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De las Razones del Guerrero Ilustrado

Sobre el Conflicto y la Negociación

(Ensayo sobre conflicto y negociación entre identidades e instituciones).

Por: José Guillermo Ángel R.

La verdad es una construcción humana que no termina. Somos la suma y resultante de lo pasado. Lo que
hoy es una verdad (una verdad normativa, que nos permite entender y pactar nuestro tiempo y nuestro
espacio), mañana sólo será parte de una nueva verdad (de la que toque a ese espacio y a ese tiempo). El
hombre se define en la construcción permanente, de aquí que toda verdad absoluta sea un freno al
conocimiento y a la tolerancia.

Definición previa:

Se entiende por conflicto la ruptura que se da entre la identidad del hombre y su entorno real, legal e
imaginario. También el enfrentamiento entre las condiciones legales y las condiciones de justicia. Y por
negociación, los pactos temporales entre las identidades y las instituciones. Acorde con las premisas
anteriores, escribo este ensayo.

Introito:

Vivimos en un mundo conflictivo donde las intolerancias y los fundamentalismos son cada vez más crudos y
agresivos (y las más de las veces legitimados por los medios de comunicación que encuentran en estos
conflictos una razón y expansión de su negocio). Y esta confrontación (alimentada por un exceso de
información que acaba generando caos), entre fuerzas ortodoxas en sus principios e imaginarios, tienen un
punto de encuentro en la guerra armada o legal y en la negociación. Negociación que si bien es cierto no
alcanza a dirimir y cancelar la totalidad del conflicto (pues al momento de negociar son otros los actores y las
variables marginales que aparecen obedeciendo a nuevos intereses o a posturas que no estuvieron
presentes en la mesa de negociación), al menos lo atenúan permitiendo una reorganización de las fuerzas y
un debate posterior más civilizado, es decir, acorde con una normatividad que permita una mejor visualización
y entendimiento del nuevo conflicto. Porque los conflictos no son mera reacción frente a una actualidad sino
raíces incompletas (bases resquebrajadas) de la identidad.

Con base en lo anterior, se hace necesario entonces conocer, a más de la historia y sus razones
antropológicas, las posturas ideológicas de algunos filósofos y actores de la guerra y del estado, clásicos y
actuales, para tener una visión más clara e intelectual del conflicto y la negociación. Y, de acuerdo con estas
posturas, crear (con base en la suma teorética) una posición más tolerante, creativa y negociadora en torno a
los conflictos que nos rodean, que evolucionan, que son el motor de la historia y de la identificación con ella.
De aquí saldrán las razones del guerrero ilustrado, entendiendo como tal aquel que ha detenido el conflicto
mediante una negociación, pero que se mantiene alerta al cumplimiento que comprometieron los otros y a su
propio compromiso. El guerrero ilustrado es reflexivo y, en esta reflexión, a veces descubre que hubo algo
que no fue tocado en la negociación, un territorio que se encuentra desprotegido y necesita de su espada. Y
de ahí nacen de nuevo el hervor de su sangre guerrera y los colores de su bandera.

La búsqueda de la identidad.
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A. Todas las culturas fundamentan sus crónicas iniciales en una Edad de Oro: la de la armonía entre los
hombres y su entorno. Algo así como una enorme placenta donde flotaba la vida nutriéndose de un exterior
alimenticio que permitía el desarrollo ordenado de los elementos que habitaban ese mundo placentario.
Hablan estas crónicas, escritas entre lo mítico y el logos (o sea, confundiendo la razón con el imaginario), de
espacios libres de conflicto: el Paraíso, el Nirvana, los países de jauja y los de Utopía etc, donde los seres
humanos hacían parte de una ley universal única regida por la tolerancia (habida en la identidad con el orden
natural) y el reconocimiento del espacio particular. Algo así como la ley de la gravitación universal descubierta
por Newton y que tanto influyó en el desarrollo de la filosofía de la Ilustración. De acuerdo con estos
imaginarios, la vida era un todo ordenado regido por el no-tiempo. Todo sucedía, todo fluía, la muerte era
parte de la vida y se moría sin memoria.

Pero nada de lo anterior hace parte de lo probable y, en términos antropológicos, podemos definir que el
inicio de las culturas es un sueño mil veces repetido e imaginado para encontrar un sitio en el tiempo y el
espacio que legitime la identidad inicial del colectivo. Identidad primitiva que justifica una motivación
permanente de búsqueda de aquello que se perdió en el momento en que la ley única, la gran placenta, se
rompió y acabó generando el caos.

Los colectivos humanos occidentales fundamentan sus principios de identidad en libros sagrados y en
crónicas que les permiten racionalizar los mitos iniciales, los inicios probables y los imaginarios necesarios
para que la identidad se de como tal: ser escogidos por la divinidad, no en términos míticos sino en calidad de
logos (razón). Estos libros y crónicas plantean tiempos y espacios probables en la historia, lo que lleva a
concebir una legitimación de los orígenes y los principios a través de los cuales se rigen estos indicios
primarios. De acuerdo con la Biblia, es Dios quien escoge a un pueblo (el judío) y le da una legislación que lo
legitima delante de los demás grupos como único y exclusivo. Leyes e instrucciones para cumplirlas (la Toráh
y la Mishná) que diferencian y crean una identidad determinante porque contienen en sí la percepción de un
yo (ser israelita) y la de un entorno nacional manejable (Israel) entre lo permitido y lo prohibido: alimentos,
usos de la tecnología y la tierra, extensión territorial, ciudades y civilización. A la vez que estructura una
sociedad civil con principios comunes pactados entre la comunidad y la idea de Dios (los mandamientos):
rituales, idioma, prójimo, relaciones con los demás, lo que es pecaminoso, lo que se debe exaltar. De igual
manera, siguiendo el modelo de la obtención de una identidad que permita la construcción de una sociedad
(en este caso católica, universal), el Cristianismo asume la redención y con base en ella crea un nuevo
pueblo, una nueva sociedad teocrática-civil que, dadas las nuevas promesas y la presencia de Jesús Cristo y
sus palabras (los Evangelios), se considera onfalós y de extensión mundial, es decir, centro único en lo que
todo confluye y a la vez creciente de manera constante entre los demás pueblos. Este nuevo pueblo de Dios,
se construye sobre las profecías del antiguo pueblo y los nuevos pactos morales con otros pueblos (ver
cartas de san Pablo y actos de los apóstoles). El cristianismo se plantea como una sociedad multinacional,
sin límites, reafirmando la existencia de un Dios único y total que permite una identidad, no con un territorio
dado, sino con la totalidad del mundo. Sin embargo, la raíz sigue siendo nacional ya que el pueblo de Israel,
que es la base, sigue existiendo en calidad de dador, testigo y factor de conflicto en la idea que se tiene de
Dios. Finalmente, Mahoma, tomando las nociones de judaísmo y cristianismo, crea la identidad islámica y le
da una razón de ser a los árabes dispersos, que eran tribales y nómades, más obedientes al mito que al
logos. Esta vez es una sociedad que se somete de manera incondicional a Dios y, racionalizando la mitología
que se congregaba en la Meca (donde existían 640 nichos con sus respectivos dioses), crea su historia
basada en la historia de judíos y cristianos, reconociendo algunos puntos y enfrentándose a otros de manera
radical. El factor de conflicto, con la ordenación propuesta por Mahoma, se acrecienta. Lo islámico se
fundamenta en una identidad profética jerárquica, es decir, en Mahoma como último y verdadero profeta de
Dios.

Es sabido que los modelos semitas partieron de estructuras identitarias babilónicas, sumerias y egipcias. Y
que el cristianismo adoptó, para la configuración de su sociedad principios helénicos y latinos y aun celtas
(como aparece en la construcción del demonio medioeval), a fin de dotar a la identidad de una mayor
amplitud. Estas identidades, al igual que la verdad, se construyeron una encima de otra, acordes con la
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racionalización que se fue haciendo del mito y de acuerdo con los sistemas de creencias de las culturas
donde se dieron. El pacto inicial, entonces, se realizó sobre imaginarios y racionalismos en torno a los
orígenes y a la identidad que estos generaban. Identidad que permitía ser diferente de los otros pueblos pero
similares dentro de un mismo colectivo que buscaba el mayor bien para sobrevivir dentro de un entorno
debidamente controlado para que, trabajado de acuerdo con el pacto social, asegurara la consecución del
ideal.

B. Las identidades, entonces, asumieron deberes y derechos de acuerdo con una visualización del mundo.
Que esto, en primera instancia, es la identidad: saber quién soy y dónde estoy, qué papel juego en el entorno
y con relación a los orígenes, cómo alterno con los demás y con lo mío. Y a qué logros puedo acceder si
cumplo con las normas pactadas. La identidad perfila y prefigura, determina la acción ante los hechos
justificándola o castigándola. También, la identidad me ubica dentro del grupo y delante de las instituciones
mediante la jerarquización y el debido cumplimiento de las leyes morales o sea las que rigen sobre
costumbres que el colectivo considera como buenas y que, para mantenerse como tales, requieren de unas
normas que les creen una limitación. La sociedad se crea, entonces, dentro de unos límites que buscan el
mayor bien y, con base en la consecución del supremo bien, permiten el ejercicio de la perfección o al menos
de la búsqueda de sus caminos. Baruj Spinoza sostenía en el Tratado de la Reforma del Entendimiento que
la condición humana siempre está por encima de lo real humano, o sea, somos pero sabemos que podemos
ser mejores. Y esta seguridad de llegar a la perfección la genera la identidad con el pasado, el ejercicio del
presente y los ideales de futuro.

Para dejar su condicionante de horda, el hombre se detiene (se vuelve sedentario cuando deja su condición
de recolector y asume la de pastor y agricultor) y comienza a reflexionar sobre lo que lo rodea. Y cuando el
hombre "quieto" hace un balance de lo realizado y establece un primer método para que los factores que le
permiten la supervivencia se repitan (los ciclos de las cosechas, las épocas de caza y pesca), asume el inicio
de su identidad. Ya no es sólo el hombre que lucha y demuestra con la fuerza su poder sobre otros seres,
tampoco el que enfrenta el temor a lo desconocido lanzándose simplemente a él y asumiendo el azar. Y su
primera identidad es con los valores que hacen posible la tribu: relaciones de parentesco, relaciones
cosmogónicas, relaciones históricas y de actitud religiosa, actitudes frente a la jerarquía (jerarquía que nace
de acuerdo con las obligaciones pactadas con el colectivo y para beneficio de éste), valores paradigmáticos
que permitan seguir principios sociales etc. Ahora, estas relaciones con la tribu están cimentadas en que es
con una sola tribu, la suya, que es "única" y centro del universo porque desde allí se conoce y domina el
entorno próximo, único mundo posible. La posibilidad nace de que se lo puede reconocer en el uso, leer en la
reflexión e imaginar en el ideal. La identidad genera un territorio limitado que tendrá que defenderse contra
los factores exógenos que lo agredan, sean físicos o ideológicos. Es que esta defensa procura seguridad,
orden, posibilidad de llegar al ideal del grupo y al del individuo dentro del colectivo. Por esto se actúa contra
el extranjero, porque tiene una identidad extraña a la pactada en la tribu, porque su valoración es incorrecta
frente a loa pactado en el colectivo.

La identidad es, redefiniéndola, el pacto que el hombre hace con sus creencias, con el entorno y con el
colectivo donde se encuentra con sus idénticos. Es decir, con lo que le es común, por esto hablamos de
comunidad. Es un ejercicio de seguridad al pensar, actuar e imaginar para ser debidamente aceptado. Y
también de trascender dentro de la escala de reconocimiento que se haya elaborado entre sus idénticos. Una
escala limitada para que no se desordene y que, volviendo a Spinoza, estaría cifrada en la riqueza (logros
materiales, economía), los honores (logros políticos) y el placer (permisiones como pago a acciones bien
ejecutadas), y en lo que hay de permitido y prohibido en estos tres conceptos. La identidad se da en la
comunión con los principios morales (de costumbres) y en la defensa contra todo aquello que atente contra
esa moralidad.

Pero como todos los entornos donde se dieron las tribus son diferentes (lo que generó valoraciones distintas
en torno a la condición y los condicionantes, es decir, una actitud política), la identidad es una particularidad
que actúa más en actitud defensiva que de crecimiento. Esto debido al manejo de paradigmas, de unos
pocos datos muy claros repetidos que me permitan una posición sin dudas frente a mi y el medio, los
orígenes y los sueños, las instituciones y las jerarquías. La identidad se defiende de aquello que le podría
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estorbar para alcanzar el mayor bien (la riqueza, los honores, el conocimiento permitido). Y en esta lucha
contra lo diferente, la identidad A asume la intolerancia. Intolerancia que es una ignorancia del otro, de B, y un
deseo de sometimiento total del otro, de B, a fin de que se identifique a fondo con el paradigma A y así,
dejando de ser extraño el otro, B, sea otro idéntico que no obstaculice el camino hacia los imaginarios y
determinantes de honor pactados. Con base en lo anterior, podríamos establecer que la identidad, más que
un ejercicio de lo mío con lo que es idéntico a mi, es la aseguración de que lo prometido (el derecho habido
con el deber cumplido) será realidad en lo mío siempre y cuando me ajuste con el sistema pactado. No es de
extrañar entonces que la identidad, a más de asumir una moralidad, deba asumir una ética, un
comportamiento en lo íntimo y lo social, en las acciones y la revisión (auditoría) de esas acciones. Vista así, la
identidad (ejercicio de la ética) vendría a ser un juicio permanente que se hacen entre sí los componentes de
un colectivo. Juicio donde se valora demasiado la defensa de lo logrado por el grupo con base en lo
aprendido-permitido.

La identidad, esto que buscamos en la generación de nación común y tiempo pasado idéntico, donde los
paradigmas se demuestran como funcionales, es factor de conflicto. Y de negociación. Es factor de conflicto,
porque la realidad es una apreciación pactada entre un colectivo que comparte puntos de vista y valores
comunes para legitimar creencias y posibilidades de desarrollo. Es mi realidad, nuestra realidad, la que
defendemos como cierta y no estamos dispuestos a cambiar (no estar dispuestos a cambiar genera la
intolerancia). Esta realidad tribal, de todas maneras subjetiva, es la única y se opone a otras realidades
tribales, que son inciertas y falsas frente a mi realidad (suma de imaginarios). Dos realidades enfrentadas
generan conflicto. Y a la vez producen un factor de negociación, en tanto que cuando dos realidades
encuentran puntos comunes, las diferencias se hacen menores y el punto sobre el cual pactar está mejor
definido (en lo real-común). En este punto, aclaro que la realidad es un imaginario construido de manera
aristotélica: a través de los sentidos (una idea nominal, un concepto, una definición que nos genere seguridad
sobre lo percibido). Esta realidad subjetiva (lo que sería el mundo borgiano) nos permite conducirnos de
manera debida por un entorno conocido ejercitando la identidad. Identidad habida en orígenes comunes, en
idea nacional, o en el deseo de asimilar una identidad que plantea una mejor solución para el debido manejo
del contexto en el que se es extranjero (integracionistas, conversos, pueblos que buscan asimilarse a otros,
renegando de sus principios y valores, como sucede con los hijos de andaluces y castellanos (charnegos en
Cataluña) que tratan de volverse catalanes, los latinos que se sienten norteamericanos a pesar de que sus
actitudes los delatan, los españoles y portugueses que asimilan la europeidad de nombre etc). Con relación a
estos últimos, hablaríamos de bi-identidad en conflicto permanente entre el pasado y el presente. Serán los
que tendrán miedo y asumirán la creencia nueva con mayor fe buscando legitimarse dentro de un entorno
que los diferencia. Esta bi-identidades, las del renegado, son las que generan fanatismos y
fundamentalismos. También ensimismes y mundos imaginarios.

La lucha por el espacio vital.

1. La historia inicial de los grupos humanos está cifrada en los desplazamientos en busca de agua y algo que
comer, fueran frutos o animales. Esto es, en la busca del mayor bien reflexionado obedeciendo al instinto. Y
también en la búsqueda de otros grupos de hombres que ya habrían logrado alguna forma de
almacenamiento o se habían hecho poseedores de un territorio fértil donde abundaban los vegetales, los
rebaños salvajes y la pesca. O sea, que ya tenían para sí el mayor bien buscado. En estos desplazamientos,
generadores de identidad, los hombres asumen una idea nacional y religiosa.

Los hombres del desierto y de la estepa, de la tundra y de las tierras agrias (también los de los mares
helados), carentes de todo y luchadores permanentes contra el medio, violentos porque así lo exige su
supervivencia, van a entender que la suerte de su grupo se cifra en la invasión, la guerra y el pillaje. Ellos no
almacenan porque no tienen que almacenar, no construyen porque sus territorios (cambiantes y azarosos,
plagados de bestias que también son carroñeras o de vientos que todo lo hielan) no permiten construcción
alguna (salvo los caravansaris y los medio-fuertes de maderas boscosas, que son construcciones para
protegerse temporalmente contra las fuerzas de la naturaleza). Estos hombres de las tierras desiertas van
con sus animales buscando agua y pastos. Y objetos que sean escasos y sirvan como base para alguna
negociación entre ellos. Quizás este haya sido el origen de la valoración del oro y las piedras preciosas,
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bienes no comunes y por lo tanto, en términos económicos, susceptibles de gran valor. Estos hombres
hórdicos, liderados por el más violento y demencial, entienden el espacio vital en lo que la naturaleza provee
y otros almacenan. Su identidad está en la guerra, en dioses terribles que admiran a los guerreros, en
mujeres imaginarias que proveen de vida permanente al grupo para que éste no desaparezca. Son lectores
de estrellas porque los caminos del desierto se borran con el viento, el de las estepas con las inundaciones,
el del mar con apenas avanzar unos metros. Y esta lectura del cielo les permite ver una tierra plana
inagotable para sus caballos o barcos. Hay que ir más allá (en América nace el Perú de birú, birú, más allá,
más allá) donde algo encontraremos. Y en este ir descubriendo y conquistando, dejan atrás la relación con
sus muertos y con su historia reflexionada. Son hombres míticos, de leyenda, impermeables a conocimientos
que no sean los básicos. Traen consigo un micro religión (conceptos elementales), una legislación implacable
(derecho positivo pactado para que la horda no se desordene) que no permite especulaciones y un deseo
que llega a confundir los espacios de la ida y de la muerte. Su espacio vital es hasta donde sus ojos ven. Su
lucha, hasta más allá de lo que sus ojos han mirado. Por esta razón son intolerantes, es que no van a ceder
sobre lo que presuponen. Y menos cuando su identidad crece en la medida en que avanzan. Son los héroes
que vencen en territorios míticos para que nunca se racionalice su acción.

2. A estos nómades devastadores, se oponen los hombres vegetales, aquellos que lograron la suerte de un
valle propicio con agua y pastos, con peces y alimentos de fácil reproducción, y allí se detuvieron y
construyeron. Su calidad de sedentarios les permite la creación de un grupo ordenado, con jerarquías e
instituciones básicas que permitan la supervivencia y el desarrollo del colectivo. Estos hombres vegetales
(que en el Génesis aparecen representados por Abel, en contraposición a Caín que es hórdico) actúan ya de
manera política y su identidad se da en torno a una serie de presupuestos estudiados, explicados y pactados.
Sus orígenes, nacidos de la reflexión, son más claros y están fortalecidos por la genealogía y las tradiciones
que se comunican de generación en generación. También por la especulación en torno a sí mismos, lo que
les permite acrecentar la idea de identidad nacional y política. Este colectivo "vegetal" está fortalecido y sus
razones-nociones de realidad tienen raíces fuertes, lo que les demanda la estructuración de una defensa a
fondo de lo creado. Viven la Organización, generan un pensamiento, ordenan y valoran el mundo que
conocen. Y se defienden de las hordas que los atacan. Y esta defensa les dice que deben ampliar las
fronteras para crearse unos cinturones de seguridad que permitan detener a los hombres del desierto antes
de que lleguen a los límites donde ya se visualiza el orden alcanzado por la civilización (por la ciudad y las
instituciones políticas). De esta manera el hombre vegetal, establecido en el orden, decide que sus límites
deben ampliarse y que debe llevar su modelo a otras partes (la colonización) a fin de alejar a las hordas lo
más allá posible. Entonces nace el imperio, el orden que avanza e impone unos criterios. Parodiando a Cayo
Julio César, de una acción buena (la sociedad ordenada) ha nacido una acción mala (pero justificada en la
defensa de unos principios de grupo), el imperialismo. Y así el espacio vital del hombre vegetal, al igual que el
del hombre de la horda, se convierte en el mundo entero, acrecentando las ideas de honores, riquezas y
placer.

3. El espacio vital sería aquel territorio necesario para que un colectivo se desarrolle económica y
políticamente y, resueltos los contenidos de una sociedad civil, alcance el derecho a la pereza que, en
palabras de Paul Lafargué, no sería otra cosa que la liberación del trabajo (que sería realizado por las
máquinas) y la adquisición de las dulzuras de la filosofía. Hombres teorizando mientras los campos y los
bienes crecen. Una utopía, es cierto, pero último y gran imaginario de los pueblos que se enfrentan
justificando su necesidad de espacio vital. Todo lo hacemos por los hijos, para que la nueva generación no
sufra lo que han sufrido las anteriores, decimos. Y de esta manera legitimamos el derecho a la lucha, al
avance, al expolio y al dominio sobre el otro. Todo fundamentado en un espacio vital que se define en lo
político-etico, pero que logrado hay que defender y, para la defensa, se hace necesario ampliar los límites
alcanzados a cómo de lugar para crear fronteras seguras, es decir, espacios que no permitan que otros
lleguen a deformar lo creado, lo institucionalizado. Una forma moderna de lo antes dicho serían las visas,
arma legal que los países desarrollados utilizan para alejar a los nuevos bárbaros: los inmigrantes. También lo
son las expulsiones, los sitios seguros (cárceles, manicomios etc), las deudas externas...

El cuerpo como espacio vital.


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El grupo humano que se desplaza es la horda, dirigida por un hombre fuerte capaz de comer parte de sus
enemigos para demostrar su ferocidad. Hoy sabemos que los vikingos bebían en los cráneos de sus
enemigos y que una de las formas más claras de canibalismo entre grupos africanos y americanos consistía
en comer parte de las vísceras de un enemigo, en especial el hígado o el corazón de un guerrero destacado,
para ganar su fuerza y valentía. Y algo similar se sospecha de los hombres de la Babilonia inicial y en los
Celtas, en cuyas descripciones de vida se fundamentarían los hombres medioevales para crearse una idea
del demonio, bestia nefanda y depredadora, poseedora de la pestilencia y la confusión. De hecho, en la
misma Divina Comedia, Dante coloca a Belcebú en calidad de caníbal: este señor de los demonios tiene por
encargo morder eternamente las carnes de Judas, castigando así la traición del apóstol pelirrojo (¿celta?).
¿Reminiscencias de la idea de canibalismo que acreditarían los bárbaros, herederos de la antigua religión?
Así mismo, en la Biblia, por ejemplo, se prohíben los sacrificios humanos (¿habría que comer parte del
sacrificado?) y para reafirmar esta prohibición se habla del sacrificio de Isaac donde Dios es el único dueño
del cuerpo. Y para acreditar su soberanía sobre la carne humana, exige la circuncisión como pacto. De igual
manera convierte a Abraham en carne de pueblos y en pastor de rebaños. Desde ese momento se
alimentarán de carne animal. Ya en los libros de Moisés, se habla de comer animales debidamente
domesticados y quedan prohibidos todos aquellos que podrían llevar a formas de degeneración y, por lo
tanto, al ritual caníbal. Los mitos griegos hablan de Cronos que devoraba a sus propios hijos. Y si bien el símil
del tiempo con la vida es válido, también lo es que legitima los actos caníbales sumerios, traídos con las
leyendas llegadas por el hiperbóreo.

Ahora, el temor a ser comido o lleva a que las hordas vivan asustadas y por esta razón, quizás, sacrifican
vidas a los dioses devoradores. Así se adelantan al reclamo de las divinidades y al mismo tiempo los
guerreros se nutren de su propia carne, de la más joven, para asistir fortalecidos a la batalla. Con base en los
presupuestos anteriores, nos encontramos con que parte del espacio vital por conquistar, además del agua y
los alimentos comunes, era el cuerpo del otro. De aquí que todas las historias iniciales de los pueblos hablen
de un enemigo que devora carne humana. Para Aquiles era el cíclope, para Simbad eran los hombres de las
islas, para la cristiandad los bárbaros (como aconteció con la idea que León I tuvo de Atila), para los romanos
los que estaban más allá de las fronteras del imperio, para los israelitas los adoradores de Baal etc. Cuidar el
cuerpo contra los dientes del enemigo o del mismo gobernante se convirtió en una necesidad apremiante. De
aquí que la fabricación de armas de hierro y cobre tuviera la misma importancia que la fabricación de
Armaduras. El cuerpo, pues, entró en conflicto en calidad de objeto a conquistar. Los griegos, en las
olimpíadas, iniciaban los juegos levantando en una mano los testículos de un toro. Rememoración tanática de
lo que acontecía en batalla con los caídos.

En la actualidad, el cuerpo es usado por quienes detentan el poder como carne de cañón para resolver sus
conflictos de poder. Los presidentes, los dictadores, los políticos, se apoderan de los cuerpos jóvenes y los
alientan a la muerte, los motivan con discursos y los envían a mil enfrentamientos. De alguna manera los
devoran. Y cuando ganan la batalla, son los grandes los que se felicitan. Cuando la pierden, buscan fundirse
en la masa vencida para evadir responsabilidades. Como anota Arturo Pérez Reverte, nunca hay
reconocimiento para fiel infantería.

Pero no sólo es un espacio vital en el cuerpo del otro que va a la batalla. También notamos que se busca un
espacio vital en lo que el otro luce, en la forma como se ve el otro, en los espacios sociales que el cuerpo del
otro ocupa en términos de jerarquización. Con base en lo anterior asistimos a un deseo particular de espacio
vital, al deseo de ser más que el otro a través del cuerpo y de los sitios que ese cuerpo puede habitar. Esto
ha generado lo que llamaría un sentimiento de pobreza (que es peor que la pobreza) porque el otro no se
reconoce en su identidad sino en los valores que compara consigo mismo, es decir, se ve en el deseo del
cuerpo del otro y no en las posibilidades de su propio cuerpo. Ahora, cuando el espacio vital planteado a
través de la comparación no se logra porque la imposibilidad económica o política no lo permiten, se retorna
al cuerpo desnudo, al que es capaz de retar a la vida a la vez que ejerce la ferocidad animal, carnívora. Esto,
quizás, podría dar luces sobre los movimientos satánicos, que están conformados por grupos que, al verse
impedidos de ejercer el cuerpo como espacio vital identitario, asumen el cuerpo inicial, el del hombre de la
horda que todo lo definía en torno a la ferocidad. Carecía de cuerpo, estaba conformado por la ira generada
por una supervivencia cada día más difícil. Perdido el espacio del cuerpo, la rebelión es de esperar Pero no
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una rebelión en términos políticos o económicos, sino una rebelión contra lo que hace sufrir, contra lo que
carece de espacio.

La tierra y el agua.

Además del cuerpo, signo del espacio vital traducido en vida totémica (canibalismo) o en esclavitud (trabajo
duro, sistematizado y obligado para que otros ejercieran mejor el cuerpo), estaban los ríos y los pastizales: la
tierra y el agua. Quien tenía agua, tenía pastos y al haber verde abundarían los animales. Se sabe que las
grandes culturas se han hecho a las orillas del agua dulce. Egipto y el Nilo, Babilonia y el Eufrates, Roma y el
Tiber, Los germanos y el Rhin etc. Pero no fueron hombres apacibles y vegetales los que crearon estas
culturas sino ejércitos feroces que defendían a muerte los territorios conquistados. Y que en los tiempos de
sequía avanzaban hacia otros territorios dispuestos a las mayores barbaridades. La historia del hombre,
antes que definirla por la lucha de clases (que viene a ser un concepto de la modernidad y exclusivamente
ciudadano o al menos civilizatorio), la definiría por el avance de los ejércitos. Los hombres han avanzado
sobre el mundo empujados por el afán de resolver sus necesidades vitales y por una idea cosmogónica que
les legitima el avance. El avance y el enclave, que una vez detenido el ejército en un territorio que le permite
reorganizarse, lo conquistado a través e la guerra comienza a convertirse en una entidad política: el fuerte,
las alcazabas, los sitios amurallados. A partir de ahí vendrán los palacios, los edificios que ocuparán las
instituciones, las casas y los espacios públicos etc, o sea, el ejercicio de lo político mediante el
reconocimiento de derechos y la discusión en el foro.

En términos éticos, ni la tierra ni el agua ni el aire pueden ser de nadie. Estos tres elementos son básicos
para nuestra vida como seres orgánicos. La vida, tal como la conocemos, depende del agua. Por esto el ruido
noticioso cuando encuentran agua o rastros de agua en algún satélite o en cualquier planeta. Requerimos de
estos tres elementos imposibles de fabricar y reproducir para determinar la realidad del espacio vital común a
todos los colectivos. Y sólo pertenece al hombre lo que construye allí: las ciudades, los caravansaris, los
barcos, los puentes, los acueductos. Los inicios de la historia escrita nos hablan de ciudades no de fronteras
reales ni imaginarias. Nos hablan de construcciones definidas y nombradas donde el hombre crea civilización:
Babilonia, Atenas, Jerusalén, Roma...el resto de la tierra era una especie de ejido donde los rebaños y los
sembrados se daban para sustento de la comunidad. Claro que el ejido hay que defenderlo. Y cuando la
defensa es a muerte, a los defensores (o a los invasores victoriosos) se les paga con unos derechos sobre un
trozo de tierra determinado. Derechos que claudicaban en un término de tiempo. Cayo Julio Cesar, por
ejemplo, pagaba a sus soldados con lo mejor de la tierra (con sal, de ahí viene la palabra salario) para que
negociaran con ello. Luego les pagó con la tierra misma y lo que es escaso en la tierra: oro. Y en ese
momento, en el que los hombres se adueñan de la tierra y lo que es difícil de producir o encontrar en ella, el
espacio vital buscado (el agua, los pastos) cobra otro significado. Los ejércitos no van ya sólo por un espacio
para sobrevivir sino por los logros que se han creado en ese espacio al que van. Se legitima la paga del
soldado (el pillaje) y luego la patente de corso (el pillaje de los piratas). Ya la lucha en términos de bienes
necesarios (el territorio con ventajas comparativas que permitan un mejor desarrollo del colectivo), y de
aquellos que políticamente generan honores: los bienes fabricados, que aseguran una mayor vitalidad dentro
del territorio conquistado. En un comienzo los bienes tienen calidad de fetiche (los lucen los vencedores),
pero luego se convierten en elementos para el desarrollo de la colectividad que encuentra en ellos una mejor
manera de sobrevivir, ya en términos económicos (inicios de industrializacíon) como políticos (cuando se
adquiere el conocimiento y la información se utiliza como forma de poder). Los señores feudales buscaron el
gran talismán, el grial, que les diera ya un poder absoluto sobre tierras, siervos y enemigos. Y en buena
medida esto justificó la demencia de las cruzadas, que también sirvieron para que los señores feudales
sacaran a los indeseables de sus tierras, es decir, a los que no tenían cómo responder a las cargas
impositivas o a su presencia activa en los ejércitos: los pobres y los enfermos o deformes. Los sacaron con la
promesa de riquezas y honores, también de placeres indescriptibles habidos en otras tierras y en otras
aguas. No es de extrañar que en la edad media se criara la imaginación de occidente, tanta era la pobreza y
el miedo a que la tierra se estaba acabando, achiquitando, comprimiéndose para dar cabida sólo a los
escogidos por los dioses y las walkirias. Ir por las riquezas del turco, por los honores al lado del rey, si había
suerte. O a la gloria del cielo, si estaba escrito que debían morir. De todas maneras, se había planteado una
nueva espacialidad.
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La tierra cultivable y el agua (hoy incluiríamos el aire), establecen la lucha por el espacio vital. Pero a estos
elementos hay que agregarle los logros de la civilización, que también se convierten en espacio de
supervivencia. Esto nos aclara aquello de que quien pierde una guerra la paga con trabajo, ciencia y
pensamiento a favor del vencedor. Cuando los nazis y los japoneses pierden la segunda guerra mundial
(1939-45), los vencedores se reparten los científicos, los inventos y los estudios e investigaciones de los
vencidos. Con el plan Marshall, los aliados reactivan los bienes de capital y las infraestructuras para
aprovechar la fuerza laboral de los países derrotados. De igual manera, también a través de préstamos,
aprovecharon a los países que quisieron parecerse a los vencedores. La sumisión es una forma de derrota. Y
se paga. Desde los tiempos de Roma, los reyezuelos pagaron unas cargas impositivas importantes para ser
protegidos por las centurias imperiales. Protección que no era otra cosa que pagar para no ser invadidos. O
para no ser olvidados por los logros de la civilización.

A lo largo de la historia, la ética ha nacido no de una reflexión individual sino como resultante de la creación
de una moral, de un comportamiento frente y entre los idénticos. Las grandes revoluciones, la Francesa y la
Norteamericana, plantearon unos principios de comportamiento, unos deberes y unos derechos. Y se pactó
con la nueva moralidad para dar inicio a una sociedad mejor y más justa. Con base en Hobbes (amigo
enemigo) y Rousseau (contrato social), en Locke (lo que es propio al hombre) y en Spinoza (la tolerancia), se
determinó una idea de sociedad civil. Sociedad fundamentada en un Estado, es decir, en una forma regida
por leyes susceptibles de todo control a fin de evitar el caos. El Estado, como pacto, la legislación como
forma de mantener lo pactado. Y con base en estos principios de igualdad (aparece el ciudadano total, no el
griego que sólo era aquel que era hombre libre de nacimiento), se establecen unos principios éticos y
filosóficos, es decir, una manera de pensar y comportarse delante de las distintas variables que planteara el
entorno y el individuo. Principios básicos establecidos por los vencedores, por aquellos que habían carecido
de un espacio vital completo de acuerdo con el modelo reflexionado y aceptado como bien mayor, donde se
planteaban unos elementos etico-primarios que mantienen vigente la óptima vida del hombre en la tierra y
haciendo uso del agua, de los bienes producidos por el conocimiento y del libre ejercicio de la identidad (la
tolerancia). Principios óptimos para los vencedores, pero nocivos para los vencidos que así vieron reducida
su espacialidad. Vencedores que fueron más y estuvieron mejor armados. De aquí la copla aquella de "Y
vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los
buenos"...

La discusión ética sobre los elementos básicos se da en que la tierra, el agua y el aire no son de nadie. Pero
me atrevo a pensar que no son de nadie que haya sido vencido. Son los vencedores quienes se apropian de
ellos dándole un uso de cambio, muy caro por cierto, para así ejercer su forma de dominio. Aclaro que en
términos éticos, la tierra construida (sembrada, productiva, transformada en vivienda, pagadora de los
impuestos debidos etc) es del constructor. Así como la tubería y el tratamiento que lleva el agua deben ser
cobrados por aquel que presta el servicio. Son suyos los medios de uso, no el objeto usado. Sin embargo, la
historia nos cuenta que los vencedores se apoderan de los elementos básicos y los hacen suyos en calidad
de espacio vital. Y, como resultante, se genera un conflicto donde los organismos que no tienen acceso a ese
espacio harán todo lo posible por volver a conquistarlo. Es que en ellos les va la vida y la legitimación de sus
principios morales.

Acotación:...............................................................

En América Latina, donde desde Pizarro (que midió sus posesiones a ojo, llegando a tener tantas y de tal
magnitud que le fue imposible recorrerlas en vida) y Almagro (que llegó atraído por el Perú ya no encontró
nada para repartir entre sus hombres) se ha dado una lucha cruenta por la tierra. La historia nos habla de
invasores e invadidos, de desplazados y desplazadores. Muchas batallas por la tierra, por la identidad, por la
idea de una concepción del Estado. Y mientras se da esta lucha, cada vez terminada, cada vez reiniciada
porque los condenados de la tierra se rebelan y van por su parte (y algunos lo logran después de pactar
indultos), no existe una ética clara sobre los elementos y su uso. La politiquería y los intereses privados han
superado la idea política, no discutiéndola sino destruyéndola. Frente a las ideas las armas, frente a la lógica
las pistolas, delante de la razón la sinrazón, la demencia y la desmesura fundamentado en un ejercicio mítico:
el derecho otorgado por los dioses, por los señores de la tierra (guerreros), por la ilegitimidad de los
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habitantes, lo que justifica la invasión. Dioses, señores e ilegitimidades a las que se recurre en busca de
poder y no de ética ni de moral. Desde este punto de vista, no sería válido todavía analizar, entre nosotros,
aquello que todavía no existe: un uso de la tierra y el agua acorde con los estatutos e instituciones de una
real sociedad civil pactada. De alguna manera continuamos en guerra desde el siglo 16 hasta hoy. Y donde
hay guerra, los principios éticos desaparecen, al igual que los principios básicos de Estado.

Si existe una moralidad institucional, es decir una real concepción del Estado que ve en el ejercicio
democrático cierto (no en la democratería, que sólo admite elecciones pero no una participación política
efectiva), la posibilidad de no recurrir a la violencia legal, el uso ético de los elementos tierra agua sería un
factor de desarrollo. Pero en Latinoamérica el Estado es inmoral (llegando a legitimar la corrupción) y las
clases intelectuales, desesperadas frente a esta inmoralidad sostenida por aparatos represivos, se vuelven
amorales y se quedan en discusiones ajenas a su entorno, evidenciando un coloniaje amplio de pensamiento.
Y una gran dependencia ideológica de la metrópoli.

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El espacio vital y la idea de pecado.

El hombre diferencia su espacio de otros en términos de moral. Podría aseverar (y esto hace parte de la
discusión) que el espacio vital no es otra cosa que el espacio moral que se plantea una comunidad política,
no en términos de Estado sino de apreciación del contexto en el que vive. Y en esa moralidad, establecida a
través del ejercicio del inconsciente colectivo y la tradición oral, asimilada en la casa propia, en la de los
familiares, en la de los vecinos y en los primeros años de escolaridad, es donde se visualiza el espacio
necesario para ejercer la dignidad de vivir. Y es bajo esta óptica donde entra a definirse lo pecaminoso,
entendiendo como pecado aquella acción que va contra la costumbre determinada. O que es desconocida
dentro de la moral y, por lo tanto peligrosa y atentadora contra los valores establecidos por la colectividad.

Como he planteado, las culturas se definen en calidad de escogidas, centros únicos, ombligos. Y quienes no
hacen parte de esa cultura, serían los desamparados, aquellos sobre los que no pesa una protección divina
determinada o de un dios con categoría de primero y único. Esos, los desamparados, serían los pecadores,
los que se hace necesario ver mal para mantenerlos en línea. A lo largo de la historia, los pecadores
aparecen en la misma colectividad. Son los que se oponen al sistema, los que cuestionan, los que son
diferentes. Pecan, se los señala, se les hace un juicio y se les impone una pena. Si la cumplen, el pecado
queda sin efecto. Si persisten en el pecado, se los expulsa de la comunidad. Estos casos los ilustra la Biblia
desde el principio (caso de Adán y Eva), la expulsión de los judíos de España (de aquellos que no se
quisieron convertir), la Inquisición; la expulsión de la sinagoga de Baruj Spinoza, Uriel D`Acosta y Juan del
Prado; los anatemas de la Iglesia, las penas de destierro, el archipiélago de Gulag y "los manicomios", la
cancelación de los derechos civiles y las listas negras en U.S.A. etc. Como puede apreciarse, han sido
muchos y variados los sistemas para castigar y señalar a un pecador. Pero ellos (los pecadores endógenos, a
los que les asiste el derecho a la defensa) no son como los pecadores exógenos, que son peores y necesario
combatir a sangre y fuego porque han sido clasificados como bárbaros, como infieles, como paganos. El
pecado de los desamparados es atroz, por eso encarnan las ideas del demonio. Y como son el diablo, la
comunidad legitima la guerra contra ellos. Desde Roma hasta Goebbeles, el pecado de los desamparados
está representado por la diferencia. Las tropas de los césares luchaban contra gentes deformes en términos
míticos: gentes de un solo ojo, de enormes colmillos, sin cabeza, con pies enormes que les servían de
sombrilla etc., de esa manera sus batallas eran heróicas Toda esta imaginería de la deformidad estuvo
presente en la literatura medioeval y renacentista (el Libro de las Maravillas, los textos de Pigaffeta, algunos
extractos del libro de Marco Polo, entre otros) y llegó a su cúlmen con la propaganda nazi, donde a los judíos,
a los gitanos y a los homosexuales se los mostraba como seres completamente degenerados y enfermos. Y
claro, estas imágenes de la pestilencia y el pecado, lograron que el pueblo alemán justificara el exterminio de
estos colectivos.

A través de la idea de pecado y de la lucha necesaria contra los pecadores (representados en la diferencia,
como sucede con el latinoamericano feo), el espacio vital de una comunidad se amplía justificando la
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invasión: in contra el malo, sacarlo de sus tierras, borrarlo para que no se multiplique, todo esto en nombre de
unos principios comunitarios que sólo entiende como bueno lo idéntico y como malo lo diferente. Y es "obvio"
le acaecen más cosas atroces a "consecuencia" de su actividad pecaminosa. Sobre ellos recae el castigo de
la divinidad y, por extensión, la del hombre. Basta ver lo que sucede con los enfermos de Sida y aquellos que
carecen de un techo y un reconocimiento social (los "desechables", como cruelmente e intolerantemente se
los demomina). Desechables que están en el rango de los nuevos bárbaros: pobres absolutos, drogadictos,
inmigrantes, enfermos mentales...

Los puros contra los impuros, de aquí que con relación a estos últimos se acuñen términos como limpieza y
se justifiquen estas acciones como necesarias para que la comunidad que limpia reafirme su identidad. El
caso de ku-klux-klan es bien ilustrativo. La raza blanca, libre de pecado, contra los hombres negros,
representantes del diablo. Cuando la cruz arde, son los hombres del clan quienes se purifican.

El espacio vital nacional.

Hasta nuestros días, cuando ya el concepto de nación hay que revisarlo porque muchas de sus premisas
iniciales ya no se cumplen, la nación de definía como el espacio propio de una similitud racial, una religión e
historia comunes, una misma lengua y un mismo gobierno. Con base en estos principios se establecía la
condición nacional. Pero ya los nacionales no son los idénticos sino los que tienen unos mismos derechos
frente al estado. Son los ciudadanos y las instituciones que los representan. Multiplicidad de razas (en varios
casos legitimadas con el mestizaje) conforman una nación, al igual que variedad de religiones. Sin embargo,
las lenguas distintas dentro de una entidad nacional no están legitimadas, dado que las lenguas resultan
siendo el soporte de las culturas y el elemento diferenciador (significados propios) por excelencia (los
enfrentamientos entre Itus y Tutsis, grupos negros, lo confirman: sus lenguas son diferentes. Como son
distintas las lenguas de los castellanos y los vascos, las de los catalanes y los gallegos, las de los bosnios y
los servios - enfrentados a través de lenguas religiosas- etc). Las lenguas construyen el conocimiento y el
espacio vital nacional.

En primera instancia la lengua es clánica (nominadora de objetos, sujetos y valores) y es a través de ella
como se crea el mytos y el logos, o sea los principios religiosos y las razones del clan, que no son otra cosa
que la visualización y justificación del espacio vital. La lengua es la que permite la nominación y el significado
primario (la definición). La filosofía, además de un ejercicio del pensamiento, es una muestra inteligente del
lenguaje. Es la palabra que crece, que define en otras instancias, que significa, racionaliza y compara. Y al
significar, racionalizar y comparar, define la territorialidad de un colectivo. Y el nacimiento del conflicto, que
nace del enfrentamiento entre significados y definiciones. La nación es una suma de valores construidos
mediante un lenguaje. Y en esos valores está la religión, la historia, el pensamiento. Incluso, dentro de una
misma lengua madre, se dan diferentes lenguajes (jergas, dialectos: lunfardo, espanglish) o anexos a las
lenguas o lenguas secundarias (un islámico bosnio lee su religión en alifato, un judío español recurre a sus
ritos en hebreo, un latino en los Estados Unidos habla inglés en la calle y castellano en la casa o en su calle y
lugares de reunión de barrio).

La lengua habla de los elementos que conforman la identidad y la nacionalidad. Y por extensión el espacio
vital necesario para que esa nación se integre en instituciones políticas y en conocimiento común, o sea, en
todo lo tocante a su concepción de verdad. La nación es una verdad común de la que se habla y se escribe,
en la que se aprende y determinan diferencias con el otro: pertenecer a una raza superior, a una religión
verdadera, a un pueblo elegido. Estas diferencias son bidireccionales, pues un colectivo las asume como
propias y el otro se las acepta (coloniaje cultural) o se las combate como reacción de dos verdades
encontradas: pasa en el caso de las subcomunidades (los campesinos frente a los citadinos. La lengua,
también, establece palabras para despreciar y burlar al otro, para situarlo en condición de inferior (payos,
goim, infieles, paganos, indios, negros, charnegos, sudacas, brutos etc). Y sobre la condición de inferioridad
del otro, que ya es parte de la percepción nominada con el lenguaje, se limita el ingreso a la nacionalidad. Y a
la partición debida de los bienes (en la idea de lo debido se mantiene latente el conflicto).
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Sin embargo, es también en el lenguaje donde es posible crear la base de la tolerancia. El ejercicio del
diálogo, este situar palabras sobre la mesa buscando puntos en común, amplia el espacio vital nacional, no
en términos de extensión sino de real crecimiento y progreso. Porque no se trata de adquirir espacio vital sino
de poner a producir el que se tiene. No es el desierto seco (con sus violencias) el que avanza y crece sino el
desierto que se siembra. De hecho, las naciones no son sujeto de espacio sino de uso del espacio. Y el
espacio vital es entendible bajo supuestos de civilización, entendiendo por civilizado el individuo que
reflexiona y tolera, que pacta y logra del pacto un bienestar común. Pero estos supuestos de civilización,
fundamentados en el lenguaje y el conocimiento que éste encierre, siguen enmarcados dentro de la utopía
Frente a lo que vemos hoy, pareciera que el lenguaje siguiera nominando y definiendo objetos de
supervivencia y de guerra. Y al otro en calidad de enemigo (los nuevos bárbaros, "identificados" a través de la
fealdad - que es un subjetivismo- en el cuerpo y en el traje), enemigo que se caracteriza porque es pobre y no
carga consigo algo escaso para intercambiar y que representa aquello a lo que tememos: la muerte.

Acotación:...............................................................................................................

En América Latina la formación de la nación todavía está en proceso. Por esta razón asistimos a un espacio
vital entendido en la búsqueda de espacio físico que asegure una tenencia de la tierra y unas fronteras
seguras contra aquellos que han sido desplazados de sus territorios iniciales. Es espacio vital para aplicar la
violencia legal (la del Estado a favor de unos pocos económicamente estables) al inferior económico. Es
conflicto sobre el que se legisla y no se cumple. El lenguaje en Latinoamérica es retórico y críptico, como lo
fue en España hasta franco. Lenguaje que permite todas las interpretaciones posibles y, por lo tanto, todas
las violentaciones. No hay ley, existe una interpretación legal que se opone a lo que es justo.

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El espacio vital social.

Los seres humanos hemos construido sociedades para lograr entendernos y entender lo que nos rodea. Y
estas sociedades crecen mediante el debate (la discusión política), los deberes pactados y los derechos
resultantes de ese cumplimiento. La sociedad es lo que nos hace socios, partícipes y actuantes. También lo
que permite delinear un futuro colectivo. Las sociedades, entonces, para poder funciona, establecen la ley,
aquellas normas precisas (y pactadas como buenas) que definen la calidad del comportamiento dentro el
entorno social. La ley establece las jerarquías, las instituciones y las acciones (previo conocimiento y
entrenamiento) posibles para una optimización del espacio vital construido: la sociedad, entendida a través de
sus pactos (sociedad civil), de sus ritos (comportamiento cívico - para sostener la imagen de la sociedad y
generar identidad- y urbanidad: comportamiento ritual con el otro) y de sus logros. Podríamos decir entonces
que en el principio social fue la ley, la norma, nacida de unas creencias comunes (de no haber sido así no se
hubiera podido pactar) y de unos intereses que delineaban progreso para todo el colectivo.

Pero esa ley, en lugar de ser el fiel de la balanza, se convirtió en paradigma. Y que cada vez que se revisa,
siempre llega tarde a la realidad que acontece. Es que actúa sobre lo conocido y no sobre lo que acontecerá.
La ley no prevé que las costumbres son mutantes, que la moral varía (o témpora o mores) y al presentarse
estos cambios la ley deja su condición de línea rectora para convertirse en objeto de represión bajo la excusa
de salvaguardar las costumbres. Costumbres que varían y enfrentan espacios vitales sociales: lucha de
clases, violación de la ley, ruptura ética. Parodiando a Rousseau, podría decir que el hombre nace bueno,
pero la estaticidad de la ley lo corrompe. Y lo corrompe porque su espacio vital no crece y entonces hay un
ahogo y, como consecuencia, una salida violenta.

La ciudad, símbolo y construcción de la sociedad, se ha tenido siempre como un espacio de protección. Ya


en la antigüedad, los hombres se refugiaban en las ciudades. Entraban allí y se ajustaban a unos deberes
(comportamiento, pagos de impuestos) y a cambio recibían la protección del señor de la ciudad, afincado en
un castillo elevado desde donde lo podía dominar todo. Un todo era fácil de controlar dentro de la muralla y
desde las torres y las almenas. Pero cuando la ciudad pierde su demarcación física, cuando comienza a girar
alrededor de una plaza (como en el caso de las ciudades latinas, donde la ciudad crece alejándose del poder
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central o se extiende siguiendo una calle (la ciudad sajona, en la que sucede algo similar a la ciudad latina),
el control se hace más difícil. En la ciudad primera comienzan a construirse otras micro-ciudades, pero no
aisladas de la ciudad inicial sino creadas dentro de ellas. Esta unidades culturales (no subculturas, como la
intolerancia ha querido denominarlas), se definen en condiciones sociales (clases), de oficios (actividades
industriales y comerciales), religiosas etc. y, aunque hacen parte de la nacionalidad, tienden a separarse de
ella por su ejercicio de costumbres. La ley comienza a no ser para todos, ya por desconocimiento de la ley
(no hay presencia de ella) o porque la ley desconoce las nuevas entidades sociales y no actúa debidamente
sobre ellas. O actúa dando lo que en principio es básico (servicios públicos, permisos de establecimiento),
pero no permitiendo que se avance para que eso básico se sostenga y sea la base para el progreso de lo
social (La educación se detiene, las posibilidades de trabajo disminuyen, la protección buscada cada vez es
más escasa, el ejercicio del poder más violento etc).

¿Por qué se viola la ley? ¿Por inconformidad?, ¿porque lo legal no es lo justo? ¿Por qué el Estado miente y
destruye la moral con sus actuaciones? Creo que la ley se violenta por enfermedad (en el caso de los
criminales natos), por iras mal contenidas (una pelea, unos celos), por desesperación (no hubo otra
alternativa), por variadas situaciones se enfrenta un sujeto con la ley (aquello de que la ocasión hace al
ladrón etc.) Pero, en el caso de conflicto, la ley se viola por estado de pobreza y desamparo, por agresión de
las instituciones del Estado y la sociedad establecida como legal y que atenta contra el individuo. Y lo que es
peor, por sentimiento de pobreza, lo que hace ver peor la situación vivida. Aclaro: la pobreza es la carencia, el
sentimiento de pobreza es saber que uso pocos mal utilizan lo que por derecho me pertenece y ahora me
hace falta: el espacio, los alimentos, el descanso, la libertad, el ejercicio del cuerpo, la belleza. También nace
el sentimiento de pobreza debido a la incapacidad que tiene la mayoría de acceder a la oferta cada vez más
creciente de bienes materiales que trascienden lo básico y se fundamentan en deseos psicológicos cada vez
más laberínticos y difíciles de satisfacer, y de sitios de honor. Antes de que la sociedad luciera los bienes en
la calle (cosa que todavía no seda en el mundo islámico), el pobre superaba su pobreza en el momento en
que se sentía con lo necesario básico. Y comenzaba su riqueza cuando agregaba algo de más a lo necesario:
dos gallinas, tres sombreros, un pantalón de más, un par de monedas guardadas en un frasco. El pobre
mismo medía su riqueza en la intimidad. Pero cuando ese pobre vio a otros que exageraban su riqueza, que
lucían lo innecesario, que gastaban a manos llenas en escenarios nunca imaginados, el pobre asumió el
sentimiento de pobreza, la burla a sus esfuerzos, a su trabajo, a sus sueños. Y se sintió más pobre de lo que
en realidad era. Entonces nació la ira y la frustración. Y la violentación de la ley. Cuando Trotsky asegura que
el estado no es otra cosa que el ejercicio desmesurado y legal de la violencia, su posición nace de lo visto en
la Rusia de los zares, de los visto en Europa, de lo visto en México. Los poderosos desfilando por las calles
para demostrar su poder y, así, sembrar un sentimiento desmesurado de pobreza: la humillación.

En la sociedad primaria conformada por principios básicos, éstos comienzan a resquebrajarse cuando se
hace ostentación de la riqueza y de un poder que recurre cada vez más a la mentira. Al ser testigos de la
riqueza lucida, se cuestiona la ética de los que ostentan, la moralidad (¿dónde queda la austeridad pactada
para tener siempre existencias comunitarias?), el ejercicio del poder. Ya no es el héroe, es el dueño de los
bienes de capital o el político corrupto que se ha nutrido de las arcas comunes. Y si bien el hombre pobre,
que es el más común y numeroso en la sociedad (esa es la fuerza productiva), se refugia en la religión o en
sus micro unidades culturales, evitando en lo posible asistir al desfile de la ostentación, al final termina
teniéndola en la nariz. Ya no es el rico quien la ostenta, ahora es su vecino que ha violado la ley y viene hasta
él y luce los resultados de esa violentación. Nada tenía que perder y ha ganado. También la hija del vecino
que permite que otros violen la ley en ella, violación que le permite ostentaciones. Y así muchos, ya en
calidad de esclavos serviles, de renegados del grupo, de espías en el grupo. La micro unidad cultural,
entonces, se reciente y trata de defenderse de los elementos exógenos que la agreden. Pero no es luchando
contra los propios sino contra la causa prima, la otra sociedad, la que no le ha permitido la intimidad alegre
del logro obtenido ni la belleza de la estética, la que le ha señalado como siervo y con la riqueza le demuestra
que jamás podrá salir de ahí. Los grupos sociales altos, apoyados por la legalidad, ejercen el clasismo y el
racismo, establecen la estética y sofistican la idea de placer. Y el marginal, responde con violación de la ley.
Con conocimiento de esta situación, Rawls, en su propuesta de la justicia, propone como solución la equidad,
es decir, unos principios igualitarios que acerquen a los hombres y no, como sucede hoy, los alejen.
Alejamiento que se produce cuando aparecen la ostentación y el sentimiento de pobreza.
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Los miembros primarios de una sociedad, primero los patricios y luego los plebeyos arribistas, acaban
generando un interés propio sobre los intereses colectivos: esto lo da el ejercicio del poder y el deseo de
evadir deberes para sólo usufructuar derechos. Quién más goza de derechos, más poder representa. Y como
para el ejercicio de un país de jáuja personal es necesario que los deberes los asuma otro, comienza la
explotación social. Explotación que aprovecha los tiempos de escasez, cuando la mano de obra en oferta es
mayor que la demanda, para establecer salarios mínimos y así obtener unos niveles de rentabilidad más altos
para quienes contratan y reparten de acuerdo con los presupuestos legales. De esta manera, a más de
trabajo, se logra diferenciar mucho más las micro unidades culturales. En este punto, la sociedad se divide en
dos: la que ostenta la riqueza y las que asume de manera más cruda el sentimiento de pobreza. La ciudad
poli-dividida, la sociedad desmoronada, el conflicto en orden. Y en contra del poder, que ven como un
generador de males y no de bienes. Y este conflicto se convierte en lucha de clases, en resentimiento, en
enfrentamiento de conocimientos, en diferencias de lenguaje, en ideas encontradas y dispuestas al combate,
a la búsqueda de un espacio vital dentro del modelo social que en lugar de brindar oportunidades las quita..

En las sociedades de los santos padres (los cuáqueros y otros similares), en el ghetto judío, en la Antioquia
austera y en la ciudad islámica, la ostentación de la riqueza se llevaba a cabo al interior del hogar, lejos de las
miradas de otros. De esta manera, el sentimiento de pobreza que pudiera recibir alguno en la calle era
mínimo. Y ese otro, que no era agredido con la ostentación, se sentía en la posibilidad de crecer. Además,
existía un lugar donde todos eran iguales: la sinagoga, la mezquita, el templo. Allí todos eran iguales y
sociales. Carentes del sentimiento de pobreza, el orden tenía un sentido. Y hablo de orden en términos de
construcción social, de reconocimiento en el otro y su trabajo. Pero esas fueron sociedades extrañas,
fundadas de acuerdo con una ética con mano de hierro (muy similares en su funcionamiento a las sociedades
maffiosi), muy distintas a la auto-estructuración social que habitamos hoy. Auto-estructuración, digo, ya que la
sociedad actual se ha ido construyendo sobre interese propios y está cifrada en la diferencia y en la
conflictividad, y en paradigmas legales y sociales que no se ajustan a la realidad de las micro unidades
culturales que ya son parte de la nueva sangre social, de sus venas y arterias, de su cerebro. Las sociedades
cambian en la medida en que los individuos aumentan. Ahora, si los que aumentan son los desprotegidos y
los burlados, la sociedad inicial está en peligro. Claro que por ahora se defiende con la represión y los
ejércitos privados. Pero, ¿y cuando aumenten los pobres en la puerta, señor conde? Que para acabar con
todos no da el tiempo...

Acotación:...............................................................................................................

La sociedad es el modelo de la familia y no como hasta ahora se había pregonado, que la familia era el
modelo social. No lo es por la sencilla razón de que la vida ya no se logra al interior del hogar sino fuera de
éste. No vivimos ya en casas que se auto abastecen, hoy es necesario salir a abastecerse afuera. Y afuera
es la lucha y el conflicto, que unos lucen lo que otros ven con rabia. Y no es ira nacida de la envidia sino de la
valoración de lo lucido, que a veces con el dinero que vale un solo evento social se lograría la solución
esencial de los problemas básicos de un colectivo. Decía hace unos años Jaime Sanín Echeverri (hombre
conservador y cristiano, burgués y con buena posición política) que la próxima revolución la iban a hacer los
capitalistas. Con esta palabras quería decir: la base se tomará la cúpula, tanto la desea y tanto castigo por
ostentación y legalidad ha recibido de ella. Y no se sabe qué pasara, porque los malos ejemplos cunden.
Malos ejemplos para los que se niegan a aceptar las mutaciones que sufren las morales generales y las
micro.

El ejercicio del poder, cuando es desmesurado y no está debidamente auditado, comienza a desconocer los
caminos éticos y morales pactados. Se miente y engaña desde el poder y lo político se vuelve politiquería. Y
el concepto de lo equitativo se pierde, generando otro concepto de justicia. Planteado en otros términos,
frente a la inmoralidad, lo justo se enfrenta lo legal. Y fundamentados en una justicia que acrecienta el poder
de la sociedad y el del Estado, el pacto social se corrompe y se legitima lo inmoral (que es una forma
criminal) y la amoralidad ( desconocimiento intelectual premeditado de la moralidad).

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El hombre en conflicto:

A. El problema básico del hombre moderno, su motor de conflicto, es la carencia de espacio vital para un
debido desarrollo de su identidad y de una moralidad que le permita hacer de esta vida la mejor vida posible,
no a través del almacenamiento desmesurado de bienes y dinero sino mediante un pacto que le asegure su
condición de ser político, es decir, de poderse mover dentro de lo diverso obteniendo lo necesario y sin ser
agredido moral ni legalmente. En otros términos, el hombre busca la legitimación de su libertad, no de
manera anárquica ni de especulación, sino a través del conocimiento que le permita estar en la construcción
de una verdad y en los cimientos de una moral. El hombre requiere, más que nunca, ser integrante de una
nación que le asegure su condición de ser humano. Y no lo que vemos hoy, gente a la defensiva y al ataque.

Y este conflicto de la modernidad (o de la posmodernidad, si se quiere) es un conflicto social y urbano. Lo


rural, aunque en existe como clasificación geofísica, en términos políticos ya es una mera referencia de la
historia. Aquella grandes sociedades rurales del siglo 19, ahora son extensiones de la urbe, de la civitas.
Tendríamos que halar de lo rural-urbano. El mismo Estado, que es una concepción urbana, dirime sobre
estos sectores desde la realidad ciudadana y no desde la realidad rural, obligando al campesino a ser un
ciudadano atrasado, pues lo estatal le llega con criterios modernos sin que él (el campesino, el inmigrante)
haya asumido la modernidad. Lo urbano implica actitudes y tiempos urbanos para el Estado y su gobierno, lo
que lleva que no se gobierne sobre la totalidad (que maneja otros tiempos y otras espacialidades). Y esta
urbanización de lo político (sobre todo en Latinoamérica) ha llevado a que se aplique la modernidad (lo nuevo
en términos globales y de metrópolis desarrolladas) sin que se tenga un pensamiento actual ni una educación
moderna que clarifique los nuevos conceptos o al menos la visión urbana del Estado. El método supera la
aplicación. Y lo que es peor, como el método se ajusta a una casuística determinada y particular, cuando se
aplica como fórmula global rebota. Es por esto que los conflictos siguen vivos y crecientes, porque son
atacados con genéricos y no con tratamientos locales y acordes con la realidad.

La concepción de un mundo urbano, cuando realmente las urbes siguen teniendo una buena cantidad de
micro culturas campesinas o que se mantienen como tales porque las oportunidades soñadas no se dieron
(frustración de los inmigrantes, casi todos provenientes de pequeñas aldeas, que al no lograr el objetivo de
ser ciudadanos se refugian en su moral anterior), crea un enfrentamiento con la concepción de realidad que
asume el Estado. Y genera violencia en la ciudad, porque la moralidad de lo rural-urbano (cifrada en buena
parte en supervivencias) es muy diferente a la moralidad de lo urbano, donde la idea de progreso político y
económico excluye a la mayoría. Y esta mayoría, para sobrevivir, viola la ley y genera violencia o costumbres
permisivas que acabarán legitimando ciertas actitudes cuasi delincuenciales, como aquellas de la que "el vivo
vive del bobo", lo que ya implica una permisividad que conduce al delito en calidad de acto cuasi- heróico.
Visto desde otro ángulo, cuando el ejercicio urbano del poder excluye a un grupo (o lo detiene), la inteligencia
práctica del excluido vuelve a los ejercicios primitivos de la caza. Y en esta cacería (lograr lo que se pueda)
nace y se cría el conflicto. Nace y se cría con base en una nueva moralidad, no aceptada por el Estado, pero
legitimada por la comunidad en la que se da.

Ahora, en este mundo urbano, el ser humano se vuelve cada vez más anónimo y sus actos apenas si se
reconocen. Es masa productiva, masa desempleada, masa deportiva, masa que se desplaza dentro de la
urbe buscando empleos adicionales que le permita superar el sentimiento de pobreza. Y como el sentimiento
se incrementa con las nuevas ofertas y ostentaciones, las frustraciones son mayores y el sentido de
retaliación (resentimiento) social aumenta porque la idea de progreso, desvirtuada por las tendencias
(paradigmas de moda: dinero fácil, reconocimiento fácil) que publicitan los medios de comunicación, minan la
moralidad pactada de un progreso continuado y no nacido del azar (como los medios lo proponen: cantantes,
futbolistas, artistas, argumentos de telenovelas etc). Y este exceso de información (no de conocimiento) para
el consumo y legitimación del ocio de las clases poderosas, que se apoya en imaginarios ordinarios, es un
ingrediente poderoso en la situación y ubicación del hombre en conflicto.

Acotación:................................................................................................................
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La modernidad urbana de América latina, es una modernidad de papel y avisos luminosos. Esta modernidad,
legitimada por la información natural (lo que exhibe delante de nosotros) dentro de nuestra propia casa o en
el entorno cercano, nos muestra los paradigmas a seguir o al menos a desear; paradigmas la mayoría de las
veces inmorales (como se aprecian en los telenoticieros, telenovelas y películas de violencia) y en algunos
casos amorales (cuando no se sujetan a la realidad pactada que vivimos). En la urbe moderna
latinoamericana, la civilización la estamos confundiendo con libertad de consumo, con honores altamente
perecederos, con crecimiento de una minoría que ostenta el poder y la represión legal a favor. Ya la urbe no
es un centro donde se accede al conocimiento (como lo era el siglo pasado), sino un centro donde se ofrecen
cosas para comprar, sitios para visitar, gente con poder que ver. Y el sueño de un sitio donde trabajar, no se
ve o requiere de ayuda especializada (clientelismo) para conseguirlo. Nuestras ciudades modernas dan
miedo, para quien llega a ellas y para aquel que las habita. Son un sitio donde el espacio vital se reduce a la
par que el poder se vuelve más ostentoso, mentiroso y represivo. Y como anotara Octavio paz, sólo crecen
en miseria. Y en todos los conflictos que esta genera.

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B. Pero el conflicto del hombre no es meramente urbano, aunque su espacio urbano es el que lo lleva a
inmiscuirse en acciones conflictivas que, al crecer, se convierten en conflictos nacionales. Y para controlarlos,
es bien sabido que la estrategia política utilizada (para resolver conflictos internos) es crear conflictos
externos. Así, cuando la comunidad desunida y conflictiva ve que está siendo agredida desde el exterior, de
inmediato se une, deja sus rencillas y asume el reordenamiento moral. De esta manera las tensiones internas
se desplazan hacia el fantasma exógeno que la agrede. De esta forma, el Estado represor se convierte en
Estado conductor. Y así asistimos a las guerras en el Medio oriente, en la Ex Yugoslavia y en África. Y a las
que vendrán en nombre de los fundamentalismos religiosos y políticos, del agua (a medidos de este siglo era
el petróleo), de la tierra y sus ventajas comparativas (recursos y reclamo de pago de deuda externa). Estas
guerras, que comienzan siendo internas y nacidas a consecuencia del uso y propiedad de los bienes de
capital (que son los que generan el empleo y la circulación de dinero), se trasladan al exterior y, en a agresión
de una nación a otra, las frustraciones se subliman mediante el uso de las armas. El en otro nacional y
agresor "justificado" (porque son ellos los que me quitan el trabajo, los que no me permiten vivir tranquilo, los
que drogan a mis hijos etc), se combate al Estado. Pero no se le dispara a él sino a la proyección de él
representada por y en el otro. Combatiendo al malo señalado, combato a mis temores y las acciones
indebidas que el Estado tuvo para conmigo. Esto en el caso de que el estado logre liderar la acción hacia el
exterior, que donde esto no se logre, la acción se torna anárquica y revolucionaria (como aconteció en la
Rusia de 1905-17).

Decía Mijail Bakunin que una revolución por de avanzada que sea, cuando se toma el poder, debe tornarse
conservadora para mantenerlo. Y bajo esta premisa, se legitima de nuevo la represión. Y el hombre sigue en
conflicto, enfrentado al poder y a quienes lo representan, a las leyes que no cubren con su acción a la
totalidad y a las instituciones que en lugar de ser políticas se politizan. Y es esta politización (sinónimo de
ineficiencia y corrupción), la que alienta los desplazamientos humanos y, en la actualidad, el mercado de las
armas. Porque cuando el hombre se desplaza y termina viviendo en condiciones de paria (amontonado,
promiscuo, frustrado) asume su condición de cazador primitivo y de jefe devorador de elementos prohibidos
o, al menos, de retador de ellos. Como en el Señor de las Moscas, de William Golding, el ser humano,
cuando asume condiciones cuasi imposibles de vida, torna a la horda y el liderazgo en ella lo tienen quienes
demuestran valor con las armas y a la vez asumen contacto con divinidades infernales que dotaran de poder
a la comunidad hórdica para ir contra aquellos que la generaron. Comunidades así ya las vemos en América
Latina y en ciudades como Los Ángeles y New York (también en otros sitios en Europa y Asia), donde los
desplazados sociales (desempleados, frustrados urbanos, enfermos mentales permitidos, gente sin futuro,
drogadictos y rechazados) asumen el horror y lo acaban legitimando como moral básica. Es que ya nada peor
les puede pasar.

C. La libertad es un concepto que en ocasiones toma tinte de quimera: se lo puede pronunciar, pero es muy
difícil de concebir (Baruj Spinoza habla de cómo podemos pronunciar círculo cuadrado, pero nos es imposible
entenderlo). Y en lo que toca al conflicto, la libertad social es algo que en lugar de facilitar la moral, la agrede.
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La libertad está unida a la ley, esta regida por ella. Y por los intereses de quienes se ajustan a lo legal. Por
ejemplo, yo soy libre de ir a trabajar, de encontrar un trabajo, pero no tengo donde ir ni cómo ejercerlo. Soy
libre de ocupar un espacio, pero el espacio es de otro. Soy libre de desplazarme, pero las fronteras detienen
mi desplazamiento. Y así a la N. En tiempos de la esclavitud negra (también la hubo blanca, pero las
condiciones históricas y morales fueron distintas), el esclavo que era liberado recibía la libertad con miedo.
Sabía que ya era libre, pero esa libertad le negaba el espacio y la alimentación. Era libre, pero su condición
era la del otro, la del marginado, la del sospechoso. Esto, que es historia, vuelve a repetirse no ya con tintes
raciales sino sociales: el desposeído es libre, pero su libertad lo pone en problemas: para los otros, los
poseedores, es feo, sospechoso, ignorante, peligroso. Entonces, para liberarse del problema, se convierte en
lo que el otro piensa de él. Y asume la condición inmoral, conflictiva. Condición de la que los medios hablan y
exageran, llevándola a umbrales de heroicidad. Y cuando aparece el héroe, nacen los mitos y comienza a
construirse una sub- moralidad que es aceptada y legitimada por quienes encarnan el conflicto habido en la
aceptación de ser un problema. Y en esa sub- moralidad, se ejerce la libertad de riesgo, que al menos es una
libertad que no se teme porque genera "honores" y riquezas.

Es evidente que los medios de comunicación, en su afán de informar a cómo de lugar y con tintes
novelísticos, han ayudado a conformar y robustecer las morales de los sujetos en y de conflicto, sobre todo
entre los desprotegidos sociales que, al informarse de las acciones atrevidas de sus héroes y líderes, asumen
un paradigma que les dice que están en igualdad de condiciones para lograr el objetivo, que sólo se requiere
decisión y valentía. Y, al ismotiempo, los medios, legitiman el poder del conflicto, llevando a que la sociedad
protegida (sino política al menos económicamente) entre en posición defensiva, reafirmándose el conflicto
sobre el que se informa más de manera emocional que racional. Y sobre el que se actúa ídem. Ernst
Cassirer, en El Mito del Estado, asevera que los mitos entre más irracionales (en el desarrollo del conflicto la
irracionalidad está presente) más credibilidad tienen. Algo similar aseguraba Indro Montanelli en la Historia de
Roma: cuando se reacionalizaron los mitos romanos, comenzó la decadencia.

La visualización del conflicto. La negociación.

A lo largo de este ensayo, he sostenido la tesis de que los conflictos nacen de la carencia de espacio vital y
espacio social, y de un ejercicio del poder fundamentado en la legalidad y en la ostentación y no en la justicia.
Con Rawls, afirmo que todo conflicto es un problema de equidad y es en busca de la equidad a donde deben
apuntar los esfuerzos del Estado si se quiere crear una identidad y una nación sólida, ética y con una fuerte
base moral. Y con Baruj Spinoza, asumo que la tolerancia (la continuidad del conocimiento en nosotros y en
el otro) es única actitud posible para delimitar el conflicto y reducirlo a un punto controlable y funcional para
las partes que negocian.

En primera instancia, un conflicto se visualiza a través de actores (agentes del conflicto), factores (causas del
conflicto), situaciones (realidades del conflicto) y escenarios (espacios en conflicto). Y de un mapa histórico
que detente las raíces de la actitud conflictiva, porque los conflictos no aparecen por generación espontánea
sino que tienen un soporte en la historia de las partes que asumen la negociación. Las causas, aunque a
veces se las hace aparecer como coyunturales, tienen un referente pasado: historia de los actores, un
inconsciente colectivo, una moralidad que se representa y otra que fue representada (memoria e
incertidumbre), unos pactos éticos y unas rupturas habidas en él y un lenguaje utilizado como definición del
mundo y su valoración en el yo, el tú y el él. Y estas constantes de análisis también tocan a la situación y el
escenario.

Un conflicto antes que visualizarlo como un problema, es necesario verlo como la resultante de unos hechos
sucedidos, de un espacio vital violentado y de un pacto ético roto. De lo contrario, será imposible negociar en
términos de tolerancia, entendiendo por tolerancia en la negociación aquella actitud (virtud, porque con base
en ella se obtienen logros) que no asume verdades absolutas. Las verdades absolutas (que filosóficamente
no lo son porque estarían negando la posibilidad de avanzar en el conocimiento), han sido siempre factor de
enfrentamiento entre los hombres. La verdad, la debemos entender como un hilo conductor de la moralidad
de un colectivo, como un pacto de realidad subjetiva que permite funcionar como motor de costumbres y
variables de progreso. Ahora, esta verdad se comparte con base en la tolerancia y al ser compartida se
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negocia para que las partes en conflicto se nutran de ella (de la verdad mía y la del otro). Con base en este
presupuesto (la verdad compartida), crearíamos las verdades normativas, estas que dan una solución al
conflicto porque nos permiten acceder a una realidad común. Verdades normativas que harían parte de un
pacto ético para una moral que vaya en beneficio de todos (y los que ellos representan en términos de
espacio y tiempo) los que se han sentado a negociar y a compartir manejos políticos y ejercicio del poder
como soporte de Estado. Toda negociación, entonces se fundamenta en un nuevo orden nacido del pacto y
no de la destrucción del otro ( ya la historia nos habla de los fracasos de la paz de la victoria, donde los
vencedores acaban siendo asimilados de manera - las más de las veces brutal- por los vencidos. Los
bárbaros y Roma, los nuevos bárbaros y Occidente).

La inteligencia no es exceso de información sino buen manejo de la información (convirtiéndola en


conocimiento para la solución de problemas) y comprobación de ésta. Bertrand Russell, en El Conocimiento
Humano, determina que la idea de progreso se fundamenta en el conocimiento positivo, en aquel que se
sacude el empirismo a través de la comprobación de causas y efectos para que las situaciones erradas no
vuelvan a producirse. A lo largo del tiempo histórico, hemos asistido al esquema ensayo error y en la
actualidad, dada la información acumulada, podemos ya determinar las causas y razones que llevan al
conflicto en el hombre. Tenemos memoria e imaginación. Y esto es lo que se requiere en una mesa de
negociación. Memoria, para determinar orígenes y desarrollo del conflicto, también de los pactos éticos y las
instituciones que hacen posible una moral. Imaginación, para creer en la eticidad del otro. Eticidad que se
dará si se cumplen los pactos.

Acotación:.....................................................................................................................

En Latinoamérica, donde las negociaciones tienen más publicidad que contenido y los objetivos a cumplir se
confunden con deseos, el conflicto es creciente porque lo negociado no se cumple como es debido. Y no se
cumple porque las leyes están por debajo de los intereses personales y del Estado mismo, que carece de
medios eficientes (políticos, económicos y represivos) para cumplir con lo que pacta. Esta situación, nacida
de los primeros días de la conquista y la colonia, donde se obedecía pero no se cumplía dada la incapacidad
para imponer la ley, sigue vigente hoy en día. En muchos casos no se discute la buena fe de algunos
gobernantes, pero son sólo eso, buena fe. De aquí que sea la misma sociedad civil (la Iglesia, los
ciudadanos) los que busquen una solución pactada a los conflictos. Solución que se fundamente en lo justo y,
como resultado, se enfrenta a lo legal. Asistimos entonces un círculo vicioso donde para cada solución existe
un problema, una discusión en torno a lo legal y a la interpretación de lo legal, que cuando afecta al grupo
dominante, de inmediato genera reacción en términos violentos.

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El mundo moderno, que cada vez más liberal debería ser más permisivo (con base en Rorty y Rawls), ha
creado enormes conflictos como el generado por el neo-liberalismo, política económica que tiene por objetivo
crecer los mercados de las empresas multinacionales a costa de las empresas (desprotegidas técnica y
financieramente) de las naciones donde ingresan, lo que como consecuencia ha generado más pobreza y
desempleo. Y más quiebras de estas mega empresas colonizadoras, víctimas de su propia ofensiva
comercial, pues al empobrecer los mercados donde actúan su inversión se viene al traste (la desazón bursátil
de 1998 nace de que las acciones de estos emporios comerciales cayeron a consecuencia de carencia de
demanda para su oferta). Como respuesta al neoliberalismo, la Unión Europea comienza a socializarse
(Francia, Alemania etc) para detener al generador de conflictos y crear unas políticas realmente liberales y
justas que permitan el ejercitar una equidad acorde con los nuevos presupuestos morales y éticos: un
espacio vital sin agresión.

Toda negociación apunta a mejorar las condiciones del individuo y del entorno. Y a sostenerlas. Cuando esto
se presenta, existe una sociedad civil y un real Estado que vigila para que el pacto no se rompa, no
reprimiendo sino ajustándose a unas normas de derecho natural, es decir, adaptándose a la movilidad y
vitalidad de las costumbres. A la libertad que para el bien común ejerce el individuo que accede todo el tiempo
al conocimiento (el guerrero ilustrado), el tolerante que se reconoce en el otro en la construcción de la verdad.
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Fin.

Escrito en Medellín a finales de septiembre de 1998. Y creyendo en las virtudes de la tolerancia.

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