Está en la página 1de 174

Basta de repetir la historia familiar

Basta de repetir la historia familiar >


Aceptá tu pasado tal como fue y
transformá tu presente

Violeta Vazquez
Índice de contenido

Portadilla
Legales
Aclaraciones
Prólogos
PRIMERA PARTE. El libro de mis roles, todos marcados en el cuerpo
Hija
Adolescente
Sexual, sangrante y abusada
Pareja, ex y amante
Madre
Comilona
Paciente e hipocondríaca
Fea
Ansiosa y depresiva
Maestra
Autocrítica, creyente y escéptica
Vieja y mortal
SEGUNDA PARTE. El libro de las mujeres que le pusieron el cuerpo
La BioRizoma
El hilo conductor de la biografía
El aporte de las herramientas simbólicas
Historias basadas en hechos reales
La despedida. Rendirnos al misterio
Agradecimientos
Vazquez, Violeta A
Basta de repetir la historia familiar / Violeta Vazquez. - la ed. - Ciudad Autónoma
de Buenos Aires : Planeta, 2023,
Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga


ISBN 978-950-49-8257-9

1. Psicología. 2. Autoayuda. 1. Título.


CDD 158.24

O 2023, Violeta Vázquez

Diseño de interior y cubierta: Diego Martin y Guillermo Miguens para Grupo Editorial
Planeta S.A.I.C.

Todos los derechos reservados

O 2023, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.


Publicado bajo el sello Planeta”
Av. Independencia 1682, C1100ABQ, C.A.B.A.
www.editorialplaneta.com.ar

Primera edición en formato digital: julio de 2023

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del


“Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el
tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite


ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-8257-9
Aclaraciones

Mi lenguaje y sobre todo mi narrativa escrita están en permanente


deconstrucción y construcción. Si bien fue diferente en otros de mis libros,
que estuvieron escritos estrictamente en lenguaje inclusivo, en este decidí
respetar el formato de su primera edición escrita en 2014, utilizando
mayoritariamente el plural en masculino. Sin embargo, mi posición ideológica
acompaña con alegría la movilidad del lenguaje y los caminos que las mujeres
estamos abriendo en todos los ámbitos, incluso en la literatura, que es un
espejo de la sociedad conservadora y patriarcal que queremos transformar.
Las propuestas prácticas de este libro no reemplazan el acompañamiento
terapéutico de un profesional de la salud. En el caso de estar dentro de un
dispositivo de tratamiento, consultá con tu terapeuta y/o con tu médico antes
de realizar los ejercicios de este libro.
A mi madre y a mi padre, mis primeros amores. — ?
A mis hermanos, que aman a mi madre como si fuera de ellos.
A mi dulce hermana Lucía, que dejó este plano hace pocos días, abriendo el abismo
del duelo.
A Catalina y Oliverio, que no son míos, aunque me cueste creerlo.
A Francisco, amor verdadero.
A Cairo, bebé soñado.
PRÓLOGOS
Un libro que abre puertas

“... es necesario que la cima de una montaña resulte inaccesible, pero que su pie sea
accesible a los seres humanos tal como la naturaleza los ha hecho. Pues la puerta
hacia lo invisible debe ser visible”.
RENÉ DUMAL

Tan cercano, tan a la mano, tan allanado se ve el camino mientras


desandamos estas páginas. Accesible. Humanamente a escala. Revelador de
espacios insospechados...
Cuando terminé de leer el segundo libro de Violeta Vazquez sentí que
estaba frente a nuevas y múltiples “puertas”. Recordé un cuento magistral: “La
perfecta casada” de la escritora argentina, rosarina por adopción, Angélica
Gorodischer. El relato pertenece al libro Mala noche y parir hembra (1983) y
narra los descubrimientos de la protagonista que asume ver de una manera
diferente lo que le ofrece cada puerta de su casa. De niña, al abrir la del
dormitorio de sus padres, se encontró en el desierto de Gobi y al cerrarla, de
este lado había quedado rastro de arena. Luego vinieron otras “puertas”: una la
condujo al taller de un mago; otra a un campo de batalla regado de sangre y
heridos; las siguientes a monasterios, bibliotecas, montañas, teatros, selvas,
burdeles, palacios, torres, infiernos... Mientras la mujer -una verdadera ama
de casa- plancha, atiende a sus hijos, friega pisos o cocina se acuerda de las
puertas de su hogar, cuidadosamente cerradas, y sabe cuánto más hay del otro
lado. Una revelación en la que muchos nos reconocemos, pero tratamos de
evitar a fin de ser sujetos “estándar”, aceptados y normales.
Basta de repetir la historia familiar nos invita una y otra vez al desafío de
abrir todas las puertas: la de la memoria afectiva, la del cuerpo, la del alma, la
del erotismo y la puerta que a veces deja entrever, agazapada, a la muerte.
La lectura reparte ejemplos para aprender a ver de nuevo lo ya visto, esa
chispa que dura el fugaz instante de la dicha inexpresable: *... una versión
teatral de Carmen que dirigió mi madre cuando yo era una niña jardinera —
dice la autora—-. Durante la función se abría el techo, literalmente, y los
espectadores quedaban en sus asientos bajo el cielo estrellado con la voz de
Gardel cantando El día que me quieras. ¿Quién recuerda a Carmen de Bizet?
Lo que quedó fue la experiencia. Una obra de teatro que de teatro no tuvo
nada y nos mostró el más allá, un cielo siempre ahí que no miramos ni
musicalizamos. El libro no importa, el libro abre ventanitas, para ver lo que
siempre estuvo ahí, con otros ojos”.
Y en diálogo, le respondo yo: “Más, mucho más es lo que ofrece tu libro,
Violeta, más que experiencia, más que ventanitas: portales a la intuición y a la
verdad”.
Con la frescura de quien ostenta la plenitud de la treintena, pero con la
sabiduría de una viejita que conoce recetas chamánicas, Violeta esparce
semillas/astros que van de la tierra al cielo: tanto sabe de muñecos para jugar/
sanar, para acompañar puerperios y para dar la teta como sabe del descenso al
agobio más subterráneo del dolor, la ausencia, el abuso y el abandono.
Se desdobla en canciones y en dibujos. Arma hipertextos enloquecidos
que se abren como flores carnívoras. Sus textos “suenan” a blog, a taller de
escritura emocional, a diario íntimo, a sesión de arteterapia, a mantra
sagrado, a hoja de ruta de una aventurera del tiempo, a madre nutricia que
nos regala frases para atesorar: “Si el príncipe azul no destiñe, no es príncipe”.
Otra: “Tengo un máster en solucionar problemas en soledad, incluso
filtraciones de techo. Me quejé toda la vida de ello, y es lo que repito en
automático. Soy sola. Juntada, con dos hijos vivos, pero sola”.
Y otra: “Hay miradas mucho más bellas que ojos. Hay gestos mucho más
bellos que piernas. Hay llantos mucho más bellos que pieles”.
Una más: “Enfermarse es como estar sin wifi o solo en medio de la
tormenta de la ruta más inhóspita. No hay mucho con qué distraerse”:
Y la última que cito (cada lector/a arme su repertorio de “perlitas”):
“Tengo millares de inyecciones de anestesia en mi haber. Conozco la
sensación de que se te duerma la lengua, el paladar superior y el ojo derecho
completo. Una escuela de la paciencia”.
No esperen un solo libro, el bonus track de esta obra es que comprando
uno, tiene infinitos: hay una voz episódica que retorna sin “programa” visible
una y otra vez en el tiempo: ya es niña, ya es madre, ya es anciana. Cachorro
asustado. Loba desquiciada. Mujeres en círculo alrededor del Fuego. Bajo el
Agua. A través del Aire. Desde el fondo de la Tierra. Plutoniana. Onírica.
Rizomática. Desenfadada. Frágil. Sabia.
Cuando Violeta cuenta algunos casos de consultantes, vemos un puñado
de células vivas que empiezan a comunicar cómo la ira, la vergitenza y la
tristeza dejan tatuada en carne viva la emoción bloqueada.
Cuando Violeta abre su abanico de historias, inaugura otro lenguaje, el
que nos espera detrás de las puertas más temidas: el del sujeto que pide raíces
terrenales porque ya conoce las leyes de la mecánica celeste.
Como en la segunda parte se pondrá la máscara de la sanadora, primero
se desnuda el rostro, borra todo maquillaje y queda expuesta: para poder
decir cosas “graves” hay que invitar al compañero de viaje a saber quién
somos; para caminar juntos hay que asumir dolores propios y ajenos con
empatía amorosa; para entender la alegría hace falta transitar silencios. Desde
esa complicidad del SER, al promediar el libro, entenderemos el discurso más
“científico”. Antes es preciso cruzar una barrera minada: conversar, callarse a
dúo, sufrir juntos, recuperar lazos y ponerles nombre.
Digo con ella que “la ley que más me gusta es la de correspondencia”
porque en esa situación habita la luz que nos muestra también las sombras.
Violeta dice todo (o así al menos lo parece) y ensaya un deseo en voz alta
mientras gesta este hijo de papel: “Quiero escribir un libro vivo, que emocione
y toquetee a la gente... Un libro debe dejar puertas abiertas, algún
interrogante o la sensación de estar acompañado... Que te conmuevas, que te
preguntes, que te enojes conmigo, que te incomodes, que te armonices”.
No lo dudes, si estás por decidir una lectura que te toque, te abra
universos y te acompañe, te conmueva, te interrogue, te enoje y te armonice...
ya la encontraste, es esta: Basta de repetir la historia familiar.
¡Que así sea!
Diana Paris (1)

1. Psicoanalista, escritora, terapeuta y editora.


Desde las entrañas 13

Violeta escribe descarnada sobre su vida. Pero desde las entrañas, como
fuego, volcán abierto, a horcajadas enciende la lectura sobre ella misma por
momentos pareciendo salida de algún cuento de la Allende.
Plena, vacía, insegura, loba certera... Ella soy yo, sos vos, mi mamá, tu
hermana, tu amiga, nuestras hijas. Porque ella es una más de nosotras, pero
con un largo camino recorrido de búsqueda y sanación.
Se abre para que nosotras lo hagamos. Se funde con sus historias que
interpelan y cachetean sin censura el alma femenina. Con su método de
Biodecodificación Rizoma guía sin soberbia, abrazando a quien lee y
llevándolo a bucear por los temas más profundos y cotidianos, pero con su
original y auténtica mirada: “Solo un gran caos puede parir una estrella”. Todo
sana. En su momento, en su tiempo.
Me asombré, me reí, me sentí rara cuestionándome tanto discurso
aprehendido, lloré mucho, pensé en escribirle a mi mamá...
Violeta nos conecta con ese niño que está ahí, dentro de nosotros,
esperándonos para que lo arrullemos, lo comprendamos, y no lo silenciemos
nunca más.

Karin Cohen (2)

2. Comunicadora, periodista, conductora.


Si se abre una, nos abrimos todas 15

Tengo un dicho de mi autoría que dice: “Si se abre una, nos abrimos
todas”. Y esto pasa con este libro.
Me alegra que cada vez más mujeres nos animemos a decir lo que
pensamos, deseamos, sentimos: “Soy esto. Quereme así. Bancame. Me
equivoco. Mis sentimientos no son siempre dulces y compasivos. A veces
detesto todo. A veces siento algo y al rato otra cosa, y a veces soy una persona
horrible. Y a veces no. Y me contradigo mucho, mucho”.
Imposible no verse reflejada en alguna, varias o TODAS las historias que
relata Violeta. Historias tremendamente humanas que te hacen pasar por
todos los estados. Y si hay algo que creo que nos fascina a las mujeres, es
sentir cosas intensas, divertidas, un poco dramáticas también. Porque sufrir es
parte de la vida. Nadie puede evitarlo. Cada una hace lo que puede con eso. Y
Violeta hace lo que a mí más me gusta: lo saca para afuera y hasta por
momentos logra reírse de eso, reírse de su propia vida, el humor que más
disfruto. Creo que es una buena opción poder reírnos de lo que nos hace
sufrir (sobre todo teniendo en cuenta que la otra alternativa muy frecuente es
empastillarse...).
Este libro está escrito por una mujer que se animó a plantarse en la vida. Y
que logró que no le importe tanto quedar bien parada ante los otros. Que
busca ser sincera con los demás, pero sobre todo con ella misma. Sin
solemnidad, sin pretensiones. A carne viva. Con verdad. Un gran logro para
cualquiera.
Es un libro que te inspira, que te invita a subrayarlo, a anotarle cosas, a
escribir tus propias experiencias. Y tener ganas de contarlas. Porque como dije
al principio, cuando una se abre, nos abrimos todas.

Dalia Gutmann (3)

3. Actriz, humorista, locutora y conductora.


Animarse a poner el cuerpo y

No conozco personalmente a Violeta. No acudí a su consulta ni a sus


grupos. Jamás me interesé en el chamanismo. No conozco los signos del
zodíaco. Desconfío de las terapias que no son psicoanalíticas. Jamás usé las
palabras desprogramación o vivencial.
Sin embargo, este libro habla mucho de mí. Soy todas esas mujeres que
ella describe a través de las páginas. Soy la fea, la gorda, la ansiosa, la que
fantaseaba con ser una bomba sexual a los treinta. Soy la embarazada que
siente su cuerpo invadido, soy la que dio la teta a demanda hasta los dos años
de cada hijo haciendo frente a los críticos, soy la que se siente mala madre
muy habitualmente, la que siente culpa por trabajar muchas horas...
Y soy la que lee con atención todo lo que escribe Violeta y se da cuenta de
cuántas mujeres conviven en ella. Y muchas son parecidas a las mías.
Concluyo que debemos ser unas cuantas, entonces. No solo las que ella
propone, con las que me identifico. Son numerosas y variadísimas: casi todas.
Pensándolo bien, es un libro imprescindible para todas. Para todas las que se
animan a poner el cuerpo.

Ingrid Beck (4)

4. Periodista, guionista, escritora, conductora de radio y activista por los derechos de las
mujeres.
Hola 19

La primera versión de este libro se escribió durante el 2014. Tenía una


hija, Cata, de seis, y un hijo, Oliverio, de uno, Estaba por mi “segunda gestión”,
en pareja con el papá de Oliverio. Era mi segundo libro editado, después de
Dar la teta (DNX, 2014).
Lo que pasó desde que vio la luz de las librerías fue sorpresivo, este libro
recorrió ciudades, pueblos y pueblitos de diferentes partes del mundo.
Este libro fue tan reparador que hoy, cuando lo leo, ya no me reconozco.
Otra Violeta escribe este prólogo, otra madre y, sobre todo, otra escritora.
Miro con ternura y nostalgia a aquella Viole de veintiocho años que tenía
tanto para decir y a la que le brotaba una escritura fresca, coloquial, brutal.
Es un libro para animar a todas las mujeres a decir su verdad, a permitir el
error y a apreciar todo eso que no cierra, que parece hacernos incompletas.
Un año después de la primera salida de ¡Basta! me separé del papá de Oli
y comencé una pareja que duró seis años. En ese tiempo crecí, crecieron mis
escuelas y escribí varios libros más.
Mi historia personal se siguió contando en Todo lo que soy capaz de (no)
decir (DNX, 2018), en Ensambladas. Todo tipo de familias (Albatros, 2019) y
en Con estos restos (LPA, 2022). Historia que incluye enfermedades genéticas,
dolor físico, vínculos tóxicos y una crianza superdifícil.
Esa “tercera gestión” significó un dolor muy grande, junto a una familia
ensamblada que vimos crecer y desmembrarse. Toqué fondo en una forma
dañina de amor.
En 2020 salió Leche de madre (Planeta), una guía desprejuiciada,
informada y con perspectiva de género, sobre la lactancia y el puerperio. Ese
mismo año pandémico murió mi padre y comencé el camino de la tanatología
y el acompañamiento en el buen morir. De ese trayecto nacieron Con estos
restos (LPA, 2022) y Entrá en crisis (Planeta, 2022).
En 2022 conocí a Fran y dos meses después comenzamos a gestar a
nuestro hijo Cairo, que va a nacer en abril de 2023, junto con esta nueva
edición.
Esta edición es el complemento de Entrá en crisis, mi último libro, que
desarrolla mi método terapéutico de trabajo, la BioRizoma y los invita a
desandar su propia historia paso a paso.
En Todo lo que soy capaz de (no) decir y sobre todo en Con estos restos
(que solo se consigue en mi tienda online) seguí contando mi historia y todo
lo que transformé con el crecimiento de mis hijos, la profesión, el amor a
destiempo y los duelos.
Gracias por el enorme apoyo que han tenido mis nueve libros, y gracias
por cómo se han apropiado de este, mi libro confesional, el texto en el que
entregué cada escena de mi vida para que sea la escena de todos y todas. Fue
profundamente pacificador compartir esta historia con ustedes.
¿Qué pretendo con este libro? Estar al servicio con mi propia historia y de
la historia de ustedes. Ofrecer un relato desnudo, cargado de honestidad,
humor, detalle y profundidad. ¡Están invitados a hacer lo mismo!
Pretendo mostrar mi crecimiento en los aspectos más importantes de la
vida, dejando en evidencia que el crecimiento no es lineal, que no se asciende,
que duele.
Si repito la historia de mi familia me doy cuenta. Si estoy comiendo
compulsivamente me doy cuenta, si estoy necesitando ser el centro, también.
Si mi cuerpo está desconectado o deshabitado me doy cuenta.
Este libro narra ese darse cuenta desde una mirada honesta, profunda,
autocrítica e irónica sobre los roles femeninos, dándole agenda a temáticas
políticamente incorrectas como las cirugías plásticas, la menstruación, las
adicciones, la masturbación y la muerte.
La segunda parte es una exposición de historias de mujeres que se dan
cuentan de sus repeticiones a partir de conflictos físicos y emocionales. Nos
proponemos encontrar el hilo conductor y la temática de cada historia (y de
cada prehistoria) bajo mi método: la BioRizoma.
BioRizoma es un método de trabajo innovador que teje la
Biodecodificación con otras disciplinas como la psicogenealogía, la PNL, las
constelaciones familiares, la Gestalt, el chamanismo, la Bioenergética y la
psicomagia. Nuestra metodología no se parece a otras escuelas de
Biodecodificación ni trabaja bajo el mismo enfoque. Aprender el lenguaje del
síntoma propone hablar un nuevo idioma. Desde Rizoma, (5) el abordaje se
lleva a cabo con portales de información puntuales (la historia biográfica, el
árbol genealógico, las fotos de la infancia, el análisis de los nombres, etc.) y
está desarrollado por un equipo multidisciplinario de profesionales de la
salud, la educación y las artes. No pretende resetear a nadie ni se realiza en
una sola sesión porque tiene en cuenta al consultante en su totalidad, como
un sujeto activo que habilita un proceso de transformación a través del
vínculo con el facilitador. Este abordaje no reemplaza el tratamiento médico
ni psicológico. Dentro de este enfoque se puede trabajar todo síntoma,
entendiendo como síntoma cada conflicto o dinámica vincular que te
incomode o te duela.
Este libro está para escribirse, dibujarse y personalizarse. El camino de la
transformación ya comenzó.

5. ¿Por qué Rizoma? Es un concepto que la filosofía toma de la botánica, que significa
tallo subterráneo con varias yemas que crecen de forma horizontal emitiendo raíces y
brotes. En la teoría filosófica de Gilles Deleuze y Félix Guattari, un rizoma es un modelo
descriptivo O epistemológico en el que la organización de los elementos no sigue líneas
de subordinación jerárquica —con una base o raíz dando origen a múltiples ramas, de
acuerdo con el conocido modelo del árbol de Porfirio—, sino que cualquier elemento
puede afectar o incidir en cualquier otro (Deleuze £ Guattari 1972:13).
PRIMERA PARTE

El libro de mis roles, todos marcados en el cuerpo


HIJA
Miedo a todo 25

Apendicitis. Tengo siete años y me averiguo todos los síntomas y las


maniobras de diagnóstico para la apendicitis. Es como la varicela, pero peor,
un día te invade y terminás internada y operada. No podés hacer nada para
evitarlo.
Ascensor. Tengo seis años y me quedé encerrada en el ascensor de un
garaje en pleno verano santafecino. Desde ese día no subo ascensores de
ningún tipo. Mi mejor amiga vive en el piso trece, Conozco todas las escaleras
de la ciudad. Nunca visité la cupulita del Monumento a la Bandera.
Barcos, subtes y aviones. No pienso subir a ningún medio de transporte
del que no me pueda bajar en la mitad del viaje, cuando me dé un ataque de
arrepentimiento. Hago terapia conductista para poder tomar un avión y
visitar a mi hermana en la Patagonia, tengo doce. La licenciada me lleva,
supuestamente, a carretear (y solo carretear) en una avioneta, pero ya tiene
contratado el vuelo bautismo. Parece que mi madre lo pagó por anticipado.
Volamos: la psicóloga conductista, yo, y además una psiquiatra llamada Cielo,
por las dudas de que me caiga mal el engaño.
Apocalipsis. Estoy segura de que en agosto de 1999 se termina el mundo.
El día señalado no voy al colegio y examino el cielo imaginando cómo cae una
bola de fuego y muero. Espero sea de pronto, por el golpe, antes de
calcinarme. Me lamento por no haber podido ser madre antes del fin de
mundo. Tengo catorce.
Vacunas. Estoy por ingresar a primer grado. Mi mamá y yo hacemos la
cola en una farmacia, ahí vacunan para el ingreso escolar. Como me está por
tocar el turno salgo corriendo a la calle, gritando: “Esa mujer no es mi madre,
me quiere raptar”.
Tormenta. Tengo once. Me asusta que el cielo se ponga gris. Temo que la
tormenta no me deje volver a casa o que el viento me vuele. Justo antes de que
se largue a llover tomo el primer taxi que veo, esté donde esté. Me escapo del
espectáculo de circo en el que estamos sentadas mi madre y yo, estoy segura
de que la carpa no resistirá la tormenta y todos moriremos. Esta vez mi madre
se enoja mucho y deja de hablarme durante días. Me siento culpable cuando
el cielo se despeja después de una simple lluvia de verano.
Leucemia. Como el cáncer de huesos, es propio de niños y jóvenes. Ruego
que pasen los años hasta llegar a los veintiuno porque disminuye la
probabilidad de contraerlo. Cualquier moretón es indicio de cáncer en la
sangre.
No tener para comer. Veo que mi mamá se queja de que no llegamos a fin
de mes, pero toma taxis como medio de transporte regular y se compra todas
las colecciones de arte que vienen con La Nación y el diario La Capital. Está
gastando una fortuna en libros que no lee y dice “usar para trabajar” pero aún
están envueltos en su plástico original. Me enojo cada vez que hace un gasto
innecesario. Pienso administrarle el sueldo.
Si mamá se muere. Tengo cinco años y le pido el teléfono de la empresa de
emergencias por si le pasa algo. Sentiría terror al ver su cuerpo muerto y no
poderla despertar. Si ella se muere yo no seguiría viva, sin ella no hay nada.
Fuma, y mucho. Cuatro paquetes por día de Le Mans suaves largos. Si tiene
un breve despertar nocturno se levanta a fumar. Estoy segura de que pronto
morirá de cáncer de pulmón. Me arrodillo rogándole que deje. Escondo y tiro
los cigarros. Se los encuentro en los escondites más rebuscados. Deja de
fumar cuando cumplo doce, porque la operan de un supuesto cáncer de
ovario que termina siendo benigno. ¿Si muero yo por fumadora pasiva
durante doce años? Todavía temo.
Vomitar. Tengo cuatro. Cada viaje a Buenos Aires para visitar a mi papá
vomito. Mi madre me lleva un té con leche en mamadera y una toalla para
limpiar el vómito. Ahora tengo trece y tomo Sertal cada noche. Me levanto a
la madrugada con el vómito en la garganta. Hago cualquier cosa para no
vomitar. Camino alrededor de la mesa rogando que pase. Cuando mi papá me
lleva de vacaciones con su mujer, las náuseas empeoran. Nadie me cree que
estoy por vomitar y que yo no sé cómo se hace, que me da terror.
Si mamá no llega. Hace cinco minutos que tendría que estar de vuelta. Ella
sabe que me pongo así, por eso me pone una hora máxima alejada de la que
piensa que va llegar en realidad. Si todavía no está acá es porque tuvo un
accidente. Seguramente chocó con el taxi. Le hice una tarjeta con el teléfono
de casa para su billetera. Estoy desesperada en el balcón, no sé dónde está y
no llega. Empiezo a buscarla por los bares y los sitios que frecuenta. Cuando
llegue, la mato. Me siento perdida. Le pido a Dios que, aunque sea, me la deje
viva hasta mis treinta, o hasta que tenga mis hijos. Ahora tengo ocho. Ella
nunca fue puntual,
Serpientes. Cuando pienso en ellas cierro las piernas instantáneamente.
Me lleno de asco. Dicen que mi inconsciente las asocia con un pene. Necesito
que tenga patas y que no se arrastre.
Alimentos vencidos. Abundan en la heladera de mi madre. Siempre
verifico las fechas de vencimiento. Por suerte es algo que se puede controlar.
Atardecer. Hay un momento del día en el que la vida no tiene ningún
sentido y no sé si llegaré cuerda a la noche. Si es invierno o domingo empeora
sustancialmente. No hay nada para ver en la televisión. Cuando vuelvo a casa
y atardece, no quiero entrar, no quiero cruzar la puerta. Seguramente alguien
me va a abandonar ni bien llegue a casa. Estará oscuro y frío.
El mar. Soy la única niña sentada en una reposera, esperando que los
demás vuelvan de su fiesta de olas en el mar. Una vez me revolcó una ola.
Todo el agua de un océano dentro de mi nariz. Me encantaría animarme, pero
más me encantaría que vengan a buscarme, a decirme que el mar no es lo
mismo sin mi. Les da igual, ellos disfrutan. Pasan las horas.
Tragarme una espina. No como pescado para evitar accidentes. Hoy le
ruego a mamá que me lleve a una guardia pediátrica porque encontré un
tenedor sin un diente. Estoy segura de que me lo tragué.
Caída del pelo. Me estoy quedando pelada. No es normal. Día a día voy
perdiendo más. A la gente no le parece que pelarse sea algo alarmante. Claro,
no es la cabellera de ellos, es la mía.
Frío. Es otoño y sufro de solo pensar lo que me queda hasta el verano. Me
preocupa salir en uniforme de pollera a las siete de la mañana. Seguramente
sentiré ese “frío de agosto en los huesos como un bisturí”. Posiblemente me
resfríe y, si tengo mala suerte, desarrolle una bronquitis que mal curada se
transforme en pulmonía.
Engordar. Tengo diecisiete. Soy modelo y no me entra la ropa que me
eligieron para el desfile. Jamás pude ver mi pubis sin correrme la pancita.
Empiezo una dieta en la que voy eliminando algunos alimentos. Cuando
adelgazo tengo terror de volver a engordar. Peso cuarenta y dos kilos. Dos
años después, peso sesenta. Después de cada dieta, un atracón.
Si mamá se enamora. Tengo ocho. Vamos a un casamiento. Al novio se le
ocurre bailar con mi madre. Me da un ataque de celos. Pienso cómo fugarme
de casa ya que es evidente, nadie me quiere. Por el momento me fugo del
salón de fiestas. Salgo corriendo por un campo oscuro mientras se alejan las
luces del festejo. Espero que mi madre me esté buscando, desesperada, y que
cuando me encuentre me pida disculpas. Ojalá me diga que no necesita bailar
con nadie más que conmigo, y que soy lo que más quiere en el mundo.
Si todo sale mal. Es lo más probable. Que el día de mi fiesta de
cumpleaños al aire libre, llueva. Que me tomen lo que no estudié. Que no me
aprueben el capítulo del libro. Que mis hermanos no me quieran conocer.
Que mi novio se enamore de otra.
Si todo sale bien. Hay que estar atenta, a toda calma se le aproxima un
huracán y a toda cucharada de cal, una de arena. Que todo salga bien es un
mal pronóstico.
No poder dormir. Tengo ocho. Tengo quince. Tengo veintiuno. Tengo
veinticuatro, Llevo más de veinticuatro horas sin dormir. Mi cuerpo está
cansado y me aterra que llegue la noche y vuelva a pasar lo mismo. Todos
duermen. La ciudad se detiene. Yo no puedo. Consulto a todos los gurús y
tomo todas las medicinas. Ninguna sirve.
La quemada. Es un personaje de una novela que ve mi tía Dorita. Está
escondida en una habitación de la mansión, a oscuras y solo la visita la
sirvienta que en realidad es su verdadera madre. Está quemada, se le ve media
cara y lleva una máscara tenebrosa. Cuando atravieso una habitación oscura
no puedo evitar pensar que ella se va a aparecer delante de mí, toda
deformada.
Pasarme en el colectivo. Necesito levantarme dos o tres cuadras antes y
quedarme cerca de la puerta para que el colectivero no se olvide de mí, de que
quiero bajar.
Dentista. Tengo doce y me duele demasiado. No quiero ir al dentista, pero
me duele mucho, Mucho. Es insoportable. Cuando me obligan voy y me
encuentran veinte caries. Me hacen dos extracciones de muelas definitivas y
cuatro tratamientos de conducto, Voy al dentista todas las semanas durante
diez años.
No ser la elegida. Cada casting, una desilusión. Lucía, mi mejor amiga de
la escuela, es más inteligente que yo. Maia, mi mejor amiga de la agencia, es
más bonita y atractiva que yo. Paula, mi mejor amiga de jardín, es la preferida
de la seño Daniela, aunque nos lleva a dormir a su casa a las dos. Agustina, mi
mejor amiga de teatro, es de quien gusta mi hermano. Cuando mi hermano y
yo estamos en la casa de mi papá, él es el preferido. Cuando estamos en la casa
de mi mamá, también. Cuando mi madre estaba embarazada de mi, era la
amante y ya sabía que mi padre jamás dejaría a su esposa. Cuando mi madre
era chiquita recuerda que su hermana era “rubia de porcelana” y ella “la
morochita”. Cuando mi madre era chica acompañaba a su padre al burdel y lo
esperaba mientras se acostaba con otras mujeres. Cuando mi padre creció
supo que era hijo de su padrino y no de su padre.
La anestesia. Posiblemente sea como dejarse morir. Perder todo control.
Estar en manos de otros, a la buena de Dios.
Las drogas. Nunca las probaría, si me gustasen me volvería adicta, dejaría
de levantarme cada mañana. Una vez que algo se me hace compulsivo, como
comerme las uñas, no hay psicólogo que me salve.
El alcohol. Si me cae mal podría vomitar. Tengo veinte, nunca probé ni un
sorbo, ni champagne para brindar.
La colonia de vacaciones y el club. La seño me puede obligar a meter la
cabeza bajo el agua. Tendría que hacer deportes que no me salen y sería
víctima de bullying. Si tengo un problema no van a llamar a mi mamá. No
tengo amigos.
Cambiar de colegio. Ya me cambié una vez y tardé más de dos años en
dejar de ser “la nueva” y empezar a pasar desapercibida. Odio cada día de
clases, pero no pienso cambiarme, puede que no supere la adaptación.
Mi madre me escribe: “Hace unos meses, llorando dijiste que no
soportabas mi dolor. Eso mismo siento yo con tu miedo. Convivir con él es un
trabajo cotidiano, es Alicia cortando la cabeza del Jabberwocky con la espada
Vórtica. Los psicólogos lo llaman afrontación, adaptación y a veces
sobreadaptación. Nadie dirá que no lo hemos intentado. Tuvimos amores,
hombres, hijos, libros, charlas, alumnos, pacientes. Yo me perdono porque es
el esfuerzo de mi vida y vos a los treinta ya deberías computarlo como
valentía. Galeano diría que para unir la mente con el cuerpo hay que perder el
miedo. No creo que yo lo pierda, pero afrontarlo es la tarea. Fue mi lucha de
actriz, de docente y funcionaria, todas tareas para estar en la trinchera del
miedo y ponerse la armadura. Es tan bello verte en familia, con tus hijos
como cachorros semidesnudos, tan pleno, tan simpático. A veces vivo al
miedo como una enfermedad genética. Toda una barbaridad”.
Esto del miedo, en mi familia, viene de larga data. Parece más bien una
lealtad invisible. Un lugar para seguir contando que nos parecemos y
pertenecemos a la misma tribu. La tribu de ser lo que se quiere ser, con un
resorte de base, un insondable miedo.
¿Y si algo del miedo tiene que ver con mi esencia? ¿Y si esa manía con que
llegue el día en que el “camino espiritual” elimine los miedos es una utopía?
¿ Y si el miedo se mereciese ser alguien divino en mi vida? ¿Y si se pudiera ser
plena aun con el miedo? El miedo es un trocito pastoso atravesado en mi
diafragma. No tiene mucha importancia miedo a qué. Es más bien un
compañero. Un ser, no un estar. Una parte de mi cuerpo que es alarma, y que
suena muchas veces por día. Una alarma que sería estúpido extirpar. Una
alarma que solo, pienso, tal vez, suene cada vez más suave y mejor.
Hija única y no tanto 32

Me enteré que tenía cuatro hermanos mayores cuando cumplí nueve años.
Hasta ese momento sabía que mi padre vivía en Buenos Aires con su mujer de
toda la vida y Manu, el hermano varón de mi edad que algún día, pronto,
conocería.
Mi madre y yo vivíamos solas, en una casona chorizo del centro de
Rosario, llena de baúles de disfraces, sombreros, canutillos y marionetas. Una
casa que se fue llenando de libros troquelados y muebles de madera para
guardar y exhibir objetos maravillosos, pero que nunca tuvo microondas,
licuadora ni suficiente agua caliente para un baño agradable. Cuando hacía
calor dormíamos en el balcón. En Rosario lo que mata es la humedad,
recuerdo la sensación pegajosa y el ruido del tránsito despertándonos cuando
salía el sol.
Por las noches mi nana, la Tata, me llevaba a basurear. Buscábamos cosas
reciclables en la basura. A veces íbamos a vender empanadas fritas a la escuela
de teatro donde mi madre daba clases. La Tata me vestía con colores flúor y
me pegaba una cinta roja en la frente, contra la envidia.
Ay, esos años en los que vivimos solas, El mundo que moldeó todos mis
sentidos, empujó mi partida y aceleró una búsqueda de permanente
reparación.
Años después, estamos en terapia de pareja. El padre de mi hijo me
reclama. Que estoy siempre con la computadora, el celular y las redes sociales.
Yo lloro, porque sí, porque el reclamo me hace llorar. En medio del llanto
asumo que me aburro. Me aburre la vida familiar, me seco tomando un mate
y mirando a la nada. Este aburrimiento es la previa del escape. Escape virtual,
abstracción, notas para el libro, verificar los mails, ver si me contestaron de
Mercado Libre.
—Pero ¿vos viste cómo es mi mamá? O sea, no lo hago a propósito.
—Violeta, tu mamá no puede estar más de media hora acompañada,
necesita estar sola, crear sola, encerrarse.
Tengo un máster en solucionar problemas en soledad, incluso filtraciones
en el techo. Me quejé toda la vida de ello y es lo que repito en automático. Soy
sola. Juntada, con dos hijos vivos, pero sola. Crecer en esa casa chorizo,
mágica y desprovista de lujos, fue una suerte de fábrica de recursos y
capacidades, como quien se prepara para la carestía de la guerra, con
provisiones en un sótano oscuro londinense. Nodo sur, conjunción Plutón y
luna, en casa 8, en Escorpio. Así parece que decía el cielo sobre mí, el día y la
hora en que nací.
Partiendo de esta historia de infancia, ¿yo tendría que aprender a ser feliz
y a disfrutar la vida? ¿A ser positiva, a lavar platos con esperanza?
Hace algunos días conecté con el enojo. No es habitual. ¿De dónde vino?
Si yo estaba igual, en automático, como el resto de mis días, sin sobresaltos.
No sé. Movilicé un poco el cuerpo y apareció la ira. Se hacía cada vez más
grande. Se me venía encima. Estoy enojada. Muy. Con la vida, con el reparto.
Con el que me tocó. Siento unas ganas irrefrenables de tirar mi realidad por el
precipicio. Ya está, mañana me levanto y dejo todo. ¿Qué dejo? ¿Mi marido?
¿Mis hijos? ¿Mi casa? Dejé el gimnasio.
Ahora además de enojada, molesta por no saber con quién me enojo. Con
esta segunda maternidad que me enlentece y agota. O con papá. Con la
princesa frágil de cuento ruso que me creí ser. Me enojo conmigo, con mis
partes. Con mi panza, con mis orejas, con mi pelo pobre y llovido. Con mi
nombre.
¿Quién me puso acá? ¿Esto fue consensuado por mí? A ver si me entiende,
señor Dios, yo ya crecí y todavía me molesta que me digas “andá a la lavarte
los dientes”, “se acabó el papel higiénico”, “hay que bañarse”, “hay que hacer
» «

gimnasia”, “hay que comer sano”, “hay que dar la teta cinco años”. Yo no me
quejo porque tengo alma de empleada doméstica. Pero no me gusta la voz de
padre latiendo adentro de mi cabeza.
Estoy podrida de vivir sin disfrute y desconectada del presente. También
estoy cansada de recurrir al escape virtual porque resulta la manera de
pasárselo mejor. No era depresión, mamá, estoy tremendamente enojada.
Asquerosamente frustrada de enojo.
Sin embargo, la vida me suele ser mucho más afectiva de lo que yo creo
que es. Cuando me despierto cada madrugada en medio del apocalipsis,
violada o con cáncer, y me descubro tan solo taquicárdica en mi cama de alta
densidad, me siento bendecida. Vuelvo a agradecer mi origen, mi madre y mis
ancestros, porque llegué después de la guerra, y debería estar cantando al sol
como la cigarra. Solo que no estoy acostumbrada. Me convoca más la
oscuridad que la luz dentro de mí.

La familia Delasoga era muy unida. O, por lo menos, muy atada.


Juan Delasoga y María Delasoga se habían atado un día de primavera con una
soguita blanca, larga, flexible, elástica y resistente. Y desde ese día no se habían
vuelto a separar.
Lo mismo había pasado con Juancho y con Marita, los hijos de Juan y María. En
cuanto nacieron, los ataron. Con toda suavidad, pero con nudos.
Marita, por ejemplo, estaba atada a su mamá, a su papá y a su hermano: en total,
tres soguitas blancas anudadas a la cintura.
La muerte es un caleidoscopio s

En cincuenta ya estaremos muertos. Tengo pensamientos sobre la muerte


desde muy temprana edad. Me suelen “atacar” en los momentos más
inesperados, como una merienda de preescolar o antes de salir a escena en mi
cumpleaños de quince. Me pasa jugando al Memotest, escribiendo un mail de
trabajo y depilándome. ¡No puede ser! Voy a dejar de existir. Seré la nada.
Tampoco voy a existir así como soy el resto de mi vida. Me calma saber que,
de todas maneras, aunque no muera, dejaré de ser quien soy varias veces, y la
muerte en todo caso encontrará a la Violeta de mañana, a la otra, a la nueva, a
la que ensayó morirse cada noche.
Si el nacimiento es una celebración, ¿la muerte una tragedia? ¿Aun
cuando son interdependientes? Si se lucha contra la muerte, ¿no está
garantizada la derrota? ¿Morir es la derrota? ¿Depende de cuándo o de cómo?
Todos nosotros vamos caminando hacia la desintegración. ¿Puedo acompañar
la muerte de otro de una manera saludable si yo no quiero que se muera?
¿Cómo acompañar a una fuerza a la que me opongo, y que nos hará parte de
ella a todas y todos?
Acompañar la muerte de otros siempre es con inexperiencia. Los
moribundos preguntan: G Por qué si sé que me estoy muriendo, siento que no
voy a morir?” ¿Serán ambas cosas ciertas? Cuando morimos de una
enfermedad progresiva, no morimos en un acto heroico y disruptivo; nos
vamos muriendo. De a poco dejamos de comer, de beber y de estar en vigilia,
nos vamos despegando suavecito, pero aún estamos. Hay algo de nosotros en
hiperlucidez. ¿Quién es el que se da cuenta de que está muriendo? Morir
puede ser el proceso donde nos deshacemos de una dimensión de nosotros
mismos. Pero si yo me deshago, yo quedo. No sé si hay más allá. Pero de este
lado habrá que aprender a ver a la muerte a la cara y con buenos ojos. Que,
como en el parto, ¡haya dolor y celebración, no sufrimiento!
Si el tiempo es circular. Si cada otoño le sigue inevitable al verano, como la
muerte a la vida. Si cada flor se marchita para que nazcan otras. ¿Cómo no
creer que el nacimiento sea un portal idéntico a la muerte? ¿Cómo aceptar
morir solos si sabemos la importancia de nacer en contacto? ¿Cómo creer que
del otro lado no habrá nadie si cuando nacemos hay brazos y sonrisas y
cuerpos que quieren besarnos?
¡Cuánto más puede valer morir en casa, desenchufados y en brazos de
quienes no necesitan valor, sino sentido común para estar de cara a los que
nos toca a todos! ¿Qué ganamos si no lo hacemos así? ¿Días, meses? ¿Qué?
La fuerza crece cuando hay resistencia. Probá hacer fuerza con un dedo
sobre la nada y después sobre una pared. La fuerza de la vida se mide en
términos de la rigidez inclaudicable de su final. De allí hacia lo micro, todo,
de igual manera. La fuerza siempre se opone a otra fuerza. Y a veces, con
belleza, se deja ganar.
Nos queda morir un poquito todos los días. Nos queda morirnos en los
sueños, en cada exhalación. Nos queda morir después del parto y cuando los
hijos se van. Nos queda morir cada vez que rompemos. Rompemos
relaciones, terminamos viajes, jubilamos propuestas. Nos queda aprender a
morir un poco cada hora. Haciendo el ejercicio de morir a conciencia,
dejándonos ir, hasta que vuelva a empezar, practicando el morir.
Dejá que el cielo se rompa sobre tu cabeza y que limpie. Tal vez cuando
eso termine sigas estando allí.
Si pudiésemos dejar morir lo que ya murió, no sería tan doloroso ver la
finitud de las cosas. Esa niña que a todo le teme ya no soy yo. Mientras siga
creyendo que aún estoy allí, me daré crédito para exigir, chupar energía de
otros o encerrarme a llorar.
Mis padres están grandes, es inevitable pensar en la muerte. Justo en la
etapa en la que puedo atravesar distintas crisis sin llamarlos por teléfono, o
recibir diagnósticos sin preocuparlos; justo cuando estoy pudiendo cortar el
cordón y comprenderlos sin juicio ni demanda, siento que el reloj biológico
me marca la cancha. A veces los miro como queriendo aprovechar cada
palabra, desearía succionarlos, congelarlos en el tiempo. Desearía
garantizarles a mis hijos, sus abuelos vitales y disponibles. Justo ahora que
logro tener a una distancia exacta, ni lejos ni cerca, una voz interna me
apresura: “Los tenés que disfrutar, porque no duran para siempre”. ¿Quién
puede disfrutar a los padres? Los míos son algo así como estandartes de la
nueva era: tienen poco tiempo disponible, no cocinan ni cambian pañales, y
ven a los nietos por videos en WhatsApp. Si quiero teatro o cine, tengo que
conseguir niñera. Alguna vez fantaseé con esas suegras que se desviven por
cuidarte a los chicos cada fin de semana. Pero no ocurre. Nos sentimos
bastante solos en casa, y el invierno nos oprime. (6)
Sin intención de hacer reclamos, he soportado la soledad y la falta de
recursos para comunicarme con mis padres, pero no sé cómo soportaré su
muerte mirándome a los ojos. ¿Cómo se hace para heredar TODO (y cuando
digo todo es todo)? Supongo que terminará siendo fisiológico el devenir.
Supongo que sabrán que los he amado con locura. Supongo que sabrán que
no me imagino nada en el mundo que no tenga un poco de su color y de su
cadencia. Supongo que sabrán que me han pesado. Supongo que sabrán que
achicharra saberlos sufrir. Supongo que sabrán que son los seres más creativos
e inteligentes de mi planeta. Supongo, porque todo esto no se los dije nunca.
Estoy con Martina esperando su turno para entrar en neonatología. Le
dijeron que probablemente hoy, él va a morir. Por primera y única vez podrá
acunarlo. Tendrá unos minutos de mimos hasta que deje de respirar. Veo en
sus ojos la ansiedad. Detener el tiempo justo allí, en su abrazo, hasta el nunca
más. Me dice que no sabe cómo saldrá de ahí, que una vez que se siente con él
no se va a despegar nunca. Puedo escuchar las canciones y las voces bajitas.
La siento tocarlo, besarlo, mirarlo, Ella creerá que es imposible despedirlo,
pero lo está haciendo. Solo esos diez minutos no piensa en que esto no tendría
que estar pasando, ni en qué pronto se despertará de un mal sueño. En esos
minutos no hay tiempo de imaginar lo que no es. Ella se está partiendo
mientras él parte. Ni ella ni yo sabemos cómo va a hacer, ni cómo va a ser
después. No hay cómo pelearse con el asunto. Ella solo pide que él no sufra.
Quiere verlo libre. Yo puedo sentir cómo él se despega, como si fuese un
recuerdo propio. No duele. Duele verla a ella sola, eso es lo que él no soporta.
Toda la vida pasó en un instante. Afuera hace calor y los negocios siguen
abiertos. Ellos no saben. Nadie sabe. Yo le susurro a ella que esté atenta, las
señales se hacen presentes y el dolor nos traerá más vida, como siempre. La
muerte no se olvida, se atraviesa, como un pasillo angosto e incierto. La
muerte no se repara, se la suelta para que anide donde quiera.
En Dar la teta conté el relato de Mica y su bebé Ramón que vivió unas
horas. Es un relato corto pero lleno de imágenes y brotado de sentimientos.
Ese relato se compartió miles de veces en voces de madres y padres que
habían pasado por lo mismo. Tomé conciencia de lo poco importante del
relato en sí, del libro, de mí. Soy un vehículo para darle agenda a los temas
menos nombrados. No pudimos hacer otra cosa que empezar a juntarnos,
esas mujeres y yo, ahora enredadas a través de ese relato que ya ni recuerdan,
pero que les permitió estar unidas. Entonces, el libro, este y aquel, empiezan a
desnudar su misión. El libro no importa, el libro abre ventanitas, para ver lo
que siempre estuvo ahí, con otros ojos.

Aquí y ahora, escribile una carta a tu madre. No omitas nada, ni los


reproches ni el amor desmedido. Debés terminar con la frase: “Por favor,
mamá, haga lo que haga, mirame con aprobación”. (7)

A RAR RR RI RIN rr rr rara rr

6. Siete años después de escribir este libro, mi padre murió con COVID-19, una Navidad
de 2020. Mi libro Con estos restos (LPA, 2022) cuenta esta historia de amor y de dolor. A
partir de esta experiencia me formé como tanatóloga, escribí Entrá en crisis (Planeta,
TEli) y acompaño procesos de muerte, duelo y final.

7. Aclaración: ninguno de los ejercicios de este libro tiene una manera de hacerse bien o
de hacerse mal. No existe resultado correcto. El trabajo será entusiasta, depurativo,
cansador, y darán ganas de abandonar, pero te propongo llegar al final sin estar
expectante de resultados, sino sintiéndote en el proceso, actualizando la versión de vos
mismo/a, dándole lugar a quien fuiste y a quien sos hoy.
ADOLESCENTE
No quiero menstruar a

Nunca fui tan joven ni estuve tan sola. Nunca volveré a ser tan joven nia
tener la piel tan lisa. Ojalá nunca vuelva a estar tan sola. Adentro de esa
soledad de mañanas repletas de verano en mi cama calurosa, viendo
videoclips de los noventa, imaginaba el día. Un día mi bombacha se
mancharía de sangre, sin dar previo aviso, y todo comenzaría a ser un horror.
Compré una riñonera negra donde escondí dos toallitas femeninas bajo
algunos pañuelos y un librito de poemas. Durante dos años no me despego de
ella. Por suerte la menstruación se demora, mientras aumenta el miedo.
No quiero menstruar, se me notará en la cara. Los adultos me dirán
sonrientes: “Felicitaciones, ya sos señorita”, no hay escena más patética en el
mundo, Quisiera menstruar a los diecinueve, edad en la que pienso ser madre,
antes es un despropósito. Mientras, me dirán sonrientes que es lo más normal
del mundo, pensarán de mí que estoy sucia y olorosa, y que en cualquier
momento mancho el asiento del taxi. No les creo nada.
El día que “llega” tengo catorce. No pienso decírselo a mi madre porque se
lo contará a todo el mundo, pero pasan diez minutos y es a la única que se lo
digo. Me duele mucho. Quiero que la conversación ronde en torno al dolor o
a los posibles antiinflamatorios indicados, no en torno a la sangre. Me ocupo
de que nadie me vea sacando una toallita usada del baño (tampoco tiro en el
tacho cercano que dejaría la evidencia). Duele esconderme, pero es la única
manera de sentirme segura. Si mis amigas me piden que revise su jean
ajustado para asegurarse de que no se mancharon, lo hago con naturalidad,
pero nunca pediría lo mismo. Me desvivo para que nadie se dé cuenta, me
desvivo.
Nunca falto al colegio y me siento en primera fila. Cundo apoyo la cola en
la silla, siento que la canilla de sangre se detiene y eso me tranquiliza. Si suena
el timbre del recreo, siento miedo de pararme y chorrear, pero tengo que
aprovechar para cambiarme. Recorro todo el colegio para llegar al baño de
jardín o primaria, uno solitario donde nadie pueda escuchar el ruido del
plástico al despegarse de mi bombacha. Guardo la toalla sucia bien envuelta
en el bolsillo de la camisa del uniforme que llevo debajo del suéter. Trato de
abstraerme de la situación leyendo grafitis de amor que aparecen en los
pupitres y en las puertas de los baños. Algunos tienen gente que los aman, yo
no. Algunas chicas hacen grupos de archiamistad, a los que les ponen nombre
y después se endiosan con corazones pintados en las puertas. Me pesa ser
señorita cuando lo único que pretendo ser es una cabeza intelectual requerida
para analizar una película francesa a los catorce años.
Por más intento de naturalizar el temita, hay algo perturbador en la idea
de menstruar, algo que no encaja con el mundo de Barbies. Las princesas no
menstrúan ni hace caca, tampoco cogen, a veces hacen el amor y nunca tienen
infecciones vaginales. Nuestras hijas sí. Por su puesto que estoy desorientada
como madre, Cata tiene tres y entra al baño conmigo. Ve cómo me cambio el
tampón o la copa menstrual y me alegra no escucharla decir “ay, qué asco” o
“guacalá” como hace cuando huele ajo o me ve comer torrejas de espinaca.
Desde beba la dejo examinar mis partes cual ginecólogo, contando el cuento
de su pasaje por esos pagos. Nada de esto me deja tranquila, no me considero
un ser tan evolucionado como para acompañar idóneamente la vida sexual de
mi hija. Por más antropología del útero de la diosa, y poder de los vientres
móviles y sangrantes, me duele recordar que, en el día a día de nuestros úteros
olvidados, la menstruación trae nuevos dolores, colores, olores y duelos.
Duelos finitos, gruesos, largos. Duelos con risas, duelos mezquinos. El cuerpo
en primera persona, pidiendo pista.

Deseo ser una princesa

Voy a invitar a todo el curso. Quiero que por una vez en la vida vean que
yo también puedo ser una princesa. Original, pero princesa.
La cuestión es que me voy a poner el vestido color beige, con corsé
apretado y voy a hacer una fiesta en una quinta, en pleno septiembre. Habrá
números de circo urbano, de vals y de tango sobre zancos. Un artista plástico
hará instalaciones con telas elásticas formando flores sobre la enredadera, y
un iluminador pondrá luces de colores que proyectarán formas sobre los
árboles. Grandes y chicos comeremos ñoquis y pediremos helado libre en un
carrito que se instalará en el parque. Me preocupa: que se me vayan los
granitos antes del sábado (hoy no aguanté y me los exploté, escucho a mi
madre en mi mente: “Si los apretás, siempre es peor”), enfermarme y que haya
desilusionados por no estar dentro de las quince velas dedicadas.
Dura poco. Tanto esfuerzo para tan solo algunas horas y un video de
recuerdo en el que me veo horrible. Tanta gente venida desde lejos con la que
no pude estar. Mi mejor amigo, que gusta de mí, le dijo a mi amado Mariano
que yo le andaba atrás y que por favor bailara el vals conmigo. Todo el grupo
de chicas populares se puso en pedo. Mi madre las contuvo culposa mientras
llenaban de vómito el único baño de la quinta.
El día después es lo peor. Ese vacío, yo sola, el espejo y los regalos. Me
arrepentí de no haber invertido esa plata en algo mío, para mí, para disfrutar
en serio. Festejé para ver si yo podía ser la elegida por un día, y no me senti
nada diferente. En el video de recuerdo, que pagamos millonada, veo cómo
algunas amigas se peleaban por bailar conmigo y yo siempre pendiente de los
tres o cuatro niños menores de cinco años, maternándolos, fuera de toda
seducción.

Quiero ser madre ya

Tengo dieciséis años y tres sueños: ser actriz de telenovela, que un hombre
guapo se enamore perdidamente de mí y embarazarme.
De chica jugaba a las muñecas. Todas tenían mamadera, cochecito y
ropita de verdad. En los juegos siempre aparecía un padre. Juan, Germán o
Andrés. El que fuese tocaba el timbre imaginario de mi casa y con un beso
robado me invitaba a ser la mujer de su vida. Instantáneamente pasábamos a
la escena del embarazo, donde él me tocaba suavemente la panza y me hacía el
amor prometiendo amarnos siempre.
Imagino mis futuros hijos y sus nombres: Camilo, Manuela y Valentín, en
ese orden. Camilo es mi predilecto, tiene el pelo dorado con un corte tipo
taza. Lo imagino trepando juegos de plaza y durmiendo sobre mi pecho. Me
cuestan mucho los días sin él, teniéndolo solamente entre sueños. Sé que seré
su madre, pero ¿cuánto falta?
Tengo diecinueve y nunca tuve sexo, pero sigo soñando con tener a mi
Camilo en brazos. Cuando dos años después, me embarace, sabré desde el
primer día que es una niña, Cata la linda, de ojos oscuros y enormes. Para
Camilo tendré que esperar. Su imagen se irá deteriorando con el tiempo.
Cuando Camilo llega a mi vida ya casi no lo recuerdo. Tengo veinticinco y
muchas ganas de volver a ser madre. Mi pareja me lleva veinte años, pero eso
no significa ninguna distancia. Lo que nos separa es su duelo por la
separación reciente de su exmujer, a la cual aún desea. A Camilo lo dejé ir tres
semanas después de su concepción. En medio de tanto dolor, me cuesta
comprender que su pérdida sea parte necesaria de toda esta limpieza.
Chau, hijito mío. Vuele, hijo, vuele. Crezca. Perdóneme, hijito mío. Lo
extraño, hijo mío. No es mío, usted hijito, es del viento. No se quede aquí a
mirarme llorar, hijito, vuele a su destino, hijito. No me cuide usted, hijito. No
me odie usted, hijito. Nazca de la madre que algún día rearmaré de mí misma.
Seré la mejor que pueda ser, si alguna vez vuelve usted, hijito. Pero no vuelva
hijito, sea usted libre. Lo amé mucho, hijito. Así fue.
Oliverio, mi cielo nublado. Tengo veintinueve. Le prometí a hijito que
cuando llegase Oli, sería una madre entera para él. No lo estoy pudiendo
cumplir. Sigo siendo la que puedo, destartalada y contradiciéndome cada día.
Oliverio, cuando llegaste yo quería ver a Camilo. Ahora entiendo, sos vos,
descamilado. Estoy aprehendiéndote. Te quiero como sos. Te quiero como sos.
Te quiero como sos.

Claro que no era fácil acomodar tanta soga; había peligro de galletas, de sacudidas,
de tropezones. Pero con el tiempo se habían acostumbrado a moverse siempre con
prudencia y a no alejarse nunca demasiado.
Por ejemplo, cuando se sentaban a la mesa era más o menos asi.
Y cuando se acostaban a dormir.
Y cuando salían a pasear los domingos por la mañana.

Aquí y ahora, escribile una carta a la quinceañera que fuiste, ¿en qué le
has fallado? Regalale una canción y pegale una foto del futuro.
SEXUAL, SANGRANTE.
Y ABUSADA
¿Soy frígida? a

Era muy chica y miraba películas de grandes. Mi madre me llevaba al


videoclub todos los viernes. Injustamente ella se llevaba tres VHS y yo uno. La
mía era siempre la misma: Heidi, primero de dibujitos, después de “atores”.
Algunas veces llevaba Laberinto y una vez La historia sin fin.
Teníamos una sola tele y cuando llegábamos a casa era ella quien
empezaba viendo una de las suyas. Así que yo me acostaba en la cama con ella
y le pedía que me leyera los subtítulos. Así me hice fanática de La lección de
piano, Cumbres borrascosas, Como agua para chocolate, La casa de los
espiritus, Romeo y Julieta y Tomates verdes fritos.
En mis películas favoritas las mujeres eran locas, prohibidas y complejas,
pero siempre deseadas. Los hombres les desabrochaban los corsés con
violencia y las penetraban por arriba. Los orgasmos siempre sincronizados. El
amor consumado. De ahí a amarse por siempre, sin que la muerte los separe.
Así que crecí segura de que el sexo era un placer donde te estalla el
corazón de amor, que te ata para siempre, que acabás mirándote a los ojos con
tu amado mientras gritan extasiados los dos.
Con el sexo me fue como con el mate: al principio me pareció horrible.
¿Me va a gustar cuando me acostumbre? Nadie en su sano juicio puede gustar
de chupar un pene o de que te metan la lengua hasta el caracú. ¿Soy frígida?
Prefiero tomar un helado mientras leo una revista TV y Novelas. Hacer un
crucigrama me seduce más que tener un orgasmo. Durante el sexo me ocupan
demasiadas cosas. Que él me vea sexy. Que no piense que me acosté con
muchos ni con pocos. Que no vea las estrías. Que no piense que mi vagina es
demasiado flácida. Que mi manera de besarlo no parezca poco
experimentada. Que nos cuidemos bien. Que no vayamos muy rápido porque
me baja la presión. Que no me distraiga pensando en lo que dice la tele. Que
él acabe. Que yo acabe primero.
¿Cómo se define el placer sexual? Si es cuestión de orgasmos, no son gran
cosa, pero los tengo, siempre. Hay otra dimensión de la sexualidad que nos
urge explorar. La sexualidad que nunca vi en una película, ni dramática, ni
erótica, ni porno, que nunca leí en la Cosmopolitan. La sexualidad
desacomplejada. La sexualidad desincronizada. La sexualidad que no te toma
como una posesión espiritual. La sexualidad con un compañero curioso,
abierto y respetuoso. (8)
Las dimensiones de la sexualidad se abren como capas a lo largo de la
existencia humana. Desde la búsqueda del placer, solitario o compartido, por
el placer mismo. El placer, esa palabra tan banal, tan efímera, tan...
¿pelotuda? Debería de ser para mí la palabra del siglo. La que queda cuando
se caen todas las cosas.
Abusos invisibles

Tengo dieciocho años. No sé cómo termino siendo profesora de modelaje


en un departamento del Abasto donde les prometen a las chicas hacerse
famosas y les sacan dinero a las familias. Creo en ellos con total ingenuidad.
Un día aparece un productor al que parezco gustarle. Me invita a conocer
Canal 7 y luego decide llevarme a su casa para que conozca a su hija de mi
edad. Me entusiasma la idea, tengo pocos amigos porque estoy recién llegada
a Buenos Aires. Estoy en un barrio desconocido y muy pobre. El señor no me
hace pasar a la casa, su hija sale y charlamos en la vereda. Después, ella entra y
él me lleva a su escritorio donde me pide que baile sensual y que me saque el
vestido. Me dice que necesita ver cómo me desenvuelvo para tenerme en
cuenta si surge algún casting. Lo hago por dos o tres minutos mientras me
pregunto si mi mamá me dejaría hacer esto. Luego de bajarme el vestido y
mostrarle mis tetas cónicas y chiquitas, me indicó dónde tomar el colectivo
para volver a mi departamento. No sé si estaba en capital, no sé si estaba en
esta tierra. Tenía asco, tenía enojo, tenía miedo. Sin embargo, por muchos
años, no creí que aquello fuese un abuso, nadie lo nombró así. Tampoco
recuerdo claramente aquella época. No era nadie, deseaba ser todo para
alguien.
El mundo tiene muchos silencios en la cabeza de un niño. Demasiadas
siestas. Demasiado anonimato. Horas, encerrada en la pieza. Hay tanta nada,
tanto aburrimiento y tanto abandono cotidiano en la vida de los niños, que es
muy fácil que, en esos momentos, donde los grandes están “haciendo algo
importante”, lo obsceno entre en escena, para marcarnos eternamente y crear
más silencio. Una cascada de vacio. Horas de vergijenza. El tiempo no pasa.
Muchas ilusiones para ser apenas una niña que juega a ser grande e
importante.
Me recetan antidepresivos por primera vez y algo del miedo voraz se
calma.

Todavía vivo en Rosario, tengo dieciséis. Trabajo en una agencia de


modelos, que también produce un programa de televisión para niños y
adolescentes. Este es un trabajo que yo me tomo muy en serio. En la tele
aprendí a conducir en vivo, hacer notas y dar clases a los más chiquitos. Me
eligen para hacer entrevistas y conducir secciones, pero nunca para una
publicidad de lencería. Sin embargo, un día, una compañera de la agencia me
dice que llame a una señora que está buscando modelos de trajes de baño. Sin
decirles a mis jefes, que nunca me recomiendan para esas cosas, voy a hacer
una prueba. Me visten con una bombacha y un collar de cotillón. El pedido es
que baile a la cámara mientras me filman. Quiero decir que no, pero no me
sale. Cada vez que mi cuerpo me grita: “¡Corré!”, yo me quedo. Cada vez que
sé que no estoy en el lugar indicado, no me muevo.
Pasan los años. Me quedan resquemores, incomodidades, recuerdos
extraños, como de pequeños abusos invisibles, chiquitos, disimulados.
Hombres bastante mayores se acercan con naturalidad a tocarme y
desvestirme, yo estoy en vidriera, tal vez alguno me ame con locura.
Los Delasoga eran expertos en ataduras. La soga con que se ataban no era una soga
así nomás, de morondanga; era una espléndida soga, elástica y extensible.
Así que cuando Juancho y Marita iban a la escuela, que quedaba a la vuelta, María
podía quedarse en su casa haciendo la comida, casi como si tal cosa, salvo que la
cintura le molestaba un poco porque la soguita estaba tensa y tiraba.
Lo mismo pasaba cuando Juan iba al taller que, por suerte, quedaba al lado. A la
hora de la leche no era raro ver a María, a Marita y a Juancho mirando la televisión
mientras tres sogas los tironeaban un poco hacia la calle, porque el papá todavía no
había vuelto,

Todo sobre mi sangre

A los diecinueve tuve mi primera relación sexual con Benja, un


compañero de la facultad. Lo recuerdo con cierta gratitud porque, a pesar de
su mal humor, creo que me apreciaba. Durante esos meses tuve la extraña
sensación de que me ocultaba algo. Pensé las cosas más terribles, desde
narcotráfico hasta leucemia. Una madrugada después del sexo, descubro el
preservativo roto. Mientras él dormía averigié todos los hospitales en los que
podía hacerme la prueba de HIV a la mañana siguiente. Estaba aterrada.
Tenía que convencerlo a él de hacerse la prueba, ya que si me había
contagiado no saldría en mis análisis hasta varios meses después.
Posiblemente luego de aquella mañana no quisiera verme la cara nunca más,
pero le rogué de rodillas que me acompañase al Hospital Muñiz a hacernos el
test antes de que amanezca. No se cómo lo convencí. Convencerlo me
asustaba todavía más. Si aceptaba venir, ¿era porque alguna duda tenía?
Tomamos la línea 12 sin hablarnos. En la puerta del hospital nos dijeron que
había paro de personal y, salvo urgencias, no atendían ese día. Esta escena
podría haber sido de un guion, le dije. Pero no terminó en nada, ni para
calmar mi angustia, ni para completar la anécdota. Volvimos al centro en el
mismo bondi con sentido contrario, y cada uno se fue por su lado. Después
del periodo de ventana pude comprobar que no estaba contagiada. Dos años
después, cuando se enteró de que estaba embarazada de Cata, me llamó para
preguntarme si necesitaba algo, si estaba acompañada. Nunca supe qué me
ocultaba.
Sangre imaginé chorreando por la cabeza del productor mediocre de
Canal 7. A mi sangre la imaginé infectada. La sangre siempre me causó una
mezcla de fascinación y miedo. Acostumbraba a ver mi sangre en la jeringa
después de cada extracción, y no parecía nada saludable, espesa, morada, casi
negra.
Tengo cuatro y un torniquete de algodón con agua oxigenada en mi nariz.
Dicen que soy “niño sangrador”. Así llaman a los niños que sangran por la
nariz con frecuencia y sin explicación. Me dan Redoxon. Mi madre me tiene
en brazos mientras miramos Las Tortugas Ninja.
Una vez me vi sangrar a borbotones. Una semana antes de esa vez, me
operé las tetas. Cuando me levanté de la anestesia me dijeron que les costó
mucho detener la hemorragia que tuve durante de la cirugía. Estaba muy
asustada, anémica y embarazada. Me operé sin saber que estaba embarazada.
Una semana después vi los coágulos haciendo líneas desde la vulva a las
rodillas. Sentía un inmenso amor por mi bebé y una dolorosa despedida.
Grité, lloré y estuve quieta, como detenida en el tiempo, sin juicio ni remedio.
Tenía la piel pálida y la vida interrumpida. Solo podía llorar si me despertaba
en medio de la noche. Camilo me atravesó un lunes a la madrugada, con
dolorosas contracciones y tristeza pacífica. Chorreé por las piernas, en mi
cocina antigua de la casa de Rosario, mientras cuidaba que mi pequeña hija
de dos años no despertara.
Después de aquel vuelco mi vida cambió de rumbo. Se desplegaron
muchas de las herramientas que hoy utilizo para acompañar a otros. Sé que
todos los litros de sangre que me recorrieron me pusieron al servicio de elegir,
crecer y diferenciarme de mí misma.
Tengo más de veinte y una hematóloga me descubre, por fin, mi primera
falla genética. Tengo otras más, pero esta tiene un nombre maravilloso. Tengo
enfermedad de Von Willebrand. Me falta un factor de coagulación, esto hace
que sangre de más, que mis moretones parezcan manchas de nacimiento y
que ante cualquier mínimo corte o accidente esté al borde de la muerte. No
coagulo. No pongo freno. No me funciona el límite. Si me lastiman, yo me
entrego, me hago líquida, me vacío. (9)
La copa menstrual me permite tomar contacto con la sangre real, sin
algodones inflados. Y con cada sangrado me hago bolita, colecciono mucha
realidad, me encuentro con mi propia apatía. Luego algo se despeja y la
lucidez se hace cargo de mis días. Sigo con miedo a mancharme en la vía
pública. Mi cuerpo olvidado, el privilegio de la ropa blanca, todo
fragmentado. Prefiero estar en casa, sola. Tardes enteras en las sábanas
manchadas, donde nadie me mira. Donde el cuerpo se olvida. Donde sangra
el alma. Donde el baño es un lugar lleno de mística. Menstruando y sola en
mi baño me siento una tía solterona, con mucho ruido interior y pocas
palabras.

Diario de una mujer cíclica

Ovulando:
+ Ganas de ser mirada.
+ Peleas con él.
+ Bocona e hinchada.
+ Con deseo.
+ Interés por la ropa linda.
* Sueños con un ex.
+ Me levanto a hacer pis a la noche.
e Erótica.
+ Tengo sueño todo el día.
* Flujo con olor, mocoso, a veces transparente y líquido.
e Pelvis pesada, cargada.
+ Irónica.
Antes de menstruar:
+ Dolor de garganta.
+ Afta y granos.
e Fea.
+ Enojada.
+ Pesadillas.
+ Dolor de cabeza.
« Mucho cansancio.
+ Apuro mental.

Menstruando:
+. Miedo.
e Debilidad.
e Hinchazón.
* Dolores.
. Mal aliento.
» Dejo de pelear.
+ Estoy realista.
+ Siento el vacío.

Después de menstruar:
. Amable.
+ Colaboradora.
+ Con proyectos.
+ Ganas.
+ Insomnio.

Si escribí tan poco en esta fase, seguramente fue porque me sentía mejor y
no tuve tantos males que contar. La rueda es más o menos así: después de
menstruar algo empieza de cero, me siento nueva, despejada y apurada.
Ovulando estoy exuberante, quiero mostrarme y gustar (¿presa del plan
divino y animal que nos propone reproducirnos?). Después me enojo, me
pongo mala y frustrada. No quiero frenar, pero el premenstrual me frena.
Cuando sangro estoy algo resignada. La realidad se hace presente con su
tiempo y su forma. Mi cuerpo me toma y el detenerse se aprovecha para
conectar con lo que hay y con lo que no hay.
La inestabilidad es la esencia creativa y sanadora de todas las mujeres. No
somos quienes fuimos ayer ni quienes seremos mañana. Un día lo haré carne,
hay un tiempo adecuado para cada cosa.
Todos somos productos de mandatos anteriores, de la familia, de la
sociedad, del género. Nuestras decisiones cotidianas están marcadas por el
deber ser o el deber diferenciarse de. Siempre lo mismo, pertenecer, Se nos pide
que seamos una cosa y su opuesto simultáneamente. Virgen (gran madre
dadora, sostenedora y receptiva) y Puta (seductora, oscura, manipuladora).
Empoderadora de las otras mujeres (hijas, amigas, hermanas), que se amen
como son y Sex Symbol, a cualquier precio (apto cuchillo). Amas de casa
(amantes del mundo íntimo y pequeño que sucede en el hogar) y Líderes
referentes profesionales.
Parte de la integración evolutiva es animarnos a ser contradictorias,
imposibles de definir en un nombre, un rol o un puesto. Animarnos a ser la
madre dadora, que, por el mismo don de construir vida, tiene el poder de
destruirla. No nacimos para repetir la foto a la que el otro se acostumbró de
nosotras mismas. Nacimos para cambiar de todo, no solo de talle de
bombacha. Incluso conociendo nuestra matriz cíclica, sentimos culpa, porque
siempre estamos acercándonos a actuar un rol que está en contraposición de
otro realmente importante.
Las mujeres debemos hacernos cargo de nuestro poder como seres
complejos, múltiples y enredados. No debemos conquistar un mundo ajeno,
debemos comprender que la culpa nos acompañará mientras tengamos que
ser de una sola manera, repetitiva. La culpa es el precio de la libertad.
Tenemos el poder de diversificarnos, de hacer la revolución en el mundo
chiquito y en el mundo gigante. Hay un tiempo adecuado para cada cosa.

Aquí y ahora anotá tus síntomas físicos y emocionales durante cuatro


semanas. ¿Relacionás algunas repeticiones con algún acontecimiento en
particular? ¿Cuándo estás más iracunda? ¿Cuándo más afectiva? ¿Cuándo
más efectiva?

8. Hoy, año 2023, pienso que la sexualidad entendida como el contacto pleno, afectivo y
placentero, con otrx, es la base de una pareja. Sin ese contacto, sin abrazos, besos,
miradas, sin una mano en la cola a la mañana; la pareja está destinada a ser solamente
una empresa. Para mi, la dimensión sexual fue un descubrimiento de la década de los
treinta y las comprensiones que me habilité gracias a abrir el cuerpo al placer son
infinitas. Tuve que partir de la idea de sentir y no de gustar.

9, Hablé sobre mis enfermedades genéticas en mis libros: Todo lo que soy capaz de (no)
decir (DNX, 2018) y Con estos restos (LPA, 2022).
PAREJA, EX Y AMANTE.
Hacer un trío 56

Aún no soy madre. Cuando mi hombre no está lo extraño


patológicamente. Cualquier escena donde él no está es una escena vacía. Un
mate, una comida, un encuentro en familia, cada hora que pasa es una hora
perdida. Mi cuerpo está confundido, deshabitado, impaciente. Si pasan varios
días me voy marchitando. Evoco la imagen de nuestro reencuentro. Siento la
ausencia adelante, entre los brazos y las piernas. Me cuesta ver televisión, leer
o pensar. Cuando por fin dormimos juntos me quedo despierta, inmóvil,
sintiendo su olor. Me pica la espalda, pero no quiero moverme para no
despertarlo. Cualquier plan que él me cancela es un desgarro, la sentencia de
su falta de deseo. No soy prioridad. Miro el teléfono esperando que suene.
Camino hacia la heladera, abro y cierro. Le escribo intrincadas declaraciones
de amor y dependencia. Mi madre dice que algunos fuman, otros juegan
compulsivamente y otras amamos demasiado. Siento el peso de mi cuerpo
vacío. Tengo dos ideas sobre la vida: la primera, que el día que tenga una
familia con bebé incluido voy a estar completa. La segunda, que de todas
maneras no habrá hombre que me ame profunda y honestamente, tanto como
para curarme el miedo a no ser la elegida.
Volvemos de tomar un helado y no me dirige la palabra, seguro me está
por dejar. Decime la verdad, ¿estar conmigo te da lo mismo?
Mi especialidad, los tríos. No sexuales, más bien familiares. Yo,
conociendo la tristeza de mi madre y de la esposa de mi padre por tener que
compartir al mismo hombre. Yo, como la prueba viva de la infidelidad de mi
padre. Yo, testigo. Testigo de las mentiras que todos se han contado a sí
mismos para sobrevivir al desamor, testigo de amores fusionales. Me dedico a
ser testigo de la llegada de los hijos, siempre terceros en discordia.
Mi hija pequeña, intrusa e inoportuna, vino a poner blanco sobre negro.
Disparó a la pareja directo al corazón. ¿Quiénes somos? ¿Qué haciamos
juntos? ¿Busqué un hombre, un amor o un buen padre para mi hija?
Después de separada con hijos, nunca más volvés a tener novio. Alguna
que otra salidita nada más. Desde el primer día con el nuevo tuve que pensar
en bares con juegos para niños, vacaciones con menú infantil y sexo
solamente a la hora del jardín. No me disgusta la dinámica. Al fin y al cabo,
sigo soñando con hacer de mi casa un hogar. Nunca me interesó salir a bailar,
ni acostarme al amanecer. Me seduce que mi candidato de turno traiga
películas de dibujitos y un chocolate para la nena.
Cuando un candidato asume con amor y entrega el lugarazo que le doy en
nuestra vida, me encuentro perdida. Es que todavía somos un trío con el
padre de mi hija. Es al único que llamo si hay que cambiar el cuerito. Es al
primero que llamo cuando ella se afiebra. Es quien, necesito, mire con
aprobación lo que me está saliendo de ser madre. Me asusto. Mi madre no
formó pareja después de mi padre. Él es el hombre, el único. Doy cuenta de
un mandato que dice algo así como: el hombre, es el padre. Si no, no tiene el
lugar de hombre.
Pasaron los años. ¡Cómo me pesaron los tiempos de novios, con Mati, mi
“segunda gestión”, antes de que fuese el padre de mi hijo! Ahora le doy un
lugar importante en mi vida. ¿Antes? Lo intentaba. Ahora lo siento familia.
¿Antes? Lo soñaba. Hace poco, Oli cumplió la edad que tenía Cata cuando me
separé de su padre. En su momento me dije que me separé por falta de
comunicación, falta de sexo y porque le encontré una conversación de chat
subida de tono con una mujer. Supongo que no me aguanté más el trío y
escapé. Mi madre siempre deseó al hombre que estaba afuera, lejos y en otra
ciudad. Si mi mamá y mi papá hubiesen convivido, habrían aguantado muy
poco.
Además, el hombre, que ganó la categoría de hombre por ser padre, pierde
su lugar como amante. ¿Cómo hago yo para rematrimonializarme con el
hombre que elegí como padre? Con ese con el que me mostré sucia,
parturienta, sombría. Con ese que se ríe de mis orejas, cual hermano
hinchapelotas. ¿Cómo hago yo para reelegirlo, esta vez como hombre viril,
con deseo y arrojo?
Mi abuela Lucía quedó viuda a los dieciséis años y tuvo dos matrimonios
más. Del más importante y duradero, con don Vazquez, nacieron varias de
mis tías. Sus hijos más chicos, entre los que están mi padre, mi tío y el Pocho
—que murió de un aparente cáncer de huesos a los doce años— no son hijos
de Vazquez a pesar de llevar su apellido (que llega hasta mí) y haber sido
criados por él. Son hijos de don Pedro Carrero, nacido como yo un 17 de
septiembre, el inquilino de la casita de atrás y el padrino de mi padre. Al año
de la muerte de Vazquez, Pedro pidió la mano de mi abuela Lucía, pero mis
tíos se negaron y ella no aceptó. Dato de color: si bien no se sabe a ciencia
cierta cuántos de los hermanos de mi padre son hijos de Pedro y no de
Vazquez, tres de ellos llevan los mismos nombres que los hijos (legales) de
Pedro con su primera mujer. O sea, se llaman igual que sus medio hermanos.
Mi padre es el verdadero hijo de su padrino. Tal vez le ofrecieron el
padrinazgo como una forma de darle alguna legitimidad.
Mi tío tuvo dos matrimonios simultáneos. Sus dos mujeres (aunque una
era la oficial) se encontraron en la clínica cuando a él le dio un infarto. Dato
de color: conozco a mi primo J. P. Vazquez, meses después de enterarse de que
su padre, este tío, tenía otra mujer. Eso me enamoró de él. Por fin el
sufrimiento del hijo legal y de la hija bastarda, juntos. Fue quien me besó por
primera vez. Supongo que, a pesar del enojo de mi padre y las puertas que me
cerró por noviar con su sobrino (por ejemplo, las puertas de su casa), besar a
mi primo hermano por parte de padre era pertenecer a esa familia por
primera vez.
Papá me presentó a mis hermanos a mis nueve años, recién estaba
acostumbrándome al estilo de vida de aquella casa, a ser hermana de alguien,
a tomar la leche apestosa cada mañana, cuando tuve que dejar de verlos por la
traición de enamorarme del primo.
Mi pri-novio firmaba sus historietas “Vaz”, como quedándose con la mitad
de su historia. Tuve una iniciativa similar cuando me recibí de puericultora y
me acorté el apellido por un tiempo. Mucha gente me conoce como Viole Vaz.
Para mi familia paterna parece que la mujer es una cosa, y la pasión otra.
Yo quiero ser las dos cosas para mi hombre, y no lo logro. (10)
Mi madre cuenta que su padre Roberto, a quien adoraba, y de quien
heredamos los dedos larguísimos, el magisterio y el don de la palabra, la
llevaba a los burdeles para que lo espere mientras él jugaba con amigos y
luego se acostaba con alguna mujer. Mi madre, toda pequeña, le ponía
decenas de terrones de azúcar al café de estas mujeres, con la intención de
envenenarlas. No sé si por la ira de la traición hacia su madre o porque era
ella quien se sentía engañada por su hombre, su padre hombre, su padre
adorado. Roberto murió de esclerosis múltiple a los cincuenta años. Mi madre
no tenía ni veintiún años y se estaba recibiendo de abogada. La muerte lo hizo
más mágico, amoroso y amado que nunca.
Yo fui infiel una vez, y no por falta de amor o deseo con mi pareja de ese
momento, sino por el halago que significaba que otro me deseara de una
manera irrefrenable.
Soy hija extramatrimonial, de mi papá con su amante, o de mi mamá con
su hombre-cas(z)ado. Repasemos. Pedro Carrero sería mi verdadero abuelo.
Celina Norma es la esposa de mi padre, con quien se casó a los diecisiete
años. Ella murió y él tiene otra novia, pero papá se removió el tatuaje de ancla
marinera que se hizo en la colimba hace cincuenta años y allí puso el nombre
de su mujer con firuletes tangueros, desterrando su pasado de pirata. Su
mujer, la verdadera. La que se bancó todas. La que murió antes de tiempo.
Mi bisabuela Carlota fue un misterio siniestro y madre de mi abuela
materna Elvirita Mussi. Con Carlota se puede escribir “la otra C”. La Otra. C.
La otra Chiqui (Chiqui le dicen a mi madre). La Otra Celina (la madre de mis
hermanos). Las ex de todos mis novios tenían nombres con C. La otra creada:
mi primogénita, Catalina. El bebé que no tuvo esta vida, el otro Camilo. (11)
La historia se repite en los nombres, en las vocales, en lo sucesos y en las
fechas. Soñé con ser madre joven y formar una familia. Quise ser “la legal”, “la
elegida”, para compensar mi propio árbol genealógico, donde mi madre, mi
abuelo Pedro y yo hemos sido “los otros”. Mi padre y yo, hijos de “los otros”.
Darse cuenta, es darse cuenta.

10. Por la salida de este libro en 2015 mi tío se enojó conmigo y con mi padre, y
estuvieron enemistados hasta la muerte de mi papá. Lo que para mí era develar un
secreto con amor, para otros fue poner luz en un lugar que estaría cerrado para siempre.
Lamento haber ocasionado tanto malestar familiar con esta historia. Honro mi pasado,
honro profundamente a mi abuela y a sus decisiones. Pido disculpas si la verdad molesta
y expone, sé que duele. Pero no voy a dejar de hacerlo.

11. Este año nace Cairo, mi cuarto hijo.


Que venga el príncipe y me rapte o

Tengo dieciséis. Esta mañana abrí los ojos y él estaba ahí. Su cara de
comercial y su mochila lista. Planea llevarme de sorpresa a la isla. Esto no
puede ser verdad. Es el chico más codiciado de la agencia de modelos en la
que trabajo. Yo, una narigona frustrada que no para de comer hidratos.
Me llevó, me habló, me remó, me cocinó, me acarició. Nada más. Me trajo
de nuevo a casa con la ilusión de un beso fantasma que nunca llegaría. Nos
vimos un par de veces. Le escribí setenta y ocho mails. Cuando me fui de
vacaciones con amigas le dejé quince llamadas perdidas desde Miramar. Le
escribí un libro. Sí a él y a otro, les escribí libros. No cualquier libro. Libro con
poemas, fotos, sobrecitos. Libro sacrificial que decía que lo quería ver feliz,
muy a pesar mío y de no amarme. Que sea libre, que desarrolle sus encantos,
que se enamore de una mujer que pueda amarlo con todo su ser.
Me manda flores. Deja a su novia por mí. Me pide casamiento. Me besa
con pasión bajo la lluvia. Deja de tomar el vuelo por mí. Espera el Evatest al
otro lado de la puerta. Llora con la noticia. Habla de cuando seamos viejitos
juntos. Me dice que soy irresistible. Me hace masajes a diario. Publica mis
fotos en pijama diciendo que nunca vio algo tan bello. En fin, escenas de la
vida cotidiana, que vi en la tele, pero que nunca me pasaron. Hoy me levanté
con un tipo barbudo que no hace más que rezongar. Prácticamente no nos
tocamos y peleamos por quién se saca más frazada. Ya le pedí que se ponga un
colchón en su estudio de música. “¿Qué vas a hacer cuando se destete y no
puedas venir a decirme: “Tomá, el nene que quiere teta?”. Lejos quedaron las
noches que queríamos juntar pie con pie o enredarnos. Ahora llueve, es
domingo. Hay un silencio que me hace extrañar ese burbujeo de no tener
mejor plan que hacer el amor. ¿Volverá a pasarme? Digo, eso de sentir que
alguien te come con la mirada. La plena excitación de que alguien baje apenas
un bretel o se detenga en cada parte del tu brazo haciendo una minusculísima
caricia. Por suerte no tengo un amante, sino sería capaz de abandonar las
cosas importantes de la vida, como trabajar, comer o higienizarme.
Sueño que Catriel (12) me toma con sus brazos y me sube a su caballo.
Partimos rumbo al desierto. Todo lo demás queda atrás. La casa, los chicos, el
marido. Soy su princesa, su objeto deseado. No puede evitar mirarme,
subyugo todos sus sentidos. No sé si me gusta o me gusta gustarle. Puedo
prostituirme física y afectivamente si a cambio seré su juguete preferido.
Comercio amor, pago lo que sea. Que dependa de mí, que yo sea para él como
una maga imprescindible, como una vasija llena de tesoros. De pronto, Catriel
tiene esposa, y me pide que me tome un taxi. Vuelvo a mi casa y mi marido
está haciendo la comida.
Cuando conocí al padre de mi hijo imaginé que me pedía casamiento.
Estaríamos ambos vestidos del blanco, él tocaría una canción de Ana Prada
mientras entro a la ceremonia. Nos casaría un amigo. En la platea estarían
todos mis ex, ahora amigos. Unos meses después me pidió casamiento en un
aeropuerto, vestido de corazón en un traje de cartulina, con un cartel enorme
que decía “Casate conmigo”. Después convivimos, después me embaracé y
nunca más se habló del tema hasta que decidimos hacer un certificado de
convivencia sin fiesta y sin amigos, por el tema de la obra social. No me gustó
que me pida casamiento en público.
El enamoramiento no me causa gracia. Quisiera hacer un curso acelerado
para conocer toda su mugre de golpe, aunque me prive de vivir las mariposas,
solo para saber si estoy haciendo bien. Esto que suena muy controlador, me
parece muy decente. Fui víctima de elecciones terribles a causa del
enamoramiento. Engendré a mis hijos sin haberlo consensuado, me mudé a
una casa llena de humedades, soy destino de su maltrato cotidiano. Ahora sé
que no me quiero casar.
—Vos tenés un problema —me dice—. Querés que el hombre venga y te
encare. Que te elija. No podés acercarte de forma erótica a tu pareja (le gusta
hablar de él en tercera persona).
Puede ser. Si me acerco yo, pierde valor. Como cuando le decía “mirame”
a mamá. Y ella: “Ay, qué lindo”, pensando en otra cosa. Ir a buscarlo incluye la
posibilidad de que salga mal. En el sexo y en el amor soy un alma frágil, recién
nacida.
Anoche concretamos un proyecto de pareja. Decidimos dormir en
habitaciones separadas. Hace años que el cuarto es el lugar de los
desacuerdos. Que me sacás las sábanas, que hacés ruido cuando te movés, que
la televisión me molesta, que no pases las hojas de la revista, que por qué no te
levantás vos a las siete de la mañana. Así que anoche nos despedimos a las
once. Él se fue a su cuartito de música con un colchón y mis hijos y yo nos
quedamos mirando películas en mi cama. Por fin la libertad. Tuve curiosidad
por espiar qué hacía él en ese cuarto o cómo se las había arreglado para que la
lluvia no le entre por la abertura de la ventana, pero no me moví de la cama.
A veces la distancia genera deseo y el deseo un impulso de encuentro. Eso es
lo que pretendo alimentar, dejar de hacer el esfuerzo de compartir lo
incompartible y tener unos metros de distancia para caminar cuando quiero
ir a buscarlo.
¿Qué me resulta innegociable en una pareja? ¿Cuáles son las cosas que, si
no están, mostrarían que no hay reparación posible? ¿Todo eso que le pido
por necesidad, puedo ofrecérselo?
Si el príncipe azul no destiñe, no es principe. Todas nos relacionamos
varias veces, por primera vez, con la misma persona. Nos elegimos por capas.
Al principio elegimos al príncipe y un día tenemos que elegir (o dejar ir) al
mendigo. Cuando una tiene al príncipe es princesa. Cuando tiene al lobo, es
loba. Cuando una elige el mismo alcaucil a pesar de haberle pelado las capas,
se encuentra con un sabroso corazón.
Lo que más nos cuesta a la especie humana es percibir la complejidad de
la cual somos parte, sin controlarla. Tenemos una mente hiperentrenada para
crear objetos y eso implica cerrarse. Somos inteligentes para hacer edificios,
sistemas hidráulicos, computadoras; y también somos ignorantes vinculares.
El cerebro no puede estar abierto al vínculo, porque controla, se cierra y
trata de coherentizar la información nueva con la que ya tiene, para mantener
una identidad estable. La inteligencia que conocemos premia la eficiencia. En
cambio, la inteligencia vincular premia la cooperatividad y consiste en dejarse
transformar por los vínculos, a costa de ir perdiendo identidad, aun
desorganizando nuestro pasado y todas las creencias.
Si preservo mi memoria no estoy abierta a que la realidad me transforme,
estoy, más bien, comprometida con seguir repitiendo mi patrón. En el vínculo
con otro, todos nos transformamos y perdemos coherencia. Por eso nos duele.
Dejamos de ser quienes fuimos y nos vamos descubriendo nuevamente.
Estamos biológicamente preparados para soportar la tensión de ser y sentir
dos cosas supuestamente contradictorias a la vez. No caigamos en la trampa
de tener que elegir entre el bien y el mal, o entre la verdad y la mentira. El
salto profundo, evolutivo y creativo, es soportar la tensión de los opuestos sin
definirse por una cosa u otra, entrelazando todas las posibilidades. ¿La
manera? Abrirnos a la trama vincular y dejarnos modificar, porque nunca
sabremos qué forma tomará el encuentro.
Descubrí que la creatividad está en todas partes. Uno no puede ser
creativo solamente para pintar, escribir o hacer la comida. La creatividad
implica hacer danzar dos postulados, dos verdades. Crear es generar distintas
tensiones y acercamientos entre dos estructuras aparentemente
desconectadas. Cocinar cantando. Jugar sanando. Bicicletear inventando.
Agregarle una frase a una camisa. Comer arriba de la silla. Un argentino y una
rusa. Un bombón con jamón. Una virginiana con un sagitariano. Un radical y
un peronista. Así, hasta que los rótulos fallen.

12. Catriel fue un personaje de una telenovela argentina llamada Más allá del horizonte
(1994).
La terapia de pareja 56

Si no fuera porque lo pidió la terapeuta, no nos hubiésemos hecho el


tiempo. Oli ya tiene un año y siete meses, y se quedó las diez horas de nuestro
miniviaje con su tía. Cata en su “día de padre”. Él y yo en el Tigre, embalando
nuestras cosas de una casita en el Delta profundo que puse en venta. Solos por
primera vez en casi dos años.
Voy a decir algo, él ceba mate.
—Viste que no estoy yendo a tomar sol, porque no me quiero obligar.
Digo, porque hay relindo sol, pero no tengo ganas de tomarlo.
—Ajá —responde.
—Esas cosas que hacen bien pero que una hace por obligación, como
comer sin sal.
—Vos sola comés sin sal. ¿Y para qué? ¿Para morir después? ¿Para morir
con dignidad? ¿Para morir saludable? ¡Cuánto mambo, Violeta!
Me cuesta elegir entre dos voces en mi cabeza: “Entonces, si nada te
garantiza nada, no hago nada” o “Si nada garantiza nada, al menos hago lo
máximo que puedo”. Nunca hago todo lo que podría hacer. ¿Soy muy exigente
o una verdadera haragana?
¿Me quiero separar realmente? ¿De tanto que lo digo me lo voy a creer?
¿0 lo voy a convencer a él antes? ¿Lo amo? ¿Cómo es el amor a través del
tiempo? ¿El que duda no ama?
Aquella charla no tuvo remate, nada interesante, salvo que tuvimos
relaciones sexuales dos veces en un día después de tres años. Y eso que
llevamos cuatro juntos. Volvimos en lancha sin hablarnos. Tenemos una
habilidad extraordinaria para desencontrarnos, ponernos nuestros trajes y ni
registrar al otro. Durante semanas las únicas cosas que nos unen son
acaloradas peleas por tener razón y palabras violentas, donde en el fondo,
circula muchísimo afecto.
Me propongo aprender a retirarme ante cada pelea, insulto o cara larga.
¡Es un trabajo de locos! Salto como leche hervida así: “Esto no tiene nada de
lógica”, “no tenés sentido común”, “estás proyectando”, “dejame que te
»” « » «4

» e,
explique”, “¿te das cuenta de que me estás lastimando?”, “después no me
vengas como si no hubiese pasado nada”, “delante de los nenes no, por favor”,
“no me estás escuchando”, “no te importa que te estoy pidiendo algo”. Bueno,
retirarse, es retirarse a decir todas esas cosas, incluso las políticamente
correctas. Retirarme de pedir con amor, con cuidado, con estrategia.
Retirarme ante cualquier intercambio áspero. Retirarme y punto. Porque es lo
único que ni a él ni a mí nos sale bien. El arte de detenerse en el momento
preciso.
Lo que más me duele de todo lo que dice es lo que yo también pienso de
mí: que soy oscura, mala madre y depresiva. No puedo tolerar tanta energía
en diferenciarnos. A ver si un día me hace el favor de dejar de pedirme
favores.
Si todo lo que se están diciendo esos dos seres en su fiesta de su
casamiento, después de once años de noviazgo, es cierto, yo no te amo.
Decididamente, se miran con chispitas, se cuidan con ternura. Vos, si
podés agarrarte el paraguas y dejarme bajo lluvia, mejor.
Hace un rato, mientras te hacías el loco en la mitad de la pista de baile con
amigos, un hombre de espalda marcada se ve que pensó que yo estaba sola y
me invitó a bailar. Me dio vergienza, ya no sé bailar con un desconocido. Le
dije que no sabía cómo hacerlo. Me dijo que me llevaba. Cruzamos algunas
palabras. Tenía una irrefrenable necesidad de avisarle que era madre y que mi
bebé dormía en un cochecito al otro lado del salón. Así que lo metí de la nada:
“Sabés, mañana me tengo que levantar temprano”, “no, por laburo no, porque
tengo un bebé, en realidad dos”. Ya le cambió la cara. Mati se acercó, pero no
nos dijo nada, y a la tercera canción se quiso hacer el macho territorial y me
sacó de mi experiencia extramatrimonial de un brazazo rotundo, riéndose
aparatosamente. Después me paseé con Oliverio en brazos cerca de la mesa de
mi “amante”, como diciendo “a este niño lo podría haber tenido con vos y tal
vez hubiese sido más feliz”. Por supuesto, no me prestó más atención.
Cuando nos volvíamos a casa con las maracas del carnaval carioca, todo
ese cuento de “haber sido deseada” por una noche se esfumó cual Cenicienta.
Me criticó si ponía primera o segunda para subir una rampa, se negó a
explicarme cómo usar el espejito retrovisor en el auto nuevo y amenazó con
bajarse en medio de la avenida Libertador bajo la lluvia con la excusa de que
estoy loca. Vamos, lo mismo de siempre. Volver a la intimidad y apagarse por
completo.

La consigna: tengo que decirte lo que siento, necesito y quiero con vos.
Después validar y repasar en voz alta lo que vos sentís, necesitás y querés
conmigo. Después ver qué de todo eso que sos (y que yo aborrezco) me falta o
me complementa.
Cecilia (otra C en nuestras vidas), la terapeuta, nos escucha.
Yo necesito que no me grites delante de los chicos. Me siento
desvalorizada. Me duele que me digas que no me hago cargo de lo que los
nenes necesitan. Necesito que dejes de gritarme. Y también de hacerme la
lista de todo lo que hice mal en los últimos seis meses. No sé cómo hacer para
no engancharme en las peleas. No quiero contestarte, pero decís cosas de mí
que me producen un dolor inexplicable.
—¿Qué creés vos, Matías, que te hace falte incorporar de lo que dice
Violeta? Decíselo a ella.
—Bueno, tu organización. Empezar y terminar las cosas
—Contesta.
—Es que yo no siento que soy “la estructura” y vos el “descuelgue”. Siento
que esto es lo que está propuesto en este vínculo, no sé por qué. Y no me gusta
este papel. No siempre fue así, ni en mi vida ni con otras parejas.
—No siempre van a llegar a un acuerdo. A veces el conflicto no tiene
solución. Aun así, darle validez a lo que el otro siente y necesita es el único
camino para el encuentro. Las razones no hacen felices a las personas.
Distintos son y por eso se eligieron. Pueden complementarse o seguir
discutiendo para ver qué posición es la mejor. Ambos tienen razones, muy
razonables, por cierto, pero poco importan. Verán si están dispuestos a
limpiar esto, a aprender a parar para no lastimar, dejar la charla para más
tarde. Recurrir al valioso humor que tienen para relacionarse.
En otra sesión discutimos menos y podemos hablar de nuestras familias
de origen. Sabemos que vertemos en la pareja lo que traemos de la pareja de
padres. También sabemos que estamos al servicio de replicar el sistema del
que venimos, tal vez por un amor ciego al origen o una lealtad invisible.
Estamos recabando información sobre un abuelo de Matías que murió
cuando su padre tenía quince años. No sabíamos quién fue ni de qué murió.
Se llama Camilo (como nombré al bebé que no nació), y que “no hablaba
mucho”, era más bien “cerrado”. Matías acumula y explota. Matías niega.
Matías no ve por muchos días, y cuando ve, se pudre todo.
En mi familia las cosas se dicen todo el tiempo, retóricamente. Se habla
acerca de si hemos sufrido, si seremos felices, si viviremos para contarlo. Mi
padre está haciendo viajes porque dice que le “quedarán diez años de vida”. Y
mi madre le promete a Catalina heredarle los juguetes cuando muera. En casa
hacemos una oda al sincericidio. Nos protegemos nombrando lo
innombrable, como si después de eso no nos fuera a pasar.
La propuesta de formar una familia, se la hice yo al destino. No parecía
programada para eso, de hecho, me cuesta horrores. No me sale
orgánicamente, pero voy encontrando mi estilo. Cuando caímos en el
consultorio gestáltico de Cecilia, tuve que poner en juego una dosis de
humildad para no contarle todo lo que yo sabía sobre lo que ella hacía. No era
momento de brillar. Cuando brillo me estoy perdiendo de algo.
¿Me puedo permitir separarme? ¿Con dos hijos de dos padres diferentes?
¿Ensamblando dos exfamilias? ¿Pretendiendo no lastimar a nadie? ¿Otra vez,
repetir la historia? Una excesiva carga. ¿Un nuevo novio alguna vez? ¿Qué me
digo sobre mí misma? Puta, adolescente, desalmada, mala madre, inmadura.
El encuentro. ¿Quiénes están cuando estamos juntos? El director de teatro
y la escritora, el padre y la madre, los amigos y los enemigos. Los que no
estamos somos los amantes. Y no es que no tengamos relaciones sexuales
placenteras, cada tanto. No estamos ahí, encontrados, él y yo, juntos. Como
pareja, no estamos nunca.
Ahora tenemos un cuaderno amarillo que se titula “Nosotros”. Ahí nos
dejamos mensajes y hacemos tareas. Tratamos de trabajar para facilitar el
encuentro, estando disponibles y solidarios con las necesidades del otro, aun
cuando las propias parecen haber sido robadas. Estamos. Estamos queriendo
que algo nutritivo resurja. La mayoría de las parejas son vínculos neuróticos,
de niños rotos, muertos de miedo a que les saquen la atención y los juguetes.
Mío, mío y mío. El amor de pareja saludable, con mi sol natal en la casa
astrológica número 7, es sin duda una de mis cuentas pendientes.
Duele, pero revela, digo, el darse cuenta. Revela que estamos los dos
creciendo y que ya no queremos lo mismo. Que no sé si puedo. No nos sale
natural esto de acompasarnos. El amor se profundiza, pero no sabemos qué
hacer con él. Se va revelando lo que no quiero, lo que no negocio, lo que
valoro. Dejo de lamentarme por lo que no salió como esperaba. Nuestra
relación tiene su música, rutinaria y hermosa. Aun así, en la transformación,
me permito imaginarme sola, me permito abrir el juego. Habitamos en una
crisis de pareja y de la incertidumbre estamos hechos. En los aires que se
acercan intuyo revolución.

La pareja de padres

Sí. Tengo un problema: no puedo contradecir al padre de mi hija.


Contesto con un OK a casi todo. Vi demasiadas películas americanas de
juicios por la tenencia, terror a que me pase lo mismo. Entonces, pasame el
dinero que puedas, llevala cuando quieras, traela cuando puedas, si no podés
venir al acto no te preocupes, voy yo.
Por suerte (¿eso es suerte?) somos padres que soplan juntos la velita de
cumpleaños con el familión de fondo. Nos mandamos regalos para
cumpleaños, día de padres y Navidad. Se nota que quedó mucho por
decirnos, de nosotros, de nuestro ser padres, del futuro. Pero nunca nos
animamos a tomar un café y hablar cara a cara de cómo fue que nos
separamos y llegamos hasta acá. Tanto a mí como a él, Cata nos pide ver fotos
de cuando éramos novios. Se las muestro y mi cabeza musicaliza con Parece
mentira, de Homero Manzi: “¡Parece mentira! / Que todo de un golpe se
pueda romper / Te miro y no sé, me cuesta creer que seas la misma, que quise
una vez”.
Miedo a que Cata los quiera más a ellos, los de la rama paterna. Ganas de
que ellos me quieran a mí. Un poquito de picor porque su actual novia era la
chica que deseaba cuando estaba conmigo (y admitía abiertamente que su
perfil de mujer ideal no era yo, sino alguien como ella), pero agradecimiento
de que sea ella, una mujer sencilla y amorosa que no busca ocupar mi lugar.
(13)
90.090

Marido dice que no aguanto a mi hijo tal como no lo aguanto a él. Me


ofende, pero hay algo de cierto. Catalina me refleja, en cambio Oliverio me
enamora y me ensombrece. Desde el embarazo me di cuenta de que tenía un
intruso, un espía, alguien de otra raza u otro continente dentro de mí. ¿Será el
ADN de Mati que me resultó intolerable? Será ver esa desfachatez en la que
andan los dos por el mundo, en la que parece que nos les importa un pito de
nada ni de nadie. Me irritan mucho. Me dejan el lugar aburrido, de persona
normal, con reglas, agendas y falta de espontaneidad.
Vengo de una crianza sin ningún borde. No hubo hora de comer, lavado
de dientes oficial ni hora de acostarse. La tele toda la noche prendida en el
cuarto de mi madre. Nunca tuve un horario para hacer pis, bañarme, cenar o
hacer la tarea. Duermo con la ropa que traje del día y la pongo a lavar al día
siguiente. Con el trabajo me pongo obsesiva. Agendas grandes y chiquitas.
Calendarios. Puntualidad. Rapidez. Eficiencia. Mi cabeza es un locker lleno de
casilleros y cajoncitos. Mi cuerpo se desarma y se desorganiza. Comemos lo
que hay, dormimos a cualquier hora, nos cepillamos los dientes cuando no
podemos más de cansancio, nos apuramos para llegar a la escuela y nos
encanta cómo queda el pelo enmarañado. Hay varios colchones distribuidos
por la pieza y vamos rotando. Sin embargo, ahora que Oli está por cumplir
dos años, nos instalamos en el colchón grande los chicos y yo, y expulsamos
deliberadamente a Matías, para “no molestarlo” con los despertares. En fin, un
zafarrancho.
No puedo explicar la paz que me dio poner límites claros estos últimos
días. Todos a dormir antes de las doce, Cata en su cuarto, al menos hasta que
amanezca. Oli con Cata o con el colchón a nuestro lado, sin teta hasta que
salga el sol. Parece natural, pero no lo es para mí, porque si los nenes me
necesitan, pienso que tengo que meterlos en la cama, no se me ocurre ira
contarles un cuento a la suya.
Soy pareja de dos padres, como madre. Esta imagen me perturba un poco.
En la vida cotidiana nos encastramos como podemos. Yo siempre en el medio,
apurando a Mati para llegar a entregar a Cata a la hora señalada, preguntando
a ex cuándo arregló sus vacaciones. “Llevale esto a papá”, “pedile a Mati que te
alcance la sal”, “Cata se fue con su papá, el tuyo está en la cocina”.
En esta lucha por diferenciarme de mi madre para no ser la amante, soy
oficial por duplicado. No hay con qué darle, ¡hay que animarse a traicionar el
propio pasado! Ser infiel a esa que hubiese elegido otras cosas, sin dejar de
asentir a lo que ocurrió. Vale la pena.

De un modo o de otro, los Delasoga se las arreglaban.


Aunque, claro, había cosas que no podía hacer.
Por ejemplo: Juancho nunca había podido salir a dar una vuelta a la manzana con
sus patines.
Y eso era bastante grave porque Juancho tenía un par de patines relucientes con
rueditas amarillas.
Pero ¿qué soga podía aguantar una vuelta a la manzana en dos patines?

Aquí y ahora, escribile una carta a un/a ex. Podés enviarla de forma
anónima. Hay mucha energía, que nos pertenece, aún en pensamientos e
imágenes para amores que quedaron en el tiempo. ¡A descargar!

13. En mi libro Ensambladas. Todo tipo de familias, amplío toda la historia de mi familia
ensamblada, recupero el valor de las madrastras y recopilo decenas de relatos de familias
que rompen con el prototipo de familia ideal.
MADRE
La maternidad como un salto al vacío 75

Llevo meses con contracciones. Hoy me subió la presión. Intentan


hacerme una cesárea de urgencia. Me escapo de la clínica entre
consentimientos informados, llamados telefónicos y clonazepam. En el peor
momento, temblando en un ataque de pánico, voy a ser madre.
A pesar de las limitaciones que se suman cada día voy a parir en casa. No
significa una proeza, porque valiente tenés que ser para entregarte sin justa
razón al sistema médico tal y como es, pero tengo miedo de que el dolor me
parta. Ya había parido dos veces. Una escena muy recordada y difundida. Otra
chiquita, corta y en silencio. La tercera no podía ser tan terrible.
Semana 41. Llevo meses de reposo por amenaza de parto prematuro.
Tengo seis de dilatación. Siento las olas cada vez más frecuentes y altaneras,
pero no me quiero ilusionar. Después de meses sin salir de casa tenemos
entradas para ver a Alfredo Alcón en el Teatro San Martín. Son las siete de la
tarde. Con cada contracción hago ejercicios pegando la espalda baja a la pared
para que Oliverio se acomode. Había soñado que se ponía de cola, eso me
aterraba. Parece que al teatro no vamos a ir.
A las nueve estoy en la pileta de partos, en el living de mi casa. La luz es
tenue y los dolores se soportan mucho mejor. Siento una presión muy fuerte y
en cada ola, ganas de pujar. Pido un tacto, y no, aún falta. Empiezan
contracciones insoportables, pero bastante tenues en relación con el horror
que va venir después. Pasa media hora y no paro de expirar la frase: “¿Cuánto
falta?”. Me responden: “No se sabe”, “lo que tenga que faltar”, “falta menos”. No
me convencen, quiero un promedio, una estadística. Me dicen lo que he dicho
a otras mujeres que acompañé, sin saber lo irritante que puede ser: “Dejate ir”.
¡Sí, me quiero ir! O a morir rápidamente o a que me den una peridural. Pero
no tengo forma de levantarme y asumir mi peso fuera del agua.
—Ya sé que no te gusta, pero quiero otro tacto. Y ahora —le digo a una de
mis parteras. ¿Soy la única mujer que está pariendo a pesar de no soltar la
cabeza?, ¿es un mérito?
No puedo evitar pujar en cada contracción. Me dicen que me cambió la
panza y me fotografían. Apenas puedo verme, pero tienen razón, mi panza es
un alien.
La presión es insoportable, como si te quebraran veinte huesos juntos. Me
pregunto si así será morir, si lo voy a pasar otra vez cuando me toque partir.
Me voy a morir. Llevame rápido, Señor. Es mi hora. Lo necesito. De verdad no
aguanto otra, de verdad.
Alumbran con una linterna, parece que va a nacer. ¿Falta mucho? Me
parto. Pero prefiero hacer fuerza y terminar con esto de una buena vez por
todas. No estoy arrepentida de hacerlo acá en agua calentita, estoy arrepentida
de embarazarme.
Mati me importa poco, el neonatólogo que espera en la otra pieza
también.
Antes de medianoche, Oli asoma su cabeza completa y ahí queda,
mientras yo hago la fuerza que nunca tuve en la vida. ¿Por qué no sale? Pasa
algo malo. Pasan como diez minutos.
Me piden que me ponga en cuatro patas. Recién ahí y con ayuda de mis
parteras, sale hasta la panza y en la próxima contracción el cuerpo entero. Me
lo pasan por debajo de mis piernas y grito largo y fuerte, grito por primera
vez, profundo y sostenido, grito como un temblor irrefrenable.
En el video se oye cómo le digo: “Mi amor, sos grande, eh, no llores, mi
amor”, mientras se ve mi culo en primer plano. Dicen que son las 12:05. Voy a
abrirle la carta natal en cuanto salga del agua.
Me sigue doliendo mucho. Falta que salga la placenta, es el momento más
peligroso para la vida de la madre. Todo el pánico que no me dio en el parto
(cuando el dolor es tan intenso, ni lugar para temer, eso me tranquilizó en
cuanto a lo que será morirse en serio) empieza a asomarse ahora. Me toman la
presión y alumbro.
Oli completamente cagado llora en brazos de su padre. Cuando lo aupo,
subo con él y sus 4,430 kilos las escaleras hasta la pieza. No se cómo tuve la
lucidez de ponerlo a mamar en posición reversa.
Los días siguientes, mientras me enamoraba de él, fantaseé que se moría
de una sepsis generalizada. Casi me internan de un ataque de pánico. Tomé
conciencia de la rotura del periné. Asumí lo poco que me gustaba estar
embarazada y lo cómoda que ahora me sentía con mi vientre fofo. Tuve la
presión arterial alta hasta el décimo día. Asumi que tenía que volver al
psiquiatra y comencé a visitarlo con la cría teteando. Me lamenté del diario
del embarazo que le dejé como recuerdo, porque es una sumatoria de penas y
malos presentimientos. Amé sentir en el cuerpo el amor de su hermana al
conocerlo, Comprendí que un parto en casa no modifica la poca sensación de
valía de una mujer conflictuada. Algo se apodera de vos y listo. La vida te
atraviesa, la muerte de igual medida. Vos le prestás el cuerpo y esperás que
suceda un milagro.
Durante los siguientes meses le mostré el video del parto a todo el que nos
visitaba y lo subí a YouTube. Mi video no es tan lindo como los centenares de
videos de partos que vi durante meses. El mío es oscuro y desordenado, pero
es mío. Un día recuperé el pudor y dejé de sentirme lúdica y especial por
mostrar la vulva en Internet. Tengo mi dignidad de vuelta en casa.
Cada una pare como es, como vive. Fue en casa porque lo sentía, porque
era la única opción saludable en mi cabeza y por el después, por esa semana
sin pisar la calle, ni hacer colas, ni presentar carnets, oliendo a mi hijo y
aspirando sus achíes en el fondo de mi cama. Aunque me cueste aceptarlo,
una bendición. ¿Cómo las mujeres nos dejamos arrebatar el parto? ¿Cómo lo
convertimos en actos médicos, tecnológicos y estériles? ¿Cuándo nos han
convencido de que el embarazo es un producto, y la clínica una red de
hotelería? ¿Cuándo le hemos entregado el cuerpo y la sexualidad a “los que
saben”? ¿Cómo nos animamos a perdernos la llegada de nuestros propios
hijos y de nuestra nueva identidad? ¿Cómo hacemos para reprimir el dolor de
ver nuestro antiguo “yo” hecho pedazos?
Cuando este año, durante la misma semana, me llamaron del jardín de
uno para decirme que mordía y de la escuela de la otra para informarme que
la votaron mejor compañera, asumí que soy presa de la guerra de los sexos.
Ese chiste sobre que tengo a la Bella y a la Bestia deja de hacerme gracia, pero
no puedo evitar repetirlo, Hay un impulso natural porque siga siendo así.
Ha nacido de mi cuerpo la mismísima otredad. He parido un hijo que
nada tiene que ver conmigo. De verdad, es otro, un desconocido que me pide
lo que nunca me han pedido en toda mi vida. Claro que empiezo a amarlo,
pero intuyo que no hay salida, es él el que estará dispuesto a matarme, a
arruinarme frente a todos, a romper todo lo que he construido. He creado mi
propio monstruo asesino.
Lugar es comunes 79

Cansada de los postulados teóricos acerca de si existe el instinto maternal,


o si es una construcción cultural. La discusión naturaleza versus cultura me
molesta por absurda. Transmito a las familias lo que sé por haberlo
vivenciado con el cuerpo. Cuando estuvimos a punto de chocar en la
autopista Rosario-Buenos Aires iba atrás con los nenes y me tiré sobre ellos.
No fue nada planeado. No sé si por mis hijos mato, pero ya comprobé que por
mis hijos muero. Por mis hijos me expongo a toda clase de pandemia que
pueda salir de sus bocas, narices, orejas, culos y pies. Descubro olores
diseñados para mí, como su olor a bolas, o a patas. Limpio mocos con mi
pijama y duermo empapada contra sus pelos transpirados en las noches de
verano.
La maternidad te cuesta moretones, cifosis pronunciadas, contracturas
eternas y seños fruncidos, inviernos literalmente del orto, saliendo con tres
bolsos, cuatro camperas y un guante de menos. Te faltan manos, y cuando
salís con el cochecito, no podés evitar pensarte compartiendo terapia de
grupo con quienes viven en silla de ruedas. Locos, discapacitados y madres al
borde de un ataque de nervios. No estaría nada mal, eh.
Ahora que tengo hijos, sé muy bien lo que es estar pendiendo de un hilo.
Ahora sí tengo algo muy valioso para perder.
—Matías, si Oli se muere, ¿qué sentirías? Yo no podría seguir viviendo.
Los días que caigo en la cuenta de que los amo verdaderamente, me
invade un miedo profundo a su muerte. Me imagino golpeándome la cabeza
contra la pared y vomitando en medio del velorio. No estoy preparada para
disfrutar de este amor.
Lavate los dientes a la una, a las dos... Si no comés no hay postre... Se los
vamos a regalar a un chico que los cuide y que no tenga con qué jugar... Hay
otros que no tienen para comer... Bueno, me voy sola... La terminan de gritar
los dos... Vos sos más grande... Para hacer eso no me pediste permiso... Y
ahora se puede saber, ¿por qué llorás?... Entonces a tu pieza, ahora mismo...
Yo así no puedo, me pudren el cerebro... Ya te dije que no, hablalo con tu
padre... ¿Qué me prometiste?... No, eso no es ordenado... Bueno, se te acaba
todo, ¡eh!, las pantallas, todo... ¿Quién te dijo que podías abrir la
computadora?... Hacé lo que te digo y dejá de llorar.

El bolso de mi madre

Mi madre me lega un modelo dramático y sólido, donde las mujeres nos


repensamos, deseamos sobresalir por creativas, por solidarias, y le ponemos
rótulo a todo, Mujeres controladoras que nos animamos a relatar hasta
nuestra muerte y que se nos erizan los pelos con interpretaciones de películas
que el director ni siquiera pensó. Mi madre es una Tauro fuerte, que soporta
el peso de un bolso de viaje muy pesado. El bolso de mi madre trae soluciones
arregladoras como pegamentos, hilos y cierres, porque “primero hay que
atender todo lo vivo y lo roto”,
El bolso de mi madre trae pastillas y antibióticos de todos los colores y un
frasco estéril por las dudas de que haya que hacerse un urocultivo en medio
del camino. El bolso de mi madre trae regalos que compra de pueblo en
pueblo, en las ferias de artesanos. Nunca faltan los crayones nuevos y algunos
libros troquelados. A veces llega un camioncito de madera o una caja musical,
a veces un chorizo santafesino.
En el bolso de mi madre hay fotocopias de todos los documentos y
papelitos escritos en cursiva que explican cada cosa. En el bolso de mi madre
hay cintas con las que hacer moños de papel para los regalos. En el bolso de
mi madre hay una libreta telefónica y las llaves de su casa, de la mía, de las dos
oficinas.
En el bolso de mi madre hay ideas en servilletas, maquillaje para crear
cejas y toallitas húmedas. También algunas joyas de plata de la abuela que
simbolizan la protección de nuestros muertos y un reloj despertador porque
no sabe usar la alarma del celular.
El peso de su bolso de terciopelo me encorva, me pide réplica. Quisiera
que nadie pase por este mundo sin haber conocido a mi madre, que le
admiren y la sigan todo lo que yo no puedo y no debo. Que la cuiden, que la
quieran, que me liberen.

Y si se van, ¿qué hago?

Mis primeras seis horas sola, sin los chicos, fueron hace poco y de
casualidad. Surgieron planes para los nenes con ambos padres y quedé, un
martes cualquiera, sola en casa la tarde entera. Alivio, placer, desinhibición.
Me baño con la puerta abierta mientras escucho llover. Miro chimentos,
me paseo desnuda, me depilo. ¡Qué lindo se está poniendo esto! No lo quiero
desaprovechar. Algo me empieza a incomodar. Abro la heladera una y otra
vez. No hay nada, pero no pienso malgastar mi tiempo yendo al súper chino.
Como queso rallado con cucharita, una mandarina orgánica y un turrón.
Siento al tiempo como petróleo, que pasa, pero no pasa. No tengo planes, no
sé qué hacer. Empiezo a leer un libro, pero me distraigo. Me toco una teta,
¿tendré cáncer? Ayer soñé que chocaba y me moría. Googleo cómo sanar los
sueños. Me aburro de mí misma. Al final esta familia disfuncional me agota,
pero me devolvió del mundo vacío. Así se sentía cuando vivía sola. Horas
eternas de soledad, soñando despierta con tener algo, alguien, una mirada,
una caricia. Una soledad devastadora y profunda. Ningún plan estaba bueno.
Miraba revistas y recorría librerías de calle Corrientes. Un heladito y un
chocolate para anestesiar. Los libros intelectuales y buscar novio por chat.
Tirando de la cuerda de la inconformidad.
¿Estoy deseando que vuelvan mis hijos? No, no es para tanto.
Me refugio en el trabajo, es algo así como no tener reloj interno. Pido
prueba de vida de Oli por WhatsApp. Me baño en palo santo. Aflora lo más
auténtico, la misma sombra de siempre. Así, de martes marciano viene la cosa.
Al menos hice un descubrimiento, vuelve Cinema Paradiso, esta vez sin
censura, con los cincuenta minutos que le sacaron a la peli original.
Tengo seis, casi siete. Mi mamá decidió irse un mes a Madrid a dirigir una
obra teatral muy exitosa en Rosario. Me quedo al cuidado de mi tía, la
hermana de mi madre. Ella desobedece las indicaciones de mamá y no me
deja asistir a la obra de teatro en la que yo actúo todos los fines de semana.
Tampoco puedo dormir con la luz prendida, ni volver a mi casa a buscar
juguetes. No logro hablar con mi madre por teléfono. Los faxes que ella envía,
casualmente nunca llegan. Un mes de completo abandono. Una niña que se va
olvidando la dirección de su casa, el color de su cama y los ojos de su madre.
Mamá creyó que no era la mejor persona para cuidarme, pero la necesidad de
un niño de estar con su madre no es proporcional a la seguridad/inseguridad
de esta, ni a su estructura psíquica. ¿Dónde está mi tía? En sus concepciones
sobre el biencriar, muy lejanas a mi necesidad real. ¿Dónde está mi madre?
Lejos, muy lejos, desautorizada por ella misma. ¿Dónde está mi padre? En
Buenos Aires, con su familia. Él vino un par de días y pudimos enviarle un fax
a mamá y recibir otro de ella. Todos con buenas intenciones, todos en nombre
del amor y, sin embargo, la imborrable huella del dolor.
Bienvenido que los hijos carreteen y tomen vuelo si es parte del devenir de
su crecimiento. Bienvenido que los padres vuelvan de sus lejanos horizontes,
recuperen el abrazo con sus pequeños y duerman con ellos, si es parte de
reparar un distanciamiento con consecuencias a largo plazo.
Los padres y las madres cuidamos a los hijos y debemos celebrar que
crezcan y nos abandonen. No podemos fallarles, no podemos pedir
compensaciones. De los de arriba se toma la vida para desplegarla con los de
abajo. No me digan que no es doloroso. No me digan que no es sublime.

La vocación

El óvulo está rodeado por una comunidad de células, la corona radiata,


ellas son las que median y cuidan, con ellas se encuentran las células
espermáticas al buscar al óvulo. Aquí comienza el diálogo. En la medida en
que encuentran compatibilidad bioquímica, las células de la corona van
abriendo camino hacia el óvulo, no es una cuestión de velocidad ni de fuerza.
Se trata de ser el adecuado, en el momento preciso, de estar en el lugar
correcto. Se trata de un Sí a la vida, de aceptar que lo que nos sucede nos
cambiará de forma. Lo que sucede es danza y diálogo. Transformación. Esta
imagen nos da la posibilidad de un nuevo punto de partida. Entender que la
vida siempre es amable en sus procesos, que llevar adelante sus proyectos
requiere las condiciones adecuadas, que en esa vida que comienza está la
posibilidad de dar el Sí, que nosotros somos vehículos para que la vida se cree
a sí misma, somos un mero punto de partida.
Mi trabajo giraba en torno al periodismo, la crítica de cine y la
producción de televisión. No me imaginaba trabajando de ninguna otra cosa.
Sin embargo, cada vez fue más evidente que lo mío era lo asistencial y me
anoté en puericultura. Creí que iba a dedicarme solamente a los temas de
crianza y al apoyo emocional de las madres. P y C surgió de la mano de otra
doula y amiga, con quien comenzamos a acompañar partos y coordinar
grupos de crianza gratuitos para mamás con bebés. No dimensioné lo
necesario que es pertenecer a grupos de apoyo entre pares hasta que creé esos
grupos y los puse en marcha. Pensé que era un servicio para otra, pero fue el
mejor regalo para mí. En ese momento advertí que no podía dar ningún
consejo de crianza, ni quería hacerlo. Me especialicé en relactación e
incremento deficitario de peso (planes complejos de tratamiento para bebés
que no aumentan bien de peso y madres que quieren volver a la lactancia
materna exclusiva). (14) Luego llegó el tiempo de fundar nuestra propia
escuela de formación en puericultura y familia, y embarcarnos en el viaje
apasionante de la docencia. Conseguí enfocar la puericultura desde un lugar
amoroso, profesional y nada dogmático, acompañando el despertar de ser
mapadres y el desaprender que va con ello.
El encuentro con la vocación fue producto de poner la maternidad al
servicio de mi historia, desnudándome con todas mis zonas erróneas.
La que empezó a mostrarse tal cual era fue la madre. La que se animó a
contarse descarnada hasta hoy fue la madre. La que pudo construir de sí una
mujer fue la madre. La madre que me hizo Catalina. La madre. Sin la madre
me imagino perdida, a la deriva, desconociendo mis preferencias, mis
prioridades, mis lugares placenteros, mis responsabilidades. Sin hacerme
cargo de nada. Solamente mirando con lástima mi propio corazón.
La madre que supe ser y la que no pude ser abrieron las puertas del
método de Biodecodificación Rizoma. Después de la madre ninguna
disciplina es tabú, ni ninguna terapia ficticia. Ficticios empiezan a ser los
especialistas, los que dicen lo que sí y lo que no, los que se creen importantes,
los que se apoderan de los títulos y de los catálogos.
La madre me limó, me chupó y después me expulsó. La madre me dejó
sola con mi propio destino. Todo se hizo cada vez más complejo y
paradójicamente menos sufriente. Ahora tengo que mantener una casa, dos
chicos, una pareja, una historia llena de miedo. Pero ahora soy una mujer de
cara a sus propias propuestas. Que se propone escribir libros. Que se propone
dar charlas y talleres por todo el país. Que se propone estar entera ahí donde
más duele.
El estilo propio es producto de la madre. La madre de las estrías, las tetas y
el prolapso en la vagina. Mi manera de sonreír, vestir y elegir está integrada
por la madre. Ir descubriendo y decidiendo mi propio estilo de vivir no
tendría sentido si no es junto a mis hijos. El rol, en este caso, sin duda le dio
vida al contenido. La madre marcó todo mi camino. Un camino al que estoy
abierta para que me transforme y no me deje estancada en roles estáticos e
idénticos a sí mismos.

14. Para saber más entrá a www.pyc.org.ar


A María le hubiese gustado visitar a su amiga Encarnación, la de Barracas. Pero 85
¡qué esperanza! No se había inventado todavía una soga tan resistente, Eso a María
le daba un poco de pena porque era lindo charlar con Encarnación de tantas cosas.
Y a Juan también. A Juan le hubiera encantado ir a la cancha a cantar a lo loco un
gol de Ferro. Pero no, no podía, la soga no daba para tanto. Y eso a Juan, muy en
secreto le daba un poco de rabia.
Y Marita, por no ser menos, también tenía sus ganas: ganas de pasear solita hasta el
quiosco. Sola, no, ahí estaban las sogas, las tres soguitas blancas, flexibles y
resistentes.

Ya no quiero tener hijos

En la película Los chicos de mi vida, actuada por Drew Barrymore y


Brittany Murphy, Beth es una adolescente que se embaraza en 1960 y transita
todos los obstáculos, las violencias y los amores de la mano de su pequeño
hijo. En una escena le pregunta a su amiga si ama a su hija. Y luego le dice
algo como: “Al mío lo amo, pero a veces no sé si lo amo de verdad de verdad o
tengo que amarlo. Y como no lo sé me da un miedo horrible, las buenas
personas no piensan estas cosas. ¿Qué es lo que me pasa?”. Y su amiga le
contesta: “Podés estar segura, lo amás muchísimo. Creo que a veces queremos
tanto a algunas personas que tenemos que insensibilizarnos, porque si
sintiéramos de verdad lo mucho que los queremos nos moriríamos. Eso no
significa que seas una mala persona, sino que tenés el corazón demasiado
grande”.
Vi la peli en el cine, con J. P., mi novio primo, tenía quince años. Salí de la
sala y me largué a llorar con angustia, como si viese mi futuro correr en una
cinta. Beth le decía a su amiga lo que yo iba decir más de diez años después.
Hoy me hago responsable de una necesidad que me madura. Ya no quiero
tener hijos. Me pesa hacerme cargo, imaginarme con cuarenta y cinco y mis
hijos mayores de quince años me incomoda. Como si la edad de ellos fuese a
aseñorarme. ¿Seré abuela cuando aún pueda, biológicamente, ser madre?
¿Habré agotado una experiencia que podría darse con mayor despliegue a lo
largo del tiempo, por embarazarme tan pronto? Lo cierto es que toda esa
identidad y el reconocimiento que me dio ser madre de Cata, donde encontré
un lugar para ser yo misma, ahora desaparece con Oliverio.
Tengo ganas de dormir sola y duelar en paz esta última lactancia. En el
embarazo de Oli se desajustaron todas las teclas. Con Dar la teta (DNX, 2014)
se cerró una llave. Los hijos no nos realizan. La maternidad nos da identidad y
un lugar productivo en el mundo, pero por sobre todo nos abre puertas para
salir de la maternidad como marco de referencia.
La revolución espiritual de encontrarme con mi cuerpo y mi alma después
de los hijos, no puede reducirse a un estado mental alterado y temporal. Mis
hijos me desplegaron y me mostraron dos caras diferentes de mí misma.
Tener dos niños, y uno varón, logró desatarme de algunos mandatos
familiares en los que las mujeres veníamos siendo únicas y solas. Con cada
nuevo hijo sentís que el legado se abre y que el devenir puede tener diferentes
caras, gestos y posibilidades. Algo, en el miedo de repetir la historia, se relaja.
Ya no me siento cómoda entre papillas y pañales. Atesoro los momentos
sensuales de bebé que Oli me ofrece cada mañana. Se despierta haciéndome
ojitos y mimándome el bracito. Me cruza su patita, se esconde en el huequito
de mi axila contra las sábanas. Lo huelo. Lo soplo, le pido besitos. Hace
soniditos enredados como cantando. Dice mamá y teta. Chupa una, me toca
la oreja. Chupa la otra. Menea su cola y aplaude. Llama a la hermana “Ca Ca”.
Apoya la base de su cabeza en el colchón y hace piruetas. Me alcanza el
teléfono. Escucha los ladridos de los perros vecinos más lejanos. Toda esa
danza de seducción, en la que mi cuerpo no quiere dejarlo ir, compensa una
noche de despertares, cabezazos y gritos. Pero finalmente, cada mañana le doy
la libertad de alejarse, sabiendo que la próxima tal vez haya crecido lo
suficiente para dejar de cortejarme. Cada mañana lo dejo ir recordando
cuando en mi panza se movía como un desquiciado. Elijo dejar morir una
parte de mí. Tal vez la parte más importante hasta hoy. La que se animó a
darle la teta poniéndole el cuerpo a cada día y a cada noche. Despido el lugar
más trabajoso que supe construir. El de ser madre de bebés, viviendo en la
lógica de los sueños y de las palabras inventadas. El despegue de los hijos
duele. Ellos mueren y se reinventan ante nuestros ojos. Nosotras también
podemos elegir. (15)

Quiero que mis hijos sepan

Que sexuales somos desde el primer día, porque sexual es nacer, morir,
mamar, y sentir.
Que todos nos formamos en el agua y en un constante abrazo con otro.
Que todos sabemos nacer. Que todos sabemos crecer con nuestras
mejores posibilidades.
Que todos empezamos a conocer nuestro cuerpo de bebés, cuando nos
chupamos manos y pies.
Que todos sentimos placer de manera diferente y haciendo diferentes
cosas.
Que todos tenemos derecho a decir que no.
Que la vida es una rueda y todo lo que avanza es rítmico.
Que la menstruación no es sucia y se puede mirar, oler, tocar, mostrar.
Que cuando un adulto comparte el cuerpo con otro puede ser por placer,
amor, juego o disfrute.
Que el mundo dividido entre lindos y feos es pobre y aburrido.
Que quiénes somos está íntimamente conectado con quiénes fueron
nuestros padres y abuelos.
Que todos tenemos miedo.
Que no hay Dios que castigue. Que los padres tampoco deberíamos
hacerlo ni con los hijos ni con los pares. Las cosas hechas por miedo al castigo
no tienen valor alguno.
Que no somos solamente los hijos de los más fuertes. La evolución está
marcada por la cooperación y no por la competencia. Hay que agruparse para
crecer.
Que todos luchamos por pertenecer a algo o a alguien, que queremos
hacer las cosas bien para estar allí donde deseamos estar, pero no siempre lo
logramos.
Que aun teniendo las mejores intenciones, vivir implica equivocarse.
Que todas las familias son diversas como las personas, porque cambian, se
transforman.
Que saber quiénes fueron nuestros ancestros nos conecta con lo propio y
nos regala libertad para saber quiénes fuimos y quiénes queremos ser.
Que el cuerpo es una maquinaria capaz de volver al equilibrio.
Que no todos morimos de viejos.
Que no vamos al cielo.
Que hay diferentes maneras de nacer y de morir.
Que está permitido equivocarse.
Que algunas de las cosas más liberadoras y responsables que aprendí son:
no pesarme, no controlar la fiebre y no contar el vuelto.
Que todos merecemos ser amados y respetados sin que nos pidan nada a
cambio.
Que siempre hay una manera de solucionar las cosas que aún no se nos
ocurrió.
Que todos podemos desarrollar la intuición y encender un talento. Hay
algo que es de cada uno, que no se parece a nada.
Que cuando el objetivo coincide con hacer bien a muchos, se cumple
rápidamente.
Que hay un orden y da paz reconocerlo. Los más grandes son los más
grandes. Los que venimos después, venimos después y tomamos la vida y la
fuerza de los grandes.
Que podemos cambiar la historia. La conexión con nuestro origen
despliega nuestro destino.
Que ni la comida, ni un mail, ni una pantalla te pueden abrazar.
Que cada día estamos obligados a tomar riesgos.
Que no hay buenos ni malos, hay contextos e historias que parecen
invisibles.
Que debe haber un equilibrio entre el dar y el recibir.
Que todo lo que se siente es válido e importante. No para reclamar, sino
para comprenderse y darse un lugar.
Que el pecado es la crueldad contra uno mismo.
Que podemos ser nosotros mismos. Que, si intentamos parecernos a otros
hoy, de todas maneras haremos el camino inverso mañana.
Que deseo ponerle nombre a lo que siento y a lo que sienten, aunque
parezca horroroso.
Que no voy a permitir los secretos. Que los secretos nos atan y los
nombramientos nos liberan. Todos tenemos derecho a la verdad, aunque esta
sea diversa, trágica, confusa o subjetiva.
No he conseguido liberarme de la culpa, ya no lo intento. No he
conseguido brindarles la mirada que no he recibido. Muy pocas veces
conseguí darle borde y encuadre a mi relación con ellos, sencillamente porque
aún busco mis bordes y mis fronteras. Lo que sí pude y seguiré pudiendo es
criarlos sin omisión y sin secretos.

Aquí y ahora, escribite una carta a vos mismo/a como si fueses tu hijo/a
contándote cómo te ves y qué necesitás. Preparate, es fuerte.

NN

15. Mientras edito este libro, en el año 2022, estoy gestando un nuevo hijo varón, con
otro amor, otra perspectiva, con otras ganas y otra entrega, llena de miedos y de ganas.
Pasaron diez años de mi último embarazo y me siento primeriza.
COMILONA
El atracón 91

Tengo veinte años y todo lo que pienso en el día gira en torno a la comida.
Una vez estuve tan flaca como quería. Eso no hizo que desapareciera mi
incomodad, la creencia de que nadie iba a elegirme. La mejor sensación no es
estar delgada, sino estar adelgazando. Sentir que por fin estás haciendo algo
bien y que da resultado. Mientras tengo la atención puesta en qué como, cómo
como, o cuán apretada me queda la ropa, no hay persona en el mundo capaz
de herirme profundamente. No estoy aquí. No estoy con nadie. Somos la
comida y yo. La pena por ser gorda y yo. La compulsión y yo. Cuando me
pienso flaca y con la cola parada nunca me imagino sola, Cuando me pienso
madre, nunca me imagino aburrida. Cuando me pienso madre, todo el dolor
se despeja y la ausencia se transforma en cuerpo de bebé dándome caricias.
No estoy segura de poder amar a nadie.
La compulsión hace que necesite chupar naranjas y chupar a otros.
Comérmelos, que me abracen, que me besen, que amortigúen todas mis
experiencias. Yo estoy dispuesta a darme entera, a entregarme toda, a no
dejarme ni un pedazo de vida para mi misma. El amor debe ser otra cosa,
como la capacidad de dejarse afectar por otro sin esperar nada a cambio. A mí
me gustaría poder. Me gustaría poder decirle que no a ese chocolate. Lo abro,
corto un trozo y lo cierro herméticamente diciéndome “basta”. No llego a
tragar el último bocado que ya estoy desmembrando el paquete para seguir.
Hasta que no acabe con todos los alfajores, duraznos y chocolates que hay en
la casa no voy a parar. Es una cuestión de vida o muerte. Podés estar
ahogándote a mi lado que me culparé por no llegar a tiempo, pero no haré
nada más que seguir masticando. Un puñado de maní y seguir. Trago, trago,
trago. Lo que compro lo como en el camino, o manejando, sin saborear, con la
mano, aunque sea arroz primavera. No es disfrute, es anestesia.
Quiero ser linda. Cuando alguien me ame profundamente lograré no
atraconarme. Para que alguien me ame profundamente tendré que dejar de
atraconarme. ¿Alguien podrá amarme profundamente a pesar de
atraconarme?
No es posible estar obsesionada con la comida y tener intimidad con una
misma. Mientras me descontrolo con la comida me controlo con la gente.
Lavo los platos cuando soy la anfitriona y cuando soy la invitada. Eso sí, no te
interpongas entre el postre y yo. Tomaré la porción más grande, aun después
de haberte dicho que prefería no comer nada. Me la acabaré en un instante y
miraré con deseo tu plato sintiéndome un pedazo de carne sin cura. Una vez
más me habré arruinado una juntada con amigos, una Navidad, un
cumpleaños. Comeré lo que queda con tristeza y resignación, deseando volver
a mi cama. Me prometeré que mañana haré más gimnasia y dejaré las harinas.
Tengo veintitrés. Duermo cada noche con el padre de mi hija. El amor de
familia que circula entre nosotros no me hace sentir menos hambrienta,
exacerba todos mis lugares oscuros y me recuerda todas las noches que estuve
sola. ¿Tu infancia en una sola palabra? La mía podría ser ausencia. No es que
mi madre no me amara, no es que no tuviese el juego y la imaginación como
lugar de resistencia, pero recuerdo la infancia como ese momento en el que
no soy nada y no estoy en ninguna parte.
Nada puede volver a dañarme así, porque ya no soy niña. La herida del
pasado hace que no pueda sentirme segura si algún hombre toca mi panza. Se
van a dar cuenta quién soy y van a lastimarme. No puedo tocar mis propios
muslos, ni hacerles un lugar en mi corazón a las estrías de mi cola. Estoy
atraconándome de mandarinas. Geneen Roth, la autora que inspiró el proceso
que estoy haciendo desde hace años, nos pregunta: ¿cómo sería, en una
palabra, la vida si la comida no fuese el problema? ¿Dónde estaría puesto el
control?
No sé si él me ama, pero cuando realmente sienta que me está perdiendo
va tomar conciencia de mi valor y de lo que le doy a su vida. Ahí todo se
arreglará. Aunque no sé, porque seguiré siendo yo. Si soy yo y no Penélope
Cruz no querrá quedarse. Si soy yo y no mi madre no les pareceré interesante.
Si soy yo y no una expaciente oncológica no le encontraré sentido a la vida.
El sufrimiento me dignifica la experiencia. Cada atracón se sigue de una
dieta esperando un día en el que mi peso se estanque para siempre en aquella
foto de la adolescencia donde lucía la bikini naranja que aún se guarda para
ese día. Me muero por estar tan linda como hace cinco años cuando me moría
por estar linda. Resulta apasionante, cuando algo se pone difícil, de pronto
vale la pena, vale mucho.
Tengo que dejar de creer que, por ser dulce, amable y solidaria, los otros
van a prestarme atención. Dejar de pensar que podré detener la violencia de
los seres solo con hacerles una caricia. Dejar de esperar que se detengan de
hacer el daño. Correrme. El arte de detenerse en el momento preciso.
Mi madre me enseñó que hay que hacer reír a los otros para que te
quieran. Y que también hay que estar siempre con un pie en la puerta. Del
cine, de la cena, del encuentro. Hacer lo tuyo y escapar a casa, lo antes posible.
La casa es un lugar seguro. Están nuestras cosas y nuestras pastillas. Si no me
puedo ir a tiempo, como golosinas. Si estoy limpiando mi intestino de
harinas, compro alfajores de arroz.
Te rechazo porque creo que ya te fuiste y para siempre. Voy a abandonar el
barco antes de ser abandonada. Cuando te vas yo ya me fui. Y si pensás volver
no me encontrarás tan pronto como me veas. Mucho menos dejaré que me
bajes la bombacha. Te fuiste, y yo de los partires me protejo. Te odio. Prefiero
estar sola. Cuando estoy yo y la comida, vos no podrás herirme. De la soledad
una no se cae al vacío. Del amor sí.
Mi madre le dijo a su amiga, señalándome: “Es bella cuando se pone
derecha”. Su amiga contestó: “Es bella y cuando se pone derecha, es derecha”.
Me entra aire, hay madres que saben hablar y otras no.
Los comedores compulsivos solemos ser compulsivos en la maternidad,
compulsivos en el amor, compulsivos en el trabajo. No podemos dejarlo para
más tarde, porque el más tarde no existe. Somos hambrientos ahora. Si nos
atraconamos lo hicimos porque somos débiles, echamos todo a perder, nunca
volveremos a ser queridos. La realidad es que simplemente comimos sin
hambre, hasta acabarlo todo. Lo que sentimos es que lo arruinamos para
siempre. El arte de detenerse en el momento preciso.
95

El paso más importante fue aprender a no volver a hacer dieta después del
atracón. Si comí compulsivamente, fue lo mejor que pude. Lo necesitaba,
comí sin hambre. Cuando vuelva a sentir ganas de comer, podré elegir lo que
desee sin importar las calorías. Tataré de dejar de comer cuando esté
satisfecha. Y la próxima vez que quiera, mi helado estará ahí, disponible.
No hay chance de que el control nos ayude a sanar. Somos expertos en
control y así nos va. Lo que necesitamos es amor, respeto y confianza. Aun
cuando las cosas se ponen difíciles. Hemingway decía que el mundo nos
rompe a todos, pero algunos podemos ser fuertes allí, justo allí donde estamos
bien rotos. Yo diría que no somos fuertes a pesar de estar rotos, sino que
somos vitales y potentes por estar partidos en algún sitio. No crecemos para
ser felices, crecemos para estar rotos y a la vez enteros, despiertos, vivos
cuando estamos vivos y muertos cuando estamos muertos.
Mi cuerpo sabe lo que le hace bien y lo que necesita. Para que mi cuerpo
hable necesito dejar un espacio vacío, esperar a tener hambre y disponer de
muchos sabores, texturas y alimentos para elegir. Ningún alimento tiene que
tener una categoría más baja que otro, ni siquiera una golosina. Pretendo
dejar de defenderme del dolor, porque el dolor no está aquí ni mañana. Ya
pasó.
Creí que ser madre me separaría de la ausencia. Ser madre me desplegó
los sentidos y me obligó a tomar contacto doloroso con las causas de la
compulsión.
Mi madre me ha repetido durante años: “Vos no me amás, me necesitás”.
Yo, en cambio, quisiera asegurarme de que mis hijos me amen de forma
limitada, no quiero que escuchen mis charlas ni sean testigos de los aplausos.
Me fui de Rosario para dejar de ser la hija de mi madre, y si bien cada vez que
la escucho me conmueve lo que transmite y su capacidad no-humana de
crear, algo en mí se siente arrasado, devastado, desajustado.
¿Qué elegirías si tuvieras todo disponible? ¿Cuánto comerías si todo
estuviera a tu alcance, siempre, cuando gustes? ¿Qué pasaría si la vida tuviese
para nosotros un menú mucho más variado y vasto de lo que hemos creído?
Cuando creo que aún hay lugar para mí en todos aquellos destinos que quiero
conocer y en todos los proyectos de los que deseo participar, el tiempo toma
otra cadencia, no compito, no me apuro. Espero y tomo lo que necesito, no
me guardo nada por las dudas, confío. La vida disponible o amarreta depende
de quién la cuente, de quién la viva. Siento que es cuestión de ejercitar el arte
de detenerse en el momento preciso, ante las señales del destino.
98

Y así siempre. Por años. Cuando una soga se ponía vieja, deshilachada y roñosa, la %
cambiaban por otra nueva, blanca y flamante.
Los Delasoga ya habían gastado más de quince rollos de soga de la buena, y habrían
gastado muchísimos rollos más de no haber sido por la tijera brillante.
Bueno, en realidad la tijera brillante siempre había estado allí, en el costurero,
hundida entre botones y carreteles. Pero nunca había brillado tanto como esa tarde.
En una de esas porque era una tarde de sol brillante como una tijera.

¿Comer sano?

Como un poco de carne porque mantiene mi hemoglobina. Como frutas


porque me gustan, no porque me caigan bien. No me creo que algo sea sano
porque se compra en la dietética. Les robo las papas fritas a mis hijos cada vez
que vamos al Mc. Ahora, en mis atracones de chocolates, como dos y no
veinte. Cualquier dieta estricta va seguida de un atracón de igual magnitud.
Algunos de mis amigos me esconden los chipás cuando me ven comer como
si fuese mi último día. Advierten que mi mirada se pierde y me voy alejando
de los otros.
Cuando necesito comer, me doy cuenta. Sé que no tengo hambre y me lo
permito. Casi nunca sé muy bien qué pasa ni qué me angustia. Parece un día
común y corriente. Hasta que puedo decirme que me siento frustrada por el
invierno, cansada de pasar todo el día frente a la computadora, o harta de
llevar y traer a los nenes al colegio. Harta de mí misma.
El veganismo inspiró un avance cuántico en la vida de mi amiga. Comer
crudo tiene fascinada a mi prima. Tengo amigos vegetarianos de toda la vida.
Marta se curó de un cáncer comiendo paleo. Cristina está estupenda
haciéndose batidos y leches de semillas cada mañana. Lupe curó las caries de
sus hijos con caldos de animales de producción orgánica y cucharadas de
aceite de hígado de bacalao. Martín dejó la quimio y dejó de comer azúcares
(harinas, frutas, refinados, fritos), también consume aceites crudos, manteca
para cocinar y muchos polvos vitamínicos. Andrea va bárbaro con el agua de
mar. Pato con el MMS y el agua de plata. Clara come alcalino y no se resfría
nunca. Miguel no hace ninguna dieta, pero está seguro de que no va a
enfermarse y tampoco se resfría. Camila tuvo cáncer de mama a pesar de ser
vegetariana y no comer productos procesados.
Los productos industrializados, llenos de sal, azúcar y aceites cocidos, son
destructivos. También la harina de trigo y los lácteos que tenemos disponibles
hoy en día. ¿Eso significa que no los comemos? No. Mi hija no come nada que
sea “de color”. Me preocupa que no coma verduras, aunque no por las
verduras, que no vienen muy nutritivas ni van a salvarnos la vida, ni nos
hacen mejores personas; sino por el asco que hace su carita. Por las vueltas
que da con el tenedor sobre el plato como si fuese una tortura. Rogarle que
coma, porque si come me calma la culpa. Si come no repite la historia. Si
come, no sentirá la soledad que yo sentía a su edad. Si come no soy una
madre ausente. A veces mira con cara de guácala cuando me devoro una
ensalada. No sé si por la ensalada o por mí. Le cocino por obligación mientras
intento no comerme toda su ración durante el preparado.
Hoy en día estamos viviendo la dictadura de lo saludable, donde nos
dicen cómo tienen que ser nuestros cuerpos para convertirse en máquinas
eficaces y eternas. Si bien el acceso a la información certera y con evidencia
cada vez se socializa más, hay que preguntarse cuál es el lugar del que
transmite la información sobre salud y cuál es el lugar del que recibe. La
mayoría decidimos desde el miedo a quedar afuera de la belleza, de la salud,
de la vida eterna. Tenemos miedo a intoxicarnos, nos culpamos por no hacer
las cosas “bien”, nos castigamos. Si no tenemos en cuenta la salud mental a la
hora de recibir directivas sobre el cuerpo y la salud, haremos siempre una
salud a medias, aunque la propuesta parta de una mirada alternativa. Si no
hacemos foco en el cuerpo como un territorio que soy, no algo que me
contiene y que habito, si no nos sentimos parte de lo que hace cada célula y
parte del territorio que piso, no hay un mensaje de salud en serio. Los
mensajes son cáscaras que se transforman en mandatos porque leemos el
mundo desde el bien y el mal. Dejemos de consumir y exigir a nuestros
cuerpos como si fuesen productos y a nuestros tejidos como si fuesen obreros.
Llevo veinte días comiendo de todo. Me animé a las cosas más grasientas,
tóxicas y abrasivas, como el pan, las papas fritas y el queso. ¿Y qué pasó?
Nada. Todo empezó a estar disponible y en la medida en que me fui
permitiendo lo prohibido, toda la voracidad se fue disipando. No devoro,
porque comer mañana volverá a ser una opción. No compenso la falta de
dulces con kilos de duraznos, no me comprometo a cumplir una regla para
toda la vida.
Cuando la comida sustituye al amor y la desesperación a la mesa
compartida, me duelo. Cuando la estoy pasando bien con amigas y aun así me
pongo a ordenar la casa, porque estar haciendo una sola cosa me “pica”, me
duelo. Duele de todas formas. Escribir compulsivamente un libro en tres
semanas. Me felicito y me duelo. No pude hacerlo de otra forma. No supe
cómo estar presente. Solo pude darme cuenta. Pido ayuda. Me quedo, aunque
me duela. Me achico, me agrando, me muero.

Aquí y ahora, decidí llevar una golosina en tu bolso cada día durante
toda la semana. Anotá qué sucedió con ella, cuándo la comiste, o a quién se
la regalaste y qué recuerdos te trajo.

AMARA ARANA RAP UnN DUPRNNA RA ARA RA RAR UI NANA NA NANA RdA LEA RADAR ADAL Arda MINA AL nd RADO RA LAIA Ln LN INA RARA REA RANIA RARA P ERA MI NNNA RADA RADA MARU I AN ARMA GANA RA ALEA LA RAR NI RAR NdAr rd par rra rara rara ra radar
PACIENTE E
HIPOCONDRÍACA
Eterna paciente 10

¿Voy o no voy? Ya hace rato que tomé el Sertal, el Ibu, y nada. Me parto de
dolor. Fue de golpe, improvisto, una puntada en el medio del estómago. ¿Me
pasó algo hoy? No identifico ninguna experiencia o emoción en especial.
— Amor, me voy a la guardia del Italiano, ya no puedo caminar del dolor.
Mientras manejo las seis cuadras me pregunto si estoy haciendo bien, si
no es solo miedo lo que me lleva a consultar. Me asustan las guardias. ¿Por
qué me estoy haciendo esto?
Estaciono mal y olvido las luces del auto encendidas. Nunca vine a esta
guardia. Todo nuevo, blanco, vidrioso, iluminado, amplio, impecable.
Una cola de quince personas para la recepcionista. Estoy doblada de dolor
de panza. Hago cara de ay, necesito pasar yo. Una señora me avisa que las
luces de mi auto están encendidas, no me importa.
Según el plan médico y la afección, van derivando a mis antecesores a
diferentes salas, áreas y pisos. Me pregunto si mi prepaga será lo
suficientemente “rápida”.
Listo, me toca. Es una enfermera.
—Me duele mucho, no sé qué es, no aguanto.
—Bueno, ahora, terminá el trámite con mi compañero.
Diez minutos más en la cola de al lado, la del compañero. El
Administrativo.
— ¿Hay mucha demora, señor?
—Tenés un paciente adelante.
Parece que me derivan a un sector crítico, con una sala de espera enorme,
pero por suerte vacía. Una pareja llora, por lo que escucho hay una puerta que
da a cuidados intensivos de guardia. Sale y entra gente.
Me acurruco en una silla. ¿Qué tendré? ¿Pielonefritis? ¿Peritonitis?
¿Cálculos renales? ¿Infarto de aorta mesentérica? Por la ventana veo mi auto
mal estacionado y encendido.
Padres con hijos llegan al Señor Administrativo y hacen el ingreso para
después ser derivados a un área lejana: la de pediatría. Los envidio, Primero
porque se nota que todos esos nenes no están tan mal, y que se van a ir
enseguida. Y segundo porque están con sus hijos. Extraño a Oliverio. Lo
extraño como no lo extrañé nunca, y eso que ya estuvimos doce horas
separados. Ironías típicas de cara al dolor. Todo lo que no duele cobra sentido.
Los minutos pasan, cinco, diez, quince. Media hora. No sé cuál es el
paciente de adelante, pero a mí no me llaman.
—Señorita, ¿no sabe si falta mucho? Realmente me duele.
—Tenés un paciente adelante.
Me vuelvo a sentar preguntándome por qué no le dije que hace media
hora era lo mismo y yo no veo ningún paciente.
Cuarenta y cinco minutos.
—Disculpame, pero me duele mucho.
—A ver, esperá. —Usa el teléfono—: ¿Melina, podés dejar pasar a un
abdomen agudo para que se recueste un poco? (A mí)—. Mirá, pasá por esa
puerta al consultorio 9 y te van a dejar descansar.
No quiero descansar, quiero un médico ya. Pero hago caso.
Me acuestan en una camilla. No sé si es peor. Ahí quedo sola unos
minutos más, escucho del box contiguo comentar: “Hay una vieja afuera que
dice que le duele el pecho y no encuentro al cardiólogo”. Cuando me ve, cierra
la puerta.
Por fin llega la doctora. Jovencita y con panza de embarazada.
—A ver, ¿qué te pasa?
—Me duele mucho acá.
—Sí, ahí, es terrible.
—¿Fecha de última menstruación?
—No sé, no me acuerdo.
—Hacé memoria, yo para trabajar, necesito tu fecha de última
menstruación.
—(Invento) Fines de julio.
—Tenés un atraso.
—NOo, no, yo soy irregular, no estoy embarazada, tengo bebé chiquito, y
me tengo que ir a amamantarlo.
— ¿Tomás alguna medicación?
—No.
—¿Ardor al orinar?
—No.
Ahí me escucha los latidos y me toma el pulso. ¿Sospechará algo
circulatorio? Le digo que estoy asustada. No me responde.
—Te van a hacer un análisis de sangre y una ecografía, cuando estén los
resultados te llamo. Esperá por allá.
—¿En cuánto tiempo?
—Eso no depende de mí.
—¿Dos o tres horas?
—No sé,
—Ah, porque yo tengo un bebé y tendría que amamantarlo. Además, me
duele mucho, no sé si aguanto hacer todo eso.
—Lo que tarde no depende mí, tenés que esperar allá.
Estoy a la deriva en otra sala de espera, esta vez repleta. Son más de las
doce de la noche. Hay siete abuelos y abuelas con suero, sentados en la sala.
Caras de que hace horas que esperan. ¿Dónde me metí? Estoy literalmente
encerrada dependiendo de que me llame la enfermera y después de algunas
horas el ecógrafo y después, con los resultados, la médica. Ahora es más
miedo que dolor.
—Señor Administrativo, ¿cómo es el tema de la ecografía? Me dicen que
me van a asignar un turno y me van a venir a buscar.
Lo veo negro a esto, la gente a mi lado dolorida y pasiva. La única chica de
mi edad en silla de ruedas. ¿Para qué el análisis? Buscarán una infección. Yo
me quedaría tranquila solo con la eco normal.
—Señor, si yo me llevo esta orden que tiene usted al sector de imágenes,
¿podría llamar a mi marido y quedarme allí con él?
Me dice que ¡sí! Creo que quiero mucho al Señor Administrativo.
Bajo al subsuelo casi caminando en cuatro patas. No hay nadie. Escaleras
mecánicas. Grandes salas de espera. Más de cincuenta vestidores, baños,
mostradores. Todo impecable, nuevo, divino y vacío. Después de mucho
andar llego al área restringida de imágenes. No hay nadie. Me siento Rose de
Titanic buscando a Jack por el subsuelo cuando el barco se hunde.
Aparece un señor. Le pido por favor que me hagan la eco, que tengo que ir
amamantar a mi hijo. Espero diez minutos y me llama una voz: “Vazquez por
el vestidor 27”. Pienso en la pasividad de los pobres viejitos esperando arriba.
El doctor, muy guapo. Me dice: *Cerrá la traba”. ¿Cuál es la siguiente
escena de esta película? Miedo.
Miro la pantalla.
— ¿Está todo bien?
—Si hay algo mal te aviso.
Genial. Me duele mucho estar acostada así, en un momento grito de dolor.
Me dice que ve gases, nada más. Y que siga con los demás estudios.
Todo lo malo debería haberse visto en la imagen. No me siento enferma,
no tengo una infección. Me voy.
No volví al sector de mi guardia asignada. Cuando llego a la puerta
estaban mi marido y Oli, corriendo el auto. Parece que como el auto está en
venta, lo llamaron al número que pegamos en el vidrio para avisarle que
estaban asfaltando y que el auto estaba mal estacionado. Por fin estábamos
todos juntos. Nos sentamos en la guardia principal junto al Señor
Administrativo. Le pido a Mati su celu que tiene Internet para buscar si la
pielonefritis se puede tener con una ecografía normal. Diez médicos fumando
en la puerta de la guardia. Yo buscando en Internet mi destino. Estoy en
territorio enemigo. Ellos nunca entendieron que mi abdomen agudo me tiene
aterrada. ¿Me quedo o me voy? ¿Me saco sangre o no? Ya me había podido
escapar de la zona restringida. ¿Vuelvo a entrar?
Definitivamente no. Me encantaría algún inyectable que me saque el
dolor. Pero para eso habría que esperar más soledad y desidia. Me fui. Asumí
mis riesgos.
Estoy en la cama tratando de dormir y me siento mejor. Débil, triste y
nauseosa, pero ya casi no duele.
¿Cómo va ser mi vejez? Esto hay que transformarlo urgente. Los viejos
pasan los días enchufados a las máquinas en los pasillos de las guardias.
Soportan con naturalidad el maltrato, la violencia del tiempo perdido, el
diagnóstico no comunicado, la decadencia del cuerpo. Pareciera que te
quieren por lo que fuiste, pero aborrecen lo que sos. Un viejo dependiente,
que en cualquier momento se cae, se rompe la cadera, pierde la memoria o se
hace caca encima. No hay honor por el cuerpo en decadencia. Solo
obediencia. Te quieren, a pesar de tu cuerpo, y a pesar de estar muriéndote.
¿Quién se entrega sin ascos a cuidar el cuerpo enfermo de un viejo? ¿Quién lo
hace sin sacrificio? Tal vez aquellos que han tenido una formación corporal
trascendental, los que han sentido todo con la carne. Tal vez los más
humildes, y no solo porque están mal pagos, sino por su historia, donde el
intelecto es un cuento y el cuerpo puro presente.
¿Quién desata a la joven Adela muerta ahorcada en Bernarda Alba de
Lorca? La criada. ¿A quién hay que ocultar de la sociedad? A la abuela loca.
Las criadas dan la teta, cambian pañales de tela, cambian pañales de viejos,
acompañan a las Julietas hacia los Romeos y guardan secretos sexuales de sus
amas. Si no podemos nosotros estar disponibles física y emocionalmente para
nuestros viejos, por lo que son hoy, no por lo que fueron, ¿a quiénes se los
vamos a entregar? ¿A qué sistema?

Análisis de laboratorio. Buscar los resultados. Me buscan el papel, no lo


están encontrando, ¿será que dio todo alterado y los repitieron? ¿Por qué lo
abrocha? ¿Cree que no lo tengo que abrir?
Lo enfermos que estamos los humanos, que esperamos leer en un papel si
estamos bien o mal. Yo sé que estoy sana, percibo que estoy sana, esto no
puede estar tan mal. Salgo a la vereda con los resultados en la mano y rompo
el plástico abrochado. Leo solamente los valores con relación a los de
referencia. Me detengo en el que no parece encajar y lo googleo con el celular.
Es muy lento el celular. El corazón galopa. Leo mejor, Creo que está todo bien.
Qué alivio. El viernes tengo que volver por el resultado del Papanicolaou.
Del doctor Fernando Callejón dice que nadie se cura sin autoridad, sin
amor y en soledad. Enfermedad significa in-firmeza, la firmeza que debemos
convocar para estar sanos, es una forma de autoridad interior. Todos hacemos
un viaje desde la autoridad exterior (padres, maestros, gobernantes) hacia la
autoridad interior, como la capacidad de proporcionarnos afecto, recursos,
comprensión y límites a nosotros mismos. La autoridad interior es parte de
nuestra estructura psíquica y se relaciona con la capacidad ósea de
sostenernos. Cuantas más articulaciones tiene un organismo, mayor es la
capacidad de movimiento. La forma de nuestro cuerpo y de nuestros síntomas
físicos crónicos refleja nuestra estructura psíquica y nuestra forma de pensar
el mundo. A la autoridad interior también la llamamos autorreferencia porque
remite a buscar respuestas en nuestro análisis interior, muchas veces basado
en la intuición, depositando confianza en nuestras decisiones.
Estar gravemente enfermo es perder toda identidad social. Desde la
libertad de circular a la de decidir por el propio cuerpo. Se pierde la
privacidad, la sexualidad, el esquema corporal, el estatus laboral. Por eso, la
enfermedad siempre acentúa la exclusión y el exilio de uno mismo.
¿Cómo pensar un sistema de salud integral, equitativo y accesible donde
prime el amor, la inclusión y la autoridad? Este tema lo indagué en
profundidad en mi libro Entrá en crisis (Planeta, 2022).

La búsqueda de un nuevo paradigma

De alguna manera fui víctima del sistema de salud. Me senti tan sola y
aturdida en los años que iba de guardia en guardia y de especialidad en
especialidad, que debo hacerme responsable de un cambio. Si no cambio yo,
no me van a venir a ofrecer algo distinto. El paradigma médico hegemónico,
por lo menos a mí, no me calza.
Tengo veinte años. Pago la prepaga más cara pero no confío en nadie.
Consulto periódicamente al arritmólogo, al hipertensiólogo, al oculista, al
gastroenterólogo, al endocrinólogo. Mis “patologías” deben ser “controladas”
cada cierto tiempo.
Mis encuentros con Alicia, la terapeuta que no es psicóloga, sino que ha
vivido en carne propia la adicción a la comida y otros sufrires, son
productivos, mucho más que cuando me atendía con licenciadas que llenan
sus paredes de títulos.
Estoy embarazada de Cata. Me sorprendo con la cantidad de estudios
científicos que avalan prácticas no estandarizadas en los hospitales. Investigo
sobre todas las rutinas peligrosas que se hacen en la mayoría de los partos y
que nos hacen creer que son para salvarnos la vida. “Qué suerte, te hicimos la
cesárea a tiempo”. ¿Y qué pasó antes? No busco solo un parto respetado, busco
un nacimiento sano, protegido. No tengo dudas, la próxima vez que sea
madre, pariré en casa. No por moda o comodidad, sino porque es lo más
seguro, apropiado y coherente que puedo hacer por mi hijo.
Tal vez los profesionales que busco existen, pero por fuera de las obras
sociales. Mariano, médico clínico, me vino a ver la garganta dos días antes de
mi fiesta de quince. Lucio, oftalmólogo, se acercó a comer galletitas el día que
su hermano Lisandro me operó la nariz. El doctor N, cardiólogo, llamó a mi
madre la noche del día en que estuve en su guardia para preguntarle cómo
estaba yo. Sandra y Paula, parteras, me visitaron en casa todo el embarazo y
posparto, sin importar si fuese domingo o feriado. Cristina, ginecóloga,
consiguió que me hicieran una eco transvaginal de urgencia cuando estaba
interrumpiendo un embarazo. Norma, odontóloga, calentó la anestesia con
paciencia antes de pincharme. Damián, técnico en cardiología, vino a casa a
ponerme dos veces el Holter. Flor, terapeuta de Bioenergética, me sostuvo la
mirada y me abrazó después de cada ejercicio, conectándome con una
experiencia maternante sin precedentes. Hugo y Vero, maestros de primaria,
me protegieron de mis propias exigencias. Violeta, osteópata, me escribe
desde su viaje a Alemania para ver cómo estoy.
Los recuerdo con sus nombres y sus gestos, son humanos que no
quisieron mostrarme cuánto sabían. Que me dieron confianza y que
entendieron que componen la red de contención que nos sostiene.
En fin, medicinas hay muchas, formas de ejercer el rol también. Los que
no abundan son los profesionales tomando conciencia de que “el paciente”
está ante ellos en uno de los momentos más vulnerables de su vida. Y aun así
esperamos horas. Hacemos colas. Hacemos trámites. Toleramos el miedo.
Tenemos que aprender sobre la paciencia cuando menos lo merecemos.
El primer aprendizaje cuando doy clases es el rol. No podemos ser meros
transmisores de información. En mi forma de ver la atención terapéutica,
debemos enamorarnos de nuestros consultantes. Los hacemos impacientes,
los acostumbramos a no esperar, les damos fundamentos, les contamos el
origen de las cosas. Los animamos a que nos cuenten qué necesitan. Nos
sentamos a su altura. No les tenemos lástima, abrimos nuestras propias
experiencias, nos humanizamos delante de ellos. Somos lo suficientemente
sabios para comprender que mostrar grietas propias no nos hace menos
inteligentes, interesantes o especialistas.
El paradigma imperante no conoce la mayoría de las causas de las
enfermedades. Sí ha desarrollado extraordinarios métodos de diagnóstico,
excelentes tratamientos y maravillosos profesionales ante la emergencia. Pero
¿por qué me contagié yo y no vos si los dos tenemos la misma exposición,
incluso mis glóbulos rojos dan más altos? Azar, defensas, mala alimentación
(¿cuál es la buena y cuál la mala? En la pirámide oficial están los hidratos
como el consumo primordial), cigarrillo, mal descanso, estrés. Muy amplio
todo. ¿Genética? A la luz de las pruebas epigenéticas, donde se confirma el
privilegio de la influencia del contexto por sobre la herencia, es un poco
¿desactualizado? pensar en la genética como la causa de todo.
No es cómodo, para los profesionales de la salud, actualizarnos
periódicamente. Nos da seguridad repetir nuestros usos y costumbres. Si
ahora la ciencia dice otra cosa, elegimos no contradecirnos.
Un paradigma alternativo propone que la enfermedad es una crisis
depurativa. El organismo, mediante la enfermedad, se deshace de los residuos
tóxicos del cuerpo. Desde esta visión, la enfermedad es un producto del
desequilibrio entre mente, cuerpo y espíritu. Cuando los cuerpos más sutiles,
los energéticos, se obstaculizan, la energía no fluye y se afectan los tejidos. La
homeopatía, por ejemplo, cura por lo semejante. El paciente ingiere su propia
enfermedad, su desequilibrio. Cuando lo incorpora, el cuerpo ya no necesita
expresarlo.
Desde una tercera visión, la enfermedad llega para curarnos, nos regresa
al equilibrio. La enfermedad utiliza el lenguaje del cuerpo para dialogar con
nosotros. Cada órgano y tejido tiene una simbolización para nuestro
inconsciente, donde la enfermedad es la solución que tiene el cerebro para un
conflicto previo que pone en riesgo la vida. Según este paradigma, que atrajo
a muchos adeptos con el libro La enfermedad como camino, de Riidiger
Dahlke y Thorwald Dethlefsen, pero sumó rigurosidad científica con Hamer,
toda vivencia traumática, desde una quemadura hasta un abandono, genera
un cortocircuito cerebral. En ese momento el cerebro pone al servicio de la
persona todos los recursos para solucionarlo mediante el privilegio del
sistema nervioso simpático. En ese momento no tenemos sintomas, estamos
estresados, dormimos poco, comemos poco, pero el cuerpo está silencioso. Lo
que conocemos comúnmente como enfermedad responde a una fase de
reparación de los tejidos. En la reparación hay inflamación, dolor, infección,
fiebre y otras yerbas. Además, los conflictos que desencadenan enfermedades
(rechazo, aislamiento, humillación, etc.) tienen referencias previas en otros
conflictos de similar tonalidad que hemos vivido nosotros o nuestros
ancestros. (16)
Cuando eliminé las amalgamas de mis dientes, empecé a comer verduras,
concurrí a Bioenergética cada semana y medité todas las noches, mi cuerpo
empezó a florecer. Lo que llamo, un paquete depurativo. Limpio mi alma,
limpio mi cuerpo. Mantengo el movimiento. Cuando estoy fuera de eje me
doy cuenta y pido ayuda. Mi directorio de apoyo terapéutico no está en la
cartilla médica.
Cuanto más contacto con nuestro propio ser, nuestros sentires, nuestros
duelos y nuestros muertos, más fácil es para el cuerpo reponerse de un
momento crítico de reparación. Las enfermedades autoinmunes,
degenerativas, el cáncer y los trastornos psiquiátricos, aportan una
complejidad mayor a la trama y tienen un correlato transgeneracional mucho
más potente. No todo se puede curar. La naturaleza privilegia la vida de la
especie, pero no está interesada en la calidad de vida de cada uno de nosotros.
De cómo vivir mejor nos encargamos cada uno, que no somos ni más ni
menos que parte de un organismo más grande, parte de LA vida. Y LA vida
nos deja perplejos ante su complejidad porque tiene un sentido más amplio
de lo que puede abarcar nuestra conciencia. Cuando estamos enfermos
aprendemos a detener el movimiento y mirarla a los ojos. El arte de detenerse
en el momento preciso.

Curarse

En Vida y destino humano, escrito por Thorwald Dethlefsen dice que la


enfermedad porta información que no es posible comprender si es tratada
como enemigo. Es imposible comprender y conocer un enemigo, mientras se
lucha contra él. El paso más importante es dar el consentimiento a la
enfermedad. ¿Cómo puede llegar el paciente a lograr tal cosa si su médico se
considera un luchador contra un enemigo invasor?
Cada vez que me enfermo, además de miedo tengo certezas. Una certeza:
que no me curaré de la panza, la muela, la cabeza. El malestar es un estado
complejo que tiene causas y sentidos holísticos y que nunca puede reducirse a
una parte afectada. Curarse depende de encontrar y reacomodar nuestras
partes excluidas, llámense órganos, vocaciones, hijos, padres, abuelos,
exparejas. Dejar de mutilarnos o extirpar lo que no nos gusta. Otra certeza:
que la enfermedad empezó mucho antes, en un momento invisible, cuando yo
estaba desenfocada, perdida, acomplejada o sufriendo, Y la última: curarse
siempre depende de estar conectado con nuestro lugar sabelotodo, un lugar
chiquito en medio del pecho que conoce todas las posibilidades y sabe cómo
proseguir. Nos sanamos desde la comprensión de ser parte de algo mayor,
profundo y misterioso. Simplemente tenemos que saber encajar las piezas,
como un rompecabezas. Si encajamos la pieza correcta, la curación es
inminente. Las cosas donde deben ir, muy a pesar de nosotros. Hay que saber
moverse, irse, cerrar ciclos. Hay que saber perder amores, proyectos y años
vividos; para ganar salud.
¿Qué sería activar un cambio de ciclo? Mudarnos, viajar, separarnos,
juntarnos, decir lo no dicho, animarnos, renunciar. Hay muchas formas de
animarse a cambiar, depende de cada historia previa. Mirar al cuerpo con
otros ojos siempre es un buen camino. Dedicarle prácticas de actividad
consciente, sentirlo vibrar, tocarlo, devolverle mirada y cuidado. Expresemos,
busquemos nuestro espacio de creación personal, de grito, de vómito
simbólico. El cambio pide pista a cada paso, porque nada es estático.
Queremos eternizar las formas y no nos permitimos fluir con los tiempos de
cambio de la vida. Pequeños cambios. Pintar las paredes, mover muebles,
regalar toda la ropa que tenga más de dos temporadas, amasar pan. Pequeñas
medidas de desequilibrio. El cambio levanta el polvo, revoluciona e
incomoda. Cuando tenemos energía de cambio en nuestro interior, hay dos
maneras de actuar: cambiar o resistirse. Si no la jugamos adentro, se
manifestará desde afuera como un viento huracanado que destruye nuestra
laboriosa construcción. Entonces, ¿qué, de todo lo que construiste, ya podés
derribar? ¿Qué muro ya no es eficiente? ¿Qué columna ya no sostiene? ¿Qué
columna, que sí sostiene, podemos cambiar, deconstruir o modificar?

Aquí y ahora, describí todas las emociones que transitaste la última vez
que tu cuerpo estuvo enfermo. Proponete “cuidados especiales” para la
próxima vez, ¿cuáles serían?

16. Hice la profundización de la Biodecodificación Rizoma en mis libros Ser un salto en


el vacío (DNX, 2016) y Entrá en crisis (Planeta, 2022).
FEA
Se olvidaron de mí en la repartija 3

Charlo sobre bebés con una madre reciente, de profesión modelo, en la


sala de espera del teatro. Se acerca un conocido de ella, a saludar. Comenta
que en Navidad no opera, es cirujano plástico, Me pregunto si ya habrá
reparado en mi nariz operada y qué tal le parecerá el resultado. Hacia el final
de una charla amistosa me dice: %Vos también sos de la agencia?”. Ya está
campeón, me alegraste el día. Un cirujano plástico, aparentemente
experimentado, me está preguntando a mí si soy del staff de una agencia de
modelos. Me puedo morir tranquila.
Con mi ascendente en Piscis, tengo pocas cosas claras, dos. Una que voy a
morir algún día. Dos, que soy fea. Claro que con la edad una se va haciendo,
además de fea, bruja, sabia y profesional del disimulo. En las fotos de bebé me
amo, ya en las de los siete u ocho se pronuncia la giba de la nariz de sifón que
heredé de mi padre y la joroba que heredé de mi madre. En las fotos de la
infancia tengo la mirada oscura, desorbitada, como si estuviese viendo un
asesinato.
Mi compañero de banco solía decirme que me quedara tranquila, a los
cuarenta algún hombre privilegiaría mi intelecto y querría quitarme la ropa.
Yo me propuse ser una bomba sexual a los treinta y hacer teatro de revistas.
Me duró lo que dura una fantasía. Estaba creciendo con dos grandes falacias:
que no iban a querer acostarse conmigo y que era demasiado inteligente.
Soy tímida. Me dan vergienza muchas cosas. Me gustaría que usted
piense que soy: cordial, amorosa, servicial, correcta, loca, apasionada,
honesta, justa, bella, inteligente, luminosa, simpática, brillante, buena amiga,
buena madre y que estoy tremendamente guapa. Parece que no es posible. En
cuanto empiezo con el drama de mirarme al espejo, o a raspar con desgracia
los pelos encarnados de la entrepierna, tiene que sonar un timbre. Lo que
siento ES, y es importante. Me siento sola, desdichada, abandonada por mí
misma, sin recursos, en lo que llamo un ataque de feítis y gorditis. Podría ser
el acné o la joroba, o los pelos encarnados en la entrepierna, da lo mismo.
Siento ansiedad, como soda en la boca del estómago. Pienso en que nunca
nadie va a quererme. Estoy agotada de trabajar en gustar y no puedo dejar de
hacerlo. Tengo miedo al mañana, a desarmarme, a desangrarme, a querer
escarpar de mi vida y no poder hacerlo. Estoy tantas horas ausente de mi
cuerpo y alejada de mí misma, que cuando me siento, tengo culpa. Tanto
tiempo perdido en creerme un monstruo, y ya pasaron los años. Cuando me
despierte serán mis últimos días.

Los Delasoga estaban, como siempre, atados.


María cosía un pantalón gris y aburrido.
Marita miraba cómo María cosía.
Juancho miraba cómo miraba Marita a María que cosía.
Juan miraba a Juancho mirar a Marita, que miraba a María, que cosía.
Y la tijera brillaba.
Cada tanto, María la agarraba y —tris tras— cortaba la tela.
Y, mientras cosía, miraba las soguitas enruladas en montoncitos blancos sobre el
piso.
En realidad, María nunca había pensado mucho en las sogas. Ahora, de pronto, las
miraba mejor, las miraba fijo, y se daba cuenta de que les tenía rabia.

Cirugías y rellenos

Todos dejamos la vida en la curiosa actividad de pertenecer. Pertenecer a


distintos grupos, tribus y comunidades. El bien y el mal no son otra cosa que
el pase para estar adentro o afuera. Siempre quise aplicar para el grupo de las
lindas, quizá porque mi madre me aseguraba que tenía una belleza exótica o
distinta. Y eso era lo mismo que “fea pero especial e inteligente”.
Heredé la nariz de mi padre que, según él, es muy personal en los
hombres, pero “ofende” a los que te tienen que mirar si sos mujer. Después se
retractó y dijo que eso de que mi perfil ofende era para que me anime a la
cirugía.
Una vez llegué al quirófano y me arrepentí antes de tomar la pastilla que
me llevaría al otro lado. Tuve mucho miedo y salí corriendo de la clínica, llena
de culpa por hacer viajar a mi padre y su esposa desde Buenos Aires al divino
botón. Terror a morir en plena anestesia, con un tubo plástico secando mi
boca y elevando mi diafragma.
Aun con mi perfil de bruja pude amar y ser amada. Años más tarde, el
padre de Cata me acompañó a operarme la nariz. Y fue la gloria. Ahora me
van a acusar de incitar a la cirugía estética. No. Pienso que amarse y aceptarse
como una es, resulta un trabajo arduo y necesario, pero mientras tanto, yo me
saqué un estigma de narigona, completamente impuesto por una sociedad
devastadora. Me crie en los noventa, señores, no sé si saben qué significó (y
significa) eso. La gente no podía detenerse en otra cosa que no fuese mi nariz.
Quería saber lo que era pasar desapercibida, como una más.
Lo de las tetas fue algo más innecesario o menos trascendental. Después
del puerperio eran pequeños pezones caídos. Ahora tengo unas tetas grandes
que se caen hacia los costados y si bien me acostumbré, mi cuerpo sabe que
allí hay algo adoptado, que no le pertenece. Me arrepentí. Tiempo después me
enteré del síndrome de Asia o enfermedad de los implantes mamarios. (17)
Muchos de mis síntomas empezaron luego del implante.
Dicen que operarse la miopía es una decisión cosmética, mentira. A mí
me cambió la vida. No veía nada. Siempre con los anteojos sucios,
toqueteados por los niños. Me operé sabiendo que iban a destruirme el campo
áurico por tercera vez, pero muy contenta. Muy contenta.
A la sala de cirugía odontológica asisto varias veces por año. Me han
arrancado cerca de diez raíces y dos muelas. Tengo empastes en la totalidad
de las piezas, varias incrustaciones y cuatro “perno y corona”. ¿Cómo cree
usted que puede sentirse una veinteañera con dos hilitos de dientes en vez de
paletas? Mi abuela fue la primera odontóloga de Rosario, cuando nací ella ya
estaba enferma y viejita, y murió cuando yo tenía ocho años. ¿Ella habrá
nacido para solucionar la dentadura de su familia? ¿Los “González-Mussi”
venimos padeciendo el dolor de muelas hace generaciones? ¿Qué no hemos
podido resolver con los dientes? ¿Por qué no podemos defendernos ni apresar
el bocado?
Conozco la sensación de que se te duerma la lengua, el paladar superior y
el ojo derecho completo. Una escuela de la paciencia. Algunos acumulan
horas de vuelo en las nubes, yo en el dentista.
En uno de mis ataques de feítis, frente al espejo del baño, recordé que
tenía una fantasía de niña: tener más labio superior. Cuando tenés poco labio
y te reís, se ven las encías y parecés una viejita sin dientes. Le dicen sonrisa
gingival. Mientras voy en bicicleta me engancho los pantalones hippies que me
compré en la feria con la rueda. Sé que voy a Recoleta, a un departamento
cheto donde aplican bótox. No me di cuenta de que debía vestirme para la
ocasión. Dejo la bici en un poste, entro al edificio y llamo al ascensor. Llevo el
diario Página 12 para leer por si hay espera. El espejo me dice que estoy más
para ir a vender pancitos rellenos por Plaza Francia que para pedir una buena
inyección de hialurónico. Me siento desdoblada, o peor, esquizofrénica. Soy la
misma que brega por los derechos del parto, la misma que está en el proceso
de encontrarse aceptando su cuerpo desnudo, menstruante, animal, peludo y
poderoso. Esa misma, no quiere privarse de lo que es una boca prominente
por seis ligeros meses, tan solo por un módico costo en promoción y dos
pinchazos. Fueron solo cinco minutos. Me gusta cómo quedé y posiblemente
la gente no se dé cuenta. No es obsceno el cambio, pero me siento extraña.
Bicicleteo para llegar a horario a mi taller de chamanismo y comprobar que
nadie me mira raro. Siento como si me hubiese dado un revolcón con un
amante y ahora tuviese que esconder la excitación y el chupón en el cuello,
Hice algo prohibido, muy de antipertenencia para una chica “espiritual”. No sé
si fue para no sentirme tan escindida, pero al final se lo conté a todo al
mundo,
No creo en las cremas para la celulitis, ni en la leche de vaca para los
huesos. No creo en el sumo poder de los antibióticos, ni la inocuidad del
ibuprofeno. No creo en los contractores para el culo, ni en la radiofrecuencia,
ni en el gel frío. No creo que el champú de Farmacity pueda dejarte el pelo
brilloso, ni tampoco creo que comer chocolate todos los días te aumente el
peso. No como orgánico porque me resulta más practica la verdulería, pero
me gustaría ser menos perezosa. No soy vegana porque me caen mejor las
carnes que las harinas. Me molesta el invierno, porque además del frío hay
que saber combinar más prendas, y a las “patas largas” siempre nos quedan
cortos los pantalones y se nos ven las medias. Más allá de mis ¿tres? cirugías,
no tengo secretos de belleza.
Tiendo a tolerar la tensión de las variadas imágenes que tengo de mí
misma. Soy esa mujer suave capaz de acunar a un bebé y soy esa chica que
odia bañarse, depilarse y lleva el pelo graso. Soy esa mujer sensible que
muestra las piernas, y soy esa chica desalineada que no puede llevar tacos ni
patines y que no se ve sexy en el gimnasio. Me pongo derecha cuando estoy
frente al espejo y meto un poco la panza para ver cómo quedaría más flaca.
Me siento desolada cuando no tengo qué ponerme en una reunión social
poco habitual y me siento fuerte cuando soy capaz de ir con short de jean a
una entrevista laboral. Todas soy. Con todas ellas en mí, aún quisiera ser
mejor. Quisiera ser Miss Universo y líder feminista.
Dicen que tenemos dos ojos para soportar dos puntos de vistas
complementarios, codependientes, y que se repelen mutuamente. También
dicen que el mayor acto evolutivo lo damos cuando somos capaces de tolerar
estar en dos lugares diferentes a la vez, sin reafirmar uno atacando al otro, sin
jerarquizar uno por sobre el otro, sin juzgarlos. A esto le llamo soportar la
tensión en mí misma. En eso estamos.
Mati me dice: “Vos querés que uno venga y tenga ganas de cogerte por el
solo hecho de que existís, mientras te estás recortando los vellos púbicos”. Por
supuesto, yo tengo la fantasía de ser deseada sin actitud, ni maquillaje. Por el
solo hecho de haber gastado todos los ahorros en unas prótesis mamarias. Yo
le contesto que tuve novios que sí, que me corrían con una cámara fotográfica
para captar el momento extraño y melancólico en el que me lavo los dientes
con resignación al acabar cada día.

Todos los cuerpos que soy

Tengo un cuerpo largo y torpe. Generalmente me choco con la punta de la


cama. Los pulóveres se me enredan en las puertas y en las manijas. Tengo los
dedos torcidos hacia afuera. Las mangas largas me quedan tres cuartos. Los
dedos de los pies se me escapan de las sandalias y se me vencen hacia adentro.
Colecciono moretones de todos los colores en las piernas. Cada vez que tengo
que sacar la bicicleta por el pasillo de mi PH me pregunto si seré capaz de
hacerlo.
Estoy en un intento por descubrir mi propio estilo”. Cada día me elijo
algo distinto del ropero y lo que no me queda incómodo, duro, apretado,
corto, aniñado o aseñorado, se regala. No importa si es el talle justo, si es
nuevo, si en algún momento me podría llegar a servir. Se va. Me permito
ponerme solo lo que me representa, lo que me gusta, lo que elijo. ELIJO.
Hay dos clases de personas en el mundo: las que pueden seguir una
coreografía y yo. Intenté con tango, samba, salsa, bachata, jazz, danza
contemporánea, expresión corporal, ritmos latinos... Da igual, siempre seré
un Teletubbie. Quiero bailar, pero libre, libre. Quiero bailar como contando
mi historia. Ayer fui a una clase de danza para la tercera edad. Música de
Palito Ortega, folclore (mucho “Las manos de mi madre” para hacer el
estiramiento), Gloria Trevi y Rafaela Carrá. Imperdible.
La danza de los cinco ritmos, Biodanza, y las meditaciones activas de Osho
fueron espacios de descubrimiento y de expresión corporal muy efectivos
para mi proceso de reintegración.
No sé si fue a los dieciocho años, cuando me mudé a capital y dejé de
actuar porque me sentí rechazada por un famoso maestro de teatro, o cuando
dejé de hacer castings para publicidad porque nunca me elegían. Un día asumí
que no era lo que los otros esperaban de mí, y que el sueño de ser Grecia
Colmenares en Más allá del horizonte, me quedaba grande. Me cerré. Dejé de
aspirar a vedete y a chica Almodóvar, Me dije que no era suficientemente
buena con “el cuerpo”, pero que podría dedicarme al guion o a los contenidos
periodísticos. Me fui detrás de escena. Después aparecieron las madres y los
bebés, como un bálsamo de sanación a tanta exigencia con el mostrarse. Sin
embargo, una historia quedó trunca. Una Violeta bailarina, instrumento,
plástica. Una Violeta que cuenta con los dedos, con la garganta. Una Violeta
que se expone y no solo desde la palabra. Claro que mis libros son parte de la
reparación. Empiezo a contarme a mí misma de una manera distinta. Me
espero, me abrazo. Necesito continuar con algo que dejé partido.
Manipulamos al cuerpo como un producto, lo sembramos y cultivamos
como si trabajáramos la tierra. Cuando comemos sano, cuando nos
drogamos, cuando nos apretamos con los corpiños o nos subimos a los tacos,
tomamos decisiones para un cuerpo que habitamos, diseñamos, ordenamos y
dirigimos. Nunca para un cuerpo que somos. Nunca para un cuerpo que
habla. Nunca para un cuerpo que elabora todo lo que negamos.
Mi cuerpo está vivo. Vivo quiere decir flexible, disponible, expresivo. Vivo
quiere decir que dice algo. Hay miradas mucho más bellas que ojos. Hay
gestos mucho más bellos que piernas. Hay llantos mucho más bellos que
pieles.
Tenemos más de un cuerpo. Tenemos todos los cuerpos. Llevamos encima
el cuerpo de nuestra abuela moribunda y el de nuestra hija vibrante. Llevamos
en el cuerpo todos los aciertos y los fracasos que nos hemos creído. Llevamos
en el cuerpo las pérdidas y los recibimientos. Llevamos la presencia y la
ausencia. Somos el cuerpo cansado. Somos el cuerpo que redobla la apuesta.
Somos el cuerpo que come. Somos el cuerpo que escupe. Somos el cuerpo que
se adieta, se aparta, se agrieta. Somos el cuerpo que envejece. Somos el cuerpo
que dice, inevitablemente. Somos el cuerpo que seduce. Somos el cuerpo que
marchita. Somos el cuerpo que se reinventa. Que infinitamente nace de nuevo
hasta el día de su muerte.
Hay un cuerpo que se modifica cuando hacemos dieta o nos ponemos
tetas. Y hay otro que se modifica cuando nos animamos a empezar canto a los
cuarenta, cuando nos animamos a disfrutar de nuestra sexualidad o cuando
nos animamos a parir. Y hay cuerpos que se modifican sin que nosotras
podamos planearlo. Hay cuerpos propios que reflejan nuestro pasado. Hay
cuerpos que no parecen cambiar nunca. Hay muchos cuerpos.

Las cosas que me dijo mi cuerpo

La terapia Bioenergética, la Experiencia Somática, la eutonía, la


antigimnasia y la osteopatía han sido portales de información, verdaderos
abordajes terapéuticos conscientes, a través del cuerpo. ¿Puede haber un
verdadero tratamiento terapéutico sin el cuerpo? La carne nunca miente.
Pequeños ejercicios, a veces muy intensos, me han hecho reflexionar
algunas cuestiones:
1. Me gusta cuando otro me lleva, o me mueve el cuerpo. Cuando era
chica jugaba a ser muñeca de trapo: mamá me peinaba, me movía y
vestía. Yo me concentraba en tener todo el cuerpo entregado y
livianito, Mientras otro me lleva, yo pienso, visualizo y proyecto. Me
abstraigo del dolor. Mi cabeza es ágil, joven y atractiva. Mi cuerpo
lento, jorobado y desvitalizado. Primera certeza corporal: me siento
fragmentada y desintegrada.
2. El movimiento me calma. Todo pensamiento hacia el futuro va
acompañado de caminar rápidamente alrededor de una larga y
angosta mesa de comedor. Esto incluye estudiar para un examen o
imaginar cómo será la extirpación de mi muela. En medio de un
ataque de pánico me hamaco, recurriendo a un movimiento arcaico
de balanceo antimiedo, y me doy palmaditas en la cola shu shu shu,
como cuando era bebé. Me resulta insoportable permanecer quieta.
En el cine bajo y subo las piernas de la butaca todo el tiempo. Cuanto
más me muevo, menos contacto con el aire que no entra, con el
mareo, con el dolor de espalda. Cuanto más me muevo menos vértigo,
menos ideas de estar fallada o mal de la cabeza. Mientras esté en
movimiento no seré un blanco fácil ni podrán hacerme daño.
3, Cuando un ejercicio se pone difícil nunca abandono porque quiero
ser buena alumna.
4. Camino con el cuerpo levemente inclinado hacia adelante con
relación a los pies. Si me miro en un espejo de perfil parece que me
estoy por caer. En ese “estoy por caer” lo primero que se adelanta es
mi cabeza. Con ella enfrento, apuro, corro, me tiro. El mundo es un
lugar adverso para mí, la mente va hacia adelante, armando un cerco
para mi corazón, que está en el fondo de la cuchara que hace mi
espalda, difícil de encontrar.
5. Mis pies, rodillas y muslos se vencen hacia adentro. Como si el eje
no estuviese fuerte en el centro. Como si lo más interno y blandito se
estuviese chorreando o cayendo.
6. Siento un nudo energético en la boca del estómago. Lo visualizo
como petróleo negro y pegajoso que tiene años rodeando el epigastrio.
7. Mi cuello está duro y mi garganta cerrada, pero no me duele. La
espalda está agarrotada y compensada en una escoliosis pronunciada,
pero no la registro.
8. La vitalidad es cuantificable según el grado de disponibilidad al
movimiento que tenemos en los tejidos del cuerpo. ¿Tus tejidos
recuperan rápidamente su libertad, movilidad y amplitud de función?
La osteopatía postula que la salud no es algo a recobrar, sino a
descubrir muy adentro. Cuando estamos limitados por corazas y
armaduras, la salud permanece escondida, cercana a nuestra esencia y
alejada de nuestro cotidiano. Si pensamos en una salud de contacto y
con tacto, una salud donde nos toquemos y seamos tocados, donde el
médico te revise con una mano suave y amorosa, una salud en pleno
contacto con nuestros lugares más auténticos; la enfermedad sería otra
cosa.
9. Miro mis pies. Se parecen mucho a los de las hermanastras de
Cenicienta. No parecen habilitarme al reino de las princesas. A mí no
me entraría el zapatito perdido. Eso significa muchas cosas. La más
importante sería arriesgarnos a mirar cómo el zapato le cabe a otra
cuando perdimos la vida esperándolo nosotras. Mientras tanto se
abrirían zapaterías diversas en muchas ciudades donde nos dejarían
trenes que no tomamos y donde nos servirían banquetes exóticos que
ni siquiera sabemos que existen.
10. Lowen, creador de la Bioenergética, plantea que las personas
alimentamos nuestra imagen y no nuestro “yo”. Adoramos nuestro
reflejo y aborrecemos nuestro ser. De sus propias palabras: “La gente
se dedica a muchas actividades destinadas primordialmente al
acrecentamiento de su imagen. La satisfacción del ego no hace nada
por el cuerpo de uno y poco por el propio sentido del yo que se basa
en el cuerpo. Si el ego de uno crece con el éxito o los logros, se pierde
la congruencia con la realidad del propio cuerpo. Así, la confusión
solo puede evitarse mediante la negación del propio cuerpo y de sus
sentimientos”. No tengo ningún prejuicio con el ego, no creo en una
vida sin él, solo el propio ego puede querer excluirse a sí mismo. Sí, he
pensado que por amar mi producto iban a amarme a mí. Pero no
sucede así. Las personas se aman a sí mismas en el reflejo que
depositan en mí.
¿Qué fue lo que paralizó mi cuerpo a tal punto de no poder sentir? ¿Qué
fue lo que me hizo creer que está bien avergonzarse si aparece el placer? ¿Por
qué cada “NO” llegaba a mi inocencia como un rechazo y un lugar de
humillación? ¡Cuánto miedo a no ser amada en medio del amor!
¡Necesitamos estar en contacto con todos nuestros cuerpos, es urgente!

Aquí y ahora, dibujá tu cuerpo de frente y de perfil. Abajo repetí el


dibujo, pero reproduciendo tu cuerpo a los siete años. ¿Qué tienen en
común y en qué se diferencian ambas figuras? ¿Dónde está la fealdad en lo
que ves? ¿Y la belleza?
17. Del idioma inglés Autoinmune Syndrome Induced by Adjuvants, la traducción es
Sindrome Autoinmune Inducido por Adyuvantes, y se trata de una extremadamente
poco frecuente reacción autoinmune o inflamatoria, atribuida a una sustancia extraña al
organismo. En el caso de las prótesis mamarias, la sustancia extraña sería la silicona. La
silicona como sustancia se encuentra presente en muchos otros tipos de implantes de
uso médico, por lo que no es exclusivo de los implantes mamarios. Los síntomas pueden
ser dolor muscular, dolor articular, fatiga crónica, deterioro cognitivo, depresión,
alteraciones del sueño, fiebre y problemas intestinales, entre otros.
ANSIOSA Y DEPRESIVA.
Un día me medicaron 124

Tengo un ranking de las peores sensaciones: infección de muelas, creencia


de que tengo cáncer, ataque de pánico, náuseas e insomnio. Todas muy
frecuentes e itinerantes a lo largo de mi vida.
Hablemos del insomnio. Siento que nunca más volveré a dormir. Que me
internarán. Mientras intento dormir, hago meditaciones chamánicas, me
cubro en luz violeta y finalmente me como las uñas. Imagino cómo serán mis
ojeras, cómo me bajarán las defensas, cuánto miedo me dará que retorne la
noche. Cuento las horas que me faltan para que los niños estén de pie. Mati
no comprenderá que necesito dormir toda la mañana. Quiero despertarlo. No
aguanto que duerma como si nada pasara. Listo, me levanto, no intento
dormir, que pasen las horas. Que pasen. Se está haciendo de día. Aún no
dormí ni cinco minutos. Una frustración enorme, pero vuelvo a intentar.
Cada vez que las imágenes se hacen poco reales, percibo que voy a lograrlo,
por fin estoy viendo elefantes azules. De pronto toda la coherencia junta, estoy
aquí de nuevo, en la vigilia.
Hablemos de angustia. El encadenamiento de hechos sucede más o menos
así: miedo a lo nuevo, tensión psíquica, sobreexigencia, nervios, exposición,
pasarme de revoluciones, poder más de lo que puedo, explosión. Resultado:
ataque de pánico.
La primera vez que me indicaron un antidepresivo tenía diecisiete años y
no salía de mi casa por las crisis de angustia. Con la paroxetina todo pareció
acomodarse mágicamente. Ya nada se sentía tan atemorizante o, mejor dicho,
sostenía un mínimo nivel de confianza en la vida. Salir al supermercado dejó
de ser peligroso. Pude trabajar, viajar y tener vida social activa.
En el embarazo de Cata hice mi primer despegue progresivo de la
medicación, que pareció ser un éxito, Ahora mi niña tiene cerca de ocho
meses. Estoy en la guardia del Sanatorio Mitre. La amamanto mientras me
cablean e inyectan un tranquilizante. El mundo volvió a ser un lugar oscuro y
mi cuerpo una maquinaria averiada. Anoche me quedé en tetas tirada en el
suelo de mi cuarto para que Cata se alimente si se me paraba el corazón.
Volver a estar medicada es un fracaso para mí, un retroceso. No soy la
Difunta Correa, sigo viva y estoy sufriendo.
Tuve que aceptar que la vida no es lineal ni la evolución ascendente. Con
todo mi bagaje intelectual y mi recorrido espiritual, aun acompañando a otras
mujeres a parir, necesité un bastón.
Llega el día en el que creo tener los recursos para afrontar la abstinencia.
Vuelvo a soltar la medicación. Al tiempo empiezan los ataques de insomnio.
Días sin dormir. Diagnóstico: ansiedad generalizada. Como
compulsivamente, tengo pensamientos destructivos. Sé que la medicación
está hecha para acallar el síntoma, pero cuando el síntoma es inhabilitante,
tampoco puedo profundizar. Estoy contenida y eso incluye volver a tomar
antidepresivos, Me siento culpable, sí. Pero tengo una vida de la que quiero
hacerme cargo con todas las consecuencias. Tal vez hubiese sido acertado
nunca tomarlos, o tal vez no. Lo poco que recuerdo de aquellos diecisiete años
es un dolor inconmensurable y muy pocas herramientas para afrontarlo. (18)
El dolor me llama como a Alfonsina su mar. Tengo una familia y no la sé
usar. Soy un intento, un anhelo, una expectativa. Soy un hombre de negro
mirando la costura de su sombrero gris, esperando un tren que no tiene
horario, en busca de una mujer que no conoce, con una foto de un hijo
perdido. Soy la que sabe que lo que está y no se usa, duele. Spinetta cantaba
“lo que está y no se usa nos fulminará”. Soy luna en Escorpio. Ni las
vacaciones ni el sexo ni los hijos me dieron llenura. Con miedo al cuerpo. Mi
corazón late errático con su arritmia. No quisiera morirme por dentro. No
quisiera morir sin antes... ¿disfrutar? No quiero comer a mis hijos. Me aburro
con ellos, pero deseo salvarlos. No me repitan, no me protejan, no me
disculpen.
Extrema vagancia o desinterés por las tareas domésticas. Preciosa
capacidad resolutiva. Insoportable en la temática autorreferencial. Escribo
para que no sucedan mis terribles predicciones y para ser en la vida cotidiana
una chica normal, real, portal.

Tengo ansiedad

La ansiedad es un movimiento interrumpido. Se siente un torbellino


dentro de la cabeza, una brea pegajosa en el corazón y una bola negra en la
garanta. Camino, corro, tacho listas. Ningún movimiento del cuerpo repara.
Siento el descontrol interior, como si mis células estuvieran en guerra. Mi
cuerpo se prepara para atacar o huir. Pero no ataco, como. No huyo, observo
la marea de humo gris en mi mente. Me autointoxico de hormonas del estrés.
Soy mi propia víctima y mi propio victimario. Tengo terror a lo que pueda
pasar, y a lo que ya está pasando. Todo puede salir mal, todo está saliendo
mal. No duermo. Saber que no puedo dormir es una desgracia que me
desborda. No puedo con eso. No creo en mí, no creo en la vida, no confío.
Tampoco me pasó nada tan grave, todo parece seguir su curso, pero yo estoy
alerta, a punto de tirarme del precipicio. Al borde de una cornisa. Nadie lo ve.
Sigo siendo funcional, trabajo de madre y de persona. La gente me admira.
Tengo recursos para identificar la ansiedad. Puedo ver cómo se asoma la
angustia. Padezco lo que no sucedió, porque más vale duelar ahora, si de
todas maneras voy a perder. Pierdo. Me ocupo para no sentir. Porque cuando
no tengo nada que hacer, aparece el vacío. Y no sé por qué. Antes tenía los
mismos problemas concretos que hoy pero no estaba así. No hay gatillos
ubicables. No deseo la familia perfecta ni el príncipe azul ni las vacaciones de
los famosos, solo deseo paz. En todos esos escenarios donde los demás
parecen felices, en eventos instagrameables como aeropuertos, vacaciones,
casamientos, todo se pone peor. Yo no puedo disfrutar. El dolor de la
contractura ya no se siente, se siente el miedo a que ese dolor sea un cáncer.
Los problemas reales son refugio para no pensar en los imaginarios, que
siempre son peores. Cuando los otros son los que tienen problemas, funciono
de maravillas.
¿Qué ayuda? Las terapias corporales, la conexión con una visión más allá
de lo concreto de cada día, una escuela espiritual, los grupos de expresión, las
actividades artísticas. Ayuda la autoobservación y sobre todo la exposición.
Exponerse, entregarse con todo el miedo y el dolor a lo que sea. Me entrego a
no dormir, me entrego al miedo, a todo lo terrible que puede pasar. A sentir al
síntoma tal cual es. Mirarse con amor a este bebé de nueve meses que sufre
como si se estuviese separando de la mamá. El borde que se le pone al
desborde es exponerse a que suceda lo que suceda. Abrazar la distancia entre
lo que se puede y lo que se quiere. Invierto en espacios de silencio y de amor
hacia los propios no puedo. Me impongo la actividad física y la red de amor.
Visito a un amigo cada semana cual remedio. Puedo exponerme a mí misma
con todas las consecuencias. Tengo derecho a tener este problema. Trato de
aprobarme en todas las decisiones.

Entonces sucedió, por fin, lo que tenía que suceder de una vez por todas.
María agarró la tijera y —tris tras— no cortó el pantalón gris; cortó la soga. Una
soga cualquiera, la que tenía más cerca. Y después otra soga. La tercera y la cuarta
las cortó Juan. Y Marita y Juancho cortaron una cada uno.
Las soguitas cortadas se cayeron al piso y se quedaron quietas.

Autocrianza

Dicen que la felicidad se descubre en dos situaciones: ante el cese del


dolor físico o psíquico, y cuando nos encontramos con nuestro propio
destino.
Tenía dos opciones: quedarme a esperar el cese del dolor o empezar a
caminar el sendero adecuado para mí. Comencé un intenso trabajo de
autocrianza. Descongelé la niña herida. Me di un masaje cada semana.
Aprendí a manejar. Dejé de usar corpiño. Me pregunté cada día si me
encontraba satisfecha de dónde estaba, con quién estaba, cómo estaba. Decidí
que quería mudarme. Tomé vacaciones en invierno. Cambié de terapeuta y de
pediatra. Acepté que odio hablar por teléfono, pero dejé de pedirles a otros
que hablen por mí. Admití que muchos de los recuerdos que creí tener no son
propios, son vivencias de mi madre.
Sé algunas cosas de mi crianza. Sé que mi madre se sacudía a sí mima al
preparar mi mamadera creyendo que la estaba batiendo, y que mi padre le
enviaba faxes desde Buenos Aires explicándole cuáles eran las proporciones
de leche en polvo y agua. Sé que ella forraba el arbolito de Navidad con tapitas
viejas de colonias porque no teníamos dinero para comprar bolitas de colores.
Y que llevó las cenizas de su padre en el colectivo cuando aún le tiraban los
puntos de la episiotomía, yo tenía dos o tres días de vida. Recuerdo sus
sentires como si fuesen míos. Me pregunto dónde estoy, quién soy además de
ser su hija.
Hay un lugar en el universo para cada momento, vibrando en sincronía
con cada uno de nosotros. Nuestro propio carril. El que late al unísono. La
parte más difícil es asumir dónde estoy y dónde no estoy. Rendirse a la que
soy y desapegarme de la que quiero ser.
Cuando no sé cómo resolver algo, recuerdo que hay alguna opción o
variable, tal vez muy simple y cercana, que aún no tuve en cuenta. ¿Qué fue lo
que podría haber probado y no probé? ¿Dentro de diez años, elegiría? ¿Qué
tiene para decirme la vieja Violeta, que seré, de todo esto? Las opciones más
valiosas están escondidas a nuestros ojos desorbitados, pero son accesibles.
Cuando algo entra en crisis lo profundizo. ¿Qué pasaría si fuera todavía
peor? Profundizar en el dolor es directamente proporcional a encontrar alivio.
Cuando algo se pone fiero y lo proyecto aún más, tomo la distancia necesaria
para prevenir, asumir y concordar. ¿Qué es concordar? Es asentir al destino
incluso no estando de acuerdo, es accionar desde el no movimiento.
Cuando deseo algo con fuerza y no se cumple, reviso si realmente lo
entregué al universo. Me recuerdo parte de una inteligencia planetaria mayor,
y vuelvo a sentir confianza. Generalmente los deseos se cumplen cuando uno
los da por perdidos o por resueltos. Mi cuñada, Noe, estuvo años haciendo
tratamientos de fertilidad hasta que agotó su dinero y su paciencia. El cuerpo
intervenido se endurece, se reseca. El último año, debido a la nueva ley, le
otorgaron dos chances de fecundación in vitro cubiertas por la obra social. Se
hizo todos los estudios, pero antes de hacer el primer tratamiento, decidió no
intentarlo más. Planeó sus vacaciones en Europa y me dijo que se había dado
cuenta de que no quería tener hijos, que temía desestabilizar su pareja y que
un hijo era demasiado esfuerzo. Ayer fue a la guardia por un malestar
abdominal y cuando le preguntaron su fecha de última menstruación se dio
cuenta de que no recordaba. Está embarazada de ocho semanas. Después de
pasar años con inyecciones, tratamientos hormonales, extracciones de óvulos
y fertilizaciones, quedó embarazada, justo cuando paró con todo y profundizó
en su sentir.
Olvidamos que somos parte de un libreto mayor y que hemos sido niños
heridos. Y nos valemos del daño que nos hicieron para contraatacar. Los
buenos y los malos son solo roles. Cambian de continente en continente y de
generación en generación. Yo no tengo motivos para sentirme más persona
que nadie. Incluso de los que me hicieron daño. Los motivos los descarté. La
ira la descargué en almohadones, cartas y gimnasios. El enojo lo acepté y le
hice un lugar. Esto no me hace mejor persona, simplemente me permite la
tercera posición. Se trata de ser testigo, de ser puente, no de pretender
objetividad, sino de ampliar la mirada y ver más allá, descubriendo nuestras
violencias invisibles. De esta manera podemos discriminar qué queremos y
qué sucede. Dándole valor a lo primero y dándole verdad a lo segundo.
Deseo estar plena, ser en su justa medida, en sintonía con el alma,
encontrando un estilo propio al andar. Supongo que será posible si me
entremezclo, si me contamino, si me dejo afectar profundamente por quienes
amo y si puedo retirarme de lugares valiosos pero que cumplen su ciclo.

En esa sesión hablábamos del andarivel. Le contaba que yo siento que vivo
una vida chiquita, cuidada, con objetivos a largo plazo. Pero a la vez la vida es
132

finita, chiquitita. No despliego todos los andariveles posibles de mi vida, ni los


exploro. Ella me dijo por enésima vez: “Respirá”. Mientras hablo trato de
meter más aire. Cuando bostezo me sale mejor.
—Te estás refugiando en el hacer. “¿Qué tengo que hacer para vivir la vida
más grande? ¿Para dónde voy? ¿A quién le pido y qué?”. La propuesta que te
hago es quedarte en ese lugar vulnerable, de no hacer, sino de ser. Tu ser. Si
no, enseguida te ponés dura. No dudo que el hacer sea muy valioso para vos.
La productividad te salvó, seguramente. Ahora necesitás respirar, ¡respirá!,
recién dejaste de respirar. ¿Cómo es la gente vulnerable para vos?
—Todo el tiempo trabajo con gente que necesita, vulnerable.
— ¿Y qué te producen?
—Me recuerdan a mi mamá, que dice no poder nada mientras te pasa por
encima. Se pone en víctima y me enoja. Creo que hay una decisión de
accionar en la vida que es propia, más allá de cualquier circunstancia. Digo, la
depresión, y lo sé por experiencia, puede ser un lugar con beneficios
secundarios.
—Y ahora que decís esto, ¿cómo te pusiste?
—Sin respirar.
—¿Y además?
—Dura, soberbia.
—Sí, tomás distancia de vos. Estás en el hacer, no en tu ser.
—Y si hago menos, o dejo de hacer, ¿podré contactar mejor con mi ser?,
hacer menos también es tener algo para hacer.
—No importa cuánto hacés, sino cómo lo hacés. Importa si en el hacer
estás en contacto con tu ser o no. No es una cuestión de dosificar la acción o
evaluar la distancia con los otros. Es cuestión de ser, independientemente del
hacer.
Tengo un listado de actividades a las que recurro mientras estoy despierta.
Comer, googlear, chequear mails o leer. Llevo libros para leer mientras mi
marido maneja, o chocolates para comer cuando manejo yo. Llevo revistas a
los almuerzos familiares y busco cada cosa que los otros nombran en Internet.
Dar la vuelta a los lagos de Palermo una noche primaveral de luna llena no
me parece un buen plan mientras no esté enamorada. Digo, porque las
hormonas del amor son un quehacer compulsivo en sí mismo. Un paseo por
la naturaleza en el que te abrazan y te paran la marcha para besarte es un buen
plan, si no, no es así, mejor llevo el celular. Sí, con mis hijos me aburro, con
mi marido y mis padres también. Pero ¿quién se esconde bajo ese
aburrimiento? ¿Quién es la que está cuando no hace? ¿Qué sucede cuando no
hay nada para hacer? Conecto con lo que no hay, con lo que no soy, con lo
que no advertí. Recién después de un rato de aguantar sensaciones picantes
aparece el movimiento inesperado. Una palabra, una canción, una mirada.
Estoy ahí de nuevo, en el presente, de vuelta en el mundo. Hay un camino
para mí si dejo de dramatizar. No tengo otra cosa más importante que hacer
que descubrir lo nuevo que siempre existió en mí.
Venimos del hospital con mi hija mayor, tiene un fuerte dolor abdominal
que generalmente aparece al atardecer y por el que, últimamente, dejó de
cenar. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Le pido que moldee “al dolor” en
plastilina con muchos colores, que le ponga un nombre y un apellido. Pensé
que me diría su apellido o el mío, pero dijo: “Sr. Miedo”. Después eligió entre
sus juguetes un muñequito para cada integrante de la familia. Incluimos tíos y
abuelos. Incluso eligió uno para sí misma. Mezcló todos los representantes y
abrió los ojos. El dolor de panza Sr. Miedo apareció a un costado junto a su tía
y abuela paterna. Le pedí a ella que manejara al Sr. Miedo, y yo me encargué
de ser la tía y la abuela. Fui preguntándole qué le molestaba al Sr. Miedo, me
dijo que el problema no era con la abuela, y la corrí de escena (la colocamos
con el resto de los personajes de la familia reordenando el sistema). Dijo que
algo le molestaba de mí cuando estaba haciendo de la tía, pero no sabía muy
bien qué. Además, el muñeco que la representaba a Cata tenía los brazos
abiertos y estaba como cuidando a su hermano y a su mamá (yo). Le pedí que
moviera a Cata de manera que no cuidara a su mamá, porque su mamá es
grande y la cuida a ella. Ahora yo soy el Sr. Miedo, y Cata maneja a Cata. Nos
despedimos, le dije que ya no me necesitaba y nos dimos un abrazo. El dolor
de panza se fue esa misma noche.

Aquí y ahora, describí las tres actividades que nunca hiciste y que
implementarás el próximo mes en plan de autocrianza.

18. Años después me diagnosticaron Sindrome Sensitivo Central y disautonomía


producto de mi hiperlaxitud ligamentaria (bajo el síndrome de Ehlers Danlos). Se trata
de una desregulación severa del sistema nervioso que puede causar dolor físico,
insomnio, depresión, fatiga crónica, taquicardia, dificultad en el ejercicio, frío extremo,
calor, mareos, desregulación del sistema digestivo, inflación cerebral, etc.
MAESTRA
135

La docencia te sana 134

“Recuerda que tu deber es facilitar el proceso de otros y no el tuyo. No te


entrometas. No controles. No impongas tus propias necesidades y convicciones a
los demás.
Si no confías en el proceso de otro, el otro no confiará en ti.
Imagina que eres una partera; que estás asistiendo el nacimiento del otro. Haz bien
tu trabajo,
Al nacer el niño, la madre podrá exclamar con razón: ¡Lo hicimos entre el niño y
yo!”.
JOHN HEIDER

“Los antiguos Maestros no intentaban educar a la gente, sino que, suavemente,


enseñaban a no saber. Las personas son difíciles de guiar cuando creen que saben
las respuestas. Cuando saben que no saben, encuentran su propio camino”.
LAO-TSE

La docencia me salvó. Pude sacar a jugar a mi niña interior. En el aula


pude compartirme, abrirme y encontrarme en cada mirada atenta o
emocionada. Cuesta creer que un grupo diverso de personas curiosas estén
más de ocho horas seguidas atentas a lo que yo pueda proponerles.
Compartimos mates y largas meriendas, les pido que me enseñen sobre sus
oficios y profesiones. Me maravillo ante el abanico de causas por las cuales
llegaron acá. Me gusta sentir el olor y la energía densa del grupo cuando el
salón queda vacío.
Distancia de rescate, el título de la novela de Samanta Schweblin, plantea
lo que nos pasa a las mujeres después de tener hijos. Toda nuestra vida podría
resumirse en un constante cálculo interno de la distancia de rescate con
nuestras crías. Somos un GPS recalculando a toda hora. Si ahora se acerca a
las escaleras, ¿llego?; si hoy lo echan del trabajo, ¿llego?; si ahora me llaman de
la escuela, ¿en cuánto llego?, ¿cómo llego? Parecemos destinadas a barajar la
desgracia de manera constante. ¿No es, acaso, una tensión permanente?, ¿una
peli de suspenso? La maternidad nos pone en un lugar siniestro y pasional.
Necesitamos estar lo suficientemente cerca para sentir el tirón que nos da
nuestro cordón umbilical invisible cuando ellos caminan por el mundo
creyéndose solos.
Algo de esto me pasa con mis alumnos. Ellos empiezan a atender
consultantes, en términos de madre, prematuramente. Mido mi distancia.
¿Cuánto intervengo? ¿Cuándo intervengo? No quiero dejarlos solos, ni
tampoco quiero ahorrarles ninguna experiencia. Quiero amarlos sin que se
den cuenta. Quiero comprenderlos cuando desaparecen del taller el día de
trabajo más intenso. Y celebrarlos cuando deciden tomar otro camino.
Para aprender a ser maestra hay que mirar a los alumnos con ojos de niño.
Para sanar nuestras heridas personales y colectivas necesitamos recordarnos
en nuestras niñeces, nombrar nuestros días grises y reconocer que podemos
hacer mucho por nuestros alumnos e hijos: dejarlos nacer niños.
138

¡Pobrecitos Delasoga! No estaban acostumbrados a vivir desatados. Al principio se !36


asustaron muchísimo y casi casi salen corriendo a comprar otro rollo,
Pero después Juan dijo en voz baja:
—Casi casi... me iría a la cancha de Ferro, que hoy juega con River,
Y María dijo en voz alta:
—Casi casi... me iría a visitar a Encarnación, la de Barracas.
Y Juancho corrió a buscar los patines de las ruedas amarillas.
Y Marita dijo “chau” y se fue al quiosco del andén a elegirse dos revistas,
Esta vez los cuatro Delasoga pasaron cuatro tardes, todas distintas.

Plantar vida en libros

Me dicen: “Plantaste la placenta, escribiste un libro, tuviste hijos, ya estás”.


Me falta donar los órganos. Pero la verdad es que escribir Dar la teta fue lo
más natural y fisiológico que pude haber hecho. No sé si no me costó nada
escribirlo o si no lo recuerdo... porque el olvido en las madres que queremos
volver a parir es bastante habitual.
Quiero reparar mis errores de principiante, y eso incluye este preámbulo.
No nombrar a mi padre en la dedicatoria de Dar la teta, me costó ver la
cicatriz de su ¿ego? en la mirada, y me partió el alma. No contaba con que mis
seres amados realmente leyeran mi libro. Hubiese cambiado algunas cosas
para no lastimarlos.
Tal vez me arrepienta de muchas sugerencias o supuestas verdades que me
he creído y transmito en mis libros. Mi marido me ha leído algunos párrafos
de Dar la teta que lo hicieron mear de risa, al compás de: “No podés, Violeta,
¡esto es muy bizarro!”, Me río con él, para no llorar. ¿Cómo no me avisaron
que estaba escribiendo eso? Es una vergilenza total. Y ahora quedó escrito
“para siempre”. Pienso arrepentirme de muchas cosas más, no resisto ningún
archivo. No parecerse a una misma en el pasado no me parece un defecto,
Quisiera agradecer a cada una de las almas que se abalanzaron con amor
hacia mí después del último libro. Leí cada palabra, con suma gratitud.
Cuando yo buscaba editorial, repetía mi deseo con insistencia: “Quiero
escribir un libro vivo, que emocione y toquetee a la gente”. Un libro debe dejar
puertas abiertas, algún interrogante o la sensación de estar acompañado.
Escribir me resulta mágico cuando no es trabajo ni a pedido, cuando sale de
mí como sale un pis retenido y apurado. No se puede vivir de escribir libros,
eso es un mito a excepción de pocos best sellers. Escribir se escribe porque
uno tiene algo que decir, porque merece ser una idea ordenada en la cabeza
del otro, porque la propia historia es siempre la excusa para que otro se
despliegue, carretee, vuele y aterrice. Cada libro planta vida en mí y me llena
de esperanzas. Cada lector me inyecta clorofila (de estos ejemplos se rie
Matías). Y es cada palabra, y no la industria editorial, la que reafirma mi
vocación. Cuando te piden un libro, te piden una promesa en la tapa, algo así
como: “Usted puede solucionar su vida en treinta días”. A mí me gustaría que
mis electores se animen a fracasar en la propuesta de encontrar una solución,
para descubrir algo más profundo que puede dejar un texto, una experiencia.
Pude multiplicarme en ustedes, gracias. Muchas. Más que eso.

Aquí y ahora, te comprometo a enseñar lo que sea que creas saber.


Patín, matemáticas, inflado de globos, maquillaje, cambiado de cuerito,
primeros auxilios. No podemos ver clara nuestra misión sin antes
habernos entregado de lleno a ser maestros. No necesitás más que ganas,
organización y compromiso. Lo demás fluye.
AUTOCRÍTICA,
CREYENTE Y
ESCÉPTICA
Me critico 140

—Viole, sos un colador, todo lo bueno que hacés y que te sucede te pasa
de largo —me dice mi amiga.
—Sí, siento que todo eso me pasa y sale de mi rápidamente, como si no
pudiese incorporarlo, no lo siento como un bagaje personal. En cambio, lo
que sufro suma precedentes.
—Tenés un ser exigente interno muy poderoso. Tal vez ponderado por vos
misma.
—Sí, pero no quiero tenerlo más.
—Justamente, tu problema es tratar de extirpar tu juez, y lo hacés más
fuerte. No se trata de sacarlo, simplemente de miralo. Está ahí, es así. Te exigís
y te sentís exigida. Podés saber que es solo una parte tuya. Que está, te ayuda,
te pide atención. No lo excluyas.
—Qué interesante manera de verlo. Lo que yo siento es que necesito
actualizar la versión de mí misma. Darme cuenta de que soy otra y que tengo
nuevos recursos. Necesito reconocerme hoy, con mis pérdidas y mis
aprendizajes.
—Eso también es exigente, Me hacés acordar cuando no querías que te
eligiésemos para jugar al handball porque no querías hacernos perder.
—Es que tengo razón, no quiero hacerlas perder.
—¡Cómo si pudieses! ¿Quién puede hacerle perder al otro algo?

Tengo catorce años. Acabo de sacarme un cuatro en Inglés. Nunca saqué


menos de ocho en una materia. Miento, siempre siete en Educación Fisica,
salvo el año pasado que escalamos el Champaquí. La docente valoró mi
esfuerzo (nunca descansaba porque iba última y cuando llegaba a la parada
donde hacíamos el descaso, debíamos volver a arrancar la caminata) y me
puso un diez. Volviendo a Inglés, estoy muy enojada conmigo porque la
prueba fue muy fácil, solo que me olvidé que en la pregunta los verbos no se
ponen en pasado. Determino colgarla en el living de mi casa, para ver cada día
lo que no debía volver a pasar: un cuatro. Y si la pego en la pared es porque
pretendo que siga siendo una excepción. Decido pegarla arriba de una foto
que me hizo mi papá donde me compara jorobada y derecha como un antes
vs. después. La pared de mi casa gritaba lo que no tenía que volver a pasar: el
fracaso y la fealdad.
Pasaron los años. La foto y el examen quedaron ahí hasta que me fui a
vivir a Buenos Aires. El día que los despegué se salió la pintura de la pared. Ya
no reparaba que estaban ahí. Se mimetizaron con el paisaje de mi casa, no me
hacían pensar en lo mala y fea que era. Sin embargo, sacarlos fue liberador. Mi
aspecto exigente sigue conmigo, junto a la certeza de que haber sido buena
alumna y llevar la bandera argentina nunca me hizo feliz ni más querida.
Cuando somos exigentes fabricamos verdades sobre nuestras exigencias.
Todo tiene que encajar en un supuesto mundo robótico que solo funciona en
nuestra mente. Las variables del mundo real no son tenidas en cuenta, el
factor sorpresa tampoco. Los tiempos siempre son autoimpuestos y la mente
parece una agencia de selección de personal sellada con normas ISO de
calidad y excelencia.
Tengo un nudo en la boca del estómago, hace años. Si aprieto fuerte,
duele. A veces me canso de tenerlo ahí, intacto, calcificado, endurecido.
Entonces lo retuerzo con los dedos y le digo: “Ey, vos, que estás ahí, por dolor,
por niñez, por miedo, por lo que sea... A ver si te movés y me mostrás qué
querés de mí, decime qué es lo que me falta hacer para liberarme y yo lo
hago”. La receta. Dame la receta. De nuevo, mi yo omnipotente sin dejar que
afloren las sensaciones, yendo a buscarlas con exigencia de resultado. De
nuevo yo, por sobre mi nudo, creyéndome mejor y eficiente. Una
solucionadora compulsiva. (19)
La vida puede ser larga pero muy angosta cuando una se mira desde
afuera como una película, pretendiendo ser santa, virgen madre e impoluta.
Darnos permiso para encontrarnos con nuestro ser injustas, malas y
caprichosas, es un paso hacia la madurez. Cuando alguien se me acerca con
actitud segura y desafiante, me corro. Antes de contestar me pregunto una y
mil veces si no será que el otro tiene razón. Pierdo fuerza. ¿Este poder de
amargarme que tiene “la mirada exterior”, ¿a quién representa? ¿Quién me
juzga? ¿Está mal emitir juicios? ¿O es parte de nuestra naturaleza?
Tengo un exigidor que parece estar jugando en Láser Shot. Eso me
enternece. Es un exigidor muy aplicado que busca pertenecer. Como la
mayoría de las partes que me habitan. En definitiva, quiere hacerme feliz.

Una noche tenebrosa

Casi se hacen las doce. Estamos pasando el fin de año en lo de mi cuñada


con mis suegros y mi madre. Matías, en busca de develar sus mecanismos
negadores, interroga a sus padres sobre su historia. Su madre se pone muy
nerviosa. Empiezan a gritar. Nunca lo vi tan nervioso en público. Le tocó algo
muy profundo. La putea. Se va a hablar al cuarto con su hermana. Después
llama a su madre y le pide disculpas. Se va a hablar al cuarto con su madre.
Todo lo que me empieza entusiasmando del conflicto tano, me termina
angustiando mucho. Es un año nuevo atípico para esta familia, en general
todo acá es muy “edulcorado”. Soy yo la que, generalmente, hago preguntas
“incómodas” para generar un poco de efervescencia. Mi suegra a la defensiva
gritando: “¿Para qué quieren saber?”. Mi madre quiere romper el hielo y
cuenta la escena de su casamiento arreglado por la organización montonera
en el 75. Con esa historia me engancho más. Eran dos abogados de presos
políticos, supuestamente del peronismo de base. Si estaban casados y uno caía
en cana, el otro podría seguir entrando.
Hasta las tres de la mañana seguimos reviendo por qué empezaron a
pelear. Dibujo flores y corazones en servilletas para pasar el tiempo. Sé que es
un día importante, de quiebre. Se rompen imágenes, títulos y cáscaras.
Escribo mi nombre varias veces haciendo garabatos, como cuando me aburría
en la secundaria. Escribo Basta en letra cursiva. Mi madre se da cuenta y da
vuelta la servilleta para que no se lea.
Estamos llegando a casa. El lleva a Cata dormida, yo a Oliverio. En la
oscuridad de subir a la pieza, y con un habitual rapto de torpeza, mi hombro
izquierdo toca el espejo ovalado que cuelga en la pared. No sé cuánto costó,
pero es carísimo. Es el único espejo de la casa. Lo siento caer, atrás de mí,
sobre la escalera. Ruego que esté íntegro, ¿Siete años de mala suerte desde un
primero de enero? Mientras Matías me acusa de estúpida y se enfurece, estoy
hipnotizada pensado en el hechizo. Se partió en veinte pedazos.
No es que sea extremadamente supersticiosa, pero comprendo que, si por
cientos de años, millones de persona creyeron en algo, yo necesitaría una
certeza de peso plomo para revertir esa energía añosa palpitando en mi
interior, Me llama la atención, justo hoy, que algo de lo políticamente correcto
se rompe. Justo hoy, donde la imagen de lo que somos se transforma en una
charla violenta y sincera. Justo hoy, cuando mi madre y yo no somos
protagonistas de la tragedia. Ellos se sacaron las caretas, pero el espejo se me
rompe a mi.
Me tiro las cartas sobre el espejo roto. Parece ser un cambio de ciclo
interno. Llenamos la bañera y sumergimos los vidrios sin que nos reflejen en
agua con una buena parte de sal. Son casi las seis y estamos encerrados en el
baño rodeándonos de palo santo. Hacemos caso a todas las brujerías que
buscamos en Internet para salvarnos de los siete años de mala suerte. Como
de costumbre, él pasó de la furia al juego y ríe de mis actos mágicos para
neutralizar el efecto. Nos sacamos la primera foto del resto de nuestra vida.
Los romanos dicen que el espejo no solo refleja el alma, sino que esta
puede quedar encerrada si el vehículo que la conjura, en este caso, un espejo,
se rompe súbitamente. En algunos casos, los espejos no solo capturan el alma
del original, sino que la distorsionan hasta volverla irreconocible. Un caso
particularmente inquietante de espejos rotos y maldiciones se produjo en
1725, fecha de nacimiento de María Sophia Margaretha Catherina von Erthal,
quien, ya en la adolescencia, descubrió que su espejo no solo le devolvía una
imagen más bella y perfecta que el original, sino que este era capaz de hablar
con cierta autonomía. Lamentablemente, María Sophia (el personaje real que
inspiró el cuento Blancanieves) rompió accidentalmente una esquina del
espejo, desencadenando siete años de pésima fortuna. Cuando un espejo se
rompe, afirma la leyenda, también se rompe la conexión entre el original y el
alma. En cierta forma, el alma queda atrapada en esa realidad inversa. De esta
forma, el sujeto queda privado de su alma, de su esencia, dejándolo a merced
de toda clase de calamidades. Algunos sostienen que esta dinámica entre el
alma y los espejos es la que sostiene la novela de Oscar Wilde, El retrato de
Dorian Gray. A simple vista podemos creer que no se trata de un espejo en
absoluto, sino de un retrato, pero el alma de Dorian Gray queda atrapada en
él, una especie de espejo rígido, estático, un sarcófago espiritual que refleja
oscuramente los tintes de su alma corrupta. Ahora bien, ¿por qué la
maldición solo se extiende durante siete años? ¿Qué ocurre después de este
periodo? Los romanos consideraban que el alma se renueva cada siete años,
de modo que solo basta soportar este tiempo de calamidades para volver a la
normalidad. Otros calculan que ese es el tiempo que le toma al alma abrirse
paso desde su prisión de cristales rotos y así volver a su lugar. En la
antigúedad existían varios ritos para contrarrestar la maldición de los siete
años de mala suerte. El alma rota en los cristales debía ser pulverizada. Si no
hay reflejo, siquiera parcial, el problema se resolvía fácilmente. Los
fragmentos del espejo roto debían ser reducidos a polvo. En la Edad Media,
en cambio, se sepultaban los pedazos del espejo roto junto a las raíces de un
árbol. (20)

Ya estoy durmiéndome, me doy cuenta. Parece el primer día de un ciclo


escolar. Me acompaña Fernando hasta la puerta. Entro con mi uniforme.
Todo está distinto, hay escaleras más empinadas y altas, una cúpula nueva
ilumina el hall. Felicito a la directora y le pregunto si habrá algún cambio en la
propuesta educativa coincidiendo con estos cambios edilicios. No me da un
buen pálpito una escalera tan larga y lujosa. ¿Adónde tenemos que llegar? Me
dice que desde ahora se privilegiarán la excelencia y las normas. Que todos los
alumnos subiremos hacia aulas nuevas, donde docentes exigentes nos pedirán
más de lo que podemos dar. No estoy para nada de acuerdo. Le aviso que me
voy a cambiar de colegio si las reglas nuevas son estas. Admiro mi capacidad
de decir lo que pienso sin tapujos. Se denota un año distinto. De la escuela soy
raptada por un equipo de inteligencia coordinado por un hombre de anteojos
negros, que se mueve en un auto de tipo Batimóvil. En el viaje tengo un
ataque de pánico, pero sé que por eso no me van a bajar. Empieza una película
de acción. Percibo que estoy allí para cumplir pruebas. A partir de ahí tengo
varios niveles de conciencia simultáneos. Sé que estoy dormida. Sé que estos
tipos me van a hacer pasar pruebas que son mentira, engañándome acerca de
mi propia muerte. Sé que ellos no saben que lo sé. Estoy en una cueva con
otras mujeres, estamos con los ojos cerrados y tenemos cuchillos. Debemos
obedecer la orden de tirarnos cuchillos entre nosotras. La que sobrevive, gana.
Prefiero morir pronto, pero sé que estoy soñando, y sé que es una tortura
virtual, que en realidad no van a matarnos. A su vez todas tenemos anteojos
que nos proyectan imágenes de suicidios y de estar lastimándonos. En las
imágenes me desangro. En la “realidad” me están poniendo agua entre las
piernas para que crea que estoy muriendo. Estoy en el borde, entre creer la
historia o hacer fuerza para recordar y sacarme los lentes que proyectan. Me
los saco. Solo estoy en una casa oscura. Corro, empiezan a perseguirme para
meterme de nuevo en la Matrix. Sé que el líder de la banda es mi marido y
tengo un hijo con él. Mi hijo llora. También sé que si me acerco obtienen el
grado de hipnotismo necesario para volverme a meter. Me enojo, con un hijo
no se juega. ¿Será un hijo virtual? ¿Estaré durmiendo? Encuentro la manera
de mantenerme despierta con un gotero para ojos. Me pongo dos gotas cada
medio segundo. Mientras tanto me apuro a preparar a mi hijo para
escaparnos. Trato de despistar a mi supuesto marido diciendo lo mareada que
estoy y la cantidad de cuchillos que creo sentir en el cuerpo. Más gotas en los
ojos para mantenerme en “esta realidad”, rápido. Me acorralan, me quedan
solo dos gotas en los ojos y tengo que escapar. Mientras corro recuerdo que
estoy en un sueño y que se me rompió un espejo. Comprendo que tengo que
salir sola, tomo el auto de Batman y manejo a toda velocidad. Me alejo sola,
con dolor. Voy comprendiendo que todo era parte de mi imaginación. En un
momento del viaje la señal se corta, y solo veo una pantalla mal sintonizada.
Acabo de salir y me estoy por despertar. Se me revela un secreto: cuando
vuelva al mundo real todo lo vivido no quedará en la memoria y por lo tanto
correré el riesgo de ser nuevamente seducida a ingresar.
Hay una memoria oculta de vidas oscuras al otro lado del espejo. Cuando
ingresamos en esa realidad no recordamos nuestra vida ordinaria, hasta que
tenemos un pálpito, no somos de allí, nos están manipulando, merecemos la
verdad. Cuando logramos salir, en la transición sabemos que cuando
volvamos a ser lúcidos perderemos el contacto con este aprendizaje y seremos
vulnerables al engaño. Aun así, nos arriesgamos a vivir de nuevo. ¿Algún día
tendremos mayor conciencia de los estados espejos? Esos en los que somos
conscientes de todas nuestras realidades simultáneas y donde sabemos que la
seducción existe, pero la capacidad de elección también. Al estar en el terreno
medio entre dos vidas se nos revela el secreto. Hay una memoria que no está
en la memoria.

19. En mi libro Entrá en crisis abordo el problema de ser un solucionador y la


importancia de entrar en el conflicto para sentirlo y no para resolverlo desde nuestra
perspectiva.

20. Fuente: http://elespejogotico.blogspot.com.ar/


Mi credo 148

Escuchar todas las voces sobre un tema no es sencillo, Parece mucho más
atractivo comprar un gurú, un sistema de depuración corporal o todo lo que
dice un libro de yoga. A veces se vibra con las palabras de alguien, como
recordando algún saber olvidado. Sin embargo, es nutritivo poner en duda
todo. La versión oficial y la alternativa. Hay mucho “pack” sobre
espiritualidad, verdades que vienen en combo, organizaciones donde tenés
que cumplir ciertos requisitos o vincularte de tal o cual manera. Descontfío,
principalmente, de aquellos que quieren evangelizar, convencer o critican
otros sistemas para privilegiar el propio.
Es incómodo leer blogs de detractores de quienes practicamos o creemos
“cosas” con poco asidero científico o como ellos dicen: “Con respaldo de
estudios realizados sin rigurosidad metodológica”. Pero vale la pena conocer
las justificaciones de aquellos que piensan diferente. Algunas de ellas son muy
razonables. El problema raíz es el análisis de un paradigma fuera de su
contexto, o desde el paradigma adversario.
Creo en todo en lo que esté generando vínculo con un ser determinado en
un momento particular. Lo efectivo es la medida de lo verdadero. No creo en
verdades o teorías, sino en hombres y mujeres afectados por sistemas y
síntesis, Si te resulta, es por ahí.
La Biodecodificación Rizoma es una síntesis de un recorrido personal
sobre verdaderas efectivas para mí, pero la metodología está abierta a
transformarse. Somos los terapeutas los que debemos interrogarla, utilizarla y
modificarla. No es el método que nos moldea, somos nosotros que le damos
valor.
Soy creyente de algo más grande. La ley que más me gusta es la de
correspondencia. Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera. Si cada
organismo está compuesto por diferentes tejidos y unidades de vida, todo el
universo funciona así. Somos parte de un organismo más grande, estamos al
servicio de un misterio, cooperamos con un director de orquesta al que no le
hemos visto la cara.
Primero amamos, u odiamos, estableciendo un vínculo con *la cosa”, y
recién después hacemos uso de todas las justificaciones intelectuales, políticas
e ideológicas de nuestra elección hecha mucho antes, desde la emoción. La
emoción elige por su historia, por repetición, por lealtad, por intuición, por
mandatos, por no poder ver la propia sombra.
Ese “algo más grande” es como una fuente. Se puede conectar con ella aun
sin conocer sus dimensiones. Te conectás y una energía suprema te llega. El
error humano no existe en términos de la fuente. Lo que venimos a aprender
lo aprendemos, tarde o temprano, con más o menos sufrimiento. De vivir con
plenitud, entregados a la fuente, se trata el destino. De elegir potenciar lo que
nos nutre, concordar con lo que nos pasa y soltar lo que no nos pertenece.
Así como en las iglesias veo figuras sufrientes a dos metros del piso y
espacios altos e inalcanzables (los hombres pecadores abajo y los santos
151

limpios y mártires arriba), en algunos rituales orientales está presente la


manipulación, basada en estrategias de captación con mantras, sonidos,
posturas y túnicas. Occidente usa a Oriente como un mecanismo de captación
de los relegados de la sociedad, de los que se sienten sapo de otro pozo. Un
triunfo más del capitalismo. Como dice una amiga mía, los hippies suelen
tener padres ricos y los burgueses guías espirituales.
Dejé de creer en todos los objetos y remedios creados para salvarnos. No
es cierto. Ningún medicamento, ni globulito, ni imán, ni flor, ni planta, ni
aceite, ni parche, ni cristal es responsable del milagro de curarnos. Tampoco
un saber, ni un doctor que consiguió ese saber. Lo único que puede sanar es el
vínculo, lo que somos capaces de generar con nuestras herramientas de apoyo,
nuestra autointegración.
Dicen los humanos, que los humanos, mediante nuestra “inteligencia”
vamos a acabar con el mundo. No estoy tan segura. Más bien creo que la
naturaleza creó, mediante la mente humana, la manera de generar saltos
evolutivos inéditos. Hasta ahora evolucionábamos a través de cambios en el
ADN originados por usos y costumbres a lo largo de los milenios. Ahora, el
ADN humano es capaz de modificar su propio ADN. ¿Le ganamos la carrera a
la inteligencia de la naturaleza? ¿O somos parte de ella, y es ella la que a través
de nosotros crea nuevas formas que nos contienen pero que nos superan?
¿Será la Tierra la que nos pegue una patada en el traste cuando ya no nos
soporte?
No tenemos idea para quién estamos trabajando, pero deberíamos
comprender que somos parte de ello, de una inteligencia superior, de la
inteligencia planetaria. Tenemos acceso a la sinapsis de la inteligencia
colectiva, y “bajamos archivos” para nuestra propia vida. Todo está ahí
disponible, desde siempre, como estuvo el sol mucho antes de poder ofrecerle
vida a la célula, pero ahora tenemos la sensibilidad necesaria para tomar esa
información. El problema es que seguimos siendo depredadores, esta vez
mentales melancólicos, que quisiéramos seguir asilándonos y beneficiando
solo a nuestra tribu, cuando el aprendizaje está en ponerse a disposición de lo
colectivo y de la mixtura. Estamos destinados a chocarnos los unos con los
otros, y a poder acceder a información no comprensible, Seremos sensibles a
lo no comprensible. Atemoriza o da paz. Depende de cómo lo mires.

Aquí y ahora, escribí un listado de autocríticas lo más extenso y


detallado posible. Después, identificá quién te dijo o sugirió cada una de
las frases. ¿A quién calificaste, vos, así? ¿Cuál de todas estas calificaciones
que te hiciste te hará cambiar, crecer o evolucionar?
Además, hacé tu propio Credo: en qué y en quiénes creés.
VIEJA Y MORTAL
Me siento vieja 153

Un estudio examinó los cerebros de mujeres que habían muerto,


descubriendo que el 60 % de los cerebros contenía células masculinas. El
microquimerismo es el resultado del intercambio celular a través de la
placenta, pero recientemente se descubrió que esto también ocurre a través
del cuidado maternal propio del amamantamiento e incluso se ha observado
que los gemelos también intercambian células en el útero. Científicos
consideran la posibilidad de que células de un hijo anterior puedan pasarse a
otro hijo más joven a través de la placenta en su posterior gestación. Las
mujeres pueden mantener células microquiméricas de su madre, así como de
sus embarazos, y hay evidencia de que existe competencia entre las células de
la abuela y de los hijos en la madre.
No se sabe del todo cuál es la función de estas células, pero se cree que
pueden participar en la restauración del tejido de manera similar a las células
madre y pueden tener un papel en el sistema inmune. Se ha encontrado una
mayor cantidad de células microquiméricas en la sangre de las mujeres sanas
en comparación con mujeres que tienen cáncer de mama. (21)
¿Quién está vieja? ¿Soy yo? ¿Es mi percepción? Tengo clara a la niña que
ruge y juega adentro de mí, y también a la vieja que está en proceso de
deterioro. ¿Dónde está la mujer?
Tengo quince. Entre mi tía Dora, que va al súper con noventa años y todo
su cuerpo jorobado, y yo, no hay mucha diferencia. La miro quedarse
dormida en el sillón viendo la novela. La miro con ganas de congelarla porque
sé que pronto se va a morir y la extrañaré profundamente. Sus baños de
inmersión, las medias tejidas con hilo y no lana, para que no me piquen, la
bolsa de agua caliente. Quedarse sentada al lado de mi cama hasta que me
duerma. A veces pienso que llegó a los noventa porque nunca tuvo sexo.
Dicen que es virgen. Dicen que de niña no la amaron, que no la levantaban de
la cuna ni la abrazaban. Cuenta la leyenda que amó a alguien con quien no la
dejaron formar pareja. Como hija menor se dedicó de lleno al deber de cuidar
a su madre. Y después a sus sobrinos. Y ahora a los hijos de sus sobrinos,
como yo. En general, vengo a verla, aunque no tengo ganas, porque está muy
sola. Sé que cocinarme es algo importante para ella. Viejita linda. Cuánto
quisiera que llegue a tener en brazos a mis hijos.
Siento el cuerpo cansado, llovido, atrincherado. Retorcido, Ojalá sea
cuestión de tiempo esto de dejar de ser viejo como Benjamin Button. La
creencia de estar fallada ha contribuido con este esquema corporal, en el que
me veo angosta y desvitalizada. Hay escenas en donde me siento fuerte:
amamantando, bicicleteando o haciendo Bioenergética. Quiero hacer que mi
mundo interior se expanda y sea un campo magnético que incluya todo lo
que me pierdo día a día, cuando por estar en mi vejez no estoy en ningún otro
lado.
El problema no es mi vejez, sino la sensación de que se me acaba el
tiempo. Corro. Para llegar a quién sabe dónde. Por miedo a tener una vida
mediocre. Porque mañana puede no haber nada. Un pensamiento basado en
la escasez. Mi mente fijada en los dramas del pasado. Mi cuerpo floreciendo
en el ahora. Yo queriendo actualizar —de una buena vez por todas— la
versión de mí misma. Era más vieja a los veinte que a los treinta. Lo que
rejuvenece no es mi cuerpo, es mi forma de mirar.
Voy al encuentro de La Mujer. Madurando a la niña y deconstruyendo a la
vieja.
Entre los veintiocho y los treinta años, Saturno (el planeta de la ley, el
orden, el trabajo y la realidad) retorna a su lugar inicial en la carta natal.
Durante el retorno de Saturno salí diez veces seguidas sin paraguas en días de
tremendas tormentas con el ingenuo pensamiento de “seguro va a parar” o
“no me voy a mojar, voy al colegio de los chicos y vuelvo”. Lo que cumple un
ciclo, a los veintiocho años (y también a los cincuenta y seis) es el
pensamiento mágico. Tenemos que hacernos cargo de nuestra ingenuidad y
de que las cosas tienen gravedad y consecuencias. Entonces, cuando uno es
capitán de su barco, no es marinero. Cuando se comanda un barco, se escucha
al viento, al cielo, a la marea. Se escucha a la gente. Pero también se toman
decisiones y se sostienen. Incluso cuando se transforman en espacios de
tensión o disputa. Incluso aunque algunos buenos y queridos de nuestros
muchachos no estén de acuerdo, o no se sientan bien representados. No nos
iremos de nuestro rol cuando las cosas se pongan difíciles.
Encontrarnos con el hombre o la mujer que somos, con el adulto que nos
sostiene, requiere dejar de mirar permanentemente a la niña y a la vieja, dejar
de repetir el pasado y de anticipar compulsivamente el futuro. Necesitamos
estar a cargo del barco, de una buena vez por todas.

Las separaciones

Tengo una particular atracción por los finales. Saber qué pasa cuando algo
se agota, cuando las personas se despiden, cuando las carreras se terminan o
las profesiones se desarman. Sería como una pasión/terror por la muerte que
le pertenece a la vida. No soy ingenua del tiempo cíclico. Las cosas avanzan
hasta ser magníficas y opulentas, y luego, sin mucho andar de por medio, se
desinflan, se marchitan, se desintegran.
¿Cuán atractivo y oportunista puede ser ese instante en el que entendimos
que algo se desarma?
Mis despedidas amorosas son postales con olor y música en mi cabeza.
Casi siempre con la letra de El último café en la voz de Julio Sosa (“Recuerdo
tu desdén / te evoco sin razón / te escucho sin que estés / Lo nuestro terminó /
dijiste en un adiós /
de azúcar y de hiel / Lo mismo que el café / que el amor, que el olvido / Que el
vértigo final / de un rencor sin por qué / Y allí, con tu impiedad /me vi morir
de pie / medi tu vanidad / y entonces comprendí mi soledad / sin para qué /
Llovía y te ofrecí / ¡el último café!”.). (22)
Un colchón destartalado en el medio de mi casa. Sé que tenés algo para
decirme. Tenés la certeza de que lo nuestro no es nuestro, que no va para
ningún lado, que no se puede rotular. OK. Rotulemos en un NO profundo,
triste, desarraigado. No puedo dormir esta última noche con vos, no puedo
proyectarme a mañana vacía, sin tu aliento, sin tu olor, sin tu sonrisa. Pero así
es, así somos de sanos, adultos e insensatos. Así nos dejamos ir, porque no nos
queríamos lo suficiente. Compraste facturas, las comimos en la terraza,
llorando al sol, entendiéndonos. Vos tomaste el subte, yo un taxi a la vuelta de
la esquina. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau!
Estoy sentadita, indefensa, esperándote en los escalones de la puerta de tu
edificio. Hace mucho frío, pero venís desabrigado. Te veo llegar sabiendo que
te perdí para siempre.
Viste mis piernas blancas en invierno. Viste mis brazos sin lucha, sin sueños.
Mi pubis aplastado. Hay ravioles comprados. Quiero agua. Estás, pero no
estás. No sé a quién le estoy pidiendo que me alcance el vaso de vidrio. No sé
a quién le estoy mordiendo la espalda y gritando de dolor. Vamos perdiendo a
nuestro bebé. Fue el dolor más injustificado de mi vida. Me subo a tu auto,
pero no tengo fuerzas para ponerme el cinturón. Y no sé cómo abrazarte, para
sanarnos los dos, para pedirnos perdón. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau!
Te acompaño desde las siete de la mañana a hacerte estudios al Hospital
Francés y a la Fundación Favaloro. Queremos que tu trombosis sea puro
pasado. Vamos con tu madre como soldados de batalla a tu lado. Leemos un
libro de chistes en la larga espera. No me mirás. Mastico tus chicles de menta
como mastico tu indiferencia. Son las cuatro de la tarde y salís de la última
ergometría. Te sentás mareado en una calle perdida cerca del Congreso. ¿Vos
me querés dejar? Silencio. Te compro un chocolate y nos despedimos. Lloro
todo el viaje hasta la psicóloga. Pero te agradezco la implacabilidad de tu
decisión, sin vueltas, me depilaste de un tirón. Te quiero. Te llevo en el alma.
¡Chau!
Venimos de Rosario. Un micro frío. Los dos separados por el apoyabrazos,
coche cama. Ya te había dicho que era el final, que ya no siento lo mismo, que
no te espero ansiosa en cada viaje y que no tengo ganas de viajar a Buenos
Aires a verte, Se me acabó el amor. Estás roto, duro, marchitado. Y yo soy
demasiado joven para darme cuenta. Nos subimos al subte en Retiro. Este
será nuestro último viaje. Me bajo yo, tengo que hacer combinación en
Diagonal Norte, vos no. Te beso, cruzo la puerta y te escucho partir en la
oscuridad del túnel, hacia Constitución. Muy cinematográfico. Después me
dedicaste tu primer libro de filosofía. No lo merecía. Te quiero. Te llevo en el
alma. ¡Chau!

Se volvieron a encontrar a la nochecita. Estaban cansados, porque no era fácil


andar solos y para cualquier lado.
Juan y María se abrazaron muy fuerte y se contaron cosas.
Juancho contó, mientras se desataba los patines, que en el barrio tenía un amigo
que se llamaba Bartola.
Marita contó que, junto al quiosco del andén, siempre había campanillas azules y
geranios rojos.
Sé que voy a morir

Antes de morir quisiera tener varios nombres, una vida sin hijos, una con
siete y dos pares de mellizos. Antes de morir quisiera construir una casa en un
lago de un país con clima cálido todo el año. Antes de morir quisiera ser
presentadora de televisión y actriz de cine. Antes de morir quisiera inventar
hospitales del alma para Pinochos malheridos, y también quisiera ser
neurocirujana, trasplantar un corazón y salvar un pingúino. Antes de morir
quisiera haber visto el túnel con su luz al final, y haber vuelto. Antes de morir
quisiera viajar en el tiempo para ir a mi adolescencia a decirme que no me
haga tanto problema. Antes de morir quisiera enamorarme de un hombre
canoso, grandote y esperanzado. Antes de morir quisiera dirigir una revista.
Antes de morir quisiera aprender a hacer una fiesta. Antes de morir, que la
ropa de invierno me quede bien. Antes de morir, que mi casa pueda pintarse
todos los años de diferentes colores. Antes de morir, nuevos sabores, sin
restricciones. Antes de morir, películas de las buenas, y abrazos largos y
nutritivos. Antes de morir, mis hijos ubicados y felices, por favor. Antes de
morir, mis nietos en escuelas libres, vivas y reinventadas. Antes de morir, la
costumbre de nacer y morir dignamente. Antes de morir, tirar la totalidad de
mis pertenencias y volver e empezar. Antes de morir, dejar de hacer las
cuentas para llegar a fin de mes. Antes de morir, fotografiarme, dejar huellas,
crear mundos. Antes de morir, vivir más vidas, ser mosquito, taxista y física
nuclear. Antes de morir, llamarme Lila, Celeste, Blanca, Almendra, Alondra,
Anaconda. Antes de morir, tierra, fuego, aire y agua. Antes de morir, abolir las
salas de espera y las colas. Antes de morir, personajes, escribirlos, vivirlos,
creerles, quererlos. Antes de morir, imperfecta, divergente y múltiple. Antes
de morir, reducir la velocidad y aprender a elegir, sin sentir que me perdí la
mitad de mi vida. La perdí diciendo que la voy perdiendo.
Si no supiera que voy a morir y envejecer mi vida sería distinta. No me
habría apurado por tener a mis hijos, escribir mis libros ni depurar mis
intestinos. Si creyera que cada instante no es uno menos, ni que mis funciones
están sentenciadas a deteriorase cada día, sería verdaderamente libre. Tan
libre que no habría foco ni metas. Tan libre que nada tendría valor ni tiempo.
Tan igual que ayer y que mañana, que no sabría qué desear ni qué cambiar.
Tan libre que podría quedarme días en la cama sin producir absolutamente
nada más que mocos y de-
sesperanzas. Tan libre que muchos podríamos elegir suicidarnos de hastío. de
repetición, de falta de superación. Muchos podríamos elegir volvernos locos,
o ser experimentos vivos de la NASA. Todos, un día, aprenderíamos a poner
nuestras vidas en peligro para que la adrenalina nos cambie, nos limite y nos
transforme. Votaríamos a favor de la eutanasia sin justificación, y nos
entrenaríamos en ser doulos de la muerte, proponiendo nuevas drogas
alucinógenas y comidas de lento entumecimiento. Yo, sin muerte, sería pálida
e insulsa. Mis miedos serían tan grandes como hoy, pero en un tiempo
congelado, enlentecido, decolorado. Dicen que quienes viven menos
intensamente, bajo una actividad metabólica pobre, duran más años, como las
tortugas. Si respirás más lento, latís más lento, tenés menos orgasmos y te
negás a tener hijos, podés asegurarte una década ganada. Resulta que por
ningún lado hay negocio. Te hacen elegir entre sentir y permanecer.
El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber habla de animarse a perder el
tiempo como un acto de resistencia ante la idea de que el tiempo es un
producto que debe ganarse o invertirse. ¿El tiempo viene o nosotros vamos?
¿Estamos llegando a la Navidad o la Navidad se acerca? El tiempo eterno es
lineal. El tiempo nuestro, el de la Tierra y del Sol, es circular. No podés
impedir que tus hijos crezcan, aunque te encantaría que se queden diez años
repitiendo “*babau” en vez de perro, “oruga” en vez de tortuga. No podés
impedir que vuelva el invierno. No podés impedir morir, porque solo la
muerte garantiza la vida. Solo que tus hijos crezcan garantiza que estés
presente en cada nueva palabra y onomatopeya. Solo que el invierno vuelva
permite que se prepare el verano, y solo un gran gran gran caos puede parir
una estrella.

Ya no quiero ser perfecta

Stop. Va de nuevo. Hay cosas incuestionables que no comprendo. Cosas


simples que, si se revisaran, nos cambiarían la vida. ¿Parir acostadas?
¿Depilarnos toda la vida? ¿Tacos para ir a bailar? ¿Protegernos del sol?
¿Juntarnos todos a comer cerdo el 24 de diciembre? ¿Que te traten mejor en
un avión que en un hospital? ¿Ir a comprar al shopping, abierto hasta las
cuatro de la mañana, corriendo al local de descuento de turno? ¿Esperar diez
años en lista de adopción? ¿Resfriarnos todos los inviernos? ¿Tomar dos litros
de agua para tener la piel divina? ¿Consumir leche para fijar el calcio? ¿Tener
un ataque al hígado? ¿Hacerse colposcopía todos los años? ¿Trabajar
trescientos cincuenta días al año para pagar el relax de quince? Usos y
costumbres que parecen hechos. Modas extrañas e incómodas. Sonrío al
pensar que algún día haré la prueba de transformar una idea muy bizarra en
moda, a ver qué pasa.
Nunca más podré confiar en el modelo que los demás me piden que
cumpla. Simplemente porque no confío en su lógica. Tampoco en la mía,
porque soy un ser obtuso y cambiante. Elegir escribir libros y trabajar
independiente me ha quitado vacaciones y calidad en mis vínculos. Fui flaca,
joven y atractiva, y no me sentí satisfecha. Fui una madre presente, y Catalina
acaba de susurrarle a una muñeca: “Mamá tiene el peor trabajo del mundo,
escribe hasta los domingos”.
Tal vez ser perfecta pueda equipararse a morir de vieja, con el cuerpo
disponible, habiendo podido conservar la dignidad de ir al baño sola cada día
y recibiendo noticias de nietos vitales y animados. Creo que ser perfecta es
tener nuevos deseos cada año y comprobar que nuestros hijos no se repiten a
sí mismos. Ser perfectas es aceptar y tomar la vida con la muerte incluida,
riéndonos de no poder, de no llegar, de abandonar luchas intrascendentes.
Sos perfecta cuando renunciás a ser perfecta y eficiente, cuando dejás de
rendir cuenta por tus actos y tus dichos. Cuando la perfección te toma tal cual
sos hoy y no vas corriendo hacia ella. Cuando aprendés que ser equilibrada
consiste en estar permanentemente arriesgada a perder el equilibrio. Cuando
no esperás que te digan: “Te portaste muy bien”. Perfecta es la mujer que
enaltece sus partes saludables y maduras, a pesar de mirar sus partes oscuras y
no crecidas. Perfecta soy, cuando nunca, en ningún lado, me siento sapo de
otro pozo.

Aquí y ahora, ¿qué harías si ya fueras bella/o, exitoso/a, rico/a,


perfecta/o? ¿Qué elegirías hoy si ya fueras todo lo que deseás ser?
¿Qué finales agradecés y por qué?
¿Qué le dirías a esas personas de las que te has alejado?
¿Qué es lo nuevo que se abrió a raíz de lo que murió en el pasado? (23)

21. Fuente: mamanatural.com.mx

22. En mis libros Ensambladas y Con estos restos, ahondo sobre el tema de las
separaciones de pareja.

23. Para saber más sobre tanatología, duelos, fin de vida y trabajar el miedo a la muerte
podés consultar mis libros Con estos restos (LPS, 2022) y Entrá en crisis (Planeta, 2022), o
acudir a mis talleres sobre el tema.
SEGUNDA PARTE - .

El libro de las mujeres que le pusieron el cuerpo


LA BIORIZOMA
Antes de empezar 164

Quise hacer un libro con movimiento, un libro que no es para mi porque


repararme en cada palabra es un efecto secundario. No solo busco que te
identifiques, sino que asistas a un hecho expresivo. Que te conmuevas, que te
preguntes, que te enojes conmigo, que te incomodes, que te armonices. Me
preguntan si no me expongo demasiado. Creo que no me expongo nada.
Aunque quisiese exponerme, no puedo. Las palabras nunca logran contar
quién soy, porque ser es mucho más que un relato intenso. Ser es un verbo
mutable. El texto perdura, mi lugar frente a las verdades del texto cambia, se
renueva. Aun así, me abro, me muestro hasta los huesos. Lo intento, me dejo
ver, pero no puedo exponerme. Mi obra habla de mí, pero no soy yo. Algunos
miembros de mi familia me pidieron que corte extractos en los que aparecen.
Mi padre me pidió que no cuente la historia de sus padres porque
seguramente hiera a sus hermanos: “Esperá diez años que mis hermanos y yo
estaremos muertos”, me dijo. Eso desató una crisis, otra vez mi padre no
prioriza mi necesidad de reparación. Sin embargo, terminó sugiriéndome solo
unos pequeños cambios, contemplando mi visión. Mi madre, aun siendo una
figura pública, se situó en un lugar muy amoroso: darme total libertad para
mostrar con transparencia quiénes somos.
Lo que más me gusta de lo que se me otorga cuando escribo (se me
otorga, no es mío, me viene y después se borra cual abducción extraterrestre),
es el prisma holográfico de puntos de vista que toma el relato. Como una
mamushka. Se hace chiquito y luego grande. Habla la madre, la hija, la
madura, la mujer, la niña, la profesional, la artista, la mediocre. Lo difícil es
contar de qué se trata la obra, porque la obra es una experiencia, no puede
reducirse a una sinopsis, si no, pierde fuerza.
“Violeta, hay gente que no quiere saber tanto”, “¿por qué tanto detalle?”. Lo
sé, Mi manera de contar es irreverente hasta conmigo misma. Es una herida
demasiado profunda la que me lleva a gritar los secretos. Quiero hacer visible
cada imagen como en una película. Quiero desenredar el orden de las cosas.
Visibilizar mi propio nacimiento de hija por fuera del matrimonio oficial.
Decir acá estoy yo, existo.
Sin haber recorrido mi nombre y mi historia una y otra vez, no hubiese
podido colocarme en el rol de terapeuta, ni de docente, ni de creadora de un
método. La primera parte de este libro busca nombrar lo no dicho y armar
redes con mujeres que necesitamos complejidades parecidas. Tenemos
derecho a decirnos quiénes somos y quiénes fuimos. Tenemos derecho a
gritar de miedo. La segunda parte nos habilita a buscar puntos específicos,
botones de activación y encontrar una coherencia en eso que nos permitimos
ver.
Preguntas y respuestas sobre BioRizoma (24)

¿Qué es la Biodecodificación Rizoma o BioRizoma?


Es una propuesta de desprogramación de los síntomas y los conflictos que
incluye el análisis vivencial del árbol genealógico, el encuentro del hilo
conductor de la propia historia desde la gestación y la utilización de
herramientas simbólicas de cambio como meditaciones, constelaciones y
actos simbólicos.
¿Qué se puede biodecodificar?
Un dolor, un diagnóstico médico, un síntoma, un miedo que se repite, un
vínculo roto, un vínculo tóxico, un conflicto emocional, un accidente, un
tormento, un obstáculo.
¿Cómo?
Buscando los conflictos disparadores de la problemática y luego los
programantes: aquellos hechos que en la vida del consultante y durante su
gestación fueron haciendo huella en la misma temática (por ejemplo:
abandono, soledad, abuso), para que en algún momento “explote” afectando el
cuerpo o el mundo emocional.
¿Qué herramientas utilizamos?
El consultante responde un vasto cuestionario sobre su historia. Además,
arma su árbol genealógico. En seis o siete encuentros encontramos el hilo
conductor de su historia. Buscamos “dobles karmáticos” en torno a sus
ancestros. Hacemos actos simbólicos de reparación, meditaciones y
constelaciones rizomáticas, donde el consultante configura a su familia y su
problemática con objetos, fotos familiares y muñecos. Encontramos su
mecanismo y su funcionamiento ante los conflictos y así, reordenamos su
sistema y desplegamos sus posibilidades a futuro.
¿Se asemeja a otras técnicas de Biodecodificación?
No, hacemos la anti-Biodecodificación clásica, porque nadie busca sanar a
nadie, porque amamos leer el pasado, pero no le creemos como si fuera una
verdad radical desencadenadora (de síntomas y conflictos), porque estamos
alienados con la perspectiva feminista, que busca la equidad en una sociedad
de violencias estructurales e invisibles hacia otro “plebe”, bajo,
débil, menor (no solo mujeres), y al que se le reproducen las violencias con el
objetivo de sostener el poder y el control. Porque creemos en el aporte de
innumerables terapias y herramientas de abordaje alternativo y las llevamos a
la práctica, pero no nos casamos con ninguna, porque al final hay mucho que
recuperar del psicoanálisis clásico y de su mirada desprejuiciada y acertada
cuando se aleja de las propuestas que nos venden la felicidad como último
producto más preciado a conseguir. Y porque lamentablemente, la palabra
“biodecodificación”, hoy se asocia a prácticas irresponsables y necias, que
niegan la evidencia científica disponible (como la existencia de los virus y las
bacterias, el valor de la tecnología médica o la esfericidad del planeta). ¿Por
qué llamarle BioRizoma entonces? Porque si bien no se parece en nada a otras
escuelas, nace del aporte de los mismos autores para tomar un camino
divergente, sin dejar de reconocer su origen.
¿Qué es el abordaje transgeneracional?
Es la búsqueda de la lógica de los conflictos que operan nuestra vida a
partir del análisis del árbol genealógico. Todo lo que nos pasa en el presente
responde a un patrón, un patrón de supervivencia que tiene ciertas
particularidades y que afectó a nuestros ancestros tanto como a nosotros.
Buscamos la historia de nuestros antecesores para encontrar la lógica de
nuestros conflictos.
¿Qué otras herramientas ofrece la Escuela de BioRizoma?
Ofrecemos talleres complementarios para el público en general y
terapeutas de todas las áreas, siempre aplicando la metodología a la atención
de consultantes. Algunos de esos talleres son: tanatología, el doulaje de la
muerte, terapia corporal Bioenergética, recursos expresivos, grupos de duelo
para la comunidad y astrología aplicada a la consulta, entre otros.

24. La metodología completa a la que nos acercamos en lo que resta de este libro está
profundizada y detallada en mi libro Entrá en crisis (Planeta, 1EH), donde podrás hacer la
totalidad de nuestros ejercicios y sacar tus propias conclusiones. Entrá en crisis y este
libro fueron pensados como hermanos mellizos.
Actos simbólicos 168

Tu cuerpo está queriendo hacer algo por vos. Tus síntomas son pistas y tus
justificaciones refugios. Todos tus mecanismos inconscientes te han servido
alguna vez. Tu personaje aceitado es un arduo trabajo que parece natural,
pero que te ha permitido sobrevivir cuando no tenías recursos, Recursos se
tienen cuando se es adulto, ahora que sí lo somos, podemos desarmar
nuestras corazas y decirle al cuerpo: “Lo hago yo por vos, ya no es necesario
que me lo muestres, gracias”. Entonces, después de reconocernos, hacemos
algo. Propongo idear actos simbólicos que tienen sus orígenes en chamanes,
brujos y sanadores. Los actos no prometen nada, son acciones cargadas de
sentido. Durante estas “tareas” que se hacen en la consulta de BioRizoma o
fuera de ella, ponemos afuera lo que está adentro, Por ejemplo, si el síntoma
es una trombosis (un coágulo de sangre), el consultante desarma un coágulo
de gelatina de frutilla, lo licúa con sus manos y se lo toma. De esta manera
está tomando su sangre líquida y fluida de forma simbólica.
Mediante los actos realizamos simbólicamente los deseos, las escenas
temidas, los mandatos y la inclusión de los personajes excluidos de la
biografía. Necesitamos ponerle el cuerpo a una acción nueva, disruptiva,
inesperada y cargada de sentido. Podemos, por ejemplo, realizar de forma
simbólica lo que el consultante teme, para descargar su tensión. Si temo
enfrentar a mi padre, dibujo la escena donde le hablo y le escribo una carta. Si
se interrumpió un embarazo, le damos un lugar en casa a esa interrupción
con una planta o pintando un retrato que represente la experiencia. Si
necesito dejar de controlar todo, me animo a regalar la mitad de mi ropero y a
comprar una nueva mitad que nunca antes me hubiese puesto. Si tengo dos
quistes puedo llevar en el bolso dos piedras que los simbolicen y un día
tirarlas al mar a modo de despedida.
Se trata de jugar a inventarlos. Cuando no salen, le preguntamos al
consultante con qué objeto representaría su problema o conflicto. Esa imagen
que surge de “la nada”, viene desde un lugar sabio y profundo de nosotros
mismos, la tomamos como una verdadera puerta, sin poner la expectativa en
deshacernos del síntoma, sino siguiéndolo a él como un guía.

Algunos ejemplos:
Ejercicios de infertilidad por problema en las trompas:
+ Pintar fecundaciones abstractas en las paredes de sus casas.
e Llevar en la cartera una manguerita que representa las trompas libres
y sanas.
Mala relación con el padre:
+ Amasar pan (el trigo representa al padre) y compartir una merienda
con su padre.
Niña que no come:
+ Hacer galletas con formas humanas que representen a cada
integrante de la familia incluyendo a esos excluidos o no nombrados
del árbol genealógico.
Hijo adoptivo:
+ Hacerlo renacer: darse un baño de inmersión junto a mamá como
ritual de nacimiento.
Niña le duele la panza de forma recurrente:
+ Moldear con plastilina un muñeco para el dolor de panza. Elegirle el
color, la expresión y un nombre. Luego acercarlo a una muñeca que
represente a la niña y hacerlo interactuar con ella. Finalmente, le
pedimos a la nena que desarme el muñeco y ponga sus partes en
diferentes platos como si invitara a la mesa a su madre, padre y
hermanos. ¿A quién le daría el mayor bocado? ¿Por qué? De esta
manera vemos con qué personaje familiar tiene mayor implicancia su
síntoma.
La línea de la vida:
+ Colocar una cinta larga en el piso que represente la línea de la vida y
en ella diferentes elementos y alimentos representativos de hechos
puntuales. Ejemplo: Una piedra representa un conflicto, un paquete de
yerba hace referencia al abuelo paterno, una pipa al padre, un turrón
de azúcar al nacimiento del hijo.
Niña con alergia al polar:
Mamá cuenta que, en el octavo mes de embarazo, cuando estaba por
terminar una manta de polar, le indicaron reposo absoluto. Ella
terminó de todas maneras la manta escapándose de la cama.
+ Sentarse en la misma máquina de coser con su hija en brazos y
contarle la historia. “No es el polar la razón por la que podías nacer
antes, sos una niña sana y hermosa”.
Mujer no puede “tragar bocado”:
Dos empleados le están haciendo juicio injustamente.
e Llenar dos botellas (representando a los empleados) de alimento y
dinero (representa lo que la protagonista siente que le están sacando,
“su comida”). Colocar las botellas al aire libre la cantidad de días que
lleva transitando el conflicto. Luego enterrar los alimentos en la tierra
dándole a la madre naturaleza, el poder para que decida redistribuir el
dinero como corresponda. Además, la consultante nos dijo “son dos
perros sabuesos”, le sugerimos que colocara dos huesos de animal en
el congelador para detener la situación.
Autodesvalorización por ser, según sus palabras, “hija del pecado”:
+ Comprar manzanas (el fruto del pecado), la cantidad de kilos que
ella pesó al nacer, luego aplastarlas dentro de una bolsa. La mitad
enterrarla como tributo a la tierra y la otra mitad incorporarla a ella
con dulzura añadiendo miel.
Madre teme por enfermedad cerebral de su hijo:
Visibilizamos enfermedades mentales en su árbol genealógico.
+ Comer una nuez (que tiene la forma de cerebro humano) por cada
integrante floco” de su árbol, repitiendo: “Sos parte de mí, te tomo
como sos”. La última nuez simbolizará el cerebro de su hijo y la
masticará diciendo: “No tenés por qué repetir la historia, tu cerebro
está sano y disponible para todo lo que desees en la vida”.
Traición:
Su exmarido le fue infiel. Ella siente impotencia. Le preguntamos qué
imagen representa su emoción cuando imagina a su ex. Una maza.
+ Golpear con la maza una foto de su ex sobre una piedra. Luego
quemarla y plantar las cenizas en una planta nueva. (25)

A qué suenan las palabras

Reorganizando las letras de Violeta, se forman: aloe, eva, tilo, viola, late,
ave, tela, vela, Oli, telo, love, voi, iva, Veto, ateo, vil, tía, live, velo, lave, veta,
vilo. Los chamanes dicen que esas palabras que están o suenan dentro del
nombre completo de uno deben usarse para atraer lo que uno quiere,
mencionándolas, dándoles poder, porque las palabras atraen a sus semejantes.
Dentro de las consultas nos fijamos a qué suenan los nombres de los
consultantes y de sus familias. Por ejemplo: Rosa pierde un hijo de solo dos
días, Elías. La hija que tuvo después se llama Noelia, y nunca se percató de lo
que significa No-Elias, no está Elías.
Marimar se llama María Martha, pero hasta en el colegio era Marimar. Su
tio murió en un viaje donde se juntan dos mares (mar y mar).
El nombre precede al cuerpo, primero somos nombrados, anunciados,
imaginados, y después nos hacemos carne. Embarazada de Oliverio lo soñaba
Domingo, hasta que supe que un bisabuelo de Matías llevaba ese nombre (y
su abuelo se llamaba Camilo, el nombre con el que nombré al bebé que perdí).
Tuve que hacer preguntas incómodas a mi familia política porque mi marido
no sabía ni cómo se llamaba su abuelo muerto. Solo nombraba a un Osvaldo,
el segundo esposo de su abuela. Lo llamamos Oliverio. No pensamos mucho
en las coincidencias con Osvaldo. Más tarde me di cuenta de que me
emparenté con un Matías Alberto (linaje de Albertos), muy consonante con
mi abuelo Roberto (padre de mi madre que no conocí y al que ella añora y
recuerda como el escritor de la familia, el que tiene el don de la palabra). Un
día, no sé bien quién, empezó a llamar a Oli con una deformación
aparentemente inocente: Oliverto. Oliverio estaba recordando a Roberto y a
Alberto. Además, es doble por fechas de su abuelo Beto (Luis Alberto) y de mi
abuela Elvira (Luisa Elvira). Con Elvira podemos armar “Livero”, y para llegar
a “Oliverio” hay que sumarle la “0”, de Roberto. Yo tan contenta de ponerle un
nombre sin carga familiar, ¡ilusa! El árbol habla, cuenta y pertenece a una
inteligencia superior.
Los nombres hacen mapas en las vidas aún no vividas de los bebés. Así
como los nombres nos preceden, las palabras preceden a las enfermedades, las
gatillan o las disuelven incluso antes de que se manifiesten. “Una palabra tuya
bastará para sanarme”. Las palabras organizan el relato cuando están hiladas
en un contexto de contacto interno con la propia realidad. Las palabras dan
sentido y orden a la reorganización de los tejidos. Es por ello que debemos
hablar con nuestras partes olvidadas y con nuestros órganos enfermos, traer a
la conciencia sus voces, para que no sea solo el “yo” el que arma el relato de tu
vida. Los nombres de las enfermedades son pistas. El inconsciente nombra
“neumo” para expresar “pulmón” y para expresar “neumático”. Inmigrante
suena a migraña, sinusitis es “sin uso”, cataratas es cuando hay un corte en el
devenir de la corriente, y diabetes contiene en su nombre “dia” (dividido en
dos) y “beth” que, en hebreo, significa “casa”, la casa dividida.
Los nombres traen historias que están marcadas en el inconsciente
colectivo y nos pertenecen a todos como cultura compartida. Para hacer este
capítulo investigué a las Violetas que me precedieron. Mi tía abuela Amanda
no quería que mi padre me nombrara Violeta porque aludía al sufrimiento
(aunque también al talento) de la gran artista chilena Violeta Parra, quien se
suicidó luego de ser abandonada por su amor y perder a su hija. Aun así, es la
autora de la canción Gracias a la vida (que me ha dado tanto). Mi padre decía
que me nombraría Violeta por Violeta Rivas, una cantante popular argentina
nacida en el pueblo de mi padre, Chivilcoy. Violeta Rivas (parodiada luego
por Capusotto como Violencia Rivas) se autonombró así artísticamente, y
según Wikipedia, nació un 4 de octubre igual que Parra. Rivas era la ciudad
de nacimiento de Violeta Chamorro, primera mujer en América en ser
democráticamente electa para ocupar la posición de jefa de Estado y jefa de
Gobierno en Nicaragua. Violeta Rivas suena a Violeta Vaz, el nombre con el
que firmé el tiempo en el que acorté mi apellido. Alcides creó la popular
canción No la dejes ir (¿quién es?, Violeta), y Alberto Castillo cantaba el vals
Violeta, que mi abuelo Julio Aurelio Vazquez le cantaba a mi padre, haciendo
de cuenta que la escoba era una guitarra.

Aquí y ahora, dibujá tu nombre como un mapa. En cada letra situá


varios puntos que representen acontecimientos importantes de tu vida.
Por ejemplo “la bahía” de una B larga puede llamarse “la bahía en la que
me despedí de mi prima cuando se fue a vivir al sur”, o una 1 puede
representar “el parto de mi hijo”.
Después hacé un listado de todas las palabras que puedan formarse con
las letras de tu nombre. ¿Qué te sorprende?
¿Qué sabés del origen de tu nombre? ¿Qué personas se llaman así en la
familia y en el mundo? ¿Qué simbolizaron esas personas?
25. Todo este listado lo hice con la colaboración de una exalumna y colega, Celi
Larralde, quien tiene una facilidad especial para idear actos mágicos.
EL HILO CONDUCTOR.
DE LA BIOGRAFÍA
El hilo conductor E

El cuerpo es el mapa. Si el síntoma está en los senos, podemos pensar en


conflictos de nido. Si el problema está en los huesos, que es la estructura,
seguramente tengamos que buscar historias de desvalorización. Sin embargo,
lo que realmente toma importancia no es el mapa, sino la información que
nos da acerca de cuál es el conflicto principal por el que el consultante hace
diversos síntomas o se traba en tal o cual proceso o vivencia. La información
más valiosa se revela luego de analizar muchos factores dentro del abordaje
rizomático y se trata del hilo conductor.
Ejemplo sencillo:
Motivo de consulta: Juan, de cuarenta años, hace tres años que tiene un
miedo “exacerbado e ilógico” (según él) a perder su trabajo.
Desencadenante:
+ Hace tres años comenzó la reducción de personal en su empresa
coincidiendo con el abandono de su novia. Se siente desvalorizado y
cree que, si no pudo sostener ese vínculo, posiblemente no lo vean con
condiciones en el trabajo. Hace tres años tenía la edad en la que se
suicidó su padre por una fuerte desvalorización relacionada con el
trabajo.
Programantes (hechos en resonancia con el desencadenante y con el
motivo de consulta):
«Veinticuatro años. Conflicto de no ser suficientemente bueno cuando
no aprueba por tercera vez una materia que debía promocionar para
“salvar” el año en la facultad. (¿A quién no pudo salvar?).
+ Dieciocho años y seis meses. Su madre le pide que se alquile un
departamento porque ella se irá a vivir con su pareja.
+ Nueve años. “Pierde” en la final de un casting de talentos infantiles.
Cuatro años. Suicidio de su padre por desvalorización laboral. Juan
dijo: ¿No decidió vivir, ni siquiera por tenerme a mf”.
+ Proyecto sentido: (26) durante su gestación los padres esperaban una
nena. “No soy lo que los otros esperan”.
+ Transgeneracional: es doble de su abuela materna, que migró de
Europa tras la hambruna de la guerra. Además, tiene el mismo
nombre que su abuelo paterno, quien fue estafado en su propia
empresa y “dejado” en la calle. Es idéntico físicamente a su padre.
Tiene la misma profesión que un tío que murió en un accidente
laboral.
¿Cuál es el hilo conductor? “No me eligen porque no soy
suficientemente bueno. Nadie me va a salvar”. “No soy competente, me
van a abandonar”.
Abordaje transgeneracional

La vida se produce por medio de dos fuerzas, nuestros padres. Tanto


biológicos como nuestros padres de crianza.
En los casos siguientes veremos cómo nuestros ancestros nos hablan,
acompañan y recitan dentro de nosotros. Son nuestras células las que guardan
la información de sus vidas. Somos nosotros los que cobijamos sus vidas y
podemos transformarlas a partir de reconocerlas y elegir nuestro futuro con
conciencia.
Los padres que nos salen ser están íntimamente relacionados con nuestra
pareja de progenitores. Los profesionales que nos salen ser, también. Las
mujeres que somos, muestran la cara de lo que fueron nuestras abuelas y
bisabuelas. Nuestros mecanismos de huida, ataque y defensa suelen ser copias
fieles de las herramientas que ellos tuvieron en su momento, no de las
nuestras.
De algunos ancestros somos “dobles”. Si coinciden fechas, nombres o
profesiones con ancestros, o nacemos luego de una muerte importante,
estamos haciéndonos cargo de esa historia y tratando de continuarla o
repararla. Las fechas importantes a tener en cuenta son las de nacimiento y
defunción. Y las vamos a comparar con nuestra fecha de cumpleaños y
nuestra posible fecha de concepción (nueve meses antes de nacer). Si hay
similitudes, tomando siete días de tolerancia para un lado y para el otro, hay
coincidencia. Por ejemplo, si mi abuelo murió un 26/9 y yo fui concebida un
18/9, somos dobles. Mi suegra cumple años el mismo día de mi concepción.
Así, mi pareja resonó enamorarse de una doble de su madre.
No todos somos herederos de todo lo que pasó con nuestros ancestros.
Algunos funcionamos como “chivos expiatorios”, algunos somos la papa
caliente o el centro visible del conflicto, y los demás quedan exentos de la
carga. La repartija no suele ser equitativa. Algunos nos hacemos cargo, porque
asumimos la misión de ponerle el nombre propio a la historia de otro (el hijo
“fallado”, el hijo “rebelde”, el hijo “nacido para cuidar a los padres”, el hijo
“sostén económico”). Y algunos escapan a otras latitudes, pero, aun así, en
algún momento deben hacer el camino de regreso a casa, para saber quiénes
son y por qué se han ido realmente. Algunos solo se conocen intoxicados,
otros son eternos negadores. Algunos nombran lo que pasó y otros no
nombran nada. Lo que no es nombrado, no existe. Si mamá no nombró su
angustia, su desamor, su violencia, tuvimos una infancia supuestamente feliz.
Pero nuestro recuerdo dormido vibra empujando una vivencia que no se
condice con el discurso materno. Cuando somos adultos y no nombramos lo
que nos pasa, lo dejamos pasar, lo anulamos. Contrariamente a la casa de mi
marido, en mi casa siempre se nombró lo que faltaba (“A tu tía Dora nunca la
tocaron, a Elvira no la quisieron”). También se nombraba el sacrificio, el
cansancio y lo terrible del mundo. Lo que no nombró mamá lo nombraron
películas que veíamos juntas: Como agua para chocolate, La casa de los
espíritus, La lección de piano, Laberinto, Cumbres borrascosas, El nombre de la
rosa, etc. Lo que no se nombró por nadie fue el placer. Entonces, el placer
parece que no existió. Esa es mi tarea, nombrar y sentir lo que sí nos gratifica
y nos sale bien.
No hacemos genealogía para buscar “la” causa de un conflicto o de una
enfermedad, porque la causa siempre es una maraña de causas indescifrables,
complejas y, sobre todo, sutiles. Buscamos pistas, sincronías y revelaciones.
Encontramos las omisiones, los lugares sinsentido, y prendemos la luz, justo
ahí, a ver qué hay.

Aquí y ahora, armemos tu árbol:


De hermanos, padres, tíos, abuelos, tíos abuelos y bisabuelos: Hacer un
dibujo con: nombres, fechas de nacimiento y defunción, causa de muerte,
edad de muerte, profesión.
Marcar con el mismo color aquellos familiares que te igualan en nombre,
profesión, enfermedades, historias, fechas de nacimiento o muerte. Las fechas
que coinciden no son solo las exactas, sino toda fecha que tenga un rango de 7
días antes o 7 días después de tu cumpleaños o de tu fecha hipotética de
concepción (nueve meses antes de tu nacimiento). Para saber más sobre las
fechas y los dobles, consultá mi libro Entrá en crisis (Planeta, 2022). Registrá
si hubo abortos, muertes tempranas, accidentes, infidelidades y familiares con
tus problemas de salud.
Puede que no consigas todo, de todas maneras, sirve lo poco que logres
averiguar. Si no tenés ningún dato, de todas formas, dibujá un círculo o un
triángulo que represente a ese ancestro.
Este es un modelo orientativo.

Biológicos Ádoptivos

AO AO AOAOAOAO Bisabuelxs
Y A O
AA A O IN O Abuelxs
Ll]

O A O—— Mapadres

0 144 04Adrw 0 Pareja


o Hermanas AP
a reja O A
anterior de Hijxs
mapadre
A M If Separación
énero
O F SL Aborto ZX Gemeloso mellizos

Aquí y ahora, una hoja en blanco para empezar a trazar tu árbol y


subrayar a tus dobles por fechas, nombre, profesión, secreto o diagnóstico.
26. El concepto de proyecto sentido, desarrollado por el psicólogo francés Marc Frechet,
trata de reflexionar sobre los programas inconscientes que el bebé recibe de sus
mapadres y adultos maternantes en el periodo que va desde la concepción hasta los
primeros años de vida. El proyecto sentido de cada persona comienza antes de su
concepción porque se trata del contexto emocional, social, político, cultural y vincular
de sus mapadres a partir de la llegada al mundo psíquico de estos.
EL APORTE DELAS .
HERRAMIENTAS
SIMBÓLICAS
Lenguajes simbólicos 18

El chamanismo que practico es un acercamiento a técnicas ancestrales, sin


necesidad de ingerir nada, simplemente abriendo las puertas de nuestra
percepción espiritual. El chamán es aquel que *ve en la oscuridad”. Y la
oscuridad, a veces, es nuestra vida cotidiana, cargada de obligaciones y
repeticiones. No por practicar ejercicios chamánicos somos chamanes o
especialistas, En este caso integramos parte de la cosmovisión hawaiana al
trabajo en Biodecodificación Rizoma.
Como astróloga me enfrento al prejuicio de mucha gente. El prejuicio
nace del desconocimiento: los astros no nos determinan, sino que el cielo
espeja el caudal energético que vive la Tierra en el momento del nacimiento.
En mi libro Dar la teta (DNX, 2014) detallé mi visión sobre la astrología.
También hablé sobre los seis signos del zodíaco con sus dos polos y sobre lo
implorante de conocer nuestra carta natal, que conforma nuestro mapa
energético matriz y a su vez marca todas nuestras potencialidades. De
ninguna manera podemos predecir el futuro, lo que sabemos hacer es ver cuál
es el aprendizaje esencial de la persona, y cómo sus desafios, talentos y
detrimentos se relacionan con la temporalidad que atraviesa. Mediante el
análisis de los tránsitos y la revolución solar (esa carta anual que se lee sobre
la natal y que va de cumpleaños a cumpleaños), vinculamos el aprendizaje
principal del consultante con el momento presente. La carta nos muestra que
todo lo que nos sucede” y las personas que “se nos cruzan” no son otra cosa
que partes de nuestra estructura energética. Antes de pedirle al universo que
cambie, podemos tomar las riendas y cambiar nosotros. Tal vez después, el
universo, responda “mágicamente”.
Cuando le conté a Cata que todos tenemos un animal de poder, sentí en
su cuerpo una alegría tremenda (como el día que “se dio cuenta” de que podía
ser ella la reencarnación de su amada Gilda). Bailaba y sonreía pensando en
cuál sería el suyo. Nos dispusimos a meditar juntas para visitar nuestros
jardines interiores. Pensé que encontraría una ovejita o un caballo alado que
tanto le gusta, pero me dijo que vio un murciélago. Uno de esos a los que
teme en la vida “real”. Estaba encantada con su murciélago, me preguntó si
podía ser la encargada de contarle a su hermano que él también tiene un
animal de poder, y si podía buscarlo por él hasta que creciera.
El chamanismo aporta ejercicios donde el consultante puede conectarse
con la parte más sabia de sí mismo. Hay una respuesta que llega desde un
lugar muy intuitivo. Las fuentes de poder están en la naturaleza, los guías y los
objetos cargados de sentido. Cuando queremos bucear en el pasado,
simplemente accedemos al síntoma que nos perturba en el presente, y en ese
síntoma está la llave de aquel pasado, vivido hoy, detenido en el tiempo, un
pasado doloroso, abierto, que de pasado no tiene nada.

Algunos ejercicios:
1. El jardín interior: con los ojos cerrados y el cuerpo relajado imaginá
algún lugar de la naturaleza que te guste. Luego imaginá que te metés en un
pozo, hueco o escondite. Vas a atravesarlo y a partir de allí se abrirá el mundo
“al otro lado del espejo”. Vas a visitar tu arquitectura interior. Será un lugar
donde pasear, conocer y vivir que visitarás periódicamente.
Luego explorarás el mundo de arriba y el de abajo. Desde tu jardín
encontrarás maneras de subir a planos más altos, y lo mismo hacia abajo.
Arriba solemos encontrar a nuestros guías, los conocemos, les pedimos
asistencia, mensaje o ayuda. Y abajo solemos encontrar a nuestro animal de
poder, el cual nos da fuerza y vitalidad para resolver algo puntual o general,
Todos tenemos varios animales y guías, y a veces cambia según la época de la
vida. El vínculo con nuestro guía se hace con la práctica y dejando que se
sucedan las imágenes. Hay personas que tienen más desarrollada la
visualización, otras las sensaciones auditivas o kinestésicas. No te preguntes si
estás inventando, eso no influye para nada en el resultado.
La última vez que visité mi mundo de arriba se apareció un globo
aerostático. En él me transporté arriba de las nubes y luego subí por una
rampa de material que me mostraba el camino hacia una pequeña casita de
madera. Cuando entré vi todo hecho de hilos de colores. Todo. Había
diferentes habitaciones y en ellas hombres y mujeres tejiendo esos hilos.
Pareciían muy organizados. El techo era como ver la Capilla Sixtina, formas y
dibujos hechos de tejidos. Me recibió una viejita: Hilaria. En ese momento
recordé una muestra maravillosa de los arcanos del tarot que vi en Rosario,
Los arcanos de seda, de Silke. Hilaria me mostró que los hilos seguían para
abajo y que atravesaban las nubes. Comprendí que ellos tejían mi realidad allá
abajo. “Puedo tejer yo?”, pregunté (no sé tejer, pero allí arriba parecía que sí).
Hilaria me dijo que sí, que uno puede, de a ratos, ser el guionista de su propia
película y que puedo visitarlos y ver cómo ellos están haciendo el trabajo de
tejido respecto a mi próxima misión. Luego bajé contenta con el globo. ¿Qué
quiso decir? La interpretación es únicamente mía, no hay otro que traduzca lo
que sucede allí. Nos guiamos por intuición o certezas no razonables.
El chamanismo distingue “personalidad” de “alma”. La personalidad es esa
parte que construimos para sobrevivir y con la que nos identificamos. El alma
es el todo, la materia prima, los hilos, la totalidad de todos nosotros, lo que
somos y lo que creemos que no somos. La personalidad puede tener una
vocación, pero el alma tiene misiones. Quien toca las partes profundas de sí
mismo se desapega de sus elecciones, trabajos y nombres propios, y toca el
color de sus propios hilos. Cuando eso sucede se nos abren caminos donde
recuperamos el para qué, que siempre está en concordancia con el deseo
profundo y con el bien supremo de todas las cosas. Si estamos en una
situación que no sabemos cómo resolver, podemos dejarla en el jardín
interior. Como entregándole el problema o la decisión al alma.
2. Cuando tenemos pesadillas podemos recordar el sueño tal como fue y
cambiar el final, revertirlo, como quien ve una película en su propia mente.
Eso tiene efectos sedantes sobre el sistema nervioso central.
3. Todos tenemos creencias limitantes, uno de los principios del
chamanismo huna es: El mundo es lo que uno cree que es. Una creencia
limitante es, por ejemplo, “tendría que haber hecho otra cosa”. ¿Qué
sensaciones aparecen en tu cuerpo cuando pensás en esa creencia? ¿Cómo
están los músculos? ¿Sentís que sirve de algo conservar esa creencia? ¿Puede
evitar que la próxima no te equivoques?
4. Todos podemos desarrollar la telepatía. Una prueba es imaginar a una
persona con la que queremos comunicarnos telepáticamente varias veces por
día y enviar un mensaje.
5. Podemos imaginar que nos hacemos uno con un ser que admiramos y
cuando estamos como dentro de él, tomar una habilidad o su visión sobre
algún tema en particular.
6. En nuestro jardín interior nos podemos comunicar con todo.
Aprendemos que todo habla. Podemos estar frente a una puerta que no abre y
tratamos de concentrarnos en la llave, pedimos ayuda no convencional. Tal
vez llegue un mensaje sobre qué hacer o cómo resolver el imprevisto. Algo
pasa, como si la llave te hablara. No es necesario saber si es realmente la llave
la que habla, pero uno encuentra respuestas inesperadas dentro de sí mismo a
situaciones completamente cotidianas.
7. El chamanismo dice que todos tenemos partes de nuestra energía
fragmentada en momentos del pasado. Esos conflictos vividos y no resueltos
están en nosotros, viviendo, en un pleno presente. Las partes nuestras no
crecidas, que se han quedado pegadas a momentos traumáticos de nuestra
historia, nos pertenecen, pero no están en comunión con lo que somos hoy.
Es por eso que hay que traer a ese “niño/a” dolido/a, desilusionado/a y
violentado/a, a vivir con nosotros, recuperando parte de nuestra alma
perdida. En su momento no contamos con los recursos para transformar esa
situación, hoy sí.
Sé que en mí conviven Violetas de todas las edades, y siento que el primer
impulso para responder a cualquier pregunta, demanda o reclamo es salir
desde Violetita dañada. Violetita salta, pide pista, quiere cubrirse y defender
su territorio. Violetita salta en la pareja, salta cuando Cata discute, salta
cuando su mamá reclama. ¿Y con quién se encuentra Violetita cuando salta
como leche hervida? Con Maticito, Catita, Chiquita, compañerito, jefecito,
exalumnita. Entonces Violeta se imagina un imán a lo largo de su columna
donde trae a sí toda su energía dispersa y a sus Violetitas guerreras, y vuelve a
empezar desde el centro. Cuando sale a comunicarse de forma adulta, sabe
que nadie puede hacerle daño, que ya pasó hace mucho tiempo, que todo
cambió. Cuando está adulta ya no importa si la eligen, si no pasa el casting de
los demás. Tu yo adulta no se presenta a ningún casting.
Para recuperar parte de tu alma congelada acudís a tu jardín interior y
pedís una escena traumática de tu pasado. Te observás en ese momento.
Cuando la escena termina, te acercás a vos mismo y entablás un vínculo con
ese que “fuiste”.
¿Qué necesita? Vas a dedicarle un día imaginario, donde abrazarse, conocerse
y calmarse juntos. Luego lo vas a invitar a ver, cronológicamente, todo lo
bueno que va a pasarle después, a pesar de ese hecho traumático. Ese yo
“pasado” te acompañará a ver tu crecimiento, logros y afectos, hasta llegar al
presente. En el presente se funden en un abrazo y expandís la energía
recuperada por todo tu cuerpo. Además, pueden ir juntos a visitar el futuro, a
una imagen sanadora de tu porvenir. Recordá que todo está en presente. Para
la parte más sabia de vos misma, el tiempo no existe, todo converge y es
accesible hoy.
8. Cuando hay un síntoma físico o tejido afectado vamos a viajar al tejido
y convertirnos en él. ¿Cómo soy siendo este quiste? ¿Cómo huelo? ¿Qué
forma y qué color tengo? ¿Cómo es mi textura y mi temperatura? ¿Qué
necesito? Si pudiese hablar, ¿qué diría? Si pudiese proponerte algo, ¿qué sería?
Si pudiese transformarme, ¿en qué me transformaría? Si pudiese venir a
mostrarte algo, ¿qué sería? Si pudiera contar un cuento o cantar una canción,
¿Cuál sería? Si fuera un objeto, ¿cuál sería? ¿Tengo miedo? ¿Qué necesito para
sanar?
9. Tomar un café y dialogar con mi columna vertebral:
Violeta: La verdad, me das lástima, sos asquerosa. Lamento que no hayas
podido mantenerte derecha y te haya vencido una infancia mediocre. Con tus
curvas apretás otros órganos que necesito sanos y me hacés ver horrible,
jorobada, débil y vieja. Te soldaste así, cuando deberías haberme dado eje,
sostén y estructura. Podría haber sido esbelta, de pecho al frente, pero por tu
culpa soy hundida, encorvada y vencida.
Columna: ¡Qué triste escuchar todo esto! Siempre te compensé. Con mis
curvas logré darte estabilidad y permití todos tus movimientos. Dentro de lo
que pude traté de pasar inadvertida y hacerte sentir segura.
Violeta: Pero ¿por qué no te salió?, ¿por qué no pudiste mantenerme
derecha?
Columna: Porque compensé tus desequilibrios. Encorvarnos es una
herramienta que tengo para salvarte. De esta manera, podés soportar más
peso y estás protegida. Yo no puedo darte orden, no soy tu padre. Me
acomodo, soy flexible y casi no te hago saber de mis dolores.
Violeta: Entonces, ¿quién nos hizo esto? Si vos sufrís, y yo sufro...
Columna: Yo ahora tengo que pedirte cuidados, mimos y respeto en el
movimiento. Lo que hago, lo hago en silencio para que no te enojes, te tengo
miedo, sé que no te gusto.
Violeta: No me gusta cómo sos, pero te respeto, respeto tu trabajo y
entiendo que he sido muy dura con vos. Perdón. Quiero que me digas cómo
puedo colaborar.
Columna: ¿No te gusta la gente que no es derecha, la que se acomoda a las
circunstancias o hace simplemente lo que puede?
Violeta: Nunca me permití ser así. Me gustaría. Bah, me gustaría
desplomarme y que vos me sostengas.
Columna: Podés hacerlo, hagámoslo en el piso.
Violeta: Pero quiero que sea así todo el tiempo. Quiero tener una columna
que no tengo.
Columna: Sí, yo aprendi de vos, quiero ser alguien que no soy.
Violeta: Sí, mi ideal de mujer es esbelta y se come el mundo con los
hombros y con las tetas. Yo soy diferente.
Columna: Lamento que te trates así, yo te quiero. Desde acá adentro todo
se ve muy armonioso y todos somos buenos vecinos.
Violeta: Siento que me estás dando una lección que no puedo aprender.
Gracias. Pero no sé cómo sentirme bien conmigo, ni con vos. En principio te
pido disculpas. No quise hacerte daño.
Columna: No te preocupes, gracias por mirarme como soy, te estaba
esperando.
Violeta: Perdón.
Columna: Estoy acá, seguiré haciendo lo mejor que pueda para que estés
bien.
Violeta: Gracias, haré lo mejor que pueda para que hagas tu función. No sé
si llegarás a gustarme, pero tu forma de reponerte y conservar tu movimiento
me maravilla.
Mientras no estemos del lado del órgano o de la parte excluida, no
podremos hacernos cargo de nuestra evolución ni tomar el poder de
curarnos. ¿Cómo empezar? Decidiendo ponerle límites a nuestro
automutilador.
10. Pedile permiso a tu madre para escuchar su corazón. Basta con poner
tu oreja sobre su pecho. Quedate allí un ratito con los ojos cerrados y sentí.
Cuando lo hice tuve una sensación muy corporal y conceptual a la vez.
¿Cómo hice para vivir veintinueve años sin ese ritmo tan mío, en completa
soledad? Estoy segura de que nuestras cuarenta semanas de gestación dejan
una huella y después de nacer, tal vez, todos nosotros, atravesamos un silencio
espeluznante.
11. En esta imagen dibujá tus partes conflictivas. Primero hacé un escaneo
interno de cómo está tu cuerpo. Dibujá tus cicatrices, dolores, afecciones.
Dibuja ese “nudo en la garganta” o esa “mochila en la espalda”. Dibujá tu
infección urinaria. Puede aparecer una nube celeste en la pierna derecha, o
burbujitas grises que remiten a la ansiedad en medio del pecho. Si pudieses
localizar allí tus miedos, ¿dónde estarían?
El cuerpo se hace cargo

Tu enfermedad es una prueba de que tu cuerpo está sano, vital y haciendo


todo lo posible para recuperar el equilibro.
Es evidente que todo se gesta en su opuesto: el verano en el invierno y la
noche en el día. La salud se gesta en la enfermedad, donde la alarma interna
suena, uno vuelve a medirse y se encuentra consigo mismo.
189

El paradigma médico actual, que privilegia la tecnología y fragmenta la


atención en subespecialidades, está engendrando una semilla profana: la de su
propia destrucción. De no ser por la rigidez del paradigma imperante no
tendríamos tantas fuerzas alternativas. De hecho, no sería falaz decir que los
movimientos alternativos más interesantes surgen y toman fuerza gracias a la
medicina tal como es hoy. Queda en evidencia que debemos complementarla
y si ella no permite el ingreso de nuevas técnicas menos cuantificables, estas
no tardarán en reemplazarla.
¿Hace cuánto tuviste tu última fiebre? La mía fue hace poco. Ya no
recordaba esa sensación de calor y frío, de cuerpo agotado. ¡Todo lo que pasa
en un día! Cada hora es distinta, todo puede empeorar o mejorar levemente.
A veces puedo hacerme un té, y al rato no puedo ni arrastrarme al baño. Sé
que es una fiebre inocua, pero no dejo de sentirme parte del grupo de los
“moribundos”. Imagino a cada paciente en su cama de hospital, viendo cómo
las horas no pasan y la imagen de estar saludables paseando por calle
Corrientes parece una utopía. Cuando estamos enfermos no tenemos más
remedio que estar en el presente. No podemos planificar ni saber cuántas
horas deberíamos dormir. Nos encontramos comiendo o viendo una película
de cable a las cinco de la mañana. El mundo sigue andando, nosotros no.
Tememos no recuperar la vitalidad nunca más. Una hermosa oportunidad
saturnina para que el obstáculo nos invite a vivir la vida interior, por más
vacía o desordenada que esté. Enfermarse es como estar sin wif1 o solo en
medio de la tormenta en la ruta más inhóspita. No hay mucho con qué
distraerse.
Creemos que el cuerpo no es suficientemente bueno y en general
rechazamos al órgano que está afectado, tratándolo de inútil, débil o
trastornado. El cuerpo es una maquinaria inteligente que toma decisiones
emocionales, La integración permite la salud, y la integración depende de
nuestra arrogancia. Estoy segura de que, si tratamos a nuestros órganos como
hijos desobedientes, insuficientes, depresivos, abúlicos, malos o
inútiles, no cumplirán sus funciones de forma saludable. ¿Quién pudiese
hacerlo? Patologías como el cáncer, enfermedades mentales y las autoinmunes
parecen venir de “adentro”. No se trata de intrusos, sino de nosotros mismos,
partidos, fragmentados, rechazándonos. Recuerdo un terapeuta gestáltico que
me dijo: “Tu enfermedad no es la depresión ni la ansiedad ni el pánico, sino lo
que tu ser arrogante hace con ellos”.
Conocemos muy poco acerca de cómo funciona nuestro cuerpo, ¿Qué
hace el corazón? Dar lo mismo que recibe, parar lo mismo que acciona. ¿Qué
hace el útero? Prepararse cada mes para proteger la vida que la mayoría de las
veces no sucede, sin rencores limpia y empieza de nuevo, pasa años esperando
servir. Nos perdemos la maravillosa tarea de dialogar con nuestros órganos
afectados conociendo sus esfuerzos y funciones. Cuando conocemos qué
hacen, cómo lo hacen, y podemos ponernos al servicio de eso, valorando su
acción, con humildad, el órgano estará liberado, energizado y listo. Como lo
estaríamos cualquiera de nosotros ante un acto de confianza, valorización y
humildad provisto por un coordinador.
En general, el cuerpo habla ante una negación. Rechazamos las cualidades
del órgano afectado en nosotros y en la vida, como si esas cualidades nos
alejaran del ideal que tenemos acerca de nosotros mismos, de quiénes
queremos ser. Si hay un órgano pasivo, blando, de mucho contacto con el
exterior (por ejemplo, los pulmones), es posible que un consultante parado en
un lugar masculino y competente lo rechace, como rechace todo vestigio
pasivo y servicial de sí mismo, por miedo a perder el lugar de poder.
Los músculos guardan las memorias inconscientes y reaccionan con
fidelidad, protegiéndonos de aquellos malos tratos que nos dieron y nos
dimos. No me cabe duda de que las enfermedades depredadoras (invasivas o
sistémicas) tienen un componente transgeneracional que las gatilla. Desde el
presente, somos nosotros los que podemos hacer un acto de resistencia y, sin
dejar de pertenecer al sistema familiar, contentarnos con quiénes somos y
elegir hacer un cambio verdadero, profundo y fundador de un nuevo
programa: liberarse de repetir la historia. Para reparar necesitamos adoptar
una posición nueva, revolucionaria y a veces incómoda. Pienso que esta
posición no debe excluir ninguna medicina, no es necesario dejar afuera
ninguna ayuda. Pero la clave es rebautizarnos, elegirnos, limpiar capas y saber
que la sanación no tiene punto de llegada. Seamos el punto de partida.
Además, todas las enfermedades son crisis depurativas, donde el
organismo se limpia. ¿De qué? De tóxicos. Cuando los tóxicos que entran
superan la capacidad de eliminación del organismo, colapsamos. La capacidad
de reparación es directamente proporcional a la capacidad de los tejidos de
oxigenarse. ¿Cuáles pueden ser los tóxicos? Alimentos, resentimientos,
vínculos, resistencias. Vivencias que dejaron nuestra alma fragmentada.
Vivencias que no pudimos poner en palabras. Vivencias donde somos
máquinas repetitivas. Negar emociones, situaciones y necesidades. ¿Qué nos
oxigena? Llorar, hablar, sentir. Evitar azúcares, procesados, lácteos y harinas.
Comer vivo. Vitaminizarnos. Tomar sol. Salir a caminar. Darnos baños de sal.
Cambiar de aire. Viajar. Elongar. Tomar altas dosis de vitamina C y D,
complementos de magnesio-zinc y omega 3. Conocer las infusiones de
plantas medicinales. Decidir sin mirar atrás. Expresar la ira y luego
preguntarnos, ¿cómo actuaría en esta situación sin miedo ni ira? Bailar.
Enamorarnos. Dar la teta. Cambiar de trabajo. Aprender a alternar los
momentos de tensión con relajación, como un latido. Asentir a lo que somos
hoy y a lo que hicimos ayer, con todas las consecuencias, haciéndonos capaces
de dar respuesta, sin castigo. Haciendo la pequeña revolución, la que hacemos
todos desde nuestro cuarto. Esa que parece imperceptible y a lo largo de los
años hará la diferencia.

Aquí y ahora entablá una conversación con tu órgano afectado. Sentate


frente a un almohadón y hablale como si fuese tu síntoma o tu órgano.
Luego serás vos el órgano, hablándote a vos en una silla vacía. ¿Qué
función y característica del órgano afectado criticás? ¿Qué hace el síntoma
que deberías aprender a hacer vos por tu vida?
Por ejemplo, mi trompa obstruida me dice: “No quise hacerte daño,
necesitaba que algo quedara adentro de vos, siempre dejas ir todo, no te
quedás con nada, no te plantás ni nunca fuiste un obstáculo para nadie, si
no te ponés un tapón vos y dejás de pasar desapercibida, yo tengo que
hacerlo por vos”. Pasar desapercibida siempre fue un valor en mi familia,
en cambio saber poner límites significa ser “un soberbio”.
Dejá registro de esa conversación aquí abajo.
HISTORIAS BASADAS .
EN HECHOS REALES
Para descubrir nuestros potenciales ocultos, primero biodecodificamos 12
nuestras partes olvidadas.
Los casos de las siguientes páginas fueron acompañados por mi equipo de
terapeutas. Si bien la mayoría de las situaciones son verídicas, hemos
combinado algunos detalles para lograr dos cosas: respetar el anonimato de
nuestros consultantes y ejemplificar de manera sencilla el tipo de tarea que
realizamos. Esta sección no hubiese sido posible sin la colaboración activa,
para el armado y la recopilación, de Gerardo Accastello, colega terapeuta,
educador y amigo.

a
María: cáncer de riñón
Descubriendo el propio camino

María es religiosa y trabaja como educadora. Tiene cuarenta y cinco años.


Es soltera y célibe. No tuvo hijos. Quiere biodecodificar su cáncer de riñón.
“Mi papá era un hombre sencillo, trabajador, emotivo. El menor de tres
hermanos. Herrero y profesor. Mi mamá, en cambio, de carácter fuerte,
trabajadora, poco afectiva, controladora. Estudió el secundario en un
internado de religiosas lejos de su familia. De niña sufrió abusos. Se dedicó a
algunas actividades comerciales y a llevar la casa. Estuvieron juntos hasta la
muerte de él a sus sesenta años, cuando falleció de cáncer de hígado.
No tengo mucha idea de qué sentían mis padres durante mi gestación y
parto. Sé que vine demasiado seguida luego de dos hermanos y que mi llegada
les trajo complicaciones para criarnos juntos. En los primeros meses tuve
broncoespasmo, me asfixiaba y parecía que me moría, me tenían que llevar
urgente al médico. A mis padres les implicó darme muchos cuidados y en
cierta manera no atender a mis hermanos mayores que quedaron a cargo de
unos tíos. Nos prestaban más atención cuando enfermábamos.
Durante la adolescencia tuve muchos amigos y amigas del barrio, del
colegio, de deportes. Con uno de ellos me puse de novia a los dieciséis años
hasta que a los veinte me fui al noviciado. Fue muy dura la separación con mi
novio. De sexualidad nos hablaban poco. Todo era muy reprimido.
El trabajo social y la labor con los jóvenes fueron mi escape de la vida
sentimental. Me enamoré varias veces, y de manera más profunda hacia los
veintisiete años, pero siempre reelegí mi vocación y no profundicé el vínculo.
Empecé a sentirme muy cansada hacia los veintinueve años, sobre todo
por el trabajo social en contextos de mucha pobreza. En esa época tuve
vitíligo en manos, codos y genitales. A los treinta y ocho me enfermé de
cáncer de riñón y me extirparon el riñón derecho.
Hice metástasis en la cicatriz del riñón a los cuarenta y en el pulmón a los
cuarenta y dos. Me hicieron un año de quimio y luego me operaron a los
cuarenta y cuatro. De esa operación me quedaron algunos nódulos en pulmón
que me siguen controlando.
Los hechos que recuerdo como más traumáticos son: la muerte de mi
padre, una internación larga cuando contraje una infección después de una
operación y la separación de mi novio a los veinte años.
Creo que no hice el duelo por la muerte de mi padre, ni el duelo de la
renuncia a mi vida sexual activa por mi celibato”.
¿Qué significa ese Órgano o tejido para vos, para tu cuerpo, para la cultura
y para tu familia? “Para mí la piel es la presentación al mundo, a los demás, la
necesidad de mostrarme, y de contacto físico. El riñón es filtro de emociones
y represión”.
¿Qué pasó el año anterior al diagnóstico? “Del vitíligo creo que fue la
represión de un enamoramiento fuerte. Del cáncer fueron dos o tres años de
muchas tensiones en el trabajo, viajes, duelos y pérdidas trágicas en el
asentamiento donde trabajaba, y una pelea muy fuerte con algunas
compañeras de vida en las que confiaba”.
Hay un predominio de síntomas en su lado derecho del cuerpo. Tanto el
cáncer inicial como los secundarios están en su lado derecho. Para un diestro,
el lado derecho, representa a los colaterales o consanguíneos, o sea, a aquellas
personas con las que nos relacionamos de igual a igual, como parejas,
hermanos, amigos y socios. Además, el riñón tiene que ver con la
purificación, la necesidad de contacto con el mundo emocional (por el
elemento agua), con la falta de dinero (por la “liquidez”) o con sentirse
“ahogado” en el territorio. Los órganos donde María hace los tumores
pertenecen al endodermo (son adenocarcinomas), esto quiere decir que
hacen masa cuando están activos y detienen su crecimiento cuando se
resuelve el conflicto, Que haya hecho una metástasis sobre la propia cicatriz
de la primera operación de riñón, donde ya no había tejido de riñón, muestra
que lo que no estaba resuelto era el conflicto.
Las metástasis implican conflictos que están en relación con el diagnóstico
original. El hígado simboliza la carencia, el miedo a morir de hambre o a dejar
a otros carentes. El pulmón simboliza el miedo a la muerte por ahogo (se trata
de un ahogo simbólico) o miedo de sentirse atrapada en su territorio.
Por su parte, el vitíligo denota sentires del tipo “estoy manchada”, “quiero
desaparecer”, “pierdo mi identidad”. No casualmente aparece en genitales,
codos y manos, partes del cuerpo que estarían en pleno contacto con ese
varón por el que siente un deseo intenso cuando surge el vitíligo, pero lo
reprime por su elección con la Iglesia.
Durante la consulta descubrimos que ella se fue de la casa a los veinte,
igual que su tío de quien es doble. Nueve años después surgió el vitíligo
cuando se fue de una ciudad donde dejó un amor y una casa para seguir con
su tarea religiosa. Otra vez, nueve años después, surge su cáncer de riñón
cuando se siente defraudada, intoxicada y apretada en su territorio laboral. En
ese momento también tiene que correrse de un lugar de pertenencia. Hoy
siente necesidad de hacer una pausa en su vida religiosa.
¿Qué se repite? El destierro, la culpa, el no hacer lo que siente, la duda. A
su vez lleva una historia de represión sexual, su madre fue abusada y no
maternó físicamente a sus hijos. Como la manera de recibir atención era
enfermarse, María sabe que *si me enfermo, me tocan”. Pero a su vez, “si me
enfermo, lastimo a mis hermanos que son dejados de lado (colaterales, lado
derecho)”. No pudimos averiguar más pero el broncoespasmo en la infancia
puede significar que hubo memorias de muertes por ahogo o suicidios en el
árbol genealógico.
María es doble de su padre y de su tío materno por coincidencia de fechas.
Su padre murió de cáncer de hígado. Le preguntamos qué rol tomó ella
cuando su padre murió y en qué pudo estar “repitiendo” al padre o al tío. De
ambos siente que repite el valor por el esfuerzo y el sacrificio,
Los conflictos que hacen huella en ella tienen que ver con su hermano, su
pareja, un amor que no fue y hoy con sus compañeros de trabajo. Parecía que
habíamos encontrado el meollo de la cuestión cuando nos confiesa que tiene
una certeza interna: que en la panza de su mamá no estaba sola, había una
hermanita que no nació con vida, sino que fue “perdida” durante la gestación.
Cuando lo cuenta se emociona. Le preguntamos si tiene nombre esa
hermanita (su complemento, su lado derecho), y nos dice: “Mariana”. No
casualmente ella se hermanó en una congregación de Hermanas Marianas. Le
explicamos que puede tener un programa inconsciente de “si yo vivo, mi
hermana muere”. Que se parece a “si me enfermo, me miran, pero a la vez
dejan de mirar a mi hermano”. “Soy yo o mi complemento, no podemos estar
juntas”. “Es mi lado derecho o el izquierdo”.
¿Cuál es el hilo de esta historia, que seguramente viene de sus padres y
abuelos? “Soy la fragmentada, la separada de su otra mitad negada”.
Trabajamos con la frase: “Voy pudiendo darle lugar a la parte reprimida
sin sentir que por eso traiciono algo o a alguien. Elijo no traicionarme a mí”.
Hicimos una constelación rizomática. Elegimos un muñeco para su
hermana perdida, uno que represente al resto de sus hermanos, uno para una
posible pareja futura, uno para la vida religiosa y uno para Dios. Luego de
mezclarlos con los ojos cerrados, quedan dispuestos de manera que ella mira
a su hermanita y la religión la vigila a ella desde lejos. La pareja la mira a ella y
Dios lo aprueba y no la culpa. Pero ella no puede mirar más nada que a su
hermana perdida. Organizamos el sistema para que pueda ver el movimiento
de tomar distancia de la vida religiosa (no de Dios) y poder mirar a la pareja.
Luego hicimos una meditación de recuperación de alma, donde viajamos
al momento en que debe despedirse de su hermana durante la gestación. Se
soltaron amorosamente. Ella asumió que debe seguir sola y que no es culpable
de la muerte de Mariana. María no está incompleta.
Además, buscamos “escuchar la voz” de los nódulos de su pulmón a través
de un ejercicio en el que le dio voz a su síntoma. Los nódulos le están
mostrando la duda. Le afirman que una etapa culminó, que necesita abrirse,
tomar más aire, iniciar un nuevo camino.
En la segunda consulta trabajamos su fragmentación, las dos Marías que
hay en ella. Le cuesta el cambio, tiene ascendente en Capricornio y sol en
Cáncer. Busca grupos de pertenencia y construcción a largo plazo. Su mapa
dice: “Quiero ser buena, la mejor, la que más se esfuerza”. Tiene el sol en la
casa del servicio. Un próximo tránsito de Plutón le pide que suelte y deje
morir el pasado para arriesgarse a ser una nueva mujer. No debe ser fácil
perder el estatus de líder religiosa, tampoco perder el territorio de lucha social
donde se siente tan cómoda. Pero si quiere curar, debe integrarse y conocer
otra versión de sí misma. Actualizarse.
Nos cuenta que comenzó a estudiar Psicología y Biodecodificación.
En el dibujo del esquema humano pintamos su costado derecho de un
color y el izquierdo de otro. Dibujó sus cánceres del derecho. Le pedimos que
ubique algunas palabras en el dibujo. Del derecho escribió “mamá”, “cáncer”,
AL IA

“deber ser”, “trabajo”. Del izquierdo, “Mariana”, “amor”, “disfrute”, “cuerpo”. En


» « ” « » « mM» ad

el medio de la hoja puso “yo” y “duda”. Luego hicimos un acto mágico. Untó
todo el lado derecho del dibujo con mandarina y el izquierdo con banana.
Después mezcló lo que le quedaba de ambas frutas y las comió, como
diciéndose: “Esta soy yo, con ambas partes integradas”.
María fue operada de pulmón y los nódulos estaban inactivos y benignos.
Se apartó de la Iglesia y solo quedó a cargo de la docencia en las escuelas
religiosas. Conoció a un muchacho y se casó. Está sana y es una gran
terapeuta.

9
Paula: quiste vaginal
Del secreto a la verdad

Paula es comunicadora social. Tiene treinta y cinco años y quiere


decodificar un quiste vaginal.
“Mis padres se conocieron en la universidad. Valoran mucho el estar
juntos pese a todas las dificultades de cuarenta años de matrimonio.
Soy la tercera hija, luego de dos varones. Vivíamos en un pequeño pueblo
del sur del país. Ellos dicen que fue una alegría la noticia de mi nacimiento,
aunque había un poco de preocupación porque no estaban establecidos y
conmigo ya éramos tres niños.
Hasta hace algunos años, tenía un recuerdo muy general de una infancia
feliz, un relato dorado. Una homeópata me lo señaló y de a poco empecé a
intentar recordar cómo habían sido algunos aspectos. Y ahí noté que no había
sido tan así, que estuve un poco sola, que me arreglé sola. No compartía mis
temores o sentimientos con mis papás. Tampoco hubo contacto físico.
De la adolescencia también tengo un recuerdo idílico, que sé que no es
real. Mis grandes amigos eran varones. Entré a la adolescencia siendo gorda y
me sentía mal por eso, pero no hacía nada. En mi casa no se hablaba del tema.
Quería ser más femenina y no sabía cómo. Creo que había mucho dolor. No
tuve novios en esa época.
A los diecisiete me fui a estudiar a La Plata, donde ya estaban mis
hermanos. Viví con ellos y con amigos. Estuve focalizada siempre en el
estudio y en el trabajo. Recién hice una pareja a los treinta años, con Gustavo.
Hoy seguimos juntos y vivimos con Francisco, nuestro primer hijo, nació el
año pasado.
Los hechos más traumáticos y dolorosos de mi vida fueron el suicidio de
una amiga y el de una tía. Hay algo que apareció como un recuerdo hace muy
poco, después del parto, y tiene que ver con un abuso de tipo sexual por parte
del mejor amigo de mi hermano mayor. Creo que es correcto si lo ubico a mis
siete años, pero no lo sé a ciencia cierta. Es terrible porque constituye un
secreto, nadie sabe, pero estoy segura de que no es imaginación, sino un
recuerdo de algo que ocurrió. Esto me impresiona porque evidentemente fue
un recuerdo bloqueado, que apareció en el último año. Se me presenta como
algo fundamental para trabajar porque lo asocio con el abandono y creo que
está directamente relacionado con el síntoma.
El quiste vaginal empezó dos meses después del parto. La vagina es para
mí el órgano femenino por excelencia. Es la abertura por donde nació mi hijo.
En mi familia siempre costó mucho nombrar a las cosas por su nombre, y del
cuerpo se habló poco.
No hay momento del día en que no piense en el quiste. Me da impresión
tocarme, no me deja retomar mis relaciones sexuales. Me acecha.
Quiero dejar aflorar una parte más espontánea y liviana de mí, poder
soltar un poco”.
En la primera entrevista, Paula puede hacer más consciente y clara la
memoria del abuso. Lo siente como una certeza. Se “da cuenta” de que el
recuerdo vino con el parto, seguramente por todo lo que significó el paso de
Francisco por el canal vaginal.
El parto es el hecho desencadenante. Identificamos, además, estos
programantes: el abuso, el desamparo, la falta de contacto físico con los
padres, la falta de comunicación, los secretos familiares (sobre todo en torno
al suicidio de una tía, de quien es doble), y la muerte extraña de un abuelo.
La decodificación del quiste nos sugiere “ataque a la integridad”, “tengo
que protegerme de alguien que me ha herido y dañado injustamente”,
“impacto emocional que se solidifica”. Y en el lado derecho (ella es diestra),
nos sugiere que el conflicto es con un par o colateral como pareja, hermanos o
amigos.
La hoja embrionaria a la que corresponde al tejido es el ectodermo que
hace masa cuando el conflicto empieza a sanarse.
Le preguntamos qué emociones se repiten con relación al síntoma. Nos
dice: “Angustia, dolor y bronca”.
¿El hilo conductor de esta historia? “Soy la que queda desamparada, nadie
me protege, tengo que protegerme yo sola”.
El abuso fue uno de los tantos secretos de los que no se habló. Fue un
hecho doloroso que la llevó a protegerse de los hombres, manteniéndolos
como amigos en la distancia. Cuando pudo tener una relación estable con
alguien que la comprende y apoya, el embarazo y el parto le dieron la
oportunidad de volver a elaborar el hecho traumático.
El quiste apareció como barrera, para que ningún hombre pueda tocarla.
Pero, ahora, se da cuenta de que no es el enemigo a eliminar, es la
oportunidad de pasar del secreto a la verdad.
La constelación vino a mostrarnos lo que Paula estaba viviendo. Su madre
lejos y los varones de la familia en el piso, tumbados. Nadie la miraba. Solo el
amigo de su hermano que abusó de ella le dirige la mirada desde atrás. El
quiste al lado del abusador. De a poco fuimos haciendo los movimientos para
equilibrar el sistema. Paula inició un camino de reencuentro con su historia
tal como fue, no como la había idealizado.
Los primeros actos simbólicos que le propusimos fueron escribir una
carta sobre sus secretos, expresando todo el sentir, y luego quemarla para
empezar a procesar y a sentir la bronca y el rencor. La invitamos a amigarse
con el síntoma, comprando una planta en la que debía enterrar algo que
simbolice el quiste. Por último, le sugerimos que se anime a contarle a su
pareja el proceso que estaba viviendo, ya que todavía no había compartido
con él su “secreto”.
En la segunda entrevista profundizamos la vida de su tía y de su madre, de
quienes es doble. Nos cuenta que su madre también vivió este “desamparo”
con la abuela que falleció cuando era pequeña, por lo que fue criada por una
tía.
Realizamos una meditación viajando a sus primeros años. Pudo sentir y
abrazar a esa niña vulnerable que tanto había sufrido, traerla al presente y
llevarla hacia el futuro, fusionándola con la adulta madre que es hoy.
Propusimos un nuevo acto: comprar una berenjena que simbolice el
quiste, hervirla, trozarla, prepararla y comerla con la intención de ir
digiriendo lo que el quiste le ha venido a recordar.
En la tercera entrevista nos centramos en los sentimientos que surgían en
torno al abuso y al quiste. La invitamos a dibujarlos. Escribió “desamparo”
para definir lo que deseaba que se fuera de su vida y “verdad” para señalar lo
que quiere que se instale. Recordamos todos los logros que tuvo en su vida
laboral, en paralelo con un movimiento retroactivo y temeroso que vivió en
torno a los hombres y a la sexualidad. Como si la profesional fuese la única
buena y exitosa.
Juntas inventamos esta frase de reparación: “Ya no necesito el quiste para
recordar lo que pasó. Lo reconozco y lo perdono”.
Le encomendamos algunas tareas más: escribir un cuento en tercera
persona sobre su historia con un final feliz y leerlo todas las noches durante
veintiún días seguidos, colocarse una bombucha en la vulva y pincharla con
un alfiler sintiendo que drena lentamente el quiste.
Paula ha hecho un intenso y duro proceso. Hoy sigue con la convicción
firme de “estar en la verdad” y “criar a Francisco sin secretos y sin excluidos”.

s
Reina: neumotórax
Necesito aire en mi vida

Reina tiene treinta y un años, es licenciada en Administración de


Empresas y quiere decodificar una enfermedad genética sistémica que le
implicó atravesar varios neumotórax.
“Me siento sola todo el tiempo, además, tengo una enfermedad genética
sistémica, con afectación de los pulmones y los riñones. De chica no tuve
inconvenientes, pero a partir de los diecinueve años comenzaron las
intervenciones quirúrgicas que disminuyeron mi capacidad pulmonar. Estoy
yendo a rehabilitación para aumentar la capacidad y mantener dinámicas las
funciones respiratorias, pero aún la enfermedad no tiene cura y tengo miedo
de que avance. Mi madre falleció de enfermedad pulmonar.
Mi mamá, Sandra, era ama de casa, trabajó desde los quince años para
mantener a sus padres y terminó el colegio cuando era adulta. Pudo entrar a
trabajar en una gran empresa donde conoció a mi papá. De chica vivió en La
Plata, siempre en zonas humildes o conventillos. Recordaba que sufrían las
sudestadas que arrasaban con todas sus pertenencias y sus muñecas.
Mi mamá siempre decía que le hubiese gustado estudiar una carrera
universitaria como Abogacía o ser maestra de Letras. Falleció a los sesenta y
un años de una fibrosis pulmonar que nada tiene que ver con lo mío. Para mi
falleció de tristeza, porque en los últimos años no estaba bien con ella misma,
desde que nosotros crecimos, se sentía sola.
Mi papá se llama Jorge. Es suizo, porque mis abuelos estaban refugiados
en Suiza, por la Segunda Guerra Mundial, pero son de origen polaco. Vino a
la Argentina cuando tenía tres años. No conozco mucho de la infancia de mi
papá porque no habla de ello, aunque cuando murió mi abuela materna, nos
dijo que fue una infancia muy dura y que si no lo contaba era en parte porque
yo siempre fui muy sensible y me iba a poner a llorar. Tenía razón, porque
cuando relataba cosas, yo siempre lloraba de tristeza, porque, por ejemplo, él
no tenía juguetes, y jugaba con pelotas de trapo. A pesar de las dificultades
pudo estudiar Ingeniería.
Mi madre siempre decía que papá nunca hablaba, no tenía comunicación
y nada de humor. Me pregunto para qué se casó con él, aunque viendo fotos
de novios se los veía muy contentos y felices. También decía que era un buen
padre y que nosotros debíamos estar primero para él que para ella. Mi madre
dependía económicamente de él porque cuando nacimos dejó de trabajar.
Mi papá se quejaba de que mamá gastaba mucho y de la comida durante
la cena, siempre protestaba por algo. Yo tengo la teoría de que a nivel
inconsciente mi mamá falleció por culpa de mi papá, porque el último tiempo
se quejaba de que no le daba bola, la internamos el día que cumplían treinta
años de casados y falleció un día antes del cumple de papá.
Nací en abril y ellos se casaron el setiembre anterior, por lo que yo ya
estaba en camino, cosa que mi mamá nunca me contó. Siempre decía que se
casó de cremita porque le gustaba más, pero parece que era porque ya estaba
embarazada de dos meses. Se me ocurre pensar que se casaron de
compromiso, pero eso no me consta.
Tengo un solo hermano, dos años menor, que vive en Polonia.
De chiquita era gordita y con verruguitas en la cara, por la esclerosis
tuberosa, bastante tímida, por cierto. En la adolescencia me cargaban mucho
por eso. Me costaba ir a la colonia porque no me integraba a los grupos y
tenía pocas amigas.
Tuve un novio espectacular, una relación hermosa de cuatro años (de los
quince a los diecinueve años), con mi cuerpo cada vez me llevaba mejor,
estaba más delgada. Mi sexualidad era genial, mi primera vez se dio a mis
tiempos, con un gran amor, en el marco de una relación contenida y cuidada.
Desde que me separé, hace tres años, comenzó un periodo de cambios y
muchísimo crecimiento, muy duro, porque yo me apoyaba demasiado en mi
novio y me tocó atravesar la muerte de mi mamá. Últimamente tuve una
relación nefasta con un hombre casado, de la que estoy saliendo fortalecida.
Actualmente no estoy en pareja, cosa que me genera un poco de angustia
porque la mayoría de mis amigas ya están casadas y con hijos. Tengo ganas de
construir una relación y formar mi propia familia.
Aún vivo con mi padre y me quiero mudar, pero el año pasado tuve una
depresión muy grande y en marzo me echaron de una empresa.
Los hechos más traumáticos de mi vida fueron las internaciones por
neumotórax, la muerte de mi mamá y la relación con este hombre casado.
Hace nueve años, sufrí el primer neumotórax. Ese año me separé de mi
primer gran amor. Hasta ese momento no sabía que los neumotórax eran
consecuencia de mi enfermedad de base.
Me gustaría que desaparezca ese sentimiento de no pertenencia que
experimento todo el tiempo. Ningún lugar es 'm? lugar.
Me asusta que mi enfermedad avance y terminar en terapia intensiva
conectada a un respirador como mi mamá”.
La ficha de Reina, tan completa y explícita, nos ayudó antes de la primera
entrevista a buscar el hilo conductor de su historia y preparar las preguntas
para saber dónde hacer foco. Profundizamos en la vida de su abuela paterna,
de quien ella es doble por fecha de nacimiento. Fuimos descubriendo que
ningún miembro de la familia que vino del exterior pudo adaptarse a la
Argentina. La abuela, según Reina, dejó un gran amor en su tierra natal y
quizá un hijo. Hay un sentimiento general de “desarraigo”, siempre extrañan,
no sienten pertenencia, y sí mucha soledad.
De sus padres, si bien nos relató que había fotos lindas de sus primeros
años de pareja, ella no recuerda esos rostros de alegría en la vida cotidiana.
Esto nos llevó a pensar que la soledad que siente Reina no es solo de ella,
que es un sentimiento transgeneracional que atraviesa todo su árbol
genealógico. Como si el árbol dijera: “No te arraigues porque puede ser que
nos tengamos que ir”.
Reina siente esto como un gran “hallazgo” que se relaciona con su
enfermedad y ese sentimiento constante en su vida de no pertenencia e
imposibilidad de sostener los vínculos en el tiempo. El neumotórax es la
presencia de aire en el espacio interpleural que origina un colapso del
pulmón. “Falta de aire”, “tengo que poner espacio, libertad”, “me protejo del
otro o me siento agredido por alguien”, “siento que me muero asfixiado por lo
que pongo aire aun donde no lo necesito”.
El riñón nos sugiere un conflicto de territorio. Reina piensa que su madre
murió porque sus hijos crecieron y “volaron del nido”, y porque su padre “la
dejaba de lado”. Esta madre no es vista como un ser independiente o libre,
sino como una niña necesitada. Los roles propuestos están desordenados y no
se valora la madurez de los mayores. A Reina le pusieron un nombre
jerárquico, como si la responsabilidad y el deber ser cayeran sobre ella,
La enfermedad está dentro del grupo de las arquetípicas, que nos indica
que no se trata de una solución de supervivencia, sino de la denuncia de un
conflicto transgeneracional, porque el paciente atenta contra su propia vida
como en las enfermedades autoinmunes, es una autoagresión inconsciente,
“me quiero exterminar”, “no sirvo”, “no soy útil para este mundo”.
A los ocho años le aparecen las “verruguitas” en la cara, primer síntoma
de la esclerosis tuberosa y no recuerda hechos traumáticos en esa fecha. Por
eso, le preguntamos qué pasó a los cuatro años (dividiendo una edad “clave”
por dos). Ahí nace su hermano y ella siente una profunda invasión, le faltaba
aire, oxígeno. De ser la Reina pasó a sentirse sola, abandonada, celosa y
desplazada.
Programantes encontrados: el conflicto de desarraigo de sus abuelos y
padres, y el nacimiento de su hermano menor. El desencadenante del
neumotórax parece ser la separación de su primer gran amor. Descubrimos
que se separa por decisión de ella a pesar de estar enamorada por sentirse
“incómoda” o “fuera de lugar”.
¿Qué se repite en la historia de Reina y de su familia? La pobreza junto al
desarraigo, “tengo que expulsarme de mi lugar para sobrevivir”. Hay miedo a
que se desarme la familia, y a perder amores importantes debido a los
traslados y a las mudanzas. Cuando se trata de Reina, es ella la que incorpora
la variable “cambio” a su vida de pareja, aunque no lo desea, como si fuese en
piloto automático: “Nadie nos obliga, pero nos tenemos que separar”. ¿Lealtad
familiar?
El padre guarda secretos, posiblemente la madre también (su afección
pulmonar podría estar relacionada con un intenso miedo a la muerte o
memorias de asfixia en la familia que no conocemos), como diciéndole a sus
hijos: “Son muy sensibles, vulnerables, no están preparados para saber”.
¡Reina, estás preparada para saber!
El hilo conductor de la historia parece ser: “Estamos desarraigados, no es
nuestra tierra, no tenemos aire”; “Soy la que necesita estar en el aire, esta no es
mi tierra”. Hay un mandato que dice: “No eches raíces porque en cualquier
momento te vas a ir y vas a sufrir”.
Nos pregunta por qué a ella le pasa esto y no a su hermano, Descubrimos
que se radicó en Polonia y *ni loco vuelve a la Argentina”. Cumplió el
mandato: “Andá, volvé a Polonia, en las raíces está tu lugar, tu espacio para
respirar”. Sin embargo, algo de aire le faltó ya que eligió ser piloto de avión. Lo
resolvió de esa manera.
Le sugerimos hacer un viaje, que lo planeará para el año siguiente. No
tiene muchas ganas de ir a Polonia, sí a Italia porque siempre lo soñó con su
mamá. Tal vez vivenciando el traslado, “el cambio” y el reencuentro con sus
raíces, su cuerpo no tenga que gritar que necesita AIRE o que está listo para
IRSE.
En la segunda sesión nos pregunta si puede haber tenido una hermana
que no recuerda, porque se siente incompleta. Le preguntamos si la mamá
había tenido algún aborto antes de su nacimiento. No lo sabe con certeza,
pero no lo descarta. Esta última posibilidad le dio una gran tranquilidad. Es
como si de repente hubiese podido poner en palabras la sensación que siente
de estar ocupando un lugar que no le corresponde.
Le mostramos una imagen que nos parece que la representa. Vemos a
Sandra Bullock vestida de astronauta en el personaje de la película Gravity. Es
una imagen inquietante, de ella quedándose sin aire con el casco puesto. En la
película debe respirar cada vez menos aire para poder sobrevivir y además
está “desterrada” flotando en el espacio. De hecho, le sugerimos prestar
atención a la última escena, donde le cuesta mucho ponerse de pie en la
Tierra, por los meses fuera de la gravedad, pero, aun así, se encuentra de
nuevo “en casa”.
La invitamos a constelar: disponemos una hoja en el suelo que representa
a cada uno de estos integrantes de su familia: madre, padre, hermano y
abuela. Colocó las hojas una al lado de la otra y ella enfrentada a todos.
Comentó: “Ja, parece que estuvieran todos muertos”. Le pedimos que
describiera cómo ve a cada uno, qué le diría, cómo la miran, qué intentan
decirle. Luego se posicionó sobre cada uno de ellos para recibir más
información de sus sensaciones y vacios. En dos oportunidades se quebró
profundamente, abrazó a cada uno y le pedimos que les agradeciera, que
manifestara su reconocimiento a las jerarquías y que les comunicara “que su
vida es suya y que la de ellos era la de ellos, que por favor la miren con buenos
ojos”. Era evidente que tal como estaban colocados no se sentía cómoda, el
sistema familiar no estaba ordenado. Comenzamos a modificar las
ubicaciones, sus padres detrás de ella, sus abuelos detrás de sus padres, su
hermano a su derecha, dos esferas medianas (representando a sus pulmones)
a sus pies y en el costado izquierdo nos preguntó si podía colocar a su
supuesto hermano y así lo hizo. Sintió un profundo alivio, lloró de emoción,
sacó fotos y las va ampliar para tenerlas a la vista. No importa si ese hermano
existió o no, más bien representa a alguien del sistema que ella no reconoce y
que necesita integrar, incluso puede referir a un aspecto de su vida que
necesita mirar.
En la tercera consulta le hicimos una meditación de recuperación de alma
y como acto simbólico la invitamos a comprar un pulmón de vaca, observarlo
detenidamente, prepararlo en alguna comida y digerirlo sintiendo que ya
tiene el aire que necesita, que está trasplantada con amor y verdad. Si resulta
muy fuerte relacionarse con el órgano de un animal, podemos representar el
pulmón con otro alimento. Además, le sugerimos comprar todos los juguetes
que cree que han perdido sus padres en la pobreza y en el desarraigo para
hacerles un lugar en su casa, ponerles nombres y ropita nueva.
Reina necesita contactar con su naturaleza, con el cuerpo, con ella como
recurso y con lo que puede hacer con sus manos. Luego animarse a viajar,
conocer y ser partícipe del mundo entero. No está desarrollando gran parte de
su potencial. La pérdida de su madre marca el momento clave para darse
cuenta de su historia y renacer. El lugar propio lo encontrará a partir de
conocer sus deseos y darles fuerza.
Por último, buscamos la frase de resolución: “Devuelvo a mis abuelos y
padres este sentimiento de soledad y desarraigo. Asumo mi vida y camino con
decisión hacia lo que me hace feliz. Me apropio de mi territorio. No hay
peligro real”.
Reina viajó en avión y hoy es una gran astróloga.

9
Amanda: no puedo nombrar a mi papá
Soy mi origen

Amanda es locutora. Envía su material muy claro. Su árbol genealógico


está superprolijo, contesta cada pregunta de la ficha con detalle y
compromiso.
“Me acerco por varias cosas. Pero sobre todo porque la maternidad me
puso en evidencia un montón de cosas que tenía cerradas y bloqueadas. La
más importante, es la relación que no tuve con mi papá. Él nos abandonó de
chicos, es una historia muy larga, y si bien es algo que trabajé en terapia, hoy
con mi hija eso vuelve a salir a la luz, cada vez que ella me pregunta quién es
mi papá. Además, me siento un poco alejada de mi costado más sensible.
Siento que me endureci.
Al año de estar de novios, mis papás se casaron y se fueron a vivir al
campo, en La Pampa. Mi mamá recién había terminado el secundario. Se
separaron cuando yo tenía trece años. Mi mamá no puede ni mencionarlo.
Terminó todo muy mal. Luego, él se suicidó.
Papá se suicidó tres meses después de haberse fugado. De todas maneras,
creo que no lo hubiésemos vuelto a ver. Ni mi madre ni mis hermanos
querían saber nada de él. Estábamos todos profundamente dolidos. Creíamos
que él trabajaba para y por nosotros, y al final estaba enredado en un mundo
de estafas. No me dolió tanto saber su muerte como su abandono, y las
deudas. Seguimos en contacto con mis abuelos paternos unos años más (ellos
nos informaron la noticia, pero no quisimos saber detalles), luego la relación
con ellos se diluyó.
Yo nací primera. Fuimos muy pegotas con mi mamá. De hecho, todo lo
que le pasaba a ella me pasaba a mí. Pasábamos mucho tiempo solas, cosa que
en el campo no era fácil. Ella perdió un embarazo de ocho meses cuando yo
era chica. Recién cuando tuve siete años nacieron mis hermanos.
Antes de tener a mi hija estuve embarazada, pero fue un embarazo molar
(lo que se reproduce no es un bebé, sino células tumorales). Horrible.
Tuvieron que hacerme un raspado y después controlarme por un año con
análisis de sangre y ecografías para asegurarnos de que nada de eso volviera.
La que siempre estaba conmigo, me buscaba y me llevaba al jardín era mi
mamá. La que me leía, o con la que pintábamos y cocinábamos. En la
adolescencia no la pasé muy bien. Me sentía diferente al resto, y eso hizo que
por un tiempo sufriera mucho el no encajar en ningún grupo.
Para mí fue una etapa muy difícil. Mi papá estuvo metido en problemas
económicos jodidos y cuando todo salió a la luz, se fue del pueblo de un día
para el otro, tres meses después nos informaron que se suicidó. Nos dejó solos
con mi mamá, en una situación muy fea, donde en un pueblo chico todos nos
señalaban, fue muy difícil salir adelante. Un día me enteré de que nos podían
rematar la casa. Yo me ocupé de mis hermanos porque mi mamá no podía
nada. Me daba vergúenza que me asociaran con mi papá. Engordé mucho, y el
cuerpo era todo un tema. Vivía a dieta y disconforme conmigo.
Cuando me mudé, me encantaba Buenos Aires porque sentía que ahí
nadie me conocía. En la facultad lo mismo. Ese anonimato, era genial. Me
recibí ya casada y embarazada. En mi marido encontré mi remanso. Y entendí
que formaba mi propia familia, la que yo elegía.
Me encantaría tener otro hijo, pero la ginecóloga nos indicó hacer una
consulta de fertilidad porque buscamos hace largo tiempo y no quedo.
Además, me están estudiando porque tuve un pólipo maligno en el intestino,
tengo que hacerme colonoscopias periódicamente, lo que resulta muy
invasivo para el cuerpo.
Algo bueno que logré con relación a lo familiar, es hacer un corte con mi
mamá. Entender que tenemos dos vidas separadas y que ella no depende de
mí. Que puede sola. Y verla más como mamá que como hija.
En lo físico tendría que cuidarme un poco más. Por eso empecé a
caminar, y quiero mejorar la alimentación. Pero estoy mejor que hace unos
años, cuando me la pasaba con infecciones urinarias. Llegué a estar internada,
me estudiaron toda y no encontraron nunca nada.
Siempre me preocupó la falta de trabajo. La inestabilidad laboral me pone
loca. Ojalá siempre tengamos trabajo. Y uno de mis temores actuales es no
poder volver a quedar embarazada”.
Amanda nos mandó un mail donde resumía lo que fue nuestra primera
consulta:
“Me quedó claro que no vale dividir mi árbol genealógico como “la parte
buena' y la parte mala. Porque yo soy el resultado de ambas líneas y está
bueno saber que se entremezclan y tienen que ver. La confluencia de ambas
me permite ser la que hoy soy.
Me quedó resonando lo importante de que yo pueda empezar a darle
entidad a mi papá. Nombrarlo, personificarlo, que deje de ser un fantasma. En
la medida que siga siendo un tema que no se habla, que no se dice, que no se
menciona, también es muy difícil que yo pueda elaborarlo, Otro punto que no
paró de darme vueltas en la cabeza es mi relación tan simbiótica con mamá, y
la importancia de que en algún momento se hiciera el corte que se hizo. Que
quien ayudó mucho fue mi marido.
También entendí que no perdí a mi papá cuando él se fue o se murió.
Desde mucho tiempo antes no lo tenía. Creo que lo que más me cuesta es no
poder entender qué es lo que le pasó a él, cómo se explica. Necesitaría que
alguien me explique esto para poder internalizarlo y también así sanar
algunas cosas.
Creo que tiene que ver con mi historia que sea tan estructurada, tan
necesitada de cosas seguras, claras y predecibles. Pero adentro de mí hay una
fuerza que me pide cambios, creatividad, innovación, aflojarme, es un tira y
afloje constante.
Fue impresionante todo lo que sentí en el momento de la constelación con
los muñecos. La energía cambiaba increíblemente cuando movía a mi mamá
de lugar.
Me quedé pensando en la importancia del hermanito que no tuvimos, el
que nació muerto. Jamás se habló de eso en casa. Yo nunca le había dado un
lugar.
El anonimato para mí fue bueno, pero hoy tal vez tenga que cambiar esa
mirada. Es importante por mi trabajo que sí se conozca mi nombre, que me
muestre y salga de esa burbuja anónima que generé por miedo.
Carta al hermanito: No sé muy bien qué decirte. Solo que a pesar de que
mucho no supe de vos, en mi corazón siempre estuviste. Me apena tanto no
haberte tenido con nosotros. Sé que mamá estuvo muy mal cuando le dieron
la noticia, y que los días anteriores a que se desencadenara el parto yo estaba
con ella y seguramente fui su motor. Mamá siempre me cuenta que cuando ya
le habían dado la noticia de que el embarazo estaba detenido, un día
estábamos en la plaza y la gente le preguntaba de cuántos meses estaba. La
tristeza de ella era enorme. Ahora que vuelvo a pensar en vos, te abrazo fuerte
y pido que por siempre descanses en paz”
Con respecto a su árbol, Amanda es doble de su bisabuelo paterno,
médico; su abuelo paterno, médico urólogo (ella estuvo internada por
repetidas infecciones urinarias); de su padre (por nombre, ambos tienen de
segundo nombre María). Además, la fecha de concepción del padre de
Amanda y la del cumpleaños de su abuelo paterno coinciden con la fecha de
nacimiento de su hija. Por lo tanto, hay una memoria ancestral que se
transmite desde el bisabuelo paterno hasta su hija, pasando por ella, siempre
hablando de la línea paterna, la línea que ella necesitó eliminar, “eliminar una
parte de mí”. En la medida en que Amanda no se sienta habilitada por su
madre a perdonar a su papá, lo sentirá como una traición, y esto dificulta la
inclusión de la figura paterna en la familia.
Amanda expresa a través de su cuerpo. Infecciones urinarias (conflictos
de territorio), embarazo molar, “mi supuesto hijo me come, me destruye”, no
quedar embarazada. (¿Qué pasó con los segundos y terceros hijos en el clan?
El segundo de su madre murió). Meses de diarrea con sangre, “me deshago de
los secretos y dolores familiares”. Fue una niña sobreadaptada. Por un lado,
recuerda una infancia feliz como hija única hasta la llegada de sus hermanos,
después refiere cómo se hizo cargo de su casa y maternó a sus hermanos y a su
madre, que tuvo depresión.
Ella comprendió que parte de la fuerza de la vida la tomamos de nuestros
padres, sean quienes sean y bajo cualquier prontuario. Su hija pequeña trae
memorias de su abuelo paterno, y justamente para despegarse de ellas y hacer
su propia vida necesita saber quién es, cómo se llama, cuál fue su cara.
Amanda consiguió sentirse libre bajo el anonimato de la gran ciudad, ahora
tiene el desafío de revertir eso para insertarse en el medio periodístico. Ni
papá fue tan malo ni mamá tan buena. Ni tampoco ella fue la salvadora de su
familia por hacerse cargo.
Su mapa natal le pide salir al mundo, tomar riesgos y mostrarse.
Conectarse con un lugar mucho más juvenil y artístico, expresarse. Para eso
tiene que poder bajar su nivel de autoexigencia y trabajar su miedo a la
escasez económica. Ella tiene que hacer todo, hacerlo bien y hacerlo ya. El
desafío es convertirse en una mujer con elecciones personales y actualizadas.
Hablamos mucho sobre su temor a no quedar embarazada hasta que
asumió que no sabe si tiene ganas de darle prioridad a un nuevo hijo en este
momento. Se siente madre desde los doce años. Además, se relaciona con sus
hermanos menores como si fuesen hijos, y esta actitud la desgastó mucho. A
su vez le dio un lugar de identidad, le dio poder, liderazgo. Le dio la sensación
de que a partir de allí las cosas sí dependían de ella y podía controlarlas.
Le explicamos que tanto las infecciones urinarias como la diarrea
pertenecen a una etapa de reparación, de encontrarse con lo que tiene y
aceptarlo tal cual, dejando ir lo que ya no le pertenece.
En una de las últimas sesiones, Amanda entabló un diálogo con su
intestino grueso y con un pólipo nuevo que le descubrieron allí. Ella como
pólipo, apretada con dos almohadones que simbolizan su intestino, dijo,
mientras la terapeuta ocupaba el lugar de Amanda: “Ya fue suficiente, hace
diez años que estoy acá para mostrarte que no soltaste el lugar arrogante de
ser la madre de tu madre y de tus hermanos. Así, sin realmente hacer tu vida y
descubrir qué querés hacer, se te pasan los años. Yo intenté poner un tapón.
Ahora te toca a vos”. Después, la terapeuta en el lugar del síntoma agregó: “Ya
no tengo más que hacer acá, te dejo libre, nunca quise hacer daño, tampoco
me gusta este lugar. Crecí para demostrarte que tenés que multiplicarte y
ocupar en la familia el lugar que te corresponde, como pólipo te mostré que te
sentiste manchada y ensuciada”. Le sacaron el pólipo y quedó embarazada.
Ahora hay una foto de su papá en su casa. Amanda quiere saber cómo y
dónde murió. Tal vez pueda encontrarse con una abuela paterna que aún vive.
Su hijita sabe que su abuelo se llamó Raúl. Espera un bebé que, por fecha
probable de parto, también será doble suyo y de su padre.

e
Ágata: mi hijo tiene miedo a la noche
Un hijo que recuerda más allá de su propia vida

Frodo, de doce años, tiene miedo a la noche. Se angustia cuando empieza


a atardecer. Verifica cada puerta antes de acostarse, teme que entren hombres
armados a robar y que algo les pase a sus padres. No atravesó ninguna de las
situaciones que fantasea. La casa tiene buenas condiciones de seguridad y los
padres no parecen temerosos. Sin embargo, Frodo no puede dormir ni
siquiera en la habitación de los padres. Debe controlar que ningún intruso
invada la zona. Duerme poco, se angustia pensando cómo hará para salvar su
casa y su familia de “que los maten” o los dejen “sin nada”. A la noche, cuando
más adulto pretende ser, más temeroso y niño se siente. En principio consulta
su mamá, Ágata.
Ágata y Pedro son los papás de Frodo. Ella es enfermera. Él es empleado
administrativo, viene de una familia de poca comunicación y afecto, perdió a
su papá cuando tenía veinte años y quiso ser voluntario en las Malvinas.
Pedro estuvo casado previamente, ese matrimonio terminó por problemas
económicos, cuando perdió su empresa y todo su dinero. En ese entonces
tuvo un intento de suicidio. Hace catorce años se casó con Ágata.
En la segunda consulta, cuando le preguntamos si hay algún secreto en la
familia, Pedro llora y nos cuenta que cuando tenía once años quiso suicidarse
con un revólver del padre. Nunca supo por qué la bala no salió. Fue una
noche, mientras sus padres dormían. No fue algo planeado, tampoco entendía
bien qué estaba haciendo. Se levantó de su cama, tomó el revólver y lo intentó.
Nunca más habló del tema con nadie.
Ágata nació después de una hermana enferma: “Mis padres depositaron
en mí todas sus expectativas y cumplí todo aquello que no podían ver en mi
hermana. Siempre íbamos los cuatro al médico y cuando mi hermana se
internaba, yo iba a vivir con mi abuela materna. Cinco años atrás, mi
hermana tuvo una descompensación cardíaca y me dijeron que no salía de
terapia intensiva. Ella me pidió que la sacara y firmé el alta voluntaria, a partir
de allí está con oxígeno en su casa. Tiene una vida aparentemente normal. El
oxígeno lo usa de noche, aunque los médicos le dijeron que tenía que usarlo
las veinticuatro horas. Mis padres siempre me dijeron que tenía que cuidarla y
yo tengo miedo de que les pase algo a ellos y quede mi hermana sola conmigo.
No tuve amores en mi adolescencia, siempre me sentí fea. Era gorda,
como ahora, y estaba acomplejada. Pero no podía quejarme, porque no estaba
enferma como mi hermana, aunque cuando ella estaba presente, me limitaba
a sus movimientos, incluso me quedaba horas sentada como ella, haciéndole
el aguante.
Tuve mi primera relación sexual a los treinta y tres años porque quería
sentirme igual que todas las demás. Ese hombre desapareció abruptamente.
En ese momento conocí a Pedro y nunca más me separé. No sé si en un
primer momento fue amor, pero fuimos construyendo algo sólido, aunque
somos muy distintos. Generalmente me siento sola estando con él.
Me asusta engordar, mi trastorno de ansiedad y que Frodo se quede sin
familia, que no sea seguro de sí mismo, también su futuro económico.
Frodo se parece a mí en lo obsesivo por hacer las cosas bien y al papá en
que no da vueltas con los demás, si lo entienden bien, sino es problema del
otro, Cuida mucho de sus nonos. Cuando quedé embarazada vivimos en la
casa de mis padres, por problemas económicos, y durante cinco años. La
convivencia fue difícil y nos construimos la casa frente a la de ellos, arriba de
un local que es de mi papá”.
Ágata aguanta, aguanta, aguanta. No descarga, no pide, se exige, como
Frodo.
Pedro se las sabe todas, le exige a Frodo, no tolera verlo con alguna
dificultad, incluso compite con él. Quiere hacerlo “hombre”. Lo acompaña
durante las crisis de la noche, pero muchas veces se enoja. Y una de las cosas
que le dijo es: “Si seguís así, ¿qué te queda? ¿Pegarte un tiro?”:
Pedro dice que nunca tuvo miedo. Le explicamos que quizá no era miedo,
sino pánico. ¿Por qué alguien se querría suicidar ante un fracaso económico?
Podría ser un profundo miedo al fracaso o a la mirada del afuera. Pedro tiene
un vínculo estrecho con las armas, incluso fue voluntario en la guerra de
Malvinas.
Frodo es doble de su padre y de su abuelo paterno (que falleció muy joven
a causa de un cáncer de pulmón y cuentan que lo vivió con mucho miedo). El
nombre se lo eligió Pedro porque si era varón le tocaba elegir a él. En el
colegio no tiene amigos, dice que lo dejan de lado por estudiar demasiado. Su
temor a la noche empeora los domingos, cuando se acerca el comienzo de la
semana y la vuelta a clases. Cuando hablamos con él nos dimos cuenta de que
juzga severamente a sus padres si no hacen “lo que deben”, sobre todo con las
medidas de seguridad en la casa o en el auto.
¿Cuáles son los programas inconscientes que están activos en el niño? “No
debo descansar, en cualquier momento puedo perder todo, como papá”.
“Tengo que ser el mejor, si fracaso no me van a amar”. “Tengo que ganarme
un lugar en la familia (como mamá)”. “No puedo fallar (como papá y mamá)”.
“Tengo que cuidar a mis padres y a mis abuelos, soy el que está sano”. “No hay
adultos en esta familia, nadie me puede cuidar”. “Si me descuido me puedo
» «

morir (suicidar)”. “Si me descuido se puede suicidar mi papá”. “Si me descuido


»”» « IN «

podemos perder todo (como papá)”. “Soy amado por mis padres si soy
”»

maduro, si tengo un futuro asegurado y me planto en el mundo”. “Si mi tía o


mis abuelos se mueren, mi madre no podrá seguir viva”.
Los programantes más importantes son los intentos de suicidio del padre
(uno a la edad de Frodo), el quiebre económico y afectivo, y el tener “que
hacerse lugar” de la madre ante la enfermedad de su hermana (que empeora
de noche).
El conflicto desencadenante es el síndrome de aniversario del secreto del
padre. Ese intento de suicidio de Pedro seguramente está relacionado con un
hecho de violencia en su árbol. No pudimos averiguar más sobre el abuelo ni
sobre las condiciones de muerte de sus bisabuelos, pero el linaje de hombres
parece estar completamente afectado por la fatalidad, la estafa, las armas y el
autocastigo. Los hombres en esta familia no se consideran lo suficientemente
valiosos para la vida, aunque demuestran lo contrario.
Frodo teme a los cambios. Necesita sentirse seguro, estar “bajo control”. Su
proceso de maduración debe pasar por una etapa de volverse completamente
vulnerable e insuficiente, ya que su madurez es una carga impuesta que nada
tiene que ver con un manejo coherente de sus emociones, sino con una
sobreadaptación al entorno (“si el mundo es muy rígido conmigo, me pongo
rígido con él, aunque no sepa qué necesito, estoy listo para batallar”). El
desafío de su carta natal es unir a la familia. Pero se trata de su propia familia,
la que él quiera construir en el futuro. La unidad de su hogar actual no
depende de él, sino del compromiso y la verdad de sus padres. Si él no puede
volver a ser el bebé y el niño pequeño que no le dejaron ser, los miedos se
acrecentarán. Será cada vez más controlado de día y cada vez más
descontrolado de noche. Al atardecer, cuando los disfraces sociales y las
caretas se sueltan, aflora el verdadero sentir detrás del control: el miedo, la
angustia, la soledad. ¿Verdaderamente les teme a los delincuentes?, ¿o les teme
a sus propios impulsos? ¿Les teme a los impulsos reprimidos de sus padres?
¿Le teme a su descontrol? ¿Les teme a las armas de los delincuentes o a las de
su familia?
Le propusimos a Frodo que elija una foto o imagen para el miedo.
Buscamos juntos una imagen con un ladrón con cara de malo y escopeta,
escalando los techos. Le pedimos que le agregue dibujos y colores que
representen su miedo. Apareció una nube marrón sobre la cabeza del ladrón y
algunas palabras como “malo”, “injusto”, “desobediente”. Anotamos todo lo
que él sentía y lo que le diríamos al ladrón si aparece. A la noche, junto a sus
padres, quemaron el dibujo y tiraron al inodoro las cenizas.
Pedro le contó a su hijo que a su edad jugó con un arma y que eso lo
asustó mucho, que no quería morirse, pero que podría haber pasado. Frodo se
sintió comprendido, al final su papá también se equivocó, tuvo miedos y
estuvo en peligro,
Les pedimos a Ágata y Pedro que hicieran cambios, adueñándose de su rol
de mayores. Esos cambios tenían que ser drásticos, y darle la posibilidad a
Frodo de jugar. Pegaron dibujos y sonrisas por la casa y pusieron música cada
mañana. Cambiaron horarios, hábitos y estructuras. Los domingos cocinaron
papas fritas los tres juntos.
Hace poco nos enteramos de una afección gastrointestinal de Frodo que,
desde los cuatro años, le provoca reflujo y daño en las cuerdas vocales. Tenía
programada una cirugía para el mes siguiente. Esto no lo trabajamos porque
estábamos abocados a su situación nocturna. Lentamente mejoraba y se veían
buenos resultados. Dejó de pasarse a la habitación de sus padres y un día no
se dio cuenta y apagó la luz. Tres meses después del primer encuentro, no
tuvo miedo nocturno ni despertares. Hace una semana nos llevamos la
sorpresa de que no hay que operarlo. Los médicos no saben cómo, pero la
situación se había revertido.
Frodo sigue haciendo terapia Bioenergética con una de nuestras
terapeutas, su madre estudió Biodecodificación Rizoma y hoy es una gran
terapeuta.

0
Inés: vitíiligo
Lo que le digo a mi padre, con el cuerpo

Inés es licenciada en Relaciones Internacionales, tiene treinta y dos años y


quiere decodificar su vitíligo.
“Mis padres, María Florencia y Roberto, se conocieron en Paraná cuando
ambos tenían dieciocho años. Se casaron a los veinte, tuvieron tres hijos y se
separaron a los cuarenta y cinco. Hoy se llevan bien y se respetan.
Fui la tercera hija, buscada y deseada. A los pocos días tuve una
insuficiencia cardíaca y tuvieron que operarme. Fue un primer año con
muchos cuidados.
Mi mamá me cuidaba. En cambio, mi papá, era la figura del trabajo, y no
tengo recuerdos de haber estado cerca de él.
Fui a una escuela pública. A los catorce años mis padres se separaron y fue
muy doloroso.
Me independicé a los diecisiete años, cuando me fui becada para estudiar
quinto año de la secundaria fuera del país. Volví a Paraná y luego me mudé a
Córdoba junto con mis dos hermanos mayores.
Estoy en pareja desde hace diez años con Ariel.
El vitíligo me apareció a los cinco años y afecta diversas partes de mi
cuerpo: rostro, cuello y codos. A raíz de esta condición me cuesta aceptarme
como soy, incluso me incomoda la mirada de los demás”.
En la primera entrevista con Inés empezamos a revisar su historia y sobre
todo su árbol genealógico. Tiene muchas tías, de una es doble por fecha de
concepción, justamente la que también tuvo una cardiopatía a días del
nacimiento y que requirió una operación.
Le contamos que el síntoma nos habla de un “conflicto de suciedad”:
“Quiero que mi padre vea mi interior”, “quiero ser pura”, “no existo para mi
padre, estoy separada de su mirada”. Se trata de un conflicto de separación de
un ser querido o admirado. Quizá, “me gustaría ser abrazada y no puedo”.
La hoja embrionaria es el ectodermo y nos remite a un conflicto en torno
a la comunicación, los vínculos y el territorio. Aparentemente está en etapa de
reparación, ya que no surgieron nuevas manchas.
Como la enfermedad aparece hacia los cinco años, suponemos que el
conflicto es de los padres. Le preguntamos: “¿Qué estaban viviendo en esa
época?”. Recuerda que su padre tuvo hepatitis y trabajaba mucho. También
nos cuenta que una prima tiene vitíligo por la línea paterna. Su abuela
paterna, de quien es doble, es una mujer con obesidad, separada y de carácter
“complicado”. Sospecha que se separó del abuelo por sus engaños.
De a poco va mencionando que su padre es “un poco contradictorio”,
puede estar muy bien y de repente se descontrola enojándose mucho y a los
pocos minutos aparece como si nada hubiera pasado.
Juntas confeccionamos una frase que resuena con su historia y su
enfermedad: “Soy transparente para mi padre. No tengo identidad, mejor
desaparezco”.
Después de la sesión nos escribe contando que su tatarabuelo murió
batiéndose a duelo y otro familiar sufrió de lepra, una enfermedad
considerada castigo y motivo de vergienza.
Le sugerimos un acto simbólico para romper con identidades y apegos:
que elija una prenda preferida y con mucho uso, y que la queme. Luego que
compre una prenda que no se hubiese puesto meses atrás. Queremos que
desarme el mecanismo de “busco ocultarme por estar manchada socialmente”,
un conflicto de sus ancestros.
La invitamos a realizar una constelación eligiendo a un representante para
ella (un perrito que está aferrado a su tesoro), su papá, el vitíligo y su mamá.
Mamá queda caída, su papá mira a cualquier lado, Inés queda aplastada por la
tapa del tesoro y el vitíligo se ve entre los padres tirado en el piso. Comienza a
sentir bronca. El vitíligo, al quedar entre los padres, le sugiere que no es un
conflicto de ella. Llora y sonríe. En el primer movimiento levanta a su
representante y la libera del atrapamiento del tesoro. Luego coloca a sus
padres detrás de ella. Centralizamos a los padres detrás de los tres hijos. Le
proponemos que elija a sus cuatro abuelos y los ubique detrás de sus padres.
Colocó al vitíligo detrás de todo el sistema, pero sin excluirlo, porque
pertenece.
Todos los hombres de su familia paterna se enemistaron con importantes
líderes o comerciantes. De esta manera terminaban siendo el “hablar del
pueblo”. Eran capaces de empuñar armas y batirse a duelo, Ponían el cuerpo a
todas las situaciones conflictivas. Se manchaban con sangre.
No es casual que ella tenga que trabajar el “cómo me veo”, “qué dicen de
mí”. Tampoco es casual que surja el vitíligo cuando su papá transita un
conflicto de mucha ira o deseo de venganza (concordante con la hepatitis).
“Papá voy yo en tu lugar, no te mueras, no te expongas”. “Me expongo yo por
vos, mirame”. Esto es lo que los niños son capaces de decirles con el cuerpo a
sus padres.
Hoy las manchas en su piel no son su mayor preocupación y sabe que su
camino es asumir su vida y vivirla en plenitud.

o
Maite: voy a parir un bebé enfermo
Sanar a mi hijo a través de mí

Maite tiene treinta y cinco años, es violinista y está embarazada de treinta


y cuatro semanas. Consulta porque su bebé, Ama, tuvo una hemorragia
cerebral intrauterina. Si bien lo ideal es trabajar con la historia completa de
ambos padres, en esta oportunidad hicimos la mayoría de las sesiones con
Maite y solo algunas con Gus, el papá del bebé.
“Fuimos cuatro hermanos. El mayor falleció producto de una sobredosis.
Luego nací yo con mi hermana melliza que falleció minutos después del parto
porque la placenta había dejado de alimentarla. Años después nació mi
hermana menor.
A los veintiún años me fui de viaje por el mundo y luego, cuando volví en
2001, mi familia decidió mudarse a Canadá por la crisis del país. Me dejaron
la casa familiar, donde vivimos ahora con mi pareja.
No tengo el recuerdo de una infancia linda, me costaba bastante socializar,
me sentía menos. Mi papá tenía problemas con el alcohol y a veces era
violento conmigo, con mi hermano y con mi mamá.
En la adolescencia me costaba muchísimo la relación con los chicos, me
daba vergúenza, creía que nunca iban a gustar de mí. Me sentía gorda.
Empecé a estudiar violín a los siete, me mandaron mis papás y sentí que lo
tenía que hacer, pero a la vez lo padecí, no me sentía capaz. Mi hermano
también tocaba, pero era más autodidacta. Era el músico, al que todos le
pedían que toque y lo aplaudían; yo era la que estudiaba.
Tuve un novio que me maltrataba psicológicamente, y me era infiel, fue
una época turbia para mi.
Los momentos más difíciles fueron cuando, en quinto grado, me enteré de
que había sido melliza, la muerte de mi nona, la muerte de mi hermano y las
peleas con mi anterior pareja.
A los quince años me operaron del corazón. En realidad, me hicieron dos
bypass, producto de una enfermedad autoinmune que inflama las arterias.
Tenía una obstrucción del 90 % en una de ellas.
Durante el embarazo mío y de mi hermana, mi papá se quería ir a trabajar
de maestro a un pueblo rural de Neuquén con “los pobres. Mi mamá no quiso
y mi papá se enojó. Mamá se sintió muy sola durante el embarazo. Nacimos
prematuras, estuve diez días en incubadora, mi mamá me conoció a los tres
días porque se sentía muy débil y no la llevaban a verme.
Mi tío (doble por fechas) falleció del corazón, estaba casado con una
mujer con la cual no tuvo hijos, mientras tanto conoció a una mujer mucho
más joven y empezó a tener muchos hijos con ella. Un hijo de él, a su vez,
tuvo cuatro hijos, dos eran mellizos (como nosotros), luego murió producto
del alcohol.
Otra tía (doble por nombre) se casó, no tuvo hijos. Cursó varios
embarazos, pero tenía “útero infantil” y los perdía. Estaba casada con un
golpeador que la torturaba y la quemaba con cigarrillos. Ella intentó
suicidarse varias veces.
Una prima de mi madre que tampoco podía quedar embarazada, lo
intentó con inseminación, y cuando quedó, a los siete meses de embarazo, el
bebé murió, supuestamente ahorcado con una vuelta de cordón.
Mi hermano mayor nació por cesárea. En la gestación de él, durante la
dictadura, llegaron unos amigos de papá de la juventud. Mamá no los conocía
y papá quería refugiarlos en el departamento. Esto generó una situación de
tensión y mamá se fue a la casa de mi abuela. Trataron de inducirla, pero ella
no dilataba. Después nací yo, un embarazo no buscado. Mi hermana menor
nació por cesárea programada, no tuvo ningún problema hasta que a los tres
meses se agarró mononucleosis”,
Hicimos hincapié en conocer las historias de gestaciones de su familia y
también las enfermedades tempranas en el árbol familiar. A su vez, indagamos
en la historia de la pareja de Maite. “Casualmente”, el día que falleció el
hermano mayor de ella, también fallecieron en un accidente de tránsito los
tíos y primos de Gus, del papá del bebé por nacer.
Cuando un niño nace con alguna patología debemos buscar las vivencias
de la madre en el embarazo, pero, sobre todo, las memorias de otros
embarazos traumáticos en la familia. Es como si el cerebro del bebé lo
programara: “Acá no es bueno nacer”. “Si nazco no voy a vivir mucho tiempo”.
“No quiero estar despierto cuando me toque nacer”. ¿Qué pasa con los bebés
que están por nacer en esta familia? No quieren nacer, no logran concebirse,
se pierden, se mueren, se enferman. ¿Y las madres? Las madres sufren y
fundamentalmente se sienten desplazadas por sus parejas. Sus maridos no las
priorizan. Los hombres de la familia tienen conflictos con el alcohol o las
drogas, son eternos niños con grandes talentos (por ejemplo, su hermano con
la música) y escasas herramientas emocionales. Quieren hacer “el bien” a
costa de las decisiones de su familia.
Maite se entera por casualidad que tuvo una hermana melliza que falleció.
Además, tiene una enfermedad autoinmune, sin antecedentes en su familia.
Se cree que las enfermedades autoinmunes, donde el cuerpo se ataca a sí
mismo como si quisiese exterminarse, tienen un correlato fundamental en el
plano transgeneracional. Se trata de personas que no pueden hacer su vida, se
dedican a exterminarse, como si no tuviesen derecho. ¿Será fidelidad
inconsciente con miembros de su familia que no pudieron vivir? ¿Será un
mecanismo de protección para desaparecer antes de que les suceda algo
terrible, como la muerte de un hijo, un fracaso o una acusación?
Puntualmente, antes del diagnóstico de su bebé, Maite vivió días de estrés
porque sus padres vienen de Canadá para el nacimiento de Ama, y además la
madre invitó a la tía y a la prima a quedarse en su casa. Se repite la historia,
pero esta vez es la madre (que antes lo sufrió por parte del padre) quien
“invade” la casa (aprovechando que se trata de la casa familiar) en el
momento del nacimiento de su nieto.
Maite tiene un programa inconsciente de “cuando hay nacimiento, hay
separación”, como le pasó con su melliza y su mamá al nacer. Hoy tiene terror
a ser separada de Ama debido al diagnóstico. Durante su llegada al mundo no
solamente nació inmadura (“la panza no es un lugar seguro”, “mamá no está
capacitada para alimentarnos con la placenta”), sino que estuvo sola. Sola ella
cargando con la pérdida de su hermana. Sola su madre, haciendo el duelo.
Solo su hermano mayor en casa.
La muerte del hermano de Maite fue, en parte, la oportunidad de elegir el
camino de la verdad para esta familia. Asumir que había sufrimiento en él,
que en este “no contar”, nadie se daba cuenta de nada y que los secretos
enferman. La probable fecha de parto de Ama es el día del cumpleaños de su
tío fallecido, cuyo nombre era Aldo. Coincide la primera letra. De alguna
manera este niño trae las memorias de Aldo.
Ante este panorama decidimos hablarle a Ama, contarle toda la historia y
hacerle un lugar en casa a aquellos muertos que no son nombrados. En
principio a Aldo y a la melliza de Maite. Ponerles nombre, una foto
representativa, hacerles una carta, un dibujo. Contarle a Ama quiénes eran sus
tíos y por qué no tenía que pasar una vida similar a la vida de ellos, ni repetir
ningún patrón. Como acto simbólico les propusimos que elijan un segundo
nombre para Ama, ofreciéndole un renacimiento desde esta intención de que
nazca sano y pleno.
Constelamos. Lo hicieron juntos, Maite y su pareja Gus. Eligieron
representantes para ellos, sus padres y los muertos de su familia. También
para Ama y para la enfermedad. El sistema estaba completamente
desorganizado. Para los más grandes eligieron muñecos más pequeños e
infantiles, y para los adolescentes o niños, muñecos adultos. Aquí los
pequeños protegen a los grandes (como Maite a su hermana menor). La
enfermedad funcionó como puente de vinculación entre la familia, como la
manera de hacer circular el afecto. Maite miró a la representante de su melliza
y nos confesó que esa falta siempre la sospechó, la sentía en el cuerpo. Fuimos
haciendo movimientos suaves para reorganizar el sistema. Todos tuvieron un
lugar amoroso, incluso el representante de la enfermedad.
Hicimos una meditación chamánica donde fuimos a buscar la voz de
Ama, qué siente, qué necesita, qué propone su hemorragia. Fue hermoso
verlos a ambos padres comprometidos con la sanación de todo el clan.
Pudieron visualizar a su hijo despierto y luminoso.
Las siguientes ecografías mostraron que el problema de Ama no avanzaba.
Programaron una cesárea, el bebé siempre estuvo con sus papás durante la
internación. Debían operarlo a la semana de nacer, pero finalmente estaba tan
bien que la cirugía se hizo a los tres meses, para evacuar el resto de líquido de
su cerebro. Si bien hay que esperar para evaluar posibles secuelas, lleva una
vida completamente normal.
Las veces que lo vi fue para acompañar a sus papás en el área de lactancia
y me emocioné al contemplarlos a los tres tan unidos, comprometidos y
entregados al proceso que les toca.

e
Dora: cáncer de mama
Renombrarme y hacer mi propia familia afectiva para sobrevivir

Dora tiene veinticuatro años y trabaja como administrativa. Si bien tiene


cáncer intraductal de mama con metástasis ganglionar, quiere decodificar “su
alma” y sanarla. Su mamá fue adicta y permanece internada en un
psiquiátrico desde hace años. Los padres fueron drogadictos desde pequeños
y escondieron su embarazo hasta último momento. El padre desapareció, hace
muchos años que no sabe nada de él. Ella es una mujer bonita y muy joven, de
pocas y dolorosas palabras.
Tiene tres hermanos abortados, no sabe las fechas. Es la única hija viva. La
crio la bisabuela, quien es su doble por fechas y murió de leucemia.
“Nunca acepté mi cuerpo. Hace cuatro años que estoy soltera.
¿Los hechos más dolorosos? Que mi mamá se vaya a vivir a Mar del Plata
sola cuando yo tenía nueve años y el intento de suicidio que tuve a los
dieciocho (duplicando la edad del primer abandono). Creo que hice el duelo
de la pérdida de mis papás, que están vivos, pero no tengo relación.
Me asusta morirme. El pecho, para mí, significa “madre, es un medio para
amamantar un bebé. La cultura machista lo representa como algo erógeno”.
Seis meses antes del diagnóstico visitó a su madre donde está internada.
Esto la movilizó de tal manera que salió corriendo del lugar. Refiere haber
corrido varias cuadras hasta llegar a un lugar conocido. No recuerda nada de
ese día, no sabe cómo cruzó barreras y avenidas sin ningún registro.
Este es el desencadenante. Se trata de un shock biológico, ni siquiera
puede poner en palabras la vivencia. Además, su tumor es en la mama
derecha, que, en una persona zurda, representa a la madre o a los hijos. Ella
revivencia el abandono. “No soy deseada, nunca lo fui”, “no tengo madre, ni
referente ni refugio”. Su red de contención está compuesta de amigos. No tiene
relación con ningún familiar excepto con una prima cinco años menor a la
que ayuda económicamente (“soy como su madre”, nos dijo). Así como es
infrecuente un cáncer de mama en una veinteañera (de hecho, tenía un
examen normal unos meses antes), también es infrecuente que una joven esté
completamente desamparada y desvinculada de todo su origen. No tiene
relación con su pasado, ni tampoco con su futuro. No sabe cuál es su vocación
ni qué disfruta hacer. ¿De dónde puede sacar la fuerza, la confianza, la
vitalidad? Si no hay persona maternante, esto es una utopía. Ella misma
excluye a su familia biológica porque le resulta un peso tóxico. Esta niña-
mujer necesita una red de sostén o una familia sustituta apta, para elegir la
vida.
Cuando hablamos del beneficio secundario de la enfermedad, dice que al
estar enferma sus amigos están más pendientes, la cuidan más. También
mencionó el beneficio de separarse de su madre y no tener que cuidarla.
Necesita un motivo muy poderoso para alejarse sin sentir culpa.
A los dieciocho años, la madre estaba en tratamiento psiquiátrico y
tomaba quince pastillas por día. Ella se recuerda como la madre de su madre.
Un día, Dora *no aguantó más” y se tomó todos los comprimidos que había
en la casa. Se despertó entubada y se arrancó el suero. Luego estuvo internada
un mes en un psiquiátrico. Este es otro programante (un hecho concreto
altamente traumático) en la historia de su abandono. “Para qué vivir si mamá
no me mira, no me ama, no me mima?”, G para qué vivir si mi mamá sufre?”.
También es doble de una bisabuela que murió de cáncer de mama en un
marco de total carencia afectiva y desolación.
Van a extirparle la mama después del ciclo de quimio. Se está preparando
con su psicóloga para esa amputación. Originalmente es un conflicto de nido,
“no tengo nido”, con el agregado de “temo por mamá” o “temo por el nido”.
Cuando constelamos, pudo decirle al padre que era un cobarde y con la
madre sintió una profunda pena. Unos días después, la madre se contactó a
través un mensajito de texto. Le preguntaba cómo estaba y le decía que la
amaba profundamente. Dora cuenta que la madre nunca le dijo algo así, y nos
recuerda que tampoco está al tanto de su enfermedad. Aún no pudo contestar
el mensaje.
Como acto le pedimos que comprara un baúl y una caja. En la caja colocó
papeles con palabras que representan todo aquello de lo que quiere
deshacerse. El baúl comenzó a llenarlo con papeles de colores con deseos,
chocolates y mantas; simbolizando la protección. Le regalamos un abrigo que
representa nuestra compañía y afecto. Además, la invitamos a recuperar su
historia y depositarla dentro de sus recuerdos. Sugerimos mirar sus fotos,
hacer llamadas pendientes a familiares, buscar datos de su padre y escribirle
una carta hipotética a su madre contándole lo que le pasa. Su cuerpo le pide
abrirse, no ocultarse.
Le mostramos una imagen que representa su estado actual. Es una
marioneta con los hilos cortados, en posición fetal, como abandonada y rota.
Le explicamos que más allá de la angustia y el miedo, lo que había que hacer
era reconstruir los hilos. Lograr una red de sostenes, bucear en el pasado para
no repetirlo y tomar fuerzas de los vínculos actuales.
Necesita armarse una nueva identidad, sin excluir lo que fue. ¿Qué pasaría
si se agregara un nombre? ¿Qué pasaría si hiciera un viaje importante?
Necesita un cambio radical y a tiempo.
Si la enfermedad dice: “No tengo nido, ni referencia ni cobijo”, ella puede
responderse: “No tengo a mis padres presentes ni sanos, he sufrido total
abandono en mi infancia, pero ya soy adulta y voy a buscar mi propio destino
y a aceptar el amor de mis afectos. No estoy sola, formo mi propia familia”.
Durante una de las últimas sesiones la acunamos. Literalmente la
sostuvimos hamacándola sobre nuestros brazos.
Dora tiene el sol, la luna y el ascendente en Sagitario. Si bien Sagitario es
un signo que da fuerza, vitalidad, expansión, suerte y optimismo; su carta
carece de otros elementos importantes. El exceso de fuego no le permite
tomar contacto con la realidad y con la profundidad de sus emociones. Ella es
un motor encendido, se manda, se anima, se choca. Pero, así como se prende
fuego, se consume. No toma dimensión de quién es realmente, de su
potencial, de qué necesita y qué le sucede. Le urge poner su cuerpo a
descargar, porque está llena de preguntas y sola de respuestas. Actividades
físicas importantes, viajes y búsquedas espirituales pueden darle marco a su
proceso. Tiene cualidades para desarrollarse como maestra o guía de otros.
¿Por qué no cuidar animales que tanto le gustan?
Creemos que hemos iniciado un proceso que necesita de compañía
cercana y sostenida en el tiempo. Dora nos seguirá visitando periódicamente.

e
Elina: infecciones urinarias
Ya no soy una niña oprimida

Elina nació en Luján, es docente, tiene cuarenta años y quiere decodificar


sus reiteradas infecciones urinarias, así como comprender por qué no logra
una pareja estable.
“Mi mamá se llama Tita y mi papá Alberto. Ambos nacieron en Italia y
fallecieron de cáncer. Se conocieron en su pueblo, pero se casaron aquí en
Luján. A mi mamá le hubiera gustado trabajar, pero mi papá no la dejó,
supongo que por machismo. Él trabajó de zapatero toda su vida.
Cuando murió papá, mi mamá juró que no iba a estar con otro hombre.
Todo lo hicieron juntos. Todo.
Mi mamá deseaba tener muchos hijos. Perdió una nena, después nació mi
hermano y después yo. Creo que caí de sorpresa porque a mi mamá le costaba
quedar embarazada. Fui muy sobreprotegida, cosa que me molestaba
bastante. Mamá quería tener más hijos, pero no pudo. Estuvieron a punto de
adoptar a una nena más chica que yo, después no se dio.
Mi infancia se divide en un antes y un después cuando un vecino me
violó, pero jamás lo conté. No recuerdo exactamente la edad. En ese momento
se me fue la sonrisa. Y cuando caí en la cuenta de lo que me había hecho,
empecé a encerrarme. Lo seguí viendo hasta que murió de sobredosis.
Yo les leía cuentos a mis padres, ya que ellos no sabían leer. Aprendí
rápido. Además, no salía. Tenía uno o dos amigos. Solo quería jugar y escribir,
que mi familia me quiera y no escuchar más gritos. Mis tíos gritaban mucho,
igual que mi papá. Mi abuela vivía con nosotros. Tenía arterioesclerosis.
En la adolescencia sufrí mucho el cambio. No sabía lo que era la
menstruación y me abrumaba no saber. A mi mamá le daba vergijenza hablar
de esas cosas. No quería a mi cuerpo.
En la juventud cambié mucho y siempre trataba de hacer cosas fuera de
mi casa: estudiar e ir a cursos. Discutía con mis padres porque no me dejaban
salir. Les mentía mucho, pero así logré ver y conocer todo.
Tuve varias parejas. Perdi dos hijos naturalmente. Mi ex, con el que estuve
ocho años, me pegaba y por suerte pude dejarlo. Después tuve parejas cortas
que me dejaron. Tengo ganas de tener hijos, pero no se da. No encuentro a
alguien con compromiso y con ganas de formalizar conmigo.
Los hechos más dolorosos: la violación a los siete años, la primera vez que
mi ex me golpeó, la pérdida de mis hijos, la muerte de mis padres y no
encontrar un hombre con el cual formar una familia”.
En la primera entrevista nos cuenta que ambos padres mueren de cáncer
de colon (“me hicieron una guarrada”, “guardé secretos y desechos”). Su
madre era una mujer callada, sumisa, se ocupaba de la casa y también tenía
infecciones urinarias, pólipos y diabetes. Su papá era un hombre rígido,
trabajador, creativo, con mucha energía. Con ambos tuvo poco contacto físico
y emocional. Elina los cuidó a los dos durante su enfermedad.
La hermana fallecida estaba muy presente en la familia. La madre ponía
un plato vacío en la mesa para recordarla.
El abuso de su vecino, que además era amigo de su hermano, fue algo que
marcó profundamente su infancia. Se sintió sucia, con vergúenza, como
muerta. Llevó el secreto décadas.
Su mamá la peinaba y la vestía como si fuera su muñeca. Ella fue la
muñeca, pero también la maestra y cuidadora, ya que trabajaba en la zapatería
y les enseñaba a leer a sus padres.
Su primera pareja, a los veintidós años, le pegó por primera vez. Los
embarazos los perdió después de ser golpeada en las dos ocasiones. En el
trabajo encontró un folleto de reuniones para mujeres golpeadas, concurrió al
lugar y logró separarse de Luis. En ese momento se fue a vivir sola por
primera vez.
Las infecciones urinarias las tuvo siempre, aunque ahora que recuerda con
mayor claridad, piensa que empezaron tiempo después del abuso. Hubo años
en los que no tuvo síntomas, pero últimamente sufrió varios episodios.
Su síntoma nos habla de un conflicto de pérdida de territorio. El tejido
pertenece al ectodermo y la infección se produce en época de reparación del
conflicto. Por ejemplo, cuando se recupera un territorio perdido o anhelado,
cuando se acepta un desarraigo o la no pertenencia a un lugar que fue
nuestro. Un territorio puede ser un lugar, un amor, un proyecto o un afecto
importante, algo que se siente como propio.
En el caso de sus padres, el conflicto de cáncer de colon nos sugiere algo
sucio, una traición, una guarrada, algo escondido y guardado celosamente.
Su proyecto sentido (el programa que se graba durante la gestación según
la vivencia de los padres) parece ser: “Vine a reemplazar a la bebé que murió y
soy la encargada de cuidar y consentir a mis padres”. “Nací para ser sumisa,
soportar malos tratos, ser abusada. Debo agradarles a mis padres y atenderlos
en la enfermedad y en la vejez”,
Elina nace en una familia con carencias de indole económica, social y
cultural. Padres muy trabajadores, con un mandato patriarcal firme y gran
sometimiento de la mujer a la figura masculina. Fue violada por el vecino,
amigo de su hermano, y no pudo hablar del tema. A partir de allí estuvo
siempre en su casa recluida, sin comunicación real con su madre, sin poder
expresar sentimientos, con vergilenza y enojo. Al mismo tiempo, fue la
“dueña” del conocimiento en la casa, cumplió con el mandato de estudiar
Magisterio para contrarrestar la ignorancia familiar y cuidó a sus padres
como si fuesen sus hijos. Intuyó que su camino estaba “afuera” y que tendría
otras posibilidades de despliegue, y otros intereses. Pero, aun así, no pudo
entregarse a este destino, tal vez por miedo a diferenciarse o a tener lo que los
padres no tuvieron. Busca un hombre que la somete, repitiendo su propia
historia, pero ahora con menos ingenuidad y más violencia. Tiene que tener
conciencia, asumirse como víctima y desarrollar valor para defender su
propio territorio, delimitarlo y cuidarlo. Logra exiliarse de aquel territorio
tóxico que le hace daño.
La emoción que se repite es el miedo a estar sola, a no ser querida.
También la ira y frustración con el sexo opuesto, la imposibilidad de poder
comunicar sus sentimientos y sus deseos reprimidos. ¿Cómo consigue armar
una pareja sana una mujer que no está habilitada como mujer, que solo
conoce lo que es reprimirse y servir? ¿Culpamos a sus padres? De ninguna
manera, los terapeutas no nos ponemos por encima de los ancestros. Nadie
puede juzgar sin haber estado en aquel momento, en esos zapatos, soportando
secretos, sin herramientas ni recursos. Lo que hacemos es visibilizar su
historia, sin buscar culpables. Queremos amigarnos con la fuerza de su
familia, para tomar de ella lo positivo y elegir cambiar el camino sin culpas,
pero sin dejar de ser parte de ese sistema.
Los conflictos programantes los hemos situado en los secretos familiares,
la sumisión femenina, la pérdida de su hermana e hijos y los abusos.
Luego de cada ruptura de pareja y aborto se han desencadenado los
episodios de infección con mayor frecuencia.
Elina tiene la luna en Capricornio, que le enseña su propia soledad. Esta
luna se recluye, madura desde pequeña y cree que puede con poco. A medida
que crece va a tomando conciencia de cuánto necesita de los otros y todo lo
que debe ablandarse para sentir. El sol y ascendente en Sagitario le dan la
posibilidad de buscar su rumbo en la lejanía, viajando, conociendo otras
culturas y siguiendo a varios maestros. Elina debe encontrar su propio espacio
espiritual en el mundo, soltando dogmas.
Le pedimos que agrande una foto suya de cuerpo entero a tamaño oficio,
que la recorte en pedacitos y que exprese en qué se siente fragmentada, qué es
lo que le duele en su vida. Le proponemos que en cada corte de este
rompecabezas pueda llevar a la conciencia todas las situaciones en las que se
sintió atada y no pudo marcar su territorio, como también qué partes de ella
estuvieron dormidas o muertas. Luego armó el rompecabezas de sus partes
agregando dibujos o partes de revistas que representan lo que ella quiere
incorporar, como su feminidad, su autoestima, su maternidad, su identidad,
su sexualidad y el poder gozar.
Como segunda tarea le presentamos una imagen que buscamos en
Internet de cómo la vemos: una niña que quedó atrapada en una jaula de
pájaros, a los siete años. Su territorio ha sido manchado, por eso quedó
paralizada, triste, desvalorizada. Los años pasaron y ella no puede abrir la
jaula para liberarse. No sabe cómo romper los barrotes que le impiden ver el
más allá. No encuentra un lugar en el mundo y no logra ver la libertad como
una verdadera elección. La imagen muestra una niña encerrada en una jaula,
abrazándose a sí misma, delimitando ese como su propio territorio, cuando
no lo es.
En la segunda entrevista le proponemos que escriba un cuento terapéutico
con la historia que estamos descubriendo, pero con un final diferente. Elina
tuvo una lucidez extraordinaria para relatarse a sí misma:
“Había una vez una niña de siete u ocho años que vivía junto a su familia
en un barrio muy tranquilo. Disfrutaba de salir a la vereda de su casa y jugar
con sus amigas. Su madre era una mujer callada y sumisa, a ella le hubiese
gustado ir a trabajar, pero su marido se lo prohibía. Siempre estaba ocupada
en los quehaceres del hogar, por eso no tenía mucho tiempo para compartir
con su hija. Entonces, la pequeña se adentró en el mundo maravilloso de los
224

cuentos y volando con su imaginación recorría bosques encantados con


príncipes valientes y hadas bondadosas. Por las noches compartía sus
historias con sus padres porque ellos no sabían leer, aunque le hubiese
gustado ser ella la cobijada.
La pequeña tenía una hermana que había fallecido al nacer, ella nunca se
enteró ni el porqué de su muerte, ni de su nombre. Se sentía sola y
abandonada. Su hermano, ocho años mayor, ya se había ido a estudiar lejos de
allí.
En su hogar no siempre reinaba la paz. Allí vivían primos, tíos, abuelas, y
se escuchaban reproches, discusiones, preocupaciones por la falta de dinero,
devociones religiosas y gritos. Había un clima de desunión, intolerancia e
incapacidad de convivir. Mientras que cada uno se preocupaba por lo suyo,
un día llegó a la puerta un amigo de su hermano y la niña lo hizo entrar. Le
abrió su corazón y Su ser, pero el joven, aprovechándose de su inocencia, se
apoderó de su virginidad, y fue violada. Frente a la confusión y al miedo, la
niña sentía amor y odio. Pese al asco y al dolor, se sentía mirada y protegida
por ese muchacho.
Pasaron los años y creyó haber encontrado su príncipe azul, pero su
elección fue desafortunada, volvía a caer en la trampa de un hombre que decía
quererla. Esa niña convertida en mujer aceptó golpes, palizas, maltratos,
abusos, violaciones, insultos, amenazas... Y no podía alejarse de ese hombre
porque creía que era amada. La opresión era un lugar conocido para ella.
A tal punto llegó la entrega y la ceguera que perdió a los dos bebés que
llevaba en su vientre, no los pudo retener.
Sin embargo, esta historia fue tierra fértil para que ella se libere y
transforme el dolor en oportunidades. Decidió dejar la Argentina por unos
años y abordar un viaje, con miedo, pero con certeza. Si una pareja sana
aparecía, bienvenida sería, y si no, se encargaría de aprovechar cada minuto
de su vida conociendo nuevos territorios.
Empezó a escribir su historia y hoy edita su primera autobiografía en la
que desea ayudar a mucha gente. En uno de sus viajes comenzó un proyecto
con Payamédicos, para asistir desde la risa a niños enfermos.
Visitó a su hermano que vive en Europa, recordó su historia y lleva la foto
de sus padres colgada del cuello.
A la vuelta de su viaje conoció a un hombre bueno, separado y con hijos,
que la invitó a pasar su primera Navidad en familia”.
En la tercera entrevista la invitamos a constelar sus abusos. Le
presentamos vasos plásticos donde Elina escribió el nombre de cada situación
abusiva. Luego ubicó los vasos en una línea de tiempo y rompió cada uno. Eli
pudo poner sus sentimientos en palabras y descargó la ira al aplastar cada
vaso. Fueron once abusos nombrados.
Para cerrar el proceso la guiamos en una meditación: acostada en una
colchoneta, con música de tambores, le pedimos que cierre sus ojos y vaya a
su jardín interior. Luego, que descienda por una escalera y rescate a la niña
que quedó atrapada para encontrarse con sus partes no crecidas. Le pedimos
que abrace a su niña, que la saque de ese lugar y que recorran juntas esos
momentos lindos que pudieron vivir luego. Elina recupera a su niña, y la niña
su presente de adulta.
Está escribiendo los primeros capítulos de su libro y planea visitar a su
hermano el año siguiente. Nadie puede perder territorio con lo vasto que es el
planeta y el despliegue de experiencias que tiene una sola vida.
LA DESPEDIDA
RENDIRNOS AL MISTERIO
Es soberbio querer saberlo todo. A veces se manifiesta lo no dicho, a vece32
se nos regala la revelación, pero no siempre, y se respeta. Querer saber el
porqué de todo refleja una enorme ingenuidad, primero porque nunca hay un
solo porqué, las causas son cadenas de causas. Después, porque no es
necesario saberlo todo. Cuando el terapeuta es sistémico, no busca el
equilibrio de la persona que viene a consultar, sino de todo su sistema. No
hace nada en contra de los que no están (aunque estén muertos) para ponerse
del lado del consultante. Se respeta el sistema y el misterio del otro.
Esto lo aprendí hace muchos años, cuando me di cuenta de que no podía
hablar con una mamá recién parida sin preguntarle por los nenes que
quedaron en casa o por el hermanito mayor. Primero preguntaba por esas
historias anteriores de lactancia y de crianza para que las fichas se empiecen a
acomodar solas. Mi “consultante” era el bebito actual. Pero el actual, si no es el
primero, tiene una historia, la historia de sus hermanos anteriores a él.
Nuestra vida empezó mucho antes de nuestro nacimiento. Somos el resultado
de milagros, uniones y muertes anteriores. Para que algo nazca, algo tiene que
morir. Cuando me rindo, cuando me dejo caer y dejo que el cielo se caiga
sobre mí, ya no hay más que sostener. Y de pronto algo explota y las fuerzas
vuelven a nacer, Todo empieza y termina en el agua, en el agua de mar.
¿Cómo empezamos? Comprendiéndonos cuando fuimos egoístas,
ingratos y abusadores. Enamorándonos de nuestro pasado tal como fue,
incluso de las cicatrices de la piel, de las enfermedades. No transformamos a
nuestros síntomas en enemigos, los empezamos a mirar. Miramos los ataques
de pánico y les damos un lugar en nuestro corazón. Miramos nuestros abortos
y los amamos con el corazón. Miramos a nuestros exnovios y les
agradecemos. Miramos a nuestros maestros y jefes con buenos ojos. Miramos
nuestra agresión con aceptación. Nos permitimos comer por placer y por
emoción. Aprendemos a decir: “No, porque no tengo ganas”. Así comenzamos
a ver al depredador. Entonces, el depredador se integra a nosotros y ya no
imparte miedo. Está allí, cuidándonos. Cuando el aspecto exigidor que todos
tenemos es benevolente, la fuerza aparece.
Los terapeutas estamos llenos de casos similares a los nuestros en la
consulta. Historias que nos espejan. Pasamos el día mostrando realidades que
perfectamente podrían ser devoluciones para nosotros mismos.
No tengo miedo de mostrarme débil ante los consultantes y alumnos. Me
gusta que vuelvan aquellos que no necesitan que yo sea una figura rígida,
poderosa y de autoridad, a imitar. Vamos reconociendo y respetando nuestros
mecanismos. Y aprendemos a valorar el amor de aquellos que nos eligen
imperfectos, insoportables y desnudos.
Todos tenemos una historia y una identidad para revelar. Nuestra
identidad es mucho más que lo que creemos que es. Utilicemos la mirada
hacia el origen, solo para reintegrar nuestros múltiples destinos, para
enriquecernos con nosotros mismos. Para poder tomar múltiples roles.
Vivimos tratando de cambiar el pasado. Infantilmente, le damos miles de
vuelta al asunto, para que lo que murió no muera, para que lo que pasó no
ocurra. El dolor impide contactar con la realidad. Es mucho más difícil
apretar las manos, cerrar los ojos y evitar, que mirar y contactar. Cuando
miramos, vemos lo que ya sabía nuestra alma, lo que no estaba explícito, pero
se sentía, como una fuerza inmensa, como una sombra temerosa. La realidad
es menos grandilocuente y telenovelesca que la idea que tenemos de ella. La
verdad se atraviesa con todo nuestro ser, y sucede. El mayor proceso de
curación implica la aceptación de lo que somos hoy mismo, con todas las
consecuencias. Asentir a uno mismo, completo. Asentir a nuestros errores del
pasado, asentir a nuestros muertos, asentir a nuestros asesinos y a nuestros
ladrones. Somos ellos. Lo que pasó fue “nosotros”, y ninguna curación es otra
cosa que autocuración.
Autocuración es completarse a sí mismo, ¿con qué? Con uno mismo, y no
con el que deseo ser. En la medida en que aceptamos nuestro pasado, somos
humildes ante el origen. Si aprendemos a no juzgar a nuestros antecesores,
nos conectamos con la fuente de la vida y recibimos la fuerza. Fuerza para el
cambio, vitalidad, realidad. Si nos seguimos mintiendo acerca de quiénes
somos, no avanzamos, es una ilusión de movimiento, donde un día nos
damos cuenta de que estamos simplemente dando la eterna vuelta a la
manzana. Nos repetimos todo el tiempo. Un maestro astrólogo me decía: si
un astrólogo puede predecir lo que le sucederá a un individuo, es porque se
está repitiendo a sí mismo. Todos somos muy predecibles en la medida en que
no nos aceptamos tal como somos. Cuando bajamos la cabeza humildemente
a nuestra realidad, a nuestras fealdades y a nuestras deformidades, algo se
modifica, la posibilidad de cambio aparece y la fuerza se hace presente ante
nosotros.
Todo se manifiesta y se retrae, aparece y se va, florece y marchita. Cada
cosa será cosa y dejará de serlo. Pero “nosotros”, ese “yo” que observa, puede
evitar identificarse con la impermanencia de todo, y simplemente aceptarlo,
tal como es. Con una mirada lúdica, de maestra jardinera, podemos vernos ir
y venir, vernos crecer, vernos tomar formas. Busquemos ver cada cosa y
palabra del mundo, por primera vez. Con ojos de niño asombrado y no
siempre lastimado. Hoy veré cada suceso, cada objeto, cada persona, por
primera vez. Seré un niño sin vicios o un adulto sin miedos, solo por hoy.
Hoy, podés percibir que necesitás una experiencia más amorosa, una casa más
amorosa, una terapeuta más amorosa, un trabajo más amoroso y una mirada
propia más amorosa. Podemos sugerirnos el cambio, actualizándonos y
despidiéndonos de quienes dejamos de ser.
¡Basta de la dictadura de la imagen física, el cuerpo saludable y la
felicidad!
Tenemos la vida que podemos, y si hay ganas de bucear en el alma, sin
duda, es un montón.
Basta de repetir la historia acerca de cómo tenemos que ser.
Basta de repetir la historia.
Basta de repetir.
¡Basta!

Aquí y ahora, escribime, por redes sociales, un verbo que te inspiró


Basta de repetir la historia familiar. Te comprometo a darle lugar a ese
verbo en tu vida. El mío es Dejar-ser. Dejar-volar. Dibujá ese verbo a
continuación.
De la soga no hablaron más. ¿Para qué iba a hablar de sogas una gente tan unida? 230
LA FAMILIA DELASOGA, DE GRACIELA MONTES.

Si esta experiencia de libro te hizo bien, no dejes de compartirla con los


amores de tu vida. Tu “boca en boca” es un privilegio para mí. ¡Que nuestra
historia no quede en las sombras!
Agradecimientos 23

A mi maravilloso equipo de terapeutas y docentes de Biodecodificación


Rizoma.
A Gerardo Accastello, quien sintetizó los casos para la primera edición de
este libro.
A Elina, Mateo, Silvia, Mariana, Eleo y Male por sus lecturas y
correcciones amorosas.
A Diana Paris, partera de la primera edición.
A Karin Cohen, apoyándome en cada proyecto.
A Dalia Gutmann y a Ingrid Beck por su mirada amorosa en cada
prólogo.
A Cristina Solís, un talento artístico y humano.
A Graciela Montes, maravillosa escritora, autora de La familia Delasoga.
A Teo Scoufalos, mi amada editora.
A Tomás Linch y a Adriana Fernández, alma mater de la editorial, por
cada sí.
A todo el equipo de Planeta.
A todas las personas que se nombran en este libro. Gracias por ser parte
de mi historia y traerme hasta aquí. Todo lo cuento desde el respeto, el amor y
la gratitud.
A cada una de mis alumnas, alumnos y consultantes.
A mi padre y a mi madre, siempre.
A mi familia ensamblada. La de origen con mis hermanos y la de mis tres
hijos con sus tres padres, madrastras y abuelos.
A Fran y a todo lo nuestro,
A vos, lector, lectora, por vos todo y más.
Grupo (E Planeta

¡Seguinos!

ff 1OE/

También podría gustarte