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Mirafiori Manuel Jabois
LA OBRA
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Mirafiori Manuel Jabois
CLAVES DE LA NOVELA
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en los que el tiempo parece condena- vez no solo existió, sino que se creyó a
do a girar sobre sí mismo. Muchas de salvo de todo.
las claves de esta historia de amor están Entre alusiones a Francis Scott Fitzge-
desde el principio a la vista de todos rald, uno de los referentes ineludibles del
pero, esparcidas como las piezas suel- escritor; a obras que, como El amor en
tas de un rompecabezas, son elementos los tiempos del cólera, hablan del tiempo
desconcertantes que encuentran su lu- y el amor perdurable; a la novela gótica
gar lentamente y terminan de encajar a y, con un dejo de ironía, a sus ficciones
la luz de la voz de Valentina, que cierra anteriores, Manuel Jabois retoma, a su
la narración. vez, la tradición, muy arraigada en la li-
Desde el umbral de lo fantástico, y teratura anglosajona y latinoamericana,
matizando el registro más sentimental de las historias de fantasmas, donde los
de la historia con un sentido del humor espectros son expresión de pulsiones re-
dosificado con astucia, Manuel Jabois primidas, horrores silenciados o, senci-
confecciona con pericia una obra que, llamente, de lo incomprensible cuando
desde su propia composición, indaga en socava los cimientos de una sociedad
esos amores que en la juventud parecen racional e ilustrada. Transitando una re-
definitivos y acaban metamorfoseándo- gión incierta en la que vida y muerte se
se en recuerdo; en la plenitud y la ba- entrecruzan y la verdad puede fingir ser
jeza de relaciones de pareja que, tarde una ficción, Mirafiori abre, por último,
o temprano, se asoman a sus temidos una preciosa reflexión acerca de la belle-
agujeros negros; en los límites impreci- za de aquello que, producto del azar o
sos entre lo verdadero y lo actuado; y de los extraños mecanismos que muchas
en el correr del tiempo como una fuerza veces rigen nuestras existencias, se resiste
que, a su paso, descompone, dejando a una explicación pero, no por ello, deja
los restos o fantasmas de lo que alguna de tener sentido.
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Mirafiori Manuel Jabois
LOS PERSONAJES
Él
Con diecisiete años, el narrador de esta historia es un adolescente que, con
más torpeza e inocencia que seguridad, invita a salir a la chica que un amigo le
presenta en un local de copas de Pontevedra. Veinte años más tarde, continúan
juntos, pero él ya no sabe cómo amarla y por las grietas de la relación se cue-
lan las infidelidades con las amigas de ella, las pequeñas traiciones y los secretos
que nunca deberían haber salido de la intimidad y se hacen públicos sin pudor.
A fuerza de rencor y excesos con las drogas, su vida se convierte en un constante
ejercicio de sabotaje que mina desde su relación con Valentina hasta sus amistades
y vínculos familiares, pasando por una carrera de periodista sin ningún hito pon-
derable. Cinco años después de la ruptura está solo, limpio de drogas y alcohol,
escribe obituarios a tiempo completo para un periódico español y se ha converti-
do en el fantasma del hombre roto que alguna vez fue.
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imaginado que pasaría al bajarme del tren no era una recreación, sino algo real.
Por tanto, no lo estaba imaginando, sino viviendo. Podía sospechar lo que iba
a pasar con Valentina Barreiro, al fin y al cabo mi pareja durante veintidós años
y fácilmente predecible, tanto que yo ya no era su exnovio sino su algoritmo,
pero nunca, de ningún modo, detalles tan absurdos como que la encontraría
apoyada en un coche concreto, ni el modelo de ese coche. Descubriré entonces
que el paso previo al terror siempre es creer que no existe, el siguiente es asu-
mirlo y aún hay otro más, el definitivo: encontrarle la ternura. Y solo entonces
sabré por qué me extrañaba que no me hubiese preguntado por el accidente, y
qué accidente era el que podía preocuparme sino el mío». (pp. 16-17)
Valentina
De adolescente morena y regordeta que actúa con cierto descaro y una voluntad
inofensiva de escandalizar a los otros, Valentina Barreiro pasa a convertirse en
una talentosa actriz que, tras un papel en una serie popular, alcanza el éxito en
la gran pantalla. El temor a la locura ronda alrededor de esta mujer que siendo
una niña descubre que puede ver el fantasma de los muertos y de aquellos que
pronto lo serán. Con el tiempo, sin embargo, consigue acostumbrarse a estas
presencias que se aferran al mundo de los vivos por un motivo u otro. Su extra-
ño poder, sin embargo, es un secreto que solo se atreve a contar al chico del que
se enamora y junto al cual permanece más de veinte años, hasta que ni ella ni él
consiguen sostener más el amor que alguna vez sintieron.
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César
Amigo de infancia y adolescencia de Valentina, César es un chico huérfano de
Lagarei, una aldea de las Rías Baixas, que trabaja para la red de narcotráfico que
opera en la zona hasta que desaparece en un naufragio en 1996. Convertido en
un fantasma que necesita el perdón de su abuela, ronda alrededor de Valentina
y el narrador, para quien su presencia no pasa desapercibida.
Ruth
Ruth es una bella aspirante a actriz que conoce a Valentina y su pareja en un
casting en Madrid. Los tres se vuelven amigos inseparables pero en la medida
en que Valentina tiene más éxito y la carrera de ella, en cambio, no despega,
el rencor y la envidia se abren paso entre ellos y, a modo de venganza contra
la actriz, Ruth se convierte en amante de él, que prefiere escoger sus aventuras
entre el círculo de confianza de su novia.
«Me lo llegó a decir: llegó a confesarme que estaba enferma, que su tratamiento
era muy agresivo y que su madre se había muerto “de lo mismo”, y pensé en “lo
mismo” como sinónimo de algo terrible y pensé también en la cara de Ruth,
que no se merecía nada de esto: no se merecía haberse enamorado de mí, no
se merecía que yo la hubiese manipulado para traicionar a su mejor amiga, ni
se merecía “lo mismo” que su madre; pensé en la gente que iba a tenerlo todo
cuando cumplió veinte años, aupada por la promesa de la belleza y del talento,
y en cómo conocer a gente maravillosa —Valen y yo lo éramos— puede prime-
ro acomplejarte, luego anularte y finalmente destruirte. Ruth en aquel tren era
la sombra de la chica impertinente que conocimos, a un paso de la soberbia».
(p. 51)
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Isolina
La abuela de César es una anciana de edad indefinida que vive en Lagarei. Cer-
cana a la madre de Valentina, sabe acerca del poder que circula entre las mujeres
de la familia de la actriz. A través de ella, el narrador aprende algo más acerca
de su pareja y de sí mismo.
Chumbi
Es el amigo más antiguo del narrador y quien le presenta a Valentina en La Ma-
drila, un local de Pontevedra donde en los años noventa se reúnen los adoles-
centes. Dos décadas más tarde, cuando al protagonista apenas le quedan amigos
a causa de sus excesos, deudas y bajezas, Chumbi, que lleva años metido en el
tráfico de drogas, lo ayuda a tramar un negocio que acaba teniendo un coste
altísimo.
«Fue mi amigo más querido y el que me aguantó hasta que no pudo más. Pero
en ese momento Chumbi, un hombre bajo y moreno de ojos claros, de esos que
tienen el labio inferior más adelantado que el superior, la mandíbula siempre en
víspera de la violencia, hacía negocios conmigo. Él llevaba años traficando con
droga. Y cada dos o tres semanas me dejaba en casa treinta gramos de cocaína;
al venir, se aseguraba de que yo estaba limpio y de paso se llevaba el dinero que
le correspondía. Tenía dos coches caros, una casa en Majadahonda y un ridículo
pelo implantado al que nadie hacía referencia, porque, ¿qué le vas a decir al tío
que te está vendiendo la droga, y podría regalártela si está de buen humor?» (p.
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DONDE VIVEN LOS FANTASMAS Daba igual. El día anterior había visto
una foto antigua mía con un jersey azul
«Al llegar a mi vagón, mi compañero de y rayas blancas marca Cos que recuerdo
asiento iba leyendo una revista, y eché a la perfección porque tenía un chinazo
un ojo a la página en la que estaba. Pude en una manga, la quemadura de un po-
entonces ver el mismo párrafo, justo el rro, y esa mañana, camino de la estación
mismo que había leído media hora an- de Atocha, me detuve en un semáforo a
tes en la calle. Lo busqué en internet; la altura de un chico llevaba ese mismo
pertenecía a un artículo publicado en jersey, y también un chinazo en la man-
junio de 2020 en El País Semanal, y lo ga, aunque no era del mismo tamaño. A
firmaba Leila Guerriero. Por tanto, al- esas alturas, lo único que podía hacer era
guien había bajado periódicos antiguos contemplar la belleza estática del mun-
a la calle para tirarlos, una hoja de ha- do que empezaba a moverse despacio,
cía tres años había sobrevivido a lluvias poco a poco, para rodearme; la belleza
y sequías o simplemente ese día había del azar, de las preguntas sin respuesta;
salido volando de alguna ventana, y al la belleza del mundo del medio, donde
mismo tiempo un señor que ocupaba el todo lo que es posible que ocurra, por
asiento contiguo al mío había decidido mínima que sea la probabilidad, ocu-
rescatar esa revista para leerla en el tren. rre». (pp. 48-49)
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«... su mano entre las mías se había en- que sale a gatas de un coma. Mi coma
durecido. La sentí tiesa, rígida, y cuan- era Valen, e iba hacia ella. Y poco antes
do le miré aquella mano regordeta de de salir de casa y de regresar al mundo,
cinco dedos como cinco dedales había de volver a la luz del sol y a sus rayos re-
palidecido. Durante una décima de se- botando por todas partes a las nueve de
gundo pensé que había perdido el cono- la mañana, iluminando los cristales de
cimiento o que había muerto. “¿Te viste los taxis y los postes de los semáforos,
la man...?”, y no pude continuar porque dediqué los últimos minutos a preparar
su cara estaba igual, amarilla de repente, ese encuentro en mi mente. La conocía
en un gesto imposible de describir, im- de la manera trágica en que un hombre
posible de pintar en un cuadro, algo que conoce a una mujer que ya ha perdido.
no podría reproducirse nunca, de nin- La conocía mucho mejor que cualquier
guna manera, en ningún soporte. Tenía parte de mi cuerpo». (p. 78)
los ojos vacíos de expresión, alucinados,
y los labios secos de golpe. Tuve ganas «No sería hasta muchos años después
de gritar yo mismo antes de que ella, sin cuando Valen decidió que no pasaría
sangre en la cara, dijese: “¡No, no, no!”. toda la vida disimulando, y que era ab-
Y entonces me di cuenta de que no se lo surdo seguir dando la espalda a una parte
decía a nadie; a mí no, desde luego. La tan importante de sí misma. Al fin asu-
sangre le volvió a la mano, me la apretó mió que querían algo de ella, que su pre-
muy fuerte y se levantó arrastrándome sencia no era casual y que incluso había
con ella. No pude decir nada, ni ese día una manera de comunicarse. Dejó de
ni los que siguieron. Tenía prohibido ha- tener miedo, a pesar de los sobresaltos;
cer preguntas. Al principio pensé que es- dejó de asustarse, a pesar de la anoma-
taba de broma, pero era verdad: no podía lía; comprendió que nunca hay nada de
preguntar. Duró años». (p. 66) malo en saber algo más, aunque lo que
sepas no te guste o no lo entienda na-
«Un día de finales de febrero, primavera die, ni se pueda contar. No me lo dijo,
en Madrid, donde las estaciones siempre pero pude verlo en algunas ocasiones: era
se adelantan unas semanas. Me preparé difícil no hacerlo si uno vivía con ella,
una bolsa mínima y me miré por última y por entonces ya lo hacíamos. Su parte
vez al espejo con toda la compasión que congelada no se descongeló nunca, ni si-
pude reunir; no mal del todo, delgado quiera se calentó un poco, pero encontró
pero no esquelético, despeinado, con he- la manera de que sirviese a los demás, a
bras de pelo brillante y gris, ojos oscuros los que ardían.
y unos labios heridos, secos, porque ape- Me mantuvo al margen, a mí y a
nas los despegaba a lo largo del día. Te- cualquiera. Aquella tarde del psiquiatra,
nía la cara desconcertante de quien se ha mientras la acompañaba a su casa —un
escondido de sí mismo durante mucho piso pequeño y estrecho en el que su padre
tiempo y necesita volver a acostumbrarse veía todo el rato la televisión y su herma-
a su cuerpo y a su voz con la calma del no coleccionaba cromos de futbolistas—,
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semos pasando por el detector de me- Se levantará ella a verlo si eso ocurre,
tales, ese caminar estúpido de la gente y cuando pase a mi lado le agarraré el
cuando un guardia de seguridad la está tobillo y la arrastraré hasta la alfombra,
mirando: proponiéndose inocente, exa- y me pondré encima de ella y le morderé
gerando gestos de inocente, con mira- el cuello hasta hacerle daño, y ella grita-
da inofensiva de vaca. Habíamos hecho rá de placer hasta correrse porque puede
algo aún más doloroso que empezar a correrse —o se corre más rápido— sin
desenamorarnos: perder la confianza, penetración, de igual modo que se en-
no atrevernos a decir según qué por si gancha a la gente y la quiere con más
al otro le molestaba, no atrevernos a ha- intensidad cuando le produce dolor; y
cer según qué chiste por si el otro no lo quiere mucho, pero con menos interés,
entendía o, peor, fingía no entenderlo, a aquella que solo quiere darle placer.
abriendo una distancia incómoda por Y por eso duramos tanto: porque intuía
desconocida, la más abismal que existe, el dolor, no porque lo sufriese, como
la de quienes antes eran inseparables». cuándo éramos niños y lo adivinaron
(p. 39) unas amigas de su madre que, tras mi-
rarme, supieron que yo a Valentina le
«Siempre, hasta el último día, adoré con- haría daño y le haría bien, sería con ella
tarle cosas, tanto que a veces me las in- veterinario y carnicero». (pp. 49-50)
ventaba: a todas les encontraba la ternu-
ra. En ese instante, antes de empezar a «Pero me gustaba creer que estábamos
contarle la última, Valen me pedirá un bien. Por entonces me gustaba creer que
minuto para ir a por el tabaco, encen- estábamos bien. Llevábamos veintiún
derá un cigarro sentada en el brazo del años juntos; el tiempo pesaba más para
sofá —el de pelo blanco que teníamos dedicarlo al perdón que al reproche. Vi-
junto a la ventana que daba a la calle del víamos en un primero de la calle Infantas
Clavel— y después de la primera boca- de Madrid, aún viajábamos mucho a Ga-
nada de humo asentirá con la cabeza, licia y teníamos amigos actores, músicos
cuando ya esté preparada. Y en cuanto y periodistas, así que pasábamos muchos
yo empiece a contar la última de mis días drogados hablando mal del talento
historias, la última de mis casualidades de los demás mientras estropeábamos el
—cada vez más cercanas en el tiempo, nuestro. Manteníamos sexo a menudo,
cada vez más imposibles, cada vez me- experimentábamos con él, jugábamos
nos casualidades—, la adornará con sin prejuicios: nos gustaba meter a chicos
ruiditos, con gestos idiotas, con son- en cama, a veces alguna chica si ella o yo
risas de admiración o sorpresa; y caerá teníamos capricho. Muchas veces hacía-
un libro o se abrirá un cajón (“nuestros mos vida independiente, a menudo via-
amigos”), pero sobre todo se caerá un jábamos sin el otro, con amigos nuevos
libro, y tendremos que ver cuál es y qué o viejos; el aire y la distancia nos hacían
nos habrá querido decir el que lo haya bien, ayudaban a desconectarnos y a des-
empujado. conocernos. Hablábamos y reíamos, y a
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pesar de tener una vida juntos repleta de que me habían obligado a actuar así. A
historias, no recurríamos a ellas porque veces apenas dormía diez o quince minu-
teníamos la sensación de que hacerlo era tos, dejaba de comer, lloraba sin control
echar mano de un recurso barato para y el pecho me dolía todo el rato, como
convencernos de que debíamos seguir si la ansiedad fuese una tenia enrevesada
unidos más por lo que teníamos detrás que, en vez de comerse mis alimentos,
que por lo que se nos planteaba delante. empezase a devorarme a mí mismo. Pero
Claro, de vez en cuando recordábamos, nadie contó conmigo: con mi supervi-
de vez en cuando reíamos recordando, vencia dentro del sufrimiento, tan natu-
y contábamos a los amigos alguna gran ral que aquel duelo sordo y pegajoso de
historia, pero evitábamos batallitas, evi- los primeros tiempos lo alargué indefini-
tábamos nostalgias, evitábamos el pasa- damente, lo convertí tanto en parte de
do por ser una alegría de segunda mano, mi vida que no existía más que el dolor
una alegría ya usada. de vivir sin ella; un dolor al que de nin-
Un fin de semana estábamos en Ras- gún modo renunciaba, ni aunque quisie-
cafría, en el valle de Lozoya, y Valen, ra, porque me la recordaba todo el rato».
con el aliento helado, me preguntó si (p. 83)
alguna vez me había aburrido con ella.
Le dije la verdad: no. En tantos años, no «Un año antes, en víspera de Noche-
recordaba haberme aburrido nunca con buena, me caí. Literalmente. Me es-
ella. Recordaba amarla, odiarla, envi- tampé contra el suelo con las manos en
diarla, admirarla y despreciarla, pero no los bolsillos al salir del karaoke Miche-
me aburrió un solo minuto. Ella, que lena de Pontevedra después de quince
había bebido vino en la comida y tenía horas de fiesta. Me recogieron de la
los ojos brillantes y tristes, añadió que calle tres amigos que querían meterme
nunca nos aburriríamos porque siem- en el último after. Uno llegó a echarme
pre habría algo al otro lado, y pensé que cocaína en la boca, que tenía llena de
tantos años juntos nos habían converti- sangre. Yo temblaba. No se contempló
do en pequeños dioses el uno del otro. la idea de llevarme al hospital. Al final
Y en tanto que dioses, había que creer me metieron en un taxi y dieron la di-
en nosotros sin pruebas. Y no se podía rección de casa de mis padres. Aparecí
preguntar; había, como mucho, que es- tal como iba, con la boca roja y blanca,
perar». (pp. 70-71) la frente abierta. Los ojos se me hin-
charon con los días, llegaron a parecer
«Me había desahogado con desconoci- bolas perfectas de billar. Mi padre no
dos a los que me habían presentado cin- podía ni mirarme. Mi madre me cuidó
co minutos antes, contándoles detalles desde el primer minuto. Tuve algo pa-
escabrosos de nuestra relación, confesan- recido al mono por primera vez en mi
do las torturas psicológicas que ejercía vida, pero no pude adivinar a qué sus-
sobre ella sin reparar en que lo eran, y tancia. Y Valen solo vino al cuarto día,
divagando sobre sus presuntos pecados cuando los ojos empezaron a desinflar-
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«Cuando por fin discutimos en casa aquel arena: durmiendo con él, desayunando
27 de febrero de 2018, recordé el tiem- con él, oliéndole, sabiendo que era mío
po en que las playas y las ciudades eran y yo de él, que era la sensación más agra-
nuestras y no había nada que no quisiése- dable y pacífica del mundo, la rara sen-
mos y no pudiésemos conseguir. Recor- sación de un mundo por fin ordenado
dé su cara dormida a mi lado en la cama. durante unos minutos al menos». (pp.
Recordé que odiaba el salmón ahuma- 198-199)
do. Recordé que, si le preguntabas algo
cuando veía una serie, tenía que pausarla
y, al reanudarla, se iba treinta segundos LA BELLEZA DE LO QUE NO
atrás, como si al interrumpirla hubiese TIENE EXPLICACIÓN
olvidado también el pasado inmediato.
Recordé lo que fuimos y la luz que dá- «Pensé en la última vez que había visto
bamos, y lo guapa que era cuando sufría sangre, y cómo corría no por una pierna
por placer en el sexo y cuando sufría por regordeta, sino por cristales, tanta que
amor en la tristeza. No sé quién se fue parecía parte de una película en la que
primero de casa ni quién cerró la puerta, un director hubiese dicho “¡acción!”.
pero ese ruido, el ruido de la puerta ce- Pensé en la última vez que había salido
rrándose y los pasos a toda prisa bajando de un portal y me había colocado bajo
las escaleras, se me metió dentro, y no he aquel cielo enorme; pensé en la última
dejado de oírlo nunca, ni siquiera cuan- vez que me había puesto bajo la mirada
do duermo». (p. 175) del universo, sin que nada nos obstaculi-
zase: movía la cabeza hacia arriba y sentía
«Nunca me arrepentí de nada que me que estábamos de tú a tú y, de haber teni-
hubiese ocurrido con él porque sé que do un potente telescopio, podría habér-
lo bueno, cuando es lo mejor, tiene un selo susurrado: “ahora, por fin, tú y yo”.
coste, y aunque pudo hacer mejor las Pensé en las últimas personas que
cosas y yo también pude haberlas hecho había visto. En Chumbi y su mirada de
mejor, no me arrepiento de un solo día husky siberiano paseándose por mi casa
su lado, tampoco de los peores, porque mientras bebía cerveza y me enseñaba,
hubo momentos juntos que compensa- alarmado, la pantalla del móvil. Pensé
ron cualquier infierno, y si comparo los en Valen y en sus últimas palabras, llo-
días buenos con los días malos hubiera rando en nuestro piso, y en su cara, que
sufrido en casa un poco más, hubiera ya empezaba a despojarse de juventud e
llorado por las calles un poco más, hu- inocencia, en la tristeza irreversible que
biera molestado aún más a más amigas llenaba sus rasgos cada vez que me veía
con mis parrafadas enloquecidas a raíz de y se dejaba convencer por mí para alar-
descubrir la verdad por unos meses más gar un amor que ya solo era una más de
con él, aunque no me quisiese y yo le sus compañías: algo intermitente, restos
estuviese dejando de querer; unos meses que quedaron flotando en el mar y que
más con él aunque fuesen con reloj de aún prometían brillo si uno se acercaba lo
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suficiente como para admirarlos, pero lo curiosidad por nada, ni terminar de leer
suficientemente lejos para no poder da- un libro o ver una película, ni siquiera de
ñarte. Pensé en todas las cosas que quería mantener una conversación interesante;
y que había perdido, pensé en el rumbo cinco años reiniciándome todo el rato,
inútil de la vida de todos, en los espan- cada semana. Cinco años con mi vida
tosos cielos de aire contaminado que la en estado de excepción. Cinco años de
gente creía bellos, como bello fue Cher- cuando conocí por fin, del todo, a Valen,
nóbil cuando estalló; trataba de no pen- y entendí o quise entender con quién y
sar en nada, pero ya era tarde: ya lo había por qué hablaba a veces a solas, por qué
pensado todo. se sumía en estados depresivos y en otras
Y sin embargo la belleza de aquel ocasiones expectantes, la manera tan di-
universo componiéndose de nuevo me vertida que tenía de arreglarse mirando a
llenaba los pulmones de un viento eufó- ninguna parte como si una cámara la en-
rico. Aquellos seres que habían salido de focase, la manera menos divertida de au-
la farmacia hablaban, se emocionaban, sentarse cuando estaba conmigo, como
sangraban, y solo eran los primeros del si ninguna me enfocara a mí, tampoco
resto del mundo. Siguieron sucediéndose la de ella; cinco años sin verla sonreír
delante de mí escenas de la vida de todas sin venir a cuento, sin divertirse porque
las criaturas fantásticas que a esas horas sí aparentando un estado de ánimo que
empezaban a llenar el centro de Madrid. dos segundos antes no tenía, y cinco
Era una belleza inadvertida y despreciada años desde que descubrí por qué siempre
para quien la veía cada mañana porque la —todos los porqués de pronto, como un
daba por sentada, pero existía, y solo ha- ejército fantasma rodeando mi vida—
bía que cerrar los ojos el suficiente tiem- tenía la sensación de que en casa vivía
po para apreciarla al abrirlos de nuevo». alguien además de nosotros dos, broma
(pp. 79-80) que yo contaba a todo el mundo porque
solo yo intuía que no era broma, presen-
«Cinco años, desde el 27 de febrero de cias que sentía y que se que se movían
2018, un impresionante día de sol y cielo con ella o conmigo, como esos perros
sin nubes en Madrid, desde que perdí a de los que no se sabe quién de los dos
Valentina Barreiro cuando le ofrecí ma- es el dueño hasta que empiezan a correr
trimonio sagrado y me rechazó, lo mu- cada uno en dirección contraria. Cinco
cho que me ofendió, que casi me tiro por años desde que me quedé solo en un piso
la ventana al escucharlo, lo mucho que de la calle Infantas, ese primero derecha
me ofendió tras tantos años de relación: grande, de techos altos y patio interior
hablarme como si aún comprásemos pi- sin plantas, y un portero amable y bueno
tillos sueltos en el quiosco de Las Palme- llamado Julián. Y por tanto cinco años
ras. Cinco años sin saber si seguía enamo- desde que sospeché que, si había fantas-
rado de ella; cinco años obsesionado con mas, no estaban con ninguno de los dos,
sus pasos sin saber si era por quererla con sino que pertenecían, como tantos otros
locura o sin locura. Cinco años sin tener en la historia, a la casa, o la casa a ellos;
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cinco años desde que me equivoqué por cuando decidimos que el primero que se
completo, también con esto». (pp. 116- diese la vuelta se salvaría, pero nunca se
117) salva nadie [...] Pensaré en los días y las
noches que se repiten, en las mujeres y
«Pero ¿y si ese muerto es ahora un frag- hombres que se repiten, y en sus vidas y
mento, un fantasma que convive con- sus muertes, que se repiten, y en que ni
tigo o te protege a distancia, que vive siquiera lo extraordinario y lo fantástico
solo para ti, para saber dónde estás y con puede cambiar nada que se repite desde
quién estás y qué aire respiras? La res- que empezó. Pensaré en que cualquier
puesta me parecía tan clara que no ha- día, apoyada en un puente durante ho-
bría soportado escucharla de su boca. Ni ras o perdida en un centro comercial, me
la verdad, que era esa, ni la mentira, que temblarán las piernas y sabré que estás
me volvería loco. Pero quien pregunta se allí, conmigo, exactamente igual que
expone a que le mientan; quien pregun- cuando estabas vivo, y la sensación será
ta hace rodar un mundo que no se para tan impresionante que tendré que sen-
ni con el silencio: también el silencio es tarme y darle vueltas durante horas a eso.
una respuesta a su manera. Preguntar es Pensaré en que el mayor misterio es el
el arte delicado por el que se rigen las re- tiempo: el tiempo lo salva y lo destruye
laciones de los seres humanos; preguntar todo, y quienes le plantan cara acaban
es querer saber, pero primero hay que es- locos o deformados. Pensaré en que, a
tar convencido de querer saber y de lo veces, incluso de las experiencias más ex-
que se quiere saber, de a quién preguntar tremas no se aprende nada [...] Pensaré
y cómo preguntarlo. De exponerte a ser y pensaré y pensaré. Y escucharé tu frase
engañado cuando, antes de hacerlo, no final como un eco, “todo pasa por algo”,
lo estabas». (pp. 141- 142) y me diré a mí misma que no, que no
todo pasa por algo; a veces algo pasa por
«Ver fantasmas me enseñó a ver de qué nada, pasa porque pasa, pasa sin que na-
están hechas por dentro muchas vidas, die pida que pase o vaya a aprender algo
sus autopsias morales, pero eso no me de ello. Hay cosas de las que no se saca
hizo mejor persona, sino un poco peor. ninguna lección, cosas que se te podrían
No aprendimos nada de los destrozos del haber ahorrado o no, cosas que olvidas
tiempo ni de los destrozos de las sospe- rápidamente o recuerdas toda tu vida y
chas: tú y yo fuimos una lección de los que no significan nada olvidándolas o
destrozos que las personas nos hacemos a recordándolas, y es convivir con esa cer-
nosotras mismas por vanidad o por abu- teza lo que nos hace fuertes y extraños y
rrimiento, ni siquiera por pasión. Tú y curiosos; es ser conscientes de eso por lo
yo nos quisimos tanto que, al ver que no que estamos preparados para todo, tam-
podíamos querernos más ni mantener bién para sobrevivir a la muerte como
por más tiempo ese amor, empezamos se sobrevive a un accidente a trescientos
a darnos poco a poco la espalda como kilómetros por hora: de cualquier mane-
se la dan los duelistas, y fue entonces ra». (pp. 201-202)
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PREGUNTAS PARA
LA CONVERSACIÓN
5. Al lado de él, Valentina parece ser una adolescente algo excéntrica que
se siente desprotegida por haber perdido muy pronto a su madre. Con
el tiempo, sin embargo, se convierte en una mujer exitosa con una im-
portante carrera profesional. ¿Cómo es la transformación que vive este
personaje?
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10. A medida que dejan atrás la juventud y se acercan a los cuarenta, ¿qué
los mantiene unidos? ¿Cuáles son los sentimientos que se abren camino
en la relación? ¿Qué papel desempeñan factores como las mentiras, las
infidelidades, las traiciones o los juegos de poder?
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15. En el epílogo, Valentina piensa acerca del amor y el dolor y cómo convi-
ven, se necesitan y un día se confunden. ¿Qué opináis de su reflexión? ¿Y
cuál es la dimensión del dolor para cada uno de los protagonistas?
16. A la luz del epílogo y la voz de Valentina, ¿ha cambiado vuestra inter-
pretación de la historia narrada? ¿Habéis visto de otra forma a los pro-
tagonistas?
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Mirafiori Manuel Jabois
© Jairo Vargas
EL AUTOR
M anuel Jabois nació en Sanxenxo (Pon- (2022), las breves memorias Grupo Sal-
tevedra) en 1978 y empezó su carrera vaje (2012) y Manu (2013), y un largo
como periodista en Diario de Pontevedra. trabajo sobre el 11-M titulado Nos vemos
Tras pasar por El Mundo, desde 2015 es- en esta vida o en la otra (2016). En 2019
cribe reportajes, crónicas y columnas en publicó con gran éxito de crítica su pri-
el diario El País. También tiene un espa- mera novela, Malaherba. Con su segun-
cio diario en el programa Hora 25 de la da novela, Miss Marte (Alfaguara, 2021),
cadena SER. Como escritor, ha publica- terminó de consagrarse como uno de los
do A estación violenta (2008), la recopi- escritores españoles más populares de su
lación de artículos Irse a Madrid (2011) generación. Mirafiori (Alfaguara, 2023)
y Hay más cuernos en un buenas noches es su tercera novela.
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Mirafiori Manuel Jabois
LA CRÍTICA
HA DICHO
SOBRE MALAHERBA
«En Malaherba ritmo y estilo se acoplan. día a día. Gracias a ello ha escrito una no-
Galopa la reflexión rápida, la anécdota vela tan conmovedora como Malaherba».
con giro, la hipérbole que desarma y el Santos Sanz Villanueva, El Cultural
símil tan aguzado que hace de las pala-
bras imágenes». «Una prosa fresca, con retranca, pulida,
Charo Lagares, Marie Claire bien engrasada, que se lee con pasmosa
rapidez y deja un poso agridulce en el lec-
«Manuel Jabois tiene un mundo literario tor: su mejor tarjeta de presentación».
más rico y complejo que el de la glosa del Herme Cerezo, Siglo XXI
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