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CONFERENCIA I Martes, 14

Octubre 2008

“EL HIPERCONSUMO

EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN” ​G​ILLES


​ ILÓSOFO Y ​S​OCIOLÓGO
L​IPOVETSKY F​

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky
D​ esearía intentar demostrar qué es lo que ha cambiado en el ​
universo del

consumo en la era de la globalización. Como es


bien sabido, ésta se caracteriza por la preeminencia de una
economía neoliberal única que integra a las principales regiones
económicas del mundo. En este ámbito, la globalización
contemporánea está marcada por procesos multidimensionales de
liberalización y desregulación y por interconexiones crecientes. Resulta
incontestable que el consumo participa de ese mismo movimiento: se
encuentra en la misma escala planetaria que se impone el propio
modelo consumista; y el universo consumista está asimismo cada vez más
estructurado por lógicas de desregulación e interacción, por el
desmantelamiento de las antiguas barreras, por el poder
desterritorializante de las conexiones y las redes. La sociedad del
hiperconsumo es aquella que se corresponde con la era de la
globalización, pero también con la de la individualización extrema.
Para poder entender qué es lo que ha cambiado en el universo
contemporáneo del consumo, es necesario intentar situar nuestra época
en la historia del consumo moderno, que ya es secular. Con este
propósito, yo propondría un esquema de evolución del capitalismo de
consumo basado en la distinción de tres grandes fases:
La ​fase 1 ​comienza alrededor de 1880 y concluye con la Segunda Guerra
Mundial. Esta fase es, en primer lugar, la que asiste a la proliferación de
las mercancías estandarizadas que se venden a bajo precio y se fabrican
en serie gracias a los nuevos métodos y a los nuevos procedimientos de
fabricación industrial. El ciclo 1 es asimismo el inventor del marketing de
masas y del consumidor moderno, que presencia también la aparición
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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky
de: 1) el embalaje o el acondicionamiento de los productos; 2) las

primeras grandes campañas de publicidad a escala nacional; y 3) la

marca, en el sentido moderno del término. Si esta fase desató un proceso

de democratización del consumo mercantil, lo hizo de forma muy

limitada, pues la mayoría de los hogares disponían de muy pocos

recursos para poder adquirir los equipos modernos que se multiplicarán

después, en el siglo XX - los automóviles, las neveras, los hornos eléctricos,

los cuartos de baño, etc. -. Por lo tanto, podemos decir que la fase 1 creó

un consumo de masas inconcluso, un consumidor moderno, aunque

predominantemente burgués o incluso elitista.

El nuevo ciclo de las economías de consumo, esto es, la ​fase 2​, se sitúa

alrededor de 1950 y se prolonga hasta finales de los años 70. Esta

segunda fase se identifica con lo que se ha dado en llamar la sociedad

de consumo de masas, sinónimo de democratización, de generalización

de los productos de consumo en todos los grupos sociales. Es entonces

cuando se empieza a comprar aquello que da placer, y no únicamente

lo que se necesita. De pronto, la dimensión de la elección, las

motivaciones individuales, los factores psicológicos, comienzan a ejercer

una influencia cada vez más determinante. A lo largo de esta fase 2 el

consumo entra en la era de la individualización y de la psicologización


masiva. Lo superfluo, la moda, el ocio, las vacaciones, se convierten en

deseos y aspiraciones legítimos de casi todos los grupos sociales. Al mismo

tiempo, la publicidad exalta permanentemente el placer; por todas

partes, la sociedad de consumo exhibe los símbolos del placer, del

erotismo, de las vacaciones, del gasto frívolo. El hedonismo en masa,

junto con la propagación de los nuevos bienes duraderos (televisión,

coche, comodidades, etc...), favorece la privatización de la vida, una

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H​ IPERINDIVIDUALISMO E

HIPERCONSUMO

Desde finales de los años 70, la «tecnologización» de los hogares es un

hecho generalizado en casi todos los grupos sociales. A partir de ese

momento comienza a desarrollarse el pluriequipamiento de las familias, y

es cada vez mayor el número de hogares con varios bienes duraderos de

un mismo tipo (dos coches, varios televisores, teléfonos, etc). Es el primer

rasgo de esta nueva sociedad. Esta dimensión es importante, porque

hasta entonces predominaba una lógica de consumo de tipo «semi-


colectivo», es decir, basada en el equipamiento del hogar. Esto va a

cambiar con la sociedad del hiperconsumo, ya que el consumo se

centra cada vez más en el equipamiento de los individuos que

conforman un mismo hogar. Se podría decir, parafraseando a Marx: «De

cada uno según sus objetos, a cada uno según su tiempo de uso».

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky

dinámica de individualización de los gustos, de los comportamientos y las

buenas costumbres. Con la fase 2, el consumo empieza a remodelarse a

gran escala bajo el signo del individuo, de sus aspiraciones y sus gustos

privados.

Yo adelanto la hipótesis de que ese ciclo 2 también ha concluido. Desde

finales de los años 70 y principios de los ‘80, asistimos a una nueva fase.

Ya no estamos en la vieja y querida sociedad de consumo que acunó

nuestra juventud; ahora nos encontramos en lo que he propuesto

denominar sociedad de hiperconsumo. Y son los rasgos característicos de

esta nueva configuración social histórica los que me gustaría presentarles

a continuación.
H​ IPERCONSUMO

DESREGULARIZADO

Hasta entonces, los hábitos, las normas y las prácticas de clase

delimitaban los comportamientos de consumo. Pero esto está a punto de

cambiar, y a gran velocidad: no solo el multi-equipamiento de las familias

y los nuevos objetos (móviles, microordenadores, vídeos, microondas

etc...) sino también la diferenciación abismal de la oferta y las

aspiraciones crecientes de mejorar de fortuna han desatado una fuerte

desestabilización de los modelos culturales de clase. Dicho de otro modo:

una mayor libertad de los actores frente a las normas y hábitos de clase.

Así como el capitalismo desregularizado y globalizado se ha convertido –

en palabras de Edward Luttwak- en un «turbo-capitalismo», vemos


asimismo como surge lo que yo llamo el «turbo-consumidor», es decir, un

consumidor liberado del peso de las convenciones, de la cultura, de las

normas, de las tradiciones propias de cada clase. De ahí el perfil del

nuevo consumidor, que se describe como errático, nómada, volátil,

imprevisible, fragmentado, desregularizado. Dado que cada vez está

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky

Qué duda cabe que la sociedad de consumo, por medio de las

vacaciones, de la televisión, favoreció la individualización de los

comportamientos. Pero ha sido la sociedad de hiperconsumo la que ha

dirigido una auténtica escalada individualista, un hiperindividualismo, el

pluriequipamiento, que permite desincronizar las actividades y facilita el

consumo individual, los usos personalizados del espacio, del tiempo y de

los objetos. En este sentido, hemos pasado a un consumo de tipo

hiperindividualista.
“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky
más liberado de los controles colectivos a la antigua, el hiperconsumidor

es un sujeto ​zapeador ​y descoordinado.

E​ L CONSUMO EMOCIONAL

Durante mucho tiempo, para explicar la dinámica del consumo y las

necesidades, los teóricos favorecieron el modelo Veblen, es decir, el

modelo del gasto honorífico o estatutario. Brevemente, este modelo

afirma que no consumimos las cosas por sí mismas o por su valor de uso,

sino por adquirir un cierto status social, para brillar, ser admirados,

reconocidos dentro de un grupo, o para distinguirnos de las clases

sociales inferiores. Es el esquema desarrollado incansablemente por

Bourdieu: el de la distinción social. En mi opinión, ya desde la fase 2 ese

modelo comenzaba a mostrar ciertos signos de debilidad, aunque aún

fuera válido: es la época en la que Vance Packard escribe un libro con

un título muy elocuente, ​Les obsédés du standing.​

Pero a la fuerza debemos señalar que este modelo resulta cada vez

menos aplicable a medida que los artículos de consumo se banalizan y

se difunden a lo largo y ancho del espectro social: la nevera, la


televisión, la cadena Hifi, el móvil... no se compran para diferenciarse,

sino para satisfacer las necesidades privadas, hedonísticas, lúdicas,

experimentales. Preferimos los artículos que nos permiten vivir a los

artículos-vitrina, que sólo compramos para destacar o diferenciarnos de

los demás.

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
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El consumo individual tiene más importancia que el consumo guiado por

la preocupación por el otro. Esto no quiere decir, claro está, que la

preocupación por el otro haya desaparecido; esta preocupación

persiste, pero rodeada de todo un conjunto de motivaciones diversas

que no dependen de ese factor. La época del hiperconsumo coincide

con el triunfo de un consumo más emocional que estatutario, más lúdico

que prestigioso. Eso es el hiperindividualismo en el consumo: tiene menos

de distintivo pero más de búsquedas sensitivas, perturbadoras o

experienciales. A partir de ahora, el consumo funciona como un “viaje”.

Es la puesta en movimiento de nuestro imaginario: lo importante es que


en nuestra vida habitual pase algo nuevo. Viene a ser como cuando

salimos de viaje o nos vamos de vacaciones; lo importante no es tanto el

lugar al que vamos, sino el viaje en sí mismo. En nuestras sociedades, el

consumo funciona como una droga; es una experiencia banal, pero

permite romper un poco con la rutina diaria, intensificando el presente.

En ese sentido, el consumo debe verse menos como un poder de

alienación y más como un poder para animarse; es eso lo que explica su

fuerza emocional en los individuos.

Es necesario interpretar la pasión consumista como una manera más o

menos eficaz de combatir, de conjurar, de exorcizar la fosilización de lo

cotidiano. Mediante la adquisición de artículos nuevos, el consumidor

expresa el rechazo a la cosificación de uno mismo y de lo rutinario, el

deseo de intensificar y reintensificar su vida presente. Tal vez ese sea el

deseo fundamental del hiperconsumidor; es decir, rejuvenecer su

experiencia del tiempo, revivificarla mediante novedades que son como

semblanzas de aventuras. Por lo tanto, hay que pensar en el

hiperconsumo como en una cura en una fuente de juventud emocional

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
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que recomienza una y otra vez. El hiperconsumidor ya no es la persona

obsesionada con el standing; es aquel que desea rejuvenecer una y otra

vez, que rechaza los tiempos muertos, que siempre quiere conocer

nuevas emociones a través de las novedades comerciales. ¡Es la persona

que sueña con parecerse a un «fénix emocional» que renace una y otra vez

de sus cenizas! ​

u​ N HIPERCONSUMIDOR ANSIOSO

Para definir esta nueva sociedad, algunos sociólogos hablan del

advenimiento de una cultura neodionisíaca que descansa únicamente

sobre la preocupación en el presente y en el deseo de disfrutar aquí y

ahora. De este modo, nuestras sociedades estarían asistiendo de nuevo a

la recomposición de lo que desde los tiempos de Horacio se denomina el

“carpe diem”, es decir, el hecho de vivir al día, disfrutando de todos los

placeres, aprovechando al máximo cada instante. Creo que estas tesis


son falsas. En realidad, lo que caracteriza la mentalidad de esta época

no es tanto el “carpe diem” como la inquietud de enfrentarse a un futuro

incierto, con riesgos profesionales y de salud.

Por lo que respecta a la cuestión que aquí nos ocupa, el fenómeno

principal es en realidad el miedo al paro y a la precariedad; es también

el miedo a la enfermedad, la obsesión por la salud y la longevidad.

Ahora bien, el individualismo ya no puede concebirse al margen de la

obsesión por la salud y la longevidad; los gastos médicos, las revisiones,

las consultas, todo explota, literalmente. De manera generalizada, se

trata de identificar los factores de riesgo y de someterse a

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reconocimientos. Es la época de la prevención a través de todo un

conjunto de prácticas deportivas, alimenticias, higiénicas (no comer

grasas, no ir con prisas, no fumar). Incluso las conversaciones cotidianas

se ven inundadas por la temática de la salud y la forma física. La palabra

clave ya no es disfrutar, como en los ‘60 o los ‘70; aquí es la salud, la

longevidad, la prevención, el equilibrio.


La consecuencia de ello es que, poco a poco, el referente de la salud

coloniza todas las esferas de la oferta comercial: el ocio, el deporte, la

vivienda, la cosmética, la alimentación; todos estos ámbitos se hallan,

poco o mucho, invadidos y redefinidos por la preocupación sobre la

salud, Cada vez son más los productos que se venden como híbridos de

bienestar y salud (los famosos “alicamentos”). La medicalización del

consumo y de los estilos de vida se ha convertido en una de las grandes

tendencias de la sociedad de hiperconsumo. Lo cual viene a demostrar

una vez más que el modelo de la distinción ha quedado obsoleto.

Evidentemente, no es posible explicar este proceso de medicalización,

esta obsesión por la salud, en términos de lucha simbólica y de búsqueda

de un distintivo social.

La segunda observación es que el auge contemporáneo de los placeres

inmediatos, de la evasión, de los placeres sensualistas, se conjuga con la

afirmación de una cultura sanitaria y preventiva, es decir, con una cultura

ansiosa en los antípodas de lo dionisiaco. Nuestros valores son hedonistas,

es cierto; pero nuestra sociedad no es dionisiaca, ni se ha entregado a las

delicias del “carpe diem”.

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E​ L

CONSUMO-MUNDO

Para que naciese el consumidor moderno fue necesario alejar a los

individuos de las normas particularistas y locales, disculpar las ganas de

gastar, desvalorizar la moral del ahorro, depreciar los productos

domésticos en beneficio de los artículos comerciales. Dicho de otro

modo: inculcar nuevos estilos de vida acabando con las costumbres

sociales que se resistían al consumo mercantil. Al deshacerse de esos

comportamientos tradicionales, al acabar con las normas puritanas, se

crea el planeta del consumo de masas. El crédito, los grandes

almacenes, la publicidad, condujeron al desarrollo de una nueva moral,

de una nueva psicología. En las fases 1 y 2 se instruyó masivamente sobre

el consumo moderno.

Este ya no es nuestro contexto. Actualmente ya no existen normas y

mentalidades que se opongan fundamentalmente a la explosión de las

necesidades monetizadas. Todas las inhibiciones, todas las murallas

arcaicas han sido liquidadas; ya no queda nada más que la legitimidad


consumista, las incitaciones a los placeres del instante, los himnos a la

felicidad y a la preservación individual. El primer gran ciclo de

racionalización y modernización ha concluido. Ya no queda ninguna

norma tradicional que abolir, todo el mundo está formado, socializado,

alimentado por el consumo ilimitado. La era del hiperconsumo comienza

cuando caen las antiguas barreras culturales, cuando desaparecen los

frenos culturales al gusto por las novedades y a la comercialización de las

necesidades. Por último, el hiperconsumo se impone cuando el consumo

moderno deja de desplegarse sobre el fondo de la cultura antinómica -

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en este sentido, me sumo a los análisis de Ulrich Beck sobre la

modernidad avanzada -. Las resistencias culturales al consumo ya no son

el problema, sino la huida hacia adelante, el que la espiral misma del

consumo ya no se encuentre con un modelo radicalmente opuesto.

Dicho de otra forma, la fase 3 es la de la sociedad en la que el referente

hedonista se impone como una evidencia; donde la publicidad, el

tiempo libre, el cambio perpetuo del marco de vida han entrado a


formar parte de las buenas costumbres. A decir verdad, ya no existe un

contrapoder real institucionalizado a la orden del consumo. Es por ello

por lo que yo creo que podemos hablar de hiperconsumo. El

compromiso en las luchas colectivas, la Revolución, las tradiciones

culturales han dejado de poner freno al triunfo del consumismo.

Incluso la religión ha dejado de constituir un contrapoder al reino de lo

que yo denomino el consumo-mundo, es decir, la reestructuración de la

existencia por medio del espíritu consumista. La Iglesia ya no fomenta las

nociones de pecado mortal, y ha dejado de exaltar realmente el

sacrificio y la renuncia a los placeres mundanos: el cristianismo se ha

ajustado a los ideales de la felicidad terrenal. Al mismo tiempo,

apoyándose en el debilitamiento de la capacidad organizadora de las

grandes instituciones religiosas, se tiende a la individualización de la

creencia y la actuación, a la afectivización y a la relativización de las

creencias religiosas. En este sentido, incluso la espiritualidad funciona, por

así decir, como un autoservicio de la expresión de las emociones y los

sentimientos, de las búsquedas impulsadas por la preocupación del

bienestar personal. Se trata cada vez más de la búsqueda de la

realización psicológica del sujeto que se encuentra en el centro tanto de

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las experiencias de los creyentes propiamente dichos como de las

nuevas religiones sin Dios. Evidentemente, creer no es consumir. El espíritu

de la fe no se confunde con el espíritu pragmático y cambiante del

consumismo. Sin embargo, la reafirmación contemporánea de lo religioso

está marcada por los mismos rasgos que definen al turbo-consumidor

experimental, es decir, por la participación temporal, los

comportamientos a la carta, la primacía del bienestar subjetivo y de la

experiencia emocional. A este respecto, se puede decir que el individuo

religioso contemporáneo se muestra más como la continuación del

hiperconsumidor por medios distintos a su negación. Una vez más, no se

trata evidentemente de asimilar lo religioso al consumo. Simplemente, se

ve que los principios del hiperconsumo han penetrado en el interior

mismo del alma religiosa.

La dinámica del consumo-mundo no se queda ahí. Todas las grandes

instituciones sociales se han visto formateadas de nuevo, revisadas y

corregidas por el turbo-consumismo. Y la lista es muy larga. La pareja, por

ejemplo. Se desinsitucionaliza; se privatiza y se hace más inestable, como

dan fe de ello el menor número de matrimonios, la progresión del divorcio

y la precariedad de los lazos. La familia tampoco escapa del todo a la

cultura del consumo, a las estrategias temporales, individualizadas,


contractualizadas del sujeto consumidor. Pero aún lo vemos más

claramente en el terreno político. La volatilidad electoral aumenta; un

gran número de ciudadanos muestra una adhesión fluctuante a los

partidos políticos; cambian de bando según la naturaleza de las

elecciones y lo que esté en juego en ellas. Tal es su indecisión que

deciden su voto en el último momento. Finalmente, el voto estratega del

ciudadano consumidor tiende a sustituir al voto de clase a la antigua

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usanza. La relación con los sindicatos sigue la misma lógica: aquí también

lo que les mueve es el lazo temporal y distanciado; los miembros se han

convertido en simples contribuyentes. Una relación de tipo utilitarista ha

sustituido el compromiso identitario que hasta hace aún poco tiempo

prevalecía en el universo sindical.

La cuestión está en saber dónde hay que establecer las fronteras del

consumo-mundo en el momento en que el espíritu consumista invade

casi todos los ámbitos de la vida: la familia, la religión, la política, Europa;

pero también la sexualidad, la procreación, la escuela. El hecho principal


está ahí. Ahora, en todas las esferas de la vida o en casi todas, se impone

de una forma u otra el principio del autoservicio, la movilidad, la

precariedad de los lazos, la instrumentalización utilitarista de las

instituciones, el cálculo individualista del coste y el beneficio. Es decir, el

mercado se ha convertido, mucho más allá de las transacciones

económicas, en el modelo e imaginario que rige el conjunto, o casi el

conjunto, de las relaciones sociales.

Por todas partes la esfera mercantil se extiende a otras esferas que en el

pasado estaban excluidas. En todas partes se generaliza la lógica de las

opciones personales, de las relaciones contractualizadas y temporales, la

perspectiva del cliente, la búsqueda de la mejor relación calidad-precio,

la maximización de las ventajas. De ahí que la fase 3 pueda definirse

como la sociedad en la que la cultura del consumismo reestructura cada

vez más esferas, incluidas aquellas que son ajenas a la dinámica del

intercambio ventajoso.

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U​ N MUNDO SIN

VALORES?

Como ya saben, ante el triunfo de la sociedad de mercado surgen

nuevas inquietudes y nuevos interrogantes. Bajo lo que algunos

denominan totalitarismo mercantil, ¿no existe el riesgo de que perezca la

sociabilidad, la confianza social, en definitiva todos los valores superiores

e incluso los sentimientos que definen a la humanidad?

No comparto ese pesimismo, porque - es necesario subrayarlo con

insistencia - la dinámica tecno-comercial no es absoluta: el colapso de

los valores morales no llega hasta el fin de la misma. Esa decadencia tan

en boga es un mito. Existe un amplio y sólido consenso sobre los cimientos

éticos y políticos de la modernidad liberal. Las declaraciones formales y

los compromisos éticos se multiplican, incluso en lo que respecta al

consumo - se observa por ejemplo con los productos solidarios y de

comercio justo -. Del mismo modo se multiplican las asociaciones y los

voluntarios; los arranques de solidaridad y las donaciones en favor de las

víctimas (tal y como se puso de manifiesto con el último tsunami) nunca

habían sido tan elevadas; los derechos del hombre cuentan con una
adhesión sin precedentes. Todos los valores, todos los referentes de

sentido (lo justo, lo auténtico, el amor, la amistad), no han desaparecido

en modo alguno. La sociedad de hiperconsumo no es solamente el

imperio del mercado y de los placeres individualistas; esta sociedad se

acompaña asimismo del afianzamiento del tronco común de los valores

humanistas democráticos. Por ello podemos ser relativamente optimistas

ante el porvenir, independientemente de cuáles sean los grandes

obstáculos del presente. Siempre hay en nuestras democracias una

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fuerza de autocrítica y de autocorrección. La era del hiperconsumo no

está cerrada, no está encerrada en si misma, no está consagrada a un

nihilismo exponencial.

Es necesario dejar de demonizar el mundo del hiperconsumo. Tiene

muchos defectos, pero en ningún caso ha abolido la moral, ni el

altruismo, ni la indignación, ni el valor del amor. En las películas, en las

canciones, en las novelas, en la prensa, en los bares, el amor se presenta

como un ideal de la existencia, la quintaesencia de la vida, la imagen


más emblemática de la felicidad. La pareja nunca había estado tan

asentada sobre el sentimiento. ¿Y qué hay más prioritario, más importante

para nosotros que nuestros hijos, que el amor que les tenemos a nuestros

hijos? No hacemos más que consumir amor en los medios de

comunicación; nos lo creemos y le reconocemos un valor sublime. Así

que me parece que la buena noticia es esa: no todo ha sido colonizado

por el valor de intercambio y el consumo mercantil. La sociedad del

hiperconsumo no es nihilista ni individualista, no da un valor nulo a los

valores, no es la negación de la relación afectiva con los demás.

Pero el que la sociedad del hiperconsumo no sea sinónimo de barbarie y

de completo nihilismo no significa que sea el mejor de los mundos

posibles. Muy al contrario. Por un lado, el hiperconsumidor se muestra

reflexivo, se informa, adopta cada vez más comportamientos de

prevención; prima la calidad y la salud. Pero por otro lado observamos

una multitud de fenómenos, sinónimos de exceso, de liberalización

patológica, de «descontrol» de uno mismo. Los ejemplos son múltiples:

fashions victims,​ compras compulsivas, toxicomanías, prácticas ​adictivas

de todo tipo. La anarquía de los comportamientos alimentarios, la bulimia

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y la obesidad, son términos bien conocidos. Los buenos observadores ya

hablan de la llegada de un «consumidor empresarial», «de un consumidor

experto». Pero esto no es más que una verdad a medias. Se trata tanto

de un consumidor desestructurado o anómico como de un consumidor

experto que se presenta como tal. La relajación de los controles

colectivos, las normas hedonistas, la excelencia, la educación liberal que

acompaña al consumismo, contribuyen a estructurar a un individuo

desligado de los fines comunes y que a menudo se muestra incapaz de

resistirse tanto a las tentaciones externas como a los impulsos internos. Esa

es la razón por la que presenciamos todo un conjunto de

comportamientos excesivos, de consumos patológicos y compulsivos. Por

un lado vemos cómo se desarrolla un hedonismo ordenado, y por otro,

un hedonismo caótico que expresa el desorden propio y la impotencia

subjetiva.

Y sobre este punto debemos exponer una conclusión. Al margen del

consumo y el hedonismo, son necesarios otros principios, no solo para

formar ciudadanos sino también para estructurar psicológicamente a un

individuo. Un mundo psicológico enteramente colonizado por el

consumo no puede ser sino anómico, ya que está privado de referencias,

de continuidad y de organización. Nosotros tenemos de manera


imperativa la necesidad de contar con principios, valores y motivaciones

que respondan a otra cosa que a estímulos mercantiles. Pero – y esto

debe subrayarse – esas otras motivaciones (el deseo de progresar, el

deseo de reconocimiento, de comprender, de crear, de superarse) no

han sido aniquiladas.

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E​ L FUTURO DEL

HIPERCONSUMO

Independientemente de la intensidad de las críticas de la que sea

objeto, la sociedad del hiperconsumo no ha hecho más que empezar,

siendo lo más probable que se extienda por todo el planeta en una

época que no dispone de ningún sistema alternativo creíble. Ni las

protestas ecologistas, ni los nuevos estilos de consumo más sobrios, ni los


« alterconsumidores » bastarán para parar, y ni siquiera para frenar, la

huída hacia adelante de la mercantilización de la experiencia y de los

estilos de vida.

Al mismo tiempo, la degradación de la ecósfera, las limitaciones de los

recursos naturales y el calentamiento global obligarán a inventar

métodos de producción y estilos de consumo menos depredadores y

destructivos en lo que a la naturaleza respecta. Pero el cambio

necesario a una economía más sobria no supone el fin de la sociedad

de hiperconsumo, es decir, de una sociedad dominada por la

comercialización ilimitada de la satisfacción de las necesidades. A

largo plazo, cabe concebir un futuro marcado, por un lado, por la

reducción del consumo de las energías fósiles, y por otro, por el

crecimiento del consumo de las energías renovables. Por ello, bien

podría ser que los desafíos energéticos y ecológicos a los que nos

enfrentamos fueran los que establecieran la condición de desarrollo

sostenible de la sociedad de hiperconsumo más que las causas de su

desaparición. Otra de las razones por las que cabe imaginar esta

evolución es el crecimiento del consumo de servicios (un crecimiento

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky
que ya representa en determinados países la mitad de los gastos de los

hogares), que es un tipo de consumo más económico en energía y

menos devorador de recursos naturales.

H​ ACIA UN PLANTEA

HOMOGENEIZADO?

No obstante, el hiperconsumo presenta asimismo problemas cruciales a

la cultura e identidad de los pueblos. ¿Cómo es el mundo que está por

venir? ¿Avanzamos hacia una enconada americanización del planeta, o

hacia un orden mundial dividido por los factores culturales? ¿Está el

mundo entero condenado por el imperio del mercado a ver las mismas

películas, a escuchar la misma música, a leer los mismos libros? Por todas

partes se denuncia el peligro de una estandarización mundial que,

manipulando los productos y los gustos, los imaginarios y los estilos de

vida, no dejaría de laminar las particularidades nacionales y regionales.

La homogeneización, más eficaz que las industrias culturales del

hipercapitalismo transnacional, se caracteriza por un alto nivel de

concentración: el 85% de las grabaciones musicales que se venden en

todo el mundo lo producen únicamente cuatro grandes grupos; los


quince primeros grupos audiovisuales se aseguran ellos solos el 60% del

conjunto de programas de televisión; y en un sector muy significativo en

este tipo de concentración - el cine - la superportencia que es

Hollywood se encuentra más que nunca en su máximo apogeo - siete de

los «grandes» americanos acaparan el 80% del mercado mundial, y el

85% de las entradas de cine que se venden en todo el mundo son

entradas para ver películas producidas en Hollywood -.

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
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Es innegable que es posible comprar determinadas grandes marcas en

cualquier lugar del mundo, pero ¿es suficiente este dato para avalar la

tesis de la homogeneización planetaria del consumo? Desde el punto de

vista cuantitativo, no debemos olvidar que, dejando a un lado el

comercio con los otros países europeos, Francia intercambia menos del

10% de su PIB con el resto del mundo. En la economía americana, las

compras y las ventas al extranjero no representan más que el 12% de su


PIB. A menudo se presenta la cuestión de la mundialización como si Mc

Donald’s y Coca-Cola hubieran conseguido colonizar el globo, de lado a

lado, y sin embargo la inmensa mayoría de las marcas que compra el

consumidor son nacionales y, en algunos casos, locales. En este sentido,

la mundialización comercial es más imaginaria que real.

La alimentación es también un ámbito que ilustra vívidamente la

persistencia de las tradiciones nacionales y locales. Podemos comer

hamburguesas, pizzas, tomar ketchup o pescado congelado en todo el

planeta; en la actualidad también se bebe vino en los países del norte y

cerveza en los del sur. Sin embargo, se continúa comiendo comida china

en China, francesa en Francia, italiana en Italia: los hábitos alimentarios

(gustos, recetas de cocina, horarios de las comidas) no se parecen en

nada, ni siquiera entre países próximos geográficamente. Los alimentos

que se venden en los estantes de los supermercados de diferentes países

no se parecen; e incluso los productos ​fast food ​se comercializan de un

país a otro con variantes adaptadas a los gustos locales. Más que una

estandarización, se observa un interés creciente por las tradiciones

alimentarias locales, los alimentos locales, la cocina del país, las recetas

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
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«auténticas», tal y como demuestra la significativa proliferación de guías y

libros de recetas tradicionales. Casi por toda Europa uno se encuentra

con el «sabor de la región», el éxito de las tradiciones gastronómicas

consideradas un valioso patrimonio nacional y regional.

Si bien existe una fuerza disuasoria universal contra los productos

americanos, observamos igualmente un desarrollo de los bienes culturales

que, procedentes de diversas partes del mundo, se apropian de los

formatos mediáticos americanos, los readaptan y consiguen crear así

formas híbridas. Las culturas particulares se cruzan permanentemente con

la cultura-mundo, y se cruzan entre ellas, cada una de ellas

alimentándose de las otras. Esto lo podemos ver en las formas híbridas de

los manga japoneses, los folletines egipcios o las telenovelas brasileñas,

fruto del reencuentro del modelo estadounidense y de las realidades

culturales locales. También se ve en el desarrollo de una ​música del

​ n la que se mezclan ritmos procedentes de todas partes, de


mundo e

Jamaica y de Europa del Este, del Magreb y del África negra. La ​bossa

nova​, el ​reggae,​ la salsa, el ​raï,​ el ​gipsy jazz​: la música «sin fronteras» se

basan en la fusión de los ritmos modernos y de los ritmos tradicionales; de

los instrumentos eléctricos y de los instrumentos antiguos; de la mezcla del

jazz y la samba; del ​raï ​argelino y el ​blues;​ del flamenco y el rock, de las
músicas locales y el ​funk​, el pop o el ​rythm & blues​. La cultura-mundo es

aquella en la que cohabitan los productos formateados y las

producciones «criollizadas » enriqueciéndose de todas las corrientes y

estilos del mundo cercano y lejano.

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La belleza constituye otro ejemplo del proceso de «glocalización».

Ahora, en todo el planeta, se difunde el mismo modelo de belleza

femenina que trasladan la publicidad, la moda, las ​top-model ​y las

marcas de cosmética. El ideal tradicional de corpulencia y fuerza en

vigor en las comunidades rurales antiguas ha dado paso a una estética

sexy y larguirucha que exige dietas, ejercicio físico y musculación, pero

también maquillaje, productos de cuidado y cirugía estética. Triunfa un

canon estético internacional que exalta a la mujer esbelta, el ​sex-

appeal,​ el glamour resplandeciente, el cuidado consumista del cuerpo.

Es esta belleza cosmopolita la que consagra los concursos de belleza

nacionales e internacionales cuyas imágenes retransmiten

profusamente los medios de comunicación en todo el mundo. Al mismo

tiempo, el hecho de que se elijan «Miss Mundos» que no responden al


tipo occidental y que todos los países tengan sus « Misses » testimonia el

reconocimiento de las bellezas plurales, del advenimiento de las

mezclas glocalizadas de cosmopolitismo trasnacional y belleza «étnica».

Con la cultura-mundo se afirma el modelo «etno-chic», la hibridación

estética del estándar occidental y la indigenización.

De forma más general, son los productos que implican la sensibilidad

estética los que preservan la influencia de la idiosincrasia de las culturas.

Un determinado número de arquitecturas postmodernas se reconcilian

con los estilos vernaculares. Los indios continúan prefiriendo Bollywood a

Hollywood: el año del estreno de ​Titanic,​ los ingresos en las salas de las

películas americanas en la India no superaron el 4% de la cuota de

mercado. En Francia, el éxito de ​Bienvenue chez les Ch’tis,​ centrado en el

ámbito local, quedó sólo por detrás del éxito alcanzado por ​Titanic;​ lo

mismo ocurrió en Indonesia, con la película ​Ayat-Ayat Cinta​. En Brasil, las

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky
“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky

telenovelas brasileñas gozan de un éxito considerable y son objeto de


una pasión colectiva. Aunque el éxito de Harry Potter sea mundial, la

mayoría de los éxitos literarios no rebasa los límites nacionales. Lo mismo

ocurre con el éxito de los humoristas y los músicos: en Brasil, la producción

nacional domina el 90% del mercado local; los programas «nacionales»

dominan la lista de los diez programas más vistos por los telespectadores

europeos. Sería imposible enumerar los ámbitos o la especificidad de los

gustos nacionales que se resisten firmemente a la pretendida

homogeneización de los productos y estilos de vida.

¿A qué se debe esta persistencia de las diferencias nacionales? ¿No se

trata sólo de un fenómeno residual, de arcaísmos condenados a

desaparecer bajo la apisonadora del capitalismo globalizado? Es

necesario desmentir semejante interpretación, que no solo desestima el

peso de la historia en las estructuras identitarias sino que además

interpreta el fenómeno con gafas modernas a la antigua en el momento

en que hemos caído en otra modernidad; en la que la patrimonialización

y las reafirmaciones particularistas funcionan como medios de

personalización, como nuevas maneras de ser uno mismo y de estar

orgulloso de ello. Nuestra época ya no percibe la modernización como

algo que libera automáticamente del pasado: aprehende el futuro no sin

miedo de una pérdida de identidad y de impersonalización. De ahí la

reinversión de las identidades culturales particulares. Nos negamos a

vernos desposeídos o expropiados de una parte de lo que nos ha

constituido. No se trata ni mucho menos de ánimo de tradición, sino de


una resistencia a la ​violencia ​de verse arrancado de aquello que nos

hace ser como somos y a lo que nos encontramos ligados como parte de

nosotros mismos. En este sentido, este fenómeno es una de las

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky

expresiones de la nueva cultura individualista centrada en la búsqueda

de una vida mejor y en la calidad de vida. Es necesario ver un

instrumento de protección de uno mismo en el mundo de la

desorientación globalizada.

Claramente, el público mundial no son todos los consumidores del

planeta. Lo que le arrastra no es tanto la americanización uniforme como

el crecimiento de la variedad alimentaria, la multiplicación de las

interacciones, la hibridación de los particularismos. En todas partes, los

particularismos reaparecen, reivindicando su identidad ; por todas partes

se predica la necesidad de las «raíces», la valorización del patrimonio

cultural y religioso. Cuanta más cultura americanizada se consume,

mayores son las reivindicaciones identitarias y las exigencias de diferencia

​ o
cultural. El gran consumo de productos culturales ​made in USA n
conduce sistemáticamente a una cultura universal y homogénea debido

a lo mucho que se reinterpretan según vías distintas y por diferentes

pueblos en todo el planeta. El mundo consume productos americanos,

pero no todos se reciben de idéntica manera: una serie de televisión no

se ve con los mismos ojos en América que en Argelia o en Rusia. El

consumidor no es un sujeto que absorba pasivamente los programas; los

símbolos y las imágenes, incluso clasificados, se filtran, se reasignan, se

llevan a nuevas redes de imaginación y sentido. Las imágenes difundidas

por la CNN con ocasión de la guerra del Golfo o a raíz del 11-S no se

percibieron del mismo modo en el norte que en el sur, donde la

información americana se rechaza de forma masiva y se percibe como

una forma de imperialismo cultural. Con la globalización se erosionan las

fronteras y las barreras geográficas, se comprime el espacio-tiempo, pero

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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA
GLOBALIZACIÓN” ​Gilles Lipovetsky

no desaparecen las distancias culturales. Y cuanto mayor acceso tienen

los individuos a la cultura-mundo, mayor es su necesidad de defender sus

identidades culturales y lingüísticas: frente a la CNN ahora se eleva la voz


de Al Jazira como fuente de información. Lo que se prepara no es una

unión mundial de naciones bajo el signo del hiperpoder americano; es la

voluntad de garantizar el pluralismo cultural para contrarrestar el

sentimiento de desposesión individual y revitalizar las identidades

colectivas.
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