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Un invierno, cuando la nieve cubría las calles del pueblo y el aire estaba

lleno de un frío penetrante, un hombre llamado Francisco de Asís llegó a


Greccio. Francisco era un hombre sencillo que amaba a Dios y a todas las
criaturas de la Tierra. Tenía una idea especial en mente para celebrar la
Navidad ese año.

Convocó a los habitantes del pueblo y les dijo: "En esta Nochebuena,
vamos a hacer algo diferente. Quiero que recreemos el nacimiento de
Jesús en Belén aquí mismo, en Greccio". La gente del pueblo estaba
emocionada por la idea de Francisco y comenzaron a trabajar juntos.

Construyeron una pequeña gruta en las afueras del pueblo, decorada con
paja y luces tenues. En el centro, colocaron una imagen del niño Jesús en
el pesebre. Los habitantes de Greccio se vistieron como María, José, los
pastores y los animales. Había ovejas, burros y hasta un par de vacas.

Llegada la noche de Nochebuena, el pueblo entero se reunió en la gruta.


Francisco de Asís, con un brillo en los ojos, contó la historia del
nacimiento de Jesús y cómo trajo esperanza y amor al mundo. Luego,
todos juntos cantaron canciones de Navidad y rezaron.

La magia de esa noche fue palpable. La gente de Greccio sintió la


presencia de Jesús en medio de ellos, y comprendieron el verdadero
significado de la Navidad: el amor, la humildad y la esperanza que trae
consigo.

Desde entonces, la tradición del "Pesebre Viviente de Greccio" se ha


mantenido viva durante siglos, recordando a todos que la Navidad no se
trata solo de regalos y festividades, sino de compartir amor y esperanza
en comunidad, tal como lo hizo Francisco de Asís en aquella Nochebuena
mágica en Greccio.

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