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VICIOS DE LA VOLUNTAD

La intimidación
La intimidación consiste en infundir temor en un sujeto para obtener por ese
medio la manifestación de su voluntad, afectando su libertad y, por eso, constituye un
genuino vicio de la voluntad. Al contrario de lo que ocurre con la violencia física, que
desplaza la voluntad por lo que el acto "no es" del sujeto, la violencia moral o
intimidación infunde un temor sobre el sujeto quien, cediendo, se aviene a declarar una
voluntad que no responde a una decisión suya, libre y espontánea.
Para Betti (1943), “La intimidación influye sobre el proceso volitivo con la
amenaza de un mal que, infundiendo temor, hace surgir un motivo que no debía
operar pues sitúa a la voluntad ante una alternativa: la coloca en la necesidad de
escoger entre la conclusión del negocio y el riesgo de sufrir el mal amenazado,
produciéndose, en tal situación psicológica, la realización del negocio que
representa: por consiguiente, el resultado de un juicio de conveniencia por el
cual la víctima de la intimidación estima preferible someterse a aquella como un
mal menor, con tal de evitar el mal amenazado, considerado por él como de
mayor importancia, por lo que la decisión de realizar el negocio no es
espontánea, no está engendrada y justificada por un motivo al que la voluntad
haya asentido libremente, pero ello no impide que, de todos modos, la voluntad
causal exista, aunque menguada en su libertad de decidirse”.
Según la Doctrina
Diferencia entre violencia física y violencia moral (intimidación).
La doctrina distingue la intimidación por constreñimiento corporal de la
intimidación por amenazas. Pero ambas tienen un mismo fin, esto es, infundir temor,
miedo.
Según cita Aguiar (1950), “Habría intimidación por constreñimiento corporal
cuando alguien hubiese obligado al agente a practicar el acto, ya sea por medio
de cualquier ofensa física en su persona y malos tratamientos, o por medio de
privación de su libertad, mediante retención violenta, y intimidación por
amenazas cuando alguien hubiese obligado al agente a practicar el acto por
amenazas injustas de hacerle un gran mal inminente o verosímil en su persona,
libertad, honra o bienes, en la persona o bienes de su cónyuge, descendientes o
ascendientes”.
La violencia física, anula la voluntad: el sujeto que la sufre es un mero
instrumento pasivo de quien le impone su voluntad. La violencia moral o intimidación
sólo vicia la voluntad del sujeto que la padece; él resuelve, se decide a prestar su
declaración para la formación del acto jurídico, y lo hace con su propia voluntad, pero
viciada. En ello radica la diferencia de ambas formas de violencia, aun cuando en la
intimidación se violente físicamente al sujeto golpeándolo o hiriéndolo habrá
intimidación si el sujeto cede a esta violencia, pero con conciencia de sus actos y que lo
que declare será contrario a sus intereses. La intimidación es, pues, un vicio que afecta
la libertad para decidir y la espontaneidad de la manifestación de la voluntad y, por ello,
además, se diferencia de los otros vicios de la voluntad, puesto que el error y el dolo
afectan la función intelectual o cognoscitiva.

La intimidación en nuestro Código Civil Peruano.


El Código de 1852, en su art. 1242, estableció que "La fuerza o la violencia
deben ser tales que produzcan una impresión profunda en el ánimo del que las sufra, por
amenazársele con un mal grave en su persona, la de su cónyuge, ascendientes o
descendientes; o con la pérdida de todos o parte considerable de sus bienes".
En el Código de 1936 insufló esta norma a su art. 1090, que amplió la amenaza
intimidatoria a personas distintas a las vinculadas conyugal o parentalmente con el
agente pasivo de la intimidación.
En el Código vigente, con los antecedentes acotados, ha ampliado el ámbito de
las personas vinculadas afectivamente con el sujeto a quien se quiere intimidar en su art.
215:
"Hay intimidación cuando se inspira al agente el fundado temor de sufrir un mal
inminente y grave en su persona, su cónyuge, o sus parientes dentro del cuarto
grado de consanguinidad o segundo de afinidad o en los bienes de unos u otros.
Tratándose de otras personas o bienes, corresponderá al Juez decidir sobre la
anulación, según las circunstancias.
La noción legal que contiene el acotado art. 215 se complementa con la norma
del art. 217, según la cual no constituyen intimidación la amenaza del ejercicio regular
de un derecho ni el simple temor reverencial.

Elementos de la intimidación.
Los elementos deben conjugarse con las pautas establecidas para que el juez
califique la intimidación, la misma que se precisa en el código civil.
Artículo 216°. - Para calificar la violencia o la intimidación debe atenderse a la
edad, el sexo, a la condición de las personas y a las demás circunstancias que
puedan influir sobre su gravedad.
La amenaza
La intimidación debe ser consecuencia de una amenaza, la cual debe estar
dirigida a obtener una manifestación de voluntad en un determinado sentido, que es el
impuesto por quien la utiliza. Si no existe amenaza no se configura la intimidación
Según Enneccerus (1981), “La amenaza es el anuncio, aunque sea embozado, de
un mal futuro cuya realización se representa como dependiente del poder del que
amenaza y que la hace, la empieza o continúa, precisamente, con el fin de
determinar la manifestación de voluntad”.
El amenazado debe creer en el poder del amenazante y en el mal que le puede
producir. Así, no sería amenaza que configure intimidación que un sujeto le diga a otro
que "algún día se morirá", pero sí lo sería, si lo amenaza "con matarlo algún día". La
amenaza debe estar, pues, en relación directa con el mal y puede consistir en
expresiones verbales o escritas y también en hechos que pueden llegar a la agresión
física.

La doctrina más generalizada exige de la amenaza dos requisitos:


La amenaza debe ser grave:
Coviello (1949), manifiesta que cuando el mal es, de tal índole, que produce
serio temor en una persona sensata, esto es, en una persona que no es de ánimo
heroico ni tampoco pusilánime, sino dotada de una fortaleza común y ordinaria.
Pero como se trata de un sujeto normal o de "una persona sensata'', como indica
el art. 216 el efecto de la amenaza debe calificarse atendiéndose a la edad, al
sexo, a la condición de la persona y demás circunstancias que puedan influir
sobre su gravedad.
La gravedad de la amenaza radica en que ella debe ser determinante de la voluntad del
sujeto intimidado
La amenaza debe ser injusta o ilegítima:
La amenaza es injusta o ilegítima cuando consiste en un hecho contrario al
Derecho, o cuando no representa el ejercicio regular de un derecho, o, como menciona
Betti (1975):
“Cuando se enlaza a la consecución de una ventaja desproporcionada e injusta.
Así, por ejemplo, el acreedor que amenaza a su deudor con tomar represalias
personales si no le paga o el acreedor que entabla un proceso judicial no para
obtener el pago sino para agravar de manera ilícita la condición del deudor,
haciéndole reconocer obligaciones mayores o el pago de intereses usurarios, la
amenaza, por lo mismo que tiene una finalidad intimidatoria, es injusta o
ilegítima”.

El mal
El mal en que consiste la amenaza debe ser tal que, como dice Ennecerus (1981),
coloque al amenazado en una "situación de violencia".
El mal debe ser inminente
La inminencia del mal implica que su ocurrencia no sea remota, si bien no
inmediata, y que la víctima de la intimidación se sienta imposibilitada de evitarlo. Si el
mal no fuera inminente, como explica Aguiar (1950):
“El amenazado se encontraría en situación de prevenirlo y hasta de evitarlo, ya
sea por sus propios medios, ya reclamando la intervención de la autoridad
pública, por lo que, al contrario, si el mal no es inmediato a la amenaza y va a
realizarse en un futuro remoto, el amenazado no podría alegarlo como causa de
impugnabilidad de su acto”.
La inminencia del mal debe entenderse, pues, que se trata de un mal que, aunque
de realización mediata, tiene la fuerza suficiente como para viciar la manifestación de
voluntad del que sufre la amenaza, ya que el amenazado es quien considera que puede y
está por suceder
El mal debe ser grave
La gravedad del mal consiste en que realmente pese en el ánimo del amenazado
y no debe ser una simple molestia o contrariedad. El amenazado debe sentirse
fuertemente presionado por el mal que se cierne sobre su persona o bienes o sobre las
personas y sus bienes, con las cuales guardan la más estrecha vinculación afectiva. El
mal grave, según Aguiar (1950):
“Es aquel que necesariamente ha de producir en el ánimo de la víctima la
representación intelectual de un gran dolor físico o moral frente a la
representación de otro dolor, menos intenso, que le producirá la celebración del
acto que se le exige.
La intensidad con que gravite la amenaza en el ánimo del sujeto, es la medida de
la gravedad que se atribuye al mal. Por eso, la apreciación tiene que ser casuística pues
no todos los seres humanos tienen la misma fortaleza, el mismo temple, para hacer
frente a las amenazas. Lo que hace ceder a una persona puede no ser causa suficiente
para otra y, de ahí, que la apreciación de la gravedad del mal deba ser subjetiva.
El temor
El mal que conlleva la amenaza debe producir temor.
Puig Peña (1958) considera el elemento subjetivo del miedo y define el temor
como una mentís trepidatione, es decir, como una conmoción del espíritu ante la
presencia de un mal y al que con dificultad se puede resistir.
Como hemos advertido, el Código de 1936 siguió al Código argentino en la
noción de la intimidación y, en este aspecto, adoptó también la idea del "fundado temor"
y el criterio subjetivo, en cuanto a tomar en consideración la edad, el sexo, la condición
de la persona y demás circunstancias que permitan calificar la intimidación. El art. 215
del vigente Código Civil, como ya lo hemos puntualizado, mantiene el criterio del de
1936, por lo que la configuración de la intimidación supone necesariamente un
"fundado temor ".
El mal con el que se amenaza debe suscitar, pues, un fundado temor, esto es,
razonable. León Barandiarán opinó que lo fundado o razonable del temor no se
armoniza con la naturaleza subjetiva de la intimidación y que existe incoherencia en
cuanto al criterio objetivo que se deduce de la característica que debe revestir el temor y
las condiciones personales del sujeto que deben ser examinadas, que constituyen un
criterio subjetivo.
Por eso, para el maestro lo que debe interesar es precisar que debe existir una
amenaza que sea la causa determinante de la declaración, pues si la declaración se
produce más bien que por un temor infundido por propias motivaciones
espontáneamente surgidas en el ánimo del declarante y no causadas por la otra parte, no
hay relación de causalidad entre la amenaza y la declaración y, como esta relación es
presupuesto sine qua non para la anulabilidad del acto, tal anulabilidad no sería
procedente. Lo que se necesita -enfatizó León Barandiarán- es que el temor infundido
sea el factor determinante de la declaración, pues pueden concurrir, dentro del complejo
de toda decisión humana, variados motivos, por lo que ese carácter determinante hay
que apreciarlo en relación al sujeto declarante y a la efectiva impresión que él ha
sufrido, por encima de un criterio simplemente objetivo.
El temor por la amenaza a la persona del intimidado, a la de sus parientes y a la de
terceros.
El mal con el que se amenaza, y que produce el temor, puede estar referido tanto
a la persona cuya voluntad quiere violentarse mediante la intimidación como a personas
con las que tiene vínculos de parentesco y de afectividad.
Coviello (1949), si el mal afecta a otras personas, a otros parientes, o amigos, o a
la novia, el juez, antes de pronunciar la nulidad del negocio, deberá examinar,
según las varias circunstancias de hecho, si era tan íntimo el afecto entre la
persona amenazada y la que ha celebrado el negocio como para que pueda
creerse que ésta no ha obrado con la espontaneidad necesaria sino bajo la
influencia del temor.
Se trata, pues, del ámbito afectivo del sujeto que es intimidado en la persona de
parientes y de terceros. El Código Civil en su art. 215 acoge como elemento de la
intimidación el que el mal amenazado esté dirigido a persona distinta de quien se
pretende intimidar y encuadra la esfera afectiva del intimidado al considerar a los
parientes de hasta el cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad.
Pero, como hemos visto, el art. 215 comprende dentro del ámbito afectivo del
intimidado a personas que no son parientes, por lo que hay que distinguir entre los
parientes y quienes no lo son. En el caso que el mal amenazado esté dirigido a parientes,
la doctrina más generalizada considera que existe una presunción de afectividad basada,
precisamente, en los vínculos de parentesco, en virtud del cual se puede impugnar el
acto alegándose la intimidación. Lo mismo no ocurre cuando se trata del mal
amenazado dirigido a terceros que no guardan relación de parentesco con quien alega la
intimidación para anular el acto, quien deberá asumir la prueba de la relación de
afectividad y que la amenaza dirigida a tales personas afectó su voluntad.
El temor por la amenaza sobre los bienes del intimidado o sobre los bienes de sus
parientes o terceros
El mal con el que se amenaza puede estar dirigido a los bienes del intimidado, a
los de sus parientes y a los de terceras personas, pues se considera que, si bien la
relación de afectividad se da entre las personas, puede existir un apego a los bienes,
sobre todo los del propio intimidado, por lo que la amenaza puede llegar a infundir un
temor que configura la intimidación. La amenaza sobre los bienes puede afectar
gravemente el proceso formativo de la voluntad, coactando la libertad de decidir.
El temor reverencial
Coviello(1949), si el temor no deriva de la amenaza de un mal, sino sólo de un
profundo sentimiento de respeto ilimitado o de ciega obediencia hacia otra
persona, se configura el temor reverencial.
León Barandiarán (1974), precisó el marco conceptual del temor reverencial en
nuestra codificación a partir de 1936, señalando que es el respeto que alguien
debe a otro aun fuera de los casos en que haya una subordinación regularizada
por la ley o generalmente amparada por las relaciones sociales.
Cabe precisar que en el orden de estas ideas es como se debe interpretar el art.
217: es el simple temor reverencial el que no puede anular el acto. Pero sí la persona
reverenciada presiona de algún modo al reverenciante, haciendo valer, precisamente, la
relación que tiene con éste, entonces sí habrá lugar a la anulación.
Jurisprudencia Relativa al Temor
CASACIÓN N° 2942-2016
“La intimidación como vicio de voluntad requiere la existencia de un
fundado temor, esto implica que no basta un simple temor sino un temor
razonable, que es consecuencia de sufrir un mal grave e inminente, sin
embargo, lo primero a advertir es que, tratándose de intimidación, lo que
importa es que el mal con que se amenaza produzca impresión decisiva
en el sujeto, llevándolo a hacer la declaración. No impera un criterio
objetivo; la gravedad del mal, sino subjetivo: que el temor producido
haya perturbado la voluntad del sujeto” (Corte Suprema de Justicia de la
República, 2017).

Resumen de los Hechos

“La empresa KS Broker Inmobiliario E.I.R.L. interpone demanda de


anulabilidad de acto jurídico bajo el amparo de los artículos 214, 215 y 221 del
Código Civil contra la sociedad conyugal conformada por Stephany Alexandra
Esquivel Eguiluz y Walter Alonso Aranibar Saniz, solicitando que se declaren
nulas: i) la escritura pública de «Reconocimiento y Contrato Preparatorio de
Compraventa» suscrito por la empresa con los demandados; y, ii) el documento
denominado «Reconocimiento de Derechos y Obligaciones de Hacer» suscrito
entre el demandante y los demandados.
- El demandante afirma ser una empresa inmobiliaria que el 28 de marzo de
2012 adquirió un terreno en la Urbanización Los Palmeros K-7, en el distrito
de Gregorio Albarracín Lanchipa. Luego, el 8 de noviembre de 2013, los
demandados deciden adquirir uno de los departamentos construidos en el
terreno y entregan una inicial de $5,000.00 dólares americanos,
comprometiéndose a depositar el saldo restante en la semana siguiente para
completar el 30% de la inicial. El 18 de noviembre de 2013, presentaron un
comprobante de depósito por $7,000.00 dólares americanos y firman un
contrato de opción de compraventa por el valor de $110,000.00 dólares
americanos, correspondiente al bien inmueble mencionado anteriormente,
Como al momento del contrato se entregó US$ 12,000.00 (doce mil dólares
americanos) subsistía un saldo de US$ 98,000.00 (noventa y ocho mil
dólares americanos) que debían ser pagados por cheque bancario el 06 de
diciembre de 2013, comprometiéndose la empresa a entregar el
departamento terminado el treinta de diciembre de dos mil trece.
- Los demandados no pagaron el saldo pactado, lo que resultó en que la
empresa no entregara el departamento. El 23 de diciembre de 2013 se firmó
un nuevo contrato privado de opción de compraventa de un bien inmueble
futuro, con un precio convenido de $100,000 y un saldo de $88,000 que
debían ser pagados con un cheque. Sin embargo, el 20 de enero de 2014, los
demandados informan que el banco no realizará el desembolso hasta que los
departamentos sean independizados. Ante esta situación, la empresa acepta
de buena fe que los demandados se instalen en el departamento sin haber
pagado el precio acordado.
- El veintiuno de febrero de dos mil catorce, las partes firmaron la minuta de
compra definitiva, acordando que el precio de venta del inmueble es de
US$100,000.00, que se pagarían de la siguiente manera: US$17,000.00
como depósito bancario al firmar la minuta, US $2,000.00 como depósito
bancario al firmar la escritura pública, y US$81,000.00 a través de un
préstamo hipotecario gestionado por los compradores ante el banco, el cual
sería entregado a la vendedora mediante un cheque de gerencia al firmar la
escritura pública.

La Sala en cuestión resuelve declarar fundado el recurso de casación y en el primer


fundamento establece:
“(…) que efectivamente el artículo 221 inciso 2 del Código Civil establece que
un acto jurídico es anulable por «vicio resultante de error, dolo, violencia o
intimidación». Anulabilidad que, entre otras cuestiones, implica que la voluntad
negocial existe, pero precisamente se formó de manera defectuosa. Una de esas
anomalías que vician el acto jurídico es el que resulta de la intimidación como lo
establece el artículo 215 del Código Civil se produce «(…) cuando se inspira al
agente el fundado temor de sufrir un mal inminente y grave en su persona, su
cónyuge, o sus parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo
de afinidad o en los bienes de unos u otros». Ahora bien, en virtud de la
intimidación al sujeto se le coloca en una situación en la que se ve constreñido a
elegir entre dos males: el mal con el que se le amenaza o el mal que supone
concluir el contrato (que no se quiere, o no en esas condiciones) y dada las
características del «mal» con el que se amenaza, la víctima no tiene otra opción
que celebrar el contrato. (Corte Suprema de Justicia de la República, 2026,
Casación civil N° 2942-2016, p. 8).
Intimidación proveniente de tercero
La intimidación puede provenir de una de las partes o de un tercero. La doctrina
y la codificación le dan igual trato y le señalan los mismos efectos: la anulabilidad del
acto. La solución viene desde el Derecho Romano.
El art. 214 del Código Civil precisa que la intimidación es causa de anulación
del acto jurídico "aunque haya sido empleada por un tercero que no intervenga en él".
La norma, como ya lo hemos indicado, fue tomada del Proyecto de la Comisión
Reformadora y no tiene una feliz redacción pues con redundancia se refiere a un tercero
"que no intervenga en él" (en el acto). La anulación del acto es por causa de la
intimidación, que es causal anulatoria por sí misma, y el art. 214 deja en claro que es
así, sea que el tercero haya o no estado en connivencia con una de las partes.
La intimidación en los actos unilaterales
Por la solución que tradicionalmente, desde el Derecho Romano, se da a la
intimidación proveniente de persona extraña al acto, ésta es también causal de
anulabilidad de los actos unilaterales, sean o no recepticios, como se ha previsto para el
acto testamentario.
Efectos de la intimidación
Ya hemos señalado, a lo largo del desarrollo del tema, que la intimidación
acarrea la anulabilidad del acto jurídico, constituyéndose en una genuina causal
anulatoria y porque así lo establece el art. 214 del Código Civil. La acción anulatoria
debe dirigirse contra la otra parte y, si el acto es unilateral, contra el autor de la
intimidación. Pero, además, constituyendo la intimidación un ilícito civil, la víctima
queda legitimada a demandar la indemnización de los daños y perjuicios. Esta acción
podrá ser incoada contra la parte que empleó la intimidación y, en caso de porvenir de
tercero, sólo contra éste, salvo que hubiera actuado en connivencia con la otra parte.
Irrenunciabilidad de las acciones fundadas en la intimidación
Al igual que las acciones derivadas del dolo y de la violencia física, las acciones
fundadas en la intimidación son irrenunciables, tanto la anulatoria como la
indemnizatoria, pues el art. 218 del Código Civil preceptúa que es nula la renuncia
anticipada de la acción que se funde en intimidación. La norma, como en los casos
anteriores, se explica y se justifica en el ilícito civil, y aun penal, que constituye la
intimidación. La renuncia posterior es posible por su implicancia con la figura de la
confirmación.
La prueba de la intimidación
La prueba de la intimidación corresponde a quien la alegue, probar la
intimidación, es establecer un hecho jurídico. Para la prueba de la intimidación,
orientada a producir certeza en el órgano jurisdiccional, están autorizados todos los
medios de prueba y, si bien, de manera explícita el Código Civil no ha establecido
presunciones para facilitar la prueba, consideramos que ellas existen, así como también
un principio de distribución de la carga de la prueba.

La intimidación en el matrimonio
Consideramos conveniente también detenernos en el matrimonio por cuanto
nuestro Código Civil, en razón que las formalidades previas y concomitantes a la
celebración del matrimonio (arts. 248 y siguientes), hacen imposible la violencia física
pero sí la moral o intimidatoria.
El art. 277, inc. 6, preceptúa que "Es anulable el matrimonio: ... De quien lo
contrae bajo amenaza de un mal grave e inminente, capaz de producir en el amenazado
un estado de temor, sin el cual no lo hubiera contraído.
El Juez apreciará las circunstancias, sobre todo si la amenaza hubiera sido
dirigida contra terceras personas. La acción corresponde al cónyuge perjudicado y sólo
puede ser interpuesta dentro de un plazo de dos años de celebrado. El simple temor
reverencial no anula el matrimonio".
Es oportuno precisar que la acción anulatoria del matrimonio está sometida no a
un plazo de prescripción sino de caducidad, desde que se indica que la acción debe
interponerse en un plazo de dos años de celebrado el matrimonio.
AGUIAR, H (1950). Hechos y Actos Jurídicos. I. La Voluntad Jurídica. Tipografía
Editora Argentina, Buenos Aires
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Corte Suprema de Justicia de la República. Sala Civil Permanente Lima (2016).
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CODIGO CIVIL PERUANO. Antecedentes Legislativos. Concordancias. Exposición


de Motivos y Comentarios. Compilación de Delia Revoredo, Lima, 1985.
CODIGO CIVIL. Gaceta Jurídica Editores, Lima, 1997.
CODIGO PROCESAL CIVIL. Gaceta Jurídica Editores, Lima, 1997
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Petit, E. (1982). Tratado Elemental de Derecho Romano. Ediciones Selectas, México.


Betti, Emilio - Teoría General Del Negocio Jurídico - 1 Parte | PDF | Propiedad |
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