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LLUVIA SECA
– Árbol de Fuego –
ISBN 978-987-08-0528-1
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almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico,
mecánico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del autor.
Cualquier co–
incidencia con la
vida real deberá ser
atribuida
única y exclusivamente...
...A La Más Pura
Casualidad
Versión Original: Escrita entre 1995 y 1999
4. Haremos todo lo necesario, por todos los tiempos y por todos los
me- dios, para mostrarle a cada planeta sometido a un Dios que, ciclo
a ciclo, sus condiciones han empeorado.
Sus vidas son más limitadas y dependientes por haber renunciado a
la Elevación. Y en su desesperación por ese estado, son continuamente
dominadas por la violencia.
Tarde o temprano, cada sistema comprenderá que en cuanto se
sometió a la idea de un Dios que lo creó, sus males comenzaron.
Tarde o temprano, cada sistema verá que el Paraíso, que tanto
anhela y le pide a un Dios regente... había sido suyo hasta que admitió
la entrada de ese Dios en su mundo.
Mientras corría, pensó que tal vez era mejor así. A falta de
autobombas propias que funcionen, el pueblo dependía de que sean
trasladadas desde alguna de esas localidades vecinas, y estando el
padre en ellas quizás le sería más fácil organizar el operativo.
Claro que para hacerlo posible, tenía que lograr comunicarse con él.
Detuvo su carrera, o más bien la reorientó hacia el salón central de la
casona, donde estaba el teléfono más cercano. Trató de mantener la
calma mientras el caos se incrementaba a su alrededor con cada
minuto, pero le fue totalmente imposible al comprobar que el celular
del padre, como cada vez que se internaba en esos pueblitos, no tenía
señal. Buscó las agendas con los números de cada guardia y no tuvo
más remedio que conformarse dejando en cada una el mensaje con la
urgencia de lo que sucedía.
Corría con baldes y más baldes tratando de recuperar todo el tiempo
que consideraba perdido en llamados que ni siquiera sabía si servirían
para algo. Desesperado por lo inútil del “balde más” al cual tenía que
reducir su ayuda, lloraba de impotencia tratando de ver entre las
densas paredes de humo a alguno de los del grupo del Nagüelo que,
tozudamente y pese a sus edades ya casi incalculables, prefirieron
seguir viviendo en la Reserva.
Bastó que lo recuerde para frenarse en seco.
Se sorprendió al tomar conciencia de cuánto tiempo hacía que no
recordaba a su Nagüelo; le resultó conmovedor comprobar que la
ausencia de tales recuerdos era directamente proporcional a la
permanencia de las palabras de su padre:
–Era tu abuelo, pero tienes que tener mucho cuidado con lo que te
enseñó, y especialmente con lo que te dijo. Las costumbres primitivas
de indio resentido terminaron por volverlo medio loco.
La posición que en todos estos años logró la familia y tu propio
futuro no se ven precisamente favorecidos si tú andas divulgando a los
cuatro vientos aquellas cosas.
Bien sabía Lucio que en la familia no se podía hablar de lo que el
Nagüelo le había enseñado; y mucho más sabía que menos aún podía
hablarse de lo que le había dicho.
En realidad... casi no podía hablarse del Nagüelo.
Pero hasta los catorce años... él lo había visto por sí mismo.
Lo había visto haciendo todo eso que ahora llamaban “locuras”.
Lo había visto invocar tormentas que indefectiblemente llegaban. Lo
había sorprendido agradeciéndole a “su mejor gran amigo” el Sol en el
amanecer del día en que había prometido llevarlo de pesca, luego de
una semana en la que no paraba de llover. Había estado con él cuando
con los ojos cerrados cruzó el peligroso Río, haciendo equilibrio sobre
las vigas de madera podrida para devolverle la flecha que había
arrojado del otro lado. Había sabido lo que era estirar los dedos índice
y medio hacia el Río y que el cosquilleo le indicara el sitio exacto
donde tirar la red pues ahí estaban los peces.
Y también había llorado de emoción Danzando con su Nagüelo
cuando, al levantar la vista, aparecieron Esas Tres Imágenes con las
alas desplegadas, volando en círculos sobre sus cabezas, formando
desde el Cielo parte de Su Danza.
Lucio había estado en cada uno de esos Momentos Mágicos. Y en
tantos más. Y aunque jamás había puesto en práctica algo de Eso... se
dio cuenta de que lo recordaba Todo.
Al tiempo que pasaba un brazo por sobre los hombros de Lucio para
así conducirlo hacia las casas, agregó:
–Sí... creo que les interesa demasiado. Pero madre, qué sentido tiene
hablar ahora de cosas que están tan lejanas todavía. Hay otros asuntos
que...
–Tienes razón, ya sé a lo que te refieres. Hay cuestiones mucho más
urgentes que no hemos hablado aún... ¿Cómo vamos a hacer con el
tema del dinero?
–No, no me refería a eso, mamá. Además no tienen que molestarse
por mí... tengo lo que me dejó el Nagüelo, los ahorros de toda su vida.
Cien, mil, diez mil veces le habían dicho que no lo llamara así, con
esa palabra mezcla de “abuelo” y “nagual”... el modo en que los Indios
nombran a sus Brujos.
Sentían que el viejo le había enseñado a llamarlo así sólo para
molestarlos a ellos.
El torpe intento de cambiar rápidamente de tema, hizo que no mi-
diera sus palabras... y en consecuencia otra vez estaba frente a eso que,
precisamente, trataba de evitar.
Esta vez se dio cuenta a tiempo. Al menos, con el tiempo justo como
para corregir el destino que tomaba la frase.
–Tengo... que esperar a que empiece el próximo ciclo. Y eso es
recién dentro de tres meses.
–¿Tres meses? Pero cómo... ¿no averiguaste antes de ir?
–Con papá dimos por supuesto que era como cuando él estudió allá.
Pero esto no tiene nada que ver. La verdad, no sé qué hacer.
–Mejor te paso con él, que entiende de estas cosas.
–Lucio... ¿Cómo estás? ¿Qué pasa hijo?
–Que creo que tomaré el primer avión para allá. Tres meses de
espera hasta empezar a cursar es mucho tiempo, padre.
–Nada de eso. Ya está allá y ahora no puede andar achicándose.
Escúcheme bien. En todas las universidades hay cursos
introductorios que vienen muy bien y ponen en ventaja a quien
los toma. Si bien aquí fue a los mejores colegios... seamos
sinceros, no se puede comparar con las escuelas de allá. Tres
meses es tiempo más que suficiente para ponerse al día. Me elige
el que más le gusta y aprovecha el tiempo. ¿Me entendió?
–Sí. Y la verdad... le agradezco mucho, padre. Creo que es una muy
buena idea. Eso es lo que haré.
IV
–Pero no me contestó...
–¿Dónde estuvo tu pregunta?
–Yo quiero saber si...
–Ah, grandes progresos: vas a decir algo que Vos querés –se detuvo,
su tono divertido se tornó desafiante–. ¿O lo que ibas a decir es que
querés saber si podés hacer lo que tus padres quieren que hagas?
¿Querés saber si acá te vamos a admitir que faltes un mes sin por eso
perder la cursada, así tenés licencia para hacer lo que otro quiere que
vos hagas?
Ahora, si me permitís, tengo que hacerte una pregunta yo a vos:
¿dónde estuviste estos días mientras yo hablaba en el frente de la
clase? Tal vez ya te habías ido de viaje con tus padres... ¿o es que, en
realidad, seguís en tu pueblo, así no se angustian de que estés tan
lejos?
Nunca en su vida, ni en la discusión más acalorada con sus padres,
Lucio se había sentido tan infantil, básico y absolutamente desarmado.
Sintió que Juan lo agredía, que le hablaba de un modo
innecesariamente duro, que se burlaba. Mejor hubiera sido no haberse
acercado a preguntarle nada.
Decidió escaparse y no volver nunca más.
VI
–Basta advertir que todo aquello que cada uno considera más
importante en su vida, indefectiblemente está apoyado en una
casualidad, para comprender, entonces, por qué Freud, Lacan y Jung
tuvieron que ocuparse tanto del tema.
Para que alguien se haya casado con tal persona fue necesario que
algún encuentro casual los conectara. Si aquella noche no hubiesen ido
a bailar a ese club, o si en la facultad no les hubiese tocado el aula don-
de justo estaba “ella”, ninguno se habría casado con quien se casó. Del
mismo modo, para elegir la profesión que eligieron o para trabajar en
lo que trabajan, a lo cual le dedican tanto tiempo y energía, también, se
precisó una casualidad. Si ese día en el que salieron a buscar trabajo
decidían comprar otro diario, o si no pasaban por donde estaba ese
cartel, si justo no miraban hacia ahí o si no hubieran tenido el contacto
que los propuso en tal o cual empleo, hoy dedicarían porciones tan
importantes de sus vidas a cuestiones totalmente diferentes.
En cuanto el tema es sacado a la luz, de inmediato se torna
fascinante descubrir que... la casualidad es el factor central y clave de
todo lo que ocurre.
Y cuando digo todo, quiero decir todo... desde el nacimiento hasta la
muerte.
No sólo la evidencia de las cantidades de muertes que por capricho
del azar se producen cada minuto... que permiten decir que si ustedes
ahora están vivos es por pura casualidad; sino incluso hasta los
descubrimientos más recientes que obligaron a la genética a aceptar
que las mutaciones se producen teniendo al azar como factor central...
lo cual permite decir que si ustedes tienen dos brazos y una boca, y no
al revés, también es por pura casualidad.
–El tema es tan vasto que nos obliga a ir desde las culturas
fundamentales y sus mitos constituyentes hasta lo más avanzado de las
investigaciones científicas, que en la actualidad tiene nombre y
apellido: Física Cuántica.
Si vinieran extraterrestres a preguntarnos qué es lo máximo que
podemos mostrarles que haya alcanzado la ciencia de la que tan
orgullosos estamos los humanos, difícilmente algo se lleve más puntos
que la Cuántica. Se trata de una disciplina hasta ahora jamás
descubierta en un error de concepto. Todas sus predicciones se han
cumplido y, hoy por hoy, es sencillamente imbatible... Hasta el
mismísimo Einstein se vio en irresolubles aprietos cuando quiso
contradecirla.
Si Juan quería que el auditorio resolviera el debate interno... ya lo
había logrado, y con creces.
–Y estamos otra vez en nuestra primera clase; sólo que ahora avala-
dos por la disciplina científica más moderna de la que disponemos los
humanos.
Cada uno está tan ausente de su propia vida, que no sabe que todas
las cuestiones con las que se encuentra... son producto de que eso con
lo que “se encontró”, está primero en su mente.
De todo aquello del universo con lo que podría conectarse, atraerá
sólo eso que ponga en su mente. Pues eso, al ser observado mental-
mente... es creado en ese universo por el mismo sujeto que lo observa.
¿Cómo? ...Simplemente aparece en su universo, de pronto ingresa en
su vida.
Y eso equivale a decir que la conexión se produce... por
Casualidad.
Cada encuentro casual, en consecuencia, es producido por la mente
de quien se encuentra con eso. Pero la mente... es inconsciente en la
mayoría de sus contenidos. Y pueden ver entonces por qué la
cuántica... necesita del Psicoanálisis.
En cada fenómeno del universo hay un dedo que señala directa-
mente hacia quién “se encontró” con eso, pues eso entró en el universo
porque alguien lo observó.
Ese mecanismo por el cual la mente atrae “afuera” lo que contiene
en sí misma, se llama Polarización, y es la base de cada uno de los
fenómenos determinantes de nuestras vidas. Pues todo lo que
encontremos dependerá de que podamos poner en nuestras mentes lo
que queramos poner, es decir, de que podamos Habitar nuestras
mentes... o sea, Apropiarnos de nosotros mismos.
Como nadie en su estado natural sabe qué contenidos hay en su
mente –porque está habitada por lo que otro puso ahí– no se puede
reconocer que lo que “se encontró” a través de la casualidad es lo que
ya tenía en su mente.
Así... se vive como el más primitivo de los hombres, que al pasar
ante el espejo de agua ni siquiera puede suponer que eso que ve ante
él, es él mismo.
Y algo más importante aún: si eso con lo que nos encontramos por
casualidad está polarizado por nuestra mente... entonces cada
encuentro casual va trazando un mapa indicador de qué contenidos
hay en nuestra mente.
Ese mapa es una brújula que señala si se está siendo habitado por
uno mismo o si uno está siendo dirigido por los contenidos que otro
nos puso en la mente.
Dicha brújula es un verdadero espejo del psiquismo, que funciona
del siguiente modo: si eso con lo que por pura casualidad uno se
encuentra en su vida cotidiana es compatible con lo que dice querer
encontrar, eso significa que uno está dirigiéndose a sí mismo. Por el
contrario, si el encuentro casual lo desvía, implica que está siendo
dirigido por lo que otro puso en su mente. Y sólo a partir de desocultar
qué contenido inconsciente está polarizando a ese encuentro, uno
podrá dirigir la propia mente y dirigirse a sí mismo... es decir, dirigir el
propio universo.
Entonces, tal como lo vimos en las Culturas Originales del planeta,
la función del encuentro casual es como la de un Oráculo donde poder
leerse a sí mismo para saber qué hay en nuestras mentes a cada
instante. Y leer eso... es leer el funcionamiento de nuestro Poder más
Divino: el poder de Polarizar.
Tal vez “polarizado” por esos dos resultados posibles que ese
maravilloso espejo del psiquismo puede arrojar, la percepción del
auditorio volvía a ser ambivalente. Por un lado, el tema era escuchado
con la reverencia de quien se descubre ante algo superior, cercano a lo
divino; por el otro, ganaba en cada uno la sensación de que no estaría
entendiendo bien, de que no podía ser que semejante poder estuviera a
disposición del ser humano. Y más aún... no podía ser que todo su
funcionamiento fuera tan simple.
–Aunque tengo poco tiempo, te propuse tomar algo para que puedas
decir eso que ayer quedó inconcluso.
–Lo que yo quiero es...
–Excelente. Adelante, te escucho.
Si según explicaba Juan, el problema que se actúa es siempre el
mismo, bastaban unas pocas frases para saber si había motivos para
continuar hablando o si se estaba ante más de lo mismo.
Y de eso... dependían cuestiones determinantes de las que Lucio no
tenía idea, y de las que Juan apenas tenía sospechas.
–Bueno, yo quiero estudiar acá.
–Listo. ¿Asunto cerrado?
–No sé. Entiendo perfectamente que ayer no dije lo que quería, lo
que yo quiero. Pero anoche tuve un sueño muy raro... ni siquiera sé si
es un sueño o qué. Esta mañana vi todo más claro y hoy sí tengo mi
decisión y sé lo que voy a hacer
–¿Un sueño que te aclara las cosas? Eso sí que es interesante...
¿querés contármelo?
–No quiero quitarle tiempo, me dijo que está apurado y yo tengo que
resolver...
–Parece que para vos lo otro es más importante que tus propios
sueños. Sinceramente es una pena que me prives de saber de esos
sueños que permiten ver más claro; pero volviendo a lo otro, que
te interesa más que tus propios sueños, ¿qué es lo que todavía
tenés que resolver?
–No quiero perder la cursada con usted. Sus clases me abren la
cabeza... y me ponen frente a cosas que yo ya creía cerradas para mí.
Bueno... de eso son los sueños.
–Si un día querés contarlos, yo querré escucharlos.
–Gracias, seguramente dentro de un tiempo me voy a animar, ya que
voy a quedarme en Buenos Aires.
–¡¿...Y te vas a perder semejante viaje?! Lucio se quedó tan
callado como atónito.
–No puedo creer que después de lo que escuchaste hoy no te des
cuenta de que esta casualidad en la que te proponen cosas
incompatibles... la produjo algo en vos.
–¿El problema lo provoca algo mío? ¡Si el viaje me lo propusieron
mis padres y están a miles de kilómetros de aquí!
Juan se limitó a mirarlo. Era tan evidente que la cuestión estaba tan
cerca de lo hablado ese día, que la mirada fue suficiente para que toda
la clase se hiciera presente en la cabeza de Lucio.
–¿Algo mío?
–Como ayer viste cuando “hablamos”... no te es ajeno eso de estar
entre dos tendencias que se te presentan como antagónicas y te
interesan por igual.
Si un rayo de pura luz hubiese caído sobre Lucio, la cara habría sido
exactamente la que ahora tenía.
Lucio clavó los ojos en la taza de café, que no había tomado para
evitar la vergüenza de seguir permaneciendo en la mesa con la taza
vacía. Aunque estaba helado, lo revolvía continuamente en un extraño
movimiento que empujaba hacia arriba lo que estaba en el fondo. Y
eso
“helado”, “revolviendo lo del fondo y mandándolo a la superficie”
podía ser simplemente un café... o el espejo de su alma.
“Tomar un café”, “ir a tomar algo”, “tomar una sesión de análisis”.
Justo en Buenos Aires, donde casualmente se nombra igual a esas
cuestiones... los bares en seguida se transforman en Consultorios.
–Estás ante La Esfinge.
–Era indio.
Mientras Juan pedía la cuenta, por segunda vez los dos rieron juntos.
De un termo que estaba sobre una mesita, Juan sirvió dos tazas de
café. Con la misma sonrisa que había dibujado al prometer
veladamente ante el reverendo Escobar que “la cuestión llegaría a
mayores”, preguntó a Lucio:
–¿Querés... tomar?
–Bueno, gracias.
Tal vez para no bifurcarse entre las dos cuestiones, Lucio estaba tan
concentrado en lo que Juan decía como en tomar el café.
–¿Te animás?
Lucio había sentido muchas cosas al escuchar a Juan, pero esta era
la primera vez en que Eso era, simplemente, emoción. Sin duda estaba
iniciándose en algo nuevo.
Suponer que durante el viaje no iba a dormir ni un minuto era
optimista en extremo: eso ya se había iniciado. Salía un sábado y por
lo tanto ese día no tenía que asistir a clase. Tratando de no ser
imprudente fue a buscar los libros recién a media mañana, por miedo a
molestar... pero en cuanto puso un pie en la iglesia se dio cuenta de que
eso no dependía de la hora. Casi en puntas de pie, se dirigió
directamente al despacho de Juan, que era la Biblioteca de la iglesia.
La puerta estaba abierta, entonces vio sobre la mesita en la que habían
tomado café, un paquete embalado y una nota a la vista de todos que,
enigmáticamente, decía:
“Para Lucio:
Esto es lo tuyo. Si no está exactamente como te dije que iba a estar
y con las señales detalladas que te di, no lo toques, porque eso quiere
decir que
‘alguien’ alteró el paquete. Yo bien sé quiénes están a estas horas en
la iglesia, porque ‘son siempre los mismos’... Pero también, sabido es
que Cristo gustaba rodearse de ladrones. Y ésta, según dicen, es la
casa de Cristo.
Juan, el señor.”
“Ante lo que estás por emprender, no podés dejar lugar para el nene
que se asusta. La Esfinge no puede detener a quien sigue dirigiéndose
a Eso que quiere.”
Hubiera preferido le haga todas juntas las cosas que, sólo instantes
atrás temió le hiciera.
Después de todo el reverendo tenía razón. La frase de Juan “Ante lo
que estás por emprender...” que pocos segundos atrás, lo había llenado
de valor, ahora le producía más terror que las palabras de Escobar. La
misma frase que lo había unido, ahora lo separaba.
Hasta ese momento no había pensado que podía estar “metiéndose
en algo” más que aprender psicoanálisis y enfrentar sus Esfinges
integrando sus dos bandos históricos. ¿A alguien más le podía importar
eso como para que un sacerdote de la jerarquía eclesiástica del
reverendo Escobar se interesara al punto de perder toda compostura?
Los mismos libros que un minuto antes significaban para él un
trofeo a su valor, ahora le parecían la prueba de su imbecilidad. Con la
idea de dejarlos y preguntarle a Escobar qué había querido decir, giró
sobre sí mismo para desandar el par de cuadras que había logrado
poner entre él y el Padre. Inmediatamente se largó a llover de tal forma
que en pocos segundos las esquinas estuvieron inundadas. Si seguía
caminando hacia la iglesia en lugar de entrar en un bar de inmediato,
los libros se empaparían... y si eran tan peligrosos como para producir
semejante revuelo, lo que menos quería Lucio era tener que responder
por los daños.
Para sentirse protegido entró a “Quincy”, donde ya se había hecho
conocido. Descartó los ventanales que mostraban el espectáculo de la
tormenta y se instaló en el extremo más alejado de la entrada, al fondo
del salón. Pidió un capuchino y allí se quedó, a solas con su paquete y
con su miedo.
Iba a tener que elegir... Otra vez se encontraba entre dos bandos.
Sintió que si seguía así, iba a romper a llorar. Lamentó eso mismo que
había buscado para sentirse seguro: estar justo en el único bar de todo
Buenos Aires donde era conocido.
Miraba el paquete ubicado en la esquina opuesta de la mesa como
quien mira una bomba a punto de estallar... ¿Qué textos profanos,
apócrifos o herméticos habría dentro?
Espantó de inmediato la idea de que Juan estuviera utilizándolo para
introducir literatura religiosa prohibida en Francia. Con cada sorbo se
sentía más intrigado, y cuanto más crecía su intriga, mayor era su
miedo a develarla.
Tomó lo que le quedaba de un solo trago y, junto con eso, una de-
cisión: “Hasta acá no me fue tan mal aplicando lo que aprendí a hacer
ante los dos bandos, que ahora son: terribles ganas de enterarme por un
lado, miedo enorme por el otro. Integración es la respuesta?... ¿Qué
problema hay si, con miedo y todo, lo abro y me entero ahora? Si se
trata de esos terribles libros de fórmulas ocultas de brujería, nada me
impedirá devolvérselos a Escobar.”
La misma idea infantil de libros de brujas y fórmulas mágicas que
segundos antes lo había asustado, ahora le causó gracia. Se dio cuenta
de que abría el paquete con tanto cuidado como si de verdad
contuviese una bomba. En seguida le llamó la atención que no fueran
libros pesa- dos sino livianos y, en algunos casos, delgados. No, no
parecían libros antiguos o manuscritos centenarios.
La risotada fue tal que logró llamar la atención de las mesas más
lejanas y hasta de los mozos, quienes, por conocerlo, se extrañaron de
verlo reír por primera vez.
Elissa era un poco mayor que él. A Lucio le resultó divertido que
casi todo estuviera dicho sin necesidad de que él hablara. Su natural
timidez con las mujeres –más cuando le resultaban atractivas– quedaba
bien disimulada si ella hablaba por los dos.
A pocas cuadras, Elissa se dirigió en francés al conductor del auto,
quien respondió encendiendo la radio. Lucio se sintió inmediatamente
incómodo, aunque del idioma sólo “sabía” el Oui y Bonjour
reglamentarios, se encontró suponiendo una retraducción mental de lo
dicho por ella en términos tales como “ya que éste no dice palabra,
pongamos música para no aburrirnos”.
Justificándose en la noche de lectura, tomó como un refugio el
pesado sueño que de pronto se instaló.
Le bastó cerrar los ojos para ver aterrado, en primer plano, la cara de
una Esfinge, como si lo estuviese esperando ansiosa en ese silencioso
mundo de sueños en el que estaba aceptando sumergirse. El sobresalto
fue tal que Elissa le preguntó qué le pasaba. Sin saber qué decir, buscó
en el paisaje algo que lo inspirara:
–Es que... cuanto más avanzamos hacia el hotel, más familiar me
parece el lugar.
–¿Eso te inquieta tanto? El Hotel des Nations está en pleno Barrio
Latino. Como no preguntabas nada, pensé que lo sabías todo y por eso
no te lo dije.
–No lo sabía. Y mis padres, que hicieron las reservas, dudo que lo
supieran.
–Mirá vos, qué casualidad ¿no?
Lucio se despreció a sí mismo por dudar una y otra vez de Juan. Iba
a tener que plantearse el tema muy seriamente. Pero de inmediato se
distrajo invadido por una mezcla de orgullo y vergüenza evocando las
palabras de Elissa: “increíble que vos lo conozcas”... ¿Era un desprecio
o un elogio?
–Si es eso... con más razón tienes que ir. Y no vas a tener problemas,
encontrarás más gente que habla en castellano que en francés.
–¿Cómo hago para llegar? Me han dicho que en París todo está
cerca y que hay que moverse en metro, que además es hermoso
porque tiene espacios dedicados al arte.
–Se ve que la gente con la que estás no sólo no se burló de vos, sino
que te asesoró bien: las tres cosas que te dijeron son ciertas.
–Madre! ...ya le abro –fue lo único que atinó a gritar Lucio “desde
adentgo”.
–Desde que te has ido, tu madre todas las tardes reza un rosario por
vos.
–Gracias... pero ¿para qué?
–¡Cómo “para qué”! Para que Dios te proteja; y los Domingos le
agrego una Novena con las vecinas, así de paso ya se enteraron de que
estás en Buenos Aires.
Y Dios no me está fallando. Aunque estás demasiado flaco, no te
está
yendo mal ¿no?
–No, para nada.
En ese instante se dio cuenta de que todo, en esos días, iba a ser
mucho más difícil de lo que él suponía. No sabía si estaba más
espantado por las costumbres que ahora veía tan pueblerinas en sus
padres o por lo lejos que se sentía ahora de todo eso. Prefirió cambiar
de tema. Hablar de algo extraño en sus padres... entendió que sería
hablar de lo que, paradójicamente, los acercaría.
Pero comprobó, una vez más, que lo mismo que acerca, aleja.
Ambos sonrieron al notar que Juan, sin advertirlo, seguía cada paso
con su mano izquierda sobre la copa de Armagnac.
–Con una mirada tan triunfante como pocas veces más le vi, me dijo
que todas las vinchas hubieran sido buenas... pero que fuera a
preguntarle a mi padre sobre la que justo había elegido y que luego
volviera con él. Fui corriendo.
Bastó notar la cara que puso cuando me vio entrar agitando la
vincha para darme cuenta de que la historia que había detrás, era dura
para mi padre.
Me preguntó qué era eso que tenía en la mano y le dije que, según el
Nagüelo, él me lo explicaría. Se puso muy triste. Nunca lo vi llorar,
pero ese día fue cuando estuvo más cerca.
Me dijo que una vez –tendría la misma edad que yo en ese
momento– el Nagüelo lo llevó a andar a caballo, le soltó las riendas y
le dijo que las tomara... pero a mi padre le asaltó tal pánico... que se
tiró del caballo.
Lo que ahora era una vincha limpia y resplandeciente había sido una
venda con sangre: la que le pusieron en la cabeza por la herida que se
había hecho.
Lucio hizo una pausa, pero Juan no habló.
–Como si fuera una confesión, me dijo que nunca más volvió a
subirse a un caballo. Salí corriendo. De ningún modo estaba alegre,
más bien me escapé espantado. Pero antes de llegar a hablar otra vez
con el Nagüelo... volví sobre mis pasos y, como un rayo, fui otra vez
hasta mi padre, que estaba mirando por la ventana, hacia la nada de la
noche. Callado y sin siquiera mirarlo, lo tomé de la mano y lo llevé
hacia fuera, al establo. Le pedí que se subiera a un caballo y que, por
primera vez en nuestras vidas, cabalgáramos juntos. Le rogué, le grité,
y hubiera seguido hasta la humillación si no fuera porque el Nagüelo
vino a buscarme. Exactamente como yo lo había hecho un rato antes
con mi padre, sin decir palabra el Nagüelo me tomó de la mano y me
llevó afuera.
Nos sentamos bajo las estrellas. Yo no podía parar de llorar.
Escondía la cabeza entre las piernas, hasta que él... suavemente me la
levantó y... mirándome a los ojos me puso la Vincha. Dijo algo que
desde entonces supe era de gran importancia... pero que sólo ahora
comienzo a comprender:
El llanto con el que Lucio terminó el cántico hizo que Juan le pasara
una mano por sobre el hombro trayéndolo hacia él, para que no fuera
objeto de burla de los alegres y ya aburridos borrachines remanentes
del Brasil–Escocia inaugural.
–El Nagüelo siempre decía que por algo “llanto” se parece tanto a
“canto”.
No lloro sólo por el Cántico; son diez mil recuerdos de mil
momentos, del principio al fin. Cuando íbamos por el campo, en esas
salidas que el Nagüelo llamaba “expediciones”, solía enseñarme las
cosas más valiosas... E inevitablemente, después de muchas horas
llegaba el momento en que apoyado en un árbol, le decía: “no puedo
dar un paso más”. Entonces él canturreaba el Cántico para hacerme
caminar al ritmo.
A diferencia de otros, éste nunca tenía la misma música. En
realidad, el juego era precisamente que la inventábamos juntos, una
vez cada uno, mientras sin darme cuenta seguíamos caminando. Pero
de la letra... de eso, no podía moverse una sola sílaba. Mil veces le
pregunté de dónde había sacado una canción tan rara y él me respondía
siempre lo mismo: Los Peskeros.
–¿Cuánto hace que no la cantabas?
–Once años... El Nagüelo murió cantándola conmigo. Fue la última
vez.
XX
Sus padres, convertidos los dos por igual en fanáticos de los locales,
viajarían al día siguiente a Marsella para asistir al debut de Francia vs.
Sudáfrica.
Lucio pensó en aprovechar la casualidad de que jugaran tan lejos
para establecer una suerte de negociación en la que asegurarse un par
de días sin ellos. Por el momento, las últimas tres jornadas dedicadas a
eso le resultaban más que suficientes. Tanto como para directamente
pensar en ahorrarse la asistencia a los partidos.
Asombrado de que el Armagnac no le produjera los indeseables
efectos de “el día siguiente”, se levantó temprano para recorrer el París
matinal y continuar con la puesta en orden de los recuerdos que, ahora
a borbotones, le surgían sobre el Nagüelo.
El comedor era el punto de encuentro con sus padres. Junto con el
desayuno, Lucio decidió tomar la iniciativa:
–Es increíble que quieran hacer casi 600 kilómetros para ver a un
equipo de otro país.
–No se trata de tal o cual país, Lucio, es el espectáculo; los mejores
eventos se dan con el equipo local, porque va más gente. ¿No ves que
la fiesta es en los estadios, en la calle, en la gente, en todos lados?
–Si la fiesta es en todos lados, no entiendo para qué hay que ir a la
cancha a verla.
–Tu padre tiene razón. Si vinimos hasta aquí merecemos lo máximo,
y lo máximo está en los partidos de los locales.
–Madre... habla como si alguna vez hubiera visto uno.
–No me hace falta, igualmente me doy cuenta. ¿Tú quieres seguir a
otros equipos? ¿No creerás que es una cuestión de patriotismos, no?
–Eso no me interesa especialmente. Lo que pasa es que... como
usted me ha dicho, estoy un poco atrasado en mi investigación, y el
problema es que ese viaje llevará mucho tiempo.
–No nos has contado nada de eso, háblanos de tu investigación.
–Es muy difícil explicárselos. Se trata de investigar la relación entre
el desarrollo del psicoanálisis y la historia de las religiones,
empezando por Europa y siguiendo después por toda América.
Se sorprendió a sí mismo. Hablar ante sus padres sobre lo que estaba
descubriendo –algo temido para él– le dio claridad a lo que estaba
haciendo, algo que no había logrado pensando a solas.
–Debe ser tu sacerdote amigo, el Padre Juan que se vino desde Bue-
nos Aires para estudiar contigo. Ve a atenderlo inmediatamente, no
puedes hacer esperar a alguien tan importante...
Pensando que ése sería el precio que debía pagar por lo que estaba
haciendo, se dirigió a la recepción como si escapara, pues aunque a su
alrededor nadie entendía una palabra de lo que pasaba... la madre se
había encargado perfectamente de que todos entendieran que algo muy
importante ocurría.
Mostrando ante todo el salón un gesto indescifrable que ingenua-
mente trataba de dar a entender que se trataba de una broma, se des-
pidió hasta el próximo partido. Mientras se alejaba, se preguntaba por
qué el llanto emocionado de su madre, en lugar de halagarlo, lo hacía
sentir culpable... E inmediatamente, se felicitó de que la Esfinge ahora
tuviera que recurrir a armas tan básicas: por cómo había logrado
arreglar todo en relación al viaje, pagó gustoso el simple precio de
tener que soportar algunas miradas.
–Me doy cuenta de que estamos ante algo enorme; pero usted se
dará cuenta de que no tengo la menor idea de qué es eso.
–Exacto, no tenés “la menor” idea... Todo indica que vos, precisa-
mente vos, tenés la mayor de las ideas sobre eso.
–¿Yo? ¿Y por qué “precisamente” yo?
–No solamente vos... también se decía eso del conde de Saint
Germain.
–¿Qué?
–Que encontró eso mismo que, desde que comenzamos a hablar,
cada vez está más cerca de nosotros: la raíz común que permanece de-
bajo de las ramificaciones llamadas religiones. El alma que habita
todos esos cuerpos.
–Sé que todo en vos te pide no hablar del tema. Pero a esta altura ya
podés comprender perfectamente que, por eso mismo, tu única chance
es hablar de eso. Te lo pregunto entonces de forma directa: Lucio,
¿cuál es tu opinión sobre la Iglesia?
–Sinceramente, saldría corriendo ahora mismo.
–¿Esa es tu opinión?
–Muy a pesar mío la verdad es que mi inconsciente no podría haber-
lo dicho mejor ¿Hace falta explicarle los motivos?
–Tal vez para vos sería realmente bueno que alguna vez conozcas
tus motivos. Yo conozco los míos.
–Perdón, no quiero hacer de Psicoanalista, pero ¿está hablando de
sus motivos “para salir corriendo” de la Iglesia?
–Ojalá alguna vez quisieras realmente hacer de Psicoanalista. Y sí...
estoy hablando de que tengo muchos más motivos para enfrentarme
que para formar parte de ella.
–¿Y entonces por qué forma parte de ella? No sé cómo llamará
usted a eso, pero en mi pueblo le decimos hipocresía.
–Hipocresía: justo el único insulto que profería Cristo a sus
enemigos. Tal vez porque es el peor de todos los insultos. Y para
vos... remite nada menos que a tu pueblo.
–Es una forma de decir que...
–Es esa forma de decir. Pero no me extraña, y no sé cómo podría
extrañarte a vos que sea precisamente tu historia la que te predisponga
mal a lo que estoy diciendo. Y a propósito, si no es molestia, ¿a qué
llaman hipocresía en tu pueblo?
–Alguien que, por ejemplo, está en contra de un lugar pero se queda
ahí para que lo mantengan.
–¡Ay Lucio! a veces sos demasiado básico. Yo no soy Papa ni
Obispo ni Cardenal, no dispongo ni tengo acceso a las tan mentadas
riquezas de la Iglesia, sólo a una absolutamente mísera retribución
mensual por mi función sacerdotal. Ni siquiera preciso de la Iglesia
como vivienda, sabés que tengo mi propio consultorio.
¿A vos te parece que el nivel de vida que llevo puede mantenérmelo
la Iglesia? ¿Realmente creés que para alguien como yo, que gusta de la
buena vida, ser mantenido por la iglesia sería “negocio”?
–Pensándolo así, no.
–¿Te enceguecés tanto como para descontar mis años de atención
psicoanalítica? cobrando, por si hace falta aclararlo.
–Usted, más que ningún otro cura que conozco, cuenta con qué
para mantenerse.
–Si ya me conocés algo, sabés que viajaría de todos modos, si eso es
lo que quiero, me lo pague o no la Iglesia.
–Si fui hiriente... le pido disculpas.
–Vos sabrás si fuiste hiriente o no. Pero al menos... grandes progre-
sos: ahora no te disculpás por herirme.
–No. El pedido de disculpas va en serio. Lo que no puedo ver con
seriedad es que usted forme parte de algo que quisiera enfrentar.
–Exacto, vos no podés verlo... por tu automático problema inicial,
que te impregna todos los temas: dos bandos; que ahora son
“enfrentar- lo o formar parte de eso”.
Pero existen otras opciones... para quien las hace existir.
Yo no quiero esta Iglesia. Y ni por un minuto supongas que es una
cuestión únicamente mía, cada vez somos más. Pero tampoco quiero,
por ejemplo, esta humanidad así como está. Según tus dos bandos,
para no ser hipócrita ¿debería enfrentar y destruir a la humanidad? ¿O
para no formar parte de esto que no quiero tal vez debería enfrentar y
destruir el otro bando: a mí mismo?
Era notorio que Juan hacía esfuerzos para que sus frases siguieran
indiferenciándose del susurro del agua. Y también se hacía evidente
que eso no le resultaba fácil.
Por diferentes motivos, los dos perdieron otra vez la noción del
tiempo.
Mientras Juan, midiendo las palabras y sopesando lo que debía o no
debía decir agotaba toda su atención en el relato, Lucio se iba
desinteresando de la historia cuanto más la escuchaba, aunque no sabía
por qué.
O tal vez sí sabía... El relato de Juan se le había transformado en
pura interferencia: desde un primer momento lo había fascinado el
lugar subterráneo. Progresiva y sensiblemente le inspiraba una insólita
sensación de familiaridad, que agregaba sorpresa a la fascinación.
–Mi Nagüelo siempre decía que todo lo que se explica fácil se aplica difícil
y todo lo que se explica difícil se aplica fácil. Esto se explica fácil.
–Perdí... Al menos nos queda el aliento de que comprenderás que
todo lo que te estoy contando sobre la historia oculta es bastante difícil
de explicar.
–Tiemblo de sólo pensar con qué se va a salir cuando me cuente “la
aplicación fácil” de eso. Pero para enterarme tenemos que encontrar el
lugar, y eso nos lleva otra vez al método: el secreto no está tanto en los
dedos, que hacen su trabajo solos, sino en la exactitud y claridad con
las que logre poner en su mente la imagen de lo que quiere encontrar.
Mientras mantiene “firme–mente” esa imagen, mantenga estirados los
dedos índice y medio de ambas manos, que deben permanecer
relajadas y, simplemente, siga caminando. Si siente calor, frío,
puntadas o cosquilleos al orientar una mano o al mirar en alguna
dirección, es la Señal. Siga esa dirección y habrá encontrado lo que
busca.
–Es difícil poner en la mente una imagen que defina lo que ahora
quiero encontrar.
–Excepto cuando se busca un objeto físico concreto, siempre es esa
la parte más difícil.
–Sería un lugar con características armónicas con la historia oculta
del cristianismo, con la historia oculta de las religiones.
–Eso es algo que tendrá que explicarme. Pero ahora no nos
distraigamos.
–Si según decías, buscar un objeto físico concreto es más fácil, tal
vez se me facilite si pongo en mi mente alguien o algo que sintetice en
sí mismo lo idéntico en lo diferente de todas las religiones.
La frase de Juan resultó tan extraña, pero fue dicha con tanta alegría
y elocuencia, que los turistas desorientados sólo atinaron a levantar las
copas celebrando la excusa para seguir brindando.
–No sé por qué –dijo Juan mientras tomaba asiento–, pero ahora me
doy cuenta de que rara vez vengo a esta zona. Tenía que usar el
péndulo para empezar a descubrir los secretos valiosos que se
esconden de este lado de París.
–¿Vino muchas veces a París?
–No tantas, pero viví acá un tiempo.
–Nunca me lo hubiera imaginado, ¿hace mucho? Es decir... ¿ya
era
Padre?
–¿Ahora vamos a hablar de eso?
–Fue en la época del Mayo francés, allá por el ’68. Y no... aún no
era Padre. Lucio, estoy demasiado contento como para ponerme a
recordar aquello, ¿vamos a lo nuestro?
–Tenía que decirme de la pregunta que no recuerdo.
–Ni lo sueñes. El pacto era orientarnos mutuamente, no decirnos lo
que al otro se le hace difícil.
Vos no encontraste la calle por mí, sino que me orientaste en el uso
del péndulo... y todavía no puedo creer el resultado. Lo valoro y te lo
agradezco. Pero ahora te toca a vos.
–Bueno, pero usted tiene que orientarme.
–Cómo no. Estábamos en la historia de Cristo, la Iglesia y las
religiones...
El tono bromista aflojó la tensión del momento anterior mientras el
mozo servía los escargots a la bourguignonne que, en armonía con la
excursión subterránea, habían ordenado.
–¿Acá se come eso? Cuando lo pidió pensé que con ese nombre nos
traerían algo delicioso. El fondo de mi casa estaba lleno de caracoles y
eran una plaga que había que eliminar.
–Mi querido Lucio, que en este viaje veas el verdadero valor de “lo
que había en el fondo de tu casa y desechaban”... es la parte principal
de tu desafío ¿no te parece?
–No sé si tengo estómago para soportar eso.
–¿Valorar lo que tus padres desechan? Si no soportás eso, me temo
que te vas a perder mucho del mundo.
–Con usted no se puede...
–Hubiera jurado que un par de cositas conmigo estás pudiendo. Decí
que estoy tan contento, si no me deprimía.
–Usted sabe que no dudo de las cosas que logré desde que estamos
juntos. Si soporto comer esto, ¿me ayudará con el tema?
–¿Con el de soportar lo que desechan tus padres? Lucio, más allá de
bromas, ése y no otro es el tema: ellos, al ir a misa y conformarse con
lo que la Iglesia les dice sobre qué es seguir a Cristo, aunque no lo
sospechen... están desechando a Cristo.
–Mire, tengo realmente muchas preguntas; así que hasta estoy
dispuesto a probar eso para seguir.
–Fotógrafos del mundial, ¡registren la escena! ¡El mismo Lucio que
se creía desimplicado del cristianismo, está dispuesto a comer los
desechables caracoles tan sólo para enterarse de las cuestiones ocultas
de esa religión!
¿...O tal vez ya no es el mismo Lucio?
La pregunta fue formulada en un tono tan diferente y mirando de un
modo tan especial a los ojos de Lucio, que ante la incertidumbre
creada éste sólo atinó a tomar el primer caracol para cambiar el foco de
la atención. Imitó cada movimiento que le había visto hacer a Juan en
la media docena de la que ya había dado cuenta.
–¡No puedo creerlo! ¿Cómo algo tan horrible puede ser tan delicioso?
–Brindo por tu paradoja... que, tal vez, no habla sólo de los escargots.
–Si por casualidad se refiere al cristianismo, debo reconocer que
hay algo de eso. Sigue pareciéndome horrible, pero empieza a
resultarme delicioso algo que todavía no entiendo qué es.
–Por algo “saber” viene de “sabor”. Ya lo empezaste a saborear:
ahora sabés que sabías que el gravísimo error... era confundir a Cristo
con el cristianismo.
–Pero estoy más confundido que antes. Ya no se trata de que la
Iglesia no respete la palabra de Cristo... ahora el problema es mayor:
resulta que leyendo la Biblia tampoco se sabe de Cristo.
–Y eso considerando el privilegio de tener la Biblia, que está a
disposición de la humanidad hace unos doscientos añitos solamente; es
decir, el diez por ciento del tiempo de existencia del cristianismo.
Hasta la imprenta, nadie que no fuera del clero podía acceder a una
Biblia. Recién hacia el siglo XV ya algunos podían empezar a disponer
de una copia para leerla por sí mismos... siempre que supieran latín.
Recién en 1534
Lutero hace la primera traducción al alemán. Hay que esperar un siglo
más hasta que se traduzca a otras lenguas, se unifiquen criterios, se
imprima y se vayan distribuyendo las copias. Y aún había otro
problema: hasta el siglo XVIII... muy poca gente sabía leer. Entonces,
hablamos de más de mil quinientos años donde la única versión que se
tiene de lo que dice la Biblia es... la que el domingo da el cura en misa,
lo cual permite ver lo fácil que era hacerle decir a Dios, a Cristo y a
María Santísima lo que era necesario que dijeran de acuerdo a las
contingencias y necesidades de cada época y lugar. Aún hoy, con
Biblias a disposición de cualquiera, basta tomar ediciones con veinte
años de diferencia para comprobar cómo va modificándose sutilmente
la “inamovible” Palabra, de modo tal que algunos pasajes hasta llegan
a ser irreconocibles. Eso
sin tener en cuenta las innumerables interpretaciones de la Iglesia que
literalmente plagan cada párrafo “explicando” las partes más compro-
metidas.
–Y todo eso para llegar a tener una Biblia que, finalmente, casi
nadie lee.
–Y peor aún: los pocos que la leen están hipnotizados previamente
por años de catecismo, películas, interpretaciones, sermones y
generaciones y generaciones que siempre creyeron saber qué decía la
Biblia sin leerla. Sumatoria fatal de doble efecto: por un lado, hace que
se crea de antemano que la Biblia dice cosas que jamás dice; por otro,
hace que se pasen por alto cosas que sí dice, pero que ni siquiera son
advertidas al suponer que ya se conocen.
–¿Es tan así?
–Lo preguntás como si no lo supieras.
Acabás de experimentarlo: todas las diferencias que mencioné entre
los cuatro Evangelios ¿es habitual que la gente las note? Con una
estrategia tan escalofriante como caradura es decretado que Marcos,
Lucas y Mateo son sinópticos, que significa “con un solo ojo”,
pretendiendo establecer así que “son tan similares como si hubieran
sido escritos por una sola persona”.
Y cuidado: hablamos sólo de los cuatro Evangelios que más o
menos pudieron reunirse para que al presentarse en un solo libro no
dieran por resultado directamente una payasada.
Evangelios que cuando hubo que argumentar por qué son cuatro...
las poderosas razones de la Iglesia, esgrimidas por San Ireneo, fueron:
porque los puntos cardinales son cuatro y porque cuatro son las
formas de los Querubines.
–¿Es una broma?
–Si ese motivo puede parecer una burla... esa burla pasa a ser la más
seria rigurosidad cuando se la compara con “el método” al que la
humanidad le debe que la iglesia, en el Concilio de Nicea, haya
determinado que los cuatro Evangelios canónicos son esos y no otros,
de los casi un centenar de los que podríamos disponer. Para darle algún
halo mágico, se esgrimieron precisamente cuatro “motivos” de
selección. Y espero que si te patean el hígado no se lo atribuyas
después a los escargots:
Primero: cuando los obispos ya habían rezado lo suficiente esos
cuatro Evangelios volaron por sí solos y se posaron sobre el altar.
Segundo: en una especie de concurso literario con la ley de
gravedad como jurado, colocaron todos los Evangelios sobre el altar...
y todos se cayeron menos esos cuatro.
Tercero: se los puso sobre el altar y se le avisó a Dios que si había
una sola palabra falsa en alguno de ellos, debían caer al suelo... y por
supuesto, ninguno cayó.
Cuarto: el Espíritu Santo penetró en el salón de Nicea en forma de
paloma ...y posándose sobre el hombro de cada obispo, le susurró al
oído cuáles eran los cuatro auténticos.
Pero algo raro habrá ocurrido entre tanto milagro, porque pese a
tales prodigios sobrenaturales que eliminan por supuesto toda duda
razonable y de paso ponen a Dios al servicio de los curas, la discusión
sobre qué Evangelios debían ser canonizados y cuáles no... se extendió
luego del Concilio de Nicea y en realidad continuó indefinidamente
por los siglos. Hombres de poca fe.
–Le envidio el humor. A mí me produce indignación y asco tal
tomadura de pelo a la humanidad.
–La Burla Papal, como algunos nombramos a la Bula Papal... Es
que el humor; Lucio, es mucho más importante de lo que crees: es el
último recurso contra el odio. De hecho, cuando ves que la misma
humanidad engañada y burlada considera peligroso, sectario y
demoníaco a todo aquel que trata de ponerla sobre aviso respecto de
esos engaños y burlas... sólo te queda vivir asqueado y resentirte
contra el mundo o aprender a usar el recurso del humor.
Lucio hizo un gesto de aprobación.
–Ahora bien, tomando a la Esfinge como aliada... podemos decir
que vino muy bien que hayan reprimido los Evangelios Apócrifos:
como bien enseña el Psicoanálisis, lo reprimido se conserva intacto.
–¿Ahí tenemos la Palabra Verdadera de Cristo?
–Sí y no. En principio, vale mencionar que muchos de los otros
Evangelios tenían, por lo menos, la misma antigüedad que cualquiera
de los cuatro canonizados y atribuían la autoría directamente a los
Apóstoles, privilegio del que no goza ninguno de esos cuatro. Pero
comprometían y contradecían tanto las enseñanzas de la iglesia, que
directamente los decretaron apócrifos... siguiendo la viejísima táctica
de acusar al enemigo de aquello que el propio bando comete. Sin
embargo, una vez más la escucha es la llave que abre las puertas más
herméticas: apócrifo hoy se traduce como “falso”, pero
originariamente significaba en realidad “oculto”. Y, casualmente, los
mejores de esos Evangelios no canoniza- dos... mencionan en forma
explícita “La Palabra Oculta de Cristo” y el Significado Oculto de Sus
Palabras.
–¿Palabra oculta de Cristo?
–Dicho y reconocido explícitamente por el mismo Cristo desde el
Evangelio de Marcos, que en definitiva es el primero –y por lo tanto, el
más cercano a los hechos– que se escribió dentro de los que luego
canonizaron. En el capítulo cuatro, en una de las pocas citas que está
en los cuatro Evangelios, Cristo dice que a sus discípulos les habla
para que develen los misterios, pero que a “los otros de afuera” les
habla con parábolas para que no entiendan. Y ¡oh, casualidad!, el
noventa por ciento de la Biblia canónica no pasa de ser un compendio
de esas parábolas dichas para que “oyendo, oigan y no entiendan”,
según aclara él mismo. Las explicaciones dadas por Cristo sobre sus
parábolas son mínimas. Y las únicas charlas “a solas” que se
reproducen, en la mayoría de los casos son, en realidad, precisamente
las que muestran a Cristo reprochándoles a los apóstoles no entender lo
que él decía.
–A los demás les hablaba para que no entendieran y los discípulos
no entendían lo que les decía para que sí entendieran.
–Exacto. Y en cuanto se escucha lo que el mismo Cristo advertía a
sus discípulos... la pregunta se impone sola: ¿Dónde están esas otras
palabras que Jesús les decía únicamente ellos para que sí entendieran
su enseñanza?
–¿En los Apócrifos?
–Como te decía: sí y no. Algunos son un verdadero delirio. Pero
están los otros... Los que le debemos a la casualidad.
–Vuelve a estar muy claro. Pero ver que incluso a la iglesia judía
Cristo le daba tan poco lugar que la nombró una sola vez, me lleva a
preguntar, más allá de la que pudo o no haber fundado él –cuestión que
aún no veo con claridad– cuál era la posición de Cristo ante la Iglesia
en general.
–No son dos preguntas... no hay dos bandos: una cuestión lleva a la
otra. Es clave entender que aún a la Iglesia judía sólo la tiene en cuenta
para cuestiones menores. Iglesia, ekklesía, significa “asamblea general
del pueblo judío ante Dios”, es decir, se refiere a una cuestión
comunitaria; de allí que la reserve para cuestiones referentes a lo
terreno, como vimos en la única frase en que se refiere al tema.
Pero para lo celestial y trascendente no sólo no menciona una
nueva
Iglesia... sino que explícitamente se opone al concepto de Iglesia.
–¿Cómo?
–¿Qué lugar le da Cristo a esa cuestión comunitaria llamada iglesia,
con relación a lo Trascendente, lo Divino, a Dios? Literalmente,
ninguno.
En forma clara y explícita, Cristo –aunque a los curas parece
pegárseles las páginas de la Biblia donde lo dice, porque en misa jamás
las leen– dice que el método de hacer oración “no debe ser como el de
los hipócritas que gustan orar en pie en las sinagogas para ser vistos
por otros”. Y por si fuera poco: literalmente dice que para orar hay que
hacerlo en la propia habitación, con la puerta cerrada y en voz baja.
Nada más lejano que rezar en un lugar público; y una iglesia lo es.
¿Fundaría una iglesia quien reniega de rezos comunitarios e invita a
que la religión sea una cuestión individual? Es un despropósito tan
absurdo como insostenible.
–Pero ante datos tan contundentes, ¿nadie en el cristianismo hace
valer eso que dijo Cristo?
–El cristianismo es una Iglesia institucional y establecida... por ello
se le aplica lo mismo que Cristo decía de la Iglesia de su época: “no
los imitéis en sus obras, porque ellos dicen y no hacen”; y agrega que
hacen esas obras nada más que para ser vistos por otros. Sólo
recordando eso puede “comprenderse” que la Iglesia dice representar a
alguien... que explícitamente se expresó en contra de las prácticas que
se realizan en toda iglesia.
Y más aún: basta sólo un dato para comprobar de forma lapidaria
que la Iglesia de hoy no sólo no es avalada por los dichos de Cristo...
sino que hace y sostiene lo opuesto a su Palabra, como a vos mismo se
te hizo evidente.
–¿Entendí bien? ¿Un solo dato es suficiente? Realmente quisiera es-
cucharlo.
–Con total precisión, de eso se trata; y es un orgullo para la
enseñanza de tu Nagüelo: tal referencia básica y clave está en las
palabras. Basta entonces querer escuchar para desocultar eso. Tal
como enseña el Psicoanálisis, en la vida de toda persona hay palabras
claves que son la puerta de entrada a lo oculto en esa persona y que,
mientras no son desocultadas, manejan y dirigen lo que ocurre en esa
vida. Y lo que se acuña en personas, se juega igual para las
instituciones, formadas por personas.
Y como también demuestra el Psicoanálisis, es común que entre las
palabras claves de cada persona esté el nombre por el que se lo llama,
porque el modo con el que se nombra a alguien suele ser un
compendio de todo lo que se espera de esa persona.
–Quisiera retomar este punto en otro momento, porque eso de que
como se llame a alguien sea un resumen de todo lo que se espera de él,
me parece demasiado. Donde sí lo veo claro es en el caso de las
instituciones. Y precisamente, ahora no quisiera desviarme de ver
adónde en concreto se aplica eso a la Iglesia.
–En ambas cuestiones estoy de acuerdo: tenemos que retomar el
tema y ahora no tenemos que desviarnos. Para eso simplemente es
necesario escuchar cuál es el nombre con el que se hacen llamar los
responsables de la Iglesia, los que conducen las misas y los que son la
cara pública de la institución.
–¿Se refiere a la palabra “Padre”? Sí, es significativo, pero no veo
que sea tan clave y que demuestre todo lo que usted dijo.
–Porque te conformás con suponer qué dijo Cristo. La cuestión se
vuelve dramática en cuanto alguien se interesa en leer qué dijo en
realidad: Cristo ordenó literalmente “no llaméis padre a nadie sobre la
tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos”.
–¿Cristo dijo eso? Pero... es sencillamente inconcebible.
Ahora entiendo por qué usted insiste tanto en que no se lo llame
“padre”.
Pero claro: ese dato debe estar en los apócrifos; no puede ser que
alguien que lea la Biblia vaya a misa y acepte algo tan simple y
concreto sin ver que en la Iglesia se está haciendo lo contrario a lo
pedido por Cristo.
–Y peor: que no vea que al aceptar nombrar “Papa” a quien está a la
cabeza de toda la Iglesia que dice ser de Cristo, ya desde el nombre
mismo está haciendo automáticamente y de un modo lapidario todo lo
contrario de lo indicado por Cristo. Más si se tiene en cuenta que no
pueden citar siquiera un versículo dudoso de Cristo –como sí tratan de
hacer, por ejemplo, respecto de una Iglesia supuestamente fundada por
él– para justificar ese nombre: fueron los hombres quienes instituyeron
que al obispo de Roma debía llamárselo “Papa”, lo cual casualmente
los denuncia en el extremo de la oposición a Cristo, pues “Papa” no
quiere decir otra cosa que “padre venerable” en griego.
Pero respecto de tu pregunta... lamento informarte que de ningún
modo la cuestión es que el creyente común que lee la Biblia no tiene
acceso a ese dato: todos los datos que te di, cuando no te aclaré otra
fuente, están en el Evangelio de Mateo, que nada tiene de “apócrifo” y
está incluido en todas las Biblias canónicas, comunes y corrientes del
mundo.
–En el seminario no llegamos aún al capítulo “Psicosis”... pero creo
que esto es un curso acelerado del tema. Es totalmente increíble: los
“padres” de la “Iglesia” aceptaron y establecieron una Biblia que dice
que no debe haber “padres” ni “Iglesia”.
–Exacto, la Biblia al alcance de todos, con sus cuatro Evangelios
oficiales. Y no por nada cito más el de Mateo: es, sin dudas, el peor de
los cuatro, el menos preciso, más fantasioso, más adornado, el que
incluye milagros por doquier que en la mayoría de los casos ni siquiera
figuran en los otros evangelios, presentando a un Cristo sobrehumano
y con superpoderes. Y casualmente ése, entre los elegidos por la
Iglesia en desmedro de otros superiores y más precisos, es el que se
puso en primer lugar, lo cual nada tiene de ingenuo: quien llega al
Nuevo Testamento, la primera imagen que se forma de Cristo es ésa,
de modo que cuando avanza hacia los otros evangelios ya está
influenciado por ella. Y no hay
excusas de justificar que esté primero porque haya sido escrito antes:
el primero de los cuatro en escribirse fue el de Marcos.
–Reconozco que ahora sí estoy muy impresionado.
–Y, cronológicamente hablando, que el primero sea el de Marcos
significa algo sumamente clave: el primero de todos los escritores de
los evangelios canonizados no puso una sola palabra, ni una mínima
alusión, nada en absoluto... respecto a que Cristo haya fundado una
Iglesia. Y exactamente lo mismo ocurre con Lucas y con Juan: no
dicen una sola palabra al respecto.
–La supuesta obra más importante del Maestro, la Iglesia que
encarga a sus discípulos para eternizar su mensaje... ¿está sólo en uno
de los cuatro Evangelios?
–¿Y de qué creés que te estuve hablando al aclararte tanto que esa
Iglesia pretendidamente fundada por Cristo está mencionada una sola
vez en los cuatro Evangelios? Y en el más impreciso de los cuatro.
Aun poniendo la mejor buena fe como creyente, es difícil tener algún
argumento con el que estar en desacuerdo con los obispos de Oriente,
quienes ya desde el siglo IV afirmaban que ese párrafo había sido un
agrega- do intercalado a posteriori por los partidarios del Obispo de
Roma.
–¿Pero eso significa que había... obispos enfrentados?
–Entiendo que el tema de dos bandos enfrentados pueda interesarte
en particular. Pero gracias a eso estamos ante la oportunidad de tomar,
una vez más, a la Esfinge como aliada. Porque esos dos bandos
enfrentados desde el origen del cristianismo... son los mismos que la
humanidad padece hasta nuestros tiempos: la Palabra de Cristo por un
lado, y la Iglesia Católica contraria a la Enseñanza de Cristo, por el
otro.
La pintura que habían comprado, extendida sobre la mesa, era el
centro de sus miradas. Habían perdido completamente la noción de
cuántos puentes habían cruzado... tanto caminando como hablando.
La zona en la que ahora estaban era desconocida para ambos por
igual, por eso no tenían preferencias y se aventuraron al primer bar que
encontraron. El ambiente era tan cálido y al mismo tiempo impersonal
como el de todos los bares de la ciudad, aunque sentían una casi
imperceptible pero creciente extrañeza. Sólo luego de un rato pudieron
definir que la sensación, en realidad, no se debía al lugar, sino a la
gente del lugar: no percibían la habitual indiferencia de los franceses.
Pronto entendieron que eso se debía a que no se hallaban en uno de los
barrios principales, sino más bien en una especie de suburbio. De todos
modos, les llamó la atención que desde la mesa contigua un hombre
mirara insistentemente y con un interés mal disimulado la pintura del
Faro. Sin necesidad de decirlo, concluyeron que la Esfinge intentaba
distraerlos, y decidieron entonces que lo mejor era retomar el tema de
inmediato.
Ya estaba anocheciendo.
Nunca Lucio había vivido tanto y tan intenso en solo un día.
Tal vez, simplemente... nunca Lucio había vivido tanto. Ni suponía
siquiera que, en un solo momento, pudieran condensarse tantas
emociones.
Las dialécticas habían suspendido sus dos bandos y ahora todas con-
vivían en él: la más absoluta seguridad y el temor más sobrecogedor;
lo más extraño presentándose en lo más habitual y lo más habitual
vivido como extraño; el impulso irrefrenable hacia lo desconocido
junto a la cobardía de querer escapar de eso; el afecto más entrañable
que desde hacía años no sabía que sabía sentir hacia alguien, orientado
justo hacia la persona que le interrogó sus afectos y le interrogó todo lo
que sabía.
Suspensión absoluta de dialécticas que ahora conviven donde antes
se enfrentaban...
¿Sería Eso el Entramado Universal?
X XVI
–Lucio, qué alegría. Pensé que no iba a volver a verte hasta que te
fueras.
–¡No puedo creerlo!
–Qué cara de desorientado, ¿ya no te acordás de mí? Generalmente
no vuelvo a ver a los pasajeros hasta el último día, cuando los llevo al
aeropuerto. Pero cuando me ven suelen recordarme.
–Por supuesto que te recuerdo: Elissa con dos eses. Lo que pasa es
que...
–Está bien, qué divino. Tengo un rato. Bueno, la verdad me caés
bárbaro: me vine un poco antes para leer, pero al llegar acá me di
cuenta de que me olvidé el material de lectura. Nada raro en mí. Pero
mientras tanto no tenía con quién hablar. Vení a sentarte conmigo y
contame cómo te está yendo, qué partidos viste.
–Al Mundial casi no le estoy prestando atención... pero a mí... me
está yendo bárbaro.
–¿Cómo que no le das importancia al mundial? ¿Qué hacés todo el
día? No te vi en ninguno de los contingentes turísticos. ¿No me estarás
siendo infiel yéndote de excursión con otros, no?
Tomó nuevamente fuerzas al no rehuir a la parte más “íntima” de la
pregunta.
Claro que le interesaba saber qué podía leer “alguien como Elissa”...
pero el fuego que sintió subir por sus mejillas cuando se descubrió a
punto de preguntarle cándida y repentinamente si tenía novio, le hizo
tomar conciencia de que por primera vez en su vida estaba hablando a
solas con una chica en un bar.
Para ser más exacto... por primera vez en su vida estaba hablando a
solas con una chica. Y en plena noche de París.
Nunca le había molestado ser provinciano, pero ahora sí “sentirse”
provinciano. Iba a precisar todas sus fuerzas para volver a subirse al
caballo del que se había tirado cobardemente.
Pero tomar las riendas era en sí mismo un acto de valentía que eligió
no evitar. Como una revelación, escucharse hablando en esos términos
le mostró claramente que estaba ante el mismo desafío de aquel día en
que tuvo que elegir si conducía o no al Viento. El mismo desafío de
aquel día... en que tuvo que decidir si pasaba de niño a hombre.
Mucho porque lo precisaba, y un poco para impresionar a Elissa...
de un modo tan ampuloso que resultó caricaturesco, chasqueó los
dedos en dirección al mozo y casi gritando dijo:
–¿Estoy despierto?
–Eso no podemos saberlo, pero no creo que en sueños tengas el mal
gusto de derramar una copa de Armagnac.
–Pero ¿ustedes dos se conocen?
–¿Y quién te creés que le enseñó a este joven a pedir Armagnac en
La casa del Habano?
Elissa no sabía si reírse más de la cara de Juan cuando lo nombró
“Padre” al recibirlo o de la cara de Lucio al sentirse descubierto sobre
quién era la “persona especial” con la que había estado ahí.
–¿Cuántas veces te dije que no me llames “Padre”?
–Las mismas menos una de todas las veces que te pregunté por
qué
y no me contestaste.
–La inteligente Elissa que nunca olvida una pregunta, como El
Principito.
–El primer libro que leí en mi vida... y me lo regalaste vos.
–¿Entonces ustedes se conocen desde hace mucho?
–Me lo regaló porque yo ya estaba bastante crecidita y nunca había
tocado un libro. Hará unos ¿diez años?
–Otra vez haciéndote la niña. Hace no menos de quince años. Yo
daba mis primeras clases y vos eras la benjamina del curso. Y ya se
veían esbozos de tu locura incipiente: en pleno furor lacaniano en
París, se te dio por ir a estudiar Psicoanálisis a Buenos Aires.
–Y no me equivoqué: es uno de los pocos lugares del mundo donde
el Psicoanálisis aún existe.
–Psicoanálisis en extinción por culpa de los psicoanalistas
ortodoxos.
–Cuidado, Lucio, va a empezar a darnos clase.
–Tú me hablas de lo que viene y yo todavía no entiendo lo que
pasó.
¿Tú también eres Psicoanalista?
–A todos los turistas les aclaro ni bien nos vemos que yo no soy
específicamente Guía de Turismo. ¿No te acordás cuando te lo dije a
vos?
–Perfectamente... y parece que voy a tener que tomarme muy en
serio cuando alguien dice algo como eso. No se me ocurrió preguntarte
nada porque cuando lo dijiste me acordé de que ya había escuchado
algo muy parecido... dicho precisamente en Buenos Aires cuando
alguien me aclaró que “no solamente es Psicoanalista”.
–El chiste favorito de Juan. Siempre le encanta decir eso porque se
aplica por igual, cambiando la palabra que designa su profesión, se lo
conozca en cualquiera de sus dos facetas.
–¿Cómo que mis dos facetas? Obviamente no tenés idea de la
cantidad de facetas que hay en mí y aún no conocés.
–Esa típica modestia argentina, tan bien conocida y apreciada en
todo el mundo, es lo que tanto extraño estando en París.
–¿Y tú fuiste a Buenos Aires a estudiar Psicoanálisis con Juan?
–Viajé a estudiar Psicoanálisis porque alguien me había dicho que
allí iba a encontrar lo que buscaba... Y encontré al Padre Juan.
–Pero eso es exactamente lo mismo que hice yo este año. Y gracias
a estudiar con él, encontré algo mucho mayor aún que el Psicoanálisis;
estoy aprendiendo la lógica de todas estas casualidades que cada vez
me maravillan más.
¿Y tú, has encontrado en él lo que buscabas? Y de paso te confieso:
yo tampoco soporto que lo llames Padre.
–No veo porque no lo soportás si vos también sos creyente: te
confesás y todo.
–Cuidado, Lucio, va a empezar a darnos Sesión... veo que al menos
como pasatiempo la niña le da algún uso al Psicoanálisis.
–Padre, dedique su benevolencia y caridad a quienes realmente lo
necesitan, Lucio sabe cuidarse bastante bien.
–Se nota que los dos son Psicoanalistas. Son de la misma familia:
hablan igual y no se perdonan una.
–Te confundís. El Padre sí perdona, porque en “su familia” eso es
obligación: “Perdonadores Profesionales.”
–¿Me contestas por favor? ¿Has encontrado en Juan lo que
buscabas?
–Es que yo no tenía ni idea de qué buscaba. Fui porque, aunque
vivía en París con mis padres, cuando mi mamá supo lo que yo quería,
como ella era de Buenos Aires y había estudiado allá, me dio la
dirección y me dijo que ahí iba a encontrar lo que yo buscaba. Mi
teoría es que, en realidad, no me soportaba más y quería unas
vacaciones de mí.
–“No me soportaba más”, “quería unas vacaciones de mí”: no se
sabe si hablás de ella o de vos... Y te aseguro que podría entender
perfecta- mente que no te soportes.
–Touché. Aclarando explícitamente que no sé a qué se refiere eso
que decís entender... debo reconocer que es cierto: yo tampoco me
soportaba más y quería unas vacaciones de mí.
–Dos minutos de conversación, y ya tenés que reconocer que “no
sabés a qué se refiere eso”... exactamente lo que, desde siempre, vengo
diciéndote: vos no encontrás lo que buscás porque no tenés idea de qué
es eso que andás buscando tanto... lo cual, lógicamente hace que no te
soportes por no encontrarlo.
–Océano de Sabiduría Infinita ha hablado... y se tragó todos los
peces: precisamente de eso, de mi búsqueda, estaba por hablar cuando
llegaste a interrumpir... para así creerte luego confirmado en tu
diagnóstico.
–¿Ves?: ibas a hablar de “tu búsqueda”, no de qué buscás en tu
búsqueda. Tú lo has dicho: diagnóstico confirmado.
Y si ibas a hablar de “tu búsqueda” Lucio, debés entonces
agradecerme por interrumpir. Acabás de ser salvado de tomarte un
cóctel de platos voladores, cuevas con pinturas primitivas, toda la
gama de terapias florales, inciensos, mantras, chakras y, por supuesto,
de todas y cada una de las religiones de la historia de la humanidad. Y
puedo asegurarte que el efecto de ese cóctel que la querida Elissa nos
da cada vez que anuncia que va a hablar de “su búsqueda”, es peor que
la mezcla de todos los Armagnacs y Champagnes juntos de París.
–Ése es el problema de los Padres: se creen necesarios para “salvar-
nos”... de las cosas que ellos mismos inventan. De lo que iba a hablarle
a Lucio es de algo que vos ni conocés... aunque sé que para vos eso
suena a imposible.
–Como diría alguien de quien mal no te vendría conocer un poco
pero en serio: “No he sido yo sino tú quien ha dicho eso”.
–Por si el Padre se refiere a Cristo, le recuerdo que hace tiempo
superé la etapa cristiana.
–Exclusivamente a través del cine... única religión a la que seguís
con devoción y fidelidad ejemplares.
–Casualmente te estás olvidando del otro contacto que he debido
padecer gracias a ustedes, los Padres, que lo inventaron para ya desde
la escuela primaria asegurarse hipnotizarnos: el catecismo.
–No quisiera interrumpir, pero por lo que veo Elissa es como el
Principito en cuanto a no olvidar las preguntas que ella hace. Pues en
lo que se refiere a la pregunta que yo le he hecho, cada vez que se la
nombro vuelve a irse de tema.
–Típico complot machista. Ya parecés digno representante argentino
vos también.
–Mientras tanto, seguís sin responderle... ¿O es que te da vergüenza
hablar de tu nuevo delirio delante de mí?
–¿Hoy es Viernes? El domingo deberás tragarte tus palabras con el
vinito que se toman en misa.
Lo que vos llamaste delirio... me lo dio el Director.
–¿El Dire? ¿De verdad? Entonces eso es serio: a escuchar.
–¡Los milagros existen! El Padre Juan va a escucharme... El Dire me
dio la pista de un sabio de Oriente que, aunque aquí no lo conoce
nadie, encontró cuál es la verdadera Puerta de Entrada a la Iniciación y
los Poderes y Mundos Ocultos.
–Esa puerta... se parece mucho al Faro que buscaba mi Nagüelo.
–¿Tu qué?
–Perdóname, Elissa, me ha salido del alma. Mi Nagüelo es mi
abuelo indígena, que también buscaba esa Iniciación, esos Mundos y
sus Poderes Ocultos.
–Lograste sorprenderme. Cuando te vi en el Aeropuerto, pensé que
tal vez serías indígena; pero luego, eras tan tímido que lo descarté... re-
conozco que con molestia; porque de todos los años que hace que
vengo estudiando esto, lo que siempre me pareció más poderoso y
enigmático son las relaciones de Lo Indígena con Lo Oculto, y nunca
había encontrado quien estuviera realmente impregnado de todo ese
Universo.
–Como ya te he dicho... es lindo que nos interesen las mismas
cosas.
–Bien... termino mi Armagnac y me voy. Sé cuándo estoy de más.
–No, Juan, por favor, no se vaya... todavía. Lo busqué toda la tarde
por todos lados y todavía no sé qué pasó con ese llamado que le
hicieron.
–Voy a tener que pensar que ahora sos vos el que se desvía de la
pregunta que la princesita abnegadamente comenzaba a responder.
Pero hablando un poco más en serio, tengo que irme por esa misma
cuestión de hoy a la tarde. Al final era todo un malentendido, como
siempre. Sé que te preocupaste realmente y tenés derecho a enterarte;
pero ahora yo también estoy intrigado con lo que nos va a develar
Elissa.
–No es mucho lo que puedo develar, porque no es fácil seguir la
pista. Vos sabés cómo es el Dire.
–Y vos sabés que aun siendo transparente, dudo mucho que alguien
sepa en realidad cómo es.
–Por lo pronto me dio unas frases que pertenecen a ese Sabio y me
dijo que abren una puerta. Me dio un libro envuelto que sólo puedo
abrir cuando sepa qué puerta abren esas frases. Pero además dijo que
voy a seguir sin saber lo que busco si no develo el enigma que está en
un sobre cerrado adentro del libro. Y agregó su frase favorita cuando
habla conmigo: porque sólo encuentra lo que busca quien se encuentra
a sí mismo. Eso es todo.
–¿Cómo eso es todo? ¿Las frases no las tenés acá?
–Hoy venía acá para leerlas por vez número diez mil y me las
olvidé. Pero, gracias a eso... vi a Lucio cuando entró.
–Está bien... tranquilos, que ya los dejo a solas.
–De todos modos, creo que me las sé de memoria.
–Vos sabés que develar enigmas es la especialidad de la casa, así
que si te animás...
–Son cuatro párrafos, algunos un tanto repetitivos entre sí. En sí
mismas, no me parecen difíciles; se hace difícil al tener que pensar que
abren una puerta. A ver...
“He aquí las Palabras Ocultas:
Quien encontrare la interpretación de Estas Palabras no probará la
muerte.”
“Oíd y entended. No es lo que entra por la boca lo que hace impuro
al hombre; pero lo que sale de la boca, eso es lo que al hombre le hace
impuro.”
“Oídme todos y entended: nada hay fuera del hombre que
entrando en
él pueda mancharle; lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al
hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga.”
“El Espíritu de la verdad os guiará hacia la verdad completa,
porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y así
os comunicará las cosas venideras.”
–Gracias, Elissa. Ahora sí tengo que irme.
–¿Tan apurado? Juan, ¿de verdad puedo quedarme tranquilo?
–Te agradezco otra vez tu preocupación, pero de verdad fue todo un
malentendido... como siempre. Me buscaban solo para avisarme que
esta noche tengo que presentarme en un ágape de camaradería entre
párrocos de América y Europa. Son esas cosas que tienen que
organizar para justificar haber venido a Francia ‘98.
–¿Y por qué estaba tan enojado Escobar?
–¡El de la escoba! ¿Todavía está dando batalla ese... reverendo?
–¿Tú lo conoces?
–Hace como veinte años... y ya era viejo.
–No lo subestimes, Elissa: es viejo desde que nació. Me parece que
ya está más para jubilación que para jubileos: nunca lo vi como hoy. Y
no me refiero sólo al encuentro de esta tarde; eso, dentro de todo, es
normal. Me refiero a lo que pasó después. Es alguien absolutamente
encerrado, pero siempre fue una persona muy lúcida e inteligente, y en
especial honesta... Dentro de su intransigencia, no tengo dudas de que
sus intenciones siempre fueron buenas.
–¿Por qué dice eso? ¿A qué se refiere, que parece haber logrado
afectarlo?
–Tenés razón, Lucio. Realmente me afecta acordarme de lo que hoy
tuve que presenciar. Ni en nuestras discusiones más encarnizadas
pensé que iba a caer tan bajo. Una cosa es la intransigencia... y otra es
el racismo.
–¿Racismo? ¿a qué te referís? Hace años lo conozco a Escobar y
sabés que lo ridiculicé todas las veces que pude. Bueno, no muchas, a
decir verdad, porque el desgraciado en serio que es inteligente. Pero te
puedo asegurar que si lo hubiera visto racista no me habría
conformado sólo con ridiculizarlo.
–Por eso estoy tan sorprendido como vos, Elissa. Cuando venía para
acá se me acercó a pelear como hace siempre, pero me salió con una
pretendida ironía del orden “respecto de ese joven tan albino, Lucio...”.
–Ah, es eso. No se hagan problema, ya estoy acostumbrado. Hace
mucho aprendí que en cuanto salimos del pueblo, nuestra piel
cobriza es lo primero que llama la atención.
–Sinceramente me alivia mucho que no te duela. Por supuesto que
en cuanto escuché eso lo corté y me fui. Pero estaba como loco, me
siguió por las escaleras a los gritos: “entiendo que prefiera escaparse...
si yo estuviera en su lugar me moriría por ir a esa fiesta de hipócritas
de esta noche”.
–¿Pero no te diste cuenta? Estaba envidioso porque a él no lo
invitaron.
–Elissa, hace años que Escobar no precisa invitaciones para ir
adonde se le antoja ir en la curia. Está mal en serio. Terminó
pretendiendo citar un pasaje bíblico. Y él, que se conoce cada renglón
canónico y apócrifo de memoria, mencionó un párrafo que no existe:
“tendría que tener muy presente Hechos 26,33”... y el único libro con
ese nombre es Hechos de los Apóstoles, cuyo capítulo 26 sólo llega
hasta el versículo
32.
–Si don escoba se equivocó en la Biblia... entonces sí está de última,
pobre viejo. Bueno... después de todo no está tan mal morir en París.
–No tenés cura, Elissa.
–No creas... si algo me sobra es precisamente un cura.
–Bueno, ya que sobro, me voy. Como dije hace un rato, me doy
cuenta cuando estoy de más.
–Juan, por favor, no diga eso. Tómese la copa.
–¿No ves? me pedís que no diga eso, no que no me vaya. Y no me
estás invitando a que tomemos juntos otra copa... sino que me decís
“tómesela”.
Pero de verdad no te hagas problema, después de todo si para Elissa
“París bien vale una muerte” y para Enrique IV “París bien vale una
misa”, Juan puede dejar dicho para la historia que “París bien vale un
ágape... aunque sea entre curas”.
–No te preocupes, Lucio, lo que le van a dar para tomar esta noche
al Padre Juan ni en las mejores bodegas subterráneas de Francia lo
podríamos conseguir.
Pero antes de irte: no dijiste nada de las frases... ¿para qué me las
acordé de memoria?
–Para entrenarte un poco la mente, Elissa, que bastante falta te hace
si esas frases te complican tanto. Me parece que tanta guía turística
recitando siempre los mismos versitos te hizo perder estado.
–Perdón por la competencia, me olvidé que para recitar versitos
están precisamente ustedes. Padre, de verdad ¿ni una ayudita?
–No tengo la menor duda de que Lucio está ansioso por darte toda la
ayuda que precisás.
–Juan...
–Fuera de bromas, Lucio, pienso que vos tenés exactamente toda la
ayuda que Elissa precisa. Sólo basta que le regales un rato de canto.
–¡Juan!
–Me refiero a que le cantes un cantito que vos desde hace años bien
sabés. ¿Pensaste en otro estilo de canciones? ¿Por qué será, no?
–Entendió exactamente lo que trataste de decirle... además de eso
del cantito, que logró intrigarme.
–Mi queridísima Elissa, ya que estás tan interesada por lo que en-
tiende Lucio, vos en retribución podrías incrementar sus dotes de
entendimiento explicándole aquellos secretos que tanto te interesaste
en aprender y develar tiempo atrás respecto... del Tantra, ¿te acordás?
–Perdón, Juan, ¿de qué?
–Sos el peor.
–Realmente todos nos alegramos de este encuentro.
La noche fue tan larga e intensa como las perspectivas que descubre
quien finalmente abre una puerta que por mucho tiempo se encargó de
mantener cerrada.
Elissa despertó primero. Y una vez más, la escucha remite a la ver-
dad: Elissa “despertó”... a todo aquello que se encontrara dentro de su
radio de acción.
Los tambores afro–brasileros impregnaron de pronto el
departamento, haciendo –literalmente– retumbar una música... con la
que muy, muy poca gente en el mundo, debe iniciar su día.
En cuanto Lucio dio señales de escuchar, no sólo el volumen sino el
ritmo, ella agregó la coreografía de un espectáculo unipersonal en el
que vestida con una camisola desabrochada, era simultáneamente
protagonista y público de una danza que tuvo en Lucio efectos más
motivantes que toda la música y el ritmo integrados de África y Brasil
juntos.
Se mostró Innegociablemente dispuesta a hacerle entender a Lucio
que lo Indígena no podía faltar en esa integración: el tercer paso fue no
descansar hasta que el espectáculo tuviera dos protagonistas y ningún
espectador.
La danza mutó poco a poco por capricho de una escenografía... que
para los pasos siguientes exigía, como elemento central, una cama.
Pero cuando la exigencia coreográfica estaba a punto de cumplirse,
algo interfirió en la zambullida de Lucio. En el hueco dejado por Elissa
al levantarse, escondido estratégicamente debajo de las sábanas, había
un paquete
...con forma de libro. Ahora era Elissa la que corría a Lucio por toda la
habitación para impedirle espiar el libro que sólo debía develarse entre
tres.
Ganados por las carcajadas que ahogaban la respiración, ya no
podían seguir corriendo; sólo había lugar para una ducha.
Y la escucha... indica “una”.
Como si fuera parte de su departamento, apenas más lejos que su
cocina estaba el bar en el que Elissa desayunaba todas y cada una de
sus mañanas.
Como Francia había jugado el día anterior en Marsella, los turistas
se habían concentrado lejos de París, lo que le permitía disponer de
toda la jornada.
Invitar a Juan a desayunar y propiciar la apertura del libro los
entusiasmó tanto como la apertura misma.
Que no contestara el teléfono no les quitó la alegría; estaban
dispuestos a insistir con la comunicación cuando llegaran al bar.
Después de todo, ¿cómo saber a qué hora termina una fiesta entre
curas?
Demasiado temprano... a juzgar por la cara de impaciencia con la
que Juan estaba esperándolos y con el pocillo de café ya vaciado.
–¿Cómo?
–Juan Pablo I fue el Papa número 263 y su reinado duró
exactamente 33 días.
–Pero ¿es lo que yo entiendo? ¿Te estaba tratando de decir que si
ibas a esa fiesta...?
–Aunque en el momento ni nos enteramos, el mensaje sobre la
muer- te era tan fuerte y claro que en forma inconsciente se instaló en
cada frase de lo que hablamos a partir de ahí.
–¿En lo que hablamos nosotros?
–Lucio, recordá que Elissa se puso a hacer sus bromas respecto de
morir en París. Y yo le seguí la corriente. Y puse su frase y agregué
una frase mía al lado de la de un muerto, Enrique IV.
–No puedo creerlo.
–Yo tampoco podía hasta recién. Pero ahora que lo veo, no puedo
dejar de verlo: después dije algo respecto de que “ lo que le iban a dar
a tomar a Juan” no se lo consigue ni en las mejores bodegas de
Francia. Y vos decís que las sospechas sobre el Vaticano son de
envenenamiento; es decir, de algo que le dieron a tomar, y que no se
consigue en las bodegas, precisamente.
–Es decir que... si no hubiera sido por la escucha y por aplicar lo que
estamos aprendiendo, ¿usted ahora estaría...?
–Nunca lo sabremos del todo, Lucio. Pero además de la garantía
más segura que conozco en este mundo: La Escucha ...luego hubo una
escena que para mí, fue la más rotunda confirmación.
En cuanto vi, o mejor dicho, en cuanto escuché claramente quién me
estaba esperando en el supuesto ágape, supe que lo mejor que podía
hacer... era ir. Pero iría a hacer lo que debe hacerse: tomar a mi
anfitriona, la Esfinge, como aliada. Disfrazarme de oveja era la
oportunidad de cazar al lobo que estaba de caza.
Puedo dar fe de que aquellos de los que siempre sospeché y con los
que siempre mantuvimos la mayor distancia, de pronto estaban
absolutamente interesados en “compartir este bocadito” y
especialmente en “tomar juntos una copita”.
Valió ir, aunque tan solo fuera para verles las caras cuando les dije
que no sabía por qué había estado todo el día recordando la trágica
muerte de Juan Pablo I y que la pena evidentemente me había
afectado, pues no podía probar bocado.
–Si estuviéramos para bromas, ahora haría una.
–Comparto la intención y la actitud, Elissa.
Pero falta lo más significativo, algo que nunca antes había sucedido
en la escena que se suscitó al volver... y que les juro que jamás
olvidaré.
Pese a que era tarde y a sus costumbres de monje trapense, Escobar
estaba en pie. Cuando me vio llegar se acercó mirándome directamente
a los ojos... No era la mirada de un rival, la de siempre, sino todo lo
contrario: una mirada limpia y conmovida, que yo no sabía que él
fuera capaz de tener. Sin decir palabra se paró frente a mí y me abrazó.
Tampoco era el abrazo de un Padre, sino algo infinitamente superior...
el abrazo de un padre, con minúsculas, de igual a igual. Cuando vio
que estaba por comenzar a hablarle, volvió a mirarme y se retiró,
haciendo un gesto de silencio... que viniendo de él estaba obligado a
interpretar en más de una forma.
El largo silencio en el que se tradujeron la emoción y la conmoción
sólo se vio interrumpido por la sonrisa de Juan cuando se dio cuenta de
que, inconscientemente, Lucio escudriñaba una a una las mesas
vecinas, tranquilizándose al comprobar que ellos tres eran los únicos
en el bar.
Juan volvió a esgrimir su virtud sutil de cortar las situaciones más
densas usando su afilado humor como espada.
–¿Estás tan inquieto por los vecinos de mesa de ayer o porque
querés ver si estamos a solas así cuando yo me vaya pueden continuar
lo que anoche iniciaron?
–Pero Juan, ¿cómo puede en este momento pensar en...?
–No es tan extraño, Lucio... Como descubrió Freud, las dos fuerzas
fundamentales del ser humano siempre aparecen juntas: de hecho, la
misma noche en que a mí me acechó la muerte ustedes se iniciaban en
el Tantra. Muerte y sexualidad van siempre juntas.
–Y si no, que le pregunten a Nixon y a Clinton: una infidelidad–una
guerra–una infidelidad–una guerra... ¿se acuerdan?
–Veo, Elissa, que estás retomado tu forma en cuanto a pensar
psicoanalíticamente... Lo que no veo es adónde se fue otra vez Lucio.
Comprendo –dijo mirándolo a él– que pueda parecerte raro que Elissa
y yo bromeemos con esto, pero vos ya conocés la importancia del
humor ante situaciones límite.
–No es que me haya ido ...o tal vez sí, por el miedo que siento.
Viendo a qué extremos pueden llegar, no paro de pensar en
cuando
fui a buscar los libros a la iglesia y en cómo se puso Escobar. Lo que
más recuerdo es el pánico que sentí cuando me gritó que yo no sabía
en qué me estaba metiendo. En honor a lo que estamos viviendo
juntos, se lo pregunto entonces en forma directa: Juan ¿en qué nos
estamos metiendo?...
–Es mucho lo que aún puedo decirte... porque como vos sabés, por
obra de una casualidad –que casi me termina costando la vida–
tuvimos que interrumpir justo cuando llegábamos a las partes más
importantes.
Pero lo más honesto es aclararte primero que estoy en Francia para
averiguar precisamente eso mismo que vos preguntaste: en qué nos es-
tamos metiendo... los humanos, en este fin de siglo, y especialmente en
este inicio de milenio.
Algo muy fuerte está por ocurrir en la Iglesia y, por ende, en la
humanidad. Todas las profecías así lo indican. Se trata de una terrible
amenaza que finalmente se va a concretar y va a dejar sin salida a la
Iglesia. Yo sé cuál es esa amenaza y –hasta un cierto punto– también
sé por qué, y sé que aunque la gente en general sólo se enterará dentro
de varios años, Francia ’98 es la clave. Lo que no sé, es qué está
preparando la Iglesia ante todo eso...
Por lo pronto, es muy sugestivo lo que está ocurriendo con este
Papa. Es un secreto a voces que el Papa está, hace mucho ya,
peligrosamente enfermo... Peligrosamente para él y por todas las
decisiones que tiene que tomar alguien con su responsabilidad.
Ya que estamos en un bar, y a Lucio tanto le inquietan los potencia-
les vecinos de mesa, ¿cómo decirlo diplomáticamente?, a otros papas
en la historia, con situaciones similares y aun menores... les daban por
finalizado el mandato enviándolos a su tan ansiado encuentro con
Dios.
Todas las profecías dicen que la debacle de la Iglesia se sucederá
luego de la muerte del actual Papa. Profecías de procedencias tan
disímiles como Nostradamus, diferentes Pirámides, la Cultura Maya...
e incluso las realizadas desde la propia Iglesia, anticipan lo mismo.
–¿Desde la iglesia?
–Y en varios casos.
Un ejemplo clave es el de Malaquías: un poco después del 1100
realizó una lista (recién encontrada en 1595) de 111 Papas, a contar
desde 1143... Y que el número sea 111 garantiza que él estaba
siguiendo simbologías Iniciáticas. El tema es que a cada Papa lo
acompañó de un lema que lo caracterizaría... que indefectiblemente se
cumplió, aún siglos más tarde. Un caso muy representativo, es el
número 81, que está designado con la leyenda lilium et rosa, “lirios y
rosas”, frase que siglos después recayó sobre Urbano VIII, cuyo
escudo familiar era un dibujo de lirios y rosas... y, para más detalle,
había nacido en Florencia. Es un caso similar al del número 85, que
decía de flumine magno, que al mismo tiempo significa “del gran río”
y “Vía Láctea”. Éste correspondió a Clemente X, quien de bebé había
sido salvado, precisamente, de las aguas del río Tíber por su nodriza y
cuyo escudo familiar tenía la imagen de la Vía Láctea.
–Si lo que querías era impresionarnos, conmigo ya lo lograste.
–Guardate algo de esa capacidad, Elissa, que lo más impresionante
viene ahora: el número del actual Papa, corresponde al 110... es decir
que, de acuerdo a las profecías –les recuerdo que provenientes de la
Iglesia misma– queda muy poco tiempo de papado.
–Aunque si no entendí mal, hay uno más.
–Más o menos, Lucio. El siguiente presenta la inscripción de gloria
olivae, “de la gloria del olivo”, y si bien eso hace suponer que llevará a
la Iglesia a la gloria... su reinado será efímero como lo es el reverdecer
del olivo.
La lista en realidad termina en el siguiente, el 112. Ése sería el
último
Papa.
Tiene una inscripción que por ahora me reservo, porque es clave y
concluyente, pero también lapidaria, y sólo puede ser comprendida con
datos que ustedes aún no tienen. En conclusión, puede decirse que, en
cierto modo, el último Papa es el actual... y casualmente, no sólo no
“le dan por finalizado” su reinado, sino que lo están manteniendo a
toda costa para mientras tanto hacer todos los arreglos y tomar las
previsiones posibles. Como dicen las malas lenguas: “lo están
conservando en formol”; y lo conservarán todo el tiempo que puedan,
en el estado que sea, se levanten las voces que se levanten en contra.
–Eso es muy fuerte...
–Y muy claro: mientras esté Juan Pablo II, no hay peligro para la
Iglesia. Pero en cuanto él ya no esté...
–¿Finalmente lo va a decir?
–Tenés todo el derecho a saberlo, pero no en un bar de París.
–Si ocurriera que –casualmente, por supuesto– yo también tenga
algún derecho ante los machos de Argentina recordarás que mi
departamento está acá al lado.
–Lo de los derechos no puedo garantizártelo. Lo otro, por supuesto
que lo recuerdo. Y todo esto no fue más que una burda patraña para
lograr ser invitado al departamento más lindo de todo París.
–Lo lograste... como siempre con lo que querés.
Por más amable que hubiese sonado el gesto, fue tan innegociable
que cuando Elissa quiso reaccionar ya estaban los dos en el palier.
Cada minuto de espera representaba, literalmente, una vida para Elissa.
Se dio cuenta de que estaba dispuesta a enfrentar lo que fuera. Y
darse cuenta de eso, le hizo ver algo más: cuánto quería a esos dos por
lo que podía enfrentarlo todo.
Con expresión hermética entraron en silencio.
El abrazo entre los tres fue tan efusivo que del impulso terminaron
tirados sobre un sillón, posición que Juan y Lucio supieron aprovechar
para pasarse entre ellos el paquete traído por el cartero, que había
salido espantado ante la cara de combate a muerte con la que fue
recibido.
–Puede ser algo importante, ¿la terminan?
–Puede ser una bomba, la estamos probando...
–Bueno, aquí lo tienes. Pero solamente por lo que me has enseñado
sobre el Tantra... y que supongo me seguirás enseñando esta noche...
–Complot romántico sensiblero e inaceptable.
–Semejante grandulón... y encima Padre. ¿Cuándo vas a crecer,
Juan?
–dijo Elissa leyendo el remitente–. Paren un poco, es de Argentina...
¡El Dire! ¿Con qué se saldrá esta vez?
Ese año, exactamente ocho siglos atrás, asumía Inocencio III, uno
de los Papas más preparados en la historia de la Iglesia. Trató de
mantener la supremacía del pontificado con el mayor vigor a fuerza de
empresas como la tercera y cuarta Cruzada, que terminaron con la
conquista de Constantinopla. Su interés por el poder era tal que, como
símbolo, le agregó un tercer piso a la tiara papal. Era muy culto para
la época, había estudiado en las mejores universidades de Europa,
como París y Bologna... Y sin haber sido jamás sacerdote, a la
significativa edad de 37 años, fue nombrado Papa.
Felipe II, rey de Francia, uno de los monarcas más poderosos de
toda la Edad Media, protagonizó uno de los episodios más extraños de
la relación entre la nobleza y el papado. Felipe (Augusto) se había
casado con Ingerburga, hermana de Canuto VI, rey de Dinamarca.
Pero al poco tiempo de casados la repudia. Como no era algo tan
extraño en la nobleza, el rey daba por seguro obtener el divorcio
considerando, además, que Felipe II había
“colaborado” con la Iglesia persiguiendo implacablemente a los
judíos o acompañando a Ricardo Corazón de León en la tercera
Cruzada.
Acá la historia entre el rey y el Papa comienza a tomar un tinte
cada vez más oculto. Pese a sus antecedentes meritorios para con la
Iglesia, y a que Felipe II se lo conoció también como “Felipe el
obstinado” (lo que ya da toda una descripción que muestra que no
renunciaba fácilmente a lo que quería), Inocencio III le niega el
divorcio.
¿Qué pudo tener el poder suficiente como para negarle el pedido a
un rey tan poderoso, a riesgo de enfrentar a la Iglesia con la nobleza?
El enigma se agiganta si se tiene en cuenta que en ese momento la
Iglesia quería a toda costa restarle poder a la monarquía, a punto tal
de que Inocencio III había decidido hacer valer su derecho de
examinar a quienes aspiraban a la nobleza; por ende, las relaciones
no eran óptimas como para agregarles una pulseada inútil. Cuestiones
mucho más difíciles se resolvían por caminos más diplomáticos que
los de la oposición.
Toda clase de especulaciones e interpretaciones pueden encontrarse
acerca de por qué un Papa interesado en el poder de la Iglesia, en
algo tan mínimo como un divorcio prefiere ponerse en contra al
representante más poderoso de la monarquía y favorecer a Ingeburga,
que aborrecía la deshonra del divorcio y de ser abandonada.
En quien envió dos Cruzadas de las más terribles, y que llegaron a
enfrentar durante siglos a la Iglesia con Turquía, es absurdo suponer
que se trataba de un acto de bondad y justicia o de un interés celestial
por mantener unida a la familia. Pero tal como enseña el
Psicoanálisis, de todas las posibilidades la que permanece más oculta
suele ser la que remite a la verdad...
XXXI
El lugar, en los suburbios de París, era una casa vieja con un gran
patio que unía las habitaciones distribuidas en una de sus caras
laterales. Al fondo, un pequeño jardín. Y nada más. Lo importante era
la experiencia, y nada distraía de eso. La sobriedad se trasladaba al
interior: entre paredes de ladrillos a la vista, de donde pendían los
bafles, unas veinte colchonetas extendidas e instrumentos exóticos de
percusión y de viento esparcidos por el piso, en cuyo centro podía
verse un equipo de audio. Era evidente que la música tendría un lugar
destacado.
Desde la puerta de calle se producían encuentros casuales con
participantes de todo el mundo, muchos de los cuales hablaban
castellano. Lucio aún no tenía claro si esta posibilidad de interacción
era un motivo de alegría o un problema. Los dos bandos le alertaron, y
se obligó al menos a saludar al detectar que detrás de la comodidad
que le brindaba el esconderse en la falta de idioma... el que estaba
cómodo, era el niño.
Era emocionante ver a Juan emocionado reencontrándose con gente
que, a todas luces, hacía mucho tiempo no veía. Sin embargo, parecía
buscar a alguien más; alguien que no estaba.
Una hora más tarde, a diferencia de Juan, Lucio y Elissa
continuaban en el mismo lugar. Sólo se habían movido para sentarse o
recostarse a medias. La combinación del perfume a hierbas quemadas
–no era sólo incienso– cada vez más penetrante, la música de fondo
para cualquier fiesta animada y el día entero de ayuno, comenzaban a
producir un leve efecto de embriaguez.
Cuando hubo quedado claro que ninguno de los presentes tenía el
más mínimo apuro por comenzar, todo se precipitó hacia el Inicio.
Un simpático coordinador de acento latino dio las explicaciones
imprescindibles sobre las características de la Ayahuasca:
–Lo que estamos por hacer es una experiencia que cuenta con más
de diez mil años. Quiero aclarar, sobre todo para los nuevos, que esto
nada tiene que ver con drogas o alucinógenos. En casi ningún lugar del
mundo la Ayahuasca está prohibida y cada vez en más lugares está
formalmente permitida. La elaborada para esta oportunidad viene di-
rectamente de la Selva del Amazonas peruano y en mis treinta años de
experiencia es una de las mejores que probé. Es como el champagne de
las Ayahuascas...
El chiste sirvió para aflojar la tensión de los primeros momentos,
pero además a Elissa y a Lucio les recordó la broma de Juan en el
departamento. Eso los tranquilizó: tomaron la conjunción como una
casualidad positiva que les indicaba que la actitud desde donde iban a
iniciarse en la experiencia era armónica.
Los tres, incluso Elissa con su pánico cada vez menos disimulado,
decidieron reservarse para los últimos centímetros cúbicos del bidón.
Del mismo modo que en misa a nadie se le ocurriría ir tomando la
hostia de a trozos, los tres bebieron todo el pocillo de un solo trago...
descubriendo un sabor y consistencia tan insoportables, que
agradecieron haberlo bebido de una sola vez.
La experiencia social llegaba a su fin.
–Lucio, Elissa... quiero decirles una sola cosa: llévense con ustedes
una frase–timón que les pueda recordar, cada vez que lo necesiten,
adónde quieren llegar con la experiencia.
–¿Cómo cuando lo necesitemos? ¿Por qué podríamos necesitar
algo?
–Yo ya “necesito” hablar conmigo mismo.
Hasta el Próximo Tramo Del Camino... que siempre es Mejor que el
anterior.
Se iniciaba la experiencia de uno en uno... De Uno, en Uno.
Y por eso, el relato sólo puede ser de uno en uno. Ser de Uno, en
Uno.
Aunque cada vez era más difícil tener noción del tiempo, la hora
anunciada como necesaria para comenzar a sentir los primeros efectos
de la pócima parecía haber transcurrido.
Afuera comenzaba a llover.
¿Afuera? ¿Qué es eso?
Lucio:
Colores, formas en el espacio. ¿Están siempre ahí? Siempre. ¿Por
qué
nunca las veo? Porque no quiero. Mi mente no las quiere y no están.
¿Todo se arma en mi mente?... Todo.
La tos de mi compañero de viaje, la incluyo en la música como un
golpe de percusión más. Los gritos de alguien a quien se le retuerce el
abdomen son el canto perfecto, pero perfecto, de la música. El sonido
del vómito de aquella que no pudo contener la Ayahuasca es la
contracción de una parturienta que anuncia un nacimiento.
Mi Nacimiento.
¿Y si ahora no me gusta la música que suena en el ambiente? La
cambio. Desde donde estoy... Y de verdad, cambia. Soy el disk–jockey
del universo. Me río, me río mucho. El Universo me está haciendo
cosquillas.
Abro mis ojos ¿estaban cerrados?
¿Qué es aquello en medio de la oscuridad? Justo ahí se enciende una
luz y me lo muestra. Gracias... ¿A quién agradezco? ¿al universo? ¿a
mí? ¿a mí en el universo? ¿a mi universo? Entonces, ¿qué sentido tiene
agradecer? El sentido que yo le dé: cada vez que agradezco es sólo un
recordatorio, una declaración de armonía.
Todo y todos son colores en la paleta llamada realidad, para pintar
con esos colores. Y el pincel lo tengo yo. Tengo que pintar mi
creación. Mi Creación.
La realidad cotidiana es en blanco y negro. Pero al lado de esa
realidad están todos los colores flotando en el espacio. Son el espacio.
Mostrarle esos colores a los que viven en blanco y negro, Eso es
Verdadera Enseñanza. Pero pintar de colores la realidad que era en
blanco y negro... Eso es Verdadera Magia.
Eso es la Magia: cuando vuelva a la realidad del mundo en blanco y
negro, tener la valentía de pintarlo con los colores de esta Otra
Realidad. Y cuando estoy en esta otra realidad, recordar que de nada
me sirven estos colores... si no son para pintar mi Realidad.
Eso es la Magia: Integración continua de todo lo que se enfrenta en
dos bandos. Integrar dos bandos enfrentados, eso es de Magos. Yo
elijo. Si los colores están desintegrados es porque yo no los integré, yo
no pinté. Y si no integro... desintegro. Si no me integro... me
desintegro. Integrar lo que me desintegra, eso es integrarme.
Qué lleno está el vacío. Todos los días, entre las cosas y yo, hay
espacio vacío. Pero ese vacío es vacío porque mi mirada es atrapada
por las cosas: miro las cosas, no miro el vacío. Y como no miro al
vacío, no lo lleno... Lo vacío cuando no lo lleno.
Todo es un juego, pero creo que las fichas se mueven solas. Las fi-
chas... ¿existen? Para mí, si yo quiero. Si decido poner mi mente ahí,
las fichas existen en mi universo. ¿Y los demás? Otro existe si pongo
mi mente ahí. Si no, en mi universo, ese otro no existe. Como yo dejo
de existir en su universo si él no me quiere ahí.
¿Abrir los ojos o cerrarlos? Es lo mismo. ¿Por qué? Porque yo
quiero.
¡Y lo es!: veo lo mismo.
Pero ¿y si es al revés? ¿Y si es la música la que me hace cambiar a
mí creyendo que yo quiero que cambie? ¿Y si primero cambia la
música y después quiero yo que cambie?
¿Primero? ¿Después? ¿Eso existe? Sólo si el tiempo me atrapa.
La jaula sólo encierra al pájaro que está atrapado en la jaula. Para el
que sigue volando, la jaula no existe... y el techo de la jaula es un piso
más sobre el cual caminar. Para quien abre la jaula del tiempo, todo es
simultáneo. Pasado, presente y futuro son pisos sobre los cuales
caminar. Todo es simultáneo. Todo es pura sincronicidad. Puros hechos
que confluyen sincrónicamente de acuerdo a una instrucción dada.
Todo ocurre exactamente de acuerdo a lo que tiene que ocurrir ¿Y
por qué tiene que ocurrir? Porque yo quiero. Son mis instrucciones.
Escucho eso y me río. Me río mucho.
Y reírme me recuerda que tengo cuerpo... si quiero. ¿Yo tengo
cuerpo? ¿O yo soy mi cuerpo? Mi cuerpo me lleva a mí. ¿O yo llevo
mi cuerpo? Si yo llevo a mi cuerpo, ¿por qué no puedo decidir ir a
algún lado sin llevarlo? ¿No puedo? ¿No puedo, si quiero ir ahora
mismo a otro lugar mientras mi cuerpo está aquí? ¿A ver?
¿Es real esta reunión de amigos en mi pueblo? ¿Es una trampa? ¿O
la trampa es creer que yo en realidad estoy donde está mi cuerpo?
¿Cuál de las realidades es la realidad? ¿La de la tos o la del golpe de
percusión?
¿la del dolor de abdomen que hace retorcerse o la del canto de la
música?
¿la del vómito o la del grito parturiento?
La Respuesta surge de pronto desde algún Lugar del Universo con
la
Fuerza de Una Sabiduría milenaria... o mejor aún: atemporal
La mayor de las ilusiones es creer en la realidad. Realidad
unificada es ilusión compartida.
Lucio Despierta.
Juan:
Cristo en la arena con micrófono inalámbrico abierto, frente a los
leones de las religiones y de la ciencia humana que objetivamente
harán su trabajo y prueba a prueba darán su veredicto.
El desafío:
El que nombrándose Cristo dice todo lo contrario de lo que la
Iglesia sostiene que hace dos mil años Cristo dijo... debe demostrar si
es Cristo o un farsante de acuerdo a si logra repetir o no, uno a uno, los
milagros del Cristo bíblico.
Primer round:
Cristo toma una vasija llevada por él mismo. La llena de agua y... en
pocos segundos sale transformada en vino del mejor. Los científicos
revisan la vasija. Tanda Comercial. En todo el mundo, los partidarios
de Cristo arrojan sus hamburguesas al aire frente a los televisores y
exigen que ya mismo se dé por terminada la prueba para salir a festejar
el Retorno del Mesías y la Llegada del Nuevo Reino. Retorna la
transmisión. No se entiende el desorden reinante.
Se anuncia por los altavoces del estadio que si no retorna la calma
serán iniciadas acciones represivas. La policía prepara sus gases; los
bomberos sus mangueras.
Ante la violencia a punto de estallar Cristo extiende sus brazos en
cruz, pidiendo quietud y calma. Parece que quiere hablar.
Momento conmocionante en la historia de la humanidad... Decenas
de miles de flashes, publicidad virtual en todas las pantallas...
–La misma Biblia que vosotros habéis escrito dice con claridad que
Lázaro estaba dormido y que ese sueño –que quienes no conocían
llamaban enferme- dad– no era de muerte sino “para la gloria de
Dios”. Y eso era así... porque tal sueño es el Ritual de Muerte y
Nacimiento que, ya desde el Mitraísmo, debía realizar todo discípulo
durante tres días... precisamente el mismo tiempo que, según la Biblia,
Lázaro permaneció dentro de la caverna .
Por eso, esa misma Biblia os aclara que, aun antes de lo que
vosotros llamáis “resurrección”, los demás discípulos gritaban que
querían “ ir a morir con Lázaro”. El Ritual de la gloria de Dios
significaba el Inicio de una vida donde eran rotos todos los lazos que
ataban, por eso a quien lo realizó se lo conoció como “Lázaro”: “sin
lazos”.
Y como se trataba de un Ritual que permanecía oculto para quien
no conociera La Palabra, de los Cuatro Evangelios que vosotros
mismos habéis
aceptado como ciertos sólo uno de ellos se interesó en relatar este
episodio de Lázaro: el escrito por Juan... el único que estaba al tanto
de la Religión de la Palabra Verdadera.
¿Suponéis que si tal acontecimiento hubiera sido una
“resurrección” como la que vosotros pretendéis, y no en el Sentido
Espiritual... no lo hubieran dicho y puesto en primer plano todos los
evangelistas e historiadores de la época, de los que ninguno relata una
sola línea sobre el episodio?
–¿Y la multiplicación de los panes y los peces?
–¿Pero no habéis leído siquiera la misma Biblia que vosotros habéis
aceptado como verdadera? Esa multiplicación que vosotros
pretendéis, ni los discípulos más cercanos del que llamáis Cristo la
habían notado. Como cada uno de los demás hechos que pretendéis
espectaculares y sobrenaturales, pero que sólo son nombrados en
alguno de todos los libros que vosotros mismos establecisteis.
–¿Nos está diciendo entonces que los milagros de Cristo son una
farsa, que no son reales, que jamás existieron o que eran todas cosas
que los hombres podemos realizar?
–Os estoy diciendo que si el Cristo que conocisteis hubiera tenido
más poderes que los que vosotros tenéis... entonces habría sido una
farsa. Pues
¿para qué os hubiera servido su enseñanza? ¿Qué clase de modelo
podría ser para el hombre el de alguien que pudiera soportar el fuego
si vuestra piel es destruida ante ese mismo calor? ¿No habría sido una
burla de aquel al que llamáis Dios que os enviara como modelo a
seguir a alguien que hace toda clase de prodigios que vosotros no
podéis realizar, a alguien que pudiera volar si vosotros podéis
solamente caminar?
Lo que os estoy diciendo, para quien quiere oír, es que si vosotros
consideraréis falsa o no una religión de acuerdo a la capacidad de
realizar milagros... entonces estáis ignorando lo más terrible que esa
misma religión ha enseñado ya desde los Testamentos más Antiguos:
“El diablo tiene la misma capacidad de obrar milagros que
Dios.”
Si no aceptáis una enseñanza que no esté dada mediante milagros,
estáis igualando a Dios con el Diablo... Por eso, vosotros no sabéis
distinguir cuándo seguís al Diablo y cuando estáis siguiendo a Dios.
Si todo lo que os había dicho lo considerasteis falso como para
condenar a ese Cristo y preferir al que llamasteis Barrabás ¿...eso
falso se transformó en verdadero si ese Cristo resucitó?
Si el demonio os indica con engaños el camino que en realidad os
conducirá hacia él y luego realiza un prodigio ante vosotros,
¿entonces tomaréis ese camino como el verdadero?
Acusáis a Cristo de farsa porque no es el Cristo que vosotros os
habéis creado desde hace dos mil años. Pues la farsa que estáis
descubriendo... es la de vosotros mismos. Y como no soportáis vuestra
propia farsa, crucificáis una y otra vez al que os muestra la farsa que
habéis creado. Crucificáis al puro porque os recuerda que no sois
puros.
Pero antes de que pretendáis que pida perdón de rodillas ante el que
llamáis “Padre Venerable” por haberse puesto el disfraz que él mismo
inventó para luego indicaros que quien lleva eso puesto es en quien
debéis creer... antes de que me crucifiquéis otra vez para ver si hago el
milagro de resucitar y así lograr que los mismos de vosotros que
ahora se burlan me canten alabanzas... os dejo una pregunta.
La pregunta que jamás os habéis formulado en todos estos
milenios:
Si el Diablo puede obrar prodigios y milagros exactamente igual
que
Dios... ¿Qué es lo único que no puede hacer el Diablo?
Podría dejaros la pregunta para venir en dos mil años más a ver
vuestra respuesta. Pero ya he visto lo que habéis hecho con cada
pregunta que dos mil años atrás os ha sido dejada: una a una las
habéis transformado en guerras entre vosotros.
Por ello, prefiero deciros la respuesta ahora, la que jamás quisisteis
es- cuchar:
Lo único que el Diablo no puede hacer... es decir la verdad.
La verdad sobre qué le pasará a quien lo siga: vivir por el resto de
la eternidad siendo esclavo del Diablo. Por eso, vosotros no sabéis
distinguir cuándo lo seguís... pues para distinguir a quien dice la
verdad hace falta lo que vosotros jamás quisisteis aprender a hacer:
Escuchar.
Elissa:
Únicamente una imagen. Horas, días, semanas, meses, años. Mil
formas diferentes. Y una única imagen.
–Mamá... cuánto hace que no sé de vos. ¿Estás viva? ¿Estás? ¿Quién
está con vos? ¿Quién está con vos y conmigo?
¿Cuántos años tengo? ¡Mi tapadito amarillo! No conozco a ese
señor de pelo amarillo. ¿Papá? Sí... bueno, eso dice.
Mamá se fue con otro en cuanto me di vuelta a ver al de pelo
amarillo. ¿Con Cristo? No... con el sabio Issa. Mamá con El Issa. ¿Y
Papá?
Camino por las calles de París y de Buenos Aires. De un brazo me
lleva mamá. Del otro, Cristo... No, el sabio Issa.
Alguien nos quiere separar. Son militares. Alguien nos quiere
separar. Son curas.
Soy nena otra vez. Voy del brazo entre mamá y ese señor de pelo
amarillo. ¿O entre mi mamá y el sabio Issa? No sé.
Estiro mis brazos para ir de la mano de ellos.
Elissa despierta.
XXXV
Era más que suficiente para ese día. Dejaron a Lucio en el hotel.
Elissa casi no había hablado con él y tampoco con Juan, quien por el
momento prefería seguir escuchándose a sí mismo.
En la puerta del departamento, el mismo cartero que los había
visitado en las primeras horas de la tarde, dejó un sobre en manos de
Elissa y saludó desde lejos al acompañante. Un poco porque Juan ya se
estaba yendo... y mucho porque reconoció en él a quien con actitud de
comba- te a muerte le había recibido la entrega anterior.
Juan despidió a Elissa hasta mañana. Es decir, hasta dentro de
algunas horas.
Probó el enojo:
–No tenés derecho a arruinarnos así la experiencia.
Pidiendo:
–Si no te interesa por vos misma, al menos hacelo por mí y decime
qué te pasa.
Ordenando:
–Se acabó, no lo tolero más. Me decís qué te pasa ahora mismo.
Razonando:
–Vos ya sabés qué dijo El Issa sobre el hablar...
Entonces comprendió que el mejor modo de intentarlo... era dejar de
intentar: solamente ella podía resolver la distancia que ella misma
ponía.
–Esperame aquí. Voy a buscar a Lucio, no tardo más de quince
minutos.
–No... no te vayas.
Juan dejó caer la carta y miró a Elissa, que estaba dormida. Huyó
espantado.
–Elissa tibia...
No sólo ante ellos Juan nunca había llorado. Era un llanto contenido
durante años, durante décadas... tres décadas. Una sola cosa se le hacía
menos tolerable a Lucio que la escena que estaba viendo: lo que estaba
entendiendo.
Sin dar explicaciones, tomó la carta y la leyó en voz alta,
deteniéndose en algunas frases, como dando tiempo a todos a
incorporar, bocado a bocado, una pesada comida.
–El sabio sabe qué hacer con las frases que sabe...
–¿Yo leí eso anoche? Juan... ¿estás llorando?
–Seguí Lucio, por favor; ya bastante mal nos han hecho los silencios
y las esperas.
–“El Issa sabe qué hacer con las frases que sabe para que se abran
las
puertas de Elissa...”
–No me acuerdo de nada, pero lo entiendo bastante bien, incluso el
juego de palabras entre El Issa sabiendo qué hacer con las frases –
escucharlas, de acuerdo a las frases de Issa que me dio el Dire– y las
puertas que, por escuchar, se abren en Elissa.
–“Elissa sabe quién es El Issa que sabe las frases que están del otro
lado de la puerta...”
–Está bien... yo sabía quién era El Issa, porque yo sabía quién era
Cristo.
–“Y sólo si se abren las puertas de Elissa se abren las puertas de
El
Issa. Entonces se abren las puertas que quiere abrir Elissa...”
–Ya entiendo: abriendo mis puertas –de la escucha, según todo lo
que descubrimos– se abren las puertas para acceder a El Issa; y con la
escucha abierta se abren todas las puertas.
–Estás diciendo sólo algunas de las vertientes que tienen las
frases; pero está bien para empezar.
–Juan... yo estoy medio mareada todavía; te lo pregunto otra vez
¿estás llorando?
–Lucio, te pido por favor que lo que viene ahora no lo interrumpas.
Leélo todo junto.
–“El problema es que Elissa no sabe sobre quien sabe del Sabio...
para no saber que Elissa viene de él.”
Desde la primera clase Juan había dejado bien en claro que siempre
estamos ante un mismo problema y que siempre estamos hablando de
otra cosa: de lo mismo.
Ahora, liberados de eso, simplemente... podían decidir de qué
hablar; podían decidir qué querían ser.
Como todo el que por fin escucha lo que nunca había escuchado,
debían redescubrir desde los hechos más básicos hasta los más
cruciales de sus historias.
Tenían que redescubrirse a sí mismos.
Lo que no había tenido sentido, ahora lo tenía. Lo que sí lo había
tenido, ahora tenía otro sentido, el oculto.
¿Es casual que “sentido” sea sinónimo de “escuchado”?
Descubrieron que lo que se les había desocultado no era por la
Ayahuasca; así como la garantía de lo que habían revelado no estaba
en la carta del director.
Todo, simplemente... era por el Deseo: el deseo de, por fin, Escuchar
lo que habían gritado en cada detalle de cada día de sus vidas:
¿Por qué Elissa “con dos eses” Elissa con “ese” padre y “ese”
padre?
¿Por qué ellos le decían “Dire” al director... que algún día les iba
a
“decir”?
¿Por qué el desafío continuo de Elissa en llamar “padre” a Juan?
¿Por qué la importancia para Juan de no aceptar que lo llamaran
así?
¿Por qué Elissa nunca había sabido qué buscaba en todo eso que
buscaba?
¿Por qué la madre le había dicho que “lo que ella buscaba, lo
encontraría en Buenos Aires”?
¿Por qué la compulsión en Elissa de dejar afuera todo aquello que al
mismo tiempo quería alcanzar y que representaba a Juan:
Psicoanálisis, cristianismo, escucha?
¿Por qué Juan pudo meterse en los temas concernientes a “la familia
de Cristo” sólo después de cruzar los Champs Elysées?
¿Por qué las casualidades negativas cuando se acercó al tema de “la
familia”?
¿Por qué su interés en develar lo oculto?
¿Por qué su interés durante esos treinta años en “sacar a la luz la
farsa” de la Iglesia, en desenmascarar al “falso papa”?
¿Por qué la Ayahuasca lo había llevado a la conclusión de que la so-
lución estaba en hacerse “Padre”?
¿ Por qué se hizo “Padre” queriendo encontrar lo que ningún camino
le daba?
–¿Pero por qué tuvo que oponerse tanto a lo indígena una vez que
llegó a Doctor?
–¿Me imaginas defendiendo ante el Laboratorio a lo indígena?
Hijo,
yo he sido terco, pero tú no seas ingenuo: cuando ocupes tu lugar
como Médico, deberás dejar de lado para siempre toda posibilidad de
defender aquello. No tienes elección, así como no la he tenido yo... ¿O
me imaginas yendo a los Congresos de científicos de todo el mundo si
intento entrar como indio? ¿Crees que habría lugar en la Ciencia para
quien pretendiera decir que... las creencias primitivas indígenas,
funcionan?
–Con todo respeto, Padre... pareciera que el único que no se
enteró
de la respuesta, es usted... y yo, hasta ahora.
–¿Qué quieres decir?
–Lo que durante todos estos años les he escuchado decir al Nagüelo
y a todos los Ancianos de la Reservación: que si no fuera porque usted
es Indio... jamás le hubieran puesto el ojo.
XLI
Asombrado ante lo que había dicho... y hecho, Lucio sólo tomó con-
ciencia de ello por el aplauso que espontáneamente festejaba tanto la
Lección como el hecho de que por fin, ahora... el Puro estuviera Vivo.
Rueda tras rueda, Lucio intentaba no separar la ceniza del Puro; que
ambos permanezcan integrados. Como un pacto tácito, todo el grupo
se sumó al juego de intentar no dejar caer la ceniza... lo cual
transformaba la llegada del Puro en un verdadero y divertido desafío
donde ninguno quería permitirse la deshonra de ser el que había
producido la “desintegración del Puro”.
–Pero no hay Arma Iniciática que pueda usarse sin el más oculto,
poderoso... e inaccesible de los Cuatro: el Primer Principio. También
es cuádruple... y tan infinito que no puede abordárselo si no se lo
recorre. Aquí se potencia infinitamente lo que al comienzo les dije
para los Cuatro Principios: si repasan de uno en uno cada Paso que
transitaron, verán que continuamente estuvieron manifestándose los
Cuatro Principios. Y si llegaron hasta aquí, ya debe haber lugares
adonde han aplicado este Primer Principio. Pues llegar hasta aquí, ya
es un Resultado en sí mismo...
El Primer Principio comienza por enseñar que para alcanzar
cualquier Resultado que se quiera, lo que debe descubrirse es el lugar
oculto Adonde hay Que dirigirse. Y al dirigirse al Adonde que se debe
alcanzar, indefectiblemente y por Casualidad aparecerá el Cómo
alcanzarlo o Por Dónde alcanzarlo; y entonces, se llegará al
Resultado... Pero absoluta- mente todo dependerá de Desde Dónde se
ponga en marcha el mecanismo recién descripto: desde lo Propio, o
indiferenciado en lo de Otro.
Se lo llama Principio de los Cuatro Polos del Universo, pues se lo
ubica según los cuatro polos recién nombrados: Resultado, Adonde (o
Qué), Por Dónde (o Cómo), Desde Dónde (o Posición).
Estos Cuatro Polos son lo que corresponden exactamente en sus
características a Las Cuatro Fuerzas del Átomo que describe La Física
Cuántica. Por Eso, este Principio es el que contiene el Secreto más
poderoso del funcionamiento del mundo oculto: Todo lo que queramos
encontrar como Resultado, primero es en nuestra mente Adonde
tenemos que lograrlo. Porque la mente será Desde Donde el universo
reciba las instrucciones de Adónde queremos ir, de Qué queremos
lograr. Y cuando el universo sabe eso, decide entonces Por Dónde nos
tiene que conectar, Cómo llegar a ese Resultado, lo cual se manifestará
en Casualidades que nos acercan Eso.
Este principio es el que permite formular la pregunta exacta que
armará los circuitos más eficaces para lograr lo que queremos
alcanzar... La Primera Pregunta, la que mueve al mundo oculto y
manifiesto: “Quién” ¿Quién dirige mi universo?
Pero esa pregunta es evitada en toda su magnitud y poder, y re-
emplazada por otras que sólo deberían ingresar en el circuito una vez
respondida la primera, la más importante: ¿Quién está haciendo lo que
hago? Preguntar esto, es preguntar Desde Dónde está siendo hecho lo
que hago: ¿desde mí o desde los automatismos en mí puestos por otro?
–Buda llevaba a sus discípulos a preguntarse Eso continuamente:
¿quién mueve tu lengua cuando hablas? ¿quién piensa en tu mente
cuan- do respondes?
–Exacto, de eso se trata, Elissa. Y hay muchas más
correspondencias que la sustentan en los niveles más profundos. De
hecho, hace poco salió a la luz nada menos que El Primer Mito De La
Humanidad, mito hindú extremadamente oculto en el que se apoyan
todos los mitos... y resultó una impresionante confirmación de estos
Cuatro Principios.
Para maravillosa confirmación de nuestra investigación, ese Mito
Primordial se basa en preguntar lo mismo que nuestra pregunta base:
¿quién? o ¿desde dónde? Se trata del mito de “Ka”, cuyo significado
es, sorprendentemente, “Quién”. Y el mito enseña que esa es la
pregunta que se formula cuando ya todas las otras preguntas han sido
formuladas, pues es la que está en la base de todas las preguntas... y
la que, entonces, debería preguntarse primero.
Por supuesto que lamentablemente, lo que sucede en el noventa por
ciento de las veces es todo lo contrario... se comienza por preguntas
totalmente ineficaces, pero que no se abandonan por una tan básica
como poderosa razón: son automáticas. Tales preguntas se resumen en
una sola, y empezar por ella es empezar entonces desde el
automatismo, es enfrentar una situación desde la ausencia total: desde
lo habitual; aún cuando eso una y otra vez demuestra no aportar
soluciones.
Basta simplemente escuchar en la vida cotidiana para detectar que
eso habitual, en cuanto alguien se encuentra ante un problema que lo
desafía pues no logra llegar a lo Qué desea, es preguntar automática-
mente y en primer lugar por el Cómo lograrlo. “¿Cómo hago? ¿Cómo
voy a resolverlo?” y sus infinitas variables para preguntar lo que sólo
debe preguntarse al final, como pregunta más superficial y manifiesta.
Pues sólo desde la más básica ausencia puede pretenderse que cuando,
tomando el camino que se tome, igualmente no se llegue a adonde se
quiere ir, se está yendo hacia donde se cree y lo que falla es el por
donde ir, es decir, el cómo llegar. Si alguien, haga lo que haga, no llega
a lo que quiere... es porque, más allá de todas sus narcisistas
pretensiones de autodireccionamiento, adonde está yendo en realidad,
no es a eso que supone dirigirse. Entonces, tan extraviado como
ignorante es preguntar por el cómo lograrlo.
Tanto que en realidad, cuando se respetan estos Cuatro Principios,
casi nunca tendremos que resolver esa pregunta: cuando está claro
adónde se está yendo, y por lo tanto desde dónde se dirige lo que se
hace es desde lo propio... es el universo el que se encarga del por
dónde, del cómo.
Y en forma invertida: cuando más allá de que hagamos una cosa u
otra, no aparece el por dónde –el cómo– llegar a dónde queremos, es
por- que adonde nos estamos dirigiendo no es a lo que creemos
dirigirnos. Por lo tanto, desde donde lo hacemos es desde la ausencia,
quien lo hace es otro en uno a través de los recursos, valores y
respuestas automáticas que implementó en nosotros.
Y por supuesto, no podemos saber adónde se están dirigiendo en
realidad nuestros pasos ni por lo tanto desde dónde está siendo dirigida
la mente que polariza a mi universo si no es gracias a la brújula, al
Faro que nos guía en el Camino cuando aplicamos los Cuatro
Principios de acceso a lo oculto.
–¡La Escucha!
–Pero hay algo más monumental todavía, Juan: los Resultados que
se alcanzan con su aplicación.
–Bueno ya es un resultado en sí mismo el hecho de cuánto de la
Sabiduría Original, que durante años le escuché al Nagüelo y a los Pes-
keros y me parecía indescifrable, de pronto aparece incluido,
ordenando y clarificando todo lo que, de acuerdo con las Profecías, la
humanidad precisará cada vez más urgentemente en este Inicio de
milenio.
–Ese es uno de los motivos por los que son “Principios”: posibilitan
una verdadera Iniciación, que permite llegar a todo lo que jamás se
había alcanzado. Entonces, una vez que se los conoce... todo está por
hacerse.
Pero vale mencionar que ya desde los primeros intentos, cuando se
Inicia su aplicación, comienzan a verse destellos muy luminosos de
Magia en la vida. Luego es irrefrenable la necesidad de seguir
aplicándolos cada vez en más áreas.
Y para que la chispa se transforme en fuego, ahora estamos en una
etapa de investigación que permite el uso más compacto, más
inmediato de todos los Principios. La etapa de Integración de la
Integración: buscamos un modo de integrar los Cuatro Principios y los
Once Pasos en una sola ecuación, un solo símbolo, un solo matema...
pero aún es- tamos lejos de encontrar cómo lograrlo.
–Pero el cómo aparece en cuanto se tiene el qué. Llegó el
momento...
–Vamos, señalá la casualidad, Lucito.
–Sospecho que Juan y Elissa saben algo que yo no sé... ¿Tenés
alguna idea, Lucio?
–Usted tenía lo que nosotros buscábamos y nosotros tenemos lo que
usted buscaba.
–Yo soy tu casualidad, tú eres mi casualidad. Y la Magia nos
integra.
El Brindis estaba tan decidido como desde donde Iniciaría cada Uno
su Nuevo Tiempo:
–¡Dorado!
Por el encuentro con Eso cada día, día a Día, desde este Nuevo
Milenio... y por una Nueva Era: Cada día, Integrados de Uno en Uno.
Por Mil Años Divinos.
FIN... E INICIO
Luego de un Viaje que fue un Gran Paso, ahora cada Paso es un
Gran Viaje.
Tres días en Camino de Montaña.
y...
–No hace falta ...ya me di cuenta.
–Por favor, seguí hablando.
–Es que ya me di cuenta de que me estaba deteniendo en el cómo
–¿No escuchan?
–Hay como un eco.
–Si prefieren seguir El Camino de La Escucha.... Desocultarán que hay
Otro Camino.
Cayó de rodillas.
La extremada conmoción le impedía siquiera intentar llamar a Juan
o a Elissa, que varios metros más delante se detuvieron al no escuchar
sus pasos, y al verlo ahora corrían asustados hacia él.
Estaba en el suelo, arrodillado, con la vista clavada en el piso, al que
regaba con sus lágrimas.
Con la sonrisa más amplia que jamás le habían conocido, Lucio
levantó la cara, tomó la piedra que estaba delante de él y en un gesto
triunfal la elevó hacia el cielo como una Ofrenda.
No necesitó dar explicaciones... La forma del Faro era perfecta.