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M ig u el G iu sti
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M anual de principios y problemas éticos
ciudadanía y de democracia, incluso las palabras que usamos hoy para evocarlas,
y sostuvieron que la libertad era una facultad esencial de los m iem bros de la polis
0 de la república. Pero no tuvieron problemas en excluir de la ciudadanía política
a las mujeres y a los siervos, ni en legitimar la existencia de la esclavitud. Si bien
la conciencia de la libertad experimentó en aquella época u n notable progreso,
adoleció de u n a ostensible y, para nosotros, sorprendente restricción. Recién
en la E dad M oderna se llegó al tercer m om ento de esta historia, u no definitivo
e irreversible, en el que la hum anidad llegó al convencim iento de que todos los
seres humanos, sin excepción ni restricciones de ningún tipo, son libres. Se tomó
finalm ente conciencia de que la libertad es una facultad constitutiva y universal
del ser hum ano en cuanto tal. La Revolución Francesa, dice Hegel, consagró por
vez prim era en la historia, al menos de forma programática, la tesis certera pero
prem atura de los filósofos presocráticos según la rnal la razón, y con ella la libertad,
debía gobernar el m undo (Hegel, 2010, p. 775). Desde entonces, pues, no solo
es libre u n hom bre excepcional (el déspota), ni solo u n colectivo privilegiado (los
ciudadanos griegos o romanos), sino libres somos todos, o libre es el ser hum ano
p o r el hecho m ismo de ser hum ano. .Si
1 N o hace falta que estemos de acuerdo en todos los puntos que contiene la
; tesis de Hegel — tesis, por lo demás, que no tiene nada de simple, a pesar de su
, apariencia— , ni que entremos a debatir la espinosa cuestión de si tiene sentido
h ablar de progreso en la historia.' C om o bien sabemos, puede ser temerario
im aginar que la historia se halla en continuo progreso, y es además u n asunto
1 que h a desatado con razón múltiples controversias en la filosofía contemporánea.
Retengam os de aquella tesis, por el m omento, solamente la idea de que la libertad
se h a convertido en el valor más importante de la vida hum ana y que ello ocurrió
a partir del instante en que se tomó conciencia de que es un atributo de todos los
seres hum anos sin distinción, o que le corresponde al ser hum ano en cuanto tal. Se
trata, por supuesto, como ha sido ya advertido, de la adquisición de una conciencia,
de u n a conquista conceptual, no necesariamente, o no aún, de una realidad. Para
que esto últim o ocurra, añade el propio Hegel, para que el principio o el valor
de la libertad se ponga en práctica en el m undo real y llegue a permear todas las
instituciones de la sociedad en el m undo, hará falta desplegar una ardua tarea de
educación y recorrer un largo camino de la cultura. «Esta aplicación del principio
dé la libertad al m undo real 5— escribe—■, la compenetración y configuración del
m undo según ese principio, es el largo discurrir que constituye la historia misma»
(Hegel, 2010, p. 332). Queda claro, en esta perspectiva de análisis, que la libertad
es la esencia, la verdadera naturaleza, el distintivo más genuino y definito rio del ser
hum ano, pero que la hum anidad ha debido sufrir muchas convulsiones antes de
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las cuales posee al mismo tiem po legitimidad y un valor relativo, de manera que
solo a través de su interdependencia recíproca podremos hallar el sentido cabal
del concepto, p
Quizás podría ayudarnos decir que la libertad es una mesa de tres patas que
naturalm ente solo se sostiene en pie si reposa al mismo tiem po sobre las tres. Esas
tres patas o dimensiones, sobre las que hablaré enseguida, son: 1) la libertad como
autonom ía; 2) la libertad como opción morak y 3) la libertad como creación colectiva.
Axel H i A . 4, filosofo que en la actualidad ha desarrollado con más amplitud
esta línea de interpretacign. habla por su parte efe 1) libertad negativa, 2) libertad
reflexiva^ $)'^e^rtsAsocicd (H onneth,,20l4, p>SIFyilJ* N o o A f e f e d e l todo con
hace Honneth, pero pára los efectos de nuestra exposición
puede ser útil o esclarecedor tener en cuentasu fe3«Mfe¡le manera complementarla.
Conform e vayamos analizando detenidamente esas tres nos hará
más claro por qué ellas son necesarias para entender qué significa la libertad, es
decir, comprenderemos en qué reside su validez, pero advertiremos también que
en ellas anida una tentación a extrapolar la extensión de su vigencia hasta extremos
que pueden ser contraproducentes. Cada una de estas dimensiones es respaldada,
com o veremos, por una tradición teórica honorable, pero el reto que tenemos por
delante es el tratar de ofrecer de ellas una visión de conjunto que logre relacionarlas
sistemáticamente entre sí. La indiscutible convicción moral, hoy mundialmente
aceptada, de que todos los ÉSbéé « £ $ $ £ § la so s. libres y de que la libertad nos
corresponde por el mero hecho de ser humanos, debemos complementarla, pues,
con la exposición de sus dimensiones ctesdttttkü* »»
1. L A LIBERTA D C O M O AUTONOM ÍA ■
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2008, p» 54). Ante el conflicto persistente entire coíCeSÍones religiosas, cada una de
las cuales reclamaba para sí la posesión de la verdad, parecía indispensable imaginar
una nueva manera de plantear la cuestión de la relación legítima entre los individuos
y las culturas, una que superase esa guerra de todos contra todos a la que estaba
conduciendo la rivalidad entre concepciones tan herméticas y que posibilitara, por
consiguiente, la preservación de la vida y la restauración de la coexistencia pacífica.
Esa nueva manera consistió en sustraerles a las confesiones religiosas sus pretensiones
de verdad y desplazar lá capacidad de decisión en la materia a los individuos, pero
entendidos estos solo como seres humanos racionales y autónomos, es decir, no
como miembros de úna cultura ó de un colectivo de ningún tipo. Concibiendo a
los individúes como seres libres, dotados no sólo de lá fc u lta d de decidir por cuenta
propia, sino igualmente de la capacidad racional de ponderar costos y beneficios
de Sus decisiones, podía plantearse la posibilidad de un acuerdo razonable entre
ellos, un contrato social, que consagrase un sistema de reglas de convivencia en el
que' cada cual pudiese ejercer su libertad sin perjuicio de la libertad de los demás.
N o se trataba, pues, de proponer la instauración de un huevo sistema global de
creencias, sino más bien de algo más modesto pero al mismo tiem po más eficaz: u n
orden jurídico que permitiese el ejercicio de la libertad íadM dual y el pluralismo
de las opMohffis e hiciese incluso posible la peévivencia délas confesiones, siempre
y cuando', claro está, estas también respetasen el Estado de derecho,
s n t'L a libertad es, ^ \iú , m á o m m h en dos sentidos, ambos esenciales. E n prim er
lugar, es autónom o el individuo en cuanto individuo, en cuanto ser hum ano
racional, n o en cuanto detente algún tipo de identidad colectiva, sea esta racial,
religiosa, cultural o de género. Se trata, por tanto, de una condición universal,
igualitaria, contraria a cualquier tipo de discriminación, tal como la anunciaba
precisamente Hegel en la cita que comentamos. Para enfatizar este rasgo constitutivo
de la condición hum ana, dicen los filósofos de la época que su autonom ía forma
parte del «derecho natural», usando deliberadamente en m odo invertido una
expresión convencional que solía defender algo m uy diferente. Volveré sobre este
asunto en u n m om ento. El segundo sentido de la libertad como autonom ía es
el que es aludido en la propia etimología de la palabra. «Autonomía» significa
literalmente «autolegislación»: libre es, pues, el individuo que se dicta a sí mismo
su propia ley, pero una ley que por definición es doble, porque no solo autoriza al
individuo a desplegar su voluntad, sino que al mismo tiempo instaura un orden
legal que resguarda el libre ejercicio de la voluntad de todos.
Hago un breve comentario sobre la expresión «derecho natural», porque ella
suele ser invocada para cuestionar reformas legislativas que amplíen el uso de la
libertad, por lo general en nom bre de cosmovisiones éticas colectivas. La expresión
es, en realidad, m uy curiosa, porque, en sentido estricto, el derecho natural ni es
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peruana, hay una curiosidad que vale la pena comentar. E n su articulo primero,
en efecto, ofrece upa documentación seguramente involuntaria del gran cambio
producido en la historia de las ideas — aquí com entado— , porque sostiene que
«la,persona humana I...] es el fin supremo de la sociedad y del Estado» (el artículo
dice, a la letra: «La defensa d é la persona hum ana y el respeto de su dignidad spa
el fin suprem o de la sociedad y del Estado»). La frase procede, en realidad, de
Aristóteles, pero está expresada exactamente al revés. Aristóteles escribe, en su Etica
a Nicóm aco, que «la polis [es decir, la sociedad o el Estado] es el fin supremo de
la persona» (Aristóteles, 2005, pp. 56 y ss.). «Fin supremo» o «fin último» es la
traducción del griego haplós téleion, que en Aristóteles es una expresión equivalente
a «bien supremo» (acrótaton agathón o aristón). Ambas expresiones eran de uso
corriente en la filosofía de la época. Entre ambas frases, la de Aristóteles y la de la
C onstitución peruana se extiende, pues, la diferencia capital de dos culturas: la
cultura de la libertad individual, surgida en la modernidad, y la cultura del bien
com ún o colectivo, propia de la Antigüedad.
H abíam os dicho, sin embargo, que la libertad es una mesa de tres patas y que
la autonom ía es solo una de ellas. Antes que explicar por qué la libertad no podría
sostenerse solo sobre la dimensión que acabamos de presentar, prefiero pasar a
exponer las otras dos dimensiones, las otras dos patas de la mesa, correspondiendo
ahora el tum o, como se anunció, a aquella que define la libertad como opción moral.
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que acabamos de analizar, pero le añade una calificación de carácter moral y le asocia
además el deber vinculante de respetarla. La palabra misma, «dignidad» (dignitas),
de la que se deriva el término «dignatario», es un término valorativo que tiene una
historia parecida a la que mencionaba Hegel en relación con la libertad, porque ha
ido extendiendo en el tiempo paulatinamente su campo de aplicación — quiénes
poseen dignidad— hasta alcanzar a todos los seres humanos. Ella designa el valor
absoluto que se le otorga al ser humano, por el hecho mismo de ser hum ano, y
las consecuencias normativas que de allí se derivan para el establecimiento de las
reglas de conducta en la sociedad. Cito a Kant, fuente primaria en el tema: «La
hum anidad misma es una dignidad; porque el hombre no puede ser utilizado
únicamente como medio por ningún hombre [...] sino siempre a la vez como fin,
y en esto consiste precisamente su dignidad (la personalidad) [...] Todo hom bre
tiene un legítimo derecho al respeto de sus semejantes y también él está obligado a
lo mismo, recíprocamente,*iiñ respecto a cada Uñó de ellos» (Kant, 1989, p. 335).
Sabemos, en fin, que de esta aproximación prescriptiva al concepto de dignidad
hum ana se derivan los derechos humanos, es dséíij los derechos morales que les
corresponderí a los seres humanos en razón exclusivamente de su hum anidad
(Pollmann, 2008).
Aunque pudiera padecerlo, no nos estamos desviando de nuestro tem a central,
que es la definición de la libertad. Estamos más bien tratando de precisar en qué
sentido ella puede ser entendida no solo como autonomía, sino además como
opción o compromiso moral de un modo más afirmativo, aunque siempre desde
la perspectiva del propio individuo que se propone realizar los fines o cum plir los
deberes que refuercen su condición de ser hum ano libre. La opción por la defensa
de la dignidad o de los derechos humanos no es, sin embargo, la única form a de
expresión de esta dimensión de la libertad. Simplificando un tanto las cosas, podría
decirse que hay dos maneras diferentes y divergentes de concebir la libertad como
opción moral: una, la que acabamos de mencionar, que podría llamarse la opción
cívica, y una segunda, centrada en el desarrollo puramente individual, que podría
llamarse la opción estética. Ambas tienen sus raíces en la idea del valor intrínseco del
ser hum ano individual y del derecho que le asiste de ser respetado en su identidad,
y sobre ambas hay una tradición considerable de fúndamentación que se prolonga
hasta nuestros días.
Entre las fuentes principales de la opción que estamos llamando cívica se halla
sin duda la obra de Rousseau, que habría de tener gran influencia en la filosofía
política de su tiempo, tanto en Francia como en Alemania. En abierta polémica
con H obbes, Rousseau considera que la libertad del individuo no debe ser
concebida como una voluntad egoísta, ni el contrato social como un mero acuerdo
de conveniencia entre intereses rivales, sino que la voluntad debe estar dotada de
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GÉ PRINCIPIOS Y PROBLEMAS ÉTICOS
conciencia moral, de manera que el. contrato social pueda entenderse como una
opción deliberada del individuo p ie la voluntad general, es decir, por la expresión
iCamu rftaa ii genuina de su.. pm |>la voluntad particular. En otras palabras, si la
libertad del in¡|gi§ 38§*es tomada en su sentido cabal, entonces debemos suponer
o esperar ¡ p e e lk va J* elegir el bien cotaún de la comunidad política,
en el entendido; de que esta encarna su propia IÉ É * É L Rousseau recupera así la
tradición t®p|sÍi¡Sifta antigua, pero la reinterpreta a la luz de la « i » concepción de
la autonom ía del individuo; y lo hace rescatando también la dimensión emocional
que tenía e n fti los antiguos el compromiso con los valorea É M i i jpties considera
estar así promoviendo el cates» de la fletad iStfti* es « y diferente lo que
hace K ánt al proponernos su teoría del imperativo categórico. Tam bién él piensa
que la norm a de la universalidad o la im M r^áM M i® ^ una mera Jü B ttü ü ft
de nuestra libertad individual, sino, por el contrario, la expresión de lo que esta
verdaderamente busca; se da a sí m ism a..
Pero l a p decíamos, una segunda v®rfÉn, diferente y divergente, de la opción
M®™* Inspirada también §nfel uso afirmativo de la libertad individual, que hemos
llam ado ]s estética. Nos referimos con ella a la ÉrtÜUto l i d l á í i # de
cultivar su propia y original fóíEíia de vidai die d t ^ r l o que le parezcamajfb: para su
bienestar, de defender su identidad, de f a p s t R una nueva; en resumidas cuentas,
de desplegar su creatividad con un perfil estrictamente personal. Y de exigir, por
supuesto, que se le respete. Se trata de una versión que circuló tempranamente
entre los intérpretes de la idea de libertad, y que suele invocar, como fuentes de
inspiración, a John Stuart Mill en el ámbito anglosajón, y a Johann Gottfried
H erder o W ilhelm von Hum boldt en el entorno del romanticismo alemán. No es
nada casual que Mili coloque como epígrafe de su famoso tratado Sobre la libertad
la siguiente cita de Humboldt: «El gran principio, el principio dom inante al que
conducen los argumentos expuestos en estas páginas, es la importancia esencial y
absoluta del desenvolvimiento del ser humano en su más rica diversidad» (MíÜ,
2001, p. 55). E n d seno de tradiciones diferentes, se sübíaya. pues, el derecho del
individuo a dar P | bkÍ‘bé|* É I íí a sus cualidades o sus talgg! i% siempre y cuando,
pofiHfBBÉ&üs llí® ^¡JnriSÉHll ®®k%c®l derecho de parte de los demás.
H& ÉlíasSipe es uná opción estética en un sentido amplio* porque sobreentiende
qu# el uso de la libertad equivale a moldear la propia vida de manera única y
É fjjA lli como A ié tratase d® una obra de arte. Pero de esta opción hay muchos
otros nombres, y muchas otras corrientes que la defienden, como el emotivismo,
el utilitarismo, el expresivismo o el subjetivismo moral, muchas de las cuales tienen
gran predicamento en nuestros días por tratarse de una tendencia claramente en
expansión.
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M ív jaO M . riE PRIN C IPIO S y PROBLEMAS ¿ T i c o a i
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Libertad I Miguel Giusti
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B iblio grafía
Aristóteles (1985). Ética nicomáquea. Traducción y notas de Julio Pallí Monet. Madrid:
Gredos.
Aristóteles (2005). Política. Edición de María Isabel Santa Cruz y María Inés Crespo.
Buenos Aires: Losada.
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Libertad I Miguel Giusti
Giusti, M. & F. Tubino (eds.) (2007). Debates de la ética contemporánea. Lima: PUCE
Hegel, G.W.F. (1975). Principios de lafilosofía del derecho o derecho naturaly cienciapolítica.
Traducción de Juan Luis Vermal. Buenos Aires: Sudamericana.
Hobbes, T. (2008). Tratado sobre el ciudadano. Edición de Joaquín Rodríguez Feo. Madrid:
UNED.
Kant, I. (1999). Hacia ¡apazperpetua. Edición de Jacobo Muñoz. Madrid: Biblioteca Nueva.
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CIRO ALEGRÍA VARONA
(Editor) ’
MANUAL DE PRINCIPIOS Y
PROBLEMAS ÉTICOS
FONDO . . .
EDITORIAL
pontificia u n iv e r s id a d c a t ó l ic a del perú
BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ
Centro Bibliográfico Nacional
170 Manual de principios y problemas éticos / Ciro Alegría Varona, editor.- la ed.~ Lima :
M Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2019 (Lima : Tarea Asociación
Gráfica Educativa).
3.89 p . ; 24 cm.
Incluye bibliografías.
Contenido: Principios —Desafíos - Ética aplicada.
D.L. 2019-06785
ISBN 978-612-317-488-0
1. Ética - Ensayos, conferencias, etc. 2. Valores (Filosofía) 3. Problemas éticos 4. Ética aplicada
I. Alegría Varona, Ciro, 1961-, editor II. Pontificia Universidad Católica del Perú
BNP: 2019-073
uv t\
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D e esta edición:
© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2019
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