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Con esta fabulita quiero haceros ver cuán insignificantes e innecesarias son a
veces las palabras de los necios...
Un buen día, un niño que estaba jugando a orillas del río Sena, cayó al agua.
Por suerte para el pequeño, justo al lado del lugar donde había caído, habían
crecido unas ramas que fueron su salvación.
El maestro, oyendo los gritos, se volvió hacia el niño y, adoptando una postura
muy tiesa y un tono de voz muy grave y serio, le reprendió:
- ¿Habráse visto pillastre como este?, esto es inaudito. Mira en qué apuro te ha
puesto tu atolondramiento, pequeño granuja, iba diciendo el maestro.
Y aquí, es donde lanzo mi crítica a muchos más de los que se sienten aludidos.
Todos ellos charlatanes, criticones, pedantes y censores que pueden reflejarse
en este pequeño relato. Todos ellos forman un gran número, y es que sin duda,
Dios hizo fecunda a esta raza.
¡No hay tema sobre el que no piensen ejercer su habladuría! ¡Siempre tienen
una crítica que hacer!
El lobo y el perro:
El lobo se le acerca con la mayor cortesía, e inicia una conversación con él,
felicitándole por sus buenas carnes.
- No estáis tan lucido como yo, porque no queréis, contesta el perro. Deja el
bosque; los vuestros, que en él se guarecen, son unos desdichados, muertos
siempre de hambre. ¡Ni un bocado prueban al día, seguro! ¡Todo a la ventura!
¡Siempre a la espera de lo que caiga! Sígueme, y tendrás mejor vida.
- ¿Y qué tendré que hacer?, preguntó el lobo.
- Casi nada, respondió el perro, asustar a los ladrones y a los que llevan bastón
o garrote; acariciar a los de casa, y complacer al amo. Con tan poco como es
esto, tendrás comida diaria seguro. Yo me nutro con las sobras de todas las
comidas, huesos de pollos y pichones; y además, si me porto bien, obtengo
algunas caricias, por añadidura.
El Lobo, que escucha todas estas lindezas sobre la vida del perro en la granja,
se imagina un porvenir de gloria, comida todos los días, cuidados y, de
pensarlo, lloró de alegría.
Comenzó a caminar hacia la granja con el perro pero advirtió que su nuevo
compañero tenía en el cuello una peladura.
- Será la señal del collar a que estoy atado, confesó por fin el mastín.
- ¡Atado! exclamó el Lobo, pero.. ¿qué?, ¿no vas y vienes a donde queréis y
cuando quieres?