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LOS INCAS UNA SOCIEDAD MUY JERARQUIZADA

Este vasto espacio, que a principios del siglo XVI comprendía 12 millones de

habitantes, se encontraba bajo la autoridad suprema del emperador: el Inca, el

Hijo del Sol. Éste residía con su familia en Cuzco, en un palacio que cada

soberano construía de nuevo, rodeado por sus esposas e hijos, los otros linajes

reales, y sus ministros y sacerdotes. La sucesión se realizaba de padre a

hijo y, aunque no regía el principio de primogenitura, el heredero debía ser uno

de los príncipes o auquis habidos con la esposa principal, la coya (o colla).

Cuando aquél alcanzaba

la mayoría de edad se

iniciaba en las tareas de

Estado. Lógicamente, el

hecho de que hubiera

varios candidatos al trono

fomentaba las intrigas y

las luchas de poder, sobre

todo porque cada príncipe

constituía un linaje propio,

o panaca, que apoyaba

sus intereses. Es sabido

que estas disensiones

dinásticas propiciaron la

conquista del Imperio inca


en 1532 por Pizarro, quien supo aprovechar la situación de guerra civil entre los

hermanos Huáscar y Atahualpa para imponerse.

Los principales cargos religiosos y administrativos eran ocupados por los

miembros de las distintas panacas. Los españoles les llamaron «orejones»

porque sus enormes pendientes distendían los lóbulos de las orejas

exageradamente. Esta élite real se organizaba a través de complejas normas

de parentesco y estaba, asimismo, vinculada a los jefes provinciales –los

curacas– y al cuerpo de administradores.

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