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La Ciencia de la Música

Herramientas de creación: los instrumentos musicales


A los seres humanos nos gusta el sonido y su organización. Gracias al sonido podemos
saber dónde estamos y podemos saber si alguien viene, aunque no lo podamos ver. Con
nuestros oídos averiguamos si sopla el viento y si se aproxima una tormenta. Pero más allá
de estos indicadores, el sonido tiene una función mucho más importante en nuestras vidas:
nos comunicamos a través de sonidos. Todo nuestro sistema de comunicación se basa en la
articulación de sonidos de manera organizada, esto es, siguiendo determinadas reglas. El
lenguaje hablado, desde su aparición fue fundamental en nuestro desarrollo como especie.
Pero existe otra manera de organizar el sonido, que sigue reglas e intenciones muy
diferentes. También sirve para comunicarnos, pero de manera distinta. Esta es la música.
En un principio no había diferencia entre el lenguaje hablado y el canto: ambos tenían
propiedades mágicas. En diversos mitos acerca de la creación, la palabra -o sea el sonido-
son fundamentales: En la Biblia dice "Y Dios dijo: 'Hágase la luz.' Y la luz se hizo"
(Génesis 1:3). Los antiguos egipcios decían que el dios Thot sólo pronunciaba el nombre de
un objeto y así hacía que existiese. En el Popol Vuh de los mayas se dice que los primeros
humanos recibieron la vida del poder único de la voz. Las leyendas de los hopi, grupo
indígena de Norteamérica, cuentan la historia de la Mujer Araña, que cantaba la canción de
la creación a las formas inanimadas y les daba vida. Los aborígenes australianos cuentan
que el primer hombre comenzó a hacer sonar su didjeridoo, una especie de trompeta hecha
con la rama ahuecada de un árbol, y que de ahí comenzaron a brotar plantas, animales y los
demás seres humanos. En la India se dice que el universo entero cuelga del sonido, un
sonido cósmico, eterno y omnipresente, que hace vibrar por igual a todos los seres,
animados e inanimados. Y en los Vedas, dice: "Y al principio fue Brahma, con quien estaba
la Palabra", cita que se parece mucho a lo que dice el Apocalipsis de San Juan: "Y al
principio fue la Palabra" (San Juan 1:1). El sonido de la palabra tiene cualidades mágicas:
en español, cantar es la raíz de encantamiento. En inglés, spell, deletrear o pronunciar,
significa lo mismo que hechizo o encanto. Pero además, la etimología de las palabras nos
revela otros datos interesantes: spell se relaciona con spiel, que en alemán significa jugar y
se relaciona directamente con el inglés to play, que significa al mismo tiempo jugar o tocar
un instrumento musical. Lenguaje, música y juego están unidos definitivamente en diversas
culturas. Y del mismo modo como cada una de ellas estructura su lenguaje hablado de
diferente manera, los distintos grupos humanos también estructuran su discurso musical de
maneras diferentes y tocan diversos instrumentos de acuerdo a su propio entorno cultural y
de acuerdo a su propia idiosincrasia. Por eso los instrumentos que tocan los árabes no son
iguales a los de los chinos, ni una sinfonía es igual a una interpretación de rock.

Si podemos definir a la música –a toda la música- como el arte del sonido


organizado, entonces podemos comenzar preguntándonos por cuáles son los sonidos que
elige cada cultura para elaborar su música. En este proceso de elección de sonidos, cada
grupo pondrá su mejor esfuerzo en aplicar sus conocimientos y habilidades. Utilizará lo
mejor de su tecnología y la utilizara de acuerdo a sus conocimientos científicos. Deberá
resolver varios problemas de forma paralela: deberá elegir una “paleta” sonora conteniendo
los sonidos que le servirán para hacer música, tendrá que buscar la manera más eficiente de
producir esos sonidos y tendrá que idear un sistema que los organice de una manera lógica,
coherente y consistente. Cada uno de estos problemas es inseparable de los otros y
determinada solución de alguno, afectara necesariamente a los otros. Además, deberá poner
en juego una faceta humana muy difícil de explicar o describir: el sentido estético, aquello
que le permita expresarse a través de todo ese sistema de sonidos organizados de tal forma
que sus semejantes perciban un discurso coherente y articulado que los haga conmoverse de
cierta forma igualmente difícil de explicar.

Supongamos que somos humanos primitivos que vamos a “inventar” la música. En


la naturaleza, en nuestro entorno sonoro, hay una infinidad de sonidos. Si cerramos los ojos
en algún lugar supuestamente en silencio, y ponemos mucha atención a lo que captan
nuestros oídos, podremos escuchar poco a poco los sonidos del ambiente: el tráfico a lo
lejos, voces de los vecinos, la llave de agua que gotea. Si fuéramos primitivos realmente,
estaríamos en el campo, sin los ruidos que pueblan nuestros ambientes urbanos.
Escucharíamos el viento pasando entre los árboles, el crujir de las hojas que caen, el piar de
las aves, un riachuelo cercano. Vivimos en un entorno repleto de sonidos. El silencio, la
ausencia de sonidos es prácticamente inexistente en la naturaleza. Lo sonidos nos orientan,
nos dan información acerca del ambiente, nos sirven para comunicarnos y pueden servir
para producir ese algo mágico y difícil de describir que es la música. Para poder hacerla,
debemos buscar la manera de producir sonidos que podamos controlar, así que primero
buscaríamos en lo que podemos hacer con nuestra propia voz: podemos hablar, suponiendo
que como hombres primitivos ya contáramos con un lenguaje hablado articulado, y cada
palabra puede decirse con distinta entonación, esto es con diferente velocidad, distinta
intensidad o volumen, diferente altura, distinto timbre. Podemos gritar, susurrar, hacer la
voz más grave o mas aguda, gangosa, áspera o aflautada; podemos imitar los sonidos de los
animales. Nuestro repertorio vocal es muy amplio, así que habría que elegir cuáles de
nuestros sonidos vocales utilizaríamos para hacer música.

Si queremos acompañar nuestra voz con otros sonidos, necesitaremos herramientas


cuyo fin sea producir sonidos, o sea, instrumentos. Podríamos probar golpear dos piedras
una contra la otra, o golpear otras piedras mas grandes, tal vez golpear el tronco de un árbol
o usar un palo en vez de una piedra. Un tronco daría diferentes sonidos de acuerdo al lugar
donde se le pegue y si está ahuecado, el sonido cambiará todavía más. ¿Qué pasa si
tensamos una piel sobre un aro hecho con una vara doblada o sobre una vasija de barro?
Obtenemos un tambor. Pero un tambor grande no suena igual que uno chico. ¿Y si
golpeamos un pedazo de metal? El sonido es cristalino, agudo, completamente diferente al
tronco y al tambor. Si al fundir ese trozo de metal le damos forma de copa, obtendremos un
sonido muy especial, potente y complejo: el sonido de la campana.

Si cazamos con arco y flecha, podríamos recordar el sonido que hace la cuerda del
arco cuando la soltamos. Podríamos aprovechar ese sonido, así que pulsamos la cuerda
muchas veces: si variamos la tensión de la cuerda, la altura del sonido cambia. Pero es un
sonido muy débil: si acercamos el arco a la boca, podemos hacer que actúe como caja de
resonancia y amplificamos el sonido. Pero tal vez sea mejor que le adosemos al arco un
objeto hueco, como una calabaza o un guaje para que el sonido se escuche más fuerte. En
vez de la calabaza, podemos hacerle una caja de madera. Tal vez sea buena idea ponerle
otras cuerdas al arco y así tendremos más sonidos a nuestra disposición. También podemos
frotar las cuerdas con la cuerda de un arco pequeño y el sonido será completamente
diferente. Si acortamos con los dedos el segmento de la cuerda que vibra, obtendremos
diferentes alturas.
Si soplamos a través de una caña hueca obtenemos solamente el débil silbido del
aire pasando a través de ella. Pero si hacemos que el aire choque con el borde de la caña
obtenemos un sonido fuerte y claro. De acuerdo a la longitud de la caña el sonido será más
grave o más agudo. Si hacemos agujeros al largo de la caña y los tapamos y destapamos
con los dedos es como si alargáramos o acortáramos la caña, así que tendríamos diferentes
alturas, una por cada agujero destapado. Si cortamos una lengüeta a lo largo de la caña de
tal manera que cubra el extremo por donde soplamos, obtendremos un sonido diferente,
aunque también variará su altura destapando los agujeros. Obtendremos un sonido diferente
si en vez de una lengüeta simple ponemos dos iguales, una contra la otra. Pero el sistema
de agujeros se limita al número de nuestros dedos, así que sería buena idea inventar un
sistema de llaves que tapen y destapen más agujeros para tener más notas. También sería
bueno probar otros materiales como maderas de distintas clases o aleaciones de metales.

Si encontramos una rama de árbol ahuecada por las termitas podríamos aplicar
nuestros labios en un extremo y soplar dejando que vibren, como cuando hacemos una
trompetilla. Obtendremos un sonido grave y profundo. Podríamos hacer agujeros como a la
caña, pero nuestros dedos no tendrían el largo suficiente para hacer variar la altura de
manera adecuada, así que tendríamos que buscar otra solución. Todo sería más fácil si la
rama ahuecada se pudiera enrollar para que los agujeros se acomodaran a la forma de
nuestras manos, pero para eso necesitaríamos otro material. Podríamos hacer tubos de un
material que se pueda doblar y enrollar, como el metal. Podríamos usar llaves en vez de
nuestros dedos para tapar y destapar los agujeros o tal vez pudiéramos inventar un sistema
que dirija el aire por tubos de distinta longitud.

Las distintas culturas elaborarán entonces sus instrumentos musicales de diferente


manera, de acuerdo a los materiales que tengan a la mano y de acuerdo a las tecnologías
que dispongan, haciéndolos corresponder con el sistema musical que, de manera paralela,
hayan creado para sustentar su lenguaje musical. Los chinos, por ejemplo, creadores de la
crianza del gusano de seda, utilizarán instrumentos con cuerdas de este material, y los
fabricarán de tal forma que refleje su forma de comprender el mundo. Los indonesios,
expertos en la fundición y forjado de metales, tendrán orquestas formadas por instrumentos
de metal como gongs, campanas y metalófonos, y sus sistema musical estará basado en el
comportamiento acústico de los mismos. Y así, de la misma manera, cada cultura poseerá
su correspondiente sistema musical –esto es, su sistema de organizar los sonidos musicales-
con su correspondiente bagaje organológico –sus instrumentos musicales- .

Curiosamente, desde la aparición de los seres humanos hasta la fecha, después de


miles de años de desarrollo tecnológico, todos los instrumentos musicales pueden agruparse
en alguno de los grupos del sistema de clasificación que los etnomusicólogos alemanes
Erich M. von Hornbostel y Curts Sachs crearon a principios del siglo XX, grupos que han
sido descritos ya en párrafos anteriores, aunque sin mencionar su nombre: los instrumentos
que producen sonido cuando prácticamente toda su materia es puesta en vibración por
medio de un golpe, como las piedras entrechocadas, el tronco de árbol ahuecado o la
campana son llamados instrumentos ideófonos. Los instrumentos que tienen una piel
tensada sobre un soporte, como los tambores, son llamados instrumentos membranófonos.
Los instrumentos que utilizan una o más cuerdas tensadas, ya sean éstas pulsadas o
frotadas, son llamados cordófonos. Los instrumentos que producen sonido mediante la
vibración de aire son llamados instrumentos aerófonos. A la clasificación de Sachs y
Hornbostel solamente se le podría añadir un nuevo y pequeño grupo: el de los instrumentos
electrófonos, en los que el sonido es generado por medios electrónicos. Cualquier
instrumento de cualquier cultura puede ser agrupado en alguna de estas categorías de
clasificación, aunque exista una variedad muy amplia de instrumentos musicales y, por lo
tanto, de timbres que enriquecen la “paleta” sonora con la que la humanidad hace su
música. A lo largo de los siglos, pocas han sido las modificaciones a los principios básicos
de cada instrumento. Solamente se han añadido dispositivos para hacerlos mas eficientes y
precisos: sistemas para variar la tensión de la membrana o la cuerda, mejores cajas de
resonancia, complicados sistemas de llaves o émbolos y la experimentación con diferentes
materiales y técnicas de fabricación. La fabricación de instrumentos musicales ha alcanzado
altos niveles en los que los conocimientos científicos se dan la mano con conocimientos
empíricos guardados celosamente y transmitidos de una generación a otra. Un constructor
de instrumentos musicales, un híbrido de científico, artesano y artista, hace uso de un
bagaje cognoscitivo que abarca elementos de física, mecánica, acústica y ciencia de los
materiales, además de técnicas como el tallado en madera, la ebanistería, el forjado y
fundición de metales, la relojería y muchas otras tecnologías afines. Pero los instrumentos
son básicamente los mismos desde hace siglos: se les hace vibrar por completo, se pone a
vibrar una membrana, se frotan o se pulsan cuerdas o se sopla a través de ellos. La siguiente
cuestión sería: ¿cómo están organizados los sonidos de los instrumentos musicales? ¿Qué
altura tendrá cada uno de los diferentes sonidos que produzca? Es aquí donde las
matemáticas y, en especial Pitágoras, tendrán un papel fundamental. Pero eso es tema del
artículo siguiente.

Jesús Cuevas Cardona

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