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ACELERACIÓN, PRESENTISMO Y AUSENCIA DE FUTURO

(Guión a posteriori de las clases del 28/9 y el 5/10)

Hemos visto estos tres conceptos por separado en varias clases. En una la aceleración,
en otra, simultáneamente, el presentismo y la ausencia de futuro. Se trata de entender
cómo los tres, presentados separadamente como diagnósticos de la última fase de la
modernidad, están mutuamente entrelazados, y ese entrelazamiento describe muy
precisamente la situación de la modernidad occidental a partir de 1970. Cada uno de
ellos remite a los otros dos; aunque de la valoración que se haga de ellos, o de la
perspectiva con la que se mire cómo están entrelazados, depende también la valoración
e incluso el estado anímico del mundo contemporáneo.

ACELERACIÓN.
Tal cómo la hemos estudiado con Harmuth Rosa (Alienación y aceleración), es una
consecuencia de la dinámica propia de la modernidad, y aunque va ligada a la
tecnología, no depende sólo de ella. Se produce como una retroalimentación mutua
del acelerado desarrollo tecnológico (ligado a la economía, esto es, al capitalismo), la
aceleración del cambio social (ligado la diferenciación e individualización que impone
la modernidad) y la aceleración del ritmo de vida (ligada a factores culturales).
Otras perspectivas más marxistas pondrían la dinámica de la competencia capitalista
como casi único motor de la aceleración en todas las esferas de la vida y la sociedad. Y
en un capitalismo que se ha radicalizado -en el sentido de llevar al extremo la
mercantilización de todos los ámbitos de la vida- en el llamado neoliberalismo (ver en
este sentido el libro 24/7. El capitalismo al asalto del sueño, de Jonahtan Crary). Marx,
no obstante ya hacía notar que en el capitalismo “todo lo sólido se desvanece en el
aire”.

En todo caso, desde todas las perspectivas hay acuerdo en que la aceleración produce
desarraigo y alienación: los individuos quedan expropiados de un tiempo propio, y
sometidos a una dinámica acelerada de vida que rompe la promesa de autonomía de la
modernidad y les impide tener una vida buena.
Mención aparte merece el Manifiesto aceleracionista de Nick Srnicek y Alex Williams,
que -en un talante que llaman leninista- abogan por provocar la aceleración,
aprovechar la dinámica capitalista para que ella misma se quiebre y producir un
cambio revolucionario.
Aunque la aceleración forma parte de la percepción moderna del tiempo desde que la
modernidad empezó, la creciente aceleración en las tres esferas (tecnoeconómica,
social y cultural) ha provocado la particular situación de finales del siglo XX y
comienzos del XXI: la aceleración social, que acompañaba a una aceleración de la
historia misma -como si el tiempo de los hombres y el del mundo fueran coincidiendo-
ha resultado en una desincronización por la que la aceleración social (y cultural y
tecnoeconómica) se exacerba a la vez que la historia parece detenerse o girar en el
vacío en lugar de rodar hacia adelante. De ahí el entrelazamiento con el segundo
concepto.
PRESENTISMO
Lo que durante doscientos años ha sido una percepción de progreso y avance en el
tiempo controlado por las sociedades occidentales, desemboca, justamente a la vez
que la aceleración se exacerba, en lo que se diagnostica como un estancamiento de la
historia. A partir de los años 80, en algunos ámbitos antes, se habla de fin de la
historia, posthistoria, postmodernidad, tardomodernidad, lento presente, presente
extendido, modernidad radicalizada… Cada una de estas denominaciones implica una
acentuación y una valoración (política y cultural) distinta de ese tiempo, los últimos 50
años. Pero todas ellas coinciden en:
- El esquema de progreso de una historia universal de la humanidad, con un
metarrelato englobador (ya fuera el marxista o el liberal) ha dejado de
funcionar.
- La aceleración frenética de la vida social coincide con un estancamiento de los
cambios históricos y culturales. Nada nuevo aparece ya. Las opciones políticas
no se definen respecto a sus avance o retroceso en el tiempo. La cultura no
produce nada nuevo, predomina el pastiche (postmoderno) o el remake.
(Gumbrecht, Lento presente)
- La aceleración y el desarraigo conllevan también -con las diferentes catástrofes
modernas- una pérdida de la experiencia en sentido moderno -una experiencia
que requería de tiempo y maduración- En lugar de ello, afán de inmediatez, de
vivencias directas e inmediatas, de presunto contacto con la realidad. (Gomez
Ramos, Inmediatez de la crisis)
- Pérdida de conciencia histórica y de diferenciación temporal. Lo que hay es un
único presente -presentismo- que no distingue un futuro otro ni es capaz de
discriminar en su relación con el pasado. (Hartog, Regímenes de historicidad)
- En ausencia de futuro, ocupa un primer plano el pasado, conservado ahora en
museos, en la recuperación más o menos espuria de tradiciones pérdidas, en
un afán historicista por conservar tanto lo más propio (las raíces) como lo más
exótico (lo extranjero, pero adaptado a los turistas).
- Esta irrupción del pasado se da de muchas formas:
• Cómo “osito de peluche” compensador en el que refugiarse del desarraigo
producido por la aceleración moderna (Teoría de la compensación.
Marquard). En todo caso, como estética historicista postmoderna.
• Cómo búsqueda de raíces y de identidad, frente a la alienación y
despersonalización moderna (nuevos tradicionalismos y nacionalismos,
pero también indigenismos y muchos movimientos sociales.)
• Como memoria, reivindicación de las deudas para con el pasado,
especialmente memoria del trauma en competencia con la historia (aquí la
protesta de Hartog y de muchos historiadores contra el auge de la
memoria).

De este modo, el paso a primer plano del pasado en el régimen presentista tiene una
dimensión ambigua:
- es la banalidad del turismo y del consumo de lo exótico dentro de la lógica del
capitalismo, pero es también la huida de un determinismo histórico que
imponía unas estéticas y formas de vida demasiado racionalistas.
- Es la reivindicación de raíces expropiadas o identidades y formas de vida
destruidas, pero puede ser también la construcción de identidades espurias y
colectivas que amenazan la libertad y la subjetividades individuales, o
invisibilizan otras fallas sociales más graves y urgentes en la agenda política.
- Es el descubrimiento de los traumas subyacentes del daño pasado (la llamada
memoria histórica), pero también es la exacerbación de las heridas pasadas al
precio de anular proyectos de futuro.

En cualquiera de los casos, este historicismo se identifica, por parte de los críticos, -
muy en el sentido de Nietzsche- con un peso excesivo del pasado, que resulta
asfixiante y anula las miradas al futuro. Por eso, el tercer diagnóstico entrelazado:

AUSENCIA DE FUTURO
La desaparición de la perspectiva de un futuro otro es el signo más distintivo de esta
época de final de modernidad. La sensación, generalmente extendida, de que el
sistema de valores y patrones culturales y sociales presente no vislumbra ningún
mundo diferente, salvo el apocalipsis ecológico -que, por cierto, se hace cada vez más
inminente y visible, formando parte ya de los patrones culturales de esta época.
La proyección hacia el futuro ha sido exclusiva de la modernidad, paralela al concepto
de historia. Por eso, la desaparición del futuro se percibe como un fin de la
modernidad -y de la historia según el concepto moderno.,
Esta ausencia de futuro va ligada a una sociedad de la aceleración -como expropiación
del tiempo propio individual- y de la actitud presentista inundada de imágenes del
pasado (en el sentido explicado arriba). Para una sociedad occidental -o un mundo
sometido al tiempo occidental- que llevaba dos siglos orientándose por el futuro (como
narrativa de progreso, como utopía), esta desaparición del futuro, acompañada de la
amenaza inminente de la catástrofe ecologista, produce desconcierto y diferentes
reacciones, que discutimos en clase el día 5/10.
Los teóricos de la compensación, o el liberalismo conservador, no tienen problemas
con esa desaparición del futuro. Se instalan es una especie de ironía cínica que más o
menos celebra el presente y, aunque tenga nostalgia de tiempos más serios, se siente
acolchada por el historicismo y las Humanidades (Marquard, Gumbrecht, son claros
exponentes). Los críticos no tendrían problema en ver que el hedonismo occidental se
sostiene en gran parte aquí.
(Habría, claro, la postura “cascarrabias” -según lo llamábamos en clase- que lamenta la
desaparición de la conciencia histórica, de la cultura (alta) y de la perspectiva política
de reflexión y a veces progreso ligada a ella)
Hay una postura crítica, de rechazo, que en clase caractericé de melancólica -la de
Fisher, por ejemplo-. Hace un diagnóstico también de ausencia de futuro que coincide
con muchas de las ideas expuestas anteriormente (pérdida de la narrativa,
historicismo, hegemonía cultural de la mentalidad neoliberal, capacidad del
capitalismo para sostener sus contradicciones y perpetuarse a sí mismo absorbiendo
estéticamente los movimientos y gestos de resistencia. Y acentúa menos la pérdida de
futuro (o de esperanza) que el aumento de la explotación o la destrucción de las
posibilidades de tener un plan de vida propio. En ese sentido, la estructura de su
planteamiento es paralela, por ejemplo, a la de Rosa.
Pero, escrito desde el mundo anglosajón (en el corazón del neoliberalismo), y en plena
crisis de 2010 (que para algunos ha sido una crisis casi terminal, no superable, del
sistema capitalista), Realismo capitalista tiene otro tono, más austero, donde no
importa tanto el tiempo y la aceleración (aunque se dan por supuestos), como la
presencia distópica de la catástrofe (la alusión a la película Children of men, que ya no
es postmoderna) y la perspectiva de jóvenes trabajadores, no de intelectuales
académicos (como Rosa, Hartog), ni de clases pudientes (que se solazan en el
historicismo y, aunque sujetas a la aceleración, o alienadas por ella, creen todavía
disponer del tiempo -o del reloj, en el anuncio de Phiplip patek que mostrábamos en
clase el 28/9).
Con todo, Fisher no busca el futuro, sino una “alternativa”. ¿Debe pensarse la
alternativa en términos solo temporales, como “programa político de futuro”, tal como
se hacía en la era moderna? ¿O cómo funciona aquí la imaginación, la utopía, el deseo
y la visualización de otros mundos posibles? ¿Qué puede significar radicalismo,
revolución, alternativa?

A partir de las coordenadas de estos días, entonces: agotamiento del tiempo histórico,
aceleración y desarraigo, excesivo peso del pasado y de la memoria, abordamos en los
dos días siguientes dos cuestiones:
1) La memoria. ¿Qué función tiene y cuál es su estructura, sus complicaciones? Si
se ha vuelto determinante en la agenda política, y lo ha hecho como memoria
negativa de pasado traumático, ¿Qué significa para una nueva noción de
tiempo histórico? ¿Es posible una elaboración del daño pasado? Veremos que
ello va inevitablemente ligado a un conflicto te memorias que no es distinto del
conflicto político. (Los textos de Koselleck, “Memoria negativa” y de Rothberg
“From Gaza to Warsaw”, nos servirán de motivo aquí).
2) ¿Qué signifcaría una reparación del pasado y cómo es factible políticamente?
¿Puede eso abrir el futuro de nuevo, o un modo nuevo de futuro? ¿Puede crear
un nuevo régimen temporal? (El texto de Aleida Assmann Is time aout of joint
será el que nos conduzca aquí.

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