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¿Cómo amar a Dios?

El que no ama, no ha
conocido a Dios;
porque Dios es amor.

1 Juan 4:8

Es difícil amar en un mundo cada vez más corrompido por la maldad centrado en la filosofía
del "yo" como centro del universo: el yo que merece, el yo que resuelve todo, el yo que
anhela riquezas y fama, el yo que se ama a sí mismo primero que a los demás. Sin embargo, la
palabra de Dios es muy clara, el primer mandamiento nos dice: Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente; mientras que el segundo va de la
mano: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37-39). Siendo así, entendemos que el
verdadero amor viene de Dios, no de la carne ni ningún otro ídolo.

La generación actual busca desesperadamente ser amada, mas no logran encontrar ese amor
perfecto porque no aman a Dios primero. Aquí entra un reto muy grande para los cristianos:
enamorarse de Dios. Nos enfrentamos a la constante pregunta, ¿cómo voy a amar a Dios?

Amar a Dios es muy fácil porque Él ya nos ama, bastan dos sencillos pasos a seguir para
cumplir este primer mandamiento tan importante.

Reconocer el amor de un padre


La infancia suele ser la etapa más feliz de la vida, porque no hay preocupaciones, las cosas
son sencillas y divertidas, mas detrás de la tranquilidad hay unos padres que nos procuran, se
preocupan día con día, sacrifican su tiempo, sus energías y sus recursos con tal de que
vivamos una infancia feliz, y esto lo ignoramos siendo niños, incluso en la adolescencia.

No es sino ya en la adultez, al enfrentamos cara a cara con el mundo real y sus luchas, que
nos damos cuenta de todo el sacrificio que hicieron nuestros padres y comenzamos a
valorarlos, a tratar de devolver un poco de lo que tanto nos dieron.

El sacrificio del cordero es difícil de entender cuando no hemos madurado en el Evangelio,


somos entonces como adolescentes que en su etapa de rebeldía son incapaces de reconocer
el esfuerzo de sus padres. Vivimos el día a día ignorando que existe un Padre que nos levanta,
nos da alimento, vestido y protección, que realizó el acto de amor más grande para darnos la
salvación eterna (Juan 3:16).

Se comienza a amar a Dios desde la madurez al reconocer este sacrificio que implicó
lágrimas, dolor, agonía y humillación. De esta manera sabemos que respiramos por Él. El amor
empieza a crecer a través del agradecimiento de darle a Dios un poco de tanto que Él ha
hecho por nosotros.

Tomando en cuenta el sacrificio, el perdón y la salvación llegará ese sentir de que debemos
amar a Dios y honrarlo como nuestro Padre amoroso que es.
Enamorarse de Dios
Desde la perspectiva de hijos, no experimentamos un estallido de amor como el que
experimentan nuestros padres al conocernos por primera vez. Esto pasa más tarde, cuando
nos entablamos una nueva amistad o nos enamoramos de una pareja.

Es necesario analizar cómo comenzamos a amar a alguien, no sucede de un día para otro, sino
con el tiempo, y no cualquier tipo de tiempo, sino aquél que se crea en la intimidad.
Comenzamos a pasar más tiempo con esa persona hasta que brota el amor.

Si en verdad queremos amar a Dios, requerimos crear este espacio de intimidad con Él,
necesitamos tiempo de calidad con Él, no solamente en comunidad dentro de la iglesia
donde todos pueden ver, sino también a solas. Suena difícil porque este mundo está
atiborrado de quehaceres, mas cuando hay disposición, hay tiempo.

Al dedicar tiempo a la oración y la lectura de su Palabra estamos creando un espacio de


intimidad con Dios, un diálogo que nos permitirá conocer su perfección, bondad y
misericordia, el enamoramiento llegará y querremos conocerlo más, querremos que nos
acompañe en todo momento de nuestra vida. Dios se encargará de hablarnos y mostrarnos el
camino.

En conclusión, para amar a Dios se necesita primeramente interés en amarlo, si ya lo tienes,


no te preocupes, ¡Dios ya te eligió! (Juan 7:65) Ahora toca poner de tu esfuerzo para
conocerlo, aparta unos momentos de tu día para dedicárselo a Dios, verás que vale mucho la
pena y experimentarás aquél perfecto amor que sólo viene de él.

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