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Cuando desperté, mi cabeza se sentía como si le hubieran dado un mazazo.

Pestañeé un par de
veces, sintiendo como la luz artificial se me clavaba como alfileres en las retinas. Sin poder ver,
tanteé con las manos, pero mis manos sólo tocaban cemento, frío y al parecer viejo. Un leve
olor a moho invadía mis fosas nasales. De seguro, estaba en un lugar subterráneo, al menos un
sótano.

Abriendo los ojos lo más suavemente posible para evitar las puñaladas de la luz, mis pupilas
corroboraron la información que mi tacto y mi olfato gritaban a mi cerebro. Las paredes eran
de un color grisáceo blancuzco, con marcas de fraguado de quién sabía cuando, y el piso lucía
un color entre marrón y gris oscuro, con lamparones de humedad por aquí y por allá. Unas
tuberías de metal pintado corrían en el espacio entre el techo y las paredes, sin duda ductos de
ventilación. Unas rejillas oxidadas en ciertos tramos de las tuberías confirmaban su función.
Salvo, claro está, que mis captores tuvieran también el divertimento de crear cámaras de gas
en sus ratos libres.

-Por fin despertaste, bella durmiente.

La voz sonaba como a un millón de kilómetros de distancia, amplificada por un montón de


megáfonos situados por detrás, a los costados y por encima de mi cabeza. Hice un esfuerzo por
enfocar la vista en la figura menuda situada al otro lado de la sala. Parecía una niña de unos
siete u ocho años.

-Ah, eres tú, maldita perra.

-¿Podrías cambiar de insulto? ¿Estoy harta de que la gente que está enojada conmigo me
llame “perra” o “desgraciada”, o “hija de puta”. Es aburrido, sabes.

-Se me ocurren insultos más creativos, Anastasia, pero creo que no estamos aquí para una
competencia de agravios. ¿Verdad?

-Directa al grano, como siempre. Y creando caos, también como siempre. Aunque tengo que
reconocer que lo que hiciste en Belgrado fue impresionante.

-No necesito tus halagos. ¿Qué me inyectaste?

-Oh, qué curiosa. Era sólo un pequeño cóctel para mantenerte tranquila.

-¿Qué diablos me…?

-Terca además de curiosa. Bien, te inyectamos una mezcla de Xilacina, Diazepam y Ketamina.
En resumen, anestésico para caballos. Una inyección triple cada seis horas.

-¿Estás loca? ¿Querías matarme?

-Kali, dejaste veinte soldados entrenados fuera de combate, tal vez más. No íbamos a correr
riesgos. Aunque una pelea adentro del camión o del Falcon hubiera estado interesante…

-Hubiéramos muerto las dos.

-Probablemente. Y estoy seguro que muchos de tus “amigos” suspirarían aliviados ante esa
noticia.

-Yo no tengo amigos, perra rusa.


-Estamos iguales -dijo risueña, tocándose el pelo de forma coqueta-. Hace mucho tiempo que
quería conocerte. El último…

-¿Querías conocerme desde 1999, no es así? ¿Cuándo no quedó ningún traductor que pudiera
descifrar el códice para ti? ¡Maldita perra asesina y egoísta!

-¿Me lo dice la renegada más famosa de la Orden, la que no aguantaba estar un minuto más
en el Templo de los Inmortales?

-¡Una cosa es alejarte y otra es querer a todos muertos, psicópata!

-¡Sabes al igual que yo que la Orden no tenía casi poder, y lo poco que estaban haciendo
estaba mal! ¡Se vendieron al occidente capitalista al final de la Gran Guerra Patriótica, y
siguieron vendidos aún cuando vieron que el equilibrio se rompió en el 91! ¿Qué cariño o
respeto quieres que les tuviera a unos lamebotas de occidente?

-¿Y tú piensas que vas a hacer algo mejor que la Orden con ese Códice?

-Pues dime tú…¿Qué grandes secretos tecnológicos entregaron en las últimas décadas?
¿Alguna revolución en energía? ¿Genética? ¡Pues no tenemos energía de fusión nuclear, y los
humanos no saben cómo nacemos con estas…capacidades! ¡Nosotros somos la verdadera
gente con “capacidades diferentes”, no esos subhumanos con retraso mental que tanto
cuidan!

-¡Escúchate, Anastasia! ¡Pareces una maldita nazi!

-¡Pero sabes que tengo razón! ¿Qué diablos estuvo haciendo tu bienamada Orden para
justifica su existencia? ¿Custodiar un libro del cual ni ellos, ni la humanidad, ni los propios
inmortales podrían sacar provecho, por “si se hacía algo malo con él “? ¡Kali, estamos al borde
de un desastre ecológico global o una guerra nuclear, y creo que veinticuatro años fueron más
que suficientes para “dar un tiempo a la humanidad”! ¡Y no creas que las cosas iban a ser
mejores si yo no estaba comandando Rusia en las sombras!

-¿Y ahora me vas a decir que los inmortales son la “raza superior”? ¡Porque eso suena a…

-¡Escúchame, hindú terca! ¡Tú más que nadie sabes lo que aportó la Orden en el pasado, y el
compromiso que somos capaces de demostrar los inmortales! ¡Si hay alguien que tiene
derecho a erigirse en la nueva raza dominante, somos nosotros!

-Anastasia, rubia idiota…¿Acaso olvidas que somos, ya sabes, estériles? ¿Cómo piensas hacer
que nos reproduzcamos? ¿Por esquejes?

-En esta habitación la única idiota eres tú, Kali. Es más que sabido que el códice guarda nuestro
código genético entero…incluidos los mecanismos que hacen que se detenga nuestro reloj
biológico antes de que nos volvamos fértiles. Podemos crear una nueva raza de inmortales
desde cero.

-Inmortales que, tarde o temprano, se corromperán tanto o más que los humanos. Gracias,
pero ya he visto eso con las razas humanas. No funciona, Anastasia, por más empeño que le
pongas.

-Eso no importa. Tenemos derecho, y aunque sólo podamos llevar a la humanidad a los
próximos doscientos o trescientos años de prosperidad y paz, habrá valido la pena.

-Eres tan necia, rubia. Demasiado joven y demasiado acostumbrada al poder.


-Y tú eres una vieja resentida, gruñona y de mal carácter. Estás tan decepcionada de la
humanidad que sólo puedes dedicarte a vagar por el mundo, rumiando tu amargura y
haciéndote pasar por niña, porque extrañas tener una vida sencilla en la que los demás hagan
las cosas por ti. ¿O me equivoco?

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