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Este título me sugiere que tal vez la vejez del hombre no aglutina muchas
adhesiones de valía porque sentimos que es una época en la que cayeron
muchos oropeles y hay que vérselas con enfrentar y soportar lo que es propio
del desgaste de la vida. Y este enfrentar y soportar son términos no cotizados en
la etapa del éxito. No son usados en la etapa del triunfalismo. Pero son
condiciones de mucho valor a la hora de envejecer. Son condiciones muy
valoradas en nuestra naturaleza humana.
Es aquí en lo social donde están prendidos los prejuicios que hacen su fuerte
impacto allí, y de los cuales prejuicios somos responsables y víctimas a la vez.
Algunas pocas veces he visto desandar los prejuicios y construir ideas más
reales con respecto a esta etapa de la vida. Pienso que ésta debería ser la
principal tarea de los que trabajamos con viejos. Pero ocurre que los que
trabajamos con viejos también estamos muy cargados de prejuicios. Los
prejuicios son saberes previos al saber real, que impregnan la cabeza y no
permite la entrada al conocimiento más verdadero.
Yo los apelo a que no pasemos por alto muy rápidamente esta afirmación y
nos revisemos frente a esto. Porque a pesar que sabemos con nuestra cabeza
muchas cosas, también tenemos fuertes creencias de otros que irrumpen con
fuerza.
Tendríamos andar por la vida atentos a los propios prejuicios para poder
erradicarlos. Es una injusticia de tal tamaño el prejuicio porque no tiene que ver
con la persona que aquí se describe, sino con nosotros mismos: es un monólogo
cuyo interlocutor es uno mismo.
calidad de vida. Como si mantener la vida fuera lo suficiente. “Total! A esta edad
qué podés querer o pedir de mejor!”. Y nos arrogamos el lugar del que decide
que vale la pena vivir o no vivir.
Muchas veces me he referido, y ahora una vez más, al tema de la consulta con
el interesado y NO con el familiar. Y las explicaciones, lo mismo: dárselas al
interesado, no cuchichear ni con palabras, gestos o muecas, ni hacer una alianza
con el familiar dejando afuera al viejo. Que es sobre él que va a recaer todo lo
que decidamos. Ser leales con nuestro paciente viejo y considerar todo con él
en primer término.
Con esto también mostramos al acompañante como nunca hay que pasar por
encima de las posibilidades de comprensión del adulto mayor, cualesquiera que
estas sean. Es decir, sin tenerlo en cuenta en las acciones que lo tienen por
destinatario.
Y más angustioso aún es cuando el gasto lo tenemos que elegir entre un viejo
y un niño. ¿Qué vale más la pena? Y con estas comparaciones podríamos
seguir…