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Santiago era un pescador viejo y hacía bastante tiempo que no pescaba ningún pez.

Manolín
era un muchacho que aprendió a pescar gracias a Santiago, pero sus padres le pasaron a otro
barco, debido a que no capturaba ningún pez.

Un día Santiago decidió ir a un lugar en el mar donde había muchos peces, pero no pudo
pescar. Porque había demasiados remolinos. Al llegar, esperó hasta que algún pez picara el
anzuelo y finalmente picó uno enorme. El pescador estuvo sin descansar ni comer lo suficiente
para que el pez no muriera. Al final el pez murió y perdió la mitad de su precio.

Cuando llegó la noche vinieron tiburones y el viejo ya no tenía armas con las que luchar para
proteger su pesca, así que se comieron lo que quejaba del pez.

Al llegar al puedo el viejo estaba tan cansado que, en cuanto llegó a la cabaña se tumbó. A la
mañana siguiente Manolín fue a su casa para ver cómo estaba y le prometió que iba a ir a
pescar con él. Manolín, al ver al viejo tan cansado, lo cuidó y dio de comer, para que se
recuperara. Los demás pescadores vieron los restos del pez que Santiago había pescado y se
quedaron impresionados.

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