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Es explícito, soy culé, muy culé, por tanto, pónganle un buen sesgo a este artículo. Ello
no implica que tenga la más mínima animadversión hacia los pericos, no la tengo en
absoluto. Los veo como rivales dentro del campo, nada más. El fútbol debería ser así.
¿Qué hay pericos que no entiendo? Tantos como culés. Me gustaría para Barcelona un
Espanyol tan fuerte como el Atlético en Madrid o la Lazio en Roma.
Cuento buenos amigos entre sus fieles seguidores, el que más y con el que más he
hablado del club blanquiazul es Toni Segarra, tan perico, tan brillante. Juntos vivimos
y celebramos la clasificación del Espanyol de Rubi para Europa en 2019 en la tribuna de
Cornellà. En esa época, tras trabajar para el equipo de Sarrià profesionalmente en el
ámbito de la publicidad, etapa en la que la institución tuvo el acierto de fichar a un
ejecutivo brillante, Roger Guasch, que pudo haber transformado la entidad, pero se lo
negaron por su dudoso pedigrí. Hay algo de autodestructivo en la entidad, por mucho
que me rematen a tuits tras esta lectura. En esa época, tras presentar mi primera
campaña, recuerdo que lo primero me preguntaron fue si yo era culé. Nunca nadie me
preguntó si me gustaba el café tras presentar una campaña de Nespresso.
Curioso entorno el perico, pero ese no era el foco de mi artículo, si no más bien otro,
su también curioso presidente. El asiático va por la docena de entrenadores en apenas
ocho años, todo un record. Súmenle cuatro directores generales y cinco directores
deportivos. Por suerte, el dinero para fichar y despedirlos es todo suyo, no hay
malversación más que la suya que le afecta a él principalmente. Va camino de hacer
bueno a Collet. De todo esta tropa de profesionales, tan sólo uno ha podido
comunicarse directamente con él: Mao Ye. Sólo él sabe que y como ha traducido a un
lado y a otro las conversaciones entre el presidente y todos sus interlocutores.