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Era una de esas extrañas mañanas de finde semana largo, un sábado que parecía más domingo

que otra cosa. Agustín vivía en uno de esos barrios con calles de tierra y casas de no mucho
presupuesto, la situación económica era algo de preocupación para la sociedad en si, aunque
los políticos se olvidasen de esos barrios dónde la gente luchaba por conseguir un poco de
guita. Así era la familia de Agus, la casa estaba semi enrejada con uno de esos alambres de
hierro que usan para delimitar el terreno, su viejo lo había robado en uno de sus arranques de
"supervivencia" como él lo llamaba.

Sentado en uno de los bancos de madera, al cual le faltaba un pedazo de madera que había
partido, apoyaba las manos sobre la sucia mesa plástica negra. Tomaba un té de jengibre
mientras miraba la tele, la cual anunciaba numerables desapariciones que pasaban
últimamente en el conurbano.
Miraba su celular sin prestarle tanta atención, lo había asimilado, aunque sea algo bastante
horrible, pero la mayoría no hablaba de esas cosas, no como antes dónde las viejas se juntaban
a decir "¿viste lo que pasó?". Nah, acá a la gente le importaba más como conseguir plata, ya
sea con falopa o con algún trabajo digno. Ya no había honor en ese barrio, se vivían matando
para cobrar las deudas que solo generaban más que un sentimiento irreparable de poder
humano, como esa pirámide alimenticia, matar para vivir, aunque parecía más matar por
placer o por lo material. En eso entro su viejo por la puerta de chapa oxidada. Se le notaba
emocionado mirando el pequeño celular que tenía. Se sentó en una de esas sillas plásticas
frente al televisor, agarro el termo de mate que había preparado anteriormente y sebo uno que
terminó con un largo chirrido del agua que se terminaba. Al terminar lo miro con emoción, y
con una sonrisa le mostró el celular.
- mira boludo, conseguí un conocido que vende una heladera a nada, 20 mil pesos ahora no
es nada, con el progresar lo conseguimos.
- Bueno viejo, entiendo, pero es medio raro que este ese precio, debe estar hecha mierda
seguro.
- tch. -lo miro con desagrado-. No seas Gil, igual entiendo, el tipo me dijo que está ese
precio pq no es original, sino que la fabricó él.
Agustín lo miro con rareza. Refunfuño pensando en que su heladera ya no servía y esto
seguramente era lo mejor que podía conseguir su viejo, algo nuevo estaba por arriba de los
100 mil.
- Dale viejo, está bien, si vos decís.

Su viejo compró la heladera, y con la plata en mano espero que el vendedor llegase. Pasó dos
días desde la compra de la heladera. El primer lunes después del finde largo llegó una
camioneta Gladietor celeste con marcas de óxido por todos lados
En la parte de atrás estaba la heladera. Una cosa grande y metalizada, llena de marcas de
soldadura por todos lados. Era una cosa maciza y pesada. El padre de Agustín lo llamo con un
grito así lo ayudaba a descargarla, al salir miro la camioneta, le daba un disgusto, una
sensación extraña y ese hombre de cara regordeta, pelado y de barba con migas de don Satúr
no ayudaba al sentimiento
- che pibe, ayúdanos que la heladera está pesada.

La misma estaba acostada, la levantaron de los dos lados, pesaba un huevo y aparte tenía un
olor nauseando, el hombre ayudo a mover el pesado objeto y Agus la levanto de un costado

- Es re rara. -no pudo mantener la boca cerrada y la mirada de su viejo lo dijo todo-.
- la refaccioné, ¿viste?, es así grande porque le puse una banda de componente nuevos.
¿Viste que las grandes empresas cuando llega cierto tiempo tiran los productos más
nuevos?, no la dejan mucho tiempo y la dejan en contenedores, yo voy con un conocido
que me da los repuestos, porque arreglo heladeras, pero con lo que sobra hago otras
heladeras más económicas, como está.
- ¿enserio? -las palabras del hombre le resultaron frustrantes al padre-. Con lo mal que
estamos, la gente tira las cosas nuevas, que hijos de puta.
- así estamos como país ¿vieron? Siempre es lo mismo con estos hijos de puta. Pero bueno
no toca otra más que laburar.
Descargaron la heladera adentro de la casa, la colocaron junto a un mueble corroído por la
humedad. El papá agarro el cable del titánico objeto y la enchufó, con esto asomó el ruido del
ventilador interior y poco a poco fue tomando frio.
Los adultos mayores se estrecharon la mano como si se conociesen de toda la vida e infancia.
“El gordo”, como mayormente parecía ser conocido el mecánico de heladeras, procedió a
retirarse de la precaria casa. Antes de subirse a la Gladietor chasqueo su dedo como si una
idea le hubiese surgido.
- Che, ¡perdón!, me olvide de decirte del olor, bueno se debe notar, posta que perdóname,
pasa que se me hecho a perder la carne picada la otra vuelta y quedo ahí adentro con
moho y demás. La limpie muchas veces, pero bueno, viste como es, en unos días se va.
- No te hagas drama, un poco de olor no hace mucho daño. -el papá lo saludo con una
sonrisa, hasta que doblo por la primer esquina-. Gordo boludo ahora me venís a decir eso.
-Agustín lo escucho y lo tranquilizo-.
- Tranka viejo, un poco de olor no es nada, ahora podemos guardar más comida.
- -rezongó-. Tenes razón, vamos adentro dale.

Los primeros días eran algo nuevo, un objeto de nuevo uso que podían usar en la casa para la
mejoría de ayuda en la casa. El olor parecía no importar tanto, lo opacaba el poder de haber
mejorado la condición de vida. Si bien había olor no era tanto y se había vuelto algo que era
normal.

El verano se asomaba cada vez más, uno de los mas calurosos de las fechas del 2023,
diciembre ya asomaba con unos 30° día tras día. Ya no se podía soportar ni siquiera estando
bajo techo. Las chapas se calentaban mucho y adentro de la casa parecía un horno.
Un día llegaron de una changa que había conseguido el viejo, uno de esos trabajos de feriantes
de sanguchitos de milanesa. Eran las nueve de la noche, el calor no paraba ni por asomo.
El papá se saco la ropa de laburo y la dejo encima del cesto de ropa sucia, andaba en calzones,
total eran solo dos hombres. Agustín tenia mas pudor que su viejo y se había puesto un short
negro, pero se puso en cuero.
El viejo traía el ventilador de la pieza compartida. Uno de esos Liliana que anda a tres
velocidades, bueno este solo a dos porque la rueda estaba rota y no podían arreglarlo, no fue
que estaba por enchufarlo que un corte de luz los dejo en la oscuridad absoluta.
- La puta que me remil pario. Encima si toqueteas el medidor se enojan los conchudos, decí
que acá la yuta no pasa ni en pedo, entonces no ven que no tenemos el medidor.
- Ajam. -Agustín asintió sin muchas palabras porque estaba muy cansado del día laboral-.
¿Viejo comemos algo?
- Dale, abrí la heladera, que hay un poco de pollo con arroz de ayer.
El pibe prendió una vela que dejo en la mesa. La pequeña luz que daba no iluminaba mucho la
titánica heladera, pero se las ingenió para abrirla. El olor a podrido asomó mas que otros días.
Casi vomitaba por el mismo, pero resistió y con los ojos a ciegas revolvió la mano toqueteando
lo que había por ahí. Tocó muchas cosas, pero había una extraña, parecía un pelo largo,
mojado y algo solido que parecía tener hebreas entre cada toque que daba con los dedos, como
si hubiera pequeñas separaciones entre parte y parte. Pensó que podía ser alguno de los
inventos de pesca del padre, esas masas que usaba para enganchar los dorados de mechita.
Movió la mano hasta encontrar la bandeja blanca de flores con el pollo y arroz.
Se sentaron en la mesa ante la pequeña luz de la vela que solo iluminaba poco el rostro
cansado de su viejo. Comieron entre el silencio, hasta que el pibe pregunto.
- ¿Te vas a pescar?
- No, ¿Por qué?
- Recién que abrí la heladera toqué esa especie de masa mojada que haces para los
dorados. -se llevo un poco de arroz a la boca y trago suavemente-.
- No hice ninguna masa. Estas loquito vos. Seguro tocaste algún pedazo de carne.
- Si, espero que sí… -tragó otro poco más de arroz, pero sintió algo que apretaba la lengua,
abrió la boca y metió la mano, sacó un largo pelo negro y la piel se le helo, su viejo no
tenía pelo largo y el tampoco y solo eran dos. No dijo nada y siguió como si nada-.

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