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1994 - Sist. Cogn. Complejos y Psicot. - Mario Reda
1994 - Sist. Cogn. Complejos y Psicot. - Mario Reda
COGNITIVOS
COMPLEJOS
Y
PSICOTERAPIA
MARIO REDA
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AGRADECIMIENTOS
Son muchas las personas que me han ayudado durante la redacción de este libro con comentarios,
consejos y sugerencias.
Entre ellas quiero agradecer, en forma particular, a tres amigos y colegas: ante todo a Antonio
Caridi, quien contribuyó desde el principio a enriquecer con sus consejos el contenido de este libro. Su
amistad ha sido indispensable, para superar los momentos de mayor dificultad que he encontrado durante
un año de trabajo.
Un aporte fundamental ha sido el de Vittorio Guidano: en las conversaciones con él obtuve
siempre detalles y estímulo para indagar en nuevos sectores del conocimiento.
Finalmente, agradezco a Giampiero Arciero quien con su entusiasmo y actitud crítico-constructiva
me ayudó con indicaciones muy útiles, en especial, en lo que se refiere a la parte teórica y epistemológica.
Un agradecimiento muy particular a Vanna, quién constantemente me ha alentado con afecto y
comprensión.
M. A. R.
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PREFACIO
Este libro nació del deseo de llenar un vacío: la falta de un texto, en italiano, a nivel de proponer un
modelo psicoterapéutico cognitivista, apoyado en un esquema de referencia teórico y con observaciones
referidas al desarrollo de la personalidad.
El marco de referencia de este trabajo ha sido el libro de Guidano y Liotti (1983), Cognitive
processes and emotional disorders, todavía no traducido al italiano, a pesar del gran éxito obtenido en los
Estados Unidos. La larga colaboración con los dos autores, había evidenciado, hace tiempo, la necesidad
de superar el modelo epistemológico de tipo asociasionista, común al psicoanálisis y al conductismo
(Liotti y Reda,1980); la evidencia de la actividad de la mente en los procesos de aprendizaje (Guidano y
Reda, 1981) y la importancia de los procesos inconscientes que el cognitivismo asociacionista nunca pudo
tomar en consideración (Amoni, Guidano, Reda,1983).
Entre las preguntas que se plantean durante el trabajo psicoterapéutico, y a las cuales un libro como
éste debe responder, encontramos: ¿qué conexiones existen entre la modalidad de desarrollo y las
características de personalidad que distinguen a una persona adulta?; ¿qué hace a algunos individuos más
vulnerables que otros, respecto a determinados eventos?; ¿cómo se pueden explorar los elementos más
básicos de la personalidad que, si no se les considera, tienden a provocar nuevas descompensaciones?;
¿ cuáles son los objetivos de una psicoterapia y en base a qué presupuestos teóricos se procede en la
relación terapéutica?; ¿ qué tipo de cambio se puede verificar en el curso de una psicoterapia?.
En el trato a estos argumentos, se ha privilegiado una aproximación epistemológica de tipo
estructuralista. Esto se refiere al estudio analítico de los elementos constitutivos de los procesos mentales,
considerando "cuanto en el ámbito de un conjunto, corresponde a las funciones de conexión o sostén o si
se configura en relación a los conceptos de distribución o de organización" (Devoto, Oli, Diccionario de la
lengua italiana, Le Monier, Firenze 1971, pp. 2387).
El enfoque escogido es de tipo no reduccionista. Para enfrentar un argumento tan complejo como
lo es el del desarrollo y la organización del conocimiento, se han considerado los trabajos de diversos
autores que, desde el ámbito de las diferentes ciencias, desde la fisiología a la física, de la epistemología a
la psicología y de la sociología a la etiología, han dirigido investigaciones y desarrollado aproximaciones
que parecen tener puntos de vistas comunes muy interesantes.
La primera parte del libro trata las modalidades de desarrollo y organización del conocimiento. En
el primer capítulo se investigan los mecanismos de funcionamiento de la mente humana. Se demuestra
como las teorías sensoriales que sostienen la existencia de una mente pasiva, han sido superadas por las
teorías motoras, para las cuales la mente es activa en la búsqueda continua de comunicaciones que dirigen
el desarrollo natural. Se comienza por considerar las diferentes modalidades del conocimiento y las
relaciones que entre ellas ocurren. Se delinea, finalmente, la revolución que esta óptica implica para el
trabajo en el ámbito psicoterapéutico.
En el segundo capítulo se consideran las características de la niñez como primera fase del
desarrollo del conocimiento humano. Se introducen los conceptos de protagonismo y de reciprocidad, que
acompañarán al individuo durante toda su vida. Nos detendremos en los requerimientos de reciprocidad
típicos de éste período, en los programas conductuales de apego y exploración, en el desarrollo social del
sí mismo y, de una manera particular, en el desarrollo interactivo de los procesos emotivos, cognitivos y
conductuales.
En el tercer capítulo se tomó en consideración la relación de reciprocidad, en el período de la
infancia, especialmente el proceso de identificación. El desarrollo del sistema nervioso central es
evidenciado por la emergencia del pensamiento concreto y por la presencia de los procesos imaginativos.
Se señala el efecto de las prohibiciones de los padres sobre la elaboración del recuerdo y de los procesos
cognitivos.
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En el cuarto capítulo se trabaja el rol de la adolescencia como período fundamental para la
organización del conocimiento personal. A una primera fase de soledad epistemológica por la natural
división del si-mismo, le sigue una fase de reorganización que consiste en una identificación
personalizada. Se considera el rol de los padres en este período de desarrollo, en el cual la reciprocidad se
basa en la oposición. Se subraya la importancia del desarrollo sexual y de la individualización de los
procesos emocionales.
En el quinto capítulo, después de haber rexaminado los diversos niveles del conocimiento, que se
adquieren en el curso del desarrollo, se define el concepto de identidad personal como sensación de
singularidad y continuidad que deriva del conjunto de los conocimientos mismos. La mente humana es
concebida en el ámbito epistemológico de unidades complejas organizadas (Maturana y Varela 1981;
Morin, 1977).
Resulta de hecho, de la interacción de muchos componentes, que se autodesarrollan en un
ecosistema con el cual entran en relación de reciprocidad, que no tienen una meta prefijada y en el cual el
conjunto expresa más que la suma de las partes singulares.
La segunda parte del libro trata el desarrollo de las organizaciones cognitivas que más
frecuentemente caracterizan al ser humano. Se describen evolutivamente: la organización fóbica (Cap.6),
la organización depresiva (cap. 7), la organización de tipo disturbios alimenticios psicógenos (cap. 8), la
organización obsesiva (cap.9),y finalmente, la organización psicótica (cap.10). La descripción de las cinco
organizaciones cognitivas (que no se encuentran tan claramente delineadas en la práctica clínica, sino
principalmente en forma mixta), se basa en las modalidades de reciprocidad que, en el curso del largo
período de desarrollo, determinan las características tácitas u organizativas, y explícitas o estructurales. Se
destacan, además, los motivos por los cuales una organización puede ir hacia la descompensación,
describiéndose las modalidades que la caracterizan. Se presentan, en forma anecdótica, ejemplos extraídos
de casos clínicos.
La tercera parte está dedicada a consideraciones generales sobre la intervención psicoterapéutica.
En el capítulo undécimo se desarrolla el concepto de psicoterapia como proceso de conocimiento. Se
evidencia, antetodo, que no existe una sola modalidad lógica con la cual organizar el conocimiento de sí
mismo y del mundo. Cada organización cognitiva respeta su lógica propia tan válida como las otras, y
puede adquirir niveles diversos de información con los cuales interpretar los fenómenos internos y
externos. Posteriormente, se toman en consideración los límites de una psicoterapia cognitiva que se
propone intervenir sobre las modalidades cognitivas del paciente, definidas como irracionales por el
terapeuta. Se propone, finalmente, un procedimiento de intervención psicoterapéutica que respete la
autonomía individual en la exploración de la propia organización cognitiva y, que permita, a través de
etapas graduales, conseguir niveles cada vez más extensos de comprensión de las propias modalidades
cognitivas, emocionales y conductuales.
El capítulo doce toma en consideración la relación terapéutica como el elemento más importante
de la intervención psicoterapéutica. Se evidencia, en la medida que sea oportuno buscar una colaboración
recíproca, no tanto en el plano explícito, sino en el implícito.
El terapeuta no debe convencer al paciente de la racionalidad de su intervención, pero debe
adecuarse a las modalidades con las cuales el paciente enfrenta la psicoterapia. Solo de esta manera el
terapeuta asume el rol de base segura a la cual el paciente puede hacer referencia, mientras es estimulado a
explorar nuevos sectores de su conocimiento.
En el capítulo trece, se enfrenta el delicado tema del cambio en psicoterapia. Se diferencian los
cambios superficiales o adaptativos de aquéllos profundos, o revoluciones personales. Se hace una reseña
de los objetivos de un cambio superficial, en las diferentes organizaciones cognitivas, tomando en
consideración sus ventajas y límites.
Posteriormente se establece la modalidad a utilizar para obtener un cambio profundo: la
importancia de una detallada exploración de la historia del desarrollo, la necesidad de inducir
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gradualmente una crisis en los esquemas de base del paciente, y el rol de terapeuta en la asistencia al
paciente en la búsqueda de nuevas modalidades organizativas. No nos extenderemos, intencionalmente,
sobre las modalidades y las técnicas con las cuales proceder en el curso de una psicoterapia, puesto que se
presume que cada terapeuta debe aprenderlas durante su entrenamiento de formación profesional y,
sobretodo en base a la experiencia, que solo la práctica terapéutica puede dar, en lo que se refiere a la
actitud que debe tener con el paciente con el cual se encontrará en interacción.
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PRIMERA PARTE
EL DESARROLLO Y LA ORGANIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO
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En inglés en el original
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mediante la exploración activa por parte del individuo. Los experimentos de Held y Hein (1963), con
animales, y los de Held y Bosson (1961), con sujetos voluntarios, confirman tales hipótesis.
En el experimento de Held y Hein, con dos pequeños gatos, uno fue dejado libre y activo para
explorar el medio ambiente, mientras el otro era guiado por el primero, mediante un ingenioso sistema de
poleas, hacia los mismos estímulos ambientales. El resto del día, lo pasaban los dos gatos en la obscuridad,
cerca de la madre. Después de algunas semanas de este tratamiento, se pudo notar que el gato que había
explorado el ambiente de un modo activo, había podido utilizar los datos provistos por el mismo ambiente,
para formarse un concepto del mundo externo. En sucesivas situaciones, de hecho, en la que se trataba de
resolver por sí solo problemas nuevos, sólo el primer gato lograba arreglárselas con éxito, organizando
activamente los datos ambientales, mientras el otro lo conseguía de un modo casual.
En la segunda investigación, la percepción visual de algunos sujetos voluntarios fue deformada por
anteojos con lentes prismáticos usados por un prolongado período de tiempo. La distorsión perceptiva de
los objetos, visualizados primeramente con los anteojos era corregible solo si a los sujetos, ahora sin los
anteojos, se le permitía moverse activamente en el ambiente, manipulando los objetos mismos. En el caso
que la manipulación y los movimientos fueron impedidos, se producía un notable retardo en la corrección
de la distorsión o no podía realizarse. En el experimento de Held y Bosson (1961) una de las dos personas
que anteriormente habían usado los mismos lentes deformantes, exploraba activamente el ambiente,
corrigiendo gradualmente las distorsiones perceptivas, mientras que la otra, que era llevada de pie sobre un
carrito tirado por la primera, aun explorando el mismo ambiente, no modificaba la percepción adquirida de
modo distorsionado.
Obviamente Wolpe (1980), comentando estas investigaciones, bajo la óptica conductista deduce,
que el comportamiento es primario en la formación del conocimiento y de las emociones. Pero las cosas
no son de este modo: no es el "comportamiento mecánico" el que provoca el aprendizaje y el cambio
cognitivo, sino la actividad del individuo, por lo tanto, la actividad de su sistema nervioso.
De hecho, un comportamiento pasivo, como el del gato de la "góndola" o el del hombre
"embriagado" en el carrito, no permite aprendizajes nuevos, ni estimula el descubrimiento.
Aun hoy día, el realista mira sólo hacia la realidad exterior, sin darse cuenta de ser
el espejo. Aun hoy día, el idealista mira solo el espejo, dando la espalda a la realidad
exterior. El enfoque cognitivo de ambos, les impide ver que el espejo tiene una cara no
refractante, que lo pone en el mismo plano que los objetos reales que el mismo refleja: el
aparato fisiológico, cuya prestación consiste en conocer el mundo real, no es menos real
que el mundo mismo.
La posición expresada por el realismo hipotético es, en parte, retomada por lo teóricos de los
sistemas complejos autopoiéticos (Morin, 1977; Maturana y Varela, 1980). Según esta aproximación
epistemológica, los sistemas vivientes se autoproducen, mientras entran en relación de reciprocidad
(acoplamiento estructural) con el mismo ecosistema. El ambiente produce "perturbaciones" que el
individuo tiene el deber de compensar. No se experimentan, por lo tanto, los efectos directos. No se puede
hacer una diferenciación entre sistemas abiertos y cerrados.
" Los sistemas autopoiéticos son sistemas cerrados, en cuanto se autoproducen y no son
caracterizables en términos de relaciones input-output con el ambiente, pero son, al mismo tiempo,
sistemas abiertos en cuanto a que su propio funcionamiento es influido por las perturbaciones del
ambiente" (De Michelis, 1985). De la interacción recíproca el ser humano y el ecosistema extraen
indicaciones sobre la modalidad con la cual organizar el propio desorden y la información que
potencialmente contengan. El conocimiento se origina, en modo gradual, de la organización del desorden
y, representa una suerte de "isla en el mar del caos".
Estas posiciones se diferencian del constructivismo racionalista, para el cual el conocimiento se
basa en un cuerpo único de leyes que encuadran la realidad según precisos criterios de causa-efecto. Pero,
para el predominio ontogenético del "desorden de base", que hemos mencionado anteriormente, el
conocimiento humano se basa, no tanto en la adquisición de reglas que gobiernan los eventos particulares
del ambiente, sino en la formación, mediante vínculos ordenadores, de patterns2 (patrones) de regulación,
de modelos o principios de base abstracta y tácita (Polanyi, 1966), sobre los cuales gradualmente, y
mediante posteriores limitaciones, se estructurarán las reglas más o menos explícitas.
De hecho, como lo sostiene Weimer (1985), dado que las circunstancias de vida son imprevisibles,
no podemos racionalmente basarnos en expectativas ciertas y decidir anticipadamente cuál conocimiento
específico aplicar y cuáles comportamientos tener, incluso de acuerdo con Hayek (1967, p.93.):
El único modo con el cual podemos dar un poco de orden a nuestra vida, es el de adoptar reglas
abstractas o principios-guía y después adherir estrechamente a las reglas adoptadas en el enfrentamiento
de las situaciones nuevas, en el momento en que se presentan. Nuestras acciones forman una modalidad
corriente y racional, no por que hayan sido decididas como partes de un plano singular, elaborado
precedentemente, sino porque en cada decisión sucesiva limitan nuestro rango de elección por medio de
las mismas reglas abstractas de base [...] la libertad del conocimiento es obtenible sólo de la voluntad de
ser guiado por leyes abstractas, antes que de regulaciones específicas o reglas dirigidas a problemas
particulares.
En el hombre, a diferencia de otras especies animales, el proceso de interacción con el ambiente,
más que permitir el conocimiento del mundo, al cual debe adaptarse, o mejor dicho, que debe adaptar a sí
mismo, permite desarrollar, el denominado "conocimiento de si- mismo". El hombre logra su autonomía
mucho más lentamente que todos los otros animales, se mueve, para explorar el ambiente, mucho más
tarde, y tiene un contacto con la figura de apego extremadamente prolongado: esto le permite detenerse en
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En inglés en el original
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las exigencias propias de un sistema cerebral complejo, que son aquellas de poder enfrentar mejor todo
tipo de ambiente, de mantener el poder sobre otras especies de animales, de resolver problemas cada vez
más articulados y, sobre todo, el de desarrollar el conocimiento de si-mismo. Ya en las primeras fases de la
vida o, como veremos en seguida, también en el período fetal, se encuentran modalidades personales de
conocerse e incluso de entrar en contacto con el ambiente que, a su vez, influye en la manera de conocerse
y así hasta conferir al concepto de sí mismo una unicidad típica para cada individuo de la especie humana.
Todo aquello que sobreviene en un primer período de conocimiento es estampado implícitamente
en la memoria individual y se estructura como sistema pronto para "acoger informaciones posteriores,
provenientes del exterior, dejando que sean estas las que establezcan cuales de las posibilidades que ella
potencialmente contiene, deban realizarse o desarrollarse" (Lorenz, 1973, p. 145, tr. it.). Es obvio que todo
esto ocurre en el respeto del mantenimiento de aquel sentido de unicidad que nuestro sistema nervioso
requiere.
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En inglés en el original
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Idem.
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Ídem
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Ídem
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conocimiento, defendida por un "cinturón protector", constituido por hipótesis auxiliares explícitas que
confirman los asuntos del núcleo.
De esta base se desarrollan los "programas de búsqueda" mediante una "heurística positiva", que
comprende las indicaciones y las proposiciones sobre el modo posible de proceder del programa, y una
"heurística negativa" que indica los datos que no se deben de tener en cuenta, dado que el núcleo de base
debe permanecer inalterable.
En el campo de la inteligencia artificial (Bara, 1978) se diferencia una fase "preatencional",
inferencial o inductiva, orientada por esquemas innatos preexistentes, de una fase de "focalización
consciente", es decir, de elaboración superior de conceptos, que procede sobre la base del set anterior y
comprende los procesos explícitos de atención, percepción consciente y razonamiento deductivo. Los
términos de conocimiento tácito y explícito, como los hemos usado y los usaremos en lo sucesivo, son
citados por primera vez por Polanyi (1966).
Una diferenciación que consideramos indispensable subrayar de inmediato, es aquella entre
conocimiento tácito e inconsciente psicoanalítico. El Inconsciente es (Amoni et. al.;1983):
1
1
Un paciente deprimido desde hace un año y proveniente de una pequeña ciudad del interior, vino a
Roma para visitar a un gran profesor el cual, después de haber establecido las características de su estado
psicopatológico, lo invita a realizar su psicoterapia, asegurándole que se mejorará de inmediato.
El paciente pasa toda la sesión relatando, no tanto sus disturbios, sino su viaje y especialmente el
encuentro con el profesor, el cual había sido muy reasegurador.
La sesión termina con el acuerdo de volverse a ver, para continuar con la interacción terapéutica.
El paciente no da ninguna noticia por un largo tiempo y telefonea sólo después de seis meses. Al terapeuta,
que le pregunta por su estado de salud y por su prolongada ausencia, le responde que ha estado muy bien
porque, como se lo había asegurado el gran profesor, había tenido su psicoterapia y se había mejorado.
Una paciente deprimida ha comenzado una psicoterapia cognitiva desde hace un mes, con
alentadores resultados iniciales: por primera vez, después de dos tentativas fallidas, dice sentirse entendida
y encontrado que, habiendo encuadrado sus problemas, la podrán ayudar.
El terapeuta comienza entonces por asignarle la primera tarea para la casa, la cual, siguiendo el
método elaborado por Beck (1976), consiste en anotar los pensamientos automáticos que anteceden al
surgimiento del ánimo depresivo. Inmediatamente después de la explicación y a pesar de todas las
reaseguraciones, la paciente se entristece y dice que no será capaz de hacerlo. El terapeuta la reasegura
nuevamente y, siempre de acuerdo con Beck, le dice que, ella como todo ser humano, no puede adivinar el
futuro, que está, por lo tanto, cometiendo un error lógico cuando dice que "no será capaz de hacerlo", y
que basta con que pruebe a hacerlo, para darse cuenta. A la sesión siguiente la paciente se presenta
extremadamente deprimida; no ha escrito nada porque al momento de hacerlo se ha sentido cansadísima y
muy sola y en la noche ha tenido un sueño recurrente: la imagen de un viejo bueno que se le acerca con
una mirada dulce y comprensiva, pero imprevistamente desaparece. Se despertó muy triste y pensando que
en efecto, hace tiempo que espera que el viejo la abrace, permanezca con ella y le ayude, pero esto nunca
ocurre. El terapeuta, luego de escucharla atentamente, destaca como, el hecho de intentar hacer la tarea ha
sido un signo de que el esfuerzo hace posible la recuperación y que, poco a poco, podrá pasar a otras fases
de la autobservación.
Sin embargo, la paciente sigue llorando y después de dos sesiones sin progreso en relación a la
tarea asignada, a pesar del esfuerzo asegurador del terapeuta, llama diciendo que sigue mal y que siente
que no puede seguir con la psicoterapia.
En estos dos ejemplos vemos como, para entender aquello que ocurre u ocurrirá en el curso de la
psicoterapia, no siempre (más aún, casi nunca), se puede confiar en reglas generales válidas para todos los
pacientes, o que permitan predicciones confiables: podemos, por lo tanto, vislumbrar también en el curso
de una psicoterapia, una suerte de predominio de lo abstracto.
El encuentro y la emoción suscitada por una figura importante, para quien siempre ha vivido en la
inferioridad y la exclusión, unida a la preocupación hacia él, demostrada por el gran profesor, son
elementos más que suficientes para explicar la modificación del tono del humor, del primer paciente. El
efecto carismático, es obvio desde el momento en que la mejoría es atribuida a la psicoterapia que, según
el paciente, consistía en la única sesión que había tenido con el profesor.
El sueño de la esperanza frustrada de la segunda paciente, con la visión del buen viejo que podría
infundirle fuerza y calor, mediante el afecto, que no había nunca recibido en su familia de origen, en la
cual la figura paterna era del todo periférica, y en la que siempre se encontró frente a deberes y
responsabilidades (situación que se reproducía también en su familia actual), señala como el requerimiento
de realizar una tarea, aunque establecida en un modo terapéuticamente correcto, desencadena la
producción de expectativas conectadas a recuerdos decepcionantes y al mismo tiempo sensaciones de
abandono y soledad. A esta expectativa se acompaña una disminución del tono muscular y emotivo y una
visión del mundo, y por lo tanto también de la psicoterapia, como algo extremadamente fatigoso.
Quien considere todos los acontecimientos en términos de condicionamiento y refuerzo o quien,
como los conductistas, sostenga que sólo el comportamiento observable y cuantificable con cuestionarios
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y con métodos estadísticos, puede ser materia de análisis científico, está destinado a ignorar la riqueza de
detalles que pueden ser obtenidos por una observación más profunda de todas las manifestaciones del
hombre. También las terapias cognitivas actualmente más conocidas en las que destacan autores como
Beck, Ellis y Meichenbaum, se rigen, como las terapias del comportamiento, por asuntos de tipo
asociacionístico. Son las creencias y pensamientos automáticos los que determinan absolutamente la
emergencia de las emociones; a las creencias irracionales, según la ley de causa-efecto, le corresponden
emociones patológicas; la tarea del terapeuta consiste ya sea en "individualizar" las creencias irracionales y
"sustituirlas" con creencias más adecuadas (que él obviamente establece), o sea guiar al paciente en la
crítica de las creencias irracionales, mientras el terapeuta le "enseña" cuales errores lógicos comete y lo
"educa" en un razonamiento más adaptativo.
El conductismo ha tenido la innegable importancia histórica de haber dirigido la atención sobre la
observación de patrones de comportamiento y de haber estimulado una modalidad de investigación en
términos de antecedentes y consecuencias, que puede ser extremadamente útil, especialmente en la fase de
encuadramiento de una psicoterapia. Pero las teorías experimentales en las que se basa han sido superadas
por los sucesivos descubrimientos sobre la mente humana (para una revisión crítica completa de la teoría
del condicionamiento clásico, operante y del aprendizaje pasivo, cfr Brewer, 1974).
No deseamos negar la importancia de las terapias cognitivas que consisten en aprender técnicas de
intervención muy válidas y permiten una indagación de los procesos del pensamiento y su conexión con
las emociones y el comportamiento. La gran limitación del cognoscitivismo de tipo asociacionístico es la
de quedarse en la búsqueda superficial y por lo tanto, en una intervención limitada (Mahoney, 1981). La
falta de una teoría del hombre que pueda explicar cómo se han desarrollado y cómo se han conectado los
"constructos cognitivos" a las estructuras profundas (y éste es el término acuñado por Kelly que, como
atestiguan sus alumnos, "no tiene interés por la etiología de los constructos y a pesar que su profética teoría
en el contexto constructivista otorga pocas indicaciones para conectar los constructos de las personas a su
pasado y a sus prestaciones futuras, los constructos están allí, para canalizar los procesos
psicológicos").(Mischel, 1980, p.87), no le ha permitido, todavía al cognoscitivismo, separarse
definitivamente del conductismo, cuyo modelo de aprendizaje pasivo, como hemos visto, ha sido
completamente falsificado.
De este modo, la terapia cognitiva de tipo asociacionístico, no podrá jamás explicar eventos
terapéuticos similares a los extraídos de los dos ejemplos señalados anteriormente. No podrá explicar
jamás, cómo terapeutas que aplican de manera análoga técnicas cognitivas, como por ejemplo, la
reestructuración racional sistemática, pueden tener con el mismo paciente resultados distintos; o, cómo es
que la mejoría no ocurre en las solo 15 o 20 sesiones, las que están previstas en el programa de crítica
racional y lógica de los pensamientos automáticos, o cómo, con frecuencia ocurre, que un paciente
después de haber reconocido y criticado sus ideas irracionales, continúe sintiéndose mal.
Se delinea, así un cuadro problemático: las teorías cognitivo-conductuales, que se basan en el
encuadramiento de los pacientes en base solamente a sus comportamientos o pensamientos directamente
derivables y sobre intervenciones superficiales, son, para usar un término de Weimer, cientistas y no
científicas, por cuanto se basan en conceptos ya superados, como la teoría sensorial de la mente, o sobre
reglas de aprendizaje de tipo asociacionístico y pasivo. Por otro lado, quien sigue en la psicoterapia el
método psicoanalítico, ha rehusado lo observable, considerándolo un artificio desviante y se encuentran
perdidos en una profundidad aún más rígida y dogmática, formulando teorías sobre el inconsciente que no
son científicas ni cientistas, en cuanto no son verificables.
Aquello que actualmente, a la luz de teorías más avanzadas entre los sectores que se interesan en el
estudio de los procesos de conocimiento, como Mahoney y Weimer y clínicos como Liotti y Guidano
proponen, es elaborar un modelo que considere las correlaciones estructurales entre la dimensión tácita
profunda de nuestro sistema nervioso y las modalidades cognitivo-emotivo-comportamentales, que
podamos evidenciar con un análisis completo de la superficie.
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Este modelo encuentra su aplicación en la psicoterapia cognitiva estructuralista (Guidano y Liotti,
1983; Reda y Mahoney,1984; Guidano en proceso de impresión; Mahoney, en proceso de impresión;
Liotti, 1986), denominada así, porque ha sido elaborada por terapeutas cognitivo-conductuales que se
diferenciaron del cognoscitivismo asociacionístico de Ellis y Beck y del constructivista de Kelly.
Según el enfoque estructuralista, el hombre tiene un rol activo en el establecimiento de una
modalidad propia de entrar en relación de reciprocidad con el ecosistema en el que vive. Establece, de este
modo, las reglas tácitas y explícitas que le permiten explorar el ambiente, y al mismo tiempo, conocerse a
sí mismo. El objetivo de la investigación, en el ámbito cognitivo-estructuralista, es estudiar y comprender
las interrelaciones entre las modalidades tácitas y explícitas de conocimiento.
El objetivo de la terapia, no es tanto la corrección de creencias irracionales o la sustitución de
constructos desadaptativos, sino la adquisición de conocimientos que han sido transformados o excluidos
durante las etapas del propio desarrollo. Es obvio que, para hacer esto, es necesario re-recorrer en
retrospectiva, la propia historia personal e indagar sobre las modalidades con las cuales, en diversos
períodos, se han establecido relaciones de reciprocidad. Por este motivo, consideramos esencial dedicar la
primera parte de este libro a las modalidades de desarrollo, intentando aclarar las características de sus
variadas fases, de acuerdo a la investigación y consideraciones más actuales.
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2. LA INFANCIA.
Las crías del hombre, podemos tranquilamente concluir, como las crías de otras especies
animales, están preprogramadas para desarrollarse de un modo socialmente cooperativo;
que después lo hagan o no, depende en máxima medida de cómo son tratados.
J. Bowlby
2.1. Protagonismo y reciprocidad.
Aún antes del nacimiento y del encuentro con el ambiente externo, el ser humano manifiesta
algunas características que lo acompañarán toda su vida. Las investigaciones en el campo ginecológico,
desarrolladas mediante ultrasonografía, han permitido establecer la existencia de una compleja actividad
del feto a partir de la primera semana de concepción (Milani Comparetti, 1982; Ianniruberto e Tajani,
1981).
La actividad motora se manifiesta con los denominados saltos con los cuales el feto busca, de
manera periódica, cambiar de posición en el interior del útero materno. Esta actividad se interpreta como
"una salvaguardia de la morfogénesis contra un decúbito constante (el peso específico del feto es superior
al del liquido amniótico) y se puede, por lo tanto, definir como una función antigravitacional, o sea, como
un primer signo manifiesto de una competencia del sistema nervioso central para resolver problemas
propuestos por el ambiente" (Milani Comparetti, 1982, p.202). El salto es uno de los automatismos
primarios del feto. Los automatismos primarios son movimientos genéticamente programados y evocados
por exigencias ambientales, que se manifiestan hacia la décima semana de gestación y tienen su máxima
expresión en el período de lactancia, para desaparecer gradualmente con la infancia. La actividad motora
fetal que se manifiesta, no sólo con los automatismos primarios, sino también con patrones motores
primarios genéticamente determinados y automatismos secundarios adquiridos, es una señal temprana de
la actividad del individuo denominada protagonismo.
Se confirma desde la vida fetal, la interacción entre la actividad mental y la actividad física; de
hecho, la motilidad fetal, cuyos esquemas están contenidos en la memoria filogenética actúa, a su vez,
como mecanismo organizador psíquico y relacional.
En el curso del desarrollo se habla de etapas o estadios o, como lo propone Flavell (1982), de
niveles, pero siempre en el sentido de encuentros funcionales entre competencias organizadoras. Una falta
de encuentro en las primeras fases puede provocar graves problemas de desarrollo psicofísico: así, por
ejemplo, en el caso de displasia en niños psicóticos, se encuentra en sus anamnesis prenatal, un bloqueo de
los patrones motores primarios entre la décima y veinteava semana de vida fetal (Milani Comparetti,
1982).
Antes del nacimiento se encuentran signos de la reciprocidad entre el futuro neonato y la madre:
las sensaciones positivas de la madre cuando percibe los movimientos del feto, estimulan la actividad
motora coordinada del feto mismo, mientras que, en caso de estrés prolongado de la madre, como ha sido
posible estudiar en mujeres provenientes de zonas de alta sismicidad (Ianniruberto,1981), se evidencia una
hipermotilidad inicial, seguida de una prolongada inmovilidad del feto. Después de haber participado
activamente en su propio nacimiento, colaborando a la propulsión fetal y a la propia supervivencia en los
primeros instantes de la vida extrauterina, el neonato está preparado para entrar en contacto con el
ambiente externo. A este punto la actividad primaria, que permite el desarrollo y la organización del
conocimiento en el hombre es, el "sistema de apego" (Bowlby,1969). Por sistema de apego se entiende la
modalidad, preprogramada biológicamente, para entrar en contacto físico con las figuras de protección y
cuidado.
A su explicación se conecta la aparición de acciones finalistas de un punto de vista sensoriomotor,
el descubrimiento del sí mismo desde el punto de vista emocional y el concepto de permanencia
(permanencia de los objetos y de las personas) desde un punto de vista cognitivo. Como lo veremos con
más detalle, en los párrafos siguientes, la importancia primaria del apego es reconocida por la mayoría de
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las disciplinas, tanto que podemos considerarlo científicamente un hecho. En el lenguaje científico hecho
no significa certeza absoluta o verdad eterna, sino "confirmado en grado tal que sería perverso no
concederle un consenso provisorio" (Gould, 1983).
Las modalidades de apego confirman la visión de un neonato "protagonista" y la importancia de
los procesos de reciprocidad con la figura guía. Las observaciones prolongadas de la actividad diaria del
neonato, obtenidas mediante registro televisivo, han permitido modificar antiguas concepciones y adquirir
nuevos datos. Se puede establecer, que ya en la primera hora de vida los neonatos pasan el 85% del tiempo
mirando con gran atención, giran la cabeza hacia la fuente de la voz, como si buscaran descubrir de donde
proviene la fuente del sonido, son más atraídos por las voces femeninas, manifestando muy pronto una
actividad completamente propia en la constitución de la ligazón con la madre.
La presencia e importancia de esquemas innatos encuentra confirmación en numerosas
observaciones: el neonato mueve los miembros en sintonía con la voz de un adulto e independientemente
del idioma hablado, pero sólo si las frases están correctamente articuladas; a los tres días de nacer ya es
posible una correlación heteropropioceptiva (por ejemplo, si un neonato fajado se lleva a la boca un cubo
de madera, en los días siguientes prestará mayor atención a figuras correspondientes a aquel cubo, que a
otras); con una semana de vida logra distinguir la voz de la madre de la de otras mujeres y a las dos
semanas reconoce que la voz y la cara de la madre forman parte de una misma unidad. En el experimento
de Carpenter, un neonato al cual se le mostraba la madre con su voz, una extraña con su voz, la madre con
la voz de una extraña y una extraña con la voz de la madre, prestaba gran atención a la primera situación,
permanecía indiferente frente a la segunda, mientras se retraía llorando a las otras dos (Restak, 1982).
Desde el nacimiento el sistema de apego del neonato entrará en interacción con el de los padres, lo
que Bowlby denomina sistema de cuidado (parenting)7. El parenting, es un sistema preprogramado
biológicamente igual que el de apego. Se manifiesta de un modo individualmente diferente y según las
experiencias que un padre haya tenido con otros niños, antes de haber tenido un hijo, por el modelamiento
producto de la observación de otros padres con sus hijos y de la interacción que tuvo de niño con sus
propios padres (Bowlby, 1980a). Se establece, de este modo, la relación de reciprocidad por la cual se
entiende el efecto de la actividad del padre sobre el niño y viceversa.
Así, una secuencia aparentemente simple, como la de un padre que tiene en brazos a su hijo que se
adormece, mientras habla con un amigo, vista en cámara lenta, muestra toda una serie de interacciones
entre el padre y el neonato, con una atención continua del padre caracterizada por rápidas y furtivas
miradas hacia el hijo y por imperceptibles movimientos del neonato, que solicitan la atención del padre
con un ritmo gradual, hasta que el pequeño se duerme.
Los efectos positivos de la reciprocidad son evidentes en las situaciones de "contacto extendido",
entre la madre y el neonato. Por contacto extendido, se entiende la situación experimental de contacto
físico de apego durante una hora, inmediatamente después del parto y por cinco horas los tres días
siguientes (Klauss y Kennel, 1976). Las madres con contacto extendido, demuestran mayor seguridad en si
mismas en la continuación del puerperio y mayores demostraciones de afecto y atención hacia el neonato,
colaboran con más atención con el pediatra durante las visitas y se adaptan con mayor rapidez y facilidad a
los ritmos de interacción con los propios hijos. Los neonatos que han recibido contacto extendido,
demuestran respecto a los otros, una mayor capacidad en la interacción lingüística, una mayor resistencia a
las enfermedades y un crecimiento físico más rápido (Ringler et. al., 1975).
Del mismo modo, como lo confirman también las investigaciones de Ainsworth (Ainsworth et. al.,
1978), un contacto prolongado en el primer año, hace que los niños lloren mucho menos y colaboren
mucho más en las relaciones sociales con los padres.
Una de las acusaciones que se le hace a Bowlby y a los estudiosos de los procesos de apego, es la
de presentar a la madre como la única responsable de la relación de reciprocidad con el hijo (Giannini
7
En inglés en original
1
6
Bellotti, 1983). En realidad Bowlby habla de sistema de apego a las figuras protectoras y no se refiere
específicamente a la madre. El rol del padre, de este modo, tiene una fuerte consideración, ya sea como
posible figura sustituta, con el cual se puede establecer un apego análogo al de la madre,
independientemente del sexo del niño (Main y Weston citados por Bowlby, 1980a), o como figura de
soporte fundamental para aliviar otras tareas de la madre, ocupada en el amamantamiento del neonato
(óptica etológica), o como figura que estimula en el niño modalidades de comportamiento,
complementarias a aquellas que estimula la madre (Lamb, 1977; Parke, 1978; Clark-Stewart, 1978;
Mackey, 1979).
Las modalidades de apego al padre no correlacionan, de hecho, con las de apego a la madre, en
niños que tienen una buena relación con ambos padres. El padre estimula mayormente, desde los primeros
meses de vida, un comportamiento de motilidad y de juego, mientras la madre estimula la búsqueda de
regularidad y de cuidado-protección. La importancia de un buen apego, también a la figura paterna, está
claramente reportada por las investigaciones de Main y Weston, en las cuales un buen apego, sea a la
madre como al padre, provoca una mayor facilidad de socialización, que se relaciona con la confianza en
sí mismo y la seguridad en el juego, mientras un mal apego a ambos la debilita, y el apego a una sola de
las dos figuras parentales, provoca una capacidad de socialización intermedia.
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7
¿Qué podemos deducir de estos datos?. Obviamente la principal consideración es que la madre
artificial aunque puede asumir funciones de nutrición y en parte de confort, no puede proveer a la cría de
alguna señal de reciprocidad, que es fundamental en la interacción padre-hijo. La madre artificial no envía
señales, no provoca sorpresas, no estimula el desarrollo de procesos de atención y de intercambio social
con los cuales se acompaña normalmente un aumento de tensión emotiva que, como lo veremos, es el
presupuesto motivacional a la solución de los problemas ambientales y al reconocimiento de sí mismo. Las
crías cuidadas por la madre artificial, presentan entre otras, notables diferencias de ambientación y
socialización y enfrentan los problemas nuevos de modo superficial y poco eficiente, a diferencia de sus
coetáneos cuidados por la madre natural. Sólo con la relación recíproca el pequeño puede obtener, ya sea
la adquisición, a través de la imitación, de comportamientos nuevos y, sobre todo, el desarrollo de las
motivaciones indispensables para aprendizajes futuros.
La característica de la motivación es, de hecho, la adquisición del concepto que las propias
acciones pueden influir el ambiente propio y esto ocurre inicialmente mediante los comportamientos-
respuesta, recíprocos de la madre.
Estos datos son muy importantes, especialmente si los relacionamos con la especie humana. Como
veremos en seguida, el sistema de apego, para los seres humanos, más que favorecer un correcto desarrollo
de las propias capacidades adaptativas, permite el desarrollo emocional y, al mismo tiempo, el desarrollo
de la conciencia de sí mismo. Es por esto que es extremadamente importante la modalidad con la cual los
padres se inserten en la relación de reciprocidad y favorezcan la correcta actividad del hijo. El apego a un
padre frío, que no logra o no desea trasmitir afecto, puede provocar reacciones disociadas, similares a las
que se observan en las crías del mono ardilla, con consecuencias extremadamente graves para el desarrollo
posterior.
Se ha visto, por ejemplo, que el comportamiento de socialización, que se manifiesta inicialmente a
los dos años, es más desarrollado en los niños que han sido cuidados afectuosamente por madres con las
que mantuvieron contactos físicos frecuentes. Ainsworth et. al.,1978; Zahn-Waxler et. al.,1979). Estos
niños demostraron iniciativa y capacidad para ayudar a sus coetáneos en los juegos en los cuales podían
encontrar dificultades. Viceversa, los hijos de madres que habían sufrido la pérdida de sus padres en edad
temprana y que mostraban dificultades para entrar en contacto con sus hijos tienen, cerca de los dos años,
un desarrollo inferior a la media de la capacidad de lenguaje, lo cual es asociado a la dificultad para
socializar con los coetáneos. (Frommer y O´Shea, 1973; Wolkind et. al.,1977).
Para un padre, el proveer cuidado a los propios hijos es una tarea muy ardua. La falta de
preparación para reconocer las exigencias de nuestra especie, debido a los escasos conocimientos de ella
(piénsese, por ejemplo, que se consideraba que una de las reglas principales era la de no tocar demasiado
el cuerpo del niño y que un excesivo contacto físico, podía provocar una peligrosa dependencia
psicológica), produce que se encuentren, a menudo, modalidades de apego ambiguo, dobles ligaduras o, el
denominado "apego invertido", en el cual al niño se le plantean, directa o indirectamente, exigencias de
cuidar y encargarse de sus padres.
De la investigación de Levine se puede deducir que existen diferentes modalidades de
experimentar las sensaciones que derivan de situaciones de reciprocidad particular: el comportamiento
frente a estas evidencias puede ser similar para todos los niños, pero se acostumbra a sentirlo y por lo tanto
a vivirlo, de manera distinta, desde los primeros años. Esto confirma la importancia de la reciprocidad
padre-neonato, en el desarrollo de las emociones del hombre.
Tomemos, ahora, en consideración algunos datos sobre modalidades de los procesos emotivos de
la niñez.
1
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2.3. Los procesos emotivos: modelos teóricos.
En lo que respecta a las teorías del desarrollo de los procesos emotivos y la formación del sí mismo
debemos destacar que, hasta hace pocos años atrás, sólo se interesaron en ellos, autores de la escuela
psicoanalítica.
El modelo psicoanalítico es un modelo de tipo hidráulico en el cual las emociones y la consiguiente
conciencia de sí mismo derivan de las regulaciones y del control de impulsos pulsionales y de su
consiguiente distribución energética. Primeramente, Bowlby, al describir el comportamiento de apego, no
habla en términos de reducción de la tensión como motivación para la búsqueda de la madre, sino de un
sistema comportamental (Behavioral System)9, en el cual está implícito el concepto de motivación.
Existen cinco factores que inciden en la activación del sistema comportamental de apego. Dos específicos:
el estimulo ambiental específico y el modo en el cual el sistema comportamental está organizado en el
sistema nervioso central. Tres inespecíficos: el estado hormonal del organismo, el estado de arousal del
sistema nervioso central y la estimulación total que impacta al organismo.
Las emociones básicas están conectadas a la modalidad de apego y pueden ser positivas en caso de
apego satisfactorio (alegría, placer, sentido de seguridad) o negativas, si el apego es difícil (ansiedad, rabia,
celos) y en caso de perdida (tristeza, depresión).
En el ultimo volumen de su trilogía, Bowlby, utiliza los principios del information processing10
para explicar los mecanismos de defensa: hasta la segunda mitad del primer año de vida, las informaciones
elaboradas en el pasado que han provocado sufrimiento, pueden ser activamente excluidas de los niveles
más elevados de conciencia.
El sistema comportamental conectado, de este modo, no se activa y puede activarse en su lugar,
otro sistema diferente o antagonista. Por ejemplo, un niño de 8 meses en el enésimo retorno de la madre
que lo ha dejado y de la cual ha experimentado una separación ansiosa, puede reaccionar con un enfoque
de exploración antes que de apego.
En realidad, en estos casos, el comportamiento exploratorio sustituto, parece asumir el significado
de actividad diversificadora y no de una real exploración, en cuanto los parámetros psicofisiológicos (el
latido cardíaco, la temperatura cutánea, etc.), de los niños que lo realizan, son equivalentes a los de los
coetáneos, al momento del regreso de la madre (Sfoure y Waters, 1977). Este es un ejemplo, por último, de
comportamiento disociado de las emociones, que puede tener mucha importancia sobre el desarrollo
posterior de la relación información-emoción.
Otra teoría que excluye conceptos tales como energía y pulsiones, es la planteada por Mandler
(1975) que, siguiendo la óptica sistémica de Miller, Galanter y Pribram (1960), sostiene que la
confirmación o la interrupción de planos que forman parte de un programa comportamental, produce
arousal y, según el contexto, a este arousal, se le otorgará un significado cognitivo (Schachter y Singer,
1962).
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Ídem
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9
En la óptica del desarrollo social del sí mismo propuesta por Lewis y Brooks-Gunn (1979), el
conocimiento de sí mismo (Self knowledge)11, posee un desarrollo gradual que, por simplificar, podemos
dividir en etapas
Una primera etapa es la de la percepción de sí mismo (Self perception)12 y que se manifiesta hacia
los tres meses mediante el inicio de una actividad hetero y propioceptiva. De este modo, por ejemplo, un
niño de 4 meses comienza a jugar interaccionando con un objeto suspendido sobre su cuna o después de
haberse fijado en su propio pulgar en movimiento, lo lleva a la boca y lo succiona. Hacia los 8 meses se
adquiere el concepto de permanencia de sí mismo (Self permanence)13; de hecho, en este período se
desarrolla el conocimiento que los objetos y las personas existen aun cuando no se vean ni se escuchen, al
punto que se puede buscar e invocar su presencia.
De esto se puede deducir que, al mismo momento en que se adquiere el concepto de permanencia
de las otras personas y de los objetos, el niño posee el concepto de permanencia de sí mismo. Siempre en
este período, se desarrolla un articulado comportamiento social. Desde los 15 meses en adelante, se
desarrolla el reconocimiento de sí mismo (Self recognition)14. En esta fase el pequeño, al momento de
mirarse al espejo, comienza a realizar comportamientos autodirigidos, como sacarse algo de la cara,
mientras anteriormente, frente al espejo mostraba interés o hacía muecas.
Es una etapa muy importante que señala un completo conocimiento de sí mismo porque "para
determinar que la persona que se mira al espejo o en una fotografía es uno mismo y que por lo tanto no se
puede existir en dos lugares simultáneamente, es necesario el conocimiento de la propia identidad, como
un continuo a través del tiempo y del espacio" (Lewis y Brooks-Gunn, 1979, p.17).
La posibilidad de reconocerse en el espejo es típica del hombre, pero también de los grandes
monos, los que muestran comportamientos autodirigidos sólo después de 30 horas de exposición al espejo,
mientras que otros animales, aunque se expongan miles de horas, no se reconocen (Gallup,1970). Es
también interesante el hecho que los chimpancés criados en soledad no pueden reconocerse, a menos que
se reintroduzcan en el grupo.
Esto hace entendible la importancia de la relación de reciprocidad para el desarrollo del
conocimiento de sí mismo y evidencia la presencia continua del efecto espejo, ejercido por los padres
(looking glass efect 15 , Cooley, 1962).
Es importante considerar también que los chimpancés criados en familia por los hombres, se
identifican con la figura humana, ponen su foto entre las de los hombres, y no se reconocen al espejo.
Finalmente, el reconocimiento ante el espejo y en las fotografías es difícil para los psicóticos, que tienen
también dificultad para identificar y corregir las distorsiones relacionadas con su cuerpo, en un espejo
trucado (Orbach et. al., 1966).
A los 24 meses el conocimiento de sí mismo se formaliza mediante representaciones verbales
(verbal representation of Self knowledge)16 . De hecho, es a los 2 años que aparece el uso de los
pronombres personales (yo, mío, mi, etc.) en el lenguaje.
Esta fase también está definida por el conocimiento consciente de sí mismo (Self awarness)17
obtenido del conocimiento del conocimiento de sí mismo. Se transcurre de una progresiva búsqueda de
regularidad biológica a una verificación de expectativas. Esto ocurre en el momento en el cual, en la
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interacción con las figuras parentales, el pequeño se da cuenta que existe la conciencia compartida y esto
es, que el padre puede entender el mensaje, y por lo tanto, aquello que el niño sabe (Sander, 1975).
Se pasa, por lo tanto, a verificar y utilizar las propias modalidades de conocimiento de modo de
establecer un gradual, persistente sentido de continuidad del organismo y una prioridad del sí mismo
social, respecto del biológico. Una etapa posterior, que se presenta después de la segunda mitad del
segundo año, es la de la constancia del sí mismo (Self constancy)18.
En este período aparece un comportamiento agresivo y destructivo, espontáneo, que no se debe,
como sostienen los psicoanalistas, a frustraciones particulares. Se trata de una modalidad exploratoria y al
mismo tiempo de la verificación activa de la posibilidad de desapego y reapego a la figura protectora. Se
crea de este modo "una ontogénesis de la regulación de la interacción" (Sander, 1975, p.145) con una
confirmación y un refuerzo del concepto de sí mismo hasta que, alrededor de los 3 años, el niño puede
evitar este comportamiento habiendo, presumiblemente, reunido el conocimiento consciente de las propias
posibilidades y la confianza en la figura protectora.
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permanence 20. El niño busca objetos que no encuentra, ha desarrollado la intencionalidad y el concepto
de relación entre causa y efecto. Es, como lo destaca Lewis, una decidida revolución: las emociones están
menos ligadas al contexto y pueden volverse determinantes para futuros comportamientos. De un estado
emotivo, se pasa a la experiencia emotiva.
En este período ocurre la estabilización del comportamiento de apego hacia la figura privilegiada
de la madre. El correlato emotivo, ya bastante rico, comienza a especializarse: aparece el miedo ante la
presencia de un extraño y sorpresa por lo novedoso. Al final de esta fase la interacción entre desarrollo
emocional y cognitivo, conduce a la capacidad de evaluar complejamente un evento futuro.
El estadio 5 (12 - 18 meses) corresponde a la aparición del Self recognition21 que coincide con la
capacidad de reconocerse delante del espejo, lo que se comprobó en relación al comportamiento
autodirigido. Se completa el proceso de representación simbólica y la formación de esquemas emotivos y
mnémicos. El set emotivo se enriquece y es, obviamente, base del conocimiento de sí mismo. A ello se
conecta la posibilidad de probar emociones complejas como conmoción, vergüenza, orgullo desconfianza,
culpa, etc.
Siempre, dentro del tema del desarrollo interactivo de los afectos y las cogniciones, estudiosos del
Minnesota Child Development Program, han propuesto una diferenciación interesante entre arousal
psicológico provocado por estímulos externos y el estado de tensión o cognitive arousal,22 que es el
producto del encuentro del niño, mientras está en una determinada fase del desarrollo, con un evento
externo (Sfoure y Mitchell, 1982).
Así, por ejemplo, se comprende, siguiendo la teoría de Mandler, que la interrupción de una
expectativa provoque arousal, pero hay que tener en cuenta el estado de tensión presente en el niño,
mientras está enfrentando la situación que será interrumpida. La fluctuación de la tensión depende de la
situación biológica-cognitiva de la fase del desarrollo.
Por ejemplo, hasta el cuarto mes de vida, el niño no sonríe ante un nuevo estimulo, aunque orienta
su atención hacia él, porque no existe el involucramiento derivado de los procesos de acomodación y
asimilación que permiten desarrollar una tensión hacia la novedad, que es típica de la fase siguiente
(estadio 3).
En una fase posterior, después de los 8 meses, cuando la figura privilegiada de apego haya sido
identificada, la tensión del encuentro imprevisto con una persona extraña será capaz de provocar una
reacción de miedo y llanto.
La tensión no es una fuerza energética que busca emerger, sino que es el producto de la
reciprocidad entre el niño y una situación externa. La motivación no consiste en alejarse de la tensión:
Cuando el niño está jugando, en un estado de tensión relevante (expresada por parámetros biológicos
como el latido cardíaco, el aumento de la temperatura de la piel, et) , no debe y no desea desligarse, mas
alcanzará un fuerte arousal en el que, en ese momento, se reconoce. Una emoción de placer o de alegría,
no es el producto del descanso por la evitación de la tensión, sino que es provocada por un estado de
tensión emotiva, que aunque intensa, se logra modular y aceptar. Una emoción de miedo o de rabia, por
otro lado, es provocada por un estado de tensión agudo, no interrumpido o atenuado por un posible factor
de protección o distracción. Una presentación gradual y asistida de la figura de apego, situaciones que
generan un arousal intenso, pueden provocar emociones agradables como la alegría o felicidad, que se
manifiestan con un arranque de risa.
De este modo, la aparición de la madre con la cara cubierta por una máscara, puede provocar en el
niño, indiferencia, miedo o alegría según el período de desarrollo cognitivo, como también según la
modalidad de presentación y de preparación al estimulo. Pareciera que existen niveles de reciprocidad
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En inglés en el original
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óptimos para facilitar el aprendizaje y el desarrollo y, es obvia, la importancia de los padres que con el
afecto, el juego y la confianza contribuyen a crear tales situaciones.
2
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3. LA NIÑEZ.
Los espejos deberían reflexionar un poco,
antes de reflejar las imágenes.
J. J. Cocteau.
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En inglés en el original
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expresado de un modo gestual bien evidente (Tower, 1983). " El desarrollo cognitivo y el emotivo
proceden de parecida manera, influenciándose y determinándose el uno al otro" (Guidano y Liotti,1983,
p.283).
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En latín en el original
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0
Para un tercer grupo, la soledad es vista como una situación de incomprensión por parte de los
otros, con sensación de confusión por la oscilación entre la rabia y la tristeza, con respuestas del tipo : "es
cuando no te consideran", "es cuando eres rechazado por todos y ninguno te quiere aceptar o hablar", es
cuando me dejan solo porque piensan que soy inferior".
Finalmente, para un último grupo, la soledad es una situación que provoca una sensación
desagradable de tristeza debida al desapego de las personas queridas, con respuestas del tipo: "es la tristeza
de permanecer solo sin nadie al lado", "es cuando papá y mamá van al trabajo y me dejan solo", "te hace
sentir triste y buscas a alguien que te haga compañía".
En el contexto familiar y en los diálogos particulares se evidencia cómo la emergencia de los
conceptos en la niñez se deben a una serie de complejas circunstancias (desarrollo del lenguaje y de las
estructuras imaginativas, exploraciones en el juego, modeling25 cognitivo, aprendizaje implícito,
identificaciones, etc.) que hemos considerado precedentemente. Es interesante observar cómo solamente el
último grupo, que entre los otros constituye una minoría de los niños entrevistados, expresa una natural
tristeza en el momento de quedarse solos, con la posible solución de buscar la cercanía de personas
amigas.
Para los otros, los esquemas cognitivos asociados a la situación de soledad están constituidos de
imágenes y sentimientos de miedo, ansiedad y depresión, los que no permiten resolver de manera
adaptativa el problema.
Es obvio que tales esquemas, aunque no en forma determinística, tienden a encontrar confirmación
en los períodos siguientes del desarrollo y a dirigir implícitamente los procesos perceptivos hacia aspectos
particulares y diferenciados de la realidad.
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En inglés en original
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1
4. LA ADOLESCENCIA.
Me sé infinitamente sociable
y me siento increíblemente solo.
P. Valéry.
Aunque Piaget habla de un yo fuerte, las nuevas potencialidades del adolescente provocan
inicialmente una sensación simultánea de omnipotencia y soledad.
El adolescente con la posibilidad de expansión, permitida por el pensamiento formal abstracto, se
encuentra en lo que Berger y Luckman (1966) han definido como el vértigo de la relatividad, en el cual
arriesga el perder el sentido de la unidad de la identidad personal y de la propia afectividad que se había
formado gradualmente en los períodos anteriores. El adolescente encuentra, de este modo, frente a un
difícil problema: por un lado, no puede substraerse a la exigencia de desprenderse de los esquemas
preexistentes para proceder a la exploración cognitiva y, por otro, se encuentra en una situación de
desorden ideo-afectivo, la que se define como soledad epistemológica (Chandler, 1975).
El desapego mental de la familia, que caracteriza la fase adolescente, responde a una serie de
exigencias típicas del género humano. Desde un punto de vista socio-biológico, permite entrar en
relaciones con individuos diferentes en origen cultural y modalidad de pensamiento, favoreciendo la
expansión del grupo social y la posibilidad de acoplamiento. Por otro lado, sirve para ampliar la propia
capacidad de adaptación a una realidad basada en la multiplicidad y la imprevisibilidad de los hechos que,
sólo el pensamiento abstracto permite enfrentar.
Para conseguir sus propios objetivos la fase adolescente atraviesa dos períodos distintos: un primer
período de desorganización, más o menos controlada, de los conocimientos derivados de las experiencias
preadolescentes, y un segundo período de reorganización, más o menos diversificada, en base a las
características y a las adquisiciones propias de esta fase del desarrollo.
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2
El primer período se caracteriza por el desorden, que no depende tanto del aumento cuantitativo de
información requerible por el ambiente, sino de una modificación cualitativa de la actitud posibilitada por
el desarrollo psicológico del individuo. La formalización del concepto de sí mismo lleva a una situación
fisiológica de "división del Yo" (Laing, 1960; Broughton, 1980).
Basándose en una entrevista guiada a 36 jóvenes entre 14 y 18 años, que no presentaban ninguna
perturbación psicopatológica, Broughton ha evidenciado aquello que es típico de esta fase: todos los
adolescentes hacían una diferenciación entre un sí mismo interno (o sí mismo real) y una personalidad para
mostrar hacia el exterior (o falso sí mismo). El sí mismo real está constituido por sentimientos más íntimos
y por ideas personales que el adolescente tiende a mantener en secreto, mientras el falso sí mismo puede
ser o la parcial exteriorización del sí mismo interno o un sí mismo domesticado a los requerimientos de las
circunstancias, como si se recitara una parte de una película. Esto demuestra la necesidad del adolescente
de identificarse personalizándose.
El concepto de sí mismo está representado por la presencia de la propia identidad mental y el
abrirse al exterior es visto como una dispersión del propio sí mismo o como volver a ser igual a los otros,
al igual que en la fase preadolescente. Esta es la causa del egocentrismo adolescente: debe diferenciarse
mentalmente de los adultos, con temor a la soledad y una necesidad forzada de autonomía.
La sensación de división del Yo, que no se presenta ciertamente en la niñez ni en gran parte de los
adultos, recuerda la temática infantil del apego-exploración, pero en este caso se trata, obviamente, de una
exploración hacia el interior de sí mismo y de una separación mental de las figuras paternas. La asistencia
de una base segura es difícilmente requerible a los padres y se busca de otras maneras. Así es típico de este
período, el conformismo forzado con el cual los adolescentes siguen las mismas modas, el vestirse más o
menos excéntricamente, frecuentar lugares comunes, asumir a menudo actitudes provocativas en grupo, de
modo de diferenciarse, pero evitando la sensación de soledad. A veces se presenta la adhesión, casi
fanática o extremista, a grupos políticos, religiosos o culturales, siempre para poner remedio a un
insoportable relativismo. Otras veces el pensamiento abstracto, mediante la atención y la exclusión
selectiva, permite considerar sólo lo que se quiere considerar, con el objeto de eliminar activamente las
excesivas disonancias.
Al período de desorden le sigue el de reorganización (Turner, 1973) en el cual la división inicial
del propio pensamiento y de la afectividad, será seguida de una reorganización del sí mismo. Obviamente,
con el proceso de reorganización no debe perderse el concepto adquirido, mediante el pensamiento formal
abstracto, de la pluralidad interpretativa que posibilita organizar los propios conocimientos conservando la
amplitud de comprensión, que permitirá encuadrar y enfrentar los nuevos problemas y las vicisitudes
imprevisibles de la vida, con la elasticidad constituida por consideraciones implícitas de puntos de vista
alternativos.
Después de haberse opuesto a las ideas y a las costumbres de la propia familia podrá, no raramente,
volver a seguir las mismas modalidades que había rechazado, pero lo importante es que esto ocurre como
una opción personal que, sólo una fase de oposición pudo permitir. En los casos en los cuales la división y
reorganización del sí mismo no encuentran la correcta posibilidad de explicación, se pueden verificar
graves problemas del desarrollo. Una insuficiente diferenciación, debida a las dificultades de separación y
a la excesiva intrusión de los padres, no permitirá los descubrimientos personales esenciales para una
conciencia de las propias decisiones. Pronto podrá encontrarse en situaciones de crisis existenciales, en las
cuales no logrará explicarse el motivo de las propias opciones en los distintos sectores de la vida, opciones
que fueron tomadas bajo la presión familiar.
Estas situaciones se presentan en la fase post-adolescente, bajo la forma de un bloqueo en los
estudios o en el trabajo, o con graves problemas para formar y resolver una relación afectiva. También
provoca graves problemas una falta de reorganización con excesiva dispersión: de esta situación derivan
las crisis de identidad que pueden constituir verdaderos y propios episodios psicóticos.
3
3
4.2. Oposición a los padres.
Considerando las características de esta fase podemos prever una modalidad de reciprocidad entre
padres e hijos adolescentes totalmente nueva, respecto del período anterior. En la niñez, de hecho, existía
un requerimiento de mensajes claros y definidos, con una presencia más o menos constante, regular y
alentadora de la autonomía, por parte de los padres que asumían el rol de base segura y estimulante. En la
adolescencia, como lo hemos visto, la personalización ideativa conduce a una autonomía del pensamiento
que, a menudo, provoca desencuentros con el ambiente social y familiar.
Es necesario, por otra parte, un requerimiento de privacidad para permitir una organización del
propio sí mismo basada en verificaciones personales, mediante la puesta a prueba gradual de las propias
teorías. El padre se transforma en una especie de contraparte al cual se le solicita una adaptación no
siempre fácil, basada en una disponibilidad que permita al mismo tiempo la exigencia de eclectisismo de
los hijos. La presencia continua, que en la niñez era bien aceptada, es vista ahora como invasora: las
exigencias de los padres sobre los ambientes y sobre las personas frecuentadas por los hijos son, a
menudo, sentidas como inquisitorias, el modo a veces provocativo de presentar a los padres los
descubrimientos o los apegos a modas o a personas nuevas (piénsese en los estilos adolescentes
extremistas o en las interminables llamadas telefónicas a los amigos o amigas), suscita reacciones de parte
de los padres que confirman la situación de incomprensión y el deseo-necesidad de autonomía.
Sólo los padres, con un buen conocimiento y aceptación de los problemas, que ellos mismos han
atravesado en las variadas fases de sus propias vidas y, sobretodo en la adolescencia, pueden ser
interlocutores positivos, los otros pueden confiarse con las dificultades fácilmente imaginables, al buen
sentido o a la buena relación que anteriormente habían establecido con el hijo.
Adecuarse al desarrollo psicobiológico del adolescente, demostrar fe en sus confrontaciones, a
veces complicidad, nunca envidia o celos, estar disponible a la ayuda y al consejo cuando son requeridos,
buscar una relación de confidencia aceptando que se establezca gradualmente, intervenir con decisión
cuando es necesario (por ejemplo, en caso de problemas escolares o compañías socialmente peligrosas),
pero con actitudes basadas mayormente en explicaciones o en la búsqueda de soluciones conjuntas y
aceptar la crítica para adoptar confrontaciones positivas, son actitudes que señalan la sensibilidad de un
padre, al delicado período que el hijo está viviendo.
Parece que la dificultad para desarrollar actitudes de este tipo es extremadamente frecuente, por lo
cual es fácil encontrar situaciones conflictivas entre padres y adolescentes. Es importante recordar que las
dificultades, más o menos graves, en este período están relacionadas con los hechos y las modalidades de
relación con los padres en la etapa precedente. Así por ejemplo, el niño que se encontró en situación de
apego invertido, por el que ha debido previamente hacerse cargo de los padres, reconociéndose en ese rol,
podrá tener dificultad para separarse mentalmente de la familia, especialmente en la fase adolescente, si
con actitudes indirectas o recordatorios directos, los padres le sugieren la elección de amistades o
actividades que los harían felices.
Quien ha tenido problemas de separación precoz, puede vivir la autonomía adolescente como
ulterior confirmación del propio destino de soledad y tender en este período a aislarse, tanto al interior de
la familia como en el exterior con sus iguales. Quien, viceversa, tiene padres hiperprotectores, no podrá
desarrollar adecuadamente los requerimientos de la autonomía adolescente.
Ciertamente, le será difícil profundizar las relaciones con sus iguales y lograr vivir en primera
persona las propias experiencias, por la presencia excesiva y a veces oprimente, de las figuras parentales.
La relación con los padres tiene una importancia fundamental en este período, para la modalidad de
formalización del concepto de sí mismo: la autoestima, la seguridad en sí mismos, la imagen de sí mismos
en los variados roles afectivos y sociales, la formación de teorías y expectativas en relación a situaciones
de vida, dependen en gran medida de las actitudes que encontramos en la familia.
Para resumir, la importancia que reviste en la adolescencia la relación con los padres, podemos
considerar los siguientes conceptos:
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1. El adolescente tiene la necesidad fisiológica de expresarse basándose en sí mismo. Esto es
posible por el gradual descubrimiento de poseer una modalidad propia de pensamiento. El
padre, de espejo se transforma en una contraparte con la cual pone a prueba las propias teorías:
su importancia es, por lo tanto, siempre evidente, pero con un rol invertido respecto al
precedente.
2. Las directivas que el adolescente tiende implícitamente a privilegiar en la fase de
autonomización mental, se derivan mayormente de las modalidades de relación con los padres
en las fases precedentes. Estas modalidades influyen en forma cualitativa y cuantitativa en la
modulación del inevitable desencuentro padres-hijos.
3. Se presentan exigencias nuevas, típicas del adolescente, la primera de ellas es la de construir
lazos afectivos alternativos a los familiares, volviéndose más personales debido al desarrollo
sexual con la atracción por el sexo opuesto y de la separación mental de la familia que permite
operar una elección privilegiada sobre las amistades propias.
Hay que considerar, finalmente, el rol diferente que el padre y la madre tienen con los propios hijos
en edad adolescente. El padre del mismo sexo representa un modelo del cual se tiende a subrayar los
defectos o a acentuar las virtudes. En la relación con el padre del mismo sexo se busca complicidad y un
trato igualitario, dado que se siente personalmente en el mismo plano.
Es en este período que pueden nacer grandes amistades, pero también grandes incomprensiones,
que pueden arrastrarse toda la vida. Sin embargo, son casi inevitables los desencuentros, a veces intensos y
repetidos facilitados, sobretodo, por el nuevo contacto que se establece con otros iguales y adultos
significativos del mismo sexo, que se toman en comparación.
La identificación precaria con el padre homólogo, debido a una relación contrastada, puede
provocar inseguridad en el enfrentamiento con el grupo de iguales; especialmente en lo que tiene que ver
con las relaciones con el sexo opuesto y, además parece influir sobre la futura adaptación a la vida
conyugal, con dificultad para estructurar respectivamente el rol de marido y padre, y el de esposa y madre
(Guidano y Liotti, 1983).
En las relaciones con el padre del sexo opuesto se verifica la propia simpatía, pero es sobretodo de
esta relación que se desarrollan, en la edad adolescente, las teorías que dirigirán las modalidades futuras de
relación con las personas del sexo opuesto. Una reciprocidad en la cual el padre asume actitudes tiránicas y
autoritarias, se encuentra presente en la adolescencia de mujeres que consideran a todos los hombres, con
los que se relacionan, como agresivos o excesivamente posesivos. Un padre ausente o que ha abandonado
a la familia, puede provocar en la hija dificultades para establecer lazos con el otro sexo, con agresividad o
aislamiento, en una suerte de estar destinada al abandono (Hetherington, 1972).
La interacción con una madre dominante e hiperprotectora, acoplada a una figura paterna periférica
o ausente, predispone al hijo a la búsqueda de mujeres autónomas y a vivir como constrictivas y
oprimentes las adaptaciones que una relación afectiva necesariamente requiere, con una atención selectiva
sobre los aspectos limitantes de las relaciones que, seguramente, serán numerosas pero breves, con un
estilo afectivo del tipo Don Juan (Biller, 1974).
La relación con un padre heterólogo ambiguo e indefinido puede provocar un sentido de
desconfianza en el propio partner26, con expectativas de desilusión y de precariedad en las relaciones.
Finalmente es necesario recordar cómo, en este período, se está particularmente atento a los juicios,
especialmente si son negativos, que los amigos importantes expresan sobre los propios padres, al modo en
el cual los padres hablan uno del otro y a su modalidad de instaurar la relación afectiva que el adolescente,
inexorablemente, tiende a juzgar.
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En inglés en el original
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5
4.3. Individualización de las vivencias emotivas.
Las emociones en la adolescencia están, obviamente, ligadas a la formulación del concepto de sí
mismo y a programas de vida típicos de esta edad: Piaget las define como sentimientos intensos, de tipo
generoso o místico o megalomaníacos, con una mezcla de humanidad y de egocentrismo. Altruismo y
egocentrismo se alternan en los variados sectores de la actividad, tanto que hacen pensar en una
disociación en cuanto son expresión de la división fisiológica del Yo, de la cual habíamos anteriormente
escrito.
Como lo afirma Piaget, derivándolo de el examen de diarios de vida de adolescentes "se trate de
incomprendidos o ansiosos, persuadidos de su fracaso que, por lo tanto, ponen teóricamente en duda el
valor mismo de la vida, o de espíritus persuadidos de su propia genialidad, es siempre el mismo fenómeno,
ora positivo ora negativo" (Piaget, 1967, p. 75).
La característica de idealizar los programas de vida se encuentra también en el plano afectivo. El
amor (este es el período típico de los enamoramientos adolescentes, con gran impacto emotivo),
estimulado por el desarrollo psicohormonal y por la exigencia biológica de instaurar relaciones
heterofamiliares, es un descubrimiento sobre el cual se construyen verdaderas y propias novelas,
identificándose con figuras idealizadas con las cuales se confronta, a menudo despiadadamente en el
regreso a la realidad.
Del análisis de este período, que hace de organizador entre los esquemas tácitos del pasado y los
programas para el futuro (Rudas, 1984), se puede tomar la estructuración del estilo propio de cualquier
individuo, en relación a su singular repertorio cognitivo-emotivo-conductual, con las expectativas
resultantes de la confrontación ideal-real, las emociones y comportamientos frente a variadas situaciones y
la identidad personal resultante.
También las emociones presentan una fase de intenso desorden y una de reorganización: de
sensaciones fuertes e indiferenciadas que se tienen dentro de sí mismo, a explicar a través de diarios
secretos, o a confiarse sólo al amigo más querido, se llega a una reorganización con una modalidad
personal en la expresión y sentir de las emociones, que se encuentra en las organizaciones más estables del
adulto.
Podemos decir que en la adolescencia se presenta la posibilidad de probar una extremada variedad
de sensaciones, gracias a la extensión del campo perceptivo permitido por el alejamiento de lo concreto,
del desarrollo psicobiológico y hormonal. La expresión de las propias sensaciones es modulada mediante
una gradual relación con lo real: el ambiente puede ser facilitador o no en la expresión de las emociones y
aquello que ha ocurrido en el pasado, puede al mismo tiempo influir sobre la expresión y direccionar la
modalidad de vivencia interior (hemos visto cómo, al final de la niñez, una situación como la soledad
puede ser atribuida a motivos diversos y vivida con modalidades e intensidades diferentes; cfr. cap.3).
La organización afectivo-emotiva consistirá en correlacionar las propias sensaciones con las
imágenes mentales permitidas por las expectativas derivadas de la relación ideal-real y con la formulación
de teorías por el pensamiento abstracto y que se tornan necesarias por los requerimientos ambientales. En
la fase de reorganización son muy importantes las actitudes de los padres, de los iguales y las experiencias
de vida que puedan facilitar y direccionar la expresión natural más directa de sensaciones o corregir las
modalidades preadolescentes demasiado rígidas: muy frecuentemente se tiene, sin embargo, el efecto
inverso (Leahy, 1981).
Por lo tanto, en el camino de la infancia a la edad adulta, siempre encontraremos modalidades más
diferenciadas de experimentar emociones: el modo de sentir y manifestar miedo, alegría, tristeza y otros
sentimientos, que en los niños es más o menos similar, sea como manifestación externa o como sensación
interna, verificable por la medición de parámetros fisiológicos y bioquímicos, asume en el adulto
modalidades diferentes de un individuo a otro, tanto cuantitativa como cualitativamente.
La correlación entre sensaciones y hechos que se desarrollan en la adolescencia y la elaboración de
expectativas y de programas de vida en base a estas correlaciones, son parte de la función adaptativa con la
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cual el individuo organiza las propias modalidades de conocimiento y permiten completar el sentido de
unidad necesaria para diferenciarse.
3
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5. LA ORGANIZACION DEL CONOCIMIENTO.
Conocer la vida no significa sólo conocer el alfabeto del código genético, significa conocer las
cualidades organizativas y emergentes de los seres vivos. La literatura no es sólo la gramática y la
sintaxis: es Montaigne y Dostojesvky. Debemos, por lo tanto, estar en condiciones de percibir y
concebir las unidades complejas organizadas. Desafortunada y afortunadamente la inteligibilidad
de la complejidad necesita una reforma del intelecto.
E. Morin.
Pasaremos ahora de la descripción de las fases particulares del desarrollo, cada una con sus propias
características cognitivas, emotivas y comportamentales, a la comprensión de cómo, a través de ellas, se
constituye la sensación unitaria de la identidad personal y una congruente organización del sí mismo. El
apego afectivo y especialmente la relación de reciprocidad con la figura de apego es el primer elemento
que, como hemos visto, permite reconocerse como individuo y establecer las primeras relaciones con el
mundo circundante. La situación de reciprocidad permite desarrollar gradualmente esquemas emotivos y
establecer reglas abstractas, que provocan una sensación de unidad y posibilitan los ulteriores desarrollos
del conocimiento de sí mismo, cada vez más estructurado sobres reglas explícitas. El nivel tácito y
explícito representan, por lo tanto, el pivote con el cual se desarrolla, se organiza y se mantiene el
conocimiento: veamos sus características particulares e interactivas.
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9
Se trata de dos sistemas de conocimiento, aquel que hemos llamado tácito y el explícito, distintos
en sí, pero interdependientes dado que la parte tácita, tendría, por si misma, posibilidades limitadas de
expresión externa, mientras la parte explícita no podría existir o no tendría identidad propia sin las
conexiones tácitas: sin los andamios el edificio del conocimiento no podría desarrollarse jamas, pero el
andamiaje tiene necesidad de una estructura propia que, al mismo tiempo, establezca los limites y le
permita presentarse al exterior. El nivel estructural posee tres funciones: limitativa, explicativa y
comunicativa.
La función limitativa permite la adaptación social al sistema cognitivo. Por esto es siempre un
representación parcial de las potencialidades tácitas.
Los sistemas de representación utilizados son de tipo imaginativo y verbal. El primero, es
posibilitado por la producción de imágenes mentales (Singer, 1974; Neisser,1976; Singer y Pope,1978)
que expresan expectativas, fantasías o recuerdos y guían la percepción, orientando la atención
selectivamente. Su presencia es constante, como una especie de monitor interno que funciona durante el
ciclo completo del día. El segundo, está constituido por verbalizaciones que expresan teorías y
convenciones, mediante pensamientos automáticos (Beck,1976), convenciones (Ellis, 1962) y diálogos
externos e internos (Meichenbaum, 1977). La imaginación y el diálogo interno proceden al mismo tiempo,
especificándose recíprocamente y dando lugar al estilo representativo individual que "no es una simple
reproducción interna de la realidad, sino una descripción del mundo que equivale, en un cierto sentido, a
una teoría en la cual se incluyen significados y explicaciones causales que conectan eventos pasados,
actuales y posibles eventos futuros, en un continuum" (Guidano y Liotti, 1979, p.80).
La función explicativa permite proporcionar atributos y explicaciones a los eventos internos y
externos. Estos atributos son modificables en el tiempo, por lo cual se pueden elaborar diversas
modalidades de estructuración en el ámbito del andamiaje preexistente y por el tiempo que la flexibilidad
de esta, lo permita. Cada sistema cognitivo puede enfrentar cambios estructurales, que darán lugar a
nuevas representaciones de sí mismo y del mundo, sin perder su propia identidad fundamental. A veces,
las modificaciones estructurales son la señal de una modificación más profunda de la organización
cognitiva: hemos visto, por ejemplo, (Erikson et. al.,1982), cómo una modalidad de reciprocidad más
adecuada con los padres puede modificar gradualmente en un niño, alrededor de los 4 - 5 años, los
atributos de inseguridad personal y las dificultades de inserción escolar, derivadas de un apego ansioso en
el período infantil y, viceversa, cómo la inadecuación de los familiares, en forma hiperprotectora y ansiosa,
puede transformar un modelo de apego infantil seguro, al extremo de no permitir una correcta exploración
ambiental en la niñez.
Es evidente que estas modificaciones son más frecuentes en la edad juvenil, cuando el andamiaje
es más maleable y las estructuras están menos solidificadas, y se torna cada vez más difícil con el paso del
tiempo, lo que la hace más resistente al cambio.
En la función comunicativa, el nivel explícito permite al nivel tácito comunicarse con el exterior.
La comunicación será de tipo indirecto porque la representación estructural jamás es una "lectura directa"
del núcleo tácito. Es importante considerar cómo, de una correcta búsqueda de las modalidades explícitas,
se pueden obtener los trazos de las grandes líneas de registro tácito subyacente: una misma problemática,
que se manifiesta con crisis de pánico al quedarse solo, si se analiza atentamente, puede ser la expresión de
una sensación de "destino de abandono", a la cual no se logra hacer frente y que, como veremos, es típica
de una organización depresiva descompensada, o de una sensación de debilidad física personal frente a un
mundo peligroso, que no se logra jamás controlar, típica de una organización fóbica descompensada.
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En inglés en el original
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2
5.5 El conocimiento como organización compleja
La presencia de los niveles de conocimiento tácito y explícito, es el resultado de la actividad
cognitiva de un Sistema Nervioso Central (S.N.C.), compuesto de muchas partes que obedecen a
principios diversos, pero que tienen la tarea de funcionar juntos. Las reglas o "lógica" (Ceruti, 1984) de las
variadas partes son diferentes porque tienen orígenes filogenéticos diferentes (cfr. los "3 cerebros" de Mc
Lean) y por la extrema variedad de elementos y de substratos que caracterizan al organismo humano
(piénsese en el substrato bioquímico, mecánico, eléctrico, etc.). Como destaca Ceruti (1984,p. 15):
Las bases neurológicas del comportamiento resultan del contraste y de la competencia entre estos
sistemas y su lógica, no menos que de su recíproca interacción [...]. El sujeto aparece como la sede del
desencuentro y de la cooperación de los sistemas (sistema de sistemas, subsistemas, jerarquía de sistemas,
etc.) dotados de lógicas diferentes. Aparece como un conjunto de sistemas, cuya historia y su curso
siguen vías diferentes, y que tienen orígenes y ritmos distintos. Aparece como un lugar de desencuentro
entre la inercia y la innovación, la conservación y la novedad.
El objetivo de los seres vivos es el de ordenar, organizar la propia complejidad, constituida por la
presencia de tantos sistemas: el que mejor logra esta tarea es el que impone, gradualmente, al ecosistema
ambiental sus reglas y se puede imponer sobre las otras especies vivientes y al ambiente mismo.
La integración de las diferentes partes que constituyen el SNC de los seres humanos ocurre
inicialmente mediante principios de base abstracta, que heredamos genéticamente. Sucesivamente, las
situaciones de reciprocidad, buscadas activamente por el individuo, contribuyen a especificar
posteriormente las reglas integrativas y organizativas.
Organizar la complejidad significa establecer "vínculos" para ordenar el original desorden de los
sistemas que tienen lógicas diversas.
La extraordinaria potencialidad de base es de este modo limitada, pero el todo permite expresar una
actividad muy superior en relación a la de los componentes singulares: la integración entre los sistemas
conduce a una actividad cognitiva compleja. "Nosotros somos parte de un sistema sociocultural humano, y
este hecho responsabiliza la evolución de nuestro conocimiento, porque actuamos en función de nuestro
conocimiento" (Laszlo, 1984, p. 18).
La modalidad con la cual los seres humanos organizan la propia complejidad, da lugar a teorías
complejas, ideas complejas y emociones complejas: el conocimiento nace de la organización de la
complejidad.
La teoría Darwiniana, que deseaba explicar el caso a través del acontecimiento de la mutación,
pierde de vista la importancia del sujeto y reduce la evolución a una tautología (Reda et. al., 1986);
implícitamente viene a resolver de este modo el problema del conocimiento, que asume la connotación de
"adherencia a la realidad". Es de hecho, el ambiente el que selecciona. El aspecto que esta posición
epistemológica no considera, es el de la autonomía del individuo como sujeto creador y ordenador de la
realidad, como auto-organizador. El punto central de la epistemología evolucionista y del realismo
hipotético (cfr. cap. 1), inversamente, es la recuperación del rol activo del sujeto, el que es visto como
aquel que busca imponer activamente la regularidad al mundo.
La actividad del SNC se manifiesta desde el nacimiento y aún antes (cfr. el ejemplo de los saltos en
el feto informado en el cap. 1) con la búsqueda de dar algún orden al desorden.
Un ejemplo de esta actividad es la búsqueda, del neonato, de sincronización de los movimientos,
con sensación propioceptiva de placer al momento de obtenerla y de perplejidad y rabia, cuando esto no
ocurre. Esta ya es una primera señal de la presencia de organización, con una estructuración explícita,
obviamente limitada a representaciones imaginativas simples y un nivel tácito, que evoluciona hacia
manifestaciones cada vez más organizadas.
La percepción de sí mismo y el reconocimiento del propio mundo familiar y social, constituyen
posteriores pasos adelante a nivel organizativo (muy activos en las primeras fases del desarrollo) y son la
confirmación que la organización del conocimiento (que llamaremos organización cognitiva) procede, de
4
3
manera no lineal sino a planos irregulares - desde el momento en que uno no puede prever, sino sólo
hipotetizar vagamente, como se constituirá el sucesivo - creando conexiones entre las variadas fases de
desarrollo.
El desarrollo de la organización cognitiva no está, por lo tanto, predeterminado ni tampoco del todo
indeterminado, en cuanto cada fase, una vez satisfechos sus requerimientos, predispone o mejor dicho
invita, a la otra a seguir una cierta dirección, confirmando la sensación de continuidad y unidad de la
historia personal. En este sentido las organizaciones cognitivas son bosquejos de la complejidad, dado que
derivan de la actividad de una mente, conjunto de sistemas que se autodesarrollan en un acoplamiento
estructural con el ambiente externo, que los sistemas tienden a hacer propio mientras, al mismo tiempo,
seleccionan las propias potencialidades.
De esta interacción recíproca se desarrollan las organizaciones cognitivas que son, por lo tanto,
personales y diversas, tanto como personales y diversa es la experiencia, desde los primeros momentos de
vida de cada individuo singular, pero deben mancomunarse para permitir una relación de comprensión
recíproca entre los individuos, que organizarán de modo diferente su propia complejidad. Por lo tanto, las
formas con las cuales el andamiaje tácito puede constituirse, son cuantitativamente innumerables, pero
cualitativamente limitadas por los requerimientos que distinguen al hombre en esta época histórica y por la
interrelación con el ambiente actual, no tanto social sino bio-etológico. Las modalidades estructurales o de
representación constituyen una posterior limitación, dado que si bien permanece una evidente
diferenciación individual, en las modalidades organizativas de base del conocimiento se reconocen sólo
determinados estilos, en las variadas relaciones del uno con el otro (o de exclusión o de convivencia).
Antes de examinar los diversos estilos organizativos veremos algunas características de las
organizaciones cognitivas complejas.
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4
Su amplitud deriva de la previdibilidad, permitida por las expectativas encapsuladas en nuestros
órganos sensoriales. Es obvio, por lo tanto, que eventos estresantes, fuente de fluctuaciones, sólo lo serán
para ciertas personas y no para otras, según las expectativas permitidas por las modalidades organizativas
particulares.
Decir que el sistema de conocimiento del hombre está en equilibrio en un cierto punto, significa
decir que se equilibra oscilando en torno a ese punto, adaptándose a los requerimientos del ambiente. Si
una fluctuación es tal que sale del radio de estabilidad existente, el sistema deberá reestructurar sus
procesos ordenadores (Guidano, 1986).
Ahora podemos entender que sería absurdo hablar de una organización normal y de una
organización patológica, pero en todo caso, podemos hablar de organizaciones más o menos elásticas, es
decir, que permiten reestructuraciones frente a oscilaciones intensas o susceptibles a descompensaciones,
al encontrarse con elementos percibidos como estresantes.
5.5.4. Descompensaciones
Cuando las turbulencias derivadas del encuentro con acontecimientos externos, provocan
fluctuaciones emotivas intensas que no se logran o no se quieren enfrentar, se intentará aplicar los atributos
y reglas usadas anteriormente, a acontecimientos y sensaciones nuevas. Dado que esto no es siempre
posible, especialmente si los acontecimientos nuevos se repiten y continúan provocando fuertes
fluctuaciones, en momentos inesperados e incontrolables, entonces la organización entra en crisis.
La imposibilidad de explicarse las sensaciones nuevas hace que éstas sean vistas y vividas
negativamente (Marshall y Zimbardo,1979; Maslach, 1979), como síntomas que asumen características
diferentes, según la modalidad de representación y de las características psicofisiológicas, permitidas por
la propia organización.
Por ejemplo, una persona con organización cognitiva de tipo obsesivo, no logrará representarse las
sensaciones provocadas por alguna actitud imprevista no compartida del cónyuge.
Esto ocurre porque la imagen de sí mismo está intrínsecamente basada en la comprensión y
asistencia del prójimo, con rígidas reglas morales, implícitas y explícitas y con una actitud hacia la realidad
confirmativa de esta imagen personal. Si estos comportamientos del cónyuge se repiten, las fluctuaciones
internas vendrán a ser interpretadas como sensaciones desagradables e indefinidas que, por la propias y
particulares modalidades psicofisilógicas (cfr. organización obsesiva), se expresarán como una reacción de
alarma, caracterizada por una vasoconstricción periférica generalizada, con caída brusca de la temperatura
cutánea, seguida de una intensa sudoración. Esta será leída como sensación de suciedad, la que se intentará
eliminar con repetidos lavados, los que seguirán las reglas de orden previstas por la organización obsesiva.
He allí la descompensación, caracterizada por sentirse sucio, por temor a la contaminación y la búsqueda
ritualística de limpieza.
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Resumiendo, en el curso de la vida, podemos encontrarnos frente a cambios superficiales o
adaptaciones, a cambios profundos o revoluciones personales y a más o menos graves y prolongadas
descompensaciones. Las reestructuraciones, tanto superficiales como profundas, están facilitadas por la
elasticidad de la organización cognitiva, debida a la capacidad introspectiva adquirida en la adolescencia,
como habilidad para explorar, aceptar y reconocer las propias fluctuaciones emotivas. Un cambio puede
representar al mismo tiempo una progresión, en cuanto supera los vínculos anteriores y una regresión, en
cuanto coloca vínculos nuevos a la complejidad de base.
A nivel de conocimiento hablaremos de progreso cuando las informaciones englobadas en la
propia organización son mayores y mayores son las fluctuaciones que se pueden aceptar, reconocer y
enfrentar, y por lo tanto, los problemas que se pueden resolver; por el contrario, hablaremos de crisis
cuando los vínculos bloquean la posibilidad y los requerimientos de solución a los problemas nuevos.
Ya sea que se trate de una revolución personal, o bien un cambio profundo coronado por el éxito,
o de un síndrome clínico, es decir un cambio profundo no coronado exitosamente, son simplemente la
expresión de diferentes procesos de reordenamiento, estimulados por un requerimiento selectivo profundo
(Guidano, 1976).
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SEGUNDA PARTE
LAS ORGANIZACIONES COGNITIVAS
Organizarse significa dar orden a los conocimientos que se están desarrollando de modo que, de su
interacción, resulte un conjunto que permita la supervivencia y el crecimiento de un determinado
ecosistema. El ecosistema contribuye a la elección de vínculos con los cuales el individuo particular
ordena su propio desorden durante el desarrollo. El individuo, a su vez, contribuye a establecer los
vínculos con los cuales el ecosistema, del cual forma parte, se organiza. El todo ocurre en un equilibrio
inestable que ha hecho y hace posible los cambios individuales, generacionales y ecológicos.
Las observaciones que desarrollaremos en esta sección se derivan del trabajo en psicoterapia y la
investigación clínica, realizadas por más de 10 años y con aproximadamente 300 pacientes. Un primer
objetivo es considerar cómo particulares situaciones de reciprocidad entre el individuo y el ambiente,
invitan a privilegiar algunas modalidades organizativas antes que otras. Un segundo objetivo es considerar
los motivos y la modalidad de eventuales descompensaciones de las diversas organizaciones cognitivas. Se
examinan, por lo tanto, las características de adaptabilidad de la organización y los particulares
acontecimientos de la vida que pueden constituirse en motivos de turbulencia, para las diferentes
organizaciones.
A cada una de las cinco modalidades organizativas que tomaremos en consideración (organización
fóbica, depresiva, del tipo disturbios alimentarios psicógenos, obsesiva y psicótica) le corresponde una
etiqueta nosográfica, derivada de encuadres psicopatológicos tradicionales (DSM III, 1983). Es claro que
la etiqueta equivale al tipo de sintomatología que, solamente a veces, se evidencia al momento de las
eventuales descompensaciones de la organización.
Debemos, finalmente, precisar que las diferencias entre las diversas organizaciones cognitivas no
son jamás, en la práctica, tan claras como resultan en la exposición teórica y que, en las variadas fases del
desarrollo, no se instauraran constante y únicamente las modalidades de reciprocidad, que dirigen el
conocimiento en una sola dirección. En cada individuo podemos encontrar, de manera más o menos
evidente, aquello que hemos definido como "caminos de la complejidad", que el conocimiento humano se
ha visto en la decisión de escoger o excluir. Son muy frecuentes las "organizaciones mixtas", en las cuales
una modalidad se superpone, en parte, sobre otra.
Las organizaciones más resistentes a las turbulencias son aquellas en las cuales más caminos de la
complejidad se han recorrido o, por lo menos, han sido conocidos y considerados. Las más susceptibles de
descompensación, que dan lugar a las llamadas neurosis, son aquellas organizaciones, cuyos vínculos
excesivamente rígidos, no permiten reconocer las indicaciones que se ubican a nivel tácito.
En la organización psicótica se evidencia el "desorden de base", porque no ha sido posible
ordenarlo según modalidades más o menos definidas. Acontece una alternancia de dogmaticidad y pérdida
de los vínculos aproximativos.
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6. ORGANIZACION FOBICA
P. Claudel
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a otras posibles, con esquemas emotivos de miedo y atención selectiva centrada en los peligros y la
búsqueda de figuras protectoras.
Algunos ejemplos de la modalidad con la cual se establece una reciprocidad hiperprotectiva, se
encuentran en las observaciones sobre las primeras experiencias exploratorias de los niños. La exploración
es bloqueada por la falta de atención, de parte del cuidador, pero también por las actitudes preocupantes y
ansiosas del mismo. Las madres de niños que, al momento de la separación, presentan graves dificultades,
tienen los mismos problemas de separación que el hijo y los mantienen bajo contacto físico por períodos
extremadamente prolongados, retardando el comportamiento exploratorio. En los asilos, donde se llevaron
a cabo las primeras observaciones (Blurton-Jones y Leach,1972), las madres de los niños que se mostraban
más mal preparados para la separación, los que reaccionaban con llanto y ansiedad por varios días,
llegaban con los hijos, de alrededor de 3 años, en brazos y al momento de la separación, antes que
alentarlos, manifestaban desagrado y fueron sorprendidas espiando detrás de la puerta o mirando al hijo
por la ventana de la sala.
Es evidente que estos niños mostraban una tendencia a la demanda excesiva de cercanía que, en la
mayor parte de los casos, se resolvía durante la permanencia en el ambiente escolar, pero se reiniciaba con
el retorno a casa. En algunos niños comenzaba a presentarse un cierto malestar a las exageradas atenciones
maternas (Ainsworth et.al.,1978).
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En latín en el original
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especialmente de la madre, en los momentos previos al alejamiento o evasiones del campo de control o el
regreso a casa, después de salidas demasiado prolongadas. Frecuentar lugares o practicar deportes
considerados peligrosos por los padres, sólo puede hacerse a escondidas, con gran tensión emotiva,
temores y sentimientos de culpa que hacen poco agradable y a veces fuente de problemas, situaciones que
de por sí no lo son. Las situaciones que pueden facilitar la autonomía son siempre presentadas por los
familiares (o al menos uno de los padres) como potencialmente peligrosas. El adolescente, ya
acostumbrado a un modelo fóbico de conocimiento, oscila entre la sensación de rebelión, provocada por la
sobreprotección de los padres y el temor que la autonomía lo exponga a los peligros que considera son el
principal componente de la realidad. La sensación de ansiedad, que el adolescente experimenta en estos
momentos, termina por transformarse en una confirmación de su propia debilidad física o psíquica.
Un paciente con organización fóbica, con problemas para abandonar su propia habitación,
especialmente en caso de viajes, recordaba la tensión que experimentaba cuando se preparaba para sus
primeras giras escolares, mientras la madre, más que prepararle, como sucedía con sus otros compañeros,
los concebidos panecillos, lo proveía, en un gran canasto, con una comida completa para ofrecerle también
a sus amigos. En el almuerzo se incluían las bebidas y los dulces, con la recomendación de no tomar y
aceptar nada de los otros, porque todo podía estar malo o mal lavado o ser pesado para su precaria
digestión.
Otro paciente fóbico, las raras veces en las cuales de adolescente le era permitido ir a almorzar
afuera con la familia de su más querido amigo, debía llevarse desde su casa los cubiertos que la madre le
preparaba, cuidadosamente protegidos, porque los de los restaurantes podían estar sucios o poco
higiénicos: la tensión que experimentaba, al momento de sacarlos delante de los demás, era vivida como
un estado de alarma con atención hacia eventuales rastros de suciedad, que evitaba cuidadosamente.
En lo que respecta a las primeras relaciones afectivas con los iguales del sexo opuesto, existe una
notable diferencia entre mujeres y varones. Para las niñas, la elección de los eventuales jóvenes con quien
salir es validada por la familia, con una autonomía muy limitada y un control total (a menudo ejercido por
un padre morbosamente celoso) sobre las situaciones consideradas peligrosas por la presencia de figuras
masculinas, como ser la salida del colegio o las fiestas en casas de amigos. De este modo, se facilitan las
fantasías y el temor-deseo de libertad sexual. La actitud de los padres induce curiosidad sobre las
situaciones de encuentro con jóvenes y control sobre las sensaciones de atracción, que podrían ser signo de
perversión y llevar a la perdición y, por consiguiente, al abandono y a la soledad.
Para los varones, por el contrario, la conquista de una joven es motivo de afirmación y
confirmación del propio rol de líder y obtiene a menudo la aprobación inicial de los familiares. La
necesidad de control sobre la partner30, las críticas que, implícita o explícitamente, son formuladas por los
padres tarde o temprano (especialmente por la madre que ve alejarse demasiado al hijo), conjuntamente
con la dificultad para involucrarse, considerado un síntoma de debilidad peligroso, hacen que se tienda a
asumir un rol de abandonador. En cuanto la situación es vivida como constrictiva por los excesivos
requerimientos de las jóvenes o cuando se teme una posible separación, se tiende siempre a provocar la
interrupción de la relación (Guidano y Liotti, 1979). Es fundamental, al momento de la separación, tener
las espaldas cubiertas, por lo que a menudo se entrelazan otras relaciones afectivas prontas a substituir la
anterior, con el típico estilo del don Juan: más que el placer de la relación se privilegia el de la conquista
(Biller, 1974).
El intento de control sobre el ambiente externo lleva a un cuidado particular de la propia imagen
exterior, con una extrema atención al vestuario y preocupaciones excesivas sobre eventuales
inadecuaciones físicas (altura, acné, peso, órganos sexuales no desarrollados, etc.). El temor a ser
descubierto en sus puntos débiles, que se tratan cuidadosamente de esconder, puede manifestarse, en los
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En inglés en el original
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momentos de descompensación, con problemas de ereutofobia (miedo a ponerse rojo frente a otras
personas) (Foglio Bonda, 1984).
Como lo hemos visto, al final de la niñez, junto con el control de los peligros externos, se
desarrolla el control de los propios estados internos. Esto debería permitir: una mayor atención, en cuanto
"no se deja ir" emocionalmente para no perder el control; un mayor poder en la relación, en cuanto se
esconden ante los otros las propias presuntas debilidades y las intenciones más íntimas; una mayor libertad
de acción, en cuanto no se es descubierto por los propios familiares hipercontroladores.
En realidad, como la exigencia de controlar y anticipar previamente tantas situaciones, no deja
tiempo para examinarlas y conocerlas en profundidad, el control de las propias emociones y sus
manifestaciones, no permite reconocerlas, expresarlas y a menudo aceptarlas, toda vez que se presentan
con frecuencia e intensidad no totalmente controlables. "La necesidad de ejercer el control lo más pronto
posible sobre un determinado fenómeno, con el objetivo de suprimirlo o de modificar su curso, es
incompatible con la posibilidad de explorar atentamente ese fenómeno. El autocontrol, si es primario
respecto de la autobservación, tiende a resultar ineficaz o a impedir el desarrollo del conocimiento de sí
mismo" (Liotti,1986).
Lo que en definitiva resulta de privilegiar durante el desarrollo del conocimiento el camino fóbico,
es una dificultad para la introspección: no nos detenemos en los propios sistemas de representación de la
realidad, la que se debe coger de inmediato en cuanto tal y manipular. No se está en posición de seguir
cuidadosas conexiones entre las sensaciones y los eventos a los que pueden estar conectadas (Goldstein y
Chambless,1978). La propensión a anticipar y prevenir los eventos, va en contra de detenerse a
reconocerlos y aceptarlos. No es tanto el problema de manifestar a los demás las propias emociones por
temor a la critica y la incomprensión (como en la organización tipo DAP), sino que la necesidad de
autocontrol provoca temor, al instante mismo de experimentar sensaciones e impide reconocerlas y definir
como emociones, los propios estados internos. Esto es facilitado, más que nada, por la definición de
malestar físico y psíquico, continuamente provistas por los familiares, ante las naturales manifestaciones
emotivas.
Se desarrolla una tendencia a evitar las conexiones entre lo que se experimenta internamente y lo
que se piensa o lo que ocurre.
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7
Para las modalidades estructuradas durante el desarrollo las sensaciones de soledad y de
constricción han sido siempre poco exploradas. El ecosistema hiperprotector no ha permitido vivir,
entender y resolver situaciones y problemas, derivados de la separación y de permanecer solos. Ha
impedido tomar decisiones de autonomía, considerada peligrosa por la propia debilidad personal, y por lo
tanto, reconocer y reaccionar adecuadamente a los límites y a las constricciones impuestas por los padres.
Las fluctuaciones internas que se verifican a lo largo de situaciones más o menos prolongadas, en las
cuales se presentan posibles separaciones o limitaciones de la autonomía, no se logran asimilar como
emociones personales y, a pesar de los intentos, no pueden controlarse (lo que confirma su no
pertenencia). A estas situaciones se les atribuye, por lo tanto, el significado que ha sido más
frecuentemente elaborado por el propio mensaje cognitivo: el de la enfermedad física o mental. Lo único
que se puede hacer es evitar las situaciones en las que las sensaciones desagradables e incontrolables
puedan repetirse y rigidizar el control sobre cada emoción y sobre casi cualquier cambio neurovegetativo
del propio organismo.
Esto se ha verificado en pacientes con organización fóbica descompensada, en los cuales se pudo
observar, al comienzo del tratamiento con bio-feedback, que el miedo a perder el control y, por lo tanto, el
intento de ejercer un control directo sobre las emociones, transforma la percepción de relajamiento en un
peligro, al cual se responde aumentando la vigilancia. Al disminuir la tensión muscular, controlada
mediante el electromiógrafo, los sujetos con organización fóbica reaccionan con una respuesta de alarma,
identificada con el aumento de valores en la conducción cutánea (Blanco y Reda, 1984).
Las verbalizaciones de los pacientes agorafóbicos, al momento de percibir el relajamiento
muscular, confirman el temor a dejarse ir y la exigencia del control. A continuación algunos registros
obtenidos durante sesiones de relajación con bio-feedback (Blanco et. al. 1984): "Había decidido no
relajarme mucho... no quiero perder el control y después, si me relajo más, me parece estar excitándome".
"Cuando me relajo siento frío... me parece estar rígido, como una tabla... tengo la sensación de fatiga
mental"; "Cuando me relajo me vienen pensamientos que me crean ansiedad... pienso que me voy a
volver homosexual o loco"; "Siento este estado como peligroso... como si alguien me impidiera relajarme
después"; "Cuando me relajo me siento mal... me siento distinta... como si no sintiera las partes de mi
cuerpo".
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7. ORGANIZACION DEPRESIVA
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En situaciones de apego inexistente se asiste al desarrollo de una modalidad particular, conocida
con el nombre de autismo infantil. El niño que no ha logrado entrar en una relación de reciprocidad
afectiva con la madre (por dificultad para recibir el efecto sensorial de calor durante el apego o por
dificultad de la madre a transmitirlo o por ambos motivos), se organiza decidida y rígidamente en la
posición de separación y en cuanto es posible, rechaza activamente el contacto físico, aún cuando
permanece en relación con la propia familia. Es interesante señalar que el intento terapéutico que ha
demostrado mayor eficacia es el holding 32 (Zappella, 1984), que consiste en reproducir inicialmente para
el niño una situación de apego, constriñéndolo a permanecer en contacto físico con una o más personas,
por un cierto período de tiempo.
El niño tiene inmediatamente una reacción de intensa agitación e intenta separarse
desesperadamente, pero gradualmente comienza a reconocer y a aceptar la agradable sensación de calor,
que proviene del apego y durante un período prolongado de holding, puede recuperar la capacidad
expresiva y comunicativa que estaban bloqueadas.
La angustia que el niño experimenta al momento del contacto físico se debe a la producción de
sensaciones desconocidas muy intensas, las cuales pueden, en algunos casos, causar la muerte por paro
cardíaco (Marshall y Zimbardo, 1979; Maslach, 1979).
Estos son ejemplos muy impactantes que demuestran los efectos directos de la separación de la
figura parental en la edad infantil. Existen, frecuentemente, situaciones menos evidentes y menos tomadas
en cuenta, cuyos efectos se revelan en la edad adulta, que constituyen los antecedentes para una inicial
organización de la propia personalidad, en un sentido depresivo. Veremos ahora algunos ejemplos
significativos en relación a estas situaciones.
En una pareja nacieron dos gemelos. Son los primeros hijos, fueron deseados y acogidos con
alegría. La primera en nacer es una niña, la cual es llevada de inmediato al lado de su madre, el segundo,
un niño, presenta algunos signos de inmadurez y es llevado por algunas semanas a la incubadora. La
madre, asegurándose de la salud de su segundo hijo, volvió a casa a dedicarse a su primera hija, con la que
comienza a establecer una relación de reciprocidad. Cuando el segundo gemelo llega a la casa, se
encuentra de inmediato en un segundo plano, respecto de su hermanita. Los cuidados y las atenciones que
recibe son cuantitativa y cualitativamente inferiores a sus requerimientos. La permanencia en la
incubadora ha hecho para él más difícil la búsqueda de reciprocidad, llora poco y sigue los movimientos
con lentitud. Los padres lo consideran de carácter tranquilo y bueno, mientras la niña es más vivaz y
reclama más su atención. Esta situación de interacción familiar se establece sin crear problemas excesivos.
A los cuatro años los dos gemelos tienen características totalmente opuestas: la niña es alegre,
extrovertida, vivaz y hace amigos con mayor facilidad con otros niños y con los amigos de sus padres. El
niño, por el contrario, es más cerrado, juega siempre solo, se mantiene aparte de los otros y es muy tímido.
Para la Navidad, la niña solicita una serie de juguetes como regalo, mientras el niño se limita a pedir un
pedazo de pan. Los padres comienzan a preocuparse, aunque sostienen que los dos niños han nacido con
distinto carácter.
A una niña, primogénita de tres años, le nace una hermana sin ninguna preparación por parte de sus
padres. La primera sensación que después recordará, es de odio hacia la hermana, en la que se habían
concentrado todas las atenciones de sus padres. Para evitar la agresividad de su primera hija, le explican
que la hermanita está enferma y ella que es fuerte y sana, debe ayudarla. Esta definición de la situación se
mantiene por mucho tiempo y la madre pide constantemente ayuda a la hija mayor.
La situación familiar impone de este modo, roles bien definidos. El padre está en el trabajo, la
madre necesita ayuda para desenvolverse en la casa y, al mismo tiempo, cuidar a la hija enferma. La otra
niña es "fuerte y sana" y debe ayudar a la madre que la orienta, con continuas demandas, hacia una serie de
deberes. La situación se mantiene y confirma, aún cuando la niña más pequeña ha crecido y es autónoma,
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pero es siempre considerada débil y necesitada de cuidado. La niña más grande y fuerte, continúa
dedicándose a los trabajos de la casa, sin la más mínima gratificación: debe hacer sus deberes, aunque se
siente a menudo fatigada y sola.
Una niña de tres años comienza a darse cuenta de las continuas discusiones entre sus padres.
Después de estas discusiones la niña se queda con su madre, la que está siempre llorando, a quien debe
consolar y le pide desesperadamente, que vaya a buscar a su padre, para hacerlo volver a casa. La niña
comienza así a sentirse en un rol de fundamental importancia para mantener unidos a sus padres, vive con
el terror de sus peleas, y se siente casi responsable de sus separaciones y sobre todo, de no lograr evitarlas.
La madre está siempre muy abatida y le pide constantemente ayuda. La regaña si pide salir de casa para ir
a jugar con las amigas, diciéndole que no la quiere porque la deja sola.
Es necesario recordar que un niño pequeño, por la necesidad de cuidado de parte de sus padres,
está inducido a verlos siempre de modo positivo, y por lo tanto, a excluir toda información contraria
(Bowlby, 1980c). Por el mismo motivo, cuando los padres le pegan o lo tratan con desapego, será inducido
a atribuir a sí mismo la culpa de esta exclusión. Sólo de esta manera puede restaurar el apego, tratando de
ser bueno y esforzándose por obedecer; la alternativa sería elaborar una estrategia de separación con
consecuencias desorganizativas más graves. No es tanto la separación o la pérdida en sí, la que provoca
una "alergia a la separación" (Shaw, 1979), sino el hecho de no poder elaborar las pérdidas afectivas
recuperando, mediante los propios esfuerzos, la situación de apego y el cuidado necesarios, la que provoca
una especie de "desesperanza aprendida a ser ayudado" (Seligman, 1975).
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Este es un ejemplo de cómo las situaciones de separación, no elaboradas cognitivamente o no
seguidas de una recuperación afectiva, pueden constituir los componentes externos que contribuyan a
modular una sensación de soledad y de incapacidad personal, frente a un mundo excluyente y difícil de
enfrentar (Porcu, 1985). Es obvio que no se trata de un aprendizaje pasivo y que no siempre se encuentran
acontecimientos o situaciones de separación tan evidentes, como lo pueden ser el luto o una separación de
la familia. Más, a menudo, son las situaciones de carencia afectiva y de falta de reconocimiento por los
propios resultados y progresos, los que provocan las sensaciones de inferioridad y de insuficiencia,
especialmente en quien está a la espera o a la búsqueda de cercanía o comprensión, las que en su repertorio
tácito, son desconocidas desde hace tiempo. En estos casos, el trayecto depresivo es privilegiado en
relación a otras modalidades de conocimiento de sí mismo y del mundo y no queda más que preocuparse
por anular una imagen de sí mismo negativa o culpable, esforzándose para enfrentar o por alternativa,
evitar, un mundo que tiende a confirmar la propia inadecuación e incapacidad para recibir calor.
Durante la adolescencia se confirma la tendencia al aislamiento y a desarrollar actividades
solitarias y autónomas. El intento de lograr solo los objetivos que permiten anular el destino de exclusión,
y la madurez precoz que de este modo se adquiere, terminan por constituirse en un motivo de segregación
y de incomprensión, ya sea de parte de los iguales o de los adultos.
El deseo de afecto y de contacto físico se centra, en el período del desarrollo sexual precoz, en la
búsqueda de relaciones que, a causa de la escasa estima de sí mismo y de la falta de habilidad para entrar
en comunicación con los otros, le llevan a actuar con parejas accidentales, que no permiten o no
posibilitan, consolidar o proveer continuidad a la relación, dejando un sentido de soledad y vacío afectivo.
A veces, la dedicación total a un solo compañero (pareja) termina por hacer sentir inadecuadas sus
atenciones y provoca la ruptura de la relación, con sensación de incapacidad, a pesar de los esfuerzos que
realiza, para mantenerla. Otras veces, se pone a prueba a la pareja con acciones consideradas reprobables,
casi para confirmar que a una persona así no se le puede querer. En algunos casos, la actitud negativa hacia
sí mismo los conduce a comportamientos contrarios a su propia salud física y a la autodestrucción, con
excesivo uso de alcohol o drogas.
6
3
3. Los objetivos eventualmente conseguidos adquieren escaso valor, desde el instante en que
fueron conseguidos por alguien como él. Los aspectos positivos de la realidad son siempre
aquellos no alcanzados o inalcanzables y el único aspecto positivo de sí mismo consiste en el
esfuerzo que es necesario hacer para intentar tener alguna cosa valiosa que, una vez obtenida,
ya no lo es más.
En todos los seres humanos, las situaciones de este tipo pueden provocar natural tristeza, la que
estimula, de algún modo, la resolución del problema. Para quien, en vez, posee un estilo organizativo de
tipo depresivo, tales situaciones implican sensaciones e imágenes de irreversible soledad. En la práctica si
se desespera, tiende a no hacerlo notar para no ser un peso para los otros, o porque no se espera un
acercamiento afectivo. Apenas sea posible, se tiende a reaccionar aislándose u ocupándose de los otros y
no concediéndose el tiempo necesario para elaborar la pérdida (Parkes, 1972).
De este modo se obtiene, frente a uno de los eventos pérdidas considerados anteriormente, un
resultado opuesto al que se necesita para superarla. Aunque se confirme la necesidad de ser ayudado en
caso de necesidad, se termina por encontrarse siempre más solo. Una posibilidad ulterior es la de desafiar a
la soledad, aislándose, hasta que no se recupere la propia imagen de eficiencia forzada, pero durante este
período los significados que se tienden a atribuir a los eventos, continúan reponiendo los esquemas
emotivos y representaciones de pérdida, de autorresponsabilidad y, a veces, de culpa. Es lo que le ocurrió a
un paciente, recuperado de una grave depresión, que había comenzado a preocuparse por un incidente
acaecido en su trabajo, durante las actividades de algunos operarios que tenía que dirigir.
El incidente, totalmente trivial, se resolvió sin ningún perjuicio para las personas, pero fue visto por
el paciente como una confirmación de su incapacidad de prevenir, a causa de su insuficiente preparación,
lo que había ocurrido. Se sintió descubierto en su falta de preparación en un trabajo en el que había basado
todo su esfuerzo y en el que había logrado hacer carrera escondiendo, con fatiga y esfuerzo, la incapacidad
que siempre había advertido. Desde ese momento, como consecuencia de la pérdida de la estima de sí
mismo, buscó aislarse y rehusar nuevas tareas laborales, que continuamente le ofrecían. En su casa se
sentía culpable con su esposa la que, viéndolo siempre encerrado en sí mismo, le propuso descansar del
trabajo, dedicándole más tiempo a la familia. Esta frase hizo pensar al paciente que también con la familia
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había equivocado todo. Se sintió más infeliz y culpable, encerrándose más todavía en sí mismo. Las
representaciones internas continuaban reponiendo las imágenes de pérdida, de haber fallado y de
culpabilidad, sin posibilidades de alternativas, las que podrían haberlo llevado a nuevos conocimientos. Se
iba confirmando, cada vez más, una visión negativa de sí mismo, del mundo y del futuro, lo que constituye
una tríada cognitiva que emerge como la punta de un iceberg, en las situaciones de descompensación y
acentúa la sintomatología depresiva (Beck, 1976; Teasdale, 1981).
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6
8. ORGANIZACION COGNITIVA DE TIPO DISTURBIOS ALIMENTICIOS
PSICÓGENOS
L. Pirandello
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propias sensaciones. El espejo que se tiene delante no refleja nunca la imágenes claras que este período
requiere y hace muy difícil el proceso de identificación.
Por este motivo la atención del niño permanece focalizada, prevalentemente, en lo que los otros
piensan y aprueban, en la búsqueda de confirmación y juicios externos, los que son al mismo tiempo,
temidos e indispensables.
Mientras más marcada la confusión en los intercambios recíprocos, más confusa será la interacción
entre los variados sistemas que se están organizando.
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9
dicho, con la primera pareja, puede representar un salvavidas en la búsqueda de la propia identidad
personal.
En estas situaciones, en el caso de las organizaciones DAP, se mantienen todavía expectativas
exageradas, con las consecuencias inevitables de las terribles desilusiones. Lo mismo se repite en las
situaciones afectivas, en el estudio y en el deporte. La expectativa de conseguir, no tanto nuevos
conocimientos o eventuales éxitos, sino la aprobación y el amor absolutos, donde encontrarse a sí mismo,
en el reconocimiento de personas significativas, provoca fantasías a menudo mitomaníacas y bloqueos, a
las primeras y mínimas fallas o errores. Tales situaciones provocan fluctuaciones emotivas, que son
interpretadas confusamente en términos que oscilan entre la inadecuación personal y la incomprensión
de parte de los demás, aumentando, entre otras cosas, el riesgo de posteriores fracasos.
Durante estas penosas oscilaciones se comienza a advertir una sensación, referida por muchos
pacientes DAP, de vacío interior (Guidano y Liotti, 1983). Reconocer esta sensación como hambre,
permite trasladarse a los problemas conocidos y gestados en la familia, evitando el riesgo de reflexionar
sobre lo que ha sucedido o está sucediendo, y exponerse a la expectativa de posteriores juicios,
desilusiones e incomprensiones.
De esta manera se inicia una verdadera y propia estrategia en torno a la alimentación. Las
expectativas de rechazo (presente, por lo demás, en niñas cuyos padres han asumido precózmente una
actitud de abandono y desapego) provocan desorientación y sensación de vacío, que se calman con la
alimentación excesiva, típica de las crisis bulímicas. Se vacían refrigeradores y despensas en la búsqueda
de la comida más pesada, dulce y relajante. La posibilidad de recuperar la autoestima (más frecuente en las
niñas con las cuales el padre ha tenido un comportamiento decepcionante, después de una buena relación
en el período de la niñez y de la infancia), está relacionada con la mantención de férreas dietas, con
exclusión y rechazo de cualquier alimento, las que frecuentemente se alternan con imprevistas crisis
bulímicas.
Se preocupa de su peso todo el día, buscando esconderse a sí mismo las situaciones que, en el
período adolescente, producen turbulencia emotiva, para conseguir "reorganizar" el conocimiento.
El propio aspecto físico se transforma en la manera para evitar el juicio de los otros o confirmar su
incomprensión. Las crisis bulímicas ocurren de costumbre cuando se está indeciso de ir o no a algún lugar
donde se encontrarán personas significativas; lo que lleva, obviamente, a decidir no exponerse a causa de
la propia fealdad conseguida. Las dietas o los largos ayunos, provocan la atención de los otros sobre el
propio físico, sin permitir acceso al mundo interior y constituyen un desesperado intento de recuperación.
En el sexo masculino son menos frecuentes los disturbios alimenticios con variaciones notorias del
peso, pero se pueden encontrar otras maneras, para gestar de modo confuso la imagen de sí mismo. La
confusión ideativa y los problemas de juicio, provocan dificultad en la aplicación al estudio: comienza a
irle mal en el colegio, a pesar de permanecer todo el día en casa con los libros.
Las fluctuaciones emotivas que se relacionan con la imagen de sí mismo, pueden estar
acompañadas de comportamientos autolesivos, como rasguños o escoriaciones de la cara, cleptomaníacos,
con pequeños robos en la casa o en las tiendas, o por la búsqueda de incidentes o risotadas, como para
procurarse a sí mismo una imagen más negativa (estos comportamientos se pueden encontrar en ambos
sexos).
A veces, después de un episodio problemático, el adolescente logra ocuparse de sus propios
problemas. Prueba el autocontrol, que puede partir del propio aspecto físico y que señala una inicial
recuperación de la fe en sí mismo. Esta recuperación es posible a través de la relación con un hermano
mayor, un amigo, un profesor, etc., lo que permite que el adolescente conserve, al menos en parte, un
diferenciado sentido de identidad personal. "Los individuos que no encuentran ayuda o no están en
condición de procurársela aun teniéndola a su disposición, son aquellos que han experimentado un bloqueo
en la afirmación de su propia identidad, en sus capacidades para establecer una relación con los otros y en
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0
desarrollar un concepto positivo de sí mismos. A ellos, los problemas con los que cualquier adolescente
debe enfrentarse, les parecen insuperables" (Bruch, 1973, p. 204, tr. it.).
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9. LA ORGANIZACION OBSESIVA
H. Hesse.
9.3.1. La duda
La idea que en el mundo existen certezas absolutas que es necesario perseguir para confirmar la
imagen positiva de sí mismo, lleva a situaciones de difícil equilibrio, dado que se requieren decisiones
frente a opciones más o menos importantes.
La necesidad de certeza lleva al obsesivo a preocuparse por los mínimos detalles, a validar cada
posibilidad de error antes de tomar una decisión y, en esencia, a dudar sobre todo de un modo a menudo
torturante y continuo. Al momento de decidir, el obsesivo tiende a esperar hasta el ultimo momento para
asegurarse, a través de controles y recontroles, de haber decidido bien. El tiempo se transforma en un
enemigo que no concede muchas prórrogas. Se puede intentar no pensar en él (un paciente se quitaba el
reloj al momento de decidir el programa del día), o prolongarlo (otro paciente atrasaba el reloj, para
crearse la impresión de tener más tiempo, de otro modo no lograba comenzar ninguna actividad) y se
termina por no considerar su paso real.
El obsesivo se encuentra, a menudo, en la imposibilidad de concluir un proyecto, debido al poco
tiempo que le queda y se siente forzado por las circunstancias al hacer una opción. Cada decisión, pequeña
o grande, raramente le procura placer o satisfacción. Las situaciones de opción terminan por aumentar la
ansiedad y dejan al obsesivo firmemente convencido de que debería ser más perfecto.
En las situaciones de descompensación, que derivan de encontrarse frente a decisiones importantes,
como la de cambiar su lugar de trabajo, o de interrumpir una relación afectiva, la representación
simultanea de los pro y los contra y la búsqueda de la perfección, transforman el problema en algo
prácticamente insoluble. La duda tiende a ser, en estos casos, el elemento presente en toda actividad y
termina por provocar la evitación o el alejamiento de la difícil decisión.
Una paciente con organización obsesiva se encontraba frente a la decisión de aceptar su situación
matrimonial. No existía ni el mas mínimo acuerdo con su marido, pero la paciente estaba bloqueada por la
culpa hacia el hijo y los padres, y por el pecado hacia su religión. Comenzó a poner en acción una serie de
evitamientos por algunos objetos de la casa, los que mantenía sucios, y a someterse a prolongados lavados,
cuando tenía la duda de haberlos tocado. La duda tenía que ver también con sus percepciones, y por lo
tanto el marido, debía seguirla para confirmarle que no había tocado los objetos "contaminados" o que se
había lavado de modo perfecto y completo. La duda puede extenderse a cada comportamiento y elección
hasta constreñir, en el caso de una grave descompensación de la organización obsesiva, a permanecer
inmóvil y pasivo para evitar tomar decisiones que provocarían posteriores dudas, conduciendo a
interminables controles. La búsqueda de la certeza es tan desesperada que se termina por confiarse a
rituales mágicos, residuos filogenéticos primitivos, con el fin de conferir omnipotencia al propio
pensamiento, de controlar los eventos y prevenir inseguridades y problemas futuros. Obviamente los
rituales obsesivos -el llamado "psiquismo de defensa"- tienen efectos muy limitados en el tiempo y
7
8
constituyen posteriores fuentes de duda, ante el temor de no haberlos seguido de manera correcta. Tienden,
de esta manera, a hacerse repetitivos, constituyendo un bloqueo posterior a la propia actividad.
9.3.2. La perfección
Otro requerimiento que hace difícil la modulación de las fluctuaciones emotivas, en el caso de una
organización obsesiva, es el de responder perfectamente a los roles social y moralmente justos y precisos.
La idea de que existen roles "justos" a los cuales es necesario adherir, torna inicialmente difícil la
capacidad de identificarlos, y por consiguiente, provocan una continua sensación de insuficiencia. Puede
ser que, por ejemplo, el nacimiento de un hijo, hacia el cual el padre con organización obsesiva, debe
experimentar siempre y solamente un amor absoluto, el que provoque la descompensación.
Los problemas que un recién nacido impone, interrumpen momentáneamente la alegría de su
presencia. El intento de esconderse a sí mismo los sentimientos de rabia, que pertenecen al "mal padre",
puede provocar en una organización de tipo obsesivo, temor a la pérdida del control, con pensamientos
indeseables, que no se logran bloquear, de dañar al niño, o de eliminarlo de alguna manera. La imagen de
sí mismo, es siempre y de todas maneras, insuficiente, porque es comparada con el perfecto "sí mismo
ideal". La necesidad de mantener una rígida congruencia, determina requerimientos extremos de esfuerzo
y atención, para evitar o corregir, los errores siempre posibles.
"El sí mismo actual, como Makhlouf-Norris y Norris (1972) han destacado, esta representado por
el opuesto del sí mismo ideal. Los aspectos opuestos de la imagen de sí mismo, propuestos por el
conocimiento tácito, son constantemente integrados, a través de una rígida actitud hacia sí mismo, en una
fija y única identidad personal del presente y en otra identidad rigurosamente definida, que debe ser
lograda en el futuro" (Guidano y Liotti, 1983, p.263). Las descompensaciones son más probables en el
momento en que no se logra mantener alejado "el otro sí mismo", el cual pone excesivamente en discusión
la propia imagen. No se acepta como característica personal, la presencia simultanea de dos modelos
opuestos, que podrían unirse en una eventual convivencia, como lo propone H. Hesse, o ser utilizados en
la búsqueda de alternativas intermedias.
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situaciones ansiógenas o de objetos "contaminados". La sensación desagradable de suciedad a nivel
epidérmico provoca rituales de lavados por la exigencia del orden y la limpieza.
En resumen, el obsesivo, "no acepta las respuestas emotivas como un ingrediente natural de la
vida. Cuando ocurren, son justificadas por las mismas racionalizaciones que las hacen aparecer como
lógicas y razonables" (Salzman, 1973, p.63). La constante actitud de control hace que el obsesivo muestre
una cierta pobreza expresiva y emotiva. En realidad, esconde intensas emociones que se manifiestan, a
veces, bajo la forma de tic o de movimientos estereotipados. Las descompensaciones ocurren en el
momento en que no se logra evitar sensaciones intensas. En tales casos los evitamientos, los rituales
mágicos o las hiperracionalizaciones, tan rígidas que asumen características casi delirantes, son intentos
desesperados de retomar el control, requerido por la propia organización.
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0
10. ORGANIZACION PSICOTICA
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1
lentitud en la elaboración de la información y en organizarla en la memoria de corto plazo
(decentering)36 ;
dificultad para captar estímulos relevantes cuando están insertos en un rumor de fondo irrelevante
(overinclusion)37 .
Estas modalidades son confirmadas, en situaciones experimentales y no experimentales, por
consideraciones de pacientes psicóticos del tipo: "los sueños me invaden, no logro concentrarme en
ninguno en particular; es como hacer dos o tres cosas al mismo tiempo"; "las cosas pasan muy velozmente
por mi mente, se vuelven confusas y es como estar ciego, como si viese una foto un instante e
inmediatamente después, otra"; cuando hablan muchas personas trato de estar atento a una, pero es como
si las otras voces me invadieran".
A nivel psicofisiológico se puede demostrar, durante el biofeedback training38, la característica
ausencia de correlación entre los diversos parámetros (EMG, GSR, TEMP.). En las personas con
organización descompesada y no psicótica, la tensión muscular (EMG) correlaciona positivamente con la
respuesta galvánica cutánea (GSR), que señala la tensión emotiva, y ambas correlacionan negativamente
con la temperatura cutánea (TEMP).
En caso de descompensación de las organizaciones cognitivas, que hemos anteriormente
considerado, tales parámetros vuelven, más o menos rápido, a la integración natural, mientras en los
psicóticos se observa una desestructuración completa de la respuesta, con graves reacciones idiosincrásicas
de alarma a cada intento de trasladar la respuesta fisiológica, a la correlación natural (Reda et. al., 1986).
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En inglés en el original
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Idem
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2
10.4. Consideraciones sobre las descompensaciones psicóticas.
Los datos sobre la interacción familiar confirman la dificultad del psicótico, para asimilar en sus
esquemas provisorios los mensajes de alta intensidad en un ambiente hiperestimulante.
La dificultad para seleccionar los estímulos y el proceso de overinclusion39 hacen que la mente
entre en contacto, al mismo tiempo, con un exceso de señales irritantes.
En este punto la organización psicótica se encuentra frente a dos posibilidades: una es dejar que los
estímulos externos fluyan en gran cantidad al sistema el cual no logra cerrarse, provocando la perdida del
control psicosensorial y la confusión disociativa; la otra es la clausura rígida del sistema poco articulado
que, para evitar la invasión, logra excluir los mensajes sensoriales, utilizando una estructura muy limitada
y estereotipada, para interpretar los datos externos y construir una realidad indiscutible, es decir, el delirio.
La esquizofrenia y la paranoia son los dos lados de una misma medalla dado que "la clausura o
apertura extrema, sin ningún vínculo organizacional, corresponde a dos radicalizaciones del
funcionamiento del sistema; de aquí derivan la dogmaticidad o la pérdida total de los vínculos. Estas
condiciones congelan la capacidad asimilativa del sistema, se atacan las principales fuentes que alimentan
la complejidad: la comunicación y la percepción. Ellas se transforman en delirios y alucinaciones" (Reda
et. al., 1986). Nos encontramos, por lo tanto, frente a dos posibles modalidades de descompensación.
En la descompensación de tipo "paranoide", el psicótico posee un mecanismo de atención
hiperselectivo, por el cual tiende a integrar hasta los más mínimos detalles en un mismo esquema rígido.
La overexclusion40 de datos relevantes no permite en estos casos, la confrontación con modalidades de
pensamiento distintas y hace imposible, el más mínimo cambio. "El funcionamiento delirante de la
imaginación, no es delirante porque se proyecta sobre la realidad, sino porque cesa de funcionar como
sistema abierto, cesando de nutrirse con interacciones de retorno de la realidad, fuente de riesgos, aunque
también de novedad" (Atlan, 1979,p.145). En la descompensación "no paranoide", el psicótico aparece
muy distraído de cualquier estimulo ambiental e incapaz de seleccionar algún dato relevante para él,
excluyendo otros. "La identidad personal, organización de los vínculos, se empobrece, se aísla, se bloquea,
se pierde. La atención se fragmenta en cien mil rostros, cien mil voces: de aquí nace la angustia tan
tangible en los esquizofrénicos agudos" (Reda et. al., 1986).
La descompensación psicótica, por lo tanto, representa o mejor dicho señala, la falta de capacidad
de integración entre los diversos componentes que concurren a la armonía entre los procesos perceptivos,
emotivos y cognitivos, es decir en la organización del conocimiento.
"El déficit depende de la particular interacción de muchas partes y es más grande que la suma de
sus partes singulares" (Magaro, 1980, p.207).
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Idem
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3
TERCERA PARTE
LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
8
6
reconocer y estructurar mejor los procesos tácitos que ya estaban influenciando los procesos del
pensamiento, fuera de su esfera de conciencia" (Guidano, 1986,p.49).
La terapia es por lo tanto, un proceso de conocimiento, en el cual el terapeuta tiene el rol de base
segura que provee al paciente los parámetros, las indicaciones y la asistencia, en función de este objetivo.
La adquisición del conocimiento ocurre, como siempre, de modo gradual y sigue las etapas (como, por
ejemplo, las que propone Bowlby), que permiten conseguir niveles cada vez más extensivos y completos,
de comprensión de las propias modalidades cognitivas, emotivas y comportamentales. Un programa
terapéutico en etapas graduales permite:
Ir al encuentro de los requerimientos formulados inicialmente por el paciente;
Evitar dispersiones en una complejidad completamente desconocida para el paciente,
adaptándose a sus sistemas de lectura y comprensión;
Adecuarse a las necesidades y a las posibilidades del paciente, de explorar niveles de
conocimiento más profundos o de detenerse en los niveles más superficiales.
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12. LA RELACION TERAPEUTICA
G. W. Allport
12.1. La colaboración recíproca en psicoterapia.
Se ha destacado por muchos autores cómo, en la psicoterapia cognitiva, es importante dirigir la
relación terapéutica en términos de colaboración recíproca (Mahoney, 1974; Bedrosian y Beck, 1980;
Young y Beck, 1982; Guidano y Liotti, 1983).
El terapeuta expone al paciente la razón de la terapia y le solicita establecer en conjunto los
objetivos, en una especie de alianza terapéutica. Esta actitud permite evitar una excesiva dependencia del
paciente y reduce la dificultad que puede provocar la relación terapéutica con un terapeuta omnipotente y
omnisciente, o el temor-sugestión de un método misterioso, que el paciente no puede ni debe entender. El
terapeuta utiliza el feedback que recibe de las observaciones y actitudes del paciente, para verificar la
comprensión del método utilizado y la comunión de intentos para alcanzar los objetivos que se han
establecido, durante el tratamiento. Las consideraciones del paciente permiten verificar si se está
procediendo en la dirección deseada o si es necesario retornar sobre temáticas no bien adquiridas, o
eventualmente, modificar los objetivos.
Kelly (1955), ha evidenciado cómo la terapia se puede considerar como el encuentro entre dos
científicos, cada uno con sus propias teorías sobre sí mismo y sobre el mundo, en el cual cada uno ayuda al
otro, que pregunta, a explorar, y eventualmente revivir, según el método, y en una especie de alianza
científica, las reglas y los asuntos sobre los que se basan las teorías en crisis, que bloquean la adquisición
de nuevos conocimientos. Siempre usando la metáfora del científico, Guidano y Liotti, destacan cómo,
durante la terapia "se identifican, se evidencian y se verbalizan las teorías causales del paciente, junto con
las consecuencias que ejercen sobre el comportamiento; se descubren las pruebas (las experiencias
infantiles) de su elaboración; se reconoce y se enfatiza la naturaleza episódica de estas pruebas; se
desarrolla una nueva teoría, en base a los resultados de nuevos experimentos interpersonales
cuidadosamente programados, el más importante de los cuales, es la relación terapéutica". (Guidano y
Liotti, 1983, pp.127-8).
El terapeuta debe, por lo tanto, encontrar el modo más adecuado para ayudar al paciente a explorar
sus modalidades comportamentales, cognitivas y emotivas y para estimularlo a hablar, no sólo de sus
problemas actuales, sino también, y sobre todo, de su manera de representarse y enfrentar los
acontecimientos de todos los días, y sucesivamente, de su historia pasada.
A pesar de los presupuestos explícitos de colaboración, no es del todo fácil que el paciente, por el
hecho mismo de requerir una psicoterapia, logre de inmediato prestar colaboración y antecedentes útiles,
como lo desearía el terapeuta, y a menudo esto debe considerarse como una forma de defensa o, mas aún,
como un intento de sabotear la terapia. Es obvio que el paciente tenderá a comportarse, también en la
relación terapéutica, según los dictados de su propia organización cognitiva, y que su atención selectiva
está dispuesta a captar los detalles que confirman las expectativas de esquemas de base más bien rígidos.
Por lo tanto, es el terapeuta el que debe inicialmente adecuarse a las modalidades del paciente, las que
pueden se evidenciadas utilizando las indicaciones que expresan las eventuales resistencias.
De este modo se establece una relación de alianza, basada no sólo en un contrato explícito, sino
sobre todo, en un entendimiento tácito por el cual el terapeuta es realmente sentido como una base segura,
con la cual es estimulante trabajar.
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12.2. La relación terapéutica como el encuentro entre dos organizaciones cognitivas
complejas.
El respeto a las modalidades con las cuales el paciente entra en la relación terapéutica es
fundamental, para extraer indicaciones preciosas sobre su identidad personal.
Así, el paciente en el cual prevalece el estilo fóbico, tiende a establecer el control de la relación y,
por lo tanto, a no abrirse mucho en la entrega de indicaciones sobre sí mismo y a no dejarse ir
emocionalmente, hasta que no haya logrado la confianza en el terapeuta. Es frecuente que, al inicio de la
terapia, esta paciente no sea puntual, o esté presto para anticipar o rebatir las consideraciones del terapeuta,
o espere el final de la sesión para entregar datos importantes que antes había olvidado, o busque continuas
reaseguraciones al momento de separarse de terapeuta, etc. Es oportuno, en este caso, evitar dar excesivas
directivas y dejar, al menos en parte, el control de la relación al paciente, tomando este dato como una
confirmación de la modalidad tácita, que a su tiempo el paciente podrá reconocer.
Al mismo tiempo, es oportuno evitar, desde el comienzo, seguir al paciente en las atribuciones de
enfermedad que le otorga a las propias emociones y en sus convicciones de estar físicamente débil, para no
recrear el tipo de relación, que él ha establecido con sus propios familiares.
Análogamente, los pacientes que hemos definido con el estilo del tipo disturbios alimenticios
psicógenos (DAP), tienen dificultad para definir claramente sus propios pensamientos y tomar decisiones,
y presentan a veces inseguridad y confusión, también en sus propias experiencias sensoriales.
Es importante por lo tanto, que el terapeuta muestre tener ideas claras en el establecimiento del
programa terapéutico, sin insistir, al menos al comienzo, en involucramientos con el paciente y,
especialmente, que ponga atención a las expectativas que induce, conociendo la facilidad que tiene este
tipo de paciente para ir a la búsqueda de las desilusiones.
Será inútil buscar investigar sobre el contenido de los diálogos internos y sobre las expectativas del
paciente, antes de haber enfrentado el verdadero terror al juicio, que le impide expresarse. Es oportuno
demostrar que no se trata examinar sistemas de representación justos o equivocados, pero que cada uno
de nosotros tiene su propia modalidad cognitiva, tan válidas como las otras, y que a su vez, como en su
caso, no son muy claras; es importante buscar juntos conocerlas y entender su origen. Puede ser útil que el
terapeuta se exponga hablando un poco de sí mismo, para ejercer de este modo un efecto modeling 41. Una
intervención demasiado directa y precoz sobre los sistemas de representación, en este caso, no está
destinada a obtener buenos resultados, sino que encuentra resistencias, en todo lo que está inserto en los
esquemas emotivos conectados a la experiencia de invasión, ejercidas al menos por uno de sus padres
sobre su propias opiniones, desde la época del desarrollo.
Un eventual fracaso influye negativamente sobre la confianza en sí mismo del paciente, el que
sentirá que decepciona al terapeuta y que, en este caso, sea por complacerlo o por recibir un juicio
positivo, terminará por aceptar pasivamente las racionalizaciones, sin aumentar el conocimiento de sí
mismo.
Para un paciente con organización tipo de depresivo, es siempre el propio esfuerzo el elemento
utilizado para esconder la imagen negativa de sí mismo. Por lo tanto, se le podrá estimular, inicialmente,
definiendo la terapia como una empresa esforzada, explicando bien los motivos por los que vale la pena
emprenderla y proponiendo de inmediato una alianza, indispensable para cada ser humano, para explorar
los motivos de las propias descompensaciones emotivas. De este modo, no se hace sentir al paciente que
está sólo frente a una tarea muy difícil y tampoco inferior, en cuanto depende del terapeuta. No se
puede solicitar esfuerzos excesivos, debido al cansancio psicofísico que caracteriza la fase de
descompensación, y tampoco confiarse totalmente al terapeuta, lo que lo haría sentirse posteriormente
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inhábil y fracasado, sino que se propone un esfuerzo gradual en la colaboración, en relación a las actuales
posibilidades del paciente.
Finalmente, los pacientes con organización de tipo obsesivo manifiestan su ambivalencia, también
en la relación terapéutica: por un lado, se muestran preparados para cualquier sacrificio, por otro, su
necesidad implícita de decisión los llevará a dudar si han encontrado al terapeuta perfecto, que les permita
lograr la mejoría perfecta. Es importante por lo tanto, en estos casos, explicar de inmediato al paciente, que
no se persigue una mejoría total, sino que el objetivo de la psicoterapia es el lograr que reemprenda una
actividad de vida satisfactoria, eliminando los sufrimientos excesivos. También el terapeuta siendo un ser
humano, no puede ser perfecto, pero se apoya en su experiencia y preparación, la que pone a disposición
del paciente al cual le solicita alianza y colaboración. Esta actitud, al mismo tiempo que lo alienta al
esfuerzo terapéutico, comienza atacar el concepto de "todo o nada" del paciente, para el cual sólo son
concebibles soluciones al 100%, y es mucho más realista, desde el momento que una relación terapéutica
perfecta y una mejoría total como lo requiere la personalidad obsesiva, son en todo caso utópicas y fuera
de las posibilidades humanas.
En lo que tiene que ver con el terapeuta, es fundamental que él tenga conocimiento de su propia
organización cognitiva y que durante su training 42, de formación haya tomado distancia de sus propios
sistemas de representación de sí mismo y del mundo, adquiriendo así la posibilidad de reconocer las
diversas modalidades con las cuales el hombre puede poner vínculos a la complejidad, ordenando la
realidad. Si es difícil distanciarse de las propias modalidades cognitivas y si se tiene una tendencia
fuertemente organizada a "la compulsiva confianza en sí mismo" (Bowlby, 1979), es mejor no
emprender una actividad psicoterapéutica.
Existen diversas modalidades organizativas de los pacientes que pueden encontrarse con una
modalidad análoga y muy rígida de un terapeuta, que no ha logrado todavía distanciarse completamente,
aún teniendo conocimiento. Es mejor, en tales casos evitar, este tipo de relación terapéutica, de modo
contrario, serían inevitables: una competencia excesiva y recíproca entre paciente y terapeuta, con trato
organizativo de tipo fóbico; una extrema confusión e indecisión en la relación terapéutica entre paciente y
terapeuta, ambos con organizaciones del tipo (DAP); la sensación de ser un peso para el terapeuta y una
confirmación de la visión negativa de sí mismo y del mundo reflejada implícitamente al paciente
depresivo, por parte de un terapeuta con organización depresiva; un intercambio de opiniones que podría
derivar la terapia a larguísimas discusiones sobre detalles entre paciente y terapeuta, con un mismo estilo
obsesivo.
La experiencia terapéutica debe por lo tanto, considerarse como el encuentro entre dos
organizaciones cognitivas complejas, en las cuales una (la del paciente) es estimulada hacia formas de
conocimientos que le permitan superar las descompensaciones emotivas actuales, mientras la otra (la del
terapeuta), adquiere nuevas informaciones sobre la complejidad humana y por lo tanto, también sobre sí
mismo.
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a) Proveer, antes que nada, al paciente una base segura en la cual el pueda comenzar a explorarse
a sí mismo y las situaciones con las que ha construido, o podría construir, una relación afectiva; al mismo
tiempo explicarle claramente que todas las decisiones relativas a cómo interpretar mejor una situación y a
cómo comportarse deben ser suyas y que, con nuestra ayuda, lo creemos capaz de hacerlo;
b) Compartir con el paciente sus exploraciones alentándolo a considerar, ya sean las situaciones
actuales con personas significativas en las cuales tiende a encontrarse, ya sea la parte que le corresponde
en haberlas causado y también cómo responde, a nivel de sensaciones, pensamientos y acciones, a las
mismas;
c) Atraer la atención del paciente sobre el modo en el cual, quizás involuntariamente, tiende
interpretar los sentimientos y comportamientos del terapeuta; invitarlo, por lo tanto, a considerar si sus
modos de interpretación, previsión y acciones pueden ser, parcialmente o completamente, inadecuados
respecto a cuanto él conoce, del terapeuta;
d) Ayudarlo a considerar cómo la situación en la cual típicamente se coloca, y las típicas razones
para ello, incluidas aquellas que pueden verificarse con el terapeuta, pueden ser entendidas en términos
de experiencia de vida real vivida con las figuras de apego, durante la infancia y adolescencia (y quizás
todavía en curso), buscando examinar también aquellas reacciones que tuvo (y que todavía puede tener)
[...] utilizar la interrupción del tratamiento, en particular las impuestas por el terapeuta, sean ordinarias,
como las vacaciones, o sean extraordinarias, como en el caso de una enfermedad, como ocasiones para
poder observar cómo el paciente interpreta y reacciona a la separación, ayudarlo, por lo tanto, a reconocer
tales interpretaciones y reacciones y por último, examinar con él cómo y por qué, ha desarrollado tales
modalidades.
Cuando la relación terapéutica está por terminar, es oportuno enfrentar las eventuales y frecuentes
dificultades de separación del paciente. Es necesario hacerle comprender cómo tales modalidades forman
parte de los esquemas pasados, dando así el inicio para una última y final revisión.
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13. EL CAMBIO EN PSICOTERAPIA
El deseo de sujetar cada cosa al control racional, lejos de obtener el uso óptimo
de la razón, es más un abuso de ella basado en un erróneo concepto de su poder
y, en última instancia, lleva a la destrucción de la libre interacción con
mentalidades con las cuales el crecimiento de la razón, se nutre
F. A. Hayek
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En las descompensaciones de tipo obsesivo, el cambio superficial se puede obtener después de
haber ayudado al paciente a reconocer y criticar la exigencia de perfección, la que obviamente implica
además la idea, de mejoría total y perfecta. Se puede intervenir con técnicas como la exposición gradual, el
modelamiento, el desalojo o bloqueo de rituales para aliviar los sufrimientos emotivos, alejando la
necesidad compulsiva de control. En este caso permanece inalterable la identidad personal, basada en la
sensación continua e intrínseca de una doble y opuesta fachada, siempre presente en forma simultanea, en
las actitudes hacia sí mismo y el mundo, y la tácita necesidad de adecuarse del todo a una de las dos, la
justa, excluyendo la otra, la equivocada.
Los cambios superficiales que pueden obtenerse, no son considerados como una fuga hacia la
mejoría; sin embargo el terapeuta debe estar consciente de lo limitado de tales cambios y de las
dificultades de una organización cognitiva, que no ha conseguido conocimientos profundos y no ha
aportado modificaciones a sus esquemas de base, que no ha conseguido enfrentar problemas y situaciones
similares o análogas a aquellas que han provocado, las anteriores descompensaciones.
Las dificultades se deben al hecho que el paciente que no ha flexibilizado los vínculos
representados por las estructuras rígidas de base, no puede aceptar aquellos contrastes y modular estados
emotivos que estimulan un sistema cognitivo complejo, a la búsqueda de soluciones nuevas. Las
turbulencias emotivas no compensadas provocan excesiva inestabilidad, evitaciones o estados que
bloquean el proceso de autoorganización.
Las dificultades que se pueden manifestar, en el curso de la psicoterapia, con objeciones explícitas
o implícitas a las explicaciones o prescripciones del terapeuta, con problemas para poner en práctica las
modalidades establecidas y compartidas durante la sesión, con bloqueos o recaídas después de un éxito
inicial, etc., no son consideradas como simples resistencias pasivas del paciente al cambio, sino como
indicaciones sobre la presencia de modalidades cognitivas que contrastan con el modo elegido para
adquirir nuevos conocimientos, y por lo tanto, con el objetivo deseado.
La exploración de los contenidos y del desarrollo de estas modalidades, permite considerar
aspectos de la organización cognitiva que anteriormente habían sido descuidados, y que constituyen el
primer paso de una terapia, que apunta al cambio profundo.
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La dificultad para enfrentar las implicaciones profundas de los procesos de conocimiento, la falta
de un paradigma bien estructurado y el temor de confundirse con escuelas de dirección psicoanalítica, ha
hecho que unos pocos autores cognoscitivistas, se hayan ocupado de los cambios profundos en la
psicoterapia.
Guidano entiende por cambio profundo, la reestructuración de la identidad personal del paciente,
con la elaboración de una nueva actitud hacia sí mismo y el mundo, que implica un encuadre alternativo a
los problemas que se le presentan. Esto porqué:
1) La exploración de modalidades profundas se acompaña de fluctuaciones emotivas a
veces intensas, y por lo tanto, el paciente no debe sentirse forzado u obligado por el
terapeuta;
2) El cambio para ser real, debe ser efectuado en primera persona por el paciente, el que
puede contar sólo con la presencia colaboradora del terapeuta. El paciente deberá
establecer por sí mismo la dirección del cambio y los nuevos vínculos, con los cuales
reorganizar la propia complejidad, por lo tanto, necesita de todo su esfuerzo decisional
(Guidano, 1986).
Bara, habla de cambio profundo, cuando el paciente está en grado de adoptar una nueva estructura
de base (frame) o teoría del conocimiento (K-theory), que determinan el campo de las experiencias
subjetivas, proporcionando un nuevo poder explicativo a su pasado, una nueva coherencia interna a su
presente y una nueva eficacia para resolver los problemas futuros. Hasta que los conocimientos no sean
encausados en la nueva K-theory, no pueden ser utilizados por los procesos de la memoria y del
pensamiento, permaneciendo ineficientes. Por eso, es inútil que el terapeuta explique al paciente lo que
debe hacer, pensar o percibir, sino que el paciente debe buscar por sí mismo el nuevo frame y
convencerse, mediante verificaciones personales, de su ventajosa utilización (Bara, 1984).
También Mahoney distingue como objetivos terapéuticos los cambios superficiales, o
resoluciones, de los cambios profundos, o revoluciones personales. Los esquemas de base, como los
atributos causales de las propias experiencias personales, la confianza en lo que se está habituado a
percibir, los principios de identidad personal y de relación entre sí mismo y el mundo, son más difíciles de
cambiar que los procesos ordenadores periféricos. Esto se debe también al primado onto-cronológico de
los esquemas de base: las experiencias que ocurren precózmente en la vida, especialmente si son repetidas
y emotivamente intensas, dejan una huella notable en la experiencia de un individuo, en fase de desarrollo.
Las reglas centrales de un paradigma personal son extremadamente difíciles de verbalizar, y por lo
tanto, obviamente difíciles de modificar. Esto no quiere decir que sean inmutables, sino que "pueden ser
tan tácitas y penetrantes que su identificación y reestructuración requiere de intensas y complejas
intervenciones terapéuticas, la mayoría de las cuales deberían ser no verbales" (Mahoney, 1981, p.311).
El proceso de revolución personal intenso, casi como el transformarse en otra persona, está
constelado de obvias dificultades y resistencias. El terapeuta debe ayudar al paciente a modular la crisis
mas que reducirla, pero de modo de respetar los mecanismos autoprotectores de una organización
cognitiva compleja. Se evitan, de este modo, las turbulencias emotivas que derivan del temor de una
disociación del sí mismo (Mahoney, 1985).
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excluidas o confundidas con eventos particulares y, sobre todo en las actitudes o imposiciones de los
propios padres.
Durante el largo período del desarrollo, en el conferir orden al desorden de la complejidad, se
tiende a excluir gran parte de la totalidad de las informaciones que alcanzan al sistema nervioso central, a
través de los órganos sensoriales. El proceso de exclusión selectiva ocurre sin que se tenga la más mínima
conciencia y mientras que se privilegia la relevancia de determinadas informaciones. Desgraciadamente
esta natural exclusión es, a menudo, forzada por las circunstancias y por mensajes distorsionados, mas que
ser el resultado de opciones basadas en experiencias personales de primera mano. De este modo se
elaboran, durante el desarrollo, estructuras de base y sistemas de representación, que terminan por vincular
excesivamente el flujo de los estímulos que han estado, como sea, sometidos a elaboraciones notablemente
avanzadas antes de ser traducidos, por el nivel consciente. Una atención especial debe reservarse a
períodos particulares de los que se conserva un recuerdo vago o diluido, a situaciones que han implicado
cambios y descubrimientos o han sido distorsionadas por emociones intensas, a los períodos de paso de
una etapa del desarrollo a la siguiente, etc.
Las modalidades en base a las cuales ha operado la exclusión selectiva también son exploradas,
dado que la falta de reconocimiento de esquemas emotivos anteriormente bloqueados, comporta una
excesiva confusión, incomodidad y angustia y torna muy difícil el aflojamiento necesario de los vínculos,
para proceder al un cambio profundo.
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Sólo en este punto es posible poner en acción comportamientos nuevos, con la intención de
descubrir sensaciones nuevas que permitan modular la crisis y ampliar la capacidad de aceptar los
imprevistos. La atención, ya no mas rígidamente vinculada, puede dirigirse a la búsqueda de nuevas
modalidades organizativas.
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