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Los 7 principales estereotipos de

los adolescentes
Los estereotipos de los adolescentes suelen promover una imagen limitada del
potencial que tienen. ¡Atrévete a dejarlos a un lado!

Casi con certeza, al leer el término estereotipos en un artículo que habla sobre

adolescentes se nos viene a la mente alguna imagen típica de esta etapa. Pero, ¿es

acaso una positiva o una negativa?

Es que uno de los mayores problemas de la adolescencia es que abundan los

prejuicios alrededor de ella. Estos anticipan una lectura que no siempre coincide

con la realidad, sino con aquello que nosotros queremos creer. Y a la larga, se

genera una idea fantasiosa que estigmatiza a los jóvenes que la atraviesan.

Veamos un poco más de qué de tratan y procuremos desandar este camino.

Los 7 estereotipos más repetidos sobre los adolescentes

A continuación, describiremos algunos de los estereotipos más conocidos que

rondan sobre los jóvenes.

1. Son rebeldes
Decimos que los adolescentes son rebeldes como si la rebeldía fuera algo ajeno y

distante a nuestra realidad. Algo con lo que no tenemos contacto en la vida

adulta.

La adolescencia es una etapa en la cual los jóvenes buscan desarrollar su propia

identidad y esto implica ejercer más plenamente su derecho a decidir y opinar.

Pero no quiere decir que por eso sean rebeldes. Incluso, si lo fueran, esto no

necesariamente sería malo.

De una forma u otra, catalogar a un adolescente de esta manera es innecesario y

no le permite fortalecer su autonomía ni tomar sus propias decisiones con

seguridad.
2. Son perezosos

En este sentido, los adultos hablamos de la pereza de nuestros hijos como si

fuera algo exclusivo de esta etapa de la vida. Como si no existiera en la adultez,

como si a veces no dejáramos acumular algunos platos en la cocina o no

eludiéramos algunos compromisos.

También es bueno preguntarse frente a qué son perezosos, ya que tienen buena

energía y son capaces de comprometerse muy seriamente con aquellos asuntos

que les interesan e inspiran.


3. No tienen valores

Este es un prejuicio muy extendido, especialmente cuando se ponen en tensión

los valores tradicionales.

Por ejemplo, muchas veces se escucha decir que “ya no hay respeto por los

padres”. Sin embargo, cuando un adolescente discute o se enfrenta a su progenitor

porque violenta a su madre, ¿de qué tipo de valores hablamos? Para muchas

generaciones, respetar va de la mano del silencio y del temor, no de la convicción.

Además, en línea con el prejuicio anterior, algunos adolescentes se manifiestan

bastante comprometidos en muchas causas, lo cual sirven como evidencia de la

adhesión a ciertos valores. Por ejemplo, la protección de los animales, la igualdad

de género, la protección del planeta, entre otros.


4. Son conflictivos

Otro de los mitos más extendidos es que los jóvenes confrontan porque sí. Si

además le agregamos algunos componentes adicionales, como la clase social, la

etnia y el género, la imagen resultante es fatal. Y lamentablemente, esto suele

perjudicar aún más a los jóvenes negros, a aquellos de clases populares o que

utilizan determinada vestimenta.

Lo que muchas veces sucede es que, desde un marco adultocéntrico, a quienes

ejercen los roles de autoridad no les gusta verse confrontados o desafiados.

Mucho menos por quienes tienen otras concepciones del mundo o por personas con

escasa experiencia, como los adolescentes.

Pero otras veces, esto se pone de manifiesto cuando los progenitores carecen de

las habilidades necesarias para poner límites de una manera asertiva.

5. Son inestables

La adolescencia tiene sus propios desafíos, ya que se presentan cambios en todos

los niveles. Esto implica ciertas presiones y experiencias muy específicas que

pueden ir de la mano de oscilaciones emocionales. Esto no los convierte en

personas inestables, sino en sujetos en pleno desarrollo.


6. Se dejan influenciar con facilidad

Es cierto que en la adolescencia el grupo de pares adquiere gran importancia y que

a veces, la aceptación tiene mayor peso que la diferenciación. Ser parte es

importante y eso implica moverse a favor de la corriente.

Sin embargo, todo ello forma parte de un proceso normal y los adultos referentes

deben saber cómo acompañar y qué herramientas brindar.

Nuevamente, vale la pena hacer una autocrítica y preguntar si es que la sociedad en

general no es influenciable: a las publicidades, al consumo, a un deber ser que nos

señala, entre otras cuestiones.


7. Están todo el día con el celular

Es cierto que el uso de la tecnología  en esta etapa suele ser desmedido y que esto

trae problemas de atención, de concentración y de comunicación entre las

familias. Sin embargo, hay que reconocer que se trata de algo que atraviesa a la

sociedad en su conjunto (incluso en edades tempranas) y que es necesario establecer

reglas sobre el uso adecuado para todos. No está de más aclarar que las

prohibiciones no son eficaces ni educativas.

La adolescencia no es una sola

Como podemos ver, existen numerosos prejuicios respecto a la adolescencia

pero es necesario reconocerlos y cuestionarlos.

Esto no implica desligar a los jóvenes de sus responsabilidades, así como tampoco

hay que desconocer las dificultades propias de esta etapa. Más bien se trata de

comprender que las lecturas estereotipadas ya no son suficientes.

El problema principal de estos prejuicios es que cristalizan una única realidad, lo

cual suele ser una concepción bastante simplista e injusta. Además, en etapas

claves de construcción de la identidad los estereotipos pueden resultar un

estigma y limitar el potencial de los jóvenes.

Después de todo, la motivación de los adolescentes depende en gran parte de lo que

reciben del entorno. Y si todo el día escuchan que son perezosos y rebeldes,

¿cuántas ganas tendrán de cambiar esa imagen tan arraigada?


Por eso, es importante que toda la sociedad revise sus creencias y

sus concepción  sobre la adolescencia, que no es una sola. No todos los jóvenes

pueden darse el lujo de ser perezosos, pues muchos deben salir a trabajar para

ayudar a sus familias.

Además, no debemos olvidar el modo en que la socialización hace mella en aquellas

creencias y pensamientos que interiorizamos desde muy temprana edad y que estos

definen la forma en la que interpretamos el mundo.

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