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UNIDAD 5: La naturaleza de la revelación

VIII.1 Análisis de DV 2: Dios conversa con sus amigos

La descripción global de la revelación se expresa en una doble perspectiva: la comunicación y


la concentración cristológica.

La formulación de DV es más bíblica (inspirada en textos paulinos) y personalista. El segundo


miembro de la frase declara el designio de Dios, dar a los hombres acceso y participación en la
vida trinitaria. Expresado en términos interpersonales, incluye los tres principales “misterios”
del cristianismo: la Trinidad, la encarnación, la gracia.

La segunda frase expone la naturaleza de esta revelación. El Concilio sostiene a la vez, como
la Escritura (cf. Jn 1,14.18), que Dios es “invisible” y que se da a conocer, afirmando su
trascendencia y su libertad soberanas. En la superabundancia de su amor, Dios rompe el
silencio y se dirige a los hombres como amigos (palabra que se prefiere al término de “hijo”).
Esta expresión crea un clima: no se sitúa ya en la perspectiva de la apologética, sino que se
vuelve serenamente una exposición doctrinal. Adopta el lenguaje de la comunicación, del
encuentro, de la relación y de la invitación a la comunión. Por la revelación, Dios conversa con
los hombres (Bar 3,38) como la Sabiduría. El esquema dialogal sustituye al esquema de la
autoridad y la obediencia.

“La revelación, es decir la relación sobrenatural instaurada con la humanidad por


iniciativa de Dios mismo, puede ser representada en un diálogo en el cual el Verbo de Dios se
expresa en la Encarnación y por tanto en el Evangelio... La historia de la salvación narra
precisamente este largo y variado diálogo que nace de Dios y teje con el hombre una admirable
y múltiple conversación...El diálogo se hace pleno y confiado; el niño es invitado a él y el místico
en él se sacia.” (ES 18)

La tercera frase muestra la disposición concreta: la economía de la revelación pasa por obras
y palabras, según la solidaridad entre el ver y el oír que evocaba el prólogo. Pero aquí se trata
del “sacramento” original de la revelación. Los hechos confirman las palabras, y las palabras
dicen el sentido de los hechos.

La tercera frase muestra la disposición concreta: la economía de la revelación pasa por obras
y palabras, según la solidaridad entre el ver y el oír que evocaba el prólogo. Pero aquí se trata
del “sacramento” original de la revelación. Los hechos confirman las palabras, y las palabras
dicen el sentido de los hechos.

Es a la vez su mediador, su revelador, “el mensajero y el contenido del mensaje”. “Cristo es el


Autor, el Objeto, el Centro, la Cima, la Plenitud y el Signo. Cristo es la clave de bóveda de esta
prodigiosa catedral cuyos arcos son los dos Testamentos”. Definir la revelación identificándola
con la persona de Cristo le da un significado muy distinto del de una mera transmisión de
verdades. Sin embargo, no es un puro cristocentrismo: Cristo siempre remite al Padre.

La palabra de Dios no sólo dice e informa, sino que obra lo que significa, cambia la situación
de la humanidad. Es activa, eficaz, creadora. Al hablar, Dios no tiene intención puramente
utilitaria; su palabra es de amistad y amor.

En primer lugar, en el hecho mismo de la palabra, Dios franquea la distancia, se hace cercano,
condesciende para asociar al hombre a su vida (en Dios coinciden el hecho de la revelación y el
hecho de nuestra vocación sobrenatural). Luego en la economía, en que la criatura amada,
interpelada y llamada es una criatura enemiga, rebelde. Dios se solidariza hasta asumir esta
condición creatural. En el objeto, la comunicación del secreto de su vida personal (Trinidad),
comienzo de una donación de Dios al hombre.

También la palabra de Dios en Cristo culmina sellándose en el gesto. Con la pasión realiza la
caridad que manifestó con su venida. La palabra articulada se hace palabra inmolada. La
palabra de Dios se agota hasta el silencio.

La revelación como testimonio:

El testimonio es en su esencia, una palabra por la que una persona invita a otra a admitir algo
como verdadero, fiándose de su invitación como garantía próxima de verdad y en su autoridad
como garantía remota.

La palabra del testigo debe sustituir la experiencia para el que no ha visto. A nivel humano,
nunca puede ser la autoridad humana la garantía última. Debe ir acompañada de indicios y
signos objetivos que demuestren su valor. Se trata de la credibilidad del testigo: la fe humana
jamás podrá ser una fe de pura y simple autoridad.

Las personas sólo pueden ser conocidas por revelación; no tenemos acceso a la intimidad
personal a no ser por el libre testimonio de la persona. Y esto no ocurre sino bajo la inspiración
del amor.

Testimonio divino: La revelación es precisamente revelación del misterio personal de Dios.


Dios es la interioridad por excelencia, el ser personal y soberano cuyo misterio sólo puede ser
conocido por testimonio, es decir, por una confidencia espontánea que hemos de creer. El
cristianismo es la religión del testimonio, y sólo el testimonio asegura la comunicación
interpersonal. El testimonio divino pertenece a una especie única, que lo distingue del
humano. No sólo afirma la verdad de lo que propone a creer, sino que, a la vez, afirma la
infalibilidad absoluta de su testimonio. Es su propia garantía. Además, la invitación a creer que
Dios hace, se lleva a cabo por dos vías: exterior e interior. Se dan, en efecto, el lenguaje y los
signos de poder por una parte, y la invitación interior, la atracción por otra. La fe sobrenatural
es la única fe pura, de simple autoridad.

En la revelación, Dios se dirige al hombre, lo interpela y le comunica la buena nueva de la


salvación. Pero sólo en la fe se realiza verdadera y plenamente el encuentro de Dios con el
hombre: allí la palabra de Dios es aceptada y reconocida por el hombre. La revelación y la fe
son, pues, esencialmente interpersonales. La fe inicia en el diálogo un encuentro que
culminará en la visión.

Pueden señalarse algunas características de este encuentro. En primer lugar, Dios tiene
siempre la iniciativa. Su infinita trascendencia es también infinita condescendencia. Dios
imprime en el hombre el impulso que lo inclina hacia Él, verdad primera, supremo bien,
creando el fundamento ontológico por el que podemos hacer el acto teologal de la fe,
permaneciendo hombres y plenamente libres, siempre invitados. En segundo lugar, la opción
que exige es seria. Porque la palabra de Dios pone en juego todo el sentido de nuestra
existencia personal y el de toda la existencia humana. trata estrictamente de ser o no ser. La
muerte a sí mismo que esto supone no puede obtenerse por la simple contemplación del
mensaje revelado: es necesario que el amor nos seduzca. Por eso la palabra de Dios tiene en
Cristo aspecto y corazón de hombre para seducir el corazón del hombre. Sólo el amor
transforma un corazón rebelde en un corazón filial.

El que recibe la palabra de Jesús pasa de siervo a amigo, participa del conocimiento y del amor
con el Padre, el Hijo y el Espíritu; en su corazón habita ahora el amor con que el Padre ama al
Hijo y el Hijo ama al Padre; está y permanece en Dios. Ningún encuentro humano, por perfecto
que sea, puede llegar a tal grado de intimidad.

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