos de Francia han dejado a sus enemigos el tiempo
necesario para juntarse.

IV- LA TERCERA COALICIÓN Y LA INVERSIÓN ESTRATÉGICA RELÁMPAGO


Recordemos que la primera coalición levantó en 1793 contra la Francia de la Revolución, a Austria, Rusia,
Prusia, Inglaterra, Holanda, Cerdeña, Nápoles y España.
La segunda opuso a la Francia del Directorio en 1798, a Inglaterra, Austria, Rusia y el reino de Nápoles.
Durante los preparativos de invasión de Inglaterra, la diplomacia francesa se muestra muy activa para ganar
tiempo y mantener el mayor tiempo posible a las cortes europeas fuera del conflicto franco-inglés.
El 2 de enero de 1805, Napoleón propone una última vez a Jorge George III la apertura de negociaciones de
paz. Persiste en querer mostrar que no es un fautor de guerra. Pena perdida, una vez más. Tenemos la
confirmación de que la paz no es el negocio del británico, todo volcado en sus miras hegemónicas, tanto
más cuanto que siente la batalla diplomática inclinarse en su ventaja.
Trabajada por los agentes británicos e influenciada por los biliosos emigrados franceses traidores a su país,
la corte de San Petersburgo se acerca, en efecto, insensiblemente a Inglaterra.
El 11 de abril de 1805, Inglaterra y Rusia firman un tratado de alianza que no busca nada menos que la
evacuación de Italia, el restablecimiento del rey de Cerdeña en el Piamonte, la independencia de Holanda y
de Suiza, y la evacuación de Hanover. Esto equivale a propinar un golpe fatal al glacis protector de Francia.
Inglaterra se muestra muy generosa para con los coaligados. Se compromete a hacer entrega de 1,250,000
libras sterling por grupo de 100,000 soldados rusos. La guerra por procuración de Inglaterra comienza.
Al haber reconocido oficialmente al Imperio francés, Austria se muestra primero reticente a los avances
británicos. Enseguida, presta oídos complacientes a las insinuaciones embusteras anglo-rusas relativas a su
seguridad supuestamente amenazada por la fuerte presencia francesa en Italia. Aprovecha sin chistar este
pretexto falaz para unirse a la coalición el 9 de agosto. No tardará en morderse los dedos por esta grosera
manipulación, pues será ella la principal víctima. Suecia se incorporará a la coalición el 30 de octubre.
En la corte prusiana se desarrolla una delirante francofobia, animada por la influyente reina Luisa, a la
cabeza de un poderoso partido pro ruso que espera su hora. El hábil embajador francés Duroc logra
difícilmente mantener en la neutralidad al indeciso rey de Prusia, Federico Guillermo, que se prepara sin
embargo para una inquietante mediación armada.
Cuando, poco después de la entrada de Austria en la coalición, Napoleón se entera en el campo de Boloña
de que Villeneuve sigue encerrado en Cádiz y Ganteaume en Brest, recibe una ducha fría. Una evidencia
estratégica se impone a él: ya no tiene tiempo para invadir Inglaterra antes de que los austro-rusos caigan
sobre la espalda de Francia. A consecuencia de la desidia de los almirantes, la flota inglesa, sin ni siquiera
haber entablado confrontación alguna, ya ha permitido al gabinete británico de ganar la carrera diplomático
que salva a Inglaterra.

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Para precaverse de lo más urgente, Napoleón se ve obligado a suspender el proyecto de desembarco en
Inglaterra y hacer frente inmediatamente al peligro apremiante que viene del Este.
En algunos días nada más, monta un nuevo plan de campaña basculando el campo de Boloña sobre
Alemania. Como de costumbre, la rapidez de ejecución constituye su rasgo dominante. Ante la aplastante
superioridad numérica de los coaligados, le es preciso, según su método habitual, sorprender al enemigo y
sobre todo vencer sucesivamente a los austriacos y a los rusos, antes de que operen su junción. Por
añadidura, de esa manera evita hacer la guerra en el territorio nacional, preocupación constante de
Napoleón.
El dispositivo de los coaligados es impresionante:
En el teatro alemán:
 40 000 rusos, suecos e ingleses en Hanover,
 180 000 austro-rusos en el Danubio (lo dos-ejércitos austriaco de Mack y del archiduque Fernando,
seguidos por el ejército ruso de Kutusov).
 Otros ejércitos rusos están en camino para reforzar el dispositivo.
En el teatro italiano:
 142 000 austriacos del archiduque Carlos en Italia del norte y
 30 000 anglo-rusos en Nápoles.
 En el punto de junción de Alemania y de Italia, los 53 000 hombres del archiduque Juan.
El dispositivo francés se articula como sigue:
 25 000 hombres son dejados en Boloña.
 El 1er Cuerpo de Bernadotte se moviliza de Hanover a Baviera.
 El 2º Cuerpo de Marmont hace lo mismo desde Holanda.
 De Boloña, los Cuerpos de Davout (3º), Soult (4º), Lannes (5º), Ney (6º), Augereau (7º), y la Guardia
Imperial, se-ponen en movimiento a marchas forzadas hacia el Danubio.
En total 160 000 hombres que oponer a unos 250 000 austro-rusos, muy afortunadamente todavía
dispersos. Es de notar que 30 000 extranjeros sirven ya en la armada francesa: italianos, belgas,
holandeses, suizos, irlandeses y hasta sirios…
En Italia, Masséna y sus 50 000 hombres tienen que mantener en raya al ejército del archiduque Carlos.
Esta afluencia torrencial de unidades francesas con dirección a Alemania aplica una planificación minuciosa
de los movimientos y de los itinerarios. Napoleón determinó cada detalle con Daru, su incomparable
administrador general de los ejércitos. Conoce de memoria el itinerario de cada unidad y le suele pasar
que, en pleno camino, vuelva a poner en la buena dirección a algún regimiento perdido. La velocidad es tan
rápida que a la intendencia le cuesta seguir el paso. La Grande Armada soporta una prueba física
sobrehumana, pero está animada por un ánimo de acero. « Es para eximir la sangre de mis soldados que
les hago soportar tantas fatigas », afirma el Emperador.

V- LA DESLUMBRANTE CAMPAÑA DE 1805

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Mapa de la campaña de 1805
Siempre conforme a su regla primera, el plan del Emperador es simple:
 operar una diversión en Baden, al sur, para confortar al enemigo en su espera de ver surgir al ejército
francés por la Selva Negra, línea de operación lógica.
 desembocar en fuerza al norte del Danubio, lejos hacia el este.
 retornar al sur para encerrar al enemigo en la nasa (cesto, red, trampa) así creada.
Aunque acostumbrados a combatir, los austriacos van a conformarse dócilmente a lo que Napoleón espera
de ellos.
Para engañarlos, el Emperador vuelve a París en vez de seguir a sus ejércitos.
Mack invade Baviera, aliada de Francia, el 13 de septiembre de 1805, más temprano de lo que se esperaba.
De tal forma, no hacía más que favorecer el plan francés. Se apodera un poco más tarde de Munich y
prosigue su avance hacia Ulm. Es exactamente lo que se espera de él.
A fines de septiembre, Napoleón alcanza a sus ejércitos llegados al Rin dentro del plazo record previsto. El
30 de septiembre, antes de dejar el suelo de la Patria, les dirige la proclama siguiente: « Soldados, la guerra
de la tercera coalición ha comenzado. Habéis debido acudir a marchas forzadas a la defensa de nuestras
fronteras. Ya no haremos paz sin garantías. Nuestra generosidad no engañará más a nuestra política.
Soldados, vuestro Emperador está entre vosotros (…) ».
La Grande Armada cruza el Rin en Mannheim, Durbach y Kehl entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre, y
arremete sobre los objetivos previstos, siempre a marchas forzadas. Desde el 7 de octubre, el grueso del
ejército se vuelve hacia el sur atravesando el Danubio en Donauworth, a unos cien kilómetros al este de
Ulm.
El 10 de octubre ocupa el cerrojo de Ausburgo más al sur. Todos los puentes del Danubio entre Donauworth
y Ulm están en poder de los franceses, salvo el de Elchingen a 7 km de Ulm. Los caminos de Viena y de
Munich están cortados. El ejército de Mack, rodeado. Intenta una tímida penetración y enseguida se refugia
en Ulm. El ejército ruso de Kutusov ya no puede unírsele.
El 14 de octubre, volviendo a pasar el Danubio para cortar la retirada de Mack por la orilla norte, Ney
obtiene una brillante victoria en Elchingen, que le valdrá su título de duque de Elchingen.

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Antes de que la nasa se haya cerrado herméticamente, el archiduque Fernando logra escaparse con 20 000
hombres hacia Bohemia. La caballería de Murat le da alcance y hace 12 000 prisioneros, entre los cuales 7
generales y el tesoro del ejército.
Encerrado en Ulm, Mack intenta una última y costosa salida el 16 de octubre, en vano. El 20 de octubre, sin
ninguna esperanza de ser socorrido por el ejército ruso que se repliega hacia el norte, Mack capitula sin
condiciones.
La rendición da lugar a una escena digna de un triunfo antiguo: 27,000 prisioneros austriacos, de los cuales
18 generales, desfilan ante el Emperador durante cinco horas, poniendo a sus pies sus armas y sus
banderas, 40 en total. El botín comprende igualmente 60 cañones atalajados. 3,000 heridos no pudieron
participar en este desfile surrealista.
Hecho notable, mientras desfilaban, muchos prisioneros gritaban «¡viva el Emperador!» cuando llegaban a
la altura de donde él se encontraba. ¡Incluso en el ejército austriaco, Napoleón pasaba por ser un libertador
a los ojos de los simples soldados!
Un coronel austriaco se sorprende de verle « tan enlodado y fatigado como el último de los tambores ». Él le
responde: « Vuestro señor ha querido hacerme volver recordar que yo era un soldado. Espero que
reconocerá que el trono y la púrpura imperial no me han hecho olvidar mi primer oficio ».
Napoleón se entrevista con los generales austriacos prisioneros: « Vuestro señor me hace una guerra
injusta. No sé porqué peleo ». Mack interviene: « El emperador de Austria no quiso la guerra, ha sido
forzado por Rusia ».¡Confesión edificante!
En Italia, Masséna, « el niño querido de la victoria », no queda inactivo. Enardecido por el éxito de Ulm,
franquea el Adigio y ataca al ejército del archiduque Carlos que se repliega con la intención de ir a proteger
Viena. Masséna continúa pisándole los talones y atosigándole.
En el camino de Viena se encuentra todavía frente a Napoleón el ejército de Kutusov, con una fuerza de
27000 hombres y reforzado por 16000 austriacos. Está atrincherado en el Inn y no sabe qué hacer tras el
desastre de Ulm. Kutusov rechaza una petición apremiante del emperador de Austria para defender Viena.
Prudente, decide replegarse en buen orden en Moravia para unirse al ejército de su compatriota
Buxhöwden. En el cruce del Danubio en Maritern, choca severamente, el 11 de noviembre, contra el 8º
Cuerpo de Mortier que Bernadotte tiene que apoyar. Además, circunspecto, Kutusov acelera entonces su
repliegue para alcanzar a Buxhöwden en Olmutz, volviendo a formar de este modo una masa de 85 000
combatientes.
Sin embargo, el repliegue de Kutusov deja a Viena desprovista de toda defensa. El 12 de noviembre, Murat
y Lannes se apoderan de los puentes sobre el Danubio con pura maña. Hacen creer a los defensores,
pasmados, que un armisticio acaba de ser firmado. Viena es ocupada sin disparar un solo tiro ese mismo
día.
En ella se hallan intactos miles de fusiles y centenas de cañones, sin contar importantes reservas de víveres
y municiones.
El 13 de noviembre, el Emperador pernocta en el castillo de Schönbrunn, el Versalles austriaco, desertado
por su soberano. Al norte, manda ocupar la ciudadela de Brünn (hoy Brno) el 21 de noviembre.
La toma de Viena ha resultado mucho más fácil de lo previsto, pero nada todavía está ganado.
En Moravia, un impresionante ejército ruso-austriaco ha logrado reagruparse, comandado por el emperador
Alejandro en persona. Par mediación de su comandante de cuerpo Bagration, Kutusov le ha pagado ha
Murat con la misma moneda de los puentes de Viena. En su itinerario de fuga hacia el grueso de las fuerzas
rusas, se hallaba el temible cerrojo de Hollabrünn, ya guarecido por Murat y Lannes. El colmilludo Bagration
se presentó ante Murat y le hizo creer que Napoleón acababa de concluir un armisticio con Alejandro. A
pesar del escepticismo de Lannes, Murat se dejó engañar, él, que pocos días antes se encontraba en el
lugar de Bagration. Una vez descubierta La maña, ya era demasiado tarde para poner a Kutusov fuera de
juego. Los combates que siguieron en Hollabrünn para reparar esta sandez fueron particularmente
encarnizados y costosos. ¡Es la eterna historia del regador regado!
Al sur, no muy lejos de Viena, las fuerzas numerosas de los archiduques Carlos y Jean están casi intactas.
La Grande Armada se encuentra así expuesta entre dos fuegos. Le será necesario llevarse rápidamente
una victoria decisiva contra los rusos.
Es tanto más indispensable cuanto que, el 17 de noviembre, se sabe el desastre de Trafalgar.

VI - EL ESPLENDOR DE AUSTERLITZ
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Es la primera vez que Napoleón va a enfrentarse al ejército ruso en una gran batalla. Sabe que sus siervos-
soldados son sólidos. Intrépidos en el ataque, se muestran aún mejores en defensa. Conscriptos de por vida
de padres a hijos, son indoctrinados desde su más tierna edad. La religión ortodoxa representa su principal
fuerza moral. Están sometidos a una disciplina de hierro. En dos palabras, el soldado ruso se parece más al
mercenario que al soldado ciudadano francés. La Guardia Imperial rusa tiene la reputación de ser
invencible, y la caballería cosaca temible.
La oficialidad, enteramente dominada por la aristocracia, deja que desear en materia de competencia,
sintiendo repugnancia por los empleos de estado mayor o administrativos. Es la razón por la cual se recurre
a múltiples oficiales extranjeros, como el traidor general francés Langeron o el general austriaco Weyrother,
presuntuoso jefe de estado mayor de Kutusov, comandante en jefe. Éste último posee una reputación de
fino táctico y de líder.
La situación de la Grande Armada el 20 de noviembre de 1805 no es más brillante. Se encuentra
aventurada en Moravia. Instalados en Brünn (a 100 kilómetros de Viena), Lannes y Murat bloquean la ruta a
Olmutz, (50 kilómetros al noreste), donde se preparan al ataque los 85 000 austro-rusos (15 000 austriacos
aproximadamente), en presencia de los dos emperadores de Austria y de Rusia. Napoleón ha hecho ocupar
la aldea de Austerlitz por el Cuerpo de Soult.
Tuvo que dejar en Viena importantes tropas, como cobertura ante una reacción posible de las fuerzas de los
archiduques Carlos y Jean, quienes cuentan entre ambos igualmente 85 000 hombres. La Grande Armada
corre el peligro de encontrarse cogida en una tenaza.
El Emperador todavía no ha acabado el reagrupamiento de todas las unidades destinadas a la gigantesca
batalla que se prepara. Los Cuerpos de Bernadotte y de Davout están todavía a muchas jornadas de
marcha. No dispondrá más que de 70 000 hombres cuando toda su gente lo haya alcanzado.
Otra espada de Damocles le amenaza. El 3 de noviembre, el rey de Prusia ha firmado un tratado con el
emperador de Rusia, en virtud del cual el ejército prusiano (150 000 hombres) pasará de su posición de
mediación armada a la de coaligado si Francia no acepta las condiciones impuestas por la coalición.
Afortunadamente, el enviado del rey, su ministro de Asuntos Eternos, el conde de Augwitz, prudente,
temporiza con Talleyrand en Viena.
En Italia del norte, desguarnecida, el peligro viene del reino de Nápoles, cuya actitud es muy amenazadora.
Solo contra todos, Napoleón tiene que aplastar a la coalición o desaparecer.
Dispone de unos diez días para preparar la batalla. Decide primeramente esperar el choque de los ejércitos
de Kutusov en un terreno que él habrá elegido entre Brünn y Austerlitz. Durante muchos días, recorre el
terreno para conocerlo en detalle.
Dos caminos salen de Brünn, cruce de carreteras. Uno se dirige directamente al Este hacia Olmutz.
Constituye el eje de acercamiento del enemigo. A unos quince kilómetros de Brünn, se encuentra una
bifurcación hacia Austerlitz, a 5 kilómetros de ahí. La segunda ruta conduce, hacia el sur, a Viena (100
kilómetros). Representa la línea de comunicación vital de la Grande Armada.
A unos diez kilómetros al este de Brünn, corre de norte a sur el río Goldbach, perpendicular al camino
Brünn-Olmutz. Inmediatamente al sur de esta última, y bordeando al este al río, orientado norte-sur, se
yergue la planicie de Pratzen, de cinco kilómetros de largo y dos de ancho. Dos cerros la coronan: al norte
el Stary-Vinobrady, de modesta altitud de 298 metros; al sur el Pratzberg a 324 metros. El río corre 90
metros más abajo. La planicie de Pratzen se prolonga al sur por el pantano de Satchen.
Entre la planicie y el estanque corre una carretera de enlace orientada norte-este sur-oeste, que liga
Austerlitz al camino Brünn-Viena pasando por el pueblo cerrojo de Telnitz. Finalmente, a una decena de
kilómetros de Brünn hacia Olmutz, un montículo a la derecha del camino, la loma de Zurán, constituye un
excelente observatorio de 197 metros de altitud.
Tal es el campo de batalla escogido por Napoleón para ganar una de las más grandes victorias de la historia
militar. Todos los nombres citados más arriba van a entrar en la leyenda, en particular la planicie de Pratzen,
que lógicamente hubiera debido dar su nombre a la batalla. Ésta portará el nombre de Austerlitz porque es
ahí donde el Emperador escribió su famosa proclama. Pero no anticipemos.
La elección del terreno no presenta interés más que por la táctica que en él se aplique. La que escoge
Napoleón, va a calcarse sobre la maniobra que él incitará al enemigo a emprender.
Poniéndose en su lugar, su intención evidente va a consistir en cortarle la ruta de Viena al sur de Brünn.
Para realizar esto, el eje Austerlitz-Telnitz constituye la dirección natural de su esfuerzo. Así pues va a
emprender desbordar el dispositivo francés por ahí, controlando primero la planicie de Pratzen.

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Para estimularlo en esta táctica, Napoleón va a dejarle como señuelo la libre disposición de la planicie.
Cuando inevitablemente se deslice hacia Telnitz para romper el sólido cerrojo que haya colocado ahí, el
Emperador romperá su dispositivo en la planicie misma, donde se habrá debilitado, y luego, envolviéndolo al
sur, lo aplastará sobre el cerrojo que servirá como yunque.
A este plan táctico, añade un engaño psicológico de buena guerra. Para alentar al presuntuoso Alejandro a
abandonar toda prudencia, va a mostrarle ostensiblemente que le teme a la batalla.
Para ello, nada como implorar la paz, lo cual, por lo demás, previene de la acusación de belicismo, porque
Napoleón desea sinceramente la paz como única solución razonable. El 28 de noviembre, manda por
medio de Savary una carta de amistad al Zar, en la cual expresa « toda su estima y su deseo de hallar
ocasiones que prueben cuanto ambiciona su amistad (…) que le tenga por uno de los hombres más
deseosos de serle agradable. ». Demasiado seguro de sí mismo, Alejandro lo mira olímpicamente,
omitiendo inclusive en su respuesta belicosa dirigirse a él como « Sire », sino simplemente como « jefe del
gobierno francés ». El Zar cree visiblemente que Napoleón le tiene miedo…
Para confortarlo en este sentimiento, Napoleón ordena las primeras medidas de repliegue de las tropas más
allá del Pratzen, y para acabar de persuadir a Alejandro de su derrotismo, despacha de nuevo a Savary ante
él el 29 para proponerle una entrevista al día siguiente. El Zar lo manda de regreso a su cuartel general
acompañado por su primer ayuda de campo, el arrogante y atolondrado príncipe Dolgorouki. Napoleón va a
su encuentro para no darle el placer de espiar sus posiciones. Este pretencioso mocosuelo expone con
desdeño las condiciones de su amo: un regreso a las fronteras de 1789 y un abandono inmediato de Viena
y de los Estados hereditarios. En otros términos, una capitulación tan humillante que es seguro que no
puede ser aceptada. Hastiado al más alto grado por la actitud altanera de ese patán, el Emperador le
ordena secamente esfumarse de inmediato. Está seguro que ese movimiento de humor va a ser
interpretado por su amo como una señal suplementaria de la ansiedad de Napoleón. Todas las aperturas
de paz de Napoleón han sido rechazadas.
El 1º de diciembre, el ejército francés ha terminado su repliegue elástico. Se presenta bajo el dispositivo
siguiente:
 Al norte, bloqueando el camino de Olmutz-Brünn, el cuerpo de Lannes (17 000 hombres), y la
caballería de Murat (7000). La defensa se apoya en una loma fortificada denominada « Santón », en
recuerdo de un parecido topográfico egipcio.
 En el centro, de cara al Pratzen y detrás del Goldbach, el cuerpo de Soult (22 000) y sus dos
divisiones Vandamme y Saint-Hilaire. Detrás de él y un poco a su izquierda, el cuerpo de Bernadotte
(9000), terminando su agrupamiento.
 La Guardia Imperial (5000), bajo el mando de Bessières, se halla no lejos del vivaque imperial, cerca
del altozano observatorio de Zurán.
 En el ala sur, a propósito dejada desguarnecida hasta entonces, el cuerpo de Davout (10 000) acude
a marchas forzadas para instalarse a modo de contención en Telnitz y Sokolnitz (2 kilómetros al
norte). Habrá recorrido 130 kilómetros en 48 horas, perdiendo algunos rezagados.
En total, hablamos de unos 70 000 franceses.
Enfrente, los austro-rusos se instalan como Napoleón se lo esperaba, tal como lo confirman sus
informadores y sus reconocimientos:
 Al norte, frente a Lannes y Murat, el cuerpo de Bagration, (15 000) apoyado por la caballería de
Liechtenstein (5000).
 En el centro, el cuerpo de Kollowrath (15 000). Detrás de él, en los alrededores de Austerlitz, donde
se sitúan el Estado Mayor y los dos emperadores, se encuentra en reserva la Guardia Imperial rusa
(10 000), bajo las órdenes del gran duque Constantino.
 Al sur, como esperado, la masa principal (40 000 hombres) encabezada por Buxhöwden y compuesta
por los cuerpos de Doktorov, Kienmayer, Langeron y Przidyszewski.
 Circunstancia favorable para los franceses, Kutusov no asume más que un mando teórico, al
reservarse el Zar las decisiones importantes, inspiradas por el presuntuoso jefe de estado mayor
Weyrother. ¡Su amateurismo irresponsable le costará muy caro a Alejandro!
En esta jornada del 1º de diciembre de 1805, Napoleón se dedica a las últimas puestas a punto.
Primero debe preparar moralmente a las tropas para el evento. Según su costumbre, les dirige una
proclama previa a la batalla, para exhortarlos e informarles acerca de las grandes líneas de la maniobra. «
Soldados, el ejército ruso se presenta frente a vosotros para vengar al ejército austriaco de Ulm: son los
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mismos batallones que habéis vencido en Hollabrün, y que desde entonces habéis perseguido
constantemente hasta aquí… Soldados, dirigiré yo mismo vuestros batallones. Mientras estén marchando
para doblar mi derecha, me presentarán el flanco. Me mantendré lejos del fuego, si, con vuestra bravura
acostumbrada, lleváis el desorden y la confusión a las filas enemigas. Pero si la victoria fuera en algún
momento indecisa, veríais a vuestro emperador exponerse a los primeros golpes. Pues la victoria no podría
vacilar en esta jornada en la que está en juego en honor de la Infantería francesa, que importa tanto al
honor de la Nación. Esta victoria terminará nuestra campaña, y podremos volver a nuestros cuarteles de
invierno, donde seremos alcanzados por nuevos ejércitos que se forman en Francia. Y entonces la paz que
haré será digna de mi pueblo, de vosotros y de mí ».
Un soldado se muestra tanto más eficaz cuanto que conoce bien su lugar y su papel. Todo ejecutante se
siente siempre halagado y motivado al sentir que se le considera más que un simple autómata. Es una
cuestión de dignidad. Se le puede dar este consejo precioso a todo joven ejecutivo, cualquiera que sea su
profesión.
El Emperador inspecciona enseguida las líneas para mostrarse por doquier, y asegurarse que cada cual
está en su lugar. Pellizca muchas orejas a veteranos de Italia y de Egipto. Se entrevista con un buen
número de ellos con su tuteo familiar.
Ama esos contactos, vigorizantes tanto para el más humilde de los soldados como para él. Constata que la
moral está en su punto más alto. Su proclama ha sido dada a conocer a todos y cada uno. Un soldado del
28º regimiento de línea exclama: « ¡Te prometemos que mañana no tendrás que combatir más que con los
ojos! ».
En otra unidad, cuando pregunta si las cartucheras están cargadas, un soldado de infantería le responde: «
No, contra los rusos no nos hace falta más que bayonetas y te mostraremos eso mañana ».
Bravo soldado francés, un tanto fanfarrón y quejumbroso, pero el mejor del mundo cuando está motivado y
tiene confianza en sus jefes, como es el caso.
Hacia las cuatro de la tarde, Napoleón escala hasta la cima del cerro de Zurán para observar con su catalejo
los movimientos del enemigo. Los rusos ejecutan fielmente la maniobra que espera de ellos. La planicie de
Pratzen se guarnece. Inclusive ya percibe los primeros movimientos de deslizamiento hacia Telnitz. No
puede evitar exclamar frente a sus generales: « ¡Antes de mañana en la velada, este ejército será mío! ».
Se siente tan seguro de sí mismo, que la velada en el vivaque no resiente en absoluto la gravedad del
momento. La frugal merienda es alegre. Ya no se habla de ninguna manera de táctica o de logística, sino
de… ¡literatura! Sus compañeros, Murat, Junot, Rapp, Caulaincourt y sus demás ayudas de campo, están
asombrados.
Envuelto en su gabardina sobre un montón de paja, su sueño dura poco. Hacia las 22 horas, Savary lo
despierta. A la derecha, se oyen tiroteos. Es buena señal, los rusos siguen el movimiento que se esperaba.
Davout ha llegado y atraílla a todas sus unidades. El Emperador está tranquilo. Ese táctico a toda prueba
cumplirá perfectamente con su misión.
Napoleón decide sin embargo proceder a una última inspección de las tropas, escoltado por algunos
cazadores a caballo de la Guardia. Andando a lo largo del Goldbach, el destacamento cae frente a frente
ante una patrulla de Cosacos que carga contra él y lo deja por un momento en mala postura. Dejando a su
escolta encargarse de la escaramuza, el Emperador vuelve a su vivaque. Un poco más arriba, al bajar de su
caballo, se tropieza con un tronco de árbol. Esto despierta a un granadero que, para verificar quién pasa de
esa forma, improvisa una antorcha con paja y la enciende para alumbrarse. ¡Cuál no fue su estupefacción al
reconocer al Emperador todo enlodado! Le hacen falta largos segundos para reaccionar, pero enseguida,
grita con todas sus fuerzas un poderoso « ¡viva el Emperador! ». Todo el vivaque se despierta y va a ver
qué pasa. Los « ¡viva el Emperador! » surgen por doquier. El Emperador oye decir « Es el aniversario de la
coronación ». No se le había ocurrido. Cada uno toma su antorcha de paja. Los vivaques de las unidades se
iluminan uno tras otro en toda la línea de frente. Sus soldados le gratifican así con un extraordinario
espectáculo de « luz y sonido » improvisado y bailan la farándula. La música se une a la fiesta y acompaña
los vivas. Los tambores tocan llamada y tropa. La batahola es ensordecedora, la emoción de Napoleón está
en su cenit. Exclama « ¡Es el más bello día de mi vida! ¡Sois mis hijos! ». Pero su voz se quiebra al
pensar que, en algunas horas, va a perder a un cierto número de ellos…
Este intermedio imprevisto produce un efecto táctico imprevisto. Los rusos, creyendo que los franceses
queman sus vivaques y se escapan, aceleran sus movimientos para anticipárseles. ¡Corren un poco más
rápido a su perdición!

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En estas circunstancias, Davout va a recibir el choque antes de lo previsto, cuando está lejos de haber
reunido a todas sus unidades. El Emperador lo manda reforzar inmediatamente con la división Legrand de
Soult. Su resistencia condiciona el éxito de la batalla.
Napoleón aprovecha las pocas horas que quedan antes del día para reposarse un poco.
Desde el alba de este memorable 2 de diciembre de 1805, sus mariscales y generales se reúnen en torno a
él en la loma de Zurán. Reciben sus últimas instrucciones y se dirigen prestamente a sus unidades.
Hace frío. Una espesa neblina inunda el paisaje. Favorece la puesta en su lugar de las unidades en su base
de partida, fuera de la vista del enemigo.
El campo de batalla no tarda en encenderse. Al norte, Lannes y Murat contienen fácilmente a Bagration y a
Liechtenstein, cuya misión estática corresponde a la de Davout. Éste último recibe un choque terrible pero
aguanta estoicamente. En el centro, Soult brinca de impaciencia por lanzarse al asalto del Pratzen. El
Emperador le hace esperar un poco. Lo ideal es llegar a la planicie en el momento en que esté
desguarnecida por el deslizamiento de los rusos hacia al sur.
A las nueve, el sol, el legendario sol de Austerlitz, surge rojo sangre sobre el Pratzen, donde se perfilan las
siluetas rusas. La neblina se disipa entonces como por encanto. Las cosas serias comienzan.
Napoleón libera por fin al cuerpo de Soult como una jauría de perros. Las divisiones Vandamme y Saint-
Hilaire, suben la pendiente del Pratzen, cada una hacia un cerro. El espectáculo es grandioso. Arma en
mano, los hombres progresan calmadamente cantando « On va leur percer le flanc, rantanplan, tirelire en
plan ». ¡Vaya, entendieron bien la idea de maniobra de su jefe, expresada en su arenga de la noche
anterior! Las músicas acompañan la marcha con aires patrióticos. Enseguida los tambores baten la carga.
Un testigo dirá que « Era como para acarrear a un paralítico ».
La planicie es conquistada con bastante facilidad a las once de la mañana. Los rusos han sido sorprendidos
por este ataque por el flanco que los obliga a volver a subir desde Telnitz, aliviando a Davout. Justamente
donde él se encuentra es donde la situación es más candente. Telnitz y Sokolnitz son perdidos y enseguida
recuperados en combates de cuerpo a cuerpo encarnizados. El intrépido Davout cumple estoicamente con
su misión abatiéndose a uno contra tres. Napoleón lo refuerza sin embargo con cuatro batallones de
Oudinot y, una vez acabada la conquista de la planicie, desplaza su puesto de comando sobre la loma
Stary-Vinobrady, donde estaba Kutusov algunos instantes antes. Analiza la situación y da nuevas órdenes,
llevadas instantáneamente a sus destinatarios por los diligentes ayudas de campo.
Al norte, Lannes y Murat atacan con fuerza a Bagration y a Liechtenstein. La caballería de Nansouty hace
maravillas. Kellermann, el hijo del duque de Valmy, se cubre de gloria, como lo había hecho en Marengo. Lo
rusos refluyen en desorden detrás del barranco de Holubitz.
En el centro, Soult recibe la orden de hacer efectuar su conversión hacia el sur a las divisiones Saint-Hilaire
y Vandamme para tomar de revés a Buxhöwden. Bernadotte debe relevarlo en la planicie.

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Mapa operacional de la batalla de Austerlitz
Estamos cerca del medio día. El ineluctable contraataque ruso se desencadena. Los diez batallones y los
seis escuadrones de la Guardia Imperial del gran duque Constantino surgen repentinamente en la planicie y
caen brutalmente sobre la división Vandamme. Bernadotte deja pasar la ocasión de caer sobre los rusos por
el flanco. Distinguibles por su uniforme blanco y verde, los célebres jinetes-guardias, hombres gigantescos,
los legendarios regimientos Preobrajenski y Semenovski, aplastan todo a su paso y acuchillan a los cuadros
de la infantería francesa.
Un principio de pánico se produce en los rangos. El 4º de línea se desbanda bajo la carga. Algunos fugitivos
llegan hasta el cuartel general. El águila del regimiento es capturada. ¡Entonces, el Emperador manda al
ataque a la Guardia, que se mantiene en reserva no lejos de ahí! Envía a Rapp donde Bessières para
organizar el contraataque. Esto promete un desafío de titanes, el enfrentamiento de las dos Guardias
Imperiales, la élite del ejército ruso contra la élite de la armada francesa. Los cazadores a caballo de
Morland y los granaderos a caballo de Ordener cargan juntos. Este primer asalto no logra rechazar a los
jinetes-guardias. Morland muere en el intento. Dahlmann, que lo reemplaza, agrupa tres escuadrones. Rapp
junta por su lado dos escuadrones, la caballería de los Mamelucos y de los granaderos a caballo. Juntos, se
lanzan nuevamente al ataque. « ¡Hagamos llorar a las damas de san Petersburgo! », se oye gritar en los
rangos de los cazadores a caballo!
Esta carga fantástica lo derriba todo a su paso. Los Mamelucos producen un efecto maravilloso, como lo
relatará un testigo: « Con su sable curvado, cortaban los riñones de un soldado. Uno de ellos regresó, en
tres diferentes ocasiones, a traerle al Emperador un estandarte ruso. A la tercera, el Emperador quiso
retenerlo, pero se lanzó de nuevo y no regresó más. Se quedó en el campo de batalla ».
Después de haber pasado el Pratzen, Rapp junta a sus jinetes y lanza una segunda carga para acabar los
estragos de la primera. La Guardia rusa es hecha trizas o se desbanda. ¡El centro de los coaligados es
desbaratado! La Grande Armada ha logrado « penetrar el flanco ».
Rapp se presenta en el puesto de comando, herido pero triunfante. Trae prisionero al coronel de la Guardia,
el príncipe Repnin. Napoleón lo felicita calurosamente por su hazaña, que ha observado con su telescopio.
Se inquieta por su herida que sangra. Rapp le responde que « no es más que un rasguño ».
Ahora es la una de la tarde. El Emperador desplaza su puesto de comando a la capilla de San Antonio, en el
sur de la planicie. Ahí le es presentado un prisionero selecto, el barón de Wimpffen, oficial francés al servicio
de Rusia. Su facha es lamentable. Le ofrece una copa de vino, « de Francia », precisa.
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Libre de toda preocupación en su retaguardia, Soult empuja a sus tropas hacia Telnitz, donde Davout
continúa conteniendo con firmeza a Buxhöwden. Las dos mandíbulas francesas se cierran sobre él. Éste
busca una salida del lado de los estanques helados de Satchen. Las balas de la artillería rompen el hielo.
Cuando no se ahogan, los rusos quedan fuera de combate por la hipotermia y se rinden en masa. Sus
piezas de artillería y sus arcones se hunden.
A las cuatro de la tarde, al caer la noche, la batalla se ha terminado. Los vestigios del ejército austro-ruso
huyen hacia el este. Su persecución será interrumpida pronto por la noche.
La Grande Armada deplora 1500 muertos y 6000 heridos. El enemigo cuenta con el doble y abandona en
manos de los franceses a un gran número de prisioneros, cañones y banderas.
Al visitar el campo de batalla, Napoleón exclama: « Ojalá tanta desgracia recaiga por fin sobre los pérfidos
insulares que son causa de ella ».
Pero lo más importante es la dispersión de la tercera coalición.
El 3 de diciembre, Napoleón se instala en el castillo de Austerlitz y ahí redacta su célebre proclama: «
Soldados, estoy contento de vosotros. Habéis, en la jornada de Austerlitz, justificado todo lo que esperaba
de vuestra intrepidez. Habéis decorado vuestras águilas con una inmortal gloria. Un ejército de cien mil
hombres, comandada por los emperadores de Rusia y de Austria fue, en menos de cuatro horas, ya sea
cortada o dispersa. Cuarenta banderas, los estandartes de la Guardia Imperial rusa, ciento veinte piezas de
cañón, veinte generales, más de treinta mil prisioneros, son el resultado de esta jornada por siempre jamás
célebre. Soldados, cuando todo lo que es necesario para asegurar la dicha y la prosperidad de nuestra
Patria esté cumplido, os llevaré de regreso a Francia. Allá, seréis el objeto de mis tiernas solicitudes. Mi
pueblo os volverá a ver con gozo y os bastará decir: « yo estaba en la batalla de Austerlitz » para que se os
responda: ¡he aquí un bravo! ».
La batalla d’Austerlitz tiene una extraordinaria resonancia, todavía vivaz hoy en nuestros días. Es
considerada en todas las escuelas militares del mundo como el modelo del arte militar. Los alumnos
oficiales de la Escuela de Saint-Cyr, fundada por Napoleón en 1802, han hecho del nombre de Austerlitz su
calendario escolar: A para octubre, U para noviembre, S para diciembre… hasta la Z para julio. Es así como
el aniversario de Austerlitz el 2 de diciembre, convertido en la fiesta de la Escuela, es designado por la
esotérica apelación de 2S.
Ahora solo queda cobrar los dividendos diplomáticos de la victoria.
Vencido por completo, humillado por la derrota de su guardia personal, Alejandro se bate en retirada,
cabizbajo, con lo que le queda de su ejército. Mirando por el futuro, Napoleón no busca perseguirlo,
dejándole meditar las lecciones de sus faltas de juicio. El emperador de Austria, cuyo país y capital ocupa,
ya no puede hacer nada más que concluir un tratado de paz.

VII – LA PAZ PROVISORIA DE PRESBURGO


Se concierta una entrevista con el emperador Francisco el 4 de diciembre en un vivaque improvisado a 15
kilómetros de Austerlitz en el camino de Hungría, en el lugar llamado « Molino Quemado ». Napoleón le
recibe en gran pompa y con todos los honores debidos a su rango, incluso besándolo y llamándolo « mi
hermano ». ¿Acaso no están entre emperadores?
La gravedad del evento no excluye el humor. Mostrándole la incomodidad del vivaque, Napoleón le ruega
perdonarlo: « Estos son los palacios que Vuestra Majestad me obliga a habitar desde hace tres meses ».
Francisco replica inmediatamente: « Esta morada os va bastante bien, no tenéis derecho de estar resentido
conmigo ».
El Emperador de los franceses encuentra a un hombre enojado con Inglaterra y que se da cuenta un poco
tarde que ésta lo ha engañado en toda la línea. « Los ingleses son mercantes de carne humana, profiere.
No hay duda, en su querella con Inglaterra, Francia tiene razón ». ¡Nadie le obliga a decirlo!
Francisco II da a entender que habla igualmente en nombre de Alejandro. Por petición suya, Napoleón
acepta no perseguir a las tropas rusas. Durante dos horas, frente a frente, los dos soberanos fijan las
grandes líneas del tratado de paz por llegar entre Francia y Austria. Napoleón no tiene contemplaciones por
su interlocutor, permaneciendo cortés y respetuoso. Éste último se espera a esta actitud, consciente de sus
errores. ¿Acaso no ha violado el tratado de Lunéville? ¿Junto con Inglaterra, no se ha mostrado Austria
desde hace doce años como la enemiga jurada de Francia? Así pues da su acuerdo a todas las
proposiciones de Napoleón.
- « Vamos, es un asunto arreglado. Sólo soy libre desde esta mañana » ¡exclama!

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- « ¿Me promete Vuestra Majestad no volver a comenzar la guerra? » le responde Napoleón.
La respuesta de Francisco es categórica: - « ¡Lo juro y cumpliré mi palabra! ». ¡Ah, si esta promesa hubiera
sido respetada!
Una vez fijados estos preliminares, Napoleón comunica sus directivas a Talleyrand para seguir activamente
con las negociaciones de paz.
El 15 de diciembre, Prusia, intimidada, firma el tratado de Schönbrunn. Anexa el Hanover inglés, pero cede
en Alemania Ansbach y Baviera, el principado de Neuchâtel en Suiza a Francia, así como Bayreuth y el
ducado de Clèves. Además, Prusia se compromete a cerrar sus puertos a Inglaterra.
Napoleón no espera la firma de la paz con Austria para reforzar el glacis protector de Francia que acababa
de mostrar su fragilidad. Por los acuerdos firmados en Brünn, atribuye agrandamientos a los tres electores
de Baviera, de Baden y de Wurtemberg y los asocia más estrechamente a Francia por medio de la
conclusión de un tratado de paz perpetuo entre ella y los reinos de Baviera, de Baden, de Wurtemberg y de
Italia. Siempre con el mismo espíritu de prevención-disuasión, fortifica la frontera del Rin instalando una
guarnición francesa en la fortaleza de Kehl, frente a Estrasburgo.
Firmado el 26 de diciembre de 1805, el tratado de Presburgo establece la paz entre Francia y Austria,
duramente pero justamente castigada.
Es considerablemente debilitada en Alemania. Como se ha evocado más arriba, cede al Ducado de Baden
Ortenau y Brisgau, a Wurtemberg Constanza y sus posesiones dispersas en Suabia, a Baviera Vorarlberg,
el Tirol, Trento y Brixen. Además, el Emperador germánico reconoce la plena soberanía de los reinos de
Baviera y de Wurtemberg y del gran Ducado de Baden. Austria recibe a cambio las compensaciones
irrisorias del arzobispado de Salzburgo y el ex-obispado de Wurzburg.
En Italia, Austria renuncia a todas sus posesiones, con excepción de Trieste. El Véneto es
incorporado al reino de Italia que recibe igualmente el protectorado de Dalmacia y de Cattaro.
Finalmente, el imperio austriaco debe pagar una indemnización de 40 millones por gastos de guerra.
El ministro inglés Pitt no se repondrá del golpe de Austerlitz y fallecerá poco después.

El Mariscal
Ney

El Mariscal
Davout

El Mariscal El Mariscal El Mariscal

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Lannes

Soult Berthier

El Mariscal
Murat

Los Generales vencedores en la batalla de Austerlitz,


llamada de los Tres Emperadores

Una vez la misión de paz cumplida, el Emperador está impaciente de volver a París para retomar su tarea
agotadora de Jefe de Estado re-fundador. Se detiene en Munich para celebrar en esa ciudad el matrimonio
de Eugenio de Beauharnais con la princesa Augusta, hija del próximo rey de Baviera, Max José, quien había
deseado, el muy ladino, que Napoleón la desposara él mismo.
A todo lo largo del recorrido de Stuttgart a París, no hay más que arcos de triunfo, recepciones delirantes,
iluminaciones grandiosas. Se considera organizar un « triunfo » en París como antaño en Roma. Las
banderas arrebatadas al enemigo desfilan en la capital en un regocijo indescriptible. Francia entera se
embriaga con la gloria de Austerlitz.
El 30 de diciembre, el tribunado decide unánimemente acordar al Emperador la apelación de « Napoleón el
Grande ».
¡Y vaya que le hará falta grandeza para hacer frente a lo que le espera! No puede imaginarse en ese
instante que menos de diez meses después de Austerlitz, se le arrancaría de nuevo de su gabinete de
trabajo para constreñirle a la guerra e ir a ganar de nuevo la paz mucho más lejos ahora…

CONCLUSIÓN
La campaña de 1805, que el triunfo de Austerlitz ilumina con una gloria inmortal, representa la joya
inigualada del arte de la guerra. Cumula en efecto en el muy corto lapso de cuatro meses:
 el prodigio logístico de la marcha relámpago de una masa de 160 000 combatientes en una
distancia de más de 900 kilómetros.
 la deslumbrante combinación estratégica de Ulm, coronada por el desmoronamiento del ejército
austriaco.
 la obra maestra táctica de la batalla de Austerlitz constriñendo al enemigo a la paz, inmutable
objetivo de guerra de Napoleón.
El sol de Austerlitz brillará por toda la eternidad en el firmamento del arte de la guerra...
Casaperta, Noviembre de 2005

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