Está en la página 1de 10

AMÉRICA ROMÁNICA FRENTE AL DESTINO MANIFIESTO

No, no puedo, no quiero estar de parte de esos


búfalos de dientes de plata. Son enemigos
míos, son los aborrecedores de la sangre la-
tina, son los bárbaros. Así se estremece hoy
todo noble corazón, así protesta todo digno
hombre que algo conserve de la leche de la
loba.

Rubén Darío, El Triunfo del Calibán. 1898

Desde principios del siglo XIX la Monarquía española entró en su fase terminal, en caída
irremontable como gran potencia, manifiesta en la ocupación napoleónica de la península
ibérica, incluso de su capital –algo inédito en su historia– y en las subsiguientes peleas y
abdicaciones borbónicas. Esto terminó en la cesión sin combate alguno de su propia corona
a Napoleón. La proclamación de su hermano como José I de España y las Indias impulsó las
llamadas “Guerras de Independencia”. Gracias a la valerosa resistencia popular y al auxilio
de fuerzas inglesas comandadas por Wellington, el ejército francés fue derrotado y expulsado
en la metrópoli, pero dando lugar así a que el imperialismo británico concretara su anhelo
de siglos: la completa destrucción del Imperio español. Y las guerras independentistas de
América Románica, tan vinculadas con las de la “Madre Patria” y también apoyadas por Gran
Bretaña en jugada a dos bandas1, condujeron a la capitulación del ejército realista en el es-
pacio americano, perdido así definitivamente para España. Esta Primera Guerra de la Inde-
pendencia americana se inscribe por lo demás dentro de las crisis de modernos sistemas
imperiales, con sus fraccionamientos geopolíticos y sus implosiones, que posibilitaron el
nacimiento de tantos estados nacionales.
España no pudo pues, sobre todo por la traición de sus clases dirigentes, sacudirse el
control a distancia de la corona inglesa, que llevará a la disgregación de los restos de Monar-
quía católica en las guerras civiles carlistas. Con la guerra finisecular con Estados Unidos,
que la vence y humilla –el “desastre del 98”– desaparece el Imperio donde nunca se ponía
el sol, que traspasa sus remanentes ultramarinos a los norteamericanos con la ocupación de
Cuba y Guam y les permite la anexión de Puerto Rico y Hawái, o la vergonzosa venta de las
Filipinas2.
El almirante Alfred T. Mahan avizoró la importancia estratégica del Mar Caribe, Mare
Nostrum o “nuevo mediterráneo” que permitirá al consolidado Poder Naval estadounidense
expandirse por el continente, con la condición sine qua non de la apertura del Canal de
Panamá3. Fue también uno de los primeros en ver en los Estados Unidos el único posible
heredero de la hegemonía de Inglaterra, que en manifiesta decadencia advirtió que sus aspi-
raciones sobre el suelo americano desaparecían, y que solo podría mantener cierta influencia
gracias a la deuda contraída por los nuevos estados, arma financiera reemplazada en el siglo
XX por capitales estadounidenses.

1 “Para Gran Bretaña, lo mismo que para EE.UU., la invasión de España por Napoleón significó una dorada oportunidad. La
conmoción española convirtió a Gran Bretaña, de peor enemigo de la monarquía de los Borbones que era, en su mejor amigo, y,
con un ingenio digno de admiración, Gran Bretaña consiguió desempeñar también el difícil doble papel de mejor amigo de la
América española”. Arthur Preston Whitaker: Estados Unidos y la Independencia de América Latina (1880-1830). Eudeba, Buenos Aires,
1964, p. 56
2 También la venta a Alemania de sus islas Carolinas, Marianas y Palaos en 1899.
3 Mahan, Alfred T.: Influencia del Poder Naval en la historia, 1660-1783. El Ferrol 1901, p. 41 ss,

1
Otro estratega norteamericano, Nicholas Spykman, lo confirma: “La guerra de España
con Estados Unidos simboliza el comienzo de ese cambio de actitud en las relaciones anglo-
americanas, y el desenlace de aquélla robusteció todavía más nuestra situación en el Caribe
con relación al poder naval de Inglaterra. La Gran Bretaña aceptaba la hegemonía de Estados
Unidos en el continente americano y, fundándose en ello, inició una política de colabora-
ción. Apoyó moralmente a Norteamérica en Manila y Europa, cuando los estados continen-
tales comenzaban a meditar la intervención. Redujo Gran Bretaña su flota y sus guarniciones
en las Indias occidentales y se abstuvo de modernizar y perfeccionar las fortificaciones de
sus islas o de convertirlas en bases que pudieran ser utilizadas como centro de operaciones
para ejercer presión naval contra Estados Unidos. La lucha por la supremacía en el Medite-
rráneo americano había concluido”4.
El aislacionismo norteamericano, inspirado en la Doctrina Monroe (1823), abandonó así
su política “continental” previa, redirigiéndola al intervencionismo. Si en su origen esta doc-
trina cuestionaba, en supuesta defensa hemisférica, la supremacía y centralidad del Viejo
Continente, permitió luego pasar de una visión eurocéntrica global a una atlántica talasocrá-
tica, donde el mundo gira alrededor del Sea Power, el control de los mares y la expansión
del comercio internacional yanqui; por eso en el Western Hemisphere se da por hecho un
control indirecto que ya no necesita ocupar territorios5, pues domina por el comercio, los
flujos financieros y tecnológicos, y la propuesta cultural.
Los estrategas yanquis comprendieron que en el hemisferio occidental no existe amenaza
alguna, no siendo Canadá y México peligro alguno, aquéllos ampliaron su influencia con
nuevas posesiones marítimas. No solo despojaron a Europa de su centralidad sino la consi-
deraron ya adversaria, con sus monarquías opuestas a democracia y republicanismo. Solo
ellos resultan así paladines de la libertad, verdaderos “portadores de la civilización europea
y del Derecho de Gentes europeo”6: “El nuevo Oeste reclama ser el verdadero Oeste, el ver-
dadero Occidente, la verdadera Europa”7; apropiados pues del concepto de “Occidente”, de-
finen un nuevo derecho internacional de características globales.
El Corolario Rooselvelt, conocida transformación de la Doctrina Monroe, proclama ade-
más desde fines de 1904 la intervención yanqui en cualquier nación del Hemisferio Occiden-
tal, si se presentare un “…mal comportamiento crónico o una impotencia que resulte en un
aflojamiento general de los lazos de la sociedad civilizada, por lo que los Estados Unidos se
verán obligados al ejercicio de un poder de policía internacional”8. Esta “línea de predesti-
nación” hemisférica proviene de los mismos padres fundadores, pero con su delimitación
geográfica ya acomodada a cualquier circunstancia que amplíe o disminuya el desplaza-
miento imperialista.
Fue Mahan, íntimo de Theodore Roosevelt, quien propuso la geoestrategia correspon-
diente, necesaria para dominar las rutas del Pacífico y las islas ultramarinas aun bajo el Im-
perio español. De allí la creación de Panamá, con cuyo canal trasladan su Armada bioceánica
a cualquiera de sus costas.

4 Spykman, Nicholas John: Estados Unidos frente el mundo. F. C. E., México p. 84.
5 Con excepciones, como las islas del Pacífico y del Caribe, bases logísticas y de aprovisionamiento para el accionar bélico y mercantil
de sus flotas.
6 Schmitt, Carl: El Nomos de la Tierra. Editorial Struhart & Cía., Buenos Aires, 2005, p. 310
7 Ibid., p. 314
8 Álvarez Silva, Héctor: Documentos Básicos de la Historia de los Estados Unidos. H. Alvarez & Cia. Inc., Río Piedras, Puerto Rico 1967.

“Corolario a la Doctrina Monroe”, p. 315.

2
En el Pacífico competirán con las potencias coloniales europeas y asiáticas por los mer-
cados de Asia; ante todo con Japón9, para afianzar sus proyecciones indo-pacíficas con espe-
cial atención a China10 y preparar, so pretexto de seguridad nacional, su proyección comer-
cial y militar hacia el Atlántico occidental11.
La noción de Hemisferio Occidental configuró un gran espacio de influencia (Carl Sch-
mitt) desde donde extender estrategias globales, supuestamente para protegernos de los ape-
titos europeos. Y esto no solo con intervenciones militares, con apropiarse de recursos na-
turales, tumbar gobiernos indóciles e imponer políticas económicas de dominio, etc., sino
también trastocando valores para dar lugar a la lógica crematística, la primacía del mercado
sobre el Estado, a la disolución de las soberanías, a la instalación en fin del orden Unipolar
norteamericano, sustentado en concepciones religiosas, raciales y éticas supremacistas, aje-
nas a lo nuestro: conflicto entre dos visiones del mundo inconciliables.
Justifican esta dominación con eso del Destino Manifiesto, que en los ambientes intelec-
tuales norteamericanos circulaba, propugnado en 1845 por el político y publicista John O’Su-
llivan en ocasiones como la de diciembre de ese año en el periódico New York Morning News:
“el derecho de nuestro destino manifiesto a difundirnos y a poseer todo el continente que la
Providencia nos ha dado para el desarrollo del gran experimento de libertad y de autogo-
bierno federado que ha sido confiado a nosotros”12. Claudio Mutti, después de muchos otros,
señaló que esto se basa en la teología-política puritana del siglo XVI, mesianismo reformista
británico que al cruzar el Atlántico y desembarcar en el norte de América configuró a las
nacientes colonias13. Este credo concibe a sus miembros como nuevo “pueblo elegido” guiado
por Dios a América, nueva Tierra Prometida, Novus Israel14, lo que lleva a los verdaderos
creyentes, los elegidos, a que los demás pueblos pasen a ser réprobos, sea por supuestos actos
indignos o apostasías, sea por el retraso económico y su opresiva forma de gobernar. Luego
extendieron esto a países, razas y continentes, como bien explica el sacerdote católico te-
xano, Virgilio Elizondo, para justificar sus ulteriores invasiones e instalación manu militari
manipulan circunstancias y personajes veterotestamentarios: “el Moisés de la liberación de
la esclavitud inglesa, anglicana, isleña, es reemplazado por el Josué de la ocupación de la
tierra cananea (cananeos serán los indígenas primero, el resto de América para la «doctrina
Monroe», los mexicanos después de 1846, y desde el 1898 los cubanos, portorriqueños y
filipinos, las islas del Pacífico… y por último el mundo entero en la visión del «Nuevo Orden
Mundial» de G. Bush senior desde 1992”15.
La herencia geoestratégica inglesa exigía expulsar al Imperio español del espacio ameri-
cano y tomar su control. El imperialismo británico –con odio teológico-político-racial– in-
tentó desde un principio apropiarse de América con la invasión a Guayana de Sir Walter
Raleigh (1595), o con la fallida iniciativa de Cromwell para tomar el Caribe y la Nueva España

9 En 1895, Japón derrota a China y se anexa Taiwán. Luego a Rusia y se anexa Corea, para ser la primera potencia no-blanca en la
era de los imperialismos.
10 A la ampliación de la Doctrina Monroe hacia el Pacífico se la conoce como doctrina de la “Puerta Abierta”, después ampliada como

sinónimo de la imposición del librecambismo a todo el mundo.


11 Mahan, Alfred T.: El interés de Estados Unidos de América en el poderío marítimo: presente y futuro. Un. Nac. de Colombia. Ed. Unibiblos,

Bogotá 2000.
12 Horsman, Reginald: La Raza y el Destino Manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano. F. C. E., México 1985, p. 301.
13 Le sétte dell’Occidente. “Eurasia. Rivista di Studi Geopolitici”. Anno XVIII – N° 2, Aprile-Giugno 2021, pp. 9-17. “Las sectas de

Occidente”. Ciudad de los Césares. N° 127, Mayo-Julio 2021, p. 12. https://www.eurasia-rivista.com/las-sectas-de-occidente/


14 “Fue quizás el clero patriótico quien primero propagó la idea de un "Israel Americano" […] En 1785, Jefferson propuso que el

sello de los EEUU. debía representar a los hijos de Israel guiados por un pilar de luz, sugerencia apoyada en la observación de un
biógrafo convencido de que "el pueblo estadounidense era un pueblo elegido y que han sido dotados con sabiduría y fuerza supe-
riores." Albert K. Weinberg: MANIFEST DESTINY. A Study Of Nationalist Expansionism In American History. Barakaldo Books
2020, p. 43
15 Dussel, Enrique: Política de la Liberación. Crítica creadora, volumen III Madrid Trotta S.A. 2022, p. 37 s.

3
(México) en 1654, con el Western Design16 o, similar objetivo planeado siglo y medio después,
proyecto expedicionario conducido por Arthur Wellesley, luego duque de Wellington17, sin
olvidar el previo asedio a Cartagena de Indias (1741)18 y la invasión a Buenos Aires en 180619;
hechos recogidos y estudiados por las élites estadounidenses, que también concibieron, a las
naciones americanas del Imperio español surgidas, como hostiles a su civilización, llamada
a imponerles un nuevo orden para erradicarles fanatismo, crueldad e indolencia ibérica-
mente implantados en ellos.
Para justificar expulsión y despojo de las tierras ancestrales a pieles rojas o a mexicanos
se añadieron, a las veterotestamentarias razones “teológicas”, una supuesta indolencia y falta
de espíritu mercantil. Las tierras “abandonadas” y desaprovechadas pecan contra Dios y el
orden natural, hasta que la Providencia las entrega al pueblo laborioso, investido de una
misión divina: “La continuación del genocidio de las primeras naciones del país y la violenta
anexión de la mitad de lo que era México, se justificó en ambas Cámaras del Congreso y en
la prensa expansionista por la urgencia de obedecer el designio bíblico que les mandaba
hacer fructificar la tierra. Ésta se mantendría infértil de seguir en manos de razas inferiores:
el mestizaje en esas ex colonias españolas –¡fuera de ser considerado una violación de las
leyes naturales!– había dado a luz una raza de “imbéciles y pusilánimes”, “incapaces de con-
trolar los destinos de aquel bello país”20.
Esta forma mentis yanqui se consolidó decimonónicamente con el auge de la migración
europea. A la mentalidad puritana le añadieron detritus de la ilustración británica y francesa,
adoptaron el positivismo práctico y la fe en el progreso de la industria y las fuerzas produc-
tivas. Esto condujo a una espiritualidad, donde en flagrantes contradicciones se religan el
mito del origen incorrupto con la modernización, la elección divina con la apropiación de
tierras, la ética religiosa estricta con la excesiva liberalidad y promoción de las actividades
comerciales, etc. Horsman, historiador estadounidense, lo resume así: “Las influencias más
directas y poderosas sobre los dirigentes norteamericanos –dice– procedieron de la Ilustra-
ción, pero desde el siglo XVII los norteamericanos a menudo habían pensado en sí mismos
como un pueblo especial, con una función providencial en la historia del mundo. El sentido
misional, concebido en términos religiosos, siempre encarnó empero un poderoso impulso
expansionista.”21
A la angloyanqui narrativa pseudoreligiosa se le superponen en América Románica otros
ideales de superioridad racial, desde el colonial con su distinción de cristianos viejos y nue-
vos, al afrancesamiento de las oligarquías criollas post-independencia. Pero al entrar el siglo
XX hay un giro hacia otro ordenamiento. El modelo de sociedad perfecta, de la gran indus-
tria, la grandeza material, el gigantismo estadounidense obnubila a los círculos de poder

16 No fue un fracaso total; se quedaron con Jamaica, base para nuevos ataques a las posesiones españolas del Caribe. Tras su fallido
intento Cromwell aseguró en el Parlamento que el español es el enemigo natural, el hostis, una enemistad instituida por Dios…: “en
verdad, vuestro gran enemigo es el español. Él es. Es un enemigo natural. Él es, naturalmente así; lo es naturalmente en todo, por
causa de esa enemistad que hay en él contra todo lo que es de Dios.” No hubo nada accidental en esto: fue “providencialmente así;
habiendo dispuesto Dios que así fuera, cuando hicimos una brecha con la nación española, hace mucho tiempo.” David L. Smith:
The Western Design and the spiritual geopolitics of Cromwellian foreign policy. https://www.repository.cam.ac.uk/handle/1810/279575
17 No pudo concretarse por el cambio de estrategia de la clase gobernante inglesa, que envió al Wellington en ayuda de su nueva

“aliada”, la Monarquía española, para derrotar y expulsar a las invasoras fuerzas napoleónicas. Cfr.: Jules Mancini: Bolívar y la Eman-
cipación de las colonias españolas desde los orígenes hasta 1815. Ed. Bedout, Medellín 1970, p. 233.
18 En esta gesta hispanoamericana, comandada por Blas de Lezo, el neohispanismo suele atenuar el aporte de las colonias norte-

americanas, con más de 4.000 hombres, a las fuerzas inglesas, entre ellos, el hermano del futuro presidente Washington.
19 García de Rossi, Silvia: De nuestra Lengua e Historia, de la Vida Política. Editorial Autores de Argentina, Bs As., 2022, p. 151 y ss.

También en la revista El Pampero, N° 45, septiembre 2021, p. 19 y ss.


20 Monares, Andrés: Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad. “La Ilustración británica, Estados Unidos y América

Latina”. Editorial Ayun, Chile, 2012, pp. 380 y 381.


21 Horsman, Reginal: Op. Cit., p. 118

4
sudamericanos, que lo personificaron en la raza blanca anglosajona, portadora de todo ello.
Así el triunfo de Estados Unidos en su guerra contra España, vieja potencia católica, fue,
para la plutocracia yanqui y para dichos círculos nuestros, no solo militar, sino civilizatorio.
Pero al “coloso del norte”, civilizar a Sudamérica no le resultaba tan fácil, consciente de
que para concretar sus ambiciones geopolíticas era necesario vaciar los contenidos religio-
sos, ideológicos y culturales aquí vigentes y amoldarnos a su puritan-american way of life.
El catolicismo de los pueblos del Sur significaba un cierto rechazo natural a la “teología de
la prosperidad”, pese al liberalismo depredador de las oligarquías criollas desarraigadas. Al
respecto la investigadora María Buscema dice: “En el año de 1912, el presidente Theodore
Roosevelt comprendió que la espiritualidad podía tener implicaciones de tipo geopolítico y,
por tanto, el catolicismo sería el mayor obstáculo para la penetración estadounidense en
Sudamérica. El choque, inicialmente espiritual, tendría sus efectos sobre la política exterior
estadounidense, porque la América Latina fue colonizada por órdenes mendicantes católicas
y el “pauperismo” del catolicismo, y de su teología, no concilian con el individualismo em-
presarial estadounidense”22.
Persistiendo con esta endémica obsesión norteamericana por la defensa hemisférica y
sus intervenciones de todo tipo en su vital interest continental (un Lebensraum, pero a la
americana), condujo a varios de sus mejores geoestrategas a identificar también como ame-
naza a su Seguridad Nacional al ethos racial hispanoamericano. Entre los más conocidos:
Isaiah Bowman, Nicholas Spykman y, contemporáneamente, Samuel Huntington; pero nos
concentraremos en el segundo de ellos, pues este geopolítico de origen holandés – gracias a
su formación sociológica - fue quién formuló agudos análisis sobre el conjunto ideológico-
cultural-político que ha labrado a los pueblos de la América del Sur, además resaltó el peligro
inherente de esta perspectiva antropológica contraria a la norteamericana que, al momento
de constituir un frente único contra el nazismo, pensó que era una barrera para la asimilación
a la idiosincrasia yanqui y, peor aún, proclive a caer en las redes ideológicas del fascismo.
¿Pero qué nos hace tan diferentes de los gringos? Según Spykman, parte desde la geogra-
fía política, pues el mundo se compone de 5 islas continentales, una de ellas es Sudamérica
y pertenece al hemisferio austral, mientras Norteamérica - otra isla -, al boreal23 y, más ade-
lante: “América del Norte y América del Sur no son tan solo dos continentes separados – y
no uno solo y el mismo, como erróneamente suele suponerse […]”24, aquí viene lo impor-
tante, pues a más de lo geográfico: “coexisten ambas en el mismo hemisferio, pero represen-
tan dos mundos diferentes, en su composición étnica y racial, en sus contexturas social y
económica, en su experiencia política, en sus valores morales y en la orientación de su cul-
tura”25. Lo que más preocupa al geostratega yanqui es el substrato político y cultural de los
hispánicos, que se manifiesta en su escasa aceptación de un “liberalismo a la anglosajona”26
y, de igual manera, por su adhesión al “caudillismo” y, para mayor inri, el autor lo asocia a
éste con el Führer Prinzip27. En cuanto a la cultura: “El mundo latinoamericano – escribe
Spykman - presenta una tradición cultural enteramente diferente de la América anglo-sajona.
Se ha moldeado con arreglo a un ideal de sociedad aristocrática, no democrática; se nutrió
de la burguesía territorial y no de la clase media mercantil, y su religión es católica y no

22 María G. Buscema: “L’affiliazione statunitense del movimiento pentecostale”, en: Eurasia. Rivista di studi geopolitici. N° LXVI,
2/2022, Parma, p. 113
23 Spykman, Nicholas: Op. Cit.; p. 48
24 Op. cit.: p. 55
25 Op. cit.: pp. 223 y 224
26 Op. cit.: p. 220
27 Op. cit.: p. 221

5
protestante. […] No era la creación de riqueza, sino la propiedad de ella y el ilustrado empleo
del ocio lo que merecía la aprobación de la sociedad. El imperativo de la hidalguía no acon-
sejaba la parsimonia y la buena administración, sino el elegante dispendio; [por lo que…]
“…menosprecia el trabajo manual y mira por encima del hombro los negocios y las activida-
des comerciales. […] Más importante que la comunidad de hombres de negocios son, a los
efectos de modelar la cultura latinoamericana, la iglesia y el ejército, que encarnan los valo-
res más caros al español: religión, honor y valor.”28 Exposición perspicaz de los valores que
distinguen a las civilizaciones telúricas frente a los (anti) valores de las talasocráticas, que
confirma la visión de la geopolítica clásica, entre ellas, la interpretación mitológica de Tierra
y Mar de Carl Schmitt, amén de la acuñada por Sombart: Mercaderes y Héroes, como también
la de algunos de nuestros pensadores, como la de José E. Rodó quién, inspirándose en el
simbolismo shakesperiano, inmortalizó el conflicto civilizatorio entre Ariel y Caliban (1900)
o la de José Vasconcelos, resumida en su obra “Bolivarianismo y Monroísmo” (1934).
Habría sido interesante un mayor desarrollo por parte de Spykman sobre el papel jugado
por nuestras sumisas clases altas en el naciente expansionismo angloamericano, buena parte
carcomidas por el individualismo y el pragmatismo, despreciadoras de sus pueblos y sus
culturas, un quemeimportismo por su destino, en fin, un consumado desarraigo y soberbia
para con los suyos; pero este pensador menciona solo de pasada el proceso de afrancesa-
miento ocurrido a mediados del siglo XIX en adelante, mientras señala la pervivencia de las
verdaderas raíces Iberoamericanas en el pueblo llano, pues: “…las clases bajas siguen siendo
indias y españolas, en la religión y en la manera de interpretar la vida”29.
Sobre el referido rol de las dirigencias hispanoamericanas, nos ilustra el biógrafo de
Isaiah Bowman30, el norteamericano Neil Smith, en su libro American Empire. Roosevelt’s
geographer and the prelude to globalization31, quien primeramente aporta detalles cruciales
para entender la formación del imperialismo norteamericano, particularmente el financia-
miento por parte de las grandes corporaciones bancarias, petroleras, industriales, etc. (lo que
se conoce como establishment) para la creación y sustento de organismos científicos, ahora
conocidos como think tanks, como la American Geography Society o el mismísimo Council
on Foreign Relations (CFR), cuyos resultados de sus investigaciones confidenciales (en cola-
boración con los departamentos de inteligencia gubernamentales) pasan directamente a ma-
nos de sus mecenas y así éstos proceder a aplicar su expansionismo imperialista, pues du-
rante la Primera Guerra Mundial, los capitales europeos, especialmente el británico, salieron
de Latinoamérica, y advirtieron los círculos corporativos norteamericanos la gran oportuni-
dad en este mercado inmenso, con condiciones inmejorables para sus inversiones en el sec-
tor extractivista y el comercio de sus bienes excedentarios; por lo que el dominio completo
sobre este gran espacio era ineludible. Aquí entra la actuación mencionada arriba de nuestras
élites colonizadas, un engranaje importante en las estrategias hegemónicas, que: “Con el fin
de mitigar la oposición antinorteamericana, los decisores políticos (policymakers) estadou-
nidenses buscaron explícitamente conexiones políticas, sociales, culturales y cívicas con las
élites latinoamericanas, lo que culminó en el movimiento Panamericano; sin embargo, sur-
gieron poderosos movimientos nacionalistas y antiimperialistas en América del Sur y

28 Op. Cit.; pp. 221 y 222


29 Op. cit.: p. 223
30 Este especialista geógrafo político fue más importante que Spykman por su ascendente en las decisiones políticas del establishment,

paradójicamente, menos conocido, además, gran conocedor de la realidad de Sudamérica, no solo libresco, ya que la recorrió por
décadas en varias misiones y expediciones. De joven participó en la expedición que “descubrió” Machu Picchu, dirigida por el
arqueólogo Hiram Bingham en 1911. También fue consejero de varios presidentes y uno de los fundadores del CFR que, como es
sabido, es el think tank norteamericano con mayor influencia sobre la política internacional de su país.
31 University of California Press, Berkeley and Los Angeles, 2003.

6
Central, incluso entre las clases medias. El mapeo de la región por parte de los gringos fue
un asunto delicado.”32
Esta cita es concluyente porque primero confirma que el sistema de subordinación esta-
blecido en Iberoamérica conocido como panamericanismo es una creación del establishment
gringo - impuesto gracias a la política del gran garrote y la diplomacia del dólar - con la
complicidad de las oligarquías latinoamericanas, y crearon un organismo ad hoc llamado
Unión Panamericana, que impulsó diez Conferencias, hasta que fue reemplazada en 1948
por la OEA. En segundo lugar, reconoce (como Spykman y otros funcionarios del Departa-
mento de Estado) que el auge de las distintas concepciones y movimientos nacionalconti-
nentalistas iberoamericanas de ese entonces fueron otro de los obstáculos para el dominio
de América latina; movimientos que estuvieron auspiciados y dirigidos por intelectuales,
diplomáticos, políticos, ministros de estado, educadores, periodistas, etc.
La primera ola de este nacionalismo continental antimperialista sobresale José Martí,
quien ya en la primera Conferencia panamericana realizada en Washington de 1889 convocó
a la Segunda Independencia, evento donde los yanquis quisieron plasmar, bajo acuerdos, el
panamericanismo. Resaltó también las diferencias entre las dos Américas, por la pertenencia
a una mancomunidad étnica, religiosa, cultural e histórica, a la que designa Nuestra América,
como signo de identidad de los pueblos sudamericanos.
Pocos años después surge lo que se conoce como la generación del 900, encabezada por
Rodó, con su libro Ariel arriba aludido, quien hace un llamado a la juventud para rechazar
“la concepción utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, […]
que ha solido llamarse, en Europa, el espíritu de americanismo” y a su “grandeza titánica”,
productos de ese “yanquismo democrático, ateo de todo ideal, que invade el mundo”, por lo
que “… niego al utilitarismo norteamericano ese carácter típico con que quiere imponérsenos
como suma y modelo de civilización”33. A este canto de sirena civilizacional, Rodó lo llamó
“nordomanía”. Todo lo anterior simboliza Caliban, el espíritu anglosajón, mientras que Ariel
representa el paradigma del latinoamericano, “idealidad y orden en la vida, noble inspiración
en el pensamiento, desinterés en moral, buen gusto en arte, heroísmo en la acción, delica-
deza en las costumbres”34.
Continuando la veta Arielista, sobresalen el poeta nicaragüense Rubén Darío, el venezo-
lano Rufino Blanco Bombona, el argentino Manuel Ugarte, el dominicano Pedro Henríquez
Ureña, el mexicano José Vasconcelos, el peruano Francisco García Calderón, etc., quienes se
distancian del primer continentalismo forjado por nuestros héroes de la Independencia, al
tomar conciencia que el verdadero enemigo de las jóvenes naciones hispanoamericanas ya
no es España sino el imperialismo usamericano. Hacen las “paces” con el antiguo imperio
colonial, es más, terminan solidarizándose con éste por la guerra emprendida por Norteamé-
rica, pues sienten e interpretan que esta agresión no fue solo contra el decaído Imperio sino
dirigida a la esencia del ser sudamericano. Inspirándose en Martí, incorporan al discurso
nacionalcontinentalista la categoría del indio y mestizo, superando a la anterior concepción
postindependista que giraba en torno al ideal del criollo. Esto produjo un nacionalismo de
carácter antiimperialista y acentuadamente antiestadounidense, además, mezclado con
ideas socialistas -no siempre claras ni bien definidas-, pero también perfilan ese pensar en
términos de continente. La proyección fue considerable, pues lograron penetrar en los movi-
mientos revolucionarios, organizaciones obreras, universidades o influenciar algunos

32 Smith, Neil: American Empire. Roosevelt’s geographer and the prelude to globalization. p. 95
33 Rodó, José E.: Obras Completas. Aguilar S.A., Madrid, 1967
34 Op cit.: p. 248

7
gobiernos del hemisferio. Podemos añadir a esta perspectiva al argentino Ricardo Rojas, el
venezolano Laureano Vallenilla Lanz, los peruanos Antenor Orrego y Víctor Haya de la To-
rre, o al ecuatoriano José Peralta, y muchos más.
Aproximadamente a un siglo de distancia, el panorama en la América Románica relativo
a la generación e influencia de pensadores antimperialistas es un poco desolador. El giro
cultural y político luego de la II Guerra Mundial es crucial. La hegemonía alcanzada por
Estados Unidos se reflejó igualmente en el campo de las ideas, ya que instaló paulatinamente
una hostilidad hacia cualquier pensamiento alternativo nacionalista, como ejemplos, el caso
de las universidades sería digno de estudio para entender cómo terminaron convirtiéndose
en uno de los sostenes del Sistema o, el rol de las Fuerzas Armadas latinoamericanas, redu-
cidas a una ignominiosa dependencia al imperialismo del norte, no solo por el aprovisiona-
miento de material bélico, tecnológico y financiero sino, peor aún, por el ideológico, debido
a la cooperación militar iniciada durante la misma guerra mundial, bajo el pretexto del “pe-
ligro comunista”, subscribieron nuestras fuerzas militares la tristemente célebre doctrina de
seguridad nacional e irradiada desde la Escuela de las Américas.
Asimismo, los centros de conducción mundialista, aprovechando nuestras debilidades
conceptuales identitarias, están promoviendo la existencia de una civilización hispánica en
estos tiempos, cuando en la misma España ya no queda casi huella de los valores que inspi-
raron a su pasado imperial, y peor en la América del Sur, como si no hubieran transcurrido
más de 200 años de nuestra separación sin ninguna consecuencia; fantasmagórica propuesta,
adobada con nombres pomposos como Iberósfera o Iberofonía, anzuelos para acomplejados
“sudacas” que reniegan del mestizaje, pero como se sienten en su interior “pseudo blancos”
(Vasconcelos)35, van a pedir reconocimiento de su españolidad en la “Madre Patria”. Parafra-
seando al libro de Max Henríquez Ureña: “El retorno de los galeones”, lo que nos ofrecen es
el regreso de una colonia inglesa llamada España, con líderes de la calaña de un José María
Aznar, Mario Vargas Llosa o el banquero presidente ecuatoriano Guillermo Lasso, todos de
la Fundación Internacional para la Libertad, involucrados en los Pandora Papers, además, al
partido liberal-sionista Vox junto a una monarquía corrupta, que se enriqueció mediante
coimas por intermediar en los negocios de grandes corporaciones internacionales; o capitales
y bancos con nombre españoles, pero manejados por los verdaderos dueños originarios de la
City de Londres, oligarquías foráneas que no esperan el momento para nuevamente hacer la
América.
Por otro lado, llama la atención la porfía de los grupos geopolíticos “alternativos” por
promocionar sin crítica alguna a Alexandr Dugin, quien insiste en presentar a Trump como
alternativa al Sistema, y en recurrir ¡al Great Awakening36 puritano! para enfrentar a la
Agenda 2030. Parece pues no informado de las declaraciones de Trump sobre Venezuela y
su petróleo, ni de las visitas a nuestra América de la general Laura Richardson, jefa del Co-
mando Sur, que considera prioridad nacional, National Security, a la Amazonía, el litio, el
petróleo y demás recursos naturales nuestros. Con los grupos “metapolíticos” de los que en
su momento hizo de vocero, el ruso impulsa además a Bergoglio papa como líder teopolítico
que, círculos jesuitas y vaticanistas mediante, defendería nuestra identidad continental.

35
Sudamericanos que se consideran “occidentales” o “atlantistas” deben ver en S. Huntington, El Choque de civilizaciones el primer
mapa: “Occidente y el resto del mundo: 1920”; para las élites gringas, los Iberoamericanos somos “real o nominalmente indepen-
dientes de Occidente”.
36 The Great Awakening vs. The Great Reset. London, Arktos Media LTD. 2021. Cfr.: Claudio Mutti: “El Gran Despertar”.

https://www.eurasia-rivista.com/el-gran-despertar/

8
Ahora, no todo está perdido, se sienten ya los vientos de cambio a nivel mundial por
el avance de un orden multipolar, cierto es que falta mucho todavía y las potencias imperia-
les harán todo lo posible para torpedearlo, inclusive una guerra mundial, pero somos testigos
de algunos resquebrajamientos en el ámbito de las finanzas y de la moneda universal, en el
comercio internacional y, en general, en el geopolítico. Esta coyuntura debe ser aprovechada
por los países de Nuestra América, se nos abre un abanico de oportunidades, un margen de
maniobra para retomar los procesos de integración, el fortalecimiento de los estados-nación,
el uso nacional y racional de nuestros recursos naturales, la reindustrialización de nuestras
economías, pero claro, sin una reforma educativa a todo nivel, sin incentivos a la capacidad
de innovar o emprender, cualquier esfuerzo o estrategia quedará trunca.
Lo anterior no obsta cuestionarnos ¿qué ofrecemos como espacio cultural en este mundo
multipolar? ¿Seguiremos imitando al ethos anglosajón y su avasallante espíritu crematístico?
¿Nos seguiremos conformando como países proveedores de materias primas y productos se-
mielaborados? ¿En base a qué raíces histórico-culturales nos insertaremos en esta nueva co-
yuntura mundial? A nivel de gobiernos encontramos solo indefiniciones, no hay una seria
preocupación por el tema, peor en los organismos o instituciones llamados a proporcionar
las directrices a nuestros gobernantes y pueblos. Por esto es importantísimo regresar a nues-
tros pensadores nacionalcontinentalistas, estudiarlos, debatirlos, ponerlos al día, para estar
mejor preparados y tener claro el horizonte por venir. Algo se percibió en la reciente Cumbre
CELAC-Unión Europea en Bruselas, muchos de nuestros países se opusieron a las exigencias
de Joseph Borrell y compañía, la “jungla” ya no admira pues tanto las flores y fuentes del
“jardín europeo”. Alguien notó que para Latinoamérica la única colonia presente en la cum-
bre era la Unión Europea precisamente… Y muchos países de Asia y África apuestan por un
mundo multipolar. Norteamérica advierte por eso que su supremacía se corroe, y busca con-
trolar mejor a su retaguardia, su patio trasero, es decir, a nosotros.
Algunos países eurasiáticos están tomando medidas no solo en sus estructuras económicas
sino también sobre sus propias cosmovisiones, despertándolas, regresando a sus raíces, para
enfrentar con bases sólidas a estos cambios tectónicos; casos como en la Cumbre de la Orga-
nización de Cooperación de Shangai del año pasado en Samarcanda, el presidente uzbeco
resaltó la importancia de su capital en la “Ruta de la Seda” y la figura de Tamerlán, como eje
de la identidad de su pueblo, además, de manera simbólica, restauró la zona y las tumbas
donde están enterrados todos los sabios musulmanes que fungían de asesores del gran con-
quistador. En la misma senda, en la Reunión del G-20 en Bali, el primer ministro de Indone-
sia habló que su cultura engloba todo el accionar de su gente, y se basan en dos principios
budistas: sekala y niskala, lo secular y lo sobrenatural, pero la sofisticación de su cultura no
hace una marcada diferencia como en occidente, por lo que aplican hasta en lo más prosaico,
es decir, los negocios; lo cual es un evidente rechazo a la concepción utilitarista anglosajona.
Para no alargar, mencionaremos de pasada el fuerte fundamento cultural de China, una mez-
cla de su sabiduría imperial, taoísmo y confucianismo, con los desarrollos del maoísmo; o el
despertar de Rusia, al retomar su tradición zarista, los valores de la Iglesia Ortodoxa, sin
rechazar algunos de los aportes positivos del estalinismo a su historia e identidad.
Son años decisivos para la América Románica, la oportunidad está planteada, sino gene-
ramos una propia cosmovisión, una propia cultura e identidad, y si seguimos actuando guia-
dos por los intereses de otras potencias, dejando de lado los nuestros, proseguiremos siendo
colonia de Estados Unidos; por eso tenemos que propender a un gran espacio, a una comu-
nidad continental, más allá de lo económico y, al contrario, insistir en una integración tam-
bién en lo militar, en lo estratégico, respetando las soberanías de las patrias americanas. Igual

9
de importante es la disputa por la hegemonía cultural y el dominio político-económico a las
oligarquías “nacionales”, sin esto, no hay proyecto político regenerador que pueda impo-
nerse; tampoco olvidarse del aspecto religioso, y comprender que el Vaticano hace décadas
se pasó al lado enemigo.
En fin, si la Guerra Hispano-Norteamericana fue el punto de partida para su expansio-
nismo mundial, más tarde recubierto con tintes universalistas por Wilson para enmascarar
sus objetivos imperialistas, en cambio, para Hispanoamérica fue una sacudida que operó en
nuestros ilustres pensadores al discernir la trampa existente en la oposición impuesta entre
Civilización y Barbarie, pues acertaron que los nuevos bárbaros eran los yanquis, a pesar de
sus novísimas máquinas de guerra y la grandilocuencia de sus discursos ético-humanitarios,
ya que no son más que la vanguardia de la decadencia y el desarraigo, la palanca para la
instauración del reino de la crematística, de la muerte de todo sensus lingüístico, viva expre-
sión de la hybris (la prepotencia o desmesura en todos los ámbitos de la actividad humana);
igualmente, sirvió para diferenciar entre el alma de la América Románica y la de Estados
Unidos, y demostrar que los representantes verdaderos de América somos los nacidos desde
el Río Bravo al Estrecho de Magallanes (Martí), pues somos más americanos, somos más ame-
ricanos que el hijo de anglosajón (Tigres del Norte).

FRANCISCO DE LA TORRE
Tumbaco, Agosto 2023

10

También podría gustarte