La Constitución Política del Perú establece en su artículo 2, inciso 1: “Toda persona
tiene derecho: … a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y
bienestar”.
El derecho a la integridad constituye un atributo que alcanza el ámbito físico,
espiritual y síquico de la persona. Este derecho posee la máxima importancia ya que es el soporte indispensable del derecho a la vida, bastando el riesgo potencial de afectación para justificar la limitación de otros derechos. Ningún menos cabo a la integridad de la persona resulta admisible; es decir, nadie puede ser objeto de violencia moral, síquica o física, ni sometido a torturas, y su tutela s encuentra regulada tanto en el ámbito civil como en el penal, tanto en el ordenamiento nacional como en el internacional, a través de los tratados sobre derechos humanos.
El derecho a la integridad personal es el derecho fundamental que tiene su origen en
el respeto a la vida y sano desarrollo de ésta. El ser humano tiene derecho a mantener y conservar su integridad física, psíquica y moral, es inherente a todas las personas en atención a su dignidad, es un derecho inviolable; en virtud de que ni el Estado, ni los particulares, lo pueden vulnerar lícitamente; e intransferible, toda vez que no se puede renunciar a él y bajo ninguna circunstancia puede ser negado.
Este derecho se encuentra consagrado en el derecho internacional desde el Estatuto
del Tribunal Militar de Nuremberg de 1945 con el reconocimiento de la subjetividad internacional del individuo, la Convención Americana sobre Derechos Humanos “Pacto de San José de Costa Rica” de 1968 (artículo 5), establece en su primer inciso el derecho de toda persona a que se respete su integridad física, psíquica y los artículos 7. y 10 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos y el artículo 2 de la Declaración sobre la protección de todas las personas contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes.