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O quizá es porque somos jóvenes porque estamos así.

Jóvenes
desamparados, desamparados por Dios, por el Estado, por el mercado,
y por todo aquello que nos dijeron era sagrado. Aterrorizados ante un
vórtice del espacio y tiempo nos consumimos ante nuestras propias
vidas. Como lo es la vida.
Ante tal vacío y hostilidad solo nos queda nuestra humanidad, un grito
de socorro, un llamado de auxilio, la voz en medio del desierto que
clama por un poco de agua. Nos tenemos a nosotros mismos y tenemos
a la poesía. Me tienes a mí y espero tenerte yo a ti. Nos tenemos y no
tenemos nada, porque vivos estamos y mientras lo estemos podremos
comunicarnos, hasta donde la poesía nos alcance.

Se consume nuestra vida como la arena del reloj, silenciosa e


implacable.
Imposible detenerla.
Solo nos queda el amor, solo nos queda la poesía.
El aquí y el ahora.
Ven ahora y salgamos de este abismo, que no estás sola y no estamos
solos. El abismo nos mira de vuelta y tiene ojos humanos, es el otro.
Hay que mirarlo, hay que mirarnos.

Quizá no estamos vacíos, quizá lo que consumimos no es más que


nuestra propia vida. Pero, ¿Qué vida?
Toma la mía si así llegas al final de la quincena.
Yo ya no la necesito más cuando sé que te tengo.
Y cuando no te tengo también.
Porque solo el tiempo se acaba y la tinta de nuestras plumas.
Pero aún cuando se acabe, ¿habrá sol que se alce?
¿Habrá quién para mirarle?
Quizás no, quizá eso ya no importe.
Mientras yo te miro, mientras tú me miras.
Un horizonte de luz se planta en tu mirada, ¿a dónde ha ido el abismo?
¿A dónde su morada?
La niebla se esparce cuando amanece el sol en tu mirada. ¿A dónde tú
mi amada? ¿A dónde tu morada?

En medio del caos y la destrucción eterna de una vida terrena que se


agota y se consume. Como la vela de un candil, ¿qué es lo que pasa
cuando la luz se apaga?
Tan solo es hora de dormir.

Erik Daniel Matias

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