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CAPÍTULO 1

Vivían en Madrid desde siempre. Toda la familia de su madre vivía en el centro, y la de


su padre más a las afueras. Siempre pensó que su sueño de llegar a ser alguien
importante en la vida, sin importarle en qué ámbito destacar, sería mucho más fácil
viviendo allí, más cerca y con más accesibilidad a todo. ¿Qué qué es eso de destacar en
cualquier cosa? Nunca supo qué quería ser de mayor y cuáles eran sus ambiciones. A
veces le gustaba pintar, a veces escribía, a veces cantaba… Su madre siempre la decía
que podía destacar haciendo lo que quisiera, que ella podía ser lo que quisiera. Ella ya
no estaba en edad de creerse las adulaciones que hacen siempre todas las madres.
Estaba en su cama tumbada viendo las noticias, cuando llamaron al timbre. Se levantó
de un salto, seguro que era Daniel. Echó un último vistazo a las noticias, y salió de su
habitación para entrar en el salón.
-Papá, salgo.- Dijo sonriendo.
-¿Con quién?-Respondió su padre.-¿Con Daniel?
-Claro, como siempre.
Daniel y Saray siempre han sido amigos. Y siempre es siempre. Sus padres eran amigos
de los padres de Saray en la infancia, y lo siguen siendo. Todos los domingos comían
juntos, como si fueran una verdadera familia con tradiciones, porque así lo sentían. Eran
inseparables, los problemas de uno eran los problemas del otro.
Fue a buscar a su madre a su estudio, donde trabajaba pintando cuadros que luego
vendía en su galería.
-Mamá, me voy.
-Adiós hija, ten cuidado, no la liéis mucho por ahí.- Dijo en ese tono de madre guay que
tanta gracia les hacían a ella y a Daniel.
Se despidieron y Saray fue corriendo a la puerta.
-Holaaaaa.- Dijo Daniel.
-Holaaa.
A continuación hicieron su saludo con su combinación de codeos, rodillazos…

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