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DRUIDA.
Esta novela y fas que componen la colee
cion se hallan venales en las librerías
siguientes.

Valencia. Cabrerizo, Pam pion, hon gas •


Madrid... Calleja» Zaragoza. Polo.
Toledo •••• Her nanties. Calatayud Larraga.
-. .. »
Cuenca.... / • eijoo. Barbastro Laßta.
Cade* If ort a L I>a reel ou a Sierra*
Sevilla.... flasques. Tarragon. Bertie gu er
Granada. Puc hol. Tortosa... Put g rubí.
Córdoba.. Bernr d. Reus Sanchez.
Jaén Carrion. Murcia.... Ben edito.
Malaga.... Carreras. Ori huela. Berruezo.
Badajo/... Passini. Alicante., ¡tier.
Salamanc Illanco. Cartageu. Benedito.
Coruîîa... Calvete. Palma Guasp.
Santiago. Humero. Càceres... Burgos.
Burgos.... Villanueva. Oviedo.... fungona.
Valladol.. H o Id an. Orense.... Pazos.
Bilbao (sarcia. Ferrol...'. De Tejada
Vitoria... Barrio. Habana... Hamos.
Santand.. Riesgo* ViWTtQ-KiÇ'Echci'cste.
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jOrnfta,

LAS RUINAS
DE

$ai©]2^®^a

ahucia:
IMPREMTA DE CAMVERTZO.
I"> propiedad de la casa
de Cabre ri: >.
INTRODUCCIÓN-

uv j na acción que pasa en me*


dio de los bosques y pantanos
que en otro tiempo cxislian
donde hoy Ja herniosa ciudad
de París > parece que debe
ofrecer algun interés.
Rodeado de las tinieblas
que cubren aquella remota
época y y obligado muchas
veces á elegir entre narracio-
nes contradictorias , he tra-
tado anlo todo de evilar los
VI
anacronismos que aquellas
contradicciones pueden oca-
sionar tan fácilmente. Asi es
que atribuyendo á Nerón la
primera persecución general
contra los cristianos, no creo
haberle calumniado, sino ha-
berle hecho justicia. Hallan-
se en Tácilo pormenores que
no dejan la menor duda acer-
ca de este punió ( i ) .

1 et pereunlibus addita lu-


dibria, ut ferarum tergis conteclí, !a-
nialu canum internent ; aut crucibus
íiíïixi, aut fiamandi, ntque ubi dtTe-
cisset dies, in usum ooclurui lumí-
Vil
El testimonio de los histo-
riadores ( i ) me autorizaba
también á representar en
aquel tiempo a los galos, ó á
lo menos á una parle de ellos,
sobre las armas, como en los

ais ulcrentur. Tac. Ann. lib. XV.


A su suplicio sc añadía la burla ; se
les cubría con pieles de fieras para
hacerlos devorar por los perros; otras
veces los ponian en cruces , ci bien
cubrían sus cuerpos con resina , para
servirse de ellos por la noche como
de luminarias.
1 Tac. Ann. lib. XVI. Suetonio:
Vida de Nerón. Lemaiu de Tille-
ittont : Historia de los Empa ado*
res romanos.
vin
dias de su gloria. Con efec-
t o , ¿no fue un hijo de Aqui-
taiiia y el intrépido Julio
Vengador y quien poco des-
pues hizo temblar al dueño
del mundo?
Nerón recibió la noticia de
esta revolución el mismo dia
que habia hecho asesinar á
su madre > y este fue su pri-
m e r castigo. Es cierto que
J u l i o , cuyo retrato nos pinta
Tácito con tan bellos colores,
pereció sin haber consumado
su empresa; mas el impulso
estaba ya dado, y realmente
Roma le debió la dicha de
IX
perder á Nerón. En la misma
e
poca se manifestaron en la
^ran-Bretaña viólenlas con-
vulsiones, en las que se ha-
bían comprometido secreta-
mente varias naciones para
recobrar su independencia; y
por otra parte Galba suble-
vaba la España.
Los druidas ( i ) animaron
poderosamente el valor pa-
triótico de unos pueblos no

1 Su principal colegio estaba en


u
n bosque en los límites del pais de
Chartres.
X
acostumbrados al yugo; pero
no era el amor de la patria
el que les inspiraba. Siendo
únicos depositarios de los co-
nocimientos de aquella épo-
ca y temían toda innovación
política o religiosa, y por eso
el (Cristianismo halló mas po-
derosos é implacables enemi-
gos en las Gálias > que en par-
te ninguna. Tiberio ademas
los habia amenazado con una
destrucción total ; y por tan-
t o , defendiendo la indepen-
dencia de su pais ; defendían
sus propio* privilegios; y tal
fue la sagacidad y energía con
XI
que se resistieron ; que si he-
mos de creer á algunos au-
tores y aun se encontraban
vestigios del druidismo en los
siglos sexto y séptimo.
H e tratado de reunir en
una sola persona los rasgos
característicos de esta casta
ambiciosa que se babia apo-
derado de lodo en el estado;
pero al lado del feroz Tácio
he colocado á Hilderico, que
valiente, sensible y generoso,
anuncia ya bajo el trage ga-
lo, lo que un dia babia de
constituir el carácter francés.
En cuanto á la íiran rege-
XII
aeración moral que aniquiló
la esclavitud, y volvió al hom-
bre toda la dignidad de su ra-
zón , todo el brillo de su no-
ble origen, y los consuelos
del porvenir, es objeto de-
masiado sublime para mi plu-
ma. ¡Ojalá Probo pueda ha-
cer formar una muy débil idea
de ella!
LA

SAîTEEB>IHHÏS&
DRUIDA

T
J
- ' o s primeros rayos del día princi-
piaban á dorar los muros rogizos de
Lutccia (1) ; la ciudad empezaba á
ö
parecer poco á poco al traves de los
v
*pores que se elevaban de los pan-
tanos circunvecinos ; aun no se veia
^na sola barca en el rio ; nada turba-
ba el silencio de los campos , y ya
Ul
*a ¡oven druida anhcina'ndose al dia
había dejado su apacible morada. Sus
f Hoy Pan's»
2
largos y negros cabellos ondeaban li-
bremente sobre los blancos hombros;
sus mejillas habian perdido el color
que las asemejaba á la rosa , y todo
anunciaba en ella un profundo dolor;
mas el abatimiento no habia podido
borrar la dulce magestad de sus fac-
ciones , y parecia la diosa pálida de
las tinieblas, huyendo de los prime-
ros rayos de la aurora.
— »¿ Hasta cuando, mi querida Teo*
dora ( le dijo Larisa, su compañera
y amiga fiel ) , hasta cuando alimen-
taras en tu pecho el profundo dolor
que te aflige? Implora el favor omni-
potente de los dioses , de quienes eres
Sacerdotisa ; mil veces me ha dicho
ini padre que no se les ruega en
vano."
— »Ya he fatigado mucho tiempo á
los dioses con mis plegarias (respon«
dio la Sacerdotisa ) ; mas siempre
3
permanecen sordos á mi lastimera
Vo¿. Hluchas veces , en medio de la
obscuridad de la noche, me he acer-
a d o al rio en actitud suplicante, he
sumergido en sus aguas la blanca la«
fia de las ovejas (1), y panales de olo-
rosa cera ; y ya he hecho correr por
'a superficie del agua chapitas ligeras
de oro ó de plata sin mezcla alguna:
¡mutiles ofrendas! ¡sin duda debo mo
Vl
r! ¡ Ah ! ¿que seria de mí, sin tu
tierna amistad? No conozco cual es
!l
*i familia ; ignoro quien soy yo mis-
^a , y solo sé que nací en los hermo-
sos campos de Italia, y que prisione-

* La apoteosis de los ríos y de los lagos


* muy anticua entre los c e l t a s , coiuo lo
" Ucbu el famoso oro que los tectósagos ar-
jaroQ r n u n j a g 0 c c r c a ¿c Tolosa , al volver
lu espedicion de Deifos , para espiar un
4ac
«*ile B io.
4
ra desde la misma cuna , me condu*
jeron á estos sitios mis valientes ro-
badores , donde Hilderico, el gene^
roso Hilderico se compadeció de mí,
y me hizo educar en el colegio de las
Druidas. Tu afecto ha hecho en mí
las veces de patria , de parientes, de
todo y gocé de una suma tranqui-
lidad hasta que Leoncio se presentó
á mi vista."
Al decir e s t o , perdió Teodora el
color ) y sus ojos derramaron algunas
lagrimas.
— »Retirémonos (dijo Larisa); bus-
quemos el reposo bajo nuestros lechos
sagrados."
Y sosteniendo a' su trémula amiga,
dirigió sus pasos hacia la morada de
las Druidas. Este anticuo edificio se
habia burlado de los siglos : Julio Cé-
sar pasó en él dos inviernos, y los
procónsules romanos le habían elegí-
5
do para su residencia (1) ; mas des-
pues que Lutecia habia vuello al po-
der de los galos sublevados contra el
imperio , le habitaban los intérpre-
tes del cielo. ¡ Desgraciado el mortal
<]ue se atrevia á acercarse á aquellas
terribles paredes ! Ni la voz de una
esposa recreaba mas sus oidos, ni vol-
ata á desfrutar de las tiernas caricias
de sus hijuelos , pues dejaba de ser
Contado en el número de los vivos.
Eulre lanío , á la orilla izquierda
del ¿ena, ondeaba el estandarte ro-
mano , y tres legiones ocupaban i\n
campo espacioso: el pretor Antistio,

* Lus druidas q u e le habitaron d e s p u é s ,


* e l e g i r í a n tal vez para su murada (contra
u
anticua costumbre de habitar en grutas
n
lu interiur de los bosques), porque c s l a n -
0 a
bastante distancia tic las orillas del rio,
c
hallaban mas á c u b i e r t o de uua sorpresa do
P*rte de los romanos.
2
6
á quien Hilderico había vencido hacia
poco tiempo, meditaba en él la ma5
terrible venganza. Una tranquilidad
engañosa ocultaba sus intenciones; el
águila esperaba inmóvil la señal del
combate , colocada en la plaza de ar-
mas del campo, delante de la tienda
del general ; el centurion que enca-
neció entre los combates, sentado a
la entrada de la tienda , contaba a lo5
jóvenes sus hazañas, peligros y fati-
gas ; de trecho en trecho se paseaban
en silencio a lo largo de las líneas ro*
manas los cuidadosos centinelas.
Kn Lutecia, al contrario , lodo era
agitación. La voz del soberbio Ta'cio,
convocaba ante los aliares de Tentâ-
tes (1) al pueblo y a' los soldados;

1 Estos altaros oran cuormes piedras, CA*


si siempre cuadradas t y eon una concavidad
«MI la parte superior, c* 11 forma »le estanque
u pila , para recibir la sangre de las víctimas.
7
pues era el sexto dia île la luna ; dia
que los galos reverenciaban , y en el
cual el gefe de los druidas debia ar-
rancar de la encina el ramo sagrado,
y el príncipe , los guerreros , y lodo
el pueblo , renovar el terrible jura-
nienlo de exterminación. ¿Quien se-
ria el imprudeule que dudase hacer-
le ? Su sangre , derramada por Tácio,
bastaria á penas para calmar la indig-
nación de los hombres , y la cólera
de los dioses protectores de las (ia'-
lias. Juramento terrible que armó á
Vercingentorix contra Julio César, y
que mucho tiempo después hizo que
Arminio fuese un héroe en los bos-
ques de Germania.
La silenciosa reunion empieza i
Carchar, llilderico en un carro de
chano conducido por cuatro mal do-
l a d o s loros negros, atraviesa con
lentitud por entre la muchedumbre
8
de un pueblo que le ama ; los dora-
dos vitos de su cabellera cubren sus
bombros , y todo su aspecto ofrece
un no se qué de altivez, pero altivez
propia de un béroe. A sus pies reposa
la enorme maza. Cerca de el, y á la
cabeza de los druidas va el feroz Ta'-
ció, vestido con una larga túnica blan-
ca, cuyas rayas de púrpura acaban
en punta por la parle inferior ; un ra-
mito de encina adorna su orgullosa
frente, y el secespito (1) cuelga de
su cintura. Sus ojos parece que lan-
cen rayos, y todo su porte inspira

4 Cuchillo sagrado , cuya forma era s e -


mejante à la de un puñal. Suctonio refiere
en la vida de Tiberio , <{uc un dia on que
este tirano debía ofrecer su sacrificio cou
Libón , á quien temia , hizo substituir al se*
cespito un cuchillo de plomo. Pro secespitá
plumbcum cultrum subjiciendum curavit.
9
terror , semejante al implacable Hac-
s
o f al terrible Dios de la mortandad»
cuando marcba á los combates, pre-
cediéndole el espanto , y siguiéndole
la muerte. El pueblo trémulo se in-
clina al verle pasar.
I'oc • después viene Teodora ¡ Que
contraste ! La dulce melancolía de
s
us miradas , su candor virginal, y
basta la misma tristeza esparcida eu
s
u pálido semblante , todo interesa y
conmueve. Huye el espanto, y todos
los cora¿ones se alegran al verla. A
su lado va la bija de Tácio, y siguen
todas las demás sacerdotisas. La ver-
bena mágica adorna sus cabe¿as (1),
y brilla en sus manos una pequeña
bo¿ de oro ; dos de las mas jóvenes

* Los galos se serviau de la yerbem para


5
adivinaciones.
10
llevan la acerra , vaso de bronce gro-
seramente trabajado que contiene el
incienso y los perfumes. Vienen des-
pués los Eubages , sacerdotes subal-
ternos que examinan las entrañas de
las víctimas , y preveen lo futuro (1);
y cierran la marcha los bardos (2) , á

— * — — . ^ — — ^ — — — — ^ — — — — • ~ — — —

4 Observaban también el vuelo y el can-


to ele los pujaros. Los gascones eran superio-
res á todos en esta ciencia.
2 Los bardos ejercían una especie de cen-
sura sobre los particulares. La palabra Lar-
do , según Festo , significa cantor en lengua
céltica. En cuanto ala naturaleza de sus can-
tos , véase á Estrabon , Diodoro, Siculo, Lu-
cauo , Ammiano, Marcelino , etc. Tal era la
veneración que inspiraban los bardos , *juc si
durante una batalla llegaban al campo de
uuo de los ejércitos , la acción cesaba i n m e -
diatamente. ¡Tal poder tiene en el espíritu
de estos bárbaros , dice Diodoro , la autori-
dad de las musas y de la sabiduría!
li
quienes inflama una santa inspiración;
'as arpas vibran al conlóelo de sus de-
dos ; reina en todos sus cantos un ar-
dor guerrero , y el pueblo se conmue-
ve a) oir unos acentos que honran á
los dioses , y lisongean su valor.
Llega Ta'cio al pie de la antigua en-
cina que hace tantos anos presta su
sombra sagrada á los misterios de la
Oália ; acercan a' ella dos blancas be-
Cerras t cuyas soberbias astas sienten
el yugo por primera vez , cubiertas
con un paño tan blanco como ellas
mismas ; y en tanto que la multitud
se postra en tierra , Ta'cio puesto de
pie encima de las becerras , invoca ú
Jos dioses, separa respetuosamente
las hojas , y el fruto precioso déla
encina cede al corte de la box. Oyese
«»' lo lejos entre la muchedumbre un
religioso murmullo ; Tácio se recoge
un momento dentro de sí mismo, y
12
después esclama con una voz amena-
zadora :
— »Druidas, Ililderico, guerreros,
pueblo : la hora de la libertad lia lle-
gado, y '«is cadenas que por tanto
tiempo ban lastimado nuestros brazos,
van por fin á caer. El Dios de las ti-
nieblas, el misterioso Tbuiston (1)
cubre con sus benéficos velos nuestros
atrevidos proyectos, y desde el inte-
rior de la Germania basta las orillas
del Sena , y basta la cima de los Al-

i Thuiston fue la primera divinidad


que adoraron los «¿alos , y aun algunos a u -
tores modernos suponen que p r e t e n d í a n
d e s c e n d e r de él ; poro esta opinion parece
muy aventurada. César , en el lil»ro (y.° de
sus comentarios dice q u e se crcian d e s c e n -
d i e n t e s de Plutou , y que por esta causa
median el tiempo , no por el n ú m e r o do
los d í a s , sino por el de las noches.
13
Pes, va á brillar el estandarte de la

'^dependencia (1). No estan tan lejos


de nosotros los tiempos de nuestra
ß'oria , que se haya podido extinguir
v
*iestra energía hasta el punto de per-
mitir que la Gália sea borrada del nú-
mero délas naciones. Antes morir to-
dos que aceptar el vergonzoso yugo
de Koma. Pero ¿ que digo? Ya voso*
*ros habéis vencido a' esos soberbios
r
oinanos. He visto bien de cerca ese
Or
g'dloso capitolio , cuando unos odio-
sos tiranos me arrastraron á las ma'r-
genes del Tiber: le he visto sin tem-
blar, y mi valor ha medido su altivez;
pues en ese altivo edificio se descu-
"reu aun los pasos de nuestro gran

^ Parece que T i c i o anuncie los aire-»


v
»doj proyectos de J u l i o Vengador.
14
brcno (1) y de sus vállenles compane'
ros. ¡Perezcan nuestros crueles opre'
sores! Colgad vosotros, como tan"
tas veces hicieron vuestros nobles pa*
dres , colgad sus cabezas ensangrca*
tadas de las crines de vuestros caba#
líos (2). Venguemos al mundo entero;
venguemos á nuestros dioses pros*
criptos, a nuestros altares abatidos, J
¡í sus santos ministros ultrajados. ¿05
perdonaria acaso Nerón , que se ali-
menta de sangre romana? N o , no;
ese tirano quiere ejecutar los planes
de Tiberio, y empieza por vuestros

i La palabra hrcno no es un nombre pro-


pio, sino «[tic indica una dignidad. Este nom"
Lre rs derivado del celto-galo bremin , que
signi fica geje supremo. Véase Latour d ' A u -
vergne , Origen de los galos, cap. 3.°
2 Kstrabou dire que los antiguos galos
dalian un grau valora esta especie de trofeos.
15
s
*cerdotes la inmolación de la patria.
* Ueblo de Lutecia , vuelve tus ojos a'
f u e l l a colína a la ¡¿quicrdadel rio(l)>
**° lejos de ella hizo decollar César á
lu
s valientes abuelos. Mira cerca de
es
c funesto campo esparcidas las rui-
nas del templo de Isis ( 2 ) , y si olvi-
das tus afrentas y tus desgracias , re-
Pûra esos ediGcios que presentan sus

* U n pasage de los c o m e n t a r i o s hace


Cr
«cr <juc aíjni se traía de Mención.
2 El c o l e g i o de los sacerdotes de Isis
c$
Ul>a situado en l s s y , y su t e m p l o en el
tll
»o donde hoy se h á l l a l a iglesia de S a i n l -
**crmain-des-Prés. Isis presidia ú la nave«
8*c¡on , y desde t i e m p o inmemorial Taris
u
tenido por armas un navio. S e g ú n a l g u -
n s
° ctimologistas la palahra parisiense vic-
00
de dos palabras g r i e g a s , q u e significan
culto de Isis. El sabio D u l a u r c romhatc
c
*ta opinion , y auu cree que los galos j a -
11)544
t u v i e r o n idea do la diosa Isis.
16
ruinas cubiertas de musgo a la falda
del monte Leucoticio (1). Allí repo-
san tus antepasados; mira sus som-
bras , que errantes y privadas de se-
pultura no lian podido animar los euer*
pos de otros héroes; ve como se 16
aparecen y te presentau la espada,
señalándole el campo romano. O tú,
Señor universal, poderoso Dis, Dios
de la Galia ; tú , dueño del rayo , te-
mible Taranis (2), y tú terrible Hrcso,
y vosotros lodos, dioses tutelares de
mi patria , cuya voluntad suprema he
anunciado tantas veces , dirigid vues-
tras miradas ha'cia este pueblo ñel.
Sí, yo lo juro en su nombre; la san-

i Hoy es la montana de Sauta Genoveva.


2 Muchos autores lian creído tjiic Taranis
era el genio malo de los galos , y Thuiston
el bucuo.
17
gre del primer romano que caiga en
011
poder, regará las raices de esta
*nc¡na. ¡ Ojalá (an agradable ofrenda
° s arme en favor nuestro ! Escuchad
e
' juramento del pueblo, juramento
tan gralo á vuestros oidos, grito de
*a antigua patria, grito de la victoria:
™dio , muerte d los romanos."
I^ijo , y el pueblo y el eco del bos-
que repitieron el terrible júrame uto.
Solo Teodora calla, tiembla, se
"Orrorua , y aun un momento parece
c
°iuo desmayada.
'¡Que veo ! (csclama el druida).
¡ Una Sacerdotisa duda repetir nues*
l,
*p juramento! ¿Será acaso tan cri-
minal que se interese en favor de
Vestios tiranos? P ero no , yo me en-
oa|io¿>in duda ; responde , Teodora."
kl pueblo al oirle se agita en dife-
re
*Ues sentidos ; unos esperan con fria
Cu
nosidad el fin de este imprevisto
18
incidente ; otros parece que partiel'
pau ya de la cólera del gran sacerdo4
t e , y los mas, conmovidos por I*
compasión , pero helados por el t e f
ror, sienten nacer en su alma un»
piedad que sufocan inmediatamente.
Haciéndose superior por fin á la
turbación que la oprime.
—»¿ Puedo acaso olvidar (responde
trémula la doucella ) que he nacido
de ese pueblo, objeto de vuestras im-
precaciones? ¿Me obligareis á que
forme deseos parricidas?1'
Volviéndose después ha'cia Hilde-
rico, añadió :
— »O generoso príncipe, apoyo de
mi infancia , ¿abandonarás i la huér-
fana que protegiste? Cuando tu valor
hizo huir á tres legiones romanas;
cuando tus guerreros f persiguiendo
hasta los muros de Lugdunun al
cruel procónsul que desolaba la Gá-
19
l,a
, me arrancaron al amor de mí fa-
milia , tú te compadeciste de mí, y
^ e colocaste bajo la protección de los
dioses, de estos dioses terribles á
S i e n e s sirvo. Hilderico, ¿abandona-
o s ahora á tu pobre huérfana?"
I .nio iba ya a responder, cuando
"Hderico con una mirada le impuso
s,
lencio, y dijo al druida :
— » Evitemos á esta desgraciada
Una prueba demasiado cruel. Adop-
tada entre nosotros , observa nuestras
leyes y honra a' nuestros dioses ; no
e
*»jamos mas de ella. ¿ Qué importa,
a
denias , á nuestra santa causa la voz
"e una muger? Loque necesitamos
s
on espadas y guerreros. Hijos de la
**al¡a , el grito de la guerra ha reso-
bado , y la patria os llama ; aprontad,
P u *s, vuestras armas y caballos."
I-a ceremonia acabo , é Hilderico,
Sl
*s guerreros y el pueblo volvían á
20
Lutccia ; ya Teodora, aunque col*
trabajo, salía de los limites del bo$'
que , cuando de repente oyó que s$
movían las hojas de unos arbustos , /
que de entre ellos salia una voz , qu¿
pronunció con aspereza y como eO
tono de reconvención estas palabras1
—»Querida Teodora : odio, muer*
te a' los romanos."
— » ¡ Dioses !" esclamó la Sacerdo*
tisa volviendo la vista Inicia aquella*
do ; y al mismo tiempo vieron correr
á un joven , que fue veloz á ocultarse
en el bosque. Larísa reconoció a Leon-
cio, y temiendo el peligro que a m e
nazaba a su amiga , la condujo inme*
diatamente hacia su morada , donde
la prodigó los mas tiernos cuidados
luego que llegaron.
Leoncio habia seguido a' la multi*
tud, y como conocía las innúmera*
bles sendas del bosque, buscaba por
21
*°da$ partes é Teodora. En su rostro
*aron¡l se veia pinlado el dolor, nias

dolor sin abatimiento. Al inirar la
v i l e z a de sus facciones, la elegancia
e s
u lalle f la negra cabellera que
^ornaba

su cabeza , y su norte DO-
,e
y tnagcsluoso , se hubiera podido
^reer que era Castor, ó su hermano
olh, x . , n a s e | acero que brillaba de-
üí
*)o del manto del joven , hacia ver
^ e era mortal , y que estaba sujeto
* 'os peligros.
J-eoncio giraba al rededor del tem-
P"° hacia mucho tiempo , y poco fill-
oa ya para que la obscuridad de la
°che le ocultase enteramente el edi-
Cl
° t cuando de repente se presentó
a,
*'sa a su vista.
."""¡Como! ; sola!" exclamó Leon-
cio.
^* M Sí, sola (respondió la jóveu en
0¿
baja interrumpiéndole) ¿ Que iin-
prudencia te ha podido inducir i que
dirijas aqui tus pasos? No ignoras
que una muerte cierta y espantosa
espera á cualquier romano que se a"
treva á presentarse en este sitio. Do-
mina, pues, esa pasión que te arre'
bala; h u y e , huye prontamente."
— » ¡ Yo huir ! ¡ huir sin ver á Teo 4
dora ! N o , no ; antes morir mil veces*
Uu moli\o mas poderoso y mas sa«
grado que el amor me ha guiado á es«
tos sitios ; si amas á Teodora, ha/, qu6
yo la v e a , y uue tus instancias á las
mias."
— »Ignoro (dijo Larisa) cuales pue-
den ser los poderosos motivos que te
obligan á venir aqui; pero sé muy
bien cuan inminente es el peligro que
te a m e u t a , asi como a' la que tanto
amas. Leoncio, no le ciegues. . . . "
— »Si amas a Teodora ( respondió
Leoncio cou un tono arme), y o la v e '
23
T
^ y tú misma la a c o m p á ñ a l a s / *
La risa contestó solamente con un
8l,
s p i r o , y viendo que eran inútiles
*°dos sus esfuerzos , prometió v e n i r
e
' dia siguiente al mismo sitio a' traer
*'* respuesta de su amiga.
Llegó este dia deseado. Leoncio
bfcüia pasado la noche en una antigua
^averna , donde ya se había refugiado
ol
r a ve¿ , cuando habiéndole hecho
P'iMonero los galos , la mano bienhe-
chora de una muger habió roto sus
Cadenas. E l sueno no había podido
Ce
r r a r sus ojos, y mil pensamientos
^olorosos habiau agitado su alma toda
,a
noche ; mas presto oí vidó lodos sus
Su
frimienlos ; pues el primer rayo de
Juz fj,i e v ¡ n o ¿ ¡luminar la tierra , le
P r e seutó a la vista el objeto de su
tt,|
ior. Corrió hacia ella , IIP<»Ó á sus
pies, y estrechó junto a' su corazón
a u
4 <dla mano tau querida ; quiso h a *
24
blar, pero su lengua permaneció m-
móvil. ¡Tal impresión causaron en
él la palidez y el abatimiento de su
amada !
Teodora adivinó su pensamiento,
y esforzándose á sonreírse :
—»Leoncio (le dijo), querido Leon-
cio : los dioses se hau compadecido de
mí; soy feliz , pues que te vuelvo á
ver. "
— »¡ O Teodora! (exclamó Leon-
cio) ¡O dulce amiga mía! No dudes
de mi ternura , aunque dos anos de
ausencia me hayan privado de verte.
, Cuantos paises he corrido en ese
tiempo ! ; Cuantos tormentos he su-
frido ! Solo hace cuatro dias que mi
ludion esta acampada a las orillas del
Sena. ¡ Triste Lutecia ! Nuestros sol-
dados, sedientos de venganza, solo
piensan en sepultar debajo de sus
ruinas la memoria de la derrota que
25
*ufrieron ; juzga, si puedes, cuales
Se
rán mis tormentos. El mundo en-
tero parecía que estaba puesto entre
nosotros: ¡ vanos obstáculos ! Afligi-
do , y no pudiendo hallar consuelo en
' a tierra, le pedí al cielo, y él me
aspiró y guio mis pasos. Protegido
por la obscuridad de la noche aban-
done' el campo por algunas horas ( y
Podia hacerlo sin vergüenza, pues
fcada anuncia un próximo combate);
ü
n sincero aruiizo v fiel confidente de
todos mis pensamientos me acompañó
hasta el rio ; alli dejé mi armadura y
^i casco, y en su lugar me puse un
Vestido galo ; sepáreme de Ausonio y
^ e arrojé al rio. Tres veces rechaza-
d o mis esfuerzos los centinelas e n e -
migos , y te confieso que temí morir
s,
n haberte visto ; mas el cielo velaba
c
on respecto á m í , y al fin llegué a
'& orilla. Salté en tierra en medio de
26
la obscuridad , y salude gozoso á esté
bosque , silencioso testigo de nuestras
primeras conversaciones. Implore al
Kterno , que se dignó oirme ; be con*
seguido v e r t e , y soy feli¿. ¡Mas tú
vuelves los ojos.... suspiras—"
— »Querido Leoncio (dijo la Sa-
cerdotisa), no ves delante de ti sino
la sombra de Teodora. Este corazón
tan fuerte para amarle , no lia podi«
do soportar tu ausencia, l i e sufrido
demasiado.... apenas muchos años de
felicidad fu era u bastantes a' curar mis
heridas. ¡Que dias tan terribles para
nu aquellos que se siguieron á tu
marcha ! ¡ Cuantas veces encendí coa
mano trémula el fanal del (cmpío,
que poco tiempo antes había servido
de correspondencia a nuestro amor !
Rías siempre quedaba sin respuesta«
Perseguida sin cesar por ideas fúne-
bres # y tristes presentimientos, pedia
27
en
vano a'los dioses que me volviesen
*a tranquilidad... "
— »¡A tus dioses, Teodora! Ja-
111
á s el mió desecha el ruego de un
desgraciado. E' nie ha dirigido hacia
«J el le llama a sus aliares, y se
ofrece a lu entendimiento."
Al decir estas palabras, brillaba
Una alegiía ecleslial en ti rostro del
guerrero.
— »¿Que quieres decirme? (excla-
Jnó Teodora.) ¿ De que Dios me ba-
ilas ?"
— »Del Dios que ama y perdona.
Soy cristiano."
~— "¿Que oigo? Un nuevo peli-
gro...."
— »Es una gloria eterna, Teodo-
ra. Ya he previ>lo lodos e.^os peli-
gros de que me hablas. La faz, del
nuindo va a cambiar ; los ídolos van
á caer por todas partes, y á empezar
28
c l reino de la v e r d a d . ¡ A h , T e o d o -
ra ! ¡Que no vieses a' m i p a d r e , i
aquel rígido romano, digno de la m i -
tigua p a t r i a , admirando á Roma con
su intrépida constancia , de.*pues de
haberla dado ejemplo tanto tiempo
con sus v i r t u d e s ! Los verdugos m i s -
mos temblaban al ver su valor, y y o
he abjurado mis errores al oir la n a r -
ración de su generoso martirio. ¡Cuan
grande es el Dios de los cristianos !
T u corazón es digno de conocerle.
Este Dios paternal fue quien te i n s -
piró cuando me arrancaste de las gar-
ras de la m u e r t e ; el te vuelve a m i
t e r n u r a , y el siu duda bendecirá
nuestra u n i o n . "
Teodora escuchaba á Leoncio con
una admiración mezclada de dolor.
Habiendo alimentado siempre en su
alma la esperanza de atraerle al c u l -
to que ella seguía, y de poder ado-
29
r
*r juntos Lis mismas divinidades, no
pudo ver sin espanto el nuevo obstá-
culo que parecía separarlos. ¡Un nue-
v
o bios entre ella y su Leoncio ! Sin
e
nil)arí»o . el ascendiente de la voz
d o '
C su amado Ja profunda convicción,
y el tono decidido del joven romano,
^ominaban sobre su propia creencia,
y ejercían en su alma un imperio que
hasta entonces no habia conocido,
inquieta , sin saber que decir , mira«
ka alternativamente al cielo, á Leon-
c,
o y á su amiga , cuando de repen-
te sintieron que alguien se acercaba
c
<>n paso precipitado.
— »Estamos perdidos:" exclamó
Larisa viendo á su padre. Quiso huir
y llevarse consigo á Teodora ; pero
)'• era tarde. Tácio se presenta fu-
moso al ver que un profano se ha
atrevido á introducirse en aquel sa-
grado recinto.
30
— »Mortal (Hijo á Leoncio), ¿qi>*
haces eu estos Mtios? ¿ Ignoras cju*
una muerte terrible debe servir d*
Castigo á tu impiedad? ¿Quien te h*
inspirado tanta osadía? 0
— »Y ¿con que derecho vienes ti*
a interrogarme, impostor? 1 Respon*
dio Leoncio , dirigiendo á Tacio una
mirada de despiecio.
— »¡Que oigo f (anadió el druida).
Teodora , y tú , hija mía, hablad...''
Ambas callan , y permanecen in*
móviles , y en vano Tacio las ame*
nasa ; pues el terror las tiene en uU
estado como de estupidez.
— »Huid (les dijo al fin encolen*
zado)- retiraos, ó haré que caiga so*
i>re vuestras cabe¿as el rayo de T a *
rai.is. T ú , romano, permanece aqui. 1
Las dos doncellas se alejaron des*
esperadas.
— »Mi odio ha reconocido lu acen*
31
0
(Hijo Tacio a' Leoncio), y l;i inso-
^ncia de lus palabras acaba de ma-
ö,
feslarme lu secreto. 0
»;Mi secreto! (respondió Leon-
c,
°-) Ninguno tengo. Desafío al rayo
c
tus dioses, v la cólera de su mi*
"tetro ; pero tu presencia me es odio-
*a- ¿Que quieres de mí?*'
—- »Inmolarte ¿ mis dioses ofendi-
dos ; pero anles quiero saber el mo-
* , v o que te lia conducido á este sitio.
*U agente de los romanos, ¿ vienes
*c&so á trastornar la fidelidad de nues-
tros guerreros , la fe de nuestras sa-
c
erdot^as, y c) culto de nuestros pa-
dres ? Los suplicios mas atroces te
Wa
»an espiar tu crimen arrancándote
la vida. 1 '
Los druidas empezaban ya ú es-
Pai'cirse por el bosque, y al ver á
J a
cio , se acercaron ú el.
— »Conducid (les dijo) a' estesa-
32
críleso romano á los calabozos rid
templo. Ved aqui la víctima q u e e x i -
gen los dioses : la sangre que les pro*
molí va muy pronto á correr en sus
aliares. 19
Leoncio siguió a' los druidas sin
oponerles resistencia alguna, y en
1): eve se ocultaron en lo mas espeso
del bosque, mientras que Tacio, lle-
no de una alegría feroz , dirigia sus
pasos hacia Lulecia.
Entre tanto el sagaz Antistio lo
preparaba todo para el combate, y á
fin de encañar mejor al enemigo,
anunciaba que dentro de tres dias iba
el ejército á alejarse de Lulecia. A r -
de el incienso en los altares ; el c u -
chillo de los flamiuios inmola i n n u -
merables víctimas ; los arúspices exa-
minan sus entrañas, y los agoreros
el vuelo de las aves; y algunos ha-
bilautes del campo, seducidos por el
33
Oro del general, ó engañados por los
Reparativos que ven hacer para la
latida , van á anunciar á ia ciudad
*' tnovimieulo retrógrado del ejército
r
omano.
Alas las órdenes estaban ya dadas
P*i'a que luego que la noche cubrie-
8e
con su velo el campamento, el rio
y 'a ciudad , se arrojase al Sena un
^sstacameuto de romanos , armados
• la ligera , forzase los puestos de los
8aiOs , y encendiendo hogueras en la
°*illa opuesta del rio , diese al resto
**£ las legiones la señal del ataque.
I-lega el momento, y seiscientos
é l i t e s (1), protegidos por las espe-
Sa
s tinieblas de la noche , salen del

*mpo romano. Llevan en la mano
"brecha una larga espada , y un dar-
®° en la izquierda : un ligero escudo

* Soldados aruudui i U ligera.


54
de forma redonda r i ) les defiende e'
pecho , asi como la cabe¿a nu casco
de cuero negro ( 2 ) . Apenas se p e r d *
be el ruido sordo y uniforme de sui
pasos: llegan al r i o , y le atraviesa!*
DO lejos de la isla , adonde lodos loS
años viene un çran número de cÍMieí
blanquísimos á construir sus ni,lus y
depositar sus huevos. Ya toca a I*
orilla el valeroso A n l i s l i o , cuyo dar*
do ha dado la muerte a' un centinela
galo : sus compañeros le siguen , y
brillan en el aire las señales conveni*
das. Oyense ; j | punió confusas \ oceS
en los puestos de los enemigos ; cor-
r e n estos á las armas , y trabase el
combate. La noche aumenta el des«*
orden ; el romano hiere a' otro roma*
n o , y el galo cae al golpe de la m a -
za de su compatriota.

i Kilos facticios se l U u i u j i a u parma,


2 Guita.
35
El intrépido Tlildcrico se adelanta«
" a al freute de sus soldados, y la
fuerte volaba á su lado. Los gritos
**e los heridos , y los lamentos de los
Moribundos, anunciaban su terrible
Presencia. Los defensores de Lutecia
c
°nien¿aban á ceder ; mas la vista de
Su
noble gefe los anima t y su valor
Se
convierte entonces en verdadera
1,1
i.i. Los romanos asombrados ceden
• su \é¿ f y el héroe los perdigue
"asta la misma orilla del rio. En esta
*ucha ó mas bien en esta sangrienta
a
^rrota , un solo guerrero quUiera
moderar la rabia de los vencedores,
y los exhorta á la piedad ; mas la voz
de Ilihierico es inútil, y él mismo se
^e arrebatado por el tropel de los
Combatientes.
Un aqtulifero (t) le había seguido

1 Sol«! 1.1 j romano riuc llevaba el águila


**c la lügion.
36
constantemente. Pocos momentos d¿
vida debian quedar á este romano,
según las profundas heridas que aira*
vesabau su cuerpo ; mas la esperanza
de vengarse retiene en él el último
aliento , próximo á extinguirse. Kl
príncipe de los galos le habió arreba*
lado el águila confiada a su valor; pe*
ro esta afrenta no quedó impune.
Preséntase al fin e! momento favora-
ble, y recogiendo las pocas fuerzas
que le quedau , coge el dardo de utt
vélite que ya no existe , le empuña,
é introduciéndole en el pecho de Hil-
derico, espira sonriendose , y rueda
su cuerpo al rio , cuyas aguas le ar-
rebatan. Al ver los galos a' su gefe
herido , se detienen como si las es-
padas hubieran caido de sus manos;
rodean al guerrero tendido en su car-
ro ; contienen la sangre que corre
de su herida, y hacen resouar el ait e
37
c
°ö sus tristes clamores. TTiïderico
.^re los ojos y los vuelve a' cerrar
^'ntdíatanienle : una palidez mortal
u r
" e M I roslio; mas sin embargo
es
|>ira , y tal vez H seso se dignará
a v
' arlc. Colocante en un ancho es-
ü
do sostenido en picas : los seis com-
* l, entes mas e>forzados Je conducen,
J si acompañamiento fúnebre vuelve
* ' a ciudad por medio de montones
e
artnas v de cadáveres.
¿ Puede haber especta'cido mas
er
Uo que el de un pueblo llorando
* Pedida de un héroe? La noticia
aía
' habia conmovido tocias las a l -
as
. y los suspiros y gemidos abo-
mban los cantos de victoria : solda-
°s> sacerdotes, ancianos, mugeres,
0(
'os diricen al cielo sus fervorosos
ril
"gos.
Jacio y sus druidas , a' cuyas ma-
° s agradas confian los dioses el ar-
4
38
te de curar , llegan a' palacio. Ya un*
de ellos , vestido de blanco t despite*
de haberse lavado los pies con agn*
pura , y haber hecho á los dio-es uii*
ofrenda de harina v vino, se lia dirt'
gido al bosque. Seis ojos buscan art'
siosaiiiente el salutífero vegetal q»i'
necesita ; le ve por fin , se inclirt*
con respeto , y llevando hacia el co5'
lado izquierdo su mano derecha ctf'
bierta con un pliegue de su mantA
toma la yerba y la arranca de la tiei"
ra ; tal es la orden del cielo : nunC
el filo del hierro debe herir la plant'
adorada. Colocan el balsamo precio?0
sacado de la yerba en un vaso d*
piedra obscura , y aplican con él 1*
primera ligadura a' la herida de IIi''
derico, quien parece reanimarse; co^
lo cual brilla la esperanza en lossefl1'
blantesde todos sus subditos.
Entonces Tacio hace separar *
¡ a l t i t u d , y dirigiéndose á Hild
' e dice:
^ »Intrépido defensor de la pa-
vû, tu vida esta' en peligro. Los dio-
es
nos manifiestan su cólera provo-
Ca
da por un sacrilego."
kl principe, haciendo un esfuerzo
P·'esi« mayor atención á las pala-
r,
'*s del druida ¿ que continua d i -
ferido:
B — »Sí: un romano se ha introdu-
j o en el bosque."
— »¡Un romano ! "
*"- »Sí: un romano. Disfrazado con
e
" Vestido de galo, no lia temido lañ-
a r s e dentro de los límites terribles,
ö
°fide tú no entras sin terror y res-
P 0, o. Yo le be sorprendido seducien-
0
fon sus impíos discursos a la gran
* c erdotisa ; mas no es esto solo. Si
atrevimiento misterioso de su len-
o^aje DO me ha engañado , es cris lia-
40
tío ; pertenece á esa secta impía qu¿
amenaza al cielo y á la tierra. Eso*
fanáticos, mil veces mas temibles qu*
los acoradores de Júpiter, tratan d¿
derribar tu potencia y la mia , par*
ensalmar á un pueblo vil. ü la sabidü'
ría de Tentâtes no ilumina mi alma»
ó este traidor , estudiando la posición
de nuestra ciudad , las orillas del rio»
y el número de tus guerreros, h*
preparado el ataque de los roma'
no*.' 1
Viendo el druida que el seno de»
guerro palpitaba con violencia, v qutf
se notaba en sus facciones una fuerte
emoción , continuó:
— »El traidor esta en mi poder;
entrégale á mi justicia, y déjame qt»**
vengue sobre el altar de nuestro*
dioses, su culto y tus banderas.**
— »Quiero verle ( dijo HildericO
cou uua voz casi apagada); haz qu*
41
G
conduzcan aqui, y yo te le entre»
8 a 'e despues."
Tácio triunfa ; y las nubes que obs-
curecían su frente, desaparecen de
^'*ü ; apresura su marcha , y corre á
oliscar su víctima.
ep
Entre tanto ;i» uve
i
hacia la triste
"* codora ? Mil penas despedazaban su
*bha apasionada : lloraba su deslino
y verse separada de su Leoncio y le-
jos de su fiel Larisa , cuyos pasos en*
p^dena una orden barbara, F,n vano
^ploraba la Sacerdotisa la piedad de
;^ s dioses ; pues estos se muestran.
)les a sus metro?. Sentada ba-
1° la bóveda del templo, y dirigien-
c
*° hacia el bosque sus miradas , se
e
*Ure«aba a sus tristes pensamientos.
"'' |>a¿ hahia buido de su alma desde
T J c la imagen de su amado se pose-
Sl
Onó de ella : una turbación seme-
J**11**! remordimiento la asaltaba sin
42
cesnr ; v muchas veces en el silencio
de la noche , lúgubres ensueños ve*
nian a interrumpir su dormir penoso
ü inquieto. »¡Reyes del cielo! (ex*
clamaba cu esla situación) ¿ que su-
plicios reserváis al crimen , cuando
lautas penas devoran á un corazotf
irreprensible ? n
Acordándose entonces de lo que
Leoncio le bahía dicho de su Dios,
de este Dios clemente, apoyo del
desgraciado , sentia debilitarse en sU
alma el horror que Tacio le habia
inspirado hacia la religion cristiana;
y ¡>¡n renunciar a' sus creencias , tenia
cierta envidia á las de su amado.
En tanto que está como sumergida
en estos pensamientos, hiere su oido
un ruido lejano; tiembla, se levanta,
pero nada descubre al traves de la
gólcrn del templo. Apenas podían
atravesar la hojarasca del bosa»»**Joi
43
l^yos plateados de la luna, y toda su
1,2
pálida parecía concentrarse sobre
0s
lentos de una antigua encina que
. rí, )'° lialjia mutilado. Escucha an-
cosa , y biente que el ruido \iene de
öc
IUelIa parte. Seis druidas apare-
a n en aquel mismo punto ilumi-
oí|
d o , e inmediatamente vuelven á
Ocultarse en la sombra: en medio
"C ellos se distingue un hombre en-
cadenado, y cubierto el rostro con
Uü velo negro ; signo fatal ; señal de
fuerte, »i Leoncio, Leoncio! excla-
ma Teodora juntando las manos; y
postrándose de rodillas , añade :
— »Dios de Leoncio, ten piedad
deno>olros."
A esta funesta aparición, sucede
Un silencio aun mas funesto. »¿ Es un
sueño engañoso? ¿ Es una ilusión?1'
Se pregunta a sí misma la Sacerdoti-
sa ; pero no puede dudarlo. No pue-
u
de dudar de que son verdaderos hom*
bres los que se han presentado a' su5
ojos, y han causado su terror. MaS
¿en que consiste que por primera vez,
despues de tanto tiempo, ha sentido
su alma una especie de paz y de tran-
quilidad ? ¿ Que divinidad sc ha dig«
nado compadecerse de ella un mo-
mento? Poco a' poco desaparecen los
tristes pensamientos y funestas ima'-
genes que ocupaban su alma , y un
sueño tranquilo suspende todos sus
padecimientos.
Era con efecto Leoncio y sus fero-
ces guardias los que la Sacerdotisa
habia visto; pero el guerrero, mas
feliz que ella , no había percibido á
su amada. Llegó Leoncio a la presen-
cia de I i ¡Me: ico , v su marcha firme,
su rostro sereno y ageno de lodo te-
m o r , dulcificaron la cólera del galo,
— »Que le quiten las cadenas/'
45
^•jo; y volviéndose á Leoncio, le
Peguntó:
— n ¿ Qllc motivo le conduce n es*
l0s
sillos? Habla sin rebozo: llildcri-
c
° desprecia y castiga la mentira."
— »(iefe de los galos (respondió el
c
«*tUivo) : Dios conoce el fondo de mi
a
'iiia , y aprueba mis intenciones por-
c l|
l e son puras ; peruu'leme que las

•— »Ya lo ves , Hilderico (exclamó


* ácio) ; el traidor , el impío se ve re-
ducido al silencio , porque sirve á un
*^iosf cuya impotencia conoce/'
— » Bárbaro ( replicó Leoncio con
^°2 firme): sacrifícame si quieres,
^as no blasfemes. En cuanto á ti,
Hilderico , á quien honro y respeto,
porque eres justo y valiente, si du«
das de mi palabra , rétenme en tu po-
^er; bien pronto te podrán decir mi
general y todos mis compañeros, que
46
Leoncio es incapaz, del papel infame
do que se me acusa. Te confieso mas,
que a no ser por la santidad de la
causa que me lia conducido a' estos
sitios, hubiera muerto de vergüenza
al ver que mis compañeros se han
expuesto a peligros eu que yo no he
tenido parte. Tú ves mi franqueza;
si te desagrada 9 dispou de mí; pero
creo que debe merecer tu aproba-
ción.' '
— »Un cobarde, un pérfido, no
es capaz de usar este lenguaje ( dijo
Ililderico, dirigiéndose á Tácio) : e s -
te guerrero vivirá."
— »¿Y nuestros dioses ultrajados?11
— »Mi clemencia calmara su cole-
ra. Leoncio , estas libre. Lutecia es
tu prisión por ahora : tu vida está se-
gura ; antes que llegue la noche pró-
xima, sabré yo si debes volver a ver
el campo romano. Adiós : respeta
47
^estros usos, asi como yo respeto
lu
culto , sin participar de él:"
Leoncio, conmovido de reconoci-
miento y admiración , levantó los ojos
ö
' cielo , pidiéndole que protegiese la
v,
da del héroe. Iba ya á salir, cuan-
^° un oficial de I lüdet ¡co vino á ha-
c
Cr saber á este príncipe , que un
r
otnano solicitaba ansiosamente ha-
darle.
*- »Otro traidor aun:" exclamó Ta-
C|
o. El guerrero , sintiendo agotadas
Su
s fuerzas, duda un instante; el oíi-
Cl
al insta, y añade que el romano que
e
stá ya cubierto de canas, lo pide
c
° u lagrimas en los ojos."
— »El ruego de un anciano es muy
Sagrado (dijo Ililderico, haciendo un
esfuerzo para sufrir sus dolores): que
entre.
Un venerable anciano se presen-
ta entonces «puyado cu un bastón
48
blanco : su larga barba baja hasta el
pecho; iba vestido con nun túnica de
lana grosera, llevando en stis polvo*
rosos pies unas toscas sandalias. Su
frente está llena de cicatrices, y en
sus ojos brilla , á pesar de la edad,
un fuego juvenil de virtud y de es-
peranza. Apenas gira la vista el re-
dedor de sí, cuando se oyen simul-
táneamente estas palabras:
— »¡ Padre m i ó ! "
r •• • 11*
I ll)U 111!') .

Y Leoncio y el viejo se estrechan


entre los brazos.
— »¡Oran Dios! (dijo el viejo, en-
jugando las lágrimas que humede-
cían sus párpados) : bendito sea tu
nombre."
Y volviéndose hacia Hilderico, con-
tinuó:
— »Gefe de los galos, ya ves el
motivo que rae conduce á estos &i-
4 9

l,
os. Vengo ;í reclamar mi hijo ; uni«
c
° bien gue tengo en la lierra. La
•atna de tu generosidad ha Iterado
«asía el campo romano, y no dudo
S l, e calmarás mi aflicción , devol-
Riéndome mi hijo.11
— »Extrangero (respondió Hilde-
r|
co) : tu hijo está acusado de un gia-
v
e crimen/'
•— »¡ Lin crimen ! Te engañan, Ilil-
«Wo."
Kl anciano iha á continuar; mas
Tacio le interrumpió, diciendo:
— «¡Vil cristiano! (pues lu atrevi-
^ienio no me deja dudar de que per-
teneces á esa secta sediciosa ) : tiem-
bla de hacer caer sobre ti y tu hijo el
r
*Yo de los dioses."
VA druida se detuvo lanzando so-
bre Leoncio y su padre una mirada
Cu que estaba pintado todo su odio.
— »Ll Dios á quien sirvo ( dijo el
50
ancianocon voz tranquila dirigiéndose
a llilderico) me manda que perdone
a este insensato el furor que le anima.
Voy , pues, á hablar á tu grande a l -
ma un lenguaje digno de ella. ¿ T e
acuerdas de la legion Paulina que
mandaba el valiente Severo ?"
—»Nunca la olvidare (exclamó Hil-
derico, apoyando en la mano dere-
cha su cuerpo medio levantado): nun-
ca la olvidaré, porque Taranis castiga
á los ingratos. Aun lengo bien pré-
senle el dia de dolor y vergüenza en
que caí en su poder atravesado de he-
ridas en las orillas del Ródano. ¡ Que
generosos cuidados tuvo Severo con-
migo! Le debo lodo ; la vida, y lo
que es mas que la vida, la libertad."
— »Pues Severo y sus valientes sol-
dados no existen ya ( añadió Probo,
que asi se llamaba el anciano ) ; todos
aquellos héroes eran cristianos , y Ne-
51
r
pü los ha hecho degollar. T e horro-
b a r i a s si te refiriese sus suplicios.
Aquellos terribles leones no opusie-
io
u resistencia alguna a sus verdugos,
y murieron fieles al emperador que
*°s inmolaba (1). ¿Te acuerdas tam-
bién de aquel viejo centurion que te
Condujo en sus brazos , arrancándole
de los de la muerte , y que después
§<úó tus pasos trémulos hasta fuera
de las lineas romanas?"
— » ¡ Desgraciado ! Sin duda habrá
perecido también."
— »Mírame;" dijo Probo.
Fijando entonces Hilderico la vista
*n el romano, como un hombre que
renueva memorias borradas por el
tiempo.

4 Algun tiempo después renovaron este


Memorable ejemplo las legiones TcLana y
Mauricia.
52
—»Sí, sí (Hijo), tú eres; ven 6 mi$
brazo*. ¡ Dioses de mis padres ! ya uO
moriré sin haber sali*fccho una deuda
Sagrada.'"
Probo se acerca al lecho de Hilde-
rico , y el guerrero estrecha contra sil
seno con respeto y ternura la cabeza
del anciano t como dos amigos que se
ven después de una larga separación,
ó corno un hijo que abraza h su padre,
á quien ha creído perdido por mucho
tiempo. Leoncio , conmovido de pla-
cer , goza de todos los encantos de
aquella escena; un solo individuo fal-
ta ;¡ su dicha ; pero lodo parece que
le aproxima á Teodora , y su alma se
alegra con la ¡dea de c*ta dulce espe-
ranza. Tacio , no pudiendo contener
su violento despecho, se aleja de
aquel sitio.
— »Generoso extrangero (dijo H il.
derico) , quiero romper las cadenas de
53
. ' n ¡o. Ambos eslais en libertad ; mas
pesar de la extension de mi poder,
>d
y eu Lutecia otro aun mas temible
J l l c el mió. E l orgullo del soberbio
••cío está ofendido , y como gefe de
s
druidas ejerce un imperio absoluto
ol)
r e t d espíritu del pueblo, v aun de
l,s
guerreros. H a c e d cinc una pronta
•* r cha os libre de su resenlimien-
°* Mientras llilderico v i v a , nóda
e
°eis ipie temer ; pero tal vex a n -
^s di» mucho tiempo dejare; de exis-
¡r« A d i ó s : alejaos: y t ú , joven cris-
,í,||
1 o , lleva contigo tu secreto: el
l {
) > <le Probo es imposible que sea
Cr
¡ni¡n 8 |."
»Principe magnánimo (exclama-
011
a un mismo tiempo Leoncio y su
' ^dre , bañando con sus lagrimas las
,u
oos moribundas del g u e r r e r o ) :
|C
°Uservc el cielo una vida tan n o -
c
• Nunca se borrara de nuestros
5
54
corazones el agradecimiento que tß
debemos."
— »Partid (contestó Hilderico); í
T e n í a l e s , amigo de los viageros, °*
acompañe. 91
Los dos romanos se alejan del p**
lacio , y la alegría brilla en los ojos de
Probo , que parece verse libre del p c#
so de los anos. Leoncio le sigue co$
pasos lardos; una triste inquietud $*
nota en su semblante , y aunque h a '
bla á su padre con sonrisa , es un*
sonrisa penosa. Kl anciano que lo nota»
pregunta la causa á su hijo , y no ob'
tiene de el sino un doloroso silenci**
Insiste sin embargo , manda , suplic«*»
pues l.i ternura paternal no se de5"
anima fácilmente.
— »¡ Ab, padre mió ! (exclama efl'
tonces Leoncio abrazándole) ; padf^
mió , compadeceos de mí...."
— »Leoncio, lo ¿é lodo."
5:7
— »¡ Como! ¿ La amistad os ha coñ-
u d o mi secreto?"
Al oir estas palabras respondió el
aciano con semblante severo :
**-»Sí- Ausonio me lo lia manifes-
t o lodo ; pero no censures ni ultra-
j a * joven imprudente , el celo que
e
«mimaba. A no ser por el , por ese
^cl amigo . ignoraria yo aun tu desti*
°* y estaria entregado ä las mas ter-
cies angustias ; a no scv pot el. tal
e
i tu ausencia hubiera hecho nacer
Clí
el campo sospechas deshonrosas....
,c
n puedes entenderme. M
Leoncio perdió el color, y con voz
aerada dijo :
•*- »Dios , que lee en los corazones,
s
abe bien cuales eran mis pensamien-
tos. "
• • • .

•"-»Ese testimonio (continuó Probo)


* s el mas santo de todos, y satisface
a
conciencia del justo ; mas como ciu-
56
dadano hay otro testimonio que <^e'
bes siempre buscar ; esto es , la aprO'
bacion de tus semejantes. Todos míe**
tros deberes no estan eo el cielo ; lo*
tenemos también sobre la tierra , coi*
respecto a' la patria/' Después de u*
momento de turbación :
— «Padre mió (dijo Leoncio), ani<>
H una infiel , es cierto ; pero yo con'
ducird al cielo esa alma justa , que ' c
pertenece. ¡ O padre mió! acabad est*
santa obra. Cuando su voz anizelic*1
llegue a'encantar vuestros oidos; cuan*
do penetréis en su corazón , asilo d#
la virtud, pediréis al Klcrno que dec
rame sus bendiciones sobre Teodora
y acaso le dareis al pie de los altara
el dulce nombte de hija.11
Estas palabras volvieron a' abrir un*
profunda herid» en el corazón de Pro*
bo , que suspirando exclamó cou \0¿
dolorosa :
5/
. ^ ^ ¡ O Valeria! ¡ó querida hija
a
« No hiciste mas q u e aparecer so-
e
'a tierra , y solo un momento te
° u cedió el cielo a mi ternura. M
»Desechad ese cruel recuerdo,
P*(Ire mió ( dijo Leoncio ). Kducado
11
'os campamentos , y menos dcs-
8 ,a ciado que vos , no lie conocido á
a
Valeria que tanto lloráis ; pero
le
atrevo a' predeciros que cncontra-
e,s
su misma ternura en la virgen de
^lecia."
*** »Mañana (dijo Probo) dejaremos
s e
* pais salvage. Si no fuese por lus
lle
§os, hijo m i ó , esta misma noche
°' v eríamos á ver el campo romano;
^ e r o no quiero afligir aun mas á tu
lima."
h a b l a n d o de este m o d o , dirigían
° s dos romanos sus pasos hacia el
b
°sque.
*-a noche cubría con su velo los
58
campos por segunda vez desde qi,<5
Leoncio había visto á Teodora , y 1°'
do reposaba menos Fació y la vengatt'
¿a. A la vo¿ de su ge fe corren l°*
druidas a reunirse, y la homicida a'
samblea se junta a' los pics de la est»'
tua <le iheso. La claridad pálida de W
antorchas ; los ¡nlüinu's montones el*
piedras , única arquitectura religion
de los galos ; las manchas sangrienta
que ensucian el altar , todo contri'
huye a hacer mas horroroso el aspee
to del ídolo (1). Era osle tan deforme,
que mas bicu parecía un gran peda¿0
de hierro oxidado, que la imagen d&
dios de la guerra. Sin embargo , 5^

i Los soldado* romanos no pndirron m c '


nos ilc estremecerse «1 *r horror la primer*
vez que vieron las es t i l tus de algunas divi'
uidades de los galos.
59
fi* •
k'ioguîaii en cl su maza llena de
P u oias ï sus guantes guarnecidos de
u
*>e¿as de ela s o s , y su horrible ta-
}a
M en que eslal>a figurada la muerte.
Ti
1;|
l es el templo en que Ta'cio hace
[asonar su vo?. amenazadora , seme-
j ó t e al genio del mal, meditando el
'ttfortunio de los hombres.
El gefe de los druidas tenia en
C|
erto modo en su mano la vida , los
il
^ues, y la libertad de todos los ga-
* 0 s : sieudo \u\ pontííice lauto mas
| e n*¡blc, y un enemigo tanto mas
^placable , cuanto que adheria con
l|
na creencia sincera a' las prácticas
c e
' su culto. Hablaba, y el pueblo
C|,
<'¡a oír la voz de los dioses : absol-
^"ia ó condenaba, y su sentencia era
irrevocable. No menos babil que so-
berbio , liabia sabido siempre mante-
a r lejos de sí á los demás druidas, y
lodo cedia ante su indexible orgu-
60
Ho ( t ) . Tal era el hombre que habí«
jurado la perdida de Probo y de su
hijo. Kn breve los druidas , inflama-'
dos por el furor de su «jefe , piden á
gritos la sangre de las dos víctimas:
escena lúgubre, en que triunfa el fa-
natismo y la virtud va a' sucumbir.
La a a ubica ¡I>n ya a separarse, cuan-
do Sigovcso, iniciado en los misterios
sagrados , se presenta a la puerta del
templo , cuyos umbrales no se atre-
vería a pisar , á no ser por la impor-
tante misión que se le ha confiado.
XVI¡1 veces se ha expuesto sin miedo
en los combates, y tiembla al atrave-
sar el bosque misterioso (2).

4 Totlos los druidas tenían un solo gcíe,


cuya autoridad era absoluta. Véase à César
de bell. gall. h h. 6.°
2 Los galos cuando entraban eu sus bos-
ques sagrados, temían i rada instante que se
les apareciesen sus dioses.
61
*-- »Escusa mi audacia (dijo al 11c-
° a r á la presencia de Tacio): solo los
tP
U|
oses me hubieran podido dar fuer-
as bastantes para venir hasta aqui, d
UQ
de haceros participar del dolor
p°mun. Lutecia está sumergida en
111« •
,a
nto ; la grande alma de Hildc-
,c
o ha ido á reanimar el cuerpo
cle
uno de nuestros antiguos heroes;
;,
l ve/, el de su abuelo \ erciugeu-
tor¡\-.M
Al escuchar estas voces, las ame-
nazas espiran en boca de todos , y al
§pan tumulto sucede un triste silen-
^o. Tácio no le rompe al principio:
ín
niov¡l y hja la vista en la bóveda
**el templo , parece que un solo pen-
Sa|
u¡ento le domine, y que indiferen-
*e á cuanto le rodea, escucha una
v
°£ secreta , y recibe una revelación
^ e l cielo. Los druidas y Sigoveso cs-
P^ian que hable, y eu fia, cou voz
62
mal segura y alterada profiere esta?
palabras:
— »Ya habéis oido la noticia fatal-
llilderico no cvislc entre nosotros»
Tal vez los dioses, indignados por
nuestra culpable indulgencia, quieren
reanimar nuestro celo con Chta terri*
ble lección, llilderico no quiso herir,
y el ha sido herido y muerto. Cum*
piamos nuestro sagi ado deber : satis-
fagamos a' los manes haciendo lo quP
llildci ico debía haber hecho. Minis*
tros de las voluntades del ciclo , dis-
poned todo lo necesario ; de suerte
que los primeros rayos del sol ilumi-
nen los preparativos para el sacrificio
espiatorto; y vosotros, ¡o dioses ul-
trajados! perdonad esta dilación."
Dice ; y sale del templo : los drui-
das le siguen , y en breve llegan to-
dos a' Lutecia. Para desarmar la cóle-
ra de los inmortales, decreta el gran
63
**ni¡da mi luto público: ludíanse los
c
orazoncs; y el pueblo, que ignora
Cl|
al es su crimen , se apresura sin
e,
nbargo a obedecer, outran lodos cu
Sl
is casas mudos de temor ; enjúganse
*i*s lágrimas , y no se oyen ya gemi-
dos consagrados á la memoria de llil-
i •
Perico ; pues hasta su perdida parece
que se baya olvidado. ¡Tal imperio
ejerce sobre espíritus groseros la vo¿
de una autoridad consagrada por el
uempo ! ¡ Tan de repente pueden
extinguirse cu el corazón del hom-
«re los afectos mas vivos y mas no-
bles , cuando conspiran á ello la au-
dacia y la impostura por una parte, y
por otra la imbécil credulidad !
Pero ú la manera que la naturale*
£ft, con una prevision maternal, ba
colocado cerca de un volcan des-
tructor una fuente de agua saludable
para apagar la sed del causado viage-
ro ; asi ;il lado del feroz gefe de los
druidas había puesto uu espíritu bien-
hechor, que parecía destinado por el
cielo para e n j u g a r l a s lagrimas de los
desgraciados, y calmar los furores de
Tacio. Esta era su hija , la tierna
Larisa , en cuva imagen de bondad
cada gído miraba un genio benéfico,
V »m cristiano no hubiera podido m e -
nos de contemplar un ángel.
Ksla amable doncella quería á Tco*
dora como si fuese su hermana ; pero
la una, habiendo sido el blanco de t o -
dos los tiros de la s u e r t e , había ago-
tado , por decirlo asi , en el principio
de su villa , toda su energía m o r a l , y
la otra , mas fel¡¿ , no había aun e x -
perimentado la suyo. F u e r a de esta
diferencia todo parecía semejante en
e l l a s ; la misma inocencia , la misma
d u l z u r a , el mismo respeto a los dio-
ses. Sin embargo , este último afecto
65
**n¡a mayor fuerza en el alma tic
la
joven Larisa, mas acostumbrada
• I yugo de su p a d r e ; la piedad de
* eodora, sin ser menos afectuosa,
€|%
a mas ¡lustrada.
Larisa inquieta , y deseando saber
* a suerte de *u amiga , aprovechó la
^Usencia de Ta'cio para introducirse
c
n el a>ilo solitario en que tantas v e -
ces babia enjugado sus lagrimas. L l e -
gó , y la encontró postrada de rodillas
y profundamente absorta ; el ruido de
Su
s pasos no alteró en nada la m e d i -
a c i ó n d é l a Sacerdotisa, ocupada e x -
clusivamente en un solo pensamiento.
-— »¿Teodora ? ¿ Teodora ?" le dijo
dulcemente Larisa , inclinándose lia-
Cía ella. Teodora se conmovió a' esta
v
o z , reconoció á su amiga, y se arrojó
Cn sus brazos.
—- »Estoy mas tranquila ( dijo con
u
n a sonrisa melancólica) ; cu este mo-
66
mento invocaba al Dios que adora
Lcoucio."
Larisa se admira al ver la alteración
de sus facciones ; mas disimulando sU
dolor le cuenta la llegada de Probo*
la humanidad de llilderico, y su fío
desgraciado.
— »¡ Pobre extrangera ! ( dijo en*
touecs la Sacerdotisa ) ¿ quien será
ahora lu apoyo en la tierra? Mascón*
suélate ya no le necesitas." Y un
momento después añadió: »Leoncio
me ha dicho que su Dios nunca deja
de escuchar el ruego del desgra-
ciado/ 1
Larisa no se atrevia a' comunicar a
Teodora sus temores. ¿Como le da-
ria parle del cruel encarnizamiento
de su padre? ¿Tendría valor para des-
garrar ella misma aquel tierno co-
razón ? Mil pensamientos diferentes
la aullaban , cuando su amiga rom«
67
Prendo el silencio le dijo:
-—»Larisa , yo veré al pariré de
Leoncio; quiero recibir su bendición
•aies d e . . . "
La Sacerdotisa se detuvo de repen-
*c- Un ravo de alegría brillaba en su
a m b l a n t e ; pero esta alegría parecía
e
' último suspiío de un infeliz que se
ha visto atormentado largo tiempo
Por una viólenla enfermedad , y
"ja en la muerte el termino de sus
^alcs.
•— »; Como ! (respondió Larisa, es-
pantada de un proyecto cuya ejecu-
ción le parecía imposible.) ¿Quieres
Ver a esc anciano? ¿Sabemos acaso si
habrá ya abandouado estos conlor*
toos/*
-— »No ]Q* ha abandonado, no (con-
tenu Teodora) ; el cora/.on de Leon-
cio me lo asegura. Querida arnica mia:
s
i le compadeces de mi, no le nie-
68
gués a mi ruego; mira que es mu/
sagrado."
Pronunció estas últimas palabras
con lauto fuego y energía, que tran*
quiluó por un momento á Larisa«
Prometió, pues, a su amiga, que pro*
curaria satisfacerla, si aun era tieni*
po , y *>c separó de ella para vol veí
dentro de poco a' informarla del bue-
no ó mal éxito de los pasos que iba
a dar.
Fiel a' su palabra , meditaba acerca
de los medios que empicaría para
descubrir donde estaban Probo v su
liijo. Preguntar a su padre sei ¡a una
imprudencia; ni ¿como podria alie-
'verse a pronunciar en presencia del
Druida una sola palabra que indicase
el deseo de saber de un cristiano , y
de un romano , nombres que babian
bastado siempre para encender su
cólera?
69
Mientras estaba ocupada en estos
Pasamientos , Rinegilda que la había
r,
«*do, corre hacia ella, le noticia
il{* dos extrangeros, uno de ellos
Oll
*ano y agobiado por el peso de los
Í)
°Í> , andan por el bosque , y la su-
P'!Ca en nombre de los dioses inmor-
a
'*s, á quienes ellos ultrajan , que
V|
te basta sus miradas.
*— »Rinegilda (le dijo la bija de
a
cio), sigúeme; quiero hablarles/'
En vano se estremece la tímida
l0
di \¿B ; en vano la suplica que re-
^'Ucie a este proyecto, y en vano
r
«*ta de atemorizarla.
. —» Basta (respondió Lai isa): adiós;
,r
¿sola."
La buena anciana no* puede sufrir
*s*a amenaza , y encomendándose á
!,
s dioses , sigue a' su ama , sin pro*
e,,
r una palabra. Llegan por fin a
v
*r los e xtiangeros; Rinegilda liem-
6
70
L·Ia f y diciendo : »allí estan , allí tS0
ta'n," oculta su rostro entre las n i * '
nos, lo que la impide reparar que e^
un momento está Lai isa lejos de ell*1,
A I aspecto de aquel anciano , apoy*'
do en el brazo de Leoncio, y sin ro**
defensa que su hijo , experimenta L&#
risa una emociou desconocida. Ade"
lantase con precipitación, y se reuD¿
a ellos.
— »¿ Es posible? (exclama Leon'
ció). ¿ T ú , hija de Tácio, vienes *
hablarnos? Padre mió : ved aquí l*
amiga , la tierna amiga de Teodora.
— »Hija del gefe de los druida*
(dijo el anciano ron una vo¿ dulce /
grave): ¡ quiera Dios derramar sobr¿
vos lodos sus favores, y perdonar '
vuestro padre el furor con que no*
persigne.
— »Señor (respondió La risa adnii'
r a j a y enternecida al oil un lenguaje
71
•fi nuevo pora ella): vengo a' pediros
^ favor en nombre de una des-
vaciada. "
— »¡ Un favor !"
—~»Sí señor; Teodora desea ver
11
niomenlo al padre de Leoncio, y
e
pide su bendición." Los ojos de
^ e oncio se llenaron de lagrimas, y ar-
c á n d o s e álos pies de Probo, le dijo:
—- »Padre mío : ¿os negareis ú es-
echarla? 1 '
-— »No; que venga. Te lo he pro-
^ e U d o , Leoncio, y jama's lie fallado
* 'o que prometí. Pero considera la
d r i b l e prueba en que vas a' poner
u
Valor ; examina tus fuerzas : ¿ po •
. r*s volver á ver ú tu amada, y de-
jóla inmediatamente?"
— »Me esforzai é a salir vencedor
* n esta terrible lucha. Exteuded so-
^ r e la cabeza de Teodora vuestras
^anos paternales ; dadle el ósculo
•»
72
de paz f y cúmplase la voluntad de'
cielo."
— »Mañana (añadió entonces Lari*
sa ) , luego que las tiuiehlas La\ a*1
huido delante de Beleño (1) : condü'
cire á Teodora a' este mismo sitio»
bajo estos espesos árboles. V o s , se'
ñor , vivid con cuidado ; estais e0
medio de vuestros enemigos , y tem**
que caigáis en sus manos."
— »Disipad vuestros temores , ama*
ble doncella (respondió el anciano co*1
una sonrisa llena de gralitud): Dio*
nunca abandona á sus fíeles servi*
dores."
El respeto impuso silencio sí Leon*
ció , que no se atrevió a la vista de
iti padre á decir ;« Larisa cosa algun*
que pudiese consolar á Teodora ; pe*
ro sus miradas le hablaron bastantei

i Bclono era el Sol , el Fcho «le Ungalos*


73
y le manifestaron lo que pasaba fn
^ aima ; y luego desapareció la ayil
^ u s a g e r a , siguiéndola Rinegilda , a
í^ien el temor parecía que había vuel-
0
las fuerzas de la juventud.
1-eoncio , que .conocía todos los es-
c u d i i¡os del bosque, guió a su padre
l,a
'cia uua «ruta , cuva entrada estaba
a b i e r t a de hojarasca. Veíanse en
ç
"a , como preparados por la nalura-
e
¿a algunos anentos de musgo: la
* }, incadora clemalida con su suave
Perfume embalsamaba aquel sitio so-
l!i .
alario, v cubría su bóveda un entre-
" e jido de hiedra, adornándola las guir-
naldas que naturalmente formabau
°t»*as varias yerbas.
* * - » H e a q u ¡ el grato asilo que nos
Otrece la Providencia (dijo Leoncio):
^cinos gracias á su bondad."
Y ambos se sentaron á la entrada
**e la caverna. E l aire estaba sereno;
71
la bóveda celeste, resplandeciente
con sus fuegos movibles , desplega!)*
toda su magnificencia ; de tiempo &l
tiempo se veía atravesar por el aife
un rayo do h u , que venia como *
perderse entre las hojas, y única'
mente el canto agradable de alguno*
pa'jaros interrumpía el elocuente ú'
lcncio de aquella pompa nocturna.
Inmóvil Leoncio , con la cabe/a a*
poyada entre las manos, y como sü"
mergido en sus reflexiones, estaba
muy lejos de pensar cu las maravilla*
que le rodeaban , y sus frecuente*
suspiros manifestaban clarameute 1?
agitación de su alma.
— »Hijo mió (ledijo Probo locando
ligeramente con su mano el bombi'O
del guerrero ) : en vez de debilitar tu
vilor en combates interiores , de quO
ciertamente no puedes salir viclorio*
so , auméntale con la contemplación
75
e
la Omnipotencia divina. EIdvale
*);íc¡a el Autor de lorias lus cosas , y
^Cra's cuanta fuerza sientes dentro de
l|
mismo para luchar contra el do-
lor.»
— »Padre mío (respondió él) , po-
**r¿ muy bien sufrir mis males; pero
*os padecimientos de Teodora.... ¡ah!
too los puede tolerar mi corazón. M
-— w¡ Ojalá , Leoncio (siguió el an-
ciano) , nunca sufras la mitad de las
penas que lia padecido mi alma ! Y en
las violentas conmociones que me han
agitado, ¿cual ha sido mi refugio? Una
entera y ciega sumisión á las voltin«
tíides del ciclo , y el rígido cumplí«
tinento de mis deberes en la tierra«
Largo tiempo me \ ¡ entregado al lu-
inulto de las pasiones, porque Júpi-
ter y su olitnpo, contaminado con to*
dos los vicios del hombre, recibieron
por muchos dúos mis homenages. l a
76
fin , mis ojos se abrieron a la luz y •
la verdad. Tolero y respeto á los hoifl'
bres virtuosos, que aun no gozan oG
l.t misma dicha ; los compadezco , si**
desprecio ni ostentación , como a' lier*
manos, cuya felicidad deseo sincera-
mente. Y en efecto, ¿ que debe ser la
religion para el hombre? Un la¿o dß
amor y de virtud en la tierra , y una
relación entre la cri llura y el Criador.
En vano busque este carácter divino
en el cubo de mis padres : trabas al
entendimiento, aislamiento, egoísmo,
tales eran los únicos bienes que me
ofrecía. Descontento del resultado de
mis investigaciones, y atormentado
por una secreta inquietud, recorrí el
mundo, y me vi engañado en mi espe-
ranza. Egipto me presentó un pueblo
dividido en dos clases; en una vi sa-
cerdotes, instruidos sí, pero impos-
tores y despolas ; en la otra una mul-
77
•Uifi groara quo adora las legumbres
e
(pie se alimenta y los animales que
e
vora. Indignado de este espectácu-
0 !
^e dirigí -, la (irecia ; pero ¿ que
««lie en ella? Las mismas preocupa-
r e s de Roma ; la corrupción de su
a
Cerdoc¡o y la audacia venal de sus
ácidos. Parecióme que la India,
u
na primitiva de la civilización y de
as
ciencias , me presentaria un estado
^ e jor de cosas ; corrí á ella , y solo
^Contré ignorancia , tinieblas, serví-
cumbre del pensamiento. Hallé , c o -
^ l 0 en lodas partes, sujeto el hombre
' a s costumbres mas viles y á las l e -
* e s mas tiránicas, víctima al mismo
le
nipo de sus vicios, de sus errores,
* del temor á sus dioses. En ledas
P ar tes se ven reverenciados los ¡nipos«
0,,
es que huellan con la mayor impu-
de
ncia los derechos de los hombres y
tic
la naturaleza. Desanimado, vuelvo
78
á mi patria, á esa Roma poblada àe
esclavos , y falla de ciudadanos. £'
contraste de su pasada grandeza co$
su miseria presente , la memoria d c
las antiguas virtudes extinguidas lio/
en corazones abatidos, un senado d¿
cortesanos, un cje'rcito de opresores^
un pueblo de histriones bnmbiiento*;
he aqui lo que quedaba de la nación
dueña del mundo ; be aqui el cuadro
que entristeció mis miradas. ¿De don*
de ban nacido este desorden, esta I¡*
cencía , esta degradación , mi querido
Leoncio? De la pe'rdida de las anli*
guas virtudes. Estas virtudes, estas
costumbres castas y puras, erau in*
compatibles con una civilización ade~
lantada , y sobre todo con las con'
quistas que ban mancbado mas que
enriquecido a' Roma , con los despo-
jos del universo entero. Nuevo moti-
vo de pena para mí.
79
»Felizmente tocaba ya al termino
'le mi inccrtulumhrc. Entre el corlo
húmero de romanos , dignos hijos de
'a antigua patria , Fabricio (¡ virtuoso
*niigo ! no puedo pronunciar su nom-
bre sin enternecçrrne), admitido á los
misterios de los cristianos, se compa-
deció de mis angustias, y me creyó
digno de escucharlos. ¡O prodigio!
¡ O maravilla ! algunas conversaciones
<Jue tuve con el, cambiaron todo mi
s
er. Las palabras sagradas de libertad
en la tierra , de igualdad ante el pa-
dre común de los hombres , resona-
ron en mis oidos. El amor á sus se-
mejantes , igualado al de uno mis-
^ o (1) ; el desprecio de las riquezas;

i lío defendido al poí»rc contra la o p r c -


§,
on del rico ; lie protegido al huérfano <jue
ll
" tenia apoyo , y la viuda me lia colmado
" c bendiciones. Job. 29. 42.
80
el perdón de las injurias (1) ; toda*
las revelaciones de una moral subll*
me , fundamento ríe la nueva reli^iot't
manifiestan su origen divino. Viene**
á tierra los <Iioses celosos, vengativo*
y esclavos ciegos de un ciego destino*
sus aliares se arruinan , v sobre su*
ruinas se eleva, lleno de gloria y d&
inmortalidad , un Dios cuya bondad
infinita llena el universo , da la luz £
los astros, y alimenta basta el rnaS
humilde insecto ; un Dios , manantial
perenne de misericordia v de esperan*
zas. ¡ O querido bijo mió ! ¡ Que va*
riacion para tu padre! ¡ O bondad di-
\¡na ! ¡Que mudanza para tu bijo ! , f
A este tiempo se babia apoderado
del guerrero un entusiasmo sobreña-

4 No digas: Yo me rengaré de mi*


enemigos; sino espera q u e el Scíior veng*
á socorrerte. Deuter. 32. 3 j .
81
,,r
al ; de pie y con las mnnos eleva-
os hacia el cielo, parecía un apóstol
* c ibieiido las inspiraciones divinas.
e
*pues de algunos instantes de si-
et)
cio, continuó Probo en estos 1er-
Cilios :
^-»La gran cuestión quedó resucita
P^ra mi, y comprendí el deslino del
l0|
nhre. Vi que habitante pasagero
e
este valle de lágrimas, debe apren-
€|
' aquí á merecer otro estado mejor,
y ^ue un triunfo sin fin coronara á
* s le atleta de un momento. ¡ Felices
0s
sabios de los tiempos antiguos si
i
^ l, biescn vivido algunos siglos des-
loes. ¡Feliz Numa, felices Pita'goras,
^Craies y Platon , si hubiesen cono-
t o esta giande regeneración !
*Tales son, hijo mío, los elementos
**e Hii profunda convicción ; tal fue el
j*r,gcn de mi constancia en medio de
•Os tormentos. ¡ Cuanto me complaz-
82
co en recordar aquellos días de utile*
sufrimientos! ¿Crees lú que laso'*
voluntad del hombre, por obstinad*
que fuese, podría luchar largo tiempo
contra el fuego, el hierro y todas la*
horrorosas invenciones de los til*'
nos, siu el auxilio de una fuerza so*
brchumana y de una energia comunl*
cada por el cielo? Nerón quedó ad-
mirado al verme en el foro, teatro eö
otro tiempo del patriotismo y de la li*
bertad, y hoy su sepulcio ; allí un dé*
bil viejo fatigó la ingeniosa barbarte
de los verdugos, y alti un hijo de Ro-
ma espantó todavía por una vez ú uii
tirano. En aquel combate de la natu-*
raleza fí>ica y de la naturaleza moral,
reconocí mi noble origen ; sí, en tan-
to que mis miembros ensangrentado?
rechinaban entre las manos crueles
de los verdugos , mi alma tranquila y
serena alababa á su Criador.
83
»¿Y como podria yo no bendecirla
^ano inviable que me concedió aque-
ous días de prueba? Kilos hicieroty
c
*er de tus ojos la venda del error , y
*e presentaron un mundo mas exten-
so, un nuevo universo. Eres cristia-
no , hijo mió ; piensa en los deberes
Hue te impone tu creencia ; eres ciu-
dadano en la tierra ; trata de cumplir
'üs deberes como tal, y de merecer
**n dia ser ciudadano del cielo. Cua-
lesquiera que sean los decretos del
Altísimo , aprende á conformarle á
^Hos con resignación ; cualquiera que
&ea la injusticia de los hombres, no
*eas en ellos sino hermanos extravia-
dos , pero que no por estarlo, dejan
^e ser hermanos tuyos.
»Una santa obligación me llama á
'as orillas del Tiber. Kl emperador ha
hecho confiscarlos bienes de Laclan-
d o , hijo de mi amigo lfabricio; po-
84
bre t sin recursos v sin asilo, combat
con valor contra los horrores de !•
miseria, y apenas le queda un pat*
negro que repartir con otros pobres.
Recibí en Lugdumun esta noliciai
en Lugdumun, cuyo recuerdo es par*
mí a un mismo tiempo tan agradable
y tan penoso. Sin embargo, mi dolor
se mitigó con la certeza de tu llegada
;• las inmediaciones de Lutecia. Siu
dudar ni un momento emprendo este
v i a g e , queriendo abrazarte autes de
ir a ver al hijo de mi amigo ; llego ai
campo de Anlislio, pregunto inme-
diatamente por t i , me informo de
Ausonio y vuelo a' estos sitios. T e be
hallado por fin en ellos, te he estre-
chado entre mis brazos, y mañana,
deja'ndote en el campo de tu legion,
contiuuard mi camino hacia la ciudad
de los Cesares."
Después de haber acabado su nar-
85
invocó Probo al que envia el
^posoal hombre justo y la turbación
*• uiaivado , y se durmió inmediata-
mente sobre las yerbas olorosas que
Se
i*vi;iii de alfombra al suelo de la
8ruta.
¡Cuan larga pareció a Leoncio aque-
ja noche ! Luego que la voz de su
Padre cesó de resonar en sus oídos,
c
°inen/.aron a' agitarle mil pensamien*
l
°s funestos ; ya paseándose á largos
Pasos fuera de la gruta examinaba
*U conciencia y le hallaba pura y sin
^mordimientos: va inmóvil venter-
decido contemplaba la situación de
Sl
* amada , y esta contemplación le
s
tnnergía en el dolor mas profundo.
*•& fin , las sombras de la noche em-
pezaban a desaparecer cuando Leon-
c,
o y su padre dirigieron sus pasos
*,;ícía el .sitio que les habia designado
Marisa. Embriagado de alegría , y ol-
7
86
vidando sus propias angustias y todo5
los peligros que rodeaban á las pe1"
sonas que lanío amaba, dirigia el }°'
ven al rededor de sí miradas imp*'
cientcs, y la ansiedad y el amor &
manifestaban en su rostro.
— »Modera tus transportes, hijo
mió (le dijo Probo), y no seas escla*
vo de ti mismo; recuerda que mu'
chas veces se ven encañados nues*
tros deseos , y engañados de un mo*
do irremediable , en el mismo mo*
mento en que el triunfo parece ma*
seejuro. ¡Ali ! yo lainbien be perdido
un bien que me prometía la felicidad."
— »Allí viene; allí viene.' 1
Kxclamó Leoncio; y las dos ami-
gas se presentaron á la vista de los
romanos; pero á medida que se a-
cercaban , Teodora titubeaba mas y
mas, y sus tímidas miradas indicaban
que necesitaba que la animasen. Pro-
87
0
se dirigid á ella con bondad , y te
»JO:
-—'»Hermosa doncella , cuya gene-
r a compasión libró ya una vez ú mi
^jo de la muerte , tranquilizaos "
Y no pudo continuar.
— »¡ Cruel recuerdo! ¡O bija mia!
¡ 0 querida Valeria! "
Y algunas otras palabras confusas,
^eron las únicas que pudieron salir
*** su boca entre mil suspiros.
— »Padre de Leoncio (dijo la drui-
* poniéndose de rodillas) • vos 11o-
r
*i$la pérdida de una bija, y yo, tris-
as huérfana , no be conocido nunca ú
l,
&os padres que debería llorar. Sin
^ c oncio, y Larisa , ¿quien bubiera
Pedido interesarse por mí? Nunca ba-
a
garou mi infancia los tiernos cuida«
°s de un padre , ni las maternales
Ca,
ici;is.... ; O campos de Italia ! ' \ . . .
— »¡Que oigo p >
88
Dijo el anciano acercándose a' '*
enternecida doncella.
Entre tanto Leoncio , satisfecho •'
ver la emoción que experimentaba*1'
padre, miró á Larisa con una sonrio
agradable.
— »Hija mía (continuó Probo): peí"
mitidme que os de este nombre, qüC
á lo menos por un momento dulcifi'
cara' mi pena : querida bija mia, ¿ c$
que parte de Italia habéis nacido?"
— »No lejos de donde está edifica'
da la antigua Cápua."
— »¿Y vuestros padres habitaba*1
aquella ciudad ?"
— »Apenas tendría yo 1res prima"
veras, cuando mi padre, á quien vi:
obligación llamaba á Lugdunum, coi*'
dujo conmigo a' mi madre á la Gália...
— »¡Cielos ! (exclamó Probo): acá*
bad, acabad."
Admirada de e^ta vehemencia, co0
89
!
nu(> Teodora así : »A consecuencia
e
Una espantosa derrota , en que la
* n grc de tres legiones romanas ba-
,a
teñido las aguas del Ródano , en-
trón los galos en Lugduuum , y to-
Q
° pereció al filo de su espada. Estas
usinas noticias vagas y confusas que
° s d o y , las debo al generoso Ililde-
^co, quien las supo de un esclavo,
í^e murió allí misino Mas ¿que
*error agita vuestra alma? Perdéis el
c
olor.... M
•—>»¿Y vuestra madre...?
*— »Hilderico nunca lia podido ras-
8*r el velo que cubre mi origen; mas
por algunas palabras recogidas casual-
mente , parece que mi madre debió
*cabar su vida aquel funesto dia."
— »¡ O luz ! ¡ ó crimen !"
Gritó el anciano, y cayó sin cono-
c
'»mento.
Leoncio, Teodora, Larisa , acuden
90
a el y procuran volverle á la vida.
— »Querida Teodora (dijo Leofl'
cío): une tus caricias a las roías. ¡Pa*
dre mío ! ; pudre mió ! Escuchadnos
en nombre de nuestro amor.11
— » ¡ Crimen fatal ! (repitió el an"
ciano). deparaos , separaos ; Teodor*
es tu hermana."
Menos efecto produce el rayo, qii£
el que ocasionaron estas palabras«
Leoncio y Teodora quedaron ¡ornó*
viles , y parecía que hubiesen perdi*
do la existencia.
— »¡ Es mi hermana ! ( exclamó al
fin Leoncio con voz triste); ¿adonde
huiré?"
— »¡Dios mío! (dijo Probo , diri-
giendo al cielo una mirada dolorosa)*;
¡ en que prueba me habéis puesto !
Yo la acepto sin murmurar. Bendito
yea vuestro santo nombre. Leoncio,
y t ú , desgraciada, á quien no me
91
*lrevo aun á llamar hija , reconoced
•v adorad la mano Omnipotente que
gobierna el mundo. ¿ Con que fin me
** dado Dios fuerza bastante paro su-
r
ir los crueles tormentos que me hi-
C|
Cron padecer mis verdugos? ¿ Para
r ,l
! c ha guiado a estos sitios mi debil
*ejez por medio de mil peligros? Pa-
r
* deteneros á ambos al borde de un
precipicio ; para volver mi hija á mi
ternura , y librarla de las tinieblas de
' a idolatría. Hijos míos, los momen-
t s son preciosos, y Táciolos ha con-
tado ; aprovechémoslos. No lejos de
fcste sitio he visto un arroyo ; vamos
• el, y la santidad del bautismo bor-
1
*rá en ti, hija miu , tu involuntario
Crimen."
La triste familia se dit ¡ge hacia
*quel sitio. Leoncio marcha el prime-
*0 con la cabe¿a baja , la vista fija en
a s u e l o , y eu el cora/ou la religion,
92
la naturaleza y el amor combatien«0
entre sí. Detras de él su anciano p a '
dre conduce con trabajo á la ¡nocen*
te Teodora , carga preciosa que La*
risa le ayuda á sostener.
Llegan cerca de la gruta que 1^5
había acogido la noche anterior ; ven
correr por entre las hojas espesas ufl
arroyuelo cristalino , cuyo manantial
se oculta entre las yerbas y flores, y
Probo se prepara á dar en este sitio
á su hija una nueva vida. ¡O religion
sublime ! Tu ministro es un anciano;
tu victima el arrepentimiento; tu
ofrenda un corazón recto y puro, y
lu templo la naturaleza.
Después de algunos instantes de si«
lencio, se inclina Teodora á los pies
de su padre, y parece que la antor-
cha de la vida, poco antes próxima á
extinguirse en ella , se reanima á la
voz del ciclo. Leoncio, colocado al
93
,a
do de su hermana * y en la misma
Posición que ella, implora también su
Nrclon ; y la hija de Tacio, maravi-
,J|
da , manifiesta en sus facciones la
opresión de un contenió interior,
Cu
ya causa no percibe ella misma. Ya
*1 Dios de Leoncio le inspira menos
horror ; mas sin embargo, no se atre-
V(
' ú desatar la ramita de encina que
C|
ue la frente de su amiga : esta ra-
^ita es aun sagrada para ella , y sus
airadas la acompañan con sentimien-
to, cuando habiéndola quitado Probo,
^ e , y huye con el agua del arro-
gúelo que se la lleva.
Acababa de verificarse la augusta
ceremonia, y Probo, entregado á las
dulces emociones de la naturaleza,
Contemplaba á su hija con una espe-
cíe de éxtasis, cuando de repente se
°yó un gran ruido.
•*• »Aquí esta'n ; aquí están :" gri-
94
tó una voz terrible ; y Tácio se pre-
sentó escollado por sus druidas. ^lI
cólera se convirtió en verdadera ra*
bia al reconocer á su hija y á Teodo*
ra , y Larisa temblando , permaneció
en silencio.
— »IMiserables ! (exclamó Ta'cio
dirigiéndose a los dos romanos): ¡vi'
les corruptores! ¿Hasta cuando ul-
trajareis a' nuestros dioses? Temblad,
el suplicio os espera : la boguera está
ya encendida/'
— »Vuélveme mi hija (le dijo Pro-
bo con voz tranquila y firme); vuel-
ve una romana a' su patria y á su her«
mano , y yo vuelo sereno Á recibir ia
muerte."
— » á Tu hija?.... (respondió Ta'cio
con uua sourisa de desprecio). Con-
ducidlos."
En vano Leoncio buscó su espada,
y en vano armado solo de su fuer/.a
95
arribó por tierra á tres druidas ; su-
^toibió en fin al gran número de
, 0 s » y le encadenaron. El santo
,e
jo , cargado igualmente de iiicr-
° s , traló de calmar á su hijo, y á
as
injurias y amenazas opuso única-
^^nte la paciencia v el sufi ¡miento.
*lt* embargo , él peligro de sus hijos
* conmovía , y deseaba esti echar
***lre sus brazos siquiera una ve¿
^ s , a aquella Valeria , cuya pérdi-
"ö le habia costado tantas lágrimas;
Ppro Tácio inflexible, la vio á sus
t^cs sin enternecerse, y deshecho sus
r
iiegOS f haciéndose sordo á este sa-
cado grito:
*— »Es mi padre; haced que yo
oliera con él."
— »Llevadla al templo (dijo), y
^fcñana pronunciaré su suerte. Y tú,
fl,
Ja rebelde , sigue mis pasos.*
Los druidas condugeron á los dos
96
cristianos á Lutecia , cuyos habitafl'
l e s , excitados por los sacerdotes, p e
dian á gritos la muerte de Probo f
de su hijo. »¿No es SÍ\ traición ( d e
cian) la que ha facilitado el ataque do
los romanos, y ha ocasionado la m IHM"
te del valiente Hilderico? HaîsopidG
sangre: y ¿que sangre puede senna*
agradable a' las divinidades de la G»'
lia, que la de los romanos? Ya es
tiempo de que se reslabie¿can nues*
tras antiguas y santas costumbres* un
romano, el sucrílego César, fue quien
privó á nuestros aliares de estos pia-
dosos sacrificios ; y desde entonces se
manifiesta la cólera de los dioses so-
bre nuestra patria. Volvamos a nues-
tros aliares su antiguo esplendor.
¡ Respeto a los dioses ! ¡ G loria a Ta'-
ció! ¡Odio á los romanos! ¡Muerte
á los cristianos !" Tales eran las ame**
nazas de la ciega multitud.
97
Asi como los furiosos vientos del
**°rte combaten el mar en sus mas
Proíundos abismos; asi Tácio con una
*°l* palabra arrebataba á aquellos
tambres crédulos , y les hacia parti-
(
'¡'.'i:- de su fanatismo. Todo estaba
J* preparado para su venganza : un
j;,
i<io, eulonáudo el himno de la
fuerte, anunció por su orden los fu-
nerales de Hilderico: fiesta homicida,
r !:
! *- iluminarán los últimos rayos del
s
°l ,y en la cual la hacha va ;¿ sepa-
r
*r de sus cuerpos las cabezas de los
^Os cristianos junto á la hoguera real.
Va el sonido de los instrumentos
Juncia el momento fatal : abre la
^^rcha un grupo de bardos vestidos
*** negro, con los cabellos llenos de
c
cn¡¿a, y desordenada la larga barba;
y sus arpas, cubiertas con velos tam-
^t'u negros, producen solo lúgubres
s
°nidos. Detras de ellos marchan los
98
guerreros; su rostro está triste, s»'5
miradas abatidas, y llevan las punta*
de lus picas vueltas hacia el suelo*
Lu medio de ellos va colocado sol>re
un grande escudo el cadáver de llü*
derico ; su espada brilla á su lado CO'
mo en el dia del combate , y su ca-
beza descansa sobre una águila ro*
mana , trofeo funesto que le ha eos-
tado la vida. Sigúele su fiel caballo,
y parece en su triste marcha que
aquel noble compañero de sus campa*
ñas, conoce su pdrdida, y sabe que
ya no habrá mas batallas para él.
En pos del cadáver del monarca ca-
minan en filas separadas Tácio, los
druidas, las sacerdotisas y los enba-
ges ; y á lo lejos sigue la multitud, á
quien aun falta un grato espectáculo;
mas en breve un murmullo confuso
anuncia la llegada de las victimas.
Probo y su hijo se presentan con
09
ösiro sereno, v un fuego purísimo
Il *ll * O I
/illa en sus miradas. Llegan delante
* los restos de ililderico, y ambos
e
inclinan , obligándoles el reconoci-
amiento
se Á que le tributen este borne-
— »¡Guerrero generoso! (dijo Pro •
ö
) : te saludamos con respeto , pues
^estra muerte no es obra tuya."
Acercante á la hoguera ( i ) , y al

^ Cuando debia hacerse el sacrificio el»»


*** victima human.) entre los antiguos galos,
elección de loe druidas recaia sobre lo»
.r*«ninalcs , mas à falta de estos sacrificaban
S e c u t e s . Estos suplicios (pues no me a t r e -
0
a decir estas ofrendas) eran de diferen*
1
clases ; uuas veces daban fuego á enor-
** estatuas hechas de mimhre , y llenas d«
0|,
W>res ; otras atravesaban con Mechas i e<-
^desgraciados, ó los crucificaban , y «Ara*
•uan a u n a grande estaca una IUSMQ c o m í -
Ml r
' able de h cno . dentro de la cual coin-
100
verla, mira Leoncio i su padre y 5
estremece ; Probo le muestra el ciel^
v ambos se abrazan estrechamente
¡ O poder del valor y de la virtu«*
Aquel misino gentío , poco antes W*
furioso , se calina f y solo Ta'cio par*
ce amenazar con su cólera á cualquif
ra que manifieste una indiscreta pif
dad.
— »¡Dioses de l<i patria! (dice) ¡Dio'
ses terribles , cuya omnipotencia v?

caban hombres y aninulcs de diversas esp*'


cíes , v los hacían devorar pur las llam**
Cuando algun galo de una clase elevada c?
laba peligrosamente enfermo, se renoval»**
estas escenas, por estar persuadidos aquC
líos bárbaros de que la vida de un hombr*
solo podia comprarse con la de otro. Cd
Comm* lib. (>.° Plut, de superstition*. Glatí'
dio trató de abolir estas horribles costuf"'
bres. Avr. Vict.
101
tásenlo en este instante ! quedad sa-
nchos."
V armado de la hacha se adelanta
^*c¡a las victimas. De repente resue-
Uh
u en el aire gritos lastimosos, y una
***Uger con el cabello suelto, los ojos
^encajados , el vestido en desorden,
* toda cubierta de polvo, corre hacia
M lugar del sacrificio , acompañada de
°lra joven. »Valeria!" exclama Pro-
bo. »Valeria!" repite Leoncio. El
Neblo ha reconocido á la Sacerdotisa.
*v le ha abierto paso respetuosamente;
y Tacio mismo , vencido por una fuer-
** invisible , se ve reducido al silen-
c,
o. Ya la doncella se halla en los bra-
*°s de Probo, y mirando á Tácio e x -
orna :
*— » ¡Bárbaro ! perdona a mi padre,
Perdona á mi hermano", v la fuerza
a
abandona.
La admiración se apodera de todos
8
102
los espíritus , y una dulce compasión
enternece todos los corazones.
— »ï'ija mía : ( dijo el anciano)
¿ por que vienes á conmover mi cou*'
tancia ? ¡ Dios poderoso ! sostened'
rae."
— »¡Leoncio! (profirió Teodora co*1
voz trémula) : vuelve los ojos háci*
tu hermana. El tiempo de mi delira
pasó ya , y bien pronto dejaré de exis'
tir ; ven , acércate. Padre mío : ben*
decid á vuestros hijos. Mis remordí'
mienlos ban borrado ya mi crimen;
espiro en vuestros brazos Sí; 1*
muerte se acerca ¡ Dios mió ! ¡ Padre
mió ! ¡ Leoncio ! ¡ Larisa !...." Y dejo
de existir.
Al verla muerta Leoncio rompe en*
furecido sus ataduras y se apodera de
la hacha destinada al sacrificio. Ya t i c
ne el hierro levantado sobre la cabe/«9
de Tácio , mas Probo le grita:
105
— »Detente , hijo mió ; detente y
Pe»dona a ese bárbaro."
El pueblo, que corria ya á favorc-
c
*r al druida , se detiene ; cede la có-
era y todos admiran la matmaniíni«
^ d del anciano. Tácio mismo esta'
c
°Umovido; aquella grandeza de alma,
** que él no seria capaz , no le enter-
nece, pero le admira , porque ve en
ella una cosa enteramente nueva pa-

Entre tanto resuenan mil clamores


C|
* los aires. »Que vivan , que vivan
*0s dos cristianos (exclaman por todas
P'^tes) ; el padre ha salvado a Tacio;
*hora Ta'cio debe salvar a' ambos.''
*'* fiero druida duda y titubea por
Pernera vez en su vida. Lartsa , que
*sta' abrazada con el cadaver de su
ait)|
ga, como queriéndole reanimar
c
°n sus caricias , se arroja á los pies
** su padre y los riega con sus lagri-
101
mas. Tacio cede al fin , y dice :
— »Venciste, anciano ; aléjale , y
lleva contigo á tu hijo ; desapareced
uno y otro. Me acuerdo de un jura*
mento.... ¿me perdonara'n acaso lo*
dioses el que le quebrante?"
— »Sí, sí (respondió Probo), por-
que ese juramento prometia sangre.'

• ••• —

Cuentan que bastante tiempo des*


pues, habiéndose perdido unos via'
geros en el inmenso bosque que ro-
deaba a Lutecia , se detuvieron a' l»1
orilla de una fuente , cuya agua pura
apagó su sed. Cerca de ella se eleva-
ba un montecillo de césped , en cuy»
parte superior habia una cruz medio
caida , pero cuya madera rústica ha-
bia respetado el tiempo. Admirado*
de hallar en aquel sitio solitario este
105
S|
gno misterioso, pregunlarou á un
Vl
ejo que parecta estar profundamen-
te embebido eu sus meditaciones á la
entrada de una gruta iumediata. »Allí
reposa una doncella ( les dijo lanzan-
do un profundo suspiro); era mi her-
"liwKi , sí, mi hermana. Bautizada
por mi padre en este arroyuelo , cuyo
apacible* ruido percibís, Dios la llamó
$ sí el mismo dia , y nuestras manos
'a enterraron aquí. Algun tiempo des-
pués acabó de vivir mi padre , prodi-
gando sas cuidados ;í los habitantes
de Lugdunum, á quienes desolaba una
enfermedad contagiosa ; y yo , dema-
siado viejo para servir ya a' mi patria
terrestre • he venido á morir á esto
pais. Adiós. Si queréis reposar, aqui
tenéis mi gruta; llamadme si necesi-
táis algun guia para salir del bosque/ *
Dijo, y se retiró á su gruta.

FIN.
LAS RUINAS
DE

PERSEPOLIS.
**ibro traducido del latin c ilustra
do con varias notas

POR D. GREGORIO PEREZ


DL MltistMDA.

En la duda de si una aeccion


es buena ó m a l a , abstente
de cometerla.

VALENCIA
•s

1852
PROLOGO.

C
h a b i d o es cuan célebre ha
s
*do entre los orientales un
sacerdote de Menüs llama-
do ASMOLAN, que floreció en
^enipode los Tolomeos. Orí-
genes y Tertuliano hablan de
s
Us viages y saber con un res-
Peto, que le hace mas honor
r
{ue los sufragios de toda la
dación egipcia. A él parece
a
ludir S. Agustín cuando pon-
derándolos conocimientos as-
tronómicos de los sacerdotes
110
de Menfis, dice que los de'
bieron al infatigable celo à&
uno de sus predecesores, qi*c
viajó largo tiempo por bis rc^
giones orientales, consultó*
los sabios de todos los países, jf
visitó indislin lamente los te ni*
píos de los griegos, las cueva*
de los magos, las torres de lo$
caldeos, las pagodas de los in'
dios, y las sinagogas de los
judíos.
Parece no caber duda en
que fueron los discípulos de
Zoroastres los sabios que mas
contribuyeron á su instruc-
ción desde que lo hemos visto
en los preciosos documentos
publicados par la sociedad de
1U
r i
j a c u l a . La misma dio tarn-
en á luz el manuscrito ^rie-
^°>cuya traducción ( i ) oire-
m o s al público; manuscrito
l^ce contiene el fundamento
I la sabiduría de Asmolan, ó
l que es lo mismo, la singu-
* r ^ventura que le hizo he-
te
clar los. libros de Zoroastres
fiando la persecución dcSar-
^ñápalo habia separado ó ex-
lií
*guido á sus prosélitos.

1 Hemos hecho la traducción pre-


s t e de la que publicó eu laiin Ja-
c
J o Wilson: Londres 1782. Es de
^Vertir que algunos literatos trance-
o s del último sido imitaron en sus
f r i t o s la narración de las aventuras
e
Hidaspes.
112
No sc conservan las obr^
de este filósofo egipcio : so\°f
sabemos el bien que hizo *
las ciencias por el elogio qüc
mereció de cuantos sabios W
sucedieron. Algunos autora
citan rasgos suyos, en los qu*
resplandece una filosofía con'
soladora y profunda, y se
perciben á veces melancóh*
cas alusiones á las sublime*
máximas de moral que efcC'
tivamente recibiera en las rui'
rfas de Persépolis. Sirva de
ejemplo el siguiente sacado
de las obras de S. Cipriano,
varón el mas sabio sin dispu^
ta en lo que atañe al estudio
de la docta antigüedad.
113
»Tus sepulcros, ó Persé-
r ° ü s , han perdido el alma
^ s d e que no se hallan en su
j^no los heroes que eneerra-
)c
*n. ¡Ah! el recuerdo de su
(j'oria no es mas que vana
*ûinbra revoloteando por es-
*°s escombros. Sin embargo;
t*nia multitud de cenotafios,
c
Uyos huesos yacen derrama-
dos por el suelo, tiene algo
^e imponente, y parece co-
*üo servir de frontispicio a la
historia. ¡Cuanto no se apren-
de en visitar este cementerio
^e los siglos, en seguir las
clasificaciones de esta crono-
logía lúgubre, en verter abun-
dancia de lágrimas en este va-
114
11í)S
so lacrimatorio de los anlig
imperios!"
Solo nos res la advertir (p1^
los elogios,que prodigamos *
ciertos filósofos de la anU'
i r üedad, se fundan en el ad'

mirable talento que les h\7°


vislumbrar, únicamente po*
instinto y llevados de la ra'
zon natural, algunas de la*
divinas verdades que mas t a r
de anunció el hijo del E l c f
no a las naciones.
LAS RUINAS
DE

p e i n a b a en Egipto cl tercero de
;°s Tolomeos, cuando Asmolan (a),
tóven sacerdote de los templos de
salid de Alejandría deseoso
^e viajar por Asia , é instruirse en
a
sublime doctrina de Zoroastres.
obelaba llevar al templo de Isis sus
^ a *imas mas saludables f ¿ iluminar
c
°n ellas el espíritu de los que, lle-
n
°*de santo celo, resistían las espan-
t a s pruebas de la iniciación rb).
travesó las sagradas ondas del Nilu
116
y las doradas arenas de Heroóp0'1*'
visitó el antiguo templo de los hc"
breos, y adoró al Dios terrible q11
dictara en Sinai el admirable códig
de las obligaciones del hombre. D c '
jando á su espalda estos célebres lu*
gares, internóse hacia los pueblo*
que florecían en lo interior de Asia;/
después de haber recorrido las escue-
las de Palmira y las riberas del Orón*
tes sin hallar discípulos dignos l'°
aquel gran filósofo, concibió el aU'
daz proyecto de visitar las cuevas de*
Monte Tauro , donde le habían di-
cho se ocultaban los que hacian pro'
fesion de la sublime ley de los magos.
Pero tampoco encontró allí Jos sa'*
bios que andaba buscando, v fasti-
diado de sus inútiles correrías, casi
persuadido de que la sabiduría y ' a
virtud fuesen nombres vanos, deter*
minó volverle a M culis, y postrarse
117
*te las aras de Isis para pedirle per-
°ti del movimiento de orgullo que
e
hiciera buscar en otras leyes que
11
las suyas el tesoro de las ciencias
^ *as provechosas máximas de la mo-
•**• No obstante, el disculpable deseo
e
no volver al colegio de los saccr-
°lcs sin algunas nociones en orden
" l a historia de los pueblos y de las
, a fin de cubrir en cierto modo
* futilidad de sus viages, le sugirió
* ldea de admirar la magestuosa cor-
éate del Eufrates, las soberbias lor-
Cs
de Babilonia , v los magníficos
ç
$tos de Persépolis. Ya desde enton-
j * bailaba mas gusto y amenidad en
s
lugares que corria, y en las gen-
s
que casualmente trataba: los tem-
P ° s > baños públicos y anfiteatros, le
acaban los progresos que hicieran
? 'a civilización, asi como la ¡nocen-
la
ó relajación de las costumbres el
9
118
influjo de sus sacerdotes, ó la purc*
de su moral. No tanto admiró efl
opulenta Babilonia las murallas y '°
jardines como los observatorios astfG'
mímicos y el profundo saber de ^
que contemplaban allí la brillant*
de los planetas y su armonioso mo v,/
miento. Embelesaba al filósofo eg!P'
ció aquel cielo limpio y purísimo d
la Asiria, de donde parecían despre**'
derse durante la noebe globos de r^
fulgente luz , alumbrando las fértil*
campiñas con misterioso resplandor
Y cuando iluminaba la luna tan V0'
luptuoso y encantado pais, estrella'11'
dose sus rayos en las susurrantes h°'
jas de los arboles que crecian juiito B
Eufrates, ó en los mármoles de l°*
infinitos arcos que adornaban utf1
ciudad, edificada al parecer paras**"
vir de habitación v de recreo a' *°
señores del mundo, caia en prof*10'
119
5|
mo arrebato , creyéndose trans-
i t a d o á celestiales regiones, ó á
s
mágicas escenas que tanto des-
d e c í a n á los iniciados de su templo.
. girábase entonces en el suelo; cu-
r,
a su frente con el manto de blan-
Io lirio, y ocultándola en el polvo,
*bfc gracias á la diosa de su culto de
berle inspirado el pensamiento de
J*Uar los celebrados paises de los
*r*os y Artajerjes.
,^l fin fue preciso dar un adiós á la
^dad de Semíramis, y abandonar
j r* siempre el suntuoso cuadro del
i| Pío de Belo , la delicia de aqu~e-
,° s jardines , la gigantesca elevadíon
.. 'os observatorios, las sabrosas pla'-
*s de los sabios (c) que filosofaban
. silos , y otras maravillas suma-
t,r enie gratas al sacerdote de Isis, por
_ e^erle la idea luminosa de las cien-
s
» y el animado cuadro de la pros*
• •
120
peí ¡dad de las arles. Aun despu eS ^
muchas horas de haber salido " e
bilonia, admiraba Asmolan pOr *
cercanías el primor de arcos in*111
les, la riqueza de lujosos acucduC*
la grandeza y solidez de los m*u*
leos , y el caprichoso dibujo de *
ma'licos vergeles. Estos mouuiwefl j
anunciaban desde lejos al y ¡age»'0
asiático esplendor de aquel P u e j
famoso un tiempo por su anciana
sabia y su juventud guerrera, cC
bre ahora por su refinada mohc>e *
su oriental blandura.
Si el corazón de Asmolan hubie'
sido bastante débil para corrompi-
en vista de tanta magnificencia $
lección que recibió en las ruinas
Persépolis fuera suficiente á desv
necer aquella impresión. Tronco?
columnas primorosamente
labrad
arcos suspendidos en el aire an11
(¡t 121
I» ^do Jas prolongadas galerías que
. ^aron, y por entre las cuales se
Cubrían las colinas de aquel des-
udo horizonte ; pórticos que solo
^Servaban de su antigua grandeza
*Co sonoro que resonara en ellos;
, M a s próximas á hundirse dando
^ea de suntuosos templos ó pala-
° s de reyes t pirámides en fin iudí-
"do las tumbas de grandes señores,
J ^sentáronse a los ojos del atónito
Sf
Aolan asi que descubrió el vasto
atï
*po por donde se extienden los
. stos de la ciudad mas hermosa que
* n edificado los hombres. El sol der-
; ^aba su ardorosa lumbre sobre tan
'^ociosos escombros : ningún ser
Vi • . •
V|
cnte interrumpía la quietud de
Cuellos campos: a veces un ave pa-
S^ra atravesaba por ellos ó se divi-
d a n por entre las columnatas me-
10
arruinadas los camellos de las ca-
122
rabanas ; pero muy pronlo sc d cSV
necia la ilusión de ver reanimarse c °
su presencia aquel lúgubre desicr* '
y todo volvía á caer en el reposo *
la quietud del sepulcro.
Sentóse sobre una esfinge el s*Cc'
dote de Menfis, cebóse en la cabe2
el sagrado manto , y apoyándola e
su diestra empezó a dar rienda á rt*e
lanedlicas reflexiones. Fija la vista &
aquel bosque de ruinas acordáb»5
de que pocos años antes presenta
el aspecto mas imponente y magni**'
co. Poco á poco se fue exaltando $l#
fantasía, y trayendo continuamente
la memoria los dias en que Persép 0 '
lis era la admiración y delicia del ui*1'
verso , elevó en su acalorada menlC
aquellos denegridos escombros, sü$*
pendió otra vez las galerías , levant
palacios, torres, pira'mides y ten1'
píos , y reconstruida de repente ' a
123
r
*iDa del desierto, poblóla de sus anti-
c ò s moradores , y figuróse distinguir
*^ti por entre los pórticos y los jar-
e e s las aguerridas legiones de Ciro,
'°s orgullosos sátrapas de Memnon,
°s sacerdotes de iJclo , y el carro
'^unfal por último del invencible
alejandro. Y pasando súbitamente á
'* imprevista ocurrencia que arruinó
**ntas maravillas, estu vo contemplan-
do al endiosado Macedón en medio
^e sus capitanes, y como agitando
flamantes teas se presensaba ante su
trono su querida Tais (rf) suelto el ca-
bello, descubierto el pedio, para ani-
darle á pegar fuego a' la capital de Da-
*lo, y aplacar de esta manera los ina-
nes de los bijos de la Grecia muertos
*n aquella campana. Viole eu seguida
deja'udose arrebatar de tan frenético
delirio, corriendo al frente de sus
Cortesanos y guerreros, sacudiendo
124
resinosas maderas con la misma
mano
que blandía la espada conquistado1**
del mundo. Dentro de un momen 10
deslumhraron sus ojos las voraces H8*
mas que subían hasta el cielo, de5'
quiciando unos edificios reputados l ' c
indestructibles y eternos según er*
su grandiosidad y solidez. Huían la*
gentes en visto del universal extrago»
acosábanlas sus enfurecidos vencedo'
res y traspasaban el corazón de As-
molan los alaridos de tañías victimad
y el horroroso estruendo que forma*
ban cayendo torres, obeliscos y t e '
chumbres.
Arrebatado al fin con la ma'gia de
tales pensamientos, hizo un movi-
miento involuntario para correr ha'c»a
el bullicioso t u m u l t o , v rasgándose
con esto el velo de sus ilusiones, siiS'
piró profundamente al verse de nuevo
en medio de amontonadas ruinas, q u e
12J
precian ocultar su propia desolación
y aridez en el corazón del desierto.
— »¡O pueblos! exclamó exten-
diendo los brazos sobre los polvorosos
escombros , ¡ ó pueblos que elevasteis
tanta grandeza ! ¿donde se baila vues-
*ro poder colosal y aquel espíritu de
dominación que os hizo avasallar
dantas naciones ocupan la tierra des-
de el mar Rojo basta el mar Caspio?
¿donde está vuestro valor ? ¿donde el
tesoro de tanto saber y aquel lujo su-
Nrfluo que alimentaban á porfía las
^aciones del Asia, procurándose ya
1*S niel es mas exquisitas del polo, ya
'as telas que brillaban con los vivos
^olores que jaspea el sol debajo del
ecuador , ya pescando las perlas y el
c
°ral en lo profundo del mar, ya ex-
c
avando el oro purísimo de subterrá-
neas cuevas? ¡ En valde hubiera yo
v
<*n¡do á buscar enlre vosotros balu-
126
dables ejemplos de sobriedad , mod*'
ración y mansedumbre : en valde la*
preciosas máximas de la filosofía y lu*
saludables lecciones que encuentra
abora en estas estériles ruinas ! Yacet*
bajo de ellas los antiguos guerrero*
que resistían toda suerte de fatigas»
y los modernos sa'trapas que solo pO'
dian reclinarse sobre lechos de rosa*
y respirar el ambiente de blandos aro-
mas. Duermen igualmente so el peso
de tantos escombros las pasiones enér-
gicas ó afeminadas que los dominaban
y el bullicioso espíritu de discordia
en que muchas veces ardían. ¿Por que
callan los poderosos y los valientes?
¿ Por que no se mueven los que hicie-
ron temblar a' Milcíades y a Temísto-
cíes ? El persa adorador del sol t el
asirio que se inclina ante I>clo, el
griego que cuelga guirnaldas en las
selvas de Pafos y de Olimpia , desean"
127
s
&n amontonados en este sitio cual si
üunca se hubiesen odiado , ó no ani
toaran sus esqueletos las embraveci-
das pasiones de la enemistad, de la
Venganza y del furor. ¡O Persdpoüs!
si hubieras acogido en tus orgullosos
pórticos á los sabios discípulos de Zo"
r
oastres , no se corrompiera tu juven-
tud belicosa , ni vieras por el capricho
de UÍKI muger impúdica arruinados
los monumentos de tu antigua pu-
janza !M
Dijo , y con precipitados pasos em-
pezó a' andar por cnlre aquellas labra -
das piedras cual si esperase de ellas
alguna respuesta a' sus exclamaciones.
Ya el sol iba declinando Lacia su oca-
s
0 , y la luz que derramaba era mas
blanda y menos ardiente. La luna ele-
vaba desde el lado opuesto su risueña
foz, y a pesar de no poder aun distin-
guirse su misterioso resplandor, leíase
128
en su purísimo disco la esperanza de
una noche templada y hermosa. Per*
cibíase de cuando en cuando la trUte
canción del arabe , que al frente dé
sus camellos atra\esaba el desierto,
y los lúgubres acentos de las aves
nocturnas que estremecían el aire con
sus alas, alzándose repentinamente de
aquella ciudad de sepulcros.
Deseoso Asmolan de pasar alli la
noche para dedicar cl dia siguiente ¿
la contemplación de las preciosidades
artísticas que brillaban en las ruinas,
andaba buscando entre las columua«
tas y templos, que aun fe mantenían
en pie, un sitio donde guarecerse, ó
donde hubiese elevado el pastor soli-
tario su caediza cabana. Al revolver el
a'ngulo de un pórtico oyó pairos de-
tra's de sí y el sonoro ruido de un ro-
page ondeante. Volvióse tapidamente
y vio uu anciano venerable, cu cuyo
129
^batido aspecto se advertían las vir-
tudes de lodo un siglo. Retrocedió el
filósofo y estuvo a' punto de hincarse
de rodillas , creyendo descubrir algu-
na de las divinidades tutelares que se
babian adorado en aquellos templos;
pero el extrangero lii/o tin movimien-
to de respeto hacia el sol, que ya se
*ba magestuosamente ocultando entre
'as ag.uas del golfo pérsico, y detú-
vose Asmolan cual si admirase en él
Uno de los antiguos sacerdotes que ci-
vilizaron el Egipto, ó de los sabios
que le dieron leyes en el floreciente
reinado de Sesoslris. Grave y apaci-
ble á un mismo tiempo, respirando
sus acciones inocencia y magestad,
naba margen el augusto desconocido
* las sospechas del sacerdote egipcio
tpic aguardaba maravillado y confuso
le dirigiese la palabra para salir de su
misteriosa iucertidurnbre. Pero solo
130
después de haberse inclinado ante el
astro del dia, dejó percibir noble y
sonoro acento soltando reposadamen-
te la voz ú semejantes razones.
— »He o'n lo la exclamación que ha*
hecho sobre este campo de ruinas, J
vengo á ofrecerte la hospitalidad. ¿Te
sena desagradable descansar mientras
duren las sombras de la noche en I*
cabana de un anciano que no posee
mas bienes en la tierra que las virtu-
des que puede ejercer? Siento no
poderte halagar con ofrecimientos mas
espléndidos : pero si esos alca'zareS
que nos rodean hubiesen presentado
un aspecto menos orgulloso, no atra-
jeran sobre sí la cólera de los conquis*
tadores. Una cabana manteniéndose
Grme en medio de grandes monumeo*
tos que yacen por tierra t es lección
profunda para los que aman la virtud
y tienen el tesón de practicarla. Sen*
131

ianse nuestros hijos en las ruinas de
^uilonia, mientras devorarán las are-
^ s del desierto las orgullosos duda-
o s de Tebas, Menfis y Palmira. Lu-
C|
rá u n (¡empo en que se destruya la
^mirablearmonía del universo y todo
Se
convierta eu ruinas los genios
*tliigos del hombre llorarán entonces
8
obre ellas su deplorable destino y el
e
' no haber podido revocarlos decre-
tos d e | Altísimo, que en su divina
C(
*lera habrá borrado hasta la leve
opresión de sus huellas/ 1
—-»Guiadme, ó padre , respondió
•^s'nolan ; guiadme á la choza que os
Slr
ve de morada. Acaso hallare eu
*"a la pura sabiduría que vanamen-
e
he buscado hasta aqui. Mas me
^ai* instruido las graves razones que
jabais de dirigirme, que cuanto
J e leido en los templos de la Siria y
e
la Persia. Paréccmc descubrir en
132
vos cl verdadero sacerdote del espí'
rilu increado que vivificad universe
f Ah ! instruidme en los atributos d¿
la divinidad , en las ceremonias de1
culto y en los deberes del hombre«
— »La divinidad, hijo mió, se hoO*
ra con la clemencia y la justicia; 1'
inocencia y la sencillez quiere qi>*
sean el homenaje que le rindan lo*
mortales mas bien que la sangre iifl'
pura de las victimas ; y los deber**
del hombre <:onsi>ten en practicar to*
da suerte de virtudes hospitalarias.
He aquí en breves palabras cuanto
debes saber para dar muestras d¿
gratitud a' los favores del cielo y ser
amado de tus semejantes en la tierra«
Pero ven á mi alvergue, donde des*
cansara's de lus fatigas, y haremo*
que reine entre los dos aquella blau*
da familiaridad que es el mas saluda*
ble recreo de la virtud.'1
153
Pasmado el filosofo egipcio de oir
. lenguaje tan noble por la grandio-
^ad de las ideas, como persuasivo
* elocuente por la blandura y senci-
,e
'z de las palabras , siguió ú pasos
e
*Uos al exlrangcro hasta entrar con
*' en su solitario retiro. Consistia en
^fia choza, que se apoyaba en las
Cismas ruinas, dentro de la cual se
^otabaa instrumentos de astronomía,
v
*rias vasijas de barro con flores, y
^versas estatuas , recogidas sin duda
tor los escombros de Perse'polis, en
as
que se admiraba el cincel de hííbi-
*s artistas. Veíase también sobre una
hesita sabrosa colación de frutas, le-
c
he y m ¡ e | , y en uno de los rincones
^ e la choza dos lechos tan humildes
c
°iHo los demás objetos que acabamos
^ describir. Chocaba en medio de

U pobreza un calculado desorden,
c
°tofus¡on ingeniosa, culto y esmerado
154
aliño y extremada pulidez. Si bien *°
presentaba la cabana cosa alguna (li;
remotamente indicase la voluptuo^*1
holganza ó las superfluidades del lv)0i
no sé que idea brillaba allí de cultuí*
y meditación filosófica , que efica*'
mente prevenia á favor del sabio nio*"
tal que la habitaba.
Notó Asmolan todas las menudea'
cías que llevamos referidas, y iflg*
inclinado con este examen á forifltf
ventajoso concepto de las virtudes y
el saber de su huésped, suplicóle -l
sirviese revelarle cual era su patria
la creencia que abrazaba y el motiv°
porque vivia tan distante délos hort1'
bres y como sepultado en los cél^'
bres escombros de Perse'polis.
— »Os lo dire , amigo mió , respon
dio el anciano : aquel que alli veis &
un esclavo que me sirve f á quien an*0
como a' hijo. Él y este perro que &
135
*<*rocuando llegasteis componen toda
^} familia. ¡ Ah ! no créais que la mal-
ician del cielo ine persiguiera en la*
°s términos que no haya probado las
Alicias de padre y esposo ; pero des*
Sacias imprevistas en medio de otras,
jfae me causó la cólera de los bom-
r
fcs , me obligaron á huir de las ciu*
^des y á sepultarme en el desierto.
^4 u i descansarán mis huesos en me*
"*o de los varones ¡lustres que pere-
C|(
-ron en el incendio de esta ciudad
^¡liante, populosa y corrompida.
e
ro mientras llega la hora de que
*eposeis de vuestras fatigas t escn*
j^ad las desgracias del anciano que os
^°speda, desgracias que tal vez os
^rán alguna luz en vuestra peregri-
nación por la tierra."
dentáronse ante la cabana los dos
^'ósofos cuando ya la luna derrama-
^a su tibio resplandor en las amonto-
. •
136
nadas piedras de las ruinas y las abrí1'
sadas arenas del desierto. El escla^
del exLrangero echóse á las planta-
de su dueño , y junto a' él el perro le**
que les ayudaba á cazar las fieras d
aquellas vastas soledades. Asmóla
apoyado el codo sobre una cornil
antigua , tenia fijos los ojos en el ap*'
cible rostro del anciano, qirieu de*'
pues de haber levantado los suyos *
cielo, empezó su relación en esto*
términos:
—»Nací en las orillas del mar Ca'*'
pió, y desde mi tierna infancia vest1
doble coraza, embracé el escudo /
ne tuve otra ocupación ni objeto q ^
endurecerme en las fatigas de la guei"
ra. Alcance por grados lodos los eifl'
pieos de la milicia , hasta llegar a M-;
uno de los mas acreditadoscapitanesd^
Sardanapalo. Diome entonces el man'
do del ejército destinado contra 1*
137
^rnienin , cou el que debía atravesar
P°r las ásperas gargantas del Ca'u-
a
so; pero las delicias de la corte y
* corrupción de las costumbres ha-
,a
n afeminado los corazones, extin-
guido la nobleza de los ^sentimientos,
P°r manera , que el amor de la pa-
t}
^j el enérgico impulso de la gloria,
°ran absolutamente ignorados de mis
guerreros.
*Con semejantes hombres mire co-
^ ° imposible triunfar : perdidos ba-
cilas campales, y los armenios ocu-
pando las revueltas mismas del Ca'u-
Ca
$o, que hube de abandonar, ame-
l a r o n tragarse el imperio de los
a
rmatos. Despertó Sardanapalo de su
e
*argo, y como la crueldad y la
obardía se manifiestan siempre con
SUal vehemencia en los malos prín-
J^Pes, hizo una paz humillante con
üs
armenios, y ordenó horrible per-
138
secucion contra los magos. Estos ifl*'
gos eran discípulos de Zoroastres, q ü
vivían en paz en los mas ocultos v*'
lies del Cáucaso, cultivando la tieft*
y pagando exacta y respetuosameo^
los tributos. El único crimen de q l,e
se les acusaba era el de adorar el sol*
Mandáronme pues perseguirlos, e*'
terminarlos sin compasión como e
medio expiatorio de que se valia Saf'
danapalo para aplacar la cólera de lo*
dioses.
Wis bárbaros soldados, que tai*
cobardemente combatieron contra lo*
enemigos , desplegaron la mayor aC*
tividad para perseguir unos hombre
pacíficos é indefensos, que no opO'
nian la mas leve resistencia á sus bol"
rosas crueldades. A pesar de los e 5 '
fuerzos que hice para suavizar su if*
brutal, los infelices filósofos eran a f '
raneados de sus cabanas, del sileo*
139
c,
oso retiro de sus grutas, y arras-
trados a las hogueras, á las cruces y
* cuantos suplicios imaginar podia la
8
tuil impiedad de mis guerreros. La
Sangre de aquellos infelices regaba
c
u válele los campos, que cultivaban
c
on tanto esmero, ó salpicaba las
•ras donde ardia el sacro fuego, im-
perfecta imagen del eterno espíritu
Sue vivifica el mundo. Cada día se
¿aerificaban nuevas víctimas, y se in-
tentaban nuevos tormentos á fin de
«alagar la superstición del ba'rbaro
Monarca , que pretendía ganarse el
favor del ciclo con asesinatos, en vez
de aplacar su indignación a' fuer/a de
Virtudes.
»Cien veces estuve tentado de tirar
f
ttis insiguias de general y huir de un
e
jercito tan inútil para vencer, como
* propósito para servir de instrumen-
to a la crueldad ; pero deteníame el
140
deseo de salvar las vidas de cuanto*
se acogían á mi clemencia. A vec£*
usaba del ardid de interpretar la le/
en beneficio de aquellas víctimas ; a
veces daba á entender haber recibido
instrucciones secretas de perdón , f
aunque semejante conducta me atra*
jera los sarcasmos y murmuraciones
de los soldados, hacia frente con ge*
neroso pecho a' sus venenosas quejaSf
con tal que pudiese salvar alguno*
discípulos de Zoroastres.
»Un dia hallándome pensativo en IIH
lienda por el justo afán de poner tér-
mino á tantas calamidades, conduje-
ron tumultuosamente á mí presencia
a un anciano y ú una joven a quienes
sorprendieran mis guerreros sacrifi-
cando al sol. Mil de ellos atestigua-
ban el crimen ; y por mas que procu-
ré disuadirles de darles la muerte, ci'3
vano mi empeño por cuanto los mis-
141
^os prisioneros me la pedían como
^toa gracia.
— »Hiere , exclamaba el anciano;
c
°nfieso que soy reo del crimen de
Cr
eer que no bay mas que un Dios,
**£ adorarlo en su mas brillante ima-
ften , en aquella ima'gen que se honra
c
°n el primero de los atribuios de la
q|
v»nidad derramando en nosotros lo-
Uíl
suerte de beneficios. Foy reo de
Pensar que este mismo Dios me baya
a
do un alma inmortal que sera cas-
'.v'íílü si se deja dominar de brutales
Pasiones , y recibirá un premio si se
c
°Oserva en toda su pureza: de creer
^ u e este Dios omnipotente ama a los
^pnibres que crió, sufre las calum-
bas de los malo?, y á veces prueba
°fi desgracias las virtudes de los bue-
0s

. Él bace brillar el dia para
i
el es-
Ua
y el persa ; para el sirio y el or-
^ o i o , divididos entre sí acerca del
142
modo de adorarlo: irrítase con '°
fenicios el sacrificarle hecatombe
compadece á los caldeos que se hiO'
can de rodillas ante una serpiente f -
a los habitantes de las riberas del G a**'
ges cuando se bañan en sus aguas p e ^
suadidos de que tienen la virtud "
regenerarles ; pero perdona su ig**0'
rancia , disculpa su superstición . ¿
solo detesta a' los barbaros que mfl''
tratan y persiguen. He aqui mis do?'
mas, he aqui toda mi creencia: hi¿r
y salva a' esta doncella , pues solo y
soy causa de que haya adoptado í:l1'
pura y saludable doctrina/ 9
— »No, n o , exclamó la joven; Jc
soy la que debe morir en vez del àF
crepito autor de mis dias. ; Ah ! 50'
brndo veis que solo le quedan algufl^'
auroras de existencia: ¿que sacafi*^
de manchar vuestras manos en la rí,,r
gre de un anciano que dentro d e p 0 '
145
c
° descansará en la tumba?.... hallo*
^e por el contrario en la verde ju-
v
*ntud, y os ofenderla largo tiempo.
"^volvedcontra mí esos aceros, huir
^dlos en la sangre de mis venas míen-
o s perdonéis la vida a un infeliz que
*0 tiene necesidad de vosotros para
^orir muy en breve. Evitais asi a
Vu
estra conciencia un crimen inútil, y
r
Gun¡s contra quien mas largamente
° s iusulta los tormentos que prepa-
r á i s para entrambos."
»Estas palabras, esta generosa por-
,a
. la avanzada edad del padre, la
Vileza , In juventud , la inocencia de
* hija causaron en mi pecho una emo-
^l°n imposible de pintar, e hicieron
^"otar ardientes lágrimas de mis ojos.
*— »Yo absuelvo á estos delincuen-
^si exclamé ; los destierro de la Sar-
^•cia, y prohibo que nadie los mal-
ote."*
144
— »Lo manda cl rey , gritaron lo*
soldados: binólos entregas á nuesti"0
arbitrio para que los arrojemos en '*
hoguera, eres culpable de alta tra1'
ciou ; y rebelde á las órdenes d&
monarca "
»Estas voces sediciosas circulan de
fila en fila, y va creciendo por lod»*
partes el tumulto. Gefes y soldado*
gritan traición y venganza , y los 53'
cerdotcs de Sardanápalo cubren 1*
hipócrita frente con el manto , y b*'
cen otros ademanes de horror. Ho5'
tigado por ellos, osa un temerario 1$'
yantar su lanza amenazando a la jo'
ven maga , y me arrojo furiosísima
contra e l , y lo dejo tendido á ml>
plantos revolcándose en su prop1*
sangre.
» Retiraos a las tiendas, gr¡t°
con voz de trueno a los revoltoso*1
retiraos, y esperad en ellas el cas*
145
^go de tanta insolencia."
Sin duda había en mí fiereza y en
**i acento algo de imponente y ter-
r í f i c o debido á la protección del
(
-'Ho , pues que aquellos soldados y
c
**pitanes , endurecidos en la cruel-
dad f y cebados con el expccta'culo
^ los suplicios, oyeron sosegadamen-
te mis amenazas, v se retiraron sin
Murmurar a' sus respectivos cuarteles,
^n silencio profundo, hijo del res-
feto ó del temor, reina súbitamente
*** el campamento , y me aprovecho
**Ure tanto de aquella coyuntura
*Vorable para que descansen en mi
l
^nda el anciano y su hija, mientras
escurro un oportuno medio de sal-
arlos.
» Os confieso, ó joven extran-
jero , que la belleza y la dulzura de
a
% lierna Olimpia me inspiraban un
iteres algo mas vivo que la piedad.
146
El movimiento de ofrecer su cabez*
por la de su padre , las lágrimas qllC
bañaban su rostro , y la afectuosa $$'
misión que brillaba en todas sus ac-
ciones , abrieron profunda herida eh
rni pecho» inspirándome la resolución
de morir primero que causarla la n>£'
nor desgracia. Determinado á salvat"
les ó á perecer con ellos , coloqué d*
centinela varios soldados, que supon'3
fíeles, con la prevención de noticia*"
me cuanto ocurriese en el campamefl'
to. Hacia la media noche percibí á 1°
lejos el sordo ruido de un tumulto*
que iba creciendo por grados y aprO'
limándose á mi pabellón. En efecto!
aguijoneados mis guerreros por 1°*
sacerdotes de Sardanapalo y los c*'
pitanes que se hallaban descontento*
de la justa disciplina que les hacia ob'
servar, proferían amenazas de inu^1"
te y exterminio, y alta y osadam*0'
147
0
pedían mi destitución y mi cabera.
*•& vano quisieron algunos apaciguar
"luel desorden: no era fácil reducir
'«'• obediencia á los que se bailaban
amados de un espíritu de ambición
J venganza.
*Hidaspes, el venerable padre de
l i m p i a , bañado el rostro en llanto,
^ arroja eulouces á mis pies, y con
1)5
trémulos brazos ciñe mis rodillas.
— »Vuestros dias se ven amenazá-
is, exclama: el fuego de la sedición
**elve ú circular por las filas, y hu-
j**e& en el vasto campo la estrepitosa
°guera de la discordia. ¡Ab! salvaos;
*Uad una muerte que nos llenaría
^ horror , ó de lo contrario correré*
° s con mi hija á presentar nuestras
*kezas á esos tigres para que respe-
û la del virtuoso adalid que losman-
• Pero mejor fuera que huyeseis con
° s otros, y quisierais participar de
148
nuestra humilde cubana , adonde n°-
llevaría oculta y solitaria senda. Y*'
nid , no perdais momento, ó nos v e
reis perecer antes que esos verdugo*
os hagan la mas leve ofensa."
»Mientrasasi me hablaba el anci*'
n o , Olimpia me arrastraba blanda'
mente fuera de mi tienda. El temo*
de comprometer sus dias queriendo
hacer alarde de una resistencia inútil»
y el imperio que la hermosa maga ib*
cobrando en mí, me hizo ceder á s ^
duplicados esfuerzos. Abandoné pu<?*
aquel desastroso campo, y siguiendo
a' Hidaspes y a' Olimpia , atravesé u*
espeso bosque que nos condujo á cief
ta cabana tan metida en sus revue»'
tas , que desde luego la miré como c*
mas seguro v retirado asilo.
»El hijo de Hidaspes, el hermaflu
de Olimpia , el joven y amable Fora*
min, iba dando vueltas vertiendo
149
Cargas lagrimas en derredor de aque-
ll silvestre morada. Buscaba á su her«
^ana y á su padre , lamentaba su lar-
Jft ausencia , y en cuanto los vio llegar
hozóse a' sus brazos y apretóles ena-
guado contra su corazón palpitante,
^po bien presto de ellos mismos el
Peligro que corrieron y cuanto luce
»° para salvarles : vuélvese entonces
*cia liií, arrójase á mis plantas, bé-
"n».• las manos , las inunda en llanto,
' **o cesa de darme muestras de un
Zatico agradecimiento. Enternecido
1
ver su inocencia, su alegría y los
*bciosos vínculos que unían a' aque-
j * familia en medio del desierto, lo
Va
nto , lo abrazo y resuelvo pasar
te dias entre Olimpia , Farasmin é
. ,(*aspes, y profesar una religion que
s
piraba con tal vehemencia los mas
'Ces y sagrados deberes. Suplico al
c
tano que se digne instruirme en la
11
150
sublime moral de Zoroastres y derr**
mar en mí corazón la semilla de un**
virtudes tan puras y respetables.
— »Nuestro culto , respondióme
es muy fácil de comprender. No tfe'
ne misterios, no tiene geroglificos &
ceremonias secretas; sus máximas tcc'
5
tificait el juicio , y se hallan sus ley«
en nuestro propio corazou. ¿Veis e$*
sol , antorcha del mundo , padre ó*
la naturaleza y bienhechor de la l¡£f#
i a , sin el que sería estéril e infecti**
da; ese sol , amigo mió, que nun**
cesa de vivificar y producir? puesad'
mirad en él el emblema de Dios , '*
representación de su poder , el sím*
bolo sobre todo de su infinita bondad*
No es que adoremos al astro del o1'1
sino que lo veneramos como la imag^
del Criador : be aquí nuestro pr¡m^r
dogma. Por lo dornas, amar este $e*
tierno y bienhechor , temer su jus*1'
151
:a
) confiar en su misericordia , culii-
?*r la lierra , hacer bien a los boin-
a s , sea cual fuere su creencia v sus
píos, y en la duda de si una
fcion es buena ó mala abstenernos
e
cometerla , son los preceptos de
ü
estra moral, el código de uueslros
oberes. »
Adtpîrado quedé al oir discurrir
Hl|el anciano con tanta sabiduría y
a
geslad. Una creencia tan sublime
Rencilla , una creencia que mandaba
» *°s perseguidos corresponder con
o f i c i o s á la rapacidad y al odio de
s
tiranos ( 1 ) , me pareció la linioa

. j Hemos consultado con personas rcjpc-


L. •• por su ciencia y su piedad , si podia
y * r , e semeiaute máxima en la moral de
^ ° ' * t r e s , y nos han dicho que cfecliva-
, u r c la conocieron los antiguos , como se
° r c de Sócrates y E p i c i c l o , y que ci d i -
152
digna del verdadero Dios, y que Hc'
vase en su carácter las señales de re"
velación y pureza que debian disti*1'
guir la religion verdadera. Mi cora*
¿on fue seducido por la ternura &*
sus máximas y deslumhrado mi enteD'
dimiento por el resplandor de sus vi*"
tudes. Abracé en fin una religion pt°'
fesada por almas tan inocentes, p£r'
seguida de pueblos tan sanguinarios)
corrompido.-.
Desde que fui mogo ya me entfG'
gué sin el menor escrúpulo al am°r
que me inspiraban las seductoras gr**
cias de Olimpia. ¡Ali! la adoré con ,r '
resistible impulso , y solo vi en el'
un ser celestial descendido á la tier«*

vino precepto desconocido de ellos, rcVC


do i las gentes por Jesucristo, fue el de °
por los mismos verdugos que le cscaru<.'c
y maltrataban.
155
tora rasgar el velo de mi superstición,
* enseñarme á venerar al Criador del
"diverso. No pudiendo ya resistir la
ciencia de mi pasión, arrójeme á las
Mao tas de Hidaspes y pedile la mano
i e su hija. El anciano calló inclinando
a
Cabeza sobre el pecho á guisa de
Hambre meditabundo y melancólico:
jjumpia se puso pálida , y el amable
Yasmin lanzándose en los brazos de
j padre rompió el silencio que guar-
damos , apoyando mi pretension y
aplicándole que satisfaciese mis de-

*"*• *>¡0 Hidaspes ! exclamaba : vir-


.. S o y sabio Hidaspes, vos la debéis
, e$te ilustre capitán que todo lo aban-
tó por amarla : él salvo sus dias,
v
ó los vuestros, y lo que aun es
**si hizo que quedase limpio el honor
'* reputación de entrambos. Os pi-
> exijo de vos que accedáis á su
151
ruego , pues seriamos unos ingrato5
si fuésemos capaces de desoírlo.*'
Ilidaspcs v Olimpia quieren habla1*'
pero Farasmin vuelve á echarse &
sus brazos y los inlerrumpe á fue»'**
de caricias.
— »Amigo mió, me dijo, amad0
bienhechor nuestro, Olimpia ya *
tuya, recíbela de manos de su h&'
mano como un premio digno de t
virtud, y la recompensa debida ¿ l
noble proceder."
Asi diciendo, toma la mano de
pia y la junta con la mia : fija en *l
amabilísimo semblante enterneció^
miradas, y aun parecióme notar <ll,#
hacia esfuerzos al efecto de reprii*11
amargo y copiosísimo llanto. Ta*1*'
bien se esforzaban Hidaspes y su M
para que no echase de ver las lag*1'
mas que eslabau próximos á derf*'
mar : les pido la causa de ellas, m c '*
155
Multan, y solo las atribuyo al reçu er.
^o de algun amante que Olimpia hu-
biese perdido en el furor de la persc-
c
Uc¡on. No me atreví por delicadeza
y por cariño á repetir preguntas que
pudieran parecer indiscretas , y apar-
ando de mi imaginación cuantos re-
c
elos perturbar pudiesen la tranqui-
l a d de mi espíritu , no pense en otra
c
osa que en ser feliz , y admirar las
Virtudes de la virgen que me iban á
entregar.
Asi que brillante y puro salió el sol
Por los términos de nuestro horizonte
r
ec¡bí la bendición paternal de Ilidas-
p£s, y jure postrado ante el astro res-
plandeciente ser fiel á Olimpia y no
Perturbar con ultrajes, infidelidades
y sospechas, el inocente curso de sus
días. Farasmin , que había adornado
Sl
* frente virginal con guirnalda de
Somáticas flores, el tierno Farasmin,
156
a quien debía toda la dicha de aquC
Hos momentos , desapareció de la c*"
baña en cuanto Olimpia estuvo pro'
xima a' pronunciar el sagrado voto dc
amarme siempre , y respetar mi au#
toridad. En valde recorrimos buscan*
dolo por aquellos deliciosos bosques;
en valde hicimos que repitiesen Si*
nombre los ecos de aquellos valles;
mi hermano uo volvió á parecer, y si*
repentina ausencia convirtió en dia d<?
luto el que estaba dedicarlo ¿ la sagra"
da celebración de nuestro himeneo.
En las auroras siguientes coi rí nut"
vamente las selvas, subí hasta la cuín*
bre de las montañas mas altas , visite
los huecos de sus cavernas , extendi-
me por las riberas de rios desconoci-
dos , y en parte alguna pude hallar
las huellas de aquel desdichado joven*
Su padre y su hermana lloraban de
coutinuo la soledad de su ausencia , y
157
°Curriéndosemc que lo hubiese arre-
batado de nuestros bosques alguna le-
8*00 pasagcra de sa'rmatas , quise vol-
v
Cr a' su campo para pelear y exigir*
*° , para morir ó libertarlo. 11 ¡«hispes
y mi esposa me detuvieron , y aun me
^andarou no hablar mas de aquel in-
,e
'iz que formara en otros diasla de-
'feia de todos.
^-»Con vuestros proyectos, decían,
*plo lográis agravar un mal que ya no
l,
ene remedio. ¡Ah ! ¡ no pronunciéis
^ nombre : sin necosidad de repetir-
0
se halla demasiadamente grabado
0,1
nuestro pecho !"
oías felices y pacíficos, llenos de
^ c i o n , de amabilidad y blandura,
lasaba vo entre tanto al lacio de mí
u
Icísima esposa. El ejército devasta-
°r de los sármatas se habia alejado
e
*quel solitario recinto ; los magos
ےl)
pezaban á respirar, y lodos mis
158
pesares consultan en ver que una la0"
guides consuntiva marchitaba la flö*
reciente juventud de Olimpia. En v*#
no le pregunté diversas veces el of|#
gen del secreto pesar que interior*
mente la consumia , pues me lo ocul'
laba ni paso que mostraba agradece
el afán de tenerla contenta y darla '
todas horas nuevas pruebas de ine*'
tinguible carino.
Una tarde se presentó a la puerta
de la cabana un negro medio desnuda
pidiéndonos la hospitalidad.
—»Yo soy mago , nos dijo : si b\&
criado en los remolos paises de 1*
Etiopia cono/.co los ritos y la sagrad«*
lengua de nuestro Legislador divino»
Nací en la esclavitud ; perdí en los de-
sastres de la última persecución a m1
amo, que me amaba como si fue$c
hijo suyo, y en medio de mi dcsatn'
paro vengo á entregarme á vosotros
159
Para que me recibáis en vuestro ser-
v
*cio. Aceptad mi ruego , y os ofrezco
encelo muchomascoustante vafectuo-
Soque si me hubieseis comprado en los
Cercados de Hierapolis ó de Nínive."
Estas palabras, pronunciadas con
s
Onoro metal de vo¿, nos interesaron
• favor de aquel desgraciado. Ricibí-
^osle para que nos sirviera ; prodi-
gárnosle consuelos para templar sus
dolores, y nunca ha habido esclavo
tan celoso de los bienes de su dueño,
toi amigo tan solícito en prodigar a'
Otro amigo toda suerte de atenciones.
Siempre siguiendo mis huellas ó las
^e m¡ esposa, solo se juzgaba feliz
Pediendo manifestar á entrambos lo
ardiente gratitud de que blasonaba.
Cuando no se ocupaba en servirnos,
0 le rogábamas que tomase algun des-
c o s o , metíase en lo mas intrincado
de la selva, donde le sorprendí no po-
160
cas veces vertiendo abundoso llanto»
Su salud agotada con tantas vigilias y
aflicciones , iba cediendo a cierta en*
fermedad oculta, que ajaba y des*
truia su florida juventud , mientras
que la de Olimpia iba manifestándose
también mas delicada , sobre todo
desde que llevaba en su seno el pri'
tncr fruto de nuestro carino.
Viéndole marchitarse como una flor
delicada, redoblaba el esclavo con
ella sus atencioues ; pero no siendo!*?
ya posible al cabo de algunos meses
resistir a sus propias dolencias, echó-
se en su estera, y tuvimos la deses-
peración de verle estenuado y mori-
bundo. Lo amaba como si fuera hijo
mió , e hice por lo tanto los mayores
esfuerzos para volverlo a la vida. Ast
se lo decia dándole esperanzas en or-
den a' su mal, que estaban muy dis-
tantes de mi corazón ; pero cuando
161
Se
convenció de que lodo era inútil,
* iba va locando al término de su
K
<)r
eve carrera , suplicóme que me
Cercase con Ilidaspes y Olimpia a'su
fecho, v di rigiéndome la palabra, con
V
OJ¿ trémula v débil rne habló de es-
** manera.
— »Metrobates , querido Metro-
bates, yo soy el desgraciado Faras-
tnin."
Al oir esto lanzanse Ilidaspes y mi
esposa á sus brazos , é inundan su
Varíllenlo roslro con un diluvio de
'¡¡grimas.
— »Calmad vuestro dolor, prosi-
guió con desmayado acento : pocos
^omentos me restan para hablaros;
ö
o los empleemos en vana y estéril
aflicción. Yo amaba ú mi hermana , ó
Retróbales : nuestra ley nos permite,
y basta prescribe estos matrimonios,
*** los cuales los sentimientos del
162
amor se confunden con los de la na'
luralc¿a: debía ser esposo de Oli»1"
nia.... no veia mas universo ni feliç«'
dad que la que me prometían su vif"
lud y su belleza.... ¡ ab ! entonces so
la pedistes á Hidaspes, y no vacila
en cederla ul que salvó su virgin»'
candor, y los sagrados días de mi pa*
drc ; pero el cuadro de tu felicidad
érame sobrado aflictivo para que pU'
diese resistirlo, y resolví en conse*
cuencia buir de la cabana paternal-
¡ Ay de mi ! esto era no couocerme *
mi mismo ; esto era ignorar que lejos
de Olimpia me seria imposible vivir-
Quise volver á verla sin ser conocido
de ella, sin exponer su virtud, sin
aumentar su dolor , reconociendo en
mí al objeto de sus primeros amores.
A fuerza de discurrir, y de varia*
tentativas , hallé una raiz cuyo jugo
ennegrece la piel con tanta fuerza
163
^cno la de los habitantes de Etiopia,
"'cela experiencia, y no puedo pin*
*ros la alegría que tuve al conven-
i r m e de que por este medio podia
Vl
vir junio a mi querida hermana sin
^esgo de ofender su pureza, ni dar
Jörgen á su amargura. Nadie ha sa-
mi secreto, y aun había resuel-
*° llevarlo conmigo al sepulcro ; pe-
1,0
cuando ha llegado el momento de
e
scender a e l , no he tenido valor
P*ra sufocar el deseo de que Hidas-
P^s abrazase a' Farasiniu , y Olimpia
estrechase una vez a' su hermano con-
ra
su palpitante corazón. Adiós, ó
Retróbales, adiós, padre mió, adiós,
lú a' quien tan tiernamente adoro
e
sde los dias de mi niñez ; tú por
Hl*ien no me ha sido posible vivir, y
^úcn cousait o no obstante hasta
-:~ "
•ni úiti ino suspiro,
^'¡o, y espiró : Olimpia perdió el
164
uso de los sentidos , y su anciano p a '
dre sosteniendo cou sus manos la Ie5*
la fria de Farasmin, guardaba soi*1'
brío y desesperado silencio.
Enagenado y entiislecido socorrí*
mi esposa y consolé á liidaspes; p ^
ro el dardo que acababa de herirte5
iba empapado en un veneno sutüt
que bacía vanos mis esfuerzos. Poco*
dias sobrevivió al fallecimiento de &
liijo, mientras la melancólica Olimp1*
solo parecia alargar el liilo de su exi''
tencia para dar á luz el niño que HtV
vaba en el seno. Os confieso que *l11
embargo del deseo que tenia de S&
padre, temblaba al acordarme de qu'-
ai llegar este terrible y suspirado ni0*
mento faltaria para mi esposa el únt*
co alíenlo que prolongaba sus dia*
Al fin dio a luz una niña que la ma00
trémula de liidaspes no pudo ya beo*
decir, r Ab! las lágrimas de su inadr^
165
u
*ron las únicas caricias que recibió
" nacer, lagrimas que le daban un
l,
erno adiós de parte de aquella , á
í^ien debia el funesto don de la exis-
e
ücia. En efecto : pocos dias después
limpia fue á juntarse con su padre*
*° mismo coloqué su cadáver frió jun-
|° al del anciano Hidaspes , quien se
^Uó Je este modo en medio de los
^°s hijos que tanlo había querido. No
l^deis figuraros las dulces palabras
H^e me dijo antes de espirar, y las
bridas que prodigó al desgraciado
ru
to de nuestros amores: abrazóme
^° r la última vez , y murió dando be-
f°s ú su hija y pronunciando con voz
/^eligible apenas los amados noni-
re
s de Hidaspes y Farasmin.
, i Cuan triste es , ó amigo mió , ha-
, ars e uno de repente en el mundo
Xtl
padres que le halaguen y sin ami-
S°s que le cousucUn! Al verme des-
12
166
esperado y solo en la desierta cabaö
donde disfrutara de tanto delicia, do»1'
de me salvé con Hidaspes del furOf
de nuestros enemigos y recibí la fli*'
no de una virgen celestial , estu*1
tentado de poner te'rmino á mis d¡*5!
lo que no hubiera dejado de hacer*
los sollozos de mi niña y el eco de •
venerable voz de Hidaspes, que a*»1
resonaba en mi corazón , no fortal*'
cieran en mi pecho los preceptos *'
la sublime religion que profesaba; t*
ligion que adopté en el desierto,;
por la cual me lo habian sacrifica^
lodo Olimpia y Farasmin. Mi hija 0
cesaba de llorar : una cabra le da»*
leche, mientras yo hacia lo posib*
para que no echase tan a' menos '*
caricias de aquella infeliz que ya cl
en el sepulcro. Sin embargo del co$'
suelo que recibía cada vez que visü9'
ba este sagrado y tillimo asilo de *lP
167
ßracias y virtudes, wo pude soportar
Por largo tiempo la vista de aquella
Iguana , que me parecía sieiii[>re ha-
rtada por los plañideros manes de
* benéfica familia, cuya inalterable
r
*nquilidad por desgracias imprevis-
ts habia ido a' turbar con mi pre-
deia.
lili dia pues seguido de la cabra
i^e mantenia a mi niña, y llevando
este ser inocente sobre mis horn-
l o s , abandoné aquel desierto y diri-
o' mis pasos al pais de los armenios.
**ra mi proyecto dejar las regiones
°1 Asia , en que Sardanápalo habia
Presto precio a mi cabeza, y dirigir-
le
bacia la Europa para buscar asilo
J* los pueblos hospitalarios de la Ore-
• ó de la Bélica. Embarqueme 1 le-
*do de esta esperanza en un bajel
nicio que salia de Tiro para las co-
gnas de Alcides; pero la m¡¿ma
168
desgracia que me habia perseguid0
en los postreros años de mi vida, »|l'
zo que naufragase el bajel en lasco*'
tas asiáticas cuando mas me conven1
alejarme de ellas. En medio de 1°'
horrores de aquella tempestad vi p c '
recer sin poder salvarle el fruto ^
mis uniros amores, al delicioso &'
cuerdo de la malograda Olimpia. **
valde me arrojé á las ondas para d^'
putarlcs aquella inocente vida; **
valde respondí con mi desesperació
y rabiosas la'grimas a' sus infantil
clamores ; yo mismo hube de verCO
mo el mar la devoiaba , como á \cC&
la volvia á echar hacia mí, y de n^*
vo la engullía al figurárseme alca**'
zarla con mi brazo. Los que connue
se salvaron del naufragio huyerorf °
¡í
un padre desgraciado , que pare*'
atraer sobre su cabeza la fulmina*1
rdlera del Altísimo. Vime nuevam^
169
** desamparado y aburrido sin un re-
c
^erdo halagüeño que embalsamase la
***gustia de mi corazón , sin una es-
Nranza leve que animase mi desa-
cotado espíritu , ó diese rápido colí-
melo al cúmulo de males, que ya me
^bian transformado en un ser indó-
mito, suspica¿ é iracundo. ¡ Ah ! no
s
*beis de cuanto me sirvió la voz ati-
e s t a de la religion de Hidaspes y la
^oral de las máximas de nuestro Le-
Salador divino. Volví á mi antigua
c
*baüa para orar otra vez sobre la

mba de mis amigos , y disculparme
c
0n ellos de no llevarles la bija de
limpia , no menos infeliz que la her-
bosísima mnger ¿ quien debiera la
e
*istencia. Visitó aquellos lugares; in-
v
°que los manes de mi esposa , y salí
e n
% busca de un sitio retirado y de-
8Íc
rto donde acabar misdias. Después
^ muchos rodeos discubrí desde la
170
cumbre de alta montana las ruinas d e
esta ciudad incendiada por Alejandro-
El cuadro de unas destrozadas p ,c *
dras que indican de lejos al pasagefO
la vanidad de las grandezas humana*«
y el copioso raudal de lágrimas 4 u e
vierten en cada siglo los pueblos d*
vilizados de la tierra , minoró algl,lJ
tanto lo acerbo de mis pesares, í
sugirióme el pensamiento de fijara
arjui, considerándome á mí misniO
como un ruinoso fragmento de la es*
pecie á que pertenezco. El esclavo
que veis es hijo de otro que ya m^'
rió v se habia votado á mi servie»0
por baberle salvado la vida. Al esp 1 '
rar encomendóme a este joven, suph'
candóme para el la misma ternura y
paternal cariño que habia manifesto'
do á su padre. La caza de estas sel-
vas , la pesca del cercano golfo , y Ia5
obras de escultura que fabrico y ven-
171
^mos a Jos mercaderes que atravie-
s a por cl camino de Babilonia, su-
ra
gan lo necesario a' nuestro alimen-
l
° , y nos aseguran la independencia,
í^e, después de la moral de Zoroas-
*res , es el mayor bien de que disfru-
t o los hombres.
"Tal es, sabio extrangero, la reía-
Clon de mi vida : aprended en ella
ÍUe no hay consuelo como la virtud,
111
religion como la que la inspiró con
**nto fervor rí Ilidaspcsy á sus hijos,
y calmó la negra desesperación del
perseguido Metrobates."
Atónito estuvo el sacerdote egipcio
escuchando las palabras del anciano
de las ruinas. Creia dispertar de un
letargo viendo que hallaba entre
aquellos mudos escombros la doctrina
Sue habia buscado en valde por las
ciudades mas florecientes. Levantóse
^e su asiento , y dirigiéndose á Metro-
172
bates diole gracias por lo que le oca*
haba de referir , y suplicóle se digo*'
se instruirlo en la moral del mas aD"
liguo y sabio legislador que había**
tenido los hombres (<?).
— »Hijo mió, respondióle el ancia*
no : la moral que me pides es brev^
y sencilla : ya te he dicho que se eo*
cierra en esta máxima : reverencia*
tu Criador, y cuando estes en l*
duda de si una acción es buena o
mala , abstente de cometerla. Cotf
todo, yo te dare' los principales pre*
ceplos de Zoroastres escritos en hojas
de papiro, cual los heredé del vir-
tuoso Hidaspes, y he conservado
siempre como un precioso depósi-
to {/). Pero mi vida toca ya a'su tdr*
mino final, y seria lastima que tan sa«
ludables máximas quedasen sepulta-
das con mi cuerpo en el polvo de es-
tas ruinas. Tú los enseñarás a' los hom*
173
bres , y acaso sea útil su doctrina ú los
^Ue distraídos con el popular estruen-
do de las ciudades se olviden de cjue
^fcü nacido para honrar la virtud y
amerarse en cultivarla. Pero la luna
v
* declinando hacia su poniente , y a-
Penas la moribunda luz con que baña
*stos sepulcros deja distinguir a' mis
c
*nsados ojostusagradables facciones,
Entra en mi cabana y procura conci-
liar en ella el suave reposo, que se
encuentra con mas frecuencia á la
Sombra de un techo humilde que bajo
*1 dorado artesón de los alcázares."
Entraron en la cabana y descanso
Asmolan de las pasadas fatigas. No
Podia comprender como un hombre
del rango de Metrobates habia tenido
bastante resolución para eternamente
sepultarse en el rincón de un desierto,
Y admiraba el poder de la moral do
Xoroastres f á la que sacrificó el anti-
174
guo general de los sármalas su opu*
leocía , su decoro y esperanzas. AD*
tes de acostarse dio gracias a la dios*
protectora del Egipto de haberle ins-
pirado la rcsplucion de recorrer la*
ruinas de Perse'polisy de haber halla*
do en ellas el tesoro de la sabiduría y
el ejemplo de la virtud. Varios diaS
pasó en compañía de Metrobatesoyefl'
do sus lecciones y haciéndole mil pr£'
guntas , tanto concernientes a la filo'
sofia zoroastrica como á la historia de
los suntuosos templos y magníficos se-
pulcros que se elevaban medio des-
um roñados por aquellos inmenso*
arenales.
— »Los hombres, decíale Metroba-
tes, han halagado su propio orgullo
edificando sólidas y espaciosas tum'
bas y cual si las generaciones venide-
ras hubiesen de respetar los esquele*
los encerrados en ellas. Calculad cuan*
175
*o hubiese ganado vuestra patria si en
v
<*z de las colosales pirámides que se
admiran en sus llanuras dedicara sus
hijos a' empresas de notoria utili-
dad (#). Cuando vemos por tierrales
-taperios que amenazaban extender
Su dominio por todo el globo, ¿habrá
quien pueda lisongearse de que sea
eterno el mausoleo de algun sátrapa
desconocido? ¡ A h ! si visitasen los
r
eyes y los grandes señores el polvo
de estas ruinas , no tendriau mas nor*
toa que la virtud , mas deseo que la
felicidad de los hombres. He aqui la
Sagrada ley que diviniza el carácter
del magistrado; he aqui la respeta-
ble base que perpetúa su autoridad,
suaviza su yugo , hace imponente su
justicia y legítimo su poder."
— *Segun esto , preguntóle Asmo-
lan , no aprobáis los subterráneos la-
berintos donde se celebran los terri-
176
bles misterios de la iniciación ?"
— wXo por cierto , repuso el anci*"
uo , a' menos que aprendan en ellos
los secretos de la astronomía ó ciencia
de la divinidad por medio de alegoría*
brillantes que despierten en sus pe'
chos la admiración, y engendren üfl
saludable terror en sus corazones. Pot
lo demás la religion verdadera no de'
be ocultarse en subterráneas cuev**
ni divertirse con la timidez de sus prO'
sélitos sujeta'ndolos a' pruebas capri'
diosas y fantásticas, á menos que &
vea perseguida de poderosos monaf
cas. La fantasmagoría de tales apara'
tos fuera muy del caso ¡»ara sosten^1'
la maquina de una secta inventad3
por la ambición y aplaudida por l''
egoísmo. Ahora con respecto al culi 0
que prescribe el mismo Dios , tanto
debemos admirarlo por lu sencillez f
la purezcide sus preceptos, como por
** bien general que respira en todos
e
Hos. Cuando os pregunten los sa-
cerdotes egipcios qué fruto «measteis
de vuestros viages, respondedles lo
^Ue os he dicho al principio de nucs-
*ro encuentro : que la divinidad se
honra con la clemencia y la justicia;
Spiere que sea la inocencia mas bien
^Ue la sangre impura de las víctimas
e
* homenage respetuoso de los hom-
ares , y que les impone el deber sa-
C|
*o de practicar las virtudes hospita-
larias."
Ásmolan recogió las máximas de
^•oroastres j r pidió a' su huésped la
bendición y el ósculo de paz. Metro-
^ t e s lo abrazó con lágrimas y le re-
c
Ornendó que honrase al Legislador
?* las gentes publicando aquellos sa-
bios preceptos. En vano quiso Asrno-
|Q& persuadir al antiguo general de
0s
sármatas que abandonase el de-
178
sierto y se volviese a vivir entre l°*
hombres. Metrohales rehusó tena*-*
mente los ofrecimieutos de su hueS'
ped :
—»El hombre, decíale, es como ui>a
flor que apenas levanta el capullo c<>0
el rocío de la aurora cuando el ardo**
del sol ya la marchita , ó el viento o*
la noche la destruye. Si el destino os
trajese otra vez ha'cia las ruinas «£
Persépolis, no olvidéis la tumba d**
anciano á quien sois deudor de lo ítt*5
precioso que poseen los mortales-
Adiós , amado Asmolan ; volved *
vuestros templos , volved al colega
de los famosos sacerdotes del Egipto
y edificad allí en memoria mia ufl*
cueva ó Mithra (A) para que se cuse'
fien en ella no solo los dogmas de 1*
religion , sino el principio y base <*e
jas ciencias , según os he dicho que 1°
practicaba nuestro profundo maestra
179
Lleno de religioso respeto , é hir-
i e n d o en sentimientos de admiración
? gratitud, separóse el filósofo del
aciano mago , y volvió á dirigir su
^ m b o hacia las arenas que dividen
' a Palestina y el Egipto. Durante el
'argo viage no hi¿o mas que meditar
*as máximas de Zoroastres , y recor-
dar las luminosas ideas que le comu-
n,
có Metrobates acerca de la ciencia
*ïue embebe las fuentes de la verda-
^ r a sabiduría y de todos los conoci-
mientos humanos (1). Los sacerdotes
^ e Alejandría y de Menfis hallaron
er
* é\ un companero sabio y medita-
bundo , en vez del discípulo ardiente
lr
**pctuoso. Oíanle con admiración,
°nsultábanle con frecuencia , y des-
c r í a n en su doctrina cierta unción

!
L i asi ron om i i .
180
inexplicable ; cierta armonía cele5*
tial y misteriosa, cuya causa intent»'
ron vanamente descubrir. Semejan**
embeleso procedia de haberle enS^'
fiado Zoroastres que solo hay ü**
Dios que rija y dé impulso al univef
o , solo un sentimiento que nos b*'
ga felices en realidad , y solo V*f
ciencia que venga á ser como la pl*'
mera entre todas, laque las cor*1'
prenda , rectifique nuestro juicio
ilumine nuestra razón , v nos hag*
admirar esta sublime y armonio**
correspondencia del mundo físico y e
mundo moral. Asmolan fue el <\V*
empezó a' publicar en el oriente est*5
ideas , que primero sirvieron de b*s
á las sabias declamaciones de Hier 0 '
fantes y demás sofistas de la escud*
de Alejandría ; y pasando después
la Grecia, fundaron los mas celebra
sistemas, y prepararon la bella ß'°'
181
s
°fi'a que resplandeció mas tarde en
j^ceron, Marco A u r e l i o , Lucrecio y
hirió. Cuando los sacerdotes Chip-
is .
^ s , embelesados a la luz de las e v -
ocaciones de Asmolan, le pregunta-
a
n dónde habin ido a recoger las ba-
es
elementales de su sabiduría , y á
e d i t a r el asombroso sistema que
as
gaba el velo a Î.» madre Isis ; sis-

íia «ne hacia reconocer en un solo
O|
os el alma del m u n d o , la felicidad
e
* corazón en la templanza de la
,r
tud f y el secreto de las ciencias en
s
revoluciones y movimientos de
°s astros (i), respondíales casi con
Snmas : solo hallé al hombre sabio
J
virtuoso meditando e n t i e sepulcros
y . . i
J V|
vicndo bajo humilde cabana en
. c dio de ellos. ¡Ah! si deseáis las
. giraciones del genio , si aspirais a
I C r en las estrellas y á despreciar
s
Vanidades del m u n d o , no os en-
15
182
cerréis , o amigos míos, en las org11
llosas ciudades de Alejandro y Ae$e
sostris, atravesad las arenas, pen e
trad por el desierto , y corred par
meditar en estas cosas a' las solilar|íl
ruinas de Persdpolif.
X O I A S.
N • ,
-L- i o por vana ostentación de
ilustrar csla traducción del
señor Wilson le añadimos las
notas que van á leerse y sino
porque las materias de que
trata, ó los objetos por me-
jor decii á que alude, piden
algun comeiilo para lectores
poco versados en antiguas ce-
remonias y costumbres. Ade-
l a s ; estamos persuadidos de
^ue nunca es inútil manifes-
tar las ideas que puedan con-
tribuir á dar luz acerca de
>untos dudosos, y vidas de
{îombres célebres de la anti-
güedad, aunque se haga con
cierto amago de crítica , v no
dando fácilmente crédito á lo
que nos dicen los historiado-
res modernos.
187

(a) Página 115, linca 2.

ASMOLAN.

^-^V-unquc el culto de la diosa Ishct


"ó ¡sis era profundamente respetado
"de los egipcios desde la época mas
*reino!a con todas sus prácticas ló-
bregas y supersticiosas , un sacerdo-
t e de Menfis llamado Asmolan, des-
p u é s de haber viajado por A>ia con-
sultando a los bracmanes de Indias,
*a los filósofos de Grecia , y á los
)>n
*agos de Persia , lo reformó con
*lanta penetración y pulso, que se
"atrajo la admiración de los pueblos,
*y el reconocimiento de sus colegas.
188
# •

M Las nociones astronómicas adquirí


»ciasen sus v i a g e s , l c proporciona*
»ron medios de dar ÍÍ esta ciencia e^
»las escuelas de su pahia el lustre y
»maravillosa opinion, que se grange**
»posteriormente con aplauso en la*
»academias de Atenas y en los obser*
»valorios de Kabiiouia. Desde entofl"
»ees las dan?as , las fiemas pública5f
»y hasta las horrorosas pruebas a qu e
»se somelian los iniciantes , tuvieron
»ingeniosas alusiones ú los variado*
»fenómenos del sistema planetario*
»Creíase generalmente que Asmóla**
»debia los mas preciosos arcanos d¿
»su saber a los manuscritos de cierto
»mago que halló en las ruinas de Per*
»sépolis."
Orígenes contra Celso,
número 19.

He aqui las noticias que da O r í g c


189
fces con respecto a este astrólogo ton
l l e b r e en los liceos de Alejandría, á
tyiien debió Tolomeo los fundamen-
tos de su luminoso sistema.

(¿) Pagina 115, linea 11.

INICIACIÓN.

Inútil seria repetir las ceremonias


^ e las iniciaciones egipcias, puesto
c ,,
l e célebres autores han hecho de
e
H»s la descripción mas acabada y
ariosa. Hállanse particularmente en
,a
obra titulada Seikos , tan llena de
a d i c i ó n y criterio , y explicadas aun
1,6
manera mas sabia, original y atrae-
ly
a en el inimitable Epicúreo de To-
^as Moore. Nuestros lectores pueden
c
°nsuhar estos libros escritos por va-
i n e s profundamente versados en las
tácticas, supersticiones y ritos de la
190
docla antigüedad, que examinaron
en largos y estudiosos viajes lo W|5*
mo que leyeran en los autores, y quC
habían de presentar sus trabajos ant*
pueblos viajadores, estudiosos y cul*
los.
De consiguiente no vamos a' ente'
rar al lector de las terribles prueb**
á que .sometían los sacerdotes de Is**
ú cuantos aspiraban á la palma de K1-"
iniciados: nos ensayaremos hablando
de tales ceremonias como críticos, y*
que tantos han desempeñado ante*
la difícil atribución de historiadores*
Acaso no seria del lodo errado bu*'
car el origen de semejantes misterio*
en la misma flaqueza de espíritu*
que ha creado en lodos tiempos W
sociedades ocultas. La inclinación la**
»

natural a' los hombres a reunirse , *


distinguirse de los demás, y a poner'
se en estado de defensa les sugirió lu
191
ü
e
* de eslas privadas asambleas co-
r d a s con denominaciones diversas,
diferenciándose unas de otras por
.e(*!o de misterios, geroglíficos , y
Cr
ta serp'on/.a <Je fórmulas, que al
j,llcip¡o causan gran ruido, y caen
i fiu en absoluto desprecio. Por lo
.n»as puede con harta razón sospe-
,%l*pse fiue los serofantcs de Samo-
. C| a, Isis, Oi feo y Cércs Eleusma,
j *!* tan poco dignos del estudio del
^° en cuanto a las privadas ccre-
0|,
a Us de sus misterios , como lo es
> e ' dia examinar el agua de Zem-
** (i) , la moda de cortarse el pelo

y l W o sagrado íjue se halla en el


b Pío de la Meca , del cual beben los
V f * f*> *

j 6«"iuos musulmanes mientras resi-


v , tu U ciudad santa. Los naturales
* árabes destinados al servicio del
192
cual lo mandan los Wehabis (1)
siete vueltas en derredor de la C* •
ba (2), y la práctica de los viajc5

templo venden el agua á los e x t r a e t


ros , apostándose para ello en los J1*
jes mas públicos de la ciudad , ó T*
riendo sus calles. t
l Sectarios del reformador
wchhab , cuva áspera y severa
seguían los beduinos. A principi 0 * >:
este siglo tenían consternado al
de la Meca , y hasta la carabana 8 r
de cjuc se reúne todos los aîîos cu
masco, y recoje los peregrinos de c "
tas naciones musulmanas hay en 1& i
ra para ir á visitar la predilecta ci u
de su falso profeta. *
i Torre cuadrilátera , edificad*
1 \(r
medio del templo de la Meca y &**
ti
ta de un gran paüo obscuro, que cou
. 193
5
Montañas de Safa y de Merúa (1).
Lograron sin embargo aquellos mis-
r|
os cierto prestigio mientras fue
r
lo el número de los iniciados ; pero
, *«do se prodigó el sello de la ini-
ciem á nobles indistintamente y a'

N i.
» 'a piedra ntgra , objeto particular
l **> veneración de los musulmanes.
. ' Peregrinos dan siete vueltas en der-
°r de esta torre, pronunciando cier.
. c *cl am aciones v observando di feren*
* Pract icas supersticiosas.
; * Dos coliuas que se elevan en el
I r ior recinto de Ja Meca y recorren
,j P C r e grinos mahometanos practican-
j. 'Sua lm cute diversas ceremonias y
*ft S* ' c " n s o r ü s u profeta y tuvo,
c. °u sus sectarios , muchas rcvela-
es
del cielo en urden al establecí-
ni r»
lo
y la propagación de su ley.
194
plebeyos, ¡í hombres virtuosos y
hombres corrompidos, á ignorante',
á sabios ; no hubo quien los acatas^
tuviese en algo, así como cebó la cO
sideración que se grangearon los &*
roñes de Alemania desde que hor^.
guearon en el mundo los barones d
sacro imperio.
Era crimen de gran cuenta reveja
el secreto de estas asambleas relig1 .
sas; secrefo de bien poco atractivo
se considera cuati pronto degenera**0
en sociedades de ignorantes y pre*u
midos , dirigidas por charlatanes <r
pretendían los honores y el asc^1
diente de interpretes de la diviniu*
Los atenienses condenaron ú muer
i Diagoras por haber gastado alg*'11
chanzas acerca del himno de
y según Aristóteles estuvo Esquila
pique de ser apedreado por solo v®
correr un tantico el velo á las b e "
195
Quería de la iniciación eleusina en una
desús tragedias.
Kn cuanto a los que pretenden ver
^d¡cada la descripción de ellas en el
'¡bro sexto de la Eneyda, desearía-
mos reflexionasen para salir de su er-
r
0r, que Virgilio vivía bajo el reioa-
^o de un príncipe que juntaba á sus
v
or¡as hipocresías la de querer pasar
P°r iniciado y clemente. Asi es que
Horacio, su favonio, mira semejante
^velación como un sacrilegio :

^ciabo qui Cereris sacrum


^ulgartt árcame , sub iisdem
^ trabibns , vel fragilem mecum
S
oli>at phaselum.

Aña'dase á esto que la sibila de Cu-


n as
* , el descenso á los infiernos ¡mi-
l (,
* ° de Homero, y la hermosa pre-
d i o n de los Césares y del imperio
196
romano, no llenen referencia á lfl5
fabulas de Ce'res , Triplolemo y P**0*
serpina. Tan cierto es por consigniez
te que el libro sexto de la Eneyda Q°
se dirige á representar h>s tales ro**'
torios , corno probable que se lo pi*0'
pusiese Claudio en el poema El Rap'
to de Proserpina cuando era ya I**
ciio zaherirlos. Florecia este poe^
bajo el reinado de Honorio , en tied*'
pos que las monstruosas sectas del pg'
ganismo iban en absoluto descrédito;
decadencia. Pinta por consiguiente
las horrorosas ó ridiculas farsas de '*
iniciación eleu¿ina de la misma mau e
ra que se representaron en los teati^
de Grecia, hasta que fueron prohib1
das por Tcodosío segundo. En ell*'
se exponía a los espectadores la h«*'
toría de Ce'res, el humor melanccíl1'
co de Proserpina, a' Pintón que **'
daba eu acecho de sus gi acias arreb*'
197
a
ndola finalmente ul Tártaro, hasta
^Onde penetraban los desesperados
'*niores de la madre errante entre*
*Hto y peregriua por la tierra en bus«
a
de la caprichosa doncella. A estas
s
cenas anadian los misla^ógas otras
^•chas alegorías referentes á la fe-
^odidad del planeta que habitamos,
y y espíritu agricultor y pastoril que
limó las primeras sociedades y trajo
l*s delicias del siglo de oro , antes que
u
*mbíc¡on de las conquistas y el hti-
"Cí|n de las pasiones hubiese cor-
,,l
pido el coraion de los hombres(l).

'') He aquí algunos de los versos que


j Cn cuentran en el altisonante poema
Claudio que hemos citado.

r
j¡. «i raptons eqnos amataque ctirru
tr
a tcnarioj caligantcsqne profunde
14
198
No poco contribuyeron á la extin*
clon de las fiestas eleusinas los deâ^
órdenes que se cornelian en sus cere*
nionias nocturnas. Su escándalo Ja5
hi¿o ya reformar eu Grecia durant*

Juiioiiîs thalamos audaei promcrc can*


Mens coiigesta jubet , gresus removí
profani.
Jam furor humanos nostro de pecto**
seiisus
. . . . . . . . , . . . . , t ......., , '

Phebum.
Jam mihi cernuntur trepidis de l u ^
moveri
Sedibus et clararn dispergere culn11
lucem
Adrcntum testata Dei : jam mag*1
ab i ni is
..<
And i tur fremitus terris templuifll
remugit
199
' a guerra del Peloponeso, y abolir en
Roma dieciocho aùos anles del con-
sulado de Cicerón.
»Te coofieso que en una de Jas dan*
*ôs nocturnas del templo de Céres
*r¡unfe' de la virtud tau decantada de
*U hija;"

^ c r o p i d u m , sanetnsque faces extollit


Elen s is
^ g u e s triptolcmi strident et squamea
curvis
°"a levant atrita j"gis lapstique sereno
^ r e c t i roseas tendunt ad carmina
w cristas
J;
'°ec procul ternis Hecate variata fignris
'^oritur lenisqae siniul procedit Jacclins
orens heredera <juem partliica
^ velat
T*J r
6 »* et aurato* in nodnm eoîligit
alignes.
200
Dice Liconides á Euclion en una d e
las comedias de Plauto ( i ) .
En tiempos posteriores cuando lo$
cristianos tenían que encerrarse en Ia5
catacumbas de los mártires para cele
brar sus sagrados misterios , la prin^
cipal acusación que les hacían los gen~
tiles era que se metian en aquell*5
sublerra'neas cuevas para cometerla 5
abominables torpezas de los iniciados-
lie aqui por qué exclama Cecilio, e*
acusador de los cristianos , en los dia'
loi»os de Minucio Felix.
M ¿ A que ocultan con tanto empeño
las ceremonias de que usan y el Dio 5
á quien reverencian ? El hombre d¿
bien no teme la lu¿, solo el cniod 1
se envuelve en las tinieblas." (2)

i A ulularía.
2 ¿ Cur ocultare ct ab¿<;ondcre ijtn^'
201
A la sociedad de los templarios se
te hizo cu tiempos de Felipe el her-
boso la misma inculpación que á los
Viciados de Grecia y Roma. Toda la
c
nstiandad se manifestó escandalizada
c
ori la lectura de los inmundos deli-
tos que se suponían cometidos bajo
**s bóvedas del templo, donde era
Q
pmion que igualmente resonaban se-
diciosos gritos de rebeldía , trama'n-
a
Ose conspiraciones terribles y san-
8l,iriarias. Sin embargo de que igno-
r
*ttios si tales demasías fueron obra
Qe
la bumana flaqueza , ó acusación
de
la maldad v la envidia , ello es que
l,
üjeron contra sí el fulminante ana-
d i a de los papas y el riguroso cas-

' , , ( i colutit magnoperc nituntur ? cum


°nosta semper publico gaiuieant , sce-
tr
* «cereta suit.
202
tico de los revés, acabando con un*
orden que aspiró , según algunos, a
desenterrar los antiguos elementos ¿e
la iniciación egipcia y elcuMua.

(c) Pagina 119, linca 18.

HISTORIA.

El único medio que nos queda par*


conocer con alguna certidumbre algö
de la historia antigua , comiste e*1
buscar y estudiar los incontestable
monumentos que restan de aquello5
siglos. Verdad es que varia? nación6*
lian dejado leve rastro de sí mÍM»*5
en las ruinas de sus ciudades , casU'
líos y templos; pero toda la luz qi,e
nos flan estos venerables fragmento*
es burlo vaga ó incierta para que ao'
qui ramos por su medio otras noticia
que las pertenecientes a Ja historiad'
203
las arles. Mas nos instruyen las ins-
cripciones, que á fuerza de estudio y
diligencia leemos en las lápidas délos
edificios públicos , ó en las que ador-
naban las urnas sepulcrales.
Tres son únicamente los monumen-
tos escritos que nos ha dejado la his-
toria de los primeros tiempos. Por me-
dio de ellos no solo adquirimos nocio-
nes acerca de la existencia y duración
de algunos pueblos célebres, sino en
óiden también á los progresos de las
ciencias, muchos de los cuales supo-
nen civilización , cultura y el adelan-
to de mil artes auxiliares.
Consiste el primero en la compila-
ción de las observaciones astronómi-
cas, hechas en liabilonia durante lar-
ga série de siglos, y enviadas por
Alejandro á la Grecia. Esta multitud
de datos que trae su origen de mu-
chísimos anos antes de nuestra era
201
vulgar, prueba de modo que no ad-
mite réplica que existían los babilo-
nios , y cultivaban las arles desde
épocas aun mas remotas ; pues que
las ciencias son obra del tiempo, y la
indolencia natural bace que después
de reuidos en sociedad pasen los born*
bres siglos y siglos sin curarse de otra
cosa que buscar alimento , defender-
se de las injurias atmosféricas , y ba-
cerse la guerra unos á otros. Reíle*
xiónese por un momento la lentitud
con que se ban ¡do civili¿ando los
germanos y los ingleses del tiempo
de César, el tiempo que bahía de
discurrir para que se ilustien los tár-
taros actuales, y el estado en que
bailamos los reinos de Méjico y del
Perú , sin embargo de ser los mas
cultos de la América , y podremos
vislumbrar cuan remota fuese la an-
tigüedad de los babilonios.
205
El segundo monumento histórico es
el eclipse central de sol, calculado en
'a China ciento cincuenta y cinco años
a
ntes de nuestra era vulgar, y reco-
nocido verdadero y exacto por todos
nuestros astrónomos. De consiguien-
te es preciso decir de los chinos lo
<jne hemos conjeturado de los babi-
lonios. Al considerar no obstante que
Sus leyes, sus costumbres y la len-
gua de sus literatos no han sufrido
k menor variación en el infinito tér-
mino de dos mil años, es necesario
c
on venir en que es el primero de los
Pueblos de la tierra. Y cuando und
Piensa que esta nación y la de la In*
dia son las que poseen el terreno mas
v
asto, pintoresco y fértil de nuestro
ßtabo , los que han inventado casi to-
das las artes útiles, y estan dota-
**•* del raro don de continuamente
Pulirlas y perfeccionarlas, se desva-
206
nece el orgullo que inspira nuestra
opulencia y el espírilu de ambición
que tanto nos distingue.
Existe el tercero de los momimen'
tos deque hablamos, muy inferió*
sin duda á los dos que hemos descri'
to, en los marmoles de Arondel. Em-
pieza la crónica que contienen désela
mil seiscientos dos años antes d¿
nuestra era, sin que se halle en toda
ella un solo hecho que por su caraC'
ter exagerado ó prodigioso parezca
pertenecer á los tiempos de la Cabula«
Otro tanto puede decirse de las Olim-
piadas, para las cuales no tiene fuer-
za la calificación de Crctia mendaX$
pues no ataca en rigor sino a la ¡ma**
ginacion sobrado fecunda de sus \<uc
tas. La Grecia sabia distinguía muy
bien la historia de la fábula , y n°
confundía los hechos comprobados
con las visiones de Herodoto, de Ia
207
misma manera que cuando se trata-
han negocios de grande interés en
las asambleas populares, desdeñaban
sus oradores el vivaz colorido de los
poetas , y la falsa aunque seductora
lógica de los sofistas.

(d) Página 1 2 3 , linea 14.

TAIS.

Olvidó Alejandro Magno en Per-


sia lus sabias lecciones de templanza
que le diera Aristóteles eu la corte de
tilipo. El blando clima de Asiría,
y las voluptuosas costumbres de sus
habitantes , adormecieron al héroe
griego en los brazos de una cortesa-
na , y por algun tiempo le hicieron
desistir del atrevido proyecto de en-
cadenar el Asia al orgulloso carro de
*U triunfo.
208
Mientras rodeado de sus capitanes
recibid ios inciensos de la adulación
en los alcázares de Perse'polis , se te
présenlo la seductora Tais con el ca-
bello tendi'io, con el pecho descu-
bierto, agitando, i manera de furio-
sa bacante, ardientes teas , y pidien-
do á gritos que se incendiara ac|ue~
Ha ciudad magnífica para aplacar lo*
manes de los griegos.
Embriagado Alejandro con los va-
pores del vino , seducido con las ilu-
siones de un lascivo amor, salta del
trono, y arroja'udosc detras de sü
querida, pone fuego seguido de sus
adalides á la ciudad llamada por los
orientales El Diamante del desierto.

(e) Página 172, linea 5.

ZOROASTRES.
Si ha sido realmente Zoroastres el
209
primero que anunciase á Jos hombre«
fcsia virtuosa máxima : en la duda de
** una acción es buena ó mala, abs-
tente de cometerla , fuerza es mirar-
lo como el mas respetable filósofo de
1* antigüedad después de Confucio.
Ahora, si tan bella lección de moral
üo se halla en otra parte que en las
<-¿en puertas del Sadder , agradez-
cámosla al autor de esta obrita, ú pe-
s
*r de las ridiculeces en que abunda.
Pero ¿quien era este Zoroastres,
c
«yo nombre tiene algo de griego,
s
¡endo asi que nos lo suponen natu-
ral de Media? Los parsis actuales lo
Sainan Zaralhrusl, y dicen que no es
*l único varón celebre que se haya
hombrado asi. No obstante, nosotros
s
°lo tenemos noticia del último de los
^oroastres.
Los viageros franceses Chardin y
Tavernier nos han dado alguna luz
210
acerca de este filósofo por medio de
los sectarios que aun conserva eú
India y en Persia, los cuales vivetf
despreciados de las gentes y smner*
gidos en la miseria. También el d o c
tor H y d e , catedrático de árabe e ö
Oxford , pretende ¡lustrarnos sobr¿
este punto , á pesar de la dificulta1*
que bailamos en que le baya sido y0'
sible adivinar la lengua que bablabat*
los persas del tiempo de Cii o, ni coD'
frontarla con el lenguaje algo ina*
moderno de los adoradores del fuego*
Suplicamos al reverendo docto*-
que nos perdone hi paladinamente
decimos que nada bemos bailado
de curioso en cuanto refiere acere*
de los pobres ignícolas , exceptuando
aquellos dos versos del famoso Sadí*
cuvo sentido es el siguiente:
»Aunque haya conservado un per*
»sa el fuego sacro durante todo n n
211
*s¡glo, no por eslo deja tie arder y
»asarse si tiene la desgracia de caer
>en él."
Con todo, las noticias publicadas
por el catedrático de Oxford alboro-
taron de cascos a cierto joven fran-
c s , basta el exlremo de hacerle to-
*uar la singular resolución de irse á
Persia y á India , y buscar en aque-
llas regiones la moral del filósofo de
que hablamos. Verdad es que Pitá-
goras , Platon , Apolonio y otros mu-
c
hos hicieron viages al oriente en
busca de la sabiduría ; pero ninguno
sufrió tantos peligros, ni manifestó
constancia tal en la empresa, como el
toozo une hemos cilado. Su resigna-
c
'on y esfuerzo nos parecen aun ma-
yores cuando vemos que efectivamen-
te tradujo del original los libros atri-
buidos á Zoroastres.
No deja de ser satisfactorio para
212
este varón, poco menos que fabuloso,
que un ingles escribiera su vida en
el siglo decimoctavo, y un francesse
haya ido á preguntar á los pordiose-
ros gauros lo que sabían de su anti-
guo legislador. Pero lo mas gracioso
de todo es, que contándose también
entre sus biógrafos dos autores ára-
bes de primera nota, estas cuatro bis*
torias, á saber; las de los arabes, la
del doctor Hyde , y la del intrépido
francés, se contradicen maravillosa-
mente unas á otras. Por ejemplo*
Abu-Mahammet Mustafa dice que el
padre de Zoroasli es era un indio, que
se llamaba Espirttamnn. Bau dar vi,
el segundo de los árabes que hemos
dicho , afirma que era judío : el cale*
drático ingles le da por patria la Per*
sia, y el joven de las Galias se empe-
ña en hacerle medo con tanta tena-
cidad , como si hubiera asistido a su
213
^acimiento. He aqui de qué modo se
acribe acerca de los sucesos que se
pierden en los tiempos de Ja fábu-
' a , sin que se convenzan los hom-
bres de que en Jas historias profanas
*l empeño de averiguar ciertas co-
*** debe mirarse como solemne teme-
ridad. La fábula es prima hermana de
*a historia.
No queremos fastidiar à los léelo*
re
s con referirles las innumerables
Patrañas que ensartan sobre esto
^ e s t r o s dos vecinos ; pero si quisié-
ronos para su edificación y la nues-
^a que los Zoroaslres, los Mercu-
r|
os, los Trismegtstas y cuantos legis-
ladores y filósofos de aquellos tiem-
P° s ensalzan continuamente los p e -
s t e s , viniesen a tener una confe-
^ c i a con Locke, Newton, Bossuet,
Q
con , Pascal, y otros mil sabios de
^ e s t r o s dias. Parécenos que harían
15
214
un papel bastante desairado, á pesar
de todos sus arimanes, serpientes Y
{jeroglíficos. Convengamos en que
son buenas algunas de las máxima*
que se suponen dictadas por tales sa*
bios ; pero guardémonos de atribuir*
les el supersticioso don de una cien*
cia, verdaderamente milagrosa para
los tiempos en que han florecido. £*
de calcular t]ue las nociones astronO'
micas que hicieron célebres á los dis*
cipulos del gefe de los magos, fueron
recogidas por ellos en los admirable*
observatorios de Babilonia y Pers**
polis, y no de las instrucciones q , | e
les diera el falso profeta de su culto«

{/) Pagina 172, linea 18.

MAXI¿MAS DE ZOROASTRES-

En tiempo que la irreligión paS*


215
Por un mérito, y hacen gala los hom-
ares de ser incrédulos ó ateístas , no
Cr
eemos inútil ni fuera de propósito
Publicar algunas ma'ximas de las que
•°rman la base de la moral de Zoro-
*s*res » el primero de los filósofos de
** antigüedad, si son realmente fruto
**e su saber.

I.

„ ï-o mas antiguo es Dios, por ser


breado : lo mas hermoso el mundo.
P01' ser obra del mismo Dios ; Jo mas
a
Paz el espacio; lo mas veloz el pen-
**°Meiito, y lo mas constante la es-
Peranza ; pues resta en el corazón
y náufrago cuando todo lo ha per-
dido.
II.
e s p e t a á tu padre y á tu madre,
216
si deseas vivir largo tiempo sobre ••
haz de la tierra. Cual sea tu conduc*
ta hacia ellos, será la de tus hijos ha*
cia ti.
III.
Honra á los ancianos, y no mur'
mures de los muertos.

IV.

Para vivir bien, debemos abste*


uernos de hacer lo que reprehende'
riamos en los demás.

V.

Quien no sabe callar, tampoco sab*


hablar.
VI.
Vive con tus amigos cual si un di'
217
debiesen $er enemigos tuyos (1).

VII.

Cuando dudes sí una acción es bue-


üa ó mala, abstente de cometerla.

VIII.

I^a felicidad del cuerpo consiste cu


'* salud, la del espíritu en el saber.

IX.

No hay rosa sin espinas , ni mu-


Ser linda sin caprichos.

1
Por verdadero que desgraciada-
mente parezca este precepto , es fuerza
0|
We$ar que su perniciosa practica ha-
la
mas egoístas que prudentes.
218

X.

Los placeres del mundo duran po'


CO , Solo la virtud es i n m o r t a l .

XI.

A nadie conßes lo que te pued*


dañar.
XII.
La templanza da salud; la virtude*
conciencia limpia ; la filosofía trafl'
quüidad.
XIII.
No nos es permitido abandonar &
puesto sin la voluntad del que n°5
manda. El puesto del hombre es 1*
vida , y el Ser supremo el que le ot'
dena ocuparlo.
219

XIV.

Procura que no se cometan críme-


nes, y no te verás en la necesidad de
castigarlos. He visto á muchos inca-
paces para las ciencias , pero á nadie
que lo fuese para la virtud.

(fir) Página 175, Une a 5.

PIRÁMIDES.

Dice Herodoto que por espacio de


veinte años trabajaron cien mil hom-
bres en la pirámide del rey Cheops.
Se ha calculado que si con este gasto
fie cerrara el istmo de Suez, levan-
tando una muralla semejante á la que
divide la China de la gran Tartaria,
hubiera sido muy diversa la suerte
del Egipto. Mantuviérase cercada en
220
efecto é independiente aquella fértil
y espaciosa llanura, y estrelláranse
contra tamaña barrera los ejércitos
invasores de persas, árabes y griegos.
Esta pirámide, que es la mayor de
todas , se halla coustruida de modo,
que colocado el viajero al pie de ella
durante el equinoccio, contempla al
sol en el medio dia como apoyándose
sobre su cúspide. Quiere decir que el
lado de la pirámide forma entonces
con el horizonte un ángulo igual á la
altura meridiana del sol, ó lo que es
lo mismo , del todo conforme á la al-
tura del ecuador. Como las pirámides
estan casi exactamente colocadas en
la latitud de treinta grados V , re«
sulta que el ángulo de que hablamos
La de ser de sesenta. Y manifestán-
dose por otra parte igualmente in*
cunadas las cuatro líneas que forman
la elevación de la pirámide, su perfil
221
ha de presentar un triangulo equilá-
tero. He aqui lo que produce en es-
ta rnage.stuosa mole el hermoso fenó-
meno que acabamos de citar. El nos
manifiesta que cuando se edificaron
t8n inmensos sepulcros , teuian ya
los egipcios nociones astronómicas y
geométricas , cuales no pueden ad-
quirirse sino tí fuerza de estudio, ob-
servación y cultura.
Cuando se contemplan las pirámi-
des desde alguna distancia, parece
que la línea de su base sea mucho
mas prolongada que la de su eleva-
ción. Nace esta ilusión óptica de que
Casi siempre se descubren dos lados
de ellas, y que desplegándose por lo
mismo ante los ojos del observador,
la diagonal del cuadrado de la base,
línea mas extensa por su naturaleza,
que la del perfil del edificio, las hace
parecer á la vista como chatas ó aplas*
222
tadas ; siendo asi que es igual su ele-
vación a la anchura de cualquiera de
los lados del cuadrado que les sirve
de asiento.
Ya no queda la menor duda en or-
den al objeto de estas pirámides. Edi-
ficáronse para que sirviesen de úl-
tima morada á soberanos , que lle-
vando hasta la tumba las ilusiones
fantásticas de su ambición y gerar-
quia, levantaron el féretro que hu-
biese de guardar sus despojos hacia
Ja bóveda de los cielos , mientras
mandaban sepultar los cadáveres de
¿us vasallos eu los profundos pozos,
de donde se sacan actualmente las
momias. Aunque la mayor de las pi~
rámides se atribuye á Cheops, como
hemos dicho , monarca que vivi*
ochocientos años antes de la era cris-
tiana , creemos que seria mas fun-
dado suponerla anterior á la época
225
histórica , por la razón de que si fue-
ra obra de aquel príncipe, tendría«
mos mas testimonios de ello que la
simple relación que nos hace Hero-
doto. Esta idea cobra mayor fuerza
cuando se hace alto en la admiración
que excitarían tan grandiosos monu-
menlos en siglos sobre todo singu*
larmente inclinados á lo maravilloso
y extraordinario.
Los arabes conocen las pirámides
bajo el nombre de El Hardm Fi-
rdoun , y cuentan de ellas mil aven-
turas y encantamientos, creyendo
que sus galerías subterráneas se pro*
longan formando giros laberínticos en
toda la extension del bajo Egipto.
(Léanse los 7>iages elel barcelonés
Badia, tan conocido en Europa y
Asia por el nombre de Ali Bey).
221

(h) Pagina 178, linca 18.

MITHRA.

Estas cavernas dedicadas á Mil bra


cran cue vas artificiales, scgun Oríge-
nes contra Celso, en las que se pro-
curaba iinilar á fuerza de gasto é m-
genio el curso de los planetas y el
armónico movimiento de los astros,
para instruir á los discípulos ó inicia«
dos en las revoluciones astronómi-
cas. También se celebraban en ellas
juegos relativos ú esto mismo, en los
que lomaba cada discípulo el nombre
de una constelación celeste.
Semejantes mejoras tal cual se las
comunicó Metrobates á Asmolan sir-
vieron de base á los sacerdotes egip-
cios para varias ceremonias , cuyo sen.
tido místico se bailaba simbolizado
225
por mil figuras y acciones alusivas al
movimiento de los cielos. Ya se deja
conocer que fue Asmolan quien los
instruyó en tales misterios a la vuelta
de sus viajes por Persia y Siria. De
aqui las danzas simbólicas de la diosa
Ishel ó Isis , y los innumerables ge-
roglíficos para explicar la armonía
misteriosa que creían descubrir entre
los sucesos del mundo y los movi-
mientos del sistema planetario.
Por lo demás aseguran Eubulo y
Poríiro, que fue Zoroastres el pri-
mero que escogiendo en las mon*
tanas inmediatas i Persia una ca-
verna agradablemente situada, la con-
sagró á Milhra(e\ sol) creador jr
padre de todas las cosas : es decir,
que habiendo repartido esta cueva en
divisiones geométricas, representando
los climas y los elementos , imitó en
pequeño el orden y la disposición del
226
universo creado por el dios Mithra.
Después de Zoroastres se estableció
e) uso de consagrar las cuevas para la
celebración de los misterios ; de mo-
do que asi como los templos estaban
dedicados a' los dioses celestiales , los
altares campestres á los héroes y los
subterráneos á los dioses infernales
(inferiores) , del mismo modo las ca-
vernas y las grutas se dedicaron al
mundo, al universo y á las ninfas.
Por esto algunas veces Pitágoras y
Platon llaman al mundo una caver-
na , una cueva en su estilo enfático
o alegórico.

(i) Pagina ±81} Uneaí5.

ASTRONOMIA.

Las ingeniosas armonías que halla*


ban los discípulos de Zoroastres en-
227
tic los misterios de la religion y los
admirables fenómenos del sistema
planetario, dieron á la astronomía un
carácter sagrado ú teológico, y el lu-
gar preferente entre las ciencias.
Kilos introdujeron en Egipto por me-
dio de Asmolan tablas complicadísi-
mas, conteniendo divisiones ficticias
de decanos y subdecanos, cuyas in-
fluencias se leian en obscuros gero-
glíficos. Dividian cada signo del Zo-
diaco cu tres secciones , y como la
sección estaba á cargo de un deca»
no , babh* tres decanos cada mes ; y
por consiguiente treinta y seis al afio.
Estos decanos regulaban el destino
de los hombres, y fueron también
llamados Dioses (Theos), y lenian
su asiento en determinadas estrellas.
Cuando se empezó á corromper la
doctrina de Asmolan, in ventaron pa-
ra rada decena otros tres dioses Ha-
228
modos dispensadores ; por manera
que hubo nueve para cada mes, di-
v¡(lidos, como manifiesta Escaligero,
en infinito número de potencias. Las
verdades del Evangelio destruyeron
todo ese Tarrago de necedades, y vol-
vieron á los hombres su dignidad y
su razón.
Colección île novelas, propiedad de
¿a casa de CABBEKIZO. VALENCIA.

La presente colección es induda-


blemente la mejor biblioteca de es-
te género que hasta el dia se ha
publicado en España, ora se atien-
da d la uniformidad , belleza y có-
modo tamaño de las impresiones,
ora principalmente d lo selecto y
variado de las novelas que la com-
ponen; porque del inmenso número
de obras de esta clase que contie-
ne ¿a literatura moderna, se han.
entresacado únicamente aquellas
cuyo mérito esta generalmente re-
conocido en Europa , y que d una
moral sólida y pura reúnen una
instrucción amena y variada , y
acomodada por tanto al gusto de
todos los lectores. Al lado de los
cuadros sublimes de D'Arlmconjrt,
se verán en esta colección las tier-
nas é interesantes escenas domés-
ticas del dulce y delicado Lafontai-
n e , Goethe y Madama Gcnard.
4t>
Junto d las descripciones artisti*
cas de la hermosa Italia, por Mada-
ma Staël, se hallara un rasgo histó-
rico de España, Argel, ó la Grecia
moderna, y para cobrarse del gran
pavor que inspiran las terribles
apariciones de la familia de Vie"'
litad, y del castillo de Mazzini, ha~
liara el ánimo las risueñas pinturas
de Chateaubriand, y las sencillas
costumbres de la Suècia.
La colección consta hasta el did
île las novelas notadlas d continita-
cion; pero siendo indeterminado el
número de lomos que han de corn*
ponerla, se irdnpublicandoalgunas,
bien nacionales ó extr angeras, quô
reúnan las circunstancias que que*
dan indicadas ; en el concepto , de
que las personas que deseen adqui-
rir toda la colección aparte de ella,
se les hard una rebaja proporcio-
nada : podrán dirigir su encargo
d cualquiera de las librerías de las
provincias que se indican en la por*
iada de los tomos.
Las publicadas hasta el dia soft
las siguientes:
NOVELAS PUBLICADAS Precios.
E:* ESTE MISMO TAMASO. IC
• e .5
La primera colección se compo- |-*- ©
ne de ^ a.
La Familia de Viel and, 6 los
Prodigios. 4 tomos en pasta. 48 5a
Carvino , ó el Hombre prodigio-
so, i tomo en pasta 12 .3
1
Anita vel Picaro de opinion , por
Lafontaine. 2 tomos en pasta. 24 26
Elena y Roberto , t> los dos Pa-
dres ¡ por Madama Oenard. 2
tomos en pasta. . , 24 26
Herman y Dorotea , del célebre
Goethe, l tomo en <pasta. . . 1 2 i3
Las Pasiones del Joven Inerter,
del mismo antor. i tomo pta. I?. i3
Z uni Ida y I'lorvcl, 6 las costum-
bres de Suècia y por Segur, i
tomo en pasta 12 i3
Los Placeres de la Mesa ; 6 el
¿irte de Comer , con nn tra-
tad i to del Arte de Trinchar.
Este poema es único en nues-
tro idioma , y digno de ocu-
par el estante de un literato,
aunque no sea gastrónomo ni
regalon, t tomo en pasta« • • 13 i3
Co rinn en Italia , por ¿Madama
Staél. 4 tomos en pasta. . • . 5o'54
Julin, 6 los subterráneos del cas-
tillo de iMazzini. 2 tom. pta. a4 »6
La Sacerdotisa peruana , 6 Rei-
naldo y Elina, novela indiana.
i tomo en pasta 12 i3
Ricardo y Sofía , 6 los yerros
del amor. 2 tomos en pasta.. «4 2(>

La segunda*

El Solitario del monte salvage,


por el V izconde D* Arlincourt.
2 tomos en pasta a4 aG
La Extrangera , ó la Muger
misteriosa , del m i s m o autor.
2 tomos en pasta *4 26
.Aventuras del último de los
Abenccrrages , por Chateau-
briand, i tomo en pasta.. • . ÍO 11
El Caballero del Cisne, 6 los
Bandos de Castilla , novela
española , por Lopes-Soler. 3
tomos en pasta 36 40
Barba Azul, ó la Llave encanta-
da: colección de cuentos para
niños y abuelitas. i tumo pta. 12 i3
Anior y Religion , <5 la Joven
Griega , novela histórica. 1
tomo en pasta 12
O ros man y Zorn , ó la pérdida
de Argel y novela histórica, i
tomo en pasta 12
Amor y Kirtud > ó las cinco no-
vclas. i tomo en pasta. • • • 12
Sales Cómicas , agudezas y ras-
gos de imaginación de autores
espartóles y extraugeros. i to-
m o en pasta I 2
El Juramento de no amar, 6
las tres Amigas. Novela tra-
ducida del francés. 2 tomos
trii pasta 2. 4
El Amor y la Muerte , ó la He-
chicera: por el Vizconde D'Ar-
lincourt. i tomo en pasta . . 12
Las Ruinas de Santa Un gracia,
ó el sitio de Zaragoza , no-
vela histórica original. 2 to-
mos en pasta. 2/.
Teodora , Heroína de Aragon,
ó memorias del coronel liiok.
Episodio para la historia de la
guerra de la independencia.
i tomo en pasta I 2
Aveu turas de Safo y JFaon, 1 to-
mo en pasta < ii\ "
La Sacerdotisa druida y las rui-
. .<
nas de Perséfjolis. 1 tomo pta 1 9
w
i» .*•

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II

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