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Mama de cuatro letras Astrid Perellon

Mama de
cuatro letras
de Astrid Perellon
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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LA ESCRITORA Y LA CIGÜEÑA

Desde que me empecé a fijar en el sexo opuesto, a los 7 años, me gustaban los
niños o incluso mayores que yo por su sentido del humor. Al contarlo en casa, mi madre
me transmitió la absoluta certeza de que el noviazgo es una experiencia para la búsqueda
de la pareja definitiva. Sabiéndolo, podía conversar con ella de lo que fuera; quién me
gustaba, por qué, qué sentía cuando hacían tal o cual cosa. Podía confesarle todo con la
tranquilidad de que yo no debía hacer algo al respecto.

Mi madre me inculcó una visión irrefutable: Durante la vida, a uno le atraerán distintas
clases de personas pero no significa que se les deba decir o que deba buscarse una
relación física o emocional con aquellas.
–¿Tantos así habrá? –preguntaba yo.
–Puede ser –decía mamá a su primogénita inquieta–. Y será un período largo que
te dará oportunidad para que te observes, conozcas, preparándote para cuando seas
mayor, hayas decidido tu carrera, tengas planes, la mente clara y entonces sí, la madurez
emocional para buscar con quién compartir tu vida.

Ahondamos tanto en el tema que no me quedó la menor duda. No me quedó duda a los 7
y seguí tan segura de mí hasta los 18 años. ¡Tal fue su claridad en ejemplo y palabras! Es
por ello que, cuando un chico al que le gustaba en segundo grado de Primaria me regaló
un anillo de plástico (de esos de máquina expendedora de regalitos) dentro de una cajita
de cerillos, yo sabía que debía desalentarlo pues estaba adelantándose a algo que era
serio. Así que no se lo acepté pero le dije cosas como:
–Si quieres que use algo que me regalaste porque te gusto, dime ¿ya sabes cuántos hijos
quieres que tengamos? ¿Dónde te gustaría que viviéramos? ¿A qué te vas a dedicar? –
abrumándolo al punto de fijarse en alguien más convencional. Sentí un poco de decepción
porque la atención que te da aquel a quien le gustas es halagüeña. No obstante, me
tranquilizó poder seguir jugando infantilmente, ajena a los líos amorosos que todavía no
me correspondía vivir.

Al cumplir 13 o 14 era un mar de hormonas. Todo chico me gustaba en distintas épocas


del año, según las anécdotas compartidas juntos o el grado de atención que me ponían.
Podían gustarme todos, como podía gustarme ninguno. Sin embargo, no hacía nada al
respecto. Era amable, risueña o a veces seca, para que no se hicieran ilusiones. Fue más
complicado a los 15 pues me sentía yo madura. ¿Qué no cabía la posibilidad de que ya
encontrara a la pareja de mi vida si yo tenía las cosas claras? Ya sabía qué iba a estudiar, a
qué me dedicaría, cuántos hijos deseaba tener, dónde quería vivir y podía imaginar con
claridad el tipo de relación que deseaba. ¿No podía ya conocer a alguien a mi altura?
Como la princesa Aurora a quien comprometieron desde la cuna en La Bella Durmiente.
¡Eso me parecía romántico!
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Curiosamente, ocurrió que mi madre nos habló a las tres hermanitas sobre unos chicos
mayores que nosotras, a quienes se imaginaba en un futuro como candidatos perfectos. A
veces eran inalcanzables como el príncipe William y su hermano Harry, luego habló de
jóvenes más cercanos geográficamente y a los que conocía bien.

Pese a saberlo, seguía sin ser momento de actuar así que hice lo que me enseñó y me
observé. Qué tipo de chicos me gustaba (todo tipo), qué cosas me atraían, por qué
cambiaba de gustos de la noche a la mañana, ¿tenían algo en común? En lugar de ligar,
ocupaba mi adolescencia en fantasear con el futuro. ¿Cómo sería aquel hombre perfecto
que reuniría los atributos filtrados de quienes me habían gustado alguna vez, más los
ideales que soñaba, más las cosas que me volvían loca de los personajes masculinos en la
literatura y películas?

Con esperanza de distraerme de los inmaduros que me gustaban sólo porque me sonreían
en clase o porque habían cambiado de look, hice una lista con más de 100 cualidades que
deseaba en una pareja. Sería divertido plasmarla tal cual pero sólo puedo recordar las
cosas más simpáticas (no en orden de importancia):

-Que sea católico a mi estilo (no íbamos a la Iglesia) o gitano (por eso de creer en la magia)
-Que sea chef o al menos que le guste cocinar (porque no me gusta cocinar)
-Que sea artista
-Que le gusta leer
-Que hable muchos idiomas, que quiera seguir aprendiendo, que sea culto
-Buen humor
-Que le gusten los perros
-Que le caigan bien mis papás
-Que respete mis ideas
-Que ayude en la casa (que tengamos casa propia) pero que haya vivido solo antes de
casarnos
-Que sea maduro emocionalmente (que no crea que otros tienen la culpa de sus
problemas)
-Que sea más alto que yo, piel clara o negro (los opuestos me atraían), con ojos claros
-Que haga ejercicio y sea sano (que no tenga enfermedades hereditarias)
-Que respete a sus padres pero no tenga mamitis
-Que sea inteligente y tenga doctorado en la carrera que le guste
-Que gane lo suficiente para que vacacionemos y viajemos
-Que le guste viajar
-Que sea mi fan y lea lo que escribo
-Que quiera tres hijas y que comparta mi idea de ponerles Anette, Bernardette, Colette

En suma, era yo una pesada. Cuando contaba mi teoría sobre el noviazgo a mis amigos
varones me decían que era admirable, mis amigas decían que, sin experiencia, no sabría
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decidir llegada la hora. Mi mejor amigo me dijo literalmente que era yo muy madura pero
que ni loco se casaría conmigo.

Después de darle vueltas a esa forma expresa de rechazo, no lo tomé a mal. Sabía que el
hombre de mi vida aún faltaba mucho para que llegara y sabría apreciar mi notable
superioridad a las otras chicas de mi edad. Eso decía yo, férreamente aunque era muy
difícil ser yo. En especial cuando mi mejor amiga me confesó que, si me gustaba el mismo
que a ella y yo decidía de pronto tener novio a escondidas, me lo cedería. No sabía si
ofenderme o agradecerle. Me causó inseguridad pues yo no tenía idea si sabría atraer al
que me gustara, cuando decidiera hacer algo al respecto.

A pesar de poder hablar de todo con mi mamá, esas inquietudes que me parecían de
gente inmadura opté por no contárselas. Lidiaba con ellas en secreto, nerviosa la primera
vez que tuve un sueño húmedo (tenía 15 años) pues el tema del sexo era más complicado
de evadir que el de noviazgos.

Esto porque, hablada a tiempo la cuestión de La Cigüeña, de todas formas mi mamá nos
preservaba de ver escenas de sexo en películas u otras expresiones que lo incitaran.
Siguiendo su visión sobre que hay edad para todo y la del noviazgo y el sexo llega hasta
mucho después, mamá insistía que esas escenas sólo nos harían sentir intranquilas sobre
saber esperar.

Tenía razón porque, cuando se llegaron a colar esas escenas al cambiar de canal o porque
no estuviera ella cerca para taparme los ojos durante una película, realmente me hacían
sentir incómoda, tensa, como una lucha entre el bien y el mal en mi interior.

Sin darme cuenta, estaba acumulando imprecisas asociaciones del sexo como tabú. Dejé
de verlo como algo natural para asociarlo con tener cuidado, incomodidad, postergarlo
por tratarse de cosa de dos que ya son pareja formal. No podía haber crecido más
equivocada.

El sexo es cosa de uno. La relación de pareja es cosa de uno. Es reflejo de la relación que
tiene uno CON UNO MISMO.

No puedo decir que mis padres se equivocaran pues, al prolongar mi infancia lo más
posible, experimenté maravillosas aventuras, conservando intacta mi capacidad de
imaginar (de la que ahora vivo). Seguramente me salvaron de conflictos emocionales que
uno pasa cuando no tiene clara su autoestima y asimila el rechazo de quien te gusta como
algo personal. En realidad no me arrepiento de cómo me criaron pero decidí que no criaría
así a mis hijos. ¡Es más! Decidí que no tendría hijos. Aquella idea se me ocurrió cuando
tenía veinte años y había cambiado de opinión por algunas anécdotas vividas.
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Había descubierto que mamá no había llegado virgen al matrimonio, derrumbando por
completo mi idea de que el sexo es algo sagrado entre el que se elige como correcto. Ella
eligió como correcto al incorrecto y luego al correcto que fue el correcto pero, mientras
tanto, se divirtió con ambos como uno ve en las películas de los setenta.
También me había llevado otro chasco porque, el muchacho que mamá eligió como
candidato futuro para mí, no me parecía el adecuado cuando el futuro nos alcanzó y lo
descarté al conocerlo mejor.

La niña segura que trataba secamente a los niños, postergando el interesarse en ellos,
ahora que estaba interesada en los hombres no sabía cómo relacionarse con ellos. ¡No fue
de extrañar que la mayoría de mis amistades fueran mujeres o gay!

Como mamá murió cuando yo tenía 15 no pudo cumplir su plan de estudiar una Maestría
para conocer buenos candidatos qué presentarnos mientras nosotras estudiábamos la
Licenciatura. Quedamos solas con nuestros conceptos y autoestimas.

Tras muchas luchas internas morales, a los 22 años decidí ponerme al corriente con la vida
y… experimentar. Empecé por conocerme, luego por conocer a otros de distintos tipos.
Pensaba que, entre ellos, encontraría al indicado. Soñaba con romance pero me causaba
mucha curiosidad el sexo simple y llano. Esperando el gran romance, exploré lo segundo.

Perdí mi seguridad, mis ideales porque la verdad al desnudo me aterraba: todos los
hombres que conocía les importaba poco mi madurez, mi inteligencia y mis valores,
principios que hice a un lado para divertirme, confiando que habría tiempo para distinguir
al Hombre de Mi Vida entre relaciones casuales; creyendo que se puede conseguir un
novio, conociéndolo primero en la cama. ¡No podía estar más equivocada!

Para cuando cumplí 23, había tenido algunas aventuras sexuales dignas de otra novela
pero ni un solo novio. Por fin decidí tomar en serio lo de encontrarme una pareja para
saber qué se sentía recibir flores, mensajitos de texto, conocer a la familia de otro y hacer
planes juntos. Empecé por reconocer que mi mamá tuvo suerte al encontrar a mi papá y
que yo debía forjar mi propia suerte.

En 2009 me topé con el libro Por qué los hombres aman a las cabronas de Sherry Argov.
Ante él, usando dos habilidades que desarrollé ampliamente gracias a no distraerme con
los noviazgos cuando era adolescente, lo leí en una sola noche y lo asimilé casi de
memoria para ponerlo en práctica al día siguiente (no es broma). En la misma época, un
querido amigo al que respetaba pues llevaba una relación de varios años con su misma
novia, me aseguró lo contrario a lo que vi en el libro. Me instruyó sobre cómo ser más
inteligente que el chico que me gustaba, investigándolo, propiciando conversaciones,
escenarios para manipularlo, convertirme en lo que él deseaba con el fin de obtenerlo. Ya
que tenía tiempo de sobra, hábilmente, puse en práctica las dos filosofías a la vez.
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Con la idea de mi amigo logré que el chico que me gustaba no sólo se fijara en mí, sino
que le gusté descaradamente y me deseó al punto de tener sexo alocado una noche
ENTERA. Días después se interesó en alguien más.

Al mismo tiempo, con la filosofía que memoricé del libro elegí a quien captó mi atención.
Un candidato diametralmente opuesto al primero. ¡Cumplía casi todas las características
de mi lista de quinceañera!

Siguiendo los consejos de Argov al pie de la letra, salimos varias veces hasta que me pidió
que fuera su novia. En vísperas de Navidad me insinuó en perfecto francés que era yo el
tipo de chica al que podría terminar amando y casándose algún día. Aunque me cautivaba,
no me ilusioné, sino que mantuve la cabeza fría.

Luego salió de viaje por las fiestas y fuimos novios por teléfono, dándome oportunidad de
conocerlo, tal como recomienda Argov, sin prometer nada y con los ojos bien abiertos.
Reuniendo información, decidí que no me veía con él no sólo en un futuro, sino incluso en
el siguiente instante. Le hablé por teléfono y lo corté. Sugirió que nos reuniéramos para
conversar de sus razones pues también había planeado terminar conmigo y le respondí
alguna ambigüedad que zanjaba la posibilidad.

Ahora que sabía que podía tener al hombre que quisiera, siguiendo los consejos de una
cabrona que se respeta a sí misma y que decide conocer bien al otro antes de
comprometer nada (ni su cuerpo, ni sus emociones, ni su agenda), no perdería el tiempo
con quien no me interesara EN SERIO.

Ese 2010 no salí con nadie pues nadie me interesaba en verdad. Para mediados del año
me pareció entretenido tener un amigovio sólo para darle gusto al cuerpo, en lo que ponía
atención a quien pudiera ser el GRAN AMOR DE MI VIDA.

En septiembre de 2010 comencé a dudar de mí, de Argov, del mundo. ¿Qué estaba
faltándome para hallar romance donde sólo había sexo? Queriendo respuestas, me fui a
un viaje alocado para encontrarme a mí misma; desenfrenado, sin un centavo,
completamente activada mi modalidad libertina. No me encontré a mí misma porque
nunca me perdí; más bien me llevé a todos lados y, si estaba a disgusto conmigo en la
ciudad, seguía estando a disgusto conmigo en la Riviera Maya y de regreso a la ciudad.

Encontré entonces un fabuloso libro que insistía en el Aquí y el Ahora. Fascinante. Por
leerlo, dejé de buscar hombres, una relación o planes futuros. ¿Quién quería ser en ese
preciso momento? Lo fui y aquella determinación me condujo a las Enseñanzas de
Abraham, que derivan de la misma filosofía. Siguiendo sus ejercicios al pie de la letra (todo
lo nuevo que deseo imitar lo pruebo al pie de la letra para asegurarme de conseguir el
mismo resultado), limpié mi vibra en 21 días, permitiendo que mis amistades me
presentaran con quien quisieran para ampliar mi círculo, siendo en todo momento yo
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misma (nunca descarté a Argov pues ser cabrona, es decir, respetarme antes que quedar
bien, ya era parte de mi personalidad).

Como Abraham afirma que ocurrirá para quien comienza a hacerse cargo de sus
emociones, tendiendo a las positivas y evadiendo o re-pensando las negativas, tal cual, de
la nada mi hermana me habló de un chico de su trabajo.
–Le dicen el TodasMías –bromeó por el apodo pero no por la actitud de dicho
joven.

Le incomodaba que parecía quererla ligar aunque ella ya tenía novio formal (Helga nunca
dejó de ser cabrona. Quién sabe cuándo lo aprendió porque mi otra hermana, Ingrid, y yo
no tomamos esa clase). También le pareció curioso que platicara de un libro que a Helga
no le interesaba pero del que yo no había dejado de hablar en los últimos días sobre cómo
resaltaba el aprecio por la vida cuando se cree que no durará mucho: Verónika decide
morir de Paulo Coelho. Tomé el comentario de Helga como parte de las señales que
parecen tan naturales cuando uno se responsabiliza de cómo se siente en todo momento,
así que aguardé a ver qué más podía ofrecerme el Universo al respecto.

No me desilusioné cuando Helga decidió presentárselo a Ingrid porque las edades


correspondían más a los estándares bajo los que nos educó mamá. Mamá aconsejaba
<<consigan chicos 6 años mayores que ustedes para que sean sus iguales en madurez
emocional>>. Helga, sin premeditarlo, se enamoró dentro de esa premisa y nos llevaba un
año de ventaja dentro de la experiencia de noviazgos formales, haciendo ahora de
Celestina. No obstante, Ingrid volvió de la primera cita desencantada, diciendo algo
misterioso (pero según Abraham, completamente natural):
–Es perfecto para ti, Astrid.
–¿Por qué? –demandé saber, neciamente, en lugar de dejarme guiar por la
Inteligencia Infinita que actuaba a través de mí, desde que me responsabilicé por sentirme
bien sólo por el gusto de sentirme bien.
–Porque a mí me aburrió. Para ti será perfecto.

Podía tomarlo a mal o agradecerle, como con mi amiga cuando dijo que me cedería a un
chico cuando teníamos 15 años. Con 25 años, me ocupaba por vez primera de mis propias
emociones, así que elegí agradecerle.

Helga nos reunió el 21 de octubre de 2010. Habían pasado los 21 días en los que uno
limpia su vibra cuando por primera vez sigue las Enseñanzas de Abraham. Salí temprano
de un compromiso, no me pude cambiar, llevaba ropa deportiva, con mi vergonzoso
tratamiento de ortodoncia empañando mi sonrisa. Alcancé a Helga a la salida de su
trabajo, salió a saludar y llamó a Jorge Elías para que también saliera a saludarme. Le
había dicho deliberadamente que buscaba emparejarnos, causándome un poco de
contrariedad pero permanecí receptiva a lo que la secuencia de señales me mostraría
ahora.
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Nos vimos y no logramos contener la sonrisa boba al unísono. En mi ombligo sentí un


agujero que nunca había sentido (no esas mariposas de cuando besuqueé a tantos otros
antes; esto era un agujero).

Él me relató años después que no le gustaba mostrar los dientes al sonreír pero no lo
pudo evitar en ese momento de conocernos. Yo le dije después que traté de hacer menos
obvio los brackets pero no los pude esconder y resulta que le encantaron.

Fuimos los tres por un helado pero él no pidió nada. Estaba crudo, se había rasurado en el
trabajo, pedido que le dejaran lavar y secar su camisa en el área para ello del restaurante.
Su precipitación y poca preparación fue porque Helga le dijo ese mismo día que me
conocería. Ya le había hablado de mí y hasta me agregó en Facebook. Yo, por el nombre,
creí que era otra persona sin saber que se pasearía por mi álbum de fotos antes de vernos
frente a frente.

Haciendo a un lado mi prejuicio sobre cómo Helga me advirtió que se ligaba a todo lo que
tuviera falda, platicamos neutralmente del libro que nos atrajo. Luego él sacó un libraco
que me impresionó, diciendo que era continuación de uno que me fascinaba (Helga le
había dicho). Años después, ni él terminó de leer nunca Códice, ni yo me interesé por
leerlo. Sólo fue todo oportuno para conocernos más.

En el momento en que Helga estaba aburriéndose, la incluí hablando del Halloween que
se acercaba. Helga bromeaba sobre usar un disfraz muy sexoso para obtener más
propinas y Jorge Elías la instó a que no lo hiciera, sonándome sobreprotector y paternal.
Fue una alerta roja para mí. ¡Cómo podría involucrarme con alguien que expresa así su
opinión!

Me disculpé para ir al baño pero más bien para aplicar un ejercicio de Abraham para
retomar el control sobre cómo deseaba sentirme. Empecé por reconocer que no me sentí
mal por lo que él dijo, me sentía mal porque mis pensamientos sobre lo que dijo me
distrajeron de lo feliz que me sentía. Re-pensé mi opinión sobre el asunto, diciéndome:
<<No tiene que ser el amor de mi vida. Es guapo, podrían sólo divertirme con él. Si así
trata a Helga, tal vez él solito se aleje de mí cuando sepa que soy modelo de desnudo
artístico u otras anécdotas que le resultarán escandalosas. Si no quiero seguir
conociéndolo, pues simplemente buscaré algo mejor qué hacer>>.

Salí del baño y le dije a Helga que se me hacía tarde para mi cita con el ortodoncista. Helga
me siguió la corriente; nos despedimos abruptamente. Él no me pidió mi teléfono y yo fui
únicamente cortés, a partir de eso.
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LA CABRONA Y EL TODASMÍAS

Ser cabrona no es ser mala. No se refiere a la que se cree superior a todos en el


trabajo, ni la que maltrata o juega con los sentimientos porque es una comehombres. Al
menos no en la filosofía de Sherry Argov. Uno practica ser cabrona no para manipular,
sino porque es la salud emocional que toda mujer necesita. Me ocupaba de mí, siempre
de mí, sólo de mí.

Si Jorge Elías quería algo conmigo tendría que permitirme conocerlo mejor primero. Una
cabrona no entrega ni las emociones, ni el cuerpo, vamos ni siquiera la agenda. Lo negocia
si, después de observarlo, él vale la pena. ¡Es increíble cómo, tras siete años de dudas,
volvía a adoptar la visión de mi madre! Lo hacía después de un paréntesis en el que vi
todas las escenas de sexo frente a las cuales ella me tapó los ojos para ponerme al
corriente con la aceptación de mi sexualidad. No me arrepiento, por supuesto pero me
hubiera gustado leer el libro por allá de los 15 años cuando creía que era la única joven
que se daba a respetar.

¡En fin! Todo esto para prologar por qué Jorge Elías le pidió mi teléfono a Helga. Estaba
bastante intrigado sobre por qué yo no había mostrado el mismo interés que las otras que
le habían dado su reputación. Yo no lo mostré, porque no lo tenía. No por hacerme la
difícil, sino porque yo no estaba dispuesta a soportar a un hombre que sonaba a padre
regañón (ése ya lo tenía y también lo evadí exitosamente).

Me escribió al día siguiente en el muro de Facebook y yo contesté sin prisa lo que Argov
recomienda, siendo amigable pero no precipitando mi interés hacia un completo
desconocido.

Estuvo por 15 días llamándome y yo contesté el 1% de las veces. Por mi parte, tenía que
pensar en qué me estaría metiendo. Otras veces estaba yo en el trabajo, otras veces
estaba a punto de dormir. Cuando por fin decidí que podría solo divertirme y conocerlo
más, dándole el beneficio de la duda, acordamos vernos el 1 de noviembre tras mi trabajo
en el Centro Histórico.

Ese día yo tuve una audición importante para la televisión así que salí muy arreglada
conforme me alistaron en el set. Fui a trabajar y él llegó con horas de anticipación,
moviéndome el tapete sobre lo que habría de hacer. Concluí mis asuntos sin apurarme,
salí a su encuentro y caminamos por la ofrenda monumental que ponen en el Zócalo. Yo
me repetía que lo conocería mejor aunque, de la nada, me emocionara tremendamente
estar a su lado. Ése era mí secreto que no confesaría hasta saber quién diantres era aquel
muchacho que, según decía:
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-Era católico pero no iba a la Iglesia y creía en lo sobrenatural pues tenía un vínculo
especial con la Muerte, a quien respetaba en tradiciones como la de Día de Muertos,
motivo de nuestra primera cita.
-Era chef.
-Le encantaba la fotografía y llevó una cámara análoga a la cita.
-Le gustaba escribir y leer cosas como el Código Da Vinci, Códice y a Paulo Coelho.
-Estaba estudiando francés; el inglés hacía que le doliera la cabeza.
-Quería meterse a cursos de fotografía.
-Me hacía reír.
-Tenía dos perritas que su familia adoptó de la calle.
-Era más alto que yo, de piel clara, ojos claros (aunque tenía una ligera panza).

Me aferré a mi bolsa de mano pues me encantaba su proximidad pero él puso todas sus
cartas en la mesa más rápido de lo que Argov me preparó. Quería tomarme de la mano
como pude notar cuando la buscaba o cuando cruzábamos la calle. Me hice la loca,
manteniendo las manos en mi bolsa. A él se le ocurrió decir de pronto que nos imaginaba
en un año paseando como vimos a una pareja con sus bebés disfrazados en la carriola.
Abrí los ojos como plato. ¡A dónde con tanta prisa!, pensé. Luego trató de redirigir su
comentario, diciendo que podríamos llevar dos calabacitas a modo de broma (era parte de
su estrategia, pensando que a toda mujer derrite un hombre listo para casarse, sin
embargo, también estaba dejando entrever su sincero propósito de ser padre).

Como apenas había decidido conocerlo primero, me amedrentó su intención. Aún así, nos
tomamos una foto sin pensar que podría haber sido patético si no terminábamos juntos
después de eso. Pude percibir que le apasionaba la fotografía y no entendí por qué seguía
siendo barman. ¿No tendría sueños y planes claros?, fue mi inquietud. Mientras tanto, él
se llevaba la impresión opuesta, temiendo que yo fuera una workaholic cuando le describí
mi día normal, en el que cruzaba varias veces la ciudad entre mi clase de Locución, mis
contrataciones como Diseñadora de Cuentos, mis juntas de trabajo o yendo a casa a
escribir para el periódico. Si a mí me atrajo que parecía estar descubriendo su verdadera
pasión al llevar ese día una cámara análoga, a él le escandalizó que parecía que yo no
soltaba la agenda.

Así fueron nuestras siguientes citas: él con la cámara, yo agendando según mis prioridades
y sueños. Incluso un domingo estuvo a punto de tirar la toalla conmigo porque no captó
por qué para mí era absolutamente importante quedarme en casa para acomodar mi
agenda (basándome en el curso recién tomado de organización para cumplimiento de
metas de Franklin-Covey) en lugar de ir por un helado con él. Pese a ello, mientras más
interesada estaba yo en mi propia vida, más interesado estaba en mí.

Al día siguiente fue sorpresivamente a mi función de cuentos en la Feria de las Calacas,


logrando que mi corazón brincara de emoción. De verdad me gustaba pero podía
distinguir lo importante de conocerlo antes de dar todo de mí. Si en verdad quería tener
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algo serio con él ¡era crucial ocuparme de mí antes que nada! De lo contrario, me hubiera
adaptado a lo que creía que él quería, aburriéndolo por fácil o dándole la falsa impresión
de qué era como no soy.

Tras mi función, cuando salí del escenario a su encuentro, él estaba sosteniendo mi


maleta, dispuesto a recibirme con entusiasmo. Pudo sentir mis ganas de echarme a su
cuello para abrazarlo pero me contuve. Percibí su confusión.

Propicié que nos sentáramos mejor en el pasto a platicar y estiró la mano para retirarme
el cabello de la frente. Helga me había advertido, antes de presentarnos, que lo mismo le
hizo a ella, pareciendo sospechosamente una estrategia para besarla. Asumiendo que se
trataba de la misma técnica, me retiré yo el cabello, frustrando su intención que confesó
años más tarde.

En la cita del día anterior me había llevado en taxi a la Condesa para ir a un restaurante
donde trabajó. Ahí pedimos crepas, bebimos vino, me mareé tanto de felicidad que estaba
a punto de olvidarme de conocerlo y mejor darlo todo, aunque arruinara el futuro de la
relación. Me debatía entre dejar que tomara mi mano, tomarla yo, o seguirlo escuchando
para saber sus planes, su personalidad y, lo más importante, su madurez emocional (no
creer que sus problemas son culpa de otro). Creyó que tendría suerte cuando me dejó en
la puerta de mi casa, tratando de besarme de buenas noches pero yo di media vuelta y me
despedí, entrando rápidamente.

Esta segunda ocasión me costó más trabajo mantenerme tranquila. Nos despedimos en el
andén del metro, él iba hacia el norte, yo al sur. Entramos al mismo tiempo en vagones
opuestos, las puertas no cerraban. Me palpitaba el corazón como loco. Quería salirme,
encontrarnos en el centro y besarnos. Él contemplaba la misma posibilidad, se asomó, no
me vio asomada, así que nos fuimos cada quién por su lado. ¡Y qué bueno porque a quién
le ha resultado una relación duradera y satisfactoria con alguien a quien apenas conoce!

Sólo podíamos salir en sus días libres y, como barman, cambiaban constantemente. Yo
tenía mejores cosas qué hacer que sentarme a esperar su llamada. Tenía ensayos de
teatro y sueños qué cumplir. Contestaba el 2% de sus llamadas, después de todo, debía
ocuparme de mí para no comenzar a creer que él era lo más importante en mi vida.

Sí nos mensajeábamos pero yo no decía nada que me comprometiera. Ni novios éramos,


¿qué esperaba de mí entonces? Fue de suma importancia aguardar pues, en la cita cuatro,
caminamos largamente de un punto a otro de la ciudad porque nadie tenía dinero para el
taxi. ¿En verdad quería involucrarme con alguien que no aportara nada a mi falta de
administración? ¿Realmente me veía con él en esta situación por quién sabe cuántos años
más? En esa larga caminata, compartimos una bolsa de Tostitos, sintiéndonos románticos
como una pareja que no le importan las circunstancias sino estar juntos. Estoy de acuerdo
pero también aprendí cosas importantes esas largas horas de fin de semana con él.
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Teníamos distintas opiniones sobre el aborto (yo a favor, él en contra). Él quería casarse y
tener hijos antes de los 30, yo quería ser millonaria antes de esa edad; no tenía opinión
sobre los hijos. Él me contó largas peroratas sobre las injusticias de sus jefes, situación que
lo llevaba a cambiar de trabajo constantemente en el ámbito restaurantero aunque su
sueño era fotografiar. Yo sabía que quería ser escritora desde que empecé a hacerlo a los
5 años y ahora estaba ideando la manera de publicar mi primer libro.

Seguí pensando que tal vez sólo nos divertiríamos juntos pero que no debía hacerme
ilusiones. Eso me decía mientras pensaba en él al despertar, me lo decía mientras
recordaba lo bien que la pasamos durante el día, me lo decía antes de dormir cuando veía
que me había mensajeado y que yo no lo había notado. Por eso no le contestaba. ¿Cómo
podía estar él tan seguro de querer estar conmigo? ¡Qué no notaba nuestras importantes
diferencias!

Claro que estaba enamoradísima pero mantuve los ojos abiertos. Incluso le contaba a mi
papá que sí me imaginaba casada con él pero solo porque amar es una elección que se
hace diario. Amar incondicionalmente (según citaba las Enseñanzas de Abraham) tenía
qué ver con uno mismo, no con lo que el otro hiciera o dejara de hacer. Así sí me
imaginaba juntos para siempre pero yo tenía que seguir practicando el amor incondicional
a mí misma, que había estrenado apenas ese mismo año. No estaba lista.

Mis hermanas ya detestaban que él fuera de lo único que hablara. La mamá de Jorge Elías
lo aconsejaba cuando él le decía con desesperación que yo no mostraba el mismo interés
que él; que parecía que yo no era romántica, que yo no era como las demás chicas.

Llegaba la quinta cita y él me desafió a que fuera yo la que la planeara (después de todo él
había sido sumamente romántico con sus ideas, aunque me asombró cuando me
preguntó mi nombre porque no lo sabía pronunciar correctamente después de haber
salido por 3 semanas). No se me ocurría nada, entré en pánico, se lo confesé y,
galantemente, preparó una quinta cita diciendo que <<por esta vez, haría mi tarea>>. Su
devoción me ganó. Decidí esa noche que platicamos que, al día siguiente, si en verdad me
gustaba su idea de cita, lo besaría. No había dejado que él me besara así que realmente se
llevaría una sorpresa.

Además Helga me contó que le gustaban las mujeres que tomaban la iniciativa. ¡Sería una
doble sorpresa! Me pidió que fuera vestida cómoda, luego tomamos el camión y me dio a
elegir entre frío o calor. Dije calor pero, al pasar frente al Museo de Antropología, estaba
cerrado así que optó por lo frío. Después tuve qué confesar que no lo hubiera besado de
elegir bajarnos en el museo porque no disfruto visitarlos acompañada. Él asumió que me
gustaban los museos pero fue una suerte que optara por el plan B.

Nos acercamos al lugar, bajamos, compró las entradas ¡y resultó que patinaríamos sobre
hielo! Yo estaba fascinada pues era una de las actividades que me imaginé hacer en
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pareja, cuando hacía mis ejercicios de las Enseñanzas de Abraham sobre imaginar lo que
deseo experimentar. Jorge Elías, por su lado, estaba dispuesto a abandonar todo si patinar
no le conseguía al menos un besuquín.
Al enterarme que entraríamos lo abracé, me abrazó y sentí que movía su cabeza para
recibirme con un beso pero yo me separé con fuerza para evitarlo. Yo ya había decidido
que lo besaría pero sería a mi modo.

Patinamos un rato, nos tomamos de la mano porque era imposible no hacerlo y cuando
nos sentamos a descansar, le dije:
–¿Quieres que te pague por hacer mi tarea? –refiriéndome a que planeó la quinta
cita que yo temía planear.

No me escuchó pero yo ya me aproximaba hacia él, así que sólo pudo murmurar que se lo
repitiera otra vez. Repetí mi frase de película adolescente en el camino a robarle el mejor
beso de toda mi historia romántica. Fue perfecto e incentivo suficiente para que él
quisiera seguir planeando citas.

Sin embargo, la escena que determinó que deseaba estar conmigo seriamente fue cuando
esperábamos en la fila del cine a ver Harry Potter 7 Primera Parte. Mientras Jorge Elías
recibía mensajes de su mejor amiga sufriente del mal de amores, pensaba si debía
aprovechar para consolarla en todo aspecto, dado que yo parecía algo mojigata, o por lo
menos todavía no me decidía a intimar con él. No leí por encima de su hombro, sino que
él me contó las cuitas de su amiga con tono casual.

¡Yo había esperado este momento desde que leí a Sherry Argov por primera vez! La
ocasión definitiva en donde uno puede mostrar la plena seguridad que se tiene en uno
mismo, dando a entender al otro con la propia actitud que cada uno es responsable de sus
actos. Dije entonces con la misma sencillez que él adoptó:
–¿Por qué no vas a consolarla? Se escucha que te necesita y tú eres su amigo.

Jorge Elías me confesó tiempo después que se estremeció por dentro, pensando que
nunca hallaría a alguien igual que yo. Así que decidió quedarse en la fila conmigo. ¡Por qué
echaría a perder lo que se estaba dando entre nosotros por echar una cana al aire! Apoyó
a su amiga más tarde pero no la consoló como tenía pensado; se la pasó refiriéndole lo
cautivado que estaba conmigo. No cabía en sí de asombro. Yo no cabía en mí de
seguridad.

Desde ese día, siempre que alguna duda me asalta, revivo mi convicción al decirme <<el
Amor Verdadero no es el que luchas por mantener junto a ti, sino el que te elige con
naturalidad y certeza por su propia voluntad>>.

Por supuesto que tenía dudas, las tuve, las tendré. Siempre que uno NO se está amando a
sí mismo, cree que tiene que ver con el de afuera. Debido a esas lagunas de amor propio,
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
14

conversé con mis distintas amistades al respecto, atrapándome en el patrón de duda-


certeza, asociados con mi propio estado de ánimo. Aproveché entonces cuando mejor me
sentía, rebosante de claridad y anuncié a mi amigo:
–No importa si mi relación con Jorge Elías no funciona. Si te llamo desolada,
llorando, creyendo que perdí el tiempo quiero que me recuerdes que yo dije <<No
importa el resultado, el camino valió totalmente la pena>>.

Prometió recordarlo pero no hará falta… no porque yo sepa el final, sino porque siempre
recuerdo lo que es importante para mí.

Aunque será más divertido -por la afición del ser humano al drama- referir cuando tuve
dudas. Bueno, la primera de ellas, surgió el 21 de noviembre cuando caminábamos de la
mano por un camellón adornado por la naturaleza otoñal. Platicábamos de nuestros
sueños y presentí que Jorge Elías me pediría que fuera su novia (después confesó que sí
fue su intención pero me vio tan segura, que quiso darme una lección).
–¿Quisieras… –empezó, contagiado de la atmósfera, sabiendo que se cumplía un
mes de habernos conocido. Sonreí, triunfal, fascinada por la magia de la vida y remató:
–…viajar conmigo en Semana Santa a Oaxaca?

Sabía que era un asunto especial para él porque le gustaba pueblear llevando su cámara,
aunque a mí no. Sin poder ocultar mi contrariedad, respondí simplemente que tendría que
preguntarme más cercana la fecha pues podía coincidir con alguna contratación o evento
que debería cubrir. Si no lo había, con todo gusto, lo agendaría.

Tuve que repetirme toda la noche que el camino habría valido la pena aún cuando no
fuéramos novios y sólo se tratara de una aventura romántica. Al menos me alegraba no
haber tenido sexo con este desconocido desalmado que estaba jugando conmigo, concluí.

A la semana siguiente conversamos sobre nuestros lugares favoritos. Él me refirió las


bellas anécdotas de su primer amor cuando tenía 2 años e iban en familia a la casa de su
abuela en Cuernavaca. Describió un bello punto bajo el árbol más frondoso en el fondo del
jardín, donde acude su mente en busca de paz y un poco de melancolía. Yo también tenía
un lugar favorito aunque nunca lo había visitado; sólo lo vi y supe que lo sería porque me
recordaba a mi infancia cuando nos tumbábamos en el pasto, viendo las nubes,
acomodadas en una hendidura que se ajustara a la figura del cuerpo, como un nido
situado en medio de un valle paradisíaco. Estábamos más cerca de mi lugar favorito, así
que visitamos Chapultepec, ubicamos algún sitio en los pastizales donde cupiéramos los
dos, acoplándonos a ese nido hundido en la tierra para ver las nubes. Me abrazó. Respiré
profunda paz y pensé:

<<Qué importa si somos novios o no cuando puedo sentirme así en sus brazos>>.
–Oye, ¿quisieras…–comenzó él y pensé que iríamos a comer pues se había aburrido
de estar tendidos viendo la vida pasar.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
15

–…ser mi novia? –dijo. Sonreí con absoluta tranquilidad, sin cantar victoria, ni
regodearme. Sé ahora que las cosas llegan no cuando menos las esperas, ni cuando más
las deseas, sino cuando son el siguiente paso lógico que se da en el momento perfecto.
–Sí –sonreí, volteé de nuevo para que me abrazara y seguimos viendo nubes. Era
28 de noviembre de 2010, mi año púrpura, atribuido al número 7 según el esoterismo. Era
un año de encontrarme a mí misma y no sólo me encontré, sino que lo reflejé en alguien
más.

Ya novios, ya de la mano, ya besándonos en cada rincón de nuestros paseos, se me subió


la sangre a la cabeza en las siguientes semanas. Consideraba la posibilidad de acostarme
con él pero no quería adelantarme. No quería que mi juicio se nublara sólo porque él
quería estar conmigo. ¿Quería estar yo con él?

¿Cuánto tendría que practicar amarlo incondicionalmente para que no me importara cada
rasgo de su personalidad, aunque fuera diferente al mío? No lo sabía pero estaba muy
entusiasmada besándolo, acariciándolo y metiéndole mano en un concierto de Fernando
Delgadillo en una cafetería famosa.

Él quería disfrutar el concierto pero no podía desaprovechar mi iniciativa apasionada. Yo


creo que, de haber seguido en ese tenor, nos hubieran vetado y Fernando hubiera pedido
que nos sacaran porque lo estábamos distrayendo. Aunque yo estaba sumamente
entregada al momento, había tomado la estrategia de no rasurarme las piernas y usar
ropa interior que me desagradara para recordarme que no era mi intención acostarme
aún con él.

Además me asaltaba un gran temor. En mi corta vida sexual nunca había experimentado
un orgasmo. No me había escandalizado pues mis amigas decían que llegaría cuando
estuviera en confianza con quien realmente amara, no con cualquier conquista de bar. Yo
estaba segura que me encantaba Jorge Elías pero me aterraba que tampoco lo consiguiera
con él. Me debatía en ello cuando íbamos en el taxi de regreso a mi casa y me preguntó si
quería ir a un hotel. Recordando (en ese orden) la fealdad de mis calzones, la aspereza de
mis piernas, lo delicado del tema sobre mi anorgasmia y, por último, mis planes de
conocerlo mejor antes de ceder dije que no.

Creo que el taxista lo escuchó y compadeció al pobre muchacho pero aún así, teniéndose
fe, Jorge Elías me dejó en mi puerta, despidiendo al taxi con la esperanza de que lo
invitara a subir (al menos para dormir pues era pasada la medianoche). Me besó, me dijo
tiernamente <<Te amo>>, lo abracé y permanecí muda. ¿Lo amaba? No sabía. Estaba muy
caliente y no podía pensar con claridad. Me despedí, cerré la puerta tras de mí y comenzó
su caminata de la vergüenza, como le llamamos después.

Claramente fui bastante ruda. No pasaba nada no decir <<Te Amo>> si no lo sentía
natural, tampoco pasaba nada con mandarlo a casa si dije claramente que no iría a un
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
16

hotel con él. Lo grosero fue que le di una calentadota en el concierto y luego me apagué
con el frío de la noche, como si nada. No me arrepiento pues no tenía intenciones de
acostarme con él, aunque con la manoseada, hubiera llegado a considerar hacerlo.

Él iba a caminar hacia Tlalpan que quedaba más cerca el metro o un sitio de taxis o algo
pero, conociéndose y sabiendo que el lugar está plagado de prostitutas, pensó que podría
sucumbir a la tentación por lo caliente que lo dejé. Además llevaba sólo un billete de mil
que en pocos lugares cambian. No podía tomar un taxi por esa misma circunstancia.
Caminó entonces hacia División del Norte, de ambiente más familiar, deteniéndose en un
cafecito de 24 horas donde no tenían cambio así que no pidió nada pero sí me marcó.

Contesté preocupada porque le hubiera pasado algo pero me invitó a alcanzarlo,


esperanzado. Sabiendo que en ese nuevo encuentro podría yo traicionar mi decisión, me
negué y le deseé buenas noches. Siguió su andar rumbo al restaurante donde trabajaba,
sospechando que tendría que llegar tal cual como iba para iniciar su turno en el bar.
Alcanzó 10 kilómetros de recorrido a pie durante los cuales me odió y mismos que yo
dormí a pierna suelta.

Con el tiempo contado, tomó el metrobús porque sí traía tarjeta para viajar en él, llegó a
su casa para arreglarse, cambiarse y regresar a trabajar. Tal vez era hora de que él
terminara nuestra relación…
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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LA TORTUGA Y EL MULTIORGÁSMICO

Movido quién sabe por qué descabellado anhelo de conseguir todo de mí, aunque fuera
sólo para no perder su reputación de infalible, no me lo reprochó y seguimos siendo
novios. O sí me lo reprochó pero no hice caso pues yo había sido clara cuando dije que no
iría a un hotel, aunque no hubiera sido clara frente a Fernando Delgadillo.

Por otro lado, mis hermanas no querían que lo trajera a casa si no limpiaba para recibirlo.
Esa era la regla pero ¡qué flojera limpiar! No querían que viera nuestro desorden sólo
porque mi amor (aún no confesado) me cegaba así que lo invitaba a pasar pocas veces.

Una de ellas fue durante la temporada decembrina. Vino desvelado por la fiesta de
Nochebuena en su casa, se presentó bien vestido, con regalos de dulce para todos, un
libro de Paulo Coelho para mí, todos estábamos en piyama mientras él preparaba una
estupenda comida con la que se ganó a mi papá.

Era todo lo que siempre había soñado así que hice a un lado mis dudas y lo besuqueé tras
el árbol, en las escaleras, en mi cuarto, en el recibidor, en la cocina. Podía sentir cómo algo
nacía entre nosotros; un tercer cuerpo como dice Conversaciones con Dios 2. Esa noche lo
despedí en el zaguán (porque no podría quedarse pues no teníamos sillón qué ofrecerle y
yo compartía la cama con mi hermana Ingrid), nos besamos, luego juntamos la frente,
enternecidos. Sentimos entonces una descarga eléctrica entre nuestras cabezas, como un
serpenteo que relampagueó entre nuestro entrecejo, donde se ubica el Tercer Ojo. ¡Por
supuesto que asumimos que se trató de algo especial!

Aún así, no había manera de que se quedara en casa conmigo y yo no quería ir a un hotel
de Tlalpan con él para nuestra primera vez. Intentando desafiar su propia formación
mojigata, pensando que en su casa habría oportunidad para esas cosas aunque también
creían en conservarse casto hasta el matrimonio, me invitó en Año Nuevo a conocer a su
familia.

No podía culparlo por intentarlo pues también en mi familia se creyó lo mismo pero las
tres habíamos decidido formar nuestra propia opinión (Helga llevaba un año con su novio
e Ingrid estaba probando la vida como yo hice a su edad). Él quería intentar en casa tal
dinámica abierta que observaba en mi familia. Arregló todo incluso más a fondo de lo que
me pedían en la mía antes de recibirlo.

Hizo carpintería, plomería, decoración de interiores, preparó la exquisita cena y me recibió


para que conociera a su papá, mamá y dos hermanas menores que él -pero ya con novios
formales, quienes no estuvieron ese día-. Todos fueron amistosos, me hicieron sentir en
casa pero a él no. Sus hermanas se burlaron despiadadamente de los arreglos que hizo, de
su esfuerzo, de su cambio de actitud, de las anécdotas vergonzosas de su infancia. Nunca
he vuelto a ver a Jorge Elías tan rojo, conteniendo el coraje, como aquella noche.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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Sus padres lo miraban compadecidos, tratando de ver lo gracioso para conservar el buen
ánimo de las fiestas, yo a veces reía pero no sabía qué hacer con la verdadera batalla
campal que las dos declararon contra su hermano mayor. Tras las campanadas, abrazados,
comiendo uvas, llegó su abuela y el silencio se hizo. Me presentó con gran alivio y
auténtica veneración hacia la adusta señora, impecable en modales, sociable, diplomática;
en algo parecida a mí.

Tras la fiesta, su papá le preguntó que dónde dormiría yo y me adelanté, diciendo que
podría ir a casa de mi amiga quien vivía -afortunadamente- a pocas cuadras. Viendo que
yo descartaba compartir su cama (aunque cambió una noche antes de individual a
matrimonial en el intento de convencerme), Jorge Elías tomó la opción que sugirió su
papá. Dormiría en la cama de su hermana.

Antes de despedirnos a dormir, me llevó a conocer a su mejor amigo que celebró una gran
fiesta con su familia a algunas cuadras. No suficiente con la vergüenza ocasionada por sus
hermanas, los familiares de su amigo le ofrecieron cerveza. Él se negó, amablemente pero
le dijeron:
–No finjas porque está ella, si bien que te gusta tomar.

Pasados los años juntos pregunté por qué fingió en aquella ocasión y dijo que, tras
conocerme más y a mi familia, opinó que yo era sumamente <<fresa>>, estirada, una niña
bien. No quería parecer ordinario después de haberme ofrecido vino en la cena en su
casa. Por mi parte, la pasé muy bien observando y conociendo a los lobos entre los que
aprendió a aullar.

Deseando aclararle el panorama para que se relajara, además previendo que yo me


estaba enamorando y tal vez él podría escandalizarse si le revelaba algunas cosas de mí,
decidí tomar mi peor anécdota para confesar. Puse el balance en el ambiente
confesándole un episodio ahora inenarrable.

Quedó con los ojos como plato pero fue muy elegante, cambiando su curiosidad morbosa
por un interés más neutral, preguntándome qué me había parecido a mí esa experiencia
que le refería. Su aceptación me hizo decidir que podría practicar amarlo
incondicionalmente por el resto de mi vida, así que, caminando abrazados en la
madrugada de regreso a su casa, le dije:
–Te amo.

Se emocionó como un niño, contagiándome de lo inesperado de mis palabras. No sabía


cuánto las estaba esperando desde que él las dijo. Nos besamos, abrazamos y, pese a ello,
elegí dormir en la cama de su hermana. A la mañana siguiente pude darme cuenta que no
sólo me amaba y quería estar conmigo, sino que sentía un profundo respeto hacia mí. Aún
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
19

cuando mi confesión de peor anécdota me hubiera hecho parecer libertina, podía darse
cuenta que yo respetaba mi propia persona, por consiguiente, él lo hizo también.

Se estaba acostumbrando poco a poco a cómo mis emociones parecían no estar


relacionadas con él ni con nadie, sino sólo con mi deliberada intención. Le platiqué de mi
filosofía basada en las Enseñanzas de Abraham y las ejemplifiqué usando el diálogo de mi
personaje en una obra de teatro en la que trabajaba en ese tiempo. Decía la Tortuga antes
de correr la carrera contra la Liebre:
–Si pudieras pedir cualquier cosa al Universo, sabiendo que te diría que sí, sin
impedimentos de tiempo, dinero ni cualquier otro, ¿qué pedirías?

Tras mi pregunta, me escuché pensando <<me pedirá que me case con él>>, me reí de mí
por cómo la mente dialoga consigo misma en lugar de escuchar. Y esperé su respuesta…
–Que fueras mi compañera de viaje –dijo por fin.

<<¡Qué rayos significa eso!>>


–Claro, con gusto. Sólo tendría que preverlo en mi agenda –comí una papa de mi
plato en Burger King.
–No, no me refiero a eso. Me refiero a que te pediría que te casaras conmigo…

Quedé en silencio. 1… 2… 3… 4… 5… parecieron eternos pero fueron 40 segundos en los


que seguramente no respiré. Lo puse nervioso. ¿Qué pasaba conmigo? No estaba
pensando, ni analizando, sólo estaba atónita por lo que acaba de pasar, producto
netamente de mis nuevas convicciones ¡practicadas apenas por 98 días! En suma, una vez
más comprobaba que primero hay que sentirse bien para generar más experiencias
agradables. Por el contrario, intentar cambiar/arreglar el exterior para observarlo y
entonces sentirse bien con lo que se observa, sólo produce frustración porque hay
demasiado por modificar.

Era Día de Reyes por la tarde en la Zona Rosa y, ante su regalo de


TodoLoQuePredominaEnTuEmociónLlegaATi, le regalé yo un inesperado y sincero
SíAcepto. No por compromiso ni reciprocidad, sino porque era lo que me estaba dictando
mi inspiración. Auténtico amor incondicional donde decidía amar y respetar a quien tenía
enfrente, no a quien imaginaba en mis idealizaciones o quien proyectaba en mis planes.
Amaría a quien estaba aquí y ahora, ya fuera que cambiara o no cambiara. ¡Qué fácil
parece el amor incondicional cuando se está eufórico!

Queríamos contarlo al mundo pero inmediatamente decidimos guardarlo para nosotros;


lo hacía más especial. Caminamos no platicando de bodas, sino de cómo apoyarnos en lo
que cada cual deseaba, procurando al otro alivio sobre lo que lo distraía de la felicidad. En
mi caso, siempre parecía ser la carencia de dinero. En su caso, siempre parecía ser el no
ser valorado en sus trabajos.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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La realidad se colaba gradualmente en nuestro romance de cuento de hadas, mostrando


cada vez más quiénes éramos en verdad, en lugar de la apariencia que uno se siente
inspirado a mostrar cuando está enamorado. Esa primera dosis de realidad llegó cuando
postergaron mi pago en el trabajo y terminé sin un quinto para principios del año 2011.

Era obvio que tenía una terrible relación con el dinero. Él ocultaba la suya con propuestas
como la que hizo:
–Qué te parece si nos vamos de fin de semana al pueblo mágico de Tepoztlán.
Relájate, no pienses en trabajo, yo invito.
–No podría aceptar viajar a tu costa –<<aunque me hayas pedido que me case
contigo, no podría dejar de ser independiente>>, pensé a la vez.
–Bueno, me pagas cuando te paguen.

El 8 de enero de 2011 nos fuimos a un hotelito que él eligió y no había duda de a qué
íbamos. Ya no tenía yo ningún temor. No lo tuve cuando hice mi maleta, no lo tuve cuando
él pagó todo, no lo tuve cuando nos manoseamos en el autobús rumbo al lugar, no lo tuve
cuando nos mostraron la agradable habitación en temporada baja, siendo los únicos en un
terreno empastado bajo una noche estrellada. Lo tuve cuando nos quedamos solos y me
besó, continuando donde nos quedamos tras llegar a la terminal. ¡Era el momento de la
verdad!

Mis piernas comenzaron a temblar como si fuera una niña inocente que creía en perder la
virginidad hasta el matrimonio. No estábamos casados pero comprometidos sí. No tenía
dudas sobre él, tenía dudas sobre si sentiría lo que se supone que uno sienta cuando ama
al otro. Viéndome, comenzó a sospechar que algo no había entendido bien y tal vez yo era
virgen. Por si las dudas, caballerosamente me invitó a cenar primero.

Cenamos, platicamos, intimamos. Se avecinaba el momento de pasar a la cama así que


tomé la oferta, esperanzada. Nunca había tenido una noche tan romántica, sexy y
novedosa. Entregarse no es lo mismo que tener sexo, definitivamente. Sólo que tampoco
alcancé el orgasmo.

Nos quedamos abrazados, él se quedó dormido y yo llorando. <<¿Qué no funciona


conmigo?>> Conforme mis sollozos se hicieron más evidentes, despertó y tuve que
contarle pues ya no había modo de acallar mis dudas. ¿Era yo anormal? Me tranquilizó,
conversamos toda la noche, salimos a ver las estrellas y él podía verlas conectadas entre
sí; como si percibiera el entramado que une todas las partículas en el Universo. Me
confesó cosas de su infancia que influyeron en su sexualidad también y yo las escuché con
amor, haciéndole saber que eso no cambiaba lo que sentía por él. A su vez, me dijo que no
estaba sola y que no tenía un problema, sino que ambos teníamos un desafío.

Regresando de Tepoztlán tuvimos interesantes historias. Supe que su mamá era terapeuta
de Reiki y tuve oportunidad de aprender sobre la relación de sus padres, dándome una
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
21

idea de lo que Jorge Elías imitaba y lo que no. Por cierto, mi suegra me atendió para
librarme del peso emocional-espiritual que llegué cargando de nuestras vacaciones.
Semanas después acudimos con una amiga mía sexóloga a quien platicamos nuestro
compromiso y exclamó:
–¡Astrid, ya encontraste a tu mujer! –a Jorge Elías le cayó de sorpresa, incomodándose
bastante. En realidad, tardamos mucho tiempo en darnos cuenta que las parejas son un
equilibro de polos predominantes en cada individuo. Yo tengo muchas cualidades que se
atribuyen al lado masculino, mientras que Jorge Elías muestra de sí lo contrario. Por eso
hacemos pareja.

En el tema de los orgasmos, tras contarle mi aparente problema a mi amiga, fue muy
clara:
–Esto es asunto de los dos. Tú, usa juguetes o lo que haga falta para conocerte. Y
tú, ven conmigo – se llevó a Jorge Elías y le insistió que leyera El hombre multiorgásmico,
entre otros títulos y consejos.

A los dos nos dijo que practicáramos, practicáramos, practicáramos pacientemente y por
gusto. Se despidió con el único consejo de parejas que he tomado jamás:
–Recuerden: tu pareja es reflejo de ti.

Nos embarcamos en la aventura con mucha tensión pues él no quería que yo lo


<<sustituyera>> con juguetes y yo no quería que él aprendiera a tener más de lo que yo
no tenía ni uno. Nuestros prejuicios se desvanecieron platicándolo, terminamos
acordando ir a la tienda juntos. ¡Fue muy divertido! Entre más se habla de sexo, más se
entiende uno mismo. Es una conversación crucial entre parejas y nunca acaba, debe ser
charla de almohada cotidiana, no para calificarse, sino para apreciar en cuerpo, mente y
alma al compañero.

El hombre multiorgásmico es el tercer libro que impactó mi vida y no solo mis


pensamientos (recapitulando: Por qué los hombres aman a las cabronas y, sobre las
Enseñanzas de Abraham, Pide y se te dará de Jerry y Esther Hicks)

Llegó el 27 de marzo de 2011, el estreno de mi obra donde la frase que nos comprometió
sería escuchada por un auditorio casi lleno. Mi personaje, la Tortuga, triunfaba en la
carrera contra la Liebre debido a su actitud entusiasta (entusiasmo se refiere al dios, al
espíritu que hay en uno).

Invité a uno de mis mejores amigos pues quería platicar con alguien de lo que sentía: Tras
comprometerme con Jorge Elías, percibía que nos hacía falta mucho a cada uno por
resolver: yo mi relación con el dinero, él su sentimiento de injusticia que lo llevaba a
cambiar de trabajos.
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Llegó la frase triunfal de Tortuga, volviendo a hacerme totalmente responsable de mi


ánimo, conservándolo entusiasta, receptivo a las sorpresas de la vida, persistente en
lograr los sueños. Acabó la obra, hicimos la caravana, cerraron el telón. Las actrices nos
abrazamos y entonces reabrieron el telón. De la cabina de sonido emergió una voz
masculina que pedía un nuevo aplauso por la protagonista. Confundida, hice otra
reverencia y entonces vi bajar entre la gente, con un micrófono y un ramo de alcatraces
(mis favoritos) a mi prometido que, frente a todos, en el escenario (mi hogar) me pidió
matrimonio y puso un anillo de compromiso en mi dedo.

Se cerró el telón cuando yo lloraba de alegría, dejando a la gente a medias con mi


respuesta. Asomé la cabeza y les anuncié que había dicho que sí. ¡Por supuesto que sí!
Cualquier duda es producto de mi distracción de lo que es el amor incondicional. Claro
que no estoy diciendo que uno deba soportar cualquier cosa de la pareja; nunca he dejado
que Jorge Elías me grite, sea agresivo, me toque de alguna forma que yo no apruebe pero
mi incertidumbre sobre sus hábitos laborales y económicos son reflejo, como dijo mi
amiga sexóloga, de mis propias hábitos y la emoción de carencia que me causan.

El entusiasmo destierra las dudas, incitándonos a querer estar cerca frecuentemente, en


su sala, en su recámara, en la mía, en sendas azoteas, ¡en donde fuera! Y, cuando no nos
alcanzaba para el hotel, en su casa no les parecía respetuoso que durmiéramos juntos ahí
por lo que él tomó la decisión de marcharse a vivir por su cuenta… a un cuarto que le
ofreció su abuela venerada (la que se parecía a mí en elocuencia).

La única razón para no quedarme con él en su nuevo hogar era cuando se me acababa la
ropa limpia para ir a trabajar, por lo que aterrizaba en mi casa de vez en vez. Sin haberlo
premeditado, me dijo un día:
–¿Por qué no te mudas conmigo hasta que me aclimate a vivir solo?

Para el 21 de octubre de 2015 (cinco años más tarde), cuando escribo esto, aún no se
aclimata. Pero no salté de mi casa a su cuartucho con agua fría tan fácil. Me tomé un largo
fin de semana de no querer saber nada de él. Respetuosamente, no me buscó, temiendo
haberse adelantado pero también decepcionado de que pareciera no quererlo en las
buenas y en las malas.

Era eso precisamente lo que yo tenía que sopesar y ya no podía postergarlo. Esto era la
realidad. Él no tenía trabajo, a mí apenas me alcanzaba. Me preocupaba que, si mejoraba
yo mi relación con el dinero, él comenzara a pedirme porque él aún no mejoraba la suya.
Él siempre se quejaba de sus jefes, orillándose a cambiar de trabajo. Yo siempre me
quejaba de deber lo que apenas ganaba. ¿Hacia dónde nos podía llevar esa combinación?

Se lo había contado por teléfono a mis hermanas y, para cuando regresé a mi casa, ellas ya
habían empacado todo lo que me pertenecía. No sé si me estaban corriendo porque ya no
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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soportaban que no pagara la renta, que trajera a Jorge Elías sin aviso, que no quisiera
limpiar o estaban dándome su aprobación para comenzar mi vida junto a ese muchacho.

Eso no importaba. Lo que era importante es lo que yo sentía al respecto así que usé esos
días para recuperar el control sobre mis emociones. Mi deseo natural es sentirme bien por
lo que, pensar que yo nunca tendré suficiente dinero y Jorge Elías nunca tendrá un
trabajo satisfactorio, es contrario a mi deseo natural. Podía evadir tal pensamiento o re-
pensarlo. Aún hago las dos cosas conforme evolucionamos juntos, tomando cada
eventualidad como un hecho aislado, no destapando una lata de gusanos del pasado.

Regresé con mi maleta a sus brazos y formar una vida como equipo. Desde entonces
cambié dos veces de trabajo estable (aquel con ingresos fijos) mientras ganaba certeza
para dedicarme por completo a mi vocación de diseñar cuentos (escritos, dramatizados,
narrados como locutora). Corría mi año rosa, asociado con el número 8, favorable para los
negocios exitosos. Sin saber las correspondencias mágicas con las que ahora embellezco la
anécdota, ahorré para hacerlo y así publiqué mi primer libro.

Además fue un año de logros laborales, financieros, románticos… y sexuales. No diré más
pero, para dejar tranquilo al lector, le subrayó que todo se puso en O-rden.

Las prioridades de Jorge Elías estaban por otro lado; deseaba que tuviéramos hijos y
siempre fue claro sobre ello. Desde la cita 1 bromeó sobre vernos con dos calabacitas en
carriola. En la cena fue directo: su objetivo en la vida era formar una familia armoniosa.
Tras nuestra primera noche en Tepoztlán me dio más detalles. Se veía casado, con dos
hijos (Santiago y Leonel) casa propia con jardín, carro y perro. No me molestaba su Sueño
Americano, yo sentía que eso se me daría por añadidura si lograba vivir de regalías
editoriales. Deseaba tener tiempo para viajar, jugar y divertirme con mi esposo y mis hijas
(Amaltea y Whoopi).

De cualquier forma, no era momento de discutirlo porque apenas nos estrenábamos


como amantes de tiempo completo, desarrollando una complicidad con la que había
fantaseado desde los quince años (chistes internos, palabras inventadas, hablarnos en
tono especial, reírse de las bobadas del otro). Inspirada por su romanticismo, me descubrí
melosa, tierna a punto de hervor como jamás hubiera imaginado (mis hermanas sienten
náuseas de nuestras niñerías). Inspirado por mi pasión vocacional, él buscó una profesión
que le permitiera tener más tiempo para la familia que deseaba iniciar. En su búsqueda,
ha sido modelo, master Reiki, camarógrafo, productor de televisión deportiva, luego
proyectó una cafetería, planeó prepararse como adiestrador canino, estudió fotografía,
dio talleres, quisimos ser Coach de parejas, estudió maquillaje de efectos especiales, hizo
bodypaint, quisimos emprender un negocio de creatividad y espiritualidad juntos (yo me
retracté porque no me pareció razonable legalizar una alianza donde ambos adolecen de
sentimientos de carencia, misma razón por la que no ahorré para una boda oficial). Con
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
24

sus respectivas intermitencias de la cocina, a la repostería, a la panadería, al bar y ser


mesero. Pero nunca dudó en ser padre.

Durante el mismo período de tiempo yo he sido miembro de un equipo de multinivel,


cuentacuentos, institutriz privada, regularizadora, actriz, tallerista, modelo de desnudo, de
bodypaint, diseñadora de vestuario, de sesiones fotográficas, conferencista, encargada de
Relaciones Públicas en una compañía de teatro, escritora publicada, standupera, asistente
personal de una empresaria, aprendiz de productor televisivo por Internet, reportera de
espectáculos, columnista, editorialista, representante de artistas, locutora de radio por
Internet. Pero nunca dudé que quería vivir de regalías.

Desde el momento que compartimos el mismo techo, hemos cambiado muchas veces de
aires, de atuendo profesional, de creencias espirituales, de intensidad en nuestro
romance, de flujo de efectivo pero nunca hemos dejado de ser él, el hombre
multiorgásmico (devoto a su relación de pareja) ni yo, la Tortuga que actúa por
entusiasmo (la fuerza de dios en uno mismo).
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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EL MARIGUANO Y LA PERSEGUIDA

En esas montañas rusas de emociones diversas, tardamos como dos años en darnos
cuenta lo que funcionaba para ambos, fortaleciendo nuestra relación. Esas premisas
serían:
-Cada quién es responsable de sus propias emociones.
-Comunicarse para hacer acuerdos.
-Renegociar antes que fallar.
-Ignorar amorosamente al otro cuando esté fuera de sí.

Hasta poder enunciarlas con palabras, teníamos episodios donde yo quería dejar todo.
Cuando algo no me gustaba, simplemente pensaba <<Evádelo o re-piénsalo para
sentirte bien>>.

Si pasaba un tiempo considerable y no lograba superar el tema, me decía <<el camino


valió la pena, qué bueno que no estamos casados por bienes mancomunados>> y trataba
de alejarme. Él iba tras de mí, deseando que le contara qué me ocurría pero yo procuraba
no enlistarle lo que veía mal en él; prefería señalarle cómo me sentía y los acuerdos que
podríamos hacer para sentir alivio. Cuando me pedía que le dijera que quería, siempre dije
<<sentirme bien>>. Nunca le pedí cambiar. En mi cabeza podía estar detestándolo pero
sabía que, en cuanto me hiciera cargo de mi estado de ánimo, mejorándolo, iba a
recuperar mi amor incondicional.

En 5 años de relación quise alejarme como 5 veces (creo que me pongo más dramática en
invierno cuando veo que no podré pasar la Navidad de mis sueños hollywoodenses).
Nunca discutimos, nunca nos gritamos, no nos peleamos. Nunca me desahogué con nadie;
simplemente ponía distancia física o mental para recuperar mi estado natural de amor,
aprecio y respeto por quien tenía enfrente (no por el ideal en mi cabeza).

Conforme superábamos una particularidad, nunca lográbamos recordar qué nos había
hecho sentir tensos en el pasado. Asumiendo que cada día uno junto al otro, era como
conocernos por vez primera.
Por supuesto hubo ocasiones en las que él odiaba que yo no quisiera expresar mi enojo o
culparlo o desahogarme, prefiriendo hacerme cargo de mí, ignorándolo. Todo eso
importaba poco en cuanto yo recuperaba mi alegría, él sanaba su rencor por mi
hermetismo y volvíamos a la complicidad.

Hasta el momento sólo tres ocasiones nos hemos visto en verdaderos apuros. Antes de
mudarnos en abril de 2011 quise tener una charla aclaratoria para contarnos lo que fuera
imprescindible saber del otro antes de compartir la vida. Él decidió revelar su tendencia en
la adolescencia a evadirse al modo de nuestros ancestros chamanes, buscando paz y
orientación mediante alguna forma de contactar con los espíritus de luz (fumando hierba,
pues). Yo confesé que, en la adolescencia, mi fuerte deseo de cambiar mi vida para
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
26

empezar de nuevo coincidió con que nos desalojaran de donde vivíamos, haciéndonos
creer que nos perseguían con amenazas de muerte. A él le pareció bastante intenso mi
asunto, yo no sabía qué hacer con respecto a su pasado. Hicimos lo mejor. Lo dejamos
atrás y caminamos de la mano hacia delante.

Otra cosa que no le parecía grave pero que venía a cuento por ser la tarde de
revelaciones, fue admitir que años atrás se deprimió al borde del suicidio pues pensaba
que su ex novia lo había cortado de su vida, negándole la posibilidad de conocer a su bebé
(que bien podría ser de él, aunque no estaba seguro). Observando las circunstancias de la
chica a quien no volvió a ver, concluyó que no era hijo suyo.

Nuevamente opté por el amor incondicional. Si la situación regresaba para nublar nuestro
futuro juntos, la enfrentaríamos los dos pero no tenía caso pandear un becerro que ya
nació pero que no sabíamos si era de mi buey.

Y sí volvió hasta 2012. Nos movió las aguas terriblemente ya que descubrí que su ex novia
estaba pendiente de mi vida, sin que yo supiera. Además lo contactó a mis espaldas y él
pensó que debería resolver el asunto sin decirme, para protegerme. Terminé
enterándome de la peor manera, creyendo que su silencio era porque no confiaba en mí.
Para colmo de sorpresas, sospeché que yo esperaba bebé (me lo confirmó mi suegra que
así lo percibió al tratarme con Reiki). Ahora sí estaba confundida sobre qué hacer. Si Jorge
Elías quería resolver su situación sin mí, ¿por qué habría yo de formar una familia con él?
Mi suegra me expresó que su familia me apoyaría con el bebé aunque yo decidiera
separarme de su hijo, entendiendo mi desesperación. Se lo agradecí, se lo dijimos a Jorge
Elías y él fue muy amoroso. Tomó la resolución de ocuparse del aquí y el ahora, olvidando
las ilusiones que tuvo en el pasado. Se estaba cumpliendo su sueño de ser padre.

Tratando de ignorar mis dudas, comencé a hablarle a mi retoño, de quién percibí la


energía como un bultito en mi vientre, sintiéndose un Frijolito y así le llamé. A principio de
2014, había pasado tan solo un mes y yo había pasado tantas alegrías con Jorge Elías,
poquísimas tristezas pero no lograba enderezar mi cabeza sobre lo acontecido. Me
molesta la secrecía, las cosas no dichas, me descubrí celosa en más de una ocasión. Esa no
era yo.

Todos y cada uno somos amor incondicional, nuestra tendencia natural es el bienestar,
somos una gran consciencia colectiva enfocada en un cuerpo. Nuestra consciencia lo sabe
desde que nace su atención en cierto cuerpo, no olvida que Todos Somos Uno más que
cuando se distrae, observando lo que ya ha sido creado, desatendiendo lo que puede
crear para sí. Con la práctica, uno recuerda y lo distingue en su realidad diaria, excepto
cuando se distrae.

Yo estaba profundamente distraída, usando mi imaginación para distraerme más,


sintiendo malestar. Sólo una cosa me quedaba clara, yo deseo vivir de regalías y, la
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consciencia que se gestaba en mi vientre, tenía sus propios deseos e intenciones. Primero
me ocupé de recuperar la claridad, atendiendo mis emociones. Nunca más volví a la vieja
estrategia de las <<charlas aclaratorias>>, retomé mi filosofía de evadir hasta sentirme
mejor y entonces sí darle mi cabeza fría a las situaciones álgidas. Tras una racha de alegría,
evasión así como certeza, hablé con Frijolito:
–Mi vida, ¿podrías venir después? No necesito explicarte ni convencerte de nada.
Si tu intención puede coincidir con la mía, que así sea.

Fui al trabajo normal al día siguiente, realizando uno de mis sueños de entrevistar a
celebridades para televisión. Estaba nerviosa, radiante, ocupándome de lo que me hace
sentir bien. Tuve que ir al baño de emergencia pero no fue una necesidad fisiológica, ni
siquiera se habían adelantado <<mis días>>. Fue otra cosa minúscula que no me hizo
sentir culpa porque, desde su perspectiva amplia y privilegiada, me ama
incondicionalmente. Vendría después, como le pedí.

Era mi año rojo, asociado con el número 1 de atributos de ambición, independencia y


comenzar nuevos proyectos. Pudiendo hacer a un lado mi miedo a comenzar una familia
con la inseguridad sobre si Jorge Elías era el hombre de mi vida, me centré en nuevas
ideas filosóficas que me cautivaron.

Estudié corrientes esotéricas con avidez, incluso puse en pausa las Enseñanzas de
Abraham por la curiosidad de aplicar lo que leía en un texto u otro. Cumplí mi sueño de
comprender lo que algunos líderes históricos comprendían sobre el éxito. En lugar de
confiar en que llegaría para mí, me centré en estudiar cómo les llegó a otros. ¡Hay tantas
versiones como personas en el mundo! Mecanismos a granel, técnicas, conceptos.
Aproveché mi buena memoria y rápida lectura para embeberme de los que me parecían
más atractivos hasta que me cansé (adviértase que Jorge Elías cambiaba tanto de trabajo
como yo de filosofías personales).

A finales del 2013 había formado en mi cabeza un esquema de correspondencias entre


distintas vertientes ocultistas, espirituales, religiosas ¡e incluso de superación personal!
Coincidían en un punto: se puede obtener todo lo que uno desee con la actitud correcta.
¿Cuál es esa actitud?

Para los ocultistas es la certeza absoluta, para los espirituales es el amor, para los
religiosos es la fe, para la superación personal es la perseverancia y entusiasmo. Para las
Enseñanzas de Abraham (¡que puse en pausa durante 2 años!), era la constancia en todas
las anteriores. Parafraseo las Enseñanzas: <<Tal estado de certeza, amor, aprecio,
esperanza -no fe-, entusiasmo, inspiración a actuar -no perseverancia- no es como
conseguir un título universitario que es tuyo por siempre. Se trata de que se vuelva tu
tendencia natural>>).
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Retornando no al antiguo camino, sino percibiendo que nunca me salí de él, descubrí
cómo en realidad no tenía que seguir una serie de pasos para sentirme así pues, cada vez
que me subo a un escenario para inventar una historia (no recordarla, no referirla) soy
absolutamente receptiva al <<dictado>> de entusiasmo e inspiración que las doctrinas
intentan enseñar.

Volví a poner atención en el aquí y en el ahora, donde me amo, amo a Jorge Elías, aprecio
todo lo que entra en contacto conmigo porque me muestra dónde está puesta mi
atención. Comencé a tomar en serio el replicar lo que me ocurre en el escenario pero en
mi vida cotidiana. El resultado fue que recibí más <<dictados>> que traduje en
conferencias y libros publicados. Me dediqué a ser constante en sentirme bien, atrayendo
trabajos de locución, programas de radio, proyectos afines a mi pasión por lo que no volví
a emplearme sino que tomé las riendas de mis talentos para vivir de ellos.

Llegó el 2014, abandonando para siempre mi sensación de persecución. Ya no me


perseguirían los celos, las ex novias, las metas no alcanzadas, la carencia. Volví a poner
atención en la cabrona, egocéntrica que tanto amor atrae de su entorno, como reflejo de
su amor propio.

Acontecieron dos circunstancias que no eran <<pruebas de la divinidad>>, <<malas


intenciones en mi contra>>, tampoco eran cosas que atrajera por <<mal vibrosa>>, sólo
son acontecimientos. Yo podía elegir sentirme lo mejor posible o permitir que me
persiguieran las emociones pasadas.

Mi hermana dio a luz a un bebé sin vida. Nos avisó su esposo en la madrugada, fuimos al
amanecer. Ingrid aún no despertaba pues se agotó hasta el desmayo en el parto. No lloré
ya que elegí ver la perspectiva más amplia. No había ningún error ni negligencia en un
bebé que nace muerto. Parecía más obvio que se trató de una decisión de esas
consciencias que habían habitado ese cuerpo y que se retiraron antes del nacimiento. No
puedo saber por qué, sólo podía ocuparme de sentirme bien para ser el apoyo útil a mi
hermana. Ingrid estaba en recuperación. Jorge Elías y yo le tomamos la palabra a mi
cuñado cuando nos pidió que fuéramos a vestir al bebito. Estaba solo, en una mesa del
quirófano. Tomé su cuerpecito, sin llorar, apreciando que él ya no estaba ahí pero que su
consciencia nos percibía. Lo vestí cuidadosamente, lo cargué y admiré la belleza del
cuerpo que decidió dejar. No traté de entender sus razones, no traté de hacer sentir
mejor a quienes estarían inconsolables, sólo amé el momento sin importar las condiciones
(ilusiones muertas). Jorge Elías y yo lo metimos en la cajita blanca, lo bajamos a la
habitación de Ingrid. Fuimos a verla pero seguía desmayada, Jorge Elías meditó para
contactar con su consciencia, asegurarle que todo estaba bien. Vio por qué Ingrid no
despertaba: estaba hablando con mi mamá y sosteniendo en brazos a su hijo. ¡Yo también
me habría tardado en regresar!
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No era la primera vez que Jorge Elías percibía esas cosas enfrente de mí. Nunca me
pareció raro y lo vi como una cualidad que sustituía a tantas otras de mi ridícula lista de
quinceañera. Incluso cuando apenas nos mudamos juntos, vimos una hermosa película
que explica las conexiones que nos hacen a Todos Uno. Al final de la película, el meditador
que la protagoniza asegura que las escenas de meditación fueron reales y que propician la
receptividad del espectador, quedando éste en un mejor estado para percibir lo que lo
rodea, conseguir lo que desea, tener claridad de mente. Concluyendo su anuncio, me solté
a llorar y pensé:
<<A mí me gustaría hablar con mamá>>.

Lloré un largo rato, durante el cual Jorge Elías me abrazó como solía hacer con los brazos
alrededor de mis hombros, por nuestra diferencia de alturas. Llamó mi atención que
cambió su manera de abrazarme, rodeándome por la nuca, acariciándome el cabello como
jamás había hecho. Pero era una sensación familiar para mí. Me habló diferente a como
me hablaba:
–Todo está bien, princesa. Te amo.

Levanté la cabeza, atónita por las palabras que nunca usó él pero que resonaban en mi
memoria. Vi su rostro enormemente parecido con el de mi mamá. Un fenómeno
extrañísimo porque él no conocía fotos, ni le había relatado anécdotas que pudieran
influir en su modo de dirigirse a mí (tal como ella lo hacía). Aceptando lo que estaba
sucediendo a partir de mi deseo expreso, no hallé qué decirle, sólo le repetí que la amaba.
Cuando transcurrió un rato, Jorge volvió a estrecharme a su modo y se atrevió a
preguntarme qué había pasado.

Le referí los hechos y él me relató cómo se sintió como meditando sólo que, en su cabeza,
estaba platicando con una mujer muy agradable que estaba seguro que era mi mamá. Ella
le pidió permiso para hablar por medio de él y cuando Jorge Elías aceptó, se quedaron
conversando sobre cosas que le interesaban a él mientras con su cuerpo sucedía lo que ya
describí.

Nunca se repitió el fenómeno porque aprendí que podía hablar con mi mamá y recibir su
respuesta siempre que me encontrara en el estado de ánimo receptivo, no de añoranza.

En la situación de mi sobrino nonato, consideré que Jorge Elías podría decirle lo que vio a
mi cuñado y luego a Ingrid cuando despertara, por si esa información les ayudaba a
superar el trauma. Ingrid despertó y su esposo le refirió lo sucedido, luego sugerí
tímidamente si quería ver a su bebé, pues imaginé que querría despedirse de su cuerpo
como ya hizo de él durante su desmayo. Lo agradeció mucho, lo estrechó, lo besó y no
quería soltarlo.

Ella y su esposo tomaron juntos la decisión cuando me lo devolvieron y lo saqué de la


habitación para ponerlo en la caja pero no enfrente de ellos. Decidí que, aún en las peores
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circunstancias, era más valioso para mí (y más útil para otros) ocuparme de sentirme bien
para hacer las cosas que el amor me inspirara, no el miedo, no la negatividad.

Poco después, murió el abuelito de Jorge Elías y este último me avisó en la noche por
teléfono desde su trabajo, diciendo que no llegaría a la casa sino que iría al hospital. Lo
escuché, le dije que lo amaba, que lo apoyaba. Todo lo que me inspiró el amor pero no
sentí inspiración para decirle que iría con él. A la mañana siguiente me alisté, puse en
orden mis ideas, pensando cómo podría ser de apoyo para Jorge Elías y recordé lo que
había practicado: el amor incondicional. Si yo lograba sentir amor sin importar las
condiciones tristes, podría tener la mente clara, siendo un mejor apoyo que
abandonándome a la amargura ante un hecho que es natural.

Ese día lo acompañé al velorio, sintiéndome emocionada pero no lo compartí con nadie,
obviamente. Me sentía como me hubiera gustado sentirme en el velorio de mi mamá. Con
la absoluta certeza de que su regreso a la consciencia colectiva la ponía a mi alcance,
cesaba su sufrimiento por enfermedad, ponía a su disposición la Inteligencia Infinita, el
Amor Perfecto. Todo eso que deseamos sentir en la tierra y que yo podría sentir si la
evocaba receptiva y no distraída por mi dolor. Pude presenciar el amor que unió a la
familia de Jorge Elías durante el velorio, sintiéndome orgullosa del impacto que su abuelo
causó en todos y cada uno. Anhelaba que lo sintieran pero respetaba su duelo. Me porté
discreta aunque estaba en ascuas, imaginándome cómo sería cuando Jorge pudiera
percibir a su abuelo en su estado actual y no en los recuerdos. Hablé con su abuelito en mi
mente:
<<Señor, ¿puede usted inspirar a Jorge Elías para enfocarse en su pasión, creer en
sí mismo? ¿Puede inspirarlo a producir en abundancia como usted hizo toda su vida?>>

Sabía que mi alegría era señal de su respuesta afirmativa. Noches después Jorge Elías soñó
que le preguntaba a su abuelito casi las mismas cosas y él sólo le sonreía, transmitiéndole
una gran confianza, como si supiera que estaba en el camino correcto. En silencio, le dirigí
todo mi aprecio por atender mi petición desde el amor.

Sin embargo, Jorge Elías se debatía en otras cosas. Quería terminar nuestra relación
porque se sintió poco apoyado por mí. Me causó asombro pero estaba tan encarrerada
con mi amor, aprecio y aceptación por la vida que fui capaz de sentirme tranquila.
Inmediatamente vino a mi mente una euforia inexplicable, imaginando qué bella sería la
relación que superara a ésta, si es que decidíamos continuar cada quién por su lado. Hablé
con calma, inspirada por la certeza:
–Me siento tan bien que tengo confianza que esto sólo puede resultar en un bien
mayor. Deseo que encuentres lo que buscas. Gracias por tu sinceridad. Vámonos a dormir
y mañana con la cabeza fría pensamos en los detalles sobre quién se muda dónde,
etcétera.

Lo saqué de sus casillas. ¡Qué no podía desahogarme con él!, insistió.


Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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–Si tengo algo por desahogar lo haré con un amigo, alguien cercano, en quien confíe y me
ame. Si tú y yo terminamos sé que no podría ser ni tu amiga pues desearía enfocarme en
lo que me hace sentir bien, no en un recuerdo de lo que fuimos. Así que me desahogaré
cuando tenga oportunidad con alguien más pues tú y yo ya no seremos nada.

Quedó mudo. Nos acostamos, me abrazó. Sonreí pero no canté victoria. Podía ser un
gesto melancólico de despedida. Al otro día fue cada quien a su trabajo y él regresó muy
noche. Incluso creí que ya no regresaría, sino que mandaría por sus cosas. Volvió para
contarme una plática reveladora que tuvo con su hermana (de quien menos imaginaba),
tras la que decidió que me amaba y respetaba así como era.

No le guardé rencor por intentar terminar nuestra relación. Yo lo había intentado otras
veces en mi cabeza pero ponía en orden mis emociones, recuperando mi amor por todo y
por él. La diferencia es que él me contó todo el proceso, enterándome de su vaivén. Yo no
lo entero del proceso, cultivando la certeza de que la relación que reflejo es
responsabilidad mía y nada más.

Prefiero pensar de todo esto como algo que nos funciona a nosotros, en lugar de creer
que descubrí el hilo negro de las relaciones. Sólo puedo saber si funcionó cuando el
camino juntos haya concluido. Por el momento, no son más que felices decisiones diarias.
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FRIJOLITA

El 2014 nos recibió con alegrías. Yo vivo por completo de mi profesión, Jorge Elías
mantiene un trabajo que le gusta, viajando constantemente. Nuestros sueños se cumplen,
vivimos cómodos en un departamento que supera los 3 lugares donde residimos
anteriormente (cada vez más parecidos al hogar soñado pero sin ser propio, sin tener
jardín y sin perro… aún).

Mi hermana Ingrid da a luz a otro bebé hermoso. La veo con su esposo y su hijo,
emocionada y, por primera vez, despierta mi curiosidad. ¿Cómo será conocer a alguien
desde el principio de su existencia? Cómo será convivir con una consciencia colectiva
enfocada en un cuerpo ¿y lograr no distraerlo de su natural bienestar?

No son preguntas que pudiera responder con mi sobrino pues él y sus padres están
viviendo su propia experiencia. Me intrigaba. Quería cargarlo, absorber las anécdotas que
mi hermana narraba. Mientras más viajaba Jorge Elías, más podía enfocarme en lo bien
que nos estaba yendo y, por consiguiente, considerar compartirlo con un recién llegado.

Sentía mucho amor y era constante en esa práctica. Ya no dejaba que nada me distrajera
de lo que sentía por mí, por Jorge Elías, por la vida. Atraje una oportunidad más de
mostrar amor cuando mi pareja, a quien ya me refería como <<esposo>>, me planteó la
posibilidad de que mi papá se mudara con nosotros. Aquel vivía solo y en condiciones
descuidadas pues siempre estaba viajando, anhelando pasar tiempo con sus hijas,
saltando de aquí a allá. Maravillada, accedí a la propuesta de mi esposo, compartiendo
hermosas anécdotas con mi papá. Su ánimo mejoró, su estilo de vida se regularizó
gradualmente, se contagiaba de mi filosofía de vida, buscando sentirse bien. Nuestra
dinámica padre-hija fue otro sueño cumplido para mí.

En esa atmósfera de beatitud, aprecio, alegrías se me ocurrió un día hablar con Frijolito:
–Mi vida, ¿quieres venir? Si tu intención puede coincidir con la mía, que así sea –y
no estoy usando un recurso literario, retomando mi frase anterior. Que mi buena
memoria haga constar que, en efecto, me parafraseé a mí misma con esa precisión.

Era junio de 2014, lo conversé con Jorge Elías. Le platiqué cómo veía a Ingrid superar una a
una las dificultades que se le atribuyen a la paternidad y sentía como yo, habiendo
aprendido a ocuparme de mí antes que de nadie, consideraba que sería divertidísimo
recordarme constantemente que mi bebé viene a vivir su propia experiencia y procurar no
distraerlo de su bienestar natural.

Me cautivaba, me interesaba. Jorge Elías, próximo a cumplir 30, accedió.


–No era lo que tenía en mente cuando dije que quería tener hijos antes de los
treinta porque pensaba en los veintitantos no en unos meses antes del tercer piso pero
yo, encantado.
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Por ello, pusimos nuestra intención para embarazarnos. En toda nuestra relación de 4
años, nunca usamos condón así que nada cambió en nuestra vida sexual ahora que
pensábamos en concebir, excepto eso: pensar en concebir. Más adelante, leí cierto relato
sobre una tribu antigua que convocaba al espíritu de los nonatos cantando una canción
que sólo sería de ese bebé, como llamándolo. Conté mi hallazgo a Jorge Elías y él le cantó
una cancioncita a mi vientre.

Seguíamos hablándole a mi vientre en agosto. Yo conversaba con Frijo cuando me sentía


inspirada a ello, ya no invitándola, sino contándole lo que le esperaba cuando llegara,
agradeciéndole que volviera a elegirnos como papás. En mi mente le llamaba Frijolita pero
cuando le hablaba enfrente de Jorge Elías, le decía Frijolito.

Seguimos la vida normal, él viajando, yo produciendo espectáculos e ideas. En octubre se


detuvo mi período pero, como siempre había sido irregular, Jorge Elías me dijo que sólo
tendría certeza hasta que no llegara el de noviembre ¡y el de diciembre!

Cuando no llegó el de noviembre, esperamos a la primera semana de diciembre para


hacerme una prueba casera de embarazo. Era la madrugada, regresé del baño con el
palito de la prueba, lo dejé junto a mi almohada y esperé. Un minuto después, lo miré y
desperté a Jorge Elías.
–Ya viene Frijo –le sonreí. Nos abrazamos y creo que el palito nos acompañó hasta
despertar finalmente horas más tarde.

Sin embargo, esperamos hasta la fiesta de Nochebuena que pasaríamos con su familia en
casa de su hermana para revelárselos de alguna forma memorable. Yo estaba nerviosa no
por ser mamá (pues yo lo pedí), sino porque despidieron a Jorge Elías del canal deportivo
así que se sentía un poco extraño compartir las noticias con esa otra colgando sobre
nuestras cabezas. No quería ni por un segundo que pensaran que fue fortuito el
embarazo, que no previmos la dificultad del desempleo. ¡Fue un embarazo deseado con
suficiente anticipación como para desterrar mis dudas! El simple poder de mi enfoque en
sentirme bien, aunado al enfoque ininterrumpido de un recién llegado, conectado con su
fuente natural de bienestar sería suficiente para sostener a la familia. Cuando Jorge Elías
coincidiera con nuestro ánimo sería magnífico, cuando no, lo ignoraríamos
amorosamente.

A los miembros de la familia les repartimos un papelito con sus regalos de Navidad y les
pedimos que lo abrieran a la cuenta de tres. Tenían mensajes con una imagen de bebé
que decía “Feliz Navidad, abuelo”, “Feliz Navidad, tía”, anticipando lo que sería cada uno
para Frijolita.

Hubo un silencio que me heló la sangre. Ni siquiera mi papá dijo algo y eso que ya le
habíamos insinuado las bellas noticias antes de traerlo a la fiesta en casa de mi cuñada.
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Lentamente comenzaron los comentarios ambiguos de felicitación. Los papás de mi


cuñado nos felicitaron con más efusividad. Sospechábamos que la noticia no cuajó como
esperábamos porque Jorge no tenía trabajo. Por fin mi suegra nos pasó una notita con sus
buenos deseos y la alegría que le ocasionaba la noticia. Le sonreímos en silencio.

Al despedirnos, hubo abrazos, nuevas felicitaciones, consejos. ¡Nos esperaba un largo


camino de aceptación!
Tomé la decisión de no hacer este un bebé de la comunidad. Fue mi petición,
perfectamente coordinada con el sueño de Jorge Elías. Los demás podían ser felices
partícipes o amables ausentes. Antes de ir al médico regular, visité a mi suegra en su
consultorio de Reiki donde también percibió que sería niña pero no podíamos estar
seguros pues en los únicos tres ultrasonidos que hicimos durante las 42 semanas, Frijo
cruzaba las piernas.

Ante la pregunta de qué quería yo, respondía sinceramente “Niña”. Descubrí que la gente
no pregunta para saber la verdad, sino para escuchar cosas genéricas como:
–Lo que Dios quiera mientras esté sano.

¡Yo no le daría a la gente lo que quisiera! Yo quería niña y, si hubiera sido niño, no me
habría decepcionado porque, para el momento, llevaba un año y medio de práctica
continua de reorientar mis pensamientos para sentirme bien. Si hubiera sido Frijolito,
inmediatamente hubiera sabido estar profundamente agradecida, amándolo
incondicionalmente.

Mientras no se abriera la caja del gato de Schröedinger, yo seguiría contestando


honestamente:
–Me gustaría que fuera niña, siento que será niña.

Con Jorge Elías presente le llamábamos unas veces Fijolito, Frijolita, Frijolito, Frijo, Sweetie
Bloom Jelly Bean Pink Muffin (nombre que ameritó toda una canción country que inventó
él, inspirado por el amor y ver su sueño cumplido).

La mañana de Navidad fue la mejor. Idéntica a mis sueños hollywoodenses. Santa Claus le
trajo a Jorge Elías un Playstation 3, cosa que jamás imaginó recibir aunque había
expresado que lo deseaba. Mi creciente mejoría en mi relación con el dinero se notó esas
fiestas. Fueron abundantes, hubo juegos en familia, regalos para todos. Vinieron mis
hermanas y sus parejas, además de mi sobrino. Ahora intentaríamos otra forma
memorable de darles la noticia. Jugando “Pintadas”, dibujé una mujer embarazada y
dieron varios nombres de películas sobre el tema pero yo seguía dibujando características
mías hasta que Ingrid y Helga adivinaron al unísono:
–¡Estás embarazada! –se levantaron, llorando, me abrazaron en medio de la sala y
nos quedamos gimoteando de alegría, hechas un nudo. Al separarnos por fin, todos
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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quisieron saber la historia. ¡Adoré esa mañana de Navidad y lo único que la superará es
que la primera Navidad de Frijolita ella se ría con nuestros juegos de “Pintadas”!

En el Seguro Social me auscultaron y no advirtieron nada. No me dejé preocupar, me


dieron tres botecitos de Complejo B, comencé a tomarlo y sugirieron que me vacunara
para lo que estaba de moda. Por supuesto, no lo hice pues nunca me he vacunado de
nada desde los 10 años (una sola vez contra los tétanos cuando tenía 23 y había campaña
en los lugares de trabajo).

Culminó el año 2014, reservando la visita para el primer ultrasonido para el Día de Reyes.
Entré a la sala, me pusieron el gel y el aparato y pude ver al bebé con figura ya de
personita pequeñita. No se movía, me inquieté pero el técnico me dijo que era normal.

Permitieron pasar entonces a Jorge Elías y, al cruzar la puerta, el bebé dio un salto y agitó
la mano. ¡Me deshice en lágrimas!
<<Hola, Frijolita>> decía en mi cabeza, no pudiendo hablar en voz alta por la
poderosa emoción nueva que sentía. Imprimieron el ultrasonido, visitamos a Ingrid, su
esposo y mi sobrino para partir la rosca y llegué a casa para pegarlo en el álbum de bebé.

Durante esos días sentí inspiración de dibujar, recortar, armar recuerdos cursis que me
mantenían de buenas. Mi desafío personal era hacer prevalecer mi estado de ánimo
practicado por encima de las hormonas traicioneras. Lo logré durante 38 semanas pero
después de esa todo me acaloraba, me hacía llorar o enojar. No obstante, creo que es un
buen récord.

“Carta a mí a las 12 semanas y 5 días de gestación


Querida yo,

Me gustaría recordarte que este bebé es una experiencia que tú deseaste vivir.
Quieres tener un bebé para poder aplicar tus filosofías, conocer a un individuo recién
llegado, observar a un habitante constante del Bienestar, desarrollar tu intuición y vivir
nuevas aventuras de las cuales tú serás el personaje principal y el bebé será parte del
elenco.

No hay más qué decir, no hay a quién escuchar, no hay por qué dudar, estás lista sino, no
estaría sucediendo. Estás decidida sino, no hubiera ocurrido. Fue tu idea sino, no estarías
contenta con ello. Tu certeza te ha conseguido cuanto has querido a lo largo de tu vida;
esta situación es exactamente igual sobre todo porque se trata de un ser vivo autónomo
que decidió confabular contigo.

Quieres tener un bebé porque es una nueva experiencia que te entusiasma por cómo la
simplicidad puede hacerla tan placentera que se convierta en otra historia de éxito.
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Porque puedes observar el proceso de la vida de cerca, porque conocerás a un nuevo


individuo, teniendo oportunidad de compartir desde el principio lo que experimente.

Será tan placentera como tú desees que sea…”

Escribí lo anterior con mucha decisión, ignorando sistemáticamente los consejos ajenos.
Fuimos con una doctora un par de veces en febrero y en marzo pero aún no podía verse
qué sexo tendría el bebé. Me recetó unas vitaminas que tomé pero cuando vi el precio de
todo ello me propuse alimentarme bien, permitiendo que el bebé se encargara de ser
sano como es su tendencia natural.

Eso sí, comí mucho ajo por su poder antibiótico, porque me daba energía, porque no se
me cayó el cabello ni me salieron estrías (además de untarme crema de caléndula
invariablemente). Claro que ya no pude seguir tiñéndome la abundante cabellera de azul
(descubrí los tintes veganos hasta después), quedándose en una coloración rubia verdosa
que no me parecía. Aunque me gustaba traerlo por abajo del hombro, me lo corté para no
deprimirme por mi apariencia descuidada. Seguí trabajando lo normal, acudiendo a una
guardería donde inventaba historias para bebés, luego para niños de 2 años, luego para
los de jardín de niños. Me daba unas divertidas, sentándome y siguiéndolos por toda la
sala, yo con la pancita.
No subí mucho de peso. Lo normal, dijo el médico de la familia, a quien visitamos después
de dos veces ir con una doctora nueva de la zona. Calculábamos lo que necesitaríamos
para el parto y yo pensaba en cesárea para evitar el dolor. No pensaba en la convalecencia
post-cirugía, pensaba sólo en estar atenta durante el nacimiento, sin distraerme por el
dolor. Claro que uno puede elegir parto o cirugía pero el médico de la familia me habló
sobre lo importante de permitir que comenzara el parto de manera natural, si nada en las
revisiones indicaba lo contrario. Lo medité cuidadosamente y opté por prepararme para
ello. De cualquier forma, si me acobardaba podrían medicarme o algo.

Fuimos con el mismo doctor que me recibió a mí cuando nací. Eso significaba mucho para
mí y marcó la diferencia en el alumbramiento, como referiré después. Por supuesto,
repitiendo la fórmula que me acompañó al nacer, leí a detalle el libro Pregunte a su bebé
de mi pediatra de la infancia, Nathan Viskin. Es el cuarto libro que ha impactado mi vida
por su poderosa filosofía aplicada con éxito desde los setenta (recapitulando, los otros
tres libros influyentes han sido Por qué los hombres aman a las cabronas, Pide y se te
dará, El hombre multiorgásmico). Busqué al doctor autor del libro pero justo ese año ya
no daba consulta por lo avanzado de su edad, no obstante, el texto es clarísimo. Lo
memoricé y como Jorge Elías me confesó que no lo leería, lo resumí en papelitos con
pasos. No estaba intentando algo nuevo, a mí me criaron así, a mis hermanas también y a
los cientos de pacientes que acudieron a homenajear al doctor en febrero de 2015, lo
mismo. El doctor podía garantizar los resultados de un bebé al que se respeta, aprende a
escuchar y se tolera. Son los mismos valores con los que mi mamá ideó la escuela donde
fui casi toda mi vida, así que yo no albergaba ninguna duda.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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Sólo me inquietaba que Jorge Elías no fuera querer intentar esta filosofía, decidiendo lo
que muchos padres: repetir lo que sus mismos padres hicieron. Yo no puedo asegurar que,
de adultos, se distinga a quien creció bajo la filosofía Viskin y otro que no; pero de niños
¡sí que se nota! Los niños Viskin son atentos, observadores, sin retrasos en su maduración,
movilidad notable, independientes; son, en suma, los futuros ciudadanos que se ocupan
de sí mismos (en lugar de creer que sus problemas son culpa de otro). ¡Yo quería eso para
Frijolita!

El libro ya iba por su treceava reedición cuando yo lo hallé en Internet y, como no había
sufrido mayores ajustes, decidí leer la versión que tenemos en casa de 1985, autografiada
por Viskin (año en que nací).

Durante 42 semanas que duró mi embarazo lo leí dos veces, apunté, memoricé, subrayé
las cosas clave. ¡Podría dar un curso sobre ello! Cuando lo platicaba con mi papá, me di
cuenta que ni él y mamá lo leyeron tan a fondo como yo. De hecho, aún conservo el diario
que mamá escribió cuando yo nací donde hay hojas y hojas de tablas que indican mi
temperatura, comportamiento, qué comía, cuánto, entre otros detalles biológicos. Viskin
no recomienda que se lleve tal control; aquel fue producto del miedo que tenían mis
padres porque habían perdido bebés antes de que nacieran, años antes de concebirme.

Una pieza clave de dicha filosofía, probada y sostenida con estadísticas, citas sociológicas,
psicológicas y médicas a lo largo del libro, es reconocer que el llanto es la primera forma
de interpretar los estímulos para el bebé. Puede interpretar el viento en su rostro, un
sueño rudimentario, un ruido nuevo, generalmente es hambre o su forma de interpretar
la incomodidad antes de conciliar el sueño. Sabiendo eso, el mundo parental se vuelve
más sencillo, se vuelve una dinámica de respeto, de observación. Por eso el título:
Pregunte a su bebé.

Me sentí absolutamente preparada con esos pasos de crianza, sostenidos por la bases de
las Enseñanzas de Abraham donde se reconoce a los individuos como generadores de sus
propias experiencias y, cuando son bebés, receptores de la vibra en su entorno. Por fin
podría aplicar 17 años que llevo de tratar con bebés y niños (como niñera, tallerista,
maestra, directora teatral, conferencista para padres e incluso el ejemplo de hermana
mayor que tuve que ser para mis hermanas cuando yo tenía 15 y ellas 13 y 11). Me llenó
de certeza todo aquello que absorbí al escuchar a mi madre dar pláticas en su escuela,
más las clases que empecé a dar a temprana edad y luego los contenidos que aprendí a
desarrollar para lograr objetivos pedagógicos. No tenía ni un gramo de duda sobre que
tendría una experiencia única como madre.

Jorge Elías tenía miedo, el clásico de fallar. Yo pensaba que, aún cuando tuvimos tropiezos
(él probó hierba y yo tomé decisiones bastante frívolas sobre mi sexualidad), aquí
estábamos, felices protagonistas de nuestra propia vida. Frijolita sabría enmendar
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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nuestras lagunas y tomar las riendas de lo que deseara. Entre temer y confiar, elegí
confiar.

En el bautizo de mi sobrino tuve oportunidad de reconocer una situación que enfrentan


las madres que sí da miedo (no la fiebre, no las caídas): los consejos ajenos. No vi a nadie
que se abstuviera de opinar (unos por experiencia, otros por informados). Mi hermana le
dijo a sus propias cuñadas con una sonrisa pero con firmeza:
–¡Es mi bebé! ¿Sí?

Admiré su presencia de ánimo pero, anticipando mi propia situación, comencé a fantasear


sobre que existiera la Organización Mundial para la Libre Paternidad. Una que daría un
fideicomiso millonario al niño que creciera sin que sus padres hubieran tomado consejo
de los demás. ¡Debería hacerse! Así uno podría escuchar el consejo y decir con
tranquilidad:
–Gracias por la preocupación pero estamos concursando para un fideicomiso de la
OMLP, así que tendremos que hacerlo a nuestro modo.

Ya embarazada recibí decenas de opiniones. Yo sólo escuchaba primero mi intuición,


luego al doctor de la familia, luego a Jorge Elías y, si nada coincidía, escuchaba aquellos
<<dictados>> que vienen a mí cuando estoy alegre, cierta, esperanzada, inspirada,
tranquila y apreciando el entorno.

Subí 13 kilos en todo el embarazo, lo que pareció razonable. De espaldas no se notaba


mucho mi vientre abultado, conservando mi figura como si tuviera únicamente una sandía
oculta bajo la blusa. Jorge Elías me saludaba, luego al vientre diciendo con voz de pájaro
dodó en La Era del Hielo:
–¡La sandía, la sandía, la sandía!

Por cierto, consiguió otro trabajo que le permitía estar más en casa, haciendo del proceso
de gestación una experiencia inolvidable. Apoyándonos, preparando nuestro ánimo y
nuestro entorno. En febrero nos mudamos a un lugar que tuviera una tercera recámara
(una nuestra, la otra de mi papá, la tercera para Frijo) así que pudimos acondicionarla
desde el principio.

Yo usé mi ingenio pues me encanta la decoración. Soñaba con un baby shower de película
pero no es una tradición que haya en mi familia, por lo que, en el último mes, mi suegra
me organizó uno con mis cuñadas, llenándonos de regalos útiles que hicieron que no
necesitáramos comprar nada ¡los dos primeros meses! La decoración de la fiesta se
convirtió en decoración del álbum y del cuarto también, junto con los bellos pensamientos
que todos le dedicaron (y uno que otro consejo que se fue derechito a la OMLP).

Gracias a la nueva dinámica que rige entre mi papá y yo, pude ser totalmente honesta con
él y decirle que lo estaba ignorando cuando opinaba sobre mi peso, mis elecciones, mi
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dieta, mis planes sobre el bebé. Él es bienvenido a vivir con nosotros pero sus opiniones
no.
–Es asunto de Jorge Elías y mío pero gracias por interesarte –le decía y lo entendía.

En total fui una vez por mes al doctor, todo iba bien, no sabíamos el sexo pero yo insistía
en pensar <<niña>>. Incluso lanzamos una divertida convocatoria de opinión en las redes
sociales con una foto de mi vientre. El 80% dijeron niño, incluyendo el esposo de Ingrid
con quien apostamos. Él insistía que vio en sueños a Frijolito jugar con su hijo Olaff
Owachy. Jorge Elías y yo pensamos para nuestros adentros que, en realidad, lo que
percibió fue a su hijo jugando con su anterior hijo no nacido.

Mi amiga embarazada en la misma época que yo seguía de cerca mis aventuras pues es
mucho más jovencita. Cuando me contó que estaba por dar a luz puse mis barbas a
remojar. A ella le dieron medicación para que permaneciera más tiempo en gestación y lo
tuvo finalmente; yo calculé que dos días después vendría Frijolita. Podía sentirlo en mi Ser,
lo estaba deseando pero también lo estaba intuyendo; como si confabulara con mi bebé
para que sucediera:
–Mi vida, ¿vienes en jueves? Si tu intención puede coincidir con la mía, que así sea.

Jueves 9 de julio de 2015, 6 a.m. me despierto y veo el reloj, luego cuento las
contracciones que nunca había sentido pero que leí cómo se sentían. Eran con precisión
cada 5 minutos, ¡podía incluso predecirlas y así me entretuve durante una hora! Me
levanté a la computadora y escribí:

Carta a mí a las 42 semanas de gestación


(que creímos que eran 38 y 5 días)

Querida yo:

Hoy tu día rojo, desde la madrugada que empezaste a tener contracciones constantes
te propusiste asumir cada paso de este proceso. Cada contracción estás más cerca de
conocer a un individuo fresco, recién llegado, de quien tendrás el privilegio de estar tan
cerca como quieras.

Hoy tu día rojo, hoy tu día 1, el sol salió y no tuviste que hacer nada al respecto. Así como
comenzaron las contracciones y no puedes hacer nada para detener el proceso que está
ocurriendo. Es tu habilidad de respuesta (responsabilité) la que te permitirá disfrutar de
este camino.

Estás con quien quieres estar, estás donde quieres estar, estás escuchando lo que quieres
escuchar. Además tienes esos descansos entre una y otra contracción para acostumbrarte,
para asimilarlo, para re-dirigirte al Bienestar, para vivir cada oleada desde éste. Con cada
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lágrima liberas resistencia que has tenido algún tiempo sobre este proceso y, después de
ellas, ya no queda nada; sólo vivirlo, disfrutarlo, tolerarlo, disfrutarlo, tolerarlo.

Estas son las últimas palabras que escribo antes que nazca Frijolita(o) y estoy tranquila,
con mucha alegría, con recurrente llanto de alivio. Más tarde, o mañana, de aquí parecerá
como un salto hasta el momento en que tenga en mis brazos a ese Ser que vino a jugar
con nosotros.

Bienvenida sea la experiencia. ¡Por el placer de la anécdota!


Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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LA GALLINA, EL GALLO Y UNA LECHUZA

A las 9 de la mañana llamé al doctor de la familia (quien además nos daría un precio
especial para el que no alcanzamos a ahorrar pero recibimos préstamos de muchos
parientes), me escuchó, hizo preguntas de averiguación y decidió que fuera a la clínica a
las 11.

Me quedé tranquila, escuchando música y revisando un conjunto de fotos y frases que


reuní para cuando llegara este momento, procurando mantenerme en el mejor ánimo. Me
dolía pero se pasaba. Cada momento oscuro le seguía uno de luz, así que creí que iba a
buen ritmo.

Nos alistamos, preparamos la maleta con ropa amarilla de bebé, mis cosas también. Papá
nos llevó, lo despedimos en la puerta y entramos de la mano mi esposo y yo, pues
decidimos que viviríamos esta experiencia por nuestra cuenta.

Referí al doctor la regularidad de mis contracciones pues no habían fallado cada 5 minutos
solo que, frente a él, no sucedieron dos o tres por lo que dudó. Me revisó y el bebé no se
había colocado aún pero por otros parámetros era obvio que ya venía. Tardaría un rato,
dijo, nos mandó a una habitación para que caminara.

Caminé mientras escuchaba música pero era aburrido el espacio tan reducido. Qué
diferente sería caminar en un jardín, luego correr hacia una cama tendida en medio del
pastizal donde uno se acostara para que el bebé saliera. ¡Ese sería mi parto ideal! Para el
de agua no nos habíamos preparado y cuando por fin se me ocurrió investigar, resulta que
había que tomar una capacitación de meses, además que el precio no era con facilidades
como la que mi médico nos daría.

Al internarme hubo que dar una parte y, cuando pariera y fueran a darme de alta (dos días
después que ya estaba incluidos aunque no fueran necesarios), tendríamos que saldar la
cuenta. Me despreocupé de eso pues Jorge Elías me dijo que él se encargaría, aún cuando
en las últimas semanas le pregunté si sentiría más tranquilo si íbamos al Seguro Popular.
Me tranquilizó, diciendo que resolveríamos lo que fuera con el médico que elegí.
Desde las 6 de la mañana que comenzaron las contracciones todo iba bien hasta la 1 de la
tarde cuando se pusieron serias y seguidas. Comencé a llorar, perdiendo por completo el
ritmo, lo practicado, el buen ánimo. Le temía al dolor y eso me atraje; un dolor
inmensurable para el que no me había mentalizado. No podían ponerme la epidural tan
pronto pues se me iría pasando el efecto conforme fuera a dar a luz, así que tenía que
seguir como hasta ahora y de llorar, comencé a gritar. Jorge Elías permaneció tranquilo,
sin decirme palabra, tomándome de la mano. Sabía que nada podía hacer y que todo lo
que dijera podía ser tomado a mal pero nunca se separó de mi lado, permitiéndome que
me apoyara en él aunque estuviera aullando como si fuera víctima de un exorcismo.
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Varios doctores y enfermeras entraron (tanto estaba gritando), todos me recomendaban


calma. Yo contuve cualquier improperio pero no podía atender su indicación. Sentía que
iba a reventar. Luego me asusté porque pensé que estaba echando sangre o algo pero en
realidad así se siente cuando se rompe la fuente. Jorge Elías se asomó porque le pedí que
me dijera si estaba sangrando. Todo iba bien pero nunca me preparé para que fuera así.

Una doctora me dijo que no me pusiera así (arañando las paredes, vociferando, rogando a
mi esposo que me desmayara -¿qué el Reiki no sabe hacer eso?-) Si seguía así, dijo la
doctora, podía hacerle daño al bebé. La miré entre lágrimas pidiéndole que no me
amenazara. ¡Qué pensaban que estaba haciéndolo a propósito!

Entró por fin el médico familiar, me revisó y ya estaba dilatada lo suficiente. Me pasaron al
quirófano, yo respiraba, me hiperventilaba, la cabeza me daba vueltas, no podía pensar ni
nada. Estaba completamente fuera de mí. Dejaron la puerta abierta hacia el área donde
estaría Jorge Elías. Me prepararon. El anestesista con voz calmada se presentó y explicó lo
que haría con la epidural pero yo no quería saber nada, sólo quería que me quitaran el
dolor para poder recibir a mi hija como yo deseaba.

Me pusieron en posición fetal para la inyección que dicen que duele hasta el alma pero yo
no sentí nada, comparado con el dolor de contracciones. Pasaron dos contracciones y
luego ya no sentí dolor pero estaba despierta y temblando. El doctor me acarició el cabello
y me dijo que mi mamá estaba conmigo. Fue cuando me tranquilicé por completo,
recordando cuánto confío en él.

Me pidieron que pujara pero no podía sentir yo la diferencia en mi cuerpo para ello. Un
enfermero presionó mi vientre para ayudarme y sentí que salía el bebé. No escuché nada.

Jorge Elías estaba afuera sabiendo que nada podía hacer; sus preguntas solo distraerían a
los médicos que eran los que debían concentrarse en el momento. Permaneció tranquilo
pero tampoco escuchó nada cuando dijeron que había salido.

Vi al doctor maniobrar, sentí que debía preguntarle pero supe que era otro de esos
momentos donde hace diferencia mi ánimo para atraer lo que sea compatible con el
mismo. Me relajé, volteé hacia el techo, pensé en mi mamá, respirando con confianza,
recordándome que confío en el doctor, que confío en que yo pedí esta experiencia y,
finalmente, cuando pusieron al bebé en la mesa y lo entubaron, mientras lo limpiaban,
sentí las palabras en mi boca. Sin ápice de miedo pero con mucha esperanza casi certeza
de ser escuchada, me dije bajito:
–Ustedes en la Consciencia Colectiva ¿hay quienes deseen enfocarse en este
cuerpo que ya está aquí y deseen venir a jugar con nosotros?

Inmediatamente seguido a mi pensamiento, el bebé tosió y por fin comenzó a llorar. La


revisaron y todo estaba bien, sólo la mucosa que la cubría cuando nació le había obstruido
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las vías respiratorias. El doctor había tenido que cortar el cordón que le enredaba el
cuello. A las 4:02 de la tarde nació, pesando 3 kilos y midiendo 50 centímetros.
–¿Y qué es?
–¿Aún no saben? –sonrió el doctor, olvidando que nunca se vio en los ultrasonidos.
–Es una niña –dijo–. Es una Perellón.

Salió a dar la noticia a Jorge Elías quien sintió un gran alivio cuando escuchó el llanto,
además de la tranquilidad que le transmitió mi doctor. Se quedó perplejo cuando le
confirmaron que era niña; él sabía que de alguna manera yo me saldría con la mía pero
siempre imaginó tener un niño.
Habíamos dicho que le llamaríamos Dios (fuera hombre o mujer), para que nunca olvidara
su poder, su origen, su propósito en la vida (crear). Se lo habíamos contado a amistades,
atesorando en la memoria sus rostros atónitos cuando lo decíamos. Mi suegra no le
pareció, mis hermanas y nuestros amigos celebraron la propuesta. Le habíamos llamado
Dios cuando no le llamábamos Frijo en mi vientre pero ahora que había nacido, ninguno le
llamó así.
–¿Qué nombre le pondrán? –decían las enfermeras y los dos contestábamos algo
ambiguo sobre que tendríamos que platicarlo.
–¿Qué te parece si mejor dejamos que ella elija su nombre? Permaneceremos
atentos y sabremos dentro nuestro cuando ella nos haya puesto una idea en la cabeza, en
lugar de recurrir a nuestra imaginación –propuse.

Esa tarde la llevaron vestida y limpia a nuestra habitación. Quería abrazarla pero estaba
tan arropadita en su cunita que esperamos un poco. Jorge Elías le habló del lado derecho
y, para nuestro deleite, abrió los ojos y volteó. Por supuesto quise lo mismo y le hablé del
lado izquierdo y también volteó. Aquel dios sin nombre fue muy bienvenido. Segundos
después comenzaron los contrastes en tan perfecta experiencia porque yo no podía darle
pecho pues estaba medicada; tenía que esperar a que saliera de mi sistema la
contaminación.

Nos pidieron biberones que no teníamos pues pensamos que le daría pecho de inmediato.
Llamamos a papá y a mi suegra quienes se quedaron de ver, compraron lo necesario y
llegaron a conocer a la primera nieta de ambos lados (Olaff Owachy es el primer nieto de
mi lado). La cargaron, se fotografiaron mientras yo me quedé dormida.

Las enfermeras preguntaron si los biberones venían esterilizados y cuando papá les
explicó que estaban ozonificados (pues vende máquinas para ozonificar) se sorprendieron
gratamente, reconociendo lo efectivo del método. Trajeron su primer biberoncito con una
onza que nos enseñaron a darle.

Yo quería comenzar con la filosofía Viskin pero parecía imposible pues, cada vez que
lloraba, en lugar de permitirnos escucharla para que se espabilara, comiera con gusto,
tuviera en verdad hambre y no fuera otra cosa, entraba una enfermera y la apretaba en
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sus cobijas, ocultándole las manos, le embutía el biberón y, cuando no lo recibía, le dieron
medicamente anti-cólicos.

Me sentí frustrada, quería irme a casa y empezar a hacer las cosas a mi manera. No tenía
miedo, no tenía dudas, sólo quería que nos dejaran en paz. No fue posible porque no
memoricé la clara explicación de Viskin sobre cómo el 99% de las veces nos son cólicos,
sólo es interpretación de estímulos nuevos. Así pasó la primera noche, trayéndole biberón
cada 4 horas aunque la bebé lo pedía cada 3. En las clínicas nadie Pregunta a su bebé,
todos lo tratan de amoldar al sistema adulto.

La segunda noche traté de apreciar los momentos cuando no había enfermera, le di pecho
pero aún no tenía leche. Ver su naricita hundiéndose en mi pecho, buscando, bebiendo
me enterneció y supe que era inteligente, hermosa, única pero no especial. Todos los
bebés pueden ser cualquier cosa pero tenemos que dejarlos Ser en lugar de insistirles que
son especiales cuando, en realidad, somos todos uno. Saberlo me emocionó como a otros
padres les causa ínfulas sentir que sus hijos son la mamá de los pollitos. Yo reconozco la
grandeza de todo individuo y por eso no quiero educar a mi hija, sino conocerla.

Jorge Elías había dormido en el sillón de la habitación así que le sugerí fuera a casa para
descansar, arreglarse además de ir al cajero por el resto de los préstamos que aún nos
seguían llegando para poder pagar la cuenta de la clínica. Así lo hizo y, mientras se
bañaba, su mente se aclaró, estaba cayéndole el veinte de la hermosa experiencia que nos
esperaba. Al pensarlo así, percibió un nombre con claridad. Un nombre que no existe
como él lo escuchó, así que no podía haberlo sacado de sus recuerdos. Le estaban
<<dictando>>:
–Athena –así, con “H” intermedia. No Atenea como la diosa, no Atenas como la
ciudad, no con pronunciación inglesa A-zéena. A T H E N A.

Regresó a mi lado y me contó cuando yo estaba somnolienta, agotada. Nos habían dicho
que mejor me quedara un día más (de todas formas estaba incluido). Frustrada por no
poder tomar las riendas sobre la crianza de la beba, me abandoné al sueño cuando ella
también dormía. Jorge Elías me contó su experiencia y me sentí rara, como si él empezara
a elegir sobre la vida de la niña sin mi apoyo. Me dormí, recargué baterías. No pude evitar
sentir la armonía del nombre: Athena Rodríguez.

Cuando lo medité cuidadosamente al día siguiente, evadiendo mi incomodidad porque le


llegara a él el <<dictado>>, tuvo todo el sentido, no me cupo la menor duda que la beba lo
eligió. Athena es una versión jónica del nombre de la diosa (seguía siendo Dios, como
dijimos), además su símbolo es la Lechuza (que es el animal favorito de mi madre, en
quien me apoyé durante el parto). ¡Era elección de la beba! Hice las paces con ello, en mi
primera experiencia de respetar a mi bebé.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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Conforme mi ánimo mejoraba, las cosas se ponían mejor a mi alrededor. Esa segunda
noche, en la madrugada, ninguna enfermera interrumpió mi intención de poner en
práctica la filosofía Viskin. Estábamos solitos los tres. Empecé a contar los minutos que
recomienda el pediatra para distinguir el hambre de otros factores, además de permitir
que el bebé se espabile para que coma con gusto, despierto y en una sola sesión. Pero el
llanto del bebé es poderoso, diseñado para despertar el instinto de protección (por su
supervivencia) y Jorge Elías se levantó y la arrulló porque faltaba un rato para que trajeran
sus cronometrados biberones.

Yo sabía que no podía ser hambre. Pedía comida cada 3 horas, había pasado una. Me di la
vuelta, llorando en silencio pues era la primera vez que tuve miedo: miedo de que mi
esposo y yo no compartiéramos la filosofía de crianza, implicando que nos convirtiéramos
en esclavos de la preocupación, frustración, del medicamento anti-cólicos, los consejos
ajenos, las largas noches sin dormir, la prueba y error, prueba y error hasta atinarle cada
vez, en todo momento, arrullarlo por horas sin permitirle dormir por su cuenta… Tuve
tanto miedo que apreté la mandíbula, los ojos con lágrimas hirviendo y los ignoré. De
todas formas aún no tenía leche para darle, de todas formas no nos traerían otro biberón.
Si Jorge Elías quería probar su método de acudir al menor gimoteo, era su oportunidad de
probarlo.

Traté por todos los medios de recuperar mi buen ánimo para evocar sólo experiencias
agradables de mi entorno pero era imposible en medio de la tempestad: El llanto y Jorge
Elías diciéndome que la filosofía Viskin no era la forma que él soñó ser padre. Del libro que
no había leído, de lo poco que yo le había compartido, de los papelitos con notas mías que
no leyó; estaba invalidando algo que no conocía y que se negaba a probar. Mi angustia se
convirtió en terror, anticipando los años venideros de mal dormir, de que mi mundo girara
alrededor del bebé, de consentirlo, de no respetarlo, de su rebeldía, de las personas
metidas en nuestro modelo de crianza porque nos verían perdidos. Estaba horrorizada
ante la posibilidad de compartir mi vida con una pareja que teme cambiar. Seguía
dándoles la espalda, Athena seguía llorando.

Tenía ganas de decirle a mi esposo que me concediera sólo 10 minutos, es lo único que se
necesita para comenzar la filosofía Viskin y, si no funcionaba, lo haríamos a su modo. Pero
no quería ni dirigirle la palabra. Él me había dicho que la probaríamos y, a la primera
oportunidad, se retractó. El miedo es más terrible que el dolor porque no había epidural
que me ayudara en ese momento negro.

Frustrado e irritado conmigo, Jorge Elías la dejó en su cunita, se acostó en el sillón y se


durmió como siempre lo vence el sueño cuando su enojo es mayúsculo; como si lo
poseyera un demonio tan pesado que lo obligara a rendirse. Saqué mi reloj. Pasaron 5
minutos, Viskin dice que pueden llegar a 10 cuando el bebé ha pasado mucha frustración
e irritación por los adultos inquietos a su alrededor. Si pasan de 10 se puede asumir sin
temor que es hambre. El llanto de hambre es sostenido y creciente. Todas las demás cosas
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lo hacen llorar de diferentes formas que uno aprende a distinguir cuando Pregunta a su
bebé.

Pasaron 9 minutos. Temí que fuera hambre y que no hubiera biberón porque lo traerían
hasta dentro de unas horas más. Vi el segundero que marcó 9 minutos con 30 segundos y
Athena se calló. Volteé, la revisé, respiraba, no se había ahogado, no estaba incómoda,
estaba completamente dormida, roncando bajito como gatito que ronronea. <<Si tan sólo
él hubiera visto el reloj>>, suspiré. En eso despertó, nos vimos, sonreímos y volvimos a
dormir.

El biberón siguiente llegó a tiempo para cuando Athena despertó sola y pidió comer.
Además ya sólo quedaban unas cuántas horas para que me dieran de alta. ¡Iríamos a casa!
Anhelaba tanto comenzar la maternidad a mi manera; aquella que deseé cuando sugerí a
Jorge Elías que tuviéramos un bebé.

El miedo a diferir de mi esposo permaneció calladito y no me volvió a molestar por un


tiempo. En casa le pregunté amorosamente si podíamos leer mis notas juntos e intentar
las que nos parecieran bien. Ante todo, Viskin dice lo que Abraham <<cargue al bebé
cuando sea una fuente de placer para ambos, no cuando pretenda calmar su angustia o la
propia>>. Eso hicieron conmigo aunque lo haya olvidado al crecer. Heme aquí,
reconociendo y poniendo en práctica esa misma filosofía conmigo de adulto. Escuchando
mis propias emociones, aprendiendo a responsabilizarme por ellas y sabiendo que mis
problemas no son culpa de alguien más. Es lo que deseo para mi hija, que nunca olvide de
donde viene, ni quién es realmente.

Por eso comencé a llevarle un diario fotográfico, aunque escandalizara a otros nuestras
técnicas, en mi cabeza a todos les aplico la OMLP pese a que, por fuera, me vean sonreír y
asentir, como asimilando su consejo. Unas veces (estando de buenas) me divierte que se
asombren o asusten porque sale a pasear desde que nació, porque la observemos para
saber si tiene frío o calor (en lugar de taparla cuando viene un aire), le damos baños de sol
que activan las defensas naturales de su piel (no teniendo que usar talcos, ni cremas, ni
aceites más que en temporada de cielo nublado), la bañamos apoyada en nuestro brazo,
con nosotros en la regadera (Jorge Elías la bañó varias semanas en tina pero nunca
lograba que se mantuviera tranquila. Cualquier movimiento en falso la hacía llorar). Me
divierte el horror de la gente cuando descarto sistemáticamente la posibilidad de cólicos,
cuando le damos a comer sólidos desde el primer mes (en cierto orden de digestión pre-
aprobado por Viskin). Jorge Elías me siguió la corriente en todo ello pero podía notar su
escepticismo con lo de dejarla llorar, aún cuando el médico que la recibió nos había
señalado que el llanto fortalecía sus pulmones; imprescindible dado que había nacido sin
respirar.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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No importa cuántas conferencias tomé o di sobre la diferencia entre un niño con baja o
alta resistencia a la frustración (puede ser factor decisivo en su vida emocional de adulto),
escuchar a Athena llorar le causa remordimiento.

Entre eso y los consejos ajenos, he tenido que poner en práctica la filosofía Viskin en mi
entorno (respeto, comprensión, tolerancia). Los escucho, fantaseo con mandarlos al
carajo, doy mi mejor cara y adopto algo que los calme para no invalidarlos. Ya, por mi
cuenta, hago lo que me parece mejor. No importa cuántas veces la arrulle una bisabuela,
abuela, tía o amistad bienintencionada, prevalecerá en ella el saber dormirse sola, cuando
la dejan en paz, gracias a la constancia en casa.

Por cierto que, al darme de alta en el sanatorio, el doctor bromeó sobre la cabecita llena
de pelo tupido con la que nació la nena pues no es regla general que nazcan así (tampoco
calvos pero ¡bueno! Nos tocó con peluquín). Yo supe que algo tuvo que ver mi consumo
de ajo, el cual estimula el cabello, las uñas, la circulación. De hecho, lo primero que
notamos al tomar su manita ¡es que tenía las uñas crecidas! Ahí mismo el doctor me
presentó con su nieto, también médico, haciendo hincapié al presentarnos que yo era el
último parto que recibiría y con eso se retiraba de esa faceta de su vida (me recibió a mí y
concluía recibiendo a mi beba. ¡Qué mágico!) También nos pidió a Jorge Elías y a mí
enlistarle todas las posibles cosas por las que llora un bebé (desde hambre hasta
sorpresa), subrayando que los padres son muy asustadizos y le llegan a traer bebés que no
dejan de llorar, resultando que traen un segurito (un imperdible) abierto en la ropita que
estrenan. Nos aconsejó observar antes de salir corriendo al doctor y sus palabras fueron la
motivación final que necesitaba para comenzar la maternidad que siempre soñé.

Llegamos con júbilo a su primer mes. Athena se movía mucho y hacía que sonara su cunita
con dosel tan bonita que le regalaron, entonces propuse llevarla a su propio cuarto. Sus
ruiditos -aunque no fueran de queja- me causaban insomnio.

Aclaro que no tengo ni un solo miedo o duda sobre cómo hago las cosas con ella pero
tengo un miedo que arrastro desde que mi mamá estaba enferma. No tiene que ver con
Athena, no tiene que ver con la filosofía Viskin, es mi propio trauma. Sin importar qué
pase o que yo misma la haya depositado en su cuna, tengo que regresar a cerciorarme de
que respira. Eso lo hacía a la mitad de la noche cuando mamá, convaleciente, dejaba de
quejarse; la revisaba, esperando a distinguir un resoplido para volver a mi cama. Temía
que se fuera en medio del sueño, sin despedirse.

Tal vez por eso mamá murió en el hospital cuando no estaba cerca ni siquiera papá. Es
más fácil morirse sin que los demás alrededor le insistan a uno que luche, cuando en
realidad lo que quiere uno es sentir alivio.

Durante el embarazo, me estresaba si no sentía al bebé moverse o perdía por un rato el


rastro de su palpitar. Al nacer, pude bajarle a mi paranoia cuando pasó a su recámara. Si
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lloraba de hambre era suficientemente fuerte para despertarnos en la habitación de


junto. Si gimoteaba por otra cosa, sacábamos el reloj, contábamos el tiempo y siempre
volvía a dormir. El pañal sucio no la hacía llorar, sólo escuchábamos que se removía,
incómoda. Así distinguimos qué era para poder atenderla sin molestarla. Es totalmente
cierto que la filosofía Viskin reduce el estrés de los padres, los hace atinados, permite la
independencia del niño (si no quisiera ese Ser su independencia, no hubiera nacido en un
cuerpo separado del Todo). Athena duerme bocabajo desde que nació y, a quien puso en
duda la recomendación pediátrica, le mostrábamos que desde el día 3 que la llevamos a
casa, si quedaba con la cara pegada al colchón, no se ahogaba, sino que volteaba sola su
rostro para respirar. Los bebés no son tontos.

Cuando regurgitaba, por supuesto que no se ahogaba estando bocabajo, con el rostro de
lado. Escupía todo frente a su cara y así no se encharcaba como cuando se acuesta a un
bebé de lado, ocasionando que la leche cayera por su mejilla y se reúna bajo su oreja. Es
simple lógica y observación. Para jugar con ella, la poníamos bocarriba pero muy pronto
se cansa de ver un mismo rostro y quiere estar incorporada, enterándose del mundo (que
para eso vino).

Al notar que esta filosofía permite conocer al bebé, en lugar de moldearlo, empezamos a
decir que Athena era una alienígena, un ser de otro mundo (de la constelación de Lechuza
que existía en la antigüedad) con sus propias costumbres, proyectos. Este juego nos
permite observarla y respetarla, sabiendo que es un Ser completo, no un wannabe de
adulto.

Le dije frente a su cuna mientras la cambiaba de pañal:


–Sabes, hija que esta historia de amor no comenzó cuando tu papá y yo nos conocimos, ni
cuando tuve mi primer novio o mi primera vez de nada. Esta historia de amor comenzó el
día que tomé consciencia porque ese día me amé incondicionalmente. Todo lo demás es
resultado de esa relación. Mi papel como mamá es no permitir que olvides amarte por
sobre todas las cosas.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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ABUELA, MADRE E HIJA

Fragmento del diario de mi madre, la <<Abuela que Vuela>> (porque flota cerca de
Athena):
Febrero 8, 1985.

Hoy Rey dijo que éramos como un triángulo donde él y yo éramos los catetos y Astrid
nuestra hipotenusa.

Dios mío, qué estemos siempre unidos los tres porque Rey y Astrid son los que me dan
fuerza. No me importa nadie más.

Cuando me casé prometí que siempre dormiríamos juntos, salvo que estuviera de viaje,
pero no siendo así, aunque sea en el piso pero los dos juntos, y ahora con más motivo
para estar los dos siempre cerca de Astrid.

Fragmento de mi diario, la <<Mamá que Meme>> (porque puede dormir, gracias a que la
filosofía Viskin dio pie a que Athena durmiera la noche entera).

Este pasaje me gusta mucho releerlo pues mamá siempre nos dejó claro a las tres hijas
que mi papá era su prioridad. Esto porque no puede darse un ejemplo de amor qué imiten
los niños, si uno no respeta y ama incondicionalmente a quien es el otro pilar de la familia.

<<Incondicionalmente>> parecería un término fácil de interpretar pero en realidad implica


aceptar verdaderamente, aprobar, apoyar a la persona tal cuál es, está siendo y
anticipando cómo será, incluso considerando que decida cambiar y evolucionar de cómo
era al conocerlo. E incluso tomando en cuenta que, si ya no se desea aceptar la nueva
versión que la pareja está mostrando de sí misma, sea momento de elegir caminos
distintos.

Además de ello, descubrí que los hijos deben percibir que uno es lo más importante para
UNO MISMO (antes que la pareja). No puedes vivir tu vida tratando de dar gusto a nadie,
ni a tus padres ya que pronto distinguirás cómo su consejo bienintencionado no puede
abarcar todos los aspectos que solo tú conoces y sientes en determinada situación.
Además no puede darse un ejemplo de amor y autoestima a los niños si uno no se respeta
y ama POR ENCIMA DE LOS DEMÁS. Este aparente egocentrismo es el pilar de ser su
ejemplo: Ámate y sé feliz para que tengan cómo imitar una vida feliz.

(¿Alguien te llamó egoísta por hacer lo que tú quieres con tu vida? Pregúntale entonces,
¿quieres que no haga lo que yo quiero para hacer lo que tú quieres? ¿Cómo se llama eso?)
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
50

Invento mis reglas gracias a esos dos aprendizajes (o decisiones) con las que rijo mi vida y
a las que les debo una relación plena y amorosa, donde cada uno se siente libre. Ahora
recibimos en nuestra filosofía a una nueva integrante que percibe esa libertad y amor.

1.- Un bebé respeta más (e imita el modo) a sus padres felices, no a unos padres
sacrificados.
2.- Soy primeriza, no miedosa.
3.- Elegí tener un bebé no para hacer lo correcto, sino para llevar a cabo lo que deseo
experimentar. Y en el camino puedo redireccionar mi intención cuántas veces sea
necesario.
4.- Como padre, no hay decisión tan equívoca que un hijo, al crecer, no pueda superar o
elegir cambiar.
5.- No tengo miedo a equivocarme pues sé que, tarde o temprano, puedo fallar. Se teme
lo desconocido, no lo usual.

DÍA 14 de la llegada de Athena

Una madrugada que el papá le daba "bibi", vio sus ojos enormes inspeccionando un rincón
de la casa, blanco, sin adorno; le dirigía sonrisas. Entonces confirmamos nuestras
sospechas: Athena es alienígena.

Mi teoría es que, durante el parto, se abrió un portal interestelar por el cual llegó este Ser,
al que le queda chiquito el cuerpo comparado con la infinitud de su presencia.

Preparó su llegada desde la constelación Noctua Lechuza o Athenas Noctua, ubicada entre
la del Cuervo y el Centauro.

¿Cómo sabemos su origen? El papá recibió su mensaje telepático con claridad y sin
interferencia en el lugar donde lo hallaron más receptivo (la regadera). Este Ser le instruyó
que habríamos de nombrarla Athena (el nombre de la diosa en dialecto griego jónico).

Ya entre nosotros, abre sus ojos grandísimos, observándonos de pies a cabeza y luego por
encima de nuestro hombro, a los costados donde no hay "nadie". A veces los ojos negros,
alargados pero gigantes en comparación con su cabeza recuerdan al típico alien
cinematográfico. Otras, su carita con boca entreabierta y mirada cristalina nos frunce el
ceño. Pareciera hacer notas mentales de lo que percibe.

Dedujimos algo más a escasos 14 días de su llegada. En la madrugada, el golpeteo de la


estructura metálica de su moisés con rueditas (su transporte o carruaje mágico, le
llamamos) nos hace saber que está teniendo mucho movimiento allí adentro. ¿Qué podría
estar haciendo a esas horas mientras dormimos? Silenciosa y sin llorar...
-Manda sus reportes -dice el papá.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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-Tecleando concentrada (ajena a su ruido) en algún aparato de tecnología superior que


no logramos detectar -añado yo. (Creemos que está escondido en su pañal pero no hemos
inspeccionado a profundidad por la gran distracción olorosa).

La prueba contundente fue esta fotografía donde mira al techo blanco sin luces, ni objetos
llamativos, entrelaza sus manos en una plegaria que tradujimos por tratarse de la primera
declaración de su existencia que reconocimos: "Yo Soy La Que Soy".

Fragmento del diario de la <<Hija Alienígena>> (inventadas como bitácoras de viaje por el
papá aunque fueron plasmadas por mamá)

DÍA 15 Expedientes Secretos "A"

6:00 A.M. El sujeto que no ha revelado su identidad pero que se conoce por el nombre
clave “papá” atiende mi llamado y me extrae de mi nave nodriza. Insiste en meterme ese
dispositivo con fórmula que tanto me gusta pero yo, a la defensiva, primero me chupo las
manos para alimentarme de mi “leche mágica”.

Aún así, debo admitir que la fórmula de estos seres es adictiva y poco a poco les permito
dármela. Los observo insistiendo de más o insistiendo menos. Todo ello lo pondré en mi
reporte si no sufro de estas constantes interrupciones. Tal vez deba aleccionarlos con una
bomba olorosa que llaman “pochinines”. ¡Oh, no! Ahora se acerca aquella mujer de
nombre clave “mamá” y aspira mi mollera, robándose mi poder mágico: mi olor sutil que
utilizo para derretir el corazón. Quizá funcione más con “papá” pues a mamá intento
derretírselo a fuerza de succión por el pecho.

No dejan de olfatearme la cabeza. ¿Debería darles unos pochinines para que se abstengan
de aspirar? Veo que sacan el Escuadrón Pochinín compuesto de una plataforma fría donde
me colocan y observo cómo batallan con mi arma secreta y toallitas frías que detesto en
mi rabito.

¡Oh, no! Inspeccionando en lo que llaman pañal, podrían descubrir mis intenciones de un
momento a otro. No importa; tengo otro elemento que derrite sus corazones y los hace
vulnerables. Hasta el momento ninguno se ha podido sustraer al encanto de mi sonrisa.
Pondré todo ello en mi reporte en cuanto me devuelvan a mi nave nodriza… por ahora,
seguiré disfrutando de esta fórmula que me administran en el curioso objeto que apodan
"bibi", ya que están tan dispuestos a traerlo ante el menor chillido de mi potente sonar
supersónico.
Segunda bitácora de Athena para Estación Estelar: Hoy intentaré reparar mi máquina
espacial para regresar a mi Constelación pero… ¡oh, cielos! Esta fórmula que me dan es
tan adictiva.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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Me veo interrumpida cuando estoy enviando la señal supersónica desde mi nave nodriza.
¿Qué hacen ahora? ¡Oh, vaya! Intervienen en mi comunicación sacándome de ella y
poniéndome un “bibi” en la boca.

La mayor parte del tiempo tengo mis poderes limitados por un campo de fuerza alrededor
del cuerpo. Trato de convencerlos de que estoy más cómoda cuando no tengo nada
encima, como hoy que me expusieron a eso que llaman “día”, justo bajo el rayo solar. ¡Oh,
sí! La gratificante sensación sobre mi piel sólo se compara con la delicia de esos “bibis”
que devoro en cada oportunidad. Me apuro a consumir uno tras otro para que me den el
siguiente; en el proceso, me atraganto, toso, expulso algunos aires ruidosos que les
causan risa.

No entiendo a estas personas de quienes aún no conozco el nombre. Me veo forzada a


usar los nombres clave que repiten frente a mis ojos, abriendo mucho los suyos y
pronunciando con lentitud.

Espero informarme mejor y la fuente para ello es a través del pecho de “mamá”. De ahí
obtengo todo el conocimiento que me trasmite sin saberlo. No pierdo tiempo cuando me
acerca a ella; me lanzo vorazmente pues me urge saber más de este extraño planeta
donde me tienen rodeada.

Estoy reuniendo tanta información que debo vaciar en mi reporte… ¡oh, cielos! Tal vez
mañana. Hoy estoy satisfecha.

DÍA 42 (Sonido de abrir comunicación en aparato)

Bitácora de Athena:

Reestablezco el contacto ahora que tengo suficiente tiempo para reparar mi


transportación en el interior de mi Comando Espacial. Estos humanos me han puesto en
una silla de viaje que integraré a mi nave para ultimar detalles.
No sé cómo operarla y un curioso hombrecito trata de repararla desde el exterior para
ayudarme a activarla. Un momento... encontré un instructivo de tela adherido a uno de
sus lados. Lo reviso meticulosamente de lejos para no despertar la curiosidad de los
humanos que me transportan.

Oh, no. Están llevándome de vuelta a mi Comando Espacial pero sin mi silla. Tendré que
leer las instrucciones de operación más tarde. Mientras tomo esta oportunidad para
elaborar mi reporte.

P.D. He concluido que el simpático hombrecillo fue un alienígena que está adaptándose a
las costumbres humanas, de nombre clave “primo”. Parece usar el mismo sistema de
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
53

comunicación que yo, sin embargo, él activa su sonar ultrasónico todo el tiempo; no como
yo que lo activo cuando tengo hambre. ¿Podría ser que tuviese hambre constantemente?
Decido ayudarlo y activo también mi sonar para que estos humanoides le administren un
dispositivo con fórmula. Aún tengo que descubrir por qué el hombrecillo que fuese antes
alienígena no consume leche mágica de sus manos, como yo, dado que los dispositivos
con fórmula no parecen saciarlo.

Fin del reporte.

Día 52

Hasta ahora puedo hacer mi reporte en la quietud de mi Comando Espacial pues no hubo
paseos con estos humanoides y demando alimento tras lapsos más largos (por ejemplo,
hoy dormí de 12 de la noche hasta 7:30 de la mañana).

Para reparar mi Comando Espacial en mi intento por volver a mi planeta, tuve que
cambiar de estrategia pues mi sonar ultrasónico los alertaba y me daban dispositivos con
leche que sustituyen a mi leche mágica en su delicia. Después usé mi sonar infrasónico así
como láseres secretos en mis ojos pero también los atrajo el ruido, atrapándome cuando
cavaba hacia el fondo, creyendo que estaba "haciendo gorgoritos".
Hace días descubrí su estrategia para distraerme. Consistió en llevarme a un frío lugar con
muchos otros alienígenas pero con cabezotas, envueltos por completo en masas de tela
gruesa. Al parecer, nos estaban registrando y leí cuidadosamente las marcas en sus
documentos para saber más sobre la Tierra.

Supe entonces que me están nombrando "Athena", que es su manera de pronunciar la


frase que exclamé telepáticamente cuando me comuniqué con quien llamo "papá". ¡Sí me
captó! Es bueno saber que estos humanoides no son tan ineficientes. A continuación
tengo que reportar cómo me envolvieron por completo pero logré liberar un brazo. Quizá
por mi maniobra, me latiguearon justo en él con un pinchazo al que me opuse con lo que
llaman "chillido" pero en realidad es la señal que emito para que mi Nave Nodriza esté al
tanto de mi situación. Fue desagradable pero lo olvidé en pocos instantes, ocupada en
otras sensaciones (la mujer de nombre clave "mamá" aún no lo supera. ¡Ja! Terrícolas).

Tal vez me pusieron una vacuna humanizante porque, desde aquella experiencia,
encuentro más comprensibles los gestos que me hacen y los sigo con los ojos. Oh, sí. Me
emociona la cantidad de luces, colores y sabores que ponen a mi disposición con el simple
hecho de llevarme con ellos. Encuentro interesante esa extraña mueca donde muestran
los dientes que les hace tanta gracia cuando soy yo la que la dibujo para observar su
comportamiento (los tengo dominados). Uso mis rayos hipnóticos a través de los ojos
para ordenarles que respeten mis espacios en soledad, sumergida en actividades secretas
en mi Comando Espacial. Me dejan en paz con mi sonar infrasónico, sabiendo que estoy
entreteniéndome a mi forma alienígena. También les doy crédito por ser más rápidos y
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
54

pulcros al retirar mis mensajes codificados, transportándolos en cada pañal hacia el


buzón.

En suma, no sé qué provocaría en mí ese pinchazo pero hoy... he decidido quedarme... a


ver qué pasa. Fin del reporte.
Día 59.

¡Estos humanoides ineficientes! Parece que desarrollaron inmunidad a mi mirada


hipnótica pues se quedan pasmados hablándome cuando lo que deseo es que se retiren.
Como en nuestro acuerdo llorar significa "bibi", gimoteo significa "arreglen la
temperatura" y removerme en mi lugar implica "tengo un mensaje para ustedes oculto en
mi pañal", ahora probé gruñir. Les gruño para hacerles saber que estoy satisfecha con sus
cuidados y que deben llevarme a mi corral pues tengo muchas cosas qué hacer.

Otras veces, cuando estamos de viaje, manoteo y gruño para que me pongan a la altura de
las ventanas para poder mirar. ¡Oh, sí! Considero un acierto de su parte el colocarme en el
respaldo de mi silla espacial, arrodillada para poder pararme si deseo mirar hacia el vidrio
empañado del automóvil; cosa que hago en cuanto me despierto del influjo soporífero del
delicioso "bibi", frente a los ojos atónitos de otros humanoides que aseguran que “estoy
muy chiquita para esa postura”.

¡Chispas cósmicas! No sé si adopté un cuerpo con una exagerada cabezota o por qué
festejan cuando volteo hacia donde me place, equilibrando el peso en mi fortalecido
cuello sobre el que gano control gracias a estar bocabajo desde mi aterrizaje. En otra
ocasión, me incliné a observar por debajo del brazo de la humanoide maternal, para mirar
tras nosotros. Ella trató de incorporarme, creyendo que el peso de mi cabeza me había
ganado, y volví a gruñir hasta que me colocó otra vez inclinada para seguir mi inspección.
Se les olvida que mi intención es investigar más sobre este planeta.

No obstante, detecto cierto progreso pues el humanoide de nombre clave "mamá"


comentó que ella me observa a gusto aunque yo no le ponga atención, sin ponerme boca
arriba donde sólo tendría su carota y el techo por toda novedad. Al colocarme con mi
abdomen sobre su brazo para que curiosee en cualquier dirección que yo prefiera, respeta
que yo no vine al mundo a demostrarle amor, sino a ser yo misma. Me parece positivo que
este par de humanoides no estén faltos de afecto de forma que no proyectarán sus
necesidades en mí. Esta experiencia se está tornando cada vez más interesante, a partir de
la plataforma filosófica a la cual llegué.

Entre ellos se felicitaron por jugar a que soy alienígena; sólo así recuerdan respetar mis
costumbres, aceptarme como soy y observarme para conocerme en lugar de educarme.
Ella declaró: "mi único trabajo como madre es no permitir que Athena olvide de dónde
viene". ¡Excelente! Aún no sospechan mi memoria prodigiosa. Humanoides incautos... los
tengo dominados. Fin del reporte
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
55

DÍA 61
Épica en pañales (un cuento que inventó la humanoide mamá mientas me veía)

“Sapito tuvo una maraña de pelo y un pañalote. Le decían Sapito porque dormía encogida
como replegadas sus ancas pero se ganó el título de TNT por su explosivo carácter. La
hermana que seguía era conocida con el nombre de un frijol porque tenía la nariz
encogida como replegada sobre la cara. Su hermana mayor era conocida como Unitas que
derivó en Tortunitas, porque durmió encogida como replegada bajo un caparazón.
Tortunitas fue madre de Frijolita, conocida así porque eso parecía, replegada al germinar
en el útero.

Por supuesto que, familia tan singular, tenía nombres normales pero eso nadie los
recuerda porque los nombres que pesan son los que uno se gana. Es por eso que esta
historia épica comienza con Frijolita, hija de Gordo y Tortunitas, hija de Vampi y
Sonrisales, padres también de TNT y Bean Being.

Llamada por altos ideales, Frijolita trató de enarbolar su estandarte, asiéndose de su


cobija pero no se dejaba levantar con ella encima, así que montó en la tortuga de peluche,
mascota predilecta de su madre, símbolo de su ilustre nombre. Partió por las llanuras del
corral del extremo inferior derecho en el largo recorrido rumbo al extremo superior
izquierdo.

En el camino, casi abandona la exhaustiva empresa. Sudó la gota gorda, la tortuga fue
rejega pero, sometida bajo su perseverancia y bondad, Frijolita llegó al nuevo paraje. Un
sitio vislumbrado de lejos, que aparecía en sus sueños, seduciendo su sed de aventura.
Finalmente, estaba justo donde quería. Se tendió, rendida al gozo bajo una bóveda de
juguetes colgantes de colores. Dejó a la tortuga descansar panza arriba.
Repuesta, Frijolita inspeccionó detenidamente la curiosa inscripción que franqueaba su
paso hacia afuera o más allá de ese reino donde la malla circundaba el corral. En la
leyenda impresa en blanco y negro se leían símbolos desconocidos similares a estos:

Read all instructions BEFORE assembly and USE of product. KEEP INSTRUCTIONS FOR
FUTURE USE.
Lire les instructions d’assemblage soigneusement. GARDEZ CES INSTRUCTIONS POUR
USAGE FUTUR.
Lea todas las instrucciones ANTES de armar y USAR este producto. GUARDE LAS
INSTRUCCIONES PARA USO FUTURO.

Animada por poner a prueba su intelecto, una vez demostrada su fuerza, Frijolita pasó
largas jornadas observando cada trazo, grabándolo en su memoria para detectar un
patrón. ¡Si tan solo tuviera una clave que le indicara qué podía significar! (Esto pretendía
ser una épica corta no una saga de nueve horas).
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
56

De repente, las fuerzas inamovibles de sus ancestros arrastraron su renuente cuerpecillo


hacia su lugar inicial, cobijándola con el estandarte.

Tal suceso sólo hizo renacer en ella la determinación de volver y descifrar el antiguo
escrito. ¿Qué aventuras vivirá una vez comprendido el mensaje? ¿Podrá Frijolita hacer
honor a su antiguo legado, franqueando los muros de malla hacia el exterior? ¿Hallará
aventuras de su calibre en ese nuevo mundo?

No se sabrá más que con el tiempo porque Frijolita apenas tiene 61 días de vida y, según
los cálculos, aún quedan muchas historias por protagonizar”.

Día 71

Aparentemente, los seres grandes verdes que decoran la naturaleza vienen en porciones
pequeñas. ¡Hoy los probé! Ahora tengo una nueva lista de gustos:
Plátano (Banana rules!), brócoli, aguacate, manzana, arroz, ciruela (yummy!), caldo de
frijoles, avena, pollo, yema de huevo cocida, pasta (yuck!)

Día 79

La humanoide de nombre clave "mamá" vio mi mueca de siempre pero, en esta ocasión,
acompañada de un sonido que produje y rompió a llorar diciendo: "Cuando el primer bebé
rio por primera vez, su risa se quebró en mil pedazos que saltaron dando brincos por los
aires. Así surgieron las hadas. Ahora, cada vez que nace un nuevo bebé, su primera risa se
convierte en una".

Para variar y no aburrirme de sus cantos, hago "glo", "gu", "waa", "ggg", "auu", "uuuu",
hago burbujas y sonoros chillidos de pterodáctilo a la mitad de la noche, para hacerlos
temblar como cuando ellos me descubren el rabito para cambiarme.

Semana 12 en el Planeta

Me senté a la mesa a leer las noticias, mientras los humanoides bebían su brebaje
aromático del color de mi traje con el que trato de camuflarme en esta Jungla de Asfalto.

Más tarde ese día, me invitaron a celebrar los 2 años en este Planeta de una alienígena
con cabello de zanahoria a quien todos los humanoides veneraron, rindieron tributo con
presentes y cantaron tonadas que me arrullaron.

Estos humanoides han pasado de ponerme atuendos extraños a lo francamente ridículo,


preparándose para una celebración donde parece que debo ser su Monito Cilindrero,
usando cuánta cosa se les ocurra. Estoy sin palabras. Fin del reporte.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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LA BESTIA, EL BESTIA Y LA ROSITA

Cuando Athena estaba por cumplir 4 meses en la tierra, me la imaginé diciendo “ahora
que soy capaz de agarrar sola el bibi, ¡agárrate, mundo!” porque es cierto lo que dicen
que crecen muy rápido.

Esta autobiografía tuvo ese propósito y no la escribí antes no porque mi vida estuviera
consumida por las demandas de la bebé, ni porque no hubiera suficientes anécdotas, sino
porque simplemente ahorita se me antojó revivir lo que ya se fue, antes que me cautive
todo lo que viene.

Hoy Athena se aferra a querer dejar de arrastrarse para gatear, insiste en estar
incorporada para ver todo, nos quita la mano del biberón, como queriendo sostenerlo
sola. Sólo tiene 120 días en la Tierra y toda la ropa que recibió de regalo en el primer mes
desde su nacimiento ya está guardada para el hermanito futuro (¿Qué cómo sé que será
niño? No lo sé. Yo sólo pido niño, sabiendo que si no lo es, sabré sentirme alegre con lo
que sea).

Sé que Athena es un Ser completo, me complace conocerla, la observo con amor y,


cuando me siento frustrada, le doy espacio a menos que tenga hambre. Entonces le doy el
biberón pero me concentro en hacerme cargo de cómo me siento. Es clara en su
comunicación sobre todo cuando refleja lo que percibe de nosotros (desesperación,
distracción, entusiasmo).

Hemos dejado en varias ocasiones que se quede en casa de sus abuelos por muchas horas,
la ha cuidado su tía Helga mientras yo estoy en cabina de radio, o su tía abuela Julia.
Puedo percibir que disfruta rodearse de todo tipo de gente; nunca he sido
sobreprotectora sobre quién la carga (pues tampoco me junto con gente que me hiciera
dudar si permitírselos). Desde el día tres que la trajimos a casa estuvo en brazos de
bisabuelas, abuelos, tíos abuelos, tíos. A la semana siguiente, de amigos cercanos, amigos
del trabajo, colegas. Incluso pasó la prueba de fuego en brazos de su bisabuela senil que le
cantaba a pleno pulmón y la arrullaba sin parar. Se acostumbró a la variedad, a todos
sonríe, no llora, no tiene <<mamitis>>. Llegó a esta familia no por apego, sino
aprovechándonos como vehículo para experimentar lo que se le ocurra. Sé que no es mía;
su padre y yo soy somos su guía pero ella es Ella.

Viéndolo de esa manera, he tenido oportunidad de ocuparme de mi relación de pareja.


Cuando Athena crezca, quedaremos otra vez nada más mi mejor amigo y yo y, si no
cultivamos nuestro amor, podríamos reencontrarnos como completos desconocidos.
Procuramos salir solos, confiando en sus abuelos que, aunque no respeten nuestra
filosofía, no dejarán que nada malo le pase. Athena evocará de ellos lo que ella desee
experimentar. Ya en el momento en que estamos los tres solos podemos retomar lo que
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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nos parezca mejor. Nada puede desorientarla en el camino, como nada evitó que yo
regresara a reconocer Quién Soy y Cuál es Mi Propósito (ser feliz).

Con sólo tener a Athena en nuestro equipo, podemos observarla, o recordarla y recuperar
el buen ánimo pero no voy a convertirla en mi piedra de toque; no deseo asociar mi
felicidad con factores exteriores (sobre ellos no hay control). Bajo esa visión, llegué a la
firme resolución de que, si había logrado <<mágicamente>> lo que deseaba en mi vida
romántica, también al iniciar una familia y durante mi vocación, era momento de
CAMBIAR MI RELACIÓN CON EL DINERO DE UNA VEZ POR TODAS. No intentando, no
evadiéndolo, sino re-pensando constantemente lo que me haga sentir bien sobre el tema,
hasta que el tema cambie para ajustarse a mis expectativas.

A mediados de septiembre de 2015, lo tomé con la seriedad y constancia que apliqué en


otros ámbitos donde ya coseché alegrías. Conforme transcurría el tiempo, llegó a parecer
que, mientras más me ocupo de mí, cosechando el resultado de la <<magia>> de la
intención y la certeza, más mi pareja hace lo contrario. Ocupándose de lo que otros lo
hacen sentir, contemplando la posibilidad de que sus problemas sean culpa del exterior.

En vísperas de nuestro quinto aniversario de conocernos volví a activar mi incertidumbre:


<<¿Será así para siempre? ¿Tendremos siempre opiniones -y por ello resultados-
opuestos? Por esta época en el año pasado, se quejaba de sus jefes y lo despidieron. Este
año parece que las oportunidades se están limitando otra vez. ¿Notará quién es el común
denominador?>>
El colmo fue cuando decidió retomar sus creencias espirituales que había postergado o no
tomado tan en serio y, en una charla inocente, me dio a entender que sabía que yo no
creía en la Magia aunque él sí.

No logré permanecer neutral por los pensamientos de resentimiento y enojo en los que
puse mi atención. <<¡Entonces qué es lo que llevo practicando toda nuestra relación!
¿Entonces cómo es que hablo con mi mamá? Si no creo en la magia, ¿entonces a quién
invoqué cuando Athena aún no respiraba, antes de nacer?>>

Pasaron varios días antes que pudiera reunir la claridad y calma para expresarle que la
magia que estudié, la aplico cada día en forma de absoluta responsabilidad sobre la señal
que emiten mis emociones, atrayendo los resultados que obtengo. Una vez aclarado,
parecía superado pero vino a mi memoria la vieja lista de quinceañera, donde pasé por
alto que Jorge Elías no cumple con ciertos puntos:

-Que respete mis ideas


-Que tengamos casa propia pero que haya vivido solo antes de casarnos
-Que sea maduro emocionalmente (que no crea que otros tienen la culpa de sus
problemas)
-Que gane lo suficiente para que vacacionemos y viajemos
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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-Que sea mi fan y lea lo que escribo (¡donde hubiera notado que predico la magia, los
milagros, la ley natural de bienestar, la responsabilidad sobre la vibra propia!)

Agobiada, decepcionada de mí, mis pensamientos se largaron a un lugar oscuro donde él


no tenía acceso; sólo podía percibir mi incomodidad que se tornó en rechazo, derivando
en miedo. Finalmente, un día que él se fue con Athena, fui a casa, empaqué mis cosas
básicas, me puse el abrigo y salí hacia las escaleras. De repente, venían llegando y vio mis
ojos rojos, preguntándome qué pasaba. No había nada qué decir porque, cuando algo
empieza, conforme pasan los pensamientos ya no se trata de esa sola cosa. Las charlas
aclaratorias sólo se tratan de ahondar en pozos sin fondo pues, con suficiente dedicación,
todo puede ser culpa del otro. Admitiendo esta verdad, me negué a explicar qué me
pasaba. Deseaba distanciarme para pensar con calma.
Jorge Elías no lo captó así; quedó muy herido por verme partir diciendo únicamente algo
que nunca suelo decir pero fue lo más acertado que vino a mi mente turbulenta:
–Cuídala mucho –debí parecerle una malvada bruja que los abandonaba.

Me comuniqué con mi hermana para saber si me recibiría pero ella estaba viviendo sus
propios miedos así que no era productivo reunirnos, comparando historias, pues se haría
el enfoque más grande en lo negativo. Me senté a solas en el parque, con la mente en
blanco como negra la noche. Gradualmente comencé a digerir pensamientos que fueran
causándome alivio poco a poco:
<<No hay nada qué resolver porque es el mismo al que tu aceptaste hace cinco años. No
hay nada qué cambiar, pedir o discutir pues el amor es incondicional o no es amor. Es
padre de Athena, podríamos disfrutarla cada uno aunque continuaran nuestras vidas por
separado. Como él quiera llevar su vida es su asunto. Yo puedo enfocarme en mí, en mis
resultados, en mi relación con el dinero, producir y administrarme como me parezca
mejor, procurándole a Athena. Si no quieres seguir juzgando su personalidad o su modo
de enfrentar la vida, búscate algo mejor qué hacer>>.

La cadena de pensamientos me traía alivio. Nuevamente retomaba mi responsabilidad por


lo que reflejo en la relación. Debía desterrar el miedo. El miedo a que un hijo crezca con
padres separados es lo que ata a las parejas a su infelicidad. Aunque alguno de la pareja
tenga miedo, basta con que el otro sepa Quién Es y cuál es Su Propósito (ser feliz). Los
hijos de padres separados también pueden ser felices (como lo terminamos siendo las
hijas de un viudo, o cualquier otro individuo que se responsabiliza por sí mismo).

A veces es muy útil insultar al otro en la mente. Nunca es productivo decirlo en voz alta
(tan improductivo como el círculo vicioso de las charlas aclaratorias). La grandiosa
herramienta de la imaginación le permite a uno practicar sin herir, enlistando
mentalmente las características que hacen de la pareja una <<bestia>>. Puede uno
enlistar las propias reconociéndose tan bestia por enamorarse de la bestia.
Mama de cuatro letras Astrid Perellon
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Al cabo de todo, el encantamiento se rompe cuando uno mira de frente a la bestia (en el
otro y en uno), ahondado en sus ojos, reconociendo la realeza que habita en su interior.
Yo rompí el encantamiento cuando practiqué mi certeza de lo que yo haría, de lo que soy
capaz de hacer, de lo que deseo demostrarme a mí.

Regresé a casa con un ánimo que parece de bipolar pero es el proceso natural entre
pensar negativo y pensar positivo para influir en las emociones. Jorge Elías aún no lograba
hacerse a la idea de que parecí traicionarlo por mi huida (aunque cada año hay una
anécdota así, conforme se acercan las fechas en las que parece que no viviré la Navidad de
película americana). Me relajé, sabiendo que él podía pensar lo que le hiciera sentir mejor.

Estuvo raro por varios días en los que yo continué mirando, en espera del príncipe que ya
he visto otras veces bajo la piel de bestia. Lo invoqué recordando por qué lo amo,
apreciando lo que ya es, renunciando a quien quiero que sea. Claro que creo en la magia;
la hago cada día de mi vida y conocerlo a él fue el resultado de mi práctica.

Seguir unidos, viviendo felices la mayor parte del tiempo, también será resultado de lo
mismo y si eso no es magia ¡entonces no sé nada de cuentos de hadas!

Y, tal como quien cultiva las expectativas positivas en secreto, se mostró el príncipe
sosteniendo en sus manos a una rosita encantada que pierde pétalos mientras más crece.
Cada vez que nos sentimos tensos, con ganas de una charla aclaratoria que no permitiré
que pase, reconozco un patrón, como un maleficio cuando ambos cedemos a nuestra
bestia exterior (por miedo, rabia, odio). En tanto yo me centre en mejorar mi relación con
el dinero (derivada de mi relación conmigo misma) podré cambiar el final del cuento. Lo
que él haga o deje de hacer es irrelevante a mi felicidad. Cuando nos vimos por primera
vez y sentí un agujero en el ombligo fue como reencontrar a alguien olvidado. En cada
ocasión que me enojo con él o lo resiento, es negar que lo conozco realmente, es olvidarlo
otra vez.

Por eso dije que las relaciones de pareja son cosa de uno, son reflejo del amor propio.
Tenga o no razón, estoy escribiendo cada capítulo de nuestro cuento y, aún cuando el final
fuera inesperado, nuestra rosita encantada tiene que saber que el camino valió
totalmente la pena.
–Lo que yo haga o deje de hacer es irrelevante para ti, hija.

Hablando de la rosita y los miedos, unas semanas tras el nacimiento de Athena se le


abultó el ombligo en lo que llaman hernia umbilical. Busqué por supuesto las causas no
sólo físicas sino el sentido emocional, quedando profundamente meditabunda cuando leí
que una frase para aliviar esa hernia es “Soy libre de ser yo mismo”. ¿Es que acaso Athena
percibía que no lo era? Más que repetírselo a ella, recién llegada del bienestar absoluto,
me lo repetí a mí. Ella no es extensión mía ni aún porque nos uniera el cordón umbilical
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que tenía botado en forma de hernia; es su propio Ser, cosa que debo recordarme y
recordar no permitir que olvide.

El doctor sugirió una ligera faja, observando que no se pusiera más grande, dándonos
indicaciones precisas de los signos de alarma para anticiparnos. Jorge Elías quiso
ponérsela y, mientras la conseguía o compraba, encontré un código numérico sagrado con
la cifra precisa para aliviar la hernia umbilical. La pegué a la altura de su vista, causándome
grata curiosidad que fijara los ojos como descifrando las rayitas negras sobre papel
amarillo. Les procuraba la misma atención que la etiqueta dentro de su cuna o la que
colgaba de sus juguetes. <<¡Será muy fácil enseñarle a leer!>> pensé, en lugar de
preocuparme si serviría o no el código. Una semana después de mostrárselo, Jorge Elías
aún no compraba la faja pero el ombliguito comenzó a regresar al interior de la pancita.

Contenta por mi hallazgo, usé los códigos para otras cosas que le fueron ocurriendo
(malestar estomacal, fue lo segundo que se presentó, derivado del miedo y rechazo que
sentía en el ambiente, entre sus padres). Lo <<mágico>> de los niños es que no necesitan
creer, basta con que se les faciliten herramientas de bienestar (no de miedo al malestar).
Por supuesto, Pregunte a su bebé siempre será mi fuente de consulta básica, aunado a lo
que he descubierto a partir de preguntarle a Athena. Con lo último me refiero a que
también se les puede preguntar a los bebés mentalmente, emocionalmente (lo que
algunos llaman telepatía pero es simple atención a toda percepción). Fue así que un día
quería ponerle las diademas con moño que le regalaron, para acentuar que es nena (ya
que todos siguen preguntándonos por qué no le perforamos las orejas), la acerqué a ellas
y, de la nada, como si hubieran puesto una imagen en mi cabeza, percibí que me indicaba
que no lo hiciera. ¡Athena se estaba comunicando conmigo!

Por supuesto, no lo hice. No fue la primera, ni la última forma de comunicación pero sí la


más divertida de relatar. La primera que puedo identificar conscientemente ocurrió aún
gestándola, en el cuarto mes más o menos, cuando yo dibujaba sin razón, inspirada por
algo ajeno a mí. Una de esas escenas coloreadas tenía a un frijol verde sonriente frente a
unos amuletos pero el frijol decía con simplicidad y firmeza:
–Nada de brujería hasta que yo lo pida de viva voz –se lo referí a Jorge Elías,
curiosa sobre si sería capaz de respetar los deseos del bebé expresados a través mío,
como yo respeté después el nombre que le <<dictaron>> en la regadera.

Prefiero pensar que sí. Llegado el momento, dejaremos que Athena decida qué le
interesa, qué quiere creer, siguiendo o imitando el ejemplo de quien tenga éxito en lo que
ella misma desea para sí. Los bebés no tienen problema para saber lo que quieren pero
uno debe permanecer atento en lugar de irritarlos con vanos intentos de adivinar.

Por ejemplo, cuando la llevamos a su primera audición para televisión, estaba tranquila,
sonriente. El pañal cambiado, recién alimentada, un poco soñolienta pero ya otras veces
había aguantado hasta poder dormir en su sillita de viaje.
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Esperábamos nuestro turno y, poco antes que nos llamaran, Athena soltó un berrido,
llorando como si estuviera lastimada. La revisé, observé mi entorno, analicé el ambiente.
Nada había cambiado de un segundo a otro, excepto mi nerviosismo por la oportunidad
que se acercaba. Pasamos frente a cámaras y no logré que dejara de llorar, cosa que
nunca había ocurrido. Siempre deja de llorar cuando come o cuando se distrae con algo.
Nunca la arrullo pero lo intenté, traté lo que las madres tradicionales cuando se me
agotaron los recursos de Viskin. Finalmente, admití lo que negaba en mi interior: Athena
no quería hacer esto.
Ofrecí disculpas y salimos a caminar, dentro de mí se agolpaba un gran remordimiento por
no haberme dado cuenta antes. Acercándonos a la salida, cesó el llanto. Caminé con prisa
hacia la puerta, llevando tacones y resbalé con el escalón. Caí cuan larga era, apretándola
contra mi pecho, golpeándome con la puerta en la cara, mis rodillas al suelo, mi costado
contra la pared. Acudieron en su ayuda los que audicionarían, tomándola de mis brazos,
creyendo lo peor. Estaba intacta pero yo estaba tan magullada como mi estado de ánimo.
Aquello en lo que centré mi atención (la culpa) se hizo tan grande que me tumbó.

La tendencia natural hacia el bienestar de este individuo que llamamos Athena la protegió
en ese instante decisivo. Salimos mientras yo lloraba, con la rodilla hinchada, el orgullo
amoratado y me refugié en los brazos de Jorge Elías. Athena no me guarda ningún rencor;
ella sólo manifestó sus deseos, no dejando que me interpusiera.

Fue la tercera vez que percibí que se comunicaba conmigo y me dolió dudar de mí, de mi
propia hija. No hace falta ser madre para tener claro cuando a uno lo están <<guiando>> o
<<dictando>>. Todos hemos vivido esos momentos receptivos de inspiración y no nos
resta crédito reconocer que hay una legión de seres interesados en vivir esa experiencia
maravillosa a través y junto con uno.

El factor clave es tener certeza y el 95% de las veces la tengo. Con todo relacionado con
Athena actúo sin miedo, manteniendo mi enfoque en el equilibro natural e inherente a la
vida. No obstante, cuando me lastimé la rodilla, mi dolor me hizo creer que le pudo haber
pasado algo también con mi caída. Golpe que no sería evidente hasta que fuera tarde.
Pedí a Jorge Elías que la revisara como en el Reiki hacen para asegurarnos que todo estaba
en orden. Una vez superado mi propio dolor, pude centrarme en lo sonriente que estaba
ella como diciendo:
<<Pregunta a tu bebé, mamá. Qué no ves que te estoy diciendo que yo estoy bien>>.

Me propuse que sería la última vez que temiera pues, frente a otras cosas, ¡sí que había
conservado mi enfoque en el bienestar natural!

No tuve miedo cuando no respiraba al nacer, ni cuando se le botó el ombligo, ni cuando se


llenó de salpullido y le salió una protuberancia en la mollera. En esas dos últimas, propuse
que cambiáramos de jabón, hiciéramos más frecuentes los baños de sol y que la
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protuberancia era por la presión del canal de parto (lo investigué y así era). Aún así lo
consultamos con el tío abuelo pediatra que nos recomendó paciencia con la protuberancia
usual y que cambiáramos de jabón. Nos indicó que no pusiéramos crema ni aceite (tal
como aconseja Viskin). Toda consulta era una reafirmación de mi certeza que quiero
transmitir a mis hijos, si deciden tener propios.

No tuve miedo cuando Athena se rasguñó el párpado porque no la maniatábamos, sino


que dejábamos que usara sus manos como quisiera. Pedí a mi hermana que me mostrara
cómo sostener los dedos del bebé con firmeza para usar el corta uñas miniatura. Tras
verla hacerlo una vez, fue la cosa más sencilla y me las ingenié para cortárselas en el mejor
momento mientras le sostenía su biberón con mi barbilla.

No tuve miedo cuando se estriñó porque le di una hojuela de avena en su primera semana
de nacida (confundida con la tabla que resumí de Viskin donde puse 1 ¡queriendo decir
que transcurrido el mes 1, no la primera semana!)

No tuve miedo cuando se atragantó con la manzana que probaba por primera vez pues la
arrojó sola y, cuando se calmó, la tragó sin problema. Cada vez que probaba algo nuevo,
Athena hacía el reflejo de arcadas como no queriendo tragarlo. Esto asustaba mucho a
quien la veía (sobre todo cuando probó costillas BBQ a los 3 meses y medio) pero yo la
mantenía sentada derechita, permitiendo que la escupiera o que tragara, cosa que hacía
sin remilgos.

No tuve miedo cuando otro pediatra nos enseñó que su cuello puede soportar que le
cuelgue la cabeza hacia atrás (en una serie de ejercicios de estimulación que nos dieron la
tranquilidad de saber que no hay que sostenerle la cabeza con tanta paranoia, sino ser
simplemente observador de su comodidad).

No tuve miedo cuando se irritó la axila como llaga; simplemente la dejábamos encueradita
en más oportunidades para que la piel respirara.

No tuve miedo cuando un cachorro le lamió la cara efusivamente, haciéndola llorar de la


impresión. No permití que la mecieran para sosegarla, la mantuve en mis brazos, tomé su
mano y con voz calmada le anuncié:
–Es un perro. No pasó nada, ¿ves? Si mamá está calmada tú puedes estarlo.

Muy pronto se dejó olisquear por los perros más grandes de mis hermanas, siguiéndolos
con la vista, saltando con sus ladridos, sonriéndoles de lejos.

No tuve miedo cuando vomitó porque supe que era por el calor que hacía. Al ponerla
bocabajo y esperar a que terminara, se vació por completo. La observé detenidamente,
me sonrió y pidió más de comer.
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Cuando alzaba piernas y brazos (en lugar de usar las rodillas), al estar bocabajo, supe
reconocer que evidentemente prefería estar incorporada. Además gimoteaba porque uno
confundiera sus intenciones, si se le ponía bocarriba.

Por último, elegí no tener miedo cuando la dejábamos al cuidado de mis suegros o de mi
papá. Me centré en sentirme apoyada. Elegí no tener miedo cuando Jorge Elías decía que
lloraba de más o que no comía bien porque prefería estar jugando. Me centré en sentirme
alegre porque se divertía con su papá. Elegí no huir de mi pareja cuando volvió a estar sin
trabajo o se quejaba de sus jefes o situaciones diversas. Me centré en mejorar mi propia
relación con el dinero y carrera.

No cabe duda que el respeto a los hijos comienza por el respeto a la pareja que es
únicamente posible si uno se respeta antes que nada. Son secuencia natural que inicia de
nuestra propia relación con el Amor (asociado con la relación con nuestros padres). De
ninguna manera estoy insinuando que, quien empezó con el pie izquierdo, tenga la vida
arruinada.

Al contrario, estoy demostrando mediante mi ejemplo que yo empecé en medio de


valores de respeto, tolerancia y comprensión (amor incondicional), me distraje en el
camino durante la adolescencia (cuando murió mi madre a quien asociaba con esos
valores) pero he vuelto a ellos, por mi voluntad y con mi determinación. Por ende, todos
podemos decidir lo que nos plazca, descartando lo inútil, retomando lo útil.

Antes pensaba que mi relación con el Amor estuvo


influida por ejemplo de mis padres, o la historia que
mamá me contó sobre cómo se hacen y cómo nacen
los bebés pero ahora caigo en cuenta que,
dejándome <<guiar>>, receptiva a los <<dictados>>
fui siguiendo pasos lógicos en forma de libros. Cinco
años resumidos en títulos que ahora recapitulo: Por
qué los hombres aman a las cabronas, Pide y se te
dará, Pregunte a su bebé, El hombre multiorgásmico.
Todos ellos culminando en el quinto libro que
impactó realmente mi pensamiento: Mamá de Cuatro
Letras.

¿Por qué de cuatro? Porque así como a las groserías


las tratamos con eufemismos (en inglés se aluden
diciendo four letter word), este libro alude a un tipo
de maternidad -a un tipo de mujer- que algunos
encontrarán ofensivo o insultante. Podría
disculparme o retractarme pero luego observo a mi
radiante hija y concluyo: ¡Ni madres!
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¿Quieres convertirte en un Padre Aliado


de los talentos de tu hijo?
Primero imagina que tienes todo lo que deseas. ¿Cómo se siente? La clave para
conseguirlo es mantener esa primera emoción enfocada para tomar las acciones
correctas. Conseguirás el trabajo y pareja ideal, serás un padre o líder inspirador o
cualquier objetivo que tengas. Basta con entrenarse una vez en ser naturalmente feliz.

Yo te entreno.
Astrid Perellón

Desde 1998 diseña contenidos enfocados en inspirar autodominio. Su preparación


certificada en Locución, diplomados en Coaching Ontológico, Comunicación familiar,
Inteligencia Emocional, Sensibilidad Creativa, la han llevado a escribir en periódicos y
revistas, así como a conducir diversos programas de radio y televisión por Internet.

Es fundadora de Niñoscopio donde personalmente entrena a las personas que desean


éxito, salud y felicidad mediante la estrategia que aplicó en sí misma, estudiándola y
dominándola hasta convertirla en un modelo educativo.

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