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Violeta Vazquez
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Aclaraciones
Prólogos
PRIMERA PARTE. El libro de mis roles, todos marcados en el cuerpo
Hija
Adolescente
Sexual, sangrante y abusada
Pareja, ex y amante
Madre
Comilona
Paciente e hipocondríaca
Fea
Ansiosa y depresiva
Maestra
Autocrítica, creyente y escéptica
Vieja y mortal
SEGUNDA PARTE. El libro de las mujeres que le pusieron el cuerpo
La BioRizoma
El hilo conductor de la biografía
El aporte de las herramientas simbólicas
Historias basadas en hechos reales
La despedida. Rendirnos al misterio
Agradecimientos
Vazquez, Violeta A
Basta de repetir la historia familiar / Violeta Vazquez. - la ed. - Ciudad Autónoma
de Buenos Aires : Planeta, 2023,
Libro digital, EPUB
Diseño de interior y cubierta: Diego Martin y Guillermo Miguens para Grupo Editorial
Planeta S.A.I.C.
Digitalización: Proyecto451
“... es necesario que la cima de una montaña resulte inaccesible, pero que su pie sea
accesible a los seres humanos tal como la naturaleza los ha hecho. Pues la puerta
hacia lo invisible debe ser visible”.
RENÉ DUMAL
Violeta escribe descarnada sobre su vida. Pero desde las entrañas, como
fuego, volcán abierto, a horcajadas enciende la lectura sobre ella misma por
momentos pareciendo salida de algún cuento de la Allende.
Plena, vacía, insegura, loba certera... Ella soy yo, sos vos, mi mamá, tu
hermana, tu amiga, nuestras hijas. Porque ella es una más de nosotras, pero
con un largo camino recorrido de búsqueda y sanación.
Se abre para que nosotras lo hagamos. Se funde con sus historias que
interpelan y cachetean sin censura el alma femenina. Con su método de
Biodecodificación Rizoma guía sin soberbia, abrazando a quien lee y
llevándolo a bucear por los temas más profundos y cotidianos, pero con su
original y auténtica mirada: “Solo un gran caos puede parir una estrella”. Todo
sana. En su momento, en su tiempo.
Me asombré, me reí, me sentí rara cuestionándome tanto discurso
aprehendido, lloré mucho, pensé en escribirle a mi mamá...
Violeta nos conecta con ese niño que está ahí, dentro de nosotros,
esperándonos para que lo arrullemos, lo comprendamos, y no lo silenciemos
nunca más.
Tengo un dicho de mi autoría que dice: “Si se abre una, nos abrimos
todas”. Y esto pasa con este libro.
Me alegra que cada vez más mujeres nos animemos a decir lo que
pensamos, deseamos, sentimos: “Soy esto. Quereme así. Bancame. Me
equivoco. Mis sentimientos no son siempre dulces y compasivos. A veces
detesto todo. A veces siento algo y al rato otra cosa, y a veces soy una persona
horrible. Y a veces no. Y me contradigo mucho, mucho”.
Imposible no verse reflejada en alguna, varias o TODAS las historias que
relata Violeta. Historias tremendamente humanas que te hacen pasar por
todos los estados. Y si hay algo que creo que nos fascina a las mujeres, es
sentir cosas intensas, divertidas, un poco dramáticas también. Porque sufrir es
parte de la vida. Nadie puede evitarlo. Cada una hace lo que puede con eso. Y
Violeta hace lo que a mí más me gusta: lo saca para afuera y hasta por
momentos logra reírse de eso, reírse de su propia vida, el humor que más
disfruto. Creo que es una buena opción poder reírnos de lo que nos hace
sufrir (sobre todo teniendo en cuenta que la otra alternativa muy frecuente es
empastillarse...).
Este libro está escrito por una mujer que se animó a plantarse en la vida. Y
que logró que no le importe tanto quedar bien parada ante los otros. Que
busca ser sincera con los demás, pero sobre todo con ella misma. Sin
solemnidad, sin pretensiones. A carne viva. Con verdad. Un gran logro para
cualquiera.
Es un libro que te inspira, que te invita a subrayarlo, a anotarle cosas, a
escribir tus propias experiencias. Y tener ganas de contarlas. Porque como dije
al principio, cuando una se abre, nos abrimos todas.
4. Periodista, guionista, escritora, conductora de radio y activista por los derechos de las
mujeres.
Hola 19
5. ¿Por qué Rizoma? Es un concepto que la filosofía toma de la botánica, que significa
tallo subterráneo con varias yemas que crecen de forma horizontal emitiendo raíces y
brotes. En la teoría filosófica de Gilles Deleuze y Félix Guattari, un rizoma es un modelo
descriptivo O epistemológico en el que la organización de los elementos no sigue líneas
de subordinación jerárquica —con una base o raíz dando origen a múltiples ramas, de
acuerdo con el conocido modelo del árbol de Porfirio—, sino que cualquier elemento
puede afectar o incidir en cualquier otro (Deleuze £ Guattari 1972:13).
PRIMERA PARTE
Me enteré que tenía cuatro hermanos mayores cuando cumplí nueve años.
Hasta ese momento sabía que mi padre vivía en Buenos Aires con su mujer de
toda la vida y Manu, el hermano varón de mi edad que algún día, pronto,
conocería.
Mi madre y yo vivíamos solas, en una casona chorizo del centro de
Rosario, llena de baúles de disfraces, sombreros, canutillos y marionetas. Una
casa que se fue llenando de libros troquelados y muebles de madera para
guardar y exhibir objetos maravillosos, pero que nunca tuvo microondas,
licuadora ni suficiente agua caliente para un baño agradable. Cuando hacía
calor dormíamos en el balcón. En Rosario lo que mata es la humedad,
recuerdo la sensación pegajosa y el ruido del tránsito despertándonos cuando
salía el sol.
Por las noches mi nana, la Tata, me llevaba a basurear. Buscábamos cosas
reciclables en la basura. A veces íbamos a vender empanadas fritas a la escuela
de teatro donde mi madre daba clases. La Tata me vestía con colores flúor y
me pegaba una cinta roja en la frente, contra la envidia.
Ay, esos años en los que vivimos solas, El mundo que moldeó todos mis
sentidos, empujó mi partida y aceleró una búsqueda de permanente
reparación.
Años después, estamos en terapia de pareja. El padre de mi hijo me
reclama. Que estoy siempre con la computadora, el celular y las redes sociales.
Yo lloro, porque sí, porque el reclamo me hace llorar. En medio del llanto
asumo que me aburro. Me aburre la vida familiar, me seco tomando un mate
y mirando a la nada. Este aburrimiento es la previa del escape. Escape virtual,
abstracción, notas para el libro, verificar los mails, ver si me contestaron de
Mercado Libre.
—Pero ¿vos viste cómo es mi mamá? O sea, no lo hago a propósito.
—Violeta, tu mamá no puede estar más de media hora acompañada,
necesita estar sola, crear sola, encerrarse.
Tengo un máster en solucionar problemas en soledad, incluso filtraciones
en el techo. Me quejé toda la vida de ello y es lo que repito en automático. Soy
sola. Juntada, con dos hijos vivos, pero sola. Crecer en esa casa chorizo,
mágica y desprovista de lujos, fue una suerte de fábrica de recursos y
capacidades, como quien se prepara para la carestía de la guerra, con
provisiones en un sótano oscuro londinense. Nodo sur, conjunción Plutón y
luna, en casa 8, en Escorpio. Así parece que decía el cielo sobre mí, el día y la
hora en que nací.
Partiendo de esta historia de infancia, ¿yo tendría que aprender a ser feliz
y a disfrutar la vida? ¿A ser positiva, a lavar platos con esperanza?
Hace algunos días conecté con el enojo. No es habitual. ¿De dónde vino?
Si yo estaba igual, en automático, como el resto de mis días, sin sobresaltos.
No sé. Movilicé un poco el cuerpo y apareció la ira. Se hacía cada vez más
grande. Se me venía encima. Estoy enojada. Muy. Con la vida, con el reparto.
Con el que me tocó. Siento unas ganas irrefrenables de tirar mi realidad por el
precipicio. Ya está, mañana me levanto y dejo todo. ¿Qué dejo? ¿Mi marido?
¿Mis hijos? ¿Mi casa? Dejé el gimnasio.
Ahora además de enojada, molesta por no saber con quién me enojo. Con
esta segunda maternidad que me enlentece y agota. O con papá. Con la
princesa frágil de cuento ruso que me creí ser. Me enojo conmigo, con mis
partes. Con mi panza, con mis orejas, con mi pelo pobre y llovido. Con mi
nombre.
¿Quién me puso acá? ¿Esto fue consensuado por mí? A ver si me entiende,
señor Dios, yo ya crecí y todavía me molesta que me digas “andá a la lavarte
los dientes”, “se acabó el papel higiénico”, “hay que bañarse”, “hay que hacer
» «
gimnasia”, “hay que comer sano”, “hay que dar la teta cinco años”. Yo no me
quejo porque tengo alma de empleada doméstica. Pero no me gusta la voz de
padre latiendo adentro de mi cabeza.
Estoy podrida de vivir sin disfrute y desconectada del presente. También
estoy cansada de recurrir al escape virtual porque resulta la manera de
pasárselo mejor. No era depresión, mamá, estoy tremendamente enojada.
Asquerosamente frustrada de enojo.
Sin embargo, la vida me suele ser mucho más afectiva de lo que yo creo
que es. Cuando me despierto cada madrugada en medio del apocalipsis,
violada o con cáncer, y me descubro tan solo taquicárdica en mi cama de alta
densidad, me siento bendecida. Vuelvo a agradecer mi origen, mi madre y mis
ancestros, porque llegué después de la guerra, y debería estar cantando al sol
como la cigarra. Solo que no estoy acostumbrada. Me convoca más la
oscuridad que la luz dentro de mí.
6. Siete años después de escribir este libro, mi padre murió con COVID-19, una Navidad
de 2020. Mi libro Con estos restos (LPA, 2022) cuenta esta historia de amor y de dolor. A
partir de esta experiencia me formé como tanatóloga, escribí Entrá en crisis (Planeta,
TEli) y acompaño procesos de muerte, duelo y final.
7. Aclaración: ninguno de los ejercicios de este libro tiene una manera de hacerse bien o
de hacerse mal. No existe resultado correcto. El trabajo será entusiasta, depurativo,
cansador, y darán ganas de abandonar, pero te propongo llegar al final sin estar
expectante de resultados, sino sintiéndote en el proceso, actualizando la versión de vos
mismo/a, dándole lugar a quien fuiste y a quien sos hoy.
ADOLESCENTE
No quiero menstruar a
Nunca fui tan joven ni estuve tan sola. Nunca volveré a ser tan joven nia
tener la piel tan lisa. Ojalá nunca vuelva a estar tan sola. Adentro de esa
soledad de mañanas repletas de verano en mi cama calurosa, viendo
videoclips de los noventa, imaginaba el día. Un día mi bombacha se
mancharía de sangre, sin dar previo aviso, y todo comenzaría a ser un horror.
Compré una riñonera negra donde escondí dos toallitas femeninas bajo
algunos pañuelos y un librito de poemas. Durante dos años no me despego de
ella. Por suerte la menstruación se demora, mientras aumenta el miedo.
No quiero menstruar, se me notará en la cara. Los adultos me dirán
sonrientes: “Felicitaciones, ya sos señorita”, no hay escena más patética en el
mundo, Quisiera menstruar a los diecinueve, edad en la que pienso ser madre,
antes es un despropósito. Mientras, me dirán sonrientes que es lo más normal
del mundo, pensarán de mí que estoy sucia y olorosa, y que en cualquier
momento mancho el asiento del taxi. No les creo nada.
El día que “llega” tengo catorce. No pienso decírselo a mi madre porque se
lo contará a todo el mundo, pero pasan diez minutos y es a la única que se lo
digo. Me duele mucho. Quiero que la conversación ronde en torno al dolor o
a los posibles antiinflamatorios indicados, no en torno a la sangre. Me ocupo
de que nadie me vea sacando una toallita usada del baño (tampoco tiro en el
tacho cercano que dejaría la evidencia). Duele esconderme, pero es la única
manera de sentirme segura. Si mis amigas me piden que revise su jean
ajustado para asegurarse de que no se mancharon, lo hago con naturalidad,
pero nunca pediría lo mismo. Me desvivo para que nadie se dé cuenta, me
desvivo.
Nunca falto al colegio y me siento en primera fila. Cundo apoyo la cola en
la silla, siento que la canilla de sangre se detiene y eso me tranquiliza. Si suena
el timbre del recreo, siento miedo de pararme y chorrear, pero tengo que
aprovechar para cambiarme. Recorro todo el colegio para llegar al baño de
jardín o primaria, uno solitario donde nadie pueda escuchar el ruido del
plástico al despegarse de mi bombacha. Guardo la toalla sucia bien envuelta
en el bolsillo de la camisa del uniforme que llevo debajo del suéter. Trato de
abstraerme de la situación leyendo grafitis de amor que aparecen en los
pupitres y en las puertas de los baños. Algunos tienen gente que los aman, yo
no. Algunas chicas hacen grupos de archiamistad, a los que les ponen nombre
y después se endiosan con corazones pintados en las puertas. Me pesa ser
señorita cuando lo único que pretendo ser es una cabeza intelectual requerida
para analizar una película francesa a los catorce años.
Por más intento de naturalizar el temita, hay algo perturbador en la idea
de menstruar, algo que no encaja con el mundo de Barbies. Las princesas no
menstrúan ni hace caca, tampoco cogen, a veces hacen el amor y nunca tienen
infecciones vaginales. Nuestras hijas sí. Por su puesto que estoy desorientada
como madre, Cata tiene tres y entra al baño conmigo. Ve cómo me cambio el
tampón o la copa menstrual y me alegra no escucharla decir “ay, qué asco” o
“guacalá” como hace cuando huele ajo o me ve comer torrejas de espinaca.
Desde beba la dejo examinar mis partes cual ginecólogo, contando el cuento
de su pasaje por esos pagos. Nada de esto me deja tranquila, no me considero
un ser tan evolucionado como para acompañar idóneamente la vida sexual de
mi hija. Por más antropología del útero de la diosa, y poder de los vientres
móviles y sangrantes, me duele recordar que, en el día a día de nuestros úteros
olvidados, la menstruación trae nuevos dolores, colores, olores y duelos.
Duelos finitos, gruesos, largos. Duelos con risas, duelos mezquinos. El cuerpo
en primera persona, pidiendo pista.
Voy a invitar a todo el curso. Quiero que por una vez en la vida vean que
yo también puedo ser una princesa. Original, pero princesa.
La cuestión es que me voy a poner el vestido color beige, con corsé
apretado y voy a hacer una fiesta en una quinta, en pleno septiembre. Habrá
números de circo urbano, de vals y de tango sobre zancos. Un artista plástico
hará instalaciones con telas elásticas formando flores sobre la enredadera, y
un iluminador pondrá luces de colores que proyectarán formas sobre los
árboles. Grandes y chicos comeremos ñoquis y pediremos helado libre en un
carrito que se instalará en el parque. Me preocupa: que se me vayan los
granitos antes del sábado (hoy no aguanté y me los exploté, escucho a mi
madre en mi mente: “Si los apretás, siempre es peor”), enfermarme y que haya
desilusionados por no estar dentro de las quince velas dedicadas.
Dura poco. Tanto esfuerzo para tan solo algunas horas y un video de
recuerdo en el que me veo horrible. Tanta gente venida desde lejos con la que
no pude estar. Mi mejor amigo, que gusta de mí, le dijo a mi amado Mariano
que yo le andaba atrás y que por favor bailara el vals conmigo. Todo el grupo
de chicas populares se puso en pedo. Mi madre las contuvo culposa mientras
llenaban de vómito el único baño de la quinta.
El día después es lo peor. Ese vacío, yo sola, el espejo y los regalos. Me
arrepentí de no haber invertido esa plata en algo mío, para mí, para disfrutar
en serio. Festejé para ver si yo podía ser la elegida por un día, y no me senti
nada diferente. En el video de recuerdo, que pagamos millonada, veo cómo
algunas amigas se peleaban por bailar conmigo y yo siempre pendiente de los
tres o cuatro niños menores de cinco años, maternándolos, fuera de toda
seducción.
Tengo dieciséis años y tres sueños: ser actriz de telenovela, que un hombre
guapo se enamore perdidamente de mí y embarazarme.
De chica jugaba a las muñecas. Todas tenían mamadera, cochecito y
ropita de verdad. En los juegos siempre aparecía un padre. Juan, Germán o
Andrés. El que fuese tocaba el timbre imaginario de mi casa y con un beso
robado me invitaba a ser la mujer de su vida. Instantáneamente pasábamos a
la escena del embarazo, donde él me tocaba suavemente la panza y me hacía el
amor prometiendo amarnos siempre.
Imagino mis futuros hijos y sus nombres: Camilo, Manuela y Valentín, en
ese orden. Camilo es mi predilecto, tiene el pelo dorado con un corte tipo
taza. Lo imagino trepando juegos de plaza y durmiendo sobre mi pecho. Me
cuestan mucho los días sin él, teniéndolo solamente entre sueños. Sé que seré
su madre, pero ¿cuánto falta?
Tengo diecinueve y nunca tuve sexo, pero sigo soñando con tener a mi
Camilo en brazos. Cuando dos años después, me embarace, sabré desde el
primer día que es una niña, Cata la linda, de ojos oscuros y enormes. Para
Camilo tendré que esperar. Su imagen se irá deteriorando con el tiempo.
Cuando Camilo llega a mi vida ya casi no lo recuerdo. Tengo veinticinco y
muchas ganas de volver a ser madre. Mi pareja me lleva veinte años, pero eso
no significa ninguna distancia. Lo que nos separa es su duelo por la
separación reciente de su exmujer, a la cual aún desea. A Camilo lo dejé ir tres
semanas después de su concepción. En medio de tanto dolor, me cuesta
comprender que su pérdida sea parte necesaria de toda esta limpieza.
Chau, hijito mío. Vuele, hijo, vuele. Crezca. Perdóneme, hijito mío. Lo
extraño, hijo mío. No es mío, usted hijito, es del viento. No se quede aquí a
mirarme llorar, hijito, vuele a su destino, hijito. No me cuide usted, hijito. No
me odie usted, hijito. Nazca de la madre que algún día rearmaré de mí misma.
Seré la mejor que pueda ser, si alguna vez vuelve usted, hijito. Pero no vuelva
hijito, sea usted libre. Lo amé mucho, hijito. Así fue.
Oliverio, mi cielo nublado. Tengo veintinueve. Le prometí a hijito que
cuando llegase Oli, sería una madre entera para él. No lo estoy pudiendo
cumplir. Sigo siendo la que puedo, destartalada y contradiciéndome cada día.
Oliverio, cuando llegaste yo quería ver a Camilo. Ahora entiendo, sos vos,
descamilado. Estoy aprehendiéndote. Te quiero como sos. Te quiero como sos.
Te quiero como sos.
Claro que no era fácil acomodar tanta soga; había peligro de galletas, de sacudidas,
de tropezones. Pero con el tiempo se habían acostumbrado a moverse siempre con
prudencia y a no alejarse nunca demasiado.
Por ejemplo, cuando se sentaban a la mesa era más o menos asi.
Y cuando se acostaban a dormir.
Y cuando salían a pasear los domingos por la mañana.
Aquí y ahora, escribile una carta a la quinceañera que fuiste, ¿en qué le
has fallado? Regalale una canción y pegale una foto del futuro.
SEXUAL, SANGRANTE.
Y ABUSADA
¿Soy frígida? a
Ovulando:
+ Ganas de ser mirada.
+ Peleas con él.
+ Bocona e hinchada.
+ Con deseo.
+ Interés por la ropa linda.
* Sueños con un ex.
+ Me levanto a hacer pis a la noche.
e Erótica.
+ Tengo sueño todo el día.
* Flujo con olor, mocoso, a veces transparente y líquido.
e Pelvis pesada, cargada.
+ Irónica.
Antes de menstruar:
+ Dolor de garganta.
+ Afta y granos.
e Fea.
+ Enojada.
+ Pesadillas.
+ Dolor de cabeza.
« Mucho cansancio.
+ Apuro mental.
Menstruando:
+. Miedo.
e Debilidad.
e Hinchazón.
* Dolores.
. Mal aliento.
» Dejo de pelear.
+ Estoy realista.
+ Siento el vacío.
Después de menstruar:
. Amable.
+ Colaboradora.
+ Con proyectos.
+ Ganas.
+ Insomnio.
Si escribí tan poco en esta fase, seguramente fue porque me sentía mejor y
no tuve tantos males que contar. La rueda es más o menos así: después de
menstruar algo empieza de cero, me siento nueva, despejada y apurada.
Ovulando estoy exuberante, quiero mostrarme y gustar (¿presa del plan
divino y animal que nos propone reproducirnos?). Después me enojo, me
pongo mala y frustrada. No quiero frenar, pero el premenstrual me frena.
Cuando sangro estoy algo resignada. La realidad se hace presente con su
tiempo y su forma. Mi cuerpo me toma y el detenerse se aprovecha para
conectar con lo que hay y con lo que no hay.
La inestabilidad es la esencia creativa y sanadora de todas las mujeres. No
somos quienes fuimos ayer ni quienes seremos mañana. Un día lo haré carne,
hay un tiempo adecuado para cada cosa.
Todos somos productos de mandatos anteriores, de la familia, de la
sociedad, del género. Nuestras decisiones cotidianas están marcadas por el
deber ser o el deber diferenciarse de. Siempre lo mismo, pertenecer, Se nos pide
que seamos una cosa y su opuesto simultáneamente. Virgen (gran madre
dadora, sostenedora y receptiva) y Puta (seductora, oscura, manipuladora).
Empoderadora de las otras mujeres (hijas, amigas, hermanas), que se amen
como son y Sex Symbol, a cualquier precio (apto cuchillo). Amas de casa
(amantes del mundo íntimo y pequeño que sucede en el hogar) y Líderes
referentes profesionales.
Parte de la integración evolutiva es animarnos a ser contradictorias,
imposibles de definir en un nombre, un rol o un puesto. Animarnos a ser la
madre dadora, que, por el mismo don de construir vida, tiene el poder de
destruirla. No nacimos para repetir la foto a la que el otro se acostumbró de
nosotras mismas. Nacimos para cambiar de todo, no solo de talle de
bombacha. Incluso conociendo nuestra matriz cíclica, sentimos culpa, porque
siempre estamos acercándonos a actuar un rol que está en contraposición de
otro realmente importante.
Las mujeres debemos hacernos cargo de nuestro poder como seres
complejos, múltiples y enredados. No debemos conquistar un mundo ajeno,
debemos comprender que la culpa nos acompañará mientras tengamos que
ser de una sola manera, repetitiva. La culpa es el precio de la libertad.
Tenemos el poder de diversificarnos, de hacer la revolución en el mundo
chiquito y en el mundo gigante. Hay un tiempo adecuado para cada cosa.
8. Hoy, año 2023, pienso que la sexualidad entendida como el contacto pleno, afectivo y
placentero, con otrx, es la base de una pareja. Sin ese contacto, sin abrazos, besos,
miradas, sin una mano en la cola a la mañana; la pareja está destinada a ser solamente
una empresa. Para mi, la dimensión sexual fue un descubrimiento de la década de los
treinta y las comprensiones que me habilité gracias a abrir el cuerpo al placer son
infinitas. Tuve que partir de la idea de sentir y no de gustar.
9, Hablé sobre mis enfermedades genéticas en mis libros: Todo lo que soy capaz de (no)
decir (DNX, 2018) y Con estos restos (LPA, 2022).
PAREJA, EX Y AMANTE.
Hacer un trío 56
10. Por la salida de este libro en 2015 mi tío se enojó conmigo y con mi padre, y
estuvieron enemistados hasta la muerte de mi papá. Lo que para mí era develar un
secreto con amor, para otros fue poner luz en un lugar que estaría cerrado para siempre.
Lamento haber ocasionado tanto malestar familiar con esta historia. Honro mi pasado,
honro profundamente a mi abuela y a sus decisiones. Pido disculpas si la verdad molesta
y expone, sé que duele. Pero no voy a dejar de hacerlo.
Tengo dieciséis. Esta mañana abrí los ojos y él estaba ahí. Su cara de
comercial y su mochila lista. Planea llevarme de sorpresa a la isla. Esto no
puede ser verdad. Es el chico más codiciado de la agencia de modelos en la
que trabajo. Yo, una narigona frustrada que no para de comer hidratos.
Me llevó, me habló, me remó, me cocinó, me acarició. Nada más. Me trajo
de nuevo a casa con la ilusión de un beso fantasma que nunca llegaría. Nos
vimos un par de veces. Le escribí setenta y ocho mails. Cuando me fui de
vacaciones con amigas le dejé quince llamadas perdidas desde Miramar. Le
escribí un libro. Sí a él y a otro, les escribí libros. No cualquier libro. Libro con
poemas, fotos, sobrecitos. Libro sacrificial que decía que lo quería ver feliz,
muy a pesar mío y de no amarme. Que sea libre, que desarrolle sus encantos,
que se enamore de una mujer que pueda amarlo con todo su ser.
Me manda flores. Deja a su novia por mí. Me pide casamiento. Me besa
con pasión bajo la lluvia. Deja de tomar el vuelo por mí. Espera el Evatest al
otro lado de la puerta. Llora con la noticia. Habla de cuando seamos viejitos
juntos. Me dice que soy irresistible. Me hace masajes a diario. Publica mis
fotos en pijama diciendo que nunca vio algo tan bello. En fin, escenas de la
vida cotidiana, que vi en la tele, pero que nunca me pasaron. Hoy me levanté
con un tipo barbudo que no hace más que rezongar. Prácticamente no nos
tocamos y peleamos por quién se saca más frazada. Ya le pedí que se ponga un
colchón en su estudio de música. “¿Qué vas a hacer cuando se destete y no
puedas venir a decirme: “Tomá, el nene que quiere teta?”. Lejos quedaron las
noches que queríamos juntar pie con pie o enredarnos. Ahora llueve, es
domingo. Hay un silencio que me hace extrañar ese burbujeo de no tener
mejor plan que hacer el amor. ¿Volverá a pasarme? Digo, eso de sentir que
alguien te come con la mirada. La plena excitación de que alguien baje apenas
un bretel o se detenga en cada parte del tu brazo haciendo una minusculísima
caricia. Por suerte no tengo un amante, sino sería capaz de abandonar las
cosas importantes de la vida, como trabajar, comer o higienizarme.
Sueño que Catriel (12) me toma con sus brazos y me sube a su caballo.
Partimos rumbo al desierto. Todo lo demás queda atrás. La casa, los chicos, el
marido. Soy su princesa, su objeto deseado. No puede evitar mirarme,
subyugo todos sus sentidos. No sé si me gusta o me gusta gustarle. Puedo
prostituirme física y afectivamente si a cambio seré su juguete preferido.
Comercio amor, pago lo que sea. Que dependa de mí, que yo sea para él como
una maga imprescindible, como una vasija llena de tesoros. De pronto, Catriel
tiene esposa, y me pide que me tome un taxi. Vuelvo a mi casa y mi marido
está haciendo la comida.
Cuando conocí al padre de mi hijo imaginé que me pedía casamiento.
Estaríamos ambos vestidos del blanco, él tocaría una canción de Ana Prada
mientras entro a la ceremonia. Nos casaría un amigo. En la platea estarían
todos mis ex, ahora amigos. Unos meses después me pidió casamiento en un
aeropuerto, vestido de corazón en un traje de cartulina, con un cartel enorme
que decía “Casate conmigo”. Después convivimos, después me embaracé y
nunca más se habló del tema hasta que decidimos hacer un certificado de
convivencia sin fiesta y sin amigos, por el tema de la obra social. No me gustó
que me pida casamiento en público.
El enamoramiento no me causa gracia. Quisiera hacer un curso acelerado
para conocer toda su mugre de golpe, aunque me prive de vivir las mariposas,
solo para saber si estoy haciendo bien. Esto que suena muy controlador, me
parece muy decente. Fui víctima de elecciones terribles a causa del
enamoramiento. Engendré a mis hijos sin haberlo consensuado, me mudé a
una casa llena de humedades, soy destino de su maltrato cotidiano. Ahora sé
que no me quiero casar.
—Vos tenés un problema —me dice—. Querés que el hombre venga y te
encare. Que te elija. No podés acercarte de forma erótica a tu pareja (le gusta
hablar de él en tercera persona).
Puede ser. Si me acerco yo, pierde valor. Como cuando le decía “mirame”
a mamá. Y ella: “Ay, qué lindo”, pensando en otra cosa. Ir a buscarlo incluye la
posibilidad de que salga mal. En el sexo y en el amor soy un alma frágil, recién
nacida.
Anoche concretamos un proyecto de pareja. Decidimos dormir en
habitaciones separadas. Hace años que el cuarto es el lugar de los
desacuerdos. Que me sacás las sábanas, que hacés ruido cuando te movés, que
la televisión me molesta, que no pases las hojas de la revista, que por qué no te
levantás vos a las siete de la mañana. Así que anoche nos despedimos a las
once. Él se fue a su cuartito de música con un colchón y mis hijos y yo nos
quedamos mirando películas en mi cama. Por fin la libertad. Tuve curiosidad
por espiar qué hacía él en ese cuarto o cómo se las había arreglado para que la
lluvia no le entre por la abertura de la ventana, pero no me moví de la cama.
A veces la distancia genera deseo y el deseo un impulso de encuentro. Eso es
lo que pretendo alimentar, dejar de hacer el esfuerzo de compartir lo
incompartible y tener unos metros de distancia para caminar cuando quiero
ir a buscarlo.
¿Qué me resulta innegociable en una pareja? ¿Cuáles son las cosas que, si
no están, mostrarían que no hay reparación posible? ¿Todo eso que le pido
por necesidad, puedo ofrecérselo?
Si el príncipe azul no destiñe, no es principe. Todas nos relacionamos
varias veces, por primera vez, con la misma persona. Nos elegimos por capas.
Al principio elegimos al príncipe y un día tenemos que elegir (o dejar ir) al
mendigo. Cuando una tiene al príncipe es princesa. Cuando tiene al lobo, es
loba. Cuando una elige el mismo alcaucil a pesar de haberle pelado las capas,
se encuentra con un sabroso corazón.
Lo que más nos cuesta a la especie humana es percibir la complejidad de
la cual somos parte, sin controlarla. Tenemos una mente hiperentrenada para
crear objetos y eso implica cerrarse. Somos inteligentes para hacer edificios,
sistemas hidráulicos, computadoras; y también somos ignorantes vinculares.
El cerebro no puede estar abierto al vínculo, porque controla, se cierra y
trata de coherentizar la información nueva con la que ya tiene, para mantener
una identidad estable. La inteligencia que conocemos premia la eficiencia. En
cambio, la inteligencia vincular premia la cooperatividad y consiste en dejarse
transformar por los vínculos, a costa de ir perdiendo identidad, aun
desorganizando nuestro pasado y todas las creencias.
Si preservo mi memoria no estoy abierta a que la realidad me transforme,
estoy, más bien, comprometida con seguir repitiendo mi patrón. En el vínculo
con otro, todos nos transformamos y perdemos coherencia. Por eso nos duele.
Dejamos de ser quienes fuimos y nos vamos descubriendo nuevamente.
Estamos biológicamente preparados para soportar la tensión de ser y sentir
dos cosas supuestamente contradictorias a la vez. No caigamos en la trampa
de tener que elegir entre el bien y el mal, o entre la verdad y la mentira. El
salto profundo, evolutivo y creativo, es soportar la tensión de los opuestos sin
definirse por una cosa u otra, entrelazando todas las posibilidades. ¿La
manera? Abrirnos a la trama vincular y dejarnos modificar, porque nunca
sabremos qué forma tomará el encuentro.
Descubrí que la creatividad está en todas partes. Uno no puede ser
creativo solamente para pintar, escribir o hacer la comida. La creatividad
implica hacer danzar dos postulados, dos verdades. Crear es generar distintas
tensiones y acercamientos entre dos estructuras aparentemente
desconectadas. Cocinar cantando. Jugar sanando. Bicicletear inventando.
Agregarle una frase a una camisa. Comer arriba de la silla. Un argentino y una
rusa. Un bombón con jamón. Una virginiana con un sagitariano. Un radical y
un peronista. Así, hasta que los rótulos fallen.
12. Catriel fue un personaje de una telenovela argentina llamada Más allá del horizonte
(1994).
La terapia de pareja 56
» e,
explique”, “¿te das cuenta de que me estás lastimando?”, “después no me
vengas como si no hubiese pasado nada”, “delante de los nenes no, por favor”,
“no me estás escuchando”, “no te importa que te estoy pidiendo algo”. Bueno,
retirarse, es retirarse a decir todas esas cosas, incluso las políticamente
correctas. Retirarme de pedir con amor, con cuidado, con estrategia.
Retirarme ante cualquier intercambio áspero. Retirarme y punto. Porque es lo
único que ni a él ni a mí nos sale bien. El arte de detenerse en el momento
preciso.
Lo que más me duele de todo lo que dice es lo que yo también pienso de
mí: que soy oscura, mala madre y depresiva. No puedo tolerar tanta energía
en diferenciarnos. A ver si un día me hace el favor de dejar de pedirme
favores.
Si todo lo que se están diciendo esos dos seres en su fiesta de su
casamiento, después de once años de noviazgo, es cierto, yo no te amo.
Decididamente, se miran con chispitas, se cuidan con ternura. Vos, si
podés agarrarte el paraguas y dejarme bajo lluvia, mejor.
Hace un rato, mientras te hacías el loco en la mitad de la pista de baile con
amigos, un hombre de espalda marcada se ve que pensó que yo estaba sola y
me invitó a bailar. Me dio vergienza, ya no sé bailar con un desconocido. Le
dije que no sabía cómo hacerlo. Me dijo que me llevaba. Cruzamos algunas
palabras. Tenía una irrefrenable necesidad de avisarle que era madre y que mi
bebé dormía en un cochecito al otro lado del salón. Así que lo metí de la nada:
“Sabés, mañana me tengo que levantar temprano”, “no, por laburo no, porque
tengo un bebé, en realidad dos”. Ya le cambió la cara. Mati se acercó, pero no
nos dijo nada, y a la tercera canción se quiso hacer el macho territorial y me
sacó de mi experiencia extramatrimonial de un brazazo rotundo, riéndose
aparatosamente. Después me paseé con Oliverio en brazos cerca de la mesa de
mi “amante”, como diciendo “a este niño lo podría haber tenido con vos y tal
vez hubiese sido más feliz”. Por supuesto, no me prestó más atención.
Cuando nos volvíamos a casa con las maracas del carnaval carioca, todo
ese cuento de “haber sido deseada” por una noche se esfumó cual Cenicienta.
Me criticó si ponía primera o segunda para subir una rampa, se negó a
explicarme cómo usar el espejito retrovisor en el auto nuevo y amenazó con
bajarse en medio de la avenida Libertador bajo la lluvia con la excusa de que
estoy loca. Vamos, lo mismo de siempre. Volver a la intimidad y apagarse por
completo.
La consigna: tengo que decirte lo que siento, necesito y quiero con vos.
Después validar y repasar en voz alta lo que vos sentís, necesitás y querés
conmigo. Después ver qué de todo eso que sos (y que yo aborrezco) me falta o
me complementa.
Cecilia (otra C en nuestras vidas), la terapeuta, nos escucha.
Yo necesito que no me grites delante de los chicos. Me siento
desvalorizada. Me duele que me digas que no me hago cargo de lo que los
nenes necesitan. Necesito que dejes de gritarme. Y también de hacerme la
lista de todo lo que hice mal en los últimos seis meses. No sé cómo hacer para
no engancharme en las peleas. No quiero contestarte, pero decís cosas de mí
que me producen un dolor inexplicable.
—¿Qué creés vos, Matías, que te hace falte incorporar de lo que dice
Violeta? Decíselo a ella.
—Bueno, tu organización. Empezar y terminar las cosas
—Contesta.
—Es que yo no siento que soy “la estructura” y vos el “descuelgue”. Siento
que esto es lo que está propuesto en este vínculo, no sé por qué. Y no me gusta
este papel. No siempre fue así, ni en mi vida ni con otras parejas.
—No siempre van a llegar a un acuerdo. A veces el conflicto no tiene
solución. Aun así, darle validez a lo que el otro siente y necesita es el único
camino para el encuentro. Las razones no hacen felices a las personas.
Distintos son y por eso se eligieron. Pueden complementarse o seguir
discutiendo para ver qué posición es la mejor. Ambos tienen razones, muy
razonables, por cierto, pero poco importan. Verán si están dispuestos a
limpiar esto, a aprender a parar para no lastimar, dejar la charla para más
tarde. Recurrir al valioso humor que tienen para relacionarse.
En otra sesión discutimos menos y podemos hablar de nuestras familias
de origen. Sabemos que vertemos en la pareja lo que traemos de la pareja de
padres. También sabemos que estamos al servicio de replicar el sistema del
que venimos, tal vez por un amor ciego al origen o una lealtad invisible.
Estamos recabando información sobre un abuelo de Matías que murió
cuando su padre tenía quince años. No sabíamos quién fue ni de qué murió.
Se llama Camilo (como nombré al bebé que no nació), y que “no hablaba
mucho”, era más bien “cerrado”. Matías acumula y explota. Matías niega.
Matías no ve por muchos días, y cuando ve, se pudre todo.
En mi familia las cosas se dicen todo el tiempo, retóricamente. Se habla
acerca de si hemos sufrido, si seremos felices, si viviremos para contarlo. Mi
padre está haciendo viajes porque dice que le “quedarán diez años de vida”. Y
mi madre le promete a Catalina heredarle los juguetes cuando muera. En casa
hacemos una oda al sincericidio. Nos protegemos nombrando lo
innombrable, como si después de eso no nos fuera a pasar.
La propuesta de formar una familia, se la hice yo al destino. No parecía
programada para eso, de hecho, me cuesta horrores. No me sale
orgánicamente, pero voy encontrando mi estilo. Cuando caímos en el
consultorio gestáltico de Cecilia, tuve que poner en juego una dosis de
humildad para no contarle todo lo que yo sabía sobre lo que ella hacía. No era
momento de brillar. Cuando brillo me estoy perdiendo de algo.
¿Me puedo permitir separarme? ¿Con dos hijos de dos padres diferentes?
¿Ensamblando dos exfamilias? ¿Pretendiendo no lastimar a nadie? ¿Otra vez,
repetir la historia? Una excesiva carga. ¿Un nuevo novio alguna vez? ¿Qué me
digo sobre mí misma? Puta, adolescente, desalmada, mala madre, inmadura.
El encuentro. ¿Quiénes están cuando estamos juntos? El director de teatro
y la escritora, el padre y la madre, los amigos y los enemigos. Los que no
estamos somos los amantes. Y no es que no tengamos relaciones sexuales
placenteras, cada tanto. No estamos ahí, encontrados, él y yo, juntos. Como
pareja, no estamos nunca.
Ahora tenemos un cuaderno amarillo que se titula “Nosotros”. Ahí nos
dejamos mensajes y hacemos tareas. Tratamos de trabajar para facilitar el
encuentro, estando disponibles y solidarios con las necesidades del otro, aun
cuando las propias parecen haber sido robadas. Estamos. Estamos queriendo
que algo nutritivo resurja. La mayoría de las parejas son vínculos neuróticos,
de niños rotos, muertos de miedo a que les saquen la atención y los juguetes.
Mío, mío y mío. El amor de pareja saludable, con mi sol natal en la casa
astrológica número 7, es sin duda una de mis cuentas pendientes.
Duele, pero revela, digo, el darse cuenta. Revela que estamos los dos
creciendo y que ya no queremos lo mismo. Que no sé si puedo. No nos sale
natural esto de acompasarnos. El amor se profundiza, pero no sabemos qué
hacer con él. Se va revelando lo que no quiero, lo que no negocio, lo que
valoro. Dejo de lamentarme por lo que no salió como esperaba. Nuestra
relación tiene su música, rutinaria y hermosa. Aun así, en la transformación,
me permito imaginarme sola, me permito abrir el juego. Habitamos en una
crisis de pareja y de la incertidumbre estamos hechos. En los aires que se
acercan intuyo revolución.
La pareja de padres
Aquí y ahora, escribile una carta a un/a ex. Podés enviarla de forma
anónima. Hay mucha energía, que nos pertenece, aún en pensamientos e
imágenes para amores que quedaron en el tiempo. ¡A descargar!
13. En mi libro Ensambladas. Todo tipo de familias, amplío toda la historia de mi familia
ensamblada, recupero el valor de las madrastras y recopilo decenas de relatos de familias
que rompen con el prototipo de familia ideal.
MADRE
La maternidad como un salto al vacío 75
El bolso de mi madre
Mis primeras seis horas sola, sin los chicos, fueron hace poco y de
casualidad. Surgieron planes para los nenes con ambos padres y quedé, un
martes cualquiera, sola en casa la tarde entera. Alivio, placer, desinhibición.
Me baño con la puerta abierta mientras escucho llover. Miro chimentos,
me paseo desnuda, me depilo. ¡Qué lindo se está poniendo esto! No lo quiero
desaprovechar. Algo me empieza a incomodar. Abro la heladera una y otra
vez. No hay nada, pero no pienso malgastar mi tiempo yendo al súper chino.
Como queso rallado con cucharita, una mandarina orgánica y un turrón.
Siento al tiempo como petróleo, que pasa, pero no pasa. No tengo planes, no
sé qué hacer. Empiezo a leer un libro, pero me distraigo. Me toco una teta,
¿tendré cáncer? Ayer soñé que chocaba y me moría. Googleo cómo sanar los
sueños. Me aburro de mí misma. Al final esta familia disfuncional me agota,
pero me devolvió del mundo vacío. Así se sentía cuando vivía sola. Horas
eternas de soledad, soñando despierta con tener algo, alguien, una mirada,
una caricia. Una soledad devastadora y profunda. Ningún plan estaba bueno.
Miraba revistas y recorría librerías de calle Corrientes. Un heladito y un
chocolate para anestesiar. Los libros intelectuales y buscar novio por chat.
Tirando de la cuerda de la inconformidad.
¿Estoy deseando que vuelvan mis hijos? No, no es para tanto.
Me refugio en el trabajo, es algo así como no tener reloj interno. Pido
prueba de vida de Oli por WhatsApp. Me baño en palo santo. Aflora lo más
auténtico, la misma sombra de siempre. Así, de martes marciano viene la cosa.
Al menos hice un descubrimiento, vuelve Cinema Paradiso, esta vez sin
censura, con los cincuenta minutos que le sacaron a la peli original.
Tengo seis, casi siete. Mi mamá decidió irse un mes a Madrid a dirigir una
obra teatral muy exitosa en Rosario. Me quedo al cuidado de mi tía, la
hermana de mi madre. Ella desobedece las indicaciones de mamá y no me
deja asistir a la obra de teatro en la que yo actúo todos los fines de semana.
Tampoco puedo dormir con la luz prendida, ni volver a mi casa a buscar
juguetes. No logro hablar con mi madre por teléfono. Los faxes que ella envía,
casualmente nunca llegan. Un mes de completo abandono. Una niña que se va
olvidando la dirección de su casa, el color de su cama y los ojos de su madre.
Mamá creyó que no era la mejor persona para cuidarme, pero la necesidad de
un niño de estar con su madre no es proporcional a la seguridad/inseguridad
de esta, ni a su estructura psíquica. ¿Dónde está mi tía? En sus concepciones
sobre el biencriar, muy lejanas a mi necesidad real. ¿Dónde está mi madre?
Lejos, muy lejos, desautorizada por ella misma. ¿Dónde está mi padre? En
Buenos Aires, con su familia. Él vino un par de días y pudimos enviarle un fax
a mamá y recibir otro de ella. Todos con buenas intenciones, todos en nombre
del amor y, sin embargo, la imborrable huella del dolor.
Bienvenido que los hijos carreteen y tomen vuelo si es parte del devenir de
su crecimiento. Bienvenido que los padres vuelvan de sus lejanos horizontes,
recuperen el abrazo con sus pequeños y duerman con ellos, si es parte de
reparar un distanciamiento con consecuencias a largo plazo.
Los padres y las madres cuidamos a los hijos y debemos celebrar que
crezcan y nos abandonen. No podemos fallarles, no podemos pedir
compensaciones. De los de arriba se toma la vida para desplegarla con los de
abajo. No me digan que no es doloroso. No me digan que no es sublime.
La vocación
Que sexuales somos desde el primer día, porque sexual es nacer, morir,
mamar, y sentir.
Que todos nos formamos en el agua y en un constante abrazo con otro.
Que todos sabemos nacer. Que todos sabemos crecer con nuestras
mejores posibilidades.
Que todos empezamos a conocer nuestro cuerpo de bebés, cuando nos
chupamos manos y pies.
Que todos sentimos placer de manera diferente y haciendo diferentes
cosas.
Que todos tenemos derecho a decir que no.
Que la vida es una rueda y todo lo que avanza es rítmico.
Que la menstruación no es sucia y se puede mirar, oler, tocar, mostrar.
Que cuando un adulto comparte el cuerpo con otro puede ser por placer,
amor, juego o disfrute.
Que el mundo dividido entre lindos y feos es pobre y aburrido.
Que quiénes somos está íntimamente conectado con quiénes fueron
nuestros padres y abuelos.
Que todos tenemos miedo.
Que no hay Dios que castigue. Que los padres tampoco deberíamos
hacerlo ni con los hijos ni con los pares. Las cosas hechas por miedo al castigo
no tienen valor alguno.
Que no somos solamente los hijos de los más fuertes. La evolución está
marcada por la cooperación y no por la competencia. Hay que agruparse para
crecer.
Que todos luchamos por pertenecer a algo o a alguien, que queremos
hacer las cosas bien para estar allí donde deseamos estar, pero no siempre lo
logramos.
Que aun teniendo las mejores intenciones, vivir implica equivocarse.
Que todas las familias son diversas como las personas, porque cambian, se
transforman.
Que saber quiénes fueron nuestros ancestros nos conecta con lo propio y
nos regala libertad para saber quiénes fuimos y quiénes queremos ser.
Que el cuerpo es una maquinaria capaz de volver al equilibrio.
Que no todos morimos de viejos.
Que no vamos al cielo.
Que hay diferentes maneras de nacer y de morir.
Que está permitido equivocarse.
Que algunas de las cosas más liberadoras y responsables que aprendí son:
no pesarme, no controlar la fiebre y no contar el vuelto.
Que todos merecemos ser amados y respetados sin que nos pidan nada a
cambio.
Que siempre hay una manera de solucionar las cosas que aún no se nos
ocurrió.
Que todos podemos desarrollar la intuición y encender un talento. Hay
algo que es de cada uno, que no se parece a nada.
Que cuando el objetivo coincide con hacer bien a muchos, se cumple
rápidamente.
Que hay un orden y da paz reconocerlo. Los más grandes son los más
grandes. Los que venimos después, venimos después y tomamos la vida y la
fuerza de los grandes.
Que podemos cambiar la historia. La conexión con nuestro origen
despliega nuestro destino.
Que ni la comida, ni un mail, ni una pantalla te pueden abrazar.
Que cada día estamos obligados a tomar riesgos.
Que no hay buenos ni malos, hay contextos e historias que parecen
invisibles.
Que debe haber un equilibrio entre el dar y el recibir.
Que todo lo que se siente es válido e importante. No para reclamar, sino
para comprenderse y darse un lugar.
Que el pecado es la crueldad contra uno mismo.
Que podemos ser nosotros mismos. Que, si intentamos parecernos a otros
hoy, de todas maneras haremos el camino inverso mañana.
Que deseo ponerle nombre a lo que siento y a lo que sienten, aunque
parezca horroroso.
Que no voy a permitir los secretos. Que los secretos nos atan y los
nombramientos nos liberan. Todos tenemos derecho a la verdad, aunque esta
sea diversa, trágica, confusa o subjetiva.
No he conseguido liberarme de la culpa, ya no lo intento. No he
conseguido brindarles la mirada que no he recibido. Muy pocas veces
conseguí darle borde y encuadre a mi relación con ellos, sencillamente porque
aún busco mis bordes y mis fronteras. Lo que sí pude y seguiré pudiendo es
criarlos sin omisión y sin secretos.
Aquí y ahora, escribite una carta a vos mismo/a como si fueses tu hijo/a
contándote cómo te ves y qué necesitás. Preparate, es fuerte.
NN
15. Mientras edito este libro, en el año 2022, estoy gestando un nuevo hijo varón, con
otro amor, otra perspectiva, con otras ganas y otra entrega, llena de miedos y de ganas.
Pasaron diez años de mi último embarazo y me siento primeriza.
COMILONA
El atracón 91
Tengo veinte años y todo lo que pienso en el día gira en torno a la comida.
Una vez estuve tan flaca como quería. Eso no hizo que desapareciera mi
incomodad, la creencia de que nadie iba a elegirme. La mejor sensación no es
estar delgada, sino estar adelgazando. Sentir que por fin estás haciendo algo
bien y que da resultado. Mientras tengo la atención puesta en qué como, cómo
como, o cuán apretada me queda la ropa, no hay persona en el mundo capaz
de herirme profundamente. No estoy aquí. No estoy con nadie. Somos la
comida y yo. La pena por ser gorda y yo. La compulsión y yo. Cuando me
pienso flaca y con la cola parada nunca me imagino sola, Cuando me pienso
madre, nunca me imagino aburrida. Cuando me pienso madre, todo el dolor
se despeja y la ausencia se transforma en cuerpo de bebé dándome caricias.
No estoy segura de poder amar a nadie.
La compulsión hace que necesite chupar naranjas y chupar a otros.
Comérmelos, que me abracen, que me besen, que amortigúen todas mis
experiencias. Yo estoy dispuesta a darme entera, a entregarme toda, a no
dejarme ni un pedazo de vida para mi misma. El amor debe ser otra cosa,
como la capacidad de dejarse afectar por otro sin esperar nada a cambio. A mí
me gustaría poder. Me gustaría poder decirle que no a ese chocolate. Lo abro,
corto un trozo y lo cierro herméticamente diciéndome “basta”. No llego a
tragar el último bocado que ya estoy desmembrando el paquete para seguir.
Hasta que no acabe con todos los alfajores, duraznos y chocolates que hay en
la casa no voy a parar. Es una cuestión de vida o muerte. Podés estar
ahogándote a mi lado que me culparé por no llegar a tiempo, pero no haré
nada más que seguir masticando. Un puñado de maní y seguir. Trago, trago,
trago. Lo que compro lo como en el camino, o manejando, sin saborear, con la
mano, aunque sea arroz primavera. No es disfrute, es anestesia.
Quiero ser linda. Cuando alguien me ame profundamente lograré no
atraconarme. Para que alguien me ame profundamente tendré que dejar de
atraconarme. ¿Alguien podrá amarme profundamente a pesar de
atraconarme?
No es posible estar obsesionada con la comida y tener intimidad con una
misma. Mientras me descontrolo con la comida me controlo con la gente.
Lavo los platos cuando soy la anfitriona y cuando soy la invitada. Eso sí, no te
interpongas entre el postre y yo. Tomaré la porción más grande, aun después
de haberte dicho que prefería no comer nada. Me la acabaré en un instante y
miraré con deseo tu plato sintiéndome un pedazo de carne sin cura. Una vez
más me habré arruinado una juntada con amigos, una Navidad, un
cumpleaños. Comeré lo que queda con tristeza y resignación, deseando volver
a mi cama. Me prometeré que mañana haré más gimnasia y dejaré las harinas.
Tengo veintitrés. Duermo cada noche con el padre de mi hija. El amor de
familia que circula entre nosotros no me hace sentir menos hambrienta,
exacerba todos mis lugares oscuros y me recuerda todas las noches que estuve
sola. ¿Tu infancia en una sola palabra? La mía podría ser ausencia. No es que
mi madre no me amara, no es que no tuviese el juego y la imaginación como
lugar de resistencia, pero recuerdo la infancia como ese momento en el que
no soy nada y no estoy en ninguna parte.
Nada puede volver a dañarme así, porque ya no soy niña. La herida del
pasado hace que no pueda sentirme segura si algún hombre toca mi panza. Se
van a dar cuenta quién soy y van a lastimarme. No puedo tocar mis propios
muslos, ni hacerles un lugar en mi corazón a las estrías de mi cola. Estoy
atraconándome de mandarinas. Geneen Roth, la autora que inspiró el proceso
que estoy haciendo desde hace años, nos pregunta: ¿cómo sería, en una
palabra, la vida si la comida no fuese el problema? ¿Dónde estaría puesto el
control?
No sé si él me ama, pero cuando realmente sienta que me está perdiendo
va tomar conciencia de mi valor y de lo que le doy a su vida. Ahí todo se
arreglará. Aunque no sé, porque seguiré siendo yo. Si soy yo y no Penélope
Cruz no querrá quedarse. Si soy yo y no mi madre no les pareceré interesante.
Si soy yo y no una expaciente oncológica no le encontraré sentido a la vida.
El sufrimiento me dignifica la experiencia. Cada atracón se sigue de una
dieta esperando un día en el que mi peso se estanque para siempre en aquella
foto de la adolescencia donde lucía la bikini naranja que aún se guarda para
ese día. Me muero por estar tan linda como hace cinco años cuando me moría
por estar linda. Resulta apasionante, cuando algo se pone difícil, de pronto
vale la pena, vale mucho.
Tengo que dejar de creer que, por ser dulce, amable y solidaria, los otros
van a prestarme atención. Dejar de pensar que podré detener la violencia de
los seres solo con hacerles una caricia. Dejar de esperar que se detengan de
hacer el daño. Correrme. El arte de detenerse en el momento preciso.
Mi madre me enseñó que hay que hacer reír a los otros para que te
quieran. Y que también hay que estar siempre con un pie en la puerta. Del
cine, de la cena, del encuentro. Hacer lo tuyo y escapar a casa, lo antes posible.
La casa es un lugar seguro. Están nuestras cosas y nuestras pastillas. Si no me
puedo ir a tiempo, como golosinas. Si estoy limpiando mi intestino de
harinas, compro alfajores de arroz.
Te rechazo porque creo que ya te fuiste y para siempre. Voy a abandonar el
barco antes de ser abandonada. Cuando te vas yo ya me fui. Y si pensás volver
no me encontrarás tan pronto como me veas. Mucho menos dejaré que me
bajes la bombacha. Te fuiste, y yo de los partires me protejo. Te odio. Prefiero
estar sola. Cuando estoy yo y la comida, vos no podrás herirme. De la soledad
una no se cae al vacío. Del amor sí.
Mi madre le dijo a su amiga, señalándome: “Es bella cuando se pone
derecha”. Su amiga contestó: “Es bella y cuando se pone derecha, es derecha”.
Me entra aire, hay madres que saben hablar y otras no.
Los comedores compulsivos solemos ser compulsivos en la maternidad,
compulsivos en el amor, compulsivos en el trabajo. No podemos dejarlo para
más tarde, porque el más tarde no existe. Somos hambrientos ahora. Si nos
atraconamos lo hicimos porque somos débiles, echamos todo a perder, nunca
volveremos a ser queridos. La realidad es que simplemente comimos sin
hambre, hasta acabarlo todo. Lo que sentimos es que lo arruinamos para
siempre. El arte de detenerse en el momento preciso.
95
El paso más importante fue aprender a no volver a hacer dieta después del
atracón. Si comí compulsivamente, fue lo mejor que pude. Lo necesitaba,
comí sin hambre. Cuando vuelva a sentir ganas de comer, podré elegir lo que
desee sin importar las calorías. Tataré de dejar de comer cuando esté
satisfecha. Y la próxima vez que quiera, mi helado estará ahí, disponible.
No hay chance de que el control nos ayude a sanar. Somos expertos en
control y así nos va. Lo que necesitamos es amor, respeto y confianza. Aun
cuando las cosas se ponen difíciles. Hemingway decía que el mundo nos
rompe a todos, pero algunos podemos ser fuertes allí, justo allí donde estamos
bien rotos. Yo diría que no somos fuertes a pesar de estar rotos, sino que
somos vitales y potentes por estar partidos en algún sitio. No crecemos para
ser felices, crecemos para estar rotos y a la vez enteros, despiertos, vivos
cuando estamos vivos y muertos cuando estamos muertos.
Mi cuerpo sabe lo que le hace bien y lo que necesita. Para que mi cuerpo
hable necesito dejar un espacio vacío, esperar a tener hambre y disponer de
muchos sabores, texturas y alimentos para elegir. Ningún alimento tiene que
tener una categoría más baja que otro, ni siquiera una golosina. Pretendo
dejar de defenderme del dolor, porque el dolor no está aquí ni mañana. Ya
pasó.
Creí que ser madre me separaría de la ausencia. Ser madre me desplegó
los sentidos y me obligó a tomar contacto doloroso con las causas de la
compulsión.
Mi madre me ha repetido durante años: “Vos no me amás, me necesitás”.
Yo, en cambio, quisiera asegurarme de que mis hijos me amen de forma
limitada, no quiero que escuchen mis charlas ni sean testigos de los aplausos.
Me fui de Rosario para dejar de ser la hija de mi madre, y si bien cada vez que
la escucho me conmueve lo que transmite y su capacidad no-humana de
crear, algo en mí se siente arrasado, devastado, desajustado.
¿Qué elegirías si tuvieras todo disponible? ¿Cuánto comerías si todo
estuviera a tu alcance, siempre, cuando gustes? ¿Qué pasaría si la vida tuviese
para nosotros un menú mucho más variado y vasto de lo que hemos creído?
Cuando creo que aún hay lugar para mí en todos aquellos destinos que quiero
conocer y en todos los proyectos de los que deseo participar, el tiempo toma
otra cadencia, no compito, no me apuro. Espero y tomo lo que necesito, no
me guardo nada por las dudas, confío. La vida disponible o amarreta depende
de quién la cuente, de quién la viva. Siento que es cuestión de ejercitar el arte
de detenerse en el momento preciso, ante las señales del destino.
98
Y así siempre. Por años. Cuando una soga se ponía vieja, deshilachada y roñosa, la %
cambiaban por otra nueva, blanca y flamante.
Los Delasoga ya habían gastado más de quince rollos de soga de la buena, y habrían
gastado muchísimos rollos más de no haber sido por la tijera brillante.
Bueno, en realidad la tijera brillante siempre había estado allí, en el costurero,
hundida entre botones y carreteles. Pero nunca había brillado tanto como esa tarde.
En una de esas porque era una tarde de sol brillante como una tijera.
¿Comer sano?
Aquí y ahora, decidí llevar una golosina en tu bolso cada día durante
toda la semana. Anotá qué sucedió con ella, cuándo la comiste, o a quién se
la regalaste y qué recuerdos te trajo.
AMARA ARANA RAP UnN DUPRNNA RA ARA RA RAR UI NANA NA NANA RdA LEA RADAR ADAL Arda MINA AL nd RADO RA LAIA Ln LN INA RARA REA RANIA RARA P ERA MI NNNA RADA RADA MARU I AN ARMA GANA RA ALEA LA RAR NI RAR NdAr rd par rra rara rara ra radar
PACIENTE E
HIPOCONDRÍACA
Eterna paciente 10
¿Voy o no voy? Ya hace rato que tomé el Sertal, el Ibu, y nada. Me parto de
dolor. Fue de golpe, improvisto, una puntada en el medio del estómago. ¿Me
pasó algo hoy? No identifico ninguna experiencia o emoción en especial.
— Amor, me voy a la guardia del Italiano, ya no puedo caminar del dolor.
Mientras manejo las seis cuadras me pregunto si estoy haciendo bien, si
no es solo miedo lo que me lleva a consultar. Me asustan las guardias. ¿Por
qué me estoy haciendo esto?
Estaciono mal y olvido las luces del auto encendidas. Nunca vine a esta
guardia. Todo nuevo, blanco, vidrioso, iluminado, amplio, impecable.
Una cola de quince personas para la recepcionista. Estoy doblada de dolor
de panza. Hago cara de ay, necesito pasar yo. Una señora me avisa que las
luces de mi auto están encendidas, no me importa.
Según el plan médico y la afección, van derivando a mis antecesores a
diferentes salas, áreas y pisos. Me pregunto si mi prepaga será lo
suficientemente “rápida”.
Listo, me toca. Es una enfermera.
—Me duele mucho, no sé qué es, no aguanto.
—Bueno, ahora, terminá el trámite con mi compañero.
Diez minutos más en la cola de al lado, la del compañero. El
Administrativo.
— ¿Hay mucha demora, señor?
—Tenés un paciente adelante.
Parece que me derivan a un sector crítico, con una sala de espera enorme,
pero por suerte vacía. Una pareja llora, por lo que escucho hay una puerta que
da a cuidados intensivos de guardia. Sale y entra gente.
Me acurruco en una silla. ¿Qué tendré? ¿Pielonefritis? ¿Peritonitis?
¿Cálculos renales? ¿Infarto de aorta mesentérica? Por la ventana veo mi auto
mal estacionado y encendido.
Padres con hijos llegan al Señor Administrativo y hacen el ingreso para
después ser derivados a un área lejana: la de pediatría. Los envidio, Primero
porque se nota que todos esos nenes no están tan mal, y que se van a ir
enseguida. Y segundo porque están con sus hijos. Extraño a Oliverio. Lo
extraño como no lo extrañé nunca, y eso que ya estuvimos doce horas
separados. Ironías típicas de cara al dolor. Todo lo que no duele cobra sentido.
Los minutos pasan, cinco, diez, quince. Media hora. No sé cuál es el
paciente de adelante, pero a mí no me llaman.
—Señorita, ¿no sabe si falta mucho? Realmente me duele.
—Tenés un paciente adelante.
Me vuelvo a sentar preguntándome por qué no le dije que hace media
hora era lo mismo y yo no veo ningún paciente.
Cuarenta y cinco minutos.
—Disculpame, pero me duele mucho.
—A ver, esperá. —Usa el teléfono—: ¿Melina, podés dejar pasar a un
abdomen agudo para que se recueste un poco? (A mí)—. Mirá, pasá por esa
puerta al consultorio 9 y te van a dejar descansar.
No quiero descansar, quiero un médico ya. Pero hago caso.
Me acuestan en una camilla. No sé si es peor. Ahí quedo sola unos
minutos más, escucho del box contiguo comentar: “Hay una vieja afuera que
dice que le duele el pecho y no encuentro al cardiólogo”. Cuando me ve, cierra
la puerta.
Por fin llega la doctora. Jovencita y con panza de embarazada.
—A ver, ¿qué te pasa?
—Me duele mucho acá.
—Sí, ahí, es terrible.
—¿Fecha de última menstruación?
—No sé, no me acuerdo.
—Hacé memoria, yo para trabajar, necesito tu fecha de última
menstruación.
—(Invento) Fines de julio.
—Tenés un atraso.
—NOo, no, yo soy irregular, no estoy embarazada, tengo bebé chiquito, y
me tengo que ir a amamantarlo.
— ¿Tomás alguna medicación?
—No.
—¿Ardor al orinar?
—No.
Ahí me escucha los latidos y me toma el pulso. ¿Sospechará algo
circulatorio? Le digo que estoy asustada. No me responde.
—Te van a hacer un análisis de sangre y una ecografía, cuando estén los
resultados te llamo. Esperá por allá.
—¿En cuánto tiempo?
—Eso no depende de mí.
—¿Dos o tres horas?
—No sé,
—Ah, porque yo tengo un bebé y tendría que amamantarlo. Además, me
duele mucho, no sé si aguanto hacer todo eso.
—Lo que tarde no depende mí, tenés que esperar allá.
Estoy a la deriva en otra sala de espera, esta vez repleta. Son más de las
doce de la noche. Hay siete abuelos y abuelas con suero, sentados en la sala.
Caras de que hace horas que esperan. ¿Dónde me metí? Estoy literalmente
encerrada dependiendo de que me llame la enfermera y después de algunas
horas el ecógrafo y después, con los resultados, la médica. Ahora es más
miedo que dolor.
—Señor Administrativo, ¿cómo es el tema de la ecografía? Me dicen que
me van a asignar un turno y me van a venir a buscar.
Lo veo negro a esto, la gente a mi lado dolorida y pasiva. La única chica de
mi edad en silla de ruedas. ¿Para qué el análisis? Buscarán una infección. Yo
me quedaría tranquila solo con la eco normal.
—Señor, si yo me llevo esta orden que tiene usted al sector de imágenes,
¿podría llamar a mi marido y quedarme allí con él?
Me dice que ¡sí! Creo que quiero mucho al Señor Administrativo.
Bajo al subsuelo casi caminando en cuatro patas. No hay nadie. Escaleras
mecánicas. Grandes salas de espera. Más de cincuenta vestidores, baños,
mostradores. Todo impecable, nuevo, divino y vacío. Después de mucho
andar llego al área restringida de imágenes. No hay nadie. Me siento Rose de
Titanic buscando a Jack por el subsuelo cuando el barco se hunde.
Aparece un señor. Le pido por favor que me hagan la eco, que tengo que ir
amamantar a mi hijo. Espero diez minutos y me llama una voz: “Vazquez por
el vestidor 27”. Pienso en la pasividad de los pobres viejitos esperando arriba.
El doctor, muy guapo. Me dice: *Cerrá la traba”. ¿Cuál es la siguiente
escena de esta película? Miedo.
Miro la pantalla.
— ¿Está todo bien?
—Si hay algo mal te aviso.
Genial. Me duele mucho estar acostada así, en un momento grito de dolor.
Me dice que ve gases, nada más. Y que siga con los demás estudios.
Todo lo malo debería haberse visto en la imagen. No me siento enferma,
no tengo una infección. Me voy.
No volví al sector de mi guardia asignada. Cuando llego a la puerta
estaban mi marido y Oli, corriendo el auto. Parece que como el auto está en
venta, lo llamaron al número que pegamos en el vidrio para avisarle que
estaban asfaltando y que el auto estaba mal estacionado. Por fin estábamos
todos juntos. Nos sentamos en la guardia principal junto al Señor
Administrativo. Le pido a Mati su celu que tiene Internet para buscar si la
pielonefritis se puede tener con una ecografía normal. Diez médicos fumando
en la puerta de la guardia. Yo buscando en Internet mi destino. Estoy en
territorio enemigo. Ellos nunca entendieron que mi abdomen agudo me tiene
aterrada. ¿Me quedo o me voy? ¿Me saco sangre o no? Ya me había podido
escapar de la zona restringida. ¿Vuelvo a entrar?
Definitivamente no. Me encantaría algún inyectable que me saque el
dolor. Pero para eso habría que esperar más soledad y desidia. Me fui. Asumí
mis riesgos.
Estoy en la cama tratando de dormir y me siento mejor. Débil, triste y
nauseosa, pero ya casi no duele.
¿Cómo va ser mi vejez? Esto hay que transformarlo urgente. Los viejos
pasan los días enchufados a las máquinas en los pasillos de las guardias.
Soportan con naturalidad el maltrato, la violencia del tiempo perdido, el
diagnóstico no comunicado, la decadencia del cuerpo. Pareciera que te
quieren por lo que fuiste, pero aborrecen lo que sos. Un viejo dependiente,
que en cualquier momento se cae, se rompe la cadera, pierde la memoria o se
hace caca encima. No hay honor por el cuerpo en decadencia. Solo
obediencia. Te quieren, a pesar de tu cuerpo, y a pesar de estar muriéndote.
¿Quién se entrega sin ascos a cuidar el cuerpo enfermo de un viejo? ¿Quién lo
hace sin sacrificio? Tal vez aquellos que han tenido una formación corporal
trascendental, los que han sentido todo con la carne. Tal vez los más
humildes, y no solo porque están mal pagos, sino por su historia, donde el
intelecto es un cuento y el cuerpo puro presente.
¿Quién desata a la joven Adela muerta ahorcada en Bernarda Alba de
Lorca? La criada. ¿A quién hay que ocultar de la sociedad? A la abuela loca.
Las criadas dan la teta, cambian pañales de tela, cambian pañales de viejos,
acompañan a las Julietas hacia los Romeos y guardan secretos sexuales de sus
amas. Si no podemos nosotros estar disponibles física y emocionalmente para
nuestros viejos, por lo que son hoy, no por lo que fueron, ¿a quiénes se los
vamos a entregar? ¿A qué sistema?
De alguna manera fui víctima del sistema de salud. Me senti tan sola y
aturdida en los años que iba de guardia en guardia y de especialidad en
especialidad, que debo hacerme responsable de un cambio. Si no cambio yo,
no me van a venir a ofrecer algo distinto. El paradigma médico hegemónico,
por lo menos a mí, no me calza.
Tengo veinte años. Pago la prepaga más cara pero no confío en nadie.
Consulto periódicamente al arritmólogo, al hipertensiólogo, al oculista, al
gastroenterólogo, al endocrinólogo. Mis “patologías” deben ser “controladas”
cada cierto tiempo.
Mis encuentros con Alicia, la terapeuta que no es psicóloga, sino que ha
vivido en carne propia la adicción a la comida y otros sufrires, son
productivos, mucho más que cuando me atendía con licenciadas que llenan
sus paredes de títulos.
Estoy embarazada de Cata. Me sorprendo con la cantidad de estudios
científicos que avalan prácticas no estandarizadas en los hospitales. Investigo
sobre todas las rutinas peligrosas que se hacen en la mayoría de los partos y
que nos hacen creer que son para salvarnos la vida. “Qué suerte, te hicimos la
cesárea a tiempo”. ¿Y qué pasó antes? No busco solo un parto respetado, busco
un nacimiento sano, protegido. No tengo dudas, la próxima vez que sea
madre, pariré en casa. No por moda o comodidad, sino porque es lo más
seguro, apropiado y coherente que puedo hacer por mi hijo.
Tal vez los profesionales que busco existen, pero por fuera de las obras
sociales. Mariano, médico clínico, me vino a ver la garganta dos días antes de
mi fiesta de quince. Lucio, oftalmólogo, se acercó a comer galletitas el día que
su hermano Lisandro me operó la nariz. El doctor N, cardiólogo, llamó a mi
madre la noche del día en que estuve en su guardia para preguntarle cómo
estaba yo. Sandra y Paula, parteras, me visitaron en casa todo el embarazo y
posparto, sin importar si fuese domingo o feriado. Cristina, ginecóloga,
consiguió que me hicieran una eco transvaginal de urgencia cuando estaba
interrumpiendo un embarazo. Norma, odontóloga, calentó la anestesia con
paciencia antes de pincharme. Damián, técnico en cardiología, vino a casa a
ponerme dos veces el Holter. Flor, terapeuta de Bioenergética, me sostuvo la
mirada y me abrazó después de cada ejercicio, conectándome con una
experiencia maternante sin precedentes. Hugo y Vero, maestros de primaria,
me protegieron de mis propias exigencias. Violeta, osteópata, me escribe
desde su viaje a Alemania para ver cómo estoy.
Los recuerdo con sus nombres y sus gestos, son humanos que no
quisieron mostrarme cuánto sabían. Que me dieron confianza y que
entendieron que componen la red de contención que nos sostiene.
En fin, medicinas hay muchas, formas de ejercer el rol también. Los que
no abundan son los profesionales tomando conciencia de que “el paciente”
está ante ellos en uno de los momentos más vulnerables de su vida. Y aun así
esperamos horas. Hacemos colas. Hacemos trámites. Toleramos el miedo.
Tenemos que aprender sobre la paciencia cuando menos lo merecemos.
El primer aprendizaje cuando doy clases es el rol. No podemos ser meros
transmisores de información. En mi forma de ver la atención terapéutica,
debemos enamorarnos de nuestros consultantes. Los hacemos impacientes,
los acostumbramos a no esperar, les damos fundamentos, les contamos el
origen de las cosas. Los animamos a que nos cuenten qué necesitan. Nos
sentamos a su altura. No les tenemos lástima, abrimos nuestras propias
experiencias, nos humanizamos delante de ellos. Somos lo suficientemente
sabios para comprender que mostrar grietas propias no nos hace menos
inteligentes, interesantes o especialistas.
El paradigma imperante no conoce la mayoría de las causas de las
enfermedades. Sí ha desarrollado extraordinarios métodos de diagnóstico,
excelentes tratamientos y maravillosos profesionales ante la emergencia. Pero
¿por qué me contagié yo y no vos si los dos tenemos la misma exposición,
incluso mis glóbulos rojos dan más altos? Azar, defensas, mala alimentación
(¿cuál es la buena y cuál la mala? En la pirámide oficial están los hidratos
como el consumo primordial), cigarrillo, mal descanso, estrés. Muy amplio
todo. ¿Genética? A la luz de las pruebas epigenéticas, donde se confirma el
privilegio de la influencia del contexto por sobre la herencia, es un poco
¿desactualizado? pensar en la genética como la causa de todo.
No es cómodo, para los profesionales de la salud, actualizarnos
periódicamente. Nos da seguridad repetir nuestros usos y costumbres. Si
ahora la ciencia dice otra cosa, elegimos no contradecirnos.
Un paradigma alternativo propone que la enfermedad es una crisis
depurativa. El organismo, mediante la enfermedad, se deshace de los residuos
tóxicos del cuerpo. Desde esta visión, la enfermedad es un producto del
desequilibrio entre mente, cuerpo y espíritu. Cuando los cuerpos más sutiles,
los energéticos, se obstaculizan, la energía no fluye y se afectan los tejidos. La
homeopatía, por ejemplo, cura por lo semejante. El paciente ingiere su propia
enfermedad, su desequilibrio. Cuando lo incorpora, el cuerpo ya no necesita
expresarlo.
Desde una tercera visión, la enfermedad llega para curarnos, nos regresa
al equilibrio. La enfermedad utiliza el lenguaje del cuerpo para dialogar con
nosotros. Cada órgano y tejido tiene una simbolización para nuestro
inconsciente, donde la enfermedad es la solución que tiene el cerebro para un
conflicto previo que pone en riesgo la vida. Según este paradigma, que atrajo
a muchos adeptos con el libro La enfermedad como camino, de Riidiger
Dahlke y Thorwald Dethlefsen, pero sumó rigurosidad científica con Hamer,
toda vivencia traumática, desde una quemadura hasta un abandono, genera
un cortocircuito cerebral. En ese momento el cerebro pone al servicio de la
persona todos los recursos para solucionarlo mediante el privilegio del
sistema nervioso simpático. En ese momento no tenemos sintomas, estamos
estresados, dormimos poco, comemos poco, pero el cuerpo está silencioso. Lo
que conocemos comúnmente como enfermedad responde a una fase de
reparación de los tejidos. En la reparación hay inflamación, dolor, infección,
fiebre y otras yerbas. Además, los conflictos que desencadenan enfermedades
(rechazo, aislamiento, humillación, etc.) tienen referencias previas en otros
conflictos de similar tonalidad que hemos vivido nosotros o nuestros
ancestros. (16)
Cuando eliminé las amalgamas de mis dientes, empecé a comer verduras,
concurrí a Bioenergética cada semana y medité todas las noches, mi cuerpo
empezó a florecer. Lo que llamo, un paquete depurativo. Limpio mi alma,
limpio mi cuerpo. Mantengo el movimiento. Cuando estoy fuera de eje me
doy cuenta y pido ayuda. Mi directorio de apoyo terapéutico no está en la
cartilla médica.
Cuanto más contacto con nuestro propio ser, nuestros sentires, nuestros
duelos y nuestros muertos, más fácil es para el cuerpo reponerse de un
momento crítico de reparación. Las enfermedades autoinmunes,
degenerativas, el cáncer y los trastornos psiquiátricos, aportan una
complejidad mayor a la trama y tienen un correlato transgeneracional mucho
más potente. No todo se puede curar. La naturaleza privilegia la vida de la
especie, pero no está interesada en la calidad de vida de cada uno de nosotros.
De cómo vivir mejor nos encargamos cada uno, que no somos ni más ni
menos que parte de un organismo más grande, parte de LA vida. Y LA vida
nos deja perplejos ante su complejidad porque tiene un sentido más amplio
de lo que puede abarcar nuestra conciencia. Cuando estamos enfermos
aprendemos a detener el movimiento y mirarla a los ojos. El arte de detenerse
en el momento preciso.
Curarse
Aquí y ahora, describí todas las emociones que transitaste la última vez
que tu cuerpo estuvo enfermo. Proponete “cuidados especiales” para la
próxima vez, ¿cuáles serían?
Cirugías y rellenos
Tengo ansiedad
Entonces sucedió, por fin, lo que tenía que suceder de una vez por todas.
María agarró la tijera y —tris tras— no cortó el pantalón gris; cortó la soga. Una
soga cualquiera, la que tenía más cerca. Y después otra soga. La tercera y la cuarta
las cortó Juan. Y Marita y Juancho cortaron una cada uno.
Las soguitas cortadas se cayeron al piso y se quedaron quietas.
Autocrianza
En esa sesión hablábamos del andarivel. Le contaba que yo siento que vivo
una vida chiquita, cuidada, con objetivos a largo plazo. Pero a la vez la vida es
132
Aquí y ahora, describí las tres actividades que nunca hiciste y que
implementarás el próximo mes en plan de autocrianza.
—Viole, sos un colador, todo lo bueno que hacés y que te sucede te pasa
de largo —me dice mi amiga.
—Sí, siento que todo eso me pasa y sale de mi rápidamente, como si no
pudiese incorporarlo, no lo siento como un bagaje personal. En cambio, lo
que sufro suma precedentes.
—Tenés un ser exigente interno muy poderoso. Tal vez ponderado por vos
misma.
—Sí, pero no quiero tenerlo más.
—Justamente, tu problema es tratar de extirpar tu juez, y lo hacés más
fuerte. No se trata de sacarlo, simplemente de miralo. Está ahí, es así. Te exigís
y te sentís exigida. Podés saber que es solo una parte tuya. Que está, te ayuda,
te pide atención. No lo excluyas.
—Qué interesante manera de verlo. Lo que yo siento es que necesito
actualizar la versión de mí misma. Darme cuenta de que soy otra y que tengo
nuevos recursos. Necesito reconocerme hoy, con mis pérdidas y mis
aprendizajes.
—Eso también es exigente, Me hacés acordar cuando no querías que te
eligiésemos para jugar al handball porque no querías hacernos perder.
—Es que tengo razón, no quiero hacerlas perder.
—¡Cómo si pudieses! ¿Quién puede hacerle perder al otro algo?
Escuchar todas las voces sobre un tema no es sencillo, Parece mucho más
atractivo comprar un gurú, un sistema de depuración corporal o todo lo que
dice un libro de yoga. A veces se vibra con las palabras de alguien, como
recordando algún saber olvidado. Sin embargo, es nutritivo poner en duda
todo. La versión oficial y la alternativa. Hay mucho “pack” sobre
espiritualidad, verdades que vienen en combo, organizaciones donde tenés
que cumplir ciertos requisitos o vincularte de tal o cual manera. Descontfío,
principalmente, de aquellos que quieren evangelizar, convencer o critican
otros sistemas para privilegiar el propio.
Es incómodo leer blogs de detractores de quienes practicamos o creemos
“cosas” con poco asidero científico o como ellos dicen: “Con respaldo de
estudios realizados sin rigurosidad metodológica”. Pero vale la pena conocer
las justificaciones de aquellos que piensan diferente. Algunas de ellas son muy
razonables. El problema raíz es el análisis de un paradigma fuera de su
contexto, o desde el paradigma adversario.
Creo en todo en lo que esté generando vínculo con un ser determinado en
un momento particular. Lo efectivo es la medida de lo verdadero. No creo en
verdades o teorías, sino en hombres y mujeres afectados por sistemas y
síntesis, Si te resulta, es por ahí.
La Biodecodificación Rizoma es una síntesis de un recorrido personal
sobre verdaderas efectivas para mí, pero la metodología está abierta a
transformarse. Somos los terapeutas los que debemos interrogarla, utilizarla y
modificarla. No es el método que nos moldea, somos nosotros que le damos
valor.
Soy creyente de algo más grande. La ley que más me gusta es la de
correspondencia. Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera. Si cada
organismo está compuesto por diferentes tejidos y unidades de vida, todo el
universo funciona así. Somos parte de un organismo más grande, estamos al
servicio de un misterio, cooperamos con un director de orquesta al que no le
hemos visto la cara.
Primero amamos, u odiamos, estableciendo un vínculo con *la cosa”, y
recién después hacemos uso de todas las justificaciones intelectuales, políticas
e ideológicas de nuestra elección hecha mucho antes, desde la emoción. La
emoción elige por su historia, por repetición, por lealtad, por intuición, por
mandatos, por no poder ver la propia sombra.
Ese “algo más grande” es como una fuente. Se puede conectar con ella aun
sin conocer sus dimensiones. Te conectás y una energía suprema te llega. El
error humano no existe en términos de la fuente. Lo que venimos a aprender
lo aprendemos, tarde o temprano, con más o menos sufrimiento. De vivir con
plenitud, entregados a la fuente, se trata el destino. De elegir potenciar lo que
nos nutre, concordar con lo que nos pasa y soltar lo que no nos pertenece.
Así como en las iglesias veo figuras sufrientes a dos metros del piso y
espacios altos e inalcanzables (los hombres pecadores abajo y los santos
151
Las separaciones
Tengo una particular atracción por los finales. Saber qué pasa cuando algo
se agota, cuando las personas se despiden, cuando las carreras se terminan o
las profesiones se desarman. Sería como una pasión/terror por la muerte que
le pertenece a la vida. No soy ingenua del tiempo cíclico. Las cosas avanzan
hasta ser magníficas y opulentas, y luego, sin mucho andar de por medio, se
desinflan, se marchitan, se desintegran.
¿Cuán atractivo y oportunista puede ser ese instante en el que entendimos
que algo se desarma?
Mis despedidas amorosas son postales con olor y música en mi cabeza.
Casi siempre con la letra de El último café en la voz de Julio Sosa (“Recuerdo
tu desdén / te evoco sin razón / te escucho sin que estés / Lo nuestro terminó /
dijiste en un adiós /
de azúcar y de hiel / Lo mismo que el café / que el amor, que el olvido / Que el
vértigo final / de un rencor sin por qué / Y allí, con tu impiedad /me vi morir
de pie / medi tu vanidad / y entonces comprendí mi soledad / sin para qué /
Llovía y te ofrecí / ¡el último café!”.). (22)
Un colchón destartalado en el medio de mi casa. Sé que tenés algo para
decirme. Tenés la certeza de que lo nuestro no es nuestro, que no va para
ningún lado, que no se puede rotular. OK. Rotulemos en un NO profundo,
triste, desarraigado. No puedo dormir esta última noche con vos, no puedo
proyectarme a mañana vacía, sin tu aliento, sin tu olor, sin tu sonrisa. Pero así
es, así somos de sanos, adultos e insensatos. Así nos dejamos ir, porque no nos
queríamos lo suficiente. Compraste facturas, las comimos en la terraza,
llorando al sol, entendiéndonos. Vos tomaste el subte, yo un taxi a la vuelta de
la esquina. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau!
Estoy sentadita, indefensa, esperándote en los escalones de la puerta de tu
edificio. Hace mucho frío, pero venís desabrigado. Te veo llegar sabiendo que
te perdí para siempre.
Viste mis piernas blancas en invierno. Viste mis brazos sin lucha, sin sueños.
Mi pubis aplastado. Hay ravioles comprados. Quiero agua. Estás, pero no
estás. No sé a quién le estoy pidiendo que me alcance el vaso de vidrio. No sé
a quién le estoy mordiendo la espalda y gritando de dolor. Vamos perdiendo a
nuestro bebé. Fue el dolor más injustificado de mi vida. Me subo a tu auto,
pero no tengo fuerzas para ponerme el cinturón. Y no sé cómo abrazarte, para
sanarnos los dos, para pedirnos perdón. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau!
Te acompaño desde las siete de la mañana a hacerte estudios al Hospital
Francés y a la Fundación Favaloro. Queremos que tu trombosis sea puro
pasado. Vamos con tu madre como soldados de batalla a tu lado. Leemos un
libro de chistes en la larga espera. No me mirás. Mastico tus chicles de menta
como mastico tu indiferencia. Son las cuatro de la tarde y salís de la última
ergometría. Te sentás mareado en una calle perdida cerca del Congreso. ¿Vos
me querés dejar? Silencio. Te compro un chocolate y nos despedimos. Lloro
todo el viaje hasta la psicóloga. Pero te agradezco la implacabilidad de tu
decisión, sin vueltas, me depilaste de un tirón. Te quiero. Te llevo en el alma.
¡Chau!
Venimos de Rosario. Un micro frío. Los dos separados por el apoyabrazos,
coche cama. Ya te había dicho que era el final, que ya no siento lo mismo, que
no te espero ansiosa en cada viaje y que no tengo ganas de viajar a Buenos
Aires a verte, Se me acabó el amor. Estás roto, duro, marchitado. Y yo soy
demasiado joven para darme cuenta. Nos subimos al subte en Retiro. Este
será nuestro último viaje. Me bajo yo, tengo que hacer combinación en
Diagonal Norte, vos no. Te beso, cruzo la puerta y te escucho partir en la
oscuridad del túnel, hacia Constitución. Muy cinematográfico. Después me
dedicaste tu primer libro de filosofía. No lo merecía. Te quiero. Te llevo en el
alma. ¡Chau!
Antes de morir quisiera tener varios nombres, una vida sin hijos, una con
siete y dos pares de mellizos. Antes de morir quisiera construir una casa en un
lago de un país con clima cálido todo el año. Antes de morir quisiera ser
presentadora de televisión y actriz de cine. Antes de morir quisiera inventar
hospitales del alma para Pinochos malheridos, y también quisiera ser
neurocirujana, trasplantar un corazón y salvar un pingúino. Antes de morir
quisiera haber visto el túnel con su luz al final, y haber vuelto. Antes de morir
quisiera viajar en el tiempo para ir a mi adolescencia a decirme que no me
haga tanto problema. Antes de morir quisiera enamorarme de un hombre
canoso, grandote y esperanzado. Antes de morir quisiera dirigir una revista.
Antes de morir quisiera aprender a hacer una fiesta. Antes de morir, que la
ropa de invierno me quede bien. Antes de morir, que mi casa pueda pintarse
todos los años de diferentes colores. Antes de morir, nuevos sabores, sin
restricciones. Antes de morir, películas de las buenas, y abrazos largos y
nutritivos. Antes de morir, mis hijos ubicados y felices, por favor. Antes de
morir, mis nietos en escuelas libres, vivas y reinventadas. Antes de morir, la
costumbre de nacer y morir dignamente. Antes de morir, tirar la totalidad de
mis pertenencias y volver e empezar. Antes de morir, dejar de hacer las
cuentas para llegar a fin de mes. Antes de morir, fotografiarme, dejar huellas,
crear mundos. Antes de morir, vivir más vidas, ser mosquito, taxista y física
nuclear. Antes de morir, llamarme Lila, Celeste, Blanca, Almendra, Alondra,
Anaconda. Antes de morir, tierra, fuego, aire y agua. Antes de morir, abolir las
salas de espera y las colas. Antes de morir, personajes, escribirlos, vivirlos,
creerles, quererlos. Antes de morir, imperfecta, divergente y múltiple. Antes
de morir, reducir la velocidad y aprender a elegir, sin sentir que me perdí la
mitad de mi vida. La perdí diciendo que la voy perdiendo.
Si no supiera que voy a morir y envejecer mi vida sería distinta. No me
habría apurado por tener a mis hijos, escribir mis libros ni depurar mis
intestinos. Si creyera que cada instante no es uno menos, ni que mis funciones
están sentenciadas a deteriorase cada día, sería verdaderamente libre. Tan
libre que no habría foco ni metas. Tan libre que nada tendría valor ni tiempo.
Tan igual que ayer y que mañana, que no sabría qué desear ni qué cambiar.
Tan libre que podría quedarme días en la cama sin producir absolutamente
nada más que mocos y de-
sesperanzas. Tan libre que muchos podríamos elegir suicidarnos de hastío. de
repetición, de falta de superación. Muchos podríamos elegir volvernos locos,
o ser experimentos vivos de la NASA. Todos, un día, aprenderíamos a poner
nuestras vidas en peligro para que la adrenalina nos cambie, nos limite y nos
transforme. Votaríamos a favor de la eutanasia sin justificación, y nos
entrenaríamos en ser doulos de la muerte, proponiendo nuevas drogas
alucinógenas y comidas de lento entumecimiento. Yo, sin muerte, sería pálida
e insulsa. Mis miedos serían tan grandes como hoy, pero en un tiempo
congelado, enlentecido, decolorado. Dicen que quienes viven menos
intensamente, bajo una actividad metabólica pobre, duran más años, como las
tortugas. Si respirás más lento, latís más lento, tenés menos orgasmos y te
negás a tener hijos, podés asegurarte una década ganada. Resulta que por
ningún lado hay negocio. Te hacen elegir entre sentir y permanecer.
El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber habla de animarse a perder el
tiempo como un acto de resistencia ante la idea de que el tiempo es un
producto que debe ganarse o invertirse. ¿El tiempo viene o nosotros vamos?
¿Estamos llegando a la Navidad o la Navidad se acerca? El tiempo eterno es
lineal. El tiempo nuestro, el de la Tierra y del Sol, es circular. No podés
impedir que tus hijos crezcan, aunque te encantaría que se queden diez años
repitiendo “*babau” en vez de perro, “oruga” en vez de tortuga. No podés
impedir que vuelva el invierno. No podés impedir morir, porque solo la
muerte garantiza la vida. Solo que tus hijos crezcan garantiza que estés
presente en cada nueva palabra y onomatopeya. Solo que el invierno vuelva
permite que se prepare el verano, y solo un gran gran gran caos puede parir
una estrella.
22. En mis libros Ensambladas y Con estos restos, ahondo sobre el tema de las
separaciones de pareja.
23. Para saber más sobre tanatología, duelos, fin de vida y trabajar el miedo a la muerte
podés consultar mis libros Con estos restos (LPS, 2022) y Entrá en crisis (Planeta, 2022), o
acudir a mis talleres sobre el tema.
SEGUNDA PARTE - .
24. La metodología completa a la que nos acercamos en lo que resta de este libro está
profundizada y detallada en mi libro Entrá en crisis (Planeta, 1EH), donde podrás hacer la
totalidad de nuestros ejercicios y sacar tus propias conclusiones. Entrá en crisis y este
libro fueron pensados como hermanos mellizos.
Actos simbólicos 168
Tu cuerpo está queriendo hacer algo por vos. Tus síntomas son pistas y tus
justificaciones refugios. Todos tus mecanismos inconscientes te han servido
alguna vez. Tu personaje aceitado es un arduo trabajo que parece natural,
pero que te ha permitido sobrevivir cuando no tenías recursos, Recursos se
tienen cuando se es adulto, ahora que sí lo somos, podemos desarmar
nuestras corazas y decirle al cuerpo: “Lo hago yo por vos, ya no es necesario
que me lo muestres, gracias”. Entonces, después de reconocernos, hacemos
algo. Propongo idear actos simbólicos que tienen sus orígenes en chamanes,
brujos y sanadores. Los actos no prometen nada, son acciones cargadas de
sentido. Durante estas “tareas” que se hacen en la consulta de BioRizoma o
fuera de ella, ponemos afuera lo que está adentro, Por ejemplo, si el síntoma
es una trombosis (un coágulo de sangre), el consultante desarma un coágulo
de gelatina de frutilla, lo licúa con sus manos y se lo toma. De esta manera
está tomando su sangre líquida y fluida de forma simbólica.
Mediante los actos realizamos simbólicamente los deseos, las escenas
temidas, los mandatos y la inclusión de los personajes excluidos de la
biografía. Necesitamos ponerle el cuerpo a una acción nueva, disruptiva,
inesperada y cargada de sentido. Podemos, por ejemplo, realizar de forma
simbólica lo que el consultante teme, para descargar su tensión. Si temo
enfrentar a mi padre, dibujo la escena donde le hablo y le escribo una carta. Si
se interrumpió un embarazo, le damos un lugar en casa a esa interrupción
con una planta o pintando un retrato que represente la experiencia. Si
necesito dejar de controlar todo, me animo a regalar la mitad de mi ropero y a
comprar una nueva mitad que nunca antes me hubiese puesto. Si tengo dos
quistes puedo llevar en el bolso dos piedras que los simbolicen y un día
tirarlas al mar a modo de despedida.
Se trata de jugar a inventarlos. Cuando no salen, le preguntamos al
consultante con qué objeto representaría su problema o conflicto. Esa imagen
que surge de “la nada”, viene desde un lugar sabio y profundo de nosotros
mismos, la tomamos como una verdadera puerta, sin poner la expectativa en
deshacernos del síntoma, sino siguiéndolo a él como un guía.
Algunos ejemplos:
Ejercicios de infertilidad por problema en las trompas:
+ Pintar fecundaciones abstractas en las paredes de sus casas.
e Llevar en la cartera una manguerita que representa las trompas libres
y sanas.
Mala relación con el padre:
+ Amasar pan (el trigo representa al padre) y compartir una merienda
con su padre.
Niña que no come:
+ Hacer galletas con formas humanas que representen a cada
integrante de la familia incluyendo a esos excluidos o no nombrados
del árbol genealógico.
Hijo adoptivo:
+ Hacerlo renacer: darse un baño de inmersión junto a mamá como
ritual de nacimiento.
Niña le duele la panza de forma recurrente:
+ Moldear con plastilina un muñeco para el dolor de panza. Elegirle el
color, la expresión y un nombre. Luego acercarlo a una muñeca que
represente a la niña y hacerlo interactuar con ella. Finalmente, le
pedimos a la nena que desarme el muñeco y ponga sus partes en
diferentes platos como si invitara a la mesa a su madre, padre y
hermanos. ¿A quién le daría el mayor bocado? ¿Por qué? De esta
manera vemos con qué personaje familiar tiene mayor implicancia su
síntoma.
La línea de la vida:
+ Colocar una cinta larga en el piso que represente la línea de la vida y
en ella diferentes elementos y alimentos representativos de hechos
puntuales. Ejemplo: Una piedra representa un conflicto, un paquete de
yerba hace referencia al abuelo paterno, una pipa al padre, un turrón
de azúcar al nacimiento del hijo.
Niña con alergia al polar:
Mamá cuenta que, en el octavo mes de embarazo, cuando estaba por
terminar una manta de polar, le indicaron reposo absoluto. Ella
terminó de todas maneras la manta escapándose de la cama.
+ Sentarse en la misma máquina de coser con su hija en brazos y
contarle la historia. “No es el polar la razón por la que podías nacer
antes, sos una niña sana y hermosa”.
Mujer no puede “tragar bocado”:
Dos empleados le están haciendo juicio injustamente.
e Llenar dos botellas (representando a los empleados) de alimento y
dinero (representa lo que la protagonista siente que le están sacando,
“su comida”). Colocar las botellas al aire libre la cantidad de días que
lleva transitando el conflicto. Luego enterrar los alimentos en la tierra
dándole a la madre naturaleza, el poder para que decida redistribuir el
dinero como corresponda. Además, la consultante nos dijo “son dos
perros sabuesos”, le sugerimos que colocara dos huesos de animal en
el congelador para detener la situación.
Autodesvalorización por ser, según sus palabras, “hija del pecado”:
+ Comprar manzanas (el fruto del pecado), la cantidad de kilos que
ella pesó al nacer, luego aplastarlas dentro de una bolsa. La mitad
enterrarla como tributo a la tierra y la otra mitad incorporarla a ella
con dulzura añadiendo miel.
Madre teme por enfermedad cerebral de su hijo:
Visibilizamos enfermedades mentales en su árbol genealógico.
+ Comer una nuez (que tiene la forma de cerebro humano) por cada
integrante floco” de su árbol, repitiendo: “Sos parte de mí, te tomo
como sos”. La última nuez simbolizará el cerebro de su hijo y la
masticará diciendo: “No tenés por qué repetir la historia, tu cerebro
está sano y disponible para todo lo que desees en la vida”.
Traición:
Su exmarido le fue infiel. Ella siente impotencia. Le preguntamos qué
imagen representa su emoción cuando imagina a su ex. Una maza.
+ Golpear con la maza una foto de su ex sobre una piedra. Luego
quemarla y plantar las cenizas en una planta nueva. (25)
Reorganizando las letras de Violeta, se forman: aloe, eva, tilo, viola, late,
ave, tela, vela, Oli, telo, love, voi, iva, Veto, ateo, vil, tía, live, velo, lave, veta,
vilo. Los chamanes dicen que esas palabras que están o suenan dentro del
nombre completo de uno deben usarse para atraer lo que uno quiere,
mencionándolas, dándoles poder, porque las palabras atraen a sus semejantes.
Dentro de las consultas nos fijamos a qué suenan los nombres de los
consultantes y de sus familias. Por ejemplo: Rosa pierde un hijo de solo dos
días, Elías. La hija que tuvo después se llama Noelia, y nunca se percató de lo
que significa No-Elias, no está Elías.
Marimar se llama María Martha, pero hasta en el colegio era Marimar. Su
tio murió en un viaje donde se juntan dos mares (mar y mar).
El nombre precede al cuerpo, primero somos nombrados, anunciados,
imaginados, y después nos hacemos carne. Embarazada de Oliverio lo soñaba
Domingo, hasta que supe que un bisabuelo de Matías llevaba ese nombre (y
su abuelo se llamaba Camilo, el nombre con el que nombré al bebé que perdí).
Tuve que hacer preguntas incómodas a mi familia política porque mi marido
no sabía ni cómo se llamaba su abuelo muerto. Solo nombraba a un Osvaldo,
el segundo esposo de su abuela. Lo llamamos Oliverio. No pensamos mucho
en las coincidencias con Osvaldo. Más tarde me di cuenta de que me
emparenté con un Matías Alberto (linaje de Albertos), muy consonante con
mi abuelo Roberto (padre de mi madre que no conocí y al que ella añora y
recuerda como el escritor de la familia, el que tiene el don de la palabra). Un
día, no sé bien quién, empezó a llamar a Oli con una deformación
aparentemente inocente: Oliverto. Oliverio estaba recordando a Roberto y a
Alberto. Además, es doble por fechas de su abuelo Beto (Luis Alberto) y de mi
abuela Elvira (Luisa Elvira). Con Elvira podemos armar “Livero”, y para llegar
a “Oliverio” hay que sumarle la “0”, de Roberto. Yo tan contenta de ponerle un
nombre sin carga familiar, ¡ilusa! El árbol habla, cuenta y pertenece a una
inteligencia superior.
Los nombres hacen mapas en las vidas aún no vividas de los bebés. Así
como los nombres nos preceden, las palabras preceden a las enfermedades, las
gatillan o las disuelven incluso antes de que se manifiesten. “Una palabra tuya
bastará para sanarme”. Las palabras organizan el relato cuando están hiladas
en un contexto de contacto interno con la propia realidad. Las palabras dan
sentido y orden a la reorganización de los tejidos. Es por ello que debemos
hablar con nuestras partes olvidadas y con nuestros órganos enfermos, traer a
la conciencia sus voces, para que no sea solo el “yo” el que arma el relato de tu
vida. Los nombres de las enfermedades son pistas. El inconsciente nombra
“neumo” para expresar “pulmón” y para expresar “neumático”. Inmigrante
suena a migraña, sinusitis es “sin uso”, cataratas es cuando hay un corte en el
devenir de la corriente, y diabetes contiene en su nombre “dia” (dividido en
dos) y “beth” que, en hebreo, significa “casa”, la casa dividida.
Los nombres traen historias que están marcadas en el inconsciente
colectivo y nos pertenecen a todos como cultura compartida. Para hacer este
capítulo investigué a las Violetas que me precedieron. Mi tía abuela Amanda
no quería que mi padre me nombrara Violeta porque aludía al sufrimiento
(aunque también al talento) de la gran artista chilena Violeta Parra, quien se
suicidó luego de ser abandonada por su amor y perder a su hija. Aun así, es la
autora de la canción Gracias a la vida (que me ha dado tanto). Mi padre decía
que me nombraría Violeta por Violeta Rivas, una cantante popular argentina
nacida en el pueblo de mi padre, Chivilcoy. Violeta Rivas (parodiada luego
por Capusotto como Violencia Rivas) se autonombró así artísticamente, y
según Wikipedia, nació un 4 de octubre igual que Parra. Rivas era la ciudad
de nacimiento de Violeta Chamorro, primera mujer en América en ser
democráticamente electa para ocupar la posición de jefa de Estado y jefa de
Gobierno en Nicaragua. Violeta Rivas suena a Violeta Vaz, el nombre con el
que firmé el tiempo en el que acorté mi apellido. Alcides creó la popular
canción No la dejes ir (¿quién es?, Violeta), y Alberto Castillo cantaba el vals
Violeta, que mi abuelo Julio Aurelio Vazquez le cantaba a mi padre, haciendo
de cuenta que la escoba era una guitarra.
Biológicos Ádoptivos
AO AO AOAOAOAO Bisabuelxs
Y A O
AA A O IN O Abuelxs
Ll]
O A O—— Mapadres
Algunos ejercicios:
1. El jardín interior: con los ojos cerrados y el cuerpo relajado imaginá
algún lugar de la naturaleza que te guste. Luego imaginá que te metés en un
pozo, hueco o escondite. Vas a atravesarlo y a partir de allí se abrirá el mundo
“al otro lado del espejo”. Vas a visitar tu arquitectura interior. Será un lugar
donde pasear, conocer y vivir que visitarás periódicamente.
Luego explorarás el mundo de arriba y el de abajo. Desde tu jardín
encontrarás maneras de subir a planos más altos, y lo mismo hacia abajo.
Arriba solemos encontrar a nuestros guías, los conocemos, les pedimos
asistencia, mensaje o ayuda. Y abajo solemos encontrar a nuestro animal de
poder, el cual nos da fuerza y vitalidad para resolver algo puntual o general,
Todos tenemos varios animales y guías, y a veces cambia según la época de la
vida. El vínculo con nuestro guía se hace con la práctica y dejando que se
sucedan las imágenes. Hay personas que tienen más desarrollada la
visualización, otras las sensaciones auditivas o kinestésicas. No te preguntes si
estás inventando, eso no influye para nada en el resultado.
La última vez que visité mi mundo de arriba se apareció un globo
aerostático. En él me transporté arriba de las nubes y luego subí por una
rampa de material que me mostraba el camino hacia una pequeña casita de
madera. Cuando entré vi todo hecho de hilos de colores. Todo. Había
diferentes habitaciones y en ellas hombres y mujeres tejiendo esos hilos.
Pareciían muy organizados. El techo era como ver la Capilla Sixtina, formas y
dibujos hechos de tejidos. Me recibió una viejita: Hilaria. En ese momento
recordé una muestra maravillosa de los arcanos del tarot que vi en Rosario,
Los arcanos de seda, de Silke. Hilaria me mostró que los hilos seguían para
abajo y que atravesaban las nubes. Comprendí que ellos tejían mi realidad allá
abajo. “Puedo tejer yo?”, pregunté (no sé tejer, pero allí arriba parecía que sí).
Hilaria me dijo que sí, que uno puede, de a ratos, ser el guionista de su propia
película y que puedo visitarlos y ver cómo ellos están haciendo el trabajo de
tejido respecto a mi próxima misión. Luego bajé contenta con el globo. ¿Qué
quiso decir? La interpretación es únicamente mía, no hay otro que traduzca lo
que sucede allí. Nos guiamos por intuición o certezas no razonables.
El chamanismo distingue “personalidad” de “alma”. La personalidad es esa
parte que construimos para sobrevivir y con la que nos identificamos. El alma
es el todo, la materia prima, los hilos, la totalidad de todos nosotros, lo que
somos y lo que creemos que no somos. La personalidad puede tener una
vocación, pero el alma tiene misiones. Quien toca las partes profundas de sí
mismo se desapega de sus elecciones, trabajos y nombres propios, y toca el
color de sus propios hilos. Cuando eso sucede se nos abren caminos donde
recuperamos el para qué, que siempre está en concordancia con el deseo
profundo y con el bien supremo de todas las cosas. Si estamos en una
situación que no sabemos cómo resolver, podemos dejarla en el jardín
interior. Como entregándole el problema o la decisión al alma.
2. Cuando tenemos pesadillas podemos recordar el sueño tal como fue y
cambiar el final, revertirlo, como quien ve una película en su propia mente.
Eso tiene efectos sedantes sobre el sistema nervioso central.
3. Todos tenemos creencias limitantes, uno de los principios del
chamanismo huna es: El mundo es lo que uno cree que es. Una creencia
limitante es, por ejemplo, “tendría que haber hecho otra cosa”. ¿Qué
sensaciones aparecen en tu cuerpo cuando pensás en esa creencia? ¿Cómo
están los músculos? ¿Sentís que sirve de algo conservar esa creencia? ¿Puede
evitar que la próxima no te equivoques?
4. Todos podemos desarrollar la telepatía. Una prueba es imaginar a una
persona con la que queremos comunicarnos telepáticamente varias veces por
día y enviar un mensaje.
5. Podemos imaginar que nos hacemos uno con un ser que admiramos y
cuando estamos como dentro de él, tomar una habilidad o su visión sobre
algún tema en particular.
6. En nuestro jardín interior nos podemos comunicar con todo.
Aprendemos que todo habla. Podemos estar frente a una puerta que no abre y
tratamos de concentrarnos en la llave, pedimos ayuda no convencional. Tal
vez llegue un mensaje sobre qué hacer o cómo resolver el imprevisto. Algo
pasa, como si la llave te hablara. No es necesario saber si es realmente la llave
la que habla, pero uno encuentra respuestas inesperadas dentro de sí mismo a
situaciones completamente cotidianas.
7. El chamanismo dice que todos tenemos partes de nuestra energía
fragmentada en momentos del pasado. Esos conflictos vividos y no resueltos
están en nosotros, viviendo, en un pleno presente. Las partes nuestras no
crecidas, que se han quedado pegadas a momentos traumáticos de nuestra
historia, nos pertenecen, pero no están en comunión con lo que somos hoy.
Es por eso que hay que traer a ese “niño/a” dolido/a, desilusionado/a y
violentado/a, a vivir con nosotros, recuperando parte de nuestra alma
perdida. En su momento no contamos con los recursos para transformar esa
situación, hoy sí.
Sé que en mí conviven Violetas de todas las edades, y siento que el primer
impulso para responder a cualquier pregunta, demanda o reclamo es salir
desde Violetita dañada. Violetita salta, pide pista, quiere cubrirse y defender
su territorio. Violetita salta en la pareja, salta cuando Cata discute, salta
cuando su mamá reclama. ¿Y con quién se encuentra Violetita cuando salta
como leche hervida? Con Maticito, Catita, Chiquita, compañerito, jefecito,
exalumnita. Entonces Violeta se imagina un imán a lo largo de su columna
donde trae a sí toda su energía dispersa y a sus Violetitas guerreras, y vuelve a
empezar desde el centro. Cuando sale a comunicarse de forma adulta, sabe
que nadie puede hacerle daño, que ya pasó hace mucho tiempo, que todo
cambió. Cuando está adulta ya no importa si la eligen, si no pasa el casting de
los demás. Tu yo adulta no se presenta a ningún casting.
Para recuperar parte de tu alma congelada acudís a tu jardín interior y
pedís una escena traumática de tu pasado. Te observás en ese momento.
Cuando la escena termina, te acercás a vos mismo y entablás un vínculo con
ese que “fuiste”.
¿Qué necesita? Vas a dedicarle un día imaginario, donde abrazarse, conocerse
y calmarse juntos. Luego lo vas a invitar a ver, cronológicamente, todo lo
bueno que va a pasarle después, a pesar de ese hecho traumático. Ese yo
“pasado” te acompañará a ver tu crecimiento, logros y afectos, hasta llegar al
presente. En el presente se funden en un abrazo y expandís la energía
recuperada por todo tu cuerpo. Además, pueden ir juntos a visitar el futuro, a
una imagen sanadora de tu porvenir. Recordá que todo está en presente. Para
la parte más sabia de vos misma, el tiempo no existe, todo converge y es
accesible hoy.
8. Cuando hay un síntoma físico o tejido afectado vamos a viajar al tejido
y convertirnos en él. ¿Cómo soy siendo este quiste? ¿Cómo huelo? ¿Qué
forma y qué color tengo? ¿Cómo es mi textura y mi temperatura? ¿Qué
necesito? Si pudiese hablar, ¿qué diría? Si pudiese proponerte algo, ¿qué sería?
Si pudiese transformarme, ¿en qué me transformaría? Si pudiese venir a
mostrarte algo, ¿qué sería? Si pudiera contar un cuento o cantar una canción,
¿Cuál sería? Si fuera un objeto, ¿cuál sería? ¿Tengo miedo? ¿Qué necesito para
sanar?
9. Tomar un café y dialogar con mi columna vertebral:
Violeta: La verdad, me das lástima, sos asquerosa. Lamento que no hayas
podido mantenerte derecha y te haya vencido una infancia mediocre. Con tus
curvas apretás otros órganos que necesito sanos y me hacés ver horrible,
jorobada, débil y vieja. Te soldaste así, cuando deberías haberme dado eje,
sostén y estructura. Podría haber sido esbelta, de pecho al frente, pero por tu
culpa soy hundida, encorvada y vencida.
Columna: ¡Qué triste escuchar todo esto! Siempre te compensé. Con mis
curvas logré darte estabilidad y permití todos tus movimientos. Dentro de lo
que pude traté de pasar inadvertida y hacerte sentir segura.
Violeta: Pero ¿por qué no te salió?, ¿por qué no pudiste mantenerme
derecha?
Columna: Porque compensé tus desequilibrios. Encorvarnos es una
herramienta que tengo para salvarte. De esta manera, podés soportar más
peso y estás protegida. Yo no puedo darte orden, no soy tu padre. Me
acomodo, soy flexible y casi no te hago saber de mis dolores.
Violeta: Entonces, ¿quién nos hizo esto? Si vos sufrís, y yo sufro...
Columna: Yo ahora tengo que pedirte cuidados, mimos y respeto en el
movimiento. Lo que hago, lo hago en silencio para que no te enojes, te tengo
miedo, sé que no te gusto.
Violeta: No me gusta cómo sos, pero te respeto, respeto tu trabajo y
entiendo que he sido muy dura con vos. Perdón. Quiero que me digas cómo
puedo colaborar.
Columna: ¿No te gusta la gente que no es derecha, la que se acomoda a las
circunstancias o hace simplemente lo que puede?
Violeta: Nunca me permití ser así. Me gustaría. Bah, me gustaría
desplomarme y que vos me sostengas.
Columna: Podés hacerlo, hagámoslo en el piso.
Violeta: Pero quiero que sea así todo el tiempo. Quiero tener una columna
que no tengo.
Columna: Sí, yo aprendi de vos, quiero ser alguien que no soy.
Violeta: Sí, mi ideal de mujer es esbelta y se come el mundo con los
hombros y con las tetas. Yo soy diferente.
Columna: Lamento que te trates así, yo te quiero. Desde acá adentro todo
se ve muy armonioso y todos somos buenos vecinos.
Violeta: Siento que me estás dando una lección que no puedo aprender.
Gracias. Pero no sé cómo sentirme bien conmigo, ni con vos. En principio te
pido disculpas. No quise hacerte daño.
Columna: No te preocupes, gracias por mirarme como soy, te estaba
esperando.
Violeta: Perdón.
Columna: Estoy acá, seguiré haciendo lo mejor que pueda para que estés
bien.
Violeta: Gracias, haré lo mejor que pueda para que hagas tu función. No sé
si llegarás a gustarme, pero tu forma de reponerte y conservar tu movimiento
me maravilla.
Mientras no estemos del lado del órgano o de la parte excluida, no
podremos hacernos cargo de nuestra evolución ni tomar el poder de
curarnos. ¿Cómo empezar? Decidiendo ponerle límites a nuestro
automutilador.
10. Pedile permiso a tu madre para escuchar su corazón. Basta con poner
tu oreja sobre su pecho. Quedate allí un ratito con los ojos cerrados y sentí.
Cuando lo hice tuve una sensación muy corporal y conceptual a la vez.
¿Cómo hice para vivir veintinueve años sin ese ritmo tan mío, en completa
soledad? Estoy segura de que nuestras cuarenta semanas de gestación dejan
una huella y después de nacer, tal vez, todos nosotros, atravesamos un silencio
espeluznante.
11. En esta imagen dibujá tus partes conflictivas. Primero hacé un escaneo
interno de cómo está tu cuerpo. Dibujá tus cicatrices, dolores, afecciones.
Dibuja ese “nudo en la garganta” o esa “mochila en la espalda”. Dibujá tu
infección urinaria. Puede aparecer una nube celeste en la pierna derecha, o
burbujitas grises que remiten a la ansiedad en medio del pecho. Si pudieses
localizar allí tus miedos, ¿dónde estarían?
El cuerpo se hace cargo
a
María: cáncer de riñón
Descubriendo el propio camino
el medio de la hoja puso “yo” y “duda”. Luego hicimos un acto mágico. Untó
todo el lado derecho del dibujo con mandarina y el izquierdo con banana.
Después mezcló lo que le quedaba de ambas frutas y las comió, como
diciéndose: “Esta soy yo, con ambas partes integradas”.
María fue operada de pulmón y los nódulos estaban inactivos y benignos.
Se apartó de la Iglesia y solo quedó a cargo de la docencia en las escuelas
religiosas. Conoció a un muchacho y se casó. Está sana y es una gran
terapeuta.
9
Paula: quiste vaginal
Del secreto a la verdad
s
Reina: neumotórax
Necesito aire en mi vida
9
Amanda: no puedo nombrar a mi papá
Soy mi origen
e
Ágata: mi hijo tiene miedo a la noche
Un hijo que recuerda más allá de su propia vida
podemos perder todo (como papá)”. “Soy amado por mis padres si soy
”»
0
Inés: vitíiligo
Lo que le digo a mi padre, con el cuerpo
o
Maite: voy a parir un bebé enfermo
Sanar a mi hijo a través de mí
e
Dora: cáncer de mama
Renombrarme y hacer mi propia familia afectiva para sobrevivir
e
Elina: infecciones urinarias
Ya no soy una niña oprimida
¡Seguinos!
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