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Corazones extrañ os

Volumen 2

Josh Mcadams
© Josh Mcadams, 2023
Correcció n ortotipográ fica y de estilo, Arthur Casablanca.
El copyright y la marca registrada del nombre "Corazones extrañ os. Volument 2"
y de todos los nombres propios y el resto de los personajes, así como de todos los
elementos relacionados, son propiedad de Josh Mcadams.
1ª edició n: Junio 2023
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducció n total o parcial de
esta obra, ni su incorporació n a un sistema informá tico, ni su transmisió n en cualquier
forma o por cualquier medio (electró nico, mecá nico, fotocopia, grabació n u otros) sin
autorizació n previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracció n de dichos
derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
“Qué tranquila sería una vida sin amor, (…), qué tranquila y qué insulsa” —
Umberto Eco.
Índice:
1. Procuro olvidarte
2. Me cuesta tanto olvidarte
3. Sobreviviré
4. Bola de demolició n
5. Eres tan vanidoso
6. Nosotros nunca vamos a volver juntos
7. Bailando solo
8. Que te jodan
9. Lló rame un rio
10. Millones de razones
11. Mientes
12. El amor es un juego perdido
13. No voy a escribirte una canció n de amor
14. Corre, Joey, corre
15. El amor coloca
Eric ha esperado pacientemente a que Julio aparezca, ha preparado el camino y se ha
asegurado de que cuando lo haga, caiga en su red de nuevo.

Julio, desde el principio le deja muy claro que entre ellos nunca habría nada mas que una
amistad, pero el demonio tiene las herramientas necesarias para salirse con la suya.
El mundo está lleno de corazones extraños y el de Eric tendrá que entender qué desea su
corazón antes de que sea demasiado tarde.
Capítulo 1
Procuro olvidarte

El mundo siguió girando pese al corazó n roto de Julio y el deseo truncado de Eric
de tener el primero a su lado. La gran canica azul giraría hasta en seis ocasiones antes
de que el destino decidiese juntarlos de nuevo.
Julio huyó de su hogar dejando todo lo que había conocido desde su nacimiento, a
su familia, sus amigos y sus planes de futuro para alejarse por completo de Eric. Su
primer amor y la persona que má s dañ o le había hecho nunca.
Aquella fue la ú nica forma que encontró para poder manejar las riendas de su
vida sin miedo a ser arrastrado por los deseos egoístas del medio demonio al que una
vez llamó amigo.
Su plan de huida fue uno poco planeado, su padre y sus tíos siempre alababan la
carrera de su abuelo en el ejercito. Había sido teniente general y había tenido una vida
llena de éxitos en el campo militar. Parte de su familia aú n estaba fuertemente ligada al
sector así que no fue difícil que la idea de unirse a aquel legado apareciese en su
cabeza. Al fin y al cabo algunos de sus tíos lo habían intentado persuadir en el pasado.
Se mudó a Zaragoza y con la ayuda de su tío Roberto se unió a una prestigiosa
escuela militar dó nde se formó para ser soldado de infantería pesada. Durante seis
añ os de un incesante trabajo ascendió hasta ser alférez, un puesto de importancia en el
ejercito, siendo así el primer suboficial en linea ascendente antes de llegar a los
ú ltimos puestos en el escalafó n, como coronel o teniente.
Sus padres viajaban hasta Zaragoza en su cumpleañ os, en las vacaciones de
verano en las de navidad. É l se negaba a volver a Almería, al principio por prudencia y
luego como un límite que mantuvo para sí por costumbre. Desconocía si Eric seguiría
allí pero si lo hacía no tenía intenció n de encontrarse con él.
Los recuerdos del medio demonio al que una vez quiso no desaparecieron de la
noche a la mañ ana, ni siquiera desaparecieron por completo. Poco a poco fue má s
sencillo, como había previsto, pero a su pesar nunca pudo borrar su marca en su ser.
Lo veía en en cada par de ojos azules, en cada sonrisa pícara y en cada cabello dorado.
Por eso detestaba estar cerca de cualquiera que le pudiese recordar a él, su grupo de
soldados estaba cuidadosamente seleccionado teniendo en cuenta esos pará metros.
Sabía que era ridículo, si cualquiera se enterase sería el hazmerreír, pero aquella
estú pida decisió n le traía paz.
En cuanto al amor había tenido alguna pequeñ a relació n por aquí y por allí, todas
con chicos, pero ninguna había funcionado demasiado. É l sabía a qué se debía, era
emocionalmente inaccesible para cualquiera y no pretendía cambiarlo a corto plazo.
De ahí que algunas de sus parejas en algú n punto de la relació n le pidiesen má s y él
tuviese que cortar.
Ultimaba los detalles en la base militar a la que pertenecía para tomarse un
merecido descanso. Había llegado el verano y quería viajar, ver mundo. El trabajo que
desempeñ aba podía ser tremendamente cargante, no solo era físicamente muy
demandante sino que mentalmente era agotador. Sobretodo el aspecto social del
mismo, tener que estar constantemente rodeado de gente a su cargo que requerían de
él para todo era en ocasiones abrumador. Sin contar la pose estoica que debía
mantener ante todos a su alrededor, porque nadie lo iba a respectar en el ejercito si no
era un cabró n. Es era una de las cosas que había aprendido a base de muchos palos y
decepciones.
Compartía oficina con dos de sus suboficiales a su cargo, Lorena y Tomá s. Ambos
habían sido sus amigos y compañ eros desde su entrenamiento, al escalar en rango no
dudó en darles un lugar en su equipo. Ellos eran en la mayoría de los casos la bocanada
de aire fresco que necesitaba durante el día.
—Alférez Zarco, ¿necesita ayuda con el papeleo? —le preguntó Lorena—.
Lorena era alta y de aspecto rudo pero siempre era atenta con sus amigos y la
gente que le importaba, en ocasiones compulsivamente.
—Es mucho...—se quejó Julio—.
—¿Ese taco de folios? —.
—¿Te parece poco? —.
La mujer se acercó y pasó su pulgar por el lomo de aquel montó n de documentos.
Eran muchos pero no demasiados, en ocasiones aquellos documentos podían abordar
dos escritorios enteros. É l al ser el ú nico alférez del capitá n general tenía que
encargarse de sus documentos, los de su jefe y los de los subordinados de ambos.
—Dó nde está Tomá s? —quiso saber Lorena—. Siempre encuentra la forma de
desaparecer cuando hay mucho trabajo —
—Ha ido a por café —.
—¡¿No queda del bueno?! —.
Se acercó a la maquina de café expreso que tenían en una de las mesas y
comprobó el cajó n donde guardaban el café molido estaba vacío.
—¿Ha ido a la tienda donde lo venden? —preguntó —.
—No, a comprarlo de la maquina del pasillo —.
—Genial...—.
Dividió la mitad de los documentos en dos partes y se llevó una a su mesa, juntos
acabarían con todo aquello en menos de una hora.
—Gracias —le dijo Julio—.
—No hay de qué —
Tomá s llegó con los cafés, unos especialmente fuertes y poco sabrosos. Trajo
consigo un montó n de sobres de azú car que había robado de la cafetería del recinto, a
los tres les gustaba el café muy dulce.
—¡Traigo el veneno! —anunció él—. ¡Y el azú car de contrabando! —
—Ni todo el azú car del mundo salvará ese café...—se quejó Lorena—.
Le dio un vaso a cada uno de sus compañ eros y les dejó unos pocos sobres de
azú car a cada uno de ellos, luego se sentó en su escritorio, uno libre de documentos.
—Bueno, ¿y qué tal la mañ ana? —preguntó Tomá s—.
—Coge la mitad de los documentos de Julio, petardo —le ordenó la mujer—.
Julio le dedicó una sonrisa, realmente estaba hasta las narices de firmar y revisar
papeles. Le dio la mitad a Tomá s y se echó cuatro sobres de azú car en su café, aguantó
la respiració n y bebió un sorbo.
—Jefe, ¿contento por las inminentes vacaciones? —le preguntó Tomá s—.
—No me llames jefe, Tomá s. O te mando a hacer flexiones —.
—¿Dó nde irá s? —preguntó Lorena—.
No tenia claro por dó nde empezaría pero echaba de menos las playas de su tierra,
había pensado en un lugar con un clima cá lido donde tomar el sol.
—Hawaii —soltó , solo por decir algo—.
—¡Ala, que se note el dinero! —soltó Tomá s—.
—No seas criticó n, Tomá s —le dijo su amiga—. Ademá s no es tan caro —
—¿En serio? Me gustaría ir —.
—Deja de comprar figuritas de plá stico de chicas tetonas y entonces podrá s
permitírtelo —señ aló ella—.
Julio no pudo evitar reírse, los dos sabían la obsesió n que tenía por coleccionar
ese tipo de figuras. Tenía una habitació n en su casa dedicada exclusivamente a
exponer dichas piezas “artísticas”.
—Os criticaría pero tú eres una sosa cuyo ú nico hobby es trabajar y la ú nica
afició n de Julio es fruncir el ceñ o —.
—Llá mame sosa de nuevo si te atreves —le amenazó Lorena—.
—Lo retiro, pido disculpas. Lo siento —.
—Así mejor —.
—Y Julio tiene má s aficiones que esa, también le gusta quitarse la camiseta y
mostrarnos sus enormes, enormes, enormes pectorales —comentó Lorena tratando de
no reírse—.
—Son enormes, eso es verdad —admitió Tomá s—.
É l afectado se cruzó de brazos tapando su pecho, el duro entrenamiento militar
sumado a su buena genética le había permitido tener un físico envidiable.
—¿Me mirá is los pechos? —se quejó él—.
—En este cuartel se habla má s de tus tetas que de las mías, lo cual dice mucho de
la calidad de las conversaciones por aquí...—se quejó amargamente Lorena—. O de la
calidad de mis tetas...—
—Yo creo que tus tetas son maravillosas, la gente debería prestarles má s atenció n
—le aseguró Tomá s—.
Ella agradeció su comentario.
—Gracias, aprecio tu comentario —.
—Continuad con el papeleo, por favor —pidió Julio—.
—Sí, señ or —dijo su amigo—.
Nadie esperaba a Julio en su pequeñ o apartamento, solo las plantas en el balcó n
que pertenecían al propietario de la casa y que él se había encargado
concienzudamente de cuidar.
Soltó las llaves sobre el sofá y se quitó los zapatos de mala manera, luego se tiró
en el sofá . Estaba rendido, tenía hambre y ninguna energía para ponerse a prepararse
algo.
Tras diez minutos dando vueltas en el sofá cogió el mó vil, su madre solía
escribirle todos los días, aunque fuese solo un “buenos días”. Echaba de menos las
comida de su madre, así como las que servían en su restaurante. Sobretodo en esos
momentos en los que se encontraba famélico y sin ganas de nada.
Marcó el nú mero de teléfono de su madre y esperó a que lo cogiese, por la hora
que era ya debería de estar en casa.
—¿Mamá ? —.
—¡Julio!, qué alegría oírte —soltó ella al oír su voz—.
—Oficialmente estoy de vacaciones —.
—¡Ya era hora! —celebró —.
Podía oír el muy característico ruido de la cocina de un restaurante, el de sus
padres.
—¿Dó nde está s? —preguntó él por hablar de algo—.
—Hijo, en el restaurante aú n, estamos cortos en la cocina, como siempre —.
—¿Y papá ? —.
—Ha ido a pedir unos barriles de cerveza al restaurante de al lado, está siendo un
día intenso —.
—Eso es bueno —.
—Sí, claro —admitió ella—. Y tú , hijo, ¿qué piensas hacer ahora? —
—¿Ahora, ahora? Ducharme —.
—¡No! Me refiero en tus vacaciones —.
—Hawaii —soltó en broma—.
—Nuestras playas no tienen nada que envidiarle a las de Hawaii...—se quejó ella
—.
Su madre trataba todo el tiempo de convencerlo para que fuese a Almería a
visitarlos. Lo veían muy pocas veces al añ o y era su ú nico hijo.
—Aha —.
—Si vienes seguro que a tu padre le mejora la tensió n y se le curará la ciá tica —.
—Y rejuvenece diez añ os también —añ adió Julio—.
—Oye, pues prueba a ver —bromeó ella—.
—No sé, mamá ...—le dijo un poco má s serio—.
—¡Aunque solo sea unos días! —le propuso ella—. He mantenido tu habitació n
intacta —
—Pensaba que la habías convertido en un gimnasio —.
—No, quité el gimnasio. No lo usaba —.
—Entiendo —.
—Tengo que dejarte hijo, casi se me cae el mó vil a la tortilla —.
—Vale, hablamos pronto —.
—¡Sí!, un beso muy grande, te quiero —.
—Yo también a ti —.
Al cortar la llamada la sensació n de estar en casa desapareció y volvió a sentirse
solo. Lidiaba con la soledad como podía, al principio mucho mejor que en la actualidad.
Deseaba sentirse rodeado de su familia y volver a ver a sus amigos. Elvira vivía allí
aú n, había acabado la carrera de derecho y había empezado un negocio artesanal en
linea que no tenia nada que ver con sus estudios y por el que sus padres la
martirizaban.
La loca idea de volver se le pasó por la cabeza, en esta ocasió n má s en serio que
todas las veces anteriores. Y junto con ella su inevitable “temor” de encontrarse con
Eric. Sentía que estaba en un lugar mejor y que había superado toda aquella situació n
pero no las tenia todas consigo
Llevaba colgando de su cuello un pequeñ o amuleto que le había regalado Cá lix, el
amigo demonio de Eric, le aseguró que si lo llevaba puesto nadie podría encontrarlo.
Por otra parte habían pasado seis añ os, no se consideraba lo suficiente
importante como para creer que Eric siguiese obsesionado con él. Estaba seguro de
que el tiempo y un sinfín de otras relaciones habían diluido su recuerdo. Idea que le
dolía un poco porque él no había podido olvidarlo.
—¿Debería? —se preguntó considerá ndolo por primera vez en serio—.
No lo pensó má s e hizo un par de maletas, si salía en ese momento podría llegar a
la hora de la cena en su restaurante y darle una buena sorpresa a sus padres. Condujo
durante ocho horas que pasaron demasiado rá pido, estaba acostumbrado a conducir
de un sitio a otro debido al trabajo.
En su cabeza imaginaba diferentes escenarios en los que se encontraba con Eric,
odiaba admitir que le aterrorizaba a la par que lo deseaba. En concreto lo que temía
era que volviesen al mismo punto en el que lo dejaron cuando se fue sin decir adió s, no
que pudiese hacerle dañ o. Y como era humano y estos suelen tener corazones extrañ os
también deseaba encontrá rselo, ver su bonita faz y sus ojos cristalinos.
—Debo estar perdiendo la cabeza, ni yo sé lo que quiero...—.
El aparcamiento en el centro de Almería seguía igual de terrible que cuando se
fue, despues de dar varias vueltas aparcó el coche en un aparcamiento privado. Estaba
sudado y olía mal, era un día caluroso, pero esperaba que a sus padres no le importase.
El local estaba lleno hasta los topes, no reconocía a ninguno de los camareros que
pululaban de un lado a otro. Se dirigió a la puerta de la cocina y se asomó , su madre
sostenia dos platos, uno en cada mano.
—¡Ah! —gritó su madre, dejó los platos en la mesa y corrió a abrazarlo—. ¡El
niñ o! —
Su padre dio unos pasos para asomarse.
—¿Qué dices? —preguntó antes de darse cuenta de que su hijo se trataba de su
hijo—. ¡Julio, hijo! —
El hombre salió y se unió al abrazo de su mujer, los dos parecían niñ os entre sus
brazos.
—Mamá , deja de gritar que todos nos miran —le pidió Julio—.
—¡Es mi hijo, que ha vuelto después de mucho tiempo! —les dijo a los que
miraban con curiosidad. Unas pocas lá grimas cayeron por sus mejillas—.
—¡Mamá no llores! —le pidió Julio—.
—¡Déjame! Soy tu madre, si quiero llorar lloro —.
Una mujer mayor desde una de las mesas le dio la razó n y todos se echaron a reír.
—Cada vez está s má s grande hijo —le dijo su padre—.
—O tú má s pequeñ o, cosas de la edad —.
Su madre lo golpeó en el hombro, no le gustaba que lo llamase viejo porque ella
era cinco añ os mayor que su marido y por consiguiente eso significaba que ella
también lo era.
—¡No le digas eso a tu padre! —le ordenó ella—. Aú n es joven como un chiquillo

—Era broma...—.
Se metió en la cocina y saludó a los empleados, una de las cocineras que había
trabajado siempre allí lo saludó con mucho cariñ o. Lo había visto crecer. Tenía mucha
hambre pero se encontraba incó modo por el sudor en
—¿Vas a cenar aquí? Te haré lo que quieras —le dijo su padre—.
—Pues tengo hambre pero estoy muerto y estoy sudado —.
Su madre asintió con cara de situació n.
—No quería decirlo pero sí...—admitió —.
—¡Vale! Me voy a casa a ducharme —.
—Te llevaré la cena en un rato, hoy salgo antes —.
—Ah sí? —preguntó su padre confuso—.
La mujer le dedicó una mirada muy seria.
—¿No me has oído? —.
—Sí, sí. Oído cocina —.
Su madre le dio la llave de su casa, Julio había perdido la suya hacia muchos añ os
y dado que no vivía allí no consiguió una nueva. Condujo hasta su casa donde pudo
aparcar su coche en su propia calle, sacó las maletas y subió .
Su madre era adicta a los cambios, no había ningú n mueble que recordase, todos
eran nuevos. Para su sorpresa no había mentido, su habitació n se encontraba tal cual
la dejó . Sus trofeos deportivos se encontraban perfectamente limpios en sus estantes e
incluso su cama se encontraba hecha.
Soltó las maletas donde pudo y sacó ropa ligera que llevar por casa, necesitaba
ducharse inmediatamente. El agua fría de la ducha le dio la vida, enjuagó su cuerpo con
el gel familiar desde la cabeza a los pies. Le encantaba ese olor, aunque no sabía decir
cuá l era exactamente.
Se dirigió al saló n para encender la televisió n y vio que había una enorme jaula
con un pequeñ o pá jaro amarillo dentro. Se acercó para ver de qué se trataba, era un
pequeñ o canario.
—¿Hola? —le dijo Julio—.
El ave lo miró moviendo su cabeza de un lado a otro, le pareció muy graciosa,
incluso adorable. Pensaría en comprar una para su apartamento de Zaragoza, estaba
seguro de que no requería de tantos cuidados como un perro o un gato.
La puerta se abrió , su madre no había tardado nada en ordenar que friesen un
montó n de patatas fritas junto con otro montó n de pescado de todo tipo. Suponía que
su hijo tendría mucha hambre y no iba a dejar que eso pasase. El olor del pescado llegó
rá pidamente a las fosas nasales de Julio.
—¿Mamá ? Qué rá pido has venido —soltó él—. No te esperaba tan pronto —
Dejó los recipientes de aluminio sobre la mesa del saló n, estaban recién hechos
así que esperaba que aú n estuviesen calientes.
—Veo que has conocido a Pavarotti —le dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja
—.
—No te gustan los animales, ¿có mo es que tienes un pá jaro? —.
No era cierto que no le gustasen los animales pero no tenia tiempo para cuidar de
uno como es debido, ella y su marido trabajaban muchas horas fuera de casa.
—Es una historia divertida, aparecía todas las mañ anas en la ventana de la cocina.
Pensá bamos que seria de alguien pero no pertenecía a nadie del edificio, le empecé a
dejar trozos de fruta en el alféizar y al final sin darme cuenta le había comprado una
jaula y ya vivía con nosotros —le contó con alegría—.
Su hijo le sonrió , parecía una niñ a contá ndole una historia.
—Sí que es una historia curiosa —admitió —.
—Sá calo de la jaula, le encantan los mimos —.
—¿En serio? —.
La mujer se acercó , abrió la jaula y metió su dedo índice, el ave rá pidamente saltó
sobre él. Le dio un par de besos y extendió el dedo hacia él.
—Pon el dedo —le dijo ella—.
É l obedeció , el ave saltó inmediatamente a su dedo y comenzó a piar
melodiosamente. Sus ojos hicieron chiribitas, como si hubiese visto un leó n saltar
dentro de un aro.
—¿Se llama Pavarotti? —.
—Como es un cantante... —soltó entre risas—. Pero dá melo y come, que se va a
enfriar la comida —
—¡Ven conmigo, Pavarotti! —.
El ave voló hacia el hombro de su madre, haciendo que a Julio abriese la boca por
la impresió n.
—¡¿Le has enseñ ado eso!? Tenías que haberte dedicado a adiestrar animales —
bromeó su hijo—.
—Es muy listo, a veces cuando le hablo parece que me entiende —.
Julio se sentó en la mesa y le quitó la tapa a los envoltorios de aluminio, la boca se
le hacía agua al ver todos aquel pescado frito.
—¡Qué bueno! —.
Su madre besó la coronilla de su cabeza, solo podía hacerlo cuando estaba
sentado. Creció tan rapido y era era tan bajita que a los once añ os ya era má s grande
que ella.
—Te traeré un refresco —le dijo ella—.
Cogió una lata de cocacola del frigorífico y llenó un vaso de agua, se sentó junto a
su hijo y puso el vaso de agua frente al ave para que bebiese.
—Bebe, Pavarotti —le dijo ella—.
—Tendrías que haberle puesto Pikachu, es como tu pokémon —.
Su madre soltó una carcajada, no tenia tanta inventiva para haber pensado un
nombre tan gracioso.
—Si hubieses estado te habría dejado ponérselo tú , si se lo cambiamos ahora lo
volveremos loco —.
Sabía que su decisió n de irse le había causado mucho dolor a sus padres, en
especial a su madre. Sentía mucho el dolor que le había causado, aú n recordaba la
mañ ana en la que le dijo que se iría. Al principio no lo tomó en serio pero má s tarde
acabó pidiéndole entre lá grimas que no se fuese. Marcharse de la noche a la mañ ana
no fue un paseo agradable para nadie.
—Lo siento...—.
—No tienes que pedir perdó n por eso, no lo he dicho a modo de reproche.
Perdona si lo ha parecido —se excusó ella—.
—¿Cuá nto hace que lo tienes? —.
—Seis añ os má s o menos —.
El sorbo de refresco se le atragantó , que el ave apareciese justo después de irse él
era en efecto una coincidencia. Pero si la habían tenido durante seis añ os y les había
traído tanta alegría estaba agradecido.
—Qué curioso —.
—Es como si supiese que estaba triste y por eso apareció —soltó divertida—. Qué
tontería, ¿no? —
—No, no lo es —.
Acabó de comer, se hinchó de patatas fritas, su madre había traído el alioli
especial que preparaban en el restaurante. Una receta que le preparaba su madre a
ella y que era deliciosa.
—Estoy lleno —soltó —.
—Debería ir a hacer tu cama —.
—Yo la vi bien —.
—La hago de vez en cuando, por costumbre. Pero ahora que has llegado hay que
quitar las sá banas, tendrá n algo de polvo —.
—¿Quieres que lo haga yo? —.
—Yo lo haré má s rá pido, si tengo que explicarte dó nde guardo las sá banas y
cuá les son las que tienes que coger...—.
—Vale, vale...—.
Se levantó y fue hacia su habitació n, allí tenia un grandísimo armario empotrado
que usaba para guardar todo tipo de cosas ya que no era demasiado aficionada a la
moda a o a comprar ropa o zapatos.
Julio la esperaba en su habitació n, había quitado las sá banas y había hecho un
ovillo con ellas.
—No me creo que estés aquí, parece que estoy soñ ando —admitió ella muy
contenta—.
—Viniste a verme hace un par de meses, exagerada...—.
La mujer hizo la cama con diligencia, cogió la almohada y le puso su funda.
—¿Te quedará s un tiempo? —le preguntó ella—.
—No me voy a ir inmediatamente —.
—Eso está bien, quiero tenerte en casa un poco má s —.
No había decidido si su estancia se resumiría en unos pocos días o en unas
semanas pero si a su madre le hacia feliz tenerlo allí se planteó quedarse hasta que
acabase el verano y empezase de nuevo su trabajo.
—Vale, mamá . Me quedaré un tiempo —.
Capítulo 2
Me cuesta tanto olvidarte
Julio durmió como no habías dormido en mucho tiempo, despertó al mediodía,
habías dormido má s de doce horas. No recordaba la ú ltima vez que habías dormido
durante tanto tiempo.
Se levantó confuso al principio, como si estuviese soñ ando con su vieja vida pero
pronto fue recordando que aquello era real. Bostezó ruidosamente y se levantó de un
salto, desayunó algo ligero y se puso algo ligero para salir a correr por el paseo
marítimo.
Lavá ndose los dientes antes de salir de casa se dio cuenta de que el colgante que
habías llevado con él durante tanto tiempo no estaba en su cuello. Se enjuagó la boca
rá pidamente y salió corriendo a su habitació n a buscarlo, miró debajo de la cama y
entre todas las sá banas. Luego revisó el bañ o, el saló n y la cocina. No estaba por
ninguna parte.
—¿Qué mierda...? —bufó —.
Cogió el teléfono mó vil y llamó a su madre.
—Mamá —.
—Dime, hijo —.
—¿Has visto un colgante con una piedra oscura? Lo he tenido que perder en casa
—.
—Al pasar la aspiradora esta mañ ana no he visto nada, has mirado entre tus
sá banas? —.
—Sí —.
—Pues qué raro... ¿era muy valioso? —.
—No, solo era un recuerdo —.
—Cuando llegue lo reviso yo, que tú eres un cabeza loca —.
—Revisaré la casa de nuevo a ver si lo veo... —.
—Te llevaré la comida cuando acabe aquí, ¿ensalada de pasta? —.
—Sí, eso mismo —.
—Vale, hasta luego —.
Le causaba desazó n no llevar aquella piedra colgando de su cuello, lo peor es que
no sabía si lo llevaba consigo antes de salir, cuando conducía o cuando llegó . Colgaba
de su cuello, no le prestaba especial atenció n.
—Bueno, ya aparecerá ... —.
Se despidió del canario de su madre, que lo volvió a recibir con una alegre
melodía y salió a correr un rato. Su rutina de ejercicio habías sido tan estricta durante
tanto tiempo que no podía pasar demasiado tiempo sin moverse.
Corrió por todo el paseo marítimo con las gafas de sol que le habías robado a su
padre de uno de sus cajones, el sol pese a que lo acalorase le llenaba de vida. Esperaba
no quemarse la piel, se quitó la camiseta y dejó su torso al descubierto. No era
demasiado propenso a quemarse pero si pasaba el tiempo suficiente bajo el sol estaba
seguro de que así sería.
Notó algunas miradas lascivas en su carrera, al final debía de ser cierto lo que le
había dicho su amiga y compañ era Lorena, sobre sus pechos estando en boca de todos.
Al llegar al final del paseo marítimo se acordó de que la casa de su amiga Elvira no
estaba muy lejos, lo mataría si se enterase que habías ido a Almería sin decírselo así
que decidió pasar a saludarla en persona.
Su hermana lo recibió en la puerta. Una chica con un moñ o despeinado y unas
gafas gruesas lo recibió .
—¿Hola? —dijo ella—.
—Hola, ¿está Elvira? —.
—¡Hermana! Un dios del olimpo quiere verte! —gritó —.
—Soy Julio —
La chica se fijó con má s cuidado en su cara, lo conocía de sobra, habías sido amigo
de su hermana desde que eran niñ os.
—¡¿Qué?! ¿Y qué te ha pasado? —.
—¿Los mú sculos? Por el trabajo —.
—¿Y en qué trabajas? ¿Puedo trabajar yo allí? —.
Elvira apareció tras ella, con cara de pocos amigos al principio. Cuando vio que se
trataba de su amigo saltó a abrazarlo, este la cogió en brazos por inercia y se dieron un
fuerte abrazo.
—¡Estoy sudado! —le advirtió Julio—. Ahora hueles mal —
—Yo también quiero que me abrace —pidió su hermana—.
—¡Ana, deja de dar el coñ azo! —le dijo su hermana —¡Pero qué alegría que estés
aquí! —le dijo a Julio —
—¡Sorpresa! —.
Su amiga lo miró de arriba abajo hasta que lo hizo sentir incomodo.
—Y todo descamisado encendiendo fuegos...—le recriminó —.
—Desde luego que sí —soltó su hermana—.
—Ana, vete a tus cosas —.
—Tener hermanas para esto...—.
Lo invitó a pasar y le dio a algo refrescante para beber, si habías venido corriendo
desde su casa tendría sed. Se sentaron juntos en la mesa de la cocina, sonreía como
una tonta al ver que su amigo estaba allí con ella.
—Bueno, dí algo —le pidió Julio—. Que no sea sobre mis pectorales...—
Ella lo miró confusa y le echó un vistazo a sus pectorales, ni siquiera se había
fijado, para ella era solo un amigo.
—Pues ahora que lo dices son enormes... ¿qué comes en Zaragoza? —.
É l se rió , hacía má s de un añ o que no veía en persona a su amiga. Estar con ella le
hacia viajar al pasado, a su época adolescente.
—¿Tú qué te cuentas? —.
—Pues estaba cosiendo, ya sabes, el negocio de costura de la abogada...—.
Había acabado su carrera en derecho con excelentes calificaciones, sus padres
esperaban de ella que se dedicase a la profesió n, como era de esperar. Pero al acabarla
decidió que quería diseñ ar y confeccionar ropa así que pausó sus estudios de
postgrado para hacer lo que quería.
—¿Tus padres siguen contentos por eso? —.
—No me dan tanto la tabarra como antes pero no —.
—¿Las ventas van bien? —.
Ella asintió y se dio dos palmaditas en la espalda.
—¡Sí! Tengo un montó n de seguidores en las redes sociales, pero claro solo tengo
dos manos, no puedo hacer mil cosas a la vez —.
—Bueno, poco a poco —.
—Sí...—admitió ella—. ¿Y tú qué? Tu madre se habrá caído de espaldas al verte
aparecer —
—Algo así —admitió entre risas—. Los echaba mucho de menos —
—Y nosotros a ti, la verdad es que me ha sorprendido mucho verte aquí en
Almería. Las pocas veces que hemos hablado sobre el tema fuiste muy tajante —.
É l asintió , ir a Almería habías sido tan inesperado para él como para todos.
—Es cierto pero... bueno. Han pasado seis añ os, quizá no tenia que haber sido tan
rígido al respecto —.
—Bueno...—empezó a decir ella—.
—¿Y ese bueno? —.
—Hiciste bien en irte, jamá s pensé que te lo diría pero sí —.
Su amiga era bastante transparente, le sorprendía que no se lo hubiese dicho
antes.
—¿Y eso? —quiso saber—.
—¿Sigue Eric siendo un tema tabú ? —.
El corazó n de Julio saltó en su pecho, solo una vez. Ese nombre aú n tenia
demasiado poder sobre él.
—No, hace seis añ os de aquello —repitió —. ¿Qué pasa? —
—Fue horrible después de que te fueses —le dijo—.
—¿En clase dices? —.
—En clase, en el instituto, con los profesores... —enumeró —. Simplemente
horrible —
Le sorprendía, Eric ponía su mejor má scara para enfrentarse al mundo, de esa
forma se aseguraba que el mundo lo adorase. Su verdadera cara tras esa mascara era
una historia a parte.
—¿Qué pasó ? —quiso saber él—.
—De la noche a la mañ ana le hizo la vida imposible a mucha gente... yo me libré
aunque sé que me odiaba —confesó —. Aú n me pregunto por qué...—
—¿Por qué iba a odiarte? —preguntó extrañ ado—.
Nunca habían hablado mucho entre ellos y Eric nunca manifestó que le cayese
mal, cosa que hacía libremente cuando estaban só lo ellos dos.
—Por que yo sabía dó nde estabas tú y no quise decírselo —dijo ella—. ¿Te parece
poco? —
Había contado con que Eric habría tenido una gran rabieta al darse cuenta de que
se había ido y que andaría por ahí preguntando dó nde se encontraba. Agradecía haber
tomado la iniciativa y haberle pedido a Cá lix, su amigo demonio, que no le dijese dó nde
se encontraba. Incluso le dio un amuleto para que nadie pudiese encontrarlo, uno que
habías perdido como un idiota al volver a su ciudad natal.
—Ah...—.
—Dejó de hacer las cosas, empezó a ausentarse... los días que no venía
descansá bamos en paz. Y milagrosamente se graduó , no sé có mo lo hizo —recapituló
ella—. Ni su querida pandilla se acercaba a él —
—Era listo —recordó —.
Ella torció la cabeza, habías muchas historias sobre ese tema en concreto.
—Hay quien dice que se acostó con alguien muy importante y que esa persona
hizo que aprobase todo —comentó —. ¡No sé si es verdad! Pero muchos lo creyeron
entonces —
Todo era posible, Eric era capaz de hacer lo que fuese para conseguir lo que se
proponía aunque no podía verlo teniendo sexo con alguien mayor por conseguir solo
un título de bachillerato. Lo veía una motivació n bastante endeble.
—Bueno, por suerte eso está en el pasado —zanjó Julio—.
—Sí, luego yo me fui a Granada a estudiar y dejé de saber sobre él —.
—¿Seguirá viviendo aquí? —preguntó sin pensar, necesitaba saberlo aunque le
preocupaba que su amiga lo juzgase—.
—No lo sé...—admitió ella—. ¿Vas a ir a verlo? —
É l negó con la cabeza, al hacerlo sintió que no era del todo sincero.
—¡No! Para nada, es solo que bueno...—.
—Temes cruzá rtelo —señ aló —.
—Sí, aunque no por miedo sino má s bien por lo incó modo que sería —.
—Dímelo a mi, veo a mi ex todos los puñ eteros días...—.
Su ex no era otro que su vecino de en frente, cortaban y retomaban la relació n
cada cierto periodo de tiempo. Actualmente llevaban muchos meses sin dirigirse la
palabra.
—No es mi ex, Elvira —le recordó él. No era un dato relevante pero era cierto—.
Ella se encogió de hombros porque a los efectos era una situació n similar.
—Lo que sea, es incó modo. Lo pillo —.
—Probablemente no viva aquí, su padre viajaba mucho —.
—Ojalá , así te ahorras el mal trago de encontrá rtelo —.
Si era sincero consigo mismo no podía admitir con honestidad que ese fuese el
mejor escenario, pero sí era cierto que sería menos incó modo.
—Sí, supongo que sí —.
Charlaron un poco má s hasta que su madre le avisó de que subiría a llevarle la
comida a casa. Así que se despidieron y prometieron hacer mil cosas juntos durante su
estancia en Almería.
Durante su camino hacia su casa se cruzó con un bonito cuervo negro que poseía
una pluma blanca en su parte trasera. Nunca habías visto uno en persona, aunque
habías oído en televisió n que podían ser muy inteligentes.
Le dio un gran mordisco a la manzana que habías cogido de la casa de su amiga y
se la lanzó , el ave no tardó en acercarse al trozo de manzana y empezar a picotearlo.
—Que aproveche —.
Sacó su mó vil y le hizo una foto para enseñ á rsela a su madre al llegar a casa,
guardó el mó vil y apretó un poco má s para no hacerla esperar.
Al llegar pudo oler algo rico saliendo de la cocina.
—¡Me ducho y voy a comer! —anunció —.
—¡Vale! —.
Se duchó y se cambió de ropa rá pido y acudió a la cocina, su padre también se
encontraba allí.
—¡Papá ! No esperaba verte aquí —soltó con sorpresa—.
—Es mi casa, ¿no? —le preguntó muy serio—.
—Claro —.
Su madre intervino, era omnisciente cuando quería.
—¡Ha venido porque también quería comer con su hijo! —.
—Yo no he dicho eso —le recriminó su marido—. No con esas palabras —aclaró
con una sonrisa—
Julio se sentó a su lado en la mesa y le dio unas palmaditas en el hombro. É l
también quería pasar un rato con él.
—Saliste por el paseo? —le preguntó su madre—.
—Sí —.
—Hoy hace un buen día —señ aló su padre—. Deberíais ir a la playa —
—¡Oh! Eso significa que me das el día libre? —le preguntó su mujer—.
Su padre nunca habías presionado a su madre para que trabajase en el
restaurante, era un poco chapado a la antigua en ese aspecto. Así lo habías enseñ ado
su padre, era el hombre el que proveía a la familia. Su madre trabajaba con él porque
disfrutaba su compañ ía y porque era el negocio familiar, no le gustaba quedarse en
casa sin hacer nada.
—Hay un camarero nuevo, veremos a ver qué tal...—se quejó su padre—.
—Vi que todos eran nuevos —señ aló su hijo—. No queda nadie que conozca —
—No duran, hijo. Y mira que les pagamos bien y nadie tiene queja, pero al final
siempre acaban dejá ndonos en la estacada —le contó su madre—.
—Es agotador, eso es verdad —admitió su marido—. Trabajar de cara al pú blico
puede ser muy tedioso, por eso yo trabajo desde la cocina —
—¡Qué listo! —lo alabó su mujer—.
Comieron juntos y disfrutaron de la compañ ía, Julio le contó có mo iban las cosas
en el cuartel en Zaragoza y lo difícil que era enseñ ar disciplina a los nuevos soldados.
No habías día en el que no pasase algo y alguno de ellos se enzarzasen en peleas.
—Hombres...—se quejó su madre—.
—Yo soy un hombre y no me peleo con nadie —le recriminó su hijo—.
—Porque a ti te educó tu mamá , que soy yo, y muy bien —.
Su padre asintió , él habías sido como esos chicos que su hijo habías descrito.
—Es un problema muchas veces —les contó él—.
—¿Qué puede pasar por unos pocos golpes? —preguntó su padre—. Los hombres
a veces necesitamos soltar adrenalina —
—Tenéis que tener en cuenta que entrenamos muy duro, somos hombres jó venes,
en su mayoría, y está n llenos de adrenalina y testosterona —les explicó —. A veces
tenemos que expulsar y expedientar a alguno de ellos por lesiones graves —
En ocasiones el orgullo jugaba un papel importante en aquellas peleas. Cuando un
hombre era derribado por otro a la vista de todos los demá s no solían dejarlo pasar
con tanta facilidad.
—¿Ves? Por eso las chicas son mejores —le dijo su madre—.
—No he visto aú n ninguna pelea entre mujeres en el cuartel, eso seguro —.
—¿Entonces tienes ya un novio? —preguntó su padre sin previo aviso—.
Los ojos de Julio se abrieron como platos, no esperaba aquella pregunta. Su padre
ya habías hablado con él hacia seis añ os y le habías dicho que aceptaba su sexualidad
aunque él no hubiese hablado de ella. Pero nunca le habías preguntado antes sobre sus
relaciones.
—¡No te metas en esas cosas! —se quejó su mujer—. Sabes que es tímido con esos
temas —
—He dicho algo malo? —preguntó él—. Solo quiero saber si mi hijo tiene pareja

—No estoy viendo a nadie ahora —respondió intentando sonar neutral, esperaba
que no siguiese preguntando sobre el tema—.
La madre de Julio golpeó a su marido con un trapo de cocina.
—Mira que eres cotilla...—se quejó su mujer—.
—A tu madre y a mi nos preocupa que seas demasiado solitario —admitió —.
—Vale, hasta aquí la conversació n. Me voy a echar un rato —.
Su madre lo detuvo.
—¿No vamos a la playa entonces? —le preguntó —.
—Si no hablamos de mi vida personal podemos ir un rato mañ ana por la mañ ana
—le propuso—.
—Mira que eres hermético... no sé a quién le habrá s salido —se quejó su madre—.
Ella y su marido eran dos libros abiertos, siempre decían lo que pensaban y
halaban con sencillez sobre todos los temas. É l era todo lo opuesto a ellos en ese
sentido.
—Me intercambiarías por otro bebé al nacer...—soltó Julio—. Haz memoria —
—¡De eso nada! —dijo ella ofendida—. Tu padre no te quitó ojo, ¿verdad, cariñ o?

—Bueno, má s o menos —bromeó —. Entonces fumaba y tenia que salir de vez en
cuando —
Julio se tiró en la cama aquella noche con un sentimiento cá lido en el pecho,
habías pasado un buen día, habías tomado el sol, visto a su mejor amiga y cenado con
sus padres. No recordaba la ú ltima vez que se habías sentido así de feliz lo que lo hizo
sentirse agradecido.
Veía una serie en el ordenador que le habías pedido prestado su madre,
acostumbraba dormirse con la televisió n encendida en Zaragoza. De esa forma paliaba
un poco su soledad.
La luz se fue de la casa, el ordenador desplegó una ventana informá ndole de que
la batería era inferior al diez por ciento. Asumía que sus padres aú n estaban
durmiendo así que se levantó a comprobar el cuadro eléctrico para subir de nuevo los
fusibles. Al llegar comprobó que en efecto estaban bajados, lo má s extrañ o era que la
puerta de plá stico se encontraba abierta.
Los volvió a poner en su lugar y oyó el pitido del microondas al conectarse a la red
eléctrica así que regresó a su habitació n. Cuando cerró la puerta tras él sintió que el
vello de su brazo se le erizó .
—Hola, grandulló n —le dijo una figura en la oscuridad—. ¿Me has echado de
menos? —
Capítulo 3
Sobreviviré
Julio encendió rá pidamente la luz de la habitació n para encontrarse
completamente solo y con el corazó n a mil por hora. Su mente no podía haberse
inventado aquella escena, aú n oía aquella frase resonar en su mente.
—¿Está s ahí? —preguntó sin obtener respuesta—.
Salió de la habitació n y encontró la misma figura oscura en el saló n, entre las
sombras. Encendió la luz y volvió a desaparecer frente a él. Se dirigió a la cocina y
volvió a verla, en esta ocasió n no tenia intenció n de accionar el interruptor.
—¿Quién eres? —preguntó Julio—.
Había reconocido la voz que le había hablado, era ligeramente má s grave pero la
misma. Aú n así no quería hacer ninguna asunció n precipitada, sobretodo por miedo a
acertar.
—¿No reconoces mi voz? —preguntó una voz familiar desde la oscuridad—. Vas a
herir mis sentimientos —dijo antes de soltar una pequeñ a risita—
No podía tratarse de otra persona que de Eric, aquellas notas musicales en su risa
eran inconfundibles. Julio había soñ ado con verlo de nuevo de la misma forma que lo
había hecho con no verlo nunca má s, sentía un fuerte conflicto en su corazó n.
—¿Qué quieres? —preguntó , fue lo primero que salió de su boca—.
—¿Así es como saludas a un viejo amigo? —.
Accionó el interruptor de la luz y la figura desapareció , una pequeñ a parte de él
barajó la idea de que estuviese soñ ando o de que se hubiese vuelto loco pero no lo
aceptó . Sabía sobre las habilidades de Eric, del mundo sobrenatural que lo rodeaba.
Dejó las luces de toda la casa encendidas, como si aquello fuese una invitació n
para que no volviese a aparecer. Volvió a su habitació n, la revisó y se echó a la cama.
Solo había tenido dos días de paz en su vuelta a casa, solo dos. Empezó a
arrepentirse de haber vuelto, estaba seguro de que en Zaragoza habría estado a salvo
de sorpresas de ese estilo.
Un pequeñ o pá jaro se posó en el alfeizar de su ventana, se trataba del cuervo
negro con la pluma blanca al que le había dado el resto de su manzana en la mañ ana. El
ave movía la cabeza de un lado a otro, como suelen hacer todas las aves.
Se acercó para verlo de cerca, esperaba que saliese volando pero se quedó ahí, sin
miedo a su enorme presencia.
—¿Te has perdido? —.
El ave siguió allí, quieta. Julio se preguntó si tenía sed o hambre así que pese a la
situació n tan extrañ a que acababa de vivir fue a la cocina. Llenó un vaso de agua y
cogió un puñ ado de comida del canario de su madre sobre un papel. Al volver el
cuervo seguía allí, esperá ndolo.
Puso frente a ella el agua y la comida, tras observar el vaso unos instantes saltó
sobre el borde y comenzó a beber. De la misma forma que lo hacia el canario de su
madre.
—¿Tenías sed? —.
Se sentó en la cama observá ndola, mientras lo hacia su mente divagó . Si Eric lo
había encontrado no podría hacer nada para huir de él de nuevo, la idea de llamar de
nuevo a Cá lix pasó por su mente pero pronto la desechó . No había hablado con él
desde que le pidió que no le dijese dó nde se encontraba a Eric por lo que no tenía
derecho a pedirle nada má s.
Se dejó caer en la cama, la luz de la lá mpara sobre él lo cegaba, cerró los ojos
ligeramente y de un instante a otro sintió un peso sobre su pelvis. Al abrir los ojos
pudo ver con total claridad a Eric, sobre él, con una radiante sonrisa en su cara.
Julio se permitió unos segundos para apreciar aquella faz, era tan bella como la
recordaba, solo había cambiado sutilmente, quizá al convertirse en un adulto. Sus ojos
azules lo miraban con curiosidad mientras que mordía su labio inferior, quizá
aguantando sus ganas de hablar.
—Eric —susurró Julio, quedando a medio camino entre el alivio y el terror—.
—Veo que recuerdas mi nombre —.
—¿Qué haces aquí? —.
—He venido a saludar, ¿no puedo? —.
Hizo el amago de quitá rselo de encima pero una fuerza invisible lo empujó de
nuevo a la cama. Cualquier persona en su posició n habría sentido miedo ante lo que
pudiese pasar pero él no lo hizo, solo estaba expectante.
—Adelante —le indicó Julio—.
Eric soltó una pequeñ a carcajada. Se apoyó en su pecho sobre sus codos y puso su
cara a unos pocos centímetros de la suya.
—Hola, Julio —le dijo, deleitá ndose con sus palabras. Sobretodo porque había
deseado hablar con él desde hacia seis añ os—.
—Hola, ¿puedes quitarte de encima? —.
El demonio se sentó rá pidamente sobre su pelvis de nuevo, en esta ocasió n
apoyando con má s fuerza su peso sobre él. Le dedicó una mirada inocente y entonces
se levantó . Al hacerlo Julio sintió que la fuerza que lo retenía sobre la cama se evaporó
y pudo incorporarse.
—¿Qué tal has estado? —quiso saber Eric, su voz era seductora. Julio se preguntó
si siempre había sido así o había encontrado la forma de multiplicar su poder de
atracció n—.
—¿Has irrumpido en mi casa para tener una pequeñ a charla conmigo? —le
recriminó él—.
—¿Te he pillado en mal momento? Quizá s debería irme —.
Quizá habían pasado seis añ os desde la ú ltima vez que habían estado juntos pero
Julo sabía que aquel comentario era un farol. Así que se quedó en silencio esperando a
que mostrase sus cartas.
Eric perdió la paciencia enseguida, se encontraba eufó rico.
—Me has pillado —admitió —.
Julio sacó la silla de su escritorio y se sentó sobre ella, el cuervo seguía bebiendo
agua con tranquilidad.
—Di lo que tengas que decir —le pidió —.
—¡Qué cortante! Hace seis añ os que no nos vemos —le recordó —. Esperaba un
poco má s de amabilidad —
—En efecto, seis añ os —.
Eric se apoyó sobre la pared intentando ocultar su malestar, no le estaba
gustando la actitud que estaba teniendo Julio con él. Había imaginado el reencuentro
entre los dos en millones de ocasiones y ninguna de ellas se parecía a lo que estaba
viviendo.
—Có mo has estado? —quiso saber Eric—. Te ha tratado la vida bien? —
Ya lo había preguntado, Julio se preguntó si su interés era genuino o si solo
pretendía sacarle informació n. Así que decidió seguirle el rollo.
—He estado bien, ¿y tú ? —.
—Má s o menos, sí —respondió —.
—Está bien saberlo, ¿alguna cosa má s? —.
—Está s muy guapo, te has puesto muy fuerte —.
Llevaba una camisa de tirantes que apenas cubría su cuerpo, por un momento
sintió un poco de vergü enza por su comentario. Era sorprendente que aú n tuviese ese
poder sobre él.
—He hecho mucho ejercicio —admitió —.
—¿Por tu trabajo? —.
Algo le decía que aquella pregunta también era genuina, por lo que realmente no
sabía nada de su vida durante esos ú ltimos seis añ os. Si quería volver a aquella vida
llena de tranquilidad debía guardarlo en secreto.
—No, por gusto —mintió —.
—Ah, ya veo...—.
—El trabajo bien? —preguntó Julio sin ganas de oír muchos detalles—.
—Ya sabes, siempre estoy ocupado —.
—Bueno, pues no se me ocurre ninguna pregunta má s para seguir con esta
conversació n forzada —soltó —. ¿Algo má s? —
En esa ocasió n Eric no ocultó el malestar en su cara.
—¿Quieres que me vaya? —gruñ ó —.
—Por favor —.
La luz desapareció y el medio demonio se fue con ella, la presió n en el pecho de
Julio rebajó su peso. No había sido fá cil estar en su presencia, tampoco había
disfrutado ser abiertamente desagradable con él. É l no era así, pero temía que si le
daba un poco de cuartelillo volvería a la misma situació n de la que huyó una vez.
El ave ahora comía un poco de alpiste, ajena a los humanos que la rodeaban. Julio
se echó en la cama y se quedó dormido, encontrarse de nuevo con Eric había drenado
toda su energía.
A la mañ ana siguiente se levantó con un poco de confusió n, su encuentro con Eric
podía haberse tratado de un sueñ o. Se desperezó en su cama, cama que se había
quedado pequeñ a para su cuerpo, y se levantó .
En el alfeizar de su ventana aú n se encontraba el vaso y el trozo de papel con un
poco de alpiste. Por lo que aquella era la prueba irrefutable de que no se había vuelto
loco.
Se levantó , desayunó y fue junto a su madre a la playa. Tomaron el sol y
disfrutaron de su compañ ía. Julio aprovechó para dormir un poco mientras disfrutaba
del sol mientras su madre rellenaba sopas de letras, su pasatiempo favorito en la
playa.
—¿Ha pasado algo? —preguntó su madre—.
—¿A qué te refieres? —.
—Parece como si te hubiese cambiado el humor de la noche a la mañ ana, ayer
estabas muy contento —.
No recordaba có mo de perceptiva era su madre.
—Estoy bien —.
—Te creeré... porque sé que no has salido de casa —se quejó ella—. Porque sino...

—Me fui a hurtadillas por la noche para que no me regañ ases —bromeó él—. Y
bebí alcohol —
—Qué tonto —.
Su madre nunca le había impedido salir a ningú n sitio cuando era un adolescente,
tenia plena confianza en él.
—Mamá , ¿supiste algo de Eric después de que me fuese? —.
—¿Esto es sobre Eric? —preguntó ella con prudencia—.
No iba a entrar en esa conversació n, su madre le había preguntado en una ocasió n
si Eric era el responsable de su marcha y aunque Julio le había asegurado que no era
así ella sospechaba que sí.
—Olvídalo —.
—Vino un día preguntando por ti, poco después de que te fueses —recordó —.
—¿Qué le dijiste? —.
—Me hiciste prometer que no le dijese a nadie dó nde estabas, así que no le dije
nada —.
—Ah, bien —.
Su madre recordaba la expresió n de tristeza en su cara cuando fue a preguntar
por su hijo al restaurante, así como la que hizo después de que le dijese que no podía
decirle dó nde estaba.
—¿Habéis seguido en contacto? —.
—No, dejamos de hablar —.
—Vaya, parecíais buenos amigos. A tu padre y a mi nos caía muy bien —.
—Los amigos vienen y van —soltó Julio, era una frase de abulto que encajaba
perfectamente en la conversació n y que no significaba nada—.
—Recuerdo la expresió n de tristeza en su cara —soltó ella. Se había mordido la
lengua para no decirlo pero al final no había podido resistirse—.
—No sigas por ahí, mamá —le advirtió su hijo—.
—¡Tranquilo! No digo má s nada —.
Sacó un trozo de bocadillo de su bolsa de playa y tiró unas migas al lado opuesto
en el que se encontraba su hijo.
—¿Qué haces? —preguntó Julio—.
Se sentó y vio al pequeñ o cuervo picoteando las migas de pan de la arena.
—He hecho otro amigo —le dijo ella muy contenta—. Me siento como una
princesa de Disney —
—Es el mismo... —.
—¿Lo habías visto antes? —.
—Le di un trozo de manzana cuando salí a correr ayer y anoche vino a mi ventana
—.
—Dicen que los cuervos son muy inteligentes, seguramente te haya seguido para
que le des má s comida —.
—Seguramente...—.
Podía ver una chispa de inteligencia en ese pequeñ o pá jaro, había algo en él que
no le parecía normal. Claro que nunca había tratado con un animal con tener fama de
ser “muy inteligente”, su sexto sentido podía estar equivocá ndose.
—¿Hay cuervos en Almería? —quiso saber él—.
—Ni idea —admitió —. Espera, lo miro en Internet —
Al parecer no era un lugar en el que soliesen vivir, en pleno centro de la ciudad,
aunque sí que solían habitar los bosques o el desierto. Almería tenía de todo,
montañ as, bosques, playas o desiertos por lo que quien no hubiese visto un cuervo
hasta ese momento no significaría que no fuesen autó ctonos.
—Si le dejamos de dar comida dejará de venir —supuso Julio—.
—¡Pobrecito! A mi no me cuesta nada —.
—V¿as a recoger a todos los pá jaros que se te acerquen? —.
—No, palomas no —.
Las palomas le resultaban especialmente desagradables, probablemente como a la
gran mayoría de la població n al ser consideradas portadoras de multitud de
enfermedades.
—Mamá ... —empezó a decir él—. ¿Có mo se distingue entre la atracció n y el amor?

Ella aplaudió emocionada, como una niñ a.
—¡Oh, por fin un tema con chicha! —.
—Si sigues por ahí lo dejamos, ya me he arrepentido de preguntarte ...—.
Era una pregunta que había rondado su cabeza durante mucho tiempo, no estaba
seguro de haber experimentado el mítico “amor verdadero” aunque en su momento
pensase que sí. Con el tiempo aquellos pensamientos se distorsionaban y dejaban de
ser lo que una vez fueron. Sin embargo la atracció n era algo má s evidente, difícil de
obviar, el propio cuerpo respondía de forma honesta a la misma. Sí había sentido
atracció n por algunos de los chicos con los que había salido aunque por el motivo que
fuese sus relaciones no funcionasen.
Recordaba có mo Eric rozó su cuerpo con el suyo y có mo este reaccionó
inmediatamente a aquel roce, aunque hubiese ropa de por medio. Pensó que Eric era
objetivamente muy atractivo, no era extrañ o que le pareciese atractivo y que su cuerpo
reaccionase.
—Eso es fá cil —dijo ella—.
—¿Fá cil? —.
—El amor siempre es algo má s permanente, no desaparece a corto plazo. Si amas
a alguien ese sentimiento no desaparece después de saciar tu deseo con esa persona.
Te sigue importando, piensas en có mo estará , en su felicidad. Los defectos de esa
persona desaparecen frente a tus ojos, por grandes que sean —meditó su madre—. El
corazó n lo sabe siempre —
Julio había reconocido inmediatamente el hecho de obviar sus defectos, durante el
tiempo que fueron amigos él era el ú nico que conocía có mo era Eric en realidad. Y la
verdad es que le daba absolutamente igual. Pero no podía asumir por eso que fuese
amor verdadero, pese a que estaba seguro de que era algú n tipo de encaprichamiento.
—A mi no me parece fá cil —se lamentó él—.
—Eso es porque nuestro cerebro juega en nuestra contra siempre, sin las dudas y
las interpretaciones erró neas que hacemos de las cosas má s simples nos daríamos
cuenta de lo que sentimos —.
—¿Así que tengo que ser simple? ¿Es eso? —.
—¿Ves como era fá cil? No pienses demasiado las cosas, ¿qué tienes que perder?
—.
—¿La cordura? —.
—Hijo, tú no eres de esos —.
El chico elevó la ceja, no sabía por dó nde saldría su madre. En ocasiones podía ser
terriblemente precisa y en otras no acertar ni una.
—¿Có mo soy? —.
—Hay gente que prefiere vivir una vida tranquila, vacía de emociones fuertes,
evitando situaciones que los comprometan —le explicó —. Tú no eres así, tú quieres
querer porque tienes mucho amor que dar —
Se sonrojó un poco, no esperaba aquella resolució n.
—Eso lo has visto en una telenovela...—bromeó —.
—Has sido así desde que eras pequeñ o. Recuerdo una anécdota que me contó tu
profesora del jardín de infancia —le dijo, sonriendo al rememorarlo—. Nos contaba
que te costaba abrirte y relacionarte con los demá s niñ os y que pasabas mucho tiempo
jugando solo. Nosotros nos preocupá bamos claro, pensá bamos que en parte tenia que
ver que eras hijo ú nico... intentamos tener má s hijos pero al final no pudo ser —
—No entiendo —.
—Ella no estaba preocupada porque cuando cualquiera de tus compañ eros te
quería dar un abrazo lo recibías con otro abrazo, siempre que alguno de ellos lloraba
te quedabas a su lado hasta que dejaba de hacerlo —le explicó su madre con ojos
vidriosos—. Por eso sé que tienes mucho amor que dar —
Julio se tumbó en la toalla, emocionado por las palabras de su madre.
Naturalmente no recordaba una cosa así pero sí que sabía que el bienestar de las
personas a su alrededor era importante para él. Siempre lo había sido.
—Por lo que tengas las dudas que tengas só lo abre tus brazos, si la otra persona
no te recibe de la misma forma entonces no es ahí, ¿lo entiendes? —.
—Sí, creo que sí —.
Capítulo 4
Bola de demolició n
Un anciano con una larga barba blanca dio un puñ etazo sobre la mesa
destrozá ndola. Estaban siendo unos meses duros para la facció n de Eric, tras haberse
fusionado con la facció n enemiga hacía unos añ os habían surgido disidentes que
sospechaban del juego sucio.
Eric se encontraba de pie junto a un gran nú mero de sus compañ eros, rodeando
una mesa llena de demonios muy poderosos presidida por Ax, el líder de su facció n.
—Creen que ha habido juego sucio —señ aló una mujer con el cabello rubio—. De
ahí todo este problema —
—Somos demonios, ¡có mo diablos creen que funciona el mundo! Claro que hubo
juego sucio —espetó el anciano—.
—Supongo que está n molestos porque esperaban cierto nivel de... honor al
derrotar al líder de su facció n —.
—No tienen pruebas de que nosotros hiciéramos nada —comentó otro de ellos—.
Y no pueden demostrarlo de ninguna forma —
Eric se había encargado de usar su don con el jefe de la facció n a la que se habían
anexionado, a petició n de la suya. Había cambiado su esperanza de vida y lo había
condenado a muerte, desequilibrando el poder demoníaco en Roma.
Ax intervino, aquella reunió n estaba tomando má s tiempo del necesario.
—Caballeros, los disidentes no son demasiados. Con el tiempo les daremos caza y
los eliminaremos de la ecuació n —.
—Son pocos pero poderosos —dijo el anciano—.
A la hora de anexar las dos facciones solo los demonios má s viejos se habían
negado a aceptarla. Muchos de ellos habían estado allí en el inicio de la misma por lo
que su sentido de la lealtad aú n residía con su antiguo líder.
—¿Qué dicen nuestros orá culos? —preguntó un hombre completamente calvo. No
tenía ni un solo pelo en las cejas o las pestañ as—.
Su nombre era Randú y se rumoreaba que tenía una habilidad muy poderosa y
que era capaz de alterar el clima.
—¡Los orá culos son figuras de barro! —se quejó el anciano—. No podemos
depender de ellos, muchas guerras se han perdido por depender de ellos. Los orá culos
solo son fieles así mismos —
—¿Por qué no usamos el mismo método que usamos para acabar con su líder? —
propuso la mujer. Ella sabía de qué método se trataba pero no estaba autorizada para
hablar de ello, solo unos pocos altos cargos lo sabían. Por seguridad y por estrategia—.
Ax empezó a aburrirse, ninguno de ellos había propuesto un plan de acció n para
acabar con el problema, solo se habían quejado y señ alado lo obvio.
—Me pregunto có mo un grupo de demonios tan diverso no ha dado con una
solució n —se quejó , esta vez mostrando molestia en su voz—. Todos tenéis contactos,
dones extraordinarios. Esto no es una reunió n para charlar sino para proponer
soluciones —
El anciano se mostró visiblemente molesto pero no dijo nada, haberle respondido
a su líder de forma inadecuada no le granjearía nada positivo, él era fiel a las
jerarquías.
Eric levantó la mano, para él el modo de proceder era sencillo. Sabía que no debía
jamá s interrumpir en una reunió n por el estilo, solo podían hacerlo los que se
encontraban sentados en la mesa. Por lo que mantuvo su mano levantada hasta que su
líder se percató . Sus compañ eros lo miraban con temor, no por lo que le pasase,
ninguno de ellos lo toleraba. Sino por las consecuencias que tuviesen para ellos. El
ú nico que lo observó con preocupació n era su antiguo maestro y mano derecha de Ax,
Cá lix.
—Eric, ¿tienes algo que decir? —quiso saber Ax—.
—Con vuestro permiso, soy medio humano, quizá por eso tenga una perspectiva
distinta —empezó a decir—. Todos esos disidentes han vivido durante siglos aquí,
algunos de ellos son medio humanos por lo que habrá n establecido relaciones con má s
de una persona de la ciudad. La parte humana es esclava de las emociones y de la
necesidad de socializar —
Se detuvo para esperar que su jefe le diese el beneplá cito de seguir oyendo su
propuesta.
—Continua —.
—Tenemos los métodos para encontrar personas, quizá no a ellos porque se
ocultan con magia pero sí a sus familiares, amigos o conocidos. Si damos caza a todos
ellos aparecerá n y entonces podremos eliminarlos —
El anciano soltó una risotada malvada, complacido por lo retorcido de su plan.
—¡Eso es muy malvado! —soltó el anciano—. Tienes algunos acó litos muy
interesantes, Axianelial —
Mencionar el nombre completo del líder no era algo que ninguno de ellos tomase
con ligereza, ciertamente solo los má s ancianos se atrevían a hacerlo.
—Eso es una chiquillada humana, un agujero sin salida —señ aló la mujer rubia—.
No creo que nos lleve a nada —
—Férbula, tu parte humana es ínfima por lo que no puedes entender lo que
intenta decir Eric —comentó Ax. Había tomado muy en serio la propuesta de Eric,
quizá por ser la ú nica—.
—Señ or, no cuestionaba su juicio simplemente daba mi opinió n —.
Ax la ignoró .
—Organizaremos un equipo que recabe informació n, tras eso entrará n en escena
los demonios buscadores y los brujos... —explicó —.
El ú nico demonio buscador verdaderamente eficiente era Cá lix, él no necesitaba
de objetos personales o hiervas para encontrar a nadie, solo tenia que haberlo visto en
una ocasió n.
—¿Cuá l el rango de tu demonio buscador? —quiso saber el anciano—. ¿Qué
necesita para activar su don? —
Existían multitud de habilidades de bú squeda, algunas de ellas se activaban con
sangre, un objeto personal o incluso un sacrificio.
—Nuestro Cá lix puede encontrar a quién sea que haya conocido en persona —
informó Ax—.
—¿Pero...? —.
Ax le dedicó una expresió n fría, no era un novato, Cá lix era su mano derecha por
muchos motivos pero uno de ellos era conocer a todo el mundo. Al hacerlo tendría
acceso a ellos cuando quisiese, hasta ahora había sido una estrategia bastante efectiva.
—Y después entrará n en escena nuestros demonios má s poderosos —le dijo a la
mesa—. Será n ustedes los que finiquiten el trabajo —
Todos movieron con su cabeza o hicieron un pequeñ o gesto mostrando que
aceptaban el plan como vá lido.
—Señ or —le interrumpió Cá lix—.
—¿Ahora? —.
—Sí —.
Cá lix puso la mano sobre el hombro de su jefe y los dos desaparecieron en una
oscura sombra para el asombro de los presentes. Mostraron su desconcierto durante
unos minutos, nadie debía levantarse de aquella mesa o salir de esa sala sin el permiso
del líder.
Finalmente aparecieron de nuevo en la misma posició n.
—Acabo de matar a uno de ellos —les informó complacido—. Como sabéis se
ocultan con magia, mi mano derecha está buscá ndolos constantemente. Uno de ellos se
había quitado el amuleto que lo ocultaba durante unos instantes y eso ha significado
su muerte —
Todos se mostraron asombrados y complacidos por su desempeñ o, algunos
incluso aplaudieron, era su líder, todos lo veneraban. Pocos había con tanto poder e
influencia que él.
—Empezad con los preparativos, doy por finalizada la reunió n —zanjó —.
En primer lugar salieron los demonios que se encontraban de pie en la sala y
luego los que no habían desaparecido usando sus habilidades.
—Eric, espera —le pidió su líder—.
Un par de sus compañ eros lo miraron complacidos por la llamada de atenció n que
estaban seguro que obtendría. Al salir el ú ltimo de ellos cerró la puerta con cuidado.
—Señ or —.
—Necesitaré de tus servicios en algú n momento —.
—Estoy a sus ordenes —.
—Sí, sí... pese a lo caro que me sales...—se quejó —.
A lo largo de esos seis añ os había realizado muchos trabajos privados para él, en
todos ellos había cobrado sus servicios con poderes nuevos o con artilugios má gicos.
Eric como el resto de los demonios de la facció n le debían lealtad total a Ax por lo que
este no debía premiarlos por hacer lo que ordenase. No obstante encontraba que los
premios por un buen servicio servían como un motivador excelente así que por lo
general no le importaba negociar un pago. Pocos se atrevían a pedirlo en primer lugar,
solo los má s descarados, como Eric.
—Soy un demonio codicioso —admitió muy serio—.
—Soy consciente —.
—Espero su llamada —le dijo Eric, hizo una reverencia y se dio la vuelta para
marcharse—.
—Hoy pareces má s despiadado que de costumbre —comentó —.
—¿Usted cree? —.
La noche anterior se había encontrado por fin después de tantos añ os con Julio y
dicha reunió n no le había dejado con buen sabor de boca. Había acabado yéndose de
mala manera.
—Si me necesitas siempre puedes llamarme —le recordó Cá lix—.
Eric se giró para cerciorarse de que este veía có mo lo miraba, le dedicó una
mirada llena de ira. Su relació n se había roto en mil pedazos en el momento en el que
Cá lix le negó el paradero de Julio, es má s no tenía pruebas pero estaba seguro de que
lo había ayudado a esconderse porque había recurrido durante añ os a docenas de
brujos y brujas y ninguno había podido dar con él.
—No necesito nada de ti, jamá s —espetó con dureza—.
Ax miró a su mano derecha con curiosidad, recordaba que se solían llevar bien.
Naturalmente no estaba al tanto de los pormenores de las relaciones personales entre
sus sú bditos.
—Eric detesta mi persona —aclaró Cá lix—.
—¿Puedo irme señ or? —.
—Eric, pensaba que erais colegas. Es bueno que entre los nuestros haya alianzas,
muchas veces es lo que nos aleja de la muerte —.
—No me preocupa morir —.
—Que tu habilidad te diga que eres inmortal no significa que lo seas —.
—Sé có mo voy a morir —.
—No seas demasiado confiado, Eric. Conocí a un demonio muy poderoso con tu
habilidad, él entendía que el destino cambia con cada decisió n que hacemos —.
—Lo entiendo, señ or —soltó , solo por darle la razó n. No le importaban sus
palabras, en esos momentos solo podía pensar en Julio—.
—Bien, puedes irte —.
Eric le hizo una pequeñ a reverencia y desapareció frente a él. Era de muy mala
educació n desaparecerse frente al líder, aparecerse en su presencia por otra parte
estaba prohibido. Para hacerlo antes debías de haber sido invocado.
Apareció en su casa, en Cantabria, su abuela subía un gran zafa de agua fría por
unas escaleras.
—Abuela, ¿qué haces? —le preguntó antes de correr a quitá rsela de las manos—.
—Subir agua fresca a tu padre —.
—¿No tenemos dos personas para que hagan esas cosas? —.
—Deja de gruñ ir y ayú dame —.
El joven se calló y obedeció , subió junto a ella hasta la estancia de su padre. Había
estado casi un añ o en cama, sufría de algú n tipo de enfermedad que Eric desconocía, ni
siquiera había preguntado los pormenores. Lo que sabía es que en ocasiones tenia
mucha fiebre y su madre se desvivía por cuidarlo.
El hombre vio có mo su hijo entraba con su madre de la estancia y dejaba la zafa
sobre su mesita de noche, lo miraba con desdén como había hecho siempre.
—Te voy a poner un pañ o frio, hijo. Ya verá s que bien —le dijo la anciana a su hijo
—.
La mujer puso un pañ o sobre frio sobre su frente y se sentó a su lado, Eric sabia
que le quedaba poco, había visto có mo moriría desde los quince añ os. Cuando su
habilidad apareció .
Su padre y él nunca habían tenido una buena relació n, Eric era muy rebelde como
para tolerar la autoritaria personalidad de su padre. Pero cuando su habilidad
despertó fue al primero al que se lo dijo, le contó lo que veía al mirarlo, la fecha y
forma en la que moriría. Al hacerlo su padre lo abofeteó y le ordenó que no hablase de
eso nunca má s.
—¿Dó nde está n las empleadas, abuela? —.
—Cocinando —.
—No sé para qué tenemos dos empleadas, ¿las dos cocinan a la vez? —.
La mujer lo miró con dureza, una que solo podría emplear una abuela o una
madre.
—No se te ocurra regañ arlas, hacen su trabajo muy diligentemente —.
—Si tú lo dices...—.
Su padre puso su mano sobre la mano de su propia madre.
—Mamá , ¿miraste si llegó correo? Estoy esperando un par de cartas importantes
—.
—¿Quieres que lo compruebe ahora? —preguntó ella—.
—Yo iré —gruñ o su nieto—.
—Eric, quédate, quiero decirte algo —le pidió su padre—.
La mujer entendió rá pidamente la situació n, se levantó con cuidado de la cama y
le dedicó una mirada severa a su nieto, pidiéndole que se comportase. Su padre no
estaba para muchos trotes.
Salió de la estancia y cerró la puerta.
—¿Y bien? —.
—Siéntate a mi lado —le pidió —.
Eric soltó una pequeñ a risotada.
—¿Vamos a jugar a eso? ¿en serio? —.
El hombre movió la mano pidiéndole que se sentase junto a él pero Eric no tenia
ninguna intenció n de hacerlo.
—Dí lo que quieras decir —.
—Sabes que me queda poco —empezó a decirle—. Me lo dijiste hace ocho añ os,
incluso me dijiste cuá l sería el motivo de mi muerte, ¿recuerdas? —
—¿Ahora vas a pedirme que haga algo? —le preguntó con incredulidad—.
—Yo...—.
É l lo interrumpió .
—Mi poder no puede curarte, vivirías cada día de tu vida de la misma forma en la
que está s ahora —le aclaró —.
—¿Cuá l es exactamente tu don, hijo? —quiso saber su padre, quería oírlo de sus
labios—.
Su padre debía de estar muy enfermo porque detestaba abiertamente lo que él
era, así como había manifestado en un par de ocasiones su resentimiento hacia su ex
mujer, la madre de Eric, por no haberle revelado su naturaleza antes de que tuviesen
un hijo.
—¿Ahora te pica la curiosidad? —se burló Eric—.
—Hazle el capricho a un hombre en su lecho de muerte —.
Eric soltó una risotada, por algú n motivo no sentía ninguna empatía por él. La
ú nica persona que le había dado amor había sido su abuela, su padre era
exclusivamente una figura autoritaria y distante.
Se sentó en la cama junto a él despreocupadamente.
—Verá s, me llaman el demonio tejedor de los hilos de la muerte, ¿no te parece
impresionante? —.
Tragó saliva, un escalofrío recorrió su cuerpo, en efecto era aterrador.
—Sí —.
—Y te preguntará s qué puedo hacer, puedo alterar la esperanza de vida de quien
sea... hacerlos vivir para siempre o morir en un instante —.
—En efecto suena aterrador —admitió —. Debes de ser muy temido —
—En efecto —admitió Eric má s serio—. ¿Porqué te interesa de repente? —
Su padre desvió la mirada hacia la ventana, la rama de un limonero se movía
ligeramente con el viento.
—Tu madre era igual que tú , un demonio —le dijo—.
—Dudo que supieses exactamente que era mi madre —se rió él—.
—Era un demonio puro, hijo de demonios puros —le aclaró para si sorpresa—.
Aquella revelació n pilló desprevenido a Eric, había asumido durante toda su vida
que su madre había sido como él, medio demonio, un híbrido.
—¿Qué má s? —quiso saber—.
—Ella tenia una habilidad muy peligrosa, una que solo un demonio puro podría
tener. Desconozco cuá l era exactamente —.
—Qué informació n prá ctica...—.
—Nos abandonó —.
—Soy consciente, supongo que al ser un demonio puro no le tenía mucho aprecio
a su hijo —comentó con desdén—.
—Se fue por protegerte —le dijo su padre. Nunca había oído algo similar hasta es
momento—.
—¿De quién? —.
—De su familia... de sus enemigos, no lo sé. Un día simplemente desapreció y yo
no la busqué —.
—¿Y? —.
—Te guardé rencor desde el momento en el que ella desapareció , en primer lugar
por revelarme muy tarde cuá l era su verdadera naturaleza y en segundo lugar por ser
el motivo por el que perdí al amor de mi vida —confesó —. Tu madre te quería tanto
que no podía volverse en contra de su familia, no sin arriesgarte a que te hiciesen dañ o

—Suena curioso —soltó medio en broma medio en serio—.
Su padre se arrepentía de su comportamiento, lo había hecho durante los ú ltimos
añ os de su vida—.
—Quiero pedirte perdó n, quizá un día puedas entenderme un poco —.
Aquella petició n lo sacó de sus casillas.
—¡¿Có mo voy a entender a un padre que guarda rencor a su hijo de cuatro añ os
por algo de lo que él no tiene la culpa?! No solo me quedé sin una madre cuando ella se
fue, también perdí un padre. ¿Qué habría sido de mi sin la abuela? ¿Te has parado a
pensarlo? —le reprochó entre gritos—.
—Me arrepiento, hijo —.
—Genial, me es muy ú til tu arrepentimiento —.
—Amaba a tu madre con cada molécula de mi cuerpo y ella...—.
—Ella probablemente no, los demonios puros no tienen sentimientos humanos —
señ aló —.
—Tu madre me quería, no merecía su amor, ella era una diosa y yo... no era nada.
Pero lo hacía —le dijo—. Estoy seguro —
Eric dudaba de aquel hecho pero no quería explotar aquella burbuja, no era tan
cruel como quería aparentar.
—Pues tuviste suerte —zanjó —.
—Tú querrá s a alguien un día, lo querrá s tanto que no te importará lo que pierdas
con tal de tenerlo a tu lado... —.
—Yo no siento ese tipo de cosas —.
—Cuando lo hagas —señ aló con una convicció n férrea—. Entonces quizá me
entiendas un poco, la locura, el sinsentido que es culpar a tu propio hijo de la ausencia
del amor de tu vida —
Eric sentía que su cabeza iba a explotar.
—Bueno, si no tienes nada má s que decir me voy —.
—Hijo, sabes que me queda poco —le recordó —.
Su hijo podía ver que en efecto que así era, lo ú nico que le preocupaba era có mo
se lo tomaría su abuela y su bienestar.
—Así es —.
—Acércate y dedicale una sonrisa a tu padre —le pidió —.
Eric sintió por primera vez algo por su padre, un pequeñ o sentimiento de
pertenencia que quizá no había sentido nunca. Quería irse de allí, dar un portazo, las
emociones humanas lo agotaban, pero se sentó a su lado.
Su padre levantó torpemente su mano, su hijo la cogió y dejó que la colocase
sobre su cara.
—Eres la viva imagen de tu madre —comentó entre lá grimas su padre—. Por eso
es tan duro mirarte...—
—Lo entiendo —soltó sin má s. No sabia có mo de huecas eran sus palabras pero sí
sabia que era lo que debía decir—. Te perdono —
Su padre abrió mucho los ojos, jamá s había esperado oír esas palabras de la boca
de su hijo.
—Gracias, hijo. Sé que mientes, pero gracias —.
El cosquilleo de una pequeñ a lá grima recorrió la mejilla de Eric, no se había dado
cuenta de que estaba llorando hasta que sintió aquella lá grima recorrer su faz.
—Yo ya no puedo hacer nada —le explicó Eric—. ¿Qué se supone que debo hacer?

—Todos los seres vivos tenemos que morir en algú n momento, es ley de vida.
Tendrá s a tu abuela —.
En el momento en el que le confesó cuá l era exactamente su habilidad supo que la
había usado con su abuela, no era una conclusió n difícil a la que llegar.
—La abuela no soportará tu muerte...—le dijo él con na mirada sombría en su cara
—. ¿Qué haré si no tengo a nadie que me quiera en este mundo? No quiero vivir solo
hasta el fin de los días —
—Encontrará s a esa persona, cualquiera puede quererte si le enseñ as lo bueno
que hay en ti —le dijo su padre—.
—¿Y si no hay nada bueno dentro de mi? —.
—Lo hay —.
Eric soltó la mano de su padre y desapareció , no quería romper a llorar como un
niñ o frente a él. Apareció en su vieja habitació n en Almería, había comprado la casa él
mismo cuando su padre se mudó .
Lloró hasta que su parte demoníaca empezó a reclamarle, no toleraba las
emociones humanas y mucho menos las má s puras como el amor o la tristeza.
Cuando dominó su poder después de matar un á rbol muy antiguo cambió la
esperanza de vida de su abuela, a la cual le quedaba muy poco de vida. La cambió hasta
los ciento cincuenta añ os, fue el primer nú mero que se le ocurrió , de esa forma sabía
que estaría ahí siempre para él.
Se preguntaba có mo llevaría la muerte de su hijo, él no podría retenerla si
quisiese morir. Si así fuese tendría que cumplir sus deseos y dejarla ir.
Estaba seguro de que sabía algo sobre su poder, era una mujer perspicaz, que no
hablase del tema no significaba que no supiese nada del mismo.
Y para colmo la ú nica persona ajena a su familia que le había hecho sentir algo,
por remoto que fuese, no lo quería a su lado. Entendía que era su culpa, lo había
perdido por su egoísmo pero lo quería a su lado por ese mismo sentimiento.
Estaba seguro de que tenerlo a su lado le daría la paz que necesitaba, que junto a
él, aunque no se permitiese amarlo como se merecía, sería de alguna forma feliz. Julio
era generoso por los dos, así era para su desgracia, solo él seria capaz de hacerlo sentir
menos solo en el mundo.
Por lo que debía usar todos sus encantos para tenerlo de nuevo a su lado, aquella
sería su misió n principal.
—Empieza el juego —.
Capítulo 5
Eres tan vanidoso
Eric observaba a Julio desde la distancia, le tranquilizaba el hecho de que nunca
má s lo perdería de vista, se había asegurado de que fuese así. Pero tenia miedo de
acercarse y ser rechazado de nuevo, no quería que la parte demoníaca dentro de él
asomase su cabeza e hiciese acto de presencia. Julio ya había visto lo peor de él, era el
motivo principal por el que desapareció .
Había pasado añ os acudiendo a brujos y demonios capaces de encontrar personas
durante los dos primeros añ os tras su marcha hasta que entendió que no conseguiría
encontrarlo, que solo podía esperar pacientemente a que apareciese. Hecho que solo
avivó su rencor hacia Cá lix.
Se había encargado de tener un ojo sobrenatural en todo momento en Almería y
en el instante en el que entró a casa de sus padres supo dó nde se encontraba. Esa
misma noche se encargó de arrebatarle del cuello el amuleto que lo ocultaba del
mundo y entonces respiró en paz. Nunca volverían a separarse.
Julio había estado hablando por teléfono con alguien mientras seguía calentando
los mú sculos en mitad del paseo marítimo, Eric lo observaba desde el balcó n de una
vivienda cercana. Pensaba en cuá l seria la tá ctica má s efectiva para acercarse a él, su
parte demoníaca le proponía las opciones má s radicales mientras que su parte
humana le advertía de que hay situaciones de las que no se puede regresar. Sin
importar có mo de arrepentido se estuviese.
Desapareció , se cambió de ropa en su casa a una má s deportiva y apareció de
nuevo en el paseo marítimo. Pensó que correr junto a él a pleno día y charlar un poco
no debería de causarle una reacció n de rechazo muy fuerte.
—¿Tienes hora? —le preguntó Eric—.
El chico se sobresaltó , hacia unos instantes no había nadie alrededor suya.
—Las doce y diez —le indicó Julio escuetamente tras mirar su reloj digital—.
—Aha —contestó Eric sin quitarle la vista de encima, le importaba muy poco la
hora o el día que fuese—.
—¿Algo má s? —.
—He bajado a hacer ejercicio —.
—Adelante —le dijo—. No te cortes —
Eric hizo un puchero teatral, no le gustaba có mo se dirigía a él. En ese momento se
propuso hacer puntos para ganarse su confianza.
—Me gustaría correr contigo, pero si te parece mal me iré —le dijo—.
Su interlocutor sabía que era uno de sus juegos, aunque no sabía cuá l.
—No podrá s seguirme el ritmo —soltó . Nunca le había gustado hacer deporte y
segú n veía su cuerpo no había cambiado nada—.
—Eso lo veremos —.
Julio comenzó a correr, lo hacía a una velocidad superior a la normalmente usaba.
Para su sorpresa Eric lo siguió a su izquierda de buena gana y sin mostrar ni un á pice
de cansancio.
Apretó para intentar dejarlo atrá s y siguió corriendo hasta que no pudo má s pero
Eric seguía estoico a su lado, sin una gota de sudor en su frente o un mechó n de pelo
fuera de su lugar.
—¿Ya te has cansado? —preguntó Eric con una sonrisa pícara—. Creía que
tendrías má s aguante...—
—¿Te has entrenado? —le preguntó Julio sin aliento—.
—No —confesó —.
—¿Entonces có mo mierda no está s cansado? —.
Eric tenia una explicació n muy sencilla para esa pregunta, había obtenido algunas
habilidades sobrenaturales gracias a los trabajos que hacia para su jefe, ese era uno de
ellos, una resistencia y una agilidad extraordinaria.
—Es uno de mis nuevos poderes —le dijo—.
—¿Nuevos? Pensaba que solo tenías uno —.
—Qué buena memoria, a lo mejor era ese —.
Julio no sabia cuá l era su habilidad especial, Eric no se lo había dicho
explícitamente y él nunca insistió en saberlo pese a que se lo hubiese preguntado en
una ocasió n.
—Supongo que no quieres que pregunte, no lo haré —le informó Julio—.
—No me importa que preguntes, eres mi amigo —.
Entre los dos se hizo un silencio muy incó modo, Julio ya le había dejado claro que
no eran amigos en la ú ltima conversació n que tuvieron. Hecho que no le había sentado
demasiado bien, Eric no esta dispuesto a oírlo de nuevo.
—Quiero decir —se adelantó Eric—. Hay confianza, puedes preguntar lo que
quieras —
—Otra cosa es que me respondas con la verdad, ¿no? —.
—Exacto —.
—Bien, en tu línea —.
Recuperó el aliento y comenzó a caminar hacia el otro lado del paseo marítimo,
solía correr hacia un lado y caminar de vuelta al otro. Eric lo siguió en silencio, tenerlo
a su lado le hizo rememorar muchos recuerdos que tenia aparcados en su memoria.
Eric había crecido unos pocos centímetros pero él había crecido má s, así que seguía
habiendo una gran diferencia de altura entre los dos.
—Eric, ¿cuá l es tu plan? —quiso saber—.
Su cara se iluminó .
—¿Para esta noche? Estoy libre —.
Julio lo miró de reojo intentando no fijarse en la expresió n que hacía y suspiró
ruidosamente.
—Siempre tienes un plan, te conozco. ¿Qué es lo que quieres? —.
—Quiero llevarme bien contigo —confesó —. Ganarme tu confianza de nuevo—
—¿Por qué? —.
Esa, sin duda, era una pregunta importante para Eric, ¿por qué seguía
obsesionado con él? Si admitía abiertamente para su fuero interno que no lo quería ni
sentía nada por él. ¿Se trataba solo de una obsesió n alimentada por una ausencia
repentina?
—Te echo de menos —admitió con honestidad, esperando la empatía de Julio—.
—No tengo intenció n de volver a có mo eramos, he crecido, he madurado y no
tengo tiempo para juegos —.
—Yo solo quiero estar en tu vida, ¿tan difícil es de creer? Soy un demonio pero
también soy humano —.
—Solo sacas que eres medio humano cuando te interesa —.
Eric lo pinchó con su dedo índice en el estó mago, pudo notar lo duros que estaban
sus abdominales.
—Tienes razó n, pero es la verdad —.
—¿No has hecho ningú n amigo en todo este tiempo? ¿Y Cá lix? —.
No tenia intenció n de hablar de Cá lix y de la situació n que los había separado
irremediablemente.
—No tengo amigos, han sido unos añ os... difíciles —le dijo—.
Julio paró en un pequeñ o kiosco y compró un par de botellas de agua, al volver
hasta Eric le lanzó una que cogió há bilmente con algo de incredulidad.
—¿Para mi? —preguntó —.
—No tienes sed? —.
—Sí, gracias —.
—A qué viene esa cara de sorpresa? —
Nadie era generoso con él, no sin querer algo a cambio, por eso Julio era especial
para él. Pese a lo mal que lo había tratado seguía siendo amable con él.
—No me lo esperaba, eso es todo —admitió el demonio—.
Abrió la botella y bebió un gran trago de agua, no estaba cansado de correr, había
usado una de sus habilidades para hacerlo por lo que solo bebió porque hacía calor y el
agua estaba fría. Caminaron juntos hasta el final del paseo.
—Yo subo por aquí, adió s —le indicó Julio—.
Antes de que pudiese cruzar el paso de cebra una moto aceleró y en un abrir y
cerrar de ojos el conductor le quitó de la mano el mó vil de las manos y huyó .
Eric solo se dio cuenta de lo que pasaba cuando dejó de mirar la faz de Julio,
entonces salió corriendo siguiendo a la moto por la carretera. Julio corrió tras él
aunque no era seguro correr por una carretera llena de vehículos.
—¡Eric, para, solo es un mó vil! —le gritaba Julio le gritaba mientras corría él,
naturalmente Eric usaba la habilidad demoníaca que le proporcionaba una agilidad
sobrenatural para poder seguirlo—.
Eric siguió corriendo sin parar, la moto aú n le ganaba en distancia y él no podía
correr tan rá pido.
—¡Moira, detenlo! —ordenó de mala gana—.
El pequeñ o cuervo con la pluma blanca salió de la nada frente a ellos y voló hasta
la moto, al llegar hasta allí se metió en el visor del casco del ladró n y empezó a picotear
sus ojos. El conductor tuvo que detenerse abruptamente antes de que chocase con el
vehículo que se encontraba frente a él.
Eric logró alcanzarlo, al acercarse el ave voló hacia la cima de una farola. Se
agachó y le quitó el mó vil del bolsillo del pantaló n, usó toda su fuerza de voluntad para
no propinarle una patada en el estó mago.
—¿Está s loco, tío? —se quejó el ladró n—.
Se agachó para estar a su altura.
—Tienes suerte de que no esté solo, sino verías mi peor lado —le susurró Eric
mostrá ndole su ojo demoníaco e infligiéndole terror—. Entonces el esguince en la
muñ eca sería el menor de tus problemas —señ aló pulsando su muñ eca con un dedo—
Unas pocas personas se acercaron a la escena y llamaron una ambulancia, había
un pequeñ o charco de sangre bajo el motorista. Julio llegó hasta él con la lengua fuera.
—¿Qué crees que haces? —preguntó Julio sin aliento—.
Eric le enseñ ó su mó vil con una sonrisa de triunfo, lo había recuperado para él, no
entendía la pregunta.
—Recuperarlo —.
—¿Eres tonto? —.
—Julio, solo he recuperado tu mó vil, si lo llego a saber...—.
—Has podido tener un accidente, ¿eres imbécil? —.
Eric estaba completamente seguro corriendo en una carretera llena de vehículos,
por eso lo había hecho, aunque lo atropellase un coche no lo mataría. Pero decidió
obviar aquella informació n, le gustaba que Julio se mostrase preocupado por su
seguridad.
—Lo siento, no lo pensé —.
—Joder...—soltó aú n sin aliento—. Me importa una mierda el mó vil, puedo
comprarme otro —
—No podía dejar que te robasen estando yo a tu lado —.
El conductor de la moto consiguió levantarse y se metió entre el gentío,
aterrorizado por la presencia de Eric.
—Vá monos...—le pidió Julio—.
—Lo que tu digas —soltó Eric de buena gana, iría al fin del mundo con él—.
Pararon en un banco lo suficientemente lejos del lugar para descansar, Julio no
tenia habilidades sobrenaturales, estaba agotado, apenas podía mantenerse en pie.
—¿Está s bien? —.
—No, me estoy mareando...—.
—¿Quieres que...? —.
—Se me pasará , solo necesito recuperar el aliento —.
El pequeñ o cuervo aterrizó en el banco de madera donde se encontraban
sentados.
—El cuervo lo ha atacado —le dijo Julio, lo había visto con incredulidad mientras
corría tras Eric—.
Eric le acarició el vientre con su dedo índice.
—Es una chica —le dijo—.
—¿Có mo lo sabes? ¿La pluma blanca? —.
—Se llama Moira, es una... conocida mía —confesó Eric con un poco de
remordimiento—.
—No entiendo nada , ¿la mandaste tú a atacar al motorista? —.
—Temo que no te guste mi respuesta...—.
Julio se cruzó de brazos.
—¿La has entrenado o algo así? —quiso saber—.
—No, es mi familiar —.
—¿Familiar? —.
Por lo general solo los brujos y brujas poseían un “familiar”, un animal que los
sirve y obedece durante toda su vida. Eric consiguió que una bruja muy poderosa
realizase el ritual para conseguirle uno a cambio de un intercambio en el que ella salió
ganando.
—Es una historia muy larga, a lo mejor te aburres...—comentó Eric con
preocupació n—.
—Eres listo, resume la historia —gruñ ó Julio—.
—Es como una especie de mascota má gica, todos los brujos tienen una —.
—Pero tú no eres uno, ¿no? —.
Julio lo miró tan serio que lo hizo reír, había olvidado lo guapo que se ponía
cuando fruncía el ceñ o.
—¡Oh, no! No lo soy —respondió con cara de asco—. Una bruja me ayudó a
conseguirlo —
Eric temía que uniese toda aquella informació n y se diese cuenta de que lo había
estado vigilando a través de sus ojos por lo que necesitaba cambiar de tema.
—Oye, no puedes andar, ¿te llevo a mi casa? ¿Comemos juntos? —le propuso—.
—No —.
—Bueno... ¿te llevo a la tuya? —.
—Puedo andar —le aseguró —.
—No, no puedes. Llegaríamos en un abrir y cerrar de ojos —.
—Veo que está s muy seguro de tus habilidades, antes no te gustaba desaparecerte
—.
En un principio Eric odiaba aparecerse y desaparecerse, le hacia sentir que su
lado oscuro lo absorbía y opacaba su otra mitad. Con el tiempo descubrió que
enfocá ndose en sentimientos negativos podía hacerlo con suma facilidad. Y durante
esos seis añ os había tenido una fuente inagotable de rabia y frustració n por lo que lo
había acabado dominando.
—Ha pasado mucho tiempo —se excusó él—. He tenido tiempo para mejorar mis
habilidades —
—Ya veo...—.
—Siempre podemos pedir un taxi o...—.
Se encontraban a unas pocas calles de su casa, seria ridículo pedir un taxi, Julio se
encontraba tentado a aceptar su oferta. Deseaba descasar en su sofá y darse una
ducha, aú n tenia el pulso acelerado.
—Está bien, puedes llevarme, pero solo por esta vez —acordó Julio—. Y a mi casa,
no a la tuya —
—Como mandes —.
Agarró su muñ eca y los tres desaparecieron, incluido el pequeñ o cuervo. Para
aparecer en el pasillo de la casa de Julio, por fortuna no solía haber nadie a esa hora.
—Gracias —.
—De nada, ¿te ayudo a algo má s? —.
—No, ya puedo seguir yo —.
—¿Me voy entonces? —.
Le costaba ser desagradable con él, sobretodo cuando mostraba su mejor cara.
Era un truco muy burdo pero que le funcionaba a la perfecció n, por lo que se sentía
muy tonto.
—Eric, no me gusta ser desagradable con nadie. Ni siquiera contigo —admitió
desinflando toda la fachada dura que había mostrado hasta ahora—.
Eric asintió , lo conocía bien.
—Lo sé —.
—Entenderá s que tenga mis reservas en cuanto a ti —.
—Sí, no me porté bien contigo. Es comprensible —.
—Entonces también comprenderá s que no puedes aparecer de la nada y retomar
una amistad que para empezar no era sincera —.
Esa afirmació n le molestó , él no había fingido ser su amigo, lo era, lo consideraba
su ú nico amigo hasta la fecha. Aunque era cierto que su amistad empezase por motivos
egoístas. Los suyos.
—Sí era sincera, para mi sí —le aseguró —.
—Me refiero a... solo eramos niñ os. Yo estaba loco por ti, tú lo sabias y hacías lo se
te antojaba conmigo —.
La palabra “estaba” resonó en la cabeza de Eric como unos arañ azos en una
pizarra.
—Ya no soy así —le dijo—.
—Me alegro, pero lo que quiero decir es que...—.
—Podríamos intentarlo de nuevo, ser amigos. No perderías nada, sino que
ganarías. Yo puedo ser muy ú til, ya lo has visto, podría cumplir todos tus deseos. ¿Que
quieres viajar a dó nde sea? Puedo hacerlo y....—.
Julio lo interrumpió , sintió la desesperació n en su voz, lo que solo consiguió
enternecerlo aú n má s, pese a su resistencia.
—Los amigos no está n para conseguir cosas del otro, yo no puedo darte nada de
eso —le dijo—.
—No necesitas darme nada, solo te quiero a ti —.
—Eric, si solo quieres mi amistad... podemos intentarlo —.
Sintió que lo había rechazado abiertamente, sintió un nudo en su garganta, pero
no iba a rendirse.
—Sí, quiero tu amistad —.
Julio suspiró agotado, sabia que era muy probable que se arrepintiese en el futuro
pero decidió darle una pequeñ a oportunidad.
—Podemos intentarlo entonces —.
—¡Bien! —.
—Pero tenemos que respetar los límites del otro —le advirtió —.
—Yo respeto todos los límites —le dijo llevá ndose la mano al corazó n y haciendo
un gesto solemne—.
Julio se cruzó de brazos, sabiendo que aquella afirmació n era una vil mentira.
—¿Hablamos ahora de porqué tu familiar me sigue a todas partes? —preguntó —.
¿La privacidad no es un limite para ti? —
Eric soltó una risita nerviosa, había subestimado la inteligencia de Julio.
—Le gustas mucho, me lo ha dicho —le aseguró —.
Estaba a punto de recriminarle que no le gustaba nada que lo siguiese pero aquel
comentario lo sacó de onda.
—¿Habla? —preguntó extrañ ado—. Es un pá jaro —
—Mentalmente, le he prohibido que te hable pero si quieres le daré permiso —.
Y así, de un momento para otro se vio inmerso de nuevo en un mundo
sobrenatural que no había echado de menos.
—Déjala que haga lo que quiera —suspiró Julio—.
—¡¿Lo has oído Moira?! —.
El ave saltó de la nada al hombro de Eric, frente a Julio.
—¿Se llama Moira? —preguntó —.
Eric le puso su nombre, los familiares no tienen uno hasta que obtienen un
vinculo con su amo. Las Moiras eran conocidas en la mitología griega por controlar el
destino de los mortales y los dioses por lo que al demonio le pareció ideal para su
familiar.
“Encantada de conocerte —le dijo ella con voz cantarina, su voz resonaba en su
mente sin ser percibida por sus oídos, lo que le hacia sentir extrañ o—.
—Igualmente —contestó incrédulo—.
—Si necesitas llamarme puedes pedírselo a ella —le indicó Eric—. Yo tengo unas
cosas que hacer así que debería irme —
—¿La dejas aquí? —.
—¡Es que le caes mejor tú ! —le recordó —. Ademá s seguro que te cae bien —
—Claro...—.
Su sombra saltó del suelo hacia él y lo envolvió , desapareciendo frente a Julio
antes de que pudiese quejarse de nuevo. El pá jaro voló hasta subirse a un picaporte
cercano con cierta gracilidad.
—¿No te quieres ir con él? —.
Se sentía tonto hablá ndole al cuervo.
“Prefiero estar contigo —respondió —.
—¿Los familiares pueden mentir? —.
“Sí, no somos de fiar —le contestó —. Mi amo te ha mentido, aunque solo en parte.
Es cierto que me gusta estar contigo —
—Al menos eres sincera...—.
“Estoy obligada a servir a mi amo en todo lo que me ordene —.
—¿Y te ha ordenado seguirme? —.
“Sí —.
—Pero asumo que no te ha ordenado mentirme con respecto a eso —.
“No, por eso puedo contá rtelo —.
Aquel era un dato interesante, sin duda no lo olvidaría.
—Está bien saberlo...—admitió —. ¿Tienes sed? —
“Sí, pero preferiría una bebida con alcohol —.
Estuvo a punto de negá rselo aludiendo al hecho de que era un ave pero se mordió
la lengua, era un ser sobrenatural, si pedía alcohol es porque podía beberlo.
Abrió el mueble bar de su padre en el saló n y le echó un poco de ginebra en un
pequeñ o vaso.
—¿Quieres hielo? —preguntó —.
“No, así está bien —.
—Genial, que aproveche —soltó Julio con incredulidad antes de dirigirse al bañ o
para darse una merecida ducha fría—.
Capítulo 6
Nosotros nunca vamos a volver juntos
Julio habían quedado esa noche, habían estado hablando por teléfono en la
mañ ana con Esteban, un chico con el que tuvo algo en Zaragoza. Al parecer estaba
trabajando allí en Almería y por eso le habían escrito, a Julio le gustaba, era un chico
muy simpá tico. Y por suerte su relació n habían sido tan breve que no habían tenido
que romper con él.
Los dos se encontraron en la puerta de un conocido restaurante italiano en el
centro de la ciudad, aparcar habían sido todo lo horrible que recordaba que sería.
Esteban tenia el cabello castañ o, muy corto, era un aspirante a actor que hacía
teatro por todo el país en aras de conseguir un papel en televisió n y hacerse famoso.
La belleza lo acompañ aba, tenia una cara pequeñ a y bonita, del gusto de Julio.
Al encontrarse se dieron un abrazo y un beso un tanto incó modo.
—¿Te ha costado aparcar? —preguntó Julio—.
—Vivo cerca, he venido andando —.
—Qué listo, yo tenia que haber hecho lo mismo —.
—¿Vives cerca también? —.
—La casa de mis padres está a quince minutos andando, sí. Pero me ha podido la
pereza —.
Esteban se rió , alabó el aspecto de Julio y este hizo lo mismo con él. Luego ambos
entraron en el restaurante y siguieron charlando distendidamente.
Frente al restaurante apareció Eric, habían estado haciendo un trato con una
mujer en la otra punta del país. Silbó y el pequeñ o cuervo bajó desde la farola en la que
se encontraba hasta posarse en su hombro. No estaba de buen humor, habían visto por
los ojos de Moira que Julio tenia una especie de cita con un chico.
—¿Se han besado? —quiso saber Eric—.
“No en la boca —.
—Bien...—.
Los observaba con total claridad desde la claraboya del escaparate del local,
ambos reían despreocupadamente.
—Está muy guapo —comentó Eric—. Le quedan tan bien los colores claros con su
color de piel...—
“El amante o Julio? —quiso saber el ave—.
—Moira, vigila tus palabras si sabes lo que te conviene —.
“Disculpa, amo —.
—¿Debería matarlo? Morirá en cuarenta y un añ os, qué má s da, ¿no? —.
“No creo que sea apropiado, amo —.
—¿Por qué? —se quejó —.
Una pareja pasó a su lado, la chica no pudo evitar fijarse en el cuervo que tenía en
su hombro. Eric le dedicó una mirada de pocos amigos.
“Creo que a Julio no le gustaría —dijo Moira—.
—No tiene por qué saberlo —se excusó —.
“Lo sabrá , es listo —.
—Aha —.
Movió un dedo e hizo que el camarero tirase sobre el chico que estaba con Julio un
par de bebidas y un plato de pasta. Al verlo sucio y lleno de pasta no pudo evitar soltar
una risa malvada, una que no duró demasiado al ver có mo Julio pasaba una servilleta
blanca por sus pantalones.
—¿Qué propones, Moira? Podría abandonarlo en el polo norte y dejar que el clima
hiciese mi trabajo... —.
“Podríamos volver a casa a ver algo en televisió n —.
Eric la espantó de su hombro de un manotazo, el pequeñ o cuervo voló hasta el
techo de un coche cercano.
“Era broma, qué cará cter...—.
—Soy demasiado suave contigo...—.
Un escalofrió recorrió el cuerpo de Eric, Julio habían fijado su vista sobre él.
—Mierda, me ha visto —le dijo al ave empezando a caminar con disimulo fuera de
su visió n—.
“Está saliendo, amo —.
Circulaban muchas personas a su alrededor, no debía desaparecer frente a nadie,
así que se metió entre dos coches y se agachó para desaparecerse.
Julio salió para encontrarse con el ave.
—Estaba contigo —gruñ ó —.
“¿Quién? —.
Soltó un bufido y volvió dentro del restaurante, acabaron de comer y Julio se
ofreció a acompañ arlo hasta su casa a cambiarse de ropa. Aquel incidente no habían
hecho que la cita se arruinase, Esteban tenia muy buen humor y los dos se rieron del
accidente del camarero durante toda la noche.
Comieron un helado cerca de la casa de Esteban, el chico tenia planeada el resto
de la noche hasta que recibió un mensaje en su mó vil.
—Mierda...—se quejó Esteban—.
—¿Qué pasa? —.
—Mis compañ eros duermen aquí esta noche...—.
—Ah —.
—Bueno, les habían pedido que me dejasen la casa libre para... ya sabes—.
—¿Para qué? —le preguntó Julio con una mezcla de picardía y torpeza—.
Esteban soltó una risotada, era lo que le gustaba de Julio, que pese a lo grande que
era podía ser muy adorable.
—Hoy tenia muchas ganas de jugar contigo...—le dijo—.
—Bueno, voy a estar en Almería todo el verano —comentó Julio—.
—¿Quedaremos de nuevo? —.
—Si no te has aburrido ya de mi, sí —.
—¿Có mo me voy a aburrir de ti? —dedicá ndole una mirada obscena mientras
lamía una cucharita de plá stico—. Si cada vez que te veo está s má s rico...—
Uno de los cristales del portal de Esteban explotó cuando parecía que los dos iban
a darse un beso. Ambos quedaron en shock hasta que Julio entendió qué pasaba. Se
despidieron con la promesa de encontrarse de nuevo y este se fue a recoger su coche
del aparcamiento hecho una furia.
—Moira —gruñ ó al ver al ave sobrevolarlo mientras caminaba—.
El pequeñ o pá jaro se posó en su hombro.
“¿Me has llamado? —.
—Dó nde está ? —.
“¿Eric? —.
—Sí, Eric —.
“No lo sé con exactitud aunque podría aparecer dó nde esté —.
—¿Puedes desaparecer conmigo?
“No, lo siento —.
Moira compartía la habilidad de aparecer y desaparecer de su amo pero só lo
podía usarlo sobre sí misma.
—Dile que quiero hablar con él —.
“Bien —.
Siguió caminando hasta que llegó al aparcamiento, bajó por un ascensor y llegó
hasta su coche. En ese momento apareció Eric frente a él.
—¿Me llamabas? —preguntó Eric con una amplia sonrisa—. Estaba viendo una
serie de televisió n —comentó mirando a Moira—
—¿A qué juegas? —.
—Explícate —le preguntó con la boca chica—.
—Has estado fastidiando mi cita —.
—¿Tenias una cita? —.
Julio le pegó una patada a su coche, haciendo saltar la alarma. Le fastidiaba que
justo después de que le hubiese dado una oportunidad para ser amigos estuviese
haciendo de las suyas.
—Si esto va a ser así retiro lo dicho, no vamos a ser amigos —le advirtió —.
—Julio, espera —.
—¿¡Qué?! —.
—Sí os vi, solo tenia curiosidad —admitió —.
Sonaba sincero pero todos los incidentes que habían acumulado a su alrededor o
señ alaban a él, no caería en su trampa en esa ocasió n.
—¡Mientes! Paso —.
—¡Espera! —.
Se metió en el coche y arrancó , dejá ndolos atrá s. Eric desapareció con la intenció n
de aparecer dentro de su coche pero lo pensó mejor a medio camino, aquello solo iba a
enfurecerlo aú n má s.
Apareció frente a él en el momento en el que aparcó .
—Julio, escú chame —le pidió —.
—A ver, ¿qué elaborada mentira tienes que contarme? Soy todo oídos —.
En ese momento se rindió , Julio sabía cuando mentía.
—Es cierto, estaba celoso —.
—Lo admites, has sido tú . El cristal, todos los accidentes...—.
Asintió con pesar, no habían previsto que hacer todas esas cosas provocaría su ira
de esa forma. O que se diese cuenta de que habían sido él.
—Lo siento —.
—¡No, no lo sientes! —.
—Estaba celoso, me pilló desprevenido y me dejé llevar —.
—Eric, nosotros nunca, nunca vamos a volver juntos. ¿Eso lo sabes verdad? —.
No respondió , aquella afirmació n lo habían golpeado en el pecho como una bola
de demolició n.
—No volveré a hacer algo así, lo siento —le dijo—.
—¡Nunca! —repitió —. Nosotros nunca vamos a estar juntos —
Los ojos de Eric se pusieron vidriosos, Julio se percató y dejó de gritar. Lo esquivó
y se dirigió hasta su casa.
—¡Julio! —lo llamó el demonio—.
—Ahora no quiero hablar —.
—Está bien —.
Moira apareció sobre el coche de Julio y observó có mo Eric reprimía con fuerza
las ganas de llorar. No dijo nada, sabía que su amo podía ser muy cruel si se lo
proponía.
—No dejes de seguirlo —le ordenó Eric—.
“Sí, amo —.
Desapareció y apareció en la habitació n que tenia en la facció n, allí gritó hasta
desahogarse. No iba a aceptar que nunca volviesen a estar juntos, se equivocaba, en
algú n momento cambiaría de idea. Le costaría má s esfuerzo volver a hacer que
confiase en él de nuevo pero lo haría.
Alguien tocó a su puerta, se limpió las lá grimas con la palma de la mano y puso su
mejor cara de pó quer. Al abrirla vio a Cá lix, la ú ltima persona que quería ver.
—He oído...—empezó a decir este—.
—¿Qué has oído, Cá lix? —gruñ ó él—.
Tras él apareció Ax y le hizo un gesto para que saliese.
—Eric, está s ahí, sígueme —.
No podía negarse a hacer nada que le dijese el líder de su facció n así que se tragó
su mal humor y asintió .
—Sí, jefe —.
Los tres bajaron por el ascensor hasta la primera planta.
—Hemos encontrado a uno, necesitaré tu ayuda —le dijo Ax—.
Su facció n tenia una lista considerable de enemigos a los que tenia en busca y
captura, Cá lix habían encontrado a uno de ellos y se disponían a darle caza.
—¿Está seguro, señ or? —preguntó Cá lix—. Puede ser peligroso —
—Eric ya no es un niñ o, deja de protegerlo —le dijo—. ¿Está s listo? —
—Sí —.
Los tocó a los dos y se evaporaron en un milló n de volutas negras, apareciendo en
jardín al norte de la ciudad del Vaticano.
—Estos son los jardines cuadrados, ella está dentro la pinacoteca —les indicó
Cá lix—.
—Eric, quiero que mates a todos los demonios que veas de una forma silenciosa
—le pidió su líder—.
Pocos habían má s silenciosos que él, solo tenia que establecer contacto visual con
su objetivo y limitar su esperanza de vida a seis minutos, el mínimo que podía
imponer.
—Señ or, no puedo limitar su vida a menos de seis minutos —le explicó —.
—Tienes que seguir trabajando eso —le dijo con tono sombrío—.
—Sí, señ or —.
—Entonces entrará s solo y marcaras a todos los demonios que te encuentres —le
explicó —. Limitará s sus vidas y entonces vuelves —
—Señ or...—empezó a decirle su mano derecha—.
—Cá lix, no estoy de humor —.
—Bien, voy a ello —anunció Eric—.
Matar a unos cuantos demonios le serviría para levantar los á nimos y soltar un
poco de la ira que lo carcomía.
El lugar era de una belleza exquisita, iluminado con cuidado y lleno de gente que
transitaba fuera y dentro de la pinacoteca. Eric observó que todos vestían con ropas
elegantes, hombres y mujeres, por lo que asumió que había un evento en marcha en
dicho lugar.
É l no podía identificar a un demonio solo con su presencia, como hacían otros
demonios, pero sí podía hacerlo al ver su esperanza de vida. Si ésta era extrañ amente
larga era un demonio.
Su habilidad se habían desarrollado ampliamente en esos seis añ os, los nú meros y
símbolos que una vez se arremolinaban alrededor de una persona ahora mostraban un
contador, como si de un reloj se tratase. Un día entendió que era capaz de modificar
có mo veía los datos que contenía la gente por lo que los adaptó a una forma má s
sencilla.
Limitó la esperanza de vida de todos los demonios que pasaban caminando,
charlaban o se encontraban fumando entre los jardines sin que estos se percatasen de
su presencia o de lo que estaba haciendo. Caminó hasta la pinacoteca, allí debía de
estar la mujer demonio a la que habían ido a buscar segú n había indicado Cá lix.
Encontrarla era como encontrar una aguja en un pajar pues ni siquiera le habían
dicho qué aspecto tenía. Limitó la vida de los demonios que observó entre la multitud
sin encontrar al objetivo principal. Los demonios má s fuertes mostraban una
inmortalidad distinta a los híbridos o al resto de demonios. A sus ojos de un color má s
intenso.
—¿Qué ven mis ojos? —dijo una voz grave—.
Aquella era la ú ltima persona que Eric esperaba encontrarse en un lugar similar.
Se trataba se Asyro, un demonio sú cubo que se habían mostrado muy interesado en él
desde el momento en el que lo vio y que no aceptaba un no por respuesta. Habían
tropezado un par de veces durante esos seis añ os y habían desaparecido antes de que
este pudiese dirigirla la palabra.
—Tú —soltó Eric con todo el desprecio que supo interpretar—.
—Está s tan guapo como siempre —.
—Supongo —.
—¿Qué haces aquí? —.
É l vestía un elegante traje de color azul marino junto con una corbata granate que
destacaba sobre u camiseta blanca como la nieve. Por lo que debía de estar invitado a
aquel evento.
—Paseando —.
—¿Sin una vestimenta adecuada? —.
Eric se giró y caminó hacia el lado opuesto, no podía desaparecer frente a toda esa
gente por muchos motivos y ciertamente no podía seguir haciendo su trabajo con
aquel cretino molestá ndolo.
—¿Por qué no nos vamos a un sitio má s intimo? —propuso Asyro—. Te haré ver
las estrellas —
—Eres duro de mollera por lo que veo —.
—Tengo muchas cosas muy duras, ¿quieres comprobarlo? —
Observó a Cá lix en la esquina de uno de aquellos arbustos enormes, pero no a su
jefe, probablemente este solo aparecería para dar el toque de gracia.
“¿Está s en problemas?” —le preguntó Cá lix mentalmente—.
“Es un cretino que no me va a dejar en paz. En dos minutos caerá n treinta y siete
demonios, díselo al jefe —.
”Está bien, continuaremos desde aquí. No te involucres —le dijo—.
Eric no le respondió , lo detestaba.
—¿En qué piensa esa cabecita rubia? —quiso saber el sú cubo—.
—En lo feo que eres, yo jamá s te tocaría ni un palo —.
Asyro soltó una carcajada, era atractivo, lo sabia. Le gustaba aquel tira y afloja que
tenían entre los dos. En ese momento Eric pensó en limitar su vida sin duda seria fá cil,
pensó que era idiota por no haberlo pensado antes pero antes de hacerlo el primer
demonio se desplomó y el grito de su acompañ ante llenó el aire.
—¿Qué sido eso? —se quejó Asyro—.
—No soy adivino —.
Asyro lo agarró de la muñ eca y tiró de el hasta asomarse a la multitud que gritaba.
Eric se deshizo del agarre con un rá pido movimiento de su mano.
—¿Siempre has sido tan á gil? —preguntó —.
—Es mi habilidad —soltó Eric, los demonios híbridos como él só lo solían tener
una habilidad por lo que esperaba que creyese que esa era su “inocente” poder—.
—Ya veo —.
Los demonios se desplomaron como un dominó ante el asombro de los mortales y
el resto de los demonios. Entonces Eric desapareció volviendo al lugar en el que
habían aparecido por primera vez, allí se encontraba su jefe.
—En un instante iremos dentro —le indicó él muy serio, Eric podía notar que se
encontraba de un humor de perros—.
—Sí, señ or —.
Cá lix se habían encargado de poner un sello má gico en el edificio impidiendo que
ningú n demonio entrase o saliese má gicamente del lugar, todos menos su propio jefe.
Eric y Ax aparecieron dentro del edificio, Eric siguió acortando la esperanza de
vida de todos los demonios con los que se encontraban
—Camina con calma —.
Los dos caminaron por los largos pasillos llenos de obras de arte hasta que
llegaron hasta una gran sala espaciosa, allí habían dos hombres y una mujer con el
cabello oscuro. Al ver a Ax los hombres junto a ella corrieron hacia él. Eric supuso que
su jefe se encargaría de ellos así que se concentró en la mujer a la que habían ido a
buscar, su esperanza de vida destacaba entre todos los demonios que habían visto.
Ax solo tuvo que mover uno de sus dedos para prender fuego a los dos hombres,
que ardieron gritando horriblemente hasta que desaparecieron en el aire.
Eric se encontraba descifrando el laberinto que era cambiar la esperanza de vida
de un demonio poderoso pero no tardó en hallar por dó nde entrar, entonces limitó su
vida a seis minutos.
“Hecho, señ or —le dijo a su jefe mentalmente, nunca habían osado hacerlo antes
pero asumía que la situació n lo ameritaba—.
El hombre dio unos pasos hacia la mujer.
—¿Como te haces llamar ahora? —preguntó . Parecían viejos amigos reuniéndose
—.
—Qué má s da, has venido a matarme —.
—Todo esto se podría haber evitado si te hubieses unido a mi facció n —se quejó
Ax—. Pero el orgullo...—
—Sabes có mo yo que eso no funciona así —.
É l se encogió de hombros.
—Podías haber recurrido a mi —soltó —. Podía haberlo hecho má s fá cil para ti,
nos habríamos ahorrado esto —
Ella lo miró por encima del hombro, no iba a perder el orgullo en sus ú ltimos
momentos de vida.
—La lealtad para mi sí significa algo —.
—¿Te apetece hacer un trato? —le preguntó Ax—.
—¿Un trato? ¿El todopoderoso Axianelial me ofrece un trato? —preguntó
incrédula—. Nunca te vi mostrando misericordia hacia tus enemigos antes —
—La edad me ha hecho má s sensible —.
—Lo dudo —.
—Sin embargo no ha cambiado mi paciencia —señ aló molesto—.
—¿Qué quieres? —.
—El rubí —.
Ella sonrió , sabia a qué se refería, su líder habían robado las piedras de una
corona que era capaz de amplificar los poderes del poseedor inmensamente. Habían
separado las piedras de la misma para evitar que la facció n enemiga las encontrasen
de nuevo.
—¿Só lo te falta el rubí? —le preguntó ella soltando una carcajada que confirmó
que sabía quién poseía el resto de las piedras—.
—Sé que tú tienes el rubí, si me lo das ahora te perdonaré la vida —.
—No te creo —.
—Haré un trato de sangre si así lo quieres —.
La mujer lo pensó durante unos instantes.
—¡No tengo mucha paciencia como te he dicho! —gruñ ó , solo tendría seis
minutos desde que Eric habían cambiado su esperanza de vida—.
Hizo aparecer frente a ellos un circulo lleno de símbolos arcaicos, con él podrían
llegar a un acuerdo má gico e irrompible.
—¿Juras que jamá s me buscará s de nuevo ni me hará s dañ o? —preguntó la mujer
—.
—Desde ahora no te buscaré ni usaré mis poderes para hacerte dañ o —.
Su generosa propuesta la impresionó , Ax era letal, todo el que lo conocía lo sabía.
Así que se apresuró a rajar la palma de su mano y verter su sangre en el suelo, luego él
hizo lo mismo.
—Trato hecho —dijo ella—.
Puso su mano sobre su pecho e hizo aparecer una piedra roja muy brillante. Ax
abrió la palma de su mano y la mujer se encargó de que dicha piedra apareciese sobre
ella.
—Me voy pues... —anunció —.
—Te aconsejo que salgas del edificio caminando, he hecho imposible la
teletransportació n sobrenatural —comentó Ax—.
—Gracias por el consejo —.
Caminó muy pagada de sí misma hasta llegar su lado.
—Caerá s Axianelial, está s demasiado obsesionado con el pasado —.
—La venganza es un hobby maravilloso, ¿en qué sino emplearía la inmortalidad?
—.
—É l se lo buscó , lo sabes —.
—Te aconsejo que no menciones su nombre —.
—¿Vas a matarme? —preguntó soltando una risotada—. No puedes —
—Cierto, no puedo —.
La mujer demonio le dedicó una mirada curiosa a Eric, que habían permanecido
quieto al lado de su líder.
—É ste es guapo, siempre has tenido buen gusto —comentó ella—.
—Adió s, Melá ndrika —.
—¡Hasta luego! —.
Caminó unos pocos pasos má s, Eric vio có mo pasaban los ú ltimos segundos de su
vida y entonces cayó desplomada al suelo.
—Se me han hecho eternos esos seis minutos —soltó Ax de mejor humor—.
—Lo siento, señ or —.
—No pasa nada aunque no olvides mejorar esos nú meros —.
—Sí, lo haré —.
Se acercó hasta la mujer e hizo que su cuerpo desapareciese en una nube de
ceniza y fuego.
—Has sido muy listo, señ or —comentó Eric—.
Ax apretó la piedra en su mano, esperaba poder completar la corona de nuevo,
necesitaba de su poder para realizar una hazañ a sin parangó n.
—Gracias, Eric —.
Capítulo 7
Bailando solo
Eric caminó por las atestadas calles de roma, que seguían llenas de turistas pese a
ser tan tarde en la madrugada, disfrutaban de helados y bebidas en los locales que aun
se encontraban abiertos o simplemente caminando con su ser querido, apreciando la
belleza de la ciudad.
Un hombre se acercó a Eric, lo había visto parar a una chica antes que a él. Traía
consigo dos grandes cestas de mimbre llenas de rosas.
—¿Una rosa para un chico guapo? —preguntó con un fuerte acento italiano. Eric
podía entender todos los idiomas mortales, así como ser entendido, pero aú n era capaz
de diferenciar un acento nativo a uno que no lo era—. Tengo rosas normales y aú n má s
especiales que esas, liofilizadas —
—¿Liofilizadas? —preguntó . Nunca había oído ese termino—.
El hombre le mostró una rosa, se encontraba dentro de un envoltorio má s rígido y
resistente que el de las otras rosas. A simple vista parecía ser exactamente igual a las
otras.
—Está n tratadas con unos productos especiales para que vivan mucho má s —le
explicó , pensando en que había captado su atenció n y estaba a punto de hacer una
venta—. Podrá apreciar su belleza y su perfume durante añ os —
—¿Añ os? —preguntó Eric con una sonrisa malvada en su cara—. Suena bien —
Había muchos como él, vendiendo flores o estú pidos llaveros. Tras desahogarse
matando a un buen puñ ado de demonios se sentía mucho mejor. Su mente estaba
mucho má s clara y aquella rosa le había dado una brillante idea.
—¿Cuá nto cuestan? —.
—Por ser usted, sesenta euros —.
—Deme una, la má s bonita —le pidió —.
La rosa estaba envuelta en un fino papel dorado, su color rojo era intenso, mucho
má s que el del resto.
—¿Esta le viene bien? Es la má s bella que tengo —.
—Sí, esa valdrá —.
Eric olió la bonita rosa roja, desprendía un agradable y fresco perfume, los
productos que hubiesen usado para hacerla imperecedera habían alterado a su olor.
Caminó hasta meterse en un callejó n, allí desapareció y apareció frente a Julio,
que dormía plá cidamente en su habitació n.
—La palabra “nunca” es una muy tajante, no deberías usarla con tanta ligereza —
susurró Eric refriéndose a lo que le había dicho Julio sobre que nunca volverían a estar
juntos—.
Dejó la rosa sobre la mesita de noche y le dedicó una sonrisa a la bonita cara que
tenia al dormir, los coloretes de sus mejillas le recordaron a los colores de la rosa que
ahora descansaba a su lado.
—Ahora me debes el precio de ésta rosa —sentenció en voz baja—. Desde ahora y
hasta que pagues la deuda tu belleza, juventud y tu salud permanecerá n inmutables al
tiempo o a la muerte —
Al establecer aquella deuda justificó para sí mismo el cambiar su esperanza de
vida, le arrebató la mortalidad de su destino y en su lugar dejó una brillante
inmortalidad. Pero no una cualquiera, había varios tipos de inmortalidad, en concreto
la misma que había visto en el líder de su facció n.
Antes de aquella noche Eric sabía que Julio moriría con ochenta y cinco añ os, de
viejo. Pero tras esa noche no sería así, nunca moriría. Era la primera vez que hacia algo
así, ni siquiera sabia que fuese capaz de hacerlo.
—Tendremos toda la eternidad para entendernos... y un día solo te quedaré yo —
le dijo—.
Julio se giró en su cama y el demonio desapareció entre las sombras con el
optimismo renovado por su retorcida idea. No entendía có mo no se le había ocurrido
antes, aquel era un plan que no le podía fallar.
Moira le indicó a Julio en la mañ ana que su amo quería hablar con él, no quería
aparecer frente a él y que se enfadase así que se caminó con cuidado. Julio había
encontrado la rosa que le había dejado en la noche sobre su mesita y no se lo había
tomado demasiado bien.
Ambos desayunaban en la cocina de Julio, esa mañ ana se levantó sin ganas de salir
a correr. Estaba de mal humor.
—Está bien, dile que venga —le dijo Julio—.
Eric apareció frente a él con ojos de corderito degollado.
—Hola grandulló n —.
—Siéntate —.
—Sí —dijo obedeciendo sin rechistar—.
—No quiero que vuelvas a hacer lo de ayer —.
Eric sonrió ante tal idea, no le haría falta hacer lo de ayer.
—Vale —.
—Qué caradura que tienes...—se quejó Julio—.
Eric cogió uno de los churros de la mesa y le dio un mordisco, se había levantado
hacia poco.
—¿La tengo? —.
—Sé que usas a Moira para vigilarme —.
—¿A ella le gusta estar contigo, no te vigilo como crees !—le mintió —. Te adora,
ademá s es lo má s seguro —
—¿Seguro? —.
Eric se encogió de hombros.
—Bueno, ella puede decirme si tienes problemas —le dijo—. Entonces puedo
aparecer a tu lado y ayudarte —
—No eres mi hada madrina, Eric. Todos tenemos problemas —.
—Bueno, yo no podría vivir si te pasase algo... así que ella me lo diría si así fuese.
Tó malo como una ayuda sobrenatural en caso de que la necesitases —.
Aquello lo enterneció , pese a que seguía siendo retorcido.
—Me está s liando de nuevo...—resopló Julio—. La culpa es mía por ser tan
blando...—
—No te enfades, ¿quieres comer pizza en la plaza de Fiori? Dijiste que tenían la
pizza margarita má s deliciosa del mundo —le recordó —.
A Julio le sorprendió que recordase aquel insignificante comentario que había
hecho en una ú nica ocasió n. Habían comido allí durante su viaje a Italia hacia seis añ os,
el día antes de que se acostasen y empezase a distanciarse de él. Aquel recuerdo no se
había borrado de su mente, de la de ninguno de los dos.
—Voy a cambiarme —anunció con desgana. No iba a mentir y a decirle que no le
apetecía porque así era—.
—¡¿En serio?! —.
Se lo había propuesto sin pensar, no creía que aceptase.
—Lo tomaré como un pago para perdonarte —le dijo Julio—.
Eric aplaudió contento, le apetecía hacer algo con él. Y sobretodo le gustaba que
era algo que solo podría hacer con él, su amigo el “actor” no podría llevarlo
má gicamente a comer a cualquier parte del mundo.
—Trato hecho entonces —zanjó Eric—.
Julio buscó en la maleta algo bonito que ponerse, no quería ir hecho una piltrafa.
Aú n no había deshecho la maleta así que la abrió y hurgó de mala manera dentro de
ella.
—Nada que valga...—.
Al irse se había llevado solo un puñ ado de ropa, aú n debía de tener má s en su
armario. Al abrirlo una caja cayó a sus pies, seguido de un cuadro que creía olvidado.
Se trataba del ú nico regalo que le había hecho Eric, una pintura muy antigua con un
á ngel con expresió n triste en el centro de la misma. Recordó que lo había guardado
para no verlo, la cara de aquel á ngel le recordaba demasiado a la de Eric.
Lo sacó y lo colocó sobre su escritorio, esperaba que no se hubiese estropeado
todos esos añ os dentro del armario. Ahora que las aguas estaban má s calmadas entre
los dos no veía objeció n para no tenerlo colgado y poder admirar su belleza.
Encontró una camiseta blanca con una piñ a dibujada en el centro, recordaba que
la había usado en su viaje a Italia con Eric. Era lo suficientemente desenfadada y alegre
así que se la probó . La prenda en su origen era oversize, ya era má s grande de la talla
original, por lo que al ponérsela le quedaba simplemente bien.
—Esto valdrá —se dijo, se preguntaba si Eric también se acordaría de aquella
prenda de ropa—.
Se puso unos pantalones cortos que le parecieron un poco má s formales que la
camiseta, unas sandalias de cuero y salió . Al llegar a la cocina se encontró a Eric con un
atuendo distinto.
—¿Te has cambiado de ropa? —preguntó Julio. Ahora vestía algo un poco má s
formal—.
—He ido en un momento —.
No había nada malo en la ropa que llevaba puesta pero Julio pensó que quizá
pensó de la misma forma que él y le parecía que debía vestir un poco mejor. Sobretodo
cuando los hombres y mujeres italianas vestían como modelos en una pasarela de
moda.
—Dame la mano —le pidió Eric extendiéndole la suya—. Apriétame fuerte o me
puedo llevar solo tu mano a Italia —
Julio puso una cara de terror y escondió sus manos detrá s de su espalda.
—¡¿Có mo dices?! —.
Eric se echó a reír.
—¡Bromeaba! —espetó , se acercó hasta él, lo abrazó y ambos desaparecieron—.
Aparecieron en una pequeñ a y estrecha calle poco concurrida de Italia, a unas
pocas calles la plaza Fiori.
—Ya puedes soltarme —le indicó Julio—.
Eric se había detenido por un instante a oír el corazó n de Julio, esperaba notar un
cambio en el ritmo de sus latidos pero no tuvo tiempo suficiente.
—Oh, sí —dijo—. Por aquí —
Julio lo siguió , las calles de Italia guían tal cual las recordaba, llenas de turistas,
con bonitas fachadas color terracota y con suelos de piedra. El sol incidía de forma
distinta sobre los colores cá lidos de las fachadas creando una atmó sfera casi má gica.
Al llegar al restaurante estaba lleno hasta los topes, Eric se metió dentro del local
para hablar con uno de los camareros, él era el ú nico que podía hablar italiano. Tras
sobornar a uno de los camareros con unos pocos billetes de cien este sacó una silla y
un par de mesas de dentro del local y las colocó fuera exclusivamente para ellos.
—Siéntese, caballero —le pidió Eric—.
Algunos de los turistas que esperaban les dedicaron algunas miradas de odio.
—No sé si podré comer con esas personas mirá ndome... —señ aló Julio—.
—Entonces solo tienes que mirarme a mi —.
Aquel comentario volvió a hacerlo sentir incó modo porque se suponía que eran
amigos, nada en sus palabras, el tono que usó o en la forma en la que lo miraba daba a
entender que eran amigos.
Julio se aclaró la voz, cautivado en parte por el encanto del demonio frente a él.
—Me gustaría que dejases de hacer eso —le pidió tímidamente—.
—¿El qué? —.
—Coquetear conmigo, me hace sentir incó modo —.
—¿Coqueteaba? No lo hago conscientemente —.
—¿Debo creerme que lo haces en automá tico? —.
Julio sabía que era encantador por naturaleza, quiso atribuir aquella actitud a su
forma natural de actuar y no darle demasiada importancia así que dejó el tema.
—Hoy quiero vino, del caro —sentenció Julio—. Aú n tienes que compensarme por
portarte como un loco —
—Te compraré el vino má s caro de toda Italia —sentenció con total seriedad—.
Julio lo miró muy serio.
—Bromeaba, uno bueno valdrá —.
—¡Camarero! —.
Ordenó por los dos y le volvió a dar un billete de cien al camarero, este se mostró
abiertamente agradecido y servicial ante todo esos sobornos.
—Aú n me sorprende que puedan entenderte hablando españ ol —le dijo Julio—.
—Magia —dijo Eric haciendo una floritura en el aire con sus manos—.
El joven no tardó en llevarles una botella de vino que Julio suponía que costaría
má s de lo que cobraba por un mes de trabajo. La trajo en un bonito enfriador dorado
en forma de flor.
—Qué bonito —señ aló Julio—.
—Si lo quieres puedes llevá rtelo —.
—Eric... no puedes darme todo lo que me guste —.
—Sí puedo —.
—Para, los regalos me hacen sentir incó modo —.
—Vaya, no lo sabia —.
Quería añ adir que al menos los caros sí lo hacían sentir incó modo, él tenia un
buen sueldo pero no podía permitirse gastar el dinero como si no hubiese un mañ ana.
No de la misma forma que Eric.
—Solo, có rtate, si algo me parece bonito solo es eso —comentó Julio—. No lo
estoy diciendo con ninguna intenció n oculta —
—Supongo que solo intento llevarme bien contigo —admitió —. Y hacerte feliz —
—Siempre que no te pases de la raya nos llevaremos bien —.
Comieron con tranquilidad recordando algunas de las cosas que vieron en Italia la
primera vez que estuvieron allí. Ambos obviaban intencionalmente los malos
recuerdos que tenían, sobretodo Julio que fue el má s afectado por el comportamiento
egoísta de Eric.
—Bueno, aú n no me has contado qué has estado haciendo todo este tiempo, ¿lo
vas a mantener en secreto? —preguntó Eric. Seguía sin saber en qué había empleado
los seis añ os anteriores de su vida—.
Sopesó la idea de contarle lo que había estado haciendo, no era un secreto ni se
avergonzaba, al contrario, estaba muy orgulloso de lo que había construido por sí
mismo. Pero temía que lo usase en su contra de alguna forma.
—Pues... soy alférez en un campo de entrenamiento militar, me he movido por ese
sector estos añ os —le explicó Julio—.
—¡¿Militar?¡ —espetó Eric con incredulidad—. En realidad te pega mucho —
—Eso dicen —.
—¿Y alférez es un cargo importante? —.
Julio sonrió , todos en su entorno hablaban su mismo idioma, incluso sus padres.
No todo el mundo conocía los cargos en el oficio militar o le importaba lo suficiente.
—Es importante, pero no el má s importante —confesó . En realidad solo había un
cargo sobre él pero no le gustaba alardear—.
—Impresionante, pues estoy orgulloso de ti —sentenció —. Ahora tengo
curiosidad por verte con el uniforme...—
Julio obvio aquel ú ltimo comentario aunque no pudo evitar sonreír.
—¿Tú qué has estado haciendo? —le preguntó —.
—Ya sabes... cosas de demonios —.
—¿Mucho trabajo? —.
—Oh, sí. No hay nadie que haga lo que yo hago así que siempre estoy ocupado —.
Julio había conocido sobre la habilidad que le hacia ser veloz y no agotarse, lo
había visto en acció n, pero sabia que tenia otra habilidad que lo hacia má s poderoso,
una con la que había nacido. Pensó que ya era momento de saberlo así que se tragó su
prudencia y le preguntó directamente.
—Suena interesante, ¿y qué vendes concretamente? —.
Eric no le había dicho cuá l era la habilidad con la que había nacido, aunque estaba
seguro de que a lo largo del tiempo habría soltado algunas pistas. Pero justo dó nde
estaban, con la paz que reinaba en el lugar y lo feliz que se encontraba pensó que ya
era momento de contá rselo. Al fin y al cabo era su ú nico amigo.
—Pues...—.
La sombra de una figura alta oscureció los platos que quedaban en la mesa y las
copas de vino de las que bebían.
—Hola, cabecita rubia —soltó —. Qué coincidencia encontrarnos de nuevo —
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Eric, recordaba aquella voz, muy a su pesar. Se
trataba de Asyro, el sú cubo con el que no dejaba de cruzarse y que no parecía entender
de ninguna forma que no estaba interesado en él.
—¿Qué? —bufó Eric visiblemente irritado—.
—¿Interrumpo algo? —.
—¿No lo ves? Piérdete —.
El demonio soltó una carcajada.
—¿Es tu amigo? —preguntó Julio—.
—No, solo es un cretino —.
—¡Me ofendes! —dijo Asyro—. ¡Nos conocemos desde hace añ os! —
Le extendió la mano a Julio y se presentó , Eric le dio un manotazo y la alejó de su
amigo. No quería que lo tocase, era un sú cubo, durante ese tiempo había tenido tiempo
de informarse de lo que su especie eran capaces de hacer y no le gustaba nada.
—No toques a mi amigo —le amenazó Eric—.
—Te veo susceptible, me gusta. Me emociona ver una nueva faceta tuya —.
Eric se levantó , cuá nto antes se alejasen de él mejor. Sabía que algunos demonios
podían seguir el rastro que dejaban los demonios al aparecerse por lo que pensó en
aparecer junto con Julio en la estancia que tenia en su facció n. Allí no podría rastrearlo
de ninguna forma. El ú nico inconveniente es que estaba prohibido traer humanos del
exterior.
—Ya nos íbamos —anunció Eric—.
Asyro cambió la expresió n animada de su cara a una menos amigable, había
buscado a Eric con intenciones má s serias desde que se encontraron en los jardines
cuadrados en la ciudad del vaticano. Puso mucho esfuerzo en averiguar quién era, a
qué facció n pertenecía y qué podía hacer.
—Si no quieres que le haga dañ o a tu amigo te comportará s —le amenazó él—.
¿Entendido? —
Eric miró con pesar a Julio, que fruncía su ceñ o con dureza frente a él.
—Sería lo ú ltimo que hicieses —le advirtió Eric entre dientes, sus palabras
juraban una venganza letal e inmisericorde—.
El sú cubo soltó una carcajada divertida, Eric le había mostrado sus cartas
demasiado rá pido. Aquel error podía costarle muy caro.
—No debiste hacer eso, ahora lo usaré en tu contra —.
Eric volvió a mirar de soslayo a Julio, le preocupaba su seguridad, no quería que
un demonio le hiciese dañ o por su culpa.
Asyro puso una cadena sobre la mesa.
—Pó ntela —le pidió —.
Eric podía ser un novato pero conocía los símbolos grabados en ese basto trozo de
metal. Los había visto en las mazmorras de su facció n, esos símbolos los grababan con
la intenció n de bloquear las habilidades demoníacas de los prisioneros.
—No me hagas reír —se quejó Eric—.
—¿Sabes? Si toco a tu amiguito humano puedo alimentarme de su energía y
matarlo en unos pocos minutos —le informó Asyro—. ¿Quieres verlo? —
—¿Qué quieres de mi? —le increpó Eric—.
El sú cubo pasó su lengua sobre sus labios de forma lasciva, quería muchas cosas
de él. Las había querido desde la primera vez que se encontraron hacía seis añ os,
cuando Eric limitó la vida de uno de los demonios má s fuertes que conocía. El líder de
la facció n enemiga a la suya.
—Por ahora algunas respuestas —le dijo Asyro—.
—Si lo dejas ir hablaré contigo —.
Un par de hombres se colocaron tras ellos, sú bditos de Asyro supuso Eric. Este
señ aló la pulsera sobe la mesa y le indicó que se la pusiese, no sabia cuá l era su
habilidad por lo que debía ser precavido.
—¿Temes mi agilidad? —se rió Eric—.
—Yo solo le temo a lo desconocido —admitió —. Pó ntela y pensaré en dejar a tu
amigo fuera de esto —
Eric estaba atrapado, no tenia otra opció n que ponérsela. Si la llevaba en su
cuerpo no sabía de qué forma afectaría a todas sus habilidades pero estaba seguro de
que no podría desaparecerse. La posibilidad de que dejase ir a Julio le pareció lo
suficientemente tentadora así que accedió .
—Bien —dijo poniéndosela—. Ahora déjalo ir —
Asyro se cruzó de brazos con aire victorioso, relamía sus labios ante tal
despliegue de inocencia y desesperació n.
—Lo he pensado mejor, a lo mejor es ú til —sentenció con una mueca malvada—.
Me lo quedo —
Capítulo 8
Que te jodan
Todos en aquella plaza caminaban, descansaban o tomaban algo sin ser
conscientes de que había unos demonios entre ellos.
—Ahora seguidnos, y no quiero juegos cabecita rubia —le pidió Asyro—.
Julio solo observaba a Eric, tenia el juicio suficiente como para entender que se
encontraban en peligro por lo que pensó que debía de estar atento a su amigo por
alguna señ al.
Asyro agarró a Julio del brazo y tiró de él, lo que le aseguraba que Eric lo siguiese
sin rechistar. Caminaron hasta una calle estrecha dó nde apenas cabían dos personas
caminando una al lado de la otra, entonces las manos de los sú bditos cubrieron a Eric y
desaparecieron, seguidos por Asyro y Julio.
El grupo entero apareció en unas mazmorras iluminadas por una pequeñ a
abertura en lo alto de la pared de donde entraba una luz cá lida. El lugar desprendía un
olor hediondo y tenia una gran capa de polvo.
Eric se soltó sin ningú n pudor de los hombres que lo habían agarrado y se
interpuso entre Asyro y Julio. Debía protegerlo, era su amigo, el ú nico que tenía. Só lo
podía pensar en eso.
—Ya te has divertido, dime qué quieres de mi —le pidió Eric—.
—Podéis iros —ordenó a los dos hombres que habían venido con ellos—. Verá s,
pese a que ese tono de niñ ato prepotente me pone a cien en la cama, no me gusta oírlo
cuando está s siendo retenido —
—¿Es eso lo que quieres? ¿Sexo? —se burló Eric—. Eres muy patético —
—Soy un hombre muy ambicioso, quiero muchas cosas —.
Eric lo abofeteó .
—Eres un cerdo, deberías saber cuando parar —.
El sú cubo le devolvió la bofetada, pero con tanta fuerza que lo hizo caer de
espaldas sobre Julio, cayendo los dos al suelo.
—¡Tú deberías saber cuá l es tu posició n con respecto a mi, sobretodo dentro de
mi mazmorra y por tanto esa pulsera! —vociferó el sú cubo—.
Julio apartó a Eric, se levantó y se dirigió al demonio con intenció n de propinarle
un fuerte puñ etazo. Aquel golpe habría lanzado por los aires a cualquier persona de a
pie, Julio era muy fuerte, pero Asyro era un demonio con muchos trucos. Así que antes
de que su mano tocase su cara movió un dedo e hizo que el cuerpo entero de Julio
chocase contra el techo sobre ellos.
—¡Déjalo! —le ordenó Eric—. ¡Ahora! —
—É l también debe aprender, los dos sois muy mal educados —.
—Suéltalo —.
Asyro movió de nuevo uno de sus dedos y lo hizo caer, Eric solo pudo amortiguar
en parte su caída contra el suelo.
—¿Por dó nde empiezo? Ah, sí, voy a por mis herramientas —comentó Asyro antes
de desaparecer—.
Eric comprobó rá pidamente có mo se encontraba Julio que solo parecía
magullado.
—¿Está s bien? —.
—Sí —.
—Lo siento, Julio. Lo siento mucho de verdad —le dijo al borde de las lá grimas—.
—No es tu culpa —lo tranquilizó su amigo—.
—Sí lo es, por mi culpa está s aquí —.
Era cierto y una parte de Julio estaba aterrorizada ante aquel despliegue de
poderes y maldad, no quería ver có mo acababa aquel interrogatorio, algo le decía que
no seria placentero.
—Lo siento, lo siento —.
—Deja eso, piensa en có mo vamos a salir de aquí —.
Intentó desaparecerse pero como previó no podía acceder a esa habilidad.
—Esta pulsera bloquea mis habilidades —le explicó —.
—¿Todas? —.
—Desaparecerme al menos —.
Comprobó la esperanza de vida de Julio, donde debía haber un marcador que
mostrase la vida restante de Julio solo había un marcador sin nú meros que brillaba.
Eric lo había hecho inmortal sin su consentimiento. Su marcador parpadeaba
ligeramente pero lo veía con claridad por lo que pensó quizá esa habilidad seguía
intacta.
—¿Y si invocamos a Cá lix? —preguntó Julio—.
—No veo ninguna superficie reflectante —.
Eric sabia que debía de usar un espejo o una superficie reflectante para poder
usarla de canal entre el invocador y el invocado, no conocía otra forma de hacerlo.
—¿Y Moira? —propuso Julio—.
Moira vigilaba de cerca a Julio pero habían viajado sin ella a Italia por lo que no
había sido testigo del secuestro de ambos.
—Puede encontrarme con nuestro vinculo... pero me pregunto si al llevar esta
pulsera lo hace má s difícil —le explicó —.
—Pues piensa algo, tú eres el demonio —.
—Espera —.
Se concentró , intentó usar su telepatía para llamarla pero sabía si estaba
funcionando. Gritó su nombre una y otra vez sin sentir si sus palabras le llegaban o no.
—¿Qué haces? —quiso saber Eric—.
Julio tenia el mó vil en su oreja, había guardado el nú mero de Cá lix hacia mucho
tiempo, se alegró al ver que seguía ahí y no lo había borrado.
—Llamá ndolo —.
—Seré gilipollas...—.
En ese momento apareció Asyro con una silla y una caja de cartó n, al ver el mó vil
en la mano de Julio se lo arrancó y lo apretó en su mano hasta destrozarlo, hurgó en el
pantaló n de Eric e hizo lo mismo con el suyo.
—Mó viles... siempre se me olvida que existen —.
Eric se maldijo a si mismo por no haber pensado antes en la posibilidad de haber
llamado a Cá lix con su mó vil, habrían tenido tiempo de hacerlo y de pedir ayuda. Sabía
que por muy mal que fuese su relació n en el presente no seria capaz de negarle su
ayuda.
—¿Por dó nde empezamos? Eric, siéntate aquí por favor —le pidió el sú cubo muy
formal, como un doctor—. Hasta tu nombre es bonito, eh —
Eric se resignó , resistirse no les traería nada bueno a ninguno de los dos. Asyro
tenía la sartén por el mango dentro de aquella mazmorra con sus poderes bloqueados.
—Julio no hagas nada, ¿entiendes? No importa lo que pase, hazme caso —le pidió
—.
No esperó a la reacció n de su amigo, se levantó , caminó hasta la silla y se dejó
caer.
—Creerá s que soy un anticuado por usar una silla pero me gusta interrogar a mis
prisioneros de esta forma, es muy de cine negro. ¿Qué te parece? —.
—Prefiero las películas de sú per héroes —soltó Eric, había visto una o dos en toda
su vida, no le llamaban la atenció n—.
El sú cubo hizo un mohín de desagrado, detestaba cualquier producto americano
producido a gran escala para el consumo masivo.
—Supongo que no podías ser perfecto —se lamentó —.
—Acabemos cuanto antes, no quiero que se alargue demasiado —.
—Pero a mi me gusta alargar los momentos en los que me lo paso bien, no me
prives de ese placer —.
Sacó un cuchillo tan fino como una aguja de la caja y se lo clavó en el muslo sin
previo aviso. Eric reprimió la necesidad de gritar como un niñ o, pese a sus añ os como
demonio no había lidiado en exceso con el dolor físico.
—Ahora dime, cuá l es tu poder? —le pidió amablemente—. Con el que naciste —
—Soy á gil —gruñ ó —.
—Pero mientes, tienes má s dones —.
—Soy un híbrido, nací con uno —.
É l meditó su respuesta, ya lo había pensado antes pero no era imposible para un
híbrido conseguir má s poderes si los robaba de otros o si un demonio superior se los
otorgaba.
Sacó el cuchillo y se lo volvió a clavar en la misma pierna, en esta ocasió n dejó
salir un pequeñ o gemido de dolor.
—¿Qué habilidades posees actualmente? —.
Tenia media docena de habilidades que había ido granjeá ndose a lo largo de esos
añ os gracias a sus trabajos privados para su jefe. Pensó que si nombraba alguna poco
relevante sería suficiente.
—Puedo usar la telequinesia con objetos pequeñ os —le contó —.
Asyro se mostró complacido por su renovado interés en colaborar.
—¿Ves? Eso es un dato valioso —lo alabó él— ¿A quién mataste para conseguirlo?

—A nadie, fue una recompensa de mi jefe —le dijo—. ¿Sabes quién es mi jefe? —
Las facciones tomaban fuertes represalias contra los que se atrevían a atacar a
uno de los suyos, esperaba que recordarle ese hecho le hiciese pensar de nuevo en sus
posibilidades.
—Oh, no me asustas. Sé quién es tu jefe —le contó él—. Un mamarracho —
—¿Sí? Te reto a decir su nombre —.
Asyro soltó una carcajada. Había nombres de demonios que se temía decir en voz
alta, como era el caso del líder de la facció n de Eric.
—No es necesario —.
—¡Axianelial, Axianelial! —.
El demonio lo golpeó para que se callase. No sabia qué efecto tenia decir su
nombre pero prefería ser prudente por la superstició n detrá s de mentarlos.
—He dicho que no es necesario —le dijo—.
—Si lo sabes sabrá s que no le hará gracia lo que está s haciendo —.
—¿Quién recibirá su venganza? ¿Mi facció n? La desmanteló , soy un disidente, esas
cosas me dan igual —.
La facció n de la que hablaba era la misma a la que Eric había ayudado a destruir,
él debía de formar parte de los disidentes que se negaron a anexarse a su líder. Por ese
motivo debía de haber estado en los jardines cuadrados, junto a los otros disidentes a
los que Eric ayudó a matar silenciosamente.
—¿Entonces para qué haces esto? —quiso saber—. No le debes lealtad a nadie —
—Aú n quedamos algunos, aunque no tenga una facció n si tengo superiores a los
que servir —.
—Que te recompensará n enormemente si les das un buen trozo de informació n
—supuso Eric—.
—¡Bingo! —soltó , sacó el cuchillo del muslo y sacudió la sangre del mismo—.
Ahora dime qué hacías en el museo donde hizo mi antiguo líder su ú ltima aparició n
pú blica —
En la ú nica rendija que iluminaba la mazmorra apareció un pequeñ o cuervo negro
que desapareció con la misma rapidez con la que se dejó ver. Eric reprimió sus ganas
de sonreír.
—Ver cuadros, me gustan —le dijo—.
Asyro asintió , él también valoraba el arte.
—¿Qué época te gusta má s? —.
—La época de los cuadros —sentenció antes de soltar una carcajada—.
Clavó de nuevo el cuchillo en la misma pierna en la que lo había clavado dos veces
antes, formando un triangulo perfecto. Era una practica que le gustaba.
—Cuá nto má s te resistes má s te deseo —le advirtió —.
—Eso es porque eres un degenerado —.
—Por supuesto que lo soy —respondió con orgullo—. Qué tendría que hacer para
que esa boquita se acercase hasta aquí y...—preguntó señ alando su entrepierna—
—Me pregunto cuá nta fuerza me haría falta para arrancá rtela de un solo
mordisco —comentó Eric—.
É l hizo una expresió n de dolor, imaginá ndose la escena.
—No me gusta cuando usan los dientes —soltó —. Si te los arranco seguro que no
podrá s hacerlo —
—Yo lo haré —dijo Julio—. Si dejas de hacerle dañ o yo haré lo que quieras —
Asyro aplaudió complacido, aquel era el nivel de colaboració n que quería ver en
sus victimas. De esa forma se aseguraba de que sabían quién mandaba.
—Jamá s —gruñ ó Eric—.
—¡Pero se ha ofrecido! —le dijo Asyro—. ¿Te gustaría ver có mo tu amigo me da
placer frente a ti? —
Eric hizo el amago de levantarse pero una cuerda oscura salió de la caja como una
serpiente y lo ató a la silla con fuerza. Había visto a Moira, estaba seguro de que no
había sido una alucinació n, tenía que ganar tiempo hasta que volviese a por él con
ayuda.
—Sé có mo va a morir la gente —admitió , era solo una parte de su habilidad,
esperaba que fuese lo suficientemente interesante para cambiar de tema—.
—Ah, curioso —.
—Me enviaron para comprobar la muerte venidera de tu líder —.
—Y así prepararse por adelantado... tiene sentido —aceptó él—. ¿Y puedes usarla
con la pulsera puesta? —
Podía ver con su ojo izquierdo que Asyro era inmortal, como él, aunque no poseía
la inmortalidad que sí tenían los demonios má s poderosos. Esta ú ltima brillaba de una
forma especial, era la que tenia su jefe y la que le había puesto sobre Julio. La
inmortalidad que poseían él y Asyro era má s bien circunstancia, podía acabar si un
demonio poderoso los eliminaba. En esos momentos deseó poder cambiar su propia
esperanza de vida, aunque en realidad nunca lo había intentado.
—Solo soy un mensajero —soltó Eric—.
—De la muerte, ¿qué hacías en el jardín cuadrado? Muchos de los míos murieron
allí —preguntó —. Es como si atrajeses a la muerte —
—¿Si atrajese a la muerte crees que estarías vivo? —preguntó con retintín—.
—Buen punto —.
—Solo hago tratos tontos con mortales diciéndoles có mo y cuando morirá n —.
—Mmm, hay algo que no me encaja... —comentó el sú cubo—. Ah, la corona de
laurel —
Se agachó y hurgó en la caja que había traído, de ella sacó lo que parecía ser una
endeble e inocente corona de laurel. La colocó sobre la cabeza de Eric sin mucho
problema.
—Ahora dime, có mo funciona tu habilidad? —le preguntó de nuevo—.
—Puedo ver cuando y có mo van a morir, el có mo suele cambiar con facilidad. La
fecha casi nunca lo hace —.
—Dices la verdad...—admitió Asyro—. Aunque con los demonios no es cien por
cien efectiva —
Se giró y se dirigió a Julio.
—¿Có mo de amigo eres del rubito? —le preguntó —.
—Amigos —.
Tomó una fuerte bocanada de aire a unos pocos centímetros de la cara de Julio,
parte de sus poderes como sú cubo era oler las pasiones ajenas.
—Huelo que has fornicado con él, eso no lo hacen los amigos —comentó entre
risas—. ¿Qué tal era en la cama? —
—Fue hace mucho tiempo —sentenció Julio—.
—Sí, pero lo deseas —señ aló —. No te culpo, no me mal entiendas —
—¡¿Dó nde quieres ir con eso?! —se quejó Eric—.
Asyro se acercó a él con cara de pocos amigos, le retiró la corona y la puso sobre
la cabeza de Julio. Si él sabia qué podía hacer Eric se lo diría con total seguridad.
—¿Qué habilidad tiene tu amigo al que deseas sexualmente? —.
—Es á gil y no se cansa —.
—¿Y qué má s? —.
—Só lo sé eso —.
—¿Sabias que podía ver cuando va a morir alguien? —.
La revelació n le había sorprendido tanto como a él, le pareció que en efecto era
una habilidad poderosa por la que la gente estaba dispuesta a pagar mucho dinero.
—No —.
—Vaya... qué mal amigo eres cabecita rubia —.
—Qué mierda sabrá s tú de la amistad —se quejó Eric—.
El demonio golpeó a Julio haciéndolo caer de espaldas, no había servido para nada
ponerle aquella corona y se encontraba de mal humor.
—Quizá poco...—admitió —.
Eric podía ver los datos sobre la inmortalidad de Asyro pero no podía cambiarlos,
la pulsera tiraba del poder que necesitaba para poder matarlo.
—Te ofrezco un trato, como ves solo soy un peó n, si nos dejas ir seré tu esclavo
sexual —le propuso Eric—. ¿Eso te complacería, no? —
—¡No! —exclamó Julio—.
—Tú calla —le ordenó Asyro a Julio —. Tu desesperació n me pone cachondo,
sigue hablando —
A Eric le asqueó la forma en la que lo miraba, la idea de yacer con él le repugnaba
pero haría lo que fuese necesario para sacar a Julio de allí de una pieza.
—Firmaré los contratos má gicos que quieras, solo tienes que dejarnos ir y no
hacerle dañ o a mi amigo —le pidió —. Esas son mis condiciones —
—Suena interesante... aunque tú también lo deseas, llamarlo amigo es un poco...
—.
—Las relaciones humanas son complicadas —.
—Es cierto, yo soy un tercio humano por lo que lo entiendo en parte...—admitió
—.
—¿Entonces? ¿Trato hecho?—.
Uno de sus hombres apareció frente a él, fuera de los barrotes de la mazmorra.
—Señ or, tenemos problemas ahí abajo —le dijo—.
Asyro se mostró abiertamente molesto, como un niñ o siendo interrumpido en
medio de un juego muy entretenido.
—¿Qué clase de problemas? —.
—Uno... no sabría có mo calificarlo —.
—Solo estoy rodeado de inú tiles —se quejó —. Mantén ese nivel de desesperació n,
ahora vuelvo —le pidió a Eric—
—A sus ordenes... —.
Capítulo 9
Lló rame un rio
Se encontraban en una torre de una construcció n abandonada alejada de la
població n, al estar buscado por la facció n que se anexó a la suya ese tipo de lugares
eran los mejores para esconderse.
Bajó con notorio enfado las ruinosas escaleras de piedra hasta que vio có mo
volaba por los aires uno de sus hombres, el otro apareció frente a él con una espada en
mano y cargó hacia lo que fuese que había derribado a su colega.
Asyro se apresuró a asomarse para ver de qué se trataba, al hacerlo vio un
horroroso monstruo de color negro que arrancó el brazo de cuajo a otro de sus
hombres con su pico. Su cuerpo era esbelto y se mantenía erguido como un humano,
poseía unas robustas alas negras y su gran y afilado pico inspiraba terror.
—¡¿Qué mierda?! —.
El monstruo híbrido se abalanzó hacia él al verlo pero éste se refugió en la
angosta escalera.
—¡Sal! —gruñ ó el monstruo con voz de ultratumba, su sola voz lograba ponerle
los pelos de punta—.
—¿Qué mierda eres tú ? —.
—Tu peor pesadilla —.
Cá lix apareció fuera de la mazmorra, su expresió n era tranquila y relajada como
de costumbre.
—Hola —soltó —.
—¿Cá lix? —preguntó Eric con alivio. Estaba de espaldas a él, atado—.
—Sí, es él —le dijo Julio—.
Julio se levantó e intentó quitarle las ataduras a Eric sin éxito, por má s que tiraba
no parecía que se moviesen lo má s mínimo.
—Son má gicas, no puedes quitarlas a la fuerza —le informó Cá lix—.
—¿Te importa ayudarnos? —.
Cá lix asintió levemente con la cabeza y apareció dentro de la mazmorra, tiró de
las cuerdas y éstas se aflojaron dejá ndolo libre.
—Menos mal —dijo Eric con alivio—. La pulsera —
—¿La pulsera qué? —.
—Sé educado, Eric —le pidió Julio—.
—Por favor, quítame la pulsera —.
El joven extendió la palma de su mano y la hizo aparecer sobre ella, aquel don era
una mezcla de telequinesia con su don de aparecerse.
—Si hubieses continuado con mis clases sabrías có mo mover en el espacio objetos
pequeñ os como este —le recriminó Cá lix—.
—¿No has seguido con tu entrenamiento? —le increpó Julio—.
—No me hace falta. Ya sé muchas cosas —.
—Eric y yo no estamos en buenos términos —le informó Cá lix—. Concretamente
desde hace seis añ os —
Aquella fecha no podía ser ninguna coincidencia, Julio se sintió mal por su parte
en el desacuerdo que hubiesen tenido.
—Siento haberte puesto en un compromiso así —.
—Lo hice porque me pareció justo, tenias derecho a ser libre —comentó Cá lix—.
No me arrepiento —
—¡Sí, ya lo hemos pillado! Soy un demonio malo —soltó Eric—. ¿Salimos de aquí?

Los gritos de Asyro se aproximaban a la mazmorra dó nde se encontraba,
sangraba profusamente y pedía ayuda mientras tropezaba, apenas podía mantenerse
de pie. Lamentablemente para él no quedaban con vida ninguno de sus hombres.
Una bestia horripilante salida de una pesadilla se acercaba lentamente hacia él,
este no podía desaparecerse porque lo había mordido y su veneno era capaz de
bloquear su sistema nervioso.
Julio no pudo evitar sobrecogerse al ver a aquel monstruo, los que había visto
hasta ahora tenían aspecto humano pese a lo malvados que fuesen por dentro.
—Tranquilo —lo calmó Eric—.
—¿Có mo que tranquilo? Vá monos antes de que nos coma a nosotros —.
El monstruo picoteó la pierna de Asyro atrayéndolo hacia él.
—¡Me las pagará s! —juró Asyro—.
—Deberías entender tu posició n en esta mazmorra, capullo —espetó Eric—.
Julio se tapó los ojos para no ver có mo aquel ser se lo comía frente a él, sabia que
no podría borrarlo nunca de su mente.
—¡Mierda! —maldijo Eric—.
Asyro había logrado saltar por una apertura en la pared.
—Ha logrado escapar —observó Cá lix con incredulidad—.
—¡Ve a por él! —ordenó Eric—.
El monstruo desapareció en una nube de oscuridad y obedeció las palabras de su
amo.
—¿Se ha ido? —quiso saber Julio—.
—Sí, es la primera vez que ves la forma original de Moira, ¿no? —.
—¡¿Qué?! —.
Julio había supuesto que el cuervo que lo vigilaba y que era capaz de comunicarse
con total perfecció n con él de forma telepá tica no era un ave normal pero jamá s
imaginó que podía ser algo tan monstruoso.
—Moira es un trasgo, es un tipo de duende que es capaz de adoptar la forma de un
animal. Si no hubiese hecho un contrato má gico con ella también la temería —confesó
—. Sus mordiscos contienen un veneno muy peligroso —
Eric hizo que una bruja conjurase un familiar para él a cambio de usar su
habilidad con ella. Normalmente las brujas y brujos eran los ú nicos que podían invocar
un familiar, la fuerza del mismo dependía del futuro dueñ o. La mujer le hizo jurar que
jamá s revelaría que ella había conjurado a su familiar porque entre brujos era algo que
estaba muy mal visto, podía ser motivo suficiente para expulsarla de cualquier
aquelarre y enviarla al ostracismo.
—Es prá ctico, supongo —admitió Cá lix—.
—¿Como nos has encontrado? —preguntó Julio—.
—El pá jaro apareció frente a mi y luego vi la llamada perdida —.
El peligro había pasado, Eric podía sentirlo.
—Esa ha estado cerca —sentenció —. ¿Nos vamos ya? —
—Dale las gracias —le pidió su amigo—.
—No eres mi madre, Julio —.
—Deberías aprender del chico, tiene buenos modales —le sugirió su antiguo
maestro—.
—¡Gracias! —gritó Eric, sabia que estaba siendo desagradecido pero le era
imposible quitarse de repente el veneno que había reunido durante todos esos añ os
hacia él por no decirle dó nde se encontraba Julio—. ¿Contentos? —
—Me hace sentir mal que hayá is peleado por mi culpa —admitió Julio—.
—¡No hemos peleado por tu culpa! ¿Nos vamos ya? Sí —.
Los dos aparecieron en la casa de Eric, en Almería, concretamente en el saló n. Una
fina capa de polvo lo cubría todo, su dueñ o solo iba ocasionalmente a cambiarse de
ropa, guardar cosas o a dormir.
—Tu casa —soltó Julio—.
—Sí, literalmente. La compré yo —.
—Ah —.
Eric ganaba muchísimo dinero con su habilidad, para él no era gran cosa pagar lo
que costase esa pequeñ a casa.
—¿Nos damos una ducha? —propuso Eric—. Aquel sitio olía fatal —
La mirada de Julio le bajó los humos.
—Me refería a por separado —aclaró con poca convicció n—.
—No tengo ropa con la que cambiarme —.
—Te prestaré algo —.
—Soy dos veces má s grande que tú , dudo que me esté bien nada de lo que tengas
—.
Eric se quitó la camiseta y la tiró al suelo, estaba llena de sangre, hizo lo mismo
con los vaqueros, que habían sido agujereados en numerosas ocasiones.
—Yo voy primero —le pidió —. Soy el que está má s sucio —
—¿Te duele? —quiso saber—.
—No es grave —.
Julio se agachó para ver có mo de graves eran las heridas, la daga que le había
clavado era fina como aguja por lo que las marcas eran pequeñ as.
—¿Deberías ir al medico? Te ha podido hacer dañ o por dentro, algú n nervio o...—.
—Me curaré sin problema, pero gracias por preocuparte —.
Al levantarse Eric maldijo no medir diez o quince centímetros má s, de esa forma
se encontraría frente a frente con Julio y podría robarle un beso. En un segundo
pensamiento pensó que quizá era mejor así, ya andaba sobre un hielo muy fino con él.
—Ponte có modo —le pidió —.
Julio recogió la ropa sucia del suelo y buscó en la planta baja de la vivienda dó nde
se encontraba la lavadora para echarlo en alguna canasta. No podía dejar la ropa en el
suelo y sentarse có modamente sin má s. En la cocina encontró una pequeñ a sala sin
puerta con dos canastas hasta arriba de ropa sucia. Parecía que no había limpiado ni
una sola prenda en añ os, conociéndolo probablemente compraría ropa nueva en lugar
de lavar la que tenía.
—Qué desastre...—se quejó Julio poniendo los vaqueros y la camisa sobre una de
las canastas de ropa—.
La encimera de la cocina parecía menos sucia que el resto de la casa, quizá esa
zona si la limpiaba con má s frecuencia. Abrió el frigorífico, solo había latas de refresco,
cerveza y agua. Cogió una lata de refresco y se sentó a esperar que acabase de
ducharse para hacerlo él, había estado poco má s de una hora en aquella mazmorra
pero el olor hediondo de la misma se le había impregnado con fuerza.
—¿No me oyes? —preguntó Eric, apareció con lo que parecía la toalla má s
pequeñ a que había encontrado atada a su cintura—.
—No —.
—Ya puedes subir, te he dejado un par de toallas limpias y algo de ropa —.
—¿Tenias de esas? —bromeó —.
—Sabía que me criticarías...—.
Eric en realidad había ido a su otra casa a coger aquellas toallas limpias del bañ o
que tenía allí. Escuchó a un par de las empleadas del hogar que tenia su abuela
limpiando su estancia discutir sobre un tema al que no prestó ninguna atenció n.
—Vale —.
Al escuchar có mo cerraba la puerta usó el lazo má gico que lo unía a Moira para
invocarla, pero no recibió ninguna señ al de ella. Así que se tragó el orgullo y llamó a
Cá lix usando la telepatía, nunca la usaba pues no tenia a nadie de los suyos con el que
hablar pero al intentar usarla en la mazmorra y no poder hacerlo se preguntaba si
funcionaría.
A los pocos segundos recibió la voz de su antiguo mentor preguntá ndole qué
quería.
—Ven aquí, tengo algo que decirte —dijo Eric—.
Frente a él se materializó Cá lix, con su permanente expresió n de calma seguía
pintada en su casa.
—Adelante —.
—¿Lo ha encontrado? —refiriéndose a Moira y al sú cubo—.
—No, no había rastro de él en tierra. Debe de haberse escondido má gicamente
porque yo tampoco puedo localizarlo —.
—Yo no puedo contactar con ella, debe de estar concentrada siguiendo su rastro
—comentó —.
—¿Có mo te viste involucrado con un tipo así? —quiso saber—.
—Ya está s pensando lo peor de mi —.
—No lo hago, solo pregunto —.
—Pero asumes que me lo he follado, que he jugado con él y que ahora pago por
eso —.
Cá lix no dijo nada, aú n no había tenido tiempo de pensar en có mo había podido
acabar enredado con un sú cubo pero siendo sincero habría barajado ese mismo
—Me da igual lo que pienses de mi —soltó Eric—. Este demonio era de la facció n
a la que la nuestra se anexionó , forma parte de los que han huido. Creo que tienen una
red de contactos entre ellos —
—Sabemos que planean algo pero no sabemos el qué, por eso les estamos dando
caza —.
—Bien, comunícamelo cuando lo matéis —.
—No soy tu esclavo, Eric. Ni tu sú bdito o tu palmero, no me gusta que me trates
como si no valiese nada y luego demandes lo que te plazca —le recriminó Cá lix—.
Eric sabia que su comportamiento era reprochable pero era del tipo de persona
que prueba la paciencia de los demá s hasta que la rompen y Cá lix es de los que tienen
mucha paciencia.
—Era una petició n amable —le aclaró —.
—Era una orden —le corrigió —.
—Bueno, ¿podrías hacerme el favor? Quiero poder descansar sin temer por la
vida de mi amigo —.
La expresió n de Cá lix se suavizó , le complacía ver humanidad en su antiguo
alumno.
—Veo que tus sentimientos por ese chico no han cambiado —.
—¡¿Qué sentimientos?! No hables de lo que no sabes —.
—Sé de lo que hablo—.
—¿Porque has engañ ado a un humano para que te quiera? —.
—Vuelves a ser desagradable —comentó con desgana—.
—Es cierto, lo retiro —admitió Eric—. Lo que quiero decir es que tú y yo no
somos iguales —
Eric no podía aceptar que estaba enamorado de Julio porque hacerlo pondría en
alerta a su parte demoníaca y esta no le daría tregua. É l no quería luchar cada día de su
vida por querer a alguien, le parecía completamente irrisorio. Sin embargo Cá lix le
había dicho que con fuerza de voluntad podía hacerlo pese a ser difícil, que renunciar
al amor era sencillamente muy triste.
—No, no lo somos —dijo Cá lix—.
—Ya hemos tenido esta conversació n —.
—Y no has cambiado nada en todos estos añ os, sigues siendo muy egoísta —.
Eric lo miró sin ninguna intenció n de pelear, no tenia fuerzas.
—¿Lo soy? —.
—Para empezar has vuelto a la vida de ese chico a sabiendas de que no puedes
ofrecerle lo que merece —.
El chico golpeó unos vasos que había sobre la encimera y los tiró al suelo
haciéndolos explotar.
—¡Soy el hombre má s bello que verá s jamá s! —le gritó —. ¡Soy rico, podría
sepultarte en dinero! ¡Y podría hacer realidad sus sueñ os, todos los que tenga! —
Era típico de él poner lo material por delante de lo sentimental, en eso no había
cambiado lo má s mínimo.
—Pero no puedes darle amor —señ aló Cá lix—.
—¡Eso es subjetivo! Puedo darle pasió n y puedo besar sus labios hasta que...—.
—Eso solo es un sucedá neo barato —lo detuvo—. Lo sabes —
—Vete, por favor —le pidió Eric—. ¡No podemos tener una buena relació n por
esto! Siempre me juzgas, me intentas hacer lo que no soy —
—Intento guiarte, soy má s viejo que tú y má s sabio —.
—No quiero tu sabiduría, vete de mi casa —le pidió —.
Cá lix se mantuvo quieto, no le daba miedo lo furioso que estuviese su antiguo
alumno.
—No eres el hombre má s bello, Eric —le aclaró —.
—¿Conoces a alguien má s bello? Preséntamelo —.
—La persona que quieres es siempre la má s bella del mundo para ti, por eso tú te
consideras tan bello. Tú eres tu persona favorita en este mundo —.
—¡No me conoces, no sabes có mo me siento! —.
—¿Lo sabes tú ? —.
Julio había bajado apresuradamente al oír el escá ndalo que se había armado, le
preocupaba que aquel individuo pudiese aparecer de nuevo. Al ver a Cá lix se relajó .
—Si fueses honesto le explicarías lo que puedes y lo que no puedes ofrecerle —le
explicó Cá lix—. De esa forma podrá elegir con libertad —
—¡Cá llate! —le pidió , su paciencia estaba a punto de agotarse—.
—¿De qué hablá is? —preguntó Julio—.
Cá lix se giró hacia él.
—Julio, si me necesitas no dudes en contactar conmigo. Te ayudaré en todo lo que
pueda —.
—No necesita tu ayuda, me tiene a mi —lo interrumpió Eric—.
—¿Pero porqué peleá is? —quiso saber—.
Eric empujó ligeramente a Cá lix hasta hacerlo chocar con una de las paredes de la
cocina, su telequinesia no era muy poderosa.
“Te juro que como le digas una palabra má s y hagas que se aleje de mi te mataré,
reduciré tu contador a cero y te mataré! Juro que encontraré a cada persona que te
importa y la mataré! —le gritó Eric telepá ticamente. Sus ojos estaban inyectados en
sangre, llenos de ira—.
“Si matas a uno de los tuyos significaría la muerte, Eric —le recordó Cá lix—.
Matar a un aliado de la misma facció n implicaba muchas consecuencias para un
demonio, no había demasiadas reglas pero esa era una muy sagrada.
“¿Crees que no querrá n perdonarme? Soy ú til, no querrá n deshacerse de mi. Y si
aú n así quisieran matarme acudiré a otra facció n y les mostraré lo que puedo hacer,
cualquiera me querría en su equipo —.
Cá lix sabia que estaba equivocado a muchos niveles, lo primero que haría su
facció n sería quitarle su poder y luego matarlo, en otra distinta correría con la misma
suerte.
“Soy el ú nico que vela por tu seguridad, te he enseñ ado todo lo que sabes y aú n así
te portas así conmigo...—se lamentó Cá lix—.
“Eso no significa nada —.
“Eres un desagradecido —sentenció con un á pice de decepció n—.
Julio observaba có mo se miraban intensamente, parecía que tenían una
conversació n en un idioma que no podía entender. Se acercó hasta Eric y puso una
mano sobre su hombro.
—Para, Eric —le pidió —.
“É l es todo lo que tengo, lo ú nico que tendré jamá s. Si te atreves a jugar con
nuestra relació n no tendré nada que perder —le advirtió —.
“Pregú ntate porqué significa tanto para ti —señ aló Cá lix—.
Tras decirle esas ú ltimas palabras desapareció sin má s, en una nube de volutas
negras.
—Qué pasaba, Eric? —preguntó Julio confuso—.
Este le quitó hierro al asunto con un gesto de su mano.
—Solo discutíamos —le dijo. Era mejor una media verdad que una mentira
completa—.
—No soy idiota, eso lo sabes —.
—No, no lo eres —.
—Dímelo —.
—No puedo, son cosas de trabajo —.
Julio podía ver a la legua cuando mentía y aunque en ocasiones obviaba sus
mentiras en este caso no pudo.
—Llévame a mi casa —le pidió —.
—¿Está s enfadado? —.
—Me molesta cuando no eres sincero —.
—No puedo contá rtelo todo...—le recordó —. Son cosas de demonios —
—Esta bien, llevame a mi casa —.
—Por favor... —.
—Me iré yo andando —.
—No, para. Te llevaré —.
Al intentar aparecerse en la casa de Julio sintió que había alguien dentro por lo
que los dos se manifestaron frente a la puerta. Eric aú n vestía una ridícula toalla.
—Está s enfadado? —quiso saber, era lo que má s le preocupaba—.
—Deja de preguntarme si estoy enfadado —se quejó Julio, después tocó a la
puerta—. Vete, está s desnudo —
—Hablaremos luego —le prometió —.
Julio lo miró con dureza.
—Te haré saber cuando quiero hablar contigo —.
—Como quieras —dijo antes de desaparecerse y de que la madre de Julio abriese
la puerta—.
La mujer pareció aliviada al verlo, lo había intentado localizar durante horas.
—Cariñ o dó nde estabas, te he dejado varias llamadas perdidas —le dijo—. ¿Qué
ropa llevas? —
—Vengo de la playa —mintió , he perdido el mó vil—.
—Qué desastre...—se quejó —. Tu padre va a hacer hoy costillas asadas en el
restaurante, ¿comemos allí? —
—Sí, lo que quieras —.
Capítulo 10
Millones de razones
Eric se limitó a observar a Julio durante cinco días enteros sin que este tratase de
contactarlo ni una sola vez. Moira seguía persiguiendo el rastro de Asyro sin descanso
por lo que ella no podía encargarse de dicha tarea.
Se mantenía en las sombras usando una de sus nuevas habilidades sin poder ser
visto por el ojo humano, intentando mantener a raya la tristeza que amenazaba con
aparecer de tanto en tanto.
A la tarde del sexto día mientras Eric descansaba un poco en el saló n de la casa de
Julio, él dormía una pequeñ a siesta, le prestó atenció n a su mó vil por un momento.
Tenía muchas llamadas perdidas de su abuela.
Una sensació n punzante se le clavó en el pecho, solo podía significar que la hora
de su padre había llegado o estaba a punto de hacerlo.
Hizo aparecer a Moira frente a él, no lo había hecho en todos esos días pero no
podía abandonar a Julio sin la supervisió n de alguno de ellos, por su seguridad.
—Quédate con Julio mientras no estoy —le ordenó —.
—Amo, si me quedo perderé el rastro —.
—Está bien, no podemos dejarlo solo —.
—Como quieras —.
Desapareció y apreció en su casa, buscó a su abuela pero no la encontró . Una de
las empleadas en casa se acercó a él al verlo.
—Eric, tu abuela te ha estado buscando —le informó , tenia los ojos colorados de
haber llorado—.
—¿Dó nde está ? —.
—En el hospital, tu padre está muy grave —.
—¿En qué hospital? —.
—En San Pío —.
—Bien —.
Salió de la casa y desapareció en la misma puerta, no mostraba sus habilidades a
sus empleadas. Era lo má s sensato. Apareció en la entrada de dicho hospital y sacó el
teléfono para llamar a su abuela pero ésta no respondió .
—Joder...—.
Entró y preguntó en recepció n por el nombre de su padre y le indicaron dó nde
debía ir. Cogió el ascensor y corrió hasta la habitació n, no sabia porqué corría pero no
podía parar de hacerlo.
Al entrar su padre parecía descansar mientras su abuela lloraba en silencio en
una silla junto a su cama.
—Abuela —.
Al acercarse a ella la mujer le dio un bofetó n, dejando descolocado por completo a
Eric. Ella nunca le había pegado.
—No he dejado de llamarte y llamarte, ¿dó nde estabas? —quiso saber—.
—Ocupá ndome de algo —.
—¿No has tenido ocasió n de mirar el teléfono ni una sola vez en todos estos días?
—.
Había estado tan enfrascado en vigilar a Julio que no había pensado en nada má s.
—Lo siento, no lo he mirado hasta ahora —.
La mujer se sacudió las faldas que llevaba y se limpió las lá grimas secas de los
ojos.
—Bueno, pues aquí estamos. Tu padre, tú y yo —.
—¿Có mo está ? —.
—Está muerto, hijo. Ha muerto esta mañ ana, ha aguantado todo lo que ha podido
para poder verte una ú ltima vez pero ya se ha ido —.
Eric se giró , tal y como había visto cuando entró parecía que dormía, al usar su
habilidad sobre él no vio ningú n contador como solía hacer. Solo un pequeñ o símbolo
extrañ o, tan pequeñ o que apenas apenas podía verlo. Supuso que eso era lo ú nico que
podía ver después de que una persona falleciese.
Se alejó del cuerpo de su padre sin quitarle ojo hasta llegar a la pared donde se
apoyó .
—Lo siento, abuela —le dijo—.
—A mi no tienes que pedirme perdó n, no por eso —.
—¿Qué hace aquí, porqué no se lo han llevado? —.
—Aú n no le he dicho a nadie que ha muerto, te esperaba a ti —.
—Y yo qué...—.
—Es tu padre, Eric. No importa có mo sean nuestros padres, solo tenemos uno —.
Eric quería decirle que su padre y él nunca tuvieron buena relació n que qué
esperaba de él, pero no lo hizo.
—¿Ahora qué? —quiso saber—.
—Te dejaré unos minutos a solas mientras voy a llamar a una enfermera —.
—No, no te vayas —.
No quería quedarse a solas con el cuerpo sin vida de su padre, por alguna razó n le
inquietaba estar allí frente a él. Sin que este lo mirase con dureza o le regañ ase por
algo que había hecho, sin poder ver ni un atisbo de vida en él.
—Te dejaré a solas con tu padre, Eric. Ahora vengo —.
Cuando su abuela salió este se giró hacia la ventana, sus ojos se empezaron a
poner vidriosos, no podía enfrentarse al cuerpo sin vida de su padre.
—Eric —dijo una voz desconocida—.
Al girarse vio a una mujer rubia, joven, vestida con un vestido rojo adornado con
un gran pañ uelo blanco como la nieve alrededor de su cuello. Había algo extrañ amente
familiar en su cara pero no supo adivinar de qué se trataba.
No esperó a que Eric le dijese nada, caminó con la gracilidad de un cisne hasta
sentarse en la cama donde se encontraba el cuerpo de su padre.
—Eh, es mi padre —le advirtió Eric, como si ahora que ya no estaba tuviese que
protegerlo—.
—Lo sé, también es mi marido —.
El joven dejó de respirar, aquello solo podía significar que esa mujer era su
madre. Por su aspecto no podía tener má s de veintidó s añ os, había visto unas fotos de
su madre a escondidas en má s de una ocasió n pero no lograba identificarla.
—Damiá n...—se lamentó ella acariciando su cara—.
—No le hagas nada —le pidió —.
Ella se giró para mirarlo a la cara.
—Es mi marido, tengo derecho a despedirme de él —sentenció con autoridad—.
Acarició su cara con suavidad y le dijo algo en un idioma que Eric no pudo
reconocer, pese a entender todos los idiomas mortales. Aquel idioma debía de ser
sobrenatural, demoníaco.
—Mi familia se encargó de que no pudiésemos estar juntos —se lamentó ella—.
No he podido acercarme a él desde aquel momento...—
É l frunció el ceñ o, durante toda su vida había pensado que su madre los había
abandonado. No podía aparecer tras casi veinte añ os, decir unas palabras y reescribir
lo que había pasado.
—Nos abandonaste —sentenció —.
—Solo la magia podía apartarme de vosotros —admitió ella—. ¿Có mo sino iba a
dejar atrá s al amor de mi vida y a mi hijo? —
—No entiendo nada...—.
—Tenemos que hablar, Eric, está s en peligro —.
—¿Yo? ¿Por qué? —.
—¿Conoces la Catedral de Notre Dame, situada en la isla de Cité, rodeada por las
aguas del rio Sena? —.
—Sí, todo el mundo la conoce —.
—Te veré allí esta noche, te lo explicaré todo —le prometió sin dejar de mirar a su
padre—. Nos veremos en la pró xima vida, mi amor —
Besó la frente de Damiá n y desapareció sin decir nada má s. La angustia que había
sentido por la muerte de su padre había sido sustituida por un nudo aú n má s grueso.
Una enfermera entró junto con un celador a llevarse el cuerpo de su padre, traían
una camilla con una larga bolsa negra.
—¿Eres el hijo? —preguntó el celador—.
—Sí —.
—Nuestro pésame, venimos a llevarnos el cuerpo de tu padre —.
É l giró su cara para mirarlo por ú ltima vez, parecía descansar, era lo que sentía
cuando lo miraba. Su padre había asumido que su muerte llegaría má s pronto que
tarde, su hijo se lo había dicho. Pero en lugar de buscar una alternativa, lamentarse, o
negarse a creer su sino, lo entendió y lo aceptó . Eric pensó que quizá la muerte era la
ú nica de otorgar ese tipo de paz.
—¿Podemos? —.
—Si necesitas un minuto má s podemos salir y...—le aseguró la enfermera—.
Se acercó a su padre y le dedicó la sonrisa que le había pedido la ú ltima vez que
hablaron, le sonrió pese a que sus ojos reflejaban tristeza. Recordó có mo le pidió que
sonriese para él por que le recordaba a su madre, la mujer a la que había echado de
menos durante tantos añ os, el amor de su vida.
Maldijo su mala actitud y su cará cter altivo, habría sido muy fá cil complacerlo en
los ú ltimos días de su vida. Sabía que cargaría con aquello durante el resto de su vida,
esa seria su penitencia.
—No, no es necesario —.
Observó en silencio có mo acomodaban su cuerpo dentro de la bolsa de plá stico y
có mo se lo llevaban, sin decir una sola palabra.
Su abuela lo esperaba en la puerta de la habitació n, los dos volvieron a casa en un
taxi sin hablar demasiado, Eric no sabía si debía mencionar que su madre había
aparecido tras veinte añ os a decirle que estaba en peligro y a revelarle que se fue
porque alguien la obligó con magia a marcharse. A su abuela no le gustaba hablar de
cosas sobrenaturales, pese a que supiese qué era su nieto.
—¿Has comido algo? —le preguntó su abuela—.
—No —.
—Te haré un bocadillo —.
—Vale —.
Las empleadas del hogar se ofrecieron a hacerlo ellas pero se negó , era vieja pero
aú n tenia fuerzas para hacerle un bocadillo a su nieto. Eric esperó en el saló n, encendió
la televisió n para evitar el silencio absoluto de esa casa tan grande. De repente el
silencio le parecía demasiado ruidoso.
—Toma, hijo —.
—Gracias —.
Comió con tranquilidad, siempre estaba có modo con su abuela. Al observala
mejor se dio cuenta de que tenia los ojos hinchados por haber llorado tanto.
—Abuela —.
—Hijo, es hora de que hablemos de la muerte —le dijo muy seria—.
Su padre había muerto, la muerte no era una situació n extrañ a para él, había
acabado con má s de un demonio usando su don.
—¿La muerte de mi padre? —preguntó Eric con prudencia—.
—No, la mía —.
—¿Có mo? ¿Te sientes mal? —.
—Me siento igual todos los días. La artritis de mis manos a veces es demasiado
dolorosa como para soportarla, los huesos me pesan, tengo la tensió n muy alta, por lo
que la mayor parte de la noche no puedo dormir por el dolor de cabeza y ademá s estoy
muy cansada —le explicó . Nunca la había oído quejarse antes—. Este cuerpo está muy
cansado —
Eric aumentó su esperanza de vida hasta los ciento cincuenta añ os cuando
despertó su habilidad y aprendió a usarla, por lo que se había sentido igual durante
todos los días que le siguieron hasta ese momento.
—Podemos ir al doctor y...—sugirió Eric—.
—Son cosas de la edad, hijo —.
—¿Por qué nunca me lo habías dicho? —.
—No quería que cargases con ese peso sobre tus hombros —.
Los ojos de Eric se empaparon en lá grimas. Había tenido una reacció n polarizada
con la muerte de su padre pero saber que su abuela sufría tanto todos los días de su
vida por su culpa le rompía el corazó n.
—Tenias que habérmelo dicho antes—.
—Eso da igual ahora —le aseguró —. Eric, yo sé que me necesitas pero no puedo
estar siempre a tu lado —
—Encontraré la forma de que no sientas dolor, tengo contactos, podría...—
empezó a decirle—.
—Una madre no debería ver la muerte de su hijo, Eric. Mi hora hace muchos añ os
que tenía que haber llegado —.
Aquel comentario le dejaba claro a Eric que su abuela sabía de lo que hablaba,
sabía sobre su habilidad y lo que podía hacer. No sabía si su propio padre se lo dijo
antes de morir o se enteró de otra forma, pero era consciente.
—No sé de que hablas —le aseguró , era má s fá cil así—.
—Ya he ultimado los detalles y lo he dejado todo escrito, tu padre también lo dejó
todo atado y...—.
Su corazó n empezó a latir con fuerza dentro de su pecho, las lá grimas de sus
mejillas comenzaban a arañ arle la cara.
—Para, no quiero oírlo —le pidió —.
—Todos tenemos que irnos en algú n momento, es ley de vida —.
—Me da igual la ley de vida —.
—Mañ ana es Santa Marina, el nombre de mi abuela, el de mi madre y el mio.
Quisiera que mañ ana fuese el día —le pidió —.
—¡¿Mañ ana?! —gritó —.
Se levantó e hizo el amago de salir de la estancia.
—No se te ocurra salir por esa puerta, jovencito —le advirtió ella—.
—No puedes obligarme a hacerlo —.
—Te lo estoy pidiendo, te estoy intentando explicar mis razones —.
—¿No me quieres? ¿Es eso? Ya no me quieres, sabes lo que soy y te doy asco —
soltó fuera de sí—.
Ella lo miró con ternura, lo que decía eran solo tonterías y estaba segura de que lo
sabia.
—Te quiero má s que a mi propia vida, Eric. Pero no puedo quedarme má s a tu
lado, no me quedan fuerzas —.
—Abuela...—sollozó —.
—Sabes que es lo correcto —.
—Me quedaré solo, nadie me va a querer nunca má s —.
—¿Por supuesto que sí! —.
—No, tú no lo entiendes...—.
—Yo también quería mucho a mi abuela, y a mis padres, a mi esposo... a mi hijo —
le contó —. Todos ellos se quedan en tu corazó n aunque se hayan ido —
—Pero yo puedo hacer que eso no pase —le aseguró —.
—¿Me seguirá s anclando a la tierra sabiendo lo mucho que sufro cada día? Sé que
puedes llegar a ser muy egoísta, quizá te he malcriado demasiado... pero no esperaba
que fueses un desalmado —.
Aquello le dolió en lo má s profundo.
—¡No soy un desalmado! —.
La mujer lo abrazó con fuerza, no era una situació n fá cil para ella tampoco, había
cuidado de su nieto y de su hijo sin descanso desde que su nuera desapareció .
—Mañ ana pronto en la mañ ana —le pidió ella apretando su mano—.
—No quiero vivir sin ti —sollozó Eric—. Por favor —
—Vivirá s, será s feliz y eso lo hará s por mi —le dijo ella con convicció n—.
Prométemelo —
—No puedo prometerte eso —.
—Hazlo por esta anciana, si me lo prometes descansaré en paz —.
Eric miró los oscuros ojos de su abuela, siempre le habían parecido bonitos,
incluso má s que los suyos. Eran honestos, firmes y desprendían inteligencia. Si la
quería tanto como se decía a sí mismo no podía negarle su derecho a morir, no era un
desalmado.
—Te lo prometo —.
El ojo izquierdo de Eric se tornó negro, al hacerlo las lá grimas dejaron de brotar
de él y cambió la esperanza de vida de su abuela siguiendo su ú ltima voluntad.
—¿Por qué sonríes? —le preguntó Eric—.
—He vivido mucho, he amado mucho, he tenido una larga vida. He sido muy feliz
y ademá s he podido elegir cuando irme. ¿Qué má s se puede pedir a la vida? He sido
afortunada —.
—No sé qué decir —.
—Conmigo ya está s cumplido, hijo. No tienes que decir nada —le aseguró ella—.
Voy a la cocina, creo que quedaba un flan y me apetece un montó n —
Eric la detuvo, no se le daban bien las despedidas. No tenia ni idea qué decir en un
momento así.
—Abuela —.
—Dime, hijo —.
—Te quiero, eres todo lo bueno que hay en el mundo y lo eres todo para mi —le
aseguró —. Ojalá te lo hubiese dicho antes...—
—Eso ya lo sé, tonto —le aseguró la mujer con una sonrisa—.
Le limpió las lagrimas de ambos ojos a su nieto con la mayor de las delicadezas y
se dirigió a la cocina.
Entonces Eric desapareció , no sabía có mo lidiar con las emociones que luchaban
en su interior por salir a flote.
Se mantuvo en en el limbo existencial entre las sombras que usaban todos los
seres oscuros como nexo para aparecer y desaparecer. Lo hizo durante demasiado
tiempo, má s del que había predicho.
Allí no sentía nada, sus pensamientos desaparecían y no era capaz de sentir dolor,
todo era oscuridad y tinieblas. Unas que le hacían sentir una paz infinita.
“¡Amo! —gritó Moira usando conexió n mental—. ¿Puedes oírme? Julio está en
peligro —.
Capítulo 11
Mientes
El limbo entre la oscuridad y la luz en el que eran capaces de moverse en el
espacio los seres demoníacos se volvió un santuario para Eric, el ú nico donde podía
refugiarse.
Solo pudo salir de aquel trance al escuchar los gritos de Moira en concreto los que
le alertaban de que Julio estaba en peligro, entonces dejó de dormitar en la noche
eterna y se materializó junto a su familiar.
En una playa almeriense en la madrugada bajo el débil reflejo de una luna
menguante se encontraron de nuevo tras tres semanas sin verse Julio y Eric.
—¿Julio? —preguntó Eric confuso, adormilado—.
Cá lix sostenía un cuchillo sobre el cuello de Julio. En el momento en el que pudo
ver la escena con claridad usó su telequinesia para alejar ese cuchillo del cuerpo de su
amigo y lanzadlo sobre la arena.
—¿Qué crees que haces? —preguntó de mal humor—.
—Era la ú nica forma de que me escuchaseis, amo —.
Moira no podía mentirle a su amo, ni ella ni ningú n familiar. Julio y Cá lix habían
intentado encontrar a Eric sin éxito durante esas tres semanas.
—Está bamos preocupados, ¿donde estabas? —le exigió Julio—.
—Yo... no lo sé —.
—No puedes quedarte má s de lo necesario en el limbo de la noche, muchos de los
nuestros se mantienen —le explicó Cá lix—.
—Como siempre una lecció n que no te he pedido que me enseñ es —.
—Han pasado tres semanas, ni Cá lix podía encontrarte —le explicó su amigo—.
Todos está bamos preocupados —
—Bueno, ya estoy aquí —soltó —. Tengo sed —
Julio decidió ignorar su mala actitud, se encontraba aliviado por su vuelta.
—Iré a por un refresco, ahora vengo —.
Cerca del lugar había una tienda que se encontraba abierta veinticuatro horas, por
suerte había sido previsor y había llevado la cartera consigo.
—¿Qué ha pasado? —quiso saber Cá lix—. ¿Có mo hiciste para quedarte allí? —
—Estoy de un humor de perros, Cá lix. No tengo ganas de verte y mucho menos de
oírte —le advirtió —.
Este no se tomó bien sus palabras, estaba empezando a cansarse de sus
impertinencias.
—Sigues siendo un desagradecido —.
—Y lo seguiré siendo hasta el final de mis días, cuando antes lo aceptes mejor
para ti —.
El olor del mar y la suave brisa del aire empezaban a despertar del todo a Eric.
—Está bamos preocupados —confesó Cá lix—.
—Ya lo he oído —espetó —. ¿Qué día es hoy, Moira? —
—Es tres de agosto, miércoles —.
—Entiendo —.
Dio un paso hacia atrá s y casi pierde el equilibrio, su antiguo maestro se acercó
hasta él.
—¿Puedo hacer algo por ti? —le preguntó Cá lix—.
—Irte —soltó de mala manera—.
El demonio buscador desapareció , Moira, Julio y él habían unido fuerzas durante
esas tres semanas en las que había estado completamente desaparecido, incluso para
él. Habían barajado cada una de las posibilidades posibles, incluso su muerte. Se
habían devanado los sesos hasta que dieron con la posibilidad de que estuviese
atrapado en el limbo entre dimensiones, en la noche eterna en la que los demonios
fluctuaban. Cá lix usó su habilidad dentro de las sombras y finalmente dio con él, pero
no podía alcanzarlo por lo que tuvieron que crear un plan para hacerlo salir.
—Amo, el demonio ha hecho todo lo posible para ayudarle —le dijo Moira,
molesta por la actitud desagradecida de Eric—.
—Vete, te llamaré cuando te necesite —.
—Como ordenes —soltó antes de desaparecer entre las sombras—.
Le estaba constad volver en sí, sus pensamientos se encontraban ocultos en una
neblina que le invitaba a regresar a aquella oscuridad de nuevo. A la paz que le daba
estar exento de cualquier emoció n humana.
Poco a poco recordó lo que había pasado, para cuando Julio regresó su mente se
había aclarado por completo.
—Te he traído algo para picar —le dijo su amigo ofreciéndole una lata de refresco
—.
Eric la cogió con una sonrisa, decidió recurrir a la má scara de amabilidad que
usaba cuando lidiaba con la gente.
—Gracias —.
—Salgamos de la playa y sentémonos en un banco —.
Los bancos de madera se encontraban bajo farolas bien iluminadas, Julio era muy
perspicaz, no quería que pudiese ver su faz con total claridad.
—No, prefiero caminar sobre la arena —.
—Vale —.
Abrió la lata de refresco, se encontraba tan sediento que se la bebió de un solo
trago. Aquella bebida le supo deliciosa, se preguntaba có mo había podido estar tantos
días sin beber o comer nada y no desfallecer.
—Bueno, tú dirá s —empezó Julio—.
Una punzada en el pecho de Eric lo hizo ponerse en alerta, Cá lix no conocía a su
familia pero si había averiguado sobre sus muertes y se lo había dicho a Julio sin su
consentimiento lo iba a pagar caro.
—¿A qué te refieres? —preguntó Eric con tranquilidad—.
—¿Qué te ha pasado? —.
No intuyó en sus palabras que supiese la respuesta a esa pregunta, él también
conocía a Julio pese a ser tan egocéntrico. Sabía que él no jugaba al rató n y al gato a la
hora de hablar de algo. Por lo que se relajó .
—Es extrañ o, estaba como en paz —le dijo—.
—En la oscuridad esa —.
Julio tenia un conocimiento simple sobre el tema, lo poco que le habían contado
Moira y Cá lix.
—Sí, es la misma oscuridad que usamos para movernos en el espacio —le explicó
—.
—Eso sí lo sé —.
—Pues me quedé má s de la cuenta y me atrapó —confesó Eric, hecho que era
totalmente cierto y que Julio aceptó sin má s—.
—Pues nos tenias muy asustados, no desaparezcas así de nuevo —le pidió muy
serio—.
—Creo recordar que estabas enfadado conmigo...—.
É l y Julio habían discutido antes de toda la debacle con su familia, ya ni recordaba
el porqué. Só lo recordaba lo largo que se le hicieron los días mientras lo observaba
desde las sombras.
—Ya ni me acuerdo —confesó Julio con una sonrisa—.
—Yo tampoco —.
Eric soltó una pequeñ a carcajada a la que se unió su amigo, junto a él también
sentía paz. En esos momentos él era lo ú nico que le quedaba, aunque Julio no lo
supiese.
—No deberíamos pelear tanto —se quejó Julio—. Deberíamos llevarnos mejor —
—Pronto haré algo que te moleste y te olvidará s de lo que acabas de decir —.
—Si pensases antes de actuar quizá no nos pelearíamos nunca má s —se quejó —.
Eric sabia que pecaba de ser demasiado impulsivo pero a la vez había hecho cosas
horribles a sabiendas de que estaban mal, solo porque quería.
—Soy un demonio, por naturaleza soy horrible —se justificó , como hacia siempre

—No digas eso —le pidió Julio muy serio—.
—No me hagas caso —.
Las olas de la playa acariciaban los pies de ambos mientras compartían una bolsa
de snacks y hablaban de temas superfluos.
—Bueno, ¿qué tal con aquel chico? —le preguntó Eric—.
—No tenemos que hablar de eso —.
—Tendré que acostumbrarme en algú n momento —.
Durante el tiempo que habían estado buscá ndolo no había tenido demasiadas
ganas de salir a pasá rselo bien, solo había accedido a salir con él un par de veces para
despejarse.
—Solo hemos tomado café un par de veces, estaba preocupado por ti así que no
tenia muchas ganas —le dijo—.
—Incluso cuando no estoy te jodo la vida —comentó con total honestidad—.
Julio lo detuvo y puso la mano sobre su hombro, sentía que esas palabras eran
muy pesadas. No era propio de su amigo decir esas cosas.
—Eric, tú no me jodes la vida —le aseguró —. No hables así —
—¡No me hagas caso! Estoy raro, aú n no me siento yo mismo —.
—¿Te apetece irte a descansar? —.
—Pues... sí, la verdad —admitió —.¿Te llevo a tu casa?
—¿Desaparecer de nuevo? —.
—Tranquilo, no pasará nada —.
—¿Y si yo te acompañ o a la tuya? Como hacíamos en el instituto —le propuso—.
Aquel recuerdo le trajo una sonrisa, una genuina. Tenia poca energía para andar
pero estaba seguro que si lo hacia junto a él no le pesaría.
—Me encantaría, la verdad —.
Ambos caminaron despacio con los pies llenos de arena mientras sostenían sus
zapatos, rememorando días ya vividos y riendo sobre lo mucho que había cambiado
todo el seis añ os.
Caminando Eric recordó la primera vez que habló con Julio, un chico quería
propinarle una paliza y él se metió entre ambos, recibiéndola por él.
—¿Recuerdas? Te dije que si querías defenderme tenias que ponerte fuerte —le
recordó Eric—. Y te lo tomaste en serio —
—Sí —admitió su amigo sonrojá ndose un poco—.
—Poco queda de aquel chico larguirucho, eres todo un hombre —.
Julio le dio un codazo a su amigo.
—Hablas como un viejo, tienes mi edad. Idiota —.
—Es cierto, has cambiado mucho —dijo de nuevo—. El ú nico que no ha cambiado
soy yo —
—Eso no es verdad, también has crecido —.
—Bueno, tienes razó n. Sí que he cambiado, pero a peor —.
Julio se detuvo y se cruzó de brazos.
—¿Dices esas cosas para que te consuele? ¿Es un truco? —.
—No, simplemente tengo pocas fuerzas, hablo sin pensar —.
—No sé si has cambiado para peor, eso solo lo sabes tú . Pero si no quieres ser así
solo tienes que elegirlo —.
—Quizá no tengo opció n y solo es una ilusió n —.
A veces sentía que pelear contra su naturaleza demoníaca era una batalla perdida,
como había comprobado al perderse en la oscuridad era mucho má s fá cil sucumbir a
su parte oscura que luchar contra ella.
—Hasta la peor persona del mundo puede elegir có mo ser —le dijo Julio—.
—¿Incluso los demonios? —.
—Sí, incluso los demonios —.
Si Julio podía creer en eso quizá él también podría.
—Puede que tengas razó n —.
Llegaron hasta la puerta de la casa de Eric, la fachada se encontraba un poco má s
vieja que cuando se mudó y las plantas que tenia habían crecido dá ndole un aspecto
descuidado. No parecía estar habitada.
—Yo me paro aquí —le dijo—.
—Ven a verme mañ ana —le pidió Julio—. ¿Vale? —
—Claro —.
—Adió s, descansa —.
Se miraron incó modamente durante unos instantes hasta que Julio le dedicó una
sonrisa y se giró para marcharse.
Al entrar en su casa la soledad saltó sobre su espalda haciendo que cada paso que
daba se le hiciese difícil. Encendió todas las luces de la planta baja para sentir que no
estaba solo y se sentó frente a la televisió n.
Tras hacer un poco de zapping vio a una mujer rubia muy guapa que le recordó
inevitablemente a su madre. La había visto por primera vez el mismo día en el que se
había dejado llevar por la oscuridad. La mujer le había pedido reunirse con ella ese
mismo día, pero nunca acudió .
En ese momento un cú mulo de emociones lo inundó , su padre había muerto
esperá ndolo y había desaparecido antes de que su propia abuela se fuese para siempre
de su lado. Pensar en todas las cosas que debía hacer lo volvían loco, esperaba que sus
abogados y procuradores se hubiesen encargado de todo. Tendría que aparecer en
casa a la mañ ana siguiente para ver qué quedaba de su antigua vida, antes de ser
completamente huérfano.
Su madre le había dicho que corría peligro pero en lugar de sentirse temeroso
solo sintió curiosidad por saber a qué se refería.
Se levantó de un salto y fue al bañ o de la planta baja, mordió con uno de sus
colmillos e hizo un círculo de sangre sobre el espejo. Si su madre era un demonio como
él podría invocarla, al fin y al cabo sabía có mo la llamaban. Se lo había dicho aquel día.
—Lilibeth... —dijo, quizá era la primera vez en su vida que pronunciaba el nombre
de su madre—. Lilibeth, demonio dorado del delirio, yo te invoco —
El mueble que contenía el espejo se agitó abriendo las puertas que tenia a cada
lado y haciendo que todo lo que contenía cayese al suelo. El espejo se fracturó en tres
grandes partes y la imagen de un hombre apareció tras él.
—¿Quien eres? —preguntó Eric—.
—Tú debes ser Eric, hola hermano —.
—¿Có mo? —.
La imagen del hombre desapareció en el espejo y se materializó tras él. Era rubio,
como Eric, aunque sus facciones eran má s duras y sus ojos oscuros. Podía ver algo
familiar en él.
—Hola hermano, por fin nos encontramos —le dijo—.
—Yo...—.
—¿Sin palabras? —.
—Invocaba a mi madre —.
—Nuestra madre estará ocupada por ahí...—.
—¿Somos hermanos? —.
—Medio hermanos para ser exactos, ¿qué te parece? —.
—No me parece de ninguna forma, yo no tengo hermanos, soy hijo ú nico. Vete —.
É l se rió , no tenia intenció n de irse a ninguna parte. Había esperado mucho para
conocer por fin a su hermano, aunque fuese medio humano.
—Tienes una actitud terrible —le recriminó él—. Definitivamente somos
hermanos —
—Vete, no tengo ganas de jugar a las familias —.
Desapareció y se materializó fuera del bañ o. El demonio lo siguió hasta el saló n
sin quitarle el ojo de encima.
—¿No tienes curiosidad? —le preguntó —.
—¿De qué? —.
—Sobre todo, yo, madre, nuestra familia —.
—Solo quiero hablar con mi madre —.
El demonio se materializó frente a Eric.
—¿Ha contactado contigo? —.
Sentía cierto sentimiento de peligro junto a él.
—No, quiero hablar con ella porque tengo que decirle algo —le dijo—.
—¿Sobre tu padre mortal? Lo sabrá , lo habrá sentido —comentó —. Me muero por
ver su cara...—
—Bueno, no es de tu incumbencia —le dijo molesto—.
—Hemos empezado con mal pie, mi nombre es Lexial, soy el demonio dorado de
la avaricia —anunció —.
—Encantador —.
—¿Te parece un titulo gracioso? —preguntó con hostilidad—.
—¿Qué puedes hacer, Lexial? —.
—¿Mis habilidades? Soy un demonio completo, tengo muchas habilidades. Solo
los híbridos como tú tenéis una ú nica habilidad —espetó con cara de pocos amigos—.
¿Cual es la tuya? —quiso saber con una mueca en su faz—
—Yo pregunté primero —.
—Soy capaz de otorgar riquezas, convertir reyes en vagabundos y a estos en reyes
de nuevo —sentenció con orgullo—.
Eric aplaudió discretamente, parecía muy pagado de sí mismo.
—Dinero, que cliché —soltó , él ganaba mucho dinero usando su habilidad.
Cualquier demonio con una habilidad competente ganaba dinero, no era difícil amasar
una fortuna con el tiempo—.
—¿Qué haces tú ? —gruñ ó —. ¿Cual es tu ridícula habilidad? —
No pretendía decirle cuá l era su habilidad, si algo había aprendido en su facció n
era que su don era demasiado preciado como para ser divulgado sin ton ni son.
—Soy á gil —mintió —.
É l se rió , se rió ruidosamente mientras aplaudía, lo hizo con intenció n de
ofenderlo. Al parecer poner en entredicho las habilidades de un demonio era una gran
ofensa aunque a Eric le resbaló .
—Y madre ha hecho todo lo que ha hecho por ti? —preguntó incrédulo—. Qué
decepció n má s grande —
—A qué te refieres? —.
—¿Ahora tienes curiosidad? —.
La casa tembló , la televisió n explotó y algunas de las luces de la casa se apagaron
al explotar sus respectivas bombillas. Frente a ellos se materializó Lilibeth, la madre
de ambos.
Su cara angelical se arrugó al ver que Lexial estaba tan cerca de Eric, movió uno
de sus dedos e hizo que su cuerpo se arrojase contra la pared rompiéndola por
completo. Eric enmudeció .
—No te preocupes, hijo —le aseguró su madre—.
—¿A quien se lo dices, madre? —le preguntó Lexial entre escombros—.
—No me gusta tu actitud, Lexial. Vete —.
—¿No te gusta mi actitud? Quería conocer a mi hermano, ¿qué crimen he
cometido? —se quejó —.
—¿Tengo que repetirme? —.
Eric apreció có mo su medio hermano tragaba lentamente, su madre debía de ser
muy poderosa para infligirle miedo con una sola advertencia.
—No —dijo antes de desaparecer —
Su madre cambió la expresió n de su cara a una má s afable.
—Te esperé pero no viniste —le dijo—.
—Me perdí en la oscuridad...—confesó —. Lo siento —
—Como sea —dijo quitá ndole importancia—. Tienes que acompañ arme, tenemos
que hablar —
—Sí —.
La mujer le extendió la mano para que se la cogiese, en ese momento sintió có mo
si un recuerdo parecido quisiese aparecer en su cabeza. Su madre había desaparecido
cuando él tenia cuatro añ os pero casi podía recordar aquella forma de pedirle que la
cogiese de la mano y como ella apretaba la suya.
La apretó con fuerza y ambos desaparecieron en la oscuridad, sintiéndose como
un niñ o de nuevo.
Capítulo 12
El amor es un juego perdido
Una abundante cortina de arboles se extendía a ambos lados de un camino de
tierra, se encontraban en un bosque. El aire era fresco, entremezclaba un sinfín de
olores de la flora del lugar que Eric no reconocía.
—¿Dó nde estamos? —preguntó Eric—.
—En Baviera, Alemania —.
Frente a ellos, tras una senda de tierra oscura se podía apreciar un gran castillo,
pese a la débil luz de la luna. Unas grandes murallas de piedra desplegaban una rampa
de madera, tras él se podía apreciar una torreta de siete pisos de alto rodeadas por
otras la mitad de pequeñ as que esa.
—¿Nos dirigimos en esa direcció n? —preguntó incrédulo—.
—Ese es el castillo de los demonios dorados, nuestra hogar —.
—¿Hogar? —.
Ella se encogió de hombros.
—Hogar tiene un significado distinto para los demonios, para nosotros es dó nde
guardamos nuestras posesiones má s valiosos y una posició n estratégica con respecto a
otras familias o facciones —le explicó —.
—¿Tú vives allí? —.
—Sí —.
Caminaron hasta llegar a la rampa, la cruzaron y recorrieron otro gran trecho
lleno de jardines llenos de arbustos esculpidos que brillaban por el rocío del ambiente.
La gran puerta principal media casi diez metros de alto, estaba bellamente
ornamentada con florituras de un metal oscuro desgastado anclados a los dos grandes
bloques de madera que la constituían.
—Tó cala —le pidió su madre—.
Eric tocó la puerta con los nudillos, como si estuviese llamando a una puerta
normal y corriente. Su madre sonrió , su sonrisa era tan brillante y bella que lo cegó .
—Pon la palma de la mano sobre la puerta, hijo —.
Al hacerlo la puerta chirrió horriblemente hasta abrirse de par en par.
—¿Có mo se ha...? —.
—Solo nuestro linaje de sangre puede abrir estas puertas y caminar entre estas
paredes —le explicó —. Nadie má s, solo existe una decena de castillos con este tipo de
hechizo en el mundo entero —
Dos hileras de personas ataviadas con uniformes de servicio doméstico se
extendían a izquierda y derecha, todos con la cabeza agachada, totalmente sumisos.
—¿Y ellos? —preguntó —.
—Son el servicio —.
Si esas personas eran pare del servicio no podían ser también parte de la familia
por lo que debía de haber alguna excepció n con respecto a la magia del lugar.
—Pero no son de la familia —señ aló Eric—.
—Son bastardos, engendrados por el antiguo patriarca de la familia o sus
despreciables hermanos o hermanas —.
Aquello no pintaba un panorama demasiado colorido con respecto a su familia,
aunque eran demonios, Eric pensó que no debía de aplicar los mismos está ndares de
una familia humana a una demoníaca.
—¿Son esclavos? —.
—¿Eso te preocupa? —.
—No —mintió —.
—No son esclavos, trabajan aquí por voluntad propia —.
Lexial se encontraba al final de aquella estancia, descansando sobre una pared.
—Qué bien que hayan llegado sanos y salvo, madre —dijo con un marcado
cinismo—.
—No nos molestes, Lexial —le advirtió ella—.
Lexial miró a Eric con una sonrisa tonta pintada en su cara, una mediocre sonrisa
falsa.
Su madre lo tocó y ambos aparecieron en una estancia inmensa, el reflejo de la luz
que pasaba a través de una vidriera creaba figuras de luz en el suelo. El lugar tenia el
aspecto de una capilla o algo similar, al final del mismo y bajo la vidriera había dos
bloques grandes de piedra adornados con cientos de flores negras y rojas.
Al caminar hacia ellos Eric se dio cuenta de que había dos cuerpos recostados en
sendos bloques de piedra. Una mujer y un hombre, ambos poseían una
—¿Quienes son? —preguntó —.
—El antiguo patriarca y la antigua matriarca de la familia —le dijo ella—.
—¿Porqué está n aquí? —.
—Es un lugar tan bueno como otro —soltó , al pensarlo mejor entendió a qué se
refería. Una sonrisa malvada apareció en su faz, no intentó ocultarla—. No está n
muertos —
—¿No? —.
—Te he traído aquí para contarte los motivos por los que no he podido estar a tu
lado, para contarte mi historia —.
Al fijarse en los cuerpos que descansaban se dio cuenta de que ambos tenían una
expresió n de disgusto en sus caras, pensó que si dormían no debían de estar teniendo
dulces sueñ os.
—¿Son tus padres? —.
Su madre sonrió complacida, radiante.
—Durante cientos de añ os caminé sobre la tierra siendo esclava de los deseos de
mis progenitores. Imagina, desde có mo vestir, có mo usar mis dones, con quién
casarme o con quién engendrar descendencia —le empezó a contar—.
—¿Lexial? —.
—Tienes dos hermanos, Lexial y Dankio. Ambos fruto de una unió n que yo no
elegí con un demonio muy poderoso que a cambio de dar a luz a dos de sus hijos juró
lealtad a nuestra familia —le explicó —.
Eric tragó saliva.
—¿Dankio es igual de simpá tico que Lexial? —.
Ella enarcó una ceja y deshizo las imá genes desagradables que surgieron en su
cabeza.
—Si saben lo que les conviene jamá s osará n tocarte —.
—No tengo miedo —.
—Celebro que seas valiente, hijo, pero es de sabios reconocer a tus enemigos.
Ninguno de ellos será tu aliado —le dijo—. Eso debes saberlo —
—¿Por qué? —.
—Por tu naturaleza, a los ojos de nuestra familia los híbridos no valen nada —le
explicó ella, no supo si la cara de su hijo reflejaba decepció n o tristeza así que
reformuló la oració n—. Para todos menos para mi, tú eres mi má s preciado regalo.
Nacido del amor, lo primero que cree por voluntad propia —
—Gracias —le dijo Eric tímidamente. Agradecía aquella aclaració n—.
—Aguanté casi doscientos añ os como la consorte de una malvada criatura,
engendrando a sus hijos y sirviéndolo como hice con mis padres —recordó con pesar
—. Hasta que me cansé —
—¿Lo mataste? —.
—Hay destinos peores que la muerte hijo, lo descubrirá s —le dijo—. Tras separar
nuestros caminos de forma no oficial desaparecí durante un tiempo mezclá ndome
entre humanos, aprendiendo de ellos. Sus costumbres, lo que significaba para ellos la
familia, el amor...—
—Y te cruzaste con la joya que era mi padre —.
Ella soltó una pequeñ a risita al recordarlo.
—Tu padre... al principio no lo soportaba. Era tan... simple, se sonrojaba cada vez
que me veía. No era algo extrañ o entre los humanos, somos má s bellos que ellos, pero
él no se acercaba a mi —le explicó con alegría—. Tras muchas circunstancias lo llegué
a conocer mejor, era generoso, capaz de amar, amable.... Siempre estaba ahí si lo
necesitaba pese a que yo era muy mala con él —
Aquella descripció n le recordaba a Julio, era exactamente la forma de ser de su
amigo. Se preguntaba si corría por sus venas la atracció n por ese tipo de personalidad
desprendida y generosa. Le pareció ridículo, hasta divertido las similitudes que
compartían madre e hijo.
—¿Te ríes? —preguntó su madre—.
—Esa descripció n me ha recordado a alguien que conozco —.
—Los demonios no sentimos el amor como los humanos, eso lo habrá s oído. Pero
que no te engañ en, no significa que no podamos sentirlo. Solo que es distinto —.
Durante toda su vida se había preguntado como su padre había logrado enamorar
a su madre siendo él tan poca cosa ante sus ojos. Lo ú nica posibilidad en la que podía
pensar era que consiguió enamorarla de alguna forma, pese a que tampoco le parecía
demasiado ló gico.
—Me cuesta creer que te enamorases de él —admitió Eric—. Era tan...horrible —
—Supongo que él también sintió la tristeza y la amargura que yo sentí...—dijo—.
¿Fue un mal padre para ti? —
Su madre lo miró expectante, Eric supuso que deseaba oír que no lo había sido.
—No lo sé, no fue un padre amoroso desde luego —confesó —. Pero no me trató
mal —
Durante toda su vida lo había tratado con dureza, guardá ndole rencor en secreto
desde que su madre desapareció . Su propio padre se lo había confesado con vergü enza
y pesar en su lecho de muerte.
—Asumo que a tus padres no les gustaba la idea —comentó Eric—.
—A mis padres les daba igual que tuviese una docena de hijos bastardos y que
fornicase con mil hombres, lo que no iban a tolerar es que amase a un humano y criase
a un hijo que no fuese de sangre pura —.
Eric supuso que los hijos bastardos eran siempre de utilidad para su familia, por
eso no les prestaban demasiada atenció n.
—¿Có mo se enteraron? —.
—Uno de mis otros hijos —recordó con enfado—.
—No parece que les guardes mucha estima —.
—¿Crees que soy mala madre? —le preguntó muy seria—.
—No... solo me parece curioso, el contraste —.
—Entre como te trato a ti y a Lexial —señ aló —. Mis hijos no tienen un á pice de
bondad en su cuerpo, me obedecen porque deben, porque me temen. Nada má s —
—Debes de tener un poder descomunal —.
Ella sonrió complacida porque así era, había sido la ú nica forma de sobrevivir en
su mundo.
—Tus abuelos lanzaron una maldició n muy poderosa para alejarme de tu padre...
—le explicó —.
—Pero no de mi —.
—Yo no podía criarte entre los míos, en el mejor de los casos no hubieses
sobrevivido y en el peor te hubieses convertido en un monstruo como el resto —le dijo
—. No creas que fue una decisió n fá cil, miré muchas veces hacia atrá s, me encontré a
mi misma observá ndote en la distancia, reuniendo las fuerzas para no acercarme a ti

—Tuve a mi abuela, ella me dio el amor que necesitaba —la tranquilizó Eric, y tras
decirlo omitió rá pidamente todo pensamiento sobre su abuela— ¿Có mo acabaron
aquí? —
—Mis padres eran muy fuertes así que los envenené poco a poco y cuando sus
fuerzas menguaron los atrapé con mi poder. Verá s soy el demonio dorado del delirio,
puedo desatar la locura, sumir a las personas en agonizantes pesadillas y atraparlos en
ellas —le explicó —. Y es lo que hice —
—¿Influyes en los sueñ os? —.
Durante toda su vida Eric había encontrado refugio en sus sueñ os, siendo estos
reconfortantes, amables y felices.
—Me encargué de que fueses feliz al soñ ar si eso es lo que preguntas, no podía
hacer má s por ti. No sin que se diesen cuenta —confesó —. No esperaba contá rtelo, no
querías que sintieses que tenias que estar agradecido conmigo de alguna forma —
Su hijo aceptó aquella confesió n como una muestra de amor, le gustaba saber que
no se había olvidado de él aunque a esas alturas ya no sirviese de nada.
—Así que los volviste locos, o los dormiste y aquí siguen —.
—En efecto, en un sueñ o eterno repleto de horrores inimaginables. Tras
convertirme en la matriarca de la familia por derecho propio hice lo mismo con todos
los familiares que no se rindieron a mis pies y me juraron lealtad. Y tras eso atrapé a
mi primer marido en una jaula —dijo con una sonrisa, saboreando esa ú ltima palabra
—. Por eso te dije que hay destinos peores que la muerte —
—¿Una jaula? —.
—No podía matarlo, eso habría puesto a los suyos en mi contra. Por lo que lo
atrapé en una jaula má gica incapaz de comunicarse con nadie del exterior —.
—Sin duda hay destinos peores que la muerte, procuraré no llevarte la contraria
—.
—No debes preocuparte por mi —le aseguró —. Y esa es la historia resumida —
—¿Esto dó nde me deja a mi? —.
—Espero que confíes en mi y podamos ser una familia —confesó —. ¿Cuá l es tu
habilidad, hijo? —
—Soy á gil y puedo correr sin cansarme —le dijo con una gran sonrisa en su boca
—.
Quería ver cuá l era la reacció n de su madre, medir có mo de importante era para
ella
—Eso esta... bien —dijo—.
—¿Decepcionada? —.
—No por mi, por ti. Ser á gil no es algo que te garantice la supervivencia —.
—En mi facció n me llaman Eric, el demonio tejedor de los hilos del destino. Esa es
la habilidad con la que nací —.
Su padre palideció , no podía creer que su descendencia hubiera heredado dicha
habilidad. Sobretodo siendo un híbrido.
—Si no dices algo me voy a asustar —le pidió su hijo—.
—Es solo que me ha sorprendido —.
—Puedo protegerme, eso es todo, no temas por mi —le aseguró —. ¿Quieres saber
qué soy capaz de hacer? —
—Lo sé muy bien, hijo. Es una habilidad que está latente en nuestro linaje de
sangre, el anterior dueñ o era un antepasado nuestro —le explicó —. Temido y
venerado por todas las facciones demoníacas —
—Suena bien —.
—Hijo, tienes que saber que tu poder es grandioso, má s grande de lo que crees.
Pero también puede ser tu perdició n —le contó aterrada—. No te lo tomes a la ligera

Eric no entendía có mo podía ser su perdició n, era inmortal, su habilidad no le
hacia dañ o.
—Tenemos que...—dijo ella—. Confía en mi —poniendo la mano sobre su hombro
y desapareciendo—
Ambos aparecieron en una suerte de mazmorra atestada de muebles y objetos
cubiertos por polvorientas mantas que una vez fueron blancas. Su madre recorrió la
sala
—Este espejo no es como los demá s, muestra tu verdadero reflejo —le explicó —.
No pudo ver nada hasta que las antorchas en las paredes se encendieron por
orden de su madre. Lo que vio le pareció la cosa má s rara que había visto nunca.
Frente a él se encontraban dos figuras reflejadas en el espejo, ambas con similares
cuernos rojos, arrugados y perfectamente simétricos saliendo de sus cabezas. Pese a
los cuernos la apariencia de Eric era la misma, sin embargo el reflejo de su madre se
veía completamente distinto. Junto a él se veía un cuerpo femenino con la piel
chamuscada, entre el color rojo y negro. Sus ojos eran amarillos y terroríficos y en sus
manos había unas visibles garras amarillas y afiladas.
—Yo soy un demonio completo, por eso me ves así. Así somos todos los demonios
de sangre pura —le explicó —. ¿Asustado? —
La verdadera apariencia de un demonio solo se mostraba si este lo deseaba, a
excepció n del reino demoníaco donde no podían ocultarla.
—Impactado —admitió —.
—Te he traído para hacer algo má s importante que mirarnos en un espejo, usa tu
habilidad para hacerte inmortal —.
—Ya soy inmortal —.
—Has tratado con otros inmortales, sabes que existen distintos tipos de
inmortalidad —.
Era consciente, la de su jefe era distinta a la de los demá s. Era el ejemplo que
había tomado para cambiar la de Julio. La inmortalidad que él tenía era la que tenían la
mayoría de los demonios que había conocido, era una inmortalidad “frá gil” sujeta a
condiciones, si un ser má s poderoso que él quería destruirlo lo conseguiría.
Sin embargo la que poseía su jefe era peculiar, el contador que no marcaba
absolutamente ningú n numero y brillaba de forma especial. Intuía que haría falta má s
que un demonio poderoso para poder acabar totalmente con él.
—¿Puedo cambiar mi propia inmortalidad? —preguntó —.
—Debes hacerlo, eso garantizará tu supervivencia —.
No le resultó difícil cambiar su esperanza de vida, hacerse inmortal de la misma
forma que había hecho con Julio.
—Quieres que haga lo mismo por ti? —le preguntó a su madre—.
Su madre se llevó la mano al pecho. halagada por su generosidad.
—Hijo, acabas de conocerme de nuevo. No sabes mis intenciones, no puedes fiarte
de mi —señ aló —. No puedo pedirte que hagas eso por mi, pese a que es tentador no
puedo aceptarlo —
—Pero eres mi madre —.
—Mis padres descansan en una eterna pesadilla, ser familia no significa nada para
los demonios —.
—Pero yo confió en ti —reiteró —.
Ella acarició su cara con ternura.
—Mi dulce niñ o humano... —dijo ella llenando de calidez el pecho de Eric—. Si un
día te pruebo irrevocablemente que merezco ese gesto lo aceptaré de buena gana, ¿de
acuerdo? —
É l asintió .
—Sí —.
—Pero no deberías preocuparte de mi, creo...—le dijo ella—. Dímelo tú —
Al observar su inmortalidad pudo ver que no era ni como la que tenia él ni como
la que tenia el líder de su facció n, pensó que quizá era algo a medio camino entre
ambos tipos.
—Creo que está bien —.
—Pues ya está —zanjó —. Tengo un libro por ahí, era el diario del familiar del que
te he hablado, el que tenia tu misma habilidad, pero no sé dó nde está ahora mismo —
—Me pregunto si hay material necesario como para hacer un libro... creo que es
una habilidad bastante simple —.
—No lo es, te equivocas. Es una habilidad fascinante —le aseguró —. Por
desgracia no recuerdo mucho de aquel diario aunque sí lo leí en una ocasió n —
Lilibeth sintió un pinchazo en su conciencia, su presencia era requerida en algú n
lugar de aquel castillo.
—Hijo, sabrá s volver a tu casa, ¿verdad? —le preguntó —.
—Sí —.
—Tengo asuntos de los que encargarme —le dijo—. Ah, un ú ltimo consejo. El
libro señ alaba con fuerza esta frase: “No le quites nada a la muerte, significaría tu
ruina” —
—¿Mi ruina? —.
No entendía có mo significaría su ruina, jugaba con la muerte y la vida cada vez
que usaba su habilidad. La sola existencia de su habilidad alteraba el orden có smico de
la naturaleza, si la muerte existiese le habría de haberle dado caza hacía muchos añ os.
—No lo entiendo —admitió —.
—Quizá un día lo hagas —dijo su madre encogiéndose de hombros—. Nos
veremos pronto, hijo —
Asintió y entendió que debía de salir de allí, desapareció y apareció en medio del
saló n de su casa. Uno lleno de escombros y polvo.
—Hoy no tengo energía para esto...—soltó ignorando todo ese caos y subiendo
por las escaleras hasta su habitació n—. Mañ ana —
Capítulo 13
No voy a escribirte una canció n de amor
Al despertar se encontró con una energía renovada, recordaba lo que había
pasado con su padre y su abuela pero era capaz de suprimir las emociones que eso le
hacia sentir así que salió de la cama con buen humor.
Buscó el teléfono mó vil en su bolsillo, en ese momento se acordó de que Asyro se
lo había roto cuando los atrapó a él a Julio. Buscó entre sus pertenencias uno má s viejo,
solía cambiar de mó vil con frecuencia.
Lo cargó un poco e hizo unas llamadas a su abogados y sus procuradores para
poner en orden sus asuntos en la casa dó nde vivía antes y delegó todo tipo de
responsabilidades con respecto a funerales, herencias y asuntos personales. No quería
tentar a la suerte y explotar en cualquiera de esas circunstancias.
Les dio instrucciones a su abogado para que les diese un gran finiquito a las
empleadas del hogar y que para que todas sus pertenencias fueran empaquetadas y
enviada a su casa en Almería.
Moira le comunicó que lo había relevado en cuanto a la vigilancia de Julio aquella
noche, cuando se separaron. Ni siquiera se había acordado de haberla llamado para
darle aquella orden, por suerte era diligente en lo que hacía. No había tenido ni una
sola queja con respecto a ella.
“Está bien, mereces una recompensa —le dijo Eric mentalmente—.
“¿Un puma? —.
“El má s fiero y grande—.
Al bajar a prepararse un café e encontró de nuevo con el desastre que había
ocasionado su madre y su medio hermano la noche anterior. Aú n le parecía
sorprendente el hecho de haber perdido toda la familia que conocía de un día para
otro y en la misma fracció n de tiempo había conocido a toda una lista de familiares de
los que desconocía su existencia.
Esquivó los trozos de pared del suelo con desgana y encendió la cafetera en su
cocina, necesitaba aquel café como el aire. Al menos técnicamente, se preguntaba si
respirar era necesario ahora que su inmortalidad había mejorado de rango.
“Julio te llama, quiere saber si te apetece desayunar con él —le dijo Moira—.
“Iré en un momento—.
Apagó la cafetera y apareció en su habitació n para cambiarse de ropa. Aú n vestía
la misma que había llevado hacia dos semanas, se alegró de que en la oscuridad no
hiciese ni frio ni calor sino olería de forma horrible. Podía ser poco cuidadoso con su
hogar pero no con su persona.
—¡Bu! —soltó tras Julio—.
Este dio u respingo.
—¡No hagas eso! —.
Sobre la encimera había un par de entradas para una funció n de teatro, Eric no
pudo evitar leer el titulo “El banquete del rey”.
—¿Que es esto? —preguntó —.
É l se lo quitó de las manos y lo metió en su bolsillo.
—Nada —.
—Oh, te las ha dado tu amigo actor —.
—Pues sí —.
Le había dado un par de entradas para que acudiese con una amiga, una burda
estratagema para verlo de nuevo y quedar después de la funció n.
—¿Y vas a ir? —quiso saber
—Pues a lo mejor —.
Aú n no había decidido si era el movimiento que debía de hacer con respecto a la
relació n que tenia con ese tal Esteban, el chico con el que se había estado viendo. Si
acudía significaría que estaba interesado en él, y aunque lo estaba no sabía cuá nto.
—Ah...—.
—¿Y esa cara? —.
—Yo podría llevarte al banquete de un rey, sería mejor que eso mil veces —
comentó —.
—Farolero —.
Eric no conocía a nadie de la realeza, era cierto, pero hacia mal en subestimar los
contactos que sí tenia dentro de su facció n o entre su lista de clientes.
—Tienes un traje que ponerte? —le preguntó muy seguro de sí mismo—.
—Eres un farolero, cá llate —.
—Yo mismo te traeré el traje entonces —.
Moira intervino.
—¿Puedo ir yo? —preguntó —.
—Está mintiendo, no le hagas caso —le aseguró Julio—.
—¿Mientes, amo? —.
—Me ofendéis con vuestras dudas —soltó Eric ofendido—.
Sacó el mó vil y buscó el nú mero de una mujer con la que había hecho un trato
hacia unos añ os, decía ser la tía de un rey Sueco. En su momento no le dio importancia,
a Eric no le sorprendía un titulo, pero guardó su nú mero.
—No está ...—se dijo mientras rebuscaba entre sus contactos—.
—¿Buscas en Internet una fiesta de disfraces? —bromeó Julio—. ¿Puedo ir de
Spiderman? —
—Pagará s por tu poca fe —le aseguró —.
Desapareció y fue a comprarse un mó vil nuevo en el que cargar todos los datos
del anterior. Completó la transferencia de datos dentro de la misma tienda donde le
vendieron el teléfono y entonces dio con el numero de aquella mujer.
La mujer estaba muy agradecida de que hubiese alargado su vida hasta los
noventa añ os, cuando le dijo que le interesaba acudir a una celebració n de la realeza
no tardó en mostrar sus conexiones.
—Esta noche hay un banquete privado, solo acudirá la realeza, jefes de estado y
personas muy influyentes —le dijo ella a través del teléfono—. Como muestra de mi
agradecimiento pondré tu nombre en la lista —
—Con un “má s uno”, si es posible —.
—¡Desde luego! —soltó ella—. Espero que recuerdes mi generosidad en el futuro

—Los demonios nunca olvidamos a quienes son generosos con nosotros —mintió .
É l era el primero en ser mezquino con personas que eran buenas con él—.
—Perfecto —zanjó ella—. Esta noche a las nueve en el palacio de recreo del rey,
ropa formal —
—Anotado, disfruta de tu larga vida —.
—Lo hago —.
No le había costado demasiado conseguir una invitació n a un evento por el estilo,
al fin y al cabo los reyes y las personas relacionadas con la realeza eran tan mezquinas
y avariciosas como cualquier otra.
Acudió a su facció n para hablar con una de las empleadas de la “secció n
mundana”, un grupo de demonios que se encargaban de todo tipo de actividades
relacionadas con el mundo humano. Desde falsificar pasaportes hasta en qué país
invertir mejor el dinero y qué bonos comprar.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó ella—.
—Hola, María —leyó en la placa que tenia colgada en el pecho—. Me gustaría
encontrar un par de atuendos... principescos —
—¿Disfraces? —.
—No, algo que se pondría un rey en una gran fiesta —.
—¿De qué siglo? —.
É l no entendía de esas cosas.
—Me lo pones difícil... —.
—¿Lo quieres confeccionado al gusto o listo para llevar? —.
—El evento es esta noche así que...—.
Apuntó un par de direcciones de tiendas que se dedicaban a vender ese tipo de
mercancías, ambas en extremos del mundo. Por suerte eran ciudades a las que había
ido, no podía aparecerse en un lugar en el que no hubiese estado ya y no tenia tiempo
para volar hacia una nueva ciudad.
Julio comía un helado mientras veía la televisió n.
—Aquí estoy —anunció Eric con expresió n de triunfo—.
—¿Dó nde has estado? Son las tres de la tarde —.
—Pues organizá ndolo todo —le dijo, le dio una de las bolsas que traía consigo—.
Pruébatelo —
—¿Esto qué es? —.
—El atuendo que lucirá s en el banquete privado de un rey Sueco al que iremos
esta noche —
La boca de Julio se abrió , ni siquiera era un deseo que hubiese formulado en su
mente, ir a un evento similar. Solo se metía con él porque por lo general era muy
fanfarró n.
—No puede ser —soltó —.
—¡Es! —le aseguró su amigo—. Ve a probá rtelo, si necesita algú n arreglo tengo
que llevarlo enseguida —
“Te dije que si lo retabas iba a conseguirlo —le recordó Moira—. Me debes dos
monedas de oro —
—Eh, yo no dije nada de oro. Dije dos monedas —se quejó Julio—.
—Entonces una botella de ginebra y una de ron —.
—Hecho —.
Habían cavilado por dó nde saldría Eric y qué mentira les diría cuando volviese
pero Moira acabó afirmando que su amo volvería con lo que había dicho. Solo por el
hecho de ser retado.
—¿Apostando sobre mi a mis espaldas? Nada má s que por eso no vienes —le
aseguró Eric—.
“Iré a hurtadillas —bromeó ella—. Me gustan los humanos vestidos con ropas
brillantes, me recuerdan a los pá jaros en el bosque —
—Ya veremos —.
Moira no podría ir si se lo ordenaba, pero entendía que solo estaba bromeando.
Algo que solo había empezado a hacer desde que Julio volvió a su vida.
—No te rías —le pidió Julio antes de salir de su habitació n—.
Pese a estar descalzo lucía como un personaje de la realeza en una película de
época, si dicho príncipe tuviese la espalda del tamañ o de un armario.
—Eres un príncipe —soltó Eric con genuina sorpresa—.
Julio analizó el tono de voz de su amigo buscando rastros de ironía pero no los
encontró , lo que lo puso ligeramente incó modo.
—Me está un poco apretado —comentó —. Aunque no creo que necesite levantar
los brazos sobre mi cabeza —
—No sabes lo difícil que ha sido encontrar una chaqueta de tu talla con esos
hombros —se quejó —. Un reto en sí mismo...—
—¿Có mo la adivinaste? —.
—Intuició n...—.
Había aparecido brevemente en su habitació n y le había revisado sus zapatos y
algunas las prendas de ropa que aú n tenia en su maleta, entre ellas un blazer de una
tela no elá stica, el cual le sirvió para hacerse una idea de su talla real.
—Tu no te lo pruebas? —le preguntó su amigo—.
—Yo ya sé que me está bien —.
—Ah, está bien —dijo—. ¿El resto de los invitados irá n así? —
Eric sonrió , lo dudaba, pero no había buscado ese tipo de indumentaria para
encajar sino para darle una experiencia de cuento de hadas a Julio.
—No estoy acostumbrado a ese tipo de fiestas, supongo —respondió vagamente
—.
—Quieres engañ arme... —.
—¿Qué má s da có mo vayan? Nosotros vamos a beber y a pasarlo bien —.
—Total... no podré hablar con nadie —.
—Si has mejorado el inglés, sí —.
Julio había estudiado varios idiomas mientras se preparaba físicamente en la
academia militar, quería seguir entrená ndose también intelectualmente por lo que
perfeccionó su inglés y su francés.
—Sí, hablo inglés —dijo—. Claro que posiblemente no como tú y tu rollo de hablar
todos los idiomas —
—No todos —comentó , recordando brevemente el lenguaje que usó su madre.
Uno que estaba seguro era demoníaco—.
—¿Cuá l no puedes hablar? —.
—Aparentemente el hechizo de la facció n no cubre los idiomas no humanos. Lo
cual me parece un fracaso, propondré una mejora en la siguiente junta —se quejó —.
Julio se perdió cuando empezó a hablar de idiomas no humanos, ¿a qué idiomas se
podría referir?
—Si tu lo dices —soltó Julio—. Tendré que avisar a Esteban de que no iré a la
funció n —
—Eso, hazlo —le dijo con una amplia sonrisa—.
—No es una competició n —le recordó Julio—. No seas malo...—
—Si lo fuese habría ganado —.
—Pero no lo era —.
—Bien —.
—Puedo ir esta noche contigo y mañ ana a ver su funció n —le recordó —.
—Te llevaré a otro evento de la realeza entonces —.
—No sigas por ahí —le advirtió Julio—. Voy a cambiarme, no quiero arrugar la
ropa —
—Yo tengo que irme, te recojo a las nueve menos un minuto —.
—¿Dó nde vas? —.
—¿Recuerdas que só lo puedo aparecer en un sitio donde haya estado antes? —.
—No tengo ni idea de lo que me hablas —.
“Mi amo solo puede usar su habilidad para moverse en el espacio si conoce el
espacio al que quiere ir —comentó Moira—.
—Ah, ¿o sea que vas a Suiza? —.
Su madre lo había llevado a aquella ciudad la noche anterior, en concreto a
Baviera, donde al parecer había vivido toda su familia por parte de madre durante
generaciones. Planeaba aparecerse allí y luego desplazarse hasta un punto má s
cercano de dó nde se celebraría aquel banquete privado.
—Ya he estado en Suiza, voy a coger un vehículo desde donde puedo aparecerme
hasta el castillo donde se celebrará el evento —.
—Aú n no me creo que vaya a estar rodeado de reyes y princesas —comentó Julio
con cierta incredulidad—.
—Es encantador lo impresionable que eres —.
—Soy un mero mortal, no veo el mundo como tú —.
El demonio pensó en su fuero interno que tendría todo el tiempo del mundo para
hacerlo, literalmente. Y lo mejor era que solo podría hacerlo con él.
—Bien, pues me voy —.
—Ten cuidado —.
—Lo tendré —le aseguró con una sonrisa, Julio era la ú nica persona que le diría
ese tipo de cosas en el futuro. Y a él no se lo llevaría la muerte—.
Capítulo 14
Corre, Joey, corre
Eric apareció frente a aquel imponente castillo que se suponía era su hogar, o al
menos el de su familia demoníaca. Visto de día parecía ser un lugar má s benévolo que
en la noche, el castillo perfecto de cuento de hadas, en contraposició n a su versió n
nocturna.
Usó su habilidad para correr para salir del denso bosque que rodeaba a el lugar y
buscó un taxi al llegar a la ciudad.
—Bonito, supongo —soltó Eric al ver el castillo de recreo del rey de Suecia—.
A Eric no le impresionaba el arte o la arquitectura, puede que esa desidia
residiese en su propio egocentrismo al creer que solo él merecía la admiració n que
recibían aquellas cosas y lugares.
A la hora acordada el demonio esperaba a su amigo humano en la puerta de su
edificio montado en un majestuoso caballo blanco. Había pensado en la forma de
recogerlo durante todo el día y finalmente decidió que un caballo seria la forma má s
má gica para sorprenderlo.
—¿Qué es esto? —soltó Julio con asombro—.
—Nunca has visto un caballo? —le preguntó Eric—.
—Esto debe de ser una broma —.
—¿No te gusta? —.
—¡¿Desde cuando tienes un caballo?! —.
—Solo hoy, aunque si te gusta te compraré uno —le aseguró —. Si quieres este te
lo compraré —
Había “cogido prestado” el caballo de una gran casa de campo en Londres al que
había acudido durante un tiempo, allí niñ os ricos montaban a caballo por diversió n. El
ejemplar que había escogido Eric era un American Cream Draft, un majestuoso caballo
que se caracteriza por tener un cuerpo robusto y fuertes extremidades y que estaba en
peligro de extinció n. Era el má s dó cil del establo ya que solo lo usaban niñ os y
adolescentes para dar paseos cortos.
—No puedo tener animales en casa —bromeó Julio—.
Un par se niñ as echaban fotos con el mó vil para salir junto aquel hombre vestido
de príncipe subido en un precioso caballo de color champagne dorado, su corto y
brillante pelaje relucía como si de purpurina se tratase.
—¿Te parece lo suficiente principesco? —preguntó Eric—.
—Si detrá s del caballo hubiese una carroza... —bromeó Julio aun incrédulo—.
—Sabía que se me olvidaba algo —maldijo el demonio—. Anda, sube —
—Todos nos miran —.
La gente que pasaba por ambos lados de la calle se paraba para echarles fotos,
asumiendo que se trataba de dos actores grabando una escena.
—Eso es lo que pasa cuando eres guapo —admitió Eric—.
—Me dan ganas de empujarte de ese caballo —.
—Sube, ya es la hora —.
—Yo peso mucho —.
—Este caballo pesa ochocientos kilos, podrá con los noventa que peses tú y los
setenta que peso yo —le aseguró Eric—.
—Peso casi cien...—.
Julio metió su pie izquierdo dentro del estribo y Eric lo ayudó a sentarse.
—¿Có mo vamos a ir así hasta Suecia? —susurró al oído—. Todos nos miran —
—Si me susurras así no sé si quiero ir...—le recriminó su amigo—.
—Capullo —.
Empezaron a cabalgar, no causaron menos revuelo al unirse a la carretera, Julio
tapaba su cara por la vergü enza que sentía al ser el centro de atenció n mientras que
Eric saludaba con elegancia como si de un príncipe se tratase.
Cabalgaron con tranquilidad para la suerte de los viandantes que hacían fotos
incrédulos por la escena que estaban presenciando. Ver a alguien montado a caballo
no era una situació n tan extrañ a o peculiar pero sí ver a un caballo blanco de esa
belleza con dos príncipes cabalgá ndolos.
Al aproximarse a una pequeñ a calle Eric le advirtió a Julio que lo agarrase fuerte y
aceleró , al girar en la misma los tres desaparecieron y aparecieron en un pequeñ o
aparcamiento privado en Suecia. El caballo continuó caminando sin detenerse.
—Casi se me sale el corazó n —le aseguró Julio—.
—Dímelo a mi, con tanto roce te noto animado —.
Eric podía sentir un fuerte bulto rozando su trasero.
—Gilipollas, es por el ajetreo —soltó avergonzado—.
—No me quejo...—.
Aquel aparcamiento solo se encontraba a unas pocas calles del lugar al que se
dirigían, Eric lo había buscado tras decidir que lo recogería en caballo.
El castillo donde se celebraría dicho evento era al parecer un pequeñ o lugar de
recreo para festejar y para alojar a invitados de la realeza, no era una de las casas
principales del anfitrió n de la fiesta, el rey de Suecia.
Un gran jardín adornado con arbustos de un fuerte color verde precedía a la
fachada que estaba realizada con unos pequeñ os ladrillos de color claro que pese al
paso del tiempo aú n mostraban cierta pulcritud. Dos torres redondeadas con un tejado
color borgoñ a en cada extremo le atribuían al lugar un cará cter hogareñ o o acogedor.
Pintoresco, digno de un cuento de hadas.
—Es increíble —dijo Julio fascinado—.
—Todos los castillos se parecen —soltó Eric despreocupadamente, él no
admiraba el arte como lo hacía Julio—. ¿Entramos? —
—Temo que no nos dejen pasar —.
—Si no nos dejan pasar nos colaré dentro igualmente, tú tranquilo —.
Para sorpresa de Julio alguno de los invitados acudieron montados a caballo,
quizá solo para mostrar có mo de ricos eran ante los demá s.
La reunió n pese a que la pintaron como un evento privado estaba atestado de
personas que no vestían demasiado distintos a ellos dos. Podían ver enormes pamelas
con largas plumas y pecheras en hombres cubiertas por completo por medallas y
colgantes de oro y piedras preciosas.
—Espero el champá n má s caro —dijo Eric—. ¿Bebes, Julio?
Recordaba que en el pasado Julio no tenia especial interés en beber alcohol,
aunque en esos recuerdes tuviesen diecisiete añ os.
—Sí, yo prefiero vino —.
—¡Vino! Qué sorpresa, iré a por un par de copas —.
—¿Y me dejas solo? —.
—¡Socializa! —.
Eric se encargó de conseguir las bebidas, multitud de ojos se paraban sobre él. No
había perdido ni un á pice del magnetismo que poseía, aú n podía cautivar con su
belleza a quien fuese. Aquel era en parte el motivo por el que había ido a por las
bebidas, para sentir que era admirado, junto a Julio tendía a olvidarse de aquel tipo de
deseos.
Al regresar encontró a Julio en el mismo sitio donde lo había dejado, algunas
chicas jó venes habían puesto sus ojos sobre él pero su expresió n seria unido a su gran
tamañ o podía intimidar hasta al má s valiente, así que nadie osó acercarse a él.
—Aquí tienes, un vino viejo y muy caro —le aseguró —.
—Gracias —.
—¿Ves algo que te guste? —.
—Este vino —.
—Buena respuesta —.
Una pequeñ a orquesta empezó a tocar una melodía suave que hizo que algunas de
esas parejas meciese sus cuerpos al ritmo de la tonada.
—No pienso bailar —susurró Julio—.
Su madre le había enseñ ado a bailar el vals muchos añ os atrá s pero era tan
grande que siempre tropezaba con todo el mundo.
—Yo te enseñ aré...—le aseguró el demonio—.
—Dudo que puedas —.
—¿No has aprendido hoy que no puedes dudar de mi? —.
—Permíteme seguir siendo un escéptico —.
Julio se dejó llevar, no quería que su vergü enza le impidiese divertirse, se dejó
llevar por Eric y ademá s le dejó creer que era un profesor de baile maravilloso. Hecho
que parecía hacerle muy feliz.
Tras un par de canciones má s la orquesta dejó de tocar, el anfitrió n de la fiesta dio
unos golpes con una pequeñ a cuchara sobre su vaso de cristal.
—Disculpad que interrumpa, solo era un momento —dijo en un perfecto inglés,
por fortuna de Julio. De esa forma entendería qué decía—. Quería agradeceros a todos
que hayá is podido acudir a este pequeñ a fiesta que he organizado en honor a alguien
muy especial —
La multitud sonreía y esperaba que anunciase a ese alguien especial, una chica
joven se acercó del brazo de un anciano muy bien ataviado en lo que parecía un traje
militar lleno de condecoraciones.
—Ese alguien especial es mi padre —afirmó —.
La copa de Eric cayó al suelo cuando el anfitrió n y su padre se abrazaron
tiernamente frente a todos. Solo unas pocas personas repararon en la copa que
acababa de estrellarse en el suelo.
—Quiero expresar mi má s sincero amor por mi padre, un hombre que ha liderado
esta nació n con una ferviente devoció n por lo que hacia, pero no solo eso, también
tuvo tiempo de ser el mejor padre del mundo —dijo el rey—. No solo dá ndome el
perfecto ejemplo sobre có mo debe ser un líder sino có mo un padre debe de cuidar de
su familia y de sus seres queridos. Papá , sé que nuestra madre desde el cielo nos está
viendo en estos momentos, gracias por ser el líder que esta nació n necesitaba y el
mejor padre del mundo para tus hijos. Te queremos —
Eric agarró la mano de Julio en aras de intentar calmar el temblor que empezaba a
apoderarse de todo su cuerpo.
—¿Qué pasa? —preguntó Julio sin entender qué le pasaba—.
Al mirarlo vio que su ojo izquierdo era totalmente negro y el derecho empezaba a
cubrirse del color rojo de la sangre. El demonio lo soltó y corrió hasta la salida má s
cercana, una que daba a un gran jardín. Corrió de la multitud hasta alejarse lo má ximo
posible. Un rayo cayó del cielo sobre uno de los grandes arbustos que adornaban el
lugar, creando un pequeñ o fuego.
—¡Fuego! —gritó una voz femenina—.
Una serie de rayos cayeron sobre el lugar provocando pequeñ os fuegos como hizo
el primero y luego el sonido de una tormenta hizo que un viento invisible se
arremolinase alrededor de Eric.
—¡Llamad a los bomberos! —gritó una voz masculina—.
Julio se encontraba paralizado por la suerte de eventos que habían surgido de la
nada y que acompañ aban a su amigo, cuando aclaró su mente intentó acercarse en
vano a Eric. El fuerte viento lo empujaba hacia atrá s.
—Cá lix —se dijo—.
Se echó las manos a los bolsillos pero no encontró su mó vil, al bajar con prisas no
lo había traído consigo, miró alrededor con la intenció n de encontrar a Moira pero no
la vio.
—¡Mierda! —.
La multitud de la fiesta había empezado a evacuar el lugar, se acercó a una de las
mesas y cogió una copa, con ella pretendía hacerse un pequeñ o corte en el dedo. Sabía
có mo invocar a un demonio, Eric le había explicado có mo hacerlo. Al coger la copa se
dio cuenta de que la bandeja dorada en la que descansaba era una superficie
reflectante, rajó su dedo indice e hizo el circulo má s perfecto que había hecho nunca.
—¡Cá lix, demonio buscador del silbato, yo te invoco! —exclamó —.
Algunas de las bombillas de la gran estancia explotaron debido a las ondas de
energía que azotaban aleatoriamente los alrededores.
—Julio —soltó Cá lix tras él—.
Al verlo sintió un gran alivio, él sabría que hacer con su amigo, los había ayudado
sin descanso pese a la actitud de Eric.
—¡Eric, algo le pasa! —le gritó —.
El cuerpo de Eric descansaba sobre sus rodillas en el suelo, el viento que corría
alrededor de su cuerpo se había tornado oscuro. Como si las sombras se hubiesen
hecho liquidas y se lo quisiesen tragar.
—¿Qué ha pasado? —quiso saber—.
—No lo sé, está bamos en una fiesta y...—.
Salió al jardín e intentó acercarse hacia su antiguo alumno sin éxito, la fuerza que
se creaba a su alrededor lo repelía con fuerza.
—¡No te acerques! —le ordenó Cá lix—.
Intentó meter su mano en la gran masa liquida de oscuridad que se arremolinaba
alrededor de Eric, se dio cuenta de que si ejercía la suficiente fuerza podría entrar y
salvar las distancias pero algo extrañ o le empezó a suceder en su piel. Retiró su mano
y observó que donde antes había una piel joven y brillante ahora había una piel
envejecida llena de manchas y que marcaba cada hueso de sus dedos. Entonces
entendió que él no podía con aquello.
Su jefe, el líder de su facció n le había indicado en una ocasió n de forma critica que
si Eric desplegaba su habilidad de forma incontrolable debía avisarle. No lo había
entendido hasta ese momento porque Eric no podía proyectar su habilidad fuera de su
cuerpo y la oscuridad que lo rodeaba era capaz de deteriorar el cuerpo humano hasta
arrebatarle la vida.
—¡Axianelial, demonio oscuro de los huesos, yo te invoco! —soltó Cá lix—.
El sonido de los adoquines que se encontraban entre la estancia y el jardín al
romperse hicieron que Julio tuviese que taparse los oídos. Un gran columna de fuego
salió del suelo y el demonio invocado apareció .
—Jefe, se trata de Eric —corrió a decirle—.
El hombre vestía como de costumbre, con una colorida camiseta de vivos colores
y unos pantalones caquis, su aspecto era desenfadado en contraposició n a la expresió n
de su cara.
Cá lix le mostró su mano, una mano que no correspondía a la de un joven como él.
No tuvo que decirle nada má s para que lo entendiese, no era la primera vez que
presenciaba algo similar.
—Ya veo —soltó —.
—¿Qué sucede? —.
Ax tenia má s de un as bajo la manda, no solo era un demonio muy viejo con
poderes terroríficos sino que tenia a su disposició n una lista infinita de habilidades a
su disposició n. Usando una de sus habilidades telepá ticas de mayor rango pudo leer
los caó ticos pensamientos de Eric y entender qué estaba pasando por su cabeza.
—Es un duelo —le dijo Ax con calma—.
—Señ or, no le entiendo —.
—Chico —le dijo Ax a Julio, este se enderezó —. ¿Qué pasó antes de que sucediese
esto? —
Julio dio un par de pasos hacia adelante pese a lo imponente que era su presencia.
—Daban un brindis —le respondió torpemente—. El anfitrió n daba un brindis y
dijo unas palabras en honor de su padre —
—¿Su padre? —preguntó Cá lix, no tardó en unir las piezas—. ¿Le ha pasado algo
al padre de Eric? —
“Su padre y su abuela han muerto, ha estado reprimiendo el dolor que debería
haber sentido y al ser liberado las dos partes de su ser está n peleando por el dominio
de su cuerpo —le explicó a su mano derecha usando la telepatía—.
—¿Puede hacer algo para ayudarlo? —quiso saber Cá lix—.
“Solo alguien que sea inmune a la muerte puede pasar esa barrera sin acabar
convertido en cenizas —.
Cá lix no pudo evitar fijarse de nuevo en su mano, la mano de un anciano.
—¿Y luego qué? —preguntó —.
—¿Como que qué? —.
—¿Qué debo hacer luego cuando llegue hasta él? —.
“No puedes llegar hasta él, envejecerá s hasta morir antes de tocarlo —le aseguró
—.
Cá lix no entendía porqué le estaba contando todo aquello mentalmente.
—Señ or...—.
—Te prohíbo intentarlo, Cá lix. Es una orden —bufó muy serio—.
Uno de las letras pequeñ as a las que accedían todos los integrantes de su facció n
era la completa sumisió n ante una orden directa, pocos lo sabían pues su líder rara vez
hacia uso de este hecho.
—¿Entonces qué pasará con él? —preguntó Julio—.
—A este paso morirá , la oscuridad se vuelve má s oscura —.
Los gritos de dolor de Eric comenzaron a oírse entre todo aquel caos, al principio
eran sutiles pero se hacían má s fuertes paulatinamente.
—¿Y si lo intento yo? —preguntó Julio—.
—Eso es una...—.
Un fuerte pellizco tiró de la mente de Cá lix.
“Te ordeno mantenerte callado, no dirá s nada, ni hará s nada” —espetó con dureza
Ax en la mente de su subordinado—.
Cá lix sabia que era una muerte segura, Julio no era como ellos, si él que era un
demonio no podía cruzar aquel mar de oscuridad sin morir en el intento un mortal no
tendría la má s mínima oportunidad.
—¿Estarías dispuesto? No puedo negar que es un gran riesgo —le aseguró Ax—.
—¿Puedo conseguirlo? —.
—Hay una pequeñ a posibilidad, eso es todo —.
—Si no hago nada morirá —afirmó julio esperando una respuesta clara de aquel
hombre—.
—Sí —.
—Está bien, iré —.
Cá lix observó en un silencio forzado có mo Julio comenzaba a caminar hasta su
amigo, usando toda su fuerza para no ser derribado por el fuerte vendaval.
“Señ or, morirá , ¿por qué lo ha dejado hacer eso? —le preguntó Cá lix—.
“Compruebo una teoría—.
“Es un humano, morirá —.
“Y nosotros demonios, no lo olvides. Ahora observa —.
Julio cubría su cara evitando que la arena y el polvo entrasen en sus ojos, por
increíble que pareciese conseguía acercarse poco a poco hasta él usando su fuerza
bruta. Una gran roca golpeó su hombro y lo hizo tambalearse pero se recompuso y
siguió empujando su cuerpo hasta él.
Al llegar al centro de aquel remolino oscuro dejó de sentir la presió n del viento,
reinaba una calma que calaba hasta los huesos de Julio.
Se agachó frente a su amigo e intentó hacer que reaccionase, al mirarlo de frente
pudo observar que de su ojo salían unos tentá culos oscuros que teñ ían casi por
completo el resto de su pá lida faz.
—Duele —susurraba una y otra vez—.
—¡Eric, soy yo! —le dijo—. Tienes que parar —
Capítulo 15
El amor coloca
La piel de Eric era gélida, como un bloque de hielo, la oscuridad parecía
extenderse lentamente por su cuello y su pecho ante los ojos de un impotente Julio.
—Puedes hablar de nuevo —le indicó Ax a su subordinado—.
—Ha llegado —.
—Sí —.
—¿Có mo es posible? —.
—Eric ha debido de hacerlo inmortal —le explicó —.
—Yo soy inmortal y mira lo que me ha hecho en la mano —le dijo—.
—Hay distintos tipos de inmortalidad, Cá lix —.
Julio agitaba el cuerpo de su amigo sin obtener una respuesta coherente, solo
lograba articular palabras sueltas, como abuela, dolor o muerte.
—Estoy a tu lado, no está s solo. Por favor vuelve en ti —le pidió Julio—.
No tardó en darse cuenta de que ninguna de las palabras que dijese iba a
conseguir un cambio en él. Agarró su cara y besó sus labios, pensó que quizá un beso
valdría, que lo haría reaccionar, pero no mostraba ningú n cambio.
—¡¿Qué hago!? —le gritó Julio a los demonios—.
Cá lix no podía moverse, había sido una orden explícita de su jefe, se moría por
correr a ayudarlos. No podía evitar sentir cierto sentimiento paternal con Eric, lo había
conocido cuando era un crío y tenia la certeza de que en su interior era un buen chico.
Incluso después de todas las vivencias que ponían en entredicho esa creencia.
—Dígale algo, señ or —suplicó —. Detenga esto —
Ax le dedicó una mirada prudente antes de enfocar su visió n en Eric, ya había
visto una escena similar. Lo recordaba como si fuese ayer aunque hubiese sucedido
hacía cientos de añ os.
—¿Te he dicho alguna vez que conocí a alguien con la habilidad de Eric? —le
preguntó a Cá lix—.
En efecto ya le había mencionado este hecho, aunque de pasada, sin especificar
mucho, con comentarios crípticos.
—Sí, él ya no está con nosotros —recordó —.
—No, no lo está ... —.
Los gritos de Julio aumentaron los niveles de ansiedad de Cá lix hasta su límite,
antes de que volviese a suplicarle a su jefe que hiciese algo este se comunicó con Julio
mentalmente.
“Golpéalo —le indicó Ax mentalmente—.
—¿Có mo? —.
“Déjalo inconsciente, dale un puñ etazo tan fuerte como puedas —.
Julio no tenia nada que perder, si las palabras y sus besos no valían para nada lo
golpearía. Se levantó , apretó el puñ o y lo golpeó con toda la fuerza que pudo reunir en
la cara, haciéndolo que cayese al suelo.
Al hacerlo el viento que los rodeaba empezó a menguar, la liquida oscuridad que
giraba sobre ellos a transformarse en humo y poco a poco todos estos efectos
desaparecieron hasta dejar de existir. Incluso la oscuridad que había amenazado con
cubrir su cuerpo por completo había reculado y vuelto hacia su ojo izquierdo.
—¡¿Un puñ etazo?! —soltó Cá lix—. ¿Esa era la solució n? —
—El problema era acercarse, no propinarle un golpe, ¿no? —.
—Sí, supongo —.
—Puedes ir a ver có mo está —.
Un gran peso se liberó del cuerpo de Cá lix cuando pudo correr y acercarse hasta
el cuerpo de Eric, lo examino rá pidamente buscando algú n dañ o pero no vio nada.
Estaba intacto.
—¿Volverá a pasar esto cuando se despierte? —quiso saber Julio—.
—Esa es una buena pregunta —admitió Cá lix mirando a su jefe—.
“Probablemente vuelva a bloquear esos sentimientos con éxito —le respondió
este—.
—Creo que todo estará bien —mintió Cá lix—.
—Me alegra oírlo —resopló con alivio—. ¿Puedo saber qué ha pasado? —
Eric se llevó una mano a la cara, lo había golpeado con fuerza en el lado izquierdo
de la cabeza, sentía que el mundo giraba a su alrededor.
—Lo hablaremos má s tarde —le susurró él, intentando darle a entender que era
un secreto—.
—Has despertado —le dijo Julio—.
—¿Qué ha pasado? —.
“Tu parte demoníaca no ha soportado la tristeza de tu parte humana, casi se hace
con el control de tu cuerpo” —le dijo Cá liz mentalmente—.
—Ya estoy bien —mintió Eric—. Pero he fastidiado la fiesta —
—Eso da igual —le dijo su amigo con una sonrisa—.
Ax se acercó hasta ellos, pretendía llevarse a Eric para hablar con él sobre su
habilidad, no iba a aceptar un no por respuesta, aquel era el momento má s adecuado.
—Eric y yo tendremos una pequeñ a reunió n —les informó —.
—Señ or, ¿no podría tenerla en otro momento? —.
—¿Te estoy dando demasiadas alas, Cá lix? Te has vuelto muy atrevido —le
recriminó —. Recuerda que soy tu superior —
—Lo siento —.
Ax puso su mano sobre el cuerpo de Eric que aú n se encontraba en el suelo y
desaparecieron juntos dejando a Cá lix y a Julio solos en aquel inmenso jardín
destrozado. Esperaba que su jefe mandase a su equipo de emergencias humanas a
solucionar los dañ os colaterales y a borrar las memorias de los invitados, después de
todo aquel era el procedimiento está ndar.
—Estamos solos, dime qué ha pasado —le preguntó Julio muy serio. Sabía que él
no le mentiría—.
—Eric me mataría si se entera de que te lo he contado pero creo que debes
saberlo, mereces saberlo —.
Por la mente del chico pasaron docenas de ideas y escenarios catastró ficos.
—¿Es algo muy malo? ¿Está enfermo o algo así? —.
—No es nada de eso —le aseguró —.
Podía recordar có mo Eric le había ordenado explícitamente que no le hablase de
la dualidad de su interior, su relació n ya se encontraba terriblemente mal. Si se
enteraba de que se lo había dicho solo la empeoraría.
—Eric es mitad demonio, como yo —empezó —.
—Eso lo sé, él me lo dijo poco después de empezar a ser amigos —.
Julio recordaba con absoluta claridad có mo Eric comentaba que era un demonio
de forma despreocupada, al principio pensó que era una forma de hablar porque en
efecto podía ser muy mezquino. Pero resultó que no era metafó ricamente un demonio,
era uno de verdad.
—En nuestro interior existe una dualidad, una mitad humana y una demoníaca.
En el caso de Eric y del mío esta es del cincuenta por ciento —le explicó —. Esto es
relevante pues los demonios cuya parte humana es un quinto de su parte demoníaca
no se enfrentan a este tipo de... retos —
Julio entendía las palabras que salían de la boca de Cá lix pero no lograba
conseguir que todas esas palabras tuviesen sentido.
—Sois mitad humanos, sí —.
—Las dos mitades no coexisten en armonía en nuestro interior, son dos mares
que se agitan y luchan por no desaparecer. La parte humana se conforma con su lado
pero la otra intenta invadir la otra parte y hacerse con todo —.
—¿La parte demoníaca quiere má s espacio? —.
—En resumidas cuentas sí, la parte oscura no se conforma con su porció n y quiere
má s —.
—¿Entonces lo que ha pasado es que su parte de demonio ha querido todo su
cuerpo? ¿Porqué ahora? —.
—La muerte de su padre y de su abuela —confesó —. Supongo que no lo sabias —
Ax lo había mencionado antes de que se metiese en aquella amalgama oscura,
ahora lo recordaba.
—No tenia ni idea, no me había dicho nada. Ni siquiera lo he notado triste —.
Cá lix estaba a punto de revelar el verdadero dato relevante sobre la dualidad a la
que estaban sujetos, una realidad que no seria fá cil de obviar.
—La parte oscura no soporta los sentimientos má s intensos de la humana, Eric
reprimió toda su pena y su tristeza y cuando esta asomó ... pasó lo que acabas de ver —
le aseguró —.
—Eso... no tiene sentido, él tiene sentimientos, no es un robot o un ser sin alma —
dijo Julio, casi defendiéndolo—. ¿Tú no sientes tristeza? —
—Sentir la tristeza má s pura es doloroso, toma mucho tiempo tolerarlo y es en
definitiva doloroso. Yo sí siento tristeza, no suprimo mis emociones —le dijo—.
Julio se cruzó de brazos, confuso.
—¿Y él no? —preguntó incrédulo—.
—Eric no quiere sufrir, no tolera ese tipo de dolor, solo quiere disfrutar de las
partes buenas de la vida —.
—No sé si soy idiota... lo siento pero no logro entenderlo del todo —.
—Quiere decir que Eric va a evitar a toda costa cualquier sentimiento humano en
su estado má s puro, lo va a reprimir hasta guardarlo en lo má s profundo de su ser —
sentenció Cá lix, esperando ser lo suficientemente claro—. Tú lo conoces bien —
Cá lix no sabía qué decirle má s para que entendiese a dó nde quería llegar, quería
que Julio procesase lo que le decía y que el sentimiento del amor pasase por su mente.
Aquel era el ú ltimo dato que quería que supiese.
—Sí —admitió con prudencia—.
El demonio buscador resopló , no podía andarse má s por las ramas, debía decirle
en ese momento lo que quería que supiese. No sabía cuá nto tiempo tenían para hablar.
—La noche en la que se acostó contigo tuvo un ataque de locura —le confesó —.
—¿Qué? —.
—Me llamó en medio de la noche, estaba fuera de sí. Pasó algo similar a esto que
acaba de pasar —.
—¿La noche que...? —empezó a decir. Entonces pensó en qué sentimiento debía
de haber sentido para que pasase algo similar. La respuesta que venia a su mente era
tan absurda como acertada—. Amor —
Cá lix asintió sin fuerzas.
—Sintió una chispa de amor en su interior por primera vez, casi lo vuelve loco...
por suerte lo calmé y volvió en sí —le explicó —.
—¿Eso significa que no puede sentir amor? —.
—Significa que no está dispuesto a aceptar la batalla interna que conllevaría para
él sentir el amor verdadero —admitió sin medias tintas—.
—Creo que lo entiendo...—.
—Te lo cuento porque la vida humana es corta, deberías saber donde te metes
antes de darte cuenta demasiado tarde —.
—Darme cuenta de que no puede quererme como yo lo quiero a él —señ aló —.
—Sí —admitió —. Eric no quería que lo supieses porque piensa que basta con
fingirlo —
Aquella revelació n le rompía el corazó n, no solo el hecho de que sí hubiese
sentido amor por él sino que prefería no sentirlo con tal de no sentir ningú n
inconveniente. No quería juzgarlo demasiado a la ligera, él nunca sabría cuá nto le dolía
amar pero no podía evitar sentirse derrotado.
—¿Tú puedes sentir amor? —preguntó —.
—No solo puedo, lo siento. Yo estoy enamorado, comparto mi vida con alguien al
que amo —le aseguró —.
—¿Y es doloroso? —.
—Lo es, pero elijo sentir amor porque sino la vida no merece la pena —.
—Quiero volver a casa —.
Ax y Eric aparecieron en el despacho de este ú ltimo, una grande estancia con muy
poco mobiliario y presidida con algunos cuadros colgados de las paredes.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó —.
Eric se levantó del suelo y respiró hondo, se sentía como siempre excepto por el
palpitante dolor de su cara.
—Sí —.
—¿Ves ese cuadro? —.
Frente a ellos había un retrato con tres personas, dos hombres y una mujer. Eric
intuyó que uno de ellos era su líder, sus facciones eran las mismas, a su diestra había
un joven de cabello rubio y a su izquierda una mujer muy bella con el cabello
larguísimo.
—El del centro es usted —señ aló Eric—.
—El joven de la derecha es...bueno, permítete ahorrarme su nombre —le dijo. La
ú nica motivació n que tenia para no mentar a su antiguo compañ ero era el dolor de su
ausencia—. É l tenía el mismo don que tú —
—¿El mismo? Así que era él...—.
—Sí, por eso sé má s de tu don que tú —le aseguró —. ¿Có mo es mi inmortalidad?

—Es distinta a la del resto —respondió con prudencia—.
Ax resopló con alivio, no sabia si eso había cambiado al morir su antiguo
compañ ero.
—É l la cambió al igual que tú se la cambiaste a tu amigo —le confesó —.
—¿Có mo lo sabe? —.
—Por que cuando te descontrolaste proyectaste tus poderes fuera de ti y él fue el
ú nico que pasó intacto a traves de ellos —.
—¿Intacto? —.
É l no había estado consciente, no sabia que Cá lix había intentado cruzar a toda
costa aquella amalgama de oscuridad que lo envolvía para intentar socorrerlo.
—Cá lix intentó llegar hasta a ti pero su mano envejeció , si hubiese metido su
cuerpo entero en la oscuridad que era tu don habría envejecido hasta morir —le
explicó —.
—No tenía ni idea de que pudiese hacer algo así —.
—Mi antiguo compañ ero podía proyectar ese poder conscientemente sobre
nuestros enemigos, era capaz de aniquilar hordas enteras de demonios —recordó Ax
—. Cuando te digo que no eres consciente de todo lo sigo muy en serio —
—¿Era un demonio dorado? —se atrevió a preguntar—.
Ax no pudo ocultar su sorpresa.
—Sí, ¿có mo...? —.
—Mi madre es el demonio dorado del delirio, la conocí cuando mi padre murió —.
—Eso es... curioso. Me avergü enza decirte que no uní las piezas antes, era má s que
obvio que pertenecías a su linaje —.
—Mi madre me mostró un espejo especial donde pude cambiar mi inmortalidad a
una como la tuya y la de Julio —.
—Interesante —admitió , recordaba que su amigo había hecho lo mismo. Debía de
tratarse del mismo espejo—. Pero te recomiendo prudencia con respecto a esa
habilidad... no querrá s enfrentarte a un enemigo inmortal —
—Julio no es mi enemigo —.
—Bueno, eso es todo, puedes volver a tu vida —.
—Señ or, ¿qué puedo hacer para evitar que me pase esto de nuevo? —.
—En eso no puedo ayudarte, Eric. Yo soy un demonio completo, el rango de mis
emociones es distinto al tuyo —le dijo—. Quizá Cá lix te pueda ser de ayuda en ese
campo —
Eric no ocultó su descontento por esa respuesta.
—La solució n de Cá lix no me satisface —.
—Vete, tengo cosas que hacer —.
—Gracias por su ayuda, señ or —le dijo antes de desaparecer—.
Apareció en el saló n de su casa, el cual se encontraba con las luces encendidas.
Cá lix había llevado a Julio allí, sabía que querría hablar con él al volver de su reunió n
con Ax. Por fortuna para el humor de Eric, el demonio buscador no se encontraba
presente.
—Eric —.
—Qué agradable encontrarte en casa —.
Julio se levantó de la silla donde se encontraba sentado y corrió a abrazarlo. Había
estado recogiendo un poco del estropicio que era aquel saló n, los restos de la pared,
los muebles rotos y el polvo.
—Es má s bien un estercolero —resaltó Julio—. Si lo sé no vengo —
—Si prometes pasar má s tiempo aquí la limpiaré mañ ana mismo —.
—¿Está s bien? —.
—Sí —.
—Me diste un susto muy grande, ¿sabes? —.
—¡Pero si sabes que soy el má s duro! —.
Julio agarró su cara y lo besó como había hecho cuando estaba en trance, en ese
momento su cuerpo sí reaccionó y le devolvió el beso con el doble de pasió n con la que
se lo había dado.
—¿Es mi cumpleañ os? —preguntó Eric—.
—Te besé cuando estabas en trance pero no valió de nada —le contó —.
—¿Pensaste que un beso rompería el hechizo? —bromeó Eric—. Como lo haría un
príncipe, ¿no?
La faz de Julio se enrojeció , no formuló aquella conclusió n en su cabeza en aquel
momento pero estaba seguro de que era lo que esperaba que pasase.
—No funcionó —admitió —.
—No pongas esa cara seria, ya funciona. Mira, lo que se me marca en el bolsillo no
es el mó vil —le dijo Eric haciendo que su amigo mirase el bulto de su entrepierna —
—Qué capullo que eres —espetó Julio dá ndole un pequeñ o empujó n—.
Eric saltó a sus brazos para que lo cogiese, solo en esos momentos odiaba no ser
tan alto como Julio, si lo fuese podría alcanzar sus labios con facilidad.
—Me gusta cuando te sonrojas, veo de nuevo a aquel adolescente escuchimizado
que eras —le dijo—.
—Lo tomaré como un halago —.
—Me parece lo correcto —.
Julio lo sentó sobre la mesa.
—¿Recuerdas la ú ltima vez que tuvimos sexo? —le preguntó —.
—Entre nosotros o...—bromeó Eric—.
Julio le dedicó una mirada severa, intentaba aclarar las cosas entre ellos.
—¿Puedes ponerte serio durante un par de minutos? —le exigió —.
—Sí, recuerdo nuestra ú ltima vez —admitió con un atisbo de vergü enza, casi lo
había forzado a tener relaciones con él. No estaba orgulloso de su comportamiento—.
Siento como te traté —
—He pensado que es triste que esa fuese la ú ltima vez que lo hiciésemos, los dos
está bamos enfadados y... —.
—¿Quieres decirme que quieres que follemos, Julio? Porque sabes que no voy a
oponerme a esa idea tan maravillosa —.
Una idea fugaz pasó por la mente de Julio, para Eric el sexo no era un acto de
amor, no podía serlo debido a su naturaleza y a las decisiones que había tomado.
—¿Si lo hacemos me arrepentiré mañ ana? —quiso saber—.
—¡Jamá s! —.
No quería decirle que aquella seria la ú ltima vez que lo harían porque sabía que
era débil, podía caer de nuevo bajo su hechizo. Al fin y al cabo era el hombre má s bello
que había visto nunca y no podía negar que se sentía atraído hacia él.
—Esta vez será una excepció n, ¿entiendes? —le aseguró Julio—.
Eric no le daba demasiadas vueltas a las palabras de Julio, sentía que estaba
receptivo y él se sentía muy atraído sexualmente hacia él por lo que quería tener sexo.
Le daba igual si era algo ocasional o se convertía en algo corriente, al menos en ese
mismo instante.
—Entiendo —.
—Bien —.
Los dos se besaron con dulzura, tomá ndose su tiempo para conectar con el otro.
Cuando las cosas se acaloraron má s subieron a la planta de arriba, se ducharon y
siguieron con lo que habían dejado
—Esta vez no —le indicó Julio cuando su amigo apretaba con fuerza su trasero—.
—Esto no entraba en el plan —se quejó —.
—Hoy mando yo —le aseguró Julio empujando su pelvis contra la suya—.
—Por mucho que me ponga esa actitud, me pone un poco nervioso la idea de tu...
gran herramienta dentro de mi —.
Julio había tenido el mismo rol sexual durante todas las veces que había realizado
el acto con Eric, él era quien lo dominaba y Julio se dejaba dominar. Pero con el paso
del tiempo y tras tener relaciones con otras personas descubrió que le gustaban má s
cosas.
—Solo déjate llevar, es lo que hago yo —le aseguró Julio—.
Ambos dieron rienda suelta a la pasió n, sentimiento que sí toleraba la parte
demoníaca de Eric pues alimentaba la lujuria que sentía, un sentimiento egoísta que
era bien recibido en su interior.
Aquella noche fueron uno, sus cuerpos se fusionaron y saciaron toda la sed que
tenían el uno del otro hasta caer rendidos en la cama. En ese momento Julio recordó la
primera vez que lo habían hecho, en có mo se había sentido y en el dolor que sintió al
día siguiente. Ahora cobraba sentido la actitud fría y distante de Eric, había suprimido
el amor que empezaba a sentir.
—¿Satisfecho? —preguntó Eric—.
—No me digas que quieres má s porque...—.
—No, estoy bien —lo calmó con una gran sonrisa—.
Julio se preguntaba si el sucedá neo del amor que le ofrecía su amigo seria
suficiente para él en el futuro, si podría vivir el resto de su vida sabiéndolo y quizá s
preguntá ndose có mo se sentiría ser amado de verdad.
—Me llevas a casa? —preguntó Julio—.
—¿Ahora? —.
—Sí, quiero ducharme de nuevo y dormir en mi cama. Esta es horrible —.
—De acuerdo —.
Los dos aparecieron desnudos en la habitació n de Julio, la pequeñ a Moira
descansaba en el alféizar de la ventana de este. Aú n no se había enterado de nada de lo
que había sucedido en las ú ltimas horas, aprovechó el tiempo libre para descansar.
“Una vista curiosa —señ aló Moira—.
—No seas una pervertida —le regañ ó su amo—.
“Los humanos desnudos para mi son como cachorritos sin pelo —les aseguró ella
con poco interés—.
—Está bien saberlo —dijo Julio—.
—Me voy —le dijo Eric dá ndole un beso en el reverso de su mano—. Descansa,
grandulló n —
En ese momento supo la respuesta a su pregunta, no se conformaba con besos de
pasió n, por dulces que fuesen. Quería que la persona que lo besase lo hiciese de
corazó n, que le diese todo lo que podía ofrecerle, tal y como haría él mismo.
—Tú también —.

Continuará .
Esta historia continúa en el siguiente volumen.

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