Está en la página 1de 49

1 | LAS MIL Y UNA NOCHES

PROVINCIA DE BUENOS AIRES

GOBERNADOR
Dn. Daniel Scioli

VICEGOBERNADOR
Lic. Juan Gabriel Mariotto

DIRECTORA GENERAL DE CULTURA Y EDUCACIÓN


Dra. Silvina Gvirtz

VICEPRESIDENTE 1° DEL CONSEJO GENERAL


DE CULTURA Y EDUCACIÓN
Prof. Daniel Lauría
3 | LAS MIL Y UNA NOCHES

ESTE LIBRO PERTENECE A:

.............................................................
LAS MIL
Y UNA NOCHES

Selección de textos: María Elena Cuter y Cinthia Kuperman


Adaptación: Mirta Torres
Cuidado de la edición y corrección: Martín Alzueta
Diseño gráfico: Malena Cascioli
Copyright: IIPE - UNESCO 2011 / EUDEBA 2012
Hecho el depósito que establece la Ley 11.723
Libro de edición argentina. Estos libros son distribuidos en forma gratuita en
establecimientos públicos de la Provincia de Buenos Aires. Prohibida su venta.

Las mil y un una noches / adaptado por Mirta Torres ; ilustrado por
Diego Moscato. - 1a ed. -
Buenos Aires : Eudeba; La Plata: Dirección General de Cultura
y Educación de la Provincia de Buenos Aires. Programa Textos
Escolares para Todos, 2012.
96 p. : il. ; 24x16 cm.
ISBN 978-950-23-1907-0
1. Literatura Infantil. I. Torres, Mirta, adapt. II. Moscato, Diego,
ilus.
CDD 863.928 2
Fecha de catalogación: 13/01/2012
Algunas historias de

LAS MIL
Y UNA NOCHES
ANTOLOGÍA DE CUENTOS ORIENTALES
ILUSTRADO POR: DIEGO MOSCATO
ÍNDICE

PAG. 9 de cómo sherezade evitó que el rey le


cortara la cabeza

PAG. 17 los viajes de simbad el marino

PAG. 39 alí babá y los cuarenta ladrones

PAG. 61 aladino y la lámpara maravillosa

PAG. 89 de cómo sherezade y el rey vivieron felices

PAG. 93 glosario
9 | LAS MIL Y UNA NOCHES

DE CÓMO SHEREZADE
EVITÓ QUE EL REY
LE CORTARA LA CABEZA

ace muchísimos años, en las lejanas tierras de Oriente, hubo un rey


llamado Shariar, amado por todos los habitantes de su reino.
Sucedió sin embargo que un día, habiendo salido de cacería, regresó a su palacio
antes de lo previsto y encontró a su esposa apasionadamente abrazada con uno de
sus jóvenes esclavos. –¡Ay! –sollozó el rey–. ¡Siento en mi corazón un fuego que
quema!–. E inmediatamente ordenó que su esposa y el esclavo fueran degollados.
La muerte de su esposa infiel no calmó el fuego que infamaba el corazón del rey
Shariar. Su rostro iba perdiendo el color de la vida y se alimentaba apenas. Ya lo
dijo el poeta:
11 | LAS MIL Y UNA NOCHES

Amigo: ¡no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas!


¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil!
Y nunca digas: “¡Si me enamoro, evitaré las locuras
de los enamorados!” ¡No lo digas!
¡Sería verdaderamente un prodigio ver salir a un hombre
sano y salvo de la seducción de las mujeres!

Convocó entonces el rey a su visir y le mandó que cada día hiciera venir a su
palacio a una joven doncella del reino. El rey las desposaba pero, con las primeras
luces del amanecer, recordaba la infidelidad de su esposa y una nube de tristeza le
velaba el rostro. Entonces, hacía decapitar a las doncellas ardiendo de odio hacia
todas las mujeres.
Transcurrieron así los años sin que Shariar encontrara paz ni reposo mientras,
en el reino, todas las familias vivían sumidas en el horror, huyendo para evitar
la muerte de sus hijas.
Un día, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese a una joven. El
visir, por más que buscó, no pudo encontrar a ninguna y regresó muy triste a
su casa, con el alma llena de miedo por el furor del rey: –¡Shariar ordenará esta
noche mi propia muerte!– pensó. Pero el visir tenía dos hermosas hijas, la mayor
llamada Sherezade y la menor de nombre Doniazada.
Sherezade era una joven de delicadeza exquisita. Contaban en la ciudad que
había leído innumerables libros y conocía las crónicas y las leyendas de los reyes
antiguos y las historias de épocas remotas. Sherezade guardaba en su memoria
relatos de poetas, de reyes y de sabios; era inteligente, prudente y astuta. Era muy
elocuente y daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: –¿Por qué te veo soportando, padre, tantas
aflicciones?–. El visir contó a su hija cuanto había ocurrido desde el principio al
fin. Entonces le dijo Sherezade: –¡Por Alah, padre, cásame con el rey! ¡Prometo
salvar de entre las manos de Shariar a todas las hijas del reino o morir como
el resto de mis hermanas!–. El visir contestó: –¡Por Alah, hija! No te expongas
13 | LAS MIL Y UNA NOCHES

nunca a tal peligro–. Pero Sherezade insistió nuevamente en su ruego. Entonces –Pues nada son comparados con los que os podría contar la noche próxima, si el
el visir, sin replicar nada, hizo que preparasen el ajuar de su hija y marchó a rey quiere conservar mi vida–. El rey dijo para sí: –¡Por Alah! No la mataré
comunicar la noticia al rey Shariar. hasta que haya oído el final de su historia–. Y por primera vez en muchos años
Mientras su padre estaba ausente, Sherezade instruyó de este modo a su hermana durmió un sueño tranquilo.
Doniazada: Al despertar, marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir que llevaba
–Te mandaré llamar cuando esté en el palacio y en cuanto llegues y veas que el rey debajo del brazo un sudario para Sherezade, a quien creía muerta. Pero nada le
ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana, cuenta alguna historia dijo al rey porque él seguía administrando justicia, designando a algunos para
maravillosa que nos haga pasar la noche.” Entonces yo narraré cuentos que, si ciertos empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. El visir regresó a su
Alah quiere, serán la causa de la salvación de las hijas de este reino. casa perplejo, en el colmo del asombro, al saber que su hija había sobrevivido a la
noche de bodas con el rey Shariar.
Regresó poco después el visir y se dirigió con su hija mayor hacia la morada
del rey. El rey se alegró muchísimo al ver la belleza de Sherezade y preguntó a Cuando terminó sus tareas, el rey volvió a su palacio. Al llegar por fin la segunda
su padre: –¿Es esta la doncella con quien me desposaré esta noche?–. Y el visir noche, Doniazada pidió a su hermana que concluyera la historia del mercader y
respondió respetuosamente: –Sí, lo es. el efrit. Sherezade dijo: –De todo corazón, siempre que este rey tan generoso me
lo permita–. Y el rey, que sentía gran curiosidad acerca del destino del mercader,
Pero acabada la ceremonia nupcial, cuando el rey quiso acercarse a la joven, ordenó: –Puedes hablar.
Sherezade se echó a llorar. El rey le dijo: –¿Qué te pasa?–. Y ella exclamó: –¡Oh
rey poderoso, tengo una pequeña hermana, de la cual quisiera despedirme!–. El Sherezade prosiguió su relato y lo hizo con tanta astucia que, al llegar la mañana,
rey mandó buscar a la hermana que llegó rápidamente, se acomodó a los pies del Doniazada y el rey ya estaban escuchando un nuevo cuento.
lecho y dijo: –Hermana, cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche–. En el momento en que vio aparecer la luz del día, Sherezade discretamente
Sherezade contestó: –De buena gana y con todo respeto, si es que me lo permite este dejó de hablar. Entonces su hermana Doniazada dijo: –¡Ah, hermana mía!
rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras–. El rey, al oír estas palabras, ¡Cuán deliciosas son las historias que cuentas!–. Sherezade contestó: –Nada es
como no tenía ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar el relato de comparable con lo que te contaré la noche próxima, si este rey tan generoso decide
Sherezade. que viva aún–. Y el rey se dijo: –¡Por Alah! no la mataré hasta que le haya oído
la continuación de su relato, que es asombroso.
Aquella primera noche, Sherezade empezó a contar la historia del mercader que,
en uno de sus viajes por el desierto, cayó en manos de un efrit que quería cortarle Entonces el rey se entregó al descanso y marchó más tarde a la sala de justicia.
la cabeza. El mercader, en su afán por salvar su vida, le contaba al genio maligno Entraron el visir y los oficiales y se llenó el lugar de gente. Y el rey juzgó, nombró,
tantos relatos maravillosos que llegó el amanecer sin que Sherezade hubiese destituyó, despachó sus asuntos y dio órdenes hasta el fin del día. Luego se puso de
concluido la historia. Entonces, la joven se calló discretamente, sin aprovecharse pie y volvió a su palacio y a su alcoba.
más del permiso que le había concedido Shariar. Su hermana Doniazada dijo: Doniazada dijo: –Hermana mía, te suplico que termines tu relato–. Y Sherezade
–¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y sabrosos son tus relatos!–. Sherezade contestó: contestó: –Con toda la alegría de mi corazón.
15 | los viajes de simbad el marino

Y prosiguió con la historia. Como la noche anterior, supo interrumpir su narración


justo en el momento más interesante, al llegar el amanecer. El rey, para conocer el
desenlace del cuento, decidió postergar nuevamente la muerte de su esposa.
Al llegar el alba de la noche siguiente, cuando Doniazada manifestó cuán
interesante había resultado el nuevo relato, respondió Sherezade: –Pero es más
maravillosa la historia del pescador.
Y el rey preguntó con curiosidad: –¿Qué historia del pescador es esa?–. –La que
os contaré la noche próxima, –señaló Sherezade–, si vivo todavía–. Entonces el
rey dijo para sí: –¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la historia del pescador,
que debe ser verdaderamente maravillosa.
La misma decisión tomó el rey Shariar al día siguiente y en los sucesivos días.
Sherezade anunciaba nuevas historias, las interrumpía sabiamente o las
entrelazaba de tal modo que el personaje de un cuento contaba un cuento en el
que un personaje contaba un cuento... Así, una historia llevaba a la otra en una
narración sin fin que iba dejando a la joven un día más de vida, una semana
más, un mes, un año tras otro año.
Transcurridas quinientas treinta y seis noches, Sherezade empezó a narrar las
aventuras de Simbad el Marino. Y las hazañas de Simbad, ¡gracias sean dadas
a Alah!, se enlazaron una con otra durante treinta noches y llegaron a nuestros
oídos tal como podréis escucharlas ahora.
17 | los viajes de simbad el marino

LOS VIAJES DE
SIMBAD EL MARINO

e llegado a saber, oh rey afortunado, que en tiempos del califa


Harún Al-Rachid vivía en la ciudad de Bagdad un hombre
llamado Simbad el Faquín. Era pobre y para ganarse la vida transportaba
pesados bultos sobre su cabeza de un punto a otro de la ciudad. Un día de
calor excesivo pasó por delante de la puerta de una casa que debía pertenecer
a algún mercader rico; soplaba allí una brisa gratísima y cerca de la puerta
se veía un banco para sentarse. Al verlo, el faquín Simbad dejó su carga y se
sentó. Entonces no pudo menos que suspirar y exclamar: “¡Gloria a Ti, oh
Alah! Por la mañana, yo, Simbad el Faquín, me levanto agotado del trabajo
del día anterior; el propietario de esta mansión, en cambio, disfruta de sus
guisos y se rodea de sonidos y aromas delicados. ¡Oh, Alah, quiero creer que
gobiernas con sabiduría!” Simbad el Faquín se dispuso a recoger su fardo
para marcharse. Pero salió por la puerta un joven sirviente que le tomó la
19 | los viajes de simbad el marino

mano y dijo: –Mi señor ha escuchado tus lamentaciones y te manda llamar.


Sígueme.
Simbad se dejó llevar, avergonzado y cabizbajo. El señor de la casa le
ofreció los mejores manjares y le dijo: –He sabido que te llamas igual que
yo, porque mi nombre es Simbad el Marino. Este bienestar que ves en mi
vejez ha sido adquirido después de grandes fatigas. Te contaré la historia
de mi vida.
“Has de saber que mi padre fue un rico comerciante. Cuando murió yo era
muy joven. Me hice hacer costosos vestidos, me rodeé de servidores e invité
a grandes banquetes hasta que un día descubrí que me encontraba a las
puertas de la pobreza. Vendí todo lo que me quedaba y adquirí mercancías
para salir a comerciarlas. Me embarqué junto con otros y navegamos por el
río Basora hasta salir al mar y alejarnos de las costas de la patria.

Navegamos durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en


tierra y de puerto en puerto. Allí por donde pasábamos, vendíamos y comprábamos
obteniendo provecho de nuestro trabajo.

Un día llegamos a una pequeña isla que parecía un jardín. El capitán mandó
echar anclas y los comerciantes que íbamos a bordo desembarcamos. Unos
decidieron descansar, otros recorrer el lugar y algunos encendieron lumbre
para preparar alimentos.
De repente, tembló la isla toda con una ruda sacudida. El capitán, que
permanecía en la orilla, empezó a dar grandes voces: –¡Alerta, pasajeros!
Esta no es una isla sino un pez gigantesco dormido en medio del mar.
La arena se le ha ido amontonando y sobre ella ha crecido el musgo y los
árboles. Vuestras hogueras lo han despertado. ¡Abandonad vuestras cosas y
salvad vuestras vidas!
Los pasajeros, aterrados, echaron a correr hacia el navío. Algunos pudieron
21 | los viajes de simbad el marino

alcanzarlo, otros no lo lograron porque el enorme pez se había puesto ya Grité entonces con toda mi voz: –¡Yo soy Simbad el Marino!
en movimiento. Yo me vi de pronto rodeado por las olas tumultuosas que
Luego añadí: –Cuando se puso en movimiento el enorme pez a causa del
se cerraban sobre los lomos del monstruo. Me aferré a un tronco mientras
fuego que encendieron en su lomo, yo fui de los que no pudieron ganar tu
veía alejarse al navío con aquellos que habían logrado alcanzarlo, ¡que Alah
navío y cayeron al agua. Pero me salvé gracias a un tronco de madera sobre
los perdone!
el que me puse a horcajadas hasta alcanzar la costa.
Me senté sobre el tronco y remé con brazos y piernas a favor del viento.
Al escucharme, el capitán exclamó: –¡No hay más poder que en Alah, el
Así pasé un día y dos noches hasta que el viento y las olas me arrastraron a
Altísimo!–. El capitán me entregó los fardos. Después seguimos navegando
las orillas de una isla. Allí quedé sumido en un sueño profundo hasta que
hasta llegar al puerto, vendí allí mis mercancías y regresé a Bagdad, donde
el ardor del sol logró despertarme. Me arrastré hasta una llanura cercana;
volví a ver a mi familia y a mis amigos.
bebí agua dulce y comencé a alimentarme con los frutos caídos de los
árboles. Poco a poco, recobré mis fuerzas. Pasó cierto tiempo, y empezaba Inicié una nueva vida comiendo manjares admirables y bebiendo bebidas
a estar harto de tanta soledad. Solía recorrer la orilla del mar a la espera preciosas y olvidé las penurias pasadas y los peligros sufridos. Pero mañana,
de algún navío que pudiera recogerme. Una mañana, ascendí a una punta si Alah quiere, les contaré, ¡oh invitados míos!, el segundo de los viajes que
rocosa para observar el horizonte y, desde allí, descubrí una vela entre las emprendí.”
olas. Desgajé una rama e hice señas con ella lanzando al viento grandes
alaridos. Finalmente me vieron y se acercaron a la costa para socorrerme. Y Simbad el Marino se encaró con Simbad el Faquín y le rogó que cenase
En la nave, me ofrecieron alimentos y ropas para cubrir mi desnudez y me con él. Luego, hizo que le entregaran mil monedas de oro y antes de
sentí invadido por un gran bienestar. Al día siguiente, conté mi historia y el despedirlo lo invitó a volver al día siguiente.
capitán se compadeció mucho de mis penas.
La segunda noche habló Simbad en estos términos a su convidado:
–Quisiera serte útil, –me dijo–. Has de saber que llevamos navegando y
“Verdaderamente yo vivía la más dulce de las vidas, cuando un día asaltó
comerciando muchísimo tiempo. Ahora nos dirigimos a un puerto cercano.
mi espíritu el deseo de recorrer otros mares, de conocer otras islas y otros
Para que no tengas que llegar a tu tierra en tan miserable estado, mi deseo
hombres. Fui pues al zoco y compré las mercancías que pretendía exportar.
es entregarte los fardos de un mercader que embarcó con nosotros en
Busqué luego un navío hermoso y nuevo, provisto de velas de buena calidad
Basora pero que ha perecido ahogado. Encárgate de vender las mercancías
y transporté a él mis fardos.
y yo te daré una retribución por tu trabajo; después te dirigirás a Bagdad,
preguntarás por la familia del ahogado y les harás llegar el importe de lo
que vendas más las mercancías sobrantes. Navegamos durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en
Al oír estas palabras, miré atentamente al capitán y lleno de emoción tierra y de puerto en puerto. Allí por donde pasábamos, vendíamos y comprábamos
pregunté: –¿Y cómo se llamaba ese mercader, capitán? obteniendo provecho de nuestro trabajo.
Él me contestó: –¡Simbad el Marino!
23 | los viajes de simbad el marino

Un día, Alah nos condujo hasta una isla con multitud de árboles de que en su vuelo tapaba el sol y que alimentaba a sus polluelos con elefantes.
deliciosos frutos y flores olorosas, pájaros cantores y arroyos cristalinos. ¡La cúpula blanca era uno de los huevos que empollaba aquel Roc! El
Yo fui a sentarme a orillas de un arroyo. Me tendí en el césped y dejé pájaro descendió sobre el huevo, extendió sobre él sus alas inmensas, dejó
que se apoderara de mí el sueño, en medio de la frescura y los aromas del descansando a ambos lados sus dos patas en tierra y se durmió. Yo quedé
ambiente. Dormí durante muchas horas, tantas que cuando desperté, no debajo de una de sus patas, que parecía más gruesa que el tronco de un
encontré a nadie. Me puse a llorar preso de un terror profundo. Desesperado, árbol añoso. Tomé una decisión: me quité el turbante, lo trencé como una
recorrí la isla en todas direcciones sin poder encontrar huellas humanas. cuerda y me até con ella a la inmensa pata del pájaro Roc. Me dije que no
Trepé a un árbol altísimo y, al mirar atentamente, descubrí a lo lejos algo podría sobrevivir en la isla pero que el Roc en su vuelo tal vez me condujera
blanco e inmenso. Bajé del árbol y avancé con mucha cautela hacia aquel a parajes civilizados.
sitio. Cuando estuve más cerca, advertí que era una inmensa cúpula de
Al amanecer, el Roc se irguió, lanzó un grito horroroso y se elevó por los
blancura resplandeciente, pero no descubrí la puerta de entrada. Mientras
aires conmigo colgado de su pata. Atravesó el mar volando por encima de
reflexionaba, advertí que de pronto desaparecía el sol y el día se tornaba en
las nubes y después de mucho rato empezó a descender hasta posarse en
una noche negra. Alcé la cabeza para mirar las nubes y vi un pájaro enorme,
tierra. Me apresuré a desatarme pero el pájaro no descubrió mi presencia,
de alas formidables, que volaba tapando el sol y oscureciendo la isla.
como si se tratara de alguna mosca o de una hormiga que por allí pasase. El
Recordé entonces con terror lo que contaban algunos viajeros: que en las Roc se precipitó a cazar un animal inmenso y se elevó con él entre sus garras
islas del sur vivía un pájaro gigantesco de alas descomunales, llamado Roc, nuevamente en dirección al mar. Me dispuse entonces a reconocer el lugar.
25 | los viajes de simbad el marino

Observé que todo el suelo estaba cubierto de diamantes de gran tamaño.


Pero vi también que en todas direcciones se desplazaban serpientes gruesas
como palmeras y supe que me hallaba al borde de la muerte. Sentí gran
pánico y corrí hacia una cueva para salvar mi vida. Entré y cuando me
habitué a la oscuridad advertí que lo que a primera vista tomé por una
enorme roca negra era una serpiente enroscada sobre sus huevos. Sentí
entonces en mi carne el horror de semejante espectáculo. La piel se me
encogió como una hoja seca, temblé de terror y caí al suelo sin conocimiento.
Así permanecí hasta la mañana. Cuando desperté, y pude convencerme de
que no había sido devorado todavía, tuve suficiente aliento para deslizarme
hasta la entrada y lanzarme fuera, tambaleándome como un borracho a
causa del sueño, del hambre y del terror.
Mientras deambulaba, cayó a mis pies desde las alturas el esqueleto de un
buey sacrificado. Los restos de carne estaban frescos y sanguinolentos. Alcé
los ojos pero no vi a nadie. Recordé en ese momento lo que se contaba de
los buscadores de diamantes: como los buscadores no podían bajar al valle
de las serpientes, mataban bueyes o carneros, los desollaban y arrojaban
las carcasas a los precipicios, donde iban a caer sobre los diamantes que
se incrustaban en ellas profundamente. Entonces llegaban unas enormes
águilas para llevarse a sus nidos los restos de los animales como alimento de
sus crías. Los buscadores de diamantes se precipitaban sobre ellas lanzando
grandes gritos para obligarlas a soltar su presa. Recogían los diamantes
adheridos a la carne fresca, abandonaban la res para alimento de las águilas
y regresaban a su país.
Me asaltó la idea de que podía tratar aún de salvar mi vida y salir de aquel
valle. Me incorporé y comencé a amontonar una gran cantidad de diamantes,
abarroté con ellos mis bolsillos, me los introduje entre el traje y la camisa,
llené mi calzón y los pliegues de mi ropa. Tras de lo cual, desenrollé la tela
de mi turbante, como la primera vez... Luego me introduje en el costillar
del buey me até bien fuerte con el turbante a los cuartos traseros y esperé.
A mediodía, un águila de gran tamaño se precipitó sobre la presa, la aferró
27 | los viajes de simbad el marino

y la elevó por los aires conmigo escondido en su interior. Noté luego que junto con el cadáver del elefante ensartado en su cuerno. Así dispone Alah
se posaba en su nido y que empezaba a desgarrarla con grandes picotazos que se alimenten sus enormes polluelos.
que amenazaban con desgarrar mi propia carne. De pronto, se escuchó
Viví algún tiempo en aquella isla y tuve ocasión de cambiar mis diamantes
un griterío y el sonido de tambores que asustaron al ave y la obligaron a
por más oro y plata de lo que podría contener un navío. ¡Después regresé a
emprender nuevamente el vuelo.
Basora, país de bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!
Un grupo de hombres se acercó. Desaté mis ligaduras y salí de la res. Estaba
Tras los saludos propios del retorno, no dejé de comportarme generosamente,
cubierto de sangre de pies a cabeza por lo que mi aspecto debía resultar
repartiendo dádivas entre mis parientes y amigos, sin olvidar a nadie.
espantoso. Los hombres se alejaron pero yo grité: –¡No temáis! Soy un
Disfruté alegremente de la vida, comiendo manjares exquisitos y bebiendo
hombre de bien.
licores delicados. Pero mañana, ¡oh mis amigos!, os contaré las peripecias
El propietario del buey se inclinó sobre la carne y la escudriñó sin encontrar de mi tercer viaje, el cual es mucho más interesante que los dos primeros.”
allí los diamantes que buscaba. Alzó sus brazos al cielo, diciendo: –¡Qué
desilusión! ¡Estoy perdido!
Luego calló Simbad. Los esclavos sirvieron de comer y de beber. Después,
Al verlo, me acerqué a él que exclamó: –¿Quién eres? ¿Y de dónde vienes
Simbad el Marino hizo que dieran cien monedas de oro a Simbad el Faquín,
para robarme mi fortuna?
que las recibió dando las gracias y se marchó invocando sobre la cabeza de
Le respondí: –No temas nada porque no soy ladrón y tu fortuna en nada ha Simbad el Marino las bendiciones de Alah.
disminuido. Saqué en seguida de mi cinturón algunos hermosos ejemplares
Por la mañana se levantó el Faquín y volvió a casa del rico Simbad como
de diamantes y se los entregué diciéndole: –¡He aquí una ganancia que no
él le había indicado. Simbad el Marino empezó su relato de la manera
habrías osado esperar en tu vida! El propietario del buey manifestó su alegría
siguiente:
y me dio las gracias. Pasamos aquella noche en un lugar agradable y yo no
cabía en mí de gozo por hallarme otra vez entre personas civilizadas. “Sabed, ¡oh mis amigos!, que con la deliciosa vida que yo disfrutaba desde
el regreso de mi segundo viaje, olvidé completamente los sinsabores
Decidí permanecer en compañía de aquellas gentes para viajar por nuevas
sufridos y los peligros que corrí, aburriéndome de permanecer en
tierras. Llegué con ellos a una gran isla donde descubrí a un portentoso
Bagdad. Así es que mi alma deseó con ardor reemprender los viajes y el
animal que llaman rinoceronte; el rinoceronte pasta exactamente como
comercio. Adquirí ricas mercancías y partí de Bagdad para Basora. Allí
pastan las vacas y los búfalos en nuestras praderas. Su cuerpo es mayor
me esperaba un gran navío y no bien me encontré a bordo, nos hicimos
que el cuerpo del camello; al extremo del morro tiene un cuerno largo que
a la vela con la bendición de Alah para nosotros y para nuestra travesía.
le sirve para pelear y vencer al elefante, enganchándolo y teniéndolo en
vilo hasta que muere. Pero de poco le sirve esa ventaja, ya que no puede
desprenderse del cadáver, que empieza a derramar su grasa sobre los ojos Navegamos durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en
del rinoceronte cegándole y haciéndole caer. Entonces el rinoceronte se tierra y de puerto en puerto. Allí por donde pasábamos, vendíamos y comprábamos
tiende a morir hasta que llega el pájaro Roc y se lo lleva entre sus garras, obteniendo provecho de nuestro trabajo.
29 | los viajes de simbad el marino

Un día, estábamos en alta mar cuando de pronto vimos que el capitán del
navío se golpeaba con fuerza el rostro y se arrancaba los pelos de la barba.
Al verlo en ese estado, lo rodeamos preguntándole: –¿Qué pasa, capitán?
Contestó: –Mi corazón tiene presentimientos de muerte. Estamos a merced
de un viento contrario que nos ha desviado de la ruta. La tempestad está
sobre nosotros.
Por desgracia, no tardamos en ver que se cumplían los presentimientos del
capitán. El viento azotó las velas, las olas cortaron las amarras y dañaron
el timón. Impulsado por el viento, el navío se precipitó contra la costa y
encalló. La mayoría de nosotros se apresuró a descender y permanecimos
largo rato contemplando desde la playa los restos del navío. Los árboles
frutales y el agua dulce que abundaban en el lugar nos permitieron recobrar
un tanto nuestras fuerzas. Al amanecer, nos pareció ver entre los árboles
un edificio muy grande y avanzamos hasta acercarnos a él. Descubrimos
que era un palacio de mucha altura, rodeado por sólidas murallas con una
gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta, la
franqueamos y penetramos en una inmensa sala. Extenuados de fatiga
y miedo, nos dejamos caer y nos dormimos profundamente. Ya se había
puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso. Desde el techo,
vimos descender ante nosotros a un ser con rostro humano, alto como
una palmera, de horrible aspecto. Tenía los ojos rojos como dos tizones
inflamados, dientes salientes como los colmillos de un cerdo, una boca
enorme como el brocal de un pozo. Sus labios le colgaban sobre el pecho y
sus oscuras manos tenían uñas ganchudas cual las garras del león.
A su vista, nos llenamos de terror. Él fue a sentarse contra la pared y desde
allí comenzó a examinarnos en silencio uno a uno mientras encendía gran
cantidad de leña en el hogar que había en aquella sala. Tras de ello, se
adelantó hacia nosotros, fue derecho a mí, tendió la mano y me tomó de
la nuca. Me dio vueltas pero no debió encontrarme de su gusto porque me
dejó, echándome a rodar por el suelo, y se apoderó del capitán del navío.
31 | los viajes de simbad el marino

Eligió al capitán porque era un hombre robusto. Lo mató de un solo golpe, y corriendo en todos sentidos, intentó atrapar a alguno de nosotros. Pero
lo ensartó en un asador de hierro y lo asó como a un pollo dorándolo en las habíamos tenido tiempo de tirarnos al suelo de bruces a su derecha y a su
llamas de la hoguera. izquierda, de manera que a cada manotazo sólo encontraba el vacío. Acabó
Concluida su comida, el espantoso gigante se tendió sobre el piso y no tardó por dirigirse a tientas a la puerta y salió dando gritos espantosos.
en dormirse, roncando igual que un búfalo. Y permaneció dormido hasta Nos lanzamos entonces a la balsa que habíamos construido y empezamos a
la mañana. Lo vimos entonces levantarse y alejarse como había llegado. remar con las ramas más fuertes. El gigante, adivinando nuestra presencia,
En cuanto se marchó, todos estallamos en llanto considerando la forma empezó a arrojar hacia el mar inmensas rocas que levantaban altas olas
horrorosa en que moriríamos. al caer con estrépito en las aguas. La balsa se inclinó y algunos de los
Anochecía cuando la tierra volvió a temblar bajo nuestros pies y apareció marineros cayeron al mar. Sólo tres de nosotros permanecimos a flote, a
nuevamente aquel ser gigantesco, que volvió a repetir las maniobras de la merced del viento y las olas, hasta que una brisa nos acercó a una isla y en
tarde anterior. Sin embargo, cuando después de haber dormido se alejó ella descendimos.
nuevamente, uno de los marineros dijo: – ¡Escuchadme compañeros! ¿No Junto con mis compañeros, nos alimentamos de hierbas y frutos durante
creéis que vale más matar a este gigante que dejar que nos devore? ¡Antes de algunos días, pero al poco tiempo una barca de pescadores que se acercó
matarlo, construyamos una balsa con las ramas que cubren la playa; aunque a las costas nos recogió y en ella llegamos a una ciudad de altos edificios
la balsa naufrague y nos ahoguemos, habremos evitado que el monstruo cercana al mar. La llamaban la Ciudad de los Monos. Eran buena gente,
nos asesine! pero la vida allí no era fácil pues los bosques que rodeaban la ciudad estaban
Todos exclamamos: –¡Por Alah! ¡Es una idea razonable! Al momento habitados por multitud de monos que por las noches invadían en bandadas
nos dirigimos a la playa y construimos la balsa, en la que tuvimos cuidado el lugar. Para salvar sus vidas, los habitantes debían descansar en sus barcas
de poner algunas frutas y hierbas comestibles. Al anochecer, volvimos al y regresar a sus casas al amanecer, cuando los monos volvían al bosque.
palacio para esperar temblando al gigante. Todavía debimos observar sin Permanecimos pues durmiendo en la barca que nos había recogido. Un día,
un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de nuestros compañeros. Pero el dueño me dijo: –¿Eres pescador? ¿Tienes oficio?
cuando se durmió y comenzó a roncar nos aprovechamos de su sueño.
Le respondí que sólo sabía comprar y vender mercancías pero que había
Escogimos dos de los inmensos asadores de hierro en los que ensartaba perdido todos mis bienes en un naufragio. Entonces, me entregó una bolsa
a sus víctimas y los calentamos en la hoguera hasta que estuvieron al rojo y me dijo: –Toma esta bolsa, llénala de guijarros, ve con estos hombres y
vivo; los empuñamos luego fuertemente por el extremo frío y –como eran haz todo lo que ellos hacen. Conseguirás de ese modo dinero para pagar el
muy pesados– llevamos cada uno entre varios. Nos acercamos a él y entre pasaje que te lleve a tu patria.
todos hundimos a la vez los asadores en ambos ojos del gigante dormido y
Hice lo que me indicó; salí de la ciudad con un grupo de hombres cada
apretamos con todas nuestras fuerzas para dejarlo ciego.
uno de los cuales llevaba al hombro una bolsa cargada de guijarros. Nos
Debió sentir un dolor terrible porque el grito que lanzó fue tan espantoso encaminamos a un valle de altísimas palmeras plagadas de monos. Los
que nos hizo rodar por el suelo a gran distancia. Saltó él a ciegas y, aullando
33 | los viajes de simbad el marino

hombres empezaron a lanzarles las piedras que habían hasta allí habían
llevado; yo hice lo mismo. Los monos respondieron lanzándonos cocos.
Con ellos, todos volvimos a llenar nuestras bolsas y regresamos a la ciudad.
Ese fue mi trabajo durante muchos días, hasta que almacené gran cantidad
de cocos y vendí otros tantos. Por fin, un día, agradecí al dueño de la barca
todos los favores que me había dispensado y embarqué junto con mi gran
cargamento de cocos en una nave que acertó a pasar por alli.
En todas las islas donde nos deteníamos, cambiaba mi mercancía por otros
productos. Obtuve primero canela y pimienta y cambié luego parte de estas
especias por madera de China. En los mares perleros, entregué esa excelente
madera y recibí a cambio muchas perlas de incalculable valor.
Y Alah permitió que luego de navegar durante días y noches, de mar en mar,
de isla en isla, de tierra en tierra y de puerto en puerto, llegara a Basora más
enriquecido que nunca. Entonces, regresé a mi antigua vida en Bagdad.”

Como las otras noches, Simbad el Faquín recibió cien monedas de oro y
marchó a su casa, donde descansó hasta la mañana siguiente.
–Sabed, compañero y hermano mío, –dijo Simbad el Marino aquella
mañana–, que no escarmenté fácilmente. Pretendí aprender de mis
desventuras pero, como los que te he contado, emprendí en total siete
viajes. Mi nombre adquirió cierta fama entre los navegantes que acudían
a consultarme cosas relativas al comercio, a los mares y a las islas. El califa
llegó a escuchar mi historia y ordenó a los cronistas que la escribieran y
la depositaran en la biblioteca del palacio para que sirviera de instrucción
a quienes la leyeran. Estuve ausente de mi patria veintisiete años y sólo
entonces me arrepentí ante Alah de mi manía viajera y le di gracias por
haberme devuelto a mi familia y a mi patria. Y aquí tienes, Simbad el
Faquín, la historia de mi vida.
35 | los viajes de simbad el marino

El Faquín dijo: –¡Por Alah, hermano de nombre, no me reprendas por


pensar que habías adquirido fácilmente tus riquezas!
Simbad el Marino mandó poner el mantel y dio un festín que duró largas
noches. Y después invitó a permanecer a su lado, como mayordomo de su
casa, a Simbad el Faquín. Y ambos vivieron fraternalmente hasta que fue a
visitarlos la que destruye las alegrías, la amarga muerte.
37 | LAS MIL Y UNA NOCHES

Cuando Sherezade acabó de contar la historia de Simbad


el Marino se calló, sonriendo.
Entonces la pequeña Doniazada se levantó de la alfombra
en que estaba acurrucada y dijo a su hermana: –¡Oh,
Sherezade, hermana mía! ¡Qué terrible, prodigioso y
temerario era Simbad el Marino!
Y Sherezade sonrió y dijo: –No creas, ¡oh rey afortunado!,
que todas las historias que has oído hasta ahora pueden
valer tanto como la historia de Alí Babá, que me reservo
para la noche próxima, si quieres.
Entonces el rey Shariar dijo para sí: –¡No la mataré hasta
después!
Entonces Sherezade sonrió y dijo: –Cuentan que...
Pero en este momento vio aparecer la mañana y se calló,
discreta.
39 | alí babá y los cuarenta ladrones

ALÍ BABÁ Y
LOS CUARENTA LADRONES

ecuerdo, ¡oh rey afortunado!, que en tiempos muy lejanos, en


una ciudad entre las ciudades de Persia, vivían dos hermanos;

uno se llamaba Kasín y el otro Alí Babá. Cuando el padre de Kasín y de Alí
Babá murió, los dos hermanos se repartieron lo que les dejó en herencia,
tardando poco en consumirlo y encontrándose, de la noche a la mañana,
con las caras largas y sin pan ni queso.
El mayor, que era Kasín, temiendo morir de hambre, no tardó en casarse
con una joven que tenía plata. De esta manera, además de una esposa, el
joven tuvo una tienda en el centro del mercado. Tal era su destino y así se
cumplió.
En cuanto al segundo, que era Alí Babá, como no era ambicioso, se hizo
leñador, ahorró algún dinero y lo empleó en comprar un asno, después otro y
41 | alí babá y los cuarenta ladrones

más tarde un tercero. Todos los días los llevaba al bosque y los cargaba con la paradero de sus asnos abandonados en medio del bosque. Los cuarenta
leña que antes él mismo había traído sobre sus espaldas. Siendo propietario ladrones reaparecieron luego de oírse un ruido subterráneo, parecido a un
de tres asnos, Alí Babá inspiraba confianza a las gentes de su oficio, todos terremoto lejano. Cada uno de ellos –con las alforjas vacías en la mano– se
pobres leñadores, y uno de ellos le ofreció a su hija en matrimonio. Alí dirigió a su caballo, colocó las alforjas en la grupa y montó sobre su silla.
Babá tuvo de su esposa dos hijos y todos vivían modestamente del producto Antes de partir, el jefe se volvió hacia la entrada de la caverna, y, en voz alta,
de la venta de leña. pronunció la fórmula: –¡Ciérrate, sésamo!–. Y las dos mitades de la roca se
Un día en que Alí Babá estaba en el bosque ocupado en abatir a hachazos un juntaron. Los bandoleros con sus semblantes sombríos y sus barbas negras
árbol, el destino decidió modificar su vida. Primero se oyó un ruido lejano marcharon por el mismo camino por el que habían venido.
que se aproximaba rápidamente. Alí Babá, que detestaba las aventuras y En cuanto a Alí Babá, la prudencia hizo que permaneciese algún tiempo
las complicaciones, se asustó al encontrarse solo con sus tres asnos en en su escondite, a pesar del deseo que sentía de ir a recuperar sus asnos,
medio de aquella soledad. Trepó sin tardanza a la copa de un árbol que se diciéndose: –Estos terribles bandoleros pueden haber olvidado alguna cosa
elevaba en la cima de un pequeño monte desde el que se dominaba todo el en su cueva, volver de improviso sobre sus pasos y sorprenderme aquí–.
bosque. Así, oculto entre las ramas, pudo observar qué era lo que producía Los siguió con la mirada hasta que se perdieron de vista y recién entonces
aquel estruendo. ¡Y bien que lo hizo! Una tropa de caballeros, armados decidió bajar del árbol con mil precauciones.
hasta los dientes, avanzaba al galope hacia donde él se encontraba. Al ver
Una vez en el suelo, avanzó hacia la roca, reteniendo la respiración y de
sus semblantes sombríos y sus barbas negras que los hacían semejantes a
puntillas. Una enorme curiosidad lo empujaba. El leñador inspeccionó la
cuervos, no dudó que eran bandoleros, salteadores de caminos de la peor
roca de arriba abajo y encontrándola lisa y sin ranura alguna por la que
especie. Girando estuvieron por unos momentos los bandidos al pie del
pudiese meter una aguja, se dijo: –¡Sin embargo, por aquí he visto con mis
monte rocoso donde Alí Babá estaba escondido; a una señal de su jefe
propios ojos desaparecer a los cuarenta ladrones!.
echaron pie a tierra, ataron sus caballos a los árboles y recogieron las
alforjas cargándolas sobre sus espaldas. Tan pesadas eran que los bandidos Después, olvidando sus temores, Alí Babá dijo: –¡Ábrete, sésamo!–. A pesar
caminaban encorvados bajo su peso. Uno detrás de otro pasaron bajo Alí de que pronunció las palabras mágicas con voz insegura, la roca se abrió.
Babá, que así pudo fácilmente contarlos y ver que eran cuarenta, ni uno más Alí Babá vio una gran galería que conducía a una sala y que recibía luz
ni uno menos. por medio de aberturas practicadas en lo más alto. A lo largo de los muros
vio fardos de seda y brocado, grandes cofres cargados hasta los bordes de
Cuando llegaron ante una gran roca que había al pie del monte, todos se
monedas y lingotes de plata y de dinares de oro. El suelo estaba hasta tal
detuvieron. El jefe, que era el que iba a la cabeza, se paró frente a la roca y
punto cubierto de vasijas llenas de oro y joyas, que el pie no sabía dónde
con voz retumbante exclamó: –¡Ábrete, sésamo!–. Al momento la roca se
posarse, temeroso de estropear algún valioso objeto. Cuando se recuperó en
entreabrió, el jefe se apartó un poco para dejar pasar a sus hombres y cuando
parte de su asombro, el leñador se dijo: –¡Por Alah! Alí Babá, de repente
hubieron entrado todos él mismo entró y exclamó con voz autoritaria:
aprendes fórmulas mágicas y haces abrir puertas de piedra que dan acceso
–¡Ciérrate, sésamo!–. La roca volvió a su sitio y Alí Babá se cuidó mucho
a cavernas cargadas de riquezas acumuladas en el lugar por generaciones de
de hacer el menor movimiento, a pesar de la inquietud que sentía por el
43 | alí babá y los cuarenta ladrones
45 | alí babá y los cuarenta ladrones

ladrones. De ahora en adelante, podrás hacer que el oro del robo proteja a
tu familia de necesidades y privaciones.
Habiendo tranquilizado de este modo su conciencia, Alí Babá buscó por
allí varios sacos y los llenó de dinares y otras monedas de oro. Cargándolos
uno a uno sobre sus espaldas, los llevó hasta la entrada de la caverna y,
dejándolos en el suelo, se dirigió a la salida. Allí dijo: –¡Ábrete, sésamo!–.
Alí Babá corrió a buscar sus asnos y los cargó con los sacos, que tuvo buen
cuidado de ocultar con haces de leña encima, y cuando acabó su trabajo
pronunció la fórmula de cierre, se colocó ante sus asnos cargados de oro y
los animó a echar a andar hasta llegar a su casa.
–¡Oh, marido! ¿Qué es lo que traes en esos sacos tan pesados? –exclamó
la esposa de Alí al verlo–. Alí Babá respondió: –¡Oh, mujer! ¡Ayúdame a
esconderlos!–. La esposa del leñador, dominando su curiosidad, le ayudó
a llevarlos, uno tras otro, al interior de la casa. Luego, no pudo contenerse
más y vació uno de los sacos sobre la tierra. Sonoras carcajadas de oro
iluminaron con millones de reflejos la pobre habitación del leñador que
aprovechó el momento de espanto de su mujer para contarle su aventura
desde el comienzo hasta el fin.
Cuando la esposa escuchó el relato sintió en su corazón una gran alegría y
al instante comenzó a contar los dinares. Alí Babá, riéndose, le dijo: –¿Qué
haces? ¡Ayúdame a cavar una fosa en nuestra cocina para que este tesoro
quede oculto sin dejar rastro–. La mujer respondió: –No puedo permitir que
entierres este oro sin antes haberlo pesado o medido. Te suplico, permíteme
ir a buscar una medida y lo mediré en tanto que tú cavas la fosa. –¡Sea!
–respondió el leñador–, pero ¡guárdate mucho de divulgar nuestro secreto!
La esposa de Alí Babá salió a pedir una medida a la esposa de Kasín, el
hermano de su marido, cuya casa no estaba muy lejos. Entró, pues, en la
casa de la parienta rica que nunca invitaba a comer a su casa al pobre Alí
Babá y que nunca había enviado la más pequeña golosina a sus hijos, como
hacen las gentes muy ricas para regalar a los hijos de la gente muy pobre.
47 | alí babá y los cuarenta ladrones

Después de los saludos, le pidió prestada una medida. Cuando la esposa


de Kasín oyó la palabra medida se sorprendió mucho ya que sabía que
Alí Babá y su mujer eran muy pobres y no podía comprender para qué
necesitarían aquel utensilio. Con gran curiosidad le dijo: –¿La medida la
quieres grande o pequeña?–. La esposa del leñador respondió: –La más
grande que tengas.
La esposa de Kasín fue a buscar la medida. Pero queriendo saber qué clase
de grano iban a medir en ella, echó una capa de sebo sobre el fondo y las
paredes. Después, se la entregó a su parienta.
La mujer de Alí Babá regresó a su casa. Una vez en ella, puso la medida
sobre el montón de oro y después de llenarla la vació un poco más lejos,
repitiendo esta operación muchas veces y marcando sobre el muro con un
trozo de carbón tantas rayas como veces la llenaba y vaciaba. Alí Babá, por
su parte, terminó de cavar la fosa en la cocina y regresó junto a su esposa
que le mostró las numerosas rayas de carbón y le encomendó el trabajo de
enterrar todo el oro mientras ella iba a devolver la medida. La infeliz no
sabía que un dinar de oro estaba pegado al sebo en el fondo de la medida.
En cuanto la esposa de Kasín descubrió la pieza de oro pegada al sebo en
lugar de algún grano de haba o avena, se puso pálida de envidia. Se sentía
tan furiosa que envió rápidamente a una esclava a buscar a su esposo a la
tienda. Cuando el sorprendido Kasín entró en la casa, la mujer puso el
dinar ante sus narices y gritó: –¿Lo ves? ¡Pues no es más que lo que les
sobra a esos miserables!
¡Tú te crees rico por tener una tienda mientras que tu hermano no tiene
más que tres asnos! ¡Desengáñate, Alí Babá no se contenta con contar su
oro, tiene tanto que lo mide como si fuese grano!.
Al momento Kasín corrió a casa de su hermano y encontró a Alí Babá
todavía con el pico en la mano, terminando de enterrar su tesoro y le dijo:
–¡Es así como aparentas pobreza para después en tu vivienda piojosa medir
el oro como si fueran granos!–. Alí Babá se turbó al oír estas palabras y
49 | alí babá y los cuarenta ladrones

respondió: –¡Alah es generoso, hermano mío!–. Y le contó su historia del porque su marido no regresaba. Entonces, decidió a ir a buscar a Alí Babá:
bosque. –¡Oh, hermano de mi esposo! Kasín ha ido al bosque y todavía no ha vuelto
Kasín salió bruscamente resuelto a apoderarse de todo el tesoro de la a pesar de lo avanzado de la noche–. Alí Babá se alarmó también pero
cueva. A la mañana siguiente, antes que amaneciese, partió hacia el bosque tranquilizó a la mujer de su hermano, sabiendo que cualquier búsqueda sería
llevando diez mulas. Siguió al pie de la letra las indicaciones de Alí Babá. Al inútil en la noche sombría. Con las primeras luces de la mañana, el leñador
exclamar: –¡Ábrete, sésamo!–, la roca se abrió y Kasín penetró en la caverna, abandonó su casa seguido de sus tres asnos. Al aproximarse a la roca con
cuya entrada se cerró tras él gracias a la fórmula mágica. Su asombro no voz temblorosa pronunció las palabras mágicas y entró en la caverna. El
tuvo límites a la vista de tantas riquezas y se dijo que para la próxima vez espectáculo de los miembros descuartizados de Kasín lo hizo caer, llorando,
organizaría una verdadera expedición, contentándose esta vez con llenar de de rodillas. Recogió de la caverna dos grandes sacos, metió en ellos el
oro tantos sacos como pudiese cargar sobre las diez mulas. cuerpo y, poniéndolos sobre uno de sus asnos, los recubrió cuidadosamente
con ramas. Luego, ordenó a la puerta que se cerrase y tomó el camino de la
Una vez que acabó aquel trabajo, regresó a la galería y dijo: –¡Ábrete, ciudad, entristecido por la muerte de su hermano.
cebada!–. Kasín, turbado por su codicia y estando ocupada su cabeza en
sacar los tesoros, había olvidado las palabras que debía decir y la roca Al llegar a su casa, llamó a su esclava Morgana para que le ayudase a
permaneció cerrada. Entonces dijo: –¡Ábrete, haba!–, pero la puerta no se descargar los sacos. Aquella esclava era una joven a la que Alí Babá y su
abrió, por lo que dijo todos los nombres de cereales y granos que crecen esposa habían recogido de pequeña y criado como si fuese una hija. La
sobre la superficie de los campos: –¡Ábrete, avena!–; mas tampoco se joven era agradable, educada e inteligente para resolver cuestiones difíciles.
abrió hendidura alguna. Kasín gritó: –¡Ábrete, centeno!–. ¡Ábrete, mijo!–. Alí Babá le contó el fin de su hermano, añadiendo: –Su cuerpo está sobre
–¡Ábrete, trigo!–. –¡Ábrete, arroz!–. La puerta de piedra permaneció el tercer asno. Es preciso que encuentres algún medio para hacerlo enterrar
cerrada. Kasín sólo olvidó un grano, el misterioso sésamo, que era el único como si hubiese muerto de muerte natural, sin que nadie pueda sospechar
que estaba dotado de poderes mágicos. la verdad.

Cuando los cuarenta ladrones regresaron a su cueva, vieron que diez mulas El leñador, entonces, fue a dar la noticia a la esposa de Kasín quien comenzó
cargadas con grandes cofres estaban atadas a los árboles. El jefe se decidió a dar alaridos. Pero Alí Babá supo calmarla para no llamar la atención de
a entrar en la cueva y levantando su sable ante la puerta invisible, pronunció los vecinos: –Si en medio de esta desgracia sin remedio que se abate sobre ti
la fórmula mágica. Al momento la roca se abrió. Kasín se había escondido –le dijo–, hay alguna cosa capaz de consolarte, yo te ofrezco la mitad de los
en un rincón. Cuando oyó pronunciar la palabra sésamo maldijo su mala bienes que Alah me ha dado, pero debemos protegernos de los bandoleros
memoria y, apenas vio que la puerta se entreabría, se lanzó hacia fuera con guardando el secreto.
tan poca prudencia que chocó contra el jefe de los cuarenta ladrones. Los Ella comprendió y evitó divulgar la muerte de su esposo. La joven Morgana,
bandidos se abalanzaron sobre Kasín y con sus sables lo descuartizaron en por su parte, no había perdido el tiempo. Había ido a la tienda del mercader
un abrir y cerrar de ojos. de medicamentos y había comprado una especie de jarabe para enfermedades
La esposa de Kasín, mientras tanto, vio que la noche llegaba y se alarmó graves. El mercader preguntó quién estaba enfermo en la casa de su amo.
51 | alí babá y los cuarenta ladrones

Morgana, suspirando, le había respondido: –¡Oh calamidad! El mal aqueja


al hermano de mi amo pero nadie conoce su enfermedad. Está inmóvil,
ciego y sordo y su rostro tiene el color del azafrán.
A la mañana siguiente, Morgana fue a ver al mismo vendedor de
medicamentos y entre lágrimas y suspiros le pidió un remedio que sólo se da
a los enfermos moribundos. Al mismo tiempo, comentó con las vecinas del
barrio la grave enfermedad de Kasín, el hermano de su amo. Al amanecer,
las gentes del barrio se despertaron oyendo gritos y lamentaciones y no
dudaron en pensar que los parientes lloraban la muerte de Kasín.
Pero Morgana no se detuvo en su plan, pensando: –No todo consiste en
hacer pasar una muerte violenta por muerte natural; además hay un gran
peligro: dejar que la gente se dé cuenta de que el difunto está cortado en
seis pedazos–. Sin tardanza, corrió a casa de a un viejo zapatero remendón
del lugar que no la conocía; le puso en la mano un dinar de oro y le dijo: –Tu
trabajo me es necesario. ¡Levántate y ven conmigo para coser unos cueros!–.
Tomó un pañuelo y le vendó los ojos, puso en la mano del zapatero una
segunda pieza de oro diciéndole: –Es condición imprescindible que llegues
a ciegas, sin poder reconocer el camino que recorres guiado por mi mano–.
Y lo condujo a la casa de Alí Babá. Allí le quitó el pañuelo y mostrándole el
cuerpo del difunto le dijo: –Cose esos seis trozos que ves allí–. El zapatero
retrocedió espantado pero Morgana le puso una nueva moneda de oro en
la mano y le prometió otra más si hacía el trabajo rápidamente. Cuando el
hombre concluyó la costura, Morgana le volvió a vendar los ojos, le entregó
la recompensa prometida y lo condujo hasta la puerta de su tienda.
Una vez que regresó, la muchacha tomó el cuerpo reconstruido de Kasín,
lo perfumó con incienso y lo amortajó ayudada por Alí Babá. Después, lo
recubrieron con telas adecuadas Y por medio de estas astucias, la verdad de
aquella muerte quedaría oculta para siempre.
En cuanto a los cuarenta ladrones, durante un mes se mantuvieron alejados
de la cueva para evitar el olor de la putrefacción del cuerpo de Kasín. Pero el
53 | alí babá y los cuarenta ladrones

día que regresaron su asombro no tuvo límites al no encontrar los restos. El Alí Babá, no perdió el tiempo marcando la puerta con tiza sino que observó
jefe dijo: –Hemos sido descubiertos. Es preciso que sin pérdida de tiempo atentamente para fijar el lugar exacto en su memoria. Regresó al bosque
matemos al cómplice del muerto. Alguien astuto y audaz debe ir a la ciudad y reuniendo a los treinta y nueve ladrones les dijo: –Traed aquí treinta y
y descubrir dónde habitaba el que hemos descuartizado–. Al momento, ocho grandes tinajas de barro, de vientre ancho, todas vacías, y una más que
uno de los ladrones, exclamó: –Me ofrezco. llenaréis con aceite de oliva. Cuidad de que ninguna esté rajada.
El bandido entró en la ciudad; anduvo por uno y otro lado hasta que llegó a Los ladrones estaban habituados a obedecer sin chistar. Regresaron
la tienda del zapatero. Saludó amablemente y expresó su admiración por el rápidamente con dos tinajas atadas sobre cada caballo y el jefe dijo:
trabajo que el hombre realizaba. –A tu edad –le dijo– conservas la habilidad –¡Despojaos de vuestras ropas y que cada uno se meta en una tinaja,
y la buena vista–. Muy halagado el zapatero respondió: –¡Oh, por Alah, llevando únicamente sus armas, su turbante y sus babuchas!–. Los ladrones
todavía puedo enhebrar la aguja al primer intento y puedo coser los seis saltaron sobre los caballos que portaban las tinajas y se dejaron caer en ellas.
trozos de un muerto en el fondo de un sótano poco iluminado!–. El ladrón Quedaron dentro con las rodillas tocando las barbillas, igual que los pollos
al oír estas palabras simuló asombro y exclamó: –¡Haz el favor de decirme en el huevo a los veinte días. Cada uno llevaba en la mano su cimitarra.
dónde se levanta la casa en cuyo sótano cosiste los restos del muerto!. El jefe cerró las bocas de los recipientes con fibra de palmera. Entonces,
El viejo remendón respondió: –¡Oh, sólo si me vendasen los ojos podría se disfrazó de mercader de aceite y se dirigió hacia la ciudad. Por la tarde,
encontrar aquella casa guiándome por las cosas que palpé con mis manos llegó ante la casa de Alí Babá que estaba sentado en el umbral tomando el
a lo largo del camino!–. El ladrón exclamó: –¡No deseo más que seguir tus fresco.
indicaciones para dar con la casa en la que suceden cosas tan prodigiosas!–. –Soy mercader de aceite –dijo el jefe de los ladrones– y no sé dónde pasar
Y vendando los ojos del zapatero, fue conducido hasta la casa de Alí Babá, la noche en una ciudad desconocida–. Alí Babá se acordó de los tiempos en
en cuya puerta se apresuró a hacer una señal con un trozo de tiza. Después, que era pobre y le dijo: –Tú y tus bestias con la carga pueden descansar en el
quitó la venda de los ojos del remendón, lo gratificó con varias piezas de patio de mi casa–. Llamó a Morgana y le ordenó que ayudase al mercader.
oro y se apresuró a tomar el camino del bosque para anunciar a su jefe el Luego, invitó a comer a su huésped. Después que hubieron comido y bebido,
descubrimiento que había hecho. el jefe de los ladrones dijo: –Muéstrame el sitio de tu casa en el que pueda
Pero la joven Morgana regresaba esa tarde de comprar provisiones en el dar descanso a mis intestinos–. Alí Babá lo condujo al lugar indicado. Al
mercado y notó que sobre la puerta había una marca blanca. Corrió a buscar quedar a solas, el hombre se acercó a las tinajas e inclinándose sobre cada
un trozo de tiza e hizo una señal exactamente igual en las puertas de todas una, dijo en voz baja: –Cuando oigas que unas piedrecitas golpean tu tinaja,
las casas de la calle a derecha e izquierda. Cuando los malhechores entraron sal y acude junto a mí–. Morgana lo esperaba en la puerta de la cocina
en la ciudad y se dirigieron a la casa señalada, se asombraron mucho al ver con una lámpara de aceite en la mano para conducirlo a la habitación.
que todas las puertas de aquella calle tenían la misma señal. De inmediato Cuando la joven volvió a la cocina, fregando los platos y las cacerolas, se
regresaron a la cueva y el jefe dijo: –Me encargaré yo mismo–; y partió solo acabó el aceite de la lámpara. Tomó la vasija y fue al patio a llenarla en
para la ciudad. Una vez allí, cuando el zapatero le hubo indicado la casa de una de las tinajas. Se aproximó a la primera de ellas, la destapó y metió
la vasija en la abertura, pero el cacharro, en lugar de sumergirse en aceite,
55 | alí babá y los cuarenta ladrones

chocó contra algo duro y oyó una voz. –¡Por Alah! ¡Este es el momento!–,
dijo el bandido sacando la cabeza. –¡No, mozo, no!, –dijo Morgana–. Tu
amo duerme todavía. Espera a que se despierte–. La muchacha, temblando
por la sorpresa, lo había adivinado todo. Inspeccionó las demás tinajas y
tanteando las cabezas contó otras treinta y ocho; cuando llegó a la última,
la encontró llena de aceite, llenó la vasija y fue a encender su lámpara.
De vuelta en la cocina, hizo hervir un gran cubo con aceite hirviendo y
aproximándose a cada tinaja, la destapó y vertió de golpe el líquido caliente
sobre las cabezas de los ladrones que al momento murieron abrasados.
Morgana volvió a cubrir las bocas de las tinajas con la fibra de palmera,
regresó a la cocina, apagó la lámpara y permaneció a oscuras.
A medianoche, el mercader de aceite asomó la cabeza por la ventana que
daba al patio y –no viendo ni oyendo nada– pensó que todos los de la
casa dormían. Tal como había dicho a sus hombres, arrojó sobre las tinajas
unas piedrecillas, pero nada sucedió. Pensando que sus hombres se habían
dormido, arrojó más guijarros, pero no apareció cabeza alguna. El jefe de
los bandidos se enojó mucho con sus hombres, a los que creía dormidos.
Mas, cuando se acercó a las tinajas, debió retroceder por el espantoso olor a
aceite quemado que exhalaban. El jefe de los ladrones comprendió de qué
manera atroz habían perecido sus hombres y, dando un salto prodigioso, se
trepó al muro intentando perderse en la oscuridad de la noche.
Morgana, que había permanecido en las sombras, se abalanzó contra él como
un gato salvaje y le clavó en el corazón un puñal que llevaba en su mano
derecha. Alí Babá salió al patio y, en el colmo del espanto y la confusión,
se lanzó hacia Morgana, que temblorosa por la emoción, limpiaba el puñal
en sus vestiduras.
Alí Babá creyó que la joven era víctima del delirio y de la locura, pero ella
con voz tranquila dijo: –¡Oh amo! ¡Alabemos a Alah que ha dirigido el
brazo de una débil joven para castigar al jefe de tus enemigos!.
Mientras hablaba, despojó de su manto al cuerpo y mostró bajo sus largas
57 | alí babá y los cuarenta ladrones

barbas al jefe de los bandidos. Alí Babá comprendió que debía su vida y la
de su familia al coraje de la joven Morgana. La abrazó, con lágrimas en los
ojos, y le dijo: –¡Oh Morgana, hija mía! Para que mi dicha sea completa,
¿quieres entrar definitivamente en mi familia como esposa de mi hijo?–.
Morgana besó la mano de Alí Babá y respondió: –Acepto y obedezco.
Los cuerpos de los ladrones se enterraron en secreto en una fosa del jardín
y el matrimonio de Morgana con el hijo de Alí Babá se celebró sin tardanza
en medio de gran alegría y regocijo.
Al cabo de un año, Alí Babá decidió volver a la caverna en compañía de
su hijo y de Morgana. La joven no dejó de observar que los arbustos y las
grandes hierbas obstruían por completo el sendero que rodeaba la roca y que
en el suelo no había rastro de pisadas humanas ni huellas de caballos. Dijo
entonces: –Podemos entrar sin peligro–. Alí Babá pronunció la fórmula
mágica: –¡Ábrete, sésamo!–. La roca dejó paso libre a Alí Babá, a su hijo y a
la joven Morgana. El antiguo leñador comprobó que nada había cambiado
desde su última visita al tesoro. Llenaron de oro y piedras preciosas tres
sacos grandes que habían llevado con ellos y, volviendo sobre sus pasos,
después de pronunciar la fórmula, salieron de la cueva.
59 | LAS MIL Y UNA NOCHES

Cuando Sherezade acabó de contar la historia de Alí


Babá se calló, sonriendo.
El rey Shariar dijo: –Ciertamente, Sherezade, la joven
Morgana no tiene par entre las mujeres de hoy. Bien lo
sé yo, que me vi obligado a cortar la cabeza de todas las
desvergonzadas de mi palacio.
–No creas, ¡oh rey afortunado!, que todas las historias
que has oído hasta ahora pueden valer tanto como
la historia de Aladino, que me reservo para la noche
próxima, si quieres.
El rey Shariar dijo para sí: –¡No la mataré hasta
después!
Entonces Sherezade sonrió y dijo: –Cuentan que...
Pero en este momento vio aparecer la mañana y se calló,
discreta.
61 | aladino y la lámpara maravillosa

ALADINO Y
LA LÁMPARA MARAVILLOSA

e llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que en la antigüedad,


en una ciudad de la China de cuyo nombre no me acuerdo en
este instante, había un hombre llamado Mustafá que era sastre de oficio y
pobre de condición. Aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino, un niño
mal educado y peleador, a quien el padre quiso hacer aprender su oficio.
Pero Aladino, que prefería jugar con los muchachos de su barrio, no pudo
acostumbrarse a permanecer en la tienda.
Cuando el pobre sastre murió, la madre de Aladino debió vender la tienda
para sobrevivir por algún tiempo. Pero pronto el dinero se agotó y la mujer
pasaba sus días y sus noches hilando lana y algodón para alimentarse y
alimentar a su hijo.
En cuanto Aladino se vio libre de su padre, se pasaba todo el día fuera de
casa y regresaba sólo a las horas de comer. Así fue como llegó a la edad de
63 | aladino y la lámpara maravillosa

quince años. Era verdaderamente hermoso y bien formado, con magníficos


ojos negros, una tez de jazmín y aspecto seductor.
Un día estaba Aladino en la plaza del zoco con otros vagabundos como él,
cuando pasó por allí un misterioso extranjero que se detuvo y lo observó
largo rato. El extranjero era un mago conocedor de los astros y con el
poder de su hechicería podía hacer chocar unas con otras las montañas más
altas. – ¡He aquí por fin –pensaba el extranjero– al joven que busco desde
hace largo tiempo!–. Se aproximó a Aladino sonriendo y le dijo: –¿No eres
Aladino, el hijo del sastre Mustafá?–. Y él contestó: –Sí, soy Aladino. Pero
mi padre hace mucho tiempo que ha muerto–. Al oír estas palabras, el
extranjero lo abrazó llorando y el muchacho le preguntó: –¿A qué obedecen
tus lágrimas, señor? –¡Ah, hijo mío!, –exclamó el hombre–. Soy tu tío y
acabas de revelarme de manera inesperada la muerte de mi pobre hermano.
En cuanto te vi descubrí el parecido en tu rostro. ¿Dónde vive tu madre, la
mujer de mi hermano? ¡Enséñame el camino de tu casa!–.
Aladino echó a andar y lo condujo. Por el camino, el extranjero contrató
un mandadero y los tres se aproximaron a la casa con una carga de frutas,
pasteles y bebidas. Aladino se adelantó y dijo a su madre: –¡Se acerca hacia
aquí mi tío que viene esta noche a cenar con nosotros!.
–¡Cualquiera diría, hijo mío, que quieres burlarte de tu madre! ¿Quién es
ese tío de que me hablas?–. Y dijo Aladino: –Aquel hombre que viene
por el camino–. Al ver la carga de manjares, se dijo la madre de Aladino:
–¡Quizá no conociera yo a todos los hermanos del difunto!–.
–La paz sea contigo, ¡oh esposa de mi hermano!–, saludó el extranjero. La
madre de Aladino le devolvió el saludo mientras el mago decía: –No te
parezca extraordinario el no haber tenido ocasión de conocerme porque
hace treinta años que abandoné este país y partí para el extranjero. Pero
un día, estando en mi casa, me puse a pensar en mi hermano y me decidí
a emprender el viaje. Y después de prolongadas fatigas acabé por llegar a
esta ciudad y Alah permitió que encontrase a este niño jugando y apenas
65 | aladino y la lámpara maravillosa

lo vi, no vacilé en reconocerlo–. La madre de Aladino se emocionó con cayó sobre él de un salto y lo atrapó. Lo miró fijamente y le dio una bofetada
aquellos recuerdos y, para que olvidara sus tristezas, el extranjero se dirigió tan terrible que Aladino quedó aturdido y cayó al suelo. Sin Aladino, el
a Aladino variando la conversación: –Hijo mío, ¿qué oficio aprendiste para mago no podía realizar la tarea para la que había viajado. –¡Es preciso que
ayudar a tu pobre madre y vivir ambos? sepas–, dijo –que debajo de esta losa de mármol que ves en el fondo del
Al oír aquello, avergonzado por primera vez en su vida, Aladino bajó la agujero se halla un tesoro inscripto a tu nombre y no puede abrirse más que
en tu presencia! Sólo tú en el mundo puedes levantar esta losa de mármol.
cabeza mirando al suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo
¡Y una vez levantada serás el amo de un tesoro que partiremos en dos
su madre: –¿Un oficio?, ¿tener un oficio Aladino? ¡Se pasa todo el día
porciones iguales, una para ti y otra para mí!.
corriendo con otros niños del barrio, haraganes como él!–. Y se echó a
llorar. Al oír estas palabras, el pobre Aladino se olvidó de la bofetada recibida
y contestó: –¡Oh, tío mío!, ¡mándame lo que quieras!. –¡He aquí, pues, lo
Entonces el extranjero se encaró con Aladino, y le dijo: –¡Qué vergüenza
que tienes que hacer! ¡Empezarás por bajar al fondo del agujero, tomarás
para ti, Aladino! Como mi deber es servirte de padre en lugar de mi difunto
con tus manos la argolla de bronce y levantarás la losa! ¡Sólo tendrás que
hermano, mañana volveré por ti para instruirte. Te haré visitar los sitios
pronunciar tu nombre y el nombre de tu padre al tocar la argolla!.
públicos y los jardines situados fuera de la ciudad para que puedas habituarte
al trato de gente distinguida y dedicada al trabajo. Entonces se inclinó Aladino y tiró de la argolla de bronce diciendo: –¡Soy
Aladino, hijo del sastre Mustafá!–, y levantó con gran facilidad la losa de
A la mañana siguiente, Aladino y su tío echaron a andar juntos y
mármol. Debajo, vio una cueva con doce escalones que conducían a una
franquearon las murallas de la ciudad, de donde nunca antes había salido
puerta de cobre rojo. El mago le dijo:
Aladino. Anduvieron por el campo y llegaron por fin a un valle al pie de
una montaña. ¡Para llegar a aquel valle había salido el mago de los confines –¡Aladino, baja a esa cueva! Entra por la puerta de cobre que se abrirá sola
de su país y había viajado hasta los confines de la China! delante de ti. Verás cuatro grandes calderas llenas de oro líquido. Pasa sin
detenerte y recógete bien el traje porque si tuvieras la desgracia de rozar
Entonces dijo: –¡Ya hemos llegado!–. Se sentó sobre una roca y le ordenó
con tus ropas una de las calderas, al instante te convertirías en una mole de
a Aladino: –¡Recoge ramas secas y trozos de leña y tráelos!–. Aladino
piedra negra. Encontrarás luego un jardín magnífico plantado de árboles
se apresuró a obedecer. –Ya tengo bastante, –dijo el mago–. ¡Retírate y
agobiados por el peso de sus frutas. ¡No te detengas allí tampoco! Camina
ponte detrás de mí!–. Entonces prendió fuego, sacó del bolsillo una caja
hacia adelante y verás frente a ti, sobre un pedestal de bronce, una lámpara
de nácar, la abrió y tomó un poco de incienso que arrojó en medio de
de cobre encendida. Tomarás esa lámpara, la apagarás, verterás en el suelo
la hoguera. Se levantó una humareda espesa que el mago agitó con sus
el aceite y te la esconderás en el pecho. ¡Y volverás por el mismo camino! Al
manos murmurando fórmulas en una lengua incomprensible para Aladino.
regreso podrás detenerte en el jardín y recoger tantas frutas como quieras.
Tembló en ese instante la tierra y se abrió en el suelo una abertura de
Una vez que te hayas reunido conmigo, me entregarás la lámpara.
diez codos de anchura. En el fondo de aquel agujero apareció una losa de
mármol con una argolla de bronce en el medio. Entonces el mago se quitó un anillo que llevaba y se lo puso a Aladino en el
pulgar, diciéndole: –Este anillo, hijo mío, te pondrá a salvo de todos los peligros.
Al ver aquello, Aladino lanzó un grito y emprendió la fuga. Pero el mago
67 | aladino y la lámpara maravillosa
69 | aladino y la lámpara maravillosa

Aladino bajó corriendo por los escalones de mármol. Sin olvidar las ¡Voy a entrar de nuevo en la cueva mientras se calma!–. Al ver aquello, el
recomendaciones del mago, a quien todavía creía su tío, atravesó con mago lanzó un grito de rabia y al momento la losa se cerró y Aladino quedó
precaución el lugar evitando rozar las calderas; cruzó el jardín sin detenerse, encerrado en la cueva subterránea. El mago, furioso y echando espuma, se
vio la lámpara encendida y la tomó. Vertió en el suelo el aceite y la ocultó alejó por el camino. Seguramente volveremos a encontrarlo.
en su pecho en seguida, sin temor a mancharse el traje. Volvió luego sobre Desesperado, el muchacho empezó a dar gritos, prometiendo a su tío que le
sus pasos y llegó de nuevo al jardín. daría al momento la lámpara. Pero sus gritos no fueron oídos por el mago,
Observó que los árboles estaban agobiados bajo el peso de las frutas de que ya se encontraba lejos. Aladino empezó a dudar de aquel hombre. Se
formas, tamaños y colores extraordinarios. Las había blancas, de un blanco veía enterrado vivo y empezó a restregarse las manos como hacen los que
transparente como el cristal o de un blanco turbio como el alcanfor. Y están desesperados. De ese modo, frotó sin querer el anillo que llevaba en
las había rojas, de un rojo como los granos de la granada o de un rojo el pulgar y vio surgir de pronto ante él un inmenso efrit, negro y brillante
como la sangre. Y las había verdes, azules, violetas y amarillas. El pobre como el betún, con la cabeza como un caldero y ojos rojos llameantes. Se
Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas de nácar y inclinó ante Aladino y con una voz retumbante cual el rugido del trueno,
piedras lunares; que las frutas rojas eran rubíes, carbunclos y coral; que las le dijo: –¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en
verdes eran esmeraldas, jades y aguamarinas; que las azules, eran zafiros y el aire y en el agua! ¿Qué quieres?–. Aladino quedó aterrado pero cuando
turquesas; que las violetas eran amatistas; que las amarillas eran topacios pudo mover la lengua, contestó: –¡Oh efrit, sácame de esta cueva!
y ágatas. Caía el sol sobre el jardín y los árboles despedían brillos como Apenas pronunció estas palabras, se vio transportado fuera de la cueva.
llamas de fuego de todas sus frutas. Aladino se apresuró a regresar sin volver la cabeza hacia atrás. Llegó
Entonces, se acercó Aladino a uno de aquellos árboles y recogió frutas de extenuado a la casa donde lo esperaba su madre. Aladino le pidió de beber
todos los colores, llenándose con ellas el cinturón, los bolsillos y el forro y de comer. Se vació el cántaro de agua en la garganta y comió de prisa.
de la ropa. Agobiado por el peso, se ciñó cuidadosamente el traje y lleno Cuando se sintió satisfecho, dijo a su madre: –¡El que creíamos mi tío, oh
de prudencia atravesó la sala de las calderas, llegó a la escalera y vio en la madre mía, es un maldito hechicero, un mentiroso, un demonio!–. Luego se
puerta al mago. El mago no tuvo paciencia para esperar a que llegase y le detuvo un momento, respiró con fuerza y contó cuanto le había sucedido.
dijo: –¿Dónde está la lámpara, Aladino? Dámela ya, ya mismo–. Aladino Cuando hubo acabado su relato, dejó caer la maravillosa provisión de frutas
contestó: –¿Cómo quieres que te la dé tan pronto si está entre todas las bolas transparentes y coloreadas que había recogido en el jardín. Y también
de vidrio con que me he llenado la ropa por todas partes? ¡Déjame antes cayó entre las piedras de colores la vieja lámpara por la que tanto se había
salir de este agujero y así podré sacarme del pecho la lámpara y dártela!–. enfurecido el mago.
Pero el mago supuso que Aladino quería guardarse la lámpara y le gritó con La madre apretó contra su pecho a Aladino, lo besó llorando y dijo: –¡Demos
una voz espantosa como la de un demonio: –¡Oh, hijo de perro!, ¡dame la gracias a Alah que te ha sacado sano y salvo de manos de ese hechicero
lámpara enseguida o morirás!. traidor y maldito!–. Aladino no tardó en dormirse.
Aladino temió recibir otra violenta bofetada y se dijo: –¡Más vale resguardarse! Al despertarse, el muchacho pidió el desayuno pero su madre le dijo: –¡Ten
71 | aladino y la lámpara maravillosa

paciencia! Iré a vender un poco de algodón y te compraré pan con lo que


obtenga. –Deja el algodón –señaló Aladino–, y ve a vender esa lámpara
vieja que traje de la cueva–. La madre tomó la lámpara y se puso a limpiarla
para sacar por ella el mayor precio posible. Pero apenas había empezado a
frotarla cuando surgió un espantoso efrit, más feo que el de la cueva, que
dijo con voz ensordecedora: –¡Aquí tienes a tu esclavo!¡Soy el servidor de
la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro!
¿Qué quieres?–. La madre de Aladino se quedó inmóvil por el terror. Pero
Aladino, que estaba ya un poco acostumbrado a caras de aquella clase,
se apresuró a quitar la lámpara de las manos a su madre. La tomó con
firmeza y dijo al efrit: –¡Oh servidor de la lámpara! ¡Tengo hambre y deseo
alimentos exquisitos!–. El genio desapareció para volver al instante con una
gran bandeja llena de manjares. Aladino y su madre se pusieron a comer
con gran apetito. Desde entonces, no abusaron de los beneficios del tesoro
que poseían. Continuaron llevando una vida modesta, distribuyendo entre
los pobres lo que les sobraba. Entre tanto, Aladino no perdió ocasión de
instruirse dialogando con los mercaderes distinguidos y las personas de
buen tono que frecuentaban el zoco.
Un día, vio cruzar a dos pregoneros del sultán y los oyó gritar al unísono
en alta voz: –¡Oh vosotros, mercaderes y habitantes! ¡Por orden del sultán,
cerrad vuestras tiendas al instante porque va a pasar la perla única, la
maravillosa, Badrul-Budur, la luna llena, hija de nuestro sultán!
Al oír el pregón, Aladino deseó ver pasar a la hija del sultán y fue a toda prisa
a esconderse detrás de una puerta para mirarla a través de las hendijas. Y
he aquí que apareció ante sus ojos una belleza que superaba cuanto pudiera
decirse. Era una joven de quince años, con una cintura como la rama más
tierna de los árboles. Su frente deslumbraba como el cuarto creciente de
la luna; con ojos negros como los ojos de la gacela sedienta, una boca con
labios encarnados, la tez blanca, los dientes como granizos y un cuello de
tórtola. Aladino sintió bullir su sangre tres veces más deprisa.
73 | aladino y la lámpara maravillosa

–¡Oh madre! –dijo al llegar a su casa–, he visto a la princesa Badrul-Budur, que exijo como dote: cuarenta fuentes de oro macizo llenas hasta los bordes
hija del sultán y no tendré reposo mientras no la obtenga en matrimonio! de las mismas pedrerías en forma de frutas como las que envió en la fuente
Tú serás quien vaya a hacer al sultán esa petición–. Ella exclamó: –¿Dónde de porcelana. Estas fuentes serán traídas a palacio por cuarenta esclavas
están los regalos que deberé ofrecer al sultán como homenaje?–. El joven jóvenes, bellas como lunas, formadas en cortejo.
contestó: –Has de saber, ¡oh madre!, que las frutas de colores que traje del
Cuando escuchó de su madre la petición del sultán, Aladino se limitó a
jardín subterráneo son pedrerías valiosísimas. ¡Trae de la cocina una fuente
sonreír. Se apresuró a encerrarse en su cuarto, tomó la lámpara y la frotó.
de porcelana!–. Aladino colocó con mucho arte las piedras en la fuente,
Al punto apareció el efrit: –¡Aquí tienes a tu esclavo!¡Soy el servidor de la
combinando los colores, las formas y las variedades. Su madre no pudo
lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué
menos que exclamar: –¡Qué admirable es esto!
quieres?–. Aladino expresó su pedido y al cabo de un momento regresó el
Cuando el sultán, que era justo y benévolo, vio a la madre de Aladino, le dijo: efrit seguido por las esclavas portando sobre sus cabezas las fuentes de oro
–¡Oh mujer! ¿Qué traes en ese pañuelo que sostienes por la cuatro puntas?–. macizo.
La madre de Aladino desató el pañuelo en silencio. Al punto se iluminó
Y he aquí que el sultán recibió al cortejo en la parte más alta de la escalinata
el lugar con el resplandor de las piedras y el sultán quedó deslumbrado
de su palacio. Hasta allí ascendió Aladino, ricamente ataviado, y el sultán le
de su hermosura. La madre le trasmitió entonces la petición de su hijo.
dijo: –En verdad, Aladino, ¿qué rey no anhelaría que fueras el esposo de su
El rey dijo: –El joven Aladino, que me envía un presente tan hermoso,
hija? ¿Cuándo deseas que se celebre la boda?–. Y contestó Aladino: –¡Oh
merece que se acoja su petición de matrimonio con mi hija Badrul-Budur.
sultán! Mi corazón está ansioso por celebrar la boda esta misma noche.
Le dirás, pues, que se efectuará el matrimonio cuando me haya enviado lo
75 | aladino y la lámpara maravillosa

Sin embargo, deseo antes hacer construir un palacio digno de Badrul-Budur.


¡Te ruego que me otorgues el vasto terreno situado frente a tu palacio a fin
de que mi esposa no esté muy alejada de su padre y yo mismo esté siempre
cerca para servirte! ¡Por mi parte, me comprometo a hacer construir este
palacio en el plazo más breve posible!–. Dicho esto, Aladino se despidió del
sultán y regresó a su casa.
En cuanto entró, se retiró a su cuarto completamente solo. Tomó la lámpara
mágica y la frotó como de ordinario. Al punto apareció el efrit: –¡Aquí
tienes a tu esclavo! ¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde
vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué quieres?–. –¡Oh efrit de
la lámpara! ¡Construye un palacio que sea digno de mi esposa, la hija del
sultán! Traza en medio de ese palacio un jardín hermoso, con estanques y
saltos de agua y plazoletas espaciosas.
He aquí que al despuntar el día se alzaba, frente al palacio del sultán, un
palacio con una torre de cristal y un jardín hermoso, con estanques, saltos
de agua y plazoletas espaciosas. Una magnífica alfombra de terciopelo se
extendía entre las escalinatas de uno y otro palacio.
Se celebró entonces la boda. La madre de Aladino salió ataviada con dignos
trajes en medio de doce jóvenes que le servían de cortejo. La princesa
Badrul-Budur se levantó de su lugar para recibirla con ternura. Luego,
apoyándose en la madre de Aladino, que iba a su izquierda, y seguida de
cien jóvenes esclavas, se puso en marcha hacia el nuevo palacio donde la
esperaba Aladino. Salió él a su encuentro sonriendo y ella quedó encantada
de verlo tan hermoso y brillante.
Aladino, lejos de envanecerse con su nueva vida, tuvo cuidado de hacer
el bien a su alrededor y de socorrer a las gentes pobres porque no había
olvidado su antigua miseria.
Un día, aquel hechicero que había engañado a Aladino, quiso saber qué
había sido del joven. Preparó su mesa de arena adivinatoria, se sentó sobre
una estera cuadrada en medio de un círculo trazado con rojo, alisó la arena
77 | aladino y la lámpara maravillosa

y murmuró ciertas fórmulas: –¡Oh arena del tiempo! ¿Qué ha sido de la


lámpara mágica? ¿Cómo murió el miserable Aladino?–. Agitó entonces la
arena y nacieron en ella diversas figuras. En el límite de la sorpresa, el mago
descubrió que Aladino no estaba muerto y que era dueño de la lámpara
mágica. Cuando se enteró resolvió vengarse de él y destruir las felicidades
de las que gozaba. Y sin vacilar se puso en camino para la China y llegó
al palacio de Aladino. Fue al zoco, entró en la tienda de un mercader de
lámparas de cobre y adquirió una docena completamente nuevas. Pagó sin
regatear y las puso en un cesto. Entonces se dedicó a recorrer las calles
con el cesto de lámparas, gritando: –¡Lámparas nuevas! ¡Cambio lámparas
nuevas por otras viejas!
Tanta maña se dio, que la princesa Badrul-Budur, en ausencia de Aladino,
oyó aquel pregón insólito y abrió una de las ventanas. Una de las mujeres
le dijo: –¡Oh mi señora! ¡Precisamente hoy, al limpiar el cuarto de mi amo
Aladino, he visto en una mesita una lámpara vieja de cobre! ¡Permíteme que
vaya a enseñársela a ese viejo para ver si realmente está tan loco y consiente
en cambiarla por una lámpara nueva!–. La princesa Badrul-Budur ignoraba
completamente las virtudes maravillosas de aquella lámpara y contestó:
–¡Desde luego!–.
Cuando el mago vio la lámpara, la reconoció al primer golpe de vista y
tendió la mano con la rapidez del buitre que cae sobre la tórtola; tomó
la lámpara y se la guardó en el pecho. Luego presentó el cesto, diciendo:
–¡Elige la que más te guste!–. Hecho el cambio, el mago echó a correr y
cuando llegó a un barrio desierto, se sacó del pecho la lámpara y la frotó.
El efrit de la lámpara respondió también a esta llamada, pues obedecía a
quien fuese el poseedor de la lámpara: –¡Aquí tienes a tu esclavo!¡Soy el
servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde
me arrastro! ¿Qué quieres?–. Entonces el mago le dijo: –¡Oh efrit! te ordeno
que transportes a mi país el palacio que edificaste para Aladino con todos
los seres y todas las cosas que contiene! ¡Y también me transportarás a mí
79 | aladino y la lámpara maravillosa

con el palacio!–. En un abrir y cerrar de ojos, el mago se encontró en su país,


en el palacio de Aladino. ¡Y esto es lo referente al hechicero!
Al despuntar el alba retornó Aladino de una cacería, rodeado por un grupo
de hombres. Como hacía habitualmente, al atravesar el último cruce del
camino, alzó su cabeza para observar el palacio. Y miró, pero no vio ni
palacio, ni jardín, ni huella de palacio o de jardín, sino el inmenso terreno
desierto, tal como estaba el día en que dio al efrit de la lámpara orden de
construir aquella morada maravillosa. Sintió tal dolor y tal conmoción que
estuvo a punto de caer desmayado. Miró a los hombres de su escolta y
empezó a preguntar con torvos ojos: –¿Dónde está mi palacio? ¿Dónde está
mi esposa?–. Todos pensaron que había perdido la razón.
Aladino se alejó rápidamente, salió de la ciudad y comenzó a errar por el
campo hasta llegar a las orillas de un gran río, presa de la desesperación,
diciéndose: –¿Dónde hallarás tu palacio, Aladino, y a tu esposa Badrul-
Budur? ¿A qué país desconocido irás a buscarla, si es que está viva todavía?–.
Se puso en cuclillas a la orilla del río, tomó agua en el hueco de las manos
y se frotó los dedos tratando de reanimarse. Y he aquí que, al hacer estos
movimientos, frotó el anillo que el mago le había dado en la cueva. Al
momento apareció el efrit del anillo: –¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el
servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua! ¿Qué quieres?–.
Aladino lo reconoció, se puso de pie y dijo al efrit: –¡Oh, efrit del anillo! Te
ordeno que me transportes al lugar en que se halla mi palacio y me dejes
debajo de las ventanas de mi esposa, la princesa Badrul-Budur.
Apenas formuló esta petición, Aladino se vio en medio de un jardín
magnífico, debajo de las ventanas de la princesa. A la vista de su palacio,
sintió Aladino tranquilizársele el alma. Aquella tarde, la servidora de la
princesa abrió una de las ventanas y miró hacia fuera, diciendo: –¡Oh mi
señora! ¡Mi amo Aladino está bajo las ventanas del palacio!.
Badrul-Budur se precipitó a la ventana y gritó: –¡Oh querido mío!, ¡mi
servidora va a abrirte la puerta secreta!–. Aladino subió al aposento y ambos
81 | aladino y la lámpara maravillosa
83 | aladino y la lámpara maravillosa

se besaron, ebrios de alegría. Aladino dijo a su esposa: –¡Oh, Badrul-Budur!


Antes que nada tengo que preguntarte qué ha sido de la lámpara de cobre
que dejé en mi cuarto antes de salir de caza–. Exclamó la princesa: –Esa
lámpara es la causa de nuestra desdicha–. Y contó a Aladino lo que había
ocurrido en el palacio en su ausencia. Y concluyó diciendo: –Después de
transportarnos aquí, el maldito mago ha venido a revelarme lo ocurrido–.
Entonces Aladino, sin hacerle el menor reproche, le preguntó: –¿Y qué
desea hacer ahora ese maldito?–. Ella dijo: –Viene cada atardecer y trata
por todos los medios de seducirme. Para vencer mi resistencia no ha cesado
de afirmar que has muerto–. –Dime ahora, ¡oh Badrul-Budur! ¿Sabes en
qué sitio del palacio está escondida la lámpara?–. –La lleva en el pecho
continuamente–. Entonces Aladino pidió quedarse a solas, frotó el anillo
mágico y dijo al efrit: –¡Oh, efrit del anillo! Te ordeno que me traigas
una onza de polvo soporífero–. Cuando obtuvo lo que deseaba, Aladino
llamó a su esposa y le dio instrucciones respecto a lo que harían con el
mago. Entonces la princesa mandó a sus mujeres que la peinaran y se hizo
vestir con el traje más hermoso de sus arcas. Perfumada y más bella que
de costumbre, se tendió sobre los almohadones, esperando la llegada del
mago.
No dejó éste de ir a la hora anunciada. Y la princesa, con una sonrisa,
lo invitó a sentarse junto a ella y le dijo: –¡Oh mi señor! Estoy por fin
convencida de que Aladino ha muerto y mis lágrimas no le darán vida.
Por eso he renunciado a la tristeza. ¡Te ofrezco los refrescos de amistad!–.
Se levantó, mostrando su deslumbradora belleza, se dirigió a la mesa y
discretamente echó el soporífero en la copa de oro que había en ella. El
mago tomó la copa, se la llevó a los labios y la vació de un solo trago. ¡Al
instante fue a caer a los pies de Badrul-Budur!
Aladino salió del escondite en el que aguardaba, se precipitó sobre el mago
y le sacó del pecho la lámpara. Corrió hacia una alcoba solitaria, frotó la
lámpara y al punto vio aparecer al efrit: –¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el
servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde
85 | aladino y la lámpara maravillosa

me arrastro! ¿Qué quieres?–. –¡Oh efrit de la lámpara! –dijo Aladino–. Te


ordeno que transportes este palacio, con todo lo que contiene, a la capital
del reino de la China–. Sin tardar más tiempo del que se necesita para cerrar
y abrir un ojo, el palacio estuvo nuevamente frente al palacio del sultán.
Aladino invocó entonces al efrit y le ordenó que se llevara el cuerpo del
mago y lo quemara en medio de la plaza sobre un montón de estiércol.
–¡Oh Badrul-Budur! –dijo a su esposa–, ¡demos gracias a Alah que nos ha
librado por siempre de nuestro enemigo!–. Se arrojaron uno en brazos de
otro y desde entonces vivieron una vida feliz.
Tuvieron dos hijos hermosos como lunas. De nada careció su dicha hasta la
llegada inevitable de la separadora de amigos, la muerte.
87 | LAS MIL Y UNA NOCHES

Cuando Sherezade acabó de contar la historia de


Aladino se calló sonriendo.
El rey Shariar dijo: –Es, sin duda, una historia
extraordinaria.
–No creas, ¡oh rey afortunado!, que es tan extraordinaria
como la que me reservo para la noche próxima, si quieres.
El rey Shariar dijo para sí: –¡No la mataré hasta
después!
Entonces Sherezade sonrió y dijo: –Cuentan que...
Pero en este momento vio aparecer la mañana y se calló,
discreta.
89 | LAS MIL Y UNA NOCHES

DE CÓMO SHEREZADE
Y EL REY VIVIERON FELICES

lo largo de tres años, noche a noche, Sherezade contó al rey


historias tan maravillosas como las que acabáis de leer. Entre
tanto, la joven había dado al rey tres hermosos hijos varones.
En la noche mil uno, Sherezade despidió a su hermana Doniazada, se presentó
ante el rey Shariar, se inclinó ante él para besar el suelo en señal de respeto y dijo:
–¡Oh, rey Shariar, esposo mío! Tu esposa lleva ya mil y una noches contándote
historias de tiempos muy remotos. ¡Solicito ahora tu permiso para expresar un
deseo!
–Pide, Sherezade, –dijo el rey– y lo que pidas te será concedido.
Sherezade dio una indicación a las esclavas que se hallaban cerca de la alcoba. La
primera de ellas era nodriza de su hijo mayor que ya caminaba solo; la otra, se
ocupaba del segundo de los niños que ya gateaba; la tercera, llevaba en sus brazos
91 | LAS MIL Y UNA NOCHES

al hijo más pequeño que todavía se alimentaba de la leche materna.


La joven les indicó: –¡Entrad!–. Puso a sus hijos delante del rey y volvió a
inclinarse y a besar el suelo: –¡Oh, rey Shariar, esposo mío! Contempla a tus
hijos. Te ruego que me permitas vivir para atenderles. Si me matas, estos niños
se quedarán sin madre.
El rey Shariar sintió que su vista se nublaba a causa de las lágrimas. Estrechó
a los niños contra su pecho e indicó a las nodrizas que lo dejaran a solas con su
esposa.
–¡Sherezade! –exclamó entonces el rey–. Tus historias han hecho desvanecer el
odio que ardía en mi corazón. Eres noble y digna madre de mis hijos. ¡Alah te ha
bendecido, a ti, a tu padre, a tu madre, a tus antepasados y a tus hijos! El mismo
Alah es testigo de que yo te liberaré de cualquier mal.
La alegría se propagó por el palacio y se difundió por todo el reino. –¡Noble visir!
–dijo el rey –,¡Alah te recompensará por haberme dado por esposa a tu hija!
Ella ha sido la causa de que me arrepintiera por haber dado muerte a tantas
jóvenes doncellas del reino. Sus relatos serán recordados por muchas generaciones.
¡Alah me ha dado con ella tres hijos varones! ¡Agradezco a Alah por tan grandes
bienes!
El rey colmó entonces a su visir de regalos. Luego, ordenó engalanar la ciudad
durante treinta días y perdonó a los habitantes el pago de los impuestos. La gente
del reino adornó sus casas y se iluminaron las calles como nunca antes hasta
entonces. Se escuchaba en las plazas el alegre sonido de los tambores y de las
flautas.
El rey Shariar recorrió los barrios más pobres entregando a todos bellos regalos.
Desde aquella noche, los habitantes del reino recibieron un trato más justo y
fueron gobernados con serenidad y paz.
Sherezade y el rey Shariar vivieron una vida feliz hasta que los visitó la
destructora de dulzuras, la constructora de tumbas, la muerte.
¡Pero Alah, es el más grande! ¡A él rogamos que nos conceda un buen fin!
93 | LAS MIL Y UNA NOCHES

glosario

cimitarra: especie de sable de hoja curvada utilizado por persas y


turcos.
efrit: en la mitología popular árabe, los efrit eran un tipo de genio
dotado de gran poder y capaz de realizar tanto acciones buenas como
malas.
faquín: persona que se gana la vida con trabajos temporarios o
haciendo mandados.
sésamo: semilla comestible muy apreciada en Oriente.
zoco: mercado tradicional de la cultura árabe, donde se desarrollaba la
mayor parte de la actividad económica y de la vida social de las ciudades.
95 | LAS MIL Y UNA NOCHES

Las Mil y Una Noches…


es una gran antología de cuentos orientales. Durante siglos, el Algunos de los cuentos de Las Mil y Una Noches relatan riesgosas
pueblo se reunía principalmente en los zocos a escuchar los relatos aventuras y presentan a hechiceros y genios que brotan de
de boca de contadores profesionales. De esa tradición provienen lámparas y anillos. Otros refieren maravillosas historias de amor
la mayoría de los relatos incluidos en la antología. que podrán ser descubiertas por los jóvenes lectores dentro de
algunos años. ¡Ojalá que sientan pronto deseos de leer muchos
Esta selección incluye tres historias muy difundidas: “Simbad
otros de los cuentos de esta extraordinaria colección y decidan
el Marino”, “Aladino y la lámpara maravillosa” y “Alí Babá y los
buscarlos en ediciones más extensas o en Internet!
cuarenta ladrones”. Como se descubrirá al avanzar en la lectura, las
tres forman parte del conjunto de cuentos que la bella Sherezade
narra al rey Shariar para salvar su vida y, gracias a los cuales,
gana la confianza y el amor del rey y logra transformar su corazón
endurecido por el desengaño.

También podría gustarte