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@DrBenBright
Físico. Filántropo. Padre.
Inventor de la fusión fría. Aficionado al café caliente.
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4.572 314 61.3 M 37
—Bienvenidos a Fusión.
La sorpresa me deja boquiabierto: papá nos saluda a mí
y al resto de la clase mientras esperamos en el enorme
vestíbulo.
—En este museo interactivo descubriréis los secretos del
universo sumergiéndoos en ellos. ¿Os atrevéis a mirar en el
espejo del infinito? ¿O a dar una vuelta, casi a la velocidad
de la luz, en el Gran Colisionador de Hadrones? Desde el
Refrescador, donde aprenderéis cómo la fusión fría emplea
la energía de las estrellas, hasta el Detector de Materia
Oscura, donde buscaréis el ingrediente secreto del espacio
mismo, todas las exposiciones interactivas están diseñadas
para ayudaros a aprender cómo la ciencia consigue explicar
las maravillas del universo.
Por supuesto, se trata solo de un holograma: una imagen
tridimensional de tamaño natural de mi padre proyectada
sobre una plataforma elevada en la entrada del museo. El
verdadero doctor Ben Bright se encuentra al otro lado del
océano Atlántico, probablemente desayunando en la Casa
Blanca, pero el holograma tiene un aspecto tan realista que
no puedo evitar estirar el brazo para tocarlo.
—¡Albie! —La voz de la señorita Benjamin resuena con
un tono de advertencia.
Una colección de puntos coloreados recorre mi mano a
medida que atraviesa la imagen de mi padre; son los rayos
de luz que convergen para crear el holograma: un truco
barato para hacerte creer que el profesor Ben Bright de
verdad está aquí. Incluso en este universo paralelo, la única
oportunidad que tengo de ver a mi padre es virtual.
—Antes de que os marchéis tendréis incluso ocasión de
inventar vuestro propio experimento en la Zona Eureka. —El
holograma de mi padre me mira ahora directamente, el
gesto repentinamente serio—. ¿Quién sabe? Quizás incluso
podáis hacer un descubrimiento capaz de cambiar el
universo.
Pienso en la teoría del plátano cuántico: el portátil de mi
madre conectado al contador Geiger mientras dentro de la
caja de cartón el plátano poco a poco se torna marrón. «Ya
lo he hecho, papá. Pero no puedo contártelo porque no
estás aquí».
Cuando el holograma de papá se desvanece, la señorita
Benjamin da una palmada para captar nuestra atención.
—Muy bien, chicos. Quiero que penséis acerca de las
cuestiones que hemos estado indagando en clase. ¿De
dónde viene la energía? ¿De qué está hecha? ¿Cómo de
rápida es la luz? Hoy vais a tener que participar
activamente para descubrir las respuestas a todas esas
preguntas y otras más. Trabajad con vuestros grupos y
explorad las exposiciones. A las doce nos reuniremos todos
de nuevo en el Café Collinder para compartir lo que hemos
averiguado.
Esa es la señal que la clase ha estado esperando. Con un
murmullo excitado, todos se alejan en manada en busca de
las piezas más interesantes y potencialmente peligrosas.
Bajo el espectacular techo de vidrio, la inmensa sala del
museo parece un gigantesco parque de atracciones
científico. Cápsulas en forma de átomos pasan zumbando a
gran velocidad en direcciones opuestas alrededor de una
pista de carreras elevada que da la vuelta al museo. De
unas columnas fluorescentes con los colores del arcoíris
brotan burbujas multicolores que flotan en el aire, antes de
estallar por un alfiler gigante que oscila de lado a lado. Veo
exoesqueletos robóticos y dinosaurios, sondas espaciales y
motores de vapor, un volcán a escala y algo llamado el
Simulador del Big Bang. Puentes y galerías de cristal llevan
al público de una zona a la siguiente, mientras que señales
de neón te dirigen a la Zona de la Clonación, el Espacio
Cósmico, la Estación de los Inventos y montones de otros
lugares con nombres asombrosos.
Este tiene que ser el mejor museo del mundo. Y está aquí
en Clackthorpe.
—Nos vemos después —dice Victoria, y me da un besito
en la mejilla—. Voy a dar una vuelta en el Gran Colisionador
de Hadrones con Olivia y Kim.
En algún lugar dentro de mi cabeza, mi medidor de
sonrojo sube hasta alcanzar el nivel máximo: rojo
remolacha. Victoria se coge de las manos con sus amigas y
desaparece en dirección al circuito atómico, dejándome con
el aspecto de alguien que acabara de llegar de Marte.
No sé cuál es el color de mi grupo. No sé por qué Victoria
Barnes piensa que soy su novio. Y mientras recorro el
museo me digo que, en realidad, no sé qué estoy haciendo
aquí.
—Espabila, Albie —me espeta la señorita Benjamin,
chasqueando los dedos—. Tu compañero del grupo gris te
está esperando.
Solo hay otro estudiante de sexto grado que no se ha
lanzado ya a explorar el museo.
De pie junto a la señorita Benjamin, Wesley MacNamara
tiene una sonrisa pícara en la cara. Es justo en ese
momento cuando me doy cuenta de que odio este estúpido
universo.
—Gracias.
Alba se vuelve para sonreírme al llegar al final de las
escaleras.
—¿Por qué?
Levanta la barandilla de seguridad y saca la silla de
ruedas de la plataforma del salvaescaleras.
—Es la primera vez que bailo desde el accidente —
responde—. Desde que mamá murió. Había olvidado lo
divertido que puede ser.
Alba abre la puerta de la habitación con un leve empujón
y entra. Yo la sigo. Cuando regresamos a casa, el abuelo Joe
estaba roncando en su sillón, y al pasar a hurtadillas frente
a la puerta del salón vi que en la tele estaban echando
Regreso al futuro. Ahora ha llegado la hora de averiguar a
qué se refería exactamente Alba cuando dijo que sabía qué
necesitaba para encontrar a mamá de nuevo.
—¿Todavía la extrañas? —pregunto.
—Todos los días —responde. Alba dirige la mirada al
recuadro de cielo estrellado que puede verse a través de la
claraboya—. A veces me siento aquí, en la oscuridad, a
mirar las estrellas con el telescopio y recuerdo todas las
cosas que me decía. Eso me hace sentir que sigue aquí
conmigo.
Pienso en cuán cerca estoy de encontrar a mamá de
nuevo, y una punzada de excitación me recorre la columna
vertebral. Entonces Alba enciende la luz y ambos nos damos
cuenta al mismo tiempo de que algo está muy mal.
El telescopio sigue apuntando a través de la claraboya
del ático, pero las pilas de libros y tebeos están ordenadas y
en medio de la habitación no hay señal alguna de mi caja de
cartón.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunto. De forma instantánea
he entrado en pánico—. ¿Dónde está la caja?
Alba tiene la cabeza entre las manos.
—Lo siento. El abuelo Joe debe de haber arreglado la
habitación.
En memoria de Jo Pettman.
CHRISTOPHER EDGE nació en Manchester y pasó la mayor
parte de su infancia en la biblioteca, soñando con historias.
Actualmente viveen Gloucestershire con su mujer y sus dos
hijos. Todavía pasa la mayor parte de su tiempo soñando
con historias.