Está en la página 1de 2

Yvon Remi Bellerose

“La belleza no hace feliz al que la porta, sino a quien puede poseerla”.

Cuando nací, a finales de los noventa en Francia, no había muchos movimientos de positivismo corporal ni de
aceptación con las disidencias sexuales; todo lo contrario, sólo habían burlas crueles y comentarios hirientes que todos
aceptaban sumisamente como “humor” a fin de no parecer demasiado sensibles. Todo esto me llevó a desarrollar una
obsesión insana con ser hegemónicamente hermoso, sin tachas, simplemente perfecto de pies a cabeza.

Por suerte nací bello y dentro de una familia de clase acomodada, pero había un pequeño detalle que en su momento
consideré “un defecto”. No era tan blanco como los chicos más blancos, ni tan exótico como los que venían de otros
continentes. Mi color de piel, de ojos, textura de cabello y rasgos estructurales de cierta manera delataban un pasado
que me esforcé por ocultar con alisados de cabello y lentillas de colores. Ese pequeño “defecto” era una ancestría judía.

Con el paso del tiempo me gradué de la escuela y luego aprendí actuación en la mejor academia de Paris. Con mi buena
apariencia, talento natural y conexiones sociales sentía que podía conseguir muy buenos papeles y ya empezaba a
hacerme conocido en los últimos ciclos de la carrera. En este punto todo marchaba de maravilla y mis temores del
pasado empezaban a desvanecerse, incluso había aceptado mi homosexualidad, pero nada es perfecto y en el momento
más álgido de mi autoestima mi mayor inseguridad volvió repentinamente para derrumbarlo todo y llevarme de regreso
a la crisis.

Y esta inseguridad toma el bello nombre de Silouane Clermont así como su bello rostro de hombre caucásico. Otro
actor de mi misma edad que poseía las características que siempre había envidiado y que además se presentó a la audición
en la que yo más deseaba quedarme.

Un contrato millonario, fama instantánea y un futuro actoral asegurado es lo que prometía el futuro para aquel que
logre quedarse, habían dos grandes favoritos, Clermont y yo. Siendo muy honestos creo que yo no hubiera tenido la
oportunidad de ganar el papel, no sin hacer lo que hice.

En esta parte claramente yo no sabía en que estaba pensando ni dimensionando adecuadamente nada, acudí con unos
maleantes y les conté de mi problema, les dije que le hagan algo en la cara, esto a fin de que no lo tomen a él, ya sabes,
unos moretones y quizá un ojo cerrado por la hinchazón, pero no, ellos simplemente lo hicieron de una manera por la
que me arrepiento eternamente.

Los titulares del domingo decían “Desfiguran a joven actor en un club del centro”. El bello rostro de Silouane se había
esfumado por completo cuando fui a verlo al hospital, nunca en mi vida me sentí tan culpable como esa vez y más por
hacerle eso a un antiguo amor, de él sólo quedaban unos hermosos ojos violeta únicos en su especie.

Claramente me quedé con el papel, pero sin saber la trampa que significaba eso, detrás de la productora y el proceso de
selección había una persona que movía los hilos de todo, su nombre es Dominique Larousse, y llamarlo persona es
meramente una formalidad para no mencionar la clase de monstruo que es en realidad.

Dominique se convirtió en mi sire, aquél que me transformó, y si no sabes qué es eso, básicamente es mi principal
mecenas y además una especie de dueño de mi voluntad, es una criatura elitista y de un gusto altamente refinado, un
vampiro, uno que quería la obra de teatro perfecta, obra en la que sus actores no envejecieran jamás ni necesiten
descansos, obra que se encargó de llevar por diferentes partes del mundo. Paseamos por toda Europa y una vez agotadas
las grandes ciudades del viejo mundo nos movimos al nuevo. Una vez en América recorrimos bastantes ciudades hasta
que nos detuvimos en una, Chicago, ahí, el príncipe de la ciudad, quien es una especie de jefe de los vampiros, pidió
que para permitir nuestra estancia en la ciudad uno de nosotros debía servir en los diferentes encargos que nos tuviesen
preparados, no hace falta aclarar que yo, como el miembro más nuevo, fui aquel al que designaron para tal labor.

Durante mi estancia en la ciudad logré hacer algunas cuantas diligencias hasta que vi algo que me paralizó y me hizo
cuestionarme absolutamente todo, una criatura inmensamente horrenda, un ser que los vampiros conocen como
Nosferatu, salvo que este tiene una particularidad, unos hermosos ojos de color violeta, entonces odié mi naturaleza
sobrenatural, lo que hice para conseguirla, y más que nada al vampiro que me transformó.

Dicen que la belleza no hace feliz al que la porta, sino al que puede poseerla. Ciertamente durante todo un año mi
belleza le pertenecía a Dominique cuando me hacía cumplirle favores a otros o presentarme en el escenario, pero ya no
más, ahora yo soy el dueño de mi propia belleza.

También podría gustarte