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Por tanto, era una elevada responsabilidad la de elegir la mujer apropiada para su
hijo Yitzjak para que se le pudiera dar continuidad y fuerza al proyecto divino: “que
en su simiente serían benditas todas las familias de la tierra” (Gn 12:3). Este era el
gran propósito que el Eterno deseaba alcanzar y todas las intervenciones que Él
realiza son manifestaciones de lo que llamamos la Providencia Divina. De allí que el
plan de Abraham de casar a su hijo contenía un interés que rebasaba sus intereses
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personales de la continuidad de su propio clan semita; puesto que, de ahora en
adelante era llamado a cooperar con el Eterno para que las promesas divinas
abarcaran al mundo entero.
No es difícil concluir acá que, la elección de una pareja para su hijo Yitzjak, el
eventual heredero de todas las promesas, debería estar marcada por el sello divino.
Y Abraham estaba consciente de eso. Primero, en su responsabilidad como padre y
la de iniciar y poner en marcha el plan encomendado, toma la decisión que Yitzjak
tome como esposa una mujer del clan de su propia familia, pues conoce que, a pesar
de la idolatría de algunos de sus parientes, allí había todavía un temor y
conocimiento del Eterno. Segundo, cuando le encarga a su siervo Eliezer la misión
de ir a la tierra de sus padres (Gn 24:1-4).
La Torá revela el diálogo entre Abraham y su siervo, y también la inquietud que tiene
Eliezer cuando expresa sus temores acerca de un eventual fracaso en su tarea como
casamentero: “Quizás no acepte la mujer ir detrás de mí a esta tierra. ¿Acaso
retornaré a tu hijo a la tierra que has salido de allí?” (Gn 24:5). Abraham, en
respuesta a su siervo le asegura que el Eterno “enviará a su mensajero delante de ti,
y tomarás una mujer para mi hijo de allá” (Gn 24:7); y si la mujer acepta la solicitud
de casarse con mi hijo pero pide que Yitzjak se mude a su tierra, entonces le advierte
que aun en este caso no lleve a Yitzjak a ese lugar, aun después que él fallezca; y de
esa manera quedará libre del juramento que ha hecho (Gn 24:8,9).
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Y, es debido a esta particular manera de percibir la realidad, la sabiduría judía se
atreve a afirmar: “Cuarenta días antes del nacimiento de un hijo hay un anuncio en
el cielo, ‘La hija de tal está destinada a casarse con fulano de tal’” (Talmud Bavlí, Sota
2a). El Talmud está enseñando que la unión de una pareja viene por decreto divino,
es decir, el Eterno sabe quién es la persona más apropiada para ser nuestra pareja,
e incluso hace los arreglos providenciales para que se conozcan y se casen. Eso es lo
quiere el cielo, y uno, si está en sintonía con la voluntad divina entonces Su voluntad
se lleva a cabo, y todo será para bien. Pero, cualquiera diría entonces “las cosas
entonces son así y nada más”. No, me explico.
El punto es que es casi un milagro que la unión de pareja ideal pueda concretarse en
la realidad, según el designio divino. De hecho, la discusión previa a la cita del Talmud
que he tomado dice precisamente eso: “Rabba bar bar Ḥana dice que el rabino
Yoḥanan dice: Y es tan difícil unir a una pareja como lo fue la división del Mar Rojo”.
Pero ocurrió un fenómeno mucho más grande que la división del mar rojo, ya que
Eliezer pidió en oración que la joven elegida por el Eterno respondiera como él se lo
había pedido al Eterno (Gn 24:10-14). Eliezer tomó la decisión de pedir auxilio del
Eterno de una manera concreta, en contra de la más elemental lógica, que le
indicaba que tenía que preguntar por la familia de Abraham. Y una vez localizada,
reunir a la familia y plantear la negociación matrimonial con un hombre astuto como
Lavan. Las palabras de gratitud del Eliezer al Creador por las increíbles acciones de
Rivka (Gn 24:15-26) revela su conciencia plena de las acciones de la Providencia
Divina interviniendo favorablemente para alcanzar el propósito de su misión:
“Bendito sea el Eterno, Dios de mi señor Abraham, que no privó su favor y su verdad.
Estoy en el camino correcto, por el que me condujo el Eterno, a la casa del hermano
de mi Señor” (Gn 24:27).
Su testimonio (Gn 24:28-48) fue tan impactante para la familia de Rivka, que aun su
padre Betuel y su tío Lavan, declararon con asombro: “Del Eterno ha procedido la
cosa, No podemos hablar ni bien ni mal” (Gn 24:50); y entonces decidieron que Rivka
debería ser la esposa de Yitzjak e irse con el siervo Eliezer, “como habló el Eterno”
(Gn 24:51). Solo faltaba la decisión de Rivka, quien asombrada por la experiencia que
había vivido junto al pozo y por la expectativa de ser la esposa de Yitzjak; toma la
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decisión de sujetarse a la voluntad divina para con ella (Gn 24:52-58). Y así el sello
divino fue puesto sobre la relación.
Subiré
Una palabra de Rivka cambió su vida y el rumbo de la historia, cuando se le pidió que
si quería irse con Eliezer para ser la esposa de Yitzjak: “Subiré”. Y de hecho, al subir
a la tierra prometida para ser esposa del heredero de todas las promesas, y una de
las cuatro grandes matriarcas del pueblo de Israel. Su familia, quienes también
conocían del llamamiento de Abraham y de las promesas que el Eterno les otorgó,
bendijeron a Rivka con alegría: “Hermana nuestra, que tú seas para miles de decenas
de miles, y herede tu descendencia el portón de tus adversarios” (Gn 24:60).
Rivka es el ejemplo de una mujer virtuosa, que al margen que sea joven o mayor,
decide no rebajarse ni entregar su autoestima por un placer transitorio o por
intereses materiales, sino que decide “subir”, elevarse por encima de sus
sentimientos o de las emociones del momento y así alcanzar el propósito del Eterno
para sus vidas.
¿Qué criterios debe tener una mujer virtuosa para aceptar una propuesta
matrimonial? Sentir mariposas en el estómago por el príncipe que le ha conquistado
el corazón, y que además sea bien parecido y con buena posición económica; no son
los mejores criterios. El principal criterio es considerar que aquel que la pretende
sea un varón temeroso del Eterno y de buen testimonio, cualidades que adornaban
a Yiztjak, aparte que era rico. Rivka sabía eso de Yitzjak, pero no conocía si era muy
feo, o si era cojo, o jorobado. ¿Anularía el aspecto físico los otros atributos?
Sea cual sea la decisión, lo importante es que la mujer virtuosa siempre elegirá
“subir” en cada momento de su vida; es decir, sujetarse a la voluntad divina, si así lo
siente en su corazón y se lo muestra su conciencia. Del resto se encargará el Eterno.
Porque, al fin y al cabo, como dice la tradición judía dice que son las mujeres
virtuosas traerán al Mesías; y la misma emuná puede traer al hombre de su vida.
Nunca es tarde cuando la dicha llega.
El Cantar de los Cantares habla de Israel como la novia del Mesías: “¿Quién es esta
que sube del desierto, recostada sobre su amado?” (Gn 8:5). La metáfora es clara,
por el desierto de este mundo subiendo hacia la tierra prometida, la novia; Su
pueblo, lo atraviesa confiada y recostada sobre el hombro del Mesías, su amado y
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su protector. Quiera el Eterno el Eterno que envíe al Mesías por su novia, lo que
esperamos ocurra pronto y en nuestros días y digan: ¡Amén!