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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Epílogo
Reconocimientos
Acerca de la Autora
Prólogo
DARCY DESPERTÓ DOS veces más durante la noche, hablando solo unas
cuantas palabras y aferrándose a la mano de Elizabeth. Cada vez ella se las
arregló para convencerlo de que tomara algo de caldo, combinando bromas
y persuasión.
Finalmente, mucho después de la media noche, ella permitió que la
mandaran a la cama. Ella escasamente notó su habitación antes de caer en la
cama y dormir sin soñar, solo para despertar súbitamente antes del
amanecer, segura, de alguna manera, de que Darcy estaba en peligro. Ella se
envolvió en una bata y se dirigió hacia la habitación de él, donde un
sirviente reportó que su condición no había cambiado. Aun así, el terror del
momento no la dejaba, así que ella volvió a su habitación solo para vestirse
antes de ir al lado del lecho de Darcy.
Durante los períodos en que él despertaba, ella intentó encontrar trazas
de su mejoría. Él estaba bebiendo un poco más, y hasta comió unos cuantos
trozos de pan con mermelada que Elizabeth le dio de su plato de desayuno.
Él le sonrió débilmente, y llevó la mano de ella a su mejilla, haciendo que el
calor surgiera dentro de ella. Era poco con qué seguir adelante, cuando él
solo podía decir unas cuantas palabras a la vez, pero era suficiente. Más que
suficiente, después de haber estado privada de su presencia por meses.
Ella se las arregló para convencer a Wilkins, quien parecía haber
dormido poco desde el accidente de su patrón, a que descansara un tiempo.
Cada uno de Andrew y el Sr. Hadley vinieron a ver cómo estaba ella, pero
ella los mandaba a que se fueran después de un breve saludo. Darcy no
quería a nadie más que a ella a su lado, y en su corazón, ella se sentía igual.
Ella sostenía su mano y le hablaba cuando estaba despierto, leyéndole libros
mientras dormía.
Tarde esa tarde, ella escuchó algo de ruido abajo, pero no le puso mucha
atención. Darcy acababa de dormirse, y ella estaba sintiendo la tensión del
largo día. Justo entonces la puerta de la habitación se abrió para revelar a
Georgiana, quien obviamente acababa de llegar y todavía usaba su gorro y
guantes. Ella entró de puntillas, con el rostro marcado con líneas de
preocupación.
Wilkins se movió rápidamente para interceptarla, con un dedo en sus
labios, pero era demasiado tarde. Darcy ya se estaba despertando.
“¿Fitzwilliam? Vine tan pronto como pude.” Ella se sentó en el lado de
la cama más cercano a la puerta, del otro lado de donde estaba Elizabeth,
cuya presencia ella no pareció notar. “He estado tan preocupada.”
Darcy parpadeó hacia ella, pareciendo confundido. Wilkins dijo, “El Sr.
Darcy parece estar mejor hoy, y el doctor espera que vuelva a ser como era
pronto, pero está fatigado y débil debido a la pérdida de sangre. Él la puede
entender, pero le cuesta trabajo hablar.”
“¡Oh, mi pobre hermano!” Georgiana tomó la mano de Darcy entre las
dos suyas. “Espero que no sientas mucho dolor.”
“No mucho,” dijo él. “Lamento molestarte.” Definitivamente su habla
era más fácil hoy que ayer.
“No seas tonto,” lo reprendió la chica. “¿Cómo podía quedarme lejos?”
Ella todavía no notaba la presencia de Elizabeth, algo difícilmente de
sorprender ya que ella estaba sentada en las sobras y vestida, si no como
una sirvienta, ciertamente no como una dama. Sintiéndose como una
intrusa, y sin ansia de atraer atención, Elizabeth se puso de pie y se movió
en silencio hacia la puerta.
Ella casi había llegado a ella cuando escuchó la voz de su hermana
Mary afuera. “Le ruego que mejor me lleve a nuestra habitación. No me
imagino que él en verdad desee verme.”
“Él está lo suficientemente enfermo que probablemente no tenga deseos
de conversar, pero alguien más está ahí que estarás feliz de ver,” dijo
Andrew, sonando más alegre que antes.
“¿Qué quieres decir...?” empezó a decir Mary
Pero para entonces Elizabeth ya estaba en la antesala, apresurándose
hacia el lado de su hermana y exclamando su nombre.
Mary se quedó boquiabierta. “¡Lizzy!” Ella lanzó sus brazos alrededor
de ella y la abrazó fuerte. “¡Estás bien!”
“Bastante segura, y muy feliz de verte, a pesar de las circunstancias.”
El matrimonio parecía sentarle a Mary; las líneas marcadas entre sus
ojos que habían sido una presencia constante parecían haber sido borradas,
y la rigidez alrededor de sus labios se había desvanecido.
Mary se volvió hacia Andrew. “¡Esta es una gran sorpresa! Tú no me
dijiste nada sobre esto en tu carta. ¿Cómo la encontraste?”
Elizabeth sonrió ante la enternecedora fe de su hermana en su esposo.
“Él solo supo de mi presencia en Londres ayer.”
Andrew dijo, “Ella ha estado con Hadley y su hermana todo este
tiempo, y él no tenía idea de que la estábamos buscando. ¿Puedes creerlo?
Pero déjame llevarte a nuestra habitación, y luego te dejaré para que te
pongas al día con tu hermana. Me imagino que tendrán mucho que
discutir.”
“Sí,” dijo Elizabeth. “Ansío escuchar sobre tu boda, qué opinas de
Kympton, ¡y todas las novedades de la familia!” Y no tenía caso quedarse
en la habitación de Darcy mientras Georgiana estuviera ahí. Su presencia
solo avergonzaría a la chica. “Y no necesitas preocuparte por mantener mi
paradero en secreto. Yo le escribí a nuestros padres y a Jane anoche,
dándoles mi dirección en casa del Sr. Hadley.”
“Estarán muy contentos de saber de ti,” dijo Mary.
Andrew las llevó a una gran recámara. “Espero que te encuentres
cómoda aquí, Mary.” Yo estaré ya sea en la habitación de Darcy o abajo si
me necesitas.”
“Gracias.” Mary miró a su alrededor cuando Andrew se fue. “¡Qué
elegante! Todavía no me acostumbro al grado de esplendor en Pemberley, y
es lo mismo aquí. Pero ¿cómo estás Lizzy?”
“Bastante bien, y ansiosa de saber todo sobre ti. Pero antes de eso,
¿puedo hacerte una pregunta que me ha estado preocupando? Cuando me
fui de Bath, yo creí que ni tú ni Andrew sabían nada del cariño del Sr.
Darcy por mí, pero ahora Andrew parece saber todo sobre ello. A mí me ha
dado demasiada vergüenza preguntarle qué pasó.”
Mary se quitó los guantes y los puso junto al guardarropa. “Oh,
Fitzwilliam nos lo dijo, el mismo día que desapareciste. Fue una gran
conmoción, especialmente para el pobre de Andrew, pero ha sido algo tan
de todos los días desde entonces que es difícil recordar que alguna vez no lo
supimos.”
“¿Algo de todos los días? ¿Qué quieres decir?” la garganta de Elizabeth
se contrajo.
“Vamos, solo que no hemos podido olvidarlo porque el ánimo de
Fitzwilliam ha estado tan deprimido, como si tu fantasma vagara por
Pemberley. Él escasamente puede soportar estar cerca de mí porque mi
presencia le recuerda lo que ha perdido en ti. Oh, él intenta disimularlo y
ser cordial hacia mí, y yo no creo que yo le caiga mal, pero no puede verme
sin verte a ti.” Ella lo dijo como la declaración práctica de un hecho, no
como algo para herirla.
Pero hirió a Elizabeth. “Yo no tenía idea.”
Mary vertió agua del aguamanil y la salpicó sobre su rostro. “Oh, eso
está mejor. El polvo del camino, tú sabes.” Ella se secó el rostro. “Era peor
al principio, cuando él estaba absolutamente determinado a encontrarte y
casarse contigo, antes de que se diera cuenta... Oh. Estos siendo poco
diplomática.”
“¿Antes de que se diera cuenta de que era imposible?” preguntó
Elizabeth bruscamente. “¿Antes de que pudiera ser convencido de no
destruir el nombre Darcy casándose con una mujer arruinada? ¿Antes de
que él reconociera de que hacerlo arruinaría el futuro de Georgiana? No
necesitas pretender conmigo. Yo sé todo eso perfectamente bien. Por eso me
fui.”
El recién lavado rostro de Mary estalló en manchas rojas cuando ella
empezó a sollozar, con sollozos que le provocaron hipo y estremecimiento
de hombros. “Lo lamento tanto. ¡Por favor no me odies, Lizzy!”
“¿Odiarte?” Elizabeth se le quedó viendo asombrada. “¡Nunca! ¿Por
qué creerías eso?”
“¡Porque yo tengo todo lo que debería ser tuyo! A Andrew, esa hermosa
vicaría, una vida independiente. Siento como si te hubiera robado todo eso.”
Elizabeth puso su brazo alrededor de su hermana. “Tú no hiciste nada
de eso. Aunque respeto mucho a Andrew, yo no quería casarme con él.”
“¿Pero cómo sería posible que prefirieras estar en servicio que tener tu
propia casa? ¿Aun cuando eso significaba dejarnos a todos atrás?”
¿Podría ella alguna vez explicarlo de manera que tuviera sentido para
Mary? “Por supuesto que eso no es lo que yo quería, pero era mi única otra
elección. Los he extrañado a todos, pero me ha dado consuelo saber que tú
y Andrew serían felices juntos.”
“No tan feliz como él lo hubiera sido contigo. Sé que solo me tomó
como una substituta. Yo estoy determinada a ser la mejor esposa que pueda
ser para que él nunca lo lamente, pero no soy tonta. Ningún hombre me ha
preferido jamás por encima de ti.”
Elizabeth puso sus manos sobre los hombros de Mary, forzando a su
hermana a verla directamente. “Andrew te prefiere. Él lo admitió ante mí en
Bath, que él preferiría casarse contigo que conmigo. Yo le gustaba bastante,
pero te ama a ti.”
Los ojos de Mary se abrieron desmesurados, todavía llenos de lágrimas.
“¿Él dijo eso?”
“Sí, lo hizo.”
Mary se enjugó los ojos, con el pecho agitado. “Nunca lo supe. Pero
¿por qué me querría a mí cuando tú eres mucho más bonita y vivaz?”
“Tú te subestimas. Lo que más admiro de Andrew es su habilidad de ver
a las personas por lo que son realmente. Yo estaba tan preocupada de que él
tuviera que conocer a nuestra madre, sin embargo en lugar de notar su
tontería y malos modales, él vio su extrema ansiedad y necesidad de ser
escuchada. Tú y yo... bueno, ¡no es fácil ser una hermana menor de la chica
más bella del condado! Nosotros no nos podíamos comparar. Como siempre
seremos menos hermosas que Jane, yo aprendí a ser ingeniosa, y tú
aprendiste a ser talentosa. Pero Andrew vino y te vio a ti como persona, no
como una lista de logros, o cómo te veías comparada con alguien más. Y él
se enamoró de lo que vio.”
Su hermana pareció considerarlo. “Sí, él tiene esa habilidad, y esperaré
que sea verdad, porque yo lo amo tanto. Él es el mejor hombre que
conozco. Y estoy muy contenta de que tú no me odies por ello.”
“Para nada,” la tranquilizó Elizabeth. “Y ahora, me temo, debes lavar tu
rostro de nuevo.” Al menos Mary no le había preguntado sobre sus
sentimientos por Darcy, porque Elizabeth no creía poder hablar sobre eso
aún.
LA CABINA DEL BARCO era más grande que la pequeña litera que la
lectura de Elizabeth la había llevado a esperar, con espacio suficiente como
para caminar unos cuantos pasos en cada dirección. Su ropa y pertenencias
seguramente ya habían sido guardadas por la doncella que Wilkins había
procurado para ella. Él había hecho arreglos para diferentes muebles, y
Elizabeth se ruborizó y miró lejos de la cama que era mucho más amplia
que la cama que podía posiblemente usar un oficial soltero. Sir Galahad
estaba acurrucado debajo de ella, con un carnoso hueso para entretenerlo.
¿Dónde estaba Darcy? Para poder conservar el secreto de su
matrimonio, ellos habían estado de acuerdo en que ella permanecería bajo
la cubierta hasta que la nave dejara los muelles, en caso de que alguien en la
costa los viera juntos. Pero ella podía escuchar los sonidos de la partida, los
gritos de los marineros, y el golpear de las cuerdas sobre la cubierta,
ahogando el sonido del suave crujido de los maderos y el golpe de las olas
contra el barco. Ella se frotó los brazos con un estremecimiento de placer.
Esto era real. Ella iba a zarpar en una aventura. Con Darcy.
Un toque sonó en la puerta. En el mundo educado, ella hubiera dicho
que entrara, pero ellos estaban dejando eso atrás. Ella podía hacer lo que
quisiera, así que voló la corta distancia para abrir la puerta ella misma.
Darcy estaba de pie en las sombras, la parte alta de su cabeza a unas cuantas
pulgadas del techo. ¿Se le llamaba techo en un barco? Debía haber un
nombre especial para eso. Pero no importaba.
Una lenta sonrisa brotó en su rostro amado. “Sra. Darcy,” dijo él
roncamente.
Un fuego ardiente la quemó por dentro. Ella dio un paso atrás para que
él pudiera entrar, solo para tropezarse con Sir Galahad, que corría a saludar
a su dueño, ladrando y topando su cabeza contra su mano.
Afortunadamente, Darcy atrapó su brazo y la equilibró mientras el
desgarbado perro corría alrededor de sus piernas. Sin quitar los ojos de
Elizabeth, Darcy dijo, “Wilkins, por favor llévate a Sir Galahad.”
Elizabeth escuchó el sonido de dedos que chasqueaban, los pasos de las
patas de Sir Galahad, y el rechinido de bisagras al cerrarse la puerta, pero
no hubiera podido moverse de la ardiente mirada de Darcy por nada.
“¿Sabes cuál es la mejor parte de esto?” La voz de él retumbó en la
pequeña cabina, pero él no se movió.
“¿Estar casados?” sugirió ella.
“Saber que eres mi esposa es la mayor alegría de mi vida,” dijo él.
“Pero la mejor parte de este viaje es que te tendré para mí solo, no solo por
una noche o unos cuantos días, sino por semanas y semanas. Nadie que
demande mi atención o la tuya, ninguna distracción, ninguna cena
interminable donde no me puedo sentar contigo porque eres mi esposa. Solo
tú y yo.”
¿Como podía nada más verlo hacer que las rodillas se le debilitaran?
Ella se pasó la lengua por los hormigueantes labios. “Y unas docenas de
marineros, un cachorro, y Wilkins,” bromeó ella. Encontrando su valor, ella
dio un paso adelante, poniendo atrevidamente sus palmas sobre el pecho de
él. “¿Sabes que estaba en Lyme con la Sra. Todd, yo me paraba todos los
días en el Cobb, soñando con navegar en uno de esos barcos contigo?”
Él hizo un sonido en lo profundo de su garganta. “No tenía idea.” Pero
aun así él no se movió, excepto para cubrir los dedos de ella con los suyos.
No era suficiente. Ella necesitaba más de él, así que deslizó sus brazos
alrededor de su cuello, inclinando su cabeza para mirarlo provocativamente.
“Bien, Sr. Darcy, ahora estamos totalmente solos. ¿Qué intenciones tiene
respecto a eso?”
Los ojos de él se obscurecieron, su mirada se movió a los labios de ella.
“Elizabeth. Mi queridísima.” La voz de él tembló. “No estoy hecho de
piedra, y he esperado por ti por tanto tiempo, perdiendo la esperanza de
alguna vez llamarte mi esposa. Si te beso ahora, no sé si seré capaz de
detenerme.”
Ella inclinó la cabeza hacia un lado. “En ese caso, mi amor, es algo muy
bueno que ya estemos casados.” Ella se elevó sobre la punta de sus pies y
rozó sus labios contra los de él, enviando una oleada incontrolable de deseo
precipitándose por sus venas.
Él no necesitó una segunda invitación. Apretándola entre sus brazos, la
besó con todo el deseo contenido de su largo, problemático cortejo.
Mientras todo pensamiento racional abandonaba la cabeza de Elizabeth,
suplantado por exquisita sensación y realización, ella supo que ningún otro
momento en su vida igualaría jamás a este.
Epílogo