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El niño y el maestro de la escuela:

Con esta fabulita quiero haceros ver cuán insignificantes e innecesarias son a
veces las palabras de los necios...

Un buen día, un niño que estaba jugando a orillas del río Sena, cayó al agua.
Por suerte para el pequeño, justo al lado del lugar donde había caído, habían
crecido unas ramas que fueron su salvación.

Agarrado estaba a ellas, cuando vio pasar a un maestro de escuela, y aliviado


el niño gritó:
- ¡Socorro, que muero!, ayúda, sálveme señor.

El maestro, oyendo los gritos, se volvió hacia el niño y, adoptando una postura
muy tiesa y un tono de voz muy grave y serio, le reprendió:

- ¿Habráse visto pillastre como este?, esto es inaudito. Mira en qué apuro te ha
puesto tu atolondramiento, pequeño granuja, iba diciendo el maestro.

- Que tenga yo que encargarme y enseñar a calaverillas como éste... ¡Qué


desgraciados son los padres que tienen que cuidar de tan malos hijos! ¡Bien
dignos son de lástima!, seguía insistiendo el maestro, mientras el niño
continuaba asustado y agarrado a las ramas.

Una vez terminado el largo discurso, sacó al asustado muchacho a la orilla.

Y aquí, es donde lanzo mi crítica a muchos más de los que se sienten aludidos.
Todos ellos charlatanes, criticones, pedantes y censores que pueden reflejarse
en este pequeño relato. Todos ellos forman un gran número, y es que sin duda,
Dios hizo fecunda a esta raza.

¡No hay tema sobre el que no piensen ejercer su habladuría! ¡Siempre tienen
una crítica que hacer!

¡Pero amigo, líbrame del apuro primero, y después suelta tu lengua!

El lobo y el perro:

Un buen día, encontró a un mastín, rollizo y lustroso, que se había extraviado.


La primera idea que se le cruzó fue la de apresarlo y comerlo, eso es cosa que
hubiese hecho de buen grado el señor lobo. Pero había que emprender batalla
contra el enorme perro, y el enemigo tenía trazas de defenderse bien, además,
se sentía cansado y falta de energía debido al hambre.

El lobo se le acerca con la mayor cortesía, e inicia una conversación con él,
felicitándole por sus buenas carnes.

- No estáis tan lucido como yo, porque no queréis, contesta el perro. Deja el
bosque; los vuestros, que en él se guarecen, son unos desdichados, muertos
siempre de hambre. ¡Ni un bocado prueban al día, seguro! ¡Todo a la ventura!
¡Siempre a la espera de lo que caiga! Sígueme, y tendrás mejor vida.
- ¿Y qué tendré que hacer?, preguntó el lobo.

- Casi nada, respondió el perro, asustar a los ladrones y a los que llevan bastón
o garrote; acariciar a los de casa, y complacer al amo. Con tan poco como es
esto, tendrás comida diaria seguro. Yo me nutro con las sobras de todas las
comidas, huesos de pollos y pichones; y además, si me porto bien, obtengo
algunas caricias, por añadidura.

El Lobo, que escucha todas estas lindezas sobre la vida del perro en la granja,
se imagina un porvenir de gloria, comida todos los días, cuidados y, de
pensarlo, lloró de alegría.

Comenzó a caminar hacia la granja con el perro pero advirtió que su nuevo
compañero tenía en el cuello una peladura.

- ¿Qué es eso? preguntó.

- Nada, dijo el perro sin mirarle a los ojos

- ¡Cómo nada!, insistió el lobo

- Poca cosa, se negaba a confesar el perro.

-Algo será, no dándose por vencido el lobo.

- Será la señal del collar a que estoy atado, confesó por fin el mastín.

- ¡Atado! exclamó el Lobo, pero.. ¿qué?, ¿no vas y vienes a donde queréis y
cuando quieres?

- No siempre, pero eso, ¿qué importa?, dijo el perro restándole importancia.

- Importa tanto, que renuncio a vuestra comida, techo y caricias, ya que de ir


contigo renunciaría al mayor tesoro, dijo, y echó a correr.

Aún está corriendo.

Moraleja: La libertad es nuestro mayor tesoro, no debemos venderla a


cualquier precio.

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