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ORIGEN DEL ÁRBOL DE NAVIDAD EN INGLATERRA

Aunque la costumbre del árbol navideño es de origen alemán, fue el príncipe Alberto de
Sajonia-Coburgo, marido de la Reina Victoria de Inglaterra, quien lo popularizó entre la
puritana sociedad británica de mediados de siglo XIX. Decorado con dulces, chocolates,
figuritas de cera y pasas, el abeto se convirtió en el protagonista de los salones de Buckingham
en los días felices de una de las parejas más afianzadas y sentimentalmente más exitosas en el
trono británico.

Cuando la burguesía se consolidaba como clase social emergente en un mundo en el que la


revolución industrial cambiaba las estructuras económicas de la mano del ferrocarril, la Reina
Victoria quiso que su amado Alberto se sintiera “como en casa” y convirtió su residencia
londinense, en un lugar entrañable para disfrutar con su numerosa familia en Navidad.

El nacimiento, el abeto y la figura de Papa Noel, son las referencias navideñas más universales.
Si la figura de la Virgen, San José y el niño en el pesebre, llegó a España gracias a la Reina
Amalia de Sajonia al importar muchas de las costumbres que había adquirido en Nápoles
durante sus años como Reina junto a Carlos III, el árbol de Navidad se hizo habitual entre la
aristocracia primero, y después en la burguesía y clases populares, allá por el año 1840 cuando
el príncipe Alberto llegó a Inglaterra para contraer matrimonio con la joven Reina Victoria.

Podemos decir que Victoria fue Reina casi por “casualidad”. Era la nieta del ya demente y
enfermo Jorge III, con quien los ingleses habían perdido sus colonias americanas. De niña se
crió con la presencia férrea de su madre, la princesa alemana Victoria de Sajonia y ante la
astuta vigilancia de Lord Melbourne, aunque ya joven, cuenta en sus diarios (ordenados y
organizados años después por su hija menor, la Princesa Beatriz –madre de la Reina española
Victoria Eugenia-) que: “después de cenar como cada año en el Palacio de Sandringham…nos
dirigimos al salón de dibujo cerca del comedor...Ahí había dos grandes mesas sobre las cuales
se encontraban dos árboles de Navidad decorados con luces y todo tipo de adornos. Los
regalos estaban cuidadosamente decorados alrededor de los abetos”.

Victoria fue la última monarca de la dinastía Hannover. Todos sus biógrafos coinciden en
afirmar que encontró en el matrimonio, temprano, una especie de liberación ante la férrea
disciplina a la que era sometida en familia. Por ello, cuando los arreglos de su tío el Rey
Leopoldo de los Belgas, la pusieron en cercanía con su primo Alberto, la reacción fue
inmediata: ella misma le pediría matrimonio. La ceremonia se celebró en el Palacio de St James
en 1840. Apuesto, culto, “encantador” -afirmó Victoria- y con ambición de mando, se convirtió
en el compañero perfecto para esta Reina menuda (apenas llegaba al metro y medio de
estatura) que ceñía la responsabilidad de un Imperio.
Alberto quiso que sus hijos, nueve en los cerca de veinte años que duró el matrimonio,
pudieran disfrutar de los gustos y aficiones que él había tenido en su juventud. De origen
alemán, hizo suya la tradición aprendida de niño del abeto adornado en las dependencias
palaciegas. Cuando periódicos como Illustrated London News y The Graphic describieron
minuciosamente los árboles de Navidad de la Familia Real, burguesía y gente común,
comenzaron a establecer la costumbre en sus hogares.

Victoria y Alberto fueron una de las parejas más sólidas en el panorama regio. Pero unas
fiebres tifoideas contraídas en una visita a su hijo Bertie, entonces Príncipe de Gales y futuro
Eduardo VII, a Cambridge en 1861, terminaron con la vida de este Príncipe reformador,
amante de la cultura y la ciencia, impulsor de la educación y abanderado de la abolición de la
esclavitud. Pero sobre todo, al morir Alberto, la Reina se sumió en un duelo que duró el resto
de su vida. Desde entonces, y aunque se convirtiera en Emperatriz de la India y en la mujer que
lideró el todopoderoso Imperio Británico, nunca abandonó el luto.

Sin embargo, y según testimonio de sus hijas, las princesas Alicia y Elena, la ya apodada
“abuela de Europa” no dejó de iluminar la Navidad con el árbol que su amado Alberto había
instalado en Buckingham. La Navidad para ella era “la época más feliz del año”. Su reinado
duró hasta 1901. Es el más longevo de la historia, solo superado por el de su tataranieta Isabel
II, que en 2007 se convirtió en la monarca más longeva en la historia británica al superar los 81
años de vida de su tatarabuela, la reina Victoria. Con 70 años y 214 días fue la monarca con el
reinado más largo en la historia británica —tras superar una vez más a la reina Victoria, quien
reinó durante 63 años y 216 días—, y con el segundo más largo de la historia, tras los 72 años y
110 días de Luis XIV de Francia. Sus jubileos de Plata, Oro, Diamante, Zafiro y Platino fueron
celebrados en 1977, 2002, 2012, 2017 y 2022, respectivamente.

*Imagen coloreada de la ilustración original del árbol navideño de la reina Victoria publicada
en el Illustrated London News de 1846.

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